Aquino - A LOS HEBREOS 36

36

Capítulo 10

(He 10,1-18)

Lección 1: Hebreos 10,1-18

Demuéstrase que el Antiguo Testamento no pudo lavar al hombre de las manchas de sus pecados, razón que se apoya en el testimonio de la Escritura y en la misma razón.

1 Porque no teniendo la Ley más que la sombra de los bienes futuros y no la realidad misma de las cosas, no puede jamás por medio de las mismas víctimas, que no cesan de ofrecerse todos los años, hacer justos y perfectos a los que se acercan al altar y sacrifican;
2 de otra manera hubieran cesado ya de ofrecerlas, pues que los sacrificadores, purificados una vez, no tendrían ya remordimiento de pecado;
3 con todo eso, todos los años, al ofrecerlas, se hace conmemoración de los pecados,
4 porque es de suyo imposible que con sangre de toros y de machos cabríos se quiten los pecados.
5 Por eso el Hijo de Dios, al entrar en el mundo, dice a su eterno Padre: Tú no has querido sacrificio ni ofrenda, mas a Mí me has apropiado un cuerpo mortal;
6 holocaustos por el pecado no te han agradado.
7 Entonces dije: heme aquí que vengo, según está escrito de Mí al principio del libro o Escritura Sagrada, para cumplir, ¡oh Diosi, tu voluntad.
8 Ahora bien, diciendo: Tú no has querido, ni han sido de tu agrado los sacrificios, las ofrendas y holocaustos por el pecado, cosas todas que se ofrecen según la Ley,
9 y añadiendo: heme aquí que vengo, ¡oh mi Diosi, para hacer tu voluntad, claro está que abolió estos últimos sacrificios, para establecer otro, que es el de su cuerpo.
10 Por esta voluntad, pues, somos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo hecha una vez sola.
11 Y así, en lugar de que todo sacerdote de la antigua Ley se presente cada día, mañana y tarde, a ejercer su ministerio, y a ofrecer muchas veces las mismas víctimas, las: cuales no pueden jamás quitar los pecados,
12 este nuestro pontífice, después de ofrecida una sola Hostia por los pecados, está sentado para siempre a la diestra de Dios,
13 aguardando, entretanto, lo que resta, es a saber, a que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.
14 Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los que ha santificado.
15 Eso mismo nos testifica el Espíritu Santo. Porque después de haber dicho:
16 He aquí la alianza, que Yo asentaré con ellos, dice el Señor, después de aquellos días, imprimiré mis leyes en sus corazones, y las escribiré sobre sus almas;
17 añade a continuación: ya nunca jamás me acordaré de sus pecados, ni de sus maldades.
18 Cuando quedan, pues, perdonados los pecados, ya no es menester oblación por el pecado.

Después de consideradas las cosas que se hacían en ambos testamentos, concluye de ahí el Apóstol la ventaja que al viejo le hace el nuevo; ahora prueba un punto que había dado por supuesto, es a saber, que el antiguo testamento no podía limpiar de pecados; punto el último de los 5 que había propuesto tratar de Cristo. Acerca del cual, señala primero la manquedad del antiguo en lo tocante a la abolición de la cu'pa y, fundado en esto, compara luego a un sacerdote y otro de ambos testamentos.

Cuanto a lo primero, es de saber que el Apóstol, del rito y condición de la antigua ley, concluye su imperfección. Mas por el pecado vese uno privado de los bienes futuros; por consiguiente, como si aquel pecado tuviese que ver con los bienes futuros, es a saber, celestiales; respecto de los cuales la ley vieja es como la sombra al cuerpo, pero la nueva como la imagen. Ahora bien, sombra e imagen convienen en que ambas representan, pero la sombra en común y por lo que mira a la naturaleza de la especie; la imagen, en cambio, en particular y por lo que mira a la naturaleza del individuo y en especial.

Así también, la nueva ley respecto de los bienes futuros los representa con más viveza que la antigua; primero porque en las palabras del Nuevo Testamento se hace expresa mención y promesa de los bienes futuros, no así en el Antiguo, sino sólo de los carnales.

Segundo, porque la fuerza del Nuevo Testamento estriba en la caridad, que es la plenitud de la ley; y esta caridad, aunque imperfecta, por razón de la fe a la que va unida, es semejante a la caridad de la patria.

De ahí que la ley nueva se diga ley de amor y, por siguiente, imagen, pues tiene una semejanza expresa, de los bienes futuros; no así la ley vieja, cuya representación de tales bienes es por figuras carnales y a mil leguas de lo que es la realidad, por lo cual se llama: sombra.

Esta es, pues, la condición del Antiguo Testamento, que no tiene más que la sombra de los bienes futuros, y no la realidad misma de las cosas; y el rito consistía, en que cada año ofrecían, en la fiesta de la expiación, las mismas víctimas, es a saber, la sangre de los toros y machos cabríos, con el mismo intento, a saber, de expiar por el pecado, como parece por Levítico 23. De lo cual saca como conclusión lo que intentaba demostrar, es a; saber, que "no teniendo la Ley más que la sombra de los bienes futuros, y no la realidad misma de las cosas, no puede jamás hacer justos y perfectos a los que se acercan al altar y sacrifican, esto es, a los pontífices, por medio de las mismas víctimas, que no cesan de ofrecerse todos los años"; "pues que la Ley no condujo ninguna cosa a perfección" (He 7,19); prerrogativa ésta de la nueva ley, que consiste en la caridad, la cual es el" vínculo de la perfección (Col 2), y por eso se dice en-San Mateo: "sed, pues, perfectos como vuestro Padre* celestial".

"De otra manera hubieran cesado ya de ofrecerlas".. Prueba su propósito por razón del rito y por razón de la condición de las ofrendas; y para demostrar que la; purificación de la Ley no era perfecta fúndase, primero, en la reiteración frecuente de las mismas víctimas que?

se hacía en elia, y el razonamiento es el siguiente: "los sacrificadores, si por el ofrecimiento de !as mismas víctimas hubiesen ya quedado purificados de una vez por todas, por no tener ya remordimiento de pecado, hubiesen cesado de ofrecerlas", y habiendo cesado, no tuvieran necesidad de ofrecerlas. Ahora bien, no cesaban, porque, como va dicho, año con año ofrecían las mismas víctimas; y, puesto que no cesaban de hacer siempre las mismas ofrendas, señal es que no se purificaban (Mt 9).

Pero, al contrario, pudiera objetarse que tal razonamiento no es eficaz; pues pudiera decirse que aquella oblación purificaba de los pecados pasados, no de los futuros; por consiguiente, porque a menudo pecaban, a menudo también era necesario se reiterasen las ofrendas. Respondo que la manera de hablar del Apóstol no da lugar a ello; pues, siendo el pecado una cosa espiritual, opuesta a lo celestial, conviene que, por lo que se purifica, la ofrenda sea también celestial y espiritual y, por consiguiente, tenga virtud permanente.

De ahí que, al hablar de la virtud del sacrificio de Cristo, le atribuye virtud perpetua, diciendo: "habiendo obtenido una eterna redención". Mas lo que tiene virtud perpetua es suficiente para lo cometido y por cometer y, por consiguiente, no es necesario repetirlo mas; de donde Cristo con una sola ofrenda purificó para siempre a los que ha santificado, como se dice abajo.

Asimismo el decirse que no se repita, en contra de lo cual está el hecho de nuestra oblación diaria. Respondo que nuestra oblación no es diferente a la que Cristo hizo por nosotros, es a saber, su sangre; de suerte que no es otra la ofrenda, sino que es la conmemoración de aquella Hostia que Cristo ofreció: "haced esto en memoria mía" (Mt 26). Lo segundo que adelanta es que en el Antiguo Testamento hacíase conmemoración año por año de sus pecados y de los del pueblo, luego no estaban abolidas las oblaciones. De ahí que diga que, "al ofrecerlas, se hace conmemoración de los pecados", lo cual es cierto; pues en general se hacía mención de los pecados, es a saber, que tenían remordimiento de pecado, pero en especial se hace mención en el Nuevo: "confesad, pues, vuestros pecados uno a otro" (Stg. 5,16).

-"Porque es de suyo imposible que con sangre de toros y de machos cabríos se quiten los pecados". Prueba lo mismo por la condición de las ofrendas; pues lo más solemne que tenían era la ofrenda de los toros y machos cabríos, que se hacía en el día de la expiación; y siendo ésta una representación obscura e imperfecta de las cosas celestiales, como una sombra, "no es posible que con la sangre de tales animales se quiten los pecados"; lo cual es cierto, si atendemos a su propia virtud, mas no si a la sangre de Cristo, representada en la de aquellos animales, por cuya virtud se perdonaban. "¿Acaso las carnes sacrificadas te han de purificar de tus maldades, de las cuales has hecho alarde?" (Jr XI,15). Como si quisiese decir: ¡No!

-"Por eso, al entrar en el mundo, dice". Trae una autoridad de la Escritura que, según la Glosa, puede dividirse en dos, pues primero trata de la Encarnación de Cristo prefigurada en las observancias legales; segundo, de la Pasión de Cristo; con todo, según la intención del Apóstol, puede decirse que primero toca lo que se refiere a la reprobación del Antiguo Testamento; segundo, lo que al aceptamiento del Nuevo; y esta autoridad dice bien con Cristo al entrar en el mundo. Luego, ya que aquellas víctimas no podían quitar los pecados, por eso "ei Hijo de Dios, al entrar en el mundo, dice".

Pero San Juan dice lo contrario: "estaba en el mundo". Respondo: es cierto que estaba en el mundo, como gobernándolo todo, en cuanto se dice que está en todas !as cosas por esencia,' presencia y potencia; pero está fuera del mundo, porque el mundo no quiere recibirlo, sino que tiene su bondad, de quien se deriva toda bondad, separada de todo el mundo; mas, por haberse hecho por nosotros el supuesto de la naturaleza humana, dícese que entra en el mundo, por haber tomado esa naturaleza, como dijo arriba: "y otra vez, al introducir a su Primogénito en el mundo" (He 1,6).

Así pues, al entrar en el mundo, dice: pero ¿qué dice? "Tú no has querido sacrificio ni ofrenda"; y pone 4 cosas del Antiguo Testamento: porque el sacrificio o era de cosas inanimadas, por ejemplo, de pan o de incienso, y se llamaba ofrenda; o de animadas, y entonces o se ofrecía para aplacar a Dios, y se llamaba holocausto -la oblación más digna de todas, pues toda entera se quemaba y cedía en honra de Dios-; o para limpiarse del pecado y llamábase sacrificio por el pecado, una de cuyas partes se quemaba en el altar y otra se quedaba para el servicio de los ministros; o en agradecimiento de los beneficios de Dios -el sacrificio menos digno de todos, pues sólo se quemaba una parte, las otras dos se las repartían los oferentes y los ministros- y se llamaba sacrificio de hostia pacífica.

A todos estos sacrificios corresponde en el Nuevo Testamento la oblación del cuerpo de Cristo, pues por el cuerpo de Cristo aplacóse Dios, es a saber, al ofrecerse El mismo en la cruz. "Cuando éramos enemigos de Dios fuimos reconciliados con E! por la muerte de su Hijo" (Rm 5,10). Asimismo por El somos introducidos en posesión de los bienes eternos y nos disponemos a recibir los beneficios de Dios.

Dice, pues: "hostia, es a saber, sacrificio, y ofrenda no has querido"; e interpone luego: "mas a Mí me has apropiado un cuerpo", esto es, lo has hecho a propósito para ser inmolado, y esto por dos razones: a) porque fue purísimo, a tal grado, que borrase todo pecado (Ex. 12);

b) porque fue posible, de suerte que pudiese ser inmolado (Rm 8). Y este cuerpo es una verdadera víctima y verdadera ofrenda (Ep 5).

-"Holocaustos por el pecado no te han agradado". Dice más agradar que querer, porque agradan aquellas cosas que en sí tienen algo para ser queridas; y a veces queremos algunas cosas no por razón de sí, mas por otro motivo. Ahora bien, si de aquellos holocaustos, con ser tan dignos, eso no obstante, dice que no le agradaron, luego mucho menos los otros. Pero es al contrario, porque el Levítico dice que el sacerdote los quemaba sobre el altar, en holocausto de olor suavísimo al Señor (!,9). Además, si no eran de su agrado, ¿para qué mandaba se los ofrecieran?.

Respondo que el no querer Dios una cosa puede entenderse de dos modos:

de uno, que no la quiere para este tiempo en que, llegada la verdad, cesó ia sombra, de suerte que el que ahora la ofreciese pecara.

De otro, que no la quiere por los pecados de los oferentes, "cuyas manos están empapadas de sangre" (Is 1).

Una tercera respuesta, a que apunta el Apóstol, es porque estas ofrendas de suyo nunca agradaron a Dios, ni le fueron aceptas sino por dos razones:

1- porque eran figura de Cristo, cuya pasión a Dios le fue aceptada; que no se pagaba de animales muertos, sino de la fe en su pasión; pues todo lo que les sucedía eran figuras (1Co 10,2).

2- para por estos sacrificios apartarnos de la idolatría; de ahí que al darles por primera vez la ley no hizo ninguna mención de sacrificios, sino hasta que hicieron el becerro. De donde dice Jeremías: "cuando saqué de la fierra de Egipto a vuestros padres, no les hablé ni mandé cosa alguna en materia de holocaustos y de víctimas" (7).

-"Entonces dije". Prosigue hablando de la aprobación del Nuevo Testamento, y, según la Glosa, se lee de esta manera: entonces, es a saber, cuando me hiciste un cuerpo a propósito, esto es, en la concepción, "dije: heme aquí que vengo", esto es, determiné venir, conviene a saber, a la pasión (1Jn 5); a no ser que prefiramos referirlo a su venida a este mundo, diciendo: entonces, es a saber, cuando los holocaustos no fueron ya de tu agrado, dije: vengo por la encarnación (Jn 16); y esto para ofrecerme a la pasión. Por eso dice: Heme aquí.

Mas ¿por ventura este sacrificio será del beneplácito de Dios? Cierto que sí, porque "está escrito de Mí al principio del libro". Este libro es Cristo, según la naturaleza humana, en cuyas páginas escrito está cuanto es menester al hombre para salvarse (Is 8). La cabeza de Cristo es Dios (1Co XI). "Al principio del libro", esto es, en la ordenación de Dios, que es cabeza de Cristo, que es el libro, escrito está que el Hijo de Dios tendrá que encarnarse y morir; o el libro, esto es, el salterio, cuyo primer salmo trata de Cristo; o, mejor aún, el libro de la vida, que no es otra cosa que el conocimiento que Dios tiene de la predestinación de los santos que se salvan por Cristo. Luego en este libro está escrito de Mí, porque los santos si son predestinados, lo son por Mí (Ep 1; Rm 8). Así pues, si la predestinación se llama libro, claro es que Cristo es su cabeza o principio (Ap. 21); que simplemente está predestinado (Rm 1). Luego al principio del libro, esto es, en Mí,- según la naturaleza divina, escrito está de Mí, según la naturaleza humana, "para cumplir, ¡oh Diosi, tu voluntad", conviene a saber, de antemano ya estaba determinado que por tu gracia hiciese tu voluntad, ofreciéndome para salvar al género humano.

-"Ahora bien, diciendo". Explica la antedicha autoridad, pues poniendo orden en lo que va a decir, señala la diferencia entre el Nuevo y el Antiguo Testamento, y se detiene especialmente en cierta supuesta cosa de la autoridad alegada, en la cual, según se dijo, se tocaban dos puntos: uno, concerniente a la reprobación del Antiguo Testamento; otro, a la aprobación del Nuevo.

Repruébase el Antiguo Testamento por dos capítulos: ya porque Dios no quiere sus sacrificios, ya porque no le agradan, y así el profeta David "diciendo arriba", esto es, al principio... ¿qué dice? "Tú no has querido, ni han sido de tu agrado los sacrificios, las ofrendas y holocaustos por el pecado" (Is 1). Verdad es que en cuanto tales "no has querido ni han sido de tu agrado esos sacrificios... cosas todas que se ofrecen según la Ley", esto es, no te complaces en ellas (Ps 50), sino por ser figuras o porque por ellas se apartaban de la idolatría.

Luego, pues, de decir esto, añade: "entonces dije", es a saber, cuando me diste un cuerpo a propósito para padecer, o cuando estas ofrendas no te agradaron: heme aquí que vengo, o para encarnarme o para padecer; pero ¿a qué?: "para cumplir, ¡oh Diosi, tu voluntad" (Jn 6,4).

Así que el profeta, al decir esto, "claro está que abolió estos últimos sacrificios, para establecer otro, que es el de su cuerpo", con lo cual muestra la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, porque, hablando del Viejo, dice que no los quiere ni le agradan, es a saber, por sí mismos. Quedan, pues, abolidos. Mas cuando habla del Nuevo dice que lo quiere, porque a eso vengo, para hacer tu voluntad. Luego se establece el Nuevo, esto es, confírmase en su ser según la voluntad de Dios. "Al fin arrojaréis los frutos añejos por la superabundancia de los nuevos" (Lv. 26,10).

-"Por esfa voluntad, pues, somos santificados". Explica lo que había dicho de la voluntad de Dios, es a saber, en qué consiste esa voluntad, para cuyo cumplimiento vino Cristo. Esta consiste -como se dice en i Tesalonicenses 1V- en "vuestra santificación". Por eso dice: "por esta voluntad, pues, somos santificados, y esto por ia oblación del cuerpo de Jesucristo" (Ep 1) hecha una sola vez (! P. 3).

-"Y así, en lugar de que todo sacerdote se presente cada día". Muestra, por comparación, la diferencia entre el sacerdote del Antiguo y el del Nuevo Testamento. Es de saber que en la Ley había dos sacrificios solemnes: uno perpetuo y otro el día de la expiación, que ofrecía sólo el Sumo Pontífice, como ya se dijo sobradamente. En el perpetuo -de que hablan los Números- se ofrecía un cordero por la mañana y otro por la tarde. A éste también se refiere el Apóstol y para tratar de él pone lo que toca al sacerdote de uno y otro testamentos, y lo confirma por autoridad.

Dice, pues: "todo sacerdote": todo, a diferencia del sacrificio expiatorio, que sólo lo hacía el Sumo Sacerdote; mas, por lo que mira a éste, "todo sacerdote se presenta cada día, mañana y tarde, a ejercer su ministerio, y a ofrecer muchas veces las mismas víctimas", pues siempre ofrecían un cordero, "las cuales no podían jamás quitar los pecados", porque se repetían (Jr XI). Por este sacrificio perpetuo figúrase Cristo y la eternidad del que es el Cordero inmaculado.

-"Mas este nuestro pontífice, después de ofrecida una sola Hostia". Muestra lo que pertenece al sacerdocio de Cristo y da razón de su intento. Dice, pues: "pero éste, es a saber, Cristo, después de ofrecida una sola Hostia por los pecados", esto es, que los quita; la Ley vieja, en cambio, ofrecía muchas que no expiaban los pecados. Este, pues, conviene a saber, Cristo, después de ofrecida una sola Hostia, ya que por nuestros pecados ofrecióse no más de una vez, está sentado, no como servidor, al modo de los sacerdotes legales, que siempre estaban a punto, mas como Señor (Ps 109; Mt 28).

-"a la diestra de Dios" Padre, cuanto a la igualdad de poder, según la divinidad; en cuanto hombre, heredero de todos sus bienes (He 1); y esto para siempre, pues no tornará a morir (Rm 6; Dn. 7).

-"aguardando, entretanto, lo que resta, es a saber, a que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies". Esta expectación no nos da pie a suponer alguna ansiedad en Cristo, como en los hombres, pues, como dicen los Proverbios, la esperanza que se dilata aflige el alma, sino indica la voluntad de apiadarse que para con nosotros tiene Dios (Is 30). Así pues, sujétansele a sus pies, esto es, a la humanidad de Cristo, unos de su voluntad, y en esto consiste su salvación, es a saber, en hacer su voluntad (Ex. X); pero los malos sujétansele contra su voluntad, porque, aunque no cumplen su voluntad como tal, cúmplese en ellos por lo que mira a su obra justiciera; y así, de un modo o de otro, todo le está sujeto (Ps 8).

-"Porque con una sola ofrenda". Da la razón, es a saber, de por qué está sentado como Señor, no como servidor, como el sacerdote de la Ley, ya que éste con una víctima no quitaba los pecados y, por consiguiente, era necesario la ofreciese varias y muchas veces (He 5); pero la Hostia que Cristo ofrece, ésa sí quita todos los pecados (He 9). Por eso dice que "con una sola oblación consumó, esto es, hizo perfectos, reconciliando y uniéndonos con Dios como principio, para siempre a los que ha santificado", porque la Hostia de Cristo, que es Dios y hombre, tiene poder para santificar eternamente (He 13); pues por Cristo llegamos a la perfección y nos unimos con Dios (Rm 5).

-"Eso mismo nos testifica el Espíritu Santo". Confirma lo que había dicho por la autoridad de Jeremías que, como ya está explicada, al presente no se explica; con todo, puede dividirse en dos partes: la pone primero y en ella se apoya para formar su argumento, que es el siguiente: en el Nuevo Testamento perdónanse los pecados por la oblación de Cristo, que para eso derramó su sangre, para el perdón de los pecados. Luego en el Nuevo Testamento en que se perdonan, como está dicho, iniquidades y pecados, "ya no es menester reiterar la oblación por el pecado" (Mt 1X); pues lo contrario fuera injurioso a la Hostia de Cristo.

38
(
He 10,19-25)

Lección: Hebreos 10,19-25

Exhórtanos a que con fe, esperanza y caridad estemos unidos al sacerdocio de Cristo, cuya excelencia y dignidad declárase nuevamente.

19 Esto supuesto, hermanos, teniendo la firme esperanza de entrar en el Sancta Sanctorum o Santuario del cielo por la sangre dé Cristo,
20 con la cual nos abrió camino nuevo, y de vida, para entrar por el velo, esto es, por su carne, 21teniendo asimismo al gran sacerdote Jesucristo constituido sobre la casa de Dios o la 1glesia,
22 lleguémonos a El con sincero corazón, con plena fe, purificados los corazones de las inmundicias de la mala conciencia, lavados en el cuerpo con el agua limpia del bautismo,
23 mantengamos inconcusa la esperanza que hemos confesado -(que fiel es quien hizo la promesa) -
24 y pongamos los ojos los unos en los otros para incentivo de caridad y de buenas obras,
25 no desamparando nuestra congregación o asamblea de los fieles, como es costumbre de algunos, sino, al contrario, alentándonos mutuamente, y tanto más cuanto más vecino viereis el día.

Luego de haber mostrado el Apóstol, por muchos títulos, la excelencia del sacerdocio de Cristo respecto del sacerdocio legal, aquí, según su costumbre, concluye exhortando a permanecer fielmente unidos a este sacerdocio; pues fue siempre estilo suyo a la recomendación añadir la exhortación, que a esto iban encaminados los encarecimientos de la gracia de Cristo: a ponerles un incentivo para que obedeciesen a Cristo y se apartasen de las ceremonias legales. Así que acerca de esto, después de la exhortación, indica la razón. Cuanto a lo primero, es de saber que dos cosas había dicho del sacerdocio de Cristo, es a saber, su virtud ritual, ya que ésta es por su propia sangre y la dignidad de El, pues pontífice para siempre; por cuya razón vuelve a tocar estos dos puntos en su exhortación; de donde, al exhortarlos a una fiel obediencia a Cristo Dios, pone primero esas dos cosas y luego su exhortación.

Dice, pues: "esto supuesto, hermanos, conviene a saber, por mutua caridad, teniendo la firme esperanza de entrar en el Santuario del cielo" (Ep 3; Ex. XV; Salmo 121), y esto por la sangre de Cristo, porque ésta es la sangre del nuevo testamento, esto es, de la nueva promesa, de las cosas celestes... Mas ¿de dónde nos viene la esperanza de entrar? De haber Cristo, por su sangre, abierto, esto es , comenzado, "un camino nuevo" (Mi. 2; Jn 14), que será santo "y no lo pisará hombre inmundo" (Is 35,8). Este es el camino para ir al cielo; y es nuevo, porque antes de Cristo nadie dio con él, pues nadie subió al cielo sino quien bajó del cielo (Jn 3). Por tanto, quien quiera subir debe estarle unido como miembro con su cabeza. "AI que venciere Yo le daré a comer del árbol de ía vida, que está en medio del paraíso de mi Dios", "y escribiré sobre él el nombre mío nuevo y el nombre de ía ciudad, la nueva Jerusaién" (Ap. 2,7; 3,12), a saber, porque de nuevo se les introduce en ella;

-"y de vida", esto es, que persevera en un ser, en lo cual se manifiesta la virtud de la deidad, pues siempre vive. Mas cuál sea este camino lo indica añadiendo:

-"por el velo, esto es, por su carne". Porque así como el sacerdote entraba al Santuario traspasando el velo, del mismo modo, si queremos entrar al Santuario de la gloria, habré que hacerlo por la carne de Cristo, que fue el velo de la deidad (Is 45); que no basta la fe en ella si falta en su Encarnación (Jn 14); a no ser que por velo entendamos su carne que se nos da en la Eucaristía envuelta en el velo de la especie de pan, ya que no en propia especie por el horror que nos causaría y para que nuestra fe tenga mérito.

Enaltece, por tanto, la dignidad sacerdotal, al decir: "teniendo asimismo al gran sacerdote", es a saber, el que nos abrió el camino; como si dijera: la confianza de entrar en el cielo nos viene del sacerdote, esto es, Jesús (Ps ¡09); que se llama grande, puesto que su sacerdocio no es sólo para un pueblo, como el de Aarón, sino para toda la casa de Dios, esto es, la 1glesia militante y triunfante (I Ti. 3). Y dice super, porque Moisés fue fiel en toda su casa, como criado (Nm. 12); mas Cristo en toda ella, como el hijo, que es señor de todo (Mt 28); de lo cual también ya se trató (He 3).

-"lleguémonos". Aquí viene su exhortación a unírsele sinceramente, por ser persona de tanta cuenta, de tales partes y prendas; lo cual se hace de 3 maneras, a saber, por fe, esperanza y caridad (1Co 13), a que respectivamente exhorta. Mas, cuanto a lo primero, son necesarias dos cosas, conviene a saber, la fe misma -porque sin ella es imposible agradar a Dios- y el sacramento de la fe; y así, dice: "lleguémonos, a El, con sincero, no fingido, corazón11; "acuérdate de cómo he caminado en fu presencia con sinceridad y con un corazón perfecto" (Is 38,3); y esto acontece cuando concuerdan al mismo son las obras y el corazón.

-"lleguemos también con plena fe" (He XI), mas no con cualquier fe, sino con fe plena, lo cual sucede si, en lo tocante a su materia, créense todas las verdadea que para creerlas se proponen, y si es fe formada, tarea que incumbe a la caridad (Rm XV).

Cuanto al sacramento de la fe, se dice: "purificados vuestros corazones", que alude a lo de los Números, donde se pone el rito de la vaca bermeja, con cuya agua era rociado el inmundo al tercer día, pero al séptimo con otra agua lavaba su cuerpo y vestidos. Por la aspersión del agua de la vaca bermeja simbolizábase la pasión de Cristo, porque al tercer día, esto es, en la fe de la Trinidad, quedamos en el bautismo limpios de nuestros pecados; y así, dice: "purificados los corazones", no ios cuerpos; y purificados, no del contacto de un muerto, como se hacía con el agua de la vaca bermeja, sino de las inmundicias "de la mala conciencia".

Del lavatorio que se hacía el séptimo día, dice: "lavados en el cuerpo con el agua limpia del bautismo"; porque en el bautismo no obra solamente la virtud de la pasión, sino que también se infunden los dones del Espíritu Santo; de donde al séptimo día, esto es, en la plenitud de los dones del Espíritu Santo, todo el hombre, por dentro y por fuera, es purificado de todo pecado, así actual como original; pecado dijéramos como corporal, que el alma contrae por la unión carnal del cuerpo manchado. Y llámase agua el Espíritu Santo porque lava y limpia (Ac 3; Ez. 36; Zc. 13; Ti. 3); en señal de lo cual, sobre Cristo recién bautizado descendió el Espíritu Santo en forma corporal.

-"mantengamos inconcusa la esperanza". Pone lo tocante a la esperanza; acerca de lo cual, exhorta a mantener firme la esperanza y añade por qué. Pero es de saber que por la fe de Cristo dásenos la esperanza de la salud eterna y la entrada, en el cielo (I P. 1). De ahí que diga: "mantengamos", mas no dice la esperanza, sino "la confesión de nuestra esperanza", pues, no basta llevarla en el corazón, si no suena en la boca un acorde son (Rm X); y confesarla, no sólo de palabra, sino de obra, contra unos de quienes en la Carta a Tito dice que "profesan conocer a Dios, mas le niegan con las obras". Hácese esta confesión por obras que lo encaminen a uno al blanco de sus deseos (Ap. 3).

-"inconcusa", esto es, que nada nos mueva de esta confesión, ni a la diestra (la prosperidad), ni a la siniestra (la adversidad) (Ps i 2-4; Is 30); y la razón es porque "fiel es quien hizo la promesa" y, por tanto, no puede mentir (Ps 104; Dt. 32).

-"y pongamos los ojos ios unos en los otros". Pone lo tocante a la caridad, después de lo cual quita lo opuesto a ella y explica la razón de ambas cosas por la congruencia del tiempo. Cuanto a lo primero, es de saber que, aunque la caridad tiene por blanco principal la unión con Dios, se pone de manifiesto por la caridad del prójimo; "pues el que no ama a su hermana a quien ve, a Dios, a quien no ve, ¿cómo podrá amarle?" (! Jn 4,20). Luego amar al prójimo pertenece a la caridad. Por eso dice: "y pongamos los olos los unos en los otros", es a saber, en lo que mira al prójimo, para, hacerlo con nimio cuidado, puesto que "a cada uno mandó Dios el amor de su prójimo" (Eccli. 17,12).

Mas ya que algunos las cosas del prójimo las miran con celo envidioso, y otros con celo odioso -contra quienes aquello: "no andes acechando ni buscando delitos en casa del justo" (Pr. 24,15)- por eso dice: "para incentivo de caridad", esto es, para provocarlos a= la caridad (Rm XI). Esta provocación procede de la dilección y se extiende a la obra exterior. "No amemos de palabra y de lengua, sino con obras y de veras" (1Jn 3,18); pues, como dice San Gregorio, el amor de Dios no se está mano sobre mano; que, si de veras ¡o es, su empresa es mucho trabajo; mas, si ninguno se toma, no me digan que es amor. Así que el toque de amar se muestra en el trabajar; por cuya razón añade: "y también de buenas obras" (Col 1).

-"no desamparando nuestra congregación". Quita luego lo que se opone a la caridad. Puesto que la caridad es amor, y lo propio del amor es unir -ya que, como dice Dionisio, ei amor es fuerza unitiva (Jn 17)-, distancia entre unos y otros no ha de ponerse, porque eso es oponerse de punta a la caridad. Por lo cual dice: "no desamparando nuestra congregación", es a saber, de la 1glesia, que algunos dejan por 3 motivos:

a) por las persecuciones, apostatando de la fe, representados por aquellos de quienes dice San Juan que "dejaron de seguir a Jesús, y ya no andaban con El" (6; Mt ¡3; Lc 8);

b) por su calidad de mercenarios, como los malos prelados, que dejan las ovejas en peligro (Jn X);

c) por soberbia, pues, pudiendo ser útiles para gobernar, sepáranse de los otros con soberbia manifiesta, (Jud.), aunque so capa de mayor perfección: mañas malas que acaso tenían ya en aquel tiempo, y por eso apostilla: "como es costumbre de algunos"; contra los cuales se dice en 1Co XI: "pero si no obstante eso, alguno se muestra terco, le diremos que nosotros no tenemos esa costumbre, n! la 1glesia de Dios".

Mas ¿qué han de hacer? Lo dice a continuación: "sino, al contrario, alentándonos mutuamente"; como si dijera: si ves a tu hermano (tu socio) de capa caída, no lo desampares, mas dale consuelo; no como aquellos que se apartan de nuestra congregación, de quienes dice: "como es costumbre de algunos".

-"y tanto más". Da la razón de lo anterior; pues pudiera alguno preguntarse ¿por qué hemos de sacar de la fe todo el provecho posible? Porque el curso natural del agua, cuando en la vega, a su término se allega, desciende más de raudal. Lo contrario sucede con el movimiento violento. La gracia sigue en esto el modo de la naturaleza; luego los que están en gracia, cuanto al fin más vecinos, más acendrados en el bien y finos. Por eso di¡o: "no desamparando... corno algunos. .. sino consolando... y tanto más, cuanto más vecino viereis el día", esto es, el término (Rm 13; Pro. 4).

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(
He 10,26-31)

Lección: Hebreos 10,26-31

Para que no caigan en saco roto sus consejos, amenaza a los prevaricadores con que ya no tendrán víctima que ofrecer por sus pecados, y los aterra con el horror del juicio futuro.

26 Porque si pecamos a sabiendas, después de haber reconocido la verdad, ya no nos queda hostia que ofrecer por los pecados,
27 sino una horrenda expectación del juicio y del fuego abrasador, que ha de devorar a los enemigos de Dios.
28 Uno que prevarique contra la Ley de Moisés, siéndole probado con dos o tres testigos, es condenado a muerte sin remisión;
29 pues, ¿cuánto más acerbos suplicios, si lo pensáis, merecerá aquel que hollare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del testamento, por la cual fue santificado, y ultrajare al Espíritu Santo, autor de la gracia?
30 Pues bien conocemos quién es el que dijo: a Mí está reservada la venganza, y Yo soy el que la ha de tomar. Y también: el Señor ha de juzgar a su pueblo.
31 ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!

Luego de haber enaltecido la excelencia del sacerdocio de Cristo, exhortado a que por fe y caridad le estemos unidos, prueba aquí el Apóstol por la razón su exhortación; y esto de dos maneras: primero, aterrando; después, destilando la dulzura de su suavidad: "traed a la memoria aquellos primeros días". Acerca de lo primero atérralos, para que observen sus consejos, con la expectación del juicio y la remoción del remedio.

Dice pues: "porque si pecamos a sabiendas...", que se explica de dos modos:

1) según la Glosa, que parece haber diferencia entre los pecadores voluntarios y los querientes, de suerte que el pecado de éstos consiste en que, como arrastrados por la pasión, consienten en un pecado en que no habían pensado;

2) el de los voluntarios, en cambio, en que pecan, no de ignorancia o flaqueza, sino de ciencia y malicia, cuya voluntad es tan propensa al pecado, que, no bien llega a tocar, al punto déjale entrar. "Ninguno hay que haga penitencia de su pecado, diciendo: ¿qué es lo que he hecho? Al contrario, todos han vuelto a tomar la carrera de sus vicios, como caballo que a rienda suelta corre a la batalla" (Jr 8,6); "que se gozan en el mal que han hecho y hacen gala de su maldad" (Pr. 2,14). Luego "pecadores a sabiendas" quiere decir los que de su voluntad están de asiento en el pecado.

Y añade, cargando las tiritas: "después de haber reconocido la verdad"; "por lo que mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia, que, después de conocido, abandonar la Ley santa que se les había dado" (II P. 2,21).

-"ya no nos queda hostia que ofrecer por los pecados", esto es, la que Cristo ofreció, para el perdón de los pecados, ya no nos aprovecha, pues sólo se les perdonan a quienes de ellos se arrepienten. "Esta es la sangre del nuevo testamento, que será derramada por muchos", es a saber, eficazmente (Mt 26). Mas de los malos se dice: "en vano me he fatigado; sin motivo y en balde he consumido mis fuerzas" (Is 49,4); "faltó el fuelle, el plomo se ha consumido en el fuego, inútilmente derritió los metales en el crisol el fundidor; pues que no han sido consumidas las maldades de aquéllos. Llamadlos plata espuria; porque el Señor ya los ha reprobado" (Jr 6,29).

Mas, según la intención del Apóstol, puede interpretarse esto en mejor sentido, pues, como dice San Agustín, el libre albedrío tiene muchos estados; y así, en el estado foráneo de la gracia y antes de ser reparado por ella, no está en nuestra mano pecar o no mortalmente, y esto por el fin preconcebido y ei hábito inclinado; lo cual es verdad en lo que mira a un largo espacio de tiempo; mas, por un momento y obrando sobre pensado, podemos evitar este o aquel pecado.

Luego de reparado, sí está en mano del hombre evitar el pecado, el mortal en general, en particular el venial, no del todo y en total, y esto gracias al auxilio de la gracia salvante. Por eso dice: "porque si pecamos a sabiendas, después de haber reconocido la verdad", esto es, después de haber recibido la gracia, por la que venimos en conocimiento del pecado, pues sin ese conocimiento Dios no nos imputa el pecado. De ahí ese modo de hablar de Dios como si ignorase el pecado, porque no nos lo imputa. Pero después, "ya no nos queda hostia que ofrecer"; pues antes de la reparación, hecha por Cristo, quedaba en esperanza esta hostia, que ya no se espera, porque no muere dos veces, así como ni otro bautismo después de recibido el primero.

-"sino una horrenda expectación del juicio". Atérralos con la espera del juicio y añade por qué. Díjose que ya no nos queda hostia que ofrecer. Entonces, ¿qué? Lo que arriba se dijo, que después de morir se sigue el juicio (He 1X; Job XIX). La expectación de este juicio es terrible en sumo grado, ya por la conciencia de pecados (muchos y graves) (St. 3), ya por la imperfección de nuestras obras santas, todas ellas "como un sucio y hediondo trapo" (Is 64; Salmo 1 18; Ha. 3).

Es congojosa y aflictiva; de ahí que diga: "y fuego abrasador", esto es, la pena del fuego, que se inflige por celo y emulación de la divina justicia (Ex. 20). El celo es el amor del esposo; y así como el esposo no perdona a la mala esposa, tampoco Dios al alma pecadora. "Los celos y el furor del marido no le perdonarán en hallando coyuntura de venganza" (Pr. 6,34),

-"que ha de devorar a los enemigos". "Fuego avanza delante de El, y abrasa en derredor a sus enemigos" (Ps 96,3), porque el fuego que vendrá de avanzada delante del Juez reducirá a cenizas los cuerpos de los vivos, y dará con los reprobos en el infierno; y consumirá sus cuerpos, no aniquilándolos, sino sin tregua atormentándolos.

-"Uno que prevarique contra la Ley de Moisés". Prueba lo que había dicho del terror del juicio, por un argumento de menor a mayor y por autoridad. El primero lo toma de la Ley, pues tanto a mayor pena acreedor es uno, cuanto despreciador de cosa más sagrada. No siendo, pues,, el Antiguo Testamento tan santo como el Nuevo, y castigándose con tanta severidad a su transgresor, luego al del Nuevo habrá que castigarlo con mayor rigor.

Acerca de este argumento, pone lo que se hacía en el Antiguo Testamento y lo que habrá de hacerse en el Nuevo. Respecto del Antiguo pone la culpa y la pena; la culpa al decir: "uno que prevarique la Ley de Moisés". 1rrito o nulo dícese lo que no consigue su debido fin; y la ley, no sólo la antigua, sino cualquier otra, dase para inducir al hombre a la virtud y apartarlo del vicio. Por consiguiente, el transgresor de la ley, y dado a los vicios, cuanto es de su parte, invalida la ley (Mt XV; Gn. 17).

La pena la señala diciendo: "es condenado a muerte sin remisión" (Dt. 19). Mas ¿por ventura la ley de Dios excluye la misericordia? Es cierto que no (Os. 6). Respondo: hay su diferencia entre misericordia, perdón y clemencia; porque hay misericordia cuando el hombre muévese a mitigar el castigo, por cierta pasión del alma y del corazón, y esto a veces es contra la justicia y estorba su efecto. La venia o perdón, cuando en gracia de una utilidad pública, afloja un poco en la pena debida. Clemencia es aflojar no sólo un poco en la pena, sino juzgar benignamente la culpa. Estas dos últimas no están prohibidas, mas sí la misericordia al modo dicho, porque va contra la justicia y trastorna el orden.

Muere, pues, "siéndole probado con dos o tres testigos", convencido de su delito (Dt. 17). La causa de fijar la ley el número de testigos es, en sentir de San Agustín, para indicar con eso la firmeza de la verdad, que está en la Sma. Trinidad; ni hace al caso que se nombren dos personas o tres, porque en las dos siempre se sobreentiende la tercera, es a saber, el Espíritu Santo, que los enlaza a entrambos. Esta es una razón mística, mas la literal estriba en la naturaleza del juicio; donde uno afirma y otro niega no ha de darse más crédito a uno que a otro, pero sí a la multitud, que en llegando a tres empieza a serlo; por lo cual, basta que con el fiscal o acusador sean dos; a mayor abundamiento se añade el tercero.

-"pues, ¿cuánto más acerbos suplicios merecerá aquél...?" Pónese lo que mira al Nuevo Testamento cuanto a culpa y pena. Puesto que en el Nuevo Testamento el que predica es Cristo, quien se desmanda contra El es castigado con mayor rigor. "Por tanto, os digo que Tiro y Sidón serán menos rigurosamente tratadas que vosotros en el día del juicio" (Mt XI,22). Mas ¿por ventura lo pasa peor el pecador cristiano que el infiel? Porque si así fuese, mejor sería que todos fuesen infieles.

Respondo que hay de infieles a infieles; una cosa es de los que desprecian la fe, porque éstos propiamente son los que la ponen debajo del pie; y otra de los que no la profesan por no haber oído hablar de ella, y a éstos no se les imputa el pecado de infidelidad; mas el que habiéndola oído la desprecia es castigado con mayor rigor, por ser el de la infidelidad, de los pecados, el mayor. Así que si comparamos a un cristiano con un judío que no desprecia la fe, y uno y otro son adúlteros, lo escotará a mayor costa el cristiano, pues sobre ser adúltero es más ingrato. Pero ¿acaso en general es verdad que el mismo pecado en especie es siempre con mayor pena en el más alto castigado?

Respondo que de pecar hay dos modos: uno a hurto y como por sorpresa; y así, el dado a cosas divinas si peca casi obligado, menos será castigado (II Cr. 20; Salmo 36); mas quien peca a rienda suelta comete mayor pecado, pues, de más alto el estado, el menosprecio es más grave; y de ésos habla aquí, de los que son más ingratos.

Por lo que mira a la culpa, dice: "aquel que hollare al Hijo de Dios". Es de advertir que el Apóstol tasa la gravedad de la culpa de los que pecan en el Nuevo Testamento por los beneficios hechos por Dios en él, y el beneficio máximo y mas precioso que Dios nos ha hecho es habernos dado a su Hijo unigénito (II P. 1); dionos también al Espíritu Santo (Joel 2; Rm 5). Así que la ingratitud, por tanto que El nos ha dado, agrava nuestro pecado y lo aumenta en magnitud.

Tocante a la ingratitud, por la dádiva del Hijo, dos cosas hay que considerar y ponderar, conviene a saber, el misterio de la Encarnación en que se nos dio (Is 9) y el sacramento de la Pasión en que por nosotros se ofreció (He 6); por tanto, cuanto a lo primero, dice: "aquel que al Hijo de Dios", esto es, encarnado por nosotros, "hollare" o despreciare, no creyendo que la fe del Hijo de Dios sea suficiente para salvarse, como los que guardaban las observancias legales, "ante cuyos ojos fue ya representado Jesucristo como crucificado" (Sa. 3); ni obedeciendo a sus mandamientos ni viviendo según su doctrina (I S. X).

Cuanto a lo segundo, dice: "y la sangre del testamento", esto es, la sangre que sella el Nuevo Testamento ¡Mt 26) "tuviere por inmunda", quiere decir, la juzgase a tal grado inmunda que no pudiese purificar, como el manchado no quita en sí las manchas; porque "una persona sucia ¿a qué otra limpiará?" (Eccli. 34,4; como si dijera: a nadie, esto es, si atendemos a que la purificación se hacía solamente por sangre de animales.

Asimismo la tiene por inmunda el que, lavado en el bautismo por virtud suya, peca tornando al vómito (Ap. i). Por eso dice: "en la cual fue santificado", esto es, por la cual (2Co 6; Mal. 1).

Otrosí, puede decirse que tiene la sangre de Cristo por inmunda el que peca después de otros sacramentos; y ta! pecado a tal estado llega que se agrava por el desprecio al Espíritu Santo. Por eso dice: "y ultrajare al Espíritu Santo, autor de la gracia", esto es, significa ei baldón que le infiere el que no cree que la gracia del Espíritu Santo sea dada por Cristo, como lo trae San Juan: "Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador" (14), que sin necesidad de observancias legales baste y sobre para salvarse, es a saber, que no atribuya la remisión de los pecados a la observancia de la Ley.

O digamos que "pisotea a Cristo" quien libremente y sin ningún temor "contamina la sangre de Cristo"; quien indignamente la toma y abusa del Espíritu dado de gracia (Ep 2); y hace gravísima injuria y contumelia a Cristo el que de sí lo arroja por el pecado. Se ofenderá o será castigado, esto es, expulsado, "por la iniquidad que sobrevenga" ¡Sg 1,5; Ep 4; 1Ts 5).

-"Pues bien conocemos quién es el que dijo: a Mí está reservada la venganza". Prueba lo que dijo por autoridades, y concluye de ahí que "es cosa horrenda caer en manos del Dios vivo". Dice pues: bien conocemos quién es el que dijo (Dt. 32, según otro texto) "a Mí está reservada la venganza". Nuestro texto dice: mía es la venganza. Y ¿te la tomarás? Sí, "les daré su merecido". Pero, al contrario, si Dios se reserva la venganza, ¿por qué la ejecutan los jueces? Respondo con lo que el Apóstol: que "el juez es ministro de Dios" (Rm 13) y, por tanto, no juzga por propia autoridad, sino de Dios.

La segunda autoridad está tomada de ahí mismo: "el Señor ha de juzgar a su pueblo". Si a su pueblo, con mayor razón a sus enemigos (I P. 4); o por pueblo querrá decir los que no menosprecian su fe, porque los infieles serán condenados y no juzgados con juicio de discusión; ya que en el juicio, como dice San Gregorio, intervendrán 4 clases de personas: unas, que no serán juzgadas, sino juzgarán y se salvarán, conviene a saber, les Apóstoles y los apostólicos varones. Otras, que serán juzgadas y se salvarán, como los buenos en docena. Otras, que serán juzgadas y condenadas, como los fieles malos. Otras, que no serán juzgadas, pero sí condenadas, corno todos los infieles.

-"Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo". Saca la conclusión: puesto que Dios, que juzgará a su pueblo, se reserva la venganza, "horrenda cosa es caer en sus manos"; pues, cuanto el juez es más justo y poderoso, tanto es más de temer (llegando al coso) (Ps Vj. Luego horrenda cosa es caer en sus manos (Dn. 13; Eccli. 2). David, por el contrario, prefirió mejor caer en manos de Dios que en manos de los hombres.

Respondo que el hombre peca ofendiendo al hombre y ofendiendo a Dios. Según esto, mejor es caer en manos del hombre ofendido que de Dios ofendido; o digamos que es mejor, para un pecador desvergonzado, caer en manos del hombre, mas para un pecador que se arrepiente, mejor en manos de Dios, que fue el partido que escogió David. O también que, en tanto no llega el juicio, no es cosa horrenda caer en manos de Dios, que juzga benignamente mientras es padre de misericordias; pero después del juicio, cosa horrenda será cuando, como Dios de las venganzas, las justicias juzgará; que ahora, como si se viese rodeado de las flaquezas, que un tiempo conoció por experiencia, de compasión que nos tiene, misericordia previene en el juicio que nos da.


Aquino - A LOS HEBREOS 36