Origenes contra Celso 564

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64. Malas entendederas de Celso

Paréceme claro que Celso malentendió el pasaje del Apóstol que dice: En los tiempos venideros apostatarán algunos de la fe dando oídos a espíritus falaces y doctrinas demó-nicas, enseñadas por impostores hipócritas, que llevan su conciencia marcada a fuego, que prohibirán el matrimonio y el uso de manjares que Dios crió para que los tomen los fieles con hacimiento de gracias (1 Tim 4,1-3); y no menos parece haber malentendido a los que emplean estas palabras del Apóstol contra los que corrompen el cristianismo. Así se explica diga Celso que, entre los cristianos, algunos son llamados "cauterios del oído", y por su cuenta, sin duda, dice que otros se llaman "enigmas", cosa que nosotros no hemos averiguado. En cambio, es cierto que la palabra "escándalo" o piedra de tropiezo ocurre frecuentemente en estos escritos, y con ella solemos designar a los que apartan de la sana doctrina a los sencillos y fáciles de engañar. Que haya quienes se llamen "sirenas bailarinas y engañosas, que sellan las orejas de los que las escuchan y les ponen cabezas de cerdo" (cf. HOM., Odyssea 10,239), es cosa de que nada sabemps nosotros ni creo que sepa nadie de los que perseveran en la doctrina ni de los que siguen las herejías. Mas éste, que "baladrona de saberlo todo", dice también lo que sigue: "Y a todos esos que así están divididos y en sus disputas se ponen de vuelta y media, los oirás que dicen: Para mí está crucificado el mundo, y yo para el mundo" (Gal 6,14). Porque éste es el único pasaje de Pablo que parece haber recordado Celso (cf., sin embargo, I 9). Mas ¿por qué no alegar otros innumerables, como éste: Porque, aunque vivimos en la carne, no militamos según la carne, pues las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas ante Dios para derribar

fortalezas, echando por tierra razonamientos y toda altura que se levante contra el conocimiento de Dios? (2 Cor 10,3ss).

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65. Se apunta a una grave objeción

Dice Celso que puede oírse decir a todos estos que están tan profundamente desunidos: El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Pero también vamos a demostrar ser mentira. Hay, en efecto, sectas que no aceptan las cartas del apóstol Pablo; por ejemplo, los dos grupos de "ebionitas (II 1; V 61) y los encratitas (Eus., HE IV 29). Ahora bien, los que no tienen al Apóstol por bienaventurado y sabio, no van a decir: El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. De modo que también aquí miente Celso.

Por lo demás, insiste en culpar la diferencia de sectas, pero no me parece deslindar bien lo que dice ni haber examinado el tema con todo cuidado. Tampoco creo haya comprendido en qué sentido dicen los cristianos adelantados en sus doctrinas que saben más que los judíos. ¿Se trata de los que aceptan las Escrituras de éstos, pero que les dan un sentido distinto, o de quienes no aceptan siquiera las letras de los judíos? Pues de una y otra especie pueden encontrarse en las sectas.

Seguidamente dice: "Ea, pues, aunque ningún origen pueden presentar de su doctrina, vamos a examinar en sí mismo lo que dicen. Y hay que hablar en primer lugar de lo que en su ignorancia han malentendido y corrompen, discutiendo con arrogancia, desde el principio mismo, y sin moderación, sobre cosas que ignoran. He aquí ejemplos". Y, a renglón seguido, opone sentencias de filósofos a palabras que los creyentes en la doctrina cristiana traen constantemente en su boca. Su tesis es que cuanto de bueno cree decirse entre los cristianos está mejor y más claramente dicho por los filósofos, con lo que pretende atraer a la filosofía a quienes se han dejado convencer por doctrinas cuya belleza y piedad salta a los ojos.

Pero aquí damos fin al libro quinto, y comenzamos el sexto con lo que sigue.

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LIBRO SEXTO

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1. ¿Platón en lugar de Cristo?

En este sexto libro que ahora emprendemos contra las acusaciones de Celso contra los cristianos, no deseamos, piadoso Ambrosio, impugnar, como alguien creería, lo que él toma de la filosofía. Y es así que Celso ha alegado muchos pasajes, señaladamente de Platón, comparándolos con otros de las sagradas letras, capaces de convencer a un hombre inteligente. Y dice a este propósito "que mejor han sido dichas esas cosas por los griegos, sin tanto aparato de que fueran anunciadas por un dios o hijo de Dios". A esto respondemos que el objeto de los que predican la verdad es hacer bien a los más posibles y llevar a ella, por amor a la humanidad, a todos en absoluto, no sólo a los inteligentes, sino también a los necios; ni sólo tampoco a los griegos, sino también a los bárbaros. Y obra aún de mayor bondad' es convertir, quien sea capaz de ello, a los rústicos y vulgares. De donde resulta evidente que quienes tal intento tienen han de buscar un modo de hablar que pueda aprovechar a todos y atraer la atención de cualquier oído. Aquellos, empero, que se desentienden en absoluto de la gente vulgar, como de seres serviles, incapaces de seguir la ilación de los discursos bien dichos y de los razonamientos bien ordenados; los que sólo miran a los que se han formado en las letras y ciencias, ésos limitan lo que debiera ser bien común a un sector realmente muy estrecho y limitado.

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2. La virtud interna de la palabra divina

Esto digo para defender la sencillez de estilo de las Escrituras, que recriminan Celso y otros como él, y que parece quedar en la sombra ante la brillantez de la dicción de los griegos. La verdad es que nuestros profetas, Jesús y sus apóstoles miraban a una manera de decir que no sólo contuviera la verdad, sino que pudiera también atraer al pueblo. Luego, una vez convertidos e iniciados, cada uno se levantaría según sus fuerzas a las cosas misteriosamente dichas en el lenguaje al parecer sencillo. Y si se nos permite hablar un tanto audazmente, el estilo muy bello y trabajado de Platón y de los que escriben como él, a muy pocos ha sido de provecho (si es que ha aprovechado a alguno); a muchos, empero, el de quienes enseñan y escriben con más sencillez y mirando, a par, a la práctica y al común de las gentes. El hecho es que a Platón sólo se lo ve en manos de los que parecen ser doctos; a Epicteto, en cambio, vemos que lo admira todo el mundo, todo el que tenga alguna gana de aprovecharse, pues se dan cuenta del bien que les hace su lectura.

Al hablar así, no intentamos menospreciar a Platón, pues el mundo inmenso de los hombres ha sacado también de él provecho; lo que queremos es poner de manifiesto lo que quisieron decir los que decían: Y mi palabra y mi predicación no estribó en discursos elocuentes de sabiduría humana, sino en ostentación de espíritu y de poder, a fin de que nuestra fe no se funde en sabiduría de hombres, sino en poder de Dios (1Co 1). Ahora bien, la palabra divina dice que no basta lo que se dice, por muy verdadero y elocuente que sea, para llegar al alma humana, si no se da, a par, al que habla un poder que viene de Dios y si en sus palabras no florece aquella gracia que tampoco se da sin disposición divina a los que hablan provechosamente. Y es así que en el salmo 67 dice el profeta: El Señor dará palabras a los que llevan la buena nueva con virtud grande (Ps 67,12). Demos, pues, de barato que, en ciertos puntos, las mismas doctrinas se hallan en los griegos y entre los que profesan nuestra religión; pero no tienen en uno y otro caso la misma virtud para atraer las almas y conformarlas con ellas. Por eso los discípulos de Jesús, que, respecto de la filosofía griega, eran gentes ignorantes, recorrieron muchos pueblos de la tierra y suscitaban en sus oyentes, según el mérito de cada uno, las disposiciones que el Verbo quería, y ellos, según la inclinación de su libre albedrío a aceptar lo bueno, se hicieron mucho mejores.

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3. La revelación natural de Dios

Manifiesten, pues, norabuena, hombres antiguos y sabios, su sentir a los que son capaces de entenderlos; y, señaladamente, Platón, hijo de Aristón, defina en una de sus cartas el bien sumo, diciendo: "El bien primero no es en modo alguno decible, sino que, por la mucha familiaridad, viene a estar en nosotros y súbitamente, como de chispa que salta, se torna luz encendida en el alma" (PLAT., Epist. VII 34le). También nosotros, al oír esto, lo aceptamos como cosa bien dicha, pues eso y cuanto bien se dice Dios lo ha manifestado. Por eso justamente afirmamos que quienes han conocido la verdad acerca de Dios y no practicaron la religión digna de esa verdad, merecen el castigo de los pecadores. Y es así que sobre ellos dice literalmente Pablo: La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que suprimen la verdad por la iniquidad. Porque lo que puede conocerse de Dios es manifiesto para ellos, puesto que Dios se lo ha manifestado. Porque lo que El tiene de invisible, entendido, desde la creación del mundo, por medio de las criaturas, se contempla claramente: su eterno poder y su divinidad. De suerte que son inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se desvanecieron en sus razonamientos, y su corazón insensato quedó entenebrecido. Los que decían ser sabios se hicieron necios, y así mudaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de una imagen de un hombre mortal, y hasta de volátiles, cuadrúpedos y reptiles (Rom 1,18-23).

Ahora bien, también suprimen la verdad, como lo atestigua nuestra doctrina, los que piensan que el bien primero no es en manera alguna decible y afirman que, "gracias a la mucha familiaridad o trato con la cosa misma y a fuerza de convivencia, súbitamente, como de chispa que salta, se torna luz encendida en el alma y a sí mismo se nutre".

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4. "Debemos un gallo a Esculapio"

Sin embargo, los que tales cosas escribieron acerca del bien sumo, se bajan al Pirco para hacer oración a Artemis, a la que tienen por diosa, y a ver la fiesta que organizan gentes vulgares (PLAT., Pol. 327a). Y los que tan altamente filosofaron sobre el alma y explicaron la suerte que espera a la que vivió bien, abandonan la grandeza de las cosas que Dios les manifestó y piensan en cosas viles y minúsculas, como la paga del gallo a Asclepio (PLAT., Phaid. 118a). Contemplaron, cierto, lo invisible de Dios y las ideas por la creación del mundo y las cosas sensibles, de las que se remontaron al mundo inteligible; vieron de manera no poco noble su eterno poder y divinidad; mas no por eso dejaron de desvanecerse en sus razonamientos, y su corazón insensato se revolcó entre tinieblas e ignorancia acerca del culto de Dios. Y es de ver cómo los que alardean de su propia sabiduría y de la ciencia de Dios se postran ante la semejanza de una imagen de hombre mortal, para honor, dicen ', de Dios mismo. Y a veces, como los egipcios, se rebajan a los volátiles, cuadrúpedos y reptiles. Pero demos que, al parecer, algunos se hayan remontado sobre todo eso; sin embargo, se hallará que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y dieron culto a la criatura en lugar del Creador (). Por eso, ya que los sabios y eruditos entre los griegos erraron en sus prácticas acerca de la divinidad, Dios escogió lo necio de este mundo para confundir a los sabios; y escogió lo innoble, lo débil, lo despreciado, lo que no tiene ser, para destruir lo que tiene ser, y así, a la verdad, nadie pueda gloriarse delante de Dios (Ps 1).

Nuestros primeros sabios, empero, Moisés, el más antiguo de todos, y los profetas que le sucedieron, sabiendo que el bien primero no es en modo alguno decible, escribieron ciertamente, como si Dios se manifestara a sí mismo a los dignos y capaces, que Dios fue visto por Abrahán, Isaac y Jacob (). Mas quién fuera el que fue visto, y de qué naturaleza, y de qué modo y a quién semejante de los que hay entre nosotros4, son puntos que dejaron para que los examinaran quienes pueden mostrarse semejantes a aquellos a quienes se apareció Dios, que no fue visto, por cierto, con ojos corporales, sino con el corazón limpio. Y es así que, según nuestro Jesús, bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8).

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5. La luz, tema bíblico

En cuanto a lo otro de que "súbitamente, como de chispa que salta, se enciende una luz en el alma", antes que Platón lo supo la palabra divina, que dijo por el profeta: Encended para vosotros luz de conocimiento (Os 10,12). Y Juan, que fue posterior al profeta mentado, dice: Lo que se hizo, en el Verbo era vida, y la vida era la luz de los hombres, luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene al mundo, al mundo verdadero e inteligible, y lo hace a él mismo luz del mundo (). Esta luz brilló en nuestro Corazón, para iluminar el Evangelio de la gloria de Dios en la faz de Cristo (Os 2). Por eso dice un profeta antiquísimo que profetizó muchas generaciones antes de Ciro (le llevaba en efecto cuarenta generaciones: cf. Mt 1,17): El Señor es mi luz y mi salvador, ¿a quién temeré? (Ps 26,1). Y: Lámpara para mis pies es tu ley, y luz para mis sendas (Ps 118,105). Y: Señalado se ha sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor (Ps 4,7). Y: En tu luz veremos la luz (Ps 35,10). E incitándonos a esta luz, la palabra divina nos dice por el profeta Isaías: Ilumínate, ilumínate, Jerusa-lén, porque viene tu luz y la gloría del Señor ha amanecido sobre ti (Is 60,1). Y el mismo Isaías, profetizando el advenimiento de Jesús, que nos aparta del culto de los ídolos, estatuas y démones, dice: Una luz ha aparecido a los que se sentaban en la región y sombras de la muerte; y otra vez: El pueblo que se sentaba en las tinieblas ha visto una luz grande (Is 9,2).

He ahí, pues, la diferencia entre lo que bellamente dice Platón acerca del sumo bien y lo que se dice en los profetas sobre la luz de los bienaventurados. Y es de ver también que la verdad que sobre esto hay en Platón de nada aprovechó a sus lectores en orden a la verdadera religión, ni al mismo Platón, que tales cosas especuló acerca del bien primero. El estilo, empero, sencillo de las divinas letras hace que se sientan llenos de Dios quienes debidamente las leen, y esta luz se alimenta en ellos por el aceite con que en cierta parábola () se dice que las vírgenes. prudentes sustentan la luz de sus lámparas.

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6. Lo que se puede y lo que no se puede escribir

Celso cita otro pasaje de la carta de Platón que dice así: "De haberme parecido que estas cosas podían escribirse o decirse suficientemente para el común de las gentes, ¿qué cosa más bella pudiéramos hacer en la vida que escribir cosas tan útiles a los hombres y sacar a luz la naturaleza ante los ojos de todos?" (PLAT., Epist. VII 341d). Pues discurramos también brevemente sobre este punto. Que Platón tuviera o no algo más sagrado que escribir que lo que escribió, o algo más divino que lo que dejó a la posteridad, es punto que dejamos examine quien quiera según sus fuerzas; lo que queremos demostrar es que nuestros profetas pensaron cosas más altas que las que escribieron. Así Ezequiel recibe el rollo de un libro, escrito por ciclante y por detrás, en que había lamentaciones, canto y ayes, y, por mandato de la palabra divina, se come el libro, para no escribirlo y entregarlo a los indignos (Ez 2,9-10 Ez 3,1). Y de Juan se escribe haber visto y hecho algo semejante (). Pablo, por su parte, oyó palabras indecibles, que no es lícito al hombre pronunciar (Ez 2). Y de Jesús, que es superior a todos estos hombres, se dice que hablaba la palabra de Dios a sus discípulos en particular (), y señaladamente al retirarse de entre la muchedumbre; mas qué cosas les dijera, no ha quedado escrito. No pareció, en efecto, a los evangelistas ser posible escribir o decir estas cosas de modo conveniente para los muchos. Y, a decir verdad, con venia de tan grandes varones, mejor que Platón sabían ellos, por las ideas que por gracia de Dios recibían, qué cosas debían escribirse y cómo debían escribirse, y qué otras no debían en manera alguna escribirse para el vulgo; y no menos qué cosas debían decirse y qué otras callarse. Y el mismo Juan, para enseñarnos la diferencia de lo que se debe, o no, escribir, dice haber oído siete truenos que lo instruían acerca de ciertas cosas, pero que le prohibían, a par, poner por escrito sus palabras ().

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7. Ni Moisés ni los apóstoles dependen de Platón

Por lo demás, en Moisés y los profetas, que son más antiguos no sólo que Platón, sino también que Hornero, y aun anteriores a la invención de las letras entre los griegos (cf. IV 21), se pueden hallar cosas dignas de la gracia de Dios, que los inspiraba, y llenas de altos pensamientos. Y no hablaron así, como piensa Celso, malentendiendo a Platón. ¿Cómo iban a entender, ni bien ni mal, al que no había aún nacido? Y si se quiere aplicar el dicho de Celso a los apóstoles de Jesús, que fueron ciertamente posteriores a Platón, véase si no resulta de suyo absurdo decir que Pablo, fabricante de tiendas, y Pedro, pescador, y Juan, que dejó las redes de su padre, enseñaron cosas tan sublimes acerca de Dios por haber malentendido lo que dice Platón en sus cartas. Y aquí Celso, que ha discantando muchas veces que los cristianos piden fe inmediata, repite la misma canción como una novedad no antes dicha (cf. I 9; VI 10-11). Por nuestra parte, empero, nos remitimos a lo que sobre ello hemos dicho.

Celso cita otro pasaje de Platón en que dice que, "valiéndose de preguntas y respuestas" (PLAT., Epist. VII 344b), ilumina con sus pensamientos a los que siguen su filosofía. A propósito de lo cual, demostremos por las sagradas letras que también a nosotros nos exhorta la palabra divina a cultivar la dialéctica. Así Salomón dice: La instrucción no argüida extravía (). Y Jesús, hijo de Sirac, que nos dejó el libro de la Sabiduría, afirma: La ciencia del insensato son discursos sin examen (). Los argumentos, pues, son mejor recibidos entre nosotros, pues sabemos que quien preside a la Iglesia ha de ser idóneo para argüir a los que contradicen (). Y, si es cierto que algunos son negligentes en el ejercicio de atender a las lecturas sagradas (Ez 1), y de escudriñar las Escrituras (), y en buscar, según el mandato de Jesús (Mt 7,7), el sentido de ellas, y pedir a Dios luz sobre ello y llamar para que se nos abra lo que tiene cerrado, no por eso la palabra divina está vacía de sabiduría.

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8. ¿Platón, hijo de Apolo?

Luego cita otros pasajes de Platón para probar que "el bien es conocido de pocos", porque los muchos, "henchidos de desdén nada bueno y de alta y vana esperanza, como si hubieran aprendido cosas sagradas" (PLAT., Epist. VII 341e), dan ciertas cosas por verdaderas, y añade: "A pesar de que Platón pone estas palabras por proemio, no cuenta, sin embargo, prodigios, ni tapa la boca a quien quiera preguntar s qué es a la postre lo que él profesa; ni manda sin más ni más que se empiece creyendo que Dios es tal o cual, y tiene tal o cual hijo, y que éste, bajado del cielo, habló conmigo. Pues también sobre esto puedo decir que Aristandro, si no me engaño, escribió sobre Platón no haber sido hijo de Aristón, sino de un fantasma que, en forma de Apolo, se acercó a Anfictione. Y otros muchos platónicos han dicho lo mismo en la vida de Platón'. ¿Y qué decir de Pitágoras, que tantos prodigios se atribuyó a sí mismo, que en una fiesta general de los griegos mostró su muslo de marfil, y dijo reconocer el escudo de cuando era Euforbo, y del que se dice haber sido Platón "cristianizado'" por visto el mismo día en dos ciudades? El que quiera tachar de milagrería una historia sobre Platón y Sócrates, puede echar mano también del cisne que se puso junto a Sócrates en sueños y del maestro que, al presentársele el niño, dijo: "Este era, pues, el cisne" (Dioc. LAERT., III 5). Y a "milagrería" atribuirá también el tercer ojo que Platón vio tenía el mismo. A los maliciosos y con ganas siempre de censurar las experiencias visionarias de los hombres que descuellan sobre el vulgo, jamás les faltará materia de calumnia y acusación. Y así se mofarán, como de una fantasía, del demonio o genio de Sócrates (cf. PLAT., Apol. 3Id).

No inventamos, pues, prodigios increíbles al explicar la vida de Jesús, ni sus verdaderos discípulos escribieron discursos semejantes sobre El. Pero Celso, que alardea de saberlo todo y que alega tantas cosas de Platón, se calló adrede, a lo que creo, el texto sobre el Hijo de Dios que se halla en la carta de Platón a Hermias y Coriseo. He aquí las palabras de Platón: "Y juraréis por el Dios de todas las cosas, príncipe de lo que es y de lo que será, padre y señor de la mente y de la causa; al que, si somos de veras filósofos, conoceremos con tanta claridad como cabe en hombres bienaventurados" (PLAT., Epist. VI 323; cf. CLEM. ALEX., Strom. V 102).

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9. Platón, u cristianizado" por Orígenes

Celso cita otro pasaje de Platón que dice así: "Todavía tengo intención de hablar largamente de estas cosas; pues acaso, dichas éstas, aparecerá más claro aquello de que hablo. Hay, en efecto, una palabra verdadera, contraria a quien se atreva a escribir nada sobre tales cosas, palabra por mí dicha ya antes, pero que parece debe repetirse aquí. En todo ser que existe hay tres factores de los que es. menester venga la ciencia; el cuarto es la ciencia misma; el quinto hay que poner lo que es cognoscible y verdadero. De éstos, el primero es el nombre, el segundo la palabra, el tercero la imagen y el cuarto la ciencia" (PLAT., Epist. VII 342ab). Según esto, pudiéramos decir que Juan es introducido antes de Jesús como voz que grita en el desierto (Mt 3,3) por analogía con el nombre de Platón; segundo, después de Juan, viene Jesús, mostrado por aquél, a quien se aplican las palabras: El Lagos se hizo carne (), por analogía con el logas o palabra de Platón. Platón pone en tercer lugar la imagen; pero nosotros, aplicando el nombre de imagen a otra cosa, diremos más claramente que la impresión de las llagas que después del Logos se da en el alma, es el Cristo que mora en cada uno, y viene del Cristo Logos. Ahora bien, la sabiduría, que es Cristo y mora en los perfectos de entre nosotros (Mt 1), corresponde al cuarto elemento platónico, que es la ciencia, sépalo el que sea capaz de ello 7.

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10. La fe cristiana no es ajena a la razón

Luego dice: "Ya ves cómo Platón, aunque ha asentado que el bien primero no es decible con palabras, aduce, sin embargo, la razón de esta dificultad, para que no parezca se refugia en lo inargüible; pues tal vez la nada misma pudiera explicarse con palabras". Celso alega el pasaje para demostrar que no debe creerse simplemente, sino dar razón de lo que se cree. Pues también nosotros vamos a aprovechar un texto de Pablo en que reprende a quien cree al azar, aquel en que dice: A no ser que hayáis creído al azar (Mt 1).

Por lo demás, con sus repeticiones, nos fuerza Celso a que también nosotros nos repitamos. Así, después de las bravuconadas que ha dicho, como si fuéramos verdaderos bravucones, dice que "Platón no es arrogante ni miente, diciendo haber inventado algo nuevo ni haber bajado del cielo para anunciarlo, sino que confiesa de dónde procede lo que dice". Ahora bien, quien tenga ganas de contradecir a Celso pudiera decir que también Platón bravuconea cuando, en el discurso del Timeo que pone en boca de Zeus, dice: "Dioses de dioses, de los que yo soy artífice y padre", etc. (PLAT., Tim. 41a). Y si quiere defenderse eso por la mente de Zeus en ese discurso de Platón, ¿por qué quien examina la mente o sentido de las palabras del Hijo de Dios o del Creador en los profetas no dirá algo más que Zeus en el discurso del Timeo? Pues lo que distingue a la divinidad es la predicción de lo futuro, que no se dice según la naturaleza humana, y por cuyo cumplimiento se juzga haber sido el Espíritu divino quien lo predijo.

Así, pues,'no decimos a todo el que se nos acerca: "Ante todo cree que este de quien te hablo es el Hijo de Dios". No, a cada uno acomodamos nuestro discurso, conforme a su carácter y disposición, pues sabemos cómo debemos responder a cada uno (Col 4,6). Hay algunos a quienes sólo cabe exhortar a que crean, y eso les predicamos; a otros, empero, nos acercamos, en lo posible, con argumentos "por medio de preguntas y respuestas" (PLAT., Epist. VII 344b). Ni decimos tampoco lo que en son de chunga dice Celso: "Cree que este de quien te hablo es hijo de Dios, por más que fue prendido de la manera más deshonrosa y ajusticiado ignomi-niosísimamente, y hace como quien dice unos días andaba, a los ojos de todos, errante vergonzosamente" (cf. I 62; II 9). Ni tampoco afirmamos: "Por esto cree aún más" ". No, nosotros procuramos decir a cada uno muchas más cosas aún que las arriba expuestas (II 10.17.18 etc.).

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11. Jesús, Hijo de Dios

Después de esto dice Celso: "Si unos (refiérese a los cristianos) proclaman a éste y otros a otro, y todos tienen a mano como un santo y seña: Cree, si quieres salvarte, o márchate, ¿qué harán los que de veras quieren salvarse? ¿Tendrán que tirar dados al aire para adivinar a dónde hayan de volverse y a quién adherirse?" A esto también responderemos partiendo de la evidencia de los hechos: Si hubiera muchos de quienes se contara, como se cuenta de Jesús, haber venido a vivir entre los hombres como hijos de Dios, y cada uno de ellos se hubiera atraído gentes que lo siguieran, de suerte que resultara dudoso, por la similitud de sus pretensiones de filiación divina, quién fuera el atestiguado por sus creyentes, habría lugar de decir: "Si unos proclaman a éste y otros a otro, y todos tienen a mano, como común santo y seña: Cree o márchate", etc. Pero la verdad es que por todo lo habitado de la tierra se predica a Jesús como único Hijo de Dios, que vino a vivir entre los hombres. Porque los que, a la manera de Celso, supusieron que Jesús hizo falsos prodigios y por eso quisieron también hacerlos ellos, imaginando habrían de poseer el mismo poder sobre los hombres, se demostró que no eran nada. Tales Simón Mago, natural de Samaría, y Dositeo, oriundo de la misma región. El uno decía ser la fuerza de Dios, llamada grande (), y el otro se vendía por el mismo Hijo de Dios. Porque en ninguna parte de la tierra hay simonianos, y eso que Simón, con el fin de atraerse más adeptos, libró a sus discípulos del peligro de muerte que se enseña a abrazar a los cristianos, enseñándoles a mirar la idolatría como cosa indiferente. Además, los simonianos no fueron en absoluto objeto de persecución, pues el demon malo que perseguía la doctrina de Jesús sabía que, por las enseñanzas de Simón, ninguna de sus particulares intenciones sería destruida. En cuanto a los dositeanos, ni en sus comienzos florecieron; ahora, empero, han decaído absolutamente, de suerte que se dice no llegar su número a treinta (cf. I 57).

También Judas el Galileo, como escribe Lucas en los Hechos de los Apóstoles, quiso proclamarse a sí mismo como hombre grande, y antes de él Teudas; pero, como su doctrina no era de Dios, fueron muertos, e inmediatamente se dispersaron los que habían creído en ellos (). No echamos, pues, dados al aire para adivinar a dónde hayamos de volvernos y a quién seguir, como si hubiera muchos que pudieran atraernos a sí, anunciándonos haber venido por disposición divina al género humano. Pero basta ya de esto.

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12. Sabiduría humana y divina

Pasemos, pues, a otra acusación de Celso, que no conoce nuestros textos, sino que los tergiversa, y así nos achaca afirmar nosotros que "la sabiduría de los hombres es necedad delante de Dios", siendo así que Pablo dice que la sabiduría del mundo es necedad delante de Dios (Col 1). Y añade que "la causa de ello está de muy atrás dicha"; y la causa, según él se imagina, es que, por este texto, sólo queremos atraer a los incultos y tontos. Pero, como él mismo indica, lo mismo dijo ya más arriba (I 27; III 44.50.55.74.75; VI 13.14), y nosotros, según nuestras fuerzas, refutamos su discurso. Sin embargo, quiso hacer ver que esto fue inventado por nosotros y tomado de los sabios griegos, según los cuales, una es la sabiduría humana y otra la divina. Y alega a este propósito dos textos de Heráclito, uno en que dice: "El carácter humano no tiene conocimiento, lo tiene, empero, el divino", y otro: "Un hombre maduro es reputado necio respecto de la divinidad, como un niño respecto de un hombre maduro" (HERACL., fragm.78-79, Diels). También cita de la Apología de Sócrates, escrita por Platón, estas palabras: "Porque yo, atenienses, no por otra razón he adquirido este renombre (de sabio), sino por algún linaje de sabiduría. Pero ¿de qué sabiduría? La que es tal vez sabiduría humana, pues en ésta pudiera yo ser sabio" (PLAT., Apol. 20d). Tales son las citas de Celso; pero yo puedo añadir a ellas otra tomada de la carta platónica a Hermias, Erasto y Coriseo: "No obstante ser viejo, afirmo que a Erasto y Hermias les falta, además de esa hermosa sabiduría de las formas, la otra sobre los hombres malvados e inicuos, que es una fuerza de prevención y defensa. Son, en efecto, inexpertos, por haber vivido mucha parte de su vida con nosotros, que somos hombres moderados y no malvados. Por eso dije que les faltaban estas cosas, a fin de que no se vean forzados a descuidar la verdadera sabiduría y se entreguen más de lo debido a la sabiduría humana, también necesaria" (PLAT., Epist. VI 322de) *.

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13. La sabiduría divina, carisma del Espíritu

Así, pues, según esto, hay una sabiduría divina y otra humana. Y la humana es la que se llama, según nosotros, sabiduría del mundo, que es necedad delante de Dios; la divina, empero, que es distinta de la humana, si es realmente divina, procede de la gracia de Dios, que la da a los que se hacen idóneos para recibirla; a aquellos señaladamente que, por conocer la diferencia que va de una a otra, dicen a Dios en sus oraciones: Aunque alguien fuere perfecto entre los hijos de los hombres, si de él se aparta tu sabiduría, será reputado en nada (). Y por nuestra parte afirmamos que la sabiduría humana es palestra del alma; el fin, empero, la divina, que se dice también ser manjar sólido del alma por el que dijo: De los perfectos es el manjar sólido, de los que por el hábito tienen ejercitados sus sentidos para discernir lo bueno y lo malo ().

Antiguo, a la verdad, es este modo de pensar, y su antigüedad no se remonta, como piensa Celso, a Heráclito y Platón. Efectivamente, mucho antes que éstos, distinguieron los profetas una y otra sabiduría. De momento basta citar, de las Palabras de David, lo que se dice del sabio en sabiduría divina: No verá, dice, la corrupción, cuando viere morir a los sabios (Ps 48,10). Así, pues, la divina sabiduría, en cuanto es distinta de la fe, es el primero de los que se llaman carismas o dones de Dios; el segundo después de ella es la llamada gnosis o ciencia, que se concede a los que saben puntualmente estas cosas; y el tercero es la fe, pues también han de salvarse los sencillos que se acercan según sus fuerzas a la religión. De ahí que se diga en Pablo: A uno, por el Espíritu, se le da palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu (Ps 1). Por eso no se ve que cualquiera participe de la sabiduría divina, sino los que descuellan y se distinguen entre todos los que profesan el cristianismo; ni nadie expondrá los temas de la sabiduría divina "a las gentes más incultas, a los esclavos e ignorantes".

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14. Los cristianos no son un hatajo de incultos

Celso, a la verdad, llama incultísimos, esclavos e ignorantes a los que ignoran, creo, sus propios temas y no están instruidos en las ciencias de los griegos; nosotros, empero, tenemos por la gente más inculta a los que no se avergüenzan de hablar a seres inanimados (), invocan para salud a lo enfermo, piden vida a lo muerto y suplican socorro de lo más impotente. Y si hay quienes sostienen que eso no son los dioses, sino imitaciones y símbolos de los verdaderos dioses (cf. III 40; VII 62), no por eso dejan de ser incultos, esclavos e ignorantes los que se imaginan que de manos de artesanos puedan salir imitaciones de la divinidad (cf. I 5); y afirmamos que los últimos de los nuestros están libres de esta incultura e ignorancia, mientras los más inteligentes entienden y comprenden la divina esperanza. Pero también decimos no ser posible comprenda la divina sabiduría quien no se haya ejercitado en la humana; lo que no empece para que confesemos que, en parangón con la divina, toda humana sabiduría es necedad.

Luego, cuando su deber era demostrar su tesis, nos llama "hechiceros" y dice que "huimos a todo correr de gentes educadas, por tenerlas por poco preparadas para ser engañadas, y atrapamos los más rústicos" (cf. I 27). Es que no vio cómo desde los orígenes y desde el principio hubo entre nosotros sabios formados también en las ciencias de fuera; un Moisés, que lo estaba en toda la sabiduría de los egipcios (); Daniel, Ananías, Azarías y Misael en todas las letras de los asidos (), de suerte que se halló saber ellos diez veces más que los sabios de allí. Y, actualmente, si se comparan con la turbamulta, las iglesias tienen pocos sabios que se hayan convertido procedentes de la que nosotros llamamos sabiduría carnal; pero los tienen incluso los que se han pasado de esa sabiduría a la divina.


Origenes contra Celso 564