Aquino - A LOS HEBREOS 9

9
(
He 2,5-8)

Lección 2: Hebreos 2,5-8

Cristo es superior a los ángeles, por razón del señorío que ejerce, ya que Dios le ha sometido todo el orbe. Por tanto, si los transgresores del Antiguo Testamento recibieron el justo castigo que merecían, los del Nuevo, con mayor razón, lo pagarán con la cabeza.

5 Porque no sometió Dios a los ángeles el mundo venidero de que hablamos.
6 Antes uno, en cierto lugar, testificó diciendo: ¿qué es el hombre que así te acuerdas de El, o el Hijo del hombre para que le mires tan favorablemente?
7 Hasle hecho por un poco de tiempo inferior a los ángeles; mas luego coronado le has de gloria y de honor, y le has constituido sobre las obras de tus manos.
8 Todas las cosas has sujetado a sus pies. Con que, si Dios todas las cosas ha sujetado a El, no ha dejado ninguna que no haya a El sometido. Mas ahora no vemos que todas las cosas le están ya sujetas.

Arriba hizo el Apóstol cierta comparación, mostrando que había mayor necesidad de observar los preceptos de Cristo que los de la ley dada por los ángeles; aquí confirma la consecuencia, mostrando que mayor es el poder de Cristo que el de los ángeles, y lo prueba por autoridad: "uno, en cierto lugar testificó". Dice, pues, que padecerán mayores suplicios los que obran contra los mandamientos de Cristo que los que contra los mandatos de los ángeles, ya que Cristo es el Señor, y más se castiga al que peca contra el Señor que al que contra los siervos. Y que Cristo sea Señor lo demuestra por el hecho de no haber sometido a los ángeles el orbe de la tierra que andando el tiempo le sometería a Cristo. Así que demuestra, lo primero, que el orbe no ha sido sometido a los ángeles, e indica, lo segundo, a qué orbe se refiere, porque el orbe está sujeto a los ángeles. "¿A quién ha encargado gobernar el mundo que fabricó?" (Jb 34,13). Mas lo contrario se dice en Daniel X: "el ángel custodio del reino de Persia"; "fijó los límites de los pueblos, según el número de los hijos de 1srael" (Dt. 32,8). Pero digamos que esta sujeción no es en calidad de dominio, sino de cierto ministerio, puesto que los ángeles se encargan de administrar toda esta maquinaria material de las criaturas: "ministros suyos, que hacéis su voüuniad" (Ps 102,21). En el capítulo anterior se les llama "espíritus que hacen el oficio de servidores". O no sometió el orbe de la tierra a los ángeles, me refiero al futuro, a saber, este mundo, que se llama futuro; porque en la Escritura a veces se dice futuro, no respecto de nosotros, sino de aquello con que se compara, como el mismo Apóstol lo dice de Adán respecto de Cristo, el cual es figura del segundo Adán que había de venir, ya que Cristo no es futuro respecto de Sí, sino de Adán. Así también aquí el orbe futuro no se dice respecto de nosotros, sino de Cristo, que existe desde la eternidad, siendo así que el orbe comienza en el tiempo. Y porque los Maniqueos asientan que el orbe está sujeto al Dios malo, no al bueno, por eso agrega: "del que venimos hablando", puesto que no de otro, sino de éste.

O lo que había dicho arriba: "ellos perecerán, es a saber, los cielos, y se mudarán", que, como allí se dijo, ha de entenderse cuanto al estado, no cuanto a la substancia; dígase lo mismo del doble estado del mundo: uno que existe al presente (I! P. 3), y otro por venir. Ahora bien, en ei orbe presente no todo le está sujeto, como ya se dijo, y esto por el poder ejecutivo, aunque le esté sujeto por autoridad; mas en aquel estado futuro le estará sujeto el orbe: y por eso añade: "del cual venimos hablando".

Por consiguiente, lo prueba por autoridad al decir: "uno, en cierfo lugar, testificó"; donde ensalza la autoridad del testimonio que va a traer; alega, en segundo lugar, la verdad de ese testimonio; y explica, en tercero, su sentido. Cuanto al testimonio, lo primero que asienta es que las palabras del Antiguo Testamento son ciertos testimonios en favor de Cristo, como El mismo lo afirma: "registrad las Escrituras, puesto que creéis ha-üar en ellas la vida eterna; ellas son las que están dando testimonio de Mí" (Jn 5,39). Por eso dice: "uno testificó".

Lo segundo, porque entre los Judíos había unas Escrituras más conocidas y otras menos conocidas y, por tanto, de mayor dignidad eran las de los Salmos, de quienes se servían en todos sus sacrificios; por eso dice: "en un cierto lugar", es a saber, conocido y manifiesto.

Lo tercero, ia autoridad del que habla, es a saber, David, que la tuvo en grado superlativo: "dijo el varón a quien fue dada palabra del Cristo o ungido del Dios de Jacob; dijo el egregio cantor de 1srael" (2 S. 23).

Alega, en pos, el testimonio, al decir: "¿qué es el hombre...?", donde va envuelto el misterio de la encarnación, el de la pasión y el misterio de la exaltación. Cuanto a lo primero, júnto con la Encarnación toca su causa, que es la memoria que Dios tiene del hombre, por cuya razón dice: "¿qué es el hombre?", texto que habrá de leerse con un dejo de menosprecio, como si dijera: muy poca cosa es el hombre en comparación de Dios. "Todas las naciones son en presencia suya como si no fueran; y como una nonada y una cosa que no existe, así son por El consideradas" (Is 40,17). Que si uno ama a otro, y lo deja por mucho tiempo sumido en miserias y no lo socorre, parece haberse olvidado de él; Dios, en cambio, amó al género humano, en señal de lo cual lo hizo a su imagen y semejanza y lo puso en medio del paraíso; mas, después del pecado, parece haberse olvidado de él, puesto que no pronto lo socorrió, y entonces parece haberse acordado cuando le envió al Redentor (Ps 95); por lo cual dice: "¿qué és el hombre?", como si dijera: a considerar su vileza, pasma que te acuerdes de él, siendo tan vil y pequeño: vil, digo, y pequeño en la naturaleza, mayormente en lo que mira a la vil substancia de que fue formado: lodo y cieno (Gn. 1; Is 64).

Vil en la culpa; de ahí que diga San Agustín: en nada paran los hombres cuando pecan. "Yo te he hecho pequeñuelo entre las naciones, y eres sumamente despredable" (Abd.).

Vil y derrotado en la pena. "El hombre nacido de mujer vive corto tiempo y está atestado de miserias" (Jb 14,1); "¿quién restaurará a Jacob?" (Am. 7,2), esto es, tan extenuado como esta, por ser pequeño.

Pone luego la misma Encarnación al decir: "el Hijo del hombre", donde es de saber que en la Sgda. Escritura Cristo es llamado el Hijo del hombre, como parece por Daniel y el Evangelio en muchos lugares; y la razón es porque los otros son hijos de los hombres (Ps 4); mas sólo Cristo es hijo del hombre, es a saber, de la bienaventurada Virgen María, y es visitado por Dios; palabra que unas veces alude a un beneficio, como en Gn. 21, otras, a la pena: "con vara castigaré su delito y con azotes su culpa" (Ps 88,33). Aquí se refiere a un beneficio: "lo visitas", esto es, lo favoreces con un excelentísimo beneficio, porque lo haces hijo de Dios, es a saber, por el hecho de haber elevado el Verbo la humanidad a unidad de persona. O dícelo por la plenitud de Cristo "lleno de gracia y de verdad", o habrá que referir ambas cosas a Cristo, de arte que el sentido sea éste: te acuerdas de El en la Encarnación, en la que tomó Cristo la humanidad, mas lo visitas en la Resurrección; o referirlas al género humano. Ahora bien, todo hijo del hombre es hombre, mas no todo hombre es el Hijo del hombre, pues Adán no lo fue.

Dícese, pues, hombre el que lleva la imagen del hombre terreno, esto es, Adán; y a este hombre se le llama pecador; mas Hijo del hombre dícese el que lleva la imagen del hombre celestial, Cristo, que se llama Hijo del hombre. "Así como hemos llevado la imagen del hombre terreno, ¡levemos también la imagen del hombre celestial" (1Co 15,49). Así pues, el hombre a secas se llama pecador; y porque éste está alejado de Dios, como lo está de los pecadores la salvación, dícese que Dios se acuerda de él, como el hombre cíe lo que está lejos de sí; mas cuando de pecador se hace justo, entonces el hijo del hombre es visitado por la gracia (Jb X).

Como consiguiente pone el misterio de la Pasión, al decir: "hasle hecho un poco inferior a los ángeles"; donde hay que advertir que en el orden natural los seres corruptibles y pasibles son inferiores a los incorruptibles e impasibles. Ahora bien, los ángeles por naturaleza son impasibles e inmortales; de donde, cuando Cristo se dignó padecer la muerte y pasión, se hizo inferior a los mismos, no por haber perdido su plenitud o haberse menoscabado en algo, sino por haber tomado nuestra pequenez; como San Lucas nos lo da a entender, cuando dice que le apareció un ángel del Señor para confortarlo, no porque le fuese menester, mas para mostrar que por la pasión se había hecho inferior a ellos.

Y dice "un poco menos", primero porque toda criatura corporal es muy poca cosa en comparación de la racional, porque la corporal está circunscrita a ciertos límites de cantidad; no así la racional, que puede remontarse a lo más inteligible. Ahora bien, si Cristo se apocó, fue sólo cuanto al cuerpo, no cuanto al alma ni cuanto a la divinidad; y así dijo: "un poco menos", por la cantidad.

Dícese también "un poco menos" respecto de la duración, porque duró un poquito (Is 54). Ni hay que admirarse que en la pasión del cuerpo se hubiese hecho inferior a los ángeles, puesto que por el mismo caso se hizo inferior a los hombres, según aquello del Salmo: "mas Yo soy gusano y no hombre" (2!,7), y esto por la muerte afrentosa que le dieron (Sg 2).

Mas si lo dicho a propósito de: ¿qué es el hombre? lo referimos al hombre, entonces el hombre se dice inferior a los ángeles:

a) cuanto al conocimiento, pero un poco menos, pues no cuanto al género de conocimiento, que es común a entrambos, sino cuanto al modo, pues de modo más excelente conocen los ángeles que los hombres;

b) cuanto al cuerpo, que, aunque ángel y alma sean de la misma naturaleza, es a saber, intelectual, pero el alma está unida al cuerpo, mas en esto también otro poco, ya que por esta unión no se pierde la dignidad humana, aunque de algún modo sírvele de peso y estorbo para una más alta contemplación; "pues el cuerpo corruptible apesga al alma, y este vaso de barro deprime la mente" (Sg 9,15);

c) cuanto a los dones, y en esto asimismo otro poco, no por lo que hace a los dones gratuitos (Mt 22), sino a los naturales.

Toca luego el misterio de la exaltación, al decir: "coronado le has de gloria y honor", en que va señalando la gloria, el honor, el poder (Ap. 5). Dice, pues: "le coronaste de gloria", esto es, de claridad, pues gloria dice claridad. Ahora bien, Cristo fue coronado con doble gloria, es a saber, con la claridad del cuerpo y con la que resulta de la confesión de todos los pueblos. Cuanto a la primera dice: "el cual transformará nuestro vil cuerpo, y le hará conforme al suyo glorioso" (Ph 3,21). Esta claridad se le promete en Jn : "he glorificado su alma, llenándola de resplandores de gracia, y de nuevo glorificaré" su cuerpo con la gloria de la inmortalidad. Cuanto a la segunda: "y toda ¡engua confiese que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre" (Ph 2,2); "majestad y gloria acumulaste sobre él" (Ps 20,6).

Indica, por tanto, el honor que se merece, al decir: "y honor". La diferencia que hay entre honor y gloria es la que del efecto a su causa, ya que el honor es la reverencia que se demuestra como testimonio de la excelencia; de donde se sigue que es una testificación de su bondad; y ese honor consiste en que toda criatura lo reverencie a El como reverencia al Padre (Jn 5). Y dice: "lo coronaste", en señal de victoria, que al vencedor se da la corona (1Co 9; 2 Ti. 2); y Cristo mereció esta gloria y honor por el certamen de su Pasión. "Hízose obediente hasta la muerte... y por eso Dios lo ensalzó" (Ph 2). Estas prendas honoríficas si las adjudicamos a Cristo como Dios, no hemos de considerarlas como premio, mas como prendas naturales; empero, en cuanto hombre, son premio victorioso de su Pasión.

Su poder lo demuestra por lo que mira a su autoridad y por lo que concierne al efecto. Cuanto a lo primero, dice: "le has constituido", que puede entenderse de 3 maneras:

1- sobre todo lugar, en la Ascensión (Ep 4).

2- en dignidad "colocándolo1 a su diestra" (Ep 1).

3- en poder, porque sobre toda criatura (Ep 1; Mt 28).

Mas Cristo, en cuanto Dios, no ha sido constituido, sino nacido; constituido, eso sí, en cuanto hombre, "heredero de todo" (He 1).

El efecto de su potestad es que "todas las cosas has sujetado a sus pies". Usa el profeta el pretérito por ei futuro para dar mayor certeza a lo que dice; pues ya todo está dado por hecho en la eterna predestinación de Dios. Y dice: "a sus pies", esto es, a su humanidad, o con omnímoda sujeción (Ps 109). O "debajo de sus pies", esto es, debajo de su humanidad; ya que, entendiéndose Dios por cabeza de Cristo, así también por pies de Cristo entiéndese su humanidad (Ps 131). Mas si seguimos esta exposición, dícese el hombre coronado de gloria, por lo que hace al conocimiento intelectual en que se aventaja a los demás animales (iCo X!; Job 34).

Asimismo, en honor, por cuanto él solo, a diferencia de todos los animales, es dueño de sus actos, y no está sujeto, en lo tocante al alma, a la necesidad de las cosas mudables, teniendo como tiene libre albedrío.

Otrosí, de potestad, porque le has dado el señorío sobre todas tus obras, entendiendo por todas, de una manera, todas las criaturas que están debajo del hombre (Gn. 1); de otra, de arte que por esa palabra "omnia" se represente todo el universo creado, ya que también los cuerpos celestes y los ángeles están al servicio del hombre (S. 90).

Por tanto, al decir: "'con que si Dios todas las cosas ha sujetado a El...", expone el sentido del testimonio, y primero, cuanto a su exaltación; segundo, cuanto a su apocamiento. Cuanto a lo primero, muestra cómo haya de entenderse el dicho del profeta y cómo todavía no ha tenido su cumplimiento. Así que, al decir: "con que si Dios..." muestra cómo haya de entenderse, pues ya que la Escritura dice que todo le está sujeto a Cristo, "no ha dejado nada que no haya a El sometido". De donde el término "omnia" no es una palabra que se acomode para designar unos géneros, sino que abarca absolutamente todos, ya que universal y generalmente todas las cosas le están sujetas; claro está, fuera de Aquel que se las sujetó (1Co 15); así como se dice que el cielo lo cubre todo, se entiende, las cosas que no son El.

Pero entonces arguye así Arrio: el Padre lo sometió todo al Hijo; luego el Hijo es menor que el Padre. Respondo: verdad es por lo que hace a la naturaleza humana, en la que es menor que el Padre (Jn 14); mas, cuanto a la naturaleza divina, el mismo Cristo se ha sometido todo.

-"Mas ahora no vemos que todas las cosas le estén todavía sujetas". Muestra que esta profecía no ha tenido todavía su cumplimiento, ya que los pecadores infieles y los demonios aún no le están sujetos (Rm X; Ex. X); de suerte que por la rebeldía de su voluntad ios pecadores no están sujetos a Cristo, aunque por la potencia todos se le sujetan ahora, cuanto a la autoridad; pero en lo futuro, cuanto a la ejecución. Tal es la exposición de lo que arriba llamó el orbe de la tierra futuro.

10
(
He 2,9-13)

Lección 3: Hebreos 2,9-13

Muéstrase que ese apocamiento de Cristo respecto de los ángeles consistió en su Pasión, que no repugna a la excelencia que El tiene sobre los ángeles.

9 Y vemos a aquel mismo Jesús, que por un poco de tiempo fue hecho inferior a los ángeles, coronado de gloria y de honor, por la muerte que padeció; habiendo querido Dios por pura gracia o misericordia que muñese por todos.
10 Por cuanto era cosa digna que aquel Dios para quien y por quien son todas las cosas, habiendo de conducir a muchos hijos adoptivos a la gloria, consumase o inmolase por medio de la pasión y muerte al autor y modelo de la salvación de los mismos, Jesucristo.
11 Porque el que santifica, y los que son santificados, todos traen de uno su origen. Por cuya causa no se desdeña de llamarlos hermanos diciendo:
12 Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la 1glesia o reunión de tu pueblo cantaré tus alabanzas.
13 Y en otra parte: Yo pondré en El mi confianza. ítem: Heme aquí a Mí y a los hijos que Dios me ha dado.

Queriendo probar el Apóstol la excelencia de Cristo sobre los ángeles, alegó arriba la autoridad del profeta, en la que había algo perteneciente a la dignidad de Cristo, como aquello: todo lo sujetaste, que él dejó explicado; otra cosa tocante a su Pasión: lo hiciste un poco inferior, que se oponía, al parecer, a su principal intento de anteponer a Cristo a los ángeles; por cuya razón, en este lugar, largamente la trata. Muestra primero en qué sentido haya de entenderse ese apocamiento, es a saber, según la Pasión, de cuya conveniencia trata luego. Cuanto a lo primero, demuestra lo que va dicho y describe la Pasión. Dice pues: "y vemos a aquel mismo Jesús..." Continúese así: de este modo se dijo: ¿qué es el hombre?... lo coronaste de gloria y de honor... todo lo sujetaste a sus pies... lo hiciste un poco inferior... Estas cosas predijo el profeta de Cristo, muchas de las cuales vemos ya cumplidas. Por tanto, tenemos por cierto que lo demás se cumplirá, es a saber, que todo le quedará sujeto. Muy al caso San Gregorio: el cumplimiento pasado es testimonio abonado de que lo futuro se cumpliré.

La frase puede construirse de esta manera: "vemos que es Jesús el que se hizo un poco inferior a los ángeles; mas no sólo eso, sino coronado de gloría y de honor, por la pasión de su muerte, que fue causa de su exaltación; por lo cual Dios lo ensalzó..." (Ph 2). Y dice de la muerte, puesto que la pasión que padeció no fue así como así, sino ignominiosísima y cruelísima (Sg 2). O de esta otra manera: "vemos a Jesús"; y como si le preguntasen a quién se refería, por eso responde diciendo que es el que por la pasión de la muerte, coronado de gloria y de honor, se hizo un poco inferior a los ángeles; como si dijera: no es posible entender este apocamiento en Cristo, a no ser por la pasión de la muerte; ni hay por qué admirarse de eso, ya que en este punto no sólo es inferior a los ángeles, sino también a los hombres (Is 53).

A este propósito trae la Glosa este comentario de San Agustín contra Máximo: que Cristo no se hizo inferior a los ángeles por la condición de la naturaleza humana, mas por la pasión; ya que por encima de la naturaleza de la mente humana, que Cristo tomó sin pecado, sólo está la Sma. Trinidad. Así pues, inferior es, cuanto al cuerpo, a los ángeles, por ser la pasión en el cuerpo, afirmación que, al parecer, va contra Dionisio, quien dice que los ángeles se aventajan a los hombres en la participación natural de la luz. Digamos que de dos modos podemos expresarnos de la naturaleza de la mente humana y angélica:

a) según las prendas naturales únicamente, y de este modo la naturaleza de los ángeles es más noble y excelente que la naturaleza de la mente humana, porque el ángel recibe el conocimiento de la verdad divina con cierta excelencia y plenitud de la luz intelectual; el hombre, en cambio, de las criaturas;

b) tomando la naturaleza de uno y otro sin pecado, en orden a obtener la bienaventuranza, y así son iguales. "Serán como los ángeles en el cielo" (Lc 20). Empero Cristo, cuanto a la excelencia de la gracia, según la mente humana, es mayor que los ángeles. Así que este apocamiento no hay que considerarlo según la naturaleza divina, ni absolutamente según la naturaleza humana, mas por haber padecido en ella.

Por lo que hace a su gloria, podemos decir que Cristo fue coronado con triple gloria, es a saber, con la gloria de la santificación que tuvo desde el primer instante de su concepción; con la gloria de la fruición divina, porque desde el primer instante de su concepción fue comprehensor; y con la gloria de la impasibilidad que mereció después de su Pasión.

Describe luego la misma Pasión, al decir: "habiendo querido Dios por pura gracia que muriese por todos", y la describe por 3 títulos:

1) por la causa, al decir: "por gracia de Dios";

2) por el provecho, al decir: "por todos";

3) por el modo, al decir: "gustase".

Pues la causa fue la sola gracia de Dios. De donde continúase la frase anterior así: vemos a Jesús, que se hizo inferior, a fin de que "por pura gracia ele Dios, muriese por todos"; pues de ella dimanó haber entregado a su Hijo unigénito (Jn 3; Rm 5); o, según dice la Glosa de San Agustín, para que la gracia, esto es, el mismo Cristo, que es la gracia de Dios... ; y así la gracia está en nominativo. Y dícese Cristo la gracia, porque es el autor de la gracia (Jn 1), o porque ha sido dado de gracia (Is 6); de suerte que el sentido sea que quien se hizo inferior es el mismo que es la gracia de Dios. Ambas explicaciones son según la Glosa.

"por todos". He aquí el provecho; y puede entenderse de dos maneras: o con distribución acomodada, es a saber, por todos los predestinados, los únicos para quienes surte su eficacia; o absolutamente por todos, en lo que mira a la suficiencia; pues, cuanto está de su parte, para todos es ciertamente suficiente (I Ti. 4). Dice San Crisóstomo: por todos en general murió, pues por todos dio el precio suficiente. El que no crean todos es asunto de ellos. El cumplió con lo suyo.

-"gustase". He aquí el modo; que gusta el que ni come ni bebe en demasía. Pues, porque Cristo no se quedó en la tumba muerto, sino al punto resucitó, por eso se dice que gustó. "Beberá del torrente en el camino" (Ps 109); el que va de camino anda de prisa. Asimismo, el gusto hace discernimiento en el sabor. De donde, así como el que gusta cata con más discernimiento que el que bebe, empléase aquí la misma palabra para designar que sintió la muerte y el dolor y, por consiguiente, que su muerte no fue fantástica, como afirman los Maniqueos y Apolinar; por eso dice: "gustó". "¡Oh vosotros, los que pasáis por el camino, atended y considerad si hay dolor como el mío!" (Jr)

Señálase el modo, al decir: "gustase". A!go semejante trae San Mateo: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz"; y esto por 3 razones:

a) para expresar la amargura de la muerte, cuya experiencia se tiene por el gusto (Lm. 1; Is 24);

b) porque así como gustar o no gustar queda al arbitrio del gustante, así fue voluntaria la Pasión de Cristo (Jn X);

c) porque gustar es tomar poco, y Cristo por poco tiempo estuvo muerto, según aquello: "no dejarás mi alma en el averno" (Ps 15,10).

-"Por cuanto era cosa digna..." Muestra la conveniencia de la Pasión por el provecho que de ella se siguió; ya que Dios Padre fue la causa de esa muerte, como sea "por quien y para quien son todas las cosas", como causa eficiente y final de todas ellas. En efecto, para El tienen el ser, que fue para comunicarles su bondad; y ésta fue la causa que le movió a sacarlas de la nada, y así finalmente son todas para gloria suya (Pr. 16,4).

Proceden también efectivamente de Sí mismo (Ps 145), siendo, por consiguiente, su principio y su fin (Ap. 1; Rm XI). Estaba, pues, muy puesto en razón que, como autor de todas las cosas, de todas tuviese cuidado (Sg 6).

Fue conveniente, en segundo lugar, de parte de la causa que, como va dicho, fue la gracia de Dios; la gracia, empero, se ordena a la gloria (Rm 6), y Dios, desde la eternidad, ha predestinado a quienes ha de llevar a ella, que son todos aquellos que participan de la filiación de su Hijo, porque, si son hijos, son también herederos (Rm 8). Por eso dice: "habiendo de conducir a muchos hijos adoptivos a la gloria"; como si dijera: por naturaleza tiene un Hijo acabado en perfección (Me. 12), que naturalmente es el resplandor de su gloria (He 1); los otros lo son por adopción y por eso habrá que llevarlos a la gloria; de ahí que diga: "que los había llevado", esto es, de antemano había dispuesto llevárselos. Y ¿qué le iba en eso o por qué estaba puesto en razón? Por ser el autor de su salvación, que consiste en ser hijos y que en la herencia tengan parte. La ahijación o filiación adoptiva es una gracia que alcanzan en consideración al Hijo natural (Rm 8); pero la gracia y la gloria no la consiguen sino por Aquél, cuya es naturalmente la herencia, que es el resplandor de la gloria. Así pues, ya que por el Hijo logramos estas gracias, muy a propósito se le llama autor de la salud (Mt 1; He. 12). Estaba, por tanto, muy puesto en razón que el Padre enviase al autor de la salvación, es a saber, como está explicado, al Hijo, que habría de conducir, por medio de Sí mismo, muchos hijos a la gloria; y así, se hace manifiesta la conveniencia de parte de la causa.

"consumase o inmolase por medio de la pasión", esto es, por la fe; puesto que El, en cuanto Hijo natural, es de todo punto perfecto, mas, habiéndose apocado por la Pasión, debió recibir su perfección del mérito de la misma Pasión. Así que, por esta consumación, se ve la conveniencia del modo, a que se había referido, diciendo que gustó, pues nada más le dio una probadita a la muerte, ya que no pasó por ella sino para salir consumado por el mérito de la Pasión, puesto que su consumación es su glorificación. "¿Por ventura no era menester que el Cristo padeciese todas estas cosas, y así entrase en su gloria?" (Lc 24,26). Otra razón de haber gustado fue, porque habiendo de conducir hijos a la gloria, así como el médico prueba antes la medicina, para que el enfermo la beba con más confianza y no le tenga asco; así también El gustó la muerte, para que nadie la esquive, ya que, por fuerza mayor, sin muerte no hay salvación.

Por consiguiente, al decir: "porque el que santifica, y los que son santificados, todos traen de uno su origen", prueba lo que había dicho, y primero de parte del Padre consumante, luego de parte de Cristo consumado, que prueba también por autoridad. Dice,, pues: "porque el que santifica..." 3 cosas había dicho antes el Apóstol:

1- que Cristo es causa de la salud, con lo cual muestra que dependemos del mismo, como de Salvador;

2- que el Padre es el consumador del mismo Cristo por el mérito de la Pasión, en lo cual Cristo depende del Padre;

3- que el Padre nos conduce a la gloria, con ¡o cual muestra de nuevo nuestra dependencia del Padre.

Según eso, el Apóstol demuestra primero que dependemos de Cristo, puesto que el santificado depende del: santificante, que aquí es Cristo (He 13). Bien dicho, por tanto, por ser autor y santificador, que dependemos, de El, y El a su vez del Padre, de quien recibe el poder de santificar, que es lo segundo; mas todos, es a saber,., el que santifica, y los que somos santificados, procedemos de uno, esto es, el Padre, que es lo tercero (Rm 8). Y estas 3 cosas las prueba por 3 autoridades: a) que Cristo, como autor y mediador de nuestra salud, hace derivar en nuestro provecho las corrientes y dones divinos. De ahí que diga: "por cuya causa",' conviene a saber, porque nosotros y El mismo dependemos del Padre y procedemos de un mismo Dios Padre, "no se desdeña de llamarlos hermanos". "Pues qué, ¿no es uno mismo el padre de todos nosotros?" (Mal. 2,10; Rm 8). Por eso se dice en el Salmo 21: "daré a conocer tu nombre a mis hermanos"; y en Jn 2: "ve a mis hermanos". Mas advertid lo que dice: "no se desdeña. .."; porque hay unos sujetos, de tan bajo natío, que, si se levantan a mayores, se tienen a gala desconocer a los de su misma sangre (Pr. 19). Mas no así Jesucristo, sino dice: "daré a conocer tu nombre a mis hermanos" (Jn 17; 1). El fruto de esta anunciación lo muestra al decir: "en medio de la 1glesia cantaré tus alabanzas"; como si dijera: esta es la razón de que se te júnte tanta gente, en medio de la cual te alabaré. Y dice en medio, porque así como ia columna en medio de la casa le sirve de sostén, el candelero en medio de la casa esparce su luz, y el corazón en medio del cuerpo le da vida, así está Cristo en medio de la 1glesia.

Asimismo, está en medio, porque no fue enviado a un solo pueblo, como Moisés (Ps 75), mas para la salud de todo el mundo (Ps 73), y por eso se dice en San Lucas 24: "púsose Jesús en medio de sus discípulos"; acerca de lo cual, es de saber que antiguamente era costumbre que todos los primogénitos fuesen sacerdotes, como prerrogativa del derecho de primogenitura; y Cristo es hermano como primogénito, por consiguiente es sacerdote; y el sacerdote, que santifica al pueblo, pénese de por medio entre Dios y él (Dt. 5). 1ncúmbele, por tanto, llevar y traer,> lo que es de Dios al pueblo, lo que es del pueblo a Dios. Lo primero lo pone por obra hablando y por eso dice: "anunciaré tu nombre a mis hermanos", esto es, haré que te conozcan, lo cual es santificarlos (Jn 14). Lo segundo, haciendo, cuando logra que los hombres, impulsados por el afecto, prorrumpan en alabanzas de Dios, y por eso dice: "en medio de la 1glesia";

b) al decir: "y en otra parte" muestra que el mismo Cristo depende del Padre, por las palabras que se siguen: "Yo pondré en El mi confianza", que, según San Jerónimo, lo trae Is 8, donde nosotros tenemos: "esperaré al Señor, que esconde su rostro a la casa de Jacob". Pero en su capítulo 12 expresamente dice: "viviré lleno de confianza, y no temeré". - "Yo pondré en El mi confianza", para gloria de la cabeza y de los miembros, lo que arriba llamó consumación (Ps 30). 1ndica que el género de esperanza en que se apoya no es cualquiera, sino firme, y llámase confianza; pues la esperanza, aunque no sea de cosas imposibles, lleva consigo en veces pegado el temor, y entonces propiamente se dice esperanza; otras, es firme y exenta de temor, y entonces se llama confianza. Fue la que tuvo Cristo. Dice, pues: "Yo pondré en El mi confianza", alma, tendré confianza en su ayuda, conviene a saber, del Padre (Ps 30; Jr 24).

Pero los santos, al contrario, dicen que en Cristo no hay fe ni esperanza, sino sola caridad. Respondo: una cosa es la esperanza y otra la confianza; porque la esperanza es la expectación de la bienaventuranza futura, que no tuvo Cristo, por haber sido ya bienaventurado desde el primer instante de su concepción; la confianza, en cambio, es la expectación de un auxilio cualquiera, que sí la tuvo Cristo en cuanto que, según la naturaleza humana, esperaba en su Pasión que el Padre le socorriese. De donde, cuando nos topemos un texto que diga que Cristo tuvo esperanza, no lo entendamos en razón del principal objeto, que es la bienaventuranza, sino en razón de la gloria de la resurrección y de la gloria conferida al cuerpo.

Muestra, después, lo tercero, que nos pone en conexión con Dios, diciendo: "item: heme aquí", como lo trae Is 8,18, como si dijera: por la confianza que tengo en Dios, soy contado entre los suyos; "lo mismo mis hijos (mis niños)", que encamino a Dios, es a saber, mis discípulos (Jn 22), "que Dios me dio" (Jn 17). Llámaseles niños por la pureza (I S. 21). Asimismo, por la sencillez ¡1Co 14); por la humildad (Mt 18), por la facilidad para lo bueno: "Dejad que ios niños se acerquen a Mí"; y muestra que no sólo él, sino también sus hijos, en Dios tienen su origen; de donde añade: "que me dio el Señor", y así, se verifica lo que dice: el que santifica, y los que son santificados, todos traen de uno su origen, porque, como dice San Juan: "nadie puede venir a Mí, si el Padre que me envió no lo trajere" (6).

11
(
He 2,14-18)

Lección 4: Hebreos 2,4-18

Demuéstrase con su muerte la conveniencia de la Pasión de Cristo, por la cual vino a ser el autor de la salvación de todos.

14 Y por cuanto los hijos tienen comunes la carne y la sangre o la naturaleza, El también participó de las mismas cosas, para destruir por su muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, el diablo,
15 y librar a aquellos que por el temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre.
16 Porque no tomó jamás la naturaleza de los ángeles, sino que tomó la sangre de Abraham.
17 Por lo cual debió en todo asemejarse a sus hermanos, a fin de ser un pontífice misericordioso y fiel para con Dios, en orden a expiar o satisfacer por los pecados del pueblo.
18 Ya que por razón de haber El mismo padecido y sido tentado, puede también dar la mano a los que son tentados.

Arriba demostró el Apóstol la conveniencia de la muerte de Cristo, de parte del Padre que decretaba su muerte; aquí la demuestra de parte del mismo Cristo que la padece. Dijo de Cristo que era el autor de la salud de los fieles; por eso aquí intenta probar cómo por la Pasión vino a convertirse en el autor de la salvación de todos.

Y cuanto a esto, muestra primero la condición de la naturaleza, por la cual pudo morir y padecer; segundo, la utilidad que trajo por su muerte, y, en tercer lugar, prueba lo que se había propuesto probar: que "no tomó jamás la naturaleza de los ángeles". Dice, pues:

a) llevo dicho que El y sus hijos, todos traen de uno su origen, y que los llamó hermanos; luego era conveniente les fuera semejante, no sólo por comunicarles la participación de la naturaleza divina, que es dádiva de su gracia, sino también por haber tomado su naturaleza. De ahí que diga: "y por cuanto los hijos tienen comunes la carne y la sangre, El también participó de ellas". Donde conviene advertir que por nombre de carne y sangre se entiende unas veces la misma naturaleza de la carne y la sangre (Gn. 2), de suerte que carne venga a ser sinónimo de cuerpo, según aquello de Job XX: "me vestiste de piel y de carnes", y sangre de alma, no precisamente porque la sangre misma sea el alma, sino porque sin ella no se conserva en el cuerpo;

b) otras, por nombre de carne y sangre, entiéndense los vicios de la carne y de la sangre que "no poseerán el reino de Dios" (Mt 16);

c) otras la misma corrupción de la carne y de la sangre (!Co 15).

Aquí, claro está, no cabe tal inteligencia de corrupción y vicios; pues Cristo tomó una naturaleza sin pecado, pero pasible, porque la carne que tomó era semejante a la pecadora (Rm 8). Así pues, El participó en lo que los hijos, hasta en la carne y la sangre; y en todo de forma semejante, pues no tomó una carne fantástica, como dicen los Maniqueos, ni de manera accidental, como afirma Nestorio, sino carne verdadera y sangre verdadera, como los hijos, y en unidad de persona.

Mas lo que aquí se dice de haber participado de la carne y de la sangre no ha de entenderse en Cristo respecto del vicio de la carne, pues no tomó con la carne la culpa o incurrió en ella, sino, según el dicho, la misma substancia de la carne animada, porque tomó carne y alma. Dígase lo propio de la pasibilidad de la carne, ya que tomó nuestra naturaleza pasible, de manera que el sentido sea éste: puesto que los hijos, esto es, los fieles, tuvieron una naturaleza pasible, por la misma razón El mismo, es a saber, Cristo, se hízo a una con ellos, esto es, los hijos, en la naturaleza de la carne y la sangre, o participó de las mismas cosas, conviene a saber, la carne y la sangre, no de un modo fantástico, como deliran los Maniqueos, ni accidental, como finge Nestorio, sino semejante a nosotros, esto es, al modo que nosotros participamos de esas cosas, según la verdad de ellas, quiere decir, personal y substancialmente; pues tal es nuestra participación, personal, la de Cristo lo es también, en unidad de persona: "y el Verbo se hizo carne" (Jn 1).

Puede también entenderse por carne y sangre la carne y la sangre de Cristo, según aquello de San Juan: "el que come mi carne y bebe mi sangre", de las cuales participaron en la Cena los Apóstoles, y Cristo también, como expresamente lo dice San Crisóstomo sobre San Mateo, que el mismo Cristo bebió su misma sangre. De ahí que dijese: "con gran deseo he deseado comer esta pascua con vosotros".

Demuestra, por consiguiente, el provecho que se siguió de su muerte, al decir: "para destruir por su muerte"; provecho que demuestra, de parte del diablo, que nos tenía asidos, y de parte nuestra, que estábamos en sus garras. Dice, pues: la razón de haber participado de la carne y la sangre, esto es, de haber tomado la naturaleza en la que podía padecer y morir, cosa que no hubiese podido con la divina, fue "para que por su muerte destruyese al que tenía el imperio de la muerte", esto es, al diablo. Mas ¿cómo es que el diablo, siendo» de solo Dios, de la muerte tenga el señorío? (I S. 2; Dt. 32).

A esto se responde que de una manera lo tiene el juez, que como que da la muerte cuando castiga con la muerte; y de otra el ladrón, que con sus malas obras como que hace méritos para darse la muerte. Del primer modo Dios tiene el señorío: "en cualquier día que comieres de él, infaliblemente morirás" (Gn. 2,17). Del segundo, el demonio, que, induciendo al hombre al pecado, lo condenó a la muerte: "por envidia del diablo entró la muerte en el mundo" (Sg 2).

Y dice "para que destruyese", se entiende, no cuanto a la substancia, que no está sujeta a corrupción; no cuanto a la malicia, de arte que, como dice Orígenes, algún día llegue el diablo a ser bueno; mas cuanto al señorío sobre su potestad, despojándolos y derribándolos de su silla (Jn 12; Coi. 2), tal como aconteció en la muerte de Cristo, y esto por 3 motivos:

1) de parte de Cristo; porque está muy puesto en justicia que el vencedor someta al vencido; "pues quien de ofro es vencido, por lo mismo queda esclavo del que lo venció" (2 P. 2,19). Así pues, si Cristo venció al demonio (Ap. 5), muy justo es que el diablo le esté sujeto (Lc XI);

2) de parte del diablo, por exigir la justicia que quien mal usa del poder que le es dado lo pierda. Al diablo le han dado licencia para con los pecadores, a quienes ha preso en sus redes, mas no para con los buenos. Ya pues que, por atrevido, osó comprender en ella al mismo Cristo, que no hizo pecado (Jn 14), mereció justamente perderla;

3) de parte nuestra, porque es de justicia, como está dicho, que e) vencido sea siervo del vencedor. El hombre por el pecado era siervo del diablo (Jn 8), y así, le estaba sujeto y uncido al pecado; mas Cristo pagó el precio de la deuda de nuestros pecados (Ps 68). Quitada, pues, la causa de la servidumbre, esto es, el pecado, el hombre se ve libre por Cristo. Y es de saber que no hubo otra satisfacción que fuese más conveniente; pues, siendo el hombre deudor, uno bien puede hacer por otro por caridad, mas nadie por teda la humana naturaleza, puesto que no tiene poder sobre ella; ni aun todo el género humano, estando él todo sujeto al pecado; ni aun los ángeles, porque esta satisfacción esté ordenada a la gloria, que sobrepuja la capacidad de la naturaleza angélica. Convino, pues, fuese un Dios-hombre, el único con poder sobre todo el género humano, quien debiese satisfacer y pudiese hacerlo por todo el género humano. Así que, por la muerte del Dios-hombre, desbarató al que sobre la muerte ejercía el señorío.

Pónese el otro provecho, de parte nuestra, al decir: "y librar a aquellos"; acerca de lo cual, es de saber que, en tanto el hombre del pecado es siervo, en cuanto la incendaja del deleite lo incentiva a pecar; y entre todas las cosas dos hay que inducen eficacísimamente al pecado, es a saber, el amor de los bienes presentes que perdidamente inflama, y el temor humillante, hasta el embotamiento, de las también presentes penas. A estas dos cosas alude el Salmo 79,17, al decir: "incensa igni": los que le prendieron fuego, y "suffosa": la talaron, que vienen a reducirse a lo mismo, porque, a cuanto mayor amor de una cosa, tanto mayor temor de perderla. Estas son las ataduras con las que el hombre queda ligado y detenido en la culpa, aunque más que el amor, lo mueve el temor, como lo vemos en las bestias salvajes, en quienes el temor de las penas embota el aguijón de los más vivos deleites; de suerte que el temor es el que mayormente ata a los hombres; y entre todos los temores el de la muerte es el mayor, por ser el fin y desembocadura de aconteceres espantosos. De donde, si el hombre se sobrepone a este temor, ya tiene los otros domeñados; y superado éste, queda rendido todo amor desordenado del mundo. Por eso Cristo rompió con su muerte esta atadura, porque acabó con el temor de la muerte y, por consiguiente, con el amor de la presente vida; pues, cuando el hombre se pone a pensar que el Hijo de Dios, Señor de la muerte, quiso morir, no teme ya su cara. De ahí que, antes de la muerte de Cristo, por boca del Eclesiástico, decía aquél: "¡oh muerte, qué amargo es tu recuerdo!" (41); pero después de ella, exclama el Apóstol: "con ganas de salir de esta vida para estar con Cristo" (Fií. 1). De donde, en San Mateo: "no temáis a los que matan el cuerpo" (X).

Dice, pues: "para librar a aquellos que por el temor de la muerte estaban sujetos a servidumbre", es a saber, la dei pecado, "por toda la vida", que mucho apetecían. O de otra manera: ya que el hombre estaba sujeto a doble servidumbre, conviene a saber, la de la ley y la del pecado. De ahí que en los Hechos se diga de la ley que fue "un yugo que ni nosotros, ni nuestros padres, pudimos soportar" (XV); porque las manos de Moisés eran pesadas (Ex. 17); "para redimir a los que estaban debajo de la Ley" (Ga 4,5), ya que estaban sujetos a la servidumbre del pecado. Así que Cristo nos libró de esta doble servidumbre.

La diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento está en el temor y el amor. En el Nuevo está el amor (Jn 14); en el Antiguo la ley del temor (Rm 8). Por eso dice: para librar a los que por el temor de la muerte corporal, que infligía la ley, estaban toda la vida sujetos a la servidumbre de la ley.

Mas pregúntase ¿por qué no los libró al instante de la muerte, sino del temor de la muerte? Respondo: al instante nos libró de la muerte en lo que mira a su causa, mas no luego de la misma muerte, aunque sí del temor de la muerte; y la razón es porque si los hubiese librado de la muerte corporal, el servicio de los hombres a Cristo fuese por interés de los bienes materiales, y así se perdería el mérito de la esperanza y de la fe; por modo parecido, aun las mismas penas nos son meritorias para la vida eterna, "ya que es preciso pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios" (Ac 14).

Y reparemos que nos libró del temor de la muerte, mostrándonos primero la inmortalidad futura, con cuya esperanza al hombre le importa un comino la muerte temporal. "Cristo resucitado es primicia de los que están durmiendo" (1Co 3); pregustando, en segundo lugar, de su bella gracia la muerte, con lo que más de grado nos disponemos a arrostrar la muerte por Cristo (II P. 3); abriendo, en tercero, la puerta a la gloria, que antes de su muerte no estaba patente de par en par, de donde, con eso no sólo no tememos la muerte, mas aun la deseamos (11Co 5).

Por tanto, al decir que "no tomó jamás la naturaleza de los ángeles", prueba el Apóstol el provecho que se nos siguió de la muerte de Cristo, mostrando primero que con su muerte nos dio la libertad, lo cual demuestra por la condición de la naturaleza pasible que tomó; saca, en segundo lugar, la conclusión de la semejanza, y señala, en tercero, el provecho de ella: "a fin de ser un pontífice misericordioso".

Dice, pues: dicho queda que Cristo por su muerte librónos de nuestros pecados y de la muerte; ni puede ponerse en duda que en cuanto a condición de naturaleza el ángel aventaja al hombre; mas, por cuanto el ángel no estuvo sujeto a la servidumbre, ni fue digno de muerte, por eso no tomó Cristo la naturaleza angélica; que, de haberla tomado, lo hubiese hecho por su dignidad, mas en ninguna parte leemos semejante cosa, "sino que tomó la sangre de Abraham", esto es, la naturaleza humana, mas no de una manera vaga e ideal, sino contada por sus átomos, individualmente y del linaje de Abraham (Mt 1). Y añade esto para que los judíos, que blasonan de ese linaje, tengan en más veneración a Cristo; mas dice señaladamente "apprehendif", aprehende, porque con toda propiedad se ase o aprehende lo que va huyendo. Y no sólo huía de Dios la misma naturaleza humana, sino los mismos hijos de Abraham; "volvieron las espaldas" (Zc. 7). Esta aprehensión de la naturaleza humana, para unirla a la persona del Hijo de Dios, encumbra nuestra naturaleza de un modo sobre todo modo. De ahí que diga San Crisóstomo: es cosa que pasma y saca de quicio que nuestra carne esté sentada allá arriba y sea adorada de ángeles y de arcángeles. Dando y tomando una y muchas veces sobre este punto, no me cabe en la imaginación lo que pienso de las grandezas del género humano y quedo fuera de mí.

Mas tal parece que estaba más puesto en razón que tomara la naturaleza angélica, y no la humana; ya que la semejanza es un motivo que arma al propósito de la conveniencia (congruencia) de la encarnación de la persona divina; y esa semejanza se halla más claramente manifestada en la naturaleza angélica que en la humana, por ser el sello o imagen de Dios (Ez. 28,12). Por tanto, parece más decoroso y justificado que hubiese tomado la naturaleza del ángel, que no la del linaje de Abraham. Además, en la naturaleza angélica se halla también el pecado como en la humana (Jb. 4); de suerte que, si tomó la naturaleza humana para librarla del pecado, parece que con más razón debió haber tomado la angélica.

Respondo: una naturaleza dícese capaz de ser tomada por el Hijo de Dios en atención a la congruencia con la unidad de persona; y esta congruencia se considera a dos visos, es a saber, cuanto a la dignidad y cuanto a la necesidad. En lo que mira a la dignidad, de arte que pueda ser tomada aquella naturaleza que fue hecha a propósito para alcanzar por sus operaciones al Verbo mismo, amándolo y conociéndolo; en lo que a la necesidad, de modo que el pecado, a que yace uncida, tenga remedio. Lo uno y lo otro se hallan en la naturaleza humana, hecha y dispuesta para amar y conocer a Dios, y su pecado fue capaz de remedio; por consiguiente, tiene la disposición para ser tomada.

En cambio, a la naturaleza angélica, aunque, con lo primero, le falta lo segundo, pues su pecado es irremediable, no por lo grave de la culpa, mas por la condición de su naturaleza o de su estado. Lo que para el hombre es la muerte -dice el Damasceno-es para el ángel la caída; y es cosa manifiesta que todos los pecados que comete un hombre, grandes o chicos, antes de la muerte se pueden perdonar, después de la muerte son irremisibles y perdurables; y por esta razón la naturaleza angélica es incapaz de ser tomada. Con lo cual queda clara, la solución a la objeción propuesta, pues, aunque la más a propósito para la dignidad, fáltale, con todo, a la naturaleza angélica la congruencia de la necesidad.

Al decir después: "por lo cual debió en todo asemejarse a sus hermanos", saca de lo dicho la conclusión de la semejanza, como si dijera: puesto que no tomó la naturaleza angélica, sino la sangre de Abraham, debió asemejarse en todo a sus hermanos; en todo, se entiende, en lo que conviene con ellos como hermanos; no en la culpa, sino en la pena, por tanto, ha de tener una naturaleza pasible; de ahí que más adelante diga: "habiendo experimentado todas las tentaciones y debilidades, a excepción del pecado, por razón de la semejanza con nosotros en el ser del hombre" (4,15), no en cuanto a la tentación de la culpa, mas en cuanto a la pena. Asimismo, son hermanos en lo que toca a la gracia (1Jn 3; Rm 8).

Indica, por consiguiente, la utilidad de esta semejanza, al decir: "a fin de ser un pontífice misericordioso"; pues Cristo, como mediador, tiene un doble oficio: uno, por el que al frente se coloca de todo el género humano como juez (Jn 5); otro, por comparación a Dios, en cuyo acatamiento intercede por nosotros como abogado, ya que asiste en su presencia en favor nuestro (He 9; 1 Jn 2). Ahora bien, lo que mayormente se desea en el juez, especialmente de parte de los reos, es la misericordia, y en el abogado la lealtad; y en Cristo nos da a entender el Apóstol que estas dos cualidades se hallan por su Pasión; puesto que el género humano deseaba de Cristo, en cuanto juez, la misericordia, y en cuanto abogado la lealtad; dos cosas de que dio muestra por la Pasión. De donde, respecto de lo primero, dice que por la Pasión se hizo semejante a sus hermanos para que fuese misericordioso. Mas ¿por ventura no lo fue desde la eternidad? Parece que sí, porque, coronando todas sus obras, campea la misericordia Salmo 144). Asimismo la tuvo desde el principio y creció con El (Jb 31).

Respondo: misericordia quiere decir algo así como corazón miserable (digno de compasión), desdichado por las miserias ajenas, y esto de dos maneras: de una, por la sola aprehensión, y así es como Dios, sin pasión que le altere, penetra nuestra miseria, que bien conoce la pasta de que estamos hechos (Ps 102); de otra, por la experiencia, y así es como Cristo, de modo principalísimo en la Pasión, probó en carne propia la miseria nuestra. Y así se dice que el que era misericordioso por la aprehensión de nuestra miseria se hiciese misericordioso por la experiencia (Is 58). De ahí que enseñase la misericordia (Mt 5), la mandase (Mt 12), la ejercitase, como se ve por la mujer atrapada en adulterio.

Asimismo es abogado fiel, y por eso se dice: "fieí pontífice"; y más abajo: "sobreviniendo Cristo pontífice, que nos había de alcanzar los bienes venideros" (9,1 1); uno de cuyos requisitos es que sea fiel (1Co 4); y todo esto "en orden a expiar o satisfacer por 1os pecados del pueblo", por el cual quiso soportar la muerte; ya que su Pasión es una intercesión y alegación en favor de los fieles.

-"ya que por razón de haber El mismo padecido y sido tentado, puede también dar la mano a los que son tentados". Con estas palabras explica el provecho de esa semejanza, y continúase así, como si dijera: no hablo de Cristo en cuanto Dios, sino en cuanto hombre. Por consiguiente, refiérome a esa naturaleza que tomó, para experimentar en Sí que nuestra causa era la suya. De donde dice: "padeció y fue tentado"; por tanto, "puede también dar la mano a los que son tentados". O esta otra explicación: hízose misericordioso y fiel, porque, por el hecho de haber padecido y sido tentado, tiene cierta disposición y conveniencia a sentir compasión. Y se dice tentado, no por la carne, mas por el enemigo (Mt 4); ya que en El no hubo rebelión de la parte inferior contra la superior, sino que padeció por nosotros en la carne (I P. 2; 4).


Aquino - A LOS HEBREOS 9