Origenes - de principis 1200

2 CRISTO

Examen de la naturaleza de Cristo, Hijo unigénito de Dios

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1. En primer lugar, debemos notar que la naturaleza de aquella deidad que está en Cristo respecto a su ser Hijo unigénito de Dios, es una cosa, y que la naturaleza humana por Él asumida en estos últimos días con el propósito de la dispensación (de la gracia] es otro. Por lo tanto, primero tenemos que averiguar qué es el Hijo unigénito de Dios, viendo que es llamado por muchos nombres diferentes,12 según las circunstancias y las opiniones individuales. Ya que es llamado Sabiduría, según la expresión de Salomón: "El Señor me poseía en el principio de su camino, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternalmente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra. Antes de los abismos fui engendrada; antes que fuesen las fuentes de las muchas aguas. Antes que los montes fuesen fundados. Antes de los collados, era yo engendrada" (
Pr 8,22-25).

También es llamado el Primogénito de toda criatura, como el apóstol declaraba: "El primogénito de cada creación" (Col 1,15). El primogénito, sin embargo, no es por naturaleza una persona diferente de la Sabiduría, sino que es una y la misma. Finalmente, el apóstol Pablo dice que "Cristo (es) poder de Dios y sabiduría de Dios" (1Co 1,24).

Cristo no fue engendrado en el tiempo, sino en la eternidad

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2. No vaya alguno a imaginarse que queremos decir algo impersonal (aliquid insubstantivum) cuando lo llama- mos sabiduría de Dios; o suponga, por ejemplo, que lo entendemos no como un ser vivo dotado de sabiduría, sino algo que hace a los hombres sabios, dándose a sí mismo e implantándose en las mentes de los que son capaces de recibir sus virtudes e inteligencia. Si, entonces, se entiende correctamente que el Hijo unigénito de Dios es su sabiduría hipostáticamente existiendo (substantialiter), no sé si nuestra curiosidad debería avanzar más allá de esto, o albergar la sospecha de que esta hypostasis o sustancia contenga algo de una naturaleza corporal, ya que todo lo que es corpóreo es distinguido por la forma, o el color, o la magnitud. ¿Y quién en su sentido cabal ha buscado alguna vez forma, color, o tamaño en la sabiduría, respecto a su ser sabiduría? ¿Y quién que sea capaz de tener sentimientos o pensamientos respetuosos sobre Dios, puede suponer o creer que Dios el Padre existió alguna vez, incluso durante un instante de tiempo (ad punctum alicujus momenti) sin haber generado esta Sabiduría? Ya que en ese caso debe decir que Dios fue incapaz de generar la Sabiduría antes de que Él la produjera, de modo que Él llamó después a la existencia lo que anteriormente no existía, o que Él poseía el poder ciertamente, pero lo que no se puede decir de Dios sin impiedad es que no estaba dispuesto a usarlo; ambas suposiciones, es evidente, son impías y absurdas, ya que ello significaría que Dios avanzó de una condición de inhabilidad a una de capacidad, que aunque poseía el poder, lo ocultó, y retrasó la generación de Sabiduría. Pero nosotros siempre hemos mantenido que Dios es el Padre de Su Hijo unigénito, quien ciertamente nació de Él, y deriva de Él lo que Él es, pero sin comienzo ni principio, no sólo el que puede ser medido por cualquier división de tiempo, sino hasta el que sólo la mente puede contemplar dentro de sí misma, u observar, por así decirlo, con los poderes desnudos del entendimiento.13

Por lo tanto debemos creer que la Sabiduría ha sido generada antes de cualquier principio que pueda ser com- prendido o expresado. Y ya que todo el poder creativo de la futura creación (omnis virtus ac deformatio futurae creatume) estaba incluido en la misma existencia de Sabiduría (tanto de aquellas cosas que tienen un original o de las que tienen una existencia derivada), habiendo sido formadas de antemano y arreglado por el poder de la presciencia; debido a las criaturas que hemos descrito y como si estuvieran prefiguradas en la Sabiduría misma, la Sabiduría dice, en las palabras de Salomón, que ella ha sido creada al principio de los caminos de Dios, puesto que ella contuvo dentro de sí los principios, o las formas, o las especies de toda la creación.

Cristo, Verbo revelatorio de Dios

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3. De la misma manera en que hemos entendido que la Sabiduría fue el principio de los caminos de Dios, y se dice que es creada, formando de antemano y conteniendo dentro de ella las especies y los principios de todas las criaturas, debemos nosotros entender que ella es la Palabra (Verbo] de Dios, debido a su revelación a todos otros seres, esto es, a la creación universal, la naturaleza de los misterios y los secretos que están contenidos en la sabiduría divina; y por esta razón es llamada la Palabra, porque ella es, como así decir, el intérprete de los secretos de la mente. Y por tanto, ese lenguaje que encontramos en los Hechos de Pablo,14 donde se dice que "aquí está la Palabra de un ser viviente", me aparece correctamente usado. Juan, sin embargo, con más sublimidad y propiedad, dice en el principio de su Evangelio, definiendo a Dios mediante una especial definición, que es la Palabra: "Y Dios era la Palabra.15 Este era en el principio con Dios" (
Jn 1,1). Dejemos, entonces, que quien asigna un principio al Verbo o la Sabiduría de Dios, tenga cuidado de no ser culpable de impiedad contra el Padre inengendrado, viendo que Él siempre ha sido Padre, habiendo generado la Palabra y poseído la sabiduría en todos los períodos precedentes, tanto si éstos son llamados tiempos o edades, o cualquier otro título que pueda dárseles.

Cristo es la razón de todo cuanto existe

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4. Consecuentemente, este Hijo es también la verdad y la vida de todo lo que existe. Y con razón. Porque ¿cómo podrían ser aquellas cosas que han sido creadas vivas, a menos que deriven su ser de la vida? ¿O cómo podrían ser aquellas cosas que verdaderamente existen, a menos que procedan de la verdad? ¿O cómo podrían existir seres racionales de no ser que la Palabra o la razón haya existido previamente? ¿O cómo podrían ser sabios sin la existencia de la sabiduría? Pero ya que iba a ocurrir que también algunos cayeran de la vida y acarrearan su propia muerte por su declinación -porque la muerte no es otra cosa que apartarse de la vida-, y como no debía ser que lo que una vez fue creado para gozar de la vida pereciera completamente, fue necesario que, antes de la muerte, existiera un poder que destruyera la muerte venidera y que hubiera así resurrección -el tipo del cual estaba en nuestro Señor y Salvador-; y que esta resurrección debería tener su fundamento en la sabiduría, la Palabra y la vida de Dios.

Entonces, en segundo lugar, ya que algunos de los que fueron creados no iban a estar siempre dispuestos a permanecer inmutables e inalterables en la calma y goce moderado de las bendiciones que poseían, sino que, a consecuencia de lo bueno que estaba en ellos no siendo suyo por naturaleza o esencia, sino por accidente, debían pervertirse y cambiar, y caer de su posición, por lo tanto fue la Palabra y la Sabiduría de Dios que hizo el Camino. Y se ha llamado así porque esto conduce al Padre a los que andan en Él.16

La distinta generación de las criaturas y del Hijo

Cualquier cosa que hayamos predicado de la sabiduría de Dios, tiene que entenderse y aplicarse de manera apropiada al Hijo de Dios, en virtud de su ser: Vida, Palabra, Verdad y Resurrección; ya que todos estos títulos están sacados de su poder y operaciones, y en ninguno de ellos se encuentra la más mínima razón para entenderlos de un modo corporal, que pudiera denotar tamaño, o forma, o color; porque aquellos hijos de los hombres que aparecen entre nosotros, o los que descienden de otras criaturas vivas, corresponden a la semilla de los que los han engendrado, o se derivan de aquellas madres, en cuyas matrices han sido formados y nutridos, independientemente de lo que ellos traigan a esta vida y llevan con ellos cuando nacen.

Es cosa blasfema e inadmisible pensar que la manera como Dios Padre engendra al Hijo y le da el ser es igual a la manera como engendra un hombre o cualquier otro ser viviente. Al contrario, se trata necesariamente de algo muy particular y digno de Dios, con el cual nada absolutamente se puede comparar. No hay pensamiento ni imaginación humana que permita llegar a comprender cómo el Dios inengendrado viene a ser Padre del Hijo unigénito. Porque se trata, en efecto, de una generación desde siempre y eterna, a la manera como el resplandor procede de la luz. El Hijo no queda constituido como tal de una manera extrínseca, por adopción, sino que es verdaderamente Hijo por naturaleza.17

Confirmación de la Escritura

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5. Vayamos a examinar ahora cómo aquellas declaraciones que hemos adelantado son mantenidas por la autoridad de la santa Escritura. El apóstol Pablo dice, que el Hijo unigénito es "la imagen del Dios invisible", y "el primogénito de toda creación" (
Col 1,15), y escribiendo a los Hebreos, dice de Él que es "el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia" (He 1,3). Ahora, encontramos en el tratado llamado la Sabiduría de Salomón la descripción siguiente de la sabiduría de Dios: "Ella es el aliento del poder de Dios, y el flujo más puro de la gloria del Todopoderoso" (Sg 7,25).18 Nada que es contaminado, por tanto, puede encontrarse en ella. Porque ella es el esplendor de la luz eterna y el espejo inmaculado de la obra de Dios, y la imagen de su bondad. Ahora decimos, igual que antes, que la Sabiduría tiene su existencia en ninguna parte, sino en Él, que es el principio de todas las cosas; de quien también se deriva que es sabio, porque Él mismo es el único que es por naturaleza Hijo y, por lo tanto, llamado Unigénito.

Cristo, imagen del Dios invisible

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6. Veamos ahora cómo debemos entender la expresión "la imagen invisible" (
Col 1,15), de modo que podamos de esta manera percibir por qué Dios es correctamente llamado Padre de su Hijo. Saquemos, en primer lugar, nuestras conclusiones de lo que solemos llamar imágenes entre los hombres. A veces se llama imagen a algo que está pintado o esculpido en alguna sustancia material, como la madera o la piedra; y a veces se dice de un niño que es la imagen de su padre, cuando sus rasgos en ningún aspecto desdicen la semejanza con su padre. Pienso, por tanto, que el hombre que ha sido formado a imagen y semejanza de Dios puede compararse debidamente a la primera ilustración. Respecto a Él, de todos modos, lo veremos con más precisión, si Dios lo quiere, cuando tratemos de exponer el pasaje de Génesis.19

Pero la imagen del Hijo de Dios, de quien ahora hablamos, puede ser comparada al segundo de los susodichos ejemplos, incluso respecto a esto: que Él es la imagen invisible del Dios invisible, en la misma manera que decimos, según la historia sagrada, que la imagen de Adán es su hijo Set. Las palabras son, "y Adán engendró a Set a su semejanza, conforme a su imagen" (Gn 5,3). Ahora, esta imagen contiene la unidad de naturaleza y sustancia pertenecientes al Padre y al Hijo. Porque si el Hijo hace, de la misma manera, todas las cosas que hace el Padre, entonces, en virtud de este hacer del Hijo semejante al Padre, es la imagen del Padre formada en el Hijo, quien es nacido de Él, como un acto de Su voluntad procedente de su mente. No soy, por tanto, de la opinión de que la sola voluntad del Padre debería ser suficiente para la existencia de todo lo que Él desea que exista. Porque en el ejercicio de su voluntad Él no emplea nada que lo que es dado a conocer por el consejo de su voluntad. Así, también, la existencia del Hijo es generada por Él. Este punto debe mantenerse por encima de todos los demás por aquellos que no permiten que nada puede ser inengendrado, esto es, nonato, salvo Dios el Padre únicamente.

Debemos tener cuidado para no caer en las absurdidades de los que imaginan ciertas emanaciones, para dividir la naturaleza divina en partes, y así dividir a Dios Padre tanto como pueden, pues aun albergar la más remota sospecha de tal cosa en cuanto a un ser incorpóreo es no sólo lo máximo de la impiedad, sino una señal de gran locura; siendo lo más remoto de cualquier concepción inteligente que pueda hacerse de la división física de una naturaleza incorpórea. Antes bien, como acto de la voluntad, proviene del entendimiento, y ni corta ninguna parte, ni la separa ni la divide, como algunos suponen que el Padre engendra al Hijo, a su propia imagen, a saber, que el que es invisible por naturaleza, engendró una naturaleza invisible. Porque el Hijo es la Palabra y, por tanto, no debemos entender que algo en Él sea reconocible por los sentidos.

Él es sabiduría, y en la sabiduría no puede haber ninguna sospecha de nada corpóreo. Él es ía luz verdadera "que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1,10); pero Él no tiene nada en común con la luz del sol. Nuestro Salvador, por tanto, es la imagen del Dios invisible, puesto que comparado con el Padre, Él es la verdad; y comparado con nosotros, a quienes nos revela al Padre, es la imagen por la que venimos al conocimiento del Padre, a quien nadie conoce "sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar" (Mt 11,27). Y su método de reve-revelación es por el entendimiento. Por Él, por quien el Hijo mismo es entendido, entiende, como consecuencia, al Padre también, según sus propias palabras: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9).

Dios de luz y dador de luz

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7. Pero ya que citamos el lenguaje de Pablo en cuanto a Cristo, donde dice de Él que "el resplandor de la gloria de Dios, y la imagen misma de su sustancia" (
He 1,3), vayamos a considerar qué idea tenemos que formarnos de esto. Según Juan, "Dios es luz" (1Jn 1,5). El Hijo uni génito, por tanto, es la gloria de esta luz, procediendo inse parablemente de Dios mismo, como el resplandor de la luz, e iluminando toda la creación. Porque, de acuerdo a lo que ya hemos explicado en cuanto a la manera en la que Él es el Camino, y que conduce al Padre; y en la que Él es la Palabra, interpretando los secretos de la sabiduría y los misterios del conocimiento, haciéndolos saber a la creación racional; y es también la Verdad, y la Vida, y la Resurrec ción, de la misma manera deberíamos entender el signifi cado de su resplandor; porque es por su esplendor que entendemos y sentimos lo que es la luz. Y este esplendor, presentándose cuidadosa y suavemente a los ojos frágiles y débiles de los mortales, y gradualmente educándolos y acostumbrándolos a soportar el resplandor de la luz, cuan do quita de ellos todo obstáculo y obstrucción de la visión, según el propio precepto del Señor, "saca primero la viga de tu propio ojo" (Lc 6,42), para hacerles capaces de aguan tar el esplendor de la luz, siendo también hecho en este sentido una especie de mediador entre hombres y la luz.

Imagen de la misma persona o sustancia de Dios

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8. Pero ya que el apóstol lo llama no sólo el resplandor

de Su gloria, sino también la imagen misma de su persona o sustancia (
He 1,3), no está de más preguntarse cómo puede decirse que se es la imagen misma de una perso na, excepto de la persona misma de Dios, independiente mente de ser el significado de persona y sustancia. Con sidera, entonces, si el Hijo de Dios, sabiendo que es su Palabra y Sabiduría, quien sólo conoce al Padre y lo revela a quien Él lo desea -es decir, a los que son capaces de recibir su palabra y sabiduría-, no puede, respecto a este punto de revelar y hacer conocer a Dios, ser llamado la imagen de su persona y sustancia; es decir, cuando aquella Sabiduría, que desea dar a conocer a otros los medios por los que Dios es reconocido y entendido, se describe ante todo a sí misma, pueda de esta manera ser llamada la misma imagen de Dios.

Con vistas a alcanzar un entendimiento mayor de la manera en la cual el Salvador es la imagen de la persona o la sustancia de Dios, utilicemos un ejemplo que, aunque no describa el tema que tratamos total o apropiadamente, puede, sin embargo, ser empleado por un solo propósito: mostrar que el Hijo de Dios, que era en forma de Dios, se despojó a sí mismo (de su gloria), por este mismo despoja-miento, nos demostró la plenitud de su deidad. Por ejemplo, supongamos que hubiera una estatua de tamaño tan enorme como para llenar el mundo entero, y que por esta razón nadie pudiera verla; y que otra estatua fuera formada pareciéndose totalmente en la forma de sus miembros, y en los rasgos del semblante, y en la naturaleza de su material, pero sin la misma inmensidad de tamaño, para que los que eran incapaces de contemplar a la de enormes proporciones, al ver la otra, reconocieran que han visto la primera, porque la más pequeña conservó de ella todos los rasgos de los miembros y semblante, y hasta la misma forma y el material, tan estrechamente que totalmente indistinguible de ella. Por tal similitud, el Hijo de Dios, despojándose de su igualdad con el Padre, y mostrándonos el camino del conocimiento de Él, ha sido hecho la misma imagen de su persona, para que nosotros, incapaces de ver la gloria de aquella maravillosa luz cuando se presenta en la grandeza de su deidad, podamos obtener, por haber sido hecho luz para nosotros, los medios de contemplar la luz divina mediante la contemplación de su resplandor.

Esta comparación de estatuas, desde luego, en cuanto pertenece a cosas materiales, no es empleada con ningún otro propósito que para mostrar que el Hijo de Dios, aunque colocado en la insignificante forma de un cuerpo humano, a causa de la semejanza de sus obras y del poder con el Padre,20 mostró que había en Él una grandeza inmensa e invisible, como dijo a sus discípulos: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9); y, "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30). O: "El Padre está en mí, y yo en el Padre" (Jn 10,38).

El poder del poder

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9. Veamos ahora cuál es el significado de la expresión que se encuentra en la Sabiduría de Salomón, donde se dice de la Sabiduría que "es una especie de aliento del poder de Dios, el flujo más puro de la gloria del omnipotente; el resplandor de la luz eterna; el espejo sin mancha de la obra o del poder de Dios; la imagen de su bondad" (
Sg 7,25-26). Estas son las definiciones que da de Dios, señalando con cada una los atributos que pertenecen a la Sabiduría de Dios, llamando sabiduría al poder, la gloria, la luz eterna, la obra y la bondad de Dios.

Salomón no dice, sin embargo, que la sabiduría es el aliento de la gloria del todopoderoso, ni de la luz eterna, ni del actuar del Padre, ni de su bondad, ya que no era apropiado que se atribuyera ninguno de estos al aliento, sino que con toda la propiedad, dice que la sabiduría es el aliento del poder de Dios. Ahora, por el poder de Dios debe entenderse aquello por lo que es fuerte; mediante el cual Él designa, refrena, y gobierna todas las cosas visibles e invisibles; que es suficiente para todas aquellas cosas que Él gobierna en su providencia; entre las que Él está presente, como si fuera un individuo. Y aunque el aliento de todo este poder fuerte e inmensurable, y el vigor producido por su misma existencia, procede del poder mismo, como la voluntad de la mente, incluso esta voluntad de Dios, sin embargo está hecha para ser el poder de Dios.

Consecuentemente, se produce otro poder, que existe con las propiedades de sí mismo, una clase de aliento, como dice la Escritura, del poder primero e inengendrado de Dios, derivando de Él su ser, y nunca inexistente en ningún tiempo. Porque si alguno afirma que no existió anteriormente, sino que vino después en la existencia, pidámosle que explique la razón por la que el Padre, que le dio el ser, no lo hizo antes. Y si él concediera que hubo una vez un principio, cuando aquel aliento provino del poder de Dios, le preguntaremos otra vez, ¿por qué no antes del principio, que Él ha concedido?; y de este modo,

exigiendo siempre una fecha más temprana, y yendo hacia arriba con nuestras interrogaciones, llegaremos a esta conclusión: que como Dios siempre ha poseído el poder y la voluntad, nunca ha habido ninguna razón de propiedad o de otro modo, por la que Él nunca haya poseído la bendición que Él desea.

Así queda demostrado que el aliento del poder de Dios siempre existió, no teniendo ningún comienzo, sino Dios mismo. Tampoco era apropiado que debiera haber otro principio excepto Dios mismo, del que deriva su nacimiento. De acuerdo a lo dicho por el apóstol, Cristo "es poder de Dios" (1Co 1,24), y debería llamarse no sólo el aliento del poder de Dios, sino el poder del poder.

El Padre y el Hijo son un mismo Dios

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10. Vamos ahora a examinar la expresión "la sabiduría es el flujo más puro de la gloria del Todopoderoso" (
Sg 7,25). Consideremos primero qué es la gloria del Dios Omnipotente, y luego entonces entenderemos qué es su aliento o flujo. Así como nadie puede ser padre sin tener a un hijo, ni señor sin poseer a un criado, Dios mismo no puede ser llamado omnipotente a menos que existan aquellos sobre los que pueda ejercer su poder; y por lo tanto, para que Dios pueda mostrarse todopoderoso es necesario que existan todas las cosas. Ya que si alguien tuviera algunos tiempos o porciones de tiempo, o como quiera que guste llamarlos,21 que hubieran dejado de ser, mientras que las cosas que iban a hacerse después todavía no existían, él indudablemente mostraría que durante aquellos años o períodos Dios no era omnipotente, sino que se convirtió en tal después de ello, a saber, a partir del momento en que comenzó a tener personas sobre los que ejercer su poder; y de este modo parecerá que ha recibido un cierto aumento, y haberse elevado de un estado inferior a otro superior, ya que no puede dudarse que es mejor para Él ser omnipotente que no serlo.

¿Y cómo no puede parecer absurdo que cuando Dios no poseía ninguna cosa que le convenía poseer, después, por una especie de progreso, iba a entrar en posesión de ellas? Pero si nunca hubo un tiempo en que no fue omnipotente, aquellas cosas por las que necesariamente recibe ese título debían existir también; y siempre debió tener aquellos sobre los que ejerció su poder, a los que gobernaba como el rey o príncipe, de lo que hablaremos con más extensión en lugar apropiado, cuando tratemos el tema de las criaturas.

Pero, incluso ahora, pienso que es necesario decir una palabra de advertencia, aunque muy por encima, ya que la cuestión que tenemos delante es saber cómo la sabiduría es "el puro flujo" de la gloria del Todopoderoso, no sea que alguien piense que el título de Omnipotente sea an- i terior en Dios al nacimiento de Sabiduría, por quien es llamado Padre, sabiendo que la Sabiduría, que es el Hijo de Dios, es el puro flujo de la gloria del todopoderoso. Que e quien sostenga esta sospecha escuche la declaración indudable de la Escritura al decir: "Hiciste todas ellas con e sabiduría" (Ps 104,24). Y la enseñanza del Evangelio: "Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho" (Jn 1,3); y que entienda que ¡ el título de Omnipotente Dios no puede ser más viejo que el de Padre; ya que es por el Hijo que el Padre es todopoderoso.

Tocante a la expresión "la gloria del Todopoderoso", del cual la Sabiduría es el flujo, debe entenderse que la Sabiduría, por la cual Dios es llamado Omnipotente, parla ticipa en la gloria del Todopoderoso. Porque por medio de la Sabiduría, que es Cristo, Dios tiene poder sobre todas las cosas, no sólo por la autoridad de señor, sino también por la obediencia voluntaria de los subditos. Y para que entiendas que la omnipotencia de Padre y el Hijo son una y la misma, como Dios y el Señor son uno y el mismo con, el Padre, escucha el modo en que Juan habla en el Apocalipsis: "Así dice el Señor, el que es y el que era y el que ha venir, el Todopoderoso" (Ap 1,8). ¿Porque quién es el que ha de venir, sino Cristo?

Y como nadie debería ofenderse al ver que Dios es el Padre, y que el Salvador también es Dios; nadie debería ofenderse tampoco de que el Hijo sea considerado Omnipotente, igual que el Padre es llamado Omnipotente. De este modo se cumplirá el dicho verdadero que proclama: "Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y yo he sido glorificado en ellos" (Jn 17,10). Ahora, si todas las cosas que son del Padre son también de Cristo, seguramente que entre esas cosas está la omnipotencia del Padre; e indudablemente el Hijo unigénito debe ser omnipotente, para que el Hijo pueda tener también todas las cosas que el Padre posee. "Y yo he sido glorificado en ellos" (Jn 17,10), declara "para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para la gloria de Dios Padre" (Ph 2,10-11).

La gloria y el señorío de Cristo

Por lo tanto Él es el flujo de la gloria de Dios en este sentido, que Él es omnipotente -la misma Sabiduría pura y sin mancha-, glorificado como el flujo de la omnipotencia o de la gloria. Y para que se entienda más claramente qué es la gloria de la omnipotencia, nosotros añadiremos lo siguiente. Dios Padre es omnipotente, porque Él tiene poder sobre todas las cosas, esto es, sobre el cielo y la tierra, el sol, la luna, y estrellas, y todas las cosas que hay en ellos. Y Él ejerce su poder sobre ellos mediante su Palabra, porque en el nombre de Jesús toda rodilla se doblará, las cosas del cielo y las cosas de la tierra, y las cosas bajo la tierra. Y si toda rodilla se doblará ante Jesús, entonces, sin duda, es a Jesús a quien todas las cosas están sometidas, y quien ejerce poder sobre todas las cosas; por quien todas las cosas están sujetas al Padre; ya que por la sabiduría, esto es, por la palabra y la razón, no por la fuerza y la necesidad, todas las cosas están sujetas. Por lo tanto su gloria consiste en esto, que Él posee todas las cosas, y esta es la gloria pura e inmaculada de la omnipotencia, que por la razón y la sabiduría, no por la fuerza y la necesidad, todas las cosas están sometidas.

La gloria pura e inmaculada de la sabiduría es una expresión conveniente para distinguirse de aquella gloria que no puede llamarse pura ni sincera. Pero cada naturaleza que es convertible y cambiable, aunque glorificada en los trabajos de justicia y sabiduría, por el mismo hecho de que la justicia o la sabiduría son cualidades accidentales, y ya que lo que es accidental también puede desaparecer, su gloria no puede llamarse pura y sincera. Pero la Sabiduría de Dios, que es su Hijo unigénito, siendo en todos los aspectos incapaz de cambio o alteración, y siendo esencial en Él toda buena cualidad, tal que no puede cambiarse ni mudarse, su gloria, por lo tanto, es declarada pura y sincera.

Luz de Luz

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11. En tercer lugar, la sabiduría es llamada "resplan dor de la luz eterna" (
Sg 7,26). En las páginas preceden tes hemos explicado la fuerza de esta expresión, cuando introdujimos la similitud del sol y el resplandor de sus rayos, y se mostró de la mejor manera posible cómo de bería entenderse esto. A lo que entonces dijimos sólo po demos añadir la siguiente observación. Se llama correcta mente eterno lo que no tiene principio de existencia, ni tampoco puede alguna vez dejar de ser lo que es. Y esto es la idea expresada por Juan cuando dice que "Dios es luz" (1Jn 1,5).

Ahora, su sabiduría es el resplandor de esa luz, no sólo respecto a ser luz, sino también a ser luz eterna, para que su sabiduría sea su resplandor eterno y para siempre. Si esto se entiende totalmente, se verá claramente que la existencia del Hijo es derivada del Padre, pero no en el tiempo, ni de cualquier otro principio, excepto, como hemos dicho, de Dios mismo.

Cristo, espejo del Padre

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12. Pero la sabiduría también es llamada "el espejo sin mancha del actuar (energeia) de Dios" (
Sg 7,26). Pri mero debemos entender, entonces, qué es el actuar del poder de Dios. Es una especie de vigor, por decirlo así, por el que Dios obra en la creación, en la providencia y en el juicio, o en la disposición y arreglo de cosas individuales, cada cual en su tiempo. Así como la imagen formada en un espejo refleja infaliblemente todos los actos y los mo vimientos de quien lo mira, así tiene que entenderse la Sabiduría cuando es llamada el espejo sin mancha del actuar del Padre; como el Señor Jesucristo, que es la Sabiduría de Dios, declara de sí mismo cuando dice: "Todo lo que Él hace, esto también hace el Hijo juntamente" (Jn 5,19), como acaba de decir: "No puede el Hijo hacer nada de sí mismo, sino lo que viere hacer al Padre". Por lo tanto, el Hijo no se diferencia en ningún aspecto del Padre, en a poder y obrar, y la del Hijo no es diferente de la del Padre, sino uno y el mismo movimiento en todas las cosas, por así decirlo, por lo que es llamado "espejo sin mancha", para que mediante tal expresión se entienda que no hay ninguna desemejanza en absoluto entre el Hijo y el Padre. ¿Cómo, en verdad, pueden estar de acuerdo con las declaraciones de la Escritura, las opiniones de aquellos que dicen que algunas cosas están hechas conforme a la manera en que un discípulo se parece o imita a su maestro, o con la opinión de los que dicen el Hijo realiza en material corporal lo que primero ha sido formado por el Padre en su esencia espiritual, viendo que en el Evangelio se dice que el Hijo no hace cosas similares, sino las mismas cosas de una manera similar?

Bondad de la Bondad

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13. Resta que investiguemos qué es "la imagen de su bondad" (
Sg 7,26); y pienso que aquí debemos entender lo mismo que expresé hace poco, al hablar de la imagen formada en un espejo. Porque Él es la bondad primera de la que, indudablemente, ha nacido el Hijo, quien, en todos los sentidos, es la imagen del Padre, y puede llamarse con propiedad la imagen de su bondad. Porque no hay ninguna otra segunda bondad existiendo en el Hijo, salvo la que está en el Padre. Por eso, también el Salvador mismo dice correctamente en el Evangelio: "No hay ninguno bueno, sino el Padre Dios" (Lc 18,19). Mediante tal expresión se puede entender que el Hijo no es de una bondad diferente, sino de la única que existe en el Padre, de quien se dice con fuerza que es la imagen, porque Él no proviene de ninguna otra fuente, sino de aquella primera bondad, no sea que pudiera parecer que en el Hijo hay una bondad diferente de la que hay en el Padre. No hay allí ninguna desemejanza o diferencia de bondad en el Hijo. Y por lo tanto no debe ser imaginado como una especie de blasfemia, lo que se dice en las palabras, "ninguno hay bueno, sino sólo Dios" (Lc 18,19), como si aquí se negara que Cristo o el Espíritu Santo son buenos.

Pero, como ya hemos dicho, la primera bondad debe entenderse como residente en Dios el Padre, de quien el Hijo es nacido y el Espíritu Santo procede, conservando en ellos, sin género de duda, la naturaleza de aquella bondad que está en la fuente de donde se derivan. Y si en la Escritura hay otras cosas que se llaman buenas, sea un ángel, o un hombre; un criado, o un tesoro; un buen corazón, un árbol bueno, todos ellos llamados así impropiamente, ya que su bondad es accidental, no esencial.

Requeriría mucho tiempo y trabajo poner juntos todos los títulos del Hijo de Dios, tales como, por ejemplo, luz verdadera, puerta, justicia, santificación, redención, e incontables otros; y mostrar cómo y por qué motivos se dan cada uno de ellos. Satisfecho, pues, con lo que ya hemos avanzado, seguimos con nuestra investigación en aquellos asuntos que siguen.


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3 EL ESPÍRITU SANTO

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1. El punto siguiente debe investigar tan brevemente como sea posible el tema del Espíritu Santo. Todos lo que, de algún modo, perciben la existencia de la Providencia, con- fiesan que Dios, que ha creado y dispuesto todas las cosas, es inengendrado, y lo reconocen como Padre del universo.

La autoridad única y superior de las Escrituras

Ahora, que a Él pertenece un Hijo, es una declaración no hecha sólo por nosotros; aunque esto pueda parecer una aserción suficientemente maravillosa e increíble a los que tienen reputación de filósofos entre los griegos y los bárbaros; algunos de los cuales, sin embargo, parecen haber concebido una idea de su existencia al reconocer que todas las cosas han sido creadas por la palabra o la razón de Dios. Nosotros, sin embargo, conforme a nuestra creencia en la doctrina, que mantenemos que es divinamente inspirada, creemos que no es posible explicar y traer dentro del alcance del entendimiento humano esta razón más alta y más divina del Hijo de Dios, de ningún otro modo que mediante las Escrituras, que sólo han sido inspiradas por el Espíritu Santo, esto es, los Evangelios y Epístolas, y la ley y los profetas, según la declaración de Cristo mismo.

Del Espíritu Santo nadie podía sospechar su existencia, excepto los que están familiarizados con la ley y los profetas, o los que profesan una creencia en Cristo. Porque aunque nadie sea capaz de hablar con certeza de Dios el Padre, sin embargo es posible adquirir algún conocimiento de Dios mediante la creación visible y los sentimientos naturales de la mente humana; y posible, además, confirmar este conocimiento por las Escrituras sagradas. Pero con respecto al Hijo de Dios, aunque "nadie conoce el Hijo, sino el Padre", es también desde la Escritura sagrada que se enseña a la mente humana cómo pensar del Hijo; y no sólo en el Nuevo, sino también en el Antiguo Testamento, mediante aquellas cosas que, aunque efectuadas por los santos, son figurativamente referidas a Cristo, en los cuales se puede descubrir su naturaleza divina y la naturaleza humana que asumió.


Origenes - de principis 1200