Origenes contra Celso 678

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78. Ningún bien se ha hecho nunca sin el u Logos"

Seguidamente dice Celso: "Además, si Dios, despertando de largo sueño, como el Zeus del poeta cómico (Com. Att. fragm.3 p.406; fragm.43 (T. Kockj), quería librar de sus calamidades al género humano, ¿por qué, a la postre, mandó a un rincón de la tierra ese espíritu que decís? Más bien debiera haber soplado igualmente en muchos cuerpos y haberlos enviado por todo lo descubierto de la tierra. Por lo menos el cómico, para hacer reír en el teatro, escribió que, al despertar Zeus, despachó a Hermes camino de los atenienses y lacedemonios. ¿Y tú no piensas poner más en ridículo al Hijo de Dios al ser enviado a los judíos?" Una vez más es de ver la irreverencia de Celso, que, de forma indigna de un filósofo, alega un poeta cómico y compara con Zeus dormido, que envía luego a Hermes, a nuestro Dios, creador del universo.

Ya antes hemos dicho que Dios no envió a Jesús al género humano como si despertara de largo sueño; que si bien, por causas razonables, cumplió ahora la economía o dispensación de la encarnación, en todo momento dispensó sus beneficios al género humano. Y es así que ningún bien se hace entre los hombres sin que el Verbo divino more en las almas de quienes, siquiera por breve tiempo, son capaces de recibir esas operaciones suyas. Además, que Jesús viniera, al parecer, a un rincón de la tierra, se hizo también con buenas razones. Convenía, en efecto, que el Cristo profetizado viniera a los que conocían a un solo Dios, y leían a sus profetas y sabían que el Mesías era predicado, y viniera en el momento en que, de un rincón, la palabra divina se derramaría por todo lo descubierto de la tierra.

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79. Cristo hace muchos cristos

Por eso, para que todo el orbe de los hombres fuera iluminado por el Verbo de Dios, no fue menester que hubiera por dondequiera muchos cuerpos y muchos espíritus semejantes al de Jesús, pues bastaba que el Verbo único, naciendo en Judea como sol de justicia (), enviara desde allí sus rayos, que llegan al alma de los que quieren recibirlo. Mas, si se quiere ver muchos cuerpos llenos " de espíritu divino, a la manera del que había en el solo Cristo, que trabajan por dondequiera para la salud de los hombres, considere a quienes por dondequiera predican sanamente y con recta vida la doctrina de Jesús, los cuales son también llamados cristos por las divinas Escrituras en este texto: No toquéis a mis cristos, ni maldad cometáis con mis profetas (Ps 104,15). Efectivamente, a la manera que hemos oído que viene el anticristo, y no menos sabemos que hay en el mundo muchos anticristos (Ps 1); así, sabiendo que ha venido Cristo, vemos que, por El, muchos se han hecho cristos en el mundo; aquellos que, como El, han amado la justicia y aborrecido la iniquidad, y, por eso, también a ellos ungió Dios, el Dios de Cristo, con el óleo del regocijo (Ps 44,8). Ahora bien, Aquél, por haber amado la justicia y aborrecido la iniquidad más que sus compañeros, recibió las primicias de la unción y, si cabe decirlo así, la unción entera del óleo del regocijo; sus compañeros, empero, recibieron de su unción la parte de que fue capaz cada uno. Por eso, puesto que Cristo es cabeza de la Iglesia (Col 1,18), de suerte que Cristo y la Iglesia forman un solo cuerpo, el ungüento ha bajado de la cabeza a la barba de Aarón, símbolo que es del varón perfecto, y llegó, en su descenso, hasta la franja de su vestidura (Ps 132,2). Quede esto dicho contra la irreverente frase de Celso de que "hubiera convenido soplar igualmente sobre muchos cuerpos y enviarlos por todo lo descubierto de la tierra".

Así, pues, el poeta cómico, para hacer reír, presentó a Zeus durmiendo, despierto luego y que envía a Kermes a los griegos; mas la razón, que sabe que la naturaleza divina es incapaz de sueño, nos enseñará que Dios dispone las cosas del mundo según sus propios momentos, según pide lo razonable. Pero no es de maravillar que, por ser los juicios de Dios grandes y difíciles de explicar, caigan en el error las almas sin ciencia () y, con ellas, Celso. Nada, pues, hay de ridículo en que el Hijo de Dios fuera enviado a los judíos, entre los cuales vivieron los profetas; partiendo de allí corporalmente, por su virtud y espíritu, se levantaría sobre el mundo de las almas que no quería seguir privado de Dios.

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80. Los judíos, pueblo destinado a perecer

Después de esto, se le antojó a Celso decir que "los caldeos son pueblo divinísimo desde el principio", cuando de ellos se propagó entre los hombres la engañosa astrología. Entre los pueblos divinísimos cuenta también Celso a los magos, de quienes toma su nombre la magia, que de ellos pasó a las demás naciones para ruina y perdición de los que usan de ella. En cuanto a los egipcios, Celso mismo los tiene anteriormente en error (III 17), como gentes que tienen magníficos recintos de los que ellos consideran sus templos, y dentro no hay sino monos, cocodrilos, cabras, áspides o cualquier animal por el estilo. Ahora, empero, le da a Celso por decir que también los egipcios son pueblo divinísimo, y divinísimo desde el principio, seguramente porque desde el principio han sido hostiles a los judíos. También los persas, que se casan con sus madres y se ayuntan con sus hijas, le parecen a Celso ser un pueblo inspirado de Dios (V 27), y hasta los indios, de algunos de los cuales dijo anteriormente (V 34) que comen carne humana. De los judíos, empero, señaladamente los antiguos, que nada de esto hacen, no sólo no dijo ser pueblo divinísimo, sino que han de perecer inmediatamente (VIII 69). Y esto dice ya de ellos como un augur, por no ver la dispensación de Dios acerca de los judíos y su sagrada y antigua república; como tampoco vio que, por su caída, vino la salud a las naciones, y que su caída es riqueza del mundo y su menoscabo riqueza de las naciones, hasta que entre la plenitud de las naciones y después de ello se salve todo Israel (), del que no tiene idea Celso.

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81. Final del libro sexto

Luego, no sé por qué razón, le da por afirmar acerca de 'Dios que, "no obstante saberlo todo, no supo que enviaba a su Hijo a hombres malvados que pecarían y lo ajusticiarían". Pero ahora parece olvidarse de propósito de la doctrina, según la cual todo lo que había de sufrir Jesucristo fue de antemano visto y predicho por los profetas de Dios (LE 24,26-27). Lo eual no concuerda con eso de que "Dios ignorara que enviaba a su Hijo a hombres malvados que pecarían y los ajusticiarían". Cierto que inmediatamente dice que, para defensa, decimos nosotros haber sido todo esto profetizado (cf. VII 2). Pero nuestro libro sexto ha adquirido ya bastante volumen; por lo cual damos aquí fin a nuestro razonamiento, para comenzar, con el favor de Dios, el séptimo, en que Celso cree refutar nuestra doctrina de que los profetas predijeron todo lo que a Jesús se refiere. Sin embargo, como el tema es largo y necesita de largo razonamiento, no hemos querido abreviarlo, forzados por la extensión del libro, ni tampoco, a trueque de no acortar el razonamiento, hacer el tomo sexto demasiado grande y desmedido.

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LIBRO SÉPTIMO

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1. Destruyelos por tu verdad

En los seis libros anteriores, piadoso hermano Ambrosio, hemos impugnado, según nuestras fuerzas, las acusaciones de Celso contra los cristianos, y, en lo posible, nada hemos omitido sin contrastar y examinar y a que, según nuestros alcances, no hayamos contestado'. Ahora, después de invocar a Dios por medio del mismo Jesucristo, a quien recrimina Celso que, pues es la verdad (), haga brillar en nuestro corazón los argumentos que refutan la mentira, comenzamos el libro séptimo, dirigiendo a Dios la oración de la palabra profética: Por tu verdad, destruyelos (Ps 53,7); quiere decir, evidentemente, a los discursos contrarios a la verdad, pues éstos quedan destruidos por la verdad de Dios. De este modo todos los que, destruidos esos discursos, se vean libres de toda distracción", podrán decir lo que sigue en el salmo: De. buen grado te sacrificaré (ibid., 8), ofreciendo al Dios del universo un sacrificio espiritual y sin humo.

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2. Vuelta al tema de las profecías

Ahora se propone Celso censurar la doctrina según la cual cuanto atañe a Jesucristo fue profetizado por los profetas del pueblo judío. Y empecemos por examinar su opinión de que quienes introducen un Dios distinto del Dios de los judíos no pueden en modo alguno responder a sus objeciones. En cuanto a nosotros, que mantenemos el mismo Dios, dice que buscamos nuestro refugio en la defensa de las profecías acerca de Jesucristo. He aquí sus palabras: "Veamos dónde buscarán excusa: los que introducen un Dios distinto no tienen ninguna; los que admiten el mismo Dios que los judíos, nos dirán una vez más la sabia sentencia de que así tenía que suceder. ¿Prueba? Porque de antiguo estaba profetizado" (cf. VI 81). A esto contestaremos que cuanto Celso ha dicho contra Jesús y los cristianos en pasajes poco anteriores (VI 72-75.87), son cosas de tan poco tomo, que aun los que introducen otro Dios - y al hacerlo cometen una impiedad - pueden refutar con la mayor facilidad sus dichos. Y si no fuera inconveniente dar ocasión a los débiles de admitir dogmas falsos, nosotros mismos lo hiciéramos, con lo que demostraríamos la mentira de que quienes admiten un Dios distinto no tienen qué responder a las aserciones de Celso. Pero no; nosotros, aparte lo anteriormente dicho (I 35-37.48; II 28-29.37; III 2-4; VI 19-21), vamos ahora a emprender la defensa de los profetas.

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3. Los oráculos antiguos.-La Pitia

Dice, pues: "Los oráculos dados por la sacerdotisa de Apolo Pítico, o las sacerdotisas de Dodona, o de Claros, o en los Branquidas, o en el templo de Ammón o por otro infinitos adivinos, por los que fue poblada casi toda la tierra, no los reputan en nada; mas lo que se dijo - o no se dijo - en Judea al estilo de aquellas gentes, y como aún hoy día lo acostumbran los que habitan en derredor de Palestina y Fenecía, eso sí lo tienen por cosa de maravilla e inmutable". Digamos, pues, acerca de los oráculos enumerados que pudiéramos recoger de Aristóteles y de los peripatéticos una serie no pequeña de textos para refutar lo que se dice sobre la Pitia y demás oráculos; y pudiéramos igualmente aducir lo que dice Epicuro y los que siguen su doctrina sobre los dichos oráculos, y demostrar así que, aun entre los griegos, hay quienes rechazan las supuestas profecías, admiradas en toda la Hélade (cf. PSEUDO-ARIST., De mundo 4; H. USE-NER, Epicúrea fragm.395).

Pero demos de barato no ser invenciones ni pretensiones de gentes que pretenden estar inspirados de Dios los oráculos de la Pitia y demás; pues veamos si, aun concedido eso, nos pueden demostrar quienes con amor a la verdad examinan las cosas que, aun quien acepte la realidad de esos oráculos, no tiene por qué aceptar que hay en ellos dioses de ninguna especie; sí, por lo contrario, ciertos démones malos y espíritus hostiles al género humano que impiden la ascensión del alma y su progreso en la virtud y el establecimiento de la verdadera piedad para con Dios. Se cuenta, pues, de la Pitia -oráculo que parece ser el más famoso de todos-que, sentada la profetisa de Apolo junto a la boca de la caverna Cas-tolia, recibe espíritu a través de los senos femeninos; llena de ese espíritu, pronuncia esos que se tienen por oráculos sagrados y divinos. Por donde es de ver si no se muestra impuro y profano ese espíritu al no entrar en el alma de la profetisa por poros abiertos e invisibles, mucho más puros que los senos femeniles, sino por partes que no es lícito mirar a un hombre honesto, no digamos tocarlas". Y esto no lo hace una o dos veces, cosa que fuera acaso tolerable, sino cuantas se cree que profetiza por inspiración de Apolo. Además, sacar fuera de sí a la que se supone profetiza y llevarla a un estado de frenesí, de modo que no esté absolutamente en sus cabales, no es obra del espíritu divino. Y es así que quien está poseso del espíritu divino debiera sacar más provecho, en orden a lo conveniente o útil, que cualquiera de los que buscan instruirse por los oráculos acerca de lo que puede ayudarles a llevar una vida moderada y conforme a naturaleza, y mostrarse más lúcido justamente en el momento en que lo divino se une con él.

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4. Contraste con los verdaderos profetas

Por eso, nosotros demostraremos por las Sagradas Escrituras que los profetas de los judíos, iluminados por el Espíritu Santo en la medida que les era provechoso a los mismos que profetizaban, eran los primeros en gozar de la venida a sus almas de un ser superior; y por el contacto, digámoslo así, con su alma del que se llama Espíritu Santo, se hacían más lúcidos de inteligencia y más brillantes de alma. Es más, el cuerpo mismo no era ya obstáculo para la vida de virtud, como muerto que estaba a la que nosotros llamamos prudencia de la carne (). Porque estamos persuadidos que las obras del cuerpo () y las enemistades contra Dios que surgen de la prudencia de la carne son mortificadas por obra de un espíritu divino. Ahora bien, si, cuando profetiza, sale la Pitia de sí y no está en sus cabales, ¿qué linaje de espíritu hay que pensar sea ese que derrama tinieblas en la inteligencia y razonamientos? Sin duda del linaje de los démones, que no pocos cristianos arrojan de quienes los padecen, y ello sin medio curioso alguno, sin fórmulas mágicas ni hechizos, sino con sola la oración y conjuros sencillos, cuales pudiera pronunciar el hombre más simple. Efectivamente, por lo general son hombres simples los que hacen eso, demostrándonos así la gracia que hay en la palabra de Cristo, la vileza y debilidad de los démones, pues no es menester para vencerlos y obligarles a que salgan, obedientes, del cuerpo y alma de los hombres, de sabio alguno, experto en demostrar la fe por argumentos lógicos.

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5. Demonología origeniana

Además, si no sólo entre cristianos y judíos, sino también entre muchos de los griegos y bárbaros se cree que el alma humana vive y persiste después de separarse del cuerpo; si la razón demuestra que el alma pura y no agravada con el plomo de la maldad se levanta sobre los aires camino de los lugares de los cuerpos puros y etéreos, dejando los gruesos cuerpos de acá abajo y las impurezas de que están llenos (cf. VI 73), y la mala, arrastrada por sus pecados hacia la tierra y sin poder ni respirar, anda por aquí errante y rodando, ora por los sepulcros, donde han sido vistas apariciones de almas umbrátiles, ora simplemente por parajes de la tierra (PLAT., Phaidon 81c,d; cf. supra II 60), ¿qué linaje de espíritus hay que pensar sean esos que, siglos enteros, por decirlo así, permanecen ligados a ciertas moradas y lugares, ora se deba a encantos mágicos, ora a su propia maldad? La razón, efectivamente, nos convence que deben tenerse por malos, espíritus que se valen de su poder adivinatorio, de suyo indiferente, para engañar a los hombres y apartarlos de Dios y de la pura piedad para con El. Y que sean tales demuéstralo también el hecho de que sus cuerpos, alimentados por los perfumes de los sacrificios y por las porciones de sangre y holocaustos, como quienes hallan ahí sus delicias, se quedan en esos lugares por amor, como quien dice, a la vida; a la manera de esos hombres malvados que no quieren saber nada de la vida pura fuera de los cuerpos, sino que, llevados de su amor a los placeres corporales, no aspiran a más vida que la que se lleva en el cuerpo terreno.

Por lo demás, si el Apolo de Delfos era dios, como se imaginan los griegos, ¿a quién mejor pudiera escoger por profeta sino a un sabio, o, dado caso que no lo hallara, a quien hiciera progresos en la sabiduría? ¿Y por qué no prefirió que profetizara un hombre, y no una mujer? Y ya que quiso fuera una mujer, por no poder disponer de un hombre o porque no hallara gusto más que en los senos femeniles, ¿no hubiera estado mejor escogerse una virgen, y no una mujer casada, que anunciara su voluntad?

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6. Recuerdo socrático.-Hornero

Pero lo cierto es que el dios pítico, tan admirado por los griegos, no tuvo por digno de la posesión divina, como suponen los griegos, ni a un sabio, ni siquiera a un varón; y, dentro del sexo femenino, no se escogió a una virgen, ni sabia y formada en la filosofía, sino a una mujer vulgar. Acaso los hombres superiores eran demasiado buenos para que en ellos obrara la posesión divina. Por otra parte, si era dios, debiera haberse valido de su presciencia como de cebo, por decirlo así, para atraer a los hombres a la conversión, al cuidado de sí mismos y a la mejora moral. Pero lo cierto es que nada nos ha transmitido la historia sobre eso. Cierto que declaró a Sócrates por el más sabio de todos los hombres (PLAT., Apol. 21 A); pero oscureció su elogio con lo que añadió acerca de Eurípides y Sófocles:

"Sabio Sófocles, más sabio Eurípides".

Así, pues, si es cierto que Sócrates es tenido por superior a los poetas trágicos que el oráculo llamó sabios - poetas que luchan en la escena o sobre la orquesta s por razón de cualquier premio, y unas veces infunden pena y compasión a los espectadores, otras les arrancan risas irreverentes (pues ése es el objeto de los dramas satíricos)-, no se lo declara venerable en absoluto por su filosofía y amor a la verdad ni se lo alaba por ser venerable. Lo probable es que no tanto lo llamó Apolo el más sabio de los hombres por razón de su filosofía cuanto por la grasa de los sacrificios que le ofrecía a él y a los otros démones (XEN., Memor. I 1,2; cf. VI 4).

Y parece que los démones hacen lo que se les pide antes bien por razón de los sacrificios que se les ofrecen que no por razón de las obras de la virtud. Así se explica que Hornero, el mejor de los poetas, al contar lo sucedido y queriendo instruirnos sobre lo que mueve señaladamente a los démones a hacer lo que piden quienes les ofrecen sacrificios, introdujo a Grises, que, por unas pocas coronas y unos cuantos muslos de toros y cabras, alcanzó cuanto pidió contra los griegos por causa de su propia hija, es decir, que apremiados por la peste, le devolvieran a Criseida (HoM., Riada 1,34-53). Recuerdo haber leído en un filósofo pitagórico que escribió sobre lo que el poeta dice ocultamente que la oración de Grises a Apolo y la peste que éste manda a los griegos son prueba de que sabía Hornero haber ciertos démones que se complacen en las grasas de los sacrificios y conceden a quienes sacrifican, si se la piden, la destrucción de los otros. Y el que en Dodona, la de duros inviernos, sólo impera donde están sus intérpretes, que andan los pies descalzos y duermen sobre el suelo (HoM., llliada 16,23s), desechó al sexo masculino para la profecía y se vale de las sacerdotisas de Dodona, como lo expuso el mismo Celso. Mas, aunque demos que haya otro oráculo semejante en Claros, otro en los Branquidas y otro en el templo de Ammón, o en cualquier otro paraje de la tierra en que se adivina, ¿cómo se demostrará que hay allí dioses y no ciertos espíritus demónicos?

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7. Contraste con los grandes profetas de Israel

Los profetas, empero, de los judíos unos fueron sabios antes de recibir el carisma profético y la inspiración divina; otros se hicieron tales al ser iluminada su inteligencia por la profecía misma, escogidos que fueron por la divina providencia para serles confiado el Espíritu divino y las palabras que de El vendrían, por razón de lo inimitable de su vida, por su temple firme y libre y por su intrepidez absoluta ante la muerte y el peligro. Y, a la verdad, tales demuestra la razón misma que deben ser los profetas de Dios, ante los cuales parecen juegos de niños la firmeza de un Antístenes, de un Grates y de un Diógenes (cf. II 41). Ellos, por su amor a la verdad y por su libertad en reprender a los que pecaban, fueron apedreados, aserrados, tentados, pasados a filo de espada. Anduvieron errantes, vestidos de pieles de ovejas y de cabras, privados de todo, maltratados, perdidos por los desiertos y montes, y por las cuevas y aberturas de la tierra; de los que no era digno todo el ornato de la tierra (); ellos, que miraban siempre a Dios y a las cosas invisibles de Dios, que no se ven por los sentidos y por eso son eternas (Ps 2).

Escrita está la vida de cada uno de los profetas; mas, de momento, basta aludir a la de Moisés, pues también de él se aducen profecías consignadas en la ley; a la de Jeremías, que consta en la profecía que lleva su nombre; y a la de Isaías, que superó toda ascesis al andar por tres años desnudo y descalzo (Is 20,2-3). Miremos también la dura vida de unos niños, de Daniel y sus compañeros, leyendo cómo bebían agua, se alimentaban de legumbres y se abstenían de carnes (). Y el que sea capaz, vea lo que aconteció anteriormente, cómo profetizó Noé, cómo proféticamente Isaac bendijo a su hijo y cómo Jacob fue diciendo a cada uno de los doce: Venid, que voy a anunciaros lo que sucederá al fin de los días (). Todos estos y otros infinitos, que fueron profetas de Dios, predijeron también lo atañente a Jesucristo. Por eso, ningún caso hacemos de las predicciones de la Pitia, ni de las sacerdotisas de Dodona, ni de las de Claros, de los Bran-quidas o del templo de Ammón ni de otros innumerables que se dicen adivinos. Admiramos, empero, a los profetas de Judea, pues vemos que su vida fuerte, firme y santa era digna de un Espíritu divino, que profetizó de manera nueva, que nada tenía que ver con las adivinaciones de los démones.

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8. Contra la ligereza de Celso

No sé por qué razón, después de decir Celso: "Lo dicho por los de Judea a la manera de aquellas gentes", añadió: "o lo no dicho". Con ello afirma, como un incrédulo, ser posible que no se dijeran aquellas cosas y se escribieran sin haberse dicho. Es que no advierte a los tiempos y que mucho antes dijeron los profetas infinitas cosas, incluso sobre el advenimiento de Cristo. Además,- con intención de desacreditar a los antiguos profetas dice que "profetizaron a la manera que aún hoy día acostumbran hacer los que viven en los contornos de Palestina y Fenicia". Pero no se ve claro si habla de hombres ajenos a la doctrina de judíos y cristianos, o de quienes profeticen a estilo de los profetas judíos. Mas como quiera que se tome lo que dice, se demuestra ser falso. Porque ni los que son ajenos a la fe han hecho jamás nada semejante a los profetas, ni se cuenta que, después de la venida de Jesús, haya habido nuevos profetas entre los judíos. Y es así que, por confesión universal, el Espíritu Santo los ha abandonado, por haber cometido una impiedad contra Dios y contra el que fue profetizado por sus profetas. Signos, empero, del Espíritu Santo se dieron muchos al comenzar Jesús su enseñanza, muchos más después de su ascensión, menos más adelante. Sin embargo, aún ahora quedan algunos rastros de El en unos pocos, cuyas almas están purificadas por el Logos y por una vida conforme al mismo (I 2; II 8.33). Porque un espíritu santo de disciplina huirá del embuste y se apartará de pensamientos insensatos ().

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9. Un "profeta" de acción

Mas ya que Celso promete explicar cómo se profetiza en Fenicia o Palestina, como cosa que él ha oído y puntualmente observado, consideremos también este punto. Empieza diciendo que "hay diversas clases de profecías", pero no las explica. Tampoco hubiera podido, pues se trata de una baladronada mentirosa. Veamos, pues, la que dice ser más cabal entre los hombres de aquella tierra. "Muchos son -dice-esos profetas, gentes sin nombre, que con la mayor facilidad y por cualquier pretexto echan sus peroratas dentro o fuera de los templos. De ellos hay que andan mendigando (cf. 19; II 55 sub finem) y recorren las ciudades y se meten por los campamentos, movidos, dicen, a dar un oráculo. Cualquiera de ellos tiene a mano su acostumbrado discurso: "Yo soy Dios (o Hijo de Dios o Espíritu divino). Heme aquí que he venido, pues el mundo está ya pereciendo y vosotros, ¡oh hombres!, perecéis por vuestras iniquidades. Yo os quiero salvar, y me veréis que otra vez retorno con poder celeste. Bienaventurado el que ahora me dé culto; mas, sobre todos los otros, ciudades y lugares, arrojaré fuego eterno. Y los hombres que no saben sus propias penas, se arrepentirán y gemirán en vano; mas a los que me creyeren, los guardaré eternos". Seguidamente dice: "Después de estas baladronadas, añaden una tiramira de palabras desconocidas, desatinadas y totalmente oscuras, cuyo sentido ningún hombre inteligente pudiera hallar, pues realmente nada significan; pero a cualquier insensato o charlatán le da la mejor ocasión de entenderlas como se le antoja".

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10. La variedad de estilo de los profetas

Ahora bien, si Celso hubiera sido sincero en su acusación, debiera haber citado literalmente las profecías, ora aquellas en que se presentaba hablando al Dios omnipotente, ora aquellas en que se creía hablaba el Hijo de Dios o el Espíritu Santo. Así se viera su empeño en refutar los dichos proféticos y mostrar que no eran divinamente inspirados aquellos discursos que contienen una conversión de los pecados o una reprensión de los hombres del tiempo o una predicción sobre lo por venir. Tal es la razón por que los contemporáneos de los profetas pusieron por escrito y conservaron sus profecías, a fin de que también los posteriores, al leerlas, las admiraran corno palabras de Dios, se aprovecharan no sólo de las que reprenden y exhortan a la conversión, sino también de las que predicen, convenciéndose, por su cumplimiento, haber sido un espíritu divino el que las predijo, y así perseveraran en Ja práctica de la religión conforme al Logos, creyendo a la ley y a los profetas. Ahora bien, todo aquello que los oyentes era bien entendieran inmediatamente, pues era parte para la corrección de sus costumbres, lo dijeron, conforme a la voluntad de Dios, sin velo de ninguna clase; lo misterioso, empero, lo que es objeto de contemplación y teoría, que va más allá de lo que puede oír el vulgo, lo expresaron por medio de enigmas y alegorías, los que se llaman discursos oscuros, parábolas y proverbios (). De este modo, los que no rehuyen el esfuerzo, sino que soportan todo esfuerzo por amor de la virtud y la verdad, lo examinan y hallan su sentido, y, habiéndolo hallado, lo aplican según pide la razón. Pero este magnífico Celso, como despechado de no entender esos discursos de los profetas, se desata en insultos contra ellos, diciendo: "Después de esas baladronadas, añaden una tiramira de palabras desconocidas, desatinadas y totalmente oscuras, cuyo sentido no podría averiguar ningún hombre inteligente, pues realmente no lo tienen, pero dan buena ocasión a cualquier botarate o charlatán para aplicárselas como se le antoja". A mi parecer, aquí habla Celso maliciosamente, con intento de impedir, en cuanto de él dependa, que quienes lean las profecías traten de inquirir y examinar su sentido, y le pasa como a los que dijeron de cierto profeta que entró a cierto personaje y le anunció lo por venir: ¿A qué ha entrado a ti ese loco? ().

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11. Orígenes da ejemplo

Indudablemente, hay razonamientos más sabios que los que nosotros alcanzamos con que se puede demostrar que Celso miente en esto que dice, y que las profecías están divinamente inspiradas; sin embargo, según nuestras fuerzas, también nosotros lo hemos hecho, comentando verso por verso las que Celso llama palabras desatinadas y de todo punto oscuras, en nuestros estudios sobre Isaías, Ezequiel y algunos de los doce profetas menores 6 . Y si Dios nos diere algún progreso en la inteligencia de su palabra, en los tiempos que El quisiere, añadiremos a lo ya comentado lo que falta o lo que llegáremos a entender con claridad. Y otros también, dotados de inteligencia, que quieran estudiar la Escritura, podrán hallar su sentido, pues si es cierto que en muchos puntos es verdaderamente oscura, no lo es que, como afirma Celso, no tenga ningún sentido. Tampoco puede cualquier insensato o charlatán alisarlo todo y aplicar lo que se dice como se le antojare; no, sólo el que de verdad sea sabio en Cristo-y todo el que lo sea-puede presentar todo el contexto de lo que veladamente se dice en las profecías; hay que comparar lo espiritual con lo espiritual (CF 1) y demostrar cada uno de los hallazgos por el uso ordinario de las Escrituras.

Tampoco es de creer Celso cuando dice haber oído con sus propios oídos a parejos hombres, pues en sus tiempos no hubo profetas parecidos a los antiguos. En tal caso, a la manera como se escribieron las profecías antiguas, se hubieran también consignado las posteriores por obra de quienes las recibieron y admiraron. A mi ver, es de todo punto patente la mentira de Celso cuando dice que "los supuestos profetas, argüidos por él, le confesaron tratarse de un fraude y que se inventaban los desatinos que pronunciaban". Su deber fuera haber citado los nombres de quienes dice haber oído con sus propios oídos, y así, por los nombres, si es que los podía alegar, apareciera claro a quienes pueden juzgar si decía la verdad o mentía.

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12. Nada hay malo ni torpe en las Escrituras

Opina además Celso que quienes defienden la causa de Cristo por los profetas nada tienen que responder desde el momento en que aparece algo malo, torpe, impuro o abominable que se dice acerca de Dios. De ahí es que, como si no hubiera defensa alguna, se saca Celso infinitas conclusiones acerca de cosas que no se le han concedido. Pero es de saber que quienes quieren ordenar su vida conforme a las divinas Escrituras, y saben que la ciencia del insensato son discursos ininteligibles (Eccli 21,21); los que además han leído: Prontos siempre a responder a todo el que os pida razón de vuestra esperanza (CF 1), no se refugian solamente en que todo esto fue predicho (VII 2), sino que tratan de resolver las aparentes contradicciones y demostrar que nada hay en las Escrituras malo ni torpe, impuro ni abominable; a lo más, tal aparece a los Dios, como tal, no come que no saben cómo haya de entenderse la Escritura divina '. En cuanto a Celso, debiera haber alegado lo que en los profetas le pareció malo, lo que le dio impresión de torpeza, lo que tuvo por impuro o supuso ser abominable, dado caso que viera haber dicho los profetas cosas semejantes; así su razonamiento hubiera resultado más impresionante y más apto para lograr su intento. Pero la verdad es que nada alega, sino que se contenta con bravuconear que tales cosas aparecen en las Escrituras, levantándoles falso testimonio. Ahora bien, no hay razón que nos persuada a responder a ruidos hueros y demostrar que en los discursos de los profetas no hay nada malo ni torpe, impuro ni abominable.

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13. Dios, como tal, no come

Pero tampoco es cierto que "Dios haga o padezca cosas torpísimas", ni que "esté al servicio del mal", como piensa Celso; pues nada de eso fue predicho. Y si él afirma "haber sido predicho que Dios estaría al servicio del mal o que haría o padecería cosas torpísimas", debiera haber aducido los textos de los profetas que lo demuestren y no querer manchar sin razón a quienes le escuchan. Los profetas predijeron, desde luego, lo que padecería Cristo, y hasta dijeron la causa por que padecería; y también Dios sabía lo que padecería su ungido; pero ¿de dónde sacar que esos sufrimientos eran "lo más abominable e impuro que cabe imaginar", como afirma Celso? Pero acaso nos enseñe cómo efectivamente fueron cosas abominables e impurísimas las que sufrió Dios cuando dice que Dios "comiera carnes de oveja y bebiera hiél y vinagre, ¿qué otra cosa era sino comer porquerías?" Pero, según nosotros, Dios no comía carnes de oveja; pues, si es cierto que Jesús parecía comer, comía en cuanto llevaba un cuerpo. Respecto de la hiél y vinagre, que fueron profetizados en el salmo: Y mezcláronme hiél en la comida y en mi sed me abrevaron con vinagre (Ps 68,22), ya hablamos de ello anteriormente (II 37), y Celso nos fuerza a repetirnos. Y es así que todos los que acechan contra la palabra de la verdad ofrecen a Cristo, Hijo de Dios, la hiél de su maldad y el vinagre de su propia propensión a lo peor; pero El, una vez probado, no lo quiere beber (Mt 27,34).


Origenes contra Celso 678