Origenes contra Celso 862

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62, Celso, vencido por el espíritu de la verdad

Muchas cosas dijo anteriormente Celso sobre los oráculos y a los templos en que se emiten nos remitió, como si fueran de dioses (VIII 45.48); pero ahora se corrige él mismo la plana confesando que los que entienden en actividades mortales son démones terrenos, "pegados a la generación, clavados a la sangre, grasa y encantamientos y ligados a cosas por el estilo, sin más poder que ése". Cuando nos opusimos a la teología de Celso acerca 'de los oráculos y el culto a los supuestos dioses, es probable que se nos tuviera por impíos, al afirmar que todo eso eran obras de démones, que arrastran las almas de los hombres a las cosas de la generación (o pasajeras). Ahora, en cambio, quien eso pensara de nosotros, convénzase de la verdad de lo que predican 2S los cristianos, viendo cómo el mismo que escribe contra ellos, como vencido por el espíritu de la verdad, vino a consignar eso al fin de su obra.

Ahora bien, aun cuando Celso diga que "conviene cumplir con ellos nuestros deberes sagrados en cuanto conviene, pues la razón nos convence que haya de hacerse a todo evento",

no hay deber sagrado alguno con demonios que se pegan a grasas y sangre; ni fuera bien mancillar, en cuanto de nosotros depende, lo divino, rebajándolo hasta démones malignos. Si Celso hubiera comprendido exactamente la noción de "conveniente" y hubiera visto que lo conveniente es la virtud y el obrar conforme a virtud, no hubiera juntado ese inciso: "en cuanto conviene", a tales seres y, por confesión suya, démones. Nosotros, pues, si la salud o la dicha en la vida ha de venirnos por el culto de tales démones, preferimos estar enfermos y ser desgraciados en la vida con la conciencia limpiamente piadosa para con el Dios del universo, que no, separados de Dios y lejos de su gracia y sufriendo en el alma la más grave enfermedad y extrema desgracia, gozar de salud corporal y de felicidad en la vida. Y más vale acercarse a Aquel que de nada necesita fuera de la salvación del hombre y de todo ser racional, que no a quienes necesitan de grasa y sangre.

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63. Contradicciones de Celso

Ahora bien, después de hablar Celso largo y tendido sobre la necesidad que los démones tienen de grasa y sangre, viene como a cantar una mala 2" palinodia diciendo: "Más bien hay que pensar que los démones no desean nada ni necesitan de nada, sino que se complacen de que se practique la piedad para con ellos". Pero si pensaba ser esto verdad, o no tenía que haber afirmado aquello o tenía que borrar esto. Pero la verdad es que la naturaleza humana no es enteramente abandonada por Dios ni por la Verdad unigénita de Dios. Así se explica que el mismo Celso diga la verdad al hablar de la grasa y sangre que apetecen los démones; pero luego, llevado de su propia maldad, resbaló hacia la mentira, comparando a los démones con hombres que con estricta justicia hacen lo justo, aunque nadie se lo agradezca; pero hacen beneficios a quienes se los agradecen.

Paréceme que en este punto cae Celso en confusión y que unas veces su mente es perturbada por los démones, y otras, volviendo en sí de la irracionalidad que aquéllos le producen, columbra algún rayo de verdad. Y es así que ahora añade: "De Dios no hay que apartarse por ningún caso ni en modo alguno, de día ni de noche, ni en público ni en privado, y en toda palabra y obra hay que tenerlo continuamente presente. Con démones o sin démones, el alma tiene que estar siempre tensa hacia Dios". Mas yo entiendo por "con éstos" lo común o público, toda obra y toda palabra.

Luego, como si se debatiera con su razón contra las enajenaciones que le producen los démones, y en que por lo general es vencido, añade y dice: "Siendo esto así, ¿qué mal hay en hacernos propicios a los que mandan en la tierra, a los démones y a los que son entre los hombres poderosos y emperadores, como quiera que tampoco a éstos se les han concedido, sin fuerza demónica, las cosas de la tierra? Por cierto que, en párrafos anteriores (VIII 2.11.24.28.33.35.53.55.58), ha tratado Celso, en cuanto ha podido, de rebajar nuestra alma hasta los démones; ahora quiere que nos hagamos también propicios a los dinastas y emperadores entre los hombres, de los que están llenas la vida y las historias, por lo que estimamos huelga traer ejemplos.

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64. Frente a demonología, angelología

Así, pues, al Dios supremo debemos hacernos propicio, y su propiciación hemos de pedir en nuestra oración; al Dios, digo, que se nos hace propicio por la piedad y por todo linaje de virtud. Mas si Celso quiere que, además del Dios supremo, nos hagamos también propicios algunos otros, considere que, a la manera como al moverse el cuerpo le sigue necesariamente su sombra, así a la propiciación del Dios supremo se sigue tener propicios a todos sus santos ángeles, que El ama, las almas y los espíritus. Y es así que ellos se dan cuenta de quiénes son dignos de la propiciación de Dios, y no sólo ellos se muestran propicios con los dignos, sino que ayudan a los que quieren dar culto al Dios supremo, y se lo aplacan y oran e interceden con ellos. Yo me atrevería a decir que cuando vacan a la oración hombres que con toda deter-minaciqn se han propuesto las metas más altas, con ellos oran, aun sin ser llamadas, innúmeras potencias sagradas. Estas se ofrecen a sí mismas'" a nuestra raza mortal, y, por decirlo así, bajan a la palestra con nosotros, pues ven cómo los démones acampan contra nosotros y luchan contra la salvación de aquellos señaladamente que se han consagrado a Dios y nada se les da de la enemiga de los démones. Con nosotros luchan, repito, aquellas sagradas potencias, cuando los démones se exasperan contra el hombre que se niega a darles culto por medio de grasa y sangre, y se esfuerza por todos los modos, de palabra y obra, por familiarizarse con el Dios sumo y hacerse una cosa con El por medio de Jesús, que, en su paso por la tierra, curando y convirtiendo a los oprimidos del diablo (), destruyó a démones innumerables.

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65. La fortaleza, virtud máxima

A la verdad, hay que despreciar el favor de los hombres -así sean emperadores-no sólo si ha de comprarse a precio de asesinatos, actos de intemperancia y acciones de crueldad suma, sino también por medio de la impiedad para con el Dios del universo, o por palabra de servilismo y bajeza, que no dice con hombres valerosos y magnánimos, y que quieren contar entre las demás virtudes, la fortaleza como la mayor de todas. Cuando, empero, nada tenemos que hacer contrario a la ley y a la palabra de Dios, no somos tan mentecatos que azucemos contra nosotros la ira del emperador o de un poderoso, que nos puede llevar a los tormentos, al suplicio y a la muerte. Y es así que hemos leído: Toda alma esté sumisa a las autoridades superiores, pues no hay autoridad si no viene de Dios; y las que hay, por Dios están ordenadas, de modo que quienes resisten a la autoridad, a la ordenación de Dios resisten (). En nuestro comentario a la carta a los Romanos explicamos también ampliamente este texto según nuestro saber y entender, y pusimos interpretaciones varias (cf. Com. in Rom, IX 26ss); pero ahora lo tomamos", dado el presente tema, de manera más sencilla y según la más común interpretación, ya que Celso dice que "no sin cierta fuerza demónica se les'han confiado las cosas de la tierra".

Mucho habría que decir acerca de la institución de emperadores y dinastas, y mucho habría que inquirir sobre ese punto, dado que unos han gobernado cruel y tiránicamente, y otros del mando han venido a parar a la molicie y glotonería; por eso omitimos de momento examinar ese problema. Como quiera que sea, no juramos por la fortuna o genio de un emperador, como tampoco por ningún otro supuesto dios. Porque si, como han dicho algunos, "fortuna" es una mera expresión, lo mismo que "opinión" o "disensión", no vamos a jurar por lo que no es nada, como si fuera dios; y si es algo subsistente y capaz de hacer algo, no queremos aplicar a lo que no conviene la fuerza de un juramento. Y si, como opinan algunos, según los cuales los que juran por el genio del emperador romano juran por su demon, la que se llama fortuna o genio es un demon, antes habríamos en ese caso de morir que jurar por un demon malvado y pérfido, que muchas veces peca con el hombre que le ha cabido en suerte o peca más que él mismo 2g.

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66. Celso, oscilante entre verdad y fábula

Seguidamente, a la manera de los que vuelven en sí de una posesión demónica y luego recaen en ella, dice Celso, como hombre en sus cabales, cosas como éstas: "A la verdad, si, siendo uno acaso adorador de Dios, se le mandara cometer una impiedad o proferir algo vergonzoso, en manera alguna debería obedecerse, sino que habría que soportar todos los tormentos y sufrir todo género de muerte, no digo antes que decir, mas ni que pensar nada impío contra Dios". Pero, a renglón seguido, por ignorancia de nuestra doctrina y porque, además, lo arrebuja todo, dice lo que sigue: "Mas si se nos manda bendecir al sol o a Atena, entonando con el mayor fervor un hermoso himno, tanto más parecerá, sin duda, que honras al gran Dios cuanto más cantes a éstos. Porque la piedad, al repartirse por todo, resulta más perfecta".

Decimos, pues, que no esperamos para bendecir al sol (helios) a que nadie nos lo mande, pues hemos aprendido a bendecir no sólo a los que se someten a la ordenación de Dios, sino a nuestros mismos enemigos (Mt 5,44). Alabamos, pues, al sol como bella criatura de Dios, que guarda sus leyes y oye lo que se le dice: Alabad al Señor, ¡oh sol y luna! (Ps 148,3), y, según sus fuerzas, canta un himno al padre y artífice del universo. Atena, empero, que Celso junta con el sol, fue ficción de las tradiciones de los griegos, según las cuales ora se entienda con sentido oculto, ora sin él, nació, armada con todas sus armas, de la cabeza de Zeus. Perseguida luego por Hefesto, que quería corromper su virginidad, escapó, desde luego, de él; pero amó la semilla que cayó a la tierra del deseo del dios, y la crió, dándole nombre de Erictonio

"a quien ahora Atena (dicen)

la propia hija de Zeus criado había,

y el terruño feraz había parido" (Iliada 2,547s).

Por donde vemos que quien se trague eso de Atena, hija de Zeus, tendrá por el mismo caso que aceptar muchos mitos y fantasías, que realmente no podrá tragar el que huye de mitos y busca la verdad.

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67. Totalitarismo imperial de Celso

Mas si Atena se entiende alegóricamente y se dice ser la inteligencia (cf. PLAT., Cratyl. 407b), habrá que demostrar su subsistencia y naturaleza como base para semejante alegoría. Mas si Atena es mujer antigua a la que se honra por obra de quienes dieron a sus subditos los misterios e iniciaciones y querían que su nombre se cantara, como de una diosa, entre los hombres, razón de más sería ésa para no cantar himnos ni glorificar a Atena como a diosa, cuando al sol mismo, con toda su grandeza, no nos es lícito adorarlo, aunque lo bendecimos. Celso, es cierto, dice que tanto más parecerá que damos culto al Dios grande cuanto más cantemos himnos al sol y a Atena. Pero nosotros sabemos lo contrario, pues himnos sólo los entonamos al Dios supremo y a su unigénito Verbo-Dios; y cantamos himnos a Dios y a su Unigénito, como se los cantan el sol, la luna, las estrellas y todo el ejército celeste (Ps 148,3). Y es así que todos éstos, formando un coro divino, cantan himnos, juntamente con los hombres justos, al Dios de todas las cosas y a su Unigénito.

Por lo demás, antes hemos ya dicho (VIII 65) no deberse jurar por quien sea emperador entre los hombres o por la que se llama fortuna o genio suyo. De ahí que no creamos necesario responder a estotro que dice Celso: "Si se nos manda jurar por el que sea emperador entre los hombres, tampoco esto tiene nada de malo, pues a él se le ha dado lo que hay sobre la tierra, y cuanto en vida se recibe, de él se recibe". Nosotros, empero, afirmamos que no se ha dado al emperador, de modo absoluto, todo lo que hay sobre la tierra, ni todo lo que recibirnos en la vida lo recibamos de él.

Lo que justa y buenamente recibimos, lo recibimos de Dios y de su providencia, como los frutos maduros y el pan,

que el corazón del hombre fortalece;

la amable viña con su vino,

que el corazón del hombre regocija (Ps 103,15).

Y por el mismo caso, de la providencia de Dios tenemos los frutos del olivo, por que

la cara con el óleo resplandezca (ibid.).

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68. Monarquía por derecho divino

Seguidamente dice Celso que no "debe negarse fe al antiguo varón que dijo:

"Un solo rey, aquel a quien lo diera

de Crono el hijo, de torcida mente" (llíada 2,205).

Y añade: "Si destruyes esta doctrina, con razón te castigará el emperador; pues si todos obraran como tú, nada impediría que aquél se encontrara solo y abandonado, y el gobierno de la tierra caería en manos de los bárbaros más sin ley y salvajes, y entonces ni de tu religión ni de la verdadera sabiduría quedaría noticia entre los hombres".

Ahora bien, uno solo

"el soberano sea y el rey uno",

pero no aquel a quien lo dé

"de Crono el hijo, de torcida mente",

sino a quien lo dé Aquel que instituye a los reyes y los destituye (Da 2,21), y el que a su tiempo suscita al buen gobernante sobre la tierra (Si 10,4). No; el que instituye los reyes no es el hijo de Crono, que, como dicen los mitos de los griegos, arrojó a su padre del mando y lo precipitó en el tártaro, aun cuando este mito se interpretara alegóricamente, sino Dios, que gobierna todas las cosas y sabe muy bien lo que hace en la instauración de los reyes. Destruimos, pues, esa doctrina que expresa el verso:

"A quien lo diera

de Crono el hijo, de torcida mente",

pues estamos persuadidos que ni Dios ni un hijo de Dios puede querer nada torcido ni astuto. No destruimos, empero, la doctrina de la providencia, ni de lo que por ella se dispone, ora principalmente, ora por ciertas concomitancias (cf. supra VI 53).

Tampoco es probable que un emperador nos castigue por decir que no le dio el poder de reinar el hijo de Crono, de torcida mente, sino Aquel que instituye y destituye a los reyes. ¡Y ojalá hicieran todos lo mismo que yo, negando la doctrina homérica, pero guardando lo divino sobre el imperio y observando el precepto de honrar al emperador (Si 1). A la verdad, en tal supuesto, ni el emperador se quedaría solo y abandonado, ni el gobierno de la tierra caería en manos de los bárbaros más sin ley y salvajes. Y es así que si, como dice Celso, todos sin excepción hicieran lo mismo que yo, todos los bárbaros, evidentemente, al aceptar la palabra de Dios, serían los hombres de más ley y más mansos, desaparecería toda falsa religión y sólo imperaría la cristiana, cosa que acontecerá un día, puesto que el Logos gana para sí más y más almas.

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69. Hipótesis de un imperio cristiano

Luego, no percatándose que dice cosas contrarias a su otro dicho: "Porque si todos hicieran lo mismo que tú", prosigue así Celso: "Porque no nos querrás decir que si los romanos, creyéndote a ti y abandonando sus usos tradicionales con dioses y hombres, dieran culto a ese tu Altísimo, o como lo quieran llamar, iba El a bajar a la tierra y combatir por ellos, de modo que no fuera menester de otra ayuda. Porque ese mismo Dios prometió antes a los que lo adoraban esas y otras muchas cosas mayores que ésas, como vosotros mismos decís, y ya veis de qué les aprovechó a ellos y a vosotros (cf. supra VII 18). Y es así que a los judíos, en vez de hacerlos señores de toda la tierra, no les ha dejado ni un terrón ni un hogar en ella; y en cuanto a vosotros, si es que aún queda alguno que ande por ahí errante, se lo busca para darle muerte" (cf. supra VIII 39).

Celso sienta la hipótesis de que los romanos aceptaran la doctrina de los cristianos y, abandonando sus leyes pasadas respecto de los supuestos dioses y aun de los hombres, adoraran al Altísimo, y pregunta qué sucedería en tal caso. Pues oiga lo que sobre esto nos parece. Decimos, en efecto, que si dos de entre vosotros se conciertan sobre una cosa en la tierra, se os dará por el Padre celeste de los justos (Mt 18,19) -pues se complace Dios en la armonía de los seres racionales y le repele la desarmonía-, ¿qué habría que pensar si ya no fueran, como ahora, unos pocos los que se conciertan, sino todo el imperio romano? Rogarían, en efecto, al Logos, que antes dijo a los hebreos, perseguidos por los egipcios : El Señor combatirá por vosotros, y vosotros estaréis quedos (Ex 14,14). Y orando con perfecto concierto podrán destruir en la persecución más enemigos que los que destruyera la oración de Moisés, que clamaba a Dios con los que estaban con él. Y si no se ha cumplido lo que Dios prometió, ello no se debe a que Dios mienta, sino a que las promesas se hicieron a condición de guardar la ley y vivir conforme a ella. Y si a los judíos que recibieron condicional-mente las promesas no les ha quedado un terruño ni un hogar, la culpa la tiene su iniquidad en general y, señaladamente, la que cometieron con Jesús.

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70. Paz aun en medio de la persecución

Mas si todos los romanos, en la hipótesis de Celso, abrazaran el cristianismo, por la oración vencerían a sus enemigos, o no tendrían siquiera que pelear en absoluto, pues estarían guardados por aquel poder divino que, por razón de cincuenta justos, prometió conservar cinco ciudades enteras (). Y es así que los hombres de Dios (cf. supra VIII 25) son la sal que mantiene unida la consistencia del mundo, y las cosas de la tierra mantienen su consistencia en tanto la sal no se torna insípida. Porque si la sal se torna insípida, ya no vale ni para la tierra ni para el estiércol, sino que se arroja afuera para ser pisada por la gente (LE 14,34-35). Y el que tenga oídos, oiga en qué sentido se dice esto.

Respecto de nosotros, cuando Dios permite al tentador que nos persiga dándole poder para ello, somos perseguidos; mas cuando Dios no quiere que suframos persecución, gozamos maravillosamente de paz aun en medio de un mundo que nos aborrece, y tenemos buen ánimo confiados en Aquel que dijo: Tened buen ánimo; yo he vencido al mundo (). Y realmente El venció al mundo y, por ello, el mundo sólo tiene fuerza en la medida que quiere su vencedor, que recibió del Padre la victoria sobre el mundo, y por esa victoria tenemos nosotros buen ánimo.

Mas si Dios quiere que de nuevo luchemos y combatamos por nuestra religión, acerqúense los contrarios, a los que diremos: Todo lo puedo en Aquel que me conforta, Cristo lesils. Señor nuestro (). Y es así que, vendiéndose dos pajarillos, según palabras de la Escritura, por un as, uno de ellos no cae en el cepo sin permisión del Padre del cielo (Mt 10,29). Y hasta punto tal abarca la divina providencia todas las cosas, que ni los cabellos de nuestra cabeza escapan a ser contados por El.

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71. Hipótesis de delirio

Seguidamente, confundiéndolo todo, como tiene de, costumbre, dice Celso cosas que nadie de nosotros ha puesto por escrito, y son de este tenor: "Tampoco es tolerable digas que, si los que ahora mandan sobre nosotros, después de dejarse persuadir de ti, son hechos prisioneros, persuadirás a los que imperen después; y si otros son hechos prisioneros, también a ésos, y a otros después de éstos, hasta que sean hechos prisioneros todos los por ti persuadidos; si es que juntamente no surge un gobernante con inteligencia que prevea lo que va a suceder y, antes de perecer él, os destruya a todos en masa".

No hay por qué responder a estas palabras, pues no hay entre nosotros quien diga sobre los que ahora imperan que, si después de creernos son hechos prisioneros, persuadiremos a los que les sucedan, y, si también éstos caen'prisioneros, a sus sucesores. Mas ¿por dónde se le pudo ocurrir que, creyendo y hechos sucesivamente prisioneros los emperadores, por no haberse podido vengar de sus enemigos, surgiría un gobernante con inteligencia que, previendo lo que va a suceder, nos destruya a todos en masa? No parece sino que está aquí Celso ensartando tonterías y que todo eso se lo ha sacado de su mollera.

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72. Sublime visión del porvenir cristiano

Seguidamente hace Celso una especie de voto, diciendo: "¡Ojalá fuera posible convinieran en una ley única los que habitan el Asia, Europa y la Libia, griegos a par de bárbaros, hasta los últimos confines de la tierra!" Pero, teniéndolo por imposible, añade: "El que eso piensa, nada sabe". Si también hay que hablar sobre este punto, que necesitaría de larga inquisición y demostración, digamos siquiera unas palabras para hacer patente que no sólo es posible, sino verdadera también la tesis de que todo lo racional ha de convenir en una sola ley. Ahora bien, los estoicos afirman que, al predominar el más fuerte, según ellos, de los elementos, se dará la conflagración universal (V 15) y todo se transformará en fuego. Nosotros, empero, afirmamos que el Logos dominará un día sobre toda la naturaleza racional y transformará a toda alma en su propia perfección; cuando cada uno, haciendo simplemente uso de su potestad, escoja lo que quiera y permanezca en lo que escogiere. Decimos además que, si en las enfermedades y heridas corporales las hay más fuertes que toda arte médica, no es verosímil que en las almas haya maldad alguna que no pueda ser curada por el Logos-Dios, que todo lo domina. Porque, como el Logos sea más poderoso que todos los males que aquejan al alma, y más poderosa también la virtud curativa que hay en El, aplícala a cada uno según la voluntad de Dios; y así el término y fin de todas las cosas es la destrucción de la maldad. Ahora, si esa destrucción será de forma que no pueda por ningún caso volver a aparecer, o todavía pueda, no toca esclarecerlo en el presente discurso.

Ahora bien, muchas cosas dicen misteriosamente las profecías acerca de la destrucción del mal y de la corrección de toda alma; pero, de momento, baste citar el texto de Sofo-nías, que dice así: Está preparado, vigila de mañana, porque se han perdido todos sus racimos. Por eso, espérame, dice el Señor, el día que me levante para testimonio; porque mi voluntad es congregar las naciones y recibir a los reyes, a fin de derramar sobre ellos toda la indignación de mi furor. El fuego de mi celo devorará toda la tierra, porque entonces purificaré los labios de los pueblos, a fin de que todos invoquen el nombre del Señor y le sirvan bajo un solo yugo. Desde los confines de los ríos de Etiopía me ofrecerán sacrificios. En aquel día, no tendrás que avergonzarte por todas las obras con que prevaricaste contra mí, porque entonces te quitaré las abominaciones de tu insolencia y ya no te gloriarás más de mi monte santo. Y dejaré en ti un pueblo manso y humilde, y los que quedaren de Israel venerarán el nombre del Señor, no cometerán iniquidad, ni hablarán vanidades, ni se hallará en su boca lengua embustera; porque tendrán pastos, y se acostarán y no habrá quien los espante ().

El que sea capaz de penetrar el sentido de la Escritura, después de considerar a fondo todo esto, preséntenos la explicación clara de la profecía y examine qué quiere decir eso de que, consumida toda la tierra, se cambiará la lengua de los pueblos para su generación (iuxta Septuaginta), a la manera de antes de la confusión (); considere muy a fondo qué sea eso de que todos invocarán el nombre del Señor, le servirán bajo un solo yugo, de forma que desaparezcan las abominaciones de la insolencia, y no haya más iniquidad, ni palabras vanas, ni lengua falaz.

Me ha parecido alegar este texto, en su tenor corriente y sin una interpretación a fondo, movido por el dicho de Celso sobre la imposibilidad de que convengan en un sentir único los griegos y bárbaros que habitan el Asia, Europa y la Libia. Y tal vez ello sea imposible a los que están aún en sus cuerpos, pero no a los que estén ya desprendidos de ellos.

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73. El servicio de las armas

Luego nos exhorta Celso "a prestar ayuda al emperador con todas las fuerzas, a colaborar con él en lo que sea justo, a combatir por él, a tomar parte en sus campañas, si llega el caso, y hasta en el mando de las tropas". A esto hay que decir que nosotros prestamos oportunamente a los emperadores una ayuda, por decirlo así, divina, al tomar la armadura completa de Dios (). Y así lo hacemos por obediencia al precepto apostólico que dice: Os exhorto, pues, primeramente a que hagáis peticiones, súplicas, intercesiones y acciones de gracias por todos los hombres, señaladamente por los emperadores y cuantos están constituidos en autoridad (CF 1). Y cuanto es uno más piadoso, tanto más eficaz es su ayuda a los que imperan, más que la de los mismos soldados que salen a campaña y matan a cuantos enemigos pueden.

Además, a los que son ajenos a nuestra fe y piden que hagamos la guerra y matar hombres por el interés común, les podemos decir también lo siguiente: También los que, según vosotros, son sacerdotes de ciertos ídolos o guardianes de los que tenéis por dioses, conservan sin mancha su diestra por razón de los sacrificios, a fin de ofrecer esos supuestos sacrificios a esos que decís ser dioses. Y, realmente, cuando estalla una guerra, no hacéis de los sacerdotes soldados. Ahora bien, si eso se hace razonablemente, con cuánta más razón, cuando otros salen a campaña, luchan también los cristianos como sacerdotes y servidores de Dios, manteniendo puras sus diestras, luchando con sus oraciones a Dios en favor de los que hacen guerra justa y en favor del emperador que impera con justicia, a fin de que sea destruido todo lo que es contrario y adverso a los que obran con justicia. Por otra parte, nosotros que con nuestras oraciones destruimos a todos los démones, que son los que suscitan las guerras y violan los tratados y perturban la paz, ayudamos al emperador más que quienes aparentemente hacen la guerra.

Cooperamos también en las cosas comunes nosotros que, a nuestras oraciones, hechas con justicia, añadimos ejercicios y meditaciones que nos enseñan a despreciar los placeres y no dejarnos arrastrar por ellos. Y hasta puede decirse que nosotros combatimos más que nadie por el emperador; porque, si no salimos con él a campaña, aun cuando se nos urja a ello, luchamos en favor suyo juntando nuestro propio ejército por medio de nuestras súplicas a Dios.

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74. Los cristianos, máximos bienhechores de su patria

Y si quiere Celso que mandemos un ejército por la patria, sepa que también esto hacemos, y no para ser vistos de los hombres y por la vanagloria que de ahí nos viniera. No, nuestras oraciones se hacen en lo más oculto que tenemos, en nuestra misma mente, y se elevan, como de sacerdotes, por los intereses de nuestra patria. Los cristianos, por otra parte, hacen a su patria mayores beneficios que el resto de los hombres, pues educan a los ciudadanos y les enseñan a ser piadosos para con el Dios del universo, y levantan a cierta ciudad divina y celeste a quienes hubieren vivido bien en las más pequeñas ciudades. A ellos pudiera muy bien decirse: Puesto que has sido fiel en la ciudad mínima, ven también a la grande (LE 16,10 LE 19,17); allí donde Dios se puso en la junta de los dioses y en medio de ella juzga a los dioses. Y con los dioses te contará a ti, si ya no mueres como un hombre ni caes como uno de los príncipes (Ps 81,1 Ps 7).

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75. Por qué se abstiene el cristiano de cargos públicos

Exhórtanos también Celso "a desempeñar los cargos de la propia patria cuando sea menester hacer también eso para salvar las leyes y la religión". Nosotros, empero, sabemos que en cada ciudad hay otro sistema de patria, fundado por el Logos de Dios, y exhortamos a gobernar las iglesias a los poderosos por su palabra y vida sana. No aceptamos a los ambiciosos, y forzamos, en cambio, a los que por exceso de modestia no quieren cargar con la general solicitud de la Iglesia de Dios. Y los que bien gobiernan entre nosotros son los forzados 2', pues los obligó el gran rey, que nosotros creemos ser Hijo de Dios y Verbo-Dios. Y si gobiernan bien los que en la Iglesia gobiernan la ciudad de Dios (digo, la Iglesia misma), escogidos para presidirla, o si mandan de acuerdo con las ordenaciones de Dios, en eso no violan para nada las leyes establecidas.

Por lo demás, si los cristianos rehusan los cargos públicos, no es porque traten de eludir los servicios generales que pide la vida, sino porque quieren guardarse a sí mismos, por la salud eterna de los hombres, para el servicio más divino y necesario de la Iglesia de Dios. Así piensan necesaria y justamente, y así se preocupan por todos: por los de dentro, para que cada día vivan más santamente; por los aparentemente de fuera, para que lleguen a las sagradas palabras y obras de nuestra religión. Así también dan verdadero culto a Dios y, educando a los más que pueden, se unen al Verbo de Dios y a la ley divina; así, en fin, se hacen una sola cosa con el Dios supremo, por su Hijo, Verbo-Dios, que es sabiduría, verdad y justicia y une con Dios a todo el que se determina a vivir en todo según Dios.

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76. Sereno epílogo a Ambrosio

Y aquí tienes, santo Ambrosio, cumplido, según la fuerza que poseemos y nos ha sido dada, lo que por ti nos fue mandado. En ocho libros hemos comprendido todo lo que nos ha parecido conveniente responder al que Celso tituló Discurso de la verdad. Al lector de su escrito y de nuestra réplica toca ahora juzgar cuál de los dos respira más del verdadero Dios, de la manera como haya de dársele culto, y de la verdad que llega a los hombres de aquellas sanas doctrinas que lo inducen al mejor género de vida.

Sábete, sin embargo, que Celso promete *° componer después de éste otro escrito, en que anuncia enseñar cómo hayan de vivir los que quieran y puedan creerle. Ahora bien, si, no obstante su promesa, no ha escrito ese segundo discurso, será bien contentarnos con los ocho libros en réplica al primero; pero si comenzó y dio también cabo al segundo, busca y mándame también ese escrito, para responder contra él lo que nos inspirare e1 Padre de la verdad y refutar las falsas opiniones que contuviere; y si hay en él acaso algo de verdad, de ello daremos testimonio, sin espíritu de pendencia, como de cosa bien dicha.

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APÉNDICE I

Discurso de acción de gracias de San Gregorio Taumaturgo

dirigido a Orígenes, después de asistir a sus lecciones durante muchos años,

pronunciado en Cesárea de Palestina cuando iba a marchar para su patria

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1. MEJOR FUERA CALLAR QUE NO HABLAR DESPUÉS DE OCHO AÑOS DE DESUSO DE LA ELOCUENCIA

Cosa buena es el silencio, para muchos, desde luego, en muchas ocasiones, y para mí señaladamente ahora que, quiera o no quiera, tengo que cerrar mi boca y me veo forzado a callar. Y es así que me hallo sin ejercicio ni experiencia de aquellos discursos bellos y elegantes, que se pronuncian o componen con nombres y verbos escogidos y probados, según una fluida ilación de ideas. Acaso realmente mi talento natural no alcance a elaborar esta obra graciosa y verdaderamente helénica. Pero es que, además, con éste hace ocho años que ni yo mismo he pronunciado ni escrito en absoluto discurso alguno, chico ni grande, ni he oído a otro que privadamente lo escribiera o pronunciara, o que públicamente declamara discursos panegíricos o judiciales, a excepción de estos admirables varones que han abrazado la bella filosofía. Pero éstos son hombres a quienes se les da poco del bien decir y de la elegancia de las palabras, y, teniendo por cosa secundaria las dicciones, ponen su empeño en indagar a fondo la realidad misma, tal como es, y en expresarla con la mayor exactitud. Y no es, en mi sentir, que no quieran. Quieren ciertamente-y mucho-expresar en bello y elegante discurso sus bellos y exactos pensamientos; pero acaso no puedan, así de pronto, abarcar la fuerza sagrada y divina de los pensamientos y el elegante discurso de las dicciones, talentos de dos personas distintas, muy contrarios en cierto modo entre sí, que habría que abarcar con una sola y misma alma, y ésta, pequeña y humana. Porque si es cierto que el silencio es hasta cierto punto amigo y colaborador de la intelección e invención, lo elegante y sonoro del discurso no en otra parte lo hallará quien lo buscare, sino en la dicción y en el continuo ejercicio de la misma.

Pero hay además otro estudio que ocupa terriblemente mi espíritu, y se me traba la lengua en la boca si quiero decir en griego algo, por insignificante que sea: nuestras leyes admirables, por las que ahora se rigen y dirigen los asuntos de cuantos están bajo el imperio romano. Estas leyes no se componen ni se aprenden sin trabajo. Leyes realmente sabias y exactas, varias y admirables, y, para decirlo con una palabra, de todo en todo helénicas; pero dictadas y enseñadas en lengua latina, expresiva y magnífica y en armonía cabal con el poder imperial, pero que a mí'se me hace pesada. Yo no pudiera ni quisiera decir otra cosa. Ahora bien, como quiera que nuestras palabras no otra cosa son sino imágenes de lo que acaece a nuestra alma, hay que confesar que quienes están sin obstáculo alguno, como pintores excelentes, dueños, además, de la técnica más acabada y ricos de variedad de colores, pueden pintar cuadros no sólo semejantes, sino también varios y muy bellos por la múltiple mezcla de las flores.


Origenes contra Celso 862