Documentos Padres 2203

2203 3. ¿Cuál deberá ser la conducta de un cristiano católico, si alguna pequeña parte de la Iglesia se separa de la comunión en la fe universal?


-No cabe duda de que deberán anteponer la salud del cuerpo entero a un miembro podrido y contagioso.

- Pero, ¿y si se trata de una novedad herética que no está limitada a un pequeño grupo, sino que amenaza con contagiar a la Iglesia entera?

-En tal caso, el cristiano deberá hacer todo lo posible para adherirse a la antigüedad, la cual no puede evidentemente ser alterada por ninguna nueva mentira.

¿Y si en la antigüedad se descubre que un error ha sido compartido por muchas personas, o incluso por toda una ciudad, o por una región entera?

-En este caso pondrá el máximo cuidado en preferir los decretos -si los hay- de un antiguo Concilio Universal, a la temeridad y a la ignorancia de todos aquellos.


¿Y si surge una nueva opinión, acerca de la cual nada haya sido todavía definido?

-Entonces indagara y confrontara las opiniones De nuestros mayores, pero solamente de aquellos que, siempre permanecieron en la comunión y en la fe de la única Iglesia Católica y vinieron a ser maestros probados de la misma. Todo lo que halle que, no por uno o dos solamente, sino por todos juntos de pleno acuerdo, haya sido mantenido, escrito y ensenado abiertamente, frecuente y constantemente, sepa que él también lo puede creer sin vacilación alguna.

EJEMPLOS HISTÓRICOS DE RECURSO A LA UNIVERSALIDAD y A LA ANTIGÜEDAD CONTRA EL ERROR

2204
4. Para poner más de relieve cuanto he dicho, documentaré con ejemplos mis aserciones, tratando de ello con un poco de mayor detenimiento, para que no suceda que el deseo de ser breve a toda costa, me haga dejar atrás cosas importantes.

En el tiempo de Donato (5), de quien han tomado el nombre los donatistas, una parte considerable de África siguió las delirantes aberraciones de este hombre. Olvidándose de su nombre, de su religión de su profesión de fe, antepusieron a la Iglesia de Cristo la sacrílega temeridad de un solo individuo.

Quienes se opusieron entonces al impío cisma permanecieron unidos a las Iglesias del mundo entero y solo ellos entre todos los africanos pudieron permanecer a salvo en el santuario de la fe católica. Obrando así, dejaron a quienes habrían de venir el ejemplo egregio de como se debe preferir siempre el equilibrio de todos los demás a la locura de unos de pocos.

Un caso análogo sucedió cuando el veneno de herejía arriana contamino no ya una pequeña región, sino el mundo entero, hasta el punto de que casi todos los obispos latinos cedieron ante la herejía, algunos obligados con violencia, otros sacerdotes reducidos y engañados.

Una especie de neblina ofusco entonces sus mentes, y ya no podían distinguir, en medio de tanta confusión de ideas, cuál era el camino seguro que debían seguir. Solamente el verdadero y fiel discípulo de Cristo que prefirió la antigua fe a la nueva perfidia no fue contaminado por aquélla peste contagiosa.

Lo que por entonces sucedió muestra suficientemente los graves males a que puede dar lugar un dogma inventado.

Todo se revoluciono: no solo relaciones, parentescos, amistades, familias, sino también ciudades, pueblos, regiones. El mismo Imperio Romano fue sacudido hasta sus fundamentos y trastornado de, arriba abajo cuando la sacrílega innovación arriana, como nueva Bellona o Furia, sedujo incluso al Emperador, el primero de todos los hombres.

Después de haber sometido a sus nuevas leyes incluso a los más insignes dignatarios de la corte, la herejía empezó a perturbar, trastornar, ultrajar toda cosa, privada y pública, profana y religiosa. Sin hacer ya distinción entre lo bueno y lo malo, entre lo verdadero y lo falso, atacaba a mansalva a todo el que se ponía por delante. Las esposas fueron deshonradas, las viudas ultrajadas, las vírgenes profanadas. Se demolieron monasterios, se dispersaron los clérigos; los diáconos fueron azotados con varas y los sacerdotes fueron enviados al exilio. Cárceles y minas se colmaron de santos. Muchísimos, arrojados de las ciudades, anduvieron errantes sin posada hasta que en los desiertos, en las cuevas, entre las rocas abruptas perecieron miserablemente, víctimas de las bestias salvajes y de la desnudez, del hambre y de la sed (6).

¿Y cuál fue la causa de todo esto? Una sola: la introducción de creencias humanas en el lugar del dogma venido del cielo. Esto ocurre cuando, por la introducción de una innovación vacía, la antigüedad fundamentada en los más seguros basamentos es demolida, viejas doctrinas son pisoteadas, los decretos de los Padres son desgarrados, las definiciones de nuestros mayores son anuladas; y esto, sin que la desenfrenada concupiscencia de novedades profanas consiga mantenerse en los nítidos limites de una tradición sagrada e incontaminada.

TESTIMONIO DE SAN AMBROSIO


5. Es posible que alguno piense que yo invento o exagero por amor a la antigüedad y odio a las novedades.

Quienquiera que así piense, preste por lo menos audiencia a San Ambrosio*, el cual, en el segundo libro dedicado al Emperador Graciano, deplorando la perversidad de los tiempos, exclamaba: "Dios Todopoderoso, nuestros sufrimientos y nuestra sangre ya han rescatado suficientemente las matanzas de confesores*, el exilio de obispos y tantas otras cosas impías y nefandas. Ha quedado más que claro que quienes han violado la fe no pueden estar seguros" (7).

Y en el tercer libro de la misma obra dice: "Observamos fielmente los preceptos de nuestros Padres, y no rompemos con insolente temeridad el sello de la herencia. Porque ni los señores, ni las Potestades, ni los Ángeles, ni los Arcángeles han osado abrir aquel profético libro sellado: solo a Cristo compete el derecho de desplegarlo".

"¿Quién de nosotros se atrevería a romper el sello del libro sacerdotal, sellado por los confesores y consagrado por tantos mártires? Incluso aquellos mismos que, constreñidos por la violencia, lo habían violado, inmediatamente rechazaron el engaño en que habían caído y tornaron a la fe antigua. Quienes no osaron violarlo, vinieron a ser confesores y mártires. ¿Cómo Podríamos renegar de su fe, si celebramos precisamente su victoria?" (8).

A todos ellos vaya, oh venerable Ambrosio, nuestra alabanza, nuestro encomio, nuestra admiración.

¿Quién sería tan estulto que, no pudiendo igualarlos, no desee al menos imitar a estos hombres, a quienes ninguna violencia consiguió desviar de la fe de los Padres?

Amenazas, lisonjas, esperanza de vida, temor a la muerte, guardias, corte, emperador, autoridades, no sirvieron de nada: hombres y demonios fueron impotentes ante ellos.

Su tenaz apagamiento a la fe antigua los hizo dignos, a los ojos del Señor, de una gran recompensa. Por medio de ellos, Él quiso levantar las Iglesias postradas, volver a infundir nueva vida a las comunidades cristianas agotadas, restituir a los sacerdotes las coronas caídas.

Con las lágrimas de los obispos que permanecieron fieles, Dios ha limpiado, como con una fuente celestial, no ya las formulas materiales, sino la mancha moral de la impiedad nueva. Por medio de ellos, en fin, ha reconducido al mundo entero -todavía sacudido por la violenta y repentina tempestad de la herejía- de la nueva perfidia a la fe antigua, de la reciente insania a la primitiva salud, de la ceguera nueva a la luz de antes.

Mas lo que debemos destacar principalmente en este valor casi divino de los confesores es que han defendido la fe antigua de la Iglesia universal y no la creencia de ninguna fracción de ella.

Nunca habría sido posible que tan grandes hombres se prodigasen en un esfuerzo sobrehumano para sostener las conjeturas erróneas y contradictorias de uno o dos individuos, o que se empleasen a fondo en favor de la irreflexiva opinión de una pequeña provincia.

En los decretos y en las definiciones de todos los obispos de la Santa Iglesia, herederos de la verdad apostólica y católica, es en lo que han creído, prefiriendo exponerse a sí mismos a la muerte antes que traicionar la antigua fe universal.

Así merecieron alcanzar una gloria tan grande, que fueron considerados no solo confesores, sino, con todo derecho, príncipes de los confesores.


(1) Dt 32,7. (volver)
(2) Pr 22,17. (volver)
(3) . (volver)
(4) Ps 45,11. (volver)
(5) Comienzos del siglo IV. (volver)
(6) SAN ATANASIO: Encyclica ad episcopos epistola y SAN HILARIO DE POITIERS: Ad Constantium Augustum, Contra Constantium lmperatorem, son puntos de apoyo para este cuadro, que parece exagerado, que nos describe San Vicente de Lerins. Quizá en Occidente la persecución arriana no llego a revestir caracteres tan dramáticos. (volver)
(7) De Fide ad Gratianum Augustum, lib. II, cap. 16,141: ML 16,613. (volver)
(8) Ibid., lib. III, cap. 15,128: ML 16,639-640. (volver)


TESTIMONIO DEL PAPA ESTEBAN

2206
6. El ejemplo verdaderamente grande y divino de estos Bienaventurados debería ser objeto constante de meditación para todo verdadero católico.

Ellos, irradiando como un candelabro de siete brazos la luz septiforme del Espíritu Santo (9), han mostrado, de manera clarísima, a los que vendrían detrás, como en un futuro, ante cualquier verborrea jactanciosa del error, se puede aniquilar la audacia de innovaciones impías con la autoridad de la antigüedad consagrada.

Por lo demás, esta manera de actuar no es novedad en la Iglesia; efectivamente, en ella siempre se observo que cuanto más ha crecido el fervor de la piedad, con tanta mayor presteza se ha puesto barrera a las nuevas invenciones.


Hay una gran cantidad de ejemplos, pero para no alargarme demasiado, solo me referiré a uno, adecuadísimo para nuestra finalidad, tomándolo de la historia de la Sede Apostólica. Todos podrán ver, con más claridad que la propia luz, con cuanta fortaleza, diligencia y celo los venerables sucesores de los santos Apóstoles han defendido siempre la integridad de la doctrina recibida una vez para siempre.

Sucedió que el Obispo de Cartago, Agripino, de piadosa memoria, tuvo la idea de hacer que los herejes se volvieran a bautizar; y esto contra la Escritura, contra la norma de la Iglesia universal, contra la opinión de sus colegas, contra las costumbres y los usos de los Padres (10).

Esto dio origen a grandes males, porque no solo ofrecía a todos los herejes un ejemplo de sacrilegio, sino que también fue ocasión de error para no pocos católicos.

Dado que en todas partes se protestaba contra esta novedad, y en cada sitio los obispos tomaban diferentes posturas con respecto a ella, según les dictaba su propio celo, el Papa Esteban, de santa memoria, Obispo de la Sede Apostólica, se sumo con mayor fuerza que nadie a la oposición de sus colegas, pues entendía -acertadamente, a mi parecer- que debía sobrepasar a todos en la devoción a la fe tanto cuanto los sobrepasaba por la autoridad de su Sede (11).

Escribió entonces una carta a África y decreto en estos términos: "Ninguna novedad, sino solo lo que ha sido transmitido".

Sabia aquel hombre santo y prudente que la misma naturaleza de la religión exige que todo sea transmitido a los hijos con la misma fidelidad con la cual ha sido recibido de los padres, y que, además, no nos es lícito llevar y traer la religión por donde nos parezca, sino que más bien somos nosotros los que tenemos que seguirla por donde ella nos conduzca.

Y es propio de la humildad y de la responsabilidad cristiana no transmitir a quienes nos sucedan nuestras propias opiniones, sino conservar lo que ha sido recibido de nuestros mayores.

¿Cómo acabo, pues, la cosa? ¿Cómo había de acabar sino de la manera acostumbrada y normal? Se atuvieron a la antigüedad y se rechazo la novedad.

¿Es que acaso no hubo defensores de la innovación? Al contrario, hubo un tal despliegue de ingenios, una tal profusión de elocuencia, un número tan grande de partidarios, tanta verosimilitud en las tesis, tal cumulo de citas de la Sagrada Escritura, aun que interpretada en un sentido totalmente nuevo y errado, que de ninguna manera, creo yo, se habría podido superar toda aquella concentración de fuerzas, si la innovación tan acérrimamente abrazada, defendida, alabada, no se hubiera venido abajo por sí misma, precisamente a causa de su novedad.

¿Qué ocurrió con los decretos de aquel concilio africano y cuáles fueron sus consecuencias? (12).

Gracias a Dios no sirvieron para nada. Todo se esfumo como un sueño y una fabula y fue abolido como cosa inútil, rechazado, no tenido en cuenta.

Pero he aquí que se produjo una situación paradójica.

Los autores de aquella opinión son considerados católicos, y en cambio sus seguidores son herejes; los maestros fueron perdonados y los discípulos condenados. Quienes escribieron los libros erróneos serán llamados hijos del reino, mientras que el infierno acogerá a quienes se hacen sus defensores (13).

¿Quién puede ser tan loco hasta el punto de poner en duda que el beato Cipriano*, luz esplendorosa entre todos los santos obispos y mártires, reina junto con sus colegas eternamente con Cristo?

Y al contrario, ¿quién Podría ser tan sacrílego que negase que los donatistas y las otras pestes, que presuntuosamente quieren rebautizar apoyándose en la autoridad de aquel concilio, arderán eternamente con el diablo?

ASTUCIA TÁCTICA DE LOS HEREJES


7. A mi modo de ver, un juicio tan severo fue pronunciado por el Cielo a causa de la malicia de estos mixtificadores, que no dudaban en encubrir con otro nombre las herejías que fabricaban.

Con frecuencia se apropiaban de pasajes complicados y poco claros de algún autor antiguo, los cuales, por su misma falta de claridad parecía que concordaban con sus teorías; así simulaban que no eran los primeros ni los únicos que pensaban de esa manera.

Esta falta de honradez yo la califico de doblemente odiosa, porque no tienen escrúpulo alguno en hacer que otros beban el veneno de la herejía, y porque mancillan la memoria de personas santas, como si esparcieran al viento, con mano sacrílega, sus cenizas dormidas.

Haciendo revivir determinadas opiniones, que mejor era dejar enterradas en el silencio, llevan a cabo una difamación. En esto siguen a la perfección las huellas de su primer modelo Cam, que no solo no se preocupo de cubrir la desnudez de Noé, sino que la hizo notar a los demás para burlarse (14).

A causa de una ofensa tan grave a la piedad filial, hasta sus descendientes estuvieron incursos en la maldición que mereció su pecado. Su comportamiento fue totalmente contrario al de sus hermanos, los cuales se negaron a profanar con su mirada la venerable desnudez de su padre y a exponerle a las miradas de otros, sino que, como está escrito, lo cubrieron acercándose de espaldas. No aprobaron ni censuraron el error de aquel hombre santo, y por eso merecieron una espléndida bendición, que se extendió a sus hijos de generación en generación.

Pero volvamos a nuestro tema. Debemos tener horror, como si de un delito se tratara, a alterar la fe y corromper el dogma; no solo la disciplina de la constitución de la Iglesia nos impide hacer una cosa así, sino también la censura de la autoridad apostólica.

Todos conocemos con cuanta firmeza, severidad y vehemencia San Pablo se lanza contra algunos que, con increíble frivolidad, se habían alejado en poquísimo tiempo de aquel que los había llamado a la gracia de Cristo, para pasarse a otro Evangelio, aun que la verdad es que no existe otro Evangelio (15); además, se habían rodeado de una turba de maestros que secundaban sus caprichos propios, y apartaban los oídos de la verdad para darlos a las fabulas (16), incurriendo así en la condenación de haber violado la fe primera (17).

Se habían dejado engañar por aquellos de quienes escribe el mismo Apóstol en su carta a los hermanos de Roma: Os ruego, hermanos, que os guardéis de aquellos que originan entre vosotros disensiones y escándalos, enseñando contra la doctrina que vosotros habéis aprendido; evitad su compañía. Estos tales no sirven a Cristo Señor nuestro, sino a su propia sensualidad; y con palabras dulces y con adulaciones seducen los corazones de los sencillos (18).

Se introducen en las casas y hacen esclavas a las mujerzuelas cargadas de pecados y movidas por toda clase de deseos, las cuales, aunque siempre dispuestas a instruirse, no consiguen llegar nunca al conocimiento de la verdad (19). Charlatanes y seductores, revolucionan familias enteras, enseñando lo que no conviene, con el fin de adquirir una vil ganancia (20).

Hombres de mente corrompida y descalificados en materia de fe (21), presuntuosos e ignorantes, que se enzarzan en discusioncillas y en diatribas estériles; privados de la verdad, piensan que la piedad es algo lucrativo (22).


Como no tienen nada en que ocuparse, se dedican al correteo; y no solo están ociosos, sino que son parlanchines e indiscretos, hablando de lo que no deben (23). Han despreciado una buena conciencia y han naufragado en la fe (24).

Sus palabrerías fútiles y profanas hacen que cada vez vayan más adelante en la impiedad, y esas palabras suyas corroen como la gangrena (25). Con razón se ha escrito de ellos: no lograran sus intentos, porque su necedad se hará patente a todos, como se hizo la de aquellos (Jannes y Mambres) (26).



(9) En los libros de Esdras (Esd 25,31-38 Esd 37,17-23) y de Zacarías (Za 4,2-3) se menciona el candelabro de los siete brazos, que aun hoy día es un elemento en la liturgia judía. En la Iglesia, el candelabro de siete brazos ha sido considerado con frecuencia como símbolo del Espíritu Santo con sus siete dones; puede verse: SAN JERÓNIMO: In Zachariam, lib. I, cap. 4: ML 25,1442. BEDA EL VENERABLE: In Pentateuchum, Ex 25: ML 91. 323. RABANO MAURO: In Exodum, lib. III, cap. 12: ML 108,154. (volver)
(10) Agripino fue Obispo de Cartago en los comienzos del siglo III. Se pensaba también que los herejes, en cuanto que están fuera de la Iglesia, no poseían el Espíritu Santo y, por consiguiente, no podían administrar válidamente los Sacramentos. San Agustín demostró teológicamente que la validez de los Sacramentos no depende de la santidad de los ministros, porque es Cristo quien actúa en ellos. (volver)
(11) El Papa San Esteban excomulgo a San Cipriano y a todos los Obispos africanos que afirmaban que había que volver a bautizar a los que provenían de la herejía. San Cipriano defendía su postura de buena fe, creyendo que la tradición estaba de su parte. Se levanto una dura polémica, hasta que prevaleció la palabra del Papa. San Esteban y San Cipriano murieron mar tires en los años 257 y 258 respectivamente, en la persecución llevada a cabo por el emperador Valeriano. volver)
(12) Se refiere San Vicente de Lerins al concilio que Agripino convoco en Cartago, en el que tomaron parte setenta obispos y en el que decidieron rebautizar a los herejes. (volver)
(13) SAN AGUSTÍN, en De único baptismo contra Petilianum, capítulo 13; ML 43,607, se expresa de esta manera dura, contra los donatistas, que continuaron bautizando incluso a los católicos que se les sumaban: "En lo que a mí respecta, diré con pocas palabras lo que pienso de esta cuestión: que aquellos rebautizaran a los herejes fue un error humano; pero que éstos continúen todavía hoy re bautizando a los católicos es una presunción diabólica". (volver)
(14) Cfr. Gn 9,20-27. SAN GREGORIO MAGNO, en Moralium, libro 25, cap. 16,37: ML 76,345-345, utiliza el mismo pasaje de la Biblia para advertir a los súbditos que no pongan en evidencia las debilidades de los superiores, pues esto Podría llevar a que los más débiles acabasen faltando al respeto que la autor dad siempre merece; hay formas de hacer ver los errores, incluso a los superiores, teniendo en cuenta la delicadeza y la discreción. En el Evangelio, el Señor nos habla de la delicada corrección fraterna: Mt 18,15. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, las referencias a la corrección fraterna son abundantes: Cf. p. e., Ps 40,5 Pr 19,25 Si 11,7 Si 19,13-17 2Th 3,15. (volver)
(15) Cf. Ga 1,6-7. (volver)
(16) Cfr. 2Tm 4,3-4. (volver)
(17) Cfr. 1Tm 5,12. (volver)
(18) Rm 16,17-18. (volver)
(19) Cfr. 2Tm 3,6-7. (volver)
(20) Cfr. Tt 1,10-11. (volver)
(21) Cfr. 2Tm 3,8. (volver)
(22) Cfr. 1Tm 6,4-5. (volver)
(23) Cfr. 1Tm 5,13. (volver)
(24) Cfr. 1Tm 1,19. (volver)
(25)) Cfr. 2Tm 2,16-17. (volver)
(26) 2Tm 3,9. San Pablo compara a estos frívolos y defensa dados hombres con los magos egipcios que se opusieron a Moisés (Ex 7,11), cuyos nombres nos ha legado la tradición judía, aunque no constan en la Escritura. (volver)


ADVERTENCIA DE SAN PABLO A LOS GÁLATAS

2208

8. Individuos de esa ralea, que recorrían las provincias y las ciudades mercadeando con sus errores, llegaron hasta los Gálatas. Estos, al escucharlos, experimentaron como una cierta repugnancia hacia la verdad; rechazaron el mana celestial de la doctrina católica y apostólica y se deleitaron con la sórdida novedad de la herejía.

La autoridad del Apóstol se manifestó entonces con su más grande severidad: aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema (27).


¿Y por qué dice San Pablo aun cuando nosotros mismos, y no dice ¿aunque yo mismo?

Porque quiere decir que incluso si Pedro, o Andrés, o Juan, o el Colegio entero de los Apóstoles anunciasen un Evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.


Tremendo rigor, con el que, para afirmar la fidelidad a la fe primitiva, no se excluye ni así mismo ni a los otros Apóstoles.

Pero esto no es todo: aunque un ángel del cielo os predicase un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema.

Para salvaguardar la fe entregada una vez para siempre, no le basto recordar la naturaleza humana, sino que quiso incluir también la excelencia angélica: aunque nosotros -dice- o un ángel del cielo.

No es que los santos o los ángeles del cielo puedan pecar, sino que es para decir: incluso si sucediese eso que no puede suceder, cualquiera que fuese el que intentase modificar la fe recibida, este tal sea anatema.

¡Pero quizá el Apóstol escribió estas palabras a la ligera, movido más por un ímpetu pasional humano que por inspiración divina! Continua, sin embargo, y repite con insistencia y con fuerza la misma idea, para hacer que penetre: cualquiera que os anuncie un Evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema (28).

No dice: si uno os predicara un Evangelio diferente del nuestro, sea bendito, alabado, acogido; sino que dice: sea anatema, es decir, separado, alejado, excluido, con el fin de que el contagio funesto de una oveja infectada no se extienda, con su presencia mortífera, a todo el rebaño inocente de Cristo.

VALOR UNIVERSAL DE LA ADVERTENCIA PAULINA

2209 9. Podría pensarse que estas cosas fueron dichas solo para los Gálatas. En ese caso, también las demás recomendaciones que se hacen en el resto de la carta serian validas solamente para los Gálatas. Por ejemplo: si vivimos por el Espíritu, procedamos también según el Espíritu. No seamos ambiciosos de vanagloria, provocándonos los unos a los otros y envidiándonos recíprocamente (29).

Pues si esto nos parece absurdo, ello quiere decir que esas recomendaciones se dirigen a todos los hombres y no solo a los Gálatas; tanto los preceptos que se refieren al dogma, como las obligaciones morales, valen para todos indistintamente. Así, pues, igual que a nadie es lícito provocar o envidiar a otro, tampoco a nadie es lícito aceptar un Evangelio diferente del que la Iglesia Católica enseña en todas partes.

¿Quizá el anatema de Pablo contra quien anuncia se un Evangelio diferente del que había sido predicado solo valía para aquellos tiempos y no para ahora?

En este caso, también lo que se prescribe en el resto de la carta: Os digo: proceded según el Espíritu y no satisfaréis los apetitos de la carne (30), ya no obligaría hoy.

Si pensar una cosa así es impío y pernicioso, necesariamente hay que concluir que, puesto que los preceptos de orden moral han de ser observados en todos los tiempos, también los que tienen por objeto la inmutabilidad de la fe obligan igualmente en todo tiempo.

Por consiguiente, anunciar a los cristianos alguna cosa diferente de la doctrina tradicional no era, no es, no será nunca lícito; y siempre fue obligatorio y necesario, como lo es todavía ahora y lo será siempre en el futuro, reprobar a quienes hacen bandera de una doctrina diferente de la recibida.

Así las cosas, ¿habrá alguien tan osado que anuncie una doctrina diferente de la que es anunciada por la Iglesia, o será tan frívolo que abrace otra fe diferente de la que ha recibido de la Iglesia?

Para todos, siempre, y en todas partes, por medio de sus cartas, se levanta con fuerza y con insistencia el grito de aquel instrumento elegido, de aquel Doctor de Gentes, de aquélla campaña apostólica, de aquel heraldo del universo, de aquel experto de los cielos: "si alguien anuncia un nuevo dogma, sea excomulgado".

Pero vemos como se eleva el croar de algunas ranas, el zumbido de esos mosquitos y esas moscas moribundas que son los pelagianos*. Estos dicen a los católicos: "Tomadnos por maestros vuestros, por vuestros jefes, por vuestros exégetas; condenad lo que hasta ahora habéis creído y creed lo que hasta ahora habéis condenado. Rechazad la fe antigua, los decretos de los Padres, el depósito de vuestros mayores, y recibid..." ¿Recibid., qué? Me produce horror decirlo, pues sus palabras están tan llenas de soberbia que me parece cometer un delito no ya el decirlas, sino incluso refutarlas.

POR QUÉ PERMITE DIOS QUE HAYA HEREJÍAS EN LA IGLESIA


10. Pero alguien dirá: ¿Por qué Dios permite que con tanta frecuencia personalidades insignes de la Iglesia se pongan a defender doctrinas nuevas entre los católicos?

La pregunta es legítima y merece una respuesta amplia y detallada.

Pero responderé fundándome no en mi capacidad personal, sino en la autoridad de la Ley divina y en la enseñanza del Magisterio eclesiástico.

Oigamos, pues, a Moisés: que él nos diga por qué de tanto en cuando Dios permite que hombres doctos, incluso llamados profetas por el Apóstol a causa de su ciencia (31), se pongan a enseñar nuevos dogmas que el Antiguo Testamento llama, en su estilo alego rico divinidades extranjeras (32). (Realmente los herejes veneran sus propias opiniones tanto como los paganos veneran sus dioses).

Moisés escribe: Si en medio de ti se levanta un profeta o un sonador -es decir, un maestro confirmado en la Iglesia, cuya enseñanza sus discípulos y auditores estiman que proviene de alguna revelación-, que te anuncia una señal o un prodigio, aun que se cumpla la señal o el prodigio... (33).

Ciertamente, con estas palabras se quiere señalar un gran maestro, de tanta ciencia que pueda hacer creer a sus seguidores, que no solamente conoce las cosas humanas, sino que también tiene la presciencia de las cosas que sobrepasan al hombre. Poco más o menos esto es lo que de Valentín*, Donato, Fotino, Apolinar y otros de la misma calaña creían sus respectivos discípulos (34).

¿Y cómo sigue Moisés? y te dice: vamos detrás de otros dioses, que tú no conoces, y sirvámoslos. ¿Qué son estos otros dioses sino las doctrinas erróneas y extrañas? Que tú no conoces, es decir, nuevas e inauditas. Y sirvámoslas, o sea, creámoslas y sigámoslas.

Pues bien, ¿qué es lo que dice Moisés en este caso?: No escuches las palabras de ese profeta o ese sonador.

Pero yo planteo la cuestión: ¿Por qué Dios no impide que se ensene lo que El prohíbe que se escuche?

Y Moisés responde: Porque te está probando Yavé, tu Dios, para ver si amas a Yavé con todo tu corazón y con toda tu alma.

Así, pues, está más claro que la luz del sol el motivo por el que de tanto en cuando la Providencia de Dios permite maestros en la Iglesia que prediquen nuevos dogmas: porque te está probando Yavé.


Y ciertamente que es una gran prueba ver a un hombre tenido por profeta, por discípulo de los profetas, por doctor y testigo de la verdad, un hombre sumamente amado y respetado, que de repente se pone a introducir a escondidas errores perniciosos. Tanto más cuanto que no hay posibilidad de descubrir inmediatamente ese error, puesto que le coge a uno de sorpresa, ya que se tiene de tal hombre un juicio favorable a causa de su enseñanza anterior, y se resiste uno a condenar al antiguo maestro al que nos sentimos ligados por el afecto.

EJEMPLOS DE NESTORIO, FOTINO, APOLINAR

2211
11. Llegados a este punto, alguno podrá pedirme que contraste las palabras de Moisés con ejemplos tomados de la historia de la Iglesia. La petición es justa y respondo a continuación.

Partiendo, en primer lugar, de hechos recientes y bien conocidos, ¿Podríamos alguno de nosotros imaginar la prueba por la que atravesó la Iglesia, cuan do el infeliz Nestorio se convirtió repentinamente de oveja en lobo, comenzó a desgarrar el rebaño de Cristo, al mismo tiempo que aquellos a quienes él mordía, teniéndolo aun por oveja, estaban así más expuestos a sus mordiscos?

En verdad que difícilmente podía pasarle por la cabeza a nadie que pudiese estar en el error quien había sido elegido por la alta judicatura de la corte imperial y era tenido en la mayor estima por los Obispos.

Rodeado del afecto profundo de las personas piadosas y del fervor de una grandísima popularidad, todos los días explicaba en público la Sagrada Escritura, y refutaba los errores perniciosos de judíos y paganos. ¿Quién no habría estado convencido de que un hombre de esta clase ensenaba la fe ortodoxa, que predicaba y profesaba la más pura y sana doctrina?

Pero sin duda para abrir camino a una sola herejía, la suya, era por lo que perseguía todas las demás mentiras y herejías. A esto precisamente es a lo que se refería Moisés, cuando decía: Te esta pro bando Yavé, tu Dios, para ver si lo amas.

Mas dejemos de lado a Nestorio, en el que siempre hubo más brillo de palabras que verdadera sustancia, relumbrón más que efectiva valentía, y al cual el favor de los hombres, y no la gracia de Dios, hacia aparecer grande ante la estimación del vulgo.

Recordemos mejor a quienes, dotados de habilidad y del atractivo de los grandes éxitos, se convirtieron para los católicos en ocasión de tentaciones no sin importancia.

Así, por ejemplo, sucedió en Panonia en tiempos de nuestros Padres, cuando Potino intento engañar a la iglesia de Sirmio. Había sido elegido obispo con a mayor estima por parte de todos, y durante un cierto tiempo cumplió con su oficio como un verdadero católico. Pero llego un momento en que, como el profeta o visionario malvado del que habla Moisés, comenzó a persuadir al pueblo de Dios que le había sido confiado de que debía seguir a otros dioses, es decir, a novedades erróneas nunca antes conocidas.

Hasta aquí nada de extraordinario. Mas lo que lo hacía particularmente peligroso era el hecho de que, p ara esta empresa tan malvada, se servía de medios n o comunes.

En efecto, poseía un agudo ingenio, riqueza de doctrina y optima elocuencia; disputaba y escribía abundantemente y con profundidad tanto en griego como en latín, como lo muestran las obras que compuso en una y otra lengua.

Por fortuna, las ovejas de Cristo que le habían sido confiadas eran muy prudentes y estaban vigilantes en lo que se refiere a la fe católica; inmediatamente se acordaron de las advertencias de Moisés, y aunque admiraban la elocuencia de su profeta y pastor, no se dejaron seducir por la tentación. Desde ese momento empezaron a huir, como si fuera un lobo, de aquel a quien hasta poco antes habían se guido como guía del rebaño.

Aparte de Fotino, tenemos el ejemplo de Apolinar, que nos pone en guardia contra el peligro de una tentación que puede surgir en el seno mismo de la Iglesia, y que nos advierte de que hemos de vigilar muy diligentemente sobre la integridad de nuestra fe.

Apolinar introdujo en sus auditores la más dolorosa incertidumbre y angustia, pues por una parte se sentían atraídos por la autoridad de la Iglesia, y por otra eran retenidos por el maestro al que estaban habituados.

Vacilando así entre uno y otro, no sabían qué es lo que convenía hacer.

¿Era, quizá, aquél un hombre de poco o ningún relieve?

Al contrario, reunía tales cualidades, que se sentían llevados a creerlo, incluso demasiado rápida mente en gran número de cosas. ¿Quién podía hacer frente a su agudeza de ingenio, a su capacidad de reflexión y a su doctrina teológica? Para hacerse una idea del gran número de herejías aplastadas, de los errores nocivos a la fe desbaratados por él, basta recordar la obra insigne e importantísima, de no menos de treinta libros, con la que refuto, con gran número de pruebas, las locas calumnias de Porfirio*.

Nos alargaríamos demasiado si recordásemos aquí todas sus obras; merced a ellas habría podido ser igual a los más grandes artífices de la Iglesia, si no hubiese sido empujado por la insana pasión de la curiosidad a inventar no sé qué nueva doctrina, la cual como una lepra, contagio y mancho todos sus trabajos, hasta el punto de que su doctrina se convirtió en ocasión de tentación para la Iglesia, más que de edificación.


(27)
Ga 1,8. (volver)
(28) Ga 1,9. (volver)
(29) Ga 5,25-26. (volver)
(30) Ga 5,16. (volver)
(31) Cfr. 1Co 13,2. (volver)
(32) Cfr. Dt 13,2. (volver)
(33) Dt 13,1-3. (volver)
(34) El autor habla de Patino y de Apolinar en el apartado siguiente. Para Valentino y Donato, ver el "Breve léxico de conceptos y nombres", al final de la presente edición. (volver)


DOCTRINA DE ESTOS HEREJES


Documentos Padres 2203