Origenes - de principis 4127

Recapitulación

Del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, y de lo demás que se ha dicho antes

La eternidad del Hijo

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28. Ahora es el tiempo que, según La medida de nuestra capacidad, recapitulemos, por vía del resumen, lo que hemos dicho en sitios diferentes sobre puntos particulares, y ante todo replantear nuestras conclusiones en cuanto al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

En vista de que Dios Padre es invisible e inseparable del Hijo, el Hijo no es generado de Él por "producción" (prolatio), como creen algunos, pues si el Hijo es una producción y nace de Él como las criaturas de los animales, forzosamente será un cuerpo tanto el que produce como el producido.

Por consiguiente, no decimos, como creen los herejes, que una parte de la sustancia de Dios se ha convertido en la sustancia del Hijo, ni que el Hijo ha sido creado por el Padre de la nada, esto es, fuera de su propia sustancia, de suerte que hubo un tiempo en que no existió, sino que, prescindiendo de todo sentido corpóreo en lo indivisible e incorpóreo, decimos que el Verbo y la sabiduría fueron engendrados sin pasión corporal alguna, como cuando la voluntad procede de la mente. Pero además Juan indica que Dios es luz (
Jn 1,5), y Pablo que el Hijo es el resplandor de la luz eterna (He 1,3). Luego así como nunca pudo haber luz sin resplandor, tampoco pudo entenderse el Padre sin el Hijo, llamándose éste "imagen misma de su sustancia" (He 1,3), de aquel Verbo y Sabiduría suyas. ¿Cómo, pues, puede decirse que hubo un tiempo en que no existió el Hijo? Porque decir eso equivale a afirmar que hubo un tiempo en que no existía la verdad, en que no había sabiduría, en que no había vida, siendo así que en todas estas cosas se estima que consiste de un modo perfecto la sustancia del Padre, y, en efecto, estas cosas no pueden jamás separarse de Él ni de su sustancia, cosas que aun cuando son muchas en el intelecto, en realidad y en su sustancia son una sola, y en ellas está la plenitud de la divinidad.

Sin embargo, esto mismo que decimos (que nunca hubo tiempo cuando no existió), debe oírse con perdón de la expresión, porque los términos "nunca" y "cuando" tienen de por sí sentido temporal, y todo lo que se dice del Padre, como del Hijo, y del Espíritu Santo debe entenderse como estando sobre todo tiempo y sobre todos los siglos y sobre la eternidad. Porque sólo esta Trinidad excede a todo sentido de inteligencia no sólo temporal, sino también eterna, mientras que todo lo demás que existe fuera de la Trinidad puede medirse por siglos y tiempos. Así, pues, este Hijo de Dios, en cuanto el Verbo es Dios, que estaba en el principio con Dios, nadie creerá que está contenido en lugar alguno, ni en cuanto es sabiduría, ni en cuanto es verdad, ni en cuanto es vida, o justicia, o santificación o redención; pues ninguna de estas cosas necesita un lugar para poder actuar u operar, entendiéndose sólo así respecto de los que participan de esta virtud u operación.

Cristo formado en los creyentes

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29. Y si alguien dice que mediante aquellos que son partícipes del Verbo de Dios, o de su sabiduría, o de su verdad, o de su vida, también el mismo Verbo y sabiduría de Dios parece hallarse en un lugar, debe respondérsele que no hay duda que Cristo en cuanto es Verbo y sabiduría y todo lo demás, estaba en Pablo, por lo cual éste decía: "Buscáis una prueba de que habla Cristo en mí" (
2Co 13,3). Y otra vez: "Y ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí" (Ga 2,20). Y estando en Pablo, ¿quién dudará que estaba igualmente en Pedro y en Juan, y en cada uno de los santos, y no sólo en los que están en la tierra, sino también en los que están en el cielo? Porque es absurdo decir que Cristo estaba en Pedro y en Pablo, pero no en el arcángel Miguel o en Gabriel. De lo cual se deduce claramente que la divinidad del Hijo de Dios no estaba encerrada en lugar alguno; en otro caso, habría estado en aquél solamente y no en otro; sino que, de acuerdo con la majestad de la naturaleza incorpórea, no estando cerrado por ningún lugar, se entiende que tampoco falta en ninguno; con esta sola limitación, que, aunque esté en muchos, como hemos dicho -en Pedro o Pablo, o Miguel o Gabriel-, no está, sin embargo, de la misma manera en todos. En efecto, está de una forma más plena y más clara y, por así decirlo, más abiertamente, en los arcángeles que en los demás hombres santos. Y esto es evidente por la declaración de que los santos, cuando llegan a la más alta perfección, se hacen semejantes o iguales a los ángeles, según la frase evangélica (Mt 22,30, de donde se deduce que Cristo se forma en cada uno en la medida en que lo permitan sus méritos.

La obra y encarnación del Hijo

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30. Expuestas brevemente estas cuestiones acerca de la Trinidad, hemos de considerar después, brevemente también, que se dice que todo ha sido hecho por el Hijo: "Todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades; todo fue creado por Él y para Él. Y Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten, y Él es la cabeza" (
Col 1,16-18). Con esto concuerda lo que dice Juan en el Evangelio: "Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho" (Jn 1,3). Y David, señalando el misterio de la Trinidad entera en la creación del universo, dice: "Por la Palabra del Señor fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el Espíritu de su boca" (Ps 33,6).

Después de estos puntos hemos de considerar apropiadamente la venida corporal y la encarnación del Unigénito Hijo de Dios, en la cual no debe creerse que la majestad de toda su divinidad quedó encerrada en la prisión de un cuerpo limitadísimo, de suerte que todo el Verbo de Dios y su sabiduría y verdad sustancial y vida fue o arrancada del Padre o constreñida y circunscrita dentro de la brevedad del cuerpo, sin que pudiera operar en otro lugar alguno, sino que, entre uno y otro extremo el reconocimiento cauteloso de la piedad debe ser de tal naturaleza que ni crea que faltó a Cristo nada de la divinidad ni piense que se ha hecho ninguna división en absoluto respecto de la sustancia del Padre, que está en todas partes. Algo de esto indica también Juan el Bautista al decir a la multitud, estando Jesús ausente corporalmente: "En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis, que viene después de mí, a quien no soy digno de desatar la correa de la sandalia" (Jn 1,26), pues no podía decirse, ciertamente, del que se hallaba ausente, en lo que se refiere a la presencia corporal, que el Hijo de Dios se hallaba en medio de aquellos entre los cuales no estaba corporalmente.

No hay partes en Cristo

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31. No crea ninguno, sin embargo, que nosotros afirmamos con esto que una parte de la deidad del Hijo de Dios estuvo en Cristo y el resto en otro lugar o en todas partes, cosa que sólo pueden creer los que desconocen la naturaleza de la sustancia incorpórea e invisible. Es imposible, en efecto, hablar de partes tratándose de lo incorpóreo, o hacer ninguna clase de división, sino que está en todas las cosas, y por todas las cosas, y sobre todas las cosas, del modo como hemos dicho antes, esto es, como se entiende la sabiduría, o el Verbo, o la vida, o la verdad, modo de entender que excluye, sin duda toda limitación local.

Cristo asumió un cuerpo humano y un alma humana

Queriendo, pues, el Hijo de Dios, que desea la salvación del género humano, aparecer a los hombres y conversar entre ellos, tomó no sólo un cuerpo humano, como algunos creen, sino también alma humana, semejante por naturaleza a nuestras almas, pero por su propósito y por su virtud, semejante a Él, y tal que pudiera cumplir indefectiblemente todos los deseos y disposiciones del Verbo. Que tuvo un alma lo indica manifiestamente el mismo Salvador en los Evangelios diciendo: "Nadie me quita mi alma, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y poder para volver a tomarla" (Jn 10,18). Y otra vez: "Triste está mi alma hasta la muerte" (Mt 26,38), y: "Ahora está turbada mi alma" (Jn 12,27). Porque ni debe entenderse que el alma triste y turbada es el Verbo de Dios, que dice con la autoridad de la divinidad: "tengo poder para dar mi alma", ni decimos, sin embargo, que el Hijo de Dios estuvo en aquel alma como estuvo en el alma de Pablo, o de Pedro, o de los demás santos en los cuales se cree que habla Cristo del mismo modo que en Pablo; de todos ellos se ha de creer lo que dice la Escritura, según la cual nadie está limpio de maldad, aunque su vida fuere de un solo día. En cambio el alma que estuvo en Jesús, antes de conocer el mal, eligió el bien (Is 7,16), y "porque amó la justicia y odió la iniquidad, le ungió Dios con óleo de alegría más que a sus compañeros" (Ps 45,7). Así, pues, fue ungido con óleo de alegría cuando en virtud de una asociación inmaculada, fue unida al Verbo de Dios, y por esta razón ella sola, entre todas las almas, fue incapaz de pecado, porque fue perfectamente capaz del Hijo de Dios. Por eso también es una sola cosa con Él, y a la vez que recibe los nombres de Verbo, se llama Jesucristo, por el cual se dice que fueron hechas todas las cosas.

Y creo que es de este alma, que había acogido en sí la sabiduría, la verdad y la vida de Dios, de quien habló también el apóstol al decir: "Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo vuestra vida se manifieste, también vosotros os manifestaréis con Él en gloria" (Col 3,3). Pues, ¿qué otra cosa hemos de entender aquí por Cristo de quien se dice que está escondido en Dios y que después se manifestará, sino de aquel de quien se nos refiere que fue ungido con óleo de alegría, esto es, sustancialmente lleno de Dios, en quien ahora se dice oculto? Porque por esta razón Cristo es propuesto como ejemplo a todos los creyentes, para que, así como Él siempre y antes de conocer mal alguno, eligió el bien y amó la justicia y aborreció la iniquidad, y por esto le ungió Dios con óleo de alegría, así también cada uno de nosotros después de su caída o de su error, se limpie de sus manchas, habiéndole sido propuesto un ejemplo y emprenda el camino arduo de la virtud teniendo un guía de su ruta, a fin de que así, por este medio y en la medida en que esto puede alcanzarse por su imitación, seamos hechos participan- tes de la naturaleza divina como está escrito: "Quien dice que permanece en Él debe andar como Él anduvo" (1Jn 2,6).

Por consiguiente, este Verbo y esta sabiduría por la imitación de la cual nosotros somos llamados sabios o racionales, se hace todo a todos para ganarlos a todos; se hace débil a los débiles, para ganar a los débiles, y porque se hace débil se dice de Él: "Aunque fue crucificado en su debilidad vive por el poder de Dios" (2Co 13,4). Y a los corintios, que eran débiles, declara Pablo que él no sabe otra cosa sino Jesucristo, y éste, crucificado (1Co 2,2).

Participantes en la Trinidad

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32. Algunos opinan que de esta misma alma, cuando tomó cuerpo de María se dijo lo que dice el apóstol: "Quien, siendo Dios en la forma, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo" (
Ph 2,6), que sin duda fue restablecida en la forma de Dios de modo más ejemplar y devuelta a la plenitud aquella de la cual se había vaciado.

Y como por la participación en el Hijo de Dios somos adoptados como hijos, y por la participación en la sabiduría de Dios somos hechos sabios, así también por la participación en el Espíritu Santo somos hechos santos y espirituales. Ya que es una sola y misma cosa participar del Espíritu Santo que participar del Padre y del Hijo, puesto que la Trinidad tiene una sola naturaleza incorpórea. Y lo mismo que hemos dicho de la participación del alma, se ha de entender también de las almas de los ángeles y de las virtudes celestes, ya que toda criatura racional tiene necesidad de la participación de la Trinidad.

Sobre la índole del mundo visible, cuestión que suele ser discutidísima, he hablado en lo que precede en la medida de mi capacidad, para los que suelen buscar también en nuestra fe la razón de creer, y para los que suscitan contra nosotros controversias heréticas, sacando a relucir con mucha frecuencia el nombre de materia, que ni siquiera han llegado a comprender. De este punto creo conveniente tratar ahora brevemente.

La naturaleza de la materia

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33. Y en primer lugar, ha de notarse que no hemos hallado hasta ahora en ningún pasaje de las Escrituras canónicas el mismo nombre de materia para designar la sustancia que se halla a la base de los cuerpos. Porque en el pasaje de Isaías: "y Él consumirá sus espinos" como el heno (10,17),149 en que aparece la palabra hyle, esto es, materia, la palabra materia ha sido usada en lugar de pecados. Y si en algún otro lugar se encuentra por casualidad el nombre de materia, en ninguno, a mi juicio, se hallará que significa esto de que ahora tratamos, a no ser únicamente en el libro de la Sabiduría que se atribuye a Salomón, libro al que, ciertamente, no todos conceden autoridad. Allí, sin embargo, encontramos escrito lo siguiente: "Pues no era difícil a tu mano omnipotente, que creó el mundo de la materia informe, enviarles muchedumbre de osos, o feroces leones" (
Sg 11,18).

Muchos creen, sin duda, que hay una alusión a la materia misma de las cosas en lo que fue escrito por Moisés al principio del Génesis: "Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba desordenada y vacía" (Gn 1,1-2), pareciéndoles que con los términos tierra desordenada y vacía, Moisés no indica otra cosa que la materia informe. Y si en verdad esa es la materia, se concluye de ahí que los principios de los cuerpos no son incapaces de cambio, pues los que pusieron como principio de las cosas corporales, los átomos y lo indivisible, o lo que puede dividirse en partes iguales, o un elemento cualquiera, no pudieron colocar entre los principios el nombre de materia que significa de modo principal la materia. Ya que ni aun al poner a la base de todo cuerpo la materia, entendida como una sustancia convertible en todas las cosas, o mudable, o divisible, prescinden de sus cualidades y ponen a la base esta materia de por sí. Y con ellos estamos también de acuerdo nosotros, que negamos que deba decirse que la materia es ingénita o increada en cada género, como mostramos en la medida en que pudimos en lo que precede al demostrar también que del agua, la tierra, el aire, o el calor, las distintas especies de árboles sacan distintos frutos, o al enseñar que el fuego, el aire, el agua y la tierra cambian alternamente, resolviéndose un elemento en otro en virtud de cierta consanguinidad mutua; o al probar que de los alimentos resulta la sustancia de la carne de los hombres o de los animales, o que la humedad del germen natural se convierte en carne sólida y huesos; todo lo cual es una prueba de que la sustancia corporal es cambiable y de cualquier cualidad llega a cualquiera otra.

La materia y sus cualidades

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34. Sin embargo, no debemos olvidar que una sustancia nunca existe sin la cualidad, y que es sólo por el intelecto que se discierne la materia como lo que está a la base de los cuerpos y es capaz de cualidad. Algunos, pues, queriendo indagar demasiado profundamente estas cosas, se han atrevido a decir que la naturaleza corpórea no consiste sino en cualidades. En efecto, si la dureza y la blandura, lo cálido y lo frío, lo húmedo y lo seco son cualidades, y suprimidas éstas y todas las demás cosas de este género, se entiende que no hay a la base ninguna otra cosa, todo parecerá consistir en cualidades. De donde los que esto afirman han intentado sostener que, puesto que todos los que dicen que la materia es increada confiesan que las cualidades han sido creadas por Dios, resulta también, según ellos mismos, que tampoco la materia es increada, puesto que todas las cosas son cualidades y todos declaran sin contradicción que éstas han sido creadas por Dios.

Los que, por el contrario, quieren mostrar que las cualidades se añaden desde fuera a una cierta materia subyacente emplean ejemplos de esta especie: Pablo, sin duda alguna, o está callado, o habla, o vela, o duerme, o permanece en cierta actitud del cuerpo, puesto que o está sentado, o de pie, o acostado. En efecto, todas estas cosas son accidentes de los hombres, sin los cuales no se encuentran. Y, sin embargo, nuestra inteligencia no define manifiestamente de él ninguna de estas cosas, sino que lo entendemos o consideramos por medio de ellas sin abarcar en modo alguno al mismo tiempo la razón de su estado, ya vele o duerma o hable o calle, o se halle afectado por los demás accidentes que necesariamente se dan en los hombres. Luego, si se considera a Pablo sin todas estas cosas que pueden ocurrirle, también podrá entenderse sin las cualidades lo que está a la base de los cuerpos. Por consiguiente, cuando nuestro sentido, apartando de su intelección toda cualidad, considera, por así decirlo, el propio punto de lo subyacente, y se concentra en él, sin mirar en modo alguno a lo blando, o duro, o cálido, o frío, o húmedo, o seco de la sustancia, entonces, con un pensamiento en cierto modo simulado, le parecerá que contempla la materia desnuda de todas esas cualidades.

Argumentación bíblica

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35. Quizá preguntará alguno si podemos hallar en las Escrituras algún punto de apoyo para esta teoría. Algo de esta índole me parece que se indica en los Salmos, cuando dice el profeta: "Lo imperfecto tuyo vieron mis ojos" (
Ps 139,10) donde parece que la mente del profeta, penetrando con una mirada sumamente perspicaz en los principios de las cosas y separando con su solo sentido y su razón la materia de las cualidades, comprendió lo imperfecto de Dios, que se entiende consumado por la adición de las cualidades. Y también en su libro dice así Enoc: "Llegué hasta lo imperfecto" (Libro de Enoc, cap. 17), que creo puede entenderse de la misma manera en el sentido de que la mente del profeta recorrió todas las cosas sensibles escrutándolas y considerándolas hasta que llegó a aquel principio en que vio la materia imperfecta y sin cualidades; y, en efecto, en el mismo libro está escrito esto que se pone en boca de Enoc: "Contemplé todas las materias", lo cual se entiende como si dijera he visto todas las divisiones de la materia, que se halla como rota, de una sola, en todas y cada una de las especies: en los hombres, los animales, el cielo, el sol y todo lo que hay en el mundo. Y ya hemos demostrado anteriormente como hemos podido, que todas las cosas que son han sido hechas por Dios y que no hay nada que no haya sido hecho excepto la naturaleza del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y que, queriendo Dios, que es bueno por naturaleza, tener criaturas a quienes hacer bien y que se gozasen al recibir sus beneficios, hizo criaturas dignas, esto es, que pudieran recibirle dignamente, de las que dice que son los hijos que Él ha engendrado.

Todo, sin embargo, lo hizo con número y medida, porque Dios no tiene nada sin fin y sin medida, ya que todo lo abarca con su poder y Él mismo no es abarcado por el sentido de ninguna criatura, pues su naturaleza es sólo conocida de Él. En efecto, sólo el Padre conoce al Hijo, y sólo el Hijo conoce al Padre, y sólo el Espíritu Santo escruta las profundidades de Dios (1Co 2,10).151

Así, pues, toda criatura se distingue por cierto número y medida: el número en los seres racionales, la medida en la materia corporal, de suerte que como era necesario que se sirviese de cuerpos, la naturaleza intelectual, que aparece como mudable y convertible por la condición misma en que fue creada (ya que lo que no fue y empezó a ser es declarado por esto naturaleza mudable), no tiene virtud ni malicia sustancial, sino accidental. Y puesto que, como hemos dicho, la naturaleza racional era mudable y convertible, para que tuviera un ropaje corporal diverso, de esta o de aquella cualidad, según sus méritos, fue necesario que Dios, que conocía de antemano la diversidad que había de producirse en las almas o poderes espirituales, crease, de acuerdo con ella, la naturaleza corpórea que, en virtud del cambio de cualidades, se mudara en todo aquello que las circunstancias exigiesen según la voluntad del Creador. Y esta naturaleza corpórea permanecerá necesariamente mientras permanezcan seres que necesiten un ropaje corpóreo; luego existirá siempre la naturaleza corpórea, de cuyo ropaje tienen que usar necesariamente las criaturas racionales; a no ser que alguno crea poder demostrar con algunas afirmaciones que la naturaleza racional puede vivir sin cuerpo. Pero ya hemos mostrado en lo que precede, al explicar esto con detalle cuan difícil es que sea así, y, a nuestro entender, casi imposible.

La inmortalidad de las criaturas racionales

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36. Creo ciertamente que no ha de parecer contrario a nuestra obra tratar también en pocas palabras, y en la medida de lo posible, de la inmortalidad de las criaturas racionales. Todo aquel que participa de algo, es, sin duda, de una sola sustancia y de una sola naturaleza con aquel que participa de la misma cosa. Por ejemplo, todos los ojos participan de la luz, y por esta razón, todos los ojos que participan de la luz son de una sola naturaleza. Pero aunque todo ojo participe de la luz, sin embargo, como uno ve más agudamente y otro más confusamente, no todos participan igualmente de la luz. Asimismo, todo oído recibe la voz y el sonido, y por eso todos los oídos son de una sola naturaleza. Pero según la cualidad de pureza del oído, cada uno oye más deprisa o más despacio. Pasemos ahora de estos ejemplos sensibles a la consideración de las cosas intelectuales: toda mente que participa de la luz intelectual debe ser, sin duda, de una sola naturaleza con cualquier otra mente que participe del mismo modo de la luz intelectual.152

Si las virtudes celestes, entonces, tienen participación en la luz intelectual, esto es, en la naturaleza divina, por cuanto participan de la sabiduría y de la santificación, y las almas humanas han participado también de la misma luz y sabiduría, serán de la misma naturaleza que aquellas y de la misma sustancia. Pero las virtudes celestes son incorruptibles e inmortales; luego inmortal, sin duda, e incorruptible será también la sustancia del alma humana. Y no sólo esto, sino que, como la misma naturaleza del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, que es la sola luz intelectual de la cual participa toda criatura, es incorruptible y eterna, es muy consecuente y necesario que también toda sustancia que participa de aquella naturaleza eterna perdure siempre y sea incorruptible y eterna, de suerte que la eternidad de la bondad divina sea entendida también por ella, siendo eternos los que alcanzan sus beneficios. Pero así como hemos salvado en los ejemplos la diversidad en la percepción de la luz al designar como más aguda o más obtusa la visión del que la mira, hemos también de salvar, según la intensidad del sentido o de la mente, la diversidad en la capacidad. Por lo demás, consideremos si no parece incluso impío que una mente que es capaz de Dios sufra la muerte sustancial; como si el mismo hecho de poder entender y sentir a Dios no fuera suficiente para su perpetuidad, sobre todo siendo así que aun cuando por su negligencia caiga la mente de modo que no pueda acoger en sí a Dios pura e íntegramente, conserva siempre en sí, no obstante, como un cierto germen de reparación y renovación de un intelecto mejor, renovándose el hombre interior, que también se llama racional, conforme a la imagen y semejanza de Dios que lo creó. Y por eso dice también el profeta: "Se acordarán y se convertirán a Él todos los confines de la tierra, le adorarán todas las familias de las gentes" (
Ps 22,27).

La imagen de Dios en el hombre

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37. Pero si alguien se atreve a atribuir la corrupción sustancial al que ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios, extiende, a mi juicio, también la causa de la impiedad al mismo Hijo de Dios. Porque también Él se llama en las Escrituras imagen de Dios (
Col 1,15); o al menos, el que esto pretende, impugna la autoridad de la Escritura que dice que el hombre ha sido hecho a la imagen de Dios. Y en él se reconocen manifiestamente los indicios de la imagen divina, no en la imagen del cuerpo que se corrompe, sino en la prudencia del ánimo, la justicia, la moderación, la virtud, la sabiduría, la disciplina, en suma, en todo el coro de virtudes que, hallándose innatas en Dios por razón de su sustancia, pueden estar en el hombre mediante la diligencia y la imitación de Dios, como el mismo Señor lo indica en el Evangelio, diciendo: "Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,36), y: "Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto" (Mt 5,48), pasajes en que se nos muestra de manera evidente que en Dios están siempre todas estas virtudes, y no pueden nunca añadírsele o retirársele, mientras que los hombres las conquistan poco a poco y una a una. Por esto parecen tener también cierto parentesco con Dios, y como Dios conoce todas las cosas y no se le oculta ninguna de las cosas intelectuales (en efecto, solamente Dios Padre y su Hijo Unigénito y el Espíritu Santo poseen el conocimiento no sólo de las cosas que han creado, sino también de sí mismos), la mente racional puede también, partiendo de lo pequeño a lo mayor, y de lo visible a lo invisible, llegar a una inteligencia más perfecta. Porque está colocada en el cuerpo y procede de las cosas sensibles, que son corpóreas a las intelectuales.

Pero para que no parezca a alguien que decimos impropiamente que las cosas intelectuales son insensibles, citaremos como ejemplo una frase de Salomón que dice: "Hallarás el sentido divino" (Pr 2,5).153 En ella se muestra que las cosas intelectuales deben buscarse no con el sentido corporal, sino con otro que llama divino. Con este sentido, pues, hemos de contemplar nosotros todas las cosas que anteriormente hemos dicho, que son racionales, y con ese sentido se ha de oír lo que hablamos y considerar lo que escribimos. Porque la naturaleza divina conoce incluso aquellos pensamientos que revolvemos en nuestro interior cuando estamos callados. Así, pues, todo lo que hemos dicho y todo lo demás que sigue debe entenderse de la manera que hemos expuesto.
Origenes - de principis 4127