Documentos Padres 51153


SAN HIPÓLITO

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Se desconoce el lugar y fecha de su nacimiento, aunque sabemos que fue discípulo de San Ireneo de Lyon. Su gran conocimiento de la filosofía y los misterios griegos, su misma psicología, indica que procedía del Oriente. Hacia el año 212 era presbítero en Roma, donde Orígenes -durante su viaje a la capital del Imperio- le oyó pronunciar un sermón.

Con ocasión del problema de la readmisión en la Iglesia de los que habían apostatado durante alguna persecución, estallo un grave conflicto que le opuso al Papa Calixto, pues Hipólito se mostraba rigorista en este asunto, aunque no negaba que la Iglesia tiene la potestad de perdonar los pecados. Tan fuerte fue el contraste que se separo de la Iglesia y, elegido obispo de Roma por un reducido círculo de partidarios suyos, fue así el primer antipapa de la historia. El cisma se prolongo tras la muerte de Calixto, durante el pontificado de sus sucesores Urbano y Ponciano. Termino en el año 235, con la persecución de Maximino, que desterró al Papa legítimo (Ponciano) y a Hipólito a las minas de Cerdeña, donde parece ser que se reconciliaron. Allí los dos renunciaron al pontificado, para facilitar la pacificación de la comunidad romana, que de este modo pudo elegir un nuevo Papa y dar por terminado el cisma. Tanto Ponciano como Hipólito murieron en el año 235. El Papa Fabián hizo trasladar sus cuerpos solemnemente a Roma y son honrados como mártires.

En el siglo XVI se descubrió una estatua de Hipólito, del siglo III, en mármol, que le representa sentado en una cátedra. Allí figura, esculpido, el catalogo completo de sus obras. Aunque se ha perdido el texto original griego de muchas de ellas, se han conservado bastantes en traducciones a diversas lenguas, sobre todo orientales. La más importante es una gran suma llamada Refutación de todas las herejías (en griego Philosaphumena). Escribió también comentarios al Antiguo y Nuevo Testamento, tratados cronológicos (especialmente interesante es un computo pascual), homilías y, sobre todo, una obra de importancia fundamental para el conocimiento de la liturgia romana, conocida con el nombre de Tradición apostólica, que constituye el más antiguo ritual con reglas fijas para la celebración de la Eucaristía, la ordenación sacerdotal y episcopal, etc. Durante mucho tiempo se la considero perdida, hasta que a principios del siglo XX se demostró que lo que se conocía con el nombre de Constitución de la Iglesia egipcia no era otra cosa sino la traducción a las lenguas copta y etiópica de la Tradición apostólica de San Hipólito. Este texto contiene la más antigua plegaria eucarística que ha llegado hasta nosotros.

Loarte

El Verbo encarnado nos hace semejantes a Dios

(Refutación de todas las herejías, X 33-34)

Nosotros creemos en el Verbo de Dios. No nos fundamos en palabras sin sentido, ni nos dejamos llevar por impulsos emotivos o desordenados, ni nos dejamos seducir por la fascinación de discursos bien preparados, sino que prestamos fe a las palabras del Dios todopoderoso. Todo esto lo ordeno Dios en su Verbo. El Verbo las decía en palabras (a los profetas), para apartar al hombre de la desobediencia. No lo dominaba como hace un amo con sus esclavos, sino que lo invitaba a una decisión libre y responsable.

El Padre envió a la tierra esta Palabra suya en los últimos tiempos. No quería que siguiese hablando por medio de los profetas, ni que fuese anunciada de manera oscura, ni conocida solo a través de vagos reflejos, sino que deseaba que apareciese visiblemente, en persona. De este modo, contemplándola, el mundo Podría obtener la salvación. Contemplando al Verbo con sus propios ojos, el mundo non experimentaría ya la inquietud y el temor que sentía cuando se encontraba ante una imagen reflejada por los profetas, ni quedaría sin fuerzas como cuando el Verbo se manifestaba por medio de los ángeles. De este modo, en cambio, Podría comprobar que se encontraba delante del mismo Dios, que le habla.

Nosotros sabemos que el Verbo tomo de la Virgen un cuerpo mortal, y que ha transformado al hombre viejo en la novedad de una criatura nueva. Sabemos que se ha hecho de nuestra misma sustancia. En efecto, si no tuviese nuestra misma naturaleza, inútilmente nos habría mandado que lo imitáramos como maestro. Si Él, en cuanto hombre, tuviese una naturaleza distinta de la nuestra, ¿por qué me ordena a mí, nacido en la debilidad, que me asemeje a Él? ¿Cómo podría, en ese caso, ser bueno y justo? Verdaderamente, para que no pensáramos que era distinto de nosotros, ha tolerado la fatiga, ha querido pasar hambre y sed, ha aceptado la necesidad de dormir y descansar, no se ha rebelado frente al sufrimiento, se ha sujetado a la muerte y se nos ha revelado en la resurrección. De todos estos modos, ha ofrecido como primicia tu misma naturaleza humana, para que tú no te desanimes en los sufrimientos, sino que, reconociendo que eres hombre, esperes también tu lo que el Padre ha realizado en Él.

Cuando hayas conocido al Dios verdadero, tendrás con el alma un cuerpo inmortal e incorruptible, y obtendrás el reino de los cielos, por haber reconocido al Rey y Señor del cielo en la vida de este mundo. Vivirás en intimidad con Dios, serás heredero con Cristo, y no serás ya esclavo de los deseos y pasiones, y ni siquiera del sufrimiento y de los males físicos, porque habrás llegado a ser como Dios. Los sufrimientos que debías soportar por el hecho de ser hombre, te los daba Dios porque eras hombre. Pero Dios ha prometido también concederte sus prerrogativas una vez que hayas sido divinizado y hecho inmortal.

Cristo, el Dios superior a todas las cosas, el que había decidido cancelar el pecado de los hombres, rehízo nuevo al hombre viejo y desde el principio lo llamo su propia imagen. De este modo ha mostrado el amor que te tenía. Si tú eres dócil a sus santos mandamientos, y te haces bueno como Él, te asemejaras a Él y recibirás de Él la gloria.

La Plegaria Eucarística de San Hipólito

(Tradición apostólica, parte I)

El Señor sea con vosotros.

Y con tu Espíritu.

¡En alto los corazones!

Los tenemos vueltos hacia el Señor.

Demos gracias al Señor.

Es propio y justo.

Te damos gracias, ¡oh Dios!, por tu bien amado Hijo Jesucristo, a quien Tu has enviado en estos últimos tiempos como Salvador, Redentor y Mensajero de tu voluntad, Él que es tu Verbo inseparable, por quien creaste todas las cosas, en quien Tu te complaciste, a quien envías del cielo al seno de la Virgen, y que, habiendo sido concebido, se encarno y se manifestó como tu Hijo, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen; que cumplió tu voluntad y te adquirió un pueblo santo, extendió sus manos cuando sufrió para liberar del sufrimiento a los que crean en Tí.

Y cuando Él se entrego voluntariamente al sufrimiento, para destruir la muerte y romper las cadenas del diablo, aplastar el infierno e iluminar a los justos, establecer la alianza y manifestar la resurrección, tomo pan, dio gracias y dijo: "Tomad, comed, éste es mi cuerpo, que es roto por vosotros". De la misma manera también el cáliz, diciendo: "Ésta es la sangre que es derramada por vosotros. Cuantas veces hagáis esto, haced memoria de mi".

Recordando, pues, su muerte y su resurrección, te ofrecemos el pan y el vino, dándote gracias porque nos has juzgado dignos de estar ante Ti y de servirte.

Y te rogamos que tengas a bien enviar tu Santo Espíritu sobre el sacrificio de la Iglesia. Une a todos los santos y concede a los que lo reciban que sean llenos del Espíritu Santo, fortalece su fe por la verdad, a fin de que podamos ensalzarte y Loarte por tu Hijo, Jesucristo, por quien tienes honor y gloria; al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo en tu santa Iglesia, ahora y en los siglos de los siglos. Amén.



LACTANCIO

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Llamado el Cicerón cristiano por su elegante manejo de la lengua latina, Lucio Cecilio Firmiano Lactancio nació en el Norte de África, hacia el año 250, de familia pagana. Recibió una educación esmerada y adquirió cierto renombre como maestro de Retorica, por lo que el emperador Diocleciano le llamo a Nicomedia, para enseñar en la escuela que había fundado en la nueva capital del Imperio. Fue allí donde probablemente abrazo la fe cristiana. Durante la última gran persecución, hacia el año 303, se vio obligado a abandonar su cátedra y a exilarse en Bitinia. Después del Edicto de Milán, Constantino le llamo a Tréveris para confiarle la educación de Crispo, su hijo mayor. Poco más se sabe de la vida de Lactancio, que debió de morir en torno al año 317.

Entre sus escritos destacan los siete libros sobre las Instituciones divinas, que constituye el primer intento de redactar en latín una suma de toda la fe cristiana. Su enseñanza se desarrolla preferentemente dentro del campo de la moral natural; es muy inferior en los aspectos estrictamente teológicos. También por esta razón, Lactancio no es contado en el número de los Padres de la Iglesia, sino en el de los escritores eclesiásticos.

En los párrafos que se recogen, muestra-contra las fabulas paganas-que la sociedad humana tiene su origen en la voluntad de Dios, que ha creado al hombre a su imagen y semejanza; de ahí deriva el deber de la solidaridad entre los hombres.

Loarte


SAN HILARIO DE POITIERS

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HOMILÍA SOBRE EL SALMO 130


"¡Oh Señor!, no se ha engreído mi corazón, ni se han ensoberbecido mis ojos".

1. Este breve Salmo, que exige un tratamiento analítico más que un tratamiento homilético. Nos enseña la lección de la humildad y la mansedumbre. Ahora, dado que hemos hablado muchas veces acerca de la humildad, no hay necesidad de repetir las mismas cosas aquí. Por supuesto que estamos obligados a tener en cuenta la gran necesidad que tenemos de que nuestra fe permanezca en humildad cuando escuchamos al Profeta que la entiende como equivalente al desempeño de los trabajos más altos: ¡Oh Señor!, mi corazón no está exaltado. Pues un corazón contrito es el más noble sacrificio a los ojos de Dios. El corazón, por lo tanto, no debe inflarse por la prosperidad, sino que debe guardarse humildemente en los límites de la mansedumbre, mediante el temor de Dios.

2. "Ni se han ensoberbecido mis ojos". El sentido estricto del griego aquí transmite un significado diferente; esto es, que no han sido elevados de un objeto para mirar a otro. Pero los ojos deben elevarse en obediencia a las palabras del profeta: "Eleva tus ojos y mira quién ha desplegado todas estas cosas" (1). Y el Señor dice en el Evangelio: "Eleva tus ojos, y mira los campos, que están blancos hasta la cosecha" (2). Los ojos están, entonces, para ser elevados. No para poner su mirada en cualquier parte, sino para permanecer fijos de manera definitiva sobre todo aquello para lo que han sido elevados.

3. Y continua así: "No he andado entre grandezas, ni en cosas maravillosas que me sobrepasan". Es muy peligroso andar entre cosas malas, y no quedarse entre las cosas maravillosas. Las obras de Dios son grandes; Él, en sí mismo, es maravilloso en todo lo alto: ¿cómo puede entonces enorgullecerse el salmista como si fuera una obra buena no andar entre grandezas y maravillas? La adición de las palabras, "que me sobrepasan", nos muestra de que se está hablando de caminar entre cosas distintas a las que los hombres comúnmente consideran como grandes y maravillosas. Pues David, que fue profeta y rey, también fue humilde y despreciado e indigno de sentarse a la mesa de su padre; pero encontró el favor de Dios, fue ungido rey, e inspirado para profetizar. Su reino no lo hizo altivo, no lo motivaban malas intenciones: amo a quienes lo persiguieron, rindió honores a sus enemigos muertos, perdono a sus hijos incestuosos y asesinos. Fue despreciado en su soberanía; como padre, fue herido; como profeta, fue afligido; y aun así no reclamo venganza como Podría hacerlo un profeta, ni infligió castigo como lo haría un padre, ni correspondió a los insultos como lo haría un soberano. De este modo no anduvo entre grandezas y maravillas que le sobrepasaban.

4. Veamos lo que sigue: "Si no humillaba mis pensamientos y en cambio he elevado mi alma". ¡Qué inconsecuencia de parte del Profeta! No eleva su corazón: pero si eleva su alma. No camina entre grandezas y maravillas que le sobrepasan; pero sus pensamientos no son bajos. Su inteligencia se exalta, pero su corazón se apoca. Es humilde en su proceder: pero no es humilde en su pensamiento. Su alma se eleva a las alturas porque su pensamiento aspira alcanzar el cielo. Pero su corazón, "del que proceden -según el Evangelio- pensamientos perversos, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, insultos"(3), es humilde, apremiado bajo el suave yugo de la mansedumbre. Nosotros debemos definir el justo medio, entonces, entre la humildad y la exaltación, para que podamos ser humildes de corazón pero elevados de alma y pensamiento.

Después continua: "Como el niño destetado en los brazos de su madre, así recompensaras mi alma". Nos es dicho que cuando Isaac fue destetado, Abraham celebro una fiesta, porque ahora que era destetado, cruzaba el umbral de la niñez y pasaba más allá del alimento de leche. El Apóstol alimenta a todos los que son imperfectos en la fe, inclusive a niños en las cosas de Dios, con la leche del conocimiento. De este modo dejar de necesitar leche marca el mayor avance posible. Abraham proclamo mediante una alegre fiesta que su hijo pasaba a la edad de comer carne, y el Apóstol rehúsa el pan a los de mentalidad carnal y a aquellos que son niños en Cristo. Y así, el Profeta pide a Dios que, ya que no ha ensoberbecido su corazón, ni ha caminado en medio de grandezas y maravillas que le sobrepasan; ya que no ha humillado sus pensamientos sino que ha elevado su alma, que premie a su alma recostándose como un niño destetado sobre su madre: es decir, que sea considerado digno de la recompensa del Pan perfecto, celestial y vivo, basado en que por razón de sus reconocidos trabajos ahora ya ha terminado la etapa de lactancia.

6. Pero él no pide este Pan vivo del cielo solo para sí mismo. Él alienta a toda la humanidad a expectar este Pan, proclamando: "Que Israel espere en el Señor, desde ahora y por siglos". Él no pone límite temporal a nuestra esperanza, sino que nos invita a proyectarnos hasta el infinito en nuestra fiel expectación. Nosotros debemos esperar por siempre, ganando la esperanza de la vida futura mediante la esperanza de nuestra vida presente, que la tenemos en Cristo Jesús nuestro Señor, que es bendito por los siglos de los siglos. Amén

(1) Is 11,26.

(2) Jn 55,35.

(3) Mt 15,19.



San Hilario de Poitiers

LAS ARMAS DEL APÓSTOL


(Comentario al Evangelio de San Mateo, 10,1-5)

Al ver a las multitudes se lleno de compasión, porque estaban maltratadas y abatidas...(Mt 9,36).

Es necesario escudriñar el significado de las palabras no menos que el de los hechos, pues, como habíamos dicho, la clave para comprender el significado reside tanto en las palabras como en las obras. El Señor siente compasión de las multitudes maltratadas y abatidas, como ovejas dispersas sin pastor. Y dice que la mies es mucha, pero los obreros pocos, y que es preciso rogar al dueño de la mies para que envíe muchos obreros a su mies (cf. Mt 9,37-38). Y, llamando a los discípulos, les dio poder para arrojar a los Espíritus inmundos y para curar toda enfermedad y dolencia (cf. Mt 10,1). Aunque estos hechos se refieren al presente, es necesario considerar lo que significan para el futuro.

Ningún agresor había asaltado a las multitudes y, sin embargo, estaban postradas sin que ninguna adversidad o desventura las hubiese golpeado. ¿Por qué siente compasión, viéndolas maltratadas y abatidas? Evidentemente, el Señor se apiada de una muchedumbre atormentada por la violencia del Espíritu inmundo, que la tiene bajo su dominio, y enferma bajo el peso de la Ley, porque aun no tenía un pastor que le restituyese la protección del Espíritu Santo (cf. 1P 2,25). A pesar de que el fruto de este don era abundante, ninguno lo había recogido. Su abundancia supera el número de los que lo alcanzan, pues, aunque todos tomen cuanto quieran, permanece siempre sobreabundante para ser dispensado con generosidad. Y puesto que es necesario que muchos lo distribuyan, exhorta a rogar al dueño de la mies, para que mande muchos obreros a su mies, es decir, muchos segadores, para recoger el don del Espíritu Santo que había preparado, un don que Dios distribuye por medio de la oración y de la suplica. Y para mostrar que esta mies y la multitud de los segadores debían propagarse a partir de los doce Apóstoles, los llamo a Si y les dio el poder de arrojar los demonios y de curar toda enfermedad. Con este poder recibido como don, podían expulsar al fautor del mal y curar la enfermedad.

Conviene ahora recoger el significado de estos preceptos, considerándolos uno por uno. Los exhorta a mantenerse alejados de las sendas de los paganos (cf. Mt 10,5), no porque no los haya enviado también a salvar a los paganos, sino para que se abstengan de las obras y del modo de vivir de la ignorancia pagana. Igualmente les prohíbe entrar en la ciudad de los samaritanos (cf. Mt 10,5). Pero ¿no ha curado Él mismo a una samaritana? En realidad, les exhorta a no entrar en las asambleas de los herejes, pues la perversión no difiere en nada de la ignorancia. Los envía a las ovejas perdidas de la casa de Israel (cf. Mt 10,6); y, sin embargo, ellas se han encarnizado contra Él con lenguas de víbora y fauces de lobo. Como la Ley debería recibir el Evangelio en primer lugar, Israel iba a tener menos disculpas por su crimen, en cuanto que habría experimentado una solicitud mayor en la exhortación.

El poder de la virtud del Señor se transmite enteramente a los Apóstoles. Los que habían sido formados en Adán a imagen y semejanza de Dios, reciben ahora de modo perfecto la imagen y la semejanza de Cristo (cf. 1Co 15,49). Su poder no difiere en nada del poder del Señor, y los que antes habían sido hechos de la tierra, se convierten ahora en celestes (cf. 1Co 15,48). Deben predicar que el Reino de los cielos está próximo (cf. Mt 10,7), es decir, que se recibe ahora la imagen y semejanza de Dios a través de la comunión en la verdad, que permite a todos los santos, designados con el nombre de los cielos, reinar con el Señor (cf. 1Co 4,8). Deben curar enfermos, resucitar muertos, sanar leprosos, arrojar demonios (cf. Mt 10,8). Todos los males causados en el cuerpo de Adán por instigación de Satanás, los debían a su vez sanar mediante la participación en el poder del Señor. Y para conseguir de modo completo, según la profecía del Génesis (cf. Gn 1,26), la semejanza con Dios, reciben la orden de dar gratuitamente lo que gratuitamente recibieron (cf. Mt 10,8). Deben ofrecer de balde el servicio de un don que han recibido gratis.

Les prohíbe guardar en la faja oro, plata, dinero; llevar alforja para el camino, coger dos túnicas, sandalias y un bastón en la mano, porque el obrero tiene derecho a su salario (cf. Mt 10,10). No hay nada de malo, pienso, en guardar un tesoro en la faja. ¿Qué significa la prohibición de poseer oro, plata o moneda de cobre en la propia faja? La faja es una prenda de servicio, y se cine para realizar un trabajo. Se nos exhorta, por tanto, a que no haya venalidad en nuestro servicio, a evitar que el premio de nuestro apostolado sea la posesión del oro, de la plata o del cobre.

Ni alforja para el camino (Mt 10,10). Es decir, hay que dejar a un lado la preocupación por los bienes presentes, ya que todo tesoro terreno es perjudicial, desde el momento en que nuestro corazón está allí donde guardamos nuestro tesoro. Ni dos túnicas (Mt 10,10). En efecto, basta con que nos revistamos de Cristo una vez (cf. Ga 3,27), sin revestirnos seguidamente de otro traje, como la herejía o la Ley mosaica, a causa de una perversión de nuestra inteligencia. Ni sandalias (cf. Mt 10,10). ¿Tal vez los débiles pies de los hombres pueden soportar la desnudez? En realidad, donde debemos permanecer con pies desnudos es sobre la tierra santa, no cubierta por las espinas y los aguijones del pecado, como fue dicho a Moisés (cf. Ex 3,5), y se nos exhorta a no tener otro calzado para entrar, que el recibido de Cristo. Ni bastón en la mano (Mt 10,10), es decir, las leyes de un poder extranjero, pues tenemos el bastón de la raíz de Jesé (cf. Is 11,1). Todo poder, que no sea ése, no procede de Cristo.

Según el discurso precedente, hemos sido convenientemente provistos de gracia, viatico, vestido, sandalias, poder, para recorrer hasta el final los caminos de la tierra. Trabajando en estas condiciones seremos dignos de nuestra paga (cf. Mt 10,10). Es decir, gracias al cumplimiento de estas prescripciones, recibiremos la recompensa de la esperanza celestial.

SAN ZENÓN DE VERONA

5120 Nacido en Mauritania, paso casi toda su vida en el Norte de Italia. Fue obispo de Verona, ciudad que hoy le venera corno Patrono, y se distinguió por la lucha llevada a cabo contra el ya decadente paganismo, contra la herejía arriana y contra ciertos abusos que se habían infiltrado entre los cristianos.

Dedico todas sus energías al cuidado de sus fieles. Así lo atestiguan sus vibrantes sermones -recopilados después de su muerte, acaecida hacia el año 371-, en los que expone las verdades centrales de la fe y exhorta a la práctica de las virtudes cristianas. Muchos están dirigidos a los catecúmenos, como preparación inmediata al Bautismo. En estas homilías se revela gran orador, con un conocimiento profundo de las letras cristianas y paganas.

Entre los sermones breves -o tractatus- merece particular atención el dedicado a las tres virtudes teologales. Es una de las primeras obras sistemáticas de la literatura eclesiástica sobre la fe, la esperanza y la caridad. San Zenón enseña de manera clara y escueta que las virtudes teologales se hallan en la base de la vida cristiana y que no han de separarse unas de otras, pues constituyen la trama de nuestra unión con Dios.

Loarte

SAN VICENTE DE LERINS

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San Vicente de Lerins murió antes del 450 y fue monje del famoso monasterio de Lerins, situado en una isla frente a Niza. Semipelagiano según la terminología acunada en el siglo XVI, se opuso a San Agustín, rechazando su doctrina como novedad. Su obra más conocida es el Commonitorium, escrito con elegancia y con fuerza, donde sienta explícitamente la doctrina sobre la tradición y su valor; esta obra ha sido también el punto de partida sobre el que más adelante se desarrollaría el concepto de evolución homogénea del dogma.

De San Vicente de Lerins se sabe que era un gran conocedor de la Sagrada Escritura y que murió hacia el año 450 en el monasterio de Lerins, al sur de Francia. La única obra suya que conocemos es el Commonitorio, escrito hacia el año 434, en donde enuncia las principales reglas para discernir la Tradición católica de los engaños de los herejes.

La palabra Conmonitorio, bastante frecuente como titulo de obras en aquella época, significa notas o apuntes puestos por escrito para ayudar a la memoria, sin pretensiones de componer un tratado exhaustivo. En esta obra, San Vicente de Lerins se propuso facilitar, con ejemplos de la Tradición y de la historia de la Iglesia, los criterios para conservar intacta la verdad católica.

No recurre a un método complicado. Las reglas que ofrece para distinguir la verdad del error pueden ser conocidas y aplicadas por todos los cristianos de todos los tiempos, pues se resumen en una exquisita fidelidad a la Tradición viva de la Iglesia. "No ceso de admirarme -escribe- ante tanta insensatez de algunos hombres (...) que, no contentos con la regla de la fe, entregada y recibida de una vez para siempre desde la antigüedad, buscan indefinidamente cada día cosas nuevas, y siempre se empeñan en añadir, cambiar o sustraer algo a la religión; como si no fuese una doctrina celestial a la que basta haber sido revelada de una vez para siempre, sino una institución terrena que no pueda ser que con una continua enmienda o, más aun, rectificación".

El Conmonitorio constituye una joya de la literatura patrística. Su enseñanza fundamental es que los cristianos han de creer quod semper, quod ubique, quod ab omnibus: solo y todo cuanto fue creído siempre, por todos y en todas partes. Varios Papas y Concilios han confirmado con su autoridad la validez perenne de esta regla de fe. Sigue siendo plenamente actual este pequeño libro escrito en una isla del sur de Francia, hace más de quince siglos.

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CONMONITORIO : PRESENTACIÓN


Poco sabemos sobre la vida de San de Lerins. Fue un Padre de la Iglesia del siglo V. Se poseen escasos datos sobre su vida; solo los de una breve noticia que le dedica el marsellés Genadio (De viris illustribus, 64; PL 58,1097-98) y los que se desprenden de su obra más importante: el Commonitorio. Era de origen francés, aunque se ignora el lugar de su nacimiento y donde paso su vida, solamente que, se hizo religioso una vez "ahuyentados los vientos de la vanidad y de la soberbia, aplacando a Dios con el sacrificio de la humildad cristiana". ¿Tuvo un pasado borrascoso, como parece deducirse de cierta alusión que hace en uno de sus libros? No es seguro, posiblemente el énfasis que pone en sus palabras hay que cargarlo a cuenta de la severidad con que los santos acostumbran a juzgarse a sí mismos.


Lo que sí es indudable es que fue un hombre muy docto en las Escrituras y en los dogmas y con profundos conocimientos de las letras clásicas. Sacerdote en el monasterio de la isla de Lerins (llamada hoy de San Honorato), con el seudónimo de Peregrino compuso un tratado contra los herejes. Genadio narra también que es autor de otra obra de tema análogo, cuyo manuscrito fue robado, por lo que elaboro un breve resumen, que si se conserva. Murió en el reinado de Teodosio y Valentiniano, poco antes del 450. El Commonitorio está escrito tres años después del Conc. de Éfeso, es decir, el año 434.

Solo dos obras se le atribuyen con certeza: El Commonitorium primum, cuyo título más antiguo es De Peregrino en favor de la antigüedad y universalidad de la fe católica contra las profanas novedades de todos los herejes, y el Commonitorium secundum, recapitulación del libro que fue robado. Se le atribuye también una otra titulada Objectiones lerinianae, cuyo contenido conserva Prospero de Aquitania (Pro Augustino responsiones al capitula objectionum vincentianarum: PL 51,177-186), y un florilegio de frases de San Agustín concernientes a los misterios de la Santísima Trinidad y de la Encarnación, que conserva el Cód. 151 de Ripoll bajo el siguiente título: Excerpta sanctae memoriae Vincentii lirinensis insulae presbyteri ex universo beatae recordationis Augustini in unum collecta.

EL CONMONITORIO

51241 El Conmonitorio es uno de los libros que más historia ha dejado en pos de sí. Hoy pasan de 150, entre ediciones y traducciones a diversas lenguas.

La palabra Conmonitorio, bastante frecuente como titulo de obras en aquella época, significa notas o apuntes puestos por escrito para ayudar a la memoria, sin pretensiones de componer un tratado exhaustivo. En esta obra, San Vicente de Lerins se propuso facilitar, con ejemplos de la Tradición y de la historia de la Iglesia, los criterios para conservar intacta la verdad católica.

No recurre a un método complicado. Las reglas que ofrece para distinguir la verdad del error pueden ser conocidas y aplicadas por todos los cristianos de todos los tiempos, pues se resumen en una exquisita fidelidad a la Tradición viva de la Iglesia.

El Conmonitorio constituye una joya de la literatura patrística. Su enseñanza fundamental es que los cristianos han de creer quod semper, quod ubique, quod ab omnibus: solo y todo cuanto fue creído siempre, por todos y en todas partes. Varios Papas y Concilios han confirmado con su autoridad la validez perenne de esta regla de fe. Sigue siendo plenamente actual este pequeño libro escrito en una isla del sur de Francia, hace más de quince siglos.


INTRODUCCIÓN.

2201 1. Dado que la Escritura nos aconseja: Pregunta a tus padres y te explicaran, a tus ancianos y te ensenaran (1); Presta oídos a las palabras de los sabios (2); y también: Hijo mío, no olvides estas enseñanzas, conserva mis preceptos en tu corazón (3), a mí, Peregrino, ultimo entre todos los siervos de Dios, me parece que es cosa de no poca utilidad poner por" escrito las enseñanzas que he recibido fielmente de los Santos Padres.

Para mí esto es absolutamente imprescindible, a causa de mi debilidad, para tener así al alcance de la mano una ayuda que, con una lectura asidua, supla las deficiencias de mi memoria. Me inducen a emprender este trabajo, además, no solo la utilidad de esta obra, sino también la consideración del tiempo y la oportunidad del lugar. En cuanto al tiempo, ya que él nos arrebata todo lo que hay de humano, también nosotros debemos, en compensación, robarle algo que nos sea gozoso para la vida eterna, tanto más cuanto que ver acercarse el terrible juicio divino nos invita a poner mayor empeño en el estudio de nuestra fe; por otra parte, la astucia de los nuevos herejes reclama de nosotros una vigilancia y una atención cada vez mayores. En cuanto al lugar, porque alejados de la muchedumbre y del trafago de la ciudad, habitamos un lugar muy apartado en el que, en la celda tranquila de un monasterio, se puede poner en práctica, sin temor de ser distraídos, lo que canta el salmista: Descansad y ved que soy el Señor (4).

Aquí, todo se armoniza para alcanzar mis aspiraciones. Durante mucho tiempo he sido perturbado por las diferentes y tristes peripecias de la vida secular. Gracias a la inspiración de Jesucristo, conseguí por fin refugiarme en el puerto de la religión, siempre segurísimo para todos. Dejados atrás los vientos de la vanidad y del orgullo, ahora me esfuerzo en aplacar a Dios mediante el sacrificio de la humildad cristiana, para poder así evitar no solo los naufragios de la vida presente, sino también las llamas de la futura.

Puesta mi confianza en el Señor, deseo, pues, dar comienzo a la obra que me apremia, cuya finalidad es poner por escrito todo lo que nos ha sido transmitido por nuestros padres y que hemos recibido en depósito.

Mi intento es exponer cada cosa más con la fidelidad de un relator, que no con la presunción de querer hacer una obra original. No obstante, me atendré a esta ley al escribir: no decirlo todo, sino resumir lo esencial con estilo fácil y accesible, prescindiendo de la elegancia y del amaneramiento, de manera que la mayor parte de las ideas parezcan más bien enunciadas que explicadas.

Que escriban brillantemente y con finura quienes se sienten llevados a ello por profesión o por confianza en su propio talento. En lo que a mí respecta, ya tengo bastante con preparar estas anotaciones para ayudar a mi memoria, o mejor dicho, a mí falta de memoria.

No obstante, no dejaré de poner empeño, con la ayuda de Dios, en corregirlas y completarlas cada día, meditando en lo que he aprendido. Así, pues, en el caso de que estos apuntes se pierdan y vayan a acabar en manos de personas santas, ruego a éstas que no se apresuren a echarme en cara que algo de lo que en estas notas se contiene espera todavía ser rectificado y corregido, según mi promesa.

REGLA PARA DISTINGUIR, LA VERDAD CATÓLICA DEL ERROR


2. Habiendo interrogado con frecuencia y con el mayor cuidado y atención a numerosísimas personas, sobresalientes en santidad y en doctrina, sobre como poder distinguir por medio de una regla segura, general y normativa, la verdad de la fe católica de la falsedad perversa de la herejía, casi todas me han dado la misma respuesta: "Todo cristiano que quiera desenmascarar las intrigas de los herejes que brotan a nuestro alrededor, evitar sus trampas y mantenerse integro e incólume en una fe incontaminada, debe, con la ayuda de Dios, pertrechar su fe de dos maneras: con la autoridad de la ley divina ante todo, y con la tradición de la Iglesia Católica".

Sin embargo, alguno Podría objetar: Puesto que el Canon de las Escrituras es de por sí más que suficientemente perfecto para todo, ¿qué necesidad hay de que se le añada la autoridad de la interpretación de la Iglesia?

Precisamente porque la Escritura, a causa de su misma sublimidad, no es entendida por todos de modo idéntico y universal. De hecho, las mismas palabras son interpretadas de manera diferente por unos y por otros. Se Podría decir que tantas son las interpretaciones como los lectores. Vemos, por ejemplo, que Novaciano explica la Escritura de un modo, Sabelio de otro, Donato*, Eunomio*, Macedonio*, de otro; y de manera diversa la interpretan Fotino*, Apolinar*, Prisciliano*, Joviniano*, Pelagio*, Celestio y, en nuestros días, Nestorio.

Es pues, sumamente necesario, ante las múltiples y enrevesadas tortuosidades del error, que la interpretación de los Profetas y de los Apóstoles se haga siguiendo la pauta del sentir católico.

En la Iglesia Católica hay que poner el mayor cuidado para mantener lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos. Esto es lo verdadera y propiamente católico, según la idea de universalidad que se encierra en la misma etimología de la palabra. Pero esto se conseguirá si nosotros seguimos la universalidad, la antigüedad, el consenso general. Seguiremos la universalidad, si confesamos como verdadera y única fe la que la Iglesia entera profesa en todo el mundo; la antigüedad, si no nos separamos de ninguna forma de los sentimientos que notoriamente proclamaron nuestros santos predecesores y padres; el consenso general, por último, si, en esta misma antigüedad, abrazamos las definiciones y las doctrinas de todos, o de casi todos, los Obispos y Maestros.

EJEMPLO DE COMO APLICAR LA REGLA

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Documentos Padres 51153