Aquino - A LOS HEBREOS 40

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(
He 10,32-39)

Lección 4: Hebreos 10,32-39

Tráeles a la memoria sus buenas obras y exhórtalos a la paciencia y a que permanezcan unidos a Cristo, cuya pronta venida les anuncia.

32 Traed a la memoria aquellos primeros días de vuestra conversión, cuando, después de haber sido iluminados, sufristeis con valor admirable un gran combate de persecuciones:
33 por un lado, habiendo servido de espectáculo al mundo por las injurias y malos tratamientos que habéis recibido, y por otro, teniendo parte en las penas de los que sufrían semejantes indignidades.
34 Porque os compadecisteis de los que estaban entre cadenas, y llevasteis con alegría la rapiña de vuestros bienes, considerando que teníais un patrimonio más excelente y duradero.
35 No queráis, pues, malograr vuestra confianza, la cual recibirá un grande galardón.
36 Porque os es necesaria la paciencia para que, haciendo la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.
37 Pues dentro de un brevísimo tiempo, dice Dios, vendrá Aquel que ha de venir, y no tardará;
38 entretanto el justo mío, añade el Señor, vivirá por la fe; pero si desertare no será agradable a mi alma.
39 Mas nosotros no somos de los hijos que desertan para perderse, sino de los fieles y constantes para poner en salvo el alma.

En la lección anterior los exhortó el Apóstol a mantenerse unidos a Cristo por la fe, la esperanza y la caridad, a lo cual los indujo por motivos de temor; ahora, por el contrario, con razones melosas y regaladas, como el buen médico que, después de sajar la carne, la emblandece y suaviza con ungüentos; pues uno de los -estímulos más fuertes para proseguir en el bien comenzado es ser loado de lo bien hecho y logrado; que la virtud loada su caudal acrecienta de riada, ni hay espuela, que en lo más vivo duela, que el puro amor del quilatado honor.

Tráeles, pues, a la memoria las buenas obras que habían hecho, -entre las cuales estaban las tribulaciones que por la fe habían padecido, cuyos modos describe y explica en general y en especial- y los exhorta a dar buena cuenta en lo que resta. Así que porque las obras virtuosas o felizmente logradas son palestra para hazañas mayores, como, por el contrario, las malogradas, de donde en veces se engendra la desesperación, por eso hace un recuento de sus buenas acciones, diciéndoles: "acordaos (Jr 7) de aquellos primeros días", esto es, de los albores de vuestra conversión, cuando después de haber sido iluminados por la fe, que ilumina y purifica al alma (Ac XV; Is LX); -y esto por la fe de Cristo (Ep 3; Lc 1), pues la primera luz del alma es la fe- sufristeis con valor admirable un gran combate de persecuciones, esto es, terribles persecuciones levantadas contra vosotros por aquellos que en vosotros perseguían a Cristo. "Saulo. Saulo, ¿por qué me persigues?" a Mí, digo, en mis miembros, porque, como dice San Agustín, estando sus miembros en la tierra, desde el cielo la cabeza clama (Sg X; 1 Ti. 4); pues, como dicen los Hechos 8, después de la muerte de Esteban, desencadenóse una feroz persecución contra la 1glesia; "porque vosotros, hermanos, habéis imitado a las iglesias de Dios que hay en Judea, siendo así que habéis sufrido de los de vuestra propia nación las mismas persecuciones que aquéllas han sufrido de los judíos" (1Th 2,14). Así que, ahora que estáis en el yunque, reprensible sería desmayar, de un principio avezados a aguantar.

-"por un lado habiendo servido de espectáculo al mundo". Da a conocer qué tribulaciones fueron aquéllas, pues de dos modos se padecen: de uno, soportándolas en propia persona; de otro, compadeciendo en las ajenas; y de ambos modos padecieron ellos. Cuanto a lo primero dice: "por un lado", es a saber, por lo que toca a vosotros, "habéis servido de espectáculo al mundo por las injurias y malos tratamientos que habéis recibido", carga pesadísima para un sabio, que darle matraca a un necio, aunque lo pongan como un trapo, no es, como para un sabio, cosa que no pueda sufrir; mas si el escarnio e irrisión se torna tribulación, esto sí es cosa insoportable. Con lo cual nos da a entender la muy grande aflicción que padecieron, porque habían servido de espectáculo, esto es, nadie los compadecía, antes bien, a una con los burladores, hacían fiesta y donaire de sus aflicciones, es a saber, de sus injurias y oprobios (Ps 68; 33). "Hemos servido de espectáculo al mundo, es a saber, para que se burlen de nosotros, y a los ángeles, para que nos den la enhorabuena, y a los hombres" (1Co 4), o seres dotados de razón, para que nos imiten.

Cuanto a lo segundo, dice que "por otro !ado, teniendo parte en las penas de los que sufrían semejantes indignidades", esto es, de los que las padecían; y esto compadeciéndolos y ayudándolos (Rm 12).

-"Porque os compadecisteis de los que estaban entre cadenas". Se refiere a lo que había dicho, y primero cómo ios compadecieron; porque entre los judíos había muchos en cadenas, como se dice en Hechos 8 que Pablo hacía riza en la 1glesia metiendo en la cárcel a hombres y mujeres; de éstos se compadecieron suministrándoles lo necesario (Mt 25).

Cuanto a lo primero, dice: "y la rapiña de vuestros bienes, es a saber, hecha por esta causa, porque a los presos socorrían, la llevasteis con alegría" (Stg. 1; Hch. 3). Mas ¿por qué con alegría? ¿Por ventura han de amarse las tribulaciones? Parece que no, pues dice San Agustín: no se te manda amarlas, sino tolerarlas. Respondo: no se las ama por su bella cara (que no la tienen), sino por otro motivo, como éstos las amaban; de ahí que añada:

-"considerando que ieníais un patrimonio más excelente y duradero", esto es, riquezas de más substancia,, que, (en un divino gana-pierde), de cuanto se les quitas aumentan, y por eso se dicen mejores; porque las temporales, por consistir en cosas que por debajo están del hombre, de verdad son vanas; las espirituales, en cambio, consisten en el mismo Dios, conviene a saber, en la fruición de Dios (Is 33). Asimismo son riquezas de duración, porque éstas se acaban y robárselas pueden loa ladrones (Mt 6); las del cielo no.

-"No queráis, pues, malograr vuestra confianza". 1ndícales qué les resta por hacer, esto es, conservar la confianza que les dan las buenas obras; acerca de lo cual los exhorta, les da el modo de guardar la exhortación y demuestra su argumento por autoridad. Dice entonces: puesto que tantas buenas obras habéis hecho-en los albores de vuestra conversión, de donde gran confianza debéis tener para con Dios, no es razón la malogréis; lo cual tuviese alguna explicación si cesarais de practicar la virtud, confianza "que tendrá una magnífica recompensa" (Mt 5; Gn. XV).

El modo de guardarla es la paciencia; de ahí que diga: "porque os es necesaria la paciencia". Que así como la mansedumbre va a la mano a la ira, así también la paciencia atempera la tristeza, de modo que se contenga en los términos que pide la razón; y nace a veces, ora de males inferidos, ora de bienes diferidos. (Pr. 13). Respecto de lo primero, se dice paciencia; de, lo segundo, longanimidad. Aquí paciencia se toma en, ambos sentidos: como tolerancia de males y constancia de ánimo en sobrellevar la dilación de bienes; y dice que para entrambas cosas nos es necesaria la paciencia (Pr. 16; Lc 21; Stg. 1).

Mas ¿para qué nos es necesaria?: "para que, haciendo ia voluntad de Dios, obtengáis la promesa", esto es, cumpliendo la voluntad de Dios, como se hace cumpliendo los mandamientos, que son señales de la voluntad de Dios; de donde haciendo la voluntad de Dios, conviene a saber, la voluntad de signo -que así se toma a veces en la Escritura la voluntad de Dios (Ps 102)- "alcanzaréis la promesa", esto es, la recompensa prometida, que se da a los que trabajan por alcanzarla (Mt 20; Lc 21; Mt 24; Jr 18).

-"Pues dentro de un brevísimo tiempo". Prueba lo dicho por autoridad, que, después de enunciarla, la aplica a su propósito. De 3 cosas trata: de la próxima venida del Juez a tomar residencia a cada uno, de las condiciones de esa toma, del peligro de perder la recompensa. Cuanto a la primera, es de saber que esta autoridad está tomada, según parece, de Habacuc 2, mas su principio de Ageo 2; lo que acaso hizo, por creer que ambas autoridades se referían a la misma venida; porque Habacuc dijo así: "porque la visión es de cosa todavía lejana", y Ageo: "dentro de un poquito"; por cuya razón emplea las palabras de una como si fuese la otra; o, mejor aún, porque el Apóstol habla de su tiempo, es a saber, después de la Encarnación y Resurrección, de cuyo tiempo hay menos distancia al juicio que del tiempo del profeta, y por eso da preferencia al principio a las palabras de Ageo, aunque al fin uno y otro vienen a decir lo mismo. O también puede decirse que habla como de propio impulso, a quien no menos crédito ha de darse que al profeta; porque hay dos venidas del Señor correspondientes a los dos juicios: uno general, es a saber, al fin, en el juicio universal; otro especial, en la muerte de cada uno; y refiriéndose a los dos dice: "pues dentro de un brevísimo tiempo", por lo que mira a la brevedad del tiempo, que, por muy largo que sea, en comparación de la eternidad es breve (Ps 89): "He aquí que vengo pronto". Esto por lo que toca a la venida al juicio final; respecto de la especial, que será en la muerte, no importa gran cosa que falte mucho o poco tiempo, que a cada uno le irá en el juicio según saliere de este mundo; por tanto, nuestro mayor cuidado ha de ser el de rendir buena cuenta a la hora de la muerte, porque, allí habrá de juzgarnos, en donde aconteciere toparnos. Por eso dice: "dentro de un brevísimo tiempo", porque las tribulaciones, por duración, no son de gran peso; que, si mucho agobian, dan fin a la vida; si poco, acaban presto (2Co 4).

"Vendrá, pues, pronto, y no se tardará", o en la muerte, o en el juicio: "mirad que el juez está a la puerta" (Stg. 5,9).

Indica luego quiénes recibirán la recompensa, al añadir: "entretanto el justo mío vivirá por la fe" -texto que también lo trae Rm 1 y Ga 3-; pues sólo a los justos se les debe el premio (Ps 36). Hay una doble justicia: una, por lo que mira al juicio humano (Rm X); otra, por lo que al divino (Lc 1). Esta es la que pide Dios, y por eso dice: "el justo mío", conviene a saber, la justicia en orden a Mí, esto es, el que es justo para mí y por causa mía. Y aquello por lo que un hombre se justifica es la fe (Rm 3); cuya razón es que el ser justo le viene de estar ordenado a Dios, pero es la fe la que lo pone primero en orden a Dios, por lo cual dice: "mi justo vivirá por la fe" (He XI). Ni sólo por la fe le vendrá la justicia, sino que justificado vivirá por ella; porque así como el cuerpo si vive es por el alma, así el alma por Dios. De donde así como la vida del cuerpo resulta de lo que primero une al alma con él, así también la vida del alma resulta de aquello que primero la une con Dios, que es la fe, porque la fe es lo primero en la vida espiritual. "Si vosotros no creyereis, tampoco tendréis estabilidad" (Is 7,9), así como no puede permanecer en pie una casa si se destruyen sus fundamentos (Ga 2). Pero la fe, si no está formada por la caridad, está muerta; por tanto, no da vida al alma sin la caridad (Ga 5; 1 Jn 3). O digamos que mi justo vive de la fe, esto es, por lo que a mí toca, y tiene la vida de la gloria, sin pasión actual, si no se ofrece oportunidad de padecer.

-"pero si desertare". Señala el peligro que corre el que no se mantiene en la justicia de la fe; pues, ya que el que cree tiene en su mano perder o conservar la fe, por eso dice: "si se apartare, es a saber, de la justicia y de la fe, no será agradable a mi alma". Nuestro texto dice: no será recta su alma; y es el mismo sentido. Dice San Jerónimo que siempre que el texto hebreo difiere del de la versión de los 70, el Apóstol emplea el que aprendió de Gamaliel, a cuyos pies aprendió la Ley. Así pues, no sera agradable a mi alma quiere decir: a mi voluntad, porque la voluntad de Dios debe ser la regla de nuestras acciones; por tanto, quien no esta de acuerdo con ella, no tiene recta el alma.

Al decir luego: "mas nosotros no somos de los",

lo acomoda a su intento, como si dijera: así les acontecerá a los que le vuelven las espaldas a la fe; pero "nosotros no somos de los hijos que desertan para perderse". Llamarse hijo de alguno es lo mismo que decir que está sujeto a su señorío; de modo que decir hijo de muerte es dar a entender que en él ejerce su señorío esa cosa por la que Dios lo condena (Jud.).

-"para la perdición", conviene a saber, del alma (Ps 72; 1); "sino hijos de Dios, esto es, renacidos en Cristo por la fe, para adquisición, esto es, salvación, del alma"; porque el que observa los mandamientos de Dios salva su alma (Mt 19; 1Ts 5). Por tanto, no hagamos quiebra en la fe.

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Capítulo 11

(He 11,1)

Lección 1: Hebreos 11,1

Se hace una descripción de la fe que, aunque obscura, es completa.

1 Es, pues, la fe el fundamento o firme persuasión de las cosas que se esperan, y un convencimiento de las cosas que no se ven.

En los capítulos anteriores de mil maneras nos ha mostrado el Apóstol la excelencia de Cristo, comparándolo y prefiriéndolo a los ángeles, a Moisés y a Aarón, y ha exhortado a los fieles a unírsele al mismo Cristo; la cual unión porque de principio y de modo principal se hace por la fe (Ep 3), por esa razón procede el Apóstol a cantar sus loores; acerca de lo cual, primero la describe; segundo, la ilustra con diversos ejemplos; tercero, exhorta a lo que toca a la fe.

La definición que pone es completa, pero absurda. De donde es de saber que el que quiera dar de una virtud cualquiera una definición cabal ha menester tocar la materia propia de esa virtud y su fin propio, porque el hábito se conoce por el acto, y el acto por el objeto. Por tanto, es necesario que toque el acto en orden al objeto y al fin. Así como -para poner un ejemplo- el que quiera definir la fortaleza ha de tocar la materia propia sobre que versa, conviene a saber, los temores y audacias, y el fin, esto es, el bien de la república, para que pueda decirse que la fortaleza es la virtud que les va a la mano, por el bien de la república; así también, teniendo la fe, virtud teológica, el mismo blanco por objeto y fin, es a saber, Dios, pone en primer lugar el orden y el fin, y en segundo la materia propia.

Pero es de saber que el acto de fe consiste en creer, que es un acto del entendimiento determinado a una cosa, por orden imperativa de la voluntad; de donde creer, según San Agustín, es pensar en algo dándole asentimiento; por consiguiente, es necesario que haya correspondencia entre el objeto de la fe y el fin de la voluntad. Ahora bien, el objeto de la fe es la primera verdad, en la cual consiste el fin de la voluntad, es a saber, la bienaventuranza, que de modo diverso se presenta en el camino y en la patria, porque en el camino no es tenida y, por consiguiente, ni es vista, sino sólo esperada (Rm 8), pues, como dice San Agustín, lo mismo es tener que ver. Luego la primera verdad no vista, sino esperada, es en el camino el fin de la voluntad y, por tanto, el objeto de la fe, pues tienen el mismo blanco por objeto y fin. Pero el fin simplemente último de la fe, que buscamos por la fe, en la patria, es la bienaventuranza, que consiste en la visión, a cara descubierta, de Dios (Jn 17; 20). De tal género es la esperanza de los fieles (I P. 1). Así que el fin de la fe en el camino es la consecución de esa esperada cosa, es a saber, la dicha eterna; por eso dice: "de las cosas que se esperan".

Mas pregúntase aquí ¿por qué, siendo anterior a la esperanza, defínese la fe por ella, porque lo posterior debe definirse por lo anterior y no al contrario? Respondo que por lo dicho queda ya suelta la objeción, porque uno mismo es el objeto y el fin de la fe. Siendo, pues, la consecución de la esperada cosa su fin, es necesario también que sea su objeto. Decíase, otrosí, que todo hábito debía definirse por orden de los actos al objeto. Ahora bien, lo verdadero y lo bueno, aunque en sí considerados, tómanse equivalentemente uno por otro; con todo, ya que por razón difieren entre sí, la relación o respecto de uno para con el otro lleva diferente camino, porque lo verdadero es cierta cosa buena, y lo bueno es cierta cosa verdadera.

De modo parecido, el entendimiento y la voluntad, que se distinguen según esa distinción de verdadero y bueno, guardan entre sí diferente orden; porque, en cuanto el entendimiento aprehende la verdad y lo que ella contiene, lo verdadero es entonces cierta cosa buena, y debajo de lo verdadero está lo bueno; pero, en cuanto mueve la voluntad, debajo de lo bueno está lo verdadero. Así que, en el orden del conocimiento, el entendimiento está primero; en el del movimiento, la voluntad. Por tanto, no hay definición de primero por postrero, porque, como queda dicho en la definición, de fe, es menester poner el orden del acto al objeto.

que es lo mismo que el fin. Ahora bien, fin y bien sorr lo mismo, según Aristóteles.

Pero en orden al bien la voluntad, cuya esperanza es como de sujeto, está primero. Entonces ¿por qué no dice de las cosas que se aman, sino de las que se esperan? La razón es porque la caridad se extiende a las cosas presentes y a las ausentes. Así pues, siendo el fin no alcanzado el objeto de la fe, por eso dice de las cosas que se esperan; ni empece que la cosa esperada sea objeto de la esperanza; porque es necesario que la fe se ordene como a su fin al objeto de aquellas virtudes que hacen perfecta a la voluntad, siendo así que la fe pertenece al entendimiento por cuanto lo manda la voluntad.

Mas como la fe sea una, porque de la unidad del objeto se dice uno el hábito, ¿por qué entonces no se dice de la cosa esperada, sino de las cosas que se esperan? Respondo: porque la bienaventuranza -que en sí esencialmente es una, ya que consiste en la visión de Dios, que en sí es una- es el principio y raíz de la felicidad, de la cual se derivan muchos bienes, que se contienen en ella, como las dotes del cuerpo, la compañía de los santos y otros muchos bienes. Así que, para mostrar que todo esto pertenece a la fe, habla en plural.

La palabra substancia puede explicarse de muchas maneras:

a) de modo causal, y tiene entonces dos sentidos: uno, diciendo ¡o que suena la voz substancia, esto es, que hace en nosotros estar en pie las cosas esperadas, y esto de dos maneras: de una, como si mereciera; pues, por cautivar y someter su entendimiento a las cosas de fe, merece llegar a ver alguna vez lo que espera, ya que el premio de la fe es la visión. De otra manera, como si hiciera, por propiedad suya, que, lo que se cree todavía futuro en la cosa misma, de algún modo ya lo tenga presente, con tal que crea en Dios.

b) de modo esencial, como si la fe fuera substancia, esto es, la esencia de las cosas que se esperan; de ahí que en griego diga: hipóstasis (substancia) de las cosas que se esperan; pues la esencia de la bienaventuranza no es otra cosa que la visión de Dios (Jn 17). De donde dice San Agustín que esta contemplación se nos promete como fin de todas las acciones; así que la plena visión de Dios es la esencia de la bienaventuranza. Y esto es lo que vemos en las ciencias (artes) liberales que, si alguno quiere aprenderlas, es necesario que acepte sus principios, que hay que creer cuando se los enseña el maestro, porque al discípulo -como dice Aristóteles- le toca creer; y en esos principios en cierta manera se contiene toda la ciencia, como las conclusiones en las premisas y el efecto en la causa.

Así que el que está bien fundado en los principios de esa ciencia tiene la substancia de ella, pongamos por caso la geometría; y si la esencia de la bienaventuranza estuviese en la geometría, quien tuviese sus principios tendría en cierto modo la substancia de la bienaventuranza. Ahora bien, nuestra fe consiste en creer que los bienaventurados verán y gozarán de Dios; por consiguiente, si a esa meta queremos llegar, es necesario que creamos en los principios de este conocimiento; y éstos son los artículos de la fe, que contienen toda la suma de esta ciencia, porque nos hace dichosos la visión de Dios trino y uno, que es uno de esos artículos; de donde, por creer en él, por eso dice: la substancia de las cosas que se esperan. "Al presente no vemos a Dios sino como en un espejo y debajo de imágenes obscuras" (íCo 13,12), como si dijera: entonces seremos dichosos cuando veamos cara a cara en su misma realidad lo que ahora vemos como en espejo y envuelto en velos. Así que por estas palabras muéstrase el orden que el acto de fe tiene respecto del fin, que es como de cierto comienzo de las cosas que se esperan, y en el cual enciérrase como en esencia todo, así como las conclusiones en los principios. Por consiguiente, al decir: "convencimiento de las cosas que no se ven", refiérese al acto de fe acerca de su propia materia; y el acto propio de fe, aunque enderezado a la voluntad, como está dicho, tiene su sede en el entendimiento como en sujeto, porque su objeto es lo verdadero, que propiamente pertenece al entendimiento. Pero en los actos del entendimiento hay su diferencia, pues unos son hábitos que requieren absoluta certeza para la visión completa de lo entendido, como se ve en el entendimiento que es hábito de los primeros principios; porque el que entiende que el todo es mayor que su parte ve tal cosa y está cierto de ella. Lo mismo el hábito de la ciencia, de suerte que tales hábitos de entendimiento y de ciencia dan certidumbre de lo que ven.

Pero hay otros actos que ni una cosa ni otra, es a saber, la opinión y la duda. La fe, en cambio, echa por medio camino, pues ya se ha dicho que la fe hace que asienta el entendimiento, lo cual puede hacer de dos modos: de uno, porque el moverse a asentir proviene de la evidencia del objeto, que es conocible por sí, como en el hábito de los principios, o conocido por otro objeto que es por sí conocible, como se ve en la ciencia astronómica.

Del otro modo no asiente por la evidencia del objeto, que no lo mueve suficientemente; de donde no tiene certeza, sino que, o duda, es a saber no ve razón suficiente para inclinarse más a una parte que a otra; u opina, si es que hay razón para inclinarse a una parte, aunque no quede del todo tranquilo, mas con temor de la opuesta. Pero la fe ni una cosa ni otra dice, sencillamente, porque ni tiene evidencia con los primeros, ni duda con las dos últimas, sino que a una parte se determina, con cierta certeza y firme adhesión por cierta elección voluntaria, que hace de la autoridad divina, por la que se determina el entendimiento a adherirse firmemente a las cosas de fe y a darles certísimo asentimiento. Creer, por tanto, es conocer asintiendo; de suerte que la materia propia del hábito de la fe son las cosas que no se ven, pues las que se ven, como dice San Gregorio, se conocen, no se creen; mas el acto de fe es cierta adhesión, que llama el Apóstol convencimiento, tomando la causa por el efecto, porque el convencimiento hace se crea una cosa dudosa, pues, como dice Boecio, es una razón en abono de una cosa dudosa para darle fe.

O, si nos acogemos a la etimología del nombre, por la que se dice argumento, como si arguyera a la mente, entonces toma el efecto por la causa, porque el verse obligada a asentir le proviene a la mente de la certeza de la cosa. De donde dícese argumento de las cosas que no se ven, esto es, una cierta aprehensión de las cosas que no ve. Mas, si alguno quisiera reducir estas palabras a su debida forma, pudiera decir que la fe es un hábito de la mente, por el que se da en nosotros principio a la vida eterna, que hace al entendimiento dar su asentimiento a lo que no se ve; pues, donde nosotros tenemos argumento, otro texto tiene convencimiento, porque por la autoridad divina queda convencido el entendimiento a prestar su asentimiento a las cosas que no ve.

Queda puesto pues, en claro, que la definición que de la fe da el Apóstol, aunque obscura, está completa, ya que por ella la fe se distingue de todos los otros actos que pertenecen al entendimiento; pues, por decirse argumento, se distingue la fe de la opinión, de la sospecha y la duda, ya que por estos actos el entendimiento no da su firme adhesión a algo; y, por decirse de cosas que no se ven, y de cosas que se esperan, distingüese de la ciencia y del hábito de los principios, y de la fe tomada en común, que no se ordena a la bienaventuranza; puesto que cada cosa dase a conocer y se distingue de otra, como en el caso presente, por la definición que le es propia y a la que todas las otras se reducen.

Mas parece que decir: de cosas que no se ven, no está bien dicho, pues, como dice San Juan: Tomás vio y creyó; asimismo creemos que hay un solo Dios, no obstante lo cual, lo demuestran los filósofos. Respondo que la fe se entiende de dos maneras:

a) propiamente como suena, y en este sentido, como consta de lo dicho, es de cosas no vistas ni sabidas; y precisamente porque no puede tenerse mayor certeza de la conclusión que del principio de donde sale, porque los principios son más conocidos que las conclusiones, por eso cabalmente, no siendo evidentes los principios, por consiguiente, tampoco lo son las conclusiones; y por la misma razón el entendimiento no presta su asentimiento a las conclusiones como vistas o conocidas.

b) en su acepción común, y en tal sentido excluye todo conocimiento cierto, y así dice San Agustín que la fe es de ciertas cosas que se ven; mas el Apóstol habla de la primera. A lo de Santo Tomás hay que decir lo que San Gregorio: que una cosa vio y otra creyó, porque vio la humanidad y creyó en la divinidad. A lo de la demostración, que nada impide que uno vea lo que otro cree, como parece en diferentes estados, pues lo que no se vio en el camino, se ve en la patria. De donde, lo que para mí es fe, para el ángel es visión.

De semejante manera, lo que vieron los profetas -como que Dios es uno e incorpóreo- lo han de creer los idiotas, como el zafio cree en el eclipse que ve el astrónomo; y la fe de estas cosas es sólo en cierto respecto; mas de otras, que exceden sencillamente el estado de esta presente vida, la fe simplemente es fe.

42
(
He 11,2-7)

Lección 2: Hebreos 11,2-7

Esta fe, sin la cual ni agraciar a Dios podemos, afirma no es cosa nueva, sino antigua, con ejemplos de los padres o patriarcas.

2 De donde por ella merecieron de Dios testimonio de alabanza los antiguos.
3 La fe es la que nos enseña que el mundo todo fue hecho por la palabra de Dios, y que de invisible que era fue hecho visible.
4 La fe es por la que Abel ofreció a Dios un sacrificio más excelente que el de Caín, y fue declarado justo, dándole el mismo Dios testimonio de que aceptaba sus dones; y por la fe habla todavía aun estando muerto.
5 Por la fe fue trasladado Henoc de este mundo para que no muriese, y no se le vio más, por cuanto Dios le transportó a otra parte que no se sabe; mas antes de la traslación tuvo el testimonio de haber agradado a Dios.
6 Pues sin fe es imposible agradar a Dios. Por cuanto el que se llega a Dios debe creer que Dios existe, y que es remunerador de los que le buscan.
7 Por la fe, avisado Noé de Dios sobre las cosas que aún no se veían, con temor fue construyendo el arca para salvación de su familia; y construyéndola condenó al mundo, y fue instituido heredero de la justicia, que se adquiere por la fe.

En la lección precedente hizo una descripción de la fe; muéstrala ahora por ejemplos, en general y en especial. Cuanto a lo primero, prosigue diciendo: así que la fe la describo y ensalzo; ni es esto cosa nueva, "pues por ella, es a saber, la fe, los antiguos, esto es, los Santos Padres, merecieron testimonio", esto es, creyeron y fueron educados por la fe (Gn. XV; Salmo CXV); y entre todos los Padres del Antiguo Testamento los que en esto hacen raya son especialmente esos dos, David y Abraham. "La fe es la que nos enseña-" En especial decláralo por los ejemplos de los antiguos: primero, cuanto a lo que creyeron y enseñaron; segundo, cuanto a lo que hicieron; tercero, cuanto a lo que padecieron. La doctrina en el Antiguo Testamento fue de dos especies: una a cara descubierta; otra envuelta en velos de figuras y de misterios. La primera, tocante a la unidad de Dios y creación del mundo; la segunda, del misterio de la Encarnación y reparación; de donde así como ellos, en recuerdo de la creación, escogieron para dar culto a Dios el sábado, así también nosotros, en recuerdo de la Resurrección, guardamos el domingo.

Así pues, tocante a la doctrina de la creación del mundo, dice: "la fe es la que nos enseña que el mundo todo fue hecho por la palabra de Dios", texto que puede leerse de dos maneras: a) de suerte que palabra de

Dios esté en ablativo, y el sentido sería: nosotros, como los antiguos, por la fe, esto es, por la doctrina de la fe, es a saber, del Antiguo Testamento (Gn. 1; Salmo 32) entendemos que los sigios fueron acomodados, esto es, dispuestos, por la palabra de Dios, quiere decir, por mandato de Dios. Esto pertenece a la fe, es a saber, que sepamos esto, pues por tratar la fe de lo que no se ve, también los siglos fueron hechos de cosas invisibles, conviene a saber, de la materia prima, que desnuda y privada de toda forma es invisible, sin rastro de hermosura y disposición; por lo cual dice: "y que de invisible que era fue hecho visiBfe". Mas esto, aunque verdad, está dicho con mucha tosquedad.

b) de modo que palabra esté en dativo, y entonces el sentido será éste: entendemos por la fe que los siglos estuviesen antes acomodados, esto es, que se ajustasen y correspondiesen a la palabra: "que de invisible que era fue hecho visible". Por lo cual es de saber que la palabra de Dios es el mismo concepto de Dios, por el que se entiende a Sí mismo y a las otras cosas. Ahora bien, entre Dios y su criatura hay el mismo proceder que (entre el jarro y su alcaller), o el artífice y su hechura; porque es esto lo que vemos: que lo que produce fuera, de tal arte lo atempera que (cual radio dé en el centro) a lo que pensó por dentro. De aquí que con la materia de que dispone haga una casa a semejanza de la que en su mente concibió, de suerte que la de fuera, si cuadra bien con la casa preconcebida por dentro, dirase que es una obra hecha con orden y debido modo; si no, no.

Mas ya que toda criatura está pensada y trazada al mejor torno y compás, puesto que en el artífice que la produjo no cabe el menor error ni el más mínimo defecto, por esta razón, según su modo y de forma cabalísima, responde lo producido a lo por Dios concebido. De donde Boecio tomó pie para decir: Hermosísimo Ei mismo, un mundo hermoso en su mente llevaba, y semejante a ése lo formaba. Por eso dice: "entendemos por la fe que los siglos, esto es, que todo el universo de las criaturas, están adaptados, quiere decir, corresponden convenientemente a la palabra, esto es, al concepto de Dios, como al arte lo producido por el arte (Eccli. 1)".

Prosigue el texto: "y que de invisible que era fue hecho visible"; mas ya que entre los antiguos era común persuasión que nada se hace de nada, por eso, cuando veían una nueva obra, decían que se había hecho de ciertas cosas invisibles. De ahí que pusiesen cualquier ser en cualquiera, como Empédocles y Anaxágoras, de quienes no hace al caso tratar ahora; otros dijesen que las formas se escondían, como el mismo Anaxágoras; otros, que traían su origen de las ideas, como Platón; otros, que de la inteligencia, como Avicena.

De donde, según todos éstos, las cosas visibles hiciéronse de razones ideales invisibles; mas nosotros decimos, según el modo antedicho, que de las razones ideales invisibles en el Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas; las cuales razones, aunque en realidad son lo mismo, con todo, por los diversos respectos connotativos en relación a la criatura, difieren según la razón. De donde, como dice San Agustín, la razón de crear al hombre fue una, y otra la del caballo. Así que los siglos adaptáronse a la palabra de Dios, de suerte que de las razones ideales invisibles se hiciesen las cosas visibles, esto es, todas las criaturas, por el Verbo de Dios.

Todas estas palabras van expresamente enderezadas contra los Maniqueos, pues ellos dicen que no importa lo que uno crea, sino sólo lo que haga; mas el Apóstol por principio de toda obra pone la fe; de donde dice que es substancia, esto es, fundamento. Así que sin fe las obras salen sobrando. Dicen asimismo que no hay que creer sino donde hay razón: y contra eso afirma: de las cosas que no se ven. Condenan, otrosí, el Antiguo Testamento, diciendo que tiene su origen del principio malo, es a saber, del diablo; contra lo cual afirma que por esta fe merecieron de Dios testimonio de alabanza los antiguos justos.

--"La fe es por la que Abel... " Muestra ahora lo que los padres antiguos hicieron, y primero los de antes del diluvio; segundo, los que antes de la Ley; tercero, los que después de ella. Antes del diluvio hubo 3 que le fueron a Dios especialmente gratos, conviene a saber, Abel, Henoc y Noé, de cuya fe va hablando por su turno. De Abel indica lo que hizo por su fe y qué provecho se le siguió de ella. Por la fe ofreció un sacrificio; de donde, así como la confesión es un testimonio de la fe interior, así, por el culto exterior, que se le rinde a Dios en el sacrificio, se hace recomendable su fe; y por el mismo caso que ofreció un sacrificio escogido, pues de los primerizos de su ganado y de ¡o mejor de ellos, déjase entender que su fe fue excelente; que un sacrificio de tal calidad como el suyo señal fue de una fe escogida y probada. "Maldito el hombre fraudulento, el cual tiene en su rebaño una res sin defecto, y, habiendo hecho un voto, inmola al Señor una que es defectuosa" (Mal. i).

En cambio, del sacrificio de Caín no hace mención por lo que mira a su excelencia, sino sólo que presentó ofrenda de los frutos de la tierra. Dice, pues, que Abel ofreció un sacrificio más abundante, no por la cantidad mas por la preciosidad, que el de Caín, esto es, hizo una ofrenda más excelente que la de Caín, a Dios, porque fue para honrar a Dios; de otra suerte no hubiese agradado a Dios. Dice la Glosa que con fe copiosa, pero esto no lo trae el texto griego, porque plúrima está ahí en acusativo; como se ve por el modo de hablar, que es comparativo, a no ser que diga: con fe muchísima, esto es, que con una fe mejor y más aventajada que ia de Caín ofreció su sacrificio porque, como va dicho, el sacrificio exterior señal fue de la fe interior. Ahora bien, de la fe se siguen dos cosas: una, en la vida, es a saber, el testimonio de la justicia. De ahí que diga: "dándole el mismo Dios testimonio de que aceptaba sus dones", esto es, por la fe. "Desde la sangre del justo Abel" (Mt 23,35). Con todo, no por este testimonio de Cristo dice que hubiese conseguido testimonio de que era justo, porque aquí no trata de introducir sino la autoridad del Antiguo Testamento, esto es, por lo que dice el Génesis, que "el Señor miró con agrado a Abel y a sus ofrendas" (4,4); porque el Señor pone sus ojos de manera especial sobre los justes (Ps 33).

Y esto, "dándole el mismo Dios testimonio de que aceptaba sus dones"; que quizá fue porque con fuego del cielo se abrasaban los dones; y en eso consistió ese mirar de Dios, que, con todo, puso los ojos primero en el oferente que en su oblación, pues su bondad hace le sea acepta dicha ofrenda, que no es sacramenta!, ya que la bondad del sacramento no la muda la malicia del ministro; mas cuanto al oferente, para que la ofrenda le sea provechosa, es necesaria la bondad en él.

Otro testimonio se le siguió después de la muerte; de ahí que diga: "y por la fe habla todavía aun estando muerto", porque, como dice la Glosa, después de muerto aún se nos pondera su fe, ya que se nos da materia para hablar de él, para exhortar a otros a la paciencia poniendo ejemplo en su paciencia y su fe. Mas ésta no es la intención del Apóstol, pues todo lo que tomó lo sacó de las Escrituras; de donde aquello que alega: "la aspersión de su sangre que había mejor que la de Abel" (He 12,24), hace alusión a lo que se dice en el Génesis: "la voz de la sangre de tu hermano está clamando a Mí desde la tierra"; porque esto lo consiguió por ella, esto es, por el mérito de la fe: que ya difunto, quiere decir, la sangre del difunto, clame a Dios y le hable.

-"Por la fe fue trasladado Henoc de este mundo".

Ahora ensalza a Henoc, propone su intento y luego lo prueba; mas no hace mención de sus obras, porque la Escritura poco habla de ellas, sino muestra sólo lo que Dios hizo con él; pues por la fe, esto es, por el mérito de la fe, trasladado del trato y conversación de esta vida, es preservado en otra de la muerte; de ahí que diga: "para que no muriese".

-"Y desapareció, porque Dios le trasladó" (Gn. 5,24). Y es verdad que no ha muerto, pero algún día morirá, pues la sentencia que contra los primeros padres fulminó el Señor: en cualquier día que comieres de él infaliblemente morirás, seguirá teniendo su efecto en todos los que de un modo o de otro nacen de Adán, como también en Cristo (Ps 88). Pero en estos dos, a saber, Henoc y Elias, la muerte se difirió; y la razón es porque la doctrina del Antiguo Testamento está ordenada a las promesas del Nuevo, en el cual se nos promete la esperanza de la vida eterna (Mt 4); y por eso, dada la sentencia de muerte, quiso el Señor alentar en los hombres la esperanza de la vida, cosa que hizo con los padres de uno y otro estado, conviene a saber, de la naturaleza, de la ley y de la gracia. De aquí que en el primer estado dio esperanza de evadir la necesidad de morir, en Henoc; en la ley, en Elias; en el tiempo de gracia, en Cristo, por quien se nos da el efecto de esta promesa. Por eso morirán otros, mas Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere; no así ios dos primeros, que morirán a manos del anticristo. Así pues, fue trasladado para que no muriese, no sólo para que no sintiese la muerte, y esto en aquella generación.

-"y no se le vio más". Demuestra que esto lo consiguió gracias a la fe, y primero prueba que fue trasladado; segundo, que esto lo obtuvo por el mérito de la fe. Lo primero lo demuestra por la autoridad del Génesis, que cita con otras palabras, porque allí se dice: "y desapareció, porque Dios le trasladó" (5,24); pero aquí dice: "y no se le vio más, por cuanto Dios le transportó a otra parte"; mas el sentido es el mismo: "porque el justo agradó a Dios, fue amado de El; y como vivía entre los pecadores, fue trasladado a otra parte" (Sg 4,10), porque así como convenía que el hombre por el pecado fuese expulsado del paraíso, así, por el contrario, que el justo fuese introducido en él; ya que éste, el séptimo descendiente de Adán por la línea de Set, fue el mejor de todos, así como Lamec, también el séptimo por la línea de Caín, fue el peor, por haber introducido, contra lo que pide la naturaleza, la bigamia.

Ai decir luego: "antes de la translación", prueba que si fue trasladado lo fue por ei mérito de la fe, pues antes de eso dice la Escritura que anduvo con Dios, lo cual quiere decir sentir lo mismo que Dios y serle agradable, ya que por esa causa se lo llevó Dios; pero sin fe es imposible andar con Dios y agradar a Dios. Luego. .. Hace todo este raciocinio en relación a las premisas; y primero pone la mayor, porque "antes de la traslación tuvo el testimonio de haber agradado a Dios"; por lo cual "le transportó Dios a otra parte"; "por cuanto Henoc agració a Dios y fue transportado al paraíso para predicar al fin del mundo a las naciones la penitencia" (Eccli. 44,16).

Que agradó a Dios lo demuestra la Escritura diciendo que anduvo con El (Mal. 2; Salmo C). Añade la menor al decir: "pero sin fe es imposible agradar a Dios" (Eccli. 1; Rm 3), y la prueba diciendo: "por cuanto el que se allega a Dios debe creer que Dios existe"; pues nadie puede agradar a Dios si no se le allega (Stg. 4; Salmo 33); y este acercamiento no es posible sino por la fe, porque la fe es la que alumbra al entendimiento. Luego nadie puede agradar a Dios sino por la fe; mas al que por la fe se acerca le es necesario creer al Señor. Porque, así como vemos en cualquier movimiento natural ser necesario que el móvil con su movimiento dos cosas pretenda, para no moverse de balde, es a saber, un término cierto y una causa precisa por la cual moverse; mas primero es el término antes que el efecto dei movimiento; lo mismo sucede en el movimiento por el que uno se acerca a Dios: el término del movimiento es el mismo Dios. De ahí que diga: "por cuanto el que se llega a Dios debe creer que Dios existe", lo cual dice por su eternidad (Ex. 3).

En segundo lugar, debe saber que Dios tiene providencia de las cosas; de otra suerte nadie iría a El, si no esperase alguna recompensa del mismo; por lo cual dice: "y que es remunerador de los que le buscan" (Is 40). La recompensa es lo que busca el hombre cuando trabaja. "Llama a los trabajadores y págales el jornal o recompensa" (Mt 20,8), que no es otra sino Dios, pues fuera de El no debe el hombre buscar otra cosa. "Yo soy tu protector y tu galardón sobremanera grande" (Gn XV,1), ya que no da otra cosa sino a Sí mismo (Ps XV; Tr. 3). Por eso dice que es remunerador de los que le buscan, no otra cosa.

Mas ¿por ventura con estas dos cosas hay suficiente para salvarse? Respondo que,' después del pecado de nuestro primer padre, nadie pudo salvarse del reato de la culpa original sino en virtud de la fe en el Mediador; pero esta fe tomó diferentes formas, cuanto al modo de creer, según la diversidad de los tiempos y de los estados; y así nosotros, que de tanto beneficio somos deudores, estamos más obligados a creer que los que vivieron antes de la llegada de Cristo; algunos aun de manera más franca, como los mayores y aquellos que alguna vez tuvieron una revelación especial. Lo mismo quienes después de la ley, más claramente que antes de la ley, pues dados les fueron algunos sacramentos, que representaban como en figura a Cristo; pero a los gentiles que se salvaron bastábales creer que Dios era remunerador, la cual remuneración no es posible sino por Cristo; de donde implícitamente creían en un mediador.

Mas contra lo dicho: que es necesario creer que Dios existe, se insiste, pues díjose arriba que lo creído no puede ser ni visto ni creído, y ya está demostrado que Dios existe. Respondo que podemos venir en conocimiento de Dios de muchas maneras:

a) por Cristo, es a saber, en cuanto es Padre del Unigénito y consubstancial a El, y por otras cosas que de modo especial enseñó Cristo de Dios Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, acerca de la unidad de la esencia y eternidad de las personas; y esto solamente fue creído, mas no explícitamente en el Antiguo Testamento, sino sólo de los mayores;

b) que a solo Dios se ha de rendir culto, y así lo creían también los judíos;

cj que hay un solo Dios, verdad que también conocen los filósofos y no está circunscrita a la fe.

-"Por la fe avisado Noé de Dios" 1ndica qué fue lo que hizo por la fe y qué se le siguió de ahí. Cuenta que hizo 5 cosas:

1 que creyó a lo que Dios le decía del juicio futuro, que aún no daba muestras de sí. De ahí que diga: "por la fe avisado Noé de Dios sobre las cosas que aún no se veían", se sobreentiende, creía;

2 por la fe temió, pues la fe es el principio del temor (Eccii. 25); y por eso dice: temiendo, es a saber, el diluvio prometido, que, con todo, no se veía. Luego las cosas invisibles son materia de la fe;

3 cumplió la orden de Dios de hacer el arca; por lo cual dice: "adaptó el arca", esto es, la hizo a la tasa, a propósito, guiado por Dios;

4 esperó la salvación de Dios; en razón de lo cual dice: "para salvación de su casa", esto es, de su familia, pues ellos solos se salvaron, es a saber,8 personas (I P. 3).

5 y por razón de haber hecho eso por la fe antedicha, "condenó al mundo", esto es, mostró que los mundanos merecían ser condenados; mas la revelación que se le hizo de construir el arca fue una respuesta a su deseo de "la justicia que se alcanza por la fe"; al hablar de la cual indica lo que alcanzó por la fe. Porque, así como en la muerte de alguno, otro hereda sus bienes, así también, ya que desde el principio del mundo no se había totalmente acabado la justicia en el mundo, pues duraba todavía el mundo, pero en el diluvio como que pereció todo el mundo, por eso el mismo Noé fue instituído como heredero por su fe, o "de la justicia que se adquiere por la fe"; o, así como sus padres fueron justificados por la fe, así también él fue instituido heredero de la justicia que se alcanza por la fe, es a saber, imitador por la fe de la justicia paterna.


Aquino - A LOS HEBREOS 40