Tomas Aq. - Romanos 29

Lección 3: Romanos 6,11-18

29
075 (
Rm 6,12-18)


Exhorta a los Romanos a no permanecer en pecado y a la vez plantea la cuestión de si haya que pecar estando en gracia.

12. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus concupiscencias.
13. Ni sigáis ofreciendo al pecado vuestros miembros como armas de iniquidad; antes bien, ofreceos vosotros mismos a Dios, como resucitados de entre los muertos, y vuestros miembros como armas de justicia para Dios.
14. Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros. Pues no estáis bajo la Ley sino bajo la gracia.
15. Entonces ¿qué? ¿Pecaremos por cuanto no estamos bajo la Ley sino bajo la gracia? De ninguna manera.
16. ¿No sabéis que si a alguien os entregáis como esclavos para obedecerle, esclavos sois de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte^ sea de la obediencia para justicia?
17. Pero gracias a Dios, así como erais esclavos del perado, habéis venido a ser obedientes de corazón a aquella forma de doctrina a la cual os entregasteis.
18. Y libertados del pecado, habéis venido a ser siervos de la justicia

Habiendo enseñado el Apóstol que no debemos permanecer en pecado, y que tenemos poder para ello, aquí concluye en una exhortación moral. Y acerca de esto hace tres cosas. Primero enuncia la admonición: luego, da la razón de ello: Porque el pecado, etc.; finalmente, plantea una cuestión y la resuelvo: Entonces ¿qué? ¿Pecaremos, etc.? Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero enuncia la admonición; luego, la explica: de modo que obedezcáis, etc.

Así es que primero dice: Dicho está que nuestro hombre viejo está crucificado de una vez por todas para que sea destruido el cuerpo del pecado, con lo cual se da a entender que de tal manera ha sido disminuido el poder del pecado que no pueda dominarnos. Luego que en lo sucesivo no reine ya el pecado en vuestro cuerpo mortal. Pero no dice: Que no haya pecado en vuestro cuerpo mortal, porque mientras nuestro cuerpo sea mortal, o sea, sujeto a la necesidad de la muerte, no puede existir sin que en él exista el pecado, esto es, el fomes del pecado. Pero por haber sido liberados por Dios del reino del pecado, debemos esforzarnos por que el pecado no recupere en nosotros el dominio ya perdido; y esto lo dice así: que no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal. Y de esto es necesario cuidarnos mientras cargamos con el cuerpo mortal, porque se dice en el Libro de la Sabiduría (9,15): El cuerpo corruptible hace pesada el alma, etc.

En seguida, cuando dice: de modo que obedezcáis, etc., explica la admonición antecedente. Acerca efe lo cual se debe considerar que de dos maneras reina el pecado en el hombre. De una primera, por el interno consentimiento de la mente. Y para evitarlo dice: de modo que obedezcáis a sus concupiscencias. Porque obedecer por el consentimiento de la mente a las concupiscencias del pecado es reinar el pecado en nosotros. No te dejes arrastrar de tus pasiones (Eccli 18,30}. De un segundo modo reina el pecado en nosotros mediante ejecución de obras. Y para excluir esto dice: Ni sigáis ofreciendo vuestros miembros al pecado, esto es, al fomes del pecado, como armas de iniquidad, esto es, como instrumentos de ejecución de la iniquidad. Porque cuando con sus miembros comete pecado el hombre, comete una iniquidad: y es claro que así se pelea por reconstruir el dominio del pecado, que con la costumbre de pecar toma cuerpo en nosotros. Y bajaron al infierno con sus armas (Ez 32,27).

En seguida, cuando dice: pero ofreceos vosotros mismos a Dios, etc., exhorta a lo contrario, o sea, a que nos le ofrezcamos a Dios. Y primero en cuanto al efecto interior, diciendo: pero ofreceos vosotros a Dios, de modo que vuestra mente se le sujete. Ahora bien,1srael, ¿qué pide de tí el Señor Dios tuyo, sino que temas a tu Señor Dios y sigas sus caminos? (Deut 10,12). Y esto debéis hacerlo como vivientes de entre los muertos, o sea, en cuanto traídos a la vida de la gracia desde la muerte de la culpa. Y por esto también es ¡isto que el qué vive ya no viva para sí sino para Aquel que murió por todos (2Co 5,15). Y lo segundo en cuanto al acto exterior, por lo cual dice: Ofreced vuestros miembros a Dios, esto es, para su servicio, como armas de justicia, a manera de instrumentos para el cumplimiento de la justicia, con los cuales luchéis contra los enemigos de Dios. Vestios la armadura de Dios, para poder sosteneros contra las insidias del diablo (Ef 6,2).

En seguida, cuando alguien dice: Porque el pecado, etc., da la razón de su admonición. Porque podría alguien excusarse a sí mismo -juzgándose estar impedido para observarla- haciendo valer el dominio del pecado. Pero esto primeramente lo excluye el Apóstol diciendo: Porque el pecado no tendrá dominio sobre nosotros, es claro que si empezáis por resistir al pecado y por ofreceros a Dios, según aquello de Santiago 4,8: Allegaos a Dios, y El se allegará a vosotros. Y Santiago 4,7: Resistid al diablo, y él huirá de vosotros. Como si dijera: por lo ya dicho podéis comprobar que no os encontráis con que el pecado domina en vosotros, por lo que pudierais retroceder; porque hemos sido librados por Cristo, según aquello de Juan 8,36: Si pues el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres.

En segundo lugar explica así lo que dijera: Pues no estáis bajo la Ley sino bajo la gracia. En lo cual se debe considerar que no se habla de la Ley sólo en cuanto a las prescripciones ceremoniales sino también en cuanto a las morales, bajo la cual se dice que se está doblemente. De una manera, como sujeto uno voluntariamente a las observancias de la Ley. Y de este modo aun Cristo estuvo bajo la Ley, según aquello de Gálatas 4,4: Puesto bajo la Ley, porque ciertamente observó la Ley no sólo en cuanto a las prescripciones morales, sino también en cuanto a las ceremoniales. Ahora bien, los fieles de Cristo están ciertamente de este modo bajo la Ley, en cuanto a las morales, mas no en cuanto a las ceremoniales. De otra manera se dice que está alguien bajo la Ley como constreñido por la Ley, y así se dice que está bajo la Ley quien no voluntariamente por amor sino que por temor es constreñido a observar la Ley. Y este tal carece de la gracia, pues si la tuviera inclinaría a la voluntad a observar la Ley para cumplir por amor sus preceptos morales. Así es que mientras alguien está bajo la Ley de tal manera que no la observe voluntariamente, domina en él el pecado, por el cual la voluntad del hombre se inclina a querer lo que es contrario a la Ley, dominio que por la gracia se suprime de modo que el hombre obedezca la Ley no como si estuviera sujeto a ella sino como libre. No somos hijos de la esclava sino de la libre, con la libertad con la que Cristo nos liberó (Salat 4,31 y 5,1). Ahora bien, esta gracia que hace que el hombre observe libremente la Ley no la conferían los sacramentos legales sino que la confieren los sacramentos de Cristo, por lo cual quienes se sujetaban a las ceremonias de la Ley, en cuanto a lo que corresponde a la virtud de los propios sacramentos legales, no estaban bajo la gracia sino bajo la Ley, a no ser que por la fe de Cristo alcanzaran la gracia. Y quien se sujeta a los sacramentos de Cristo consigue la gracia por la propia virtud de ellos, para no estar bajo la Ley sino bajo la gracia, a no ser que por su culpa se sujete a la servidumbre del pecado.

En seguida, cuando dice: Entonces ¿qué? etc., plantea una cuestión contra lo que se ha dicho. Y acerca de esto hace tres cosas. Primero plantea la cuestión. Lo segundo, la resuelve presentando su inconveniencia: De ninguna manera. ¿No sabéis que si a alguien os entregáis, etc.? Lo tercero, muestra ser inconveniente aquello a lo que conduciría: Doy gracias a Dios, etc. Acerca de lo primero se debe considerar que lo ya dicho podría mal interpretarse por algunos, de modo que los fieles de Cristo nc estén bajo la Ley en cuanto a la obligación de observar los preceptos morales, de lo cual se seguiría que a los fieles de Cristo les sería lícito pecar obrando contra los preceptos morales. Por lo cual bajo este sentido plantea la cuestión diciendo: ¿Pues qué diremos? ¿Acaso no pecamos obrando contra los preceptos morales de la Ley porque está dicho que no estamos bajo la Ley sino bajo la gracia? Y este sentido el Apóstol lo desaprueba (Galat 5,13), diciendo: Vosotros, hermanos, fuisteis llamados a la libertad; mas no uséis la libertad como pretexto para la carne. Y por eso, respondiendo también aquí, agrega: De ninguna manera: no pequemos porque hemos sido librados de la Ley; porque si pecáramos se seguiría el inconveniente de que de nuevo caeríamos bajo la servidumbre del pecado. Y esto lo dice así: ¿No sabéis que si a alguien os entregáis por vuestra propia voluntad como esclavos para obedecerle, espontáneamente seréis esclavos de aquel a quien obedecéis? Porque el obedecer es la deuda que los esclavos le deben al señor: Siervos, obedeced a los amos según la carne (Ef 6,5). De aquí que cuando alguien obedece a otro se hace siervo suyo obedeciéndole. Pero siendo diversos los salarios son diversos los señores a quienes se obedece. Porque quien obedece al pecado, por la servidumbre del pecado va derecho a la muerte. Y esto lo dice así: sea del pecado, o sea que siervos suyos sois obedeciéndole. Y esto conduce a la muerte, o sea, que precipita a la eterna condenación, de la cual se dice en el Apocalipsis (2,1 1): El vencedor no será alcanzado por la segunda muerte. Quien en verdad obedece a Dios se hace siervo de tal obediencia, porque por la costumbre de obedecerle, más y más se inclina su mente a obedecer y así alcanza la perfección de la justicia. Y esto lo dice así: sea de la obediencia, esto es, de los divinos preceptos, seréis esclavos para cumplir con la justicia,según aquello: Serán justificados los que cumplen la Ley (Rm 2,13). Y muy convenientemente le opone la obediencia al pecado, porque como dice Ambrosio el pecado es la transgresión de la ley divina y la desobediencia de los mandatos celestiales.

En seguida, cuando dice: Pero gracias a Dios, muestra ser inconveniente que por obedecer al pecado caigamos de nuevo ba¡o la servidumbre del pecado. Lo primero por una razón tomada del beneficio que hemos conseguido. Porque si alguien por gracia de otro es liberado de la esclavitud, inconveniente es que él mismo espontáneamente se sujete a servidumbre; por lo cual, como nosotros por la gracia de Dios hemos sido liberados del pecado, inconveniente es que espontáneamente nos sujetemos de nuevo a la esclavitud del pecado. Lo segundo, por la condición a la cual hemos sido conducidos después de la liberación del pecado para que seamos siervos de la justicia. Porque a ningún siervo le es lícito sujetarse a la esclavitud de un señor contrario; por lo cual no nos es lícito que habiendo sido hechos siervos de la justicia, de nuevo busquemos la esclavitud del pecado. Una y otra razón toca el Apóstol a la vez, diciendo: Doy gracias a Dios, y así también vosotros debéis dar gracias de que siendo esclavos del pecado (porque todo el que comete pecado es esclavo del pecado; Juan 8,34), obedecisteis, es claro que creyendo (para obediencia fiel entre todos los gentiles: Rm 1,5), y esto no constreñidos, sino de corazón (Con el corazón se cree para justicia: Rm 10,10) a aquella forma de doctrina, esto es, a la doctrina de la fe católica (Las palabras saludables en la misma forma que de mí las oíste: 2 Tim 1,13) a la cua! os entregasteis, esto es, a la cual totalmente os sujetasteis. (Se entregaron ellos mismos primeramente al Señor, y luego a nosotros por voluntad de Dios: 2Co 8,5). Y por esto habéis sido libertados del pecado, y así no conviene que volváis a caer bajo la esclavitud del pecado; y habéis venido a ser siervos de la justicia, y así no conviene que desertéis de la justicia. Fuisteis comprados por un precio (ICo 6,20), y no sois vuestros.





Lección 4: Romanos 6,19-23

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Rm 6,19-23)


Manifiesta la pena del pecado y puesta al descubierto su torpeza, que infaliblemente provoca en el hombre la vergüenza, los exhorta a dedicarse a la santificación de la vida.
19. Hablo como suelen hablar los hombres, a causa de la flaqueza de vuestra carne. Porque así como para iniquidad entregasteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y a la iniquidad, así ahora entregad vuestros miembros como siervos a la justicia para la santificación.
20. En efecto, cuando erais esclavos del pecado, independizados estabais en cuanto a la justicia.
21. ¿Qué fruto lograbais entonces de aquellas cosas de que ahora os avergonzáis puesto que su fin es la muerte?
22. Mas ahora, libertados del pecado, y hechos siervos para Dios, tenéis vuestro fruto en la santificación, y como fin vida eterna.
23. Porque el estipendio del pecado es la muerte. Mas la gracia de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

Habiendo mostrado el Apóstol la razón tomada dei beneficio divino, por el cual no debemos permanecer en el pecado sino servir a Dios, aquí enseña lo mismo por la razón tomada de lo acostumbrado en la primera vida. Y acerca de esto hace tres cosas. La primera, enunciar la naturaleza de la enseñanza que propone; luego, explanar la enseñanza: Porque así como para iniquidad entregasteis vuestros miembros; la tercera, dar la razón de la enseñanza: En efecto, cuando erais esclavos, etc.

Así es que primero dice: Os amonesto a que os ofrez cáis a Dios. Hasta ahora os hablo a ¡o humano, de acuerdo con la flaqueza humana. Y así, la vez que se habla del hombre en la Escritura es para expresar la naturaleza de la flaqueza humana. Hombre flaco y de cojto tiempo, incapaz de entender la justicia y las leyes (Sab 9,5). En efecto, habiendo entre vosotros celos y discordias ¿acaso no sois carnales y vivís a modo de hombres? (ICo 3,3). 1ndica la causa, añadiendo: a causa de la flaqueza; porque a los perfectos se les deben dar los preceptos más perfectos. Predicamos, sí, sabiduría entre los perfectos (ICo 2,6). El alimento sólido es para los hombres hechos (Hebr 5. 14). A los débiles Hay que darles preceptos leves. Como a niños en Cristo, leche os di a beber, no manjar sólido (ICo 3,2). Habéis venido a necesitar de leche (Hebr 5,12). Ahora bien, tal flaqueza no proviene def espíritu sino de la carne, porque el cuerpo corruptible hace pesada el alma, como dice el Libro de la Sabiduría (9,15). Por lo cual agrega: de vuestra carne.-El espíritu está presto, pero la carne es débil (Mt 26,41; Marcos 14,38).

En seguida, cuando dice: Porque así como para iniquidad entregasteis vuestros miembros, etc., da la doctrina que llama ser humana, con la cual enseña que el cuerpo debe ser entregado para el servicio de la justicia de la misma manera que lo hemos entregado para ser esclavo del pecado. Y esto lo dice así: Porque así como para iniquidad entregasteis vuestros miembros como esclavos, esto es, para la ejecución de malas obras, a la impureza y a la iniquidad, concebidas en el corazón, de modo que la impureza corresponda a los pecados carnales. Cualquier fornicación o impureza ni se mencione entre vosotros (Ef 5,3). La iniquidad, en cambio, corresponde a los pecados espirituales y principalmente a los que son para perjuicio del prójimo. Estando en su lecho discurre cómo obrar la iniquidad (Ps 35,5). A esos pensamientos concebidos en el corazón los miembros les sirven para la 1niquidad, esto es, para obras de hecho. Y aquí habla de iniquidad en lugar de inmundicia e iniquidad, por cuanto todo pecado es iniquidad (Rm 13). Y esto por cuanto rompe la equidad de la ley divina. Así ahora, esto es, liberados ya del pecado, entregad vuestros miembros, es claro que para la ejecución de buenas obras, como siervos a. la justicia, que se nos propone en la ley divina; y esto para la santificación, esto es, para la realización y aumento de la santidad. El santo santifíquese más (Ap 22,1 1). Ahora bien, dice que esto es humano, porque conforme al recto juicio se exige que el hombre sea mucho más siervo de la justicia que lo que anteriormente sirviera al pecado. Porque si vuestra voluntad os movió a descarriaros de Dios, le buscaréis con una voluntad diez veces mayor, luego que os hayáis convertido (Bar 4,28).

La razón de tal enseñanza la da en seguida diciendo: En efecto, cuando erais esclavos, etc. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero enuncia la razón de las cosas ya dichas; y luego prueba lo que propusiera: Porque el salario del pecado es la muerte. Ahora bien, muestra la razón de las premisas, dando la preferencia al estado de gracia sobre el estado de culpa. Porque si muchos más bienes provienen para nosotros de la justicia que de la culpa, mucho más debemos preocuparnos por servir a la justicia que lo que nos hayamos propuesto para servir al pecado. Así es que primero señala la naturaleza del estado de pecado; luego, la naturaleza del estado de justicia: Mas ahora, libertados del pecado, etc. Acerca de lo primero hace tres cosas. Primero indica la naturaleza del pecado; luego, el efecto del pecado: ¿Qué fruto lograbais, etc.?; lo tercero, el fin: puesto que su fin es la muerte.

Acerca de lo primero débese considerar que el hombre goza naturalmente de libre albedrío, por la razón y por la voluntad, la cual no puede ser obligada aunque sí inclinada a algunas cosas. Así es que el hombre, en cuanto al arbitrio de la razón, permanece libre de coacción, aunque no es libre de toda inclinación. Porque a veces el libre albedrío se inclina al bien por él hábito de la gracia o de la justicia; y es entonces cuando sirve a la justicia y es libre del pecado. Pero a veces el libre albedrío se inclina al mal por el hábito del pecado, y es entonces cuando se esclaviza al pecado y se libera de la justicia. Esclavitud ciertamente del pecado por la cual es arrastrado al consentimiento del pecado, contra el juicio de la razón. El que comete pecado esclavo es del pecado (Jn 8,34). Y en cuanto a esto dice: En efecto, cuando erais esclavos del pecado. Y liberación respecto de la justicia en cuanto a que el hombre sin el freno de la justicia se precipita en el pecado. Y en cuanto a esto dice: independizados estabais en cuanto a la justicia, lo cual les ocurre principalmente a los que pecan con claro propósito. En cambio los que por flaqueza o por pasión pecan, conservan todavía cierto freno de justicia, de modo que no se han liberado por completo respecto de la justicia. Ya desde tiempo antiguo quebraste mi yugo, rompiste mis coyundas, y dijiste: No quiero servir (Jerem 2,20). El hombre necio se yergue con altanería, y se cree libre como el pollino del asno montes (Jb 2,12). Pero débese saber que tal estado es de verdadera esclavitud, pues su libertad no es verdadera sino tan sólo aparente. Porque como el hombre es lo que es según la razón, el hombre viene a ser verdadero esclavo cuando por algo extraño se aparta de lo que es de razón. Pues que alguien no se prive por el freno de la razón de obedecer a la concupiscencia, es libertad en cuanto a su propia opinión, que tiene por bien máximo el entregarse a su deseo.

En seguida, cuando dice: ¿Qué fruto lograbais entonces, etc.? muestra el efecto del pecado. Y ciertamente excluye un efecto, a saber, todo efecto fructuoso, diciendo: ¿qué fruto entonces? cuando pecabais, en aquellos pecados. Porque son infructuosas las obras del pecado porque no ayudan al hombre a conseguir la bienaventuranza. Los trabajos que hagan son trabajos inútiles (Is 59, ó). ¡Ay de vosotros que no pensáis sino en cosas vanas y maquináis en vuestros lechos perversos designiosi (Miq 2, i). Y prueba que hay un efecto que causa confusión, diciendo: de aquellas cosas, o sea, pecados, de los cuales ahora, en estado de penitencia, os avergonzáis por su torpeza. Después que me iluminaste he herido mi muslo, y he quedado confuso y avergonzado (Jerem 31,19). Os afrentaréis de los jardines que preferíais (Is 1,29), o sea, de la voluptuosidad que elegisteis.

En seguida, cuando dice: puesto que su fin, etc., indica el fin del pecado, diciendo: su fin, esto es, de los pecados, es la muerte. La cual, aunque ciertamente no sea la finalidad de quien obra el pecado, porque al pecar no trata de desembocar en la muerte, es sin embargo el fin de los propios pecados, porque de suyo están constituidos para conducir a la muerte temporal, porque como el alma aparta de sí a Dios, lógico es que su cuerpo se separe de ella; y a la muerte eterna, porque quien quiere separar el tiempo respecto de Dios, por la concupiscencia del pecado, bueno es que de El sea apartado eternamente, lo cual es la muerte eterna. Los que practican tales cosas son dignos de muerte (Rm 1,32).

En seguida, cuando dice: Mas ahora, libertados, etc., muestra la cualidad del estado de justicia. Y primero indica la naturaleza del estado de justicia; luego, el efecto: tenéis vuestro fruto en la santificación; por último, el fin: y como fin vida eterna. Acerca de lo primero débese considerar que así como cuando alguien se inclina por el pecado al mal, se libera respecto de la justicia, así también cuando uno por el hábito de la justicia y de la gracia se inclina al bien, se libera del pecado, de modo de no ser dominado por éste hasta el grado de consentirlo. Por lo cual dice: Mas ahora, esto es, en estado de justicia, libertados del pecado. Si. pues, el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres (Jn 8,36). De manera semejante, al contrario, así como en el estado de pecado se es esclavo del pecado, al cual se obedece, así también, en el estado de justicia es uno siervo de Dios obedeciendo voluntariamente, según aquello del Salmo 99,2: Servid al Señor con alegría. Y esto lo agrega diciendo: y hechos siervos para Dios.-¡Oh Señor, siervo tuyo soy, siervo tuyo! (Ps 115,16). Y esta es la verdadera libertad y la mejor servidumbre, porque por la justicia se inclina el hombre a lo que a él mismo le conviene, lo cual es lo propio del hombre, y se aparta de lo que corresponde a la concupiscencia, que es bestial de manera máxima.

En seguida, cuando dice: tenéis vuestro fruto, etc., indica el efecto de la justicia, diciendo: tenéis vuestro fruto en la santificación, a saber, la propia santificación, o sea, la realización de la santidad por las buenas obras es vuestro fruto, en cuanto esto espiritualmente y santamente os deleita. Mis flores dan frutos de gloria y de riqueza (Eccli 24,23). El fruto del espíritu es gozo, paz, etc. (Gal 5,22). En seguida indica el fin, diciendo: y como fin vida eterna. La cual es ciertamente el fin de los mismos justos, que por conseguir la vida eterna lo hicieron todo. Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura (Mt 6,33). Y también de las mismas obras que haciéndose por obediencia a Dios y a imitación de Dios, merecen la vida eterna. Mis ovejas oyen mi voz, Yo las conozco, y ellas me siguen. Y Yo les daré vida eterna (Jn 10,27-28).

En seguida, cuando dice: Porque el salario del pecado, etc., pone en claro lo que había dicho acerca de los fines de los malos y de los buenos. Y primero en cuanto a los malos, dice: dicho está que el fin de los pecadores es la muerte: porque el estipendio del pecado es la muerte. Ahora bien, se llama estipendio o soldada al pago de los militares, por estar pendiente de un brazo de madera, esto es, que se debe pesar. Porque el dinero que se distribuía entre los soldados se pesaba. Y como los pecadores militan para el pecado, ofreciendo sus miembros como armas al pecado, como ya se dijo, se dice que la muerte es el estipendio del pecado, esto es, su retribución, con la que les paga a los que le sirven. Y de aquí resulta claro que la muerte es el fin de los pecadores, no el que los pecadores desean, sino con el que se les paga. Fuego, azufre, viento tempestuoso son el cáliz que les tocará (Ps 10,7). Mas en cuanto a los buenos, dice: Mas la gracia de Dios es vida eterna. Porque habiendo dicho que los justos tendrán vida eterna, la cual ciertamente no se puede obtener sino por la gracia, por eso el hecho mismo de que obremos el bien y de que nuestras obras merecen la vida eterna, es por la gracia de Dios. Por eso tambin se dice en el Salmo 83,12: La gracia y la gloria dará el Señor. Y así, nuestras obras si se consideran en su naturaleza y en cuanto que proceden del libre albedrío del hombre, no merecen de condigno la vida eterna, sino tan sólo en cuanto que proceden de la gracia del Espíritu Santo. De aquí se dice en Jn 4,14, que el agua que El da se hace fuente de agua que salta hasta la vida eterna. Y esto se realiza en Jesucristo Señor nuestro, o sea, por Cristo, o en cuanto en El mismo estamos por la fe y la caridad. Que todo el que vea al Hijo y crea en El tenga vida eterna; y Yo Je resucitaré en el último día (Jn 6,40).


CAPITULO 7


Lección 1: Romanos 7,1-6

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Rm 7,1-6)


Pone ya de manifiesto que nosotros estamos Ubres de la esclavitud de la Ley de Moisés por la gracia de Cristo, y se trata de varias cosas relativas a las nupcias bajo la Ley.
1. ¿Acaso ignoráis, hermanos, pues hablo a quienes conocen lo. Ley, que la Ley tiene dominio sobre el hombre mientras dure la vida?
2. Porque la mujer casada ligada está por ley a su marido, durante la vida de éste; mas muerto el marido, queda desligada de la ley del marido.
3. Por consiguiente, será tenida por adúltera si viviendo su marido se júnta con otro varón. Pero si muriere el marido, queda libre de esa ley, dé manera que no será adúltera siendo de otro varón.
4. Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la Ley por medio del cuerpo de Cristo, para pertenecer a otro, del qué resucitó de entre los muertos, a fin de que fructifiquéis para Dios.
5. Porque cuando estábamos en la carne, las pasiones de los pecados, que tomaban ocasión de la Ley, obraban en nuestros miembros de modo de hacerles producir frutos para la muerte.
6. Mas ahora estamos ya exentos de la ley de muerte que nos tenía ligados, para que sirvamos ya en novedad de espíritu y no en vejez dé letra.

Habiendo mostrado el Apóstol que por la gracia de Cristo nos libramos del pecado, aquí enseña que por la misma gracia de Cristo nos liberamos de la esclavitud de la Ley. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero enuncia su tesis; luego, excluye la objeción: ¿Qué diremos, pues?, etc. Todavía acerca de lo primero hace también dos cosas. Primero ensena que por la gracia de Cristo nos liberamos de la servidumbre de la Ley; luego muestra la utilidad de tal liberación: Para que demos fruto para Dios, etc. Y acerca de lo primero hace tres cosas. La primera, enunciar la prueba con la cuál arguye para esclarecer su tesis; luego la explica: Porque la mujer casada ligada está por la ley a su marido, etc.; finalmente, concluye: Así también vosotros, hermanos míos, etc.

Ahora bien, les propone la prueba como algo notorio. Por lo cual dice: ¿Acaso ignoráis, hermanos, etc.?, como si dijera: Esto no lo debéis ignorar. Si alguno lo ignora será ignorado (ICo 14,38). Y la causa por la que no deben ignorarlo la índica agregando: pues hablo a quienes conocen la Ley. Pero como los Romanos eran Gentiles e ignoraban la Ley de Moisés, parece que no les toca lo que aquí se dice. Por lo cual algunos aplicaron esto a la Ley natural, que no les era desconocida a los Gentiles, según el propio San Pablo: Cuando los Gentiles, que no tienen Ley, hacen por la razón natural las cosas de la Ley (Rm 2,14). Por lo cual dice también: que la Ley tiene dominio sobre el hombre, o sea, la Ley natural, mientras dure la vida, la Ley en el hombre. La cual tiene vida mientras la razón natural florece en el hombre. Y muere la ley natural en el hombre mientras la razón natural sucumbe a las pasiones. Rompieron la alianza sempiterna (Is 24,5), o sea, la de la ley natural. Pero no parece que esto sea conforme a la intención del Apóstol, pues cuando habla de la Ley de una manera absoluta e indeterminada, refiérese siempre a la Ley de Moisés. Por lo cual débese decir que los fieles Romanos no eran sólo Gentiles, porque entre ellos había muchos Judíos. De aquí que tenemos que en Hechos 18,2, Pablo encontró en Corinto a cierto Judío, de nombre Aquila, recién llegado de 1talia, y a su mujer Priscila, por haber ordenado Claudio que todos los judíos saliesen de Roma. Así es que la Ley tiene dominio sobre el hombre durante toda la vida del hombre. Porque la Ley ha sido dada para dirigir a los hombres en el camino de esta vida, según el Salmo 24,12: Le ha prescrito la regla en la carrera que escogió. Por lo cual la obligación de la Ley termina con la muerte. En seguida, cuando dice: Porque la mujer casada ligada está por la ley a su marido, con el ejemplo de la ley del matrimonio aclara lo que dijera. Y primero pone el ejemplo; luego, lo explica como figura: Por consiguiente, si viviendo su marido, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero, con el ejemplo enseña que la obligación de la Ley dura mientras dure la vida, diciendo: Porque la mujer que viviendo su marido, esto es, bajo la potestad del marido, vive, por la ley divina -por la cual se dijo: Estarás bajo la potestad de tu marido (Gen 3,16)-, ligada por ley, por la cual está obligada a cohabitar con su marido, según Mateo 19,6: Lo que Dios júntó, el hombre no lo separe. Y ciertamente tal inseparabilidad del matrimonio es causada principalmente en cuanto es el sacramento de la indisoluble unión de Cristo y la 1glesia, o bien del Verbo y la humana naturaleza en la persona de Cristo. Gran misterio es éste en Cristo y en la 1glesia, etc. (Ef 5,32). Lo segundo, mas muerto el marido, manifiesta, con el ejemplo, cómo la obligación de la ley se desliga con la muerte, diciendo: mas si el marido de la mujer muere, después de la muerte del marido la mujer queda desligada ds la ley del marido, o sea, de la ley del matrimonio, que la sujetaba al marido. Porque, como dice Agustín (Lib. de nuptiis et concupisc,1,1, cap. XVIII), siendo las nupcias un bien de los mortales, la obligación de las nupcias no se extiende después de la vida mortal. Por lo cual, en la resurrección, siendo ya entonces inmortal la vida, ni se casan, ni se dan en matrimonio, como se dice en Mateo 22,30. De lo cual se desprende que si alguien muere y resucita, como ocurrió con Lázaro, la mujer ya no será esposa, aunque lo haya sido, si no es que de nuevo se casa con él.

Objeción.-Contra esto parece que está lo que leemos en Hebreos 1 1,35: Mujeres hubo que recibieron resucitados a sus muertos. Pero es de saberse que esas mujeres no recibieron a sus maridos sino a sus hijos, como cierta mujer por Elias, como se lee en 3 Reyes 17,22; y otra por Eliseo, como vemos en 4 Reyes 4,32-37. Mas de otra manera ocurre en los sacramentos que imprimen carácter, que es cierta consagración del alma inmortal. Y toda consagración permanece mientras permanezca la cosa consagrada, como es patente en la consagración de una iglesia o de un altar. Y por lo mismo, si el bautizado, o el confirmado, o el ordenado muere y resucita, no debe recibir de nuevo estos mismos sacramentos.

En seguida, cuando dice: Por consiguiente, si viviendo su marido, etc., explica lo que dijera mediante una señal. Y primero en cuanto a la obligación del matrimonio, que dura en la mujer mientras viva el marido, de lo cual es señal que se le llamaría adúltera si estuviera con otro varón, carnalmente unida, en vida de su marido. Si un marido repudia a su mujer, y ella, separada de éste, toma otro marido, ¿acaso volverá jamás a recibirla? ¿No quedará la tal mujer inmunda y contaminada? Lo segundo: mas muerto el marido, establece la señal en cuanto a que la obligación de la ley del matrimonio se desliga por la muertel diciendo que si el marido de la mujer muriere, se liberaría la mujer de la ley del marido por la cual está ligada con el marido, para que no sea adúltera si estuviere con otro hombre carnalmente unida a él, principalmente si se le uniera matrimonialmente. Mas si muriere el marido, de la mujer, queda libre para casarse con quien quiera (ICo 7,39). De lo cual resulta claro que las segundas nupcias, y las terceras y las cuartas son en sí mismas lícitas y no sólo por dispensa como parece decir el Crisóstomo, quien acerca del texto de San Mateo dice que así como Moisés permitió el libelo de repudio así también el Apóstol permitió las segundas nupcias. No hay, en efecto, razón alguna, si la ley del matrimonio se disuelve por la muerte, para que no le sea lícito al cónyuge supérstite contraer nuevas nupcias. Estas palabras del Apóstol: Es necesario que el obispo sea marido de una sola mujer (I Tim 31 2) no significan que sean ilícitas las segundas nupcias, sino por carencia de sacramento, porque no sería uno solo de una sola como Cristo es esposo de una sola 1glesia.

En seguida, cuando dice: Así también vosotros, hermanos míos, saca como conclusión su principal tesis, diciendo: Así también, etc., o sea, porque habéis sido hechos miembros del cuerpo de Cristo, júntamente cor El muertos y sepultados, como arriba se dijo, muertos estáis a la Ley, en cuanto a que cesa en vosotros la obligación de la Ley, de modo que ya sois de otro, es claro que de Cristo, sujetos a su ley, el cual resucitó de entre los muertos, en el cual, resucitando vosotros tambien, asumisteis vida nueva. Y así estamos obligados no a la Ley de la primera vida sino a la ley de la vida nueva.

Sin embargo, parece que hay aquí una desemejanza en cuanto a que en el ejemplo anterior el marido moría y quedaba la mujer sin la obligación de la Ley. Y aquí el que se libera de la obligación es el que se dice que muere. Pero si consideramos esto rectamente, lo uno y lo otro caen bajo la misma razón, porque como el matrimonio es entre dos, como una cierta relación, no se refiere, sea cual fuere de ellos el que muera, a que se suprima la ley del matrimonio; porque ya pase una cosa ya la otra, es claro que por la muerte, por la cual morimos con Cristo, cesa la obligación de la antigua ley.

En seguida, cuando dice: para que fructifiquemos, señala la utilidad de la predicha liberación. Y acerca de esto hace tres cosas. Primero enuncia la utilidad: a fin de que fructifiquemos para Dios: porque por haber sido hechos miembros de Cristo, permaneciendo en Cristo podemos dar frutos de buenas obras para honra de Dios. Así como el sarmiento no puede por sí mismo llevar fruto, etc. (Jn 15,4). Lo segundo: Porque cuando estábamos en la carne, muestra que el dar el dicho fruto era imposible cuando estábamos bajo la servidumbre de la Ley, diciendo: cuando estábamos en la carne, esto es, sujetos a la concupiscencia de la carne. Vosotros, empero, no estáis en la carne sino en el espíritu (Rm 8,9). Mas las pasiones y disposiciones de los pecadores que o eran dadas a conocer o se acrecentaban ocasionalmente por la Ley, como arriba se hizo patente, obraban en nuestros miembros, o sea, movían nuestros miembros. ¿De dónde las guerras, de dónde los pleitos entre vosotros? ¿No es de eso, de vuestras pasiones que luchan en vuestros miembros? (Sant 4,1). Y esto de modo de hacerles producir frutos para la muerte, esto es, para

;que hicieran frutos de muerte. El pecado consumado sngendra la muerte (Sant 1,15). Lo tercero: Mas ahora estamos exentos muestra que la predicha utilidad se adquiere por quienes son liberados de la esclavitud de la Ley, diciendo: Mas ahora estamos nosotros exentos por la gracia de Cristo de la ley de muerte, o sea, de la esclavitud de la Ley de Moisés, que se llama ley de muerte, o bien porque corporalmente mataba sin misericordia: Si uno desacata la ley de Moisés muere sin misericordia (Hebr 10,28); o más bien se llama ley de muerte porque espiritualmente mataba por la ocasión, según aquello de 2Co 3,6: la letra mata, etc.-En la cual ley estábamos ligados, como esclavos bajo la Ley. Antes de venir la fe estábamos bajo la custodia de la Ley (Gal 3,23). Y hemos sido liberados para que sirvamos ya en novedad de espíritu, en espíritu renovado por la gracia de Cristo. Os daré un corazón nuevo y pondré en medio de vosotros un nuevo espíritu (Ez 36,26), no en vejez de letra, esto es, no según la vieja Ley. O bien no en la vetustez del pecado que la letra de la Ley no pudo suprimir. He envejecido en medio de todos mis enemigos (Ps 6,8).







Tomas Aq. - Romanos 29