Aquino - A LOS HEBREOS 49

49

Capítulo 12

(He 12,1-4)

Lección 1: Hebreos 12,1-4

Exhórtalos a que con obras den muestras por fuera de la fe que llevan en el corazón.

1 Ya que estamos, pues, rodeados de una tan grande nube de testigos, descargándonos de todo peso, y de los lazos del pecado que nos tiene ligados, corramos con aguante al término del combate que nos es propuesto,
2 poniendo los ojos en Jesús, autor y consumador de la je, el cual, en vista del gozo que le estaba preparado en la gloria, sufrió la cruz, sin hacer caso de la ignominia, y en premio está sentado a la diestra del trono de Dios.
3 Considerad, pues, atentamente a aquel Señor que sufrió tal contradicción de los pecadores contra su misma persona, a fin de que no desmayéis, perdiendo vuestros ánimos.
4 Pues aún no habéis resistido hasta derramar la sangre, combatiendo contra el pecado,

Luego de haber ponderado de mil maneras la fe, por la que ios miembros únense a Cristo su cabeza, pone ahora una amonestación moral para exhortarlos a mostrar por la obra la fe que tienen en el corazón, como también lo hace Santiago en su canónica; y primero, cómo han de habérselas con los males; segundo, con los bienes. Ahora bien, de males hay dos géneros, conviene a saber, de pena y de culpa; así que primero les enseña el modo de habérselas con ios males penales para saberlos tolerar; en segundo lugar, con los males de culpa, para evitarlos; y para sobrellevar el mal de pena los mueve con el ejemplo de los antiguos, con el ejemplo de Cristo, con la autoridad de la Escritura.

Por tanto, cuanto a lo primero dice: "ya que estamos, pues, rodeados de una tan grande nube de testigos", como si dijera: díjose que los santos, tan recomendables por el testimonio de su fe, no recibieron el cumplimiento de las promesas, no obstante lo cual, no desmayaron en su esperanza; menos, por consiguiente, hemos de desmayar nosotros, que estamos rodeados de una tan grande nube de testigos. Dícense los santos testigos de Dios, porque de obra y de palabra glorificaban a Dios (Mt 5; Is 44).

Dícense nubes:

a) por la sublimidad de su trato y conversación (Is 60);

b) por la fecundidad de su doctrina (Jb 26; 36);

c) por la utilidad de su consuelo espiritual; porque, así como las nubes dan refrigerio en el bochorno, del mismo modo los ejemplos de los santos (Is 18).

Nos vemos, pues, rodeados de una tan grande nube de testigos, porque la vida de los santos en cierto modo nos empuja a que por fuerza los imitemos. "Tomad, hermanos, por ejemplo de paciencia en los malos sucesos y desastres a los profetas" (Stg. 5,10). Dice San Agustín que así como el Espíritu Santo habla en la Escritura, así también en las proezas de los santos, que son para nosotros norma obligatoria de vida; y éste es el ejemplo de los santos con que nos mueve; mas, ya que para ajustarse a un modelo, no pocas veces, con algún estorbo que sobreviene, vese trabado e impedido el hombre, da de mano a ese impedimento principalísimo, que en nuestro caso es el peso del pecado. Ahora bien, la tribulación es como un certamen (1Co 1X); y así como en la carrera y el certamen hay que quitarse lo que estorbe, de la misma manera en el certamen de la tribulación (II Ti. 4); de suerte que el que quiera correr con pies alados a Dios ha de romper las pihuelas que le apiolen. Estos estorbos los llamó el mismo Apóstol "peso y fazos del pecado que nos tiene ligados".

Por peso puede entenderse el pecado cometido, que se llama peso porque hunde al alma en el hondón de las más bajas pasiones y tuerce su inclinación natural. "Como carga pesada cargan demasiado sobre mí" (Ps 37,5). Acota San Gregorio: "el pecado, que no es borrado por la penitencia, con su peso arrastra luego a otro".

Por pecado circundante puede entenderse la ocasión de pecado, que está en todo lo que nos rodea, a saber, en el mundo, en la carne, en el prójimo, en el demonio.

"Descargándonos, pues, de todo peso", esto es, el pecado cometido, que se llama peso, "y el pecado que nos rodea", conviene a saber, la ocasión de pecador "depuesta toda malicia y todo engaño" (I P. 2,1). O por peso puede entenderse el tedio de la tribulación, como a menudo lo usan los profetas diciendo, por ejemplo, el peso o la carga de Damasco, esto es, la tribulación, como si dijera: no se os haga gravoso padecer por Cristo. El pecado que nos rodea dícese la tentación que nos dispara el enemigo en sus rodeos, en que anda como león a ver a quién se devora (I P. 5). O por peso entiéndense las aficiones terrenas, y por el pecado circundante las aficiones carnales, es a saber, que brotan de la carne que nos rodea; como si dijera: si queréis correr con entera libertad, es de necesidad dar de mano a toda afición, temporal o carnal. De donde exhorta inmediatamente diciendo:

-"corramos por medio de la paciencia al termina del combate que nos es propuesto", no sólo en que nos han embarcado y que, mal que nos pese, tenemos que soportar, sino que de grado corramos (Ps 118); y el certamen que se nos propone es el de la justicia (Eccli. 4).

-"poniendo los ojos en Jesús, autor y consumador de la fe". Pone el ejemplo de Cristo, acerca del cual muestra por qué la pasión de Cristo ha de tomarse por dechado y qué hay que considerar en ella y señala el fruto de esta consideración. Pues, como se dice en Efesios 2: "porque de pura gracia habéis sido salvados por medio de la fe"; y como Cristo es el autor de la "fe; luego, si quieres salvarte, tendrás que poner los ojos en ese dechado.

De ahí que diga: "poniendo los ojos en la pasión de Jesús"; en significación de lo cual se levantó aquella serpiente de bronce en el desierto, como señal con la que se curasen si la mirasen (Nm. 21). "Ai modo que Moisés en ei desierto levantó en alto la serpiente de bronce, así también es menester que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo aquel que crea en El no perezca, sino que logre la vida eterna" (Jn 3,14). Si quieres, pues, salvarte, pon los ojos en el rostro de tu Cristo, que es autor de la fe por dos razones: porque la enseña de palabra (He 1; Jn 1) y porque la imprime en los corazones (Ph 1).

Asimismo es consumador de la fe, por otras dos razones: por confirmarla con milagros (Jn X) y por premiarla; pues siendo la fe un conocimiento imperfecto, su premio consiste en la perfección de ese conocimiento: "y Yo le amaré, y Yo mismo me manifestaré a él" (Jn 14,21). Esto le fue significado al profeta Zacarías, donde se dice: "las manos de Zorobabel han puesto los cimientos de este templo" ¡4,9), es a saber, de la 1glesia, cuyo fundamento es la fe, y sus mismas manos ío acabarán"; pues las manos de Cristo, descendiente del linaje de Zorobabel, funda la 1glesia en la fe, y a la fe le da su acabamiento en la gloria; pues ahora vemos en espejo y envuelto lo que vemos en imágenes obscuras, pero entonces cara a cara (1Co 13). Comenta San Agustín: la contemplación es recompensa de la fe, a cuyo servicio encárgase la fe de limpiar los corazones, como está escrito: purificando por la fe sus corazones; pues en la pasión de Cristo hay que considerar 3 cosas: lo que despreció, lo que soportó, lo que mereció.

Cuanto a lo primero, dice: "el cual, en vista del gozo que le estaba preparado". Este gozo fue el terreno, con que lo buscaba la turbamulta, a la que había alimentado, para hacerlo rey, y que El despreció huyendo al monte (Jn 6). De ahí lo del Eclesiastés: "a la risa la tuve por desvarío, y dije al gozo: cuan vanamente te engañas11 (II,2).

O, en vista del gozo de la vida eterna, que le estaba preparado como galardón, "sufrió la cruz"; -esto, es lo segundo, a saber, qué soportó, esto es, la cruz (Ph 2)-; con lo cual se nos da a entender la acerbidad de los tormentos, -pues fue enclavado de pies. y manos- la ignominia y vileza de la muerte, porque era un género de muerte ignominioso (Sg 2).

Cuanto a lo tercero: ¿qué fue lo que mereció?: estar sentado a la diestra del Padre; de donde dice: "y en premio está sentado a la diestra del trono de Dios" pues la exaltación de la humanidad de Cristo fue el premio de su pasión (He 1).

-"Considerad, pues, atentamente a aquel Señor... " Señala el fruto que se ha seguido de esta consideración, y exhorta primero a la consideración diligente de este; ejemplo; muestra, en segundo lugar, su provecho: "a, fin de que no desmayéis"; añade, en tercero, la razón i "pues aún no habéis resistido hasta derramar la sangre".

Dice, pues: ya está dicho que "poniendo los ojos..."; pero, no sólo eso, sino "considerad, repensad", esto es, una y otra vez traedlo a la memoria (Pr. 3); y la razón es porque en cualquier tribulación se halla el remedio en la cruz: que allí se obedece a Dios (Ph 2); allí para con los padres la piedad desborda su afecto -como lo demuestra cuidando de su Madre-; allí para con el prójimo se ejercita la caridad -de ahí que ruegue por sus verdugos (Lc 23; Ep 5)-; allí fue en la adversidad la paciencia de verdad (Ps 38; Is 53), y en todo finalmente la perseverancia hasta el cabo; de ahí que haya perseverado hasta la muerte (Lc 23). De donde se halla en la cruz ejemplo a toda virtud. Comenta San Agustín: patíbulo fue la cruz, donde el sufrido Jesús, si sufre, también enseña lo que de obra desempeña. "Pensad, pues, una y otra vez, en el que así soportó..."

Pero ¿qué pensar? Tres cosas, conviene a saber:

Primera, el género de pasión, de donde "contradicción soportó", esto es, aflicción en las palabras: "¡Hola!, Tú, que derribas el templo de Dios" (Mt 27; Salmo 17; Rm X; Lc 2); y "contradicción tal", esto es, tan ignominiosa y tan grave (Lm. 1,12).

Segunda, ¿de quiénes padeció? "de los pecadores" que, con ser el instrumento de su pasión, era por quienes padecía (I P. 3).

Tercera, la persona que padece; pues antes de la pasión, desde que el mundo es mundo, venía padeciendo en sus miembros, pero ahora en propia persona; de ahí que diga: "contra su misma persona" (Is 46; Salmo 68,1 P. 2).

El provecho que se sigue de pensar en la pasión de Cristo lo indica al decir: "a fin de que no desmayéis", pues la consideración de la pasión de Cristo nos hace en efecto no desmayar. Muy a propósito San Gregorio: no hay cosa por dura que sea que no se haga llevadera si se suaviza con el recuerdo de la pasión de Cristo. Así pues, no desmayéis perdiendo el ánimo, en vuestra lucha por la verdad de la fe (Is 40; 2Ts 2); y explica por qué.

-"pues aún no habéis resistido hasta derramar la sangre"; como si dijera: no habéis de apocaros en vuestras tribulaciones, pues aún no habéis sufrido tanto como Cristo, que derramó su sangre por nosotros (Mt 26); ya que lo vuestro se ha reducido a haber soportado el robo de vuestros bienes. Pero, en materia de obras, mayor cosa es dar la vida que la hacienda material, aunque, si se atiende a la raíz, es a saber, a la caridad, alguna vez pueda ser menor, como arriba se explicó; de donde dice: "aún no habéis resistido combatiendo contra el pecado, hasta la sangre", es a saber, hasta derramarla por Cristo.

50
(
He 12,5-11)

Lección 2: Hebreos 12,5-11

Exhórtalos, con la autoridad y testimonio de la Escritura, a soportar con paciencia los males, ya que su corrección es indicio de que Dios nos ama.

5 sino que os habéis olvidado ya de las palabras de consuelo que os dirige Dios como a hijos, diciendo: hijo mío, no desprecies la corrección del Señor ni caigas de ánimo cuando te reprende;
6 porque el Señor al que ama le castiga, y a cualquiera que recibe por hijo suyo le azota y le prueba con adversidades.
7 Sufrid, pues, la corrección. Dios se porta con vosotros como con hijos, porque, ¿cuál es el hijo a quien su padre no corrige?
8 Y si estáis fuera de la corrección, de que todos los justos participaron, bien se ve que sois bastardos, y no hijos legítimos.
9 Por otra parte, si tuvimos a nuestros padres carnales que nos corrigieran, y los respetábamos, ¿no es mucho más justo que obedezcamos al Padre de los espíritus, para alcanzar la vida eterna?
10 Y a la verdad, aquéllos por pocos días nos castigaban a su arbitrio; pero Este nos amaestra en aquello que sirve para hacernos santos.
11 Es indudable que toda corrección, al presente, parece que no trae gozo, sino pena; mas después producirá en los que son labrados con ella fruto apacibilísimo de justicia.

En la lección precedente los motivó el Apóstol a soportar con paciencia los males, con el ejemplo de Cristo y de los padres antiguos; aquí los exhorta a lo mismo con la autoridad de la Escritura; acerca de lo cual, pone primero la autoridad, luego explica su sentido y, puestas las premisas, arguye en orden a probar su intento. La autoridad que alega es la de Proverbios 3, pero con palabras diferentes a las de nuestro texto, pues allí se lee de la siguiente manera: "II. no rehuses, hijo mío, la corrección del Señor, ni desmayes cuando El te castigue. 12. Porque el Señor castiga a los que ama, y a aquellos en los cuales tiene puesto su afecto, como lo tiene un padre en sus hijos". Mas, porque el Apóstol trae a cuento esta autoridad para consolarlos, por eso se vale de otras palabras; de ahí que diga: "sino que os habéis olvidado ya de las palabras de consuelo", como si dijera: es cosa extraña que os hayáis olvidado (Ps 93). Y dice: de consolación, esto es, del Dios que consuela, y es una enfática locución (2Co 1).

-"que a vosotros, esto es, el Dios del consuelo, os dirige como a hijos". Luego, si castiga, no aborrece; sino que su castigo se endereza al bien, puesto que se dirige a vosotros como a hijos; y pone las palabras del autor diciendo: "hijo mío, no desprecies la corrección del Señor"; y añade la razón: "porque el Señor castiga a los que ama". Pero en la autoridad que alega prohibe dos cosas: el aborrecimiento a la corrección y la impaciencia en soportarla.

Tocante a lo primero, dice: "no desprecies, hijo mío, la corrección del Señor", como algunos, que hasta odio le tienen, por quienes se dice: "no quieras redargüir al mofador, para que no te aborrezca" (Pr. 9,8); "aborrecieron al que los amonestaba en los concursos públicos y han abominado del que les hablaba la verdad" (Am. 5,10). Dice, pues, el Apóstol: "no desprecies la corrección del Señor"; como si dijera: cuando el Señor te azote para corregirte, no se te haga de mal, esto es, de fastidio, no traigas cuenta si sirves a Dios o no, "porque desdichado es quien desecha la sabiduría y la instrucción" (Sg 3,2).

Tocante a lo segundo: "ni caigas de ánimo cuando te reprende"; que algunos, aunque no aborrecen la aspereza de la corrección, la llevan con impaciencia. Por eso dice: "no caigas de ánimo"; que entonces decimos de un hombre: está espiritualmente fatigado, cuando la tristeza es tanta que, de impaciente y quejoso, se echara sin más a un pozo, (por no sufrir el acoso de Dios que lo saca al coso) (He XI,3; Eccli. 6).

-"porque el Señor al que ama le castiga". Señala Ja causa de la corrección; porque, así como dice el Filósofo que la palabra castigo indistintamente se usa hablando de los niños y de la concupiscencia, ya que llamamos casto a aquel cuya concupiscencia ha sido castigada; lo mismo a un niño bien educado se le llama castigado -que ha menester de freno lo que se va de suyo al desenfreno-; de la misma condición, por su natural tendencia, niños y concupiscencia, han menester corrección y de cuerda buenos tratos, por seguir sus arrebatos. De suerte que el que castiga, si castiga, lo hace para que no se vaya uno a lo malo; y "atento a que los sentidos y pensamientos del corazón humano -como dice el Génesis- están inclinados al mal desde su mocedad", por eso el Señor nos castiga, para apartarnos del mal. Y en esto consiste el castigo: en los azotes que nos da, no por cierto para condenarnos, mas para salvarnos; de donde dice: "azota a todo el que recibe por hijo". Por consiguiente, a los que no les menudea el rebenque no puede contárseles en el número de los hijos (Ps 72); de donde es como una señal de eterna reprobación (Ez,16). Mas no hay que admirarse si a todo hijo adoptivo lo maltrata con azotes, cuando el propio y natural así lo trató, tan mal (Lc 24).

-"Sufrid, pues, la corrección". Muestra en qué sentido alega la autoridad y cuál es el de su exhortación, explica el porqué de ese sentido y que tal razón es conveniente, porque, "¿cuál es el hijo a quien su padre no corrige?" Ahora bien, la exhortación del Apóstol iba encaminada a que no despreciasen la corrección del Señor ni desmayasen por verse corregidos; que ambas cosas encierra en estas palabras; pues no otra cosa significan que "perseverar en la disciplina. De ahí que diga Job: "y mi consuelo sería que, sin perdonarme, fuese afligiéndome con dolores" (6; Salmo 2).

Ya había dicho por qué no debemos despreciar la corrección, porque "al que ama el Señor lo castiga". De ahí que diga aquí: "Dios se porta con vosotros como con hijos"; como si dijera: por eso habéis de permanecer a pie firme, porque se porta con vosotros como con hijos (Jr 3).

Muestra, por consiguiente, que esta razón es conveniente, diciendo: porque "¿cuál es el hijo a quien su padre no corrige?", que al padre toca corregir a su hijo.

"Quien escasea el castigo quiere mal a su hijo; mas quien le ama le corrige continuamente" (Pr. 13,24); "un caballo no domado se hace intratable; así, un hijo dejado a sí mismo se hace insolente" (Eccli. 30,8). Por tanto, es necesaria la corrección, así como a Pablo diósele para humillarle un aguijón, que le punzase y diese de bofetón, no fuese a caer de su elevación, por la soberbia y la presunción.

-"Y si estáis fuera de la corrección..." Arguye fundándose en las razones asentadas, y primero llevando su razonamiento a un término inconveniente; segundo, poniendo cierto ejemplo; tercero, por el provecho que de ahí se sigue: que "toda corrección, al presente, parece que no trae gozo, sino pena..."

Acerca de lo primero hace este raciocinio: todos los santos, que agradaron a Dios, pasaron por muchas tribulaciones, para llegar a hijos de Dios. Luego el que no persevera en la disciplina o corrección no es hijo, sino bastardo, esto es, nacido de adulterio. De este razonamiento pone solamente la conclusión: "si estáis fuera de la corrección de que todos los justos participaron, bien se ve que sois bastardos, y no hijos legítimos "; pues "todos los que quieren vivir virtuosamente, según Jesucristo, han de padecer persecución" (II Ti.3,12; Jud. 8). Ni es preciso que las tribulaciones que padecen los santos hayan de ser siempre exteriores, cuando no faltan las interiores ocasionadas del trato y mal ejemplo de los hombres perversos; como el justo Lot "a quien estos hombres abominables (de Sodoma y Gomorra) afligían y perseguían con su vida infame" (II P. 2,7).

Pero hijo propiamente se dice el que es de padre legítimo. Nuestra madre es la 1glesia, cuyo esposo es el mismo Dios (Os. 2); el adúltero es el diablo y el mundo; de suerte que Jos nacidos del espíritu diabólico o mundano son hijos adulterinos (Is 57). Es, pues, cosa clara que hijos propiamente no lo son sino los nacidos de padre legítimo.

-"Por otra parte, si tuvimos a nuestros padres carnales. .." La segunda razón la toma de nuestra experiencia, es a saber, de la corrección paterna; y esta razón procede de la doble diferencia que hay entre Dios Padre y el padre carnal:

1- que la generación humana no pasa más allá del cuerpo; el alma es creada inmediatamente por Dios, no se transmite por generación (II Me. 7). De donde dice que "tuvimos a nuestros padres carnales que nos corrigieren (Eccii. 7), y los respetábamos" (Ex. 20). Pero Dios tiene un título más excelente para padre nuestro, por el alma que nos da por creación inmediata (Eccl. 12); asimismo por justificarla, haciéndonos hijos adoptivos (Rm 8). Por eso dice: "¿no es mucho más justo que obedez

carnes al Padre de los espíritus, esto es, de nuestras almas, que se llaman espíritus, porque no son de materia, para alcanzar la vida?" (Jn 8; He. 5);

2 que la corrección humana y la divina difieren en dos cosas: en el fin, que en la corrección humana es algo transitorio, ya que es para portarse bien en esta vida, que es de pocos días; y en el motivo, puesto que el hombre corrige a su arbitrio, que puede engañarse y equivocarse y, con todo, le obedecemos. Mas en la corrección divina no sucede lo mismo; porque nos adoctrina para algo eternamente provechoso, es a saber, para recibir la santificación, que es el mismo Dios (Is 8). Por lo cual dice: "y a la verdad, aquéllos, por pocos días, nos castigaban (esto cuanto a lo primero), a su arbitrio (esto cuanto a lo segundo); pero Este nos amaestra en aquello que sirve para hacernos santos" (Is 48); por tanto, debemos recibir más y más su disciplina y corrección.

-"Es indudable que toda corrección" Esta es la tercera razón, que se toma de la utilidad de la corrección; y, siendo las penas una especie de medicinas, parece que ha de formarse el mismo juicio de unas que de otras; de modo que así como la medicina, al tomarla, es amarga y sabe a rayos, pero su fin es dulcísimo y es blanco del más encendido deseo; así también la corrección, pesada de soportar, pero de fruto exquisito.

Es de advertir que corrección (disciplina) derívase de aprendiendo (discendo), y que a los niños que aprenden los educan a azotes; por eso la corrección o disciplina alguna vez se toma como ciencia, por ejemplo, al principio del primero de los Posteriores: toda doctrina y toda disciplina... , que en griego se dice epistemon. Otras veces se toma como corrección, que en griego se dice pedia, pero en latín la denominación no tiene la misma claridad y distinción.

Dice, pues, que "toda disciplina, es a saber, la educación, con su cortejo de azotes y molestias, al presente, parece que no trae gozo, sino pena", porque al exterior, de los golpes que le dan, trae el rostro encapotado y triste, pero por dentro, por el fin que intenta, destila dulce miel. Por eso dice parece, y no dice es (2Co 6 y 4; Jn 16).

-"mas después producirá en los que son labrados con ella fruto apacibilísimo de justicia"; pues fruto quiere decir dulzura, de donde disfrutar de una cosa es deleitarse en el fin conseguido. Y dice apacibilísimo, porque aquí abajo no hay fruto que no conturben las incomodidades exteriores y tentaciones interiores y, por consiguiente, no es, como el de allá, apacibilísimo; ya que en la gloria no habrá cosa que remuerda interiormente la conciencia, ni que impulse a la culpa, ni contriste por fuera; porque allí, como dice San Agustín, habrá lo que te venga en gana. Luego ese fruto es apacibilísimo: apacible en la tranquilidad de conciencia, más apacible en la toma de la primera vestidura, apacibilísimo en el revestimiento de la segunda. "Y reposará mi pueblo en hermosa mansión de paz y en tabernáculos de seguridad, y en el descanso de la opulencia" (Is 32,18); "sus frutos son más preciosos que el oro acendrado" (Pr. 3,14).

"Producirá, pues, fruto apacibilísimo de justicia", esto es, el que se merece la justicia (Pr. Xi), o para alcanzar la justicia (Os. X; Salmo 125). Pero ese fruto no es sino "para los que son labrados con ella", esto es, por medio de la disciplina.

51
(
He 12,12-17)

Lección 3: Hebreos 12,12-17

Exhorta a los Hebreos a no caer en el pecado de omisión, y a los que no pecaron los amonesta a evitar el pecado.

12 Por tanto, volved a levantar vuestras manos caídas, y fortificad vuestras rodillas debilitadas.
13 Andad por el camino recto, no sea que por andar claudicando en la fe alguno se descamine de ella, sino, antes bien, se corrija.
14 Procurad tener paz con todos, y la santidad de vida, sin la cual nadie puede ver a Dios;
15 atendiendo a que ninguno se aparte de la gracia de Dios; que ninguna raíz de amargura, brotando fuera y extendiendo sus ramas, sofoque la buena semilla, y por dicha raíz se inficionen muchos.
16 Ninguno sea fornicario, ni profano como Esaú, que por un plato de comida vendió su primogenitura;
17 pues tened entendido que después, por más que pretendía ser heredero de la bendición, fue desechado, no pudiendo hacer que su padre mudase la resolución, por más que con lágrimas lo solicitase.

¿Cómo hemos de habérnoslas para soportar los males de pena? es a lo que arriba nos exhortó el Apóstol; ahora a cómo evitar los males de culpa; acerca de lo cual, después de exhortarlos, les indica el porqué de sus exhortaciones. Cuanto a lo primero, exhorta al hombre pecador y al no pecador. Ahora bien, hay dos géneros de pecados, es a saber, de omisión y de transgresión, y exhorta respectivamente a dejar uno y otro. El de omisión es también de dos géneros: uno, de no hacer el bien; otro, de dejar de tolerar las adversidades y los males.

Respecto de lo primero, dice: "por tanto", es a saber, puesto que la corrección trae consigo un fruto tan apacible, a fin de que podáis alcanzarlo, volved a levantar nuestras manos caídas"; pues, siendo la mano el órgano más importante de todos, se dice remisa cuando está ociosa y no hace buenas obras; por consiguiente, hay que levantarla con la recta intención a hacer obras que sean del agrado de Dios (Lm. 3; Salmo 140); ya que las manos desidiosas acarrean la servidumbre y mendicidad (Pr. X): "la mano de los fuertes dominará; pero la mano perezosa será tributaria"; en señal de lo cual, cuando Moisés elevaba las manos, vencía 1srael; mas, cuando las dejaba caer, llevaba la ventaja Amalee.

Por causa de ese pecado de omisión se dice: "fortificad vuestras rodillas debilitadas". Sobre las rodillas carga todo el peso del cuerpo; cáense, por tanto, de flaqueza las de quienes no tienen fortaleza para sobrellevar con serenidad la adversidad; esta flojedad habrá que darla de mano: "esforzad las manos flojas, y robusteced las rodillas débiles" (Is 35; Job 4). Levantad, pues, manos y rodillas, para no estar mano sobre mano, de ociosos, ni vacilar de flaqueza.

-"Andad por el recto camino". La emprende contra el pecado de transgresión, que consiste en cierta oblicuidad y encurvamiento; pues recto se dice lo equidistante entre los extremos, esto es, aquello cuya operación no se aparta de la intención y del debido fin. Hay triple oblicuidad o desviación, es a saber, en el afecto, en la operación y en el entendimiento; y las tres hay que evitarlas. Ahora bien, de una afición perversa sigúese la desviación en el entendimiento y la depravación en el afecto. Por consiguiente, cuanto a lo primero, que es raíz de lo demás, dice: "haced que vuestros pies caminen derecho", esto es, que vuestras aficiones sean rectas; que así como al cuerpo lo llevan los pies, así al alma las aficiones; de suerte que pies rectos son aficiones rectas (Ez. 1). Enderezad, pues, vuestras aficiones, que son el vehículo espiritual de todo el cuerpo; "enderezad en la soledad las sendas de vuestro Dios" (Is 40,3); esto es, cuanto esté de vuestra parte, procuradlo; aunque enderezar propiamente toca a solo Dios (Ps 20).

Cuanto a lo segundo, dice: "no sea que alguno, por andar claudicando" en lo que mira a la acción exterior; porque, así como la tibia se dice coja, cuando no sigue la regla de la potencia andadora, así también la operación cojea, cuando o a la diestra, esto es, en la prosperidad, o a la siniestra, esto es, en la adversidad, no sigue la regla de la ley divina (Is 30); o cojea el que, a par del Evangelio, observa las leyes ceremoniales.

Cuanto a la desviación del entendimiento, dice: "se descamine"; que a una mala operación sigúese un yerro intelectual. "Errados van los que obran el mal" (Pr. 14,22); "Tales cosas pensaron, y tanto desatinaron, cegados de su propia malicia" (Sg 2,21). Así que quien quiera evitar esos dos torcimientos ha de tener sus pies rectos y sus aficiones bien derechas; por eso dice: "antes bien, se corrija"; porque, así como la salud del cuerpo consiste en la buena templanza de los humores, así la del alma en la ordenación de los afectos. "Sáname,. Señor, y sanaré" (Jr 17).

"Procurad tener paz con todos". Amonesta al que no peca a evitar el pecado; para lo cual adelanta unos, remedios que sirven para evitar cualquier pecado, pero especialmente los que menciona al decir: "que ninguna raíz de amargura..." Acerca de lo primero, es de advertir que las acciones humanas tienen diferentes fines, pues unas ordénanse a otro, como la justicia, que al hombre lo ordena a su prójimo; y el fin de estas acciones es la paz. De ahí que diga Is : "la obra de la» justicia será la paz" (32).

Otras dicen orden al mismo que las hace, como ayunar, y el fin de estotras acciones es la pureza; pues no ayunamos sino para que pureza y limpieza tengamos.

Así que, cuanto a lo primero, dice: "procurad tener paz con todos", esto es, no sólo la tengáis, sino busquéis el modo de tenerla con otros. "Vivid en paz, si ser puede, y, cuanto esté de vuestra parte, con todos los hombres" (Rm 12); "busca la paz y sigúela" (Ps 33).

Cuanto a lo segundo, dice: "y la santidad de vida" (2Co 7). Que estos remedios sean necesarios lo demuestra por dos daños que incurrimos sin ellos, conviene a saber, el daño de perder la gloria en lo por venir, y el de perder la gracia al presente.

Tocante a lo primero, dice que "sin la paz y la santidad nadie puede ver a Dios", en lo cual consiste la bienaventuranza (Jn 17); como si dijera: sin paz para con el prójimo, y pureza y limpieza para consigo mismo, nadie puede ser dichoso. "Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios" (Mt 5), y sólo a los hijos se les debe la herencia de la visión divina. Asimismo: "no entrará en esta ciudad cosa sucia" (Ap. 21); "¿quién subirá al monte del Señor? o ¿quién morará contigo en tu tabernáculo?" (Ps 14,1).

Tocante al segundo daño, de perder la gracia al presente, dice: "atendiendo a que ninguno se aparte de la gracia de Dios"; porque la gracia se pierde por la discordia y la inmundicia (1Co 14; Salmo 75; Ha. 1; Sg 1). Pero aquí habla en sentido figurado el Apóstol; puesto que la gracia, aunque no se obtenga por méritos -de otra suerte no sería gracia-, con todo, exígele al hombre que ponga de su parte lo que de suyo pueda; y Dios de su voluntad, franqueándosela con toda liberalidad, la da a todo el que se dispone (Ap. 3; 1 Ti. 2). Así que la gracia de Dios a nadie le falta, sino que a todos, cuanto es de su parte, se comunica, así como a los ojos ciegos no les falta el sol.

Dice, pues: atendiendo a que ninguno se aparte de la gracia de Dios. Pero al contrario; porque si la gracia no se da en atención a las obras, sino sólo por no poner uno estorbo; luego tener la gracia depende de sólo el libre albedrío, y no de la elección de Dios, que es el error de Peiagio. Respondo: que el hecho mismo de no poner obstáculo procede de la gracia de Dios. De donde, si alguno lo pusiera y, con todo, se moviera de corazón a quitarlo, éste sería un don de la gracia de Dios que por su misericordia lo llamase (Sa. 1); mas no sería el que llaman "gratum faciens" (que primaria y principalmente es para el provecho propio espiritual del hombre y le hace agradable a Dios). El quitar o no quitar el obstáculo procede respectivamente de la misericordia o de la justicia de Dios; mas no dice: no faites tú, sino no falte alguno, esto es, el que sea, porque cualquiera debe andar solícito por el bien del prójimo (Eccli. 21).

-:"que ninguna raíz de amargura" Desciende a amonestarlos a evitar en especial los pecados contrarios a cada uno de los antedichos remedios, y primero los pecados contrarios a la paz, luego los contrarios a la santidad. Dice, pues: "que ninguna raíz de amargura. .." Amargo es aquello que no puede gustarse sin ofensa. Por consiguiente, el trato de uno dícese amargo cuando no puede tenerse sin ofensa de aquellos con quienes trata, que es lo contrario de lo que se dice de la sabiduría: "ni en su conversación tiene rastro de amargura, ni causa tedio su trato, sino, antes bien, consuelo y alegría" (Sg 8,16). Así que el que frecuenta el trato de la sabiduría no tiene en su conversación rastro de amargura, lo cual acontece cuando no tiene aspereza ni en obras ni en palabras; por lo cual dice: "atendiendo a que ninguna raíz de amargura, esto es, que apenas empieza a echar raíces en el corazón, brotando fuera y extendiendo sus ramas, sofoque" la buena semilla de la paz y, por consiguiente, la gracia y la visión divinas (Dt. 29; Os. 12). O, por raíz de amargura entiéndase la delectación morosa del mal pensamiento, que brota afuera cuando por el consentimiento se llega a la obra; "y por dicha raíz se inficionan muchos", ya que no sóio el en que ella está, sino también otros con su mal ejemplo (1Co 5).

Por fin, al decir: "ninguno sea fornicario...", amonéstalos a evitar los pecados contrarios a la santidad, a que especialmente se oponen los pecados carnales, es a saber, la lujuria y la gula, que han su cabal en el deleite carnal, cuyo escote paga muy caro la conciencia, pues cuerpo y alma se contaminan; por cuya razón amonesta de modo especial a que se eviten estos pecados, y en primer lugar la lujuria, diciendo: "tened cuidado", no sólo cada uno consigo mismo, sino "que ninguno sea fornicario", de suerte que sea incumbencia suya lo que sucede a su prójimo. Acota San Agustín: con mutua vigilancia guardad vuestra castidad. "Pero la fornicación, y toda especie de impureza o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como corresponde a los santos" (Ep 5,3); "guárdate de toda fornicación o impureza" (Tb.4,13).

En segundo lugar, prohibe la gula diciendo: "ni profano" -como alejado del templo-, que tales son los golosos que tienen por Dios a su vientre, "como Esaú". Lo susodicho lo ejemplifica en Esaú, que por goloso vendió su primogenitura; lo mismo hace el comelón que por un platillo vende su herencia eterna (Pr. 6). Pero Esaú no sólo fue goloso, sino también lujurioso, pues contra la voluntad de sus padres se casó con mujeres extranjeras. Ahora bien, el primogénito tenía derecho a doble porción, y antes del sacerdocio de Aarón estaba investido de la dignidad sacerdotal. De donde se sigue que, al vender su primogenitura, cometió simonía. Luego parece que también Jacob, que la compró, lo cual es falso; pues Jacob, iluminado por el Espíritu Santo, entendió que ese derecho le era debido, según aquello de Malaquías: "Yo amé mas a Jacob, y aborrecí o amé menos a Esaú" (I,3). Por consiguiente, no compró, sino rescató de injusto poseedor lo que de derecho se le debía; que esto es lo que dice: "el cual, Esaú, por un plato de comida vendió su primogenitura", como más a la larga se narra en Gn. 25 y 27:

Indica a continuación la pena que se le siguió: "pues tened entendido que después, por más que pretendía ser heredero de la bendición, fue desechado"; pues, como se dice en Gn. 27, en acabando de bendecir 1saac a Jacob, va llegando Esaú y le pide ia bendición, que no alcanza, aunque su padre lo hubiese hecho sin saber lo que hacía; porque en ese pasmo que lo dejó atónito, arrebatado en éxtasis, entendió del Espíritu Santo que no había de retractar lo ya hecho; de ahí que dijera: "lo bend¡¡e, y de bendición será colmado". Y de esta suerte, por acuerdo del Espíritu Santo, Esaú fue reprobado; con lo cual se nos da a entender que nadie, mientras vive, sea negligente en practicar las buenas obras, por muy reprobado que esté en la preciencia divina, porque, después de esta vida, por más que uno la desee, naturalmente no se llega a la herencia divina.

-"pues no halló coyuntura para el arrepentimiento, aunque con lágrimas lo buscó", ya que, como dice el Génesis, "rugió con toda su fuerza". Pero al contrario es lo que dice Ezequiel: "en el punto en que el impío hiciere penitencia de todos sus pecados... tendrá vida verdadera, y no morirá". Respondo: en la presente vida, mientras uno vive, puede hacerse verdadera penitencia; pero la que hacen algunos no es por amor a la justicia, mas por temor de la pena o del daño temporal. Tal fue la penitencia de Esaú, no por haber vendido la primogenitura, sino porque la había perdido. De donde no se dolía del pecado de la venta, sino de lo que perdía, con daño suyo, en la cuenta; y así, pues no fue verdadera, tampoco fue placentera la penitencia que hacía; que así es como se arrepienten los condenados en el infierno, no porque pecaron, mas porque del cielo los echaron (Sg 5).

Con todo, según la Glosa, lo de "fornicario y profano" puede entenderse de suerte que fornicario quiera decir el que a par de la fe observa las ceremonias carnales, como el que júnto con la esposa tiene a la concubina; pero profano, esto es, alejado del templo, de lo santo, como infiel a carta cabal.


52
Aquino - A LOS HEBREOS 49