Origenes contra Celso 829

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29. Los alimentos, cosa diferente

Es de saber, sin embargo, que los judíos que se imaginan entender la ley de Moisés, guardan respecto de los alimentos la norma de comer de los que la ley define como puros y abstenerse de los impuros; es más, ni siquiera comen de la sangre de un animal, ni de los que destroza una fiera ni de otros; sobre todo lo cual habría mucho que decir y, por lo tanto, no es propio de este momento discutirlo. La doctrina, empero, de Jesús, que quería llamar a todos los hombres a la religión pura, quería, por el mismo caso, evitar que muchos que por el cristianismo podían mejorar en sus costumbres, se retrajeran de abrazarlo por razón de la legislación, demasiado molesta, acerca de la comida. De ahí que Jesús afirmara : No mancha al hombre lo que entra en la boca del hombre, sino lo que sale de ella; pues lo que entra en la boca, dice, va a parar al vientre, y se echa luego en el retrete. Mas lo que sale de la boca son pensamientos malos que se hablan, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y blasfemias (Mt 15,11 Mt 17 Mt 19). Y Pablo dice también: La comida no nos recomendará a Dios; pues ni por comer tendremos ventaja, ni por no comer sufriremos mengua (Mt 1). Todo esto tiene alguna oscuridad si no se explica * , de ahí que les pareciera bien a los apóstoles de Jesús y a los ancianos reunidos en Antioquía (erravit Orígenes) y, como ellos mismos dijeron, al Espíritu Santo (), escribir una carta a los creyentes de la gentilidad con la prohibición respecto de comidas, como ellos dijeron, de lo estrictamente necesario; y esto se redujo a lo sacrificado a los ídolos, lo sofocado y la sangre.

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30. ¡Dentones de nuevo!

Porque lo sacrificado a los ídolos se sacrifica a los demonios, y no es bien que un hombre de Dios se haga comensal de una mesa de demonios. En cuanto a lo sofocado, como no se ha separado la sangre, que dicen ser el alimento de los démones, que se nutren de los vapores que de ella emanan, nos lo prohibe la Escritura, para que no nos alimentemos de comida de demonios. Si comiéramos de lo sofocado, tal vez algunos de tales espíritus se alimentarían con nosotros (cf. supra II 28). De lo dicho acerca de lo sofocado puede verse claro lo referente a la abstención de sangre. Y venido a este punto, no me parece fuera de lugar citar una sentencia muy bien dicha que también muchos cristianos leen, escrita que está en las Sentencias de Sexto, y dice así: "Comer de seres animados es cosa indiferente, pero abstenerse es más razonable" (SEXTI PYTHAG., Sent., ed. A. Elter, n.109; cf. ORIG., In Matth. XV 3). No nos abstenemos, pues, simplemente por una costumbre tradicional de los supuestos sacrificios ofrecidos a los llamados dioses, héroes o démones, sino por muchas más razones, algunas de las cuales he expuesto aquí. Además, tampoco tenemos obligación de abstenernos de comer en absoluto de todos los animales, como debemos apartarnos de toda maldad y de cuanto viene de la maldad. Y no sólo de la carne de animales, sino de cualquier otro alimento hay que abstenerse si al tomarlo nos dejáramos llevar de la maldad o de sus efectos. Así hay que evitar comer por glotonería, o dejándose llevar I0 del placer, sin miramiento a la salud y cuidado del cuerpo.

Sin embargo, no decirnos en absoluto que se dé la transmigración del alma ni que ésta caiga en animales irracionales; y es evidente que, si nos abstenemos alguna vez de animales, no dejamos de comer sus carnes por las mismas razones que Pitágoras. Y es así que nosotros sólo sabemos honrar el alma racional, mas los órganos de ella los llevamos con honor, según los usos y costumbres, al sepulcro. Cosa digna es, en efecto, no arrojar deshonrosamente y al azar, como si se tratara de bestias, lo que fue morada del alma racional (cf. IV 59; V 24; VIII 50). Tal es señaladamente el caso de quienes creen que el honor tributado al cuerpo en que moró un alma racional recae en el que recibió esa misma alma, la cual, por ese órgano, luchó valerosamente. En cuanto a la cuestión: ¿Cómo resucitarán los muertos y con qué cuerpo vendrán (Mt 1), ya antes (V 18 v. fin.) respondimos brevemente, como lo pide la índole de este escrito.

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31. Démones y ángeles

Después de esto pone Celso lo que, como es notorio, alegan cristianos y judíos cuando justifican su abstención de los sacrificado a los ídolos y dicen que quienes se han consagrado al Dios supremo no deben tomar parte en banquetes de démones. En réplica a ello dijo el texto que hemos citado.

Ahora bien, nosotros no conocemos más modos de tener parte con los demones en materia de comidas y bebidas si no es comiendo lo que el vulgo llama sacrificios de los ídolos (cf. VIII 21) o bebiendo el vino de la libaciones hechas a los demonios; Celso, empero, opina que banquetea con los demones el que toma un pedazo de pan, o se bebe unos sorbos de vino o gusta de unas frutas; aun el que sólo beba agua, dice él que banquetea en ello con los demones. Y aún añade que quien respira este aire, común a todos, lo recibe también de ciertos demones. Demones que están al frente del aire hacen merced de él a los animales que lo respiran.

Así, pues, siga quien quiera la sentencia de Celso; pero demuestre que no son ángeles divinos de Dios, sino demones, cuya raza entera es mala, los que tienen orden de administrar todo lo antedicho. Porque también nosotros afirmamos que, sin estos labradores invisibles, digámoslo así, y sin otros mayordomos, no sólo de los frutos de la tierra, sino de toda agua manantial y del aire, la tierra no produce lo que se dice es administrado por la naturaleza, ni el agua mana y corre en las fuentes y en los ríos que de ellas nacen, ni el aire se conserva incorrupto, ni se torna vivificante para los que lo respiran. No decimos, ciertamente, que tales mayordomos invisibles sean los demones; antes bien, si hubiéramos de atrevernos a decir qué obras, ya que no éstas, proceden de los demones, diremos que son las pestes, la esterilidad de las viñas y árboles frutales, las sequías y hasta la corrupción del aire, que daña a los frutos y es a veces causa de la muerte de los animales y de peste entre los hombres. Todo esto lo producen por sí mismos los demones, como una especie de verdugos ", que, por oculto juicio de Dios, reciben potestad de hacerlo en determinados tiempos, ora con el fin de convertir a los hombres que se precipitan en el torrente de la maldad, ora para prueba del linaje de los seres racionales. Así, los que entre tales calamidades se mantienen piadosos y no se tornan en absoluto peores, ponen de manifiesto su carácter a los espectadores, visibles e invisibles, que hasta entonces no los habían mirado; los de disposiciones contrarias, por otra parte, pero que saben ocultar su maldad, al quedar convictos por los acontecimientos de lo que son, ellos mismos tengan conciencia de sí mismos y se manifiesten, digámoslo así, a sus espectadores.

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32. Toda criatura es buena

El salmista mismo testifica que las calamidades, por juicio divino, son directamente producidas por obra de ciertos ángeles malos cuando dice:

Envióles al fuego de su ira,

indignación, furor y duro estrago,

tropel de mensajeros de desgracias (Ps 77,49).

Ahora, si a los démones se les permite a veces algo más que esto-ellos que siempre lo quisieran hacer, pero no siempre pueden por impedírselo alguien-es cuestión que ha de examinar el que sea capaz de ello, considerando, en cuanto le es posible a la naturaleza humana, la súbita separación del cuerpo por parte de muchas almas que van por caminos que llevan a la muerte, cosa esta indiferente. Y es así que grandes son los juicios de Dios y por su grandeza incomprensibles para una inteligencia que está aún ligada al cuerpo mortal. De ahí que sean también difíciles de explicar y, para almas incultas, de todo punto incontemplables (). Esta es también la razón por que hombres temerarios, por su ignorancia sobre estas cosas y por su arrogancia contra Dios, hija de su temeridad, hacen prosperar las impías doctrinas contra la providencia.

Así, pues, no recibimos de los démones las cosas necesarias para la vida, aquellos señaladamente que hemos aprendido a usar de ellas debidamente; ni los que toman un bocado de pan, o un trago de vino, o gustan de frutas, .o beben agua o respiran el aire se sientan a la mesa con démones, sino más bien con ángeles divinos, que están puestos al frente de esas cosas, como convidados a la mesa del hombre piadoso, que ha entendido la enseñanza de la palabra divina: Ora comáis, ora bebáis, ora hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios (Ps 1). Y en el mismo sentido se dice en otro lugar: Hacedlo todo en nombre de Dios (Col 3,17). Ahora bien, si comemos y bebemos y respiramos para gloria de Dios, y todo lo hacemos conforme a la palabra divina, sigúese que no somos comensales de los démones, sino de los ángeles de Dios. Y es así que toda criatura de Dios es buena, y nada debe reprobarse con tal de que se tome con nacimiento de gracias, pues se santifica por la palabra de Dios y la oración (Col 1). Pero no sería buena ni capaz de santificación si, como se imagina Celso, esas cosas estuvieran encomendadas a los démones.

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33. Contra un dilema de Celso

Por aquí se ve claro quedar ya respondido lo que seguidamente dice Celso y es de este tenor: "Luego, o hay que renunciar en absoluto a la vida y no venir siquiera a este mundo, o quien en estas condiciones viene tiene que dar gracias a los dioses a quienes ha cabido la administración de las cosas de la tierra, pagarles primicias y votos mientras vivamos, a fin de tenerlos benévolos". Naturalmente que debemos vivir, y debemos vivir conforme a la palabra de, Dios en cuanto nos es posible y nos es dado vivir conforme a ella; y una de las formas en que se nos da es que, ora comamos, ora bebamos, todo lo hacemos para gloria de Dios (Col 1). Y no hay tampoco por qué abstenerse, con hacimiento de gracias al Creador, de las cosas por El creadas para nuestro uso. Y en estas condiciones, más bien que las que supone Celso, fuimos traídos por Dios al mundo, y no estamos sujetos a los démones, sino al Dios sumo por medio de Jesucristo, que nos ha llevado a El.

Por lo demás, según leyes de Dios, a ningún demon le ha cabido en suerte la administración de las cosas de la tierra; si bien es probable que, por su propia iniquidad, se hayan distribuido entre sí aquellas regiones en que no se da conocimiento de Dios ni vida conforme a su volurftad, o donde hay muchos ajenos a Dios. Posible es también que, como señores dignos de los malvados y verdugos de ellos, el Logos, que todo lo rige y gobierna, los haya puesto al frente de quienes se han sometido a la maldad y no a Dios. Por semejantes razones, allá Celso, que desconoce a Dios, pague sus acciones de gracias a los démones; nosotros, empero, sólo damos gracias al Hacedor del universo, y comemos los panes ofrecidos con hacimiento de gracias y oración sobre los dones, panes que, en virtud de la oración, se convierten en cierto cuerpo santo que santifica también a los que lo toman con pura intención 12.

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34. Primicias, sólo al Creador

Quiere además Celso que se ofrezcan primicias a los démones; nosotros, empero, al que dijo: Brote la tierra hierba verde que lleve semilla según su especie y semejanza, y árbol frutal que produzca fruto, cuya semilla esté en él según su especie sobre la tierra (). Y al mismo a quien pagamos las primicias, elevamos también nuestras oraciones, pues tenemos un sumo sacerdote, que penetró los cielos, a Jesucristo, Hijo de Dios (); y esta confesión mantenemos mientras vivimos, pues sentimos benévolo a Dios y a su Unigénito, que se nos muestra en Jesús.

Y si deseamos una muchedumbre de seres que nos sean benévolos, sabemos que millares de millares le asistían y decenas de decenas de millar le servían (). Todos éstos miran como parientes y amigos a los que imitan su piedad para con Dios, y cooperan a la salvación de los que invocan a Dios y oran sinceramente. Ellos se les aparecen y tienen por un deber escuchar y acudir, como por un convenio, en auxilio y salvación de los que oran al mismo Dios al que oran ellos. Todos son, en efecto, espíritus administrativos, enviados para servir a los que han de alcanzar la salud (), Digan, pues, enhorabuena los sabios griegos que al alma humana se le asigna desde que nace un demon; mas Jesús nos enseñó que no despreciemos ni aun a los más pequeños de la Iglesia, porque-nos dice-los ángeles de ellos están mirando en todo momento la faz de mi Padre del cielo (Mt 18,10). Y el profeta dice también:

El ángel del Señor su campo pone

en derredor de aquellos que lo temen, y los salva (Ps 33,8).

En resolución, tampoco nosotros negamos que haya muchos démones en el mundo; afirmamos más bien que los hay y que tienen poder sobre los malos a causa precisamente de la maldad de éstos; pero nada pueden contra los que se han vestido de la panoplia (o armadura completa) de Dios y han recibido fuerza para resistir a las asechanzas del diablo y se ejercitan continuamente en la lucha contra él, pues saben que nuestra lucha no es contra carne y sangre, sino contra potestades y principados, contra los que mandan sobre las tinieblas de este siglo, contra los espíritus de la maldad en los espacios celestes ().

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35. Ni el sabio ni el cristiano hacen daño a nadie

Consideremos ahora otro texto de Celso que dice así: "Un sátrapa, un gobernador, un general o un procurador del rey de los persas o del emperador romano, y hasta los que desempeñan magistraturas, cargos o servicios inferiores a ésos, pueden hacer gran daño si no se les tributan los debidos obsequios; ¿y los sátrapas y ministros del aire y de la tierra sólo podrán hacérnoslo ligero si se los ultraja?" Es de ver cómo introduce Celso, a la manera humana, sátrapas del Dios supremo, gobernadores, generales y procuradores y hasta los que desempeñan magistraturas, cargos y servicios inferiores, todos con ánimo de infligir graves daños a quienes los agravien; y no se percata que ni un hombre sabio quisiera dañar a nadie, sino que a los mismos que lo insultan trata, en lo posible, de convertirlos y mejorarlos. A no ser que, por lo visto, los sátrapas y gobernadores y generales que Celso atribuye a Dios estén moralmente por bajo de Licurgo, legislador de los la-cedemonios, y de Zenón de Citio. Y es así que Licurgo, teniendo en su poder al hombre que le había arrancado un ojo, no sólo no tomó venganza de él, sino que no dejó de encantarlo hasta persuadirle que se diera a la filosofía (PLUTARCH., Lycurg. 11). Y a Zenón le dijo uno: "¡Así me muera si no me vengo de ti!"; y él le respondió: "¡Y yo, si no te hago amigo mío!" (ID., De cohibenda ira 14)13.

Y no hablo ahora de los que se han configurado según la enseñanza de Jesús y entienden su palabra: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os maltratan, para ser así hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llueve sobre justos e injustos (Mt 5,44-45). Y en los discursos profetices dice así el justo:

¡Oh Señor y Dios mío!, si tal hice,

si iniquidad mis manos mancha,

si fui causa de mal contra mi amigo...

que a mi alma persiga el enemigo y le dé alcance,

mi vida pisotee sobre el suelo

y mi honor lleve al polvo (Ps 7,4-6).

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36. Nada puede sufrir el verdadero cristiano por parte de los démones

Pero los ángeles, que son los verdaderos sátrapas, gobernadores, generales y procuradores de Dios, no dañan, como se imagina Celso, a los que los ofenden; y si dañan ciertos démones, de que el mismo Celso tuvo alguna idea, dañan como malos, y no porque se les haya encomendado satrapía alguna, ni generalato ni procuraduría de Dios, y dañan sólo a quienes les obedecen y se les han sometido como a amos. Es posible que también por esta causa reciban daño quienes, en cada lugar, infringen la ley que prohibe comer ciertos alimentos, caso que los infractores sean de los que están bajo el señorío de los démones; mas si hay quienes no están bajo tal señorío ni se han sometido al demonio del lugar, como quienes han mandado a paseo a tales demonios, se ven libres de padecer de parte de ellos; aunque pueden ser dañados por ellos si, por ignorancia de los unos, se someten a los otros. El cristiano, empero, el verdadero cristiano, digo, que se ha sometido a sí mismo a Dios y a su Logos, no puede sufrir daño alguno de parte de los demonios, puesto que es más fuerte que los demonios. Y no puede sufrirlo, porque

el ángel del Señor su campo pone

en derredor de aquellos que lo temen,

y El los salva (Ps 33,8);

y su ángel está en todo momento contemplando la faz del Padre del cielo (Mt 18,10), y en todo momento, por mediación del único sumo sacerdote (), presenta sus oraciones al Dios del universo, y hasta ora El mismo junto con el que tiene encomendado.

No nos venga, pues, Celso con ese coco, amenazándonos con el daño que nos inflijan los démones si les negamos nuestros obsequios. Nada, en efecto, nos pueden hacer los démones por más que los despreciemos, a quienes nos hemos consagrado al que puede ayudar a todos los que lo merecen y pone además a sus propios ángeles para custodia de los piadosos para con El, a fin de que ni los ángeles contrarios, ni el príncipe de ellos, que es llamado príncipe de este mundo (), puedan hacer nada contra los que se han consagrado a Dios.

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37. Dios entiende toda lengua

Luego se olvida Celso de que está hablando con cristianos, que oran al Dios único por medio de Jesucristo, y revuelve cosas de otros, se las pega sin razón alguna a los cristianos y dice: "Si se los nombra con nombres bárbaros, tienen algún poder; pero, si se les habla en griego o latín, ninguno" (cf. I 6.25; V 45; VI 40). Muestre, en efecto, a quién nombramos nosotros con nombre bárbaro para invocarlo en nuestra ayuda. Que Celso dijo eso a humo de pajas contra nosotros puede persuadirse quien advierta que la mayoría de los cristianos no emplean siquiera en sus oraciones los nombres que constan en las Escrituras divinas y designan propiamente a Dios; los griegos oran a Dios en griego, y los romanos en latín, y así, por el estilo, cada uno en su propia lengua ora y alaba a Dios lo mejor que puede. Y el que es Señor de toda lengua oye a los que le ruegan en toda lengua, como si fuera, por decirlo así, una voz sola, que es lo que cada lengua significa y se expresa por los varios modos de hablar. Porque no es el Dios supremo de los que han recibido en suerte un habla particular, griega o bárbara, y ya no entienden las otras o no se preocupan de los que hablan lengua distinta.

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38. El daño más grande

Luego apunta algo que, o no oyó a ningún cristiano, o sólo a alguno sin ley ni formación, y afirma que dicen los cristianos: "Pues yo me acerco a la estatua de Zeus, de Apolo o de cualquier otro dios, blasfemo de ellos y les doy puñetazos, y no se vengan en absoluto" (cf. VII 36.62; VIII 4). Celso no advierte que, en la ley divina, hay entre otros este precepto: No blasfemarás de los dioses (Ex 22,28), a fin de que nuestra boca no se acostumbre a maldecir, pues oímos que se nos manda: Bendecid y no maldigáis (), y se nos enseña que los maldicientes no poseerán el reino de Dios (Ex 1). Por lo demás, ¿quién hay tan necio entre nosotros que diga parejas palabras y no vea que tal procedimiento no contribuye para nada a destruir la idea que se tiene de los supuestos dioses? Y es así que vemos cómo gentes de todo punto ateas, que niegan la providencia y han engendrado una cáfila de supuestos filósofos con doctrinas perversas e impías, nada sufren de los que el vulgo tiene por males, ni ellos ni los que abrazan sus doctrinas, sino que se enriquecen y gozan de perfecta salud. Ahora que, si se mira el daño que hay en ellos, se verá que lo sufren en su inteligencia. Porque ¿qué daño mayor que no comprender por el orden del mundo a su Hacedor? ¿Y qué peor desgracia que ser ciego de inteligencia y no ver al padre y artífice del universo?

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39. Orden de destierro contra Cristo y los cristianos

Ya que nos ha atribuido parejos razonamientos y calumniado a los cristianos, que nada de eso dicen, se imagina construirse una apología, que es más bien una broma que una apología, diciendo, como si hablara con nosotros : "¿Con que no ves, querido, que hay quien se pone también delante de tu demon, y no sólo blasfema de él, sino que, por público bando, se lo expulsa de toda tierra y mar, y a ti, que eres como estatua consagrada a él, se te conduce, maniatado, a clavarte en un palo? Y tu demon o, como tú dices, el Hijo de Dios, no te venga para nada" (cf. V 41; VIII 41.54.69). Esta defensa tendría razón de ser si nosotros habláramos como él escribe que hablamos; o, por mejor decir, ni aun así diría Celso la verdad al llamar demon al Hijo de Dios. En nuestro sentir, pues decimos que todos los démones son malos, no puede llamarse así al que a tantos hombres ha convertido a Dios, sino Dios Logos e Hijo de Dios; mas en cuanto a Celso, que nada ha dicho de los démones malos, no sé como se olvida de sí mismo y llama demon a Jesús.

Por lo demás, los castigos anunciados contra los impíos llegarán más tarde, después de los remedios, a - que no atendieron, sobre los que fueren sorprendidos, como si dijéramos, en maldad incurable.

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40. Los molinos de Dios...

Nosotros, sea lo que fuere lo que decimos sobre castigos, lo cierto es que, por esa doctrina, apartamos a muchos de sus pecados; consideremos, en cambio, lo que responde el sacerdote de Apolo o de Zeus que cita Celso: "Los molinos, dice, de los dioses muelen despacio" (SEXTUS EMPIR., Adv. math. 1,287; PLUTARCH., Mor. 549d), y (su acción llega)

"hasta los hijos de los hijos

que luego nacerán en larga serie" (Ilíada, XX 308).

Pero es de ver cuánto mejor es estotro: No morirán los padres por los hijos, ni los hijos morirán por los padres; cada uno morirá por su propio pecado (); y esto: El que comiere la uva agraz, ése sufrirá la dentera (); y estotro : No pagará el hijo la iniquidad de su padre, ni pagará el padre la maldad del hijo; la justicia del justo le será reconocida, y la iniquidad del inicuo sobre él recaerá (Ex 18,20).

Mas si alguno dijere que al dicho "Hasta los hijos de los hijos que luego nacerán en larga serie" se asemeja el de la Escritura: ... que castigo la maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen (Ex 20,5), sepa que en Ezequiel se dice ser eso una parábola, cuando recrimina a los que dicen: Los padres se comieron el agraz, y los hijos sufren la dentera (Ez 18,2). A lo que añade: Vivo yo, dice el Señor, que no será así, sino que cada uno morirá por su propio pecado (3-4). Ahora, qué quiera decir esa parábola de que los pecados se pagan hasta la tercera y cuarta generación, no es éste momento de explicarlo.

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41. Un alma serena jamás maldice

Luego, imitando a vejezuelas, entre un chaparrón de injurias, dice así: "Tú, insultando las estatuas de los dioses, te ríes; quizá no te fueras tan alegre de haber insultado a Dioniso o a Heracles en persona. En cambio, los que en persona tendieron en la cruz a tu Dios y lo atormentaron, ni ellos, autores del atropello, sufrieron nada, ni después de tan largo espacio ha pasado tampoco nada. ¿Qué novedad ha ocurrido desde entonces por la que pudiéramos creer I4 que no fue aquél un hechicero, sino el Hijo de Dios? Y, por lo visto, el que mandó a su hijo con no sabemos qué recados, consintió que fuera tan cruelmente maltratado hasta perderse juntamente '" con sus recados, y, no obstante tanto tiempo pasado, no ha caído en la cuenta. ¿Qué padre tan desalmado es ése? Mas acaso digas que aquél lo quiso así, y por ello se dejó maltratar. Pues también yo pudiera contestarte que éstos también, a quienes tú blasfemas, lo quieren así, y por eso aguantan que tú blasfemes. Porque no hay como comparar igual con igual. Pero es que éstos saben muy bien vengarse de quien los blasfema, ora que por ello huya y se esconda, ora se le coja y perezca".

También a esto puedo decir que nosotros no insultamos o maldecimos a nadie, pues estamos persuadidos de que los maldicientes no heredarán el reino de Dios (Ez 1), y leemos el precepto evangélico: Bendecid a los que os maldicen (Mt 5,44), y: Bendecid y no maldigáis () y, en fin: Cuando se nos insulta, bendecimos (Mt 1). Y aunque el maldecir tiene cierta razón de venganza en el hombre que parece haber recibido un agravio, ni siquiera esa razón nos permite a nosotros la palabra de Dios; ¡con cuánto menor razón habrá que maldecir cuando ello pone de manifiesto una enorme necedad! Y necio es igualmente maldecir a una piedra, al oro o a la plata, que son configurados en supuesta forma de dioses para los que están muy lejos de la divinidad. Por el mismo caso, tampoco nos burlamos de las estatuas inanimadas, sino, a lo sumo, de los que las adoran. Y aun supuesto que algunos démones se asienten en ciertas estatuas y se crea ser uno Dioniso, otro Heracles, ni aun a éstos maldecimos. Pareja maldición es, en efecto, cosa vana, que en modo alguno dice con quien tiene un alma mansa, pacífica y serena y que sabe no debe maldecirse a nadie ni por razón de su maldad, trátese de un hombre o de un demon.

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42. La ruina de Jerusalén, castigo de la muerte de Jesús

Pero no sé cómo, bien contra su voluntad, Celso, que poco antes ha exaltado a démones o dioses, ahora nos los presente como seres malísimos de hecho, pues castigan a quien los insulta más con ánimo de venganza que de corrección. Dice, en efecto, que "quizá no te fueras tan alegre de haber insultado a Dioniso o Heracles en persona". Explique quien quiera cómo oiga el dios sin estar presente y por qué unas veces lo está y otras se ausenta; ¿qué ocupación apremia a los démones para trasladarse de lugar a lugar?

Luego, seguramente porque se imagina que nosotros decimos ser Dios el cuerpo de Jesús tendido y atormentado en la cruz y no la divinidad que hay en él, y que precisamente fuera tenido por Dios cuando se lo crucificaba y atormentaba, añade Celso: "En cambio, los que a tu Dios en persona tendieron y atormentaron sobre la cruz, nada sufrieron por parejo atropello". Mas, como ya anteriormente (III 25; VII 16-17) hemos hablado largamente sobre los sufrimientos humanos de Jesús, damos ahora de mano adrede a ese tema, para no dar la impresión de que nos repetimos.

Otra cosa es lo que dice Celso sobre que "nada les pasó, en tan largo tiempo, a los I6 que ejecutaron a Jesús". A él y a quienes quisieren saberlo les haremos ver que la ciudad en que el pueblo judío pidió que Jesús fuera crucificado, gritando: Crucifícalo, crucifícalo (LE 23,21) (porque prefirieron que se soltara a un bandido, echado a la cárcel por sedición y homicidio, y fuera, en cambio, crucificado Jesús, que fue entregado por envidia), esa ciudad, decimos, fue poco después combatida, y se le puso por mucho tiempo tan terrible cerco, que fue destruida desde sus cimientos y quedó despoblada, pues Dios juzgó a los habitantes de aquel lugar por indignos de gozar de la vida humana. Y, si cabe decir una paradoja, todavía los trató con miramiento al entregarlos a sus enemigos, pues los veía incurables en orden a su conversión y que cada día iba en aumento el torrente de su maldad. Y ello sucedió por haberse derramado, por insidias de ellos, la sangre de Jesús en aquella tierra, que ya no pudo contener a los que tan grande crimen cometieran contra El.

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43. Algo nuevo ha pasado en el mundo después de la muerte de Jesús

He ahí, pues, algo nuevo que pasó después que Jesús sufrió; me refiero a los acontecimientos de la ciudad y pueblo judío, y al nacimiento súbito del pueblo cristiano, que nació como de golpe. Y novedad fue también que los que eran ajenos a los testamentos de Dios y extraños a las promesas, los que estaban lejos de la verdad (), la han aceptado por cierta virtud divina. Esto no fue obra de un hechicero, sino de Dios, que, por razón de sus mensajes, envió en Jesús a su Logos; cierto que fue torturado, de forma que se acusa de crueldad a los que injustamente lo torturaron, pero El lo sufrió todo con el mayor valor y con entera mansedumbre. En cuanto a la tortura misma, no destruyó los mensajes de Dios, sino que, si cabe decirlo así, los dio más bien a conocer, como lo enseñó Jesús mismo diciendo: Si el grano de trigo no cae a tierra y muere, se queda él solo; pero si muere, da mucho fruto (). Jesús, pues, que era •el grano de trigo, después de morir, dio mucho fruto, y su Padre mira siempre con su providencia los frutos que han nacido del grano de trigo, los que aún están naciendo y los que nacerán en lo por venir. Santo es, por ende, el Padre de Jesús, ese Padre que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros (), cordero suyo que era, a fin de que, como cordero de Dios que moría por todos, quitara el pecado del mundo ().

Seguidamente repite Celso su dicho contra los que insultan las estatuas, y dice: "Mas también pudiera contestarte que estos a quienes tú blasfemas, lo quieren así, y por eso aguantan que se los blasfeme; pues no hay como comparar igual con igual. Sin embargo, éstos saben muy bien vengarse de quien los insulta, ora que por ello huya y se esconda, ora se lo atrape y perezca". Así, pues, los démones no acostumbran vengarse de los cristianos porque blasfemen de ellos, sino porque los expulsan de sus estatuas y de los cuerpos y almas de los hombres. Sin saber lo que hacía, Celso dijo alguna verdad en este pasaje. Pues verdad es que están llenas de démones las almas de los que condenan a los cristianos, de quienes los traicionan y de quienes aplauden que se les haga la guerra.

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44. La persecución de los cristianos, obra de los démones

Mas, como quiera que las almas de los que mueren por causa del cristianismo y salen gloriosamente del cuerpo por amor de la religión destruían el poder de los démones y debilitaban su conjura contra los hombres, por eso creo yo que, amaestrados por la experiencia de que son derrotados y dominados por los testigos de la verdad, tuvieron miedo de vengarse otra vez de ellos. De este modo, mientras se olviden de los golpes que han sufrido, es probable que haya paz entre el mundo y los cristianos; sin embargo, cuando junten su ejército y, cegados por su maldad, quieran de nuevo perseguir a los cristianos, otra vez serán por ellos destruidos; y entonces, una vez más, las almas de los hombres religiosos que, por amor de la religión, se desnudan de sus cuerpos, derrotarán el ejército del maligno.

En mi opinión, como los démones se han dado cuenta de que los vencedores, al morir por la religión, destruyen su poderío, y los vencidos por los tormentos que reniegan de la religión se sotneten bajo su poder, tienen por punto de honor derrotar a los cristianos llevados ante los tribunales, pues se sienten atormentados por los que confiesan su fe y recreados por los que la niegan. Y rastro de ello cabe ver en los mismos jueces, atormentados por los que aguantan las torturas y suplicios, y jubilosos cuando un cristiano es derrotado.

Y es así que no obran así por esa que pudiera parecerles humanidad, pues ven por vista de ojos que, en los derrotados por los tormentos, "la lengua juró, pero la mente no tuvo parte en el juramento" (EURIPID., Hipp. 612) ".

Tal es nuestra respuesta a las palabras de Celso: "Mas éstos saben muy bien vengarse de quien de ellos blasfema, ora que por ello huya y se esconda, ora se lo atrape y perezca". Ahora bien, si algún cristiano huye, no huye por cobardía, sino para guardar el precepto de su Maestro (Mt 10,23) ". Así se guarda puro para los que pueden aprovecharse de su vida 19.

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45. Gran parrafada de Celso en pro de los oráculos

Veamos ahora lo que sigue, que es de este tenor: "¿Qué necesidad hay de enumerar cuántas cosas han dicho con voz divina desde los templos de oráculos, ora profetas y profetisas, ora otros, hombres y mujeres, divinamente inspirados? ¡Qué de maravillas no se han oído de los más recónditos sagrarios! ¡Cuántas cosas no han sido manifestadas, por medio de las víctimas y sacrificios, a quienes han hecho uso de ellos, y cuántas más por otros signos prodigiosos! No faltan quienes han tenido patentes apariciones (VII 35). Llena está la vida entera de cosas semejantes. ¡Cuántas ciudades se han levantado por los oráculos y se libraron de enfermedades y desastres; cuántas, por haberlos descuidado u olvidado, perecieron míseramente! ¡Cuántas fundaron sus colonias y debieron su prosperidad a haber guardado fielmente lo que se les ordenara! (VII 2). ¡Cuántos poderosos, cuántos vulgares corrieron próspera o adversa furtuna según su actitud en este punto! ¡Cuántos, afligidos por no tener hijos, al obtener lo que pidieron, escaparon a la cólera de los démones! ¿Cuántos no se curaron de enfermedades corporales? ¿Cuántos, por lo contrario, por haber insultado los templos, fueron castigados en el acto, unos atacados allí mismo de locura, otros que confesaron lo que hicieran, otros suicidándose, otros víctimas de enfermedades incurables? Casos ha habido en que una voz profunda salida de los mismos sagrarios mató instantáneamente a los profanadores".

No se me alcanza por qué Celso presenta también todo eso como cosas patentes, y tiene, en cambio, por cuentos los prodigios que están consignados entre nosotros, ora los de los judíos, ora los de Jesús y sus discípulos. Porque ¿qué razón hay para que los nuestros no sean verdaderos, y los que dice Celso fantasías míticas? El hecho es que ni siquiera algunas escuelas filosóficas de los griegos han creído en ellos, como la de Demócrito, Epicuro y Aristóteles (I 43; VII 3.56). En los nuestros, en cambio, tal vez hubieran creído, por su misma claridad, si hubieran tropezado con Moisés o alguno de los profetas que obraron prodigios, o con el mismo Jesús.


Origenes contra Celso 829