Origenes - de principis 3505

Presciencia divina y destino humano

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5. Algunos no han sabido comprender esta disposición de Dios por no haberse dado cuenta de que Dios dispuso la variedad que vemos a causa de las opciones libres -de las naturalezas racionales-, y que, ya desde el origen del mundo, previendo Dios la disposición de aquellos que habían de merecer tener cuerpo a causa de un defecto en su actitud racional, así como la de aquellos que habían de ser seducidos por el deseo de las cosas visibles, y la de aquellos que, voluntaria o involuntariamente, tenían que prestar un servicio a los que habían caído en tal estado, eran forzados a su condición mundana por aquel que "los sometía en esperanza" (
Rm 8,20). Entonces se busca como explicación la acción del azar, o se dice que todo lo que hay en este mundo sucede por necesidad y que no tenemos libertad alguna. Con esto es imposible dejar de culpar a la providencia.

Cristo, restaurador de la ley del gobierno del mundo

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6. Pero como hemos dicho que todas las almas que vivieron en este mundo tuvieron necesidad de muchos ministros, o gobiernos, o ayudantes; así, en los últimos tiempos, cuando el final del mundo es ya inminente y cercano, y toda la raza humana está al borde de la última destrucción, y cuando no sólo los que han sido gobernados por otros han sido reducidos a debilidad, sino también aquellos a quien ha sido encomendado el cuidado y gobierno, ya no será necesaria tal ayuda, ni tales defensores, sino que será requerida la ayuda del Autor y el Creador para restaurar en uno la disciplina de la obediencia, que había sido corrompida y profanada, y en otro la disciplina de gobernar.

De ahí que el Hijo unigénito de Dios, que fue la Palabra y la Sabiduría del Padre, cuando estaba en posesión de la gloria con el Padre, que tenía antes de que el mundo fuese (
Jn 17,5), se despojó a sí mismo de ella y tomando la forma de siervo, "hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Ph 2,8), "y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y consumado, vino a ser causa de eterna salud a todos los que le obedecen" (He 5,8). Él también restauró las leyes de dominio y gobierno que habían sido corrompidas, al someter a todos sus enemigos bajo sus pies, para por este medio -"porque es necesario que Él reine, hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies y destruya al último enemigo, la muerte" (1Co 15,25)- poder enseñar moderación en su gobierno a los mismos gobernadores.

Como vino, pues, a restaurar no la disciplina de gobierno solamente, sino la obediencia, como hemos dicho, realizando primeramente Él lo que deseaba que otros realizaran; por eso fue obediente al Padre, no sólo hasta la muerte en la cruz, sino también hasta el fin del mundo, abrazando en Él a todos los que sujeta al Padre, que por Él alcanzan la salvación; Él mismo, juntamente con ellos y en ellos, se sujetará al Padre (1Co 15,28); todas las cosas subsisten en Él, y Él es la cabeza de todas las cosas (Col 1,17-18), en quien está la salvación y la plenitud de los que obtienen la salvación. Por eso el apóstol dice consecuentemente: "Mas luego que todas las cosas le fueren sujetas, entonces también el mismo Hijo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas en todos" (1Co 15,28).

La sujeción del Hijo al Padre

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7. No sé cómo los herejes, al no entender el significado del apóstol en esas palabras, consideran el término "sujeción" como algo degradante aplicado al Hijo; porque si es puesta en cuestión la propiedad del título, se puede averiguar fácilmente al hacer una suposición contraria. Porque si no está bien estar en sujeción, entonces se sigue que los contrario será bueno, a saber, no estar sujeto. Ahora bien, el lenguaje del apóstol, según opinan, parece indicar que por estas palabras, "y cuando todas las cosas le sean sometidas, entonces también el mismo Hijo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas" (
1Co 15,28); Él, que ahora no está sujeto al Padre, se le sujetará cuando el Padre le haya sometido primero todas las cosas.

Me asombra cómo puede concebirse que este sea el significado; que quien no está en sujeción hasta que todas las cosas estén sujetadas, se suponga que, en el momento que todo haya sido sujetado a Él y cuando se haya convertido en rey de todos los hombres, sea entonces sujetado, viendo que Él nunca estuvo anteriormente en sujeción, porque los tales no entienden que la sujeción de Cristo al Padre indica que nuestra felicidad ha alcanzado su perfección, y que la obra por Él emprendida ha sido llevada a su término victorioso, sabiendo que no sólo ha purificado el poder del gobierno supremo sobre toda la creación, sino que presenta al Padre los principios de la obediencia y la sujeción de la raza humana en una condición corregida y mejorada.

Por tanto, si mantenemos que esta sujeción del Hijo al Padre es buena y saludable, es una inferencia sumamente lógica y racional deducir que la sujeción de los enemigos, que como se dice han de someterse al Hijo de Dios, debería entenderse también como siendo saludable y beneficiosa; como si, cuando se dice que el Hijo se sujetará al Padre, estuviera significada la restauración perfecta de la creación en su totalidad. Así también, cuando se dice que los enemigos son sujetos al Hijo de Dios, hay que comprender que la salvación consiste en la salvación de los conquistados y en la restauración de los perdidos.

Los que se dejan enseñar y salvar

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8. Esta sujeción, sin embargo, se realizará de cierta manera, y después de cierta educación y en cierto tiempo; porque no hay que imaginar que el sometimiento va a ser causado por la presión de la necesidad -menos que el mundo entero sea entonces sometido a Dios por la fuerza-, sino por la palabra, la razón, y la doctrina; por una llamada a un curso mejor de cosas, mediante los mejores sistemas de educación, por el empleo también de amenazas convenientes y apropiadas, que se cernerán sobre los que desprecien cualquier cuidado o atención por su salvación y utilidad. En una palabra, en la educación de nuestros siervos o hijos, nosotros, hombres, también los refrenamos mediante amenazas y el miedo mientras son, en razón de su tierna edad, incapaces de usar su razón; pero cuando comienzan a entender lo que es bueno, útil y honorable, termina el miedo al castigo y consienten en todo lo que es bueno por la presión moral de las palabras y la razón.

Pero cómo debería regularse cada uno consistentemente con la preservación del libre albedrío en todas las criaturas racionales; quiénes son los que la Palabra de Dios encuentra y educa, como si ya estuvieran preparados y capacitados para ello; quiénes son los que son dejados para un tiempo posterior; de dónde son quienes están totalmente ocultos; quién está situado tan lejos para no oír; quiénes son los que desprecian la Palabra de Dios cuando les es conocida y predicada, y quién es llevado a la salvación por una especie de corrupción y castigo, cuya conversión es en cierto grado exigida y reclamada. Quiénes son aquellos a los que se les conceden ciertas oportunidades de salvación de manera que, siendo su fe demostrada por una respuesta sólo, obtienen incuestionablemente su salvación; de qué causa o en qué ocasiones tuvieron lugar esos resultados; o qué ve la sabiduría divina dentro de ellos, o qué movimientos de su voluntad lleva a Dios a arreglar así las cosas; todo esto y mucho más sólo es conocido por Dios, por su Hijo unigénito, por medio del cual todas las cosas creadas son restauradas, y por el Espíritu Santo, por quien todas las cosas son santificadas, que procede del Padre, a quien se la gloria por siempre. Amén.

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6. EL FIN DEL MUNDO

De la imagen a la semejanza de Dios

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1. Respecto al fin del mundo y la consumación de todas las cosas, hemos dicho en las páginas precedentes, con lo mejor de nuestra capacidad, hasta donde la autoridad de la santa Escritura nos permite, lo que consideramos suficiente para el propósito de instrucción; aquí sólo añadiremos unos comentarios admonitorios, ya que el orden de nuestra investigación nos ha devuelto al tema.

El mejor bien, pues, cuyo fin perseguían todas las naturalezas racionales, que también es llamado el fin de toda bendición, es definido por muchos filósofos como sigue: El mayor bien, dicen, es hacerse tan semejante a Dios como sea posible. Pero considero que esta definición no es tanto un descubrimiento suyo como nuestro, derivado de la santa Escritura. Porque mucho antes que los filósofos, cuando Moisés sobre la primera creación del hombre, dice estas significativas palabras: "Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza" (
Gn 1,26), y entonces añade: "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios" (Gn 1,27-28). La expresión, "creó Dios al hombre a su imagen (imago), a imagen de Dios lo creó" sin citar para nada la palabra "semejanza" (similitudo), no tiene otro significado que esto, que el hombre recibió la dignidad de la imagen del Dios en su primera creación; pero que la perfección de su semejanza ha sido reservada para la consumación, a saber, que pudiera adquirirla por el ejercicio de su propia diligencia en la imitación de Dios, cuya posibilidad de alcanzar la perfección se le concede desde el principio por la dignidad de imagen divina, y cuya realización perfecta de la semejanza divina será alcanzada al final por el cumplimiento de las obras necesarias.

Que este es el caso, el apóstol Juan lo enseña más claramente y sin lugar a dudas, cuando hace la siguiente declaración: "Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él apareciere, seremos semejantes a Él, porque le veremos como Él es" (1Jn 3,2). Mediante esta expresión muestra con extrema certeza que no es sólo el fin de todas las cosas lo que espera, que dice serle desconocido, sino también la semejanza con Dios, que será concedida en proporción a la perfección de nuestros hechos. El mismo Señor no sólo declara en el Evangelio que estos mismos resultados son futuros, sino que serán alcanzados por su propia intercesión. Él mismo ora para obtenerlos del Padre para sus discípulos, diciendo: "Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo" (Jn 17,24). Si podemos expresarnos así, la semejanza divina parece avanzar de una mera similitud a una misma semejanza, porque indudablemente en la consumación o en el fin Dios es "todo en todos" (1Co 15,28).

Con la referencia a esto algunos se preguntan si la naturaleza de la materia corporal, aunque limpiada y purificada y hecha totalmente espiritual, no representará un obstáculo para conseguir la dignidad de la semejanza divina, o para el logro de la unidad, porque una naturaleza corporal no parece ser capaz de ninguna semejanza con la naturaleza divina, que es ciertamente incorpórea, tampoco puede designarse cierta y merecidamente una con ella, en especial desde que la verdad de nuestra religión nos enseña que sólo lo que es uno, a saber, el Padre con el Hijo, puede referirse a la particularidad de la naturaleza divina.

Todas las cosas no estarán en Dios al final

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2. Ya que se promete que en el final Dios será todo y en todos, no debemos suponer que los animales, ovejas u otro ganado, se incluyan en ese final, no vaya a implicar que Dios habitó hasta en los animales, o incluso en pedazos de madera o piedras, como si Dios hubiera estado en ellos también.

Del mismo modo, nada que sea injusto debe suponerse que alcance ese final, porque aunque se dice que Dios está en todas las cosas, no se puede decir que también está en un vaso de injusticia. Porque si nosotros afirmamos que Dios está en todas partes y en todas las cosas, en base a que nada puede estar vacío de Dios, nosotros decimos, sin embargo, que Él no es "todas las cosas" en las que está. Así que debemos considerar con mucho cuidado qué es lo que denota la perfección de la bienaventuranza y el fin de las cosas, que no sólo se dice de que Dios está en todas las cosas, sino que "será todo en todas las cosas". Vayamos, pues, a inquirir qué son esas cosas en las que Dios será todo.

Dios, "todas las cosas en todos"

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3. Soy de la opinión de que la expresión, por la que se dice de Dios que será "todas las cosas en todos", significa que Él es "todo" en cada persona individual. Ahora, Él será "todo" en cada individuo de este modo: Cuando todo entendimiento racional, limpiado de las heces de todo tipo de vicio y barrido completamente de toda clase de nube de maldad, pueda sentir o entender o pensar, será totalmente Dios, y cuando no pueda mantener o retener nada más que Dios, y Dios sea la medida y modelo de todos sus movimientos, entonces Dios será "todo", porque entonces no habrá distinción entre el bien y el mal, viendo que el mal ya no existirá en ninguna parte, porque Dios es todas las cosas en todos, y no hay mal cerca de Él. Tampoco habrá ya más deseo de comer del árbol del fruto del conocimiento del bien y del mal de parte de quien siempre está en posesión del bien y para quien Dios es todo.

Así, entonces, cuando el fin haya restaurado el principio, y la terminación de las cosas sea comparable a su comienzo, la condición en la que la naturaleza racional fue colocada será restablecida, cuando no haya necesidad de comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal; y así, cuando todo sentimiento de malicia sea quitado, y el individuo purificado y limpiado, aquel que sólo es el buen Dios será "todo" para él, y esto no en el caso de unos pocos individuos, sino de un número considerable.

Cuando la muerte no exista en ningún lugar, ni el aguijón de la muerte, ni ningún mal en absoluto, entonces ciertamente Dios "será todas las cosas en todos". Pero algunos opinan que la perfección y bienaventuranza de las naturalezas o criaturas racionales, sólo pueden permanecer en esa condición si no impiden esa unión con una naturaleza corporal. De otro modo, piensan, la gloria de la bienaventuranza más excelsa es impedida por mezcla de sustancia material. Pero este tema ya lo hemos discutido de manera extensa, como puede verse por las páginas precedentes.

El cuerpo espiritual y la unidad de todas las cosas

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4. Y ahora, como encontramos al apóstol haciendo mención de un cuerpo espiritual (
1Co 15,44), consideremos, con lo mejor de nuestra capacidad, qué idea debemos formarnos de tal cosa. Hasta aquí, en tanto nuestro entendimiento puede comprender, pensamos que el cuerpo espiritual debe ser de tal naturaleza como es propio de ser habitado no sólo por las almas santas y perfectas, sino también por todas aquellas criaturas que serán liberadas de la esclavitud de corrupción. "Tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos" (2Co 5,1), dice el apóstol refiriéndose a las mansiones de los bienaventurados. De esta declaración podemos formarnos una conjetura sobre cuan puras, cuan refinadas, y cuan gloriosas serán las calidades de aquel cuerpo, si lo comparamos con los que, aunque cuerpos celestes, y de refulgente esplendor, sin embargo fueron hechos de manos y son visibles a nuestra vista. Pero de aquel cuerpo se dice que es una casa no hecha de manos, sino eterna en el cielo.

"Porque las cosas que se ven son temporales, mas las que no se ven son eternas" (2Co 4,18); todos los cuerpos que vemos, sea en la tierra o en el cielo, visibles y hechos de manos, no son eternos, y están muy lejos de superar en gloria lo que no es visible, ni hecho de manos, sino eterno. De esta comparación puede concebirse lo grande que puede ser el atractivo, el esplendor y la lucidez del cuerpo espiritual; y cuan verdad es: "Cosas que ojo no vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman" (1Co 2,9). Sin embargo nosotros no deberíamos dudar que la naturaleza de este cuerpo presente nuestro puede, por voluntad de Dios que lo hizo, ser elevado a esas cualidades de refinamiento, pureza y de esplendor que caracteriza el cuerpo espiritual, según lo requiera la condición de las cosas y lo demande el merecido de nuestra naturaleza racional.

Finalmente, cuando el mundo requirió variedad y diversidad, la materia se ofreció con toda docilidad al Creador en todas las diversas apariencias y especies de cosas que su Señor y hacedor pudiera sacar de sus varias formas seres celestes y terrestres. Pero cuando las cosas han comenzado a apresurarse a aquella consumación en que pueden ser una, como el Padre es uno con el Hijo, puede entenderse como una inferencia racional, que donde todos son uno, no habrá más ninguna diversidad.

La resurrección de la carne

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5. Además, el último enemigo que es llamado muerte será destruido (
1Co 6,26), que no quede nada de una clase triste cuando la muerte no exista, ni nada adverso cuando no haya enemigo. Por la destrucción del último enemigo no hay que entender que su sustancia, que fue creada por Dios, haya de desaparecer; lo que desaparecerá será su mala intención y su actitud hostil, que son cosas que no tienen su origen en Dios, sino en sí mismo. Su destrucción significa, pues, no que dejará de existir, sino que dejará de ser enemigo y de ser muerte. Nada es imposible a la omnipotencia divina; nada hay que no pueda ser sanado por su Creador. El Creador hizo todas las cosas para que existieran, y si las cosas fueron hechas para que existieran, no pueden dejar de existir.

Por esta razón también habrá cambio y variedad, para ser colocadas según sus méritos, sea en una posición mejor o peor; pero ninguna destrucción de sustancia puede acontecer a aquellas cosas que fueron creadas por Dios para que permaneciesen. Sobre aquellas cosas que según cree la opinión común perecerán, la naturaleza de nuestra fe o de nuestra verdad no nos permite suponer que serán destruidas.

Finalmente, algunos hombres ignorantes e incrédulos suponen que nuestra carne se destruye después de la muerte en tal grado que no conserva ningún resto de su sustancia anterior. Nosotros, sin embargo, que creemos en su resurrección, entendemos que en la muerte sólo se produce su corrupción, pero su sustancia permanece ciertamente; y por la voluntad de su Creador, y en el tiempo designado, será restaurada a la vida; y por segunda vez tendrá lugar un cambio, de manera que lo que primero fue carne formada del polvo de la tierra y después disuelta por la muerte y reducida de nuevo a polvo y ceniza -"Polvo eres, y en polvo te convertirás" (Gn 3,19)-, se levantará de la tierra, y después de esto, según los méritos del alma que la habitaba, avanzará a la gloria de un cuerpo espiritual.

La identidad del cuerpo para la eternidad

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6. En esta condición, pues, debemos suponer que toda nuestra sustancia corporal será recuperada, cuando todas las cosas sean restablecidas en un estado de unidad y Dios sea todo en todos. El restablecimiento final de esta unidad no ha de concebirse como algo que ha de suceder de repente, sino que más bien se irá haciendo por estadios sucesivos, gradualmente, a lo largo de un tiempo innumerable. La corrección y la purificación se hará poco a poco en cada uno de los individuos. Unos irán delante, y se remontarán primero a las alturas con un rápido progreso; otros les seguirán de cerca; otros a una gran distancia. De esta suerte multitudes de individuos e innumerables seres irán avanzando y reconciliándose con Dios, del que habían sido antes enemigos. Finalmente le llegará el turno al último enemigo, llamado muerte, que será destruido para dejar ya de ser un enemigo.

Entonces, cuando todos los seres racionales hayan sido restaurados, la naturaleza de este nuestro cuerpo será transmutada en la gloria del cuerpo espiritual, Así como las almas que han sido pecadoras son reconciliadas con Dios y entran en un estado de felicidad después de su conversión, debemos considerar que nuestro cuerpo, del que ahora hacemos uso en un estado de miseria, corrupción y debilidad, no será diferente del que poseeremos en un estado de incorrupción, poder y gloria, sino que será el mismo cuerpo, que habrá arrojado lejos las enfermedades que ahora le aquejan, será transmutado en una condición de gloria, convertido en espiritual, para que un vaso de deshonra, siendo limpiado, sea un vaso de honor y una morada de felicidad.

Debemos creer también que por la voluntad del Creador, nuestro cuerpo permanecerá para siempre sin cambio en esta condición, como se confirma por la declaración del apóstol, que dice: "Tenemos una casa eterna en el cielo, no hecha de manos". Porque la fe de la Iglesia no admite la opinión de ciertos filósofos griegos, que además del cuerpo, compuesto de cuatro elementos, hay otro quinto cuerpo, que es diferente en todas sus partes, y diverso de este nuestro cuerpo presente; ya que nadie puede deducir de la sagrada Escritura ni el más mínimo atisbo de esa creencia, ni tampoco ninguna inferencia racional de las cosas permite la aceptación de esa idea, en especial cuando el santo apóstol declara manifiestamente, que no es un cuerpo nuevo lo que se da a los que resucitan de los muertos, sino que reciben el mismo e idéntico cuerpo que poseyeron en vida, transformado de una condición peor a otra mejor. Porque sus palabras son: "Se siembra en corrupción se levantará en incorrupción; se siembra en vergüenza, se levantará con gloria" (
1Co 15,42-43).

Como, por lo tanto, hay una especie de avance en el hombre, que de ser primero un animal, sin entender lo que pertenece al Espíritu de Dios, alcance mediante la instrucción la etapa de convertirse en un ser espiritual, y de juzgar todas las cosas, mientras que él no es juzgado por nadie; así también será respecto al estado del cuerpo, manteniendo que este mismo cuerpo que ahora, en base al servicio que presta al alma, es considerado cuerpo animal, alcanzará, por medio de un cierto progreso, cuando el alma, unida a Dios se haga un espíritu con Él, una cualidad y condición espiritual, especialmente desde que la naturaleza del cuerpo fue formada por el Creador para pasar fácilmente en cualquier condición que desee o demande el caso. Entonces, hasta el cuerpo ministrará al espíritu delante de Dios.

Dios hace y rehace todo de nuevo

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7. Todo este razonamiento se reduce a lo siguiente: Dios creó dos naturalezas generales, una visible, esto es, la naturaleza corpórea; y otra invisible, que es incorpórea. Estas dos naturalezas admiten dos permutaciones diferentes. La naturaleza invisible y racional se cambia en mente y propósito, porque está dotada de libre voluntad, y es sobre este fundamento que a veces se ocupa de la práctica de lo bueno, y otras de lo malo. Pero la naturaleza corpórea admite un cambio de sustancia; de dónde también Dios, que arregla todas las cosas, tiene el servicio de esta materia a su disposición al moldear, fabricar o retocar cualquier forma o especie que desee, según demande el merecido de cada cosa. El profeta contempla esto con claridad cuando dice: "He aquí que yo hago cosa nueva" (
Is 43,19).

Los tiempos de la salvación

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8. Ahora nuestro punto de investigación es si, cuando Dios sea todo en todos, la naturaleza corporal, en la consumación de todas las cosas, consistirá de una especie, y la sola cualidad de cuerpo será la que brille en la gloria indescriptible que debe considerarse como la posesión futura del cuerpo espiritual. Ya que si entendemos correctamente la cuestión, cuando Moisés dice en el principio de su libro: "En el principio creó Dios el cielo y la tierra" (
Gn 1,1), este es el comienzo de toda la creación; a este comienzo debe referirse el fin y la consumación de todas las cosas, a saber, que el cielo y la tierra puedan ser el hogar y la última morada de descanso del justo; de modo que todos los santos y mansos puedan heredar la tierra, ya que esta es la enseñanza de la ley, de los profetas y del Evangelio.129 En cuya tierra creo que existen las formas verdaderas y vivas de aquella adoración que Moisés transmitió bajo la sombra de la ley; de la que se dice: "Los cuales sirven de bosquejo y sombra de las cosas celestiales" (He 8,5). Al mismo Moisés también le fue dada la siguiente prescripción: "Mira, y hazlos conforme a su modelo, que te ha sido mostrado en el monte" (Ex 25,40). Por lo que a mí me parece que en esta tierra la ley fue una especie de maestro para los que iban a ser llevados a Cristo, de modo que siendo instruidos y ejercitados por ella, pudieran recibir después con mucha más facilidad los principios más perfectos de Cristo; así también, la tierra receptora de todos los santos, puede primero inculcarles y moldearles mediante las instituciones de la ley verdadera y eterna, para que puedan toman una más fácil posesión de las perfectas instituciones del cielo, a las que nada se puede añadir. Allí estará, ciertamente, el Evangelio que se llama eterno, y aquel Testamento, siempre nuevo y nunca viejo.130

La consumación final

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9. Consecuentemente, debemos suponer que en la consumación y la restauración de todas las cosas, quienes logran un avance gradual, y quienes ascienden la escala de la perfección, llegarán en la medida prevista y ordenada a aquella tierra y a aquella educación que representa, donde puedan ser preparados para mejores instituciones a las que ninguna adición puede ser hecha. Porque, después de sus agentes y siervos, el Señor Cristo, que es Rey de todos, asumirá el reino; es decir, después de la instrucción en las virtudes santas Él mismo instruirá a los que son capaces de recibirle a El, respecto a su ser sabiduría, reinando en ellos hasta que los haya sujetado al Padre, que ha sometido todas las cosas a Él, esto es, que cuando ellos sean hechos aptos para recibir a Dios, Dios podrá ser todas las cosas en todos.

Entonces, como una consecuencia necesaria, la naturaleza corporal obtendrá su más alta condición, a la que ya nada más podrá añadírsele. Habiendo considerado la cualidad de la naturaleza corporal o cuerpo espiritual hasta este punto, dejamos a la elección del lector determinar lo que él considera mejor. Y aquí podemos concluir el tercer libro.

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LIBRO IV

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1. LAS SAGRADAS ESCRITURAS

La superioridad de Moisés y Cristo

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1. Como en la discusión de asuntos de tal importancia no es suficiente confiar la decisión a los sentidos y al entendimiento humano, ni pronunciarse sobre cosas invisibles como si nosotros las hubiéramos visto, es necesario, para establecer las posiciones que hemos asentado, aportar el testimonio de la Sagrada Escritura. Porque el testimonio bíblico puede producir una segura e inmediata creencia, sea con respecto a lo que queda por decir, o a lo que ya ha sido afirmado. Por ello, es necesario mostrar, en primer lugar, que las Escrituras mismas son divinas, esto es, que han sido inspiradas por el Espíritu de Dios.

Con la mayor brevedad posible vamos a extraer de las mismas Sagradas Escrituras la evidencia que sobre este punto pueda producir sobre nosotros una impresión conveniente, escogiendo citas de Moisés, el primer legislador de la nación hebrea, y de las palabras de Jesucristo, el autor y el cabeza del sistema religioso cristiano. Ya que a pesar de haber existido numerosos legisladores entre los griegos y los bárbaros, y también incontables maestros y filósofos, que profesaron declarar la verdad, no recordamos ningún legislador que fuera capaz de producir en las mentes de las naciones extranjeras un afecto y un celo hacia él que les condujera voluntariamente a adoptar sus leyes, o a defenderlas con toda la fuerza de su mente. Nadie, pues, ha sido capaz de introducir y hacer conocer lo que a él le pareció la verdad, entre, no digo muchas naciones extranjeras, sino hasta entre los individuos de una nación sola, de tal manera que el conocimiento y la creencia del mismo debería extenderse a todos. Y aun así no hay duda de que este fue el deseo de los legisladores, que sus leyes se observaran por todos los hombres, si es posible; y de los maestros, que lo que a ellos parecía la verdad fuera conocido por todos.

Pero sabiendo ellos que de ningún modo podrían tener éxito en producir tan grande poder como para llevar a las naciones extranjeras a obedecer sus leyes, o a tener en consideración sus declaraciones, no se aventuraron ni siquiera a ensayar una tentativa, no fuera que el fracaso de la empresa sellara su conducta con la marca de la imprudencia. Y aun con todo hay en todas partes del mundo -en toda Grecia y todos los países extranjeros- innumerables individuos que han abandonado las leyes de su país y a los dioses en quienes habían creído para prestar obediencia de la ley de Moisés, y al discipulado y la adoración de Cristo; y habiendo hecho esto, no sin excitar contra ellos el odio intenso de los adoradores de imágenes, de modo que con frecuencia han sido expuestos a torturas crueles, y a veces hasta la muerte. Y aun así ellos abrazan, y perseveran con todo afecto, las palabras y las enseñanzas de Cristo.

Extensión y aceptación universal del mensaje cristiano

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2. Podemos ver, además, cómo aquella religión creció en un corto espacio de tiempo, haciendo progresos en medio del castigo y muerte de sus adoradores, del pillaje de sus bienes, y de las torturas de toda clase que soportaron. Este resultado es de lo más sorprendente, pues sus maestros no fueron hombres de ingenio, ni muy numerosos; y aun así estas palabras son predicadas en todas partes del mundo, de modo que griegos y bárbaros, sabios e ignorantes, adoptan las doctrinas de la religión cristiana. Por consiguiente, no es una inferencia dudosa decir que no es por el poder humano o la fortaleza de los hombres que las palabras de Jesucristo prevalezcan con toda fe y poder sobre el entendimiento y las almas de los hombres. Porque ambos resultados fueron predichos por Él, y establecidos por respuestas divinas procedentes de Él. Esto es claro en sus propias palabras: "Y aun a príncipes y a reyes seréis llevados por causa de mí, por testimonio a ellos y a los gentiles" (
Mt 10,18). Y otra vez: "Será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, por testimonio a todos los gentiles" (Mt 24,14). De nuevo: "Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre hicimos mucho milagros? Y entonces les protestaré: Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de maldad" (Mt 7,22-23).

Si estos dichos fueron pronunciados realmente por Él, y aun así no se hubieran cumplido sus predicciones, entonces, quizás, podrían aparecer como falsos, y no poseer ninguna autoridad. Pero ahora, cuando sus declaraciones se cumplen viendo que fueron predichas con tal poder y autoridad, se muestra con más claridad que es cierto que Él, cuando se hizo hombre, entregó a los hombres los preceptos de la salvación.

Las profecías sobre el rey futuro

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3. ¿Qué diremos, pues, de esto, que los profetas habían predicho de antemano sobre Él, que los príncipes no cesarían en Judá, ni líderes de entre sus muslos, antes de que Él venga para quien esto ha sido reservado, a saber, el reino, y hasta que venga la expectativa de los gentiles? Porque es claramente evidente de la historia misma, de lo que se ve en el día presente, que desde los días de Cristo en adelante no hay reyes entre los judíos. Ni siquiera aquellos objetos del orgullo judío, de los que ellos se jactaron tanto, y en los que se regocijaron, como la belleza del templo, los ornamentos del altar, y todos aquellos flecos sacerdotales y trajes de los sumos sacerdotes, todos han sido destruidos juntos. Porque se cumplió la profecía que había declarado: "Porque muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, y sin príncipe, y sin sacrificio, y sin estatua, y sin efod, y sin terafin" (
Os 3,4). Utilizamos estos testimonios contra los que parecen afirmar que se mencionan en Génesis por Jacob referidos a Judá; y quien dice que todavía permanece un príncipe de la raza de Judá, a saber, quien es príncipe de su nación, a quien llaman Patriarca, y que no puede faltar un jefe de su semilla, que permanecerá hasta el advenimiento de aquel Cristo que ellos se imaginan.

Pero si las palabras del profeta son verdad, cuando dice "porque muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, y sin príncipe, y sin sacrificio, y sin sacerdocio" (Os 3,4); y si ciertamente desde la destrucción del templo no ofrecen víctimas, ni hay ningún altar, ni existe sacerdocio, es bastante cierto que, como está escrito, los príncipes se han marchado de Judá, y un líder de entre sus muslos, hasta la venida de Él para quien se ha reservado el principado. Queda establecido, pues, que ha venido quien tenía esto reservado, y quien es la expectativa de los gentiles. Y esto evidentemente parece haberse cumplido en la multitud de los que han creído en Dios por Cristo de las diferentes naciones.


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