Origenes - de principis





DE PRINCIPIS DE ORIGENES

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PREFACIO

Planteamientos de los temas a tratar

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1. Todos los que creen y tienen la convicción de que la gracia y la verdad nos han sido dadas por Jesucristo, saben que Cristo es la verdad, como Él mismo dijo: "Yo soy la verdad" (
Jn 14,6), y que la sabiduría que induce a los hombres a vivir bien y alcanzar la felicidad no viene de otra parte que de las mismas palabras y enseñanzas de Cristo. Por las palabras de Cristo no entendemos sino aquellas que Él mismo habló cuando se hizo el hombre y habitó en la carne; ya que antes de ese tiempo, Cristo, la Palabra de Dios, estaba en Moisés y en los profetas. Porque sin la Palabra de Dios, ¿cómo podrían haber sido capaces de profetizar de Cristo?

Si no fuera nuestro propósito reducir el tratado presente dentro de los límites de la mayor brevedad posible, no sería difícil mostrar, en prueba de esta afirmación, con las Santas Escrituras, cómo Moisés y los profetas hablaron e hicieron lo que hicieron debido a que estaban llenos del Espíritu de Cristo. Y por lo tanto pienso que es suficiente citar el testimonio de Pablo en la Epístola a los Hebreos,1 se dice: "Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija del Faraón; escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que disfrutar de los placeres temporales de pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios" (He 11,24-26). Además, que después de su ascensión al cielo Cristo habló a sus apóstoles, Pablo lo muestra con estas palabras: "Pues buscáis una prueba de que habla Cristo en mí" (2Co 13,3).

La regla de fe y la doctrina de la Iglesia

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2. Sin embargo, muchos de los que profesan creer en Cristo no están de acuerdo entre sí no sólo en las cosas pequeñas e insignificantes, sino aun en las grandes e importantes, como es en lo que se refiere a Dios, o al mismo Señor Jesucristo, o al Espíritu Santo; y no sólo en cuanto a estos asuntos, sino también en cuanto a otros, como son las existencias creadas, a saber, los poderes y las virtudes santas; por esto parece necesario que acerca de todas estas cuestiones sigamos una línea segura y una regla clara; luego ya podremos hacer investigaciones acerca de lo demás. De la misma manera que muchos de entre los griegos y bárbaros prometen la verdad, nosotros ya hemos dejado de buscarla entre ellos, puesto que sólo tenían opiniones falsas, y hemos venido a creer que Cristo es el Hijo de Dios y que es de Él de quien hemos de aprender la verdad, así también cuando entre los muchos que piensan tener los sentimientos de Cristo hay algunos que opinan de manera distinta que los demás, hay que guardar la doctrina de la Iglesia, la cual proviene de los apóstoles por la tradición sucesoria, y permanece en la Iglesia hasta el tiempo presente; y sólo hay que dar crédito a aquella verdad que en nada se aparta de la tradición eclesiástica

y apostólica.

Lo que es necesario creer y lo que es preciso buscar

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3. Sin embargo, hay que hacer notar que los santos apóstoles que predicaron la fe de Cristo, comunicaron algunas cosas que claramente creían necesarias para todos los creyentes, aun para aquellos que se mostraban perezosos en su interés por las cosas del conocimiento de Dios, dejando, en cambio, que las razones de sus afirmaciones las investigaran aquellos que se hubieren hecho merecedores de dones superiores, principalmente los que hubieren recibido del mismo Espíritu Santo el don de la palabra, de la sabiduría y de la ciencia. Respecto de ciertas cosas, afirmaron ser así, pero no dieron explicación del cómo ni del por qué de las mismas, sin duda para que los más diligentes de sus sucesores, mostrando amor a la sabiduría, tuvieran en qué ejercitarse y hacer fructificar su ingenio, esos sucesores, quiero decir, que tenían que prepararse para ser receptores aptos y dignos de sabiduría.

Los puntos esenciales de la fe sobre Dios Padre, Cristo y el Espíritu Santo

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4. Los puntos particulares claramente entregados en la enseñanza de los apóstoles son como siguen:

Primero, que hay un Dios, que creó y ordenó todas las cosas, quien, cuando nada existía, llamó todas las cosas a la existencia. Dios desde el principio de la creación y la fundación del mundo; el Dios de todos los justos, de Adán, Abel, Set, Enós, Enoc, Noé, Sem, Abrahán, Isaac, Jacob, los doce patriarcas, Moisés, y los profetas; y que este Dios, en los últimos días, como había anunciado de antemano por sus profetas, envió a nuestro Señor Jesucristo para llamar en primer lugar a Israel de vuelta a Él, y en segundo lugar los gentiles, después de la infidelidad del pueblo de Israel. Este Dios justo y bueno,2 el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Él mismo dio la ley y los profetas, y los Evangelios, siendo también el Dios de los apóstoles y de los Testamentos Viejo y Nuevo.

En segundo lugar, aquel Jesucristo mismo, que vino al mundo, nació del Padre antes de todas las criaturas; y después de haber sido el siervo del Padre en la creación de todas las cosas: "Todas las cosas por él fueron hechas" (
Jn 1,3), en los últimos días, despojándose a sí mismo (de Su gloria), se hizo un hombre, y se encarnó aunque era Dios, y mientras fue hombre permaneció siendo el mismo Dios que era; y asumió un cuerpo como el nuestro, distinguiéndose de nosotros sólo en que nació de una virgen y del Espíritu Santo; así este Jesucristo nació realmente y realmente sufrió,3 y no soportó esta muerte sólo en apariencia, sino que realmente murió y realmente resucitó de entre los muertos; y que después de su resurrección Él habló con sus discípulos, y ha tornado arriba (en el cielo). En tercer lugar, los apóstoles cuentan que, después de la Ascensión, el Espíritu Santo es asociado al Padre y al Hijo en honor y dignidad. Pero acerca de Él no podemos decir claramente si ha de ser considerado como engendrado (nato) o inengendrado (innato),4 o si es o no Hijo de Dios; ya que estos son los puntos que tienen que ser investigados desde la Escritura sagrada según lo mejor de nuestra capacidad, lo que exige una investigación cuidadosa. Y que este Espíritu inspiró a cada uno de los santos, tanto profetas como apóstoles; y que no hubo un Espíritu en los hombres de la antigua dispensación y otro en los que han sido inspirados en el advenimiento de Cristo, lo cual se enseña con mucha claridad en todas las iglesias.

El alma y su libertad

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5. Después de estos puntos, la enseñanza apostólica también consiste en que el alma, teniendo una sustancia y vida propias, después de su salida del mundo, será recompensada según su méritos, siendo destinada a recibir su herencia de vida eterna y felicidad, si sus acciones procuraron esto, o a ser entregado al fuego eterno y al castigo, si la culpa de sus crímenes la ha llevado a eso; y también, que habrá un tiempo de resurrección de los muertos, cuando este cuerpo, que ahora "es sembrado en la corrupción, se elevará en incorrupción", y el que "es sembrado en deshonra se elevará en gloria" (
1Co 15,42).

El punto siguiente también está definido por la predicación eclesiástica: toda alma racional está dotada de libre albedrío y de voluntad; y está en lucha con diablo y sus ángeles, así como las potencias adversas, que se esfuer zan entonces por cargarla de pecados; pero si vivimos co rrecta y sabiamente, debemos procurar sacudirnos y que dar libres de una carga de esta clase.

De esto se sigue, por tanto, que entendemos que no estamos sometidos a la necesidad y que no somos forza dos de todas maneras ni a pesar nuestro a obrar el mal o el bien. Dotados como lo estamos del libre albedrío, algu ñas potencias nos pueden empujar al mal y otras ayudarnos a obrar nuestra salvación; sin embargo no estamosconstreñidos por la necesidad a obrar bien o mal.

Piensan lo contrario los que nos dicen que el curso y los movimientos de las estrellas son la causa de los actos humanos, no sólo de aquellos que no dependen del libre albedrío, sino también de los que están en nuestro poder.5

Pero en lo que concierne al alma, si el alma se propaga mediante el semen, de manera que su esencia y sustancia se encuentre en el mismo semen corporal, o bien tenga otro origen por generación o sin ella, o si es infundida en el cuerpo desde el exterior o no, no está suficientemente precisado por la predicación apostólica.

El diablo y sus ángeles

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6. En cuanto a la existencia del diablo y sus ángeles, y también de las potencias adversas, la predicación apostólica no ha expuesto con claridad suficiente su naturaleza y modo de ser. Muchos son de la opinión de que el diablo ha sido un ángel y que, devenido apóstata, ha convencido a numerosos ángeles para que lo siguieran en su aleja miento; por eso estos últimos son llamados hasta ahora sus ángeles.

La creación de la nada en el tiempo

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7. Esto también es parte de la enseñanza de la Iglesia, que el mundo fue hecho y tomó su principio en un cierto tiempo, y que será destruido debido a su maldad. Pero qué existió antes de este mundo, o qué existirá después de él, muchos no lo saben con certeza, porque no hay ninguna declaración clara sobre ello en la enseñanza de la Iglesia.

Las Escrituras inspiradas divinamente

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8. Entonces, finalmente, que las Escrituras han sido escritas por el Espíritu de Dios, y tienen un significado, no sólo el que es evidente a primera vista, sino también otro, que se escapa del conocimiento de la mayoría. Porque aquellas (palabras] que están escritas son las formas de ciertos misterios (sacramentos) y las imágenes de las cosas divinas. Respecto a lo cual hay una opinión universal en toda la Iglesia, que la ley entera es verdaderamente espiritual; pero que el significado espiritual que la ley encierra no es conocido a todos, sino únicamente a aquellos a quienes es concedida la gracia del Espíritu Santo en la palabra de sabiduría y de conocimiento.

El término aswmaton, esto es, incorpóreo, está en desuso y es desconocido, no sólo en muchas otras escrituras, sino también en las nuestras propias. Y si alguien nos las cita del pequeño tratado titulado la Doctrina de Pedro6, donde el Salvador parece decir a sus discípulos:

"No soy un espíritu (daemonium) sin cuerpo", tengo que contestar, en primer lugar, que esta obra no está incluida entre los libros eclesiásticos; ya que podemos mostrar que no ha sido compuesta ni por Pedro ni por ningún otro inspirado por el Espíritu de Dios. Pero aunque admitiera este punto, la palabra aswmaton no tiene allí el mismo significado que es requerido por los autores griegos y gentiles cuando la naturaleza incorpórea es discutida por filósofos. Porque en el pequeño tratado referido, se usa la frase "espíritu incorpóreo" para denotar que aquella for ma o contorno de cuerpo espiritual, sea lo que fuere, no se parecen a este cuerpo nuestro, palpable y visible; pero, de acuerdo con la intención del autor del tratado, debe entenderse que quiere decir que Él no tenía tal cuerpo como los espíritus tienen, que es naturalmente fino (sutil) y delgado, como formado de aire (por esta razón es con siderado o llamado por muchos incorpóreo), sino que Él tenía un cuerpo sólido y palpable. Ahora, según la costum- saber sibre humana, todo que no es de esta naturaleza es llamado incorpóreo por el simple o ignorante; como si uno tuviera que decir que el aire que respiramos es incorpóreo, porque el aire no es un cuerpo de tal naturaleza que pueda ser como agarrado y sostenido, o que pueda ofrecer resistencia a la presión.

El tema de la incorporeidad de Dios

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9. Investigaremos, sin embargo, si lo que los filósofos griegos llaman aswmaton, "o incorpóreo", se encuentra en diferente la Santa Escritura bajo otro nombre. Ya que debe también ser un tema de investigación saber si Dios mismo tiene que ser entendido como corpóreo o compuesto según alguna forma, o de una naturaleza diferente de los cuerpos; un punto que no está claramente indicado en nuestra enseñanza. Y las mismas averiguaciones tienen que hacerse en cuanto a Cristo y el Espíritu Santo, así como respecto a cada alma y todo lo que posee una naturaleza racional.7

Los ángeles, ministros de Dios para la salvación humana

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10. Esto también es una parte de la enseñanza de la Iglesia, que hay ciertos ángeles de Dios, y ciertas influencías buenas, que son sus siervos en el cumplimiento de la salvación de hombres. Sin embargo, cuándo fueron creados, o cuál es su naturaleza, o cómo existen, no está dicho con claridad. Respecto al sol, la luna, y las estrellas, si ellas son criaturas vivas o sin vida, no hay ninguna afirmación distintiva.

Cada uno, por lo tanto, debe aprovechar elementos y fundamentos de esta clase, según el precepto: "Encender en vosotros la luz del conocimiento" (
Os 10,12).8 Y así construir una serie y un cuerpo de doctrinas a partir de las razones y de todo eso, para profundizar con la ayuda de asertos claros y necesarios la verdad de cada punto, a fin de construir con ellos, como hemos dicho, un solo cuerpo de doctrina, ayudándose con comparaciones y afirmaciones que se hayan encontrado en las Sagradas Escrituras o que se hayan descubierto, buscando la consecuencia lógica y siguiendo un razonamiento recto.


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LIBRO PRIMERO

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1 DIOS

Dios no tiene cuerpo en ningún sentido

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1. Sé que algunos pretenden decir, apoyándose incluso en nuestras Escrituras, que Dios es un cuerpo,9 alegando que lo que encuentran escrito en Moisés: "Nuestro Dios es un fuego consumidor" (
Dt 4,24), y en el evangelio de Juan: "Dios es espíritu, y los que le adoran, en espíritu y verdad es necesario que le adoren" (Jn 4,24). El fuego y el espíritu, según ellos, no pueden entenderse sino como cuerpo. Ahora, me gustaría preguntar a estas personas qué dicen de lo que está escrito: "Dios es luz, y en Él no hay tinieblas" (1Jn 1,5), como dice Juan en su epístola.

Realmente Él es aquella luz que ilumina el entendimiento de todos los que son capaces de recibir la verdad, como se dice en los Salmos: "En tu luz veremos la luz" (Ps 35,10).

¿Y qué otra cosa ha de llamarse luz de Dios, en la cual vemos la luz, sino la virtud de Dios, iluminados por la cual conocemos ya la verdad de todas las cosas, ya al mismo Dios, que se llama la Verdad? Tal, pues, es el sentido de las palabras: "En tu luz veremos la luz", esto es, en tu Verbo y tu sabiduría, que es tu Hijo, en Él mismo, te vemos a Ti, el Padre. ¿Acaso porque se llama luz ha de creérsele semejante a la luz de nuestro sol? ¿Cómo podrá darse un intelecto, por leve que sea, que reciba de esta luz corporal la causa de su conocimiento y alcance por ella el entendimiento de la verdad?

Dios es fuego consumidor en sentido moral-espiritual

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2. Si, entonces, ellos consienten esta afirmación nues tra sobre la naturaleza de esa luz, que la misma razón demuestra, y confiesan que Dios no puede entenderse como un cuerpo, según la intelección de esa luz, el mismo razonamiento podrá aplicarse al "fuego que consume" (
Dt 4,24). Porque, ¿qué consumirá Dios en cuanto es fuego? ¿Podrá creerse acaso, que consume la materia corporal, como el leño, el heno, o la paja? Y si Dios es un fuego consumidor de las materias de esa índole, ¿qué se dirá con ello que merezca la alabanza de Dios? Consideremos, en cambio, que Dios consume ciertamente y extermina, pero consume los malos pensamientos de las mentes, consume las acciones vergonzosas, consume los deseos del pecado, cuando se introduce en las mentes de los creyentes, y de esas almas hechas capaces de su Verbo y su sabiduría al habitarlas juntamente con su Hijo según lo que está dicho: "Yo y el Padre vendremos a él, y en él haremos morada" (Jn 14,23), hace un templo puro para sí y digno de sí, consumiendo en ellas todos los vicios y pasiones.

Y a los que porque está dicho que Dios es espíritu, juzgan que Dios es cuerpo, juzgo que debe respondérseles de esta manera: es costumbre de la Sagrada Escritura, cuando quiere significar algo contrario a este cuerpo craso y sólido, denominarlo "espíritu", y así dice: "La letra mata, pero el espíritu da vida" (2Co 3,6), significando, sin duda, por "letra" lo corporal, y por "espíritu" lo intelectual, que también llamamos espiritual. El apóstol dice también: "Hasta el día de hoy, siempre que leen a Moisés, el velo persiste tendido sobre sus corazones; mas cuando se vuelvan al Señor será corrido el velo. El Señor es espíritu, y donde está el espíritu del Señor está la libertad" (2Co 3,15-17). Porque mientras los hombres no se convierten a la inteligencia espiritual un velo cubre su corazón, y por ese velo, es decir, por la inteligencia crasa, se dice y considera velada la propia Escritura; y por eso se dice que un velo cubría el rostro de Moisés cuando hablaba al pueblo, es decir, cuando se leía la ley públicamente (Ex 34,36). Pero si nos convertimos al Señor, donde esté también el Verbo de Dios y donde el Espíritu Santo revela la ciencia espiritual, entonces será quitado el velo, y, con el rostro descubierto, contemplaremos en las Santas Escrituras la gloria del Señor.

El Espíritu Santo no es un cuerpo

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3. Y aunque muchos santos participan del Espíritu Santo, no puede entenderse el Espíritu Santo como un cuerpo que, dividido en partes corporales, es recibido por cada uno de los santos, sino que es un poder santificante en el cual, se dice, tienen participación todos los que han merecido ser santificados por su gracia. Y para que pueda comprenderse más fácilmente lo que decimos, tomemos un ejemplo aun de cosas distintas: son muchos los que participan el arte de la medicina; ¿acaso hemos de enten der que a todos los que participan de la medicina se les ha ofrecido un cuerpo llamado medicina y que se han hecho participantes de él llevándose cada uno una por ción? ¿O se ha de entender más bien que participan de la medicina todos aquellos que con mentes prontas y dis puestas perciben la intelección de este arte y disciplina?.

No debe entenderse, sin embargo, que se trata de un ejem plo absolutamente semejante cuando comparamos la medicina al Espíritu Santo, sino adecuado sólo para pro bar que no se ha de creer sin más, cuerpo aquello en que participan muchos; porque el Espíritu Santo difiere mucho tanto de la ciencia como de la disciplina de la medicina; el Espíritu Santo es una existencia (subsistentia) intelectual, y subsiste y existe de por sí, mientras que la medicina no es nada semejante.

Dios es espíritu

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4. Pero pasemos ya a las mismas palabras del Evangelio donde está escrito que "Dios es espíritu" 0n. 4,24), y mostremos cómo deben entenderse de acuerdo con lo que hemos dicho. Preguntemos, pues, cuándo dijo esto nuestro Salvador, a quién, y en respuesta a qué. Encontra mos que pronunció las palabra, "Dios es espíritu", hablan do a la mujer samaritana, a aquella que creía que se debía adorar a Dios en el monte Gerizim, según la opinión de los samaritanos. En efecto, la mujer samaritana pregunta ba, creyendo que era uno de los judíos, si se debía adorar a Dios en Jerusalén o en ese monte, y decía así: "Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar" (
Jn 4,20). Así, pues, a lo que creía la samaritana pensando que según la prerrogativa de los lugares corporales Dios era adorado menos recta o debidamente por lo judíos en Jerusalén o por los samaritanos en el monte Gerizim, respondió el Salvador que el que quiere seguir al Señor debe guardarse de todo prejuicio sobre los lugares corporales, y dice así: "Llega la hora, y ésta es cuando verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad" (Jn 4,23-24). Y observa cuan consecuentemente asoció la verdad al espíritu, de modo que empleó el nombre de espíritu para establecer una distinción respecto de los cuerpos, y el de verdad para establecer una distinción respecto de la sombra o imagen. En efecto, los que adoraban en Jerusalén, sirviendo a la sombra o imagen de las cosas celestes, no adoraban a Dios en verdad ni en espíritu como tampoco los que adoraban en el monte Gerizim.

Dios es incomprensible e inconmensurable

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5. Habiendo, pues, refutado, en la medida en que podemos, todos los sentidos que pudieran sugerir que nosotros pensamos de Dios algo corpóreo, decimos que realmente Dios es incomprensible e inconmensurable (inaestimabilem), pues si hay algo que podemos sentir o entender acerca de Dios, hemos de creer necesariamente que Dios es infinitamente mejor de lo que sentimos. En efecto, si viéramos un hombre que con dificultad pudiera mirar una chispa de luz, o la llama de una lamparilla, y quisiéramos hacer comprender a uno cuya vista no pudiera abarcar más luz que la mencionada claridad y esplendor del sol, ¿no deberíamos decirle que el esplendor del sol es indecible e incalculablemente mejor y más excelente que toda la luz que él ve? Así nuestra mente, por estar encerrada en la prisión de la carne y la sangre, y hacerse más embotada y obtusa por la participación de esta materia, aunque sea considerada como muy superior en comparación de la naturaleza corpórea, ocupa apenas el lugar de una chispa o de una lucecita cuando se esfuerza por comprender lo incorpóreo y procura contemplarlo. Pero ¿qué hay entre todos los objetos intelectuales, es decir, incorpóreos, que sea tan superior a los demás y les sea tan indecible a incalculablemente superior como Dios?

La agudeza de la mente humana, por más pura y clara que esta sea, no puede alcanzar ni contemplar la naturaleza divina.

Dios es homogéneo e indivisible

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6. Pero no aparecerá absurdo si empleamos otra similitud para hacer más evidente la explicación de nuestro objeto: Nuestros ojos no pueden contemplar la naturaleza misma del sol, esto es, su sustancia; pero contemplando su resplandor, o los rayos que penetran quizá por las ventanas o por otros pequeños receptáculos de luz, podemos considerar cuál será la magnitud del propio hogar y fuente de la luz corpórea. Y así las obras de la divina providencia y el arte de este universo son como ciertos rayos de la naturaleza de Dios, en comparación de su propia sustancia y naturaleza.10 Y porque nuestra mente, por sí misma, no puede contemplar a Dios mismo como es, entiende al Padre del universo partiendo de la hermosura de sus obras y la belleza de sus criaturas. Por consiguiente, no se ha de pensar que Dios es cuerpo, ni está en un cuerpo, sino que es una naturaleza intelectual simple (simplex intellectualis natura), que no admite en sí ninguna adición; de modo que no puede creerse que tiene en sí algo mayor y algo inferior, sino que es por todas partes mónada11 y, por así decirlo unidad, y mente, y la fuente de la que toda la naturaleza intelectual o la mente toman su principio.

Por otra parte, la mente, para sus movimientos u operaciones, no tiene necesidad de ningún espacio físico, ni magnitud sensible, ni de hábito corporal, o color, ni de ninguna otra cosa de las que son propias del cuerpo o de la materia. Por eso aquella naturaleza simple que es toda mente, para moverse a operar algo, no puede tener dilación ni demora alguna, para que no parezca restringirse o circunscribirse en alguna medida, por una adición de este género, la simplicidad de la naturaleza divina; de suerte que lo que es principio de todas las cosas resulta compuesto y diverso, y sea muchas cosas y no una sola aquello que debe ser ajeno a toda mezcla corpórea, y constar por así decirlo, de la sola especie divina.

Que la mente no necesita lugar para moverse según su naturaleza es cosa segura aun partiendo de la consideración de nuestra mente. Ya que si la mente permanece en su propia medida y no está embotada por alguna causa, nunca sufrirá demora en la ejecución de sus movimientos a consecuencia de la diversidad de los lugares, ni adquirirá tampoco, en virtud de la cualidad de los lugares, aumento o incremento alguno. Y si alguien lo pretende fundándose en que, por ejemplo, los que navegan y están agitados por el oleaje del mar tienen la mente bastante menos vigorosa que suele estarlo en tierra, no debe creerse que les acontece esto por la diversidad del lugar, sino por la conmoción y agitación del cuerpo, al que la mente está unida o en el que está injerta. Porque el cuerpo humano parece vivir en el mar contra la naturaleza, y soportar entonces los movimientos de la mente desordenadamente, como por cierta incapacidad suya, siguiendo de un modo más obtuso el compás de aquélla. Lo mismo acontece en tierra cuando se sufre un ataque de fiebre: es indudable que si, por la violencia de la fiebre, la mente no desempeña su cometido no es culpa del lugar, sino que se debe acusar de ello a la enfermedad del cuerpo, que, turbándole y confundiéndole, no le permite prestar a la mente los servicios acostumbrados por las vías conocidas y naturales; ya que nosotros, los seres humanos, somos animales compuestos por la unión de un cuerpo y un alma. Y esto es lo que hizo posible que nosotros habitásemos sobre la tierra. Pero no puede considerarse que Dios, que es principio de todas las cosas, es un compuesto, porque resultarían anteriores al mismo principio los elementos, de los cuales se compone todo aquello, sea lo que fuere, que se llama compuesto. Tampoco tiene necesidad la mente de un tamaño corporal para hacer algo, o para moverse, como el ojo que se difunde al contemplar los cuerpos grandes, pero se contrae y comprime para ver los pequeños y reducidos. La mente, sin duda, necesita, una magnitud inteligible que no crece corporalmente, sino inteligiblemente. En efecto, la mente no crece a una con el cuerpo mientras tiene lugar el crecimiento corporal, hasta los veinte o los treinta años de edad, sino que por la instrucción y el ejercicio se va perfeccionando la agudeza del ingenio, y las facultades que se encuentran en él como en germen son provocadas a la inteligencia, haciéndose capaz de una comprensión mayor, no porque la aumente el crecimiento corporal, sino porque es perfeccionada por el ejercicio de la instrucción. Y no es susceptible de ella desde la infancia o desde el nacimiento, porque la contextura de los miembros de que la mente se sirve como de instrumentos de su propio ejercicio es aún débil y floja, y no puede ni sostener la fuerza de la operación de la mente, ni ofrecer la posibilidad de aprender una disciplina.

La mente como imagen intelectual de Dios

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7. Pero si hay quien piensa que la mente misma y el alma son cuerpo, quisiera que me respondieran cómo puede abarcar las razones y aserciones de tantas cosas, y de cosas tan difíciles y sutiles. ¿De dónde le viene el poder de la memoria? ¿De dónde la facultad de contemplar las cosas invisibles? ¿De dónde el que un cuerpo pueda entender lo incorpóreo? ¿Cómo una naturaleza corporal investiga los procesos de las varias artes, y contempla los motivos de las cosas? ¿De dónde le viene el poder entender y sentir las verdades divinas, que son evidentemente incorpóreas? Podría pensarse que, así como nuestra forma corpórea, y la misma configuración de las orejas y de los ojos contribuyen en cierta medida al oído y a la vista, y todos los miembros formados por Dios tienen cierta adaptación que deriva de la misma cualidad de su forma para aquello que naturalmente están destinados a hacer, así también la configuración del alma y de la mente debe entenderse como apta y adecuadamente formada para sentir y entender todas las cosas y ser movida por los movimientos vitales. Pero no veo cómo podría describirse o expresarse el color de la mente en cuanto es mente y se mueve inteligiblemente.

Para confirmación y explicación de lo que hemos dicho sobre la mente o el alma partiendo de su superioridad respecto de toda naturaleza corpórea puede añadirse aún lo siguiente: a cada sentido corpóreo le es propia una sustancia sensible a la cual el mismo sentido se dirige.

Por ejemplo, a la vista, los colores, la configuración, el tamaño; al oído las voces y sonidos; al olfato, los vapores y los olores buenos y malos; al gusto, los sabores; al tacto, lo caliente y lo frío lo duro y lo blando, lo áspero y lo liso. Ahora bien, para todos es claro que el sentido de la mente es muy superior a todos esos sentidos que hemos mencionado. ¿Cómo, pues, no parecerá absurdo que esos sentidos inferiores tengan, como su correlato, sustancias, y que al sentido de la mente, que es una facultad superior, no responda correlato sustancial alguno, sino que la facultad de la naturaleza intelectual sea un mero accidente o consecuencia del cual los que tal afirman afrentan, sin duda?; al hacerlo, la sustancia más excelente que hay en ellos, y, lo que es más, el menosprecio alcanza al mismo Dios cuando creen que puede ser comprendido por medio de la naturaleza corpórea, porque, según ellos, es cuerpo también lo que puede comprenderse o sentir por medio del cuerpo. No quieren comprender que existe cierto parentesco entre la mente y Dios, de quien la misma mente es imagen intelectual; y por ello puede sentir algo de la naturaleza de la divinidad, sobre todo si está purgada y apartada de la materia corporal.

Diferencia entre ver y conocer a Dios

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8. Pero, quizás, estas declaraciones pueden parecer que tienen menos autoridad para aquellos que quieren instruirse sobre las cosas divinas partiendo de las Sagradas Escrituras y que procuran también por ellas convencerse de la supremacía de la naturaleza de Dios respecto de la corpórea. Considera, pues, si no afirma esto el mismo apóstol cuando habla de Cristo diciendo: "El cual es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura" (
Col 1,15).

La naturaleza de Dios no es, como algunos creen, visible para unos e invisible para otros, pues no dice el apóstol "la imagen de Dios invisible" para los hombres o invisible para los pecadores, sino que con gran firmeza hace una declaración sobre la misma naturaleza de Dios diciendo: "imagen del Dios invisible". Asimismo, Juan en su Evangelio, al decir que "a Dios nadie le vio jamás" 0n. 1,18), declara manifiestamente a todos los que son capaces de entender, que no hay ninguna naturaleza para la cual Dios sea visible; y no porque, siendo visible por naturaleza escape y exceda a la visión de la criatura demasiado frágil, sino porque es naturalmente imposible que sea visto. Y si me preguntaras cuál es mi opinión del mismo Unigénito y dijere que tampoco para Él es visible la naturaleza de Dios, que es naturalmente invisible, no te apresures a juzgar esta respuesta impía o absurda. En seguida te diré la razón. Una cosa es ver y otra conocer; ser visto y ver son cosas propias de los cuerpos; ser conocido y conocer es propio de la naturaleza intelectual. Por consiguiente, lo que es propio de los cuerpos no se ha de pensar del Padre ni del Hijo. En cambio, lo que pertenece a la naturaleza de la deidad es común al Padre y al Hijo (constat ínter Patrem et Filium). Finalmente, tampoco Él mismo dijo en el Evangelio que nadie vio al Padre, sino el Hijo, ni al Hijo sino el Padre, sino que dice: "Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo" (Mt 11,27). Con esto se indica claramente que lo que entre naturalezas corpóreas se llama ser visto y ver, entre el Padre y el Hijo se llama conocer y ser conocido, por la facultad del conocimiento, y no por la fragilidad de la visualidad. Por consiguiente, como de la naturaleza incorpórea e invisible no se dice propiamente que ve ni que es vista, por eso no se dice en el Evangelio que el Padre es visto por el Hijo, ni el Hijo por el Padre, sino que son conocidos.

A Dios se ve y se conoce por la mente

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9. Y si alguien nos pregunta por qué está dicho: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (
Mt 5,8), nuestra posición, a mi juicio, se afirmará mucho más con esto, pues ¿qué otra cosa es ver a Dios con el corazón, sino entenderle y conocerle con la mente, según lo que antes hemos expuesto? En efecto, muchas veces los nombres de los miembros sensibles se refieren al alma, de modo que se dice que ve con los ojos del corazón esto es, que comprende algo intelectual con la facultad de la inteligencia. Así se dice también que oye con los oídos cuando advierte el sentido de la inteligencia más profunda. Así decimos que el alma se sirve de dientes cuando come, y que come el pan de vida que descendió del cielo. Igualmente se dice que se sirve de los oídos de los demás miembros que, trasladados de su sentido corporal, se aplican a las facultades del alma, como dice también Salomón: "Hallarás el sentido divino" (Pr 2,5). Él ya sabía que hay dos clases de sentidos en nosotros: uno mortal, corruptible humano; otro inmortal e intelectual, que en ese pasaje llamó divino. Por consiguiente es con ese sentido divino, no de los ojos, sino del corazón limpio, que es la mente, con el que Dios puede ser visto por aquellos que son dignos. En efecto, encontrarás que en todas las Escrituras, tanto antiguas como nuevas, el término "corazón" se usa con frecuencia en lugar de "mente", esto es, la facultad intelectual.

De esta manera, por tanto, aunque muy por debajo de la dignidad del tema, hemos hablado de la naturaleza de Dios, como los que la entienden bajo la limitación del entendimiento humano. En el próximo punto, veremos lo que se quiere decir por el nombre de Cristo.

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