Origenes - de principis 2503

Esperanza en el castigo

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3. Lo que hemos extraído de la autoridad de la Escritura debería ser suficiente para refutar los argumentos de los herejes. Sin embargo no parecerá impropio si hablamos brevemente de este tema con ellos sobre la base de la razón. Les preguntamos, entonces, si saben qué se considera entre los hombres como la base de la virtud y de la maldad, y si se sigue de esto que podemos hablar de virtudes en Dios, o, como ellos piensan, en los dos dioses. Dejemos que nos den también una respuesta a la pregunta, si consideran que la bondad es una virtud, como indudablemente lo admiten, ¿qué dirán de la injusticia? Creo que nunca, en mi opinión, van a ser tan tontos de negar que la justicia es una virtud.

En consecuencia, si la virtud es una bendición, y la justicia una virtud, entonces la justicia es sin duda bondad. Pero si dicen que la justicia no es una bendición, debe ser un mal o cosa indiferente. Pienso que es una locura ofrecer ninguna respuesta a los que dicen que la justicia es un mal, ya que tendré el aspecto de contestar a palabras insensatas, o a hombres fuera de sí. ¿Cómo puede parecer un mal lo que es capaz de recompensar al bueno con bendiciones, como ellos mismos también admiten? Pero si dicen que esto es una cosa de indiferencia, se sigue que ya que la justicia es así, también la moderación, y la prudencia, y el resto de las virtudes. ¿Y cuál será nuestra respuesta a lo que Pablo dice: "Si alguna alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí" (FU. 4,8, 9)?

Dejemos que aprendan, por tanto, escudriñando las Santas Escrituras, qué son las virtudes individuales, y no se engañen a sí mismos diciendo que el Dios que premia a cada uno según sus méritos, recompensa al malo con el mal -por aborrecimiento del mal-, y no porque quienes han pecado necesitan ser tratados con remedios más severos, y porque les aplica aquellas medidas que, con la perspectiva de mejora, parecen producir, sin embargo y de momento, un sentimiento de dolor. No leen que que está escrito sobre la esperanza de los que fueron destruidos en el diluvio; esperanza a la que Pedro se refiere en su primera Epístola: "Porque también Cristo padeció una vez por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados; los cuales en otro tiempo fueron desobedientes, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, cuando se aparejaba el arca; en la cual pocas, a saber, ocho personas fueron salvas por agua. A la figura de la cual el bautismo que ahora corresponde nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como demanda de una buena conciencia delante de Dios) por la resurrección de Jesucristo" (
1P 3,18-21).

Con respecto a Sodoma y Gomorra, dejemos que nos digan si ellos creen que las palabras proféticas son las de Dios Creador, a quien se relaciona con la lluvia de fuego y azufre. ¿Qué dice el profeta Ezequiel de ellos? "Y tus hermanas, Sodoma con sus hijas y Samaría con sus hijas, volverán a su primer estado" (Ez 16,55).

Identidad de la justicia y la bondad

Pero, ¿por qué al afligir a los que merecen castigo, no los aflige para su bien? Dice a los caldeos: "He aquí que serán como tamo; fuego los quemará, no salvarán sus vidas del poder de la llama" (Is 47,14). Y sobre los que perecieron en el desierto, dejemos que oigan lo que se dice en el Salmo 78, que lleva la subscripción de Asaph: "Si los mataba, entonces buscaban a Dios" (Ps 78,34). No se dice que alguno buscaba a Dios después que otros habían muerto, sino que la destrucción de los que habían sido matados era de tal naturaleza que, cuando conducidos a la muerte, buscaron a Dios. Por todo esto queda establecido que el Dios de la ley y el Dios de los Evangelios es el mismo, un Dios justo y bueno, que confiere beneficios justamente, y castiga con bondad; ya que ni bondad sin justicia, ni justicia sin bondad, pueden expresar la dignidad real de la naturaleza divina.

Añadiremos los siguientes comentarios, a que nos conducen sus sutilezas. Si la justicia es una cosa diferente de la bondad, entonces, ya que el mal es lo opuesto del bien, y la injusticia de justicia, la injusticia indudablemente será algo más que un mal; y como, en su opinión, el hombre justo no es bueno, entonces tampoco el hombre injusto será malo; y así, como el hombre bueno no es justo, entonces el hombre malo tampoco será injusto. Pero quién no ve la absurdidad, que a un Dios bueno sea opuesto uno malo; ¡mientras a un Dios justo, que ellos alegan que es inferior al bueno, ninguno debería oponérsele! Porque no hay ninguno que pueda llamarse injusto, como hay un Satán que es llamado el maligno. ¿Qué debemos hacer, entonces? Que acepten la posición que defendemos, ya que ellos no serán capaces de mantener que un hombre malo no es también injusto, y uno injusto malo. Y si estas cualidades están indisolublemente inherentes en estas contraposiciones, a saber, la injusticia en la maldad, o la maldad en la injusticia, entonces, incuestionablemente, el hombre bueno será inseparable del hombre justo, y el justo del bueno; así que, como nosotros hablamos de una misma maldad en la milicia y en la injusticia, también podemos sostener que la virtud de la bondad y la justicia son una y la misma.

No hay separación entre la bondad y la justicia en Dios

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4. Ellos, una vez más, nos recuerdan las palabras de la Escritura, al traernos la celebrada cuestión, afirmando que está escrito: "No puede el buen árbol llevar malos frutos, ni el árbol maleado llevar frutos buenos" (
Mt 7,18). ¿Cuál es, pues, su posición? ¿Qué clase de árbol es la ley, cómo se muestra por sus frutos, esto es, por el lenguaje de sus preceptos? Ya que si la ley es hallada bueno, entonces, indudablemente, quien la dio tiene que creerse que es un Dios bueno. Pero si es justo antes que bueno, entonces Dios también será considerado un legislador justo. El apóstol Pablo no emplea ningún circunloquio cuando dice: "La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno" (Rm 7,12).

Es evidente que Pablo no había aprendido el lenguaje de los que separan la justicia de la bondad, sino que fue instruido por aquel Dios, e iluminado por su Espíritu, que es al mismo tiempo santo, bueno y justo. Hablando de ese Espíritu declaró que el mandamiento de la ley era santo, justo y bueno. Y para que pudiera mostrar más claramente que la bondad estaba en el mandamiento en un grado más grande que la justicia y la santidad, repitiendo sus palabras, usó, en vez de estos tres epítetos, el de bondad sola, diciendo: "¿Luego lo que es bueno, a mí me es hecho muerte?" (Rm 7,13).

Como él sabía que la bondad era el género de las virtudes, y que la justicia y la santidad eran especies pertenecientes a ese género, y habiendo llamado, en los versos anteriores, el género y la especie juntos, él retrocede, repitiendo sus palabras sobre el género solamente. Pero en lo que sigue dice: "el pecado, para mostrarse pecado, por lo bueno me obró la muerte" (Rm 7,13), donde resume genéricamente lo que había explicado de antemano específicamente. Y de este mismo modo debe entenderse también la declaración: "El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas" (Mt 12,35). Porque aquí también él asumió que había un género de lo bueno y de lo malo, señalando incuestionablemente que en un hombre bueno había justicia, moderación, prudencia, y piedad, y todo lo que pueda entenderse o considerarse bueno. De manera semejante también dijo que era malo el hombre que fuera injusto, impuro, impío, y todo lo que separadamente hace a un hombre malo. Ya que nadie considera malo a un hombre que carezca de estas marcas de maldad (ni en verdad puede hacerse), así también es cierto que sin aquellas virtudes nadie puede considerarse bueno.

A pesar de todo, para ellos todavía queda por explicar lo que el Señor dice en el Evangelio, que ellos lo toman de una manera especial, a modo de escudo, a saber: "Ninguno es bueno sino uno: Dios" (Mt 19,17). Ellos declaran que esta palabra es peculiar al Padre de Cristo, que, sin embargo, es diferente del Dios Creador de todas las cosas, al cual no se le da ninguna atribución de bondad.

Veamos ahora si, en el Antiguo Testamento, el Dios de los profetas y el Creador y Legislador de la palabra no es llamado bueno. ¿Cuáles son las expresiones que aparecen en los Salmos? "Ciertamente bueno es Dios a Israel, a los limpios de corazón" (Ps 73,1). Y: "Diga ahora Israel: Que para siempre es su misericordia" (Ps 118,2). El lenguaje en las Lamentaciones de Jeremías: "Bueno es el Señor a los que en Él esperan, al alma que le buscare" (Lm 3,25). Como por tanto Dios es llamado bueno con frecuencia en el Antiguo Testamento, también el Padre de nuestro Señor Jesucristo es calificado de justo en los Evangelios. Finalmente, en el Evangelio según Juan, nuestro Señor mismo, orando al Padre, dice: "Padre justo, el mundo no te ha conocido" (Jn 17,25). Y a menos, quizás, que ellos dijeran que al haber asumido carne humana Él llamó al Creador del mundo "Padre" y calificado de "justo", quedan excluidos de semejante refugio por las palabras que inmediatamente sigue: "El mundo no te ha conocido". Pero, según ellos, el mundo sólo es ignorante del Dios bueno. Claramente, entonces, el que ellos consideran Dios bueno es llamado justo en los Evangelios

Alguien que disfrute de tiempo libre puede reunir un gran número de pruebas, consistentes de aquellos pasajes donde en el Nuevo Testamento el Padre de nuestro Señor Jesucristo es llamado justo, y en el Viejo también, donde el Creador del cielo y de la tierra es llamado bueno; de modo que los herejes, siendo convictos por testimonios numerosos, puedan, quizás, por algún tiempo ser puestos en vergüenza.

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6 LA ENCARNACIÓN DE CRISTO

Preguntas sobre el cómo y el porqué del Mediador

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1. Ahora es el tiempo, después de la nota superficial de estos puntos, de reasumir nuestra investigación sobre la encarnación de nuestro Señor y Salvador, a saber: cómo o por qué se hizo hombre. Habiendo, por tanto, con lo mejor de nuestra débil capacidad, considerado su naturaleza divina de la contemplación de sus propias obras más bien que de nuestros propios sentimientos, y habiendo, sin embargo, contemplado (con el ojo) su creación visible mientras que la creación invisible es vista por la fe, porque la debilidad humana no puede ver todas las cosas con el ojo corporal, ni comprenderlas con la razón, sabiendo que los hombres somos más débiles y frágiles que cualquier otro ser racional (porque los que están en el cielo, o como se supone, existen encima del cielo, son superiores). Queda buscar un ser intermedio entre todas las cosas creadas y Dios, esto es, un Mediador, a quien el apóstol Pablo llama "el primogénito de toda creación" (
Col 1,15).

Viendo, además, aquellas declaraciones tocantes a Su majestad contenidas en la Escritura santa, que lo llaman "la imagen del Dios invisible, y el primogénito de toda criatura", y que "por Él fueron creadas todas las cosas que están en los cielos, y que están en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por Él y para Él. Y Él es antes de todas las cosas, y por Él todas las cosas subsisten" (Col 1,16). Que es la cabeza de todas las cosas, Él teniendo sólo al Padre por cabeza; ya que está escrito: "Y Dios la cabeza de Cristo" (1Co 11,3).

Viendo claramente también que está escrito: "Nadie conoció al Hijo, sino el Padre; ni al Padre conoció alguno, sino el Hijo" (Mt 11,27). ¿Porque quién puede saber qué es la sabiduría, salvo quien la llamó a ser? ¿O quién puede entender claramente qué es la verdad, sino el Padre de verdad? ¿Quién puede investigar con certeza la naturaleza universal del Verbo, y de Dios mismo, cuya naturaleza procede de Dios, sino sólo Dios, con quien el Verbo era; nosotros deberíamos considerar tan cierto que este Verbo, o Razón (si así debe ser llamado), esta Sabiduría, esta Verdad, a ningún otro es conocida más que sólo al Padre; y de Él está escrito: "ni aun en el mundo pienso que cabrían los libros que se habrían de escribir" (Jn 21,25), respecto a la gloria y majestad del Hijo de Dios, porque es imposible de poner por escrito todos los detalles que pertenecen a la gloria del Salvador.

Después de la consideración de preguntas de tal importancia acerca del ser del Hijo de Dios, nosotros nos perdemos en el asombro más profundo de tal naturaleza, preeminente sobre todas, que se haya desvestido de su condición de majestad y hecho el hombre, y habitado entre los hombres, como la gracia derramada por sus labios declara, y como su Padre divino dio testimonio, y como confesó por los varios signos, maravillas y milagros que realizó.

Quien antes de aparecer manifestado en cuerpo, envió a los profetas como los precursores y mensajeros de su advenimiento; y después de su ascensión al cielo, hizo a sus santos apóstoles, hombres ignorantes y sin letras, tomados de las filas de los recaudadores y pescadores, pero que fueron llenos del poder de su divinidad, que marchasen por todo el mundo, para que pudieran recoger de cada pueblo y nación una multitud de creyentes devotos de Él.

El asombro de la encarnación de Dios en la fragilidad humana

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2. Pero de todos los actos maravillosos y poderosos relacionados con Él, sobrepasa totalmente la admiración humana, y está fuera del poder de la fragilidad mortal, entender o sentir, cómo aquel poder de divina majestad, la misma Palabra del Padre, y la misma sabiduría de Dios, en quien han sido creadas todas las cosas, visibles e invisibles, cómo puede creerse que haya existido dentro de los límites de aquel hombre que apareció en Judea; ¡que la Sabiduría de Dios entrara en la matriz de una mujer y naciera infante, llorando como lloran los niños pequeños! Y que después de todo esto se diga que fue enormemente angustiado en la muerte, diciendo, como Él mismo declara: "Mi alma está muy triste hasta la muerte" (
Mt 26,38). Y que al final fue conducido a aquella muerte que es considerada la más vergonzosa entre hombres, aunque Él se levantara de nuevo al tercer día.

El misterio de dos naturalezas en un mismo ser

Ya que vemos en Él algunas cosas tan humanas que no parecen diferenciarse en ningún aspecto de la debilidad común de los mortales, y algunas otras tan divinas que sólo pueden pertenecer apropiadamente nada más que a la naturaleza primera e inefable de la Deidad, la estrechez del entendimiento humano no puede encontrar ninguna salida; pero, vencido con el asombro de una admiración poderosa, no sabe dónde retirarse, o qué camino tomar, o hacia dónde girar.

Si se piensa de un Dios, aparece un mortal; si se piensa de un hombre, lo contempla volviendo de la tumba, después del derrocamiento del imperio de la muerte, cargado de expolios. Por lo tanto el espectáculo debe ser contemplado con temor y reverencia, para que se vea que ambas naturalezas existen en un mismo ser; para que nada indigno o impropio pueda percibirse en aquella sustancia divina e inefable, ni aún aquellas cosas que se supone haber sido hechas en apariencia ilusoria e imaginaria.

Pronunciar estas cosas en oídos humanos, y explicarlas con palabras, sobrepasa los poderes de nuestro rango y de nuestro intelecto y palabra. Pienso que sobrepasaba hasta el poder de los santos apóstoles. La explicación de este misterio puede que esté, quizás, más allá del alcance de la creación entera de los poderes celestes.

En cuanto a Él, entonces, declararemos, con las menos palabras posibles, el contenido de nuestro credo más bien que las aserciones que la razón humana acostumbre avanzar; y esto por ningún espíritu de imprudencia, sino como exigido por la naturaleza de nuestro estudio, poniendo ante vosotros lo que puede llamarse nuestras sospechas, antes que afirmaciones claras.64

El alma de Cristo

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3. El Unigénito de Dios, por lo tanto, por quien, como el curso anterior de la discusión ha mostrado, todas las cosas han sido hechas, visibles e invisible, según la concepción de la Escritura, y ama lo que ha hecho. Porque ya que Él es la imagen visible del Dios invisible, Él otorgó invisiblemente una participación de Él a todas sus criaturas racionales, para que cada una obtuviera una parte de Él, exactamente proporcionada al afecto con el que Él la consideró. Pero ya que, de acuerdo a la facultad del libre albedrío, la variedad y la diversidad caracterizan a las almas individuales, de manera que una es más afectada que otra en su amor al Autor de su ser, y otra con una consideración menor y más débil, esa alma (anima) de quien Jesús dijo: "Nadie me la quita, mas yo la pongo de mí mismo" (
Jn 10,18).65 inherente desde el principio de la creación, y después inseparable e indisolublemente en Él, como Sabiduría y Verbo de Dios, y Verdad y Luz verdadera; recibiéndole totalmente, y pasando a su luz y esplendor, fue hecha con Él un solo espíritu en un grado preeminente (principaliter), según la promesa del apóstol a los que debían imitarle: "el que se junta con el Señor, un espíritu es" (1Co 6,17).

El alma de Cristo hace como de vínculo de unión entre Dios y la carne, ya que no sería posible que la naturaleza divina se mezclara directamente con la carne; y entonces nace el "Dios-hombre". Como hemos dicho, el alma es como una sustancia intermedia, y no es contra su naturaleza el asumir un cuerpo, y, por otra parte, siendo una sustancia racional, tampoco es contra su naturaleza el recibir a Dios al que ya tendía toda ella como al Verbo, a la Sabiduría y a la Verdad. Y entonces, con toda razón, estando toda ella en el Hijo de Dios, y conteniendo en sí todo el Hijo de Dios, ella misma, juntamente con la carne que había tomado, se llama Hijo de Dios, y Poder de Dios, Cristo y Sabiduría de Dios; y a su vez, el Hijo de Dios "por el que fueron hechas todas las cosas" (Col 1,16), se llama Jesucristo e Hijo del Hombre.

Entonces, se dice que el Hijo de Dios murió, a saber, con respecto a aquella naturaleza que podía padecer la muerte, y se proclama que el Hijo del Hombre "vendrá en la gloria de Dios Padre juntamente con los santos ángeles" (Mt 16,27). Por esta razón, en toda la Escritura divina se atribuyen a la divina naturaleza cualidades humanas, y la naturaleza humana recibe el honor de las cualidades divinas. Porque lo que está escrito: "Serán dos en una sola carne, y ya no serán dos, sino una única carne" (Gn 2,24), puede aplicarse a esta unión con más propiedad que a ninguna otra, ya que hay que creer que el Verbo de Dios forma con la carne una unidad más íntima que la que hay entre el marido y la mujer. ¿Y de quién se hace más un espíritu con Dios que esta alma que se ha unido a Dios por amor, para que se diga justamente que es un espíritu con Él?

Un alma pura y sin pecado

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4. Que la perfección de su amor y la sinceridad de su afecto merecido, formaron por ello esta unión inseparable con Dios, para que la asunción de esta alma no fuera accidental, o el resultado de una preferencia personal, sino que fue conferida como la recompensa de sus virtudes, escuchemos al profeta que se dirige a ella diciendo: "Amaste la justicia y aborreciste la maldad: Por tanto te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de gozo sobre tus compañeros" (
Ps 45,7). Como una recompensa por su amor, entonces, es ungido con el óleo de alegría; esto es, el alma de Cristo juntamente con el Verbo de Dios es hecha Cristo. Porque ser ungido con el óleo de gozo no significa nada más que estar lleno del Espíritu Santo. Y cuando se dice: "sobre tus compañeros", significa que la gracia del Espíritu no le fue dada como a los profetas, sino que la plenitud esencial de la Palabra de Dios mismo estaba en ella, según el dicho del apóstol: "En Él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente" (Col 2,9).

Finalmente, en base a esto, no sólo se dice: "Amaste la justicia", sino que agrega: "Aborreciste la maldad". Para haber aborrecido la maldad dice la Escritura de Él, que: "Nunca hizo Él maldad, ni hubo engaño en su boca" (Is 53,9). Y: "Tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (He 4,15). Hasta el mismo Señor dijo: "¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?" (Jn 8,46). Y otra vez con referencia a su persona: "Viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en mí" (Jn 14,30).

Todos estos pasajes muestran que en Él no hubo ningún sentido de pecado; y para que el profeta pudiera mostrar más claramente que ningún sentido de pecado entró alguna vez en Él, dice: "Porque antes que el niño sepa decir, padre mío, y madre mía, sabrá desechar lo malo y escoger lo bueno" (Is 8,4 Is 7,16).

Cristo no pudo pecar

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5. Ahora, si haber mostrado que Cristo poseyó un alma racional es causa de dificultad a alguien, sabiendo que hemos demostrado con frecuencia en todas partes de nuestras discusiones que la naturaleza de las almas es capaz tanto del bien como del mal, la dificultad será explicada de manera siguiente.

No se puede dudar de que el alma de Jesús era de naturaleza semejante a la de las demás almas; de otra manera no podría ser llamada alma si no lo fuera realmente. Pero mientras que todas las almas tienen la facultad de poder escoger el bien o el mal, el alma de Cristo había optado por el amor de la justicia de manera que, debido a la infinitud de su amor por ella, se adhería a la justicia, destruyendo toda susceptibilidad (sensum) de mutación o cambio. De esta forma, lo que era efecto de su libre opción se había hecho en Él una "segunda naturaleza". Hemos de creer, pues, que había en Cristo un alma racional humana, pero hemos de concebirla en tal forma que era para ella imposible cualquier sentimiento o posibilidad de pecado.

La unión del alma humana de Cristo con la divinidad

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6. Para explicar mejor esta unión, sería conveniente recurrir a una comparación, aunque en realidad, en una cuestión tan difícil, no hay comparación adecuada. Sin embargo, si podemos hablar sin ofensa, el hierro puede estar frío o caliente, de forma que si una masa de hierro es puesta al fuego es capaz de recibir el ardor de éste en todos sus poros y venas, convirtiéndose el hierro en fuego siempre que no se saque de él. ¿Podremos decir que aquella masa, que por naturaleza era hierro, mientras esté en el fuego que arde sin cesar, es algo que puede ser frío? Más bien diremos, porque es compatible con la verdad, según vemos cómo acontece en los hornos, que el hierro se ha convertido totalmente en fuego, ya que no podemos observar en él nada más que fuego.Y si alguien intenta tocarlo o manejarlo, experimentará no la acción del hierro, sino la del fuego. De igual modo esa alma (de Jesús) que está incesantemente en el Logos, en la Sabiduría y en Dios (semper in verbo, semper in sapientia, semper in Deo) de la misma manera que el hierro está en el fuego, es Dios en todo lo que hace, siente o conoce, y por tanto no puede llamarse convertible, ni mutable, puesto que, siendo sin cesar calentado, posee la inmutabilidad de su unión con el Logos de Dios.

A todos los santos, finalmente, pasó algún calor del Verbc de Dios, como debe suponerse; y en esta alma descansó el fuego divino, como se debe creer, del cual algún calor pudiera pasar a otros. Finalmente, la expresión: "Por tanto te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de gozo sobre tus compañeros" (
Ps 45,7), muestra que esa alma fue ungida de un modo con óleo de gozo, esto es, con la palabra de Dios y la sabiduría; y de otro sus compañeros, esto es, los santos profetas y apóstoles. Ya que ellos, como se dice, "se recrean en el olor de sus ungüentos".66 Y esa alma fue el vaso que contuvo el mismo ungüento de cuya fragancia todos los profetas y apóstoles dignos han sido hechos participantes.

Como la sustancia de un ungüento es una cosa y su olor otra, así también, Cristo es una cosa y sus compañeros otra. Y como el vaso mismo, que contiene la sustancia del ungüento, en ningún caso puede admitir ningún olor repugnante; es posible que los que disfrutan de su olor, si se apartan un poco de su fragancia, puedan recibir cualquier olor apestoso que venga sobre ellos. Así, de la misma manera, era imposible que Cristo, siendo como era el vaso mismo, en el que estaba la sustancia del ungüento, recibiera un olor de clase opuesta, mientras ellos, sus compañeros, serían participantes y receptores de su olor en proporción a su proximidad al vaso.

Profecías sobre Cristo y su "sombra"

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7. Pienso, de verdad, que también el profeta Jeremías, entendiendo cuál era la naturaleza de la sabiduría de Dios en Él, que era la mismo también que Él había asumido para la salvación del mundo, dijo: "El resuello de nuestras narices, el ungido de Jehová, de quien habíamos dicho: A su sombra tendremos vida entre las gentes" (
Lm 4,20). Y puesto que la sombra de nuestro cuerpo es inseparable del cuerpo, e inevitablemente realiza y repite sus movimientos y gestos, pienso que el profeta, deseando indicar la obra del alma de Cristo, y los movimientos que inseparablemente le pertenecen, y que logró todo según sus movimientos y voluntad, llamó a esta la sombra de Cristo el Señor, bajo el cual debíamos vivir entre las naciones. Porque en el misterio de esta asunción, las naciones viven, que, imitándolo por la fe, viene a la salvación. También David me parece indicar lo mismo cuando dice: "Señor, acuérdate del oprobio de tus siervos; oprobio que llevo yo en mi seno de muchos pueblos. Porque tus enemigos han deshonrado los pasos de tu ungido" (Ps 89,50-51).

Y ¿qué otra cosa quiere decir Pablo cuando dice: "Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Y de nuevo en otro lugar: "Buscáis una prueba de Cristo que habla en mí" (2Co 13,3). Y ahora dice que Cristo estaba escondido en Dios. El significado de esta expresión excede, quizás, la aprehensión de la mente humana, a menos que se demuestre que es algo similar a lo que hemos indicado más arriba con las palabras del profeta "la sombra de Cristo".

Pero vemos también que hay muchas otras declaraciones en la Escritura respecto al significado de la palabra "sombra", como la bien conocida del Evangelio según Lucas, donde Gabriel dice a María: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra" (Lc 1,35). Y el apóstol dice con referencia a la ley, que quienes tienen la circuncisión en la carne, "sirven de bosquejo y sombra de las cosas celestiales" (He 8,5). Y en otro sitio: "Nuestros días sobre la tierra como sombra" (Jb 8,9).

Si, entonces, no sólo la ley que está en la tierra es una sombra, sino también toda nuestra vida en la tierra es lo mismo, y vivimos entre las naciones bajo la sombra de Cristo, debemos ver si la verdad de todas estas sombras no puede llegar a conocerse mediante aquella revelación, cuando ya no veremos más por un cristal, y misteriosamente, sino cara a cara, todos los santos merecerán contemplar la gloria de Dios y las causas y la verdad de las cosas. Y la promesa de esta verdad ya está siendo recibida por el Espíritu Santo. El apóstol dijo: "De manera que nosotros de aquí adelante a nadie conocemos según la carne: y aun si a Cristo conocimos según la carne; empero ahora ya no le conocemos" (2Co 5,16).

Estos pensamientos se nos han ocurrido mientras tratábamos de doctrinas de tal dificultad como la encarnación y la deidad de Cristo. Si hay alguien que, de verdad, llega descubrir algo mejor y puede establecer sus proposiciones por pruebas más claras de la Sagrada Escritura, dejemos que su opinión sea recibida antes que la mía.

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7 EL ESPÍRITU SANTO

La unidad de Espíritu en ambos Testamentos

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1. Después de aquellas primeras discusiones que, según las exigencias del caso, sostuvimos en el principio en cuanto al Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, parece lógico que retrocedamos sobre nuestros pasos y mostremos que el mismo Dios creador y fundador del mundo es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, esto es, que el Dios de la ley y de los profetas y del Evangelio son uno y el mismo. Y en segundo lugar, debería mostrarse, con respecto a Cristo, en qué manera Él, que es el Logos o Palabra y Sabiduría de Dios, se ha hecho hombre; ahora volvamos con la brevedad posible al tema del Espíritu Santo.

Es el tiempo, pues, de decir unas palabras, con lo mejor de nuestra capacidad, sobre el Espíritu Santo, a quien nuestro Señor y Salvador en el Evangelio según Juan ha llamado el Paráclito. Porque como es el mismo Dios, y el mismo Cristo, así también es el mismo Espíritu Santo que estaba en los profetas y apóstoles, esto es, o en los que creyeron en Dios antes del advenimiento de Cristo, o sea, en los que mediante Cristo han buscado refugio en Dios.

Hemos oído que determinados herejes se han atrevido a decir que hay dos Dioses y dos Cristos, pero nunca hemos sabido que la doctrina de dos Espíritus Santos sea predicada por alguien.67 Porque, ¿cómo podrían mantener esto desde la Escritura, o qué distinción podrían trazar entre el Espíritu Santo y el Espíritu Santo, si en verdad se puede descubrir una definición o descripción del Espíritu Santo?

Porque aunque concedamos a Marción o a Valentino que es posible trazar distinciones en la cuestión de la deidad, y describir la naturaleza del Dios bueno como uno, y del Dios como otro, ¿qué inventará, o qué descubrirá que le permita introducir una distinción en el Espíritu Santo? Considero, entonces, que son incapaces de descubrir nada que pueda indicar ninguna distinción de cualquier clase en absoluto.68

El poder del Espíritu alcanza a todos en el Evangelio

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2. Somos de la opinión que cada criatura racional, sin ninguna distinción, recibe una parte de Él de la misma manera que de la Sabiduría y del Logos de Dios. Pero observo que la principal venida del Espíritu Santo a los hombres se manifiesta después de la ascensión de Cristo más particularmente que antes de su venida. En efecto, antes el don del Espíritu Santo se concedía a unos pocos profetas; tal vez cuando alguno llegaba a alcanzar méritos especiales entre el pueblo. Pero tras la venida del Salvador está escrito que se cumplió lo que había sido dicho por el profeta Joel, que "en los últimos días derramaré mi Espíritu sobre toda carne y profetizarán" (
Jl 2,28 Ac 2,17); lo cual efectivamente concuerda con aquello: "Todas las gentes le servirán" (Ps 72,11). Así pues, por esta donación del Espíritu Santo, como por otras muchísimas señales, se hace patente aquello tan extraordinario, a saber, que lo que es- taba escrito en los profetas o en la ley de Moisés entonces lo comprendían pocos, es decir los mismos profetas, y ape- ñas alguno del pueblo podía ir más allá del sentido literal y adquirir una comprensión más profunda, penetrando el sentido espiritual de la ley y los profetas. Pero ahora son innumerables las multitudes de los que creen, y, aunque no puedan siempre de forma ordenada y clara explicar la razón del sentido espiritual, sin embargo casi todos están perfectamente convencidos de que ni la circuncisión ha de entenderse en un sentido corporal, ni el descanso del sábado, ni el derramamiento de sangre de los animales, ni las respuestas que Dios daba a Moisés sobre estas cosas; y no hay duda de que esta comprensión se debe a que el Espíritu Santo con su poder inspira a todos.

Errores sobre la naturaleza del Espíritu Santo

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3. Y así como hay muchas maneras de aprehender a Cristo, que, aunque es sabiduría, no obra el poder de su sabiduría en todos los hombres, sino sólo en los que se entregan al estudio de sabiduría en Él; quien, aunque llamado médico, no opera en todos, sino sólo en los que entienden su condición débil y enferma, y acuden a su compasión para poder obtener la salud; así, también, pienso que ocurre con el Espíritu Santo, en quien se contienen toda clase de dones, porque a unos se concede por el Espíritu palabra de sabiduría, y a otros la palabra de conocimiento, y a otros fe; y así a cada individuo que es capaz de recibirle, es el Espíritu mismo hecho esa cualidad, o se entiende que es lo necesario para el individuo que ha merecido participar.69

Estas divisiones y diferencias, que no son percibidas por los que oyen llamarle Paráclito en el Evangelio, y no consideran debidamente la consecuencia del trabajo o actos por los que Él es llamado Paráclito, le han comparado a algún espíritu común; y de esta manera han tratado de turbar las iglesias de Cristo y de excitar disensiones en grado no pequeño entre hermanos; mientras que el Evangelio lo presenta con tal poder y majestad, que se dice que los apóstoles no podían recibir aquellas cosas que el Salvador deseaba enseñarles hasta el advenimiento del Espíritu Santo, quien, derramándose en sus almas, podría ilustrarlos en cuanto a la naturaleza y la fe de la Trinidad.

Pero estas personas, debido a la ignorancia de su entendimiento, no sólo son incapaces de exponer lógicamente la verdad, sino que hasta no pueden prestar atención a lo que nosotros ya hemos avanzado. Mantienen ideas indignas de su divinidad, habiéndose entregado a errores y engaños, siendo depravados por un espíritu de error, que instruidos por la enseñanza del Espíritu Santo, según la declaración del apóstol: "El Espíritu dice manifiestamente, que en los venideros tiempos alguno apostatarán de la fe escuchando a espíritus de error y a doctrinas de demonios; que con hipocresía hablarán mentira, teniendo cauterizada la conciencia" (
1Tm 4,1-2).


Origenes - de principis 2503