Aquino - A LOS HEBREOS 52

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He 12,18-24)

Lección 4: Hebreos 12,18-24

Del cotejo del Viejo Testamento con el Nuevo saca una razón eficaz para evitar el pecado.

18 Además de que vosotros no os habéis acercado a monte sensible, y a fuego encendido, y torbellino, y negra nube, y tempestad,
19 y sonido de trompeta, y estruendo de una voz tan espantosa, que los que la oyeron pidieron, por merced, que no se les hablase más sino por medio de Moisés.
20 Pues no podían sufrir la severidad de esto que se les intimaba: si una bestia tocare al monte, ha de ser apedreada.
21 Y era tan espantoso lo que se veía, que dijo Moisés: despavorido estoy y temblando.
22 Mas vosotros os habéis acercado al monte de Sión y a la ciudad de Dios vivo, la celestial Jerusalén, al coro de muchos millares de ángeles,
23 a la 1glesia de los primogénitos, que están alistados en los cielos, y a Dios, juez de todos, y a los espíritus de los justos ya perfectos,
24 y a Jesús, mediador de la nueva alianza, y a la aspersión de aquella su sangre que habla mejor que la de Abel.

Si arriba amonestó el Apóstol a evitar los males d& la culpa, aquí señala el porqué de la admonición, que toma de la comparación entre el Nuevo y el Viejo Testamento; acerca de lo cual, primero hace la comparación -proponiendo de uno y otro lo que a cada uno toca-, y de ella toma pie para asentar su argumento.

Cuanto a lo primero, es de saber que, como dice San Agustín, la pequeña diferencia del Evangelio y la Ley es el amor y el temor; ya que la Ley fue como nuestro ayo en Cristo, y a los pequeños hay que guiarlos por terrores (Pr. 19); por lo cual el Apóstol dice aquí que al darse la Ley acontecieron ciertas cosas que infundían terror. De ahí que primero ponga esas cosas que amedrentaron a quienes se daba la Ley, y trate en segundo lugar del terror del legislador.

Tocante a lo primero, pinta el terror causado por las cosas vistas, por las oídas, por las amenazas; 3 cosas correspondientes a otras 3 que ahí eran terribles, esto es, de parte de Dios, de parte de la Ley dada y de parte de los ministros de la Ley.

De parte de Dios pone 3 cosas terribles, conviene a saber, el celo para castigar,- la severidad de la pena,, la ocultación del que daba la Ley. El celo representado está por el fuego (Dt. 4; Mal. 3); de ahí que a menudo el mismo Dios se llame celoso, pues no deja sin castigar el crimen de su esposa (Ex. 20; 34; Pr. 6). De donde se dice aquí: "no os habéis acercado a monte sensible o terrestre, y a fuego encendido"; porque aquel fuego, como se dice en el Éxodo, era corporal, por tanto, palpable y sensible, y aun colocado en cierto lugar, para que pudiese uno acercársele; pero en la nueva ley fue dado el fuego del Espíritu Santo. Porque así como a los judíos a los 50 días de su salida de Egipto les apareció el fuego del cielo, así también a los discípulos, a los 50 días de la Resurrección, les sobrevino el fuego no palpable, sino con Ja mente perceptible, del Espíritu Santo (Lm. 1). Este fuego es infinito por su naturaleza y por el lugar donde está, pues habita en una luz inaccesible (I Ti. 6); por consiguiente, no se puede llegar a él.

La severidad de la pena la simboliza el torbellino, que es viento con agua (Jb 9); o puede referirse a las tentaciones; puesto que la Ley no ponía freno a la concupiscencia, ya que no venía en ayuda con la gracia "ex opere operato", sino sólo reprimía el acto y, por tanto, daba origen a un torbellino de tentaciones.

La ocultación del dador de la Ley la significan las tinieblas, que en figura querían dar a entender que el estado de la ley estaba oculto, esto es, velado; "y así hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, cubre un velo su corazón" (2Co 3,15); pero en la nueva ley este velo ha sido quitado, en señal de lo cual, en la

Pasión de Cristo, el velo del templo quedó rasgado, porque nosotros a cara descubierta, como-en un espejo, contemplamos la gloria del Señor.

Asimismo esas tinieblas significaban la excelencia divina; porque así como lo tenebroso no puede verse con claridad, y una luz vivísima deslumbra los ojos, así también el que habita la luz inaccesible entenebrece al que quiere acercarse a elía.

-"y la tempestad". Pone ahora, de parte de la ley, las cosas terribles de oír, que las había muy terribles, como estas tres: las grandes amenazas, la gravedad de los preceptos y su número repetido.

Cuanto a lo primero, dice: "y la tempestad", que propiamente es un alboroto del mar, y por extensión se dice de las perturbaciones atmosféricas con torbellinos y lluvias; de donde significa la austeridad de las amenazas de la antigua ley (Dt. 29).

"El sonido de la trompeta" simboliza la gravedad de los preceptos, para cuyo cumplimiento declarábase al hombre como una guerra contra sí mismo.

"y estruendo de voces" significa la multitud de preceptos; de voces quiere decir las que Dios habla por medio de una criatura, es a saber, un ángel (Sa. 3); pues Dios era el que allí hablaba por medio de los ángeles.

"y estruendo de una voz tan espantosa, que los que la oyeron pidieron, por merced, que no se les hablase más sino por medio de Moisés". De donde lo que dice el Éxodo: "todo el pueblo oía las voces y los relámpagos. .. de lo cual, aterrados y despavoridos, se mantuvieron a lo lejos, diciendo a Moisés: habíanos tú y oiremos; no nos hable el Señor, no sea que muramos" (XX,18). Y añade la causa de ese excusarse, diciendo: pues no podían soportar las palabras de Dios; de donde "no sufrían, esto es, no soportaban lo que se decía". -Pues "¿qué es el hombre, sea el que fuere, para poder escuchar la voz de Dios viviente hablando de en medio del fuego, como la hemos oído nosotros, y poder conservar la vida?" (Dt. 5,26)-. Y entonces se dice que no se soportan las palabras de Dios cuando, o no se entienden o sobrepujan el afecto.

Por consiguiente, fulmina la amenaza de la pena, diciendo: "si una bestia tocare al monte, ha de ser apedreada". En Éxodo XIX se dice: "todo el que se llegare al monte morirá sin remisión. No le ha de tocar mano de hombre alguno, sino que ha de morir apedreado o asaeteado; ya fuere hombre, ya bestia, perderá la vida". Pero el Apóstol, para mayor terror, no hace aquí mención sino de las bestias, que la ley ordena matar, para mostrar la gravedad del pecado; con todo, en sentido místico, por monte se entiende la alteza de los misterios divinos; por bestia, en cambio, el hombre que vive rendido a sus bestiales apetitos (Ps 48). Esta bestia de dos modos se llega al monte: de uno, blasfemando (Ps 72; Lv. 24); de otro, entremetiéndose indignamente en las cosas divinas (Pr. 25). De donde concluye lo que pretende, conviene a saber, que estas cosas eran terribilísimas, porque ni a las bestias se perdonaba. De ahí lo que dice que "era tan espantoso lo que se decía"; con lo cual se indica la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; porque el Antiguo fue dado en medio del terror, a fin de aterrar los corazones de los judíos, que eran tan propensos a la idolatría; pero el Nuevo envuelto en amor (Rm 8). De ahí que Cristo, al principio de su predicación, no empezó fulminando terrores, sino prometiendo el reino de los cielos (Mt 4; Pr. 3 1).

Al decir luego: "Moisés dijo", trata del temor del legislador, es a saber, de Moisés, pues la ley fue dada por Moisés (Jn 1). Si pues Moisés mismo, al darse la ley, estaba aterrado, a tal grado que llegara a decir, como dice el Apóstol aquí: "despavorido estoy, esto es, por dentro, y temblando", por fuera, Moisés, el hombre más perfecto de todos, señal era que la misma ley era terrible aun para los mismos perfectos, pues no daba gracia, como está dicho, sino sólo mostraba la culpa. De donde se saca que fue un pesado yugo, del que dice San Pedro que ni nosotros ni nuestros padres pudimos soportarlo; pero la ley de Cristo es un yugo suave, porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que se nos ha dado (Rm 5,5). Donde es de advertir que el texto que aquí pone el Apóstol no es de Éxodo XX, sino que quizá lo tomó de Éxodo 3, cuando en la visión de la zarza se asustó y dijo: desde ayer y de antier no siento facilidad para hablar; con lo cual dijo, o por lo menos de hecho, si no de palabra: despavorido estoy y temblando; o acaso use el Apóstol otro texto que nosotros no tenemos; con que queda de manifiesto que la ley antigua fue ley de temor.

Pone después las condiciones del Nuevo Testamento, al decir: "mas vosotros os habéis acercado...", donde muestra lo que en el mismo se nos promete, que son la esperanza de la gloria futura, la participación de la 1glesia, el trato familiar con Dios. 1ndica lo segundo, al decir: "a la 1glesia de los primogénitos"; y lo tercero: "y a Dios, juez de todos".

Ahora bien, en la gloria celestial dos cosas hay que de modo especialísimo bañarán de gozo a los buenos, conviene a saber, la fruición de la deidad, y de los santos la compañía y hermandad; pues, como dice Boecio, un bien poseído no es agradable sino compartido (en compañía de un ser querido) (Ps 132).

La fruición consiste en la visión del entendimiento y en el deleite del afecto; pues, como dice San Agustín, disfrutamos de lo conocido, donde la voluntad con deleite pone su nido. A esa visión se refiere, al decir: "os habéis acercado al monte de Sión", ya que Sión significa la alteza de la divina contemplación (Is 33); y por "Jerusalén, ciudad celestial de Dios viviente", signifícase el afecto que rebosa en delicias; que ahí se tendrá una visión experimental de la paz, ya que no habrá cosa que perturbe, ni por dentro ni por fuera; de ahí que se diga ciudad de Dios, esto es, unidad de ciudadanos (Ps 121; 147; Ga 4), en donde no habrá más que desear (Cant. 8). Y el colmo de la alegría lo pondrá la compañía de los santos, tantos, tantos: "el coro de muchos millares de ángeles", esto es, su continua presencia, porque siempre están ahí (Mt 18); y su gran número, como consta por Daniel Vil; Job 25; Ap. 5; Is 22.

-"y la 1glesia de los primogénitos, que están alistados en los cielos". Aquí habla de la participación de la 1glesia. Llámase 1glesia la casa de Dios (I Ti. 3); primogénitos entre los santos los Apóstoles, que recibieron los primeros con mayor abundancia los dones de la gracia, por quienes se derivaron a sus descendientes (Rm 8; Ep 2). Y así como entre los antiguos senadores romanos se ponía en lista a los que elevaban a grandes dignidades, y Numa Pompilio, el primero, mandó se escribiesen en tablas doradas sus nombres, y se les llamaba padres conscriptos; así aquí el Apóstol, para darnos a entender la dignidad de (os Apóstoles, dice que sus nombres escritos están ya en los cielos, y el libro de esa escritura es el conocimiento que Dios tiene de los que se han de salvar. De donde, así como lo que allí se escribía no se olvidaba tan fácilmente, así aquellos enlistados en el cielo por la justicia final se salvarán sin falta; y ese libro llámase el libro de la vida. "Gózaos y alegraos, porque vuestros nombres escritos están en los cielos" (Lc 12,20).

Por último, al decir: "y al juez de todos", indica cómo hemos llegado a esa familiaridad con Dios; y primero con el Padre, porque dice: "os habéis acercado al juez de todos, a Dios", es a saber, al Padre, que tiene autoridad de juez en las cosas divinas; pues la autoridad del Hijo en punto a juzgar la tiene del Padre (Gn. 18). Lo que se dice en San Juan, "que todo el poder de juzgar lo dio al Hijo" (5,22), ha de entenderse cuanto a la presencia corporal, pues sola la persona del Hijo aparecerá en el juicio. Pero este acercamiento es por la fe y la caridad (Rm 5).

En segundo lugar, con el Espíritu Santo, al decir: "y al Espíritu Santo de los justos". Según la Glosa, aquí hay 3 variantes del texto, de las cuales la mejor es la del Griego: "y al espíritu de los justos perfectos", esto es, os habéis acercado al Espíritu Santo, que hace perfectos en la justicia (Jb 3 1; 1Co 3); pues toda justicia y perfección proviene del Espíritu Santo.

La otra variante dice: "y al espíritu de los justos perfectos", y el sentido es éste: os habéis acercado a Dios, que es el juez de todos, pero también es como herencia de los espíritus justos y perfectos (Lm. 3).

La tercera: "y el espíritu de los justos perfectos", esto es, para estar en compañía de los espíritus de los santos que son justos y perfectos; pero la primera es la mejor y más clara.

En tercer lugar, cuanto a la familiaridad con el Hijo, dice: "y a Jesús, mediador de la nueva alianza", como si dijera: os habéis acercado a Cristo, que es mediador de esa nueva alianza en que se nos prometen bienes espirituales; no como Moisés. De donde se sigue que "por eso es mediador de un nuevo testamento" (He 9; 1 Ti. 2).

Y el modo de efectuar esta mediación fue derramando su sangre, porque, como arriba esta dicho: "sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados". Por lo cual dice: "os habéis acercado a la aspersión de aquella su sangre" (He X); "porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros, y la ceniza de la ternera esparcida sobre los inmundos los santifica en orden a la purificación legal de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo... limpiará nuestras conciencias de las obras muertas de los pecados...?" (He 1X, i3). Y habla el Apóstol según el rito de la ley vieja donde, luego de dada ella, el pueblo fue rociado con sangre, figura de la sangre de Cristo, con la que más adelante habían de purificarse los fieles.

-"sangre que habla mejor que la de Abel"; pues la efusión de la sangre de Cristo fue figurada por la de todos los justos que ha habido desde el principio del mundo. "El Cordero que fue sacrificado desde el principio del mundo" (Ap. 13,8), esto es, se previo que sería sacrificado; por consiguiente, la efusión de la sangre de Abel fue señal de este derramamiento; pero la sangre de Cristo habla con más elocuencia que la de Abel, porque ésta clama venganza, mas la de Cristo perdón (Lc 23; Is 53; Mt 26); o "habla mejor", esto es, hace hablar mejor; porque la sangre de Abel nos hace decir que Abel es un hombre puro y justo; pero la sangre de Cristo nos hace decir que Cristo es el verdadero Dios que da la justicia.


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He 12,25-29)

Lección 5: Hebreos 12,25-29

Arguye, de lo que acaba de decir, demostrando cómo la sangre de Cristo habla mejor que la de Abel.

25 Mirad que no desechéis al que os habla. Porque si no escaparon del castigo aquellos que desobedecieron al siervo de Dios, Moisés, que les hablaba sobre la tierra, mucho más castigados seremos nosotros, si desecháramos al Hijo de Dios que nos habla desde los cielos,
26 cuya voz hizo entonces temblar la tierra; pero ahora promete más, diciendo: una vez todavía os hablaré en público; y Yo conmoveré, no tan sólo la tierra, sino también el cielo.
27 Mas con decir una vez todavía, declara la mudanza de las cosas movibles como cosas hechas sólo para algún tiempo, a fin de que permanezcan aquellas que son inmovibles.
28 Asi que, ateniéndonos nosotros a aquel reino que no está sujeto a mudanza ninguna, conservemos la gracia; mediante la cual, agradando a Dios, le sirvamos con temor y reverencia;
29 pues nuestro Dios es como un fuego devorador.

Puesta la condición de entrambos testamentos, arguye el Apóstol aquí de lo que arriba dijo; acerca de lo cual propone primero su argumento, de donde saca la conclusión principal, que es la siguiente: "así que, ateniéndonos a aquel reino, que no está sujeto a mudanza ninguna, conservemos la gracia". Cuanto a lo primero, adelanta su intención y arguye a propósito de lo que pretende: "porque si aquéllos no escaparon..., menos escaparemos nosotros".

Dice, pues: díjose que la sangre de Cristo habla mejor que la de Abel. "Mirad, por tanto, que no desechéis, o condenéis, al que os había"; esto es, llevad a efecto lo que dice, que son dos cosas: pues primero nos habla trayéndonos a la memoria su beneficio (de haber derramado su sangre), por la que se nos concede el perdón de los pecados. Así que el que torna a pecar menosprecia al que le habla.

Habla, asimismo, exhortándonos a su imitación (I P. 2); de modo que quien no toma su cruz para ir en pos de Jesús rehusa oír su voz (Ps 94; Mt 17).

-"Porque si aquéllos..." Entabla su argumentación, locución con locución, comparando y ponderando, de un testamento y de otro, ya en lo que mira al estilo, ya en la eficacia de hablar. Cuanto al estilo y al modo, porque aquél sobre la tierra, Este nos habla del cielo. De ahí que diga: "si aquéllos, esto es, los padres antiguos, por rechazar al que les hablaba sobre la tierra", -es a saber, Cristo, por medio de los ángeles o de los profetas (Is 52; He. 1); o el ángel, por quien fue dada la ley a Moisés (Ga 3; He. 2; Hch. 7)-, no escaparon del castigo impuesto por la ley divina (Jb. XI; He. 2).

Sigúese la conclusión sacada de la menor: si aquellos que rechazaron al que les hablaba sobre la tierra no escaparon, "mucho más nosotros, que damos la espalda al que nos habla desde los cielos", debemos cuidarnos de rechazarlo, esto es, porque menos podremos escaparnos; ya que el que nos habla en el Nuevo Testamento, es a saber, Cristo, está ya en los cielos (Mt 28; Dt. 4).

Así que la doctrina del Antiguo Testamento es la doctrina de Cristo, que nos habla desde la tierra por dos razones: primera, porque allí, en figura de cosas terrenas, enséñansenos cosas celestes. Prometíanse asimismo bienes terrenos; mas la doctrina del Nuevo Testamento es la de Cristo que nos habla desde el cielo; pues, por el sentido místico, las cosas terrenales suben en categoría a celestiales; prométense asimismo en eí Nuevo bienes celestiales (Mt X; Jn 3).

Compara, por consiguiente, uno y otro testamento, cuanto a la eficacia de la locución; y así del Antiguo dice: "cuya voz hizo entonces temblar la tierra", esto es, la sacudió de muchas maneras; porque en Egipto con prodigios, en el mar dividiendo sus aguas, en el desierto con terremotos (Ps 97); con lo cual se da a entender que esa locución, toda ella, conmovía los corazones con promesas terrenales.

-"pero ahora promete más". Añade lo que toca a la eficacia del Nuevo Testamento, y lo demuestra con la autoridad del profeta Ageo,. que luego explica, aunque no la cita conforme al texto nuestro, que dice así: "aún falta un poco de tiempo, y Yo pondré en movimiento el cielo y la tierra". La traslación del Apóstol es de este modo: "una vez todavía, y Yo conmoveré, no tan sólo la tierra, sino también el cielo"; pero el sentido es el mismo; y es claro que estas palabras fueron pronunciadas en tiempo del Antiguo Testamento y cerca de su término, es a saber, a la vuelta del destierro, cuando ya de ese Testamento no quedaba nada. Luego es clara señal de que lo que se prometía se cumpliría en el Nuevo Testamento, es a saber,, el cielo nuevo y la tierra nueva. "He aquí que Yo creo cielos nuevos y tierra nueva" (Is 65); creación que le fue mostrada en espíritu a San Juan: "y v¡ un cíelo nuevo y una tierra nueva" (Ap. 21); porque en esa renovación se trastornarán los cielos.

Ahora bien, por cielo puede entenderse o el aéreo, que será purificado con el fuego del último incendio, como se dijo arriba; o el sideral, que no será purificado, sino mudado de condición, pues cesará de moverse y aumentará de esplendor, porque, como dice Is , la luz de la luna será como la luz del sol, y la del sol será siete veces mayor (30,26). Dice, pues: "pero ahora, esto es, por el Nuevo Testamento, promete más diciendo: una vez todavía, y Yo conmoveré no tan sólo la tierra, sino también el cielo".

-"Mas con decir..." Expüca las palabras de la profecía y hace hincapié en eso que dice: "una vez todavía"; porque, al decir: todavía, da a entender que son cosas movibles, y al decir una vez, indica que vendrá una mutación del estado de movilidad y corrupción al de inmovilidad e incorrupción; porque, si después de ese trastorno permaneciesen en estado de mutación, no dijera: una vez, sino una y otra, lo cual es contra Orígenes, que pretendió para el mundo una renovación y recuperación infinita. Dice, pues: "mas con decir: una vez todavía, declara la mudanza de las cosas movibles, es a saber, al estado de inmovilidad.

Y, como d alguno preguntase si acaso Dios pudiese hacer esto, añade: "como cosas hechas", pues todo lo hecho está sometido al poder divino. De donde, así como Dios todo lo hizo de la nada, así, al arbitrio de su voluntad, puede también mudarlo; y esto "a fin de que permanezcan las no movibles", conviene a saber, en lo que atañe a sus esencias principales; que, en lo que toca a algunas disposiciones accidentales, se mudarán (Ps 101); lo cual quedó arriba explicado. De donde está claro que si estas cosas en el Antiguo Testamento se movían, mas no para pasar al estado de incorrupción e inmutabilidad, como se hace en el Nuevo, y sólo allí, en señal de que las promesas del Antiguo Testamento eran mudables, mas no las del Nuevo.

-"Así que, ateniéndonos nosotros a aquel reino..." Pone la conclusión de principal intento; pues, ya que de tantas maneras encareció la gracia y los beneficios que por Cristo se nos han hecho y harán, lo que pretende principalmente es movernos a servirle. Y esta conclusión la saca del hecho de prometérsenos en el Nuevo Testamento bienes que no se mudan; por tanto, desde el momento en que se hicieron, debemos servir a Cristo, que nos promete más, con un temor reverencial. -Esta es la conclusión principal. De donde primero resume el beneficio recibido, diciendo: "así que desde que", conviene a saber, Dios nos reitera la promesa de un cielo y de una tierra sin mudanza, con los cuales se simbolizan los bienes futuros estables y eternos, tenemos, esto es, devolvemos la gracia, quiere decir, el hacimiento de gracias (2Co 1X); y esto de recibiendo es porque recibimos, aunque no en realidad, pero sí esperando el cumplimiento de lo prometido, "aquel reino que no está sujeto a mudanza ninguna" (Ps 144; Lc 1).

O por gracia entiéndese el don de la gracia, que al presente recibimos como prenda de la eterna gloria; por lo cual dice: "así que, ateniéndonos a aquel reino sin mudanza", esto es, el de la gloria futura, que se nos promete (Lc 12); puesto que tenemos lo que esperamos, es a saber, la gracia, que recibimos como cierto comienzo de la gloria; porque, así como la naturaleza no falta en lo necesario, mucho menos Dios, por eso nos da ia esperanza de aquel reino, y, por consiguiente, la gracia para llegar a él (Rm 5; Salmo 83);

-"mediante la cual, agradando a Dios, le sirvamos con temor y reverencia"; con lo cual nos mueve a manifestarle a Dios nuestro rendimiento como El se lo merece; pues dicta la razón natural que nos sintamos obligados a reverenciar y honrar a aquel de quien muchos beneficios recibimos. Luego con mucha mayor razón a Dios que nos ha dado los mayores bienes y prometido una y otra vez otros infinitos; por lo cual dice que por esta gracia, dada y por dar, sirvamos, dándole gusto, a

Dios, con reverencia y temor; pues no basta servir a Dios, que puede hacerse por acciones exteriores, si por el amor y la recta intención no tratamos de agradarle (Sg 4; Salmo 1 14); pero con el obsequio con que más se sirve a Dios es con el interior (Ps 50), "en santidad y justicia" (Lc 1).

Ahora bien, por la creación llámase a Dios Señor, y por la regeneración padre. Al señor se le debe temor, al padre reverencia y amor. "Honra a su padre el hi¡o, y el siervo honra a su señor. Pues si Yo soy vuestro padre, ¿dónde está la honra que me corresponde? Y si yo soy vuestro Señor, ¿dónde está la reverencia que me es debida?" (Mal. 1). Luego a Dios hay que servirle con reverencia y temor. "Servid al Señor con temor, prestadle vasallaje con temblor" (Ps 2,2).

Que así debamos servir a Dios pruébalo con la autoridad del Dt. 4: "pues nuestro Dios es como un fuego dsvorador". Y el llamar a Dios fuego no es porque sea, como dice Dionisio, algo corpóreo, sino porque nos valemos de las cosas sensibles para designar las inteligibles, y entre ellas hallamos que el fuego tiene mayor nobleza, más resplandor, mayor actividad y en más alto lugar está encumbrado; asimismo en virtud purificativa y consumidora no hay quien le haga ventaja; razón por la cual, más que con otro nombre, Dios gusta de llamarse fuego:

a) por su resplandor, porque habita una luz inaccesible (I Ti. 6);

b) porque es el elemento de mayor actividad (Is 26);

c) por ser el más encumbrado de lugar (Ps 1 ¡2);

d) porque limpia de pecados y como que derrite. De ahí que aquí le llame fuego devorador, esto es, de pecados (Mal. 3; He. 1), y de pecadores, castigándolos (He X). Por consiguiente, ya que se nos han hecho estas promesas (Is X; Salmo 96), hemos de poner todo nuestro empeño en servir y agradar a Dios.

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Capítulo 13

(He 13,1-8)

Lección 1: Hebreos 13,1-8

Enséñales el modo de practicar las buenas obras, entre las cuales les recuerda la hospitalidad, por cuya virtud algunos hospedaron hasta a los ángeles.

1 Conservad siempre la caridad para con vuestros herma' nos;
2 y no olvidéis la hospitalidad, pues por ella, algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.
3 Acordaos de los presos, como si estuvierais con ellos en la cárcel, y de los afligidos, como que también vosotros vivís, en cuerpo. ¡
4 Sea honesto en todos el matrimonio, y el lecho conyugal sin mancilla; porque Dios condenará a los fornicarios y a los adúlteros.
5 Sean las costumbres sin rastro de avaricia, contentándoos con lo presente, pues el mismo Dios dice: no te desampararé ni abandonaré;
6 por manera que podemos animosamente decir: el Señor es quien me ayuda; no temeré cosa que hagan contra mí los hombres.
7 Acordaos de vuestros prelados, los cuales os han predicado la palabra de Dios, cuya fe habéis de imitar, considerando el fin dichoso de su vida.
8 Jesucristo, el mismo que ayer es hoy, y lo será por los siglos.

Luego de haberlos amonestado el Apóstol sobre el modo de soportar la adversidad, exhórtalos ahora a practicar las buenas obras y les enseña el modo. De donde, según la Glosa, después de recomendarles y moverlos a su imitación, empieza desde este punto a darles una instrucción moral. Acerca de lo cual, exhórtalos primero a hacer buenas obras y ruega por ellos. Cuanto a lo primero, enséñales el modo de practicar las buenas obras con los prójimos, consigo mismos y con los prelados.

Así que, por lo que mira a lo primero, dice así: ya está dicho que se nos ha prometido un reino sin mudanza, para cuya obtención, si queremos lograrla, es necesario que tengamos caridad. Luego "habéis de conservar siempre la caridad para con vuestros hermanos" (1Jn 4; 1 P. 2). Mas como la caridad, según dice San Gregorio, no se está mano sobre mano, por eso los exhorta a obras de caridad (1Jn 3) y les dice que hemos de manifestársela, a los peregrinos por la hospitalidad, a los presos por la compasión, a los pobres socorriéndolos, como ahí va enumerando: "no olvidéis la hospitalidad. .. acordaos de los presos... y de los afligidos".

Dice, pues, cuanto a lo primero: "no olvidéis la hospitalidad". Y dice así porque otrora, cuando andaban boyantes, eran muy hospitalarios, pero ahora, por haber venido a menos, no tenían la misma facilidad; con todo, no les falta el ánimo para proseguir en lo mismo según su posibilidad (Rm 12). Y hace mención especial de la hopitalidad, porque el que hospeda a los peregrinos de un golpe practica 3 obras de misericordia, pues con recibir da de comer y beber.

Y añade la razón: "pues por ella muchos agraciaron a Dios, (en testimonio de lo cual) hospedaron, sin saberlo, ángeles", como consta de Abraham y Lot. Otro texto dice así: pues por ella, como sin saberlo, hospedaron ángeles, ya que no creían que fuesen ángeles, lo que al principio fue verdad; de donde el haberlos adorado Abraham procedió de pensar que fuesen varones santos enviados por Dios, y los adoró con ia adoración de dulía que se da a los santos, y como a hombres les ofreció manjares. Mas luego que entendió que eran ángeles, por quienes hablaba Dios, les habló como a Dios, diciendo: no es eso propio de Ti, Tú que eres el que juzga toda la tierra. De modo parecido Lot.

Cuanto a lo segundo, dice: "acordaos de los presos", es a saber, de aquellos que por la causa de Dios fueron echados a la cárcel; acordaos visitándolos y rescatándolos, como si estuvieseis júntamente encadenados con ellos, pues ésta es otra obra de misericordia (Mt 25), de la cual dice Is contra los que no la practican: "a sus presos no abrió la cárcel" (14). Pero éstos alguna vez la practicaron, como parece por lo que se dijo arriba (He X). De modo especial pertenece a las obras de misericordia reputar por propia la miseria ajena.

Cuanto a lo tercero, dice: "y de los agobiados", o con la carga del trabajo corporal (Ps 127), o con el peso de los afanes del espíritu (II Ti. 2), o con los males que tienen que soportar (Eccle. 1). En pocas palabras: toda la vida aquí abajo cierta especie es de trabajo. Acordaos (se sobreentiende), "como si sintierais en pellejo propio lo que aquéllos", para que sepáis por experiencia qué han menester los que pasan trabajos (Eccli. 3 1; Mt 7).

-"Sea honesto en todos el matrimonio". Exhorta luego a practicar las buenas obras para consigo; acerca de lo cual los amonesta a cautelarse contra las concupiscencias de los deleites carnales y contra la codicia de las cosas exteriores. Así que primero los exhorta diciendo: "sea honesto en todos el matrimonio"; tocante a lo cual, es de saber que en materia venérea peca uno de dos maneras: de una, por la ilícita unión de un soltero con una soltera, y cuanto a esto dice: "sea honesto el matrimonio", se sobreentiende, en todos los que no quieren guardar la continencia, mas no haya unión fornicaria. Y dícese honesto, cuando se lleva a efecto según las debidas circunstancias del matrimonio. De donde consta que el acto matrimonial puede efectuarse sin pecado, lo cual es un argumento contra los herejes: "si una doncella se casa tampoco peca" (1Co 7,28). De donde el Señor, para demostrar que es bueno el acto matrimonial, su primer milagro lo hizo en unas bodas, y honró el matrimonio con su presencia corporal, y quiso nacer de mujer casada.

La otra manera de pecar es haciendo violencia al lecho conyugal, es a saber, cuando el varón se júnta con la esposa de otro, o la mujer con el marido de otra; y cuanto a esto dice: "y el lecho conyugal sin mancilla"; a cuyo propósito dice la Sabiduría: "ni respetan las vidas, ni la pureza de los matrimonios, sino que unos a otros se matan por celos, o con sus adulterios se contristan" (14,24). Asimismo: "más dichosa es la mujer estéril y sin mancilla que ha conservado inmaculado su lecho; eüa recibirá la recompensa de su castidad cuando Dios visite a las almas santas" (Sg 3,13).

Y añade la razón diciendo: "porque Dios condenará a los fornicarios y a los adúlteros"; con lo cual corta la cabeza al error de los que dicen que a Dios no le importan ni castiga los pecados carnales. "Nadie os engañe con vanas palabras, pues por tales cosas, es a saber, por causa de los pecados carnales,, de que ha hecho mención, descargó la ira de Dios sobre los incrédulos" (Ep 5,6). Por eso dice aquí: "a los fornicarios", por haber dicho: sea honesto el matrimonio; y a los adúlteros, porque dijo: y el lecho conyugal sin mancilla, juzgará Dios, esto es, condenará. "Porque tened bien entendido que ningún fornicador, o impúdico, o avariento, lo cual viene a ser una idolatría, será heredero del reino de Cristo y de Dios" (Ep 5,5).

-"Sean las costumbres sin rastro de avaricia". Prohibe la codicia de los bienes exteriores; y en esta materia puede pecarse de dos modos: de uno por tenacidad, de otro por codicia; ya que la liberalidad es una virtud que pone el medio debido en el manejo del dinero cuanto a dar y recibir. Tocante a lo primero, es a saber, contra la tenacidad, dice: "sean las costumbres sin rastro de avaricia", ya que el avaro se dice tenacísimo o muy "agarrado", como si dijésemos ávido de dinero. De ahí que diga el Eclesiástico: "no hay cosa más detestable que un avaro" (X,9). Tocante a lo segundo, dice: "contentándoos con lo presente", y contentos no están los que encima de lo que tienen quieren acumular montón sobre montón. (I Ti. 6).

O con el primer texto: "costumbres sin avaricia", veda la avaricia en lo que mira a la codicia y tenacidad: y cuando dice: "contentándoos con lo presente", corta de raíz la causa de la avaricia, es a saber, el afán congojoso por los bienes de la tierra (Mt 6); pues no se prohibe poner cuidado en procurar las cosas necesarias para después, sino que ese afán y solicitud embargue la mente; que quien así anda solícito está acongojado por el día de mañana.

-"pues el mismo Dios dice": Explica el porqué de la admonición, y es el motivo por el que no debemos andar con demasiada solicitud, sino, confiando en el auxilio divino,, hacer lo que esté en nuestra mano; "pues el mismo Dios dice: no te desampararé, quiere decir, al grado de no darte lo necesario, ni te dejaré", esto es, morir de hambre (Ps 30); o "no te dejaré sin librarte del mal"; de donde nace la confianza en el corazón, "por manera que podamos animosamente decir" (Is 12) ¿qué? Aquello del Salmo: "el Señor es quien me ayuda; no temeré cosa que hagan contra mí los hombres". Ayuda, por cuanto libra del mal (Ps 45); por tanto, no temeré qué puedan hacerme los hombres, esto es, todo adversario carnal (Is 51), o el diablo, que se llama hombre por haber vencido al hombre; así como Escipión Africano tomó el mote de Africano de haber debelado al África. (Mt 13).

Al decir luego: "acordaos de vuestros prelados", enséñales cómo han de practicar con ellos sus buenas obras; acerca de lo cual y haciendo diferencia entre muertos y vivos, con los muertos han de portarse de suerte que sigan sus huellas; con ios vivos de arte que los obedezcan.

Cuanto a lo primero, enséñales el modo de imitar la doctrina de los buenos, y de los malos a evitar su doctrina.

Dice, pues: "acordaos de vuestros prelados, que os han predicado la palabra de Dios", esto es, de los Apóstoles, que fueron vuestros predicadores (Is 51), no sólo de palabra, sino también de obra (Mt 28). Ni sólo os acordéis de sus palabras, mas "considerad el fin dichoso de su vida" (I Me. 2; Stg. 5). NI tampoco os contentéis con imitar su paradero, quiero decir, para que llevéis en paciencia las tribulaciones por Cristo, sino también su vida; que el paradero de una buena muerte lo va labrando una buena vida. "Imitad también su fe" para no apartaros de ella.

-"Jesucristo, el mismo que ayer, es hoy, y lo será por los siglos de los siglos". Según la Glosa, así se íntrodujo este texto: pues El mismo había dicho anteriormente lo que se le dijo a Josué: "no te desampararé ni te dejaré". Estos pudieran replicarle: está muy puesto en razón que deba confiar en la ayuda de Dios aquel a quien esto se le dijo, mas no nosotros a quienes no se dijo. A tal objeción le sale al paso el Apóstol, diciendo que Cristo, que eso dijo a Josué, permanece para siempre; por consiguiente, así como pudo entonces ayudarlo, así también ahora a nosotros. Por eso dice: "Jesucristo, el mismo que ayer, es hoy..." O puede referirse a lo inmediatamente dicho; pues ya había dicho que debían imitar a los Apóstoles. Entonces podían haber dicho que no había semejanza, porque ellos fueron inmediatamente instruidos por Cristo, y estaban a su servicio, pero nosotros no; en razón de lo cual dice el Apóstol que Cristo permanece, y, por consiguiente, nos instruye para que le sirvamos. De ahí que diga: "Jesucristo, el mismo que ayer, es a saber, en tiempo de los primeros Apóstoles, es hoy, esto es, en este tiempo, y lo será por los siglos de los siglos" (Mt 28; Ap. 1; Salmo 101); con lo cual nos indica el Apóstol la eternidad de Cristo.


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Aquino - A LOS HEBREOS 52