Tomas Aq. - Romanos 32

Lección 2: Romanos 7,7-13

32
075 (
Rm 7,7-13)


Resuelve la cuestión de la bondad de la Ley y asienta que la Ley muestra el pecado; que tomando ocasión del mandamiento se produjo en el hombre la concupiscencia.
7. ¿Qué diremos, pues? ¿Que la Ley es pecado? De ningún modo. Sin embargo, yo no conocí el pecado sino por la Ley. Porque yo hubiera ignorado la concupiscencia si la Ley no dijera: No te des a la concupiscencia.
8. Mas tomando ocasión del mandamiento, el pecado produjo en mí toda suerte de concupiscencias. Porque sin la Ley el pecado estaba muerto.
9. Yo vivía en un tiempo sin Ley. Mas viniendo el mandamiento, el pecado revivió.
10. Y yo morí, y hallé que el mismo mandamiento dado para vida, me fue para muerte.
11. Porque el pecado, tomando ocasión del mandamiento, me sedujo, y por él mismo me mató.
12. Así que la Ley es santa, y el mandamiento es santo y justo y bueno.
13. Luego ¿lo que es bueno vino a ser muerte para mí? De ninguna manera. Sino que el pecado, para mostrarse pecado, por medio de lo que es bueno me ha causado a mí la muerte, a fin de que, mediante el precepto, el pecado viniese a ser sobremanera pecaminoso.

Habiendo mostrado el Apóstol que por la gracia de Cristo somos liberados de la servidumbre de la Ley, y que tal liberación es útil, aquí contesta una objeción que de lo ya dicho toma ocasión, según la cual parece que la antigua Ley no fuera buena. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero resuelve la objeción por la cual parece no ser buena la Ley; luego, demuestra ser buena la Ley: Porque bien sabemos, etc. (Rm 7,14). Todavía acerca de lo primero hace dos cosas. Primero indica la objeción en cuanto a la Ley misma; luego, la contesta: Así que la Ley es santa, etc. Así es que primero dice: Se ha dicho que las pasiones de los pecados eran por la Ley, y que es una Ley de muerte; luego ¿qué debemos decir que se sigue de esto? ¿Acaso diremos que la Ley es pecado? Lo cual se puede entender de dos maneras. De una: que la ley enseña el pecado, como se dice en Jeremías 10,3: Las leyes de los pueblos vanas son: porque enseñan la vanidad. De otra manera: se dice que la ley es pecado porque el mismo que dio la ley pecó al expedir tal ley; y estas dos cosas alternativamente se siguen, porque si la ley enseña el pecado, peca el legislador al expedir la ley. ¡Ay de aquellos que establecen leyes inicuasi (Is 10,1). Ahora bien, parece que la ley enseña el pecado si es que las pasiones de los pecados son por causa de la Ley y si la Ley conduce a la muerte.

En seguida, diciendo De ninguna manera, resuelve la predicha objeción. Acerca de lo cuai debemos saber que si la Ley por sí misma y directamente causara las pasiones de los pecados o la muerte, se seguiría que la Ley sería pecado de uno de los modos dichos, mas no si la Ley es sólo ocasión de las pasiones del pecado y de la muerte. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero muestra qué hace por sí misma la Ley; y luego, qué es lo que de ella se sigue ocasionalmente: Mas tomando ocasión del mandamiento, etc. Acerca de lo primero hace tres cosas.

La primera, responder a la cuestión, diciendo: De ninguna manera, esto es, que la Ley sea pecado. Porque ni enseña ella misma el pecado según el Salmo 18,8: La Ley del Señor es inmaculada; ni tampoco el legislador pecó como si hubiera hecho una ley injusta, según aquello del Libro de los Proverbios (8,15): Por mi reinan los reyes, etc.

La segunda: Sin embargo, yo no conocí el pecado, etc., señala lo que de por sí pertenece a la Ley, esto és, hacer conocer el pecado, pero sin quitarlo. Y esto lo dice así: Sin embargo, yo no conocí el pecado sino por la Ley; y ya dijo arriba (Rm 3,20): Por medio de la Ley de Dios nos viene el conocimiento del pecado. Y puesto que esto se entiende de la ley natural, es claro que se dice porque por la ley natural el hombre distingue entre el bien y el mal. Llenóles el corazón de discernimiento, y les hizo conocer los bienes y los males (Eccli 17,6). Pero parece que aquí habla el Apóstol de la antigua Ley, la que señaló arriba diciendo: no en vejez de letra. Así es que débese decir que sin la Ley se podría en verdad conocer el pecado por cuanto tiene en sí mismo de deshonesto, o sea, por ser contra la razón; mas no por cuanto implica una ofensa a Dios, porque por la ley divinamente dada se le manifiesta al hombre que a Dios le disgustan los pecados humanos en lo que ella prohibe y manda castigar.

La tercera: porque la concupiscencia, etc., prueba lo que dijera, diciendo: Porque yo hubiera ignorado la concupiscencia si la Ley no dijera: no te des a la concupiscencia. Acerca de lo cual se debe considerar que esto que dijera: no conocí el pecado sino por la Ley, podría alguien referirlo al propio acto del pecado, al que la ley lleva al conocimiento del hombre al prohibirlo; y esto es ciertamente verdadero en cuanto a algunos pecados. Porque se dice en el Levítico (18,23): La mujer no se unirá con ninguna bestia. Pero que aquí no sea él sentido del Apóstol, se ve claro por las cosas que aquí se dicen. Porque nadie hay que ignore el acto mismo de la concupiscencia, porque todos lo experimentan. Luego se debe entender, como arriba dijimos, que el pecado no se conoce sino por la Ley en cuanto al estado de la pena y la ofensa a Dios. Y esto lo prueba por la concupiscencia, porque la deforme concupiscencia se tiene comúnmente respecto de todos los pecados. De aquí que la Glosa y Agustín dicen: Aquí eligió el Apóstol lo que es un pecado general, o sea, la concupiscencia. Luego es buena la Ley que al prohibir la concupiscencia prohibe todo ¡o malo.

Ahora bien, se puede entender que la concupiscencia es el pecado general, en cuanto se tome por concupiscencia toda cosa ilícita, lo cual es de la esencia de todo pecado. Mas Agustín no llamó a la concupiscencia pecado general sino porque es la raíz y causa de todo pecado cierta concupiscencia especial. De aquí que también la Glosa dice que la concupiscencia es un pecado general del cual proceden todos los males. Porque el Apóstol presenta el precepto de la Ley que trae el Éxodo (20,17), donde especialmente se prohibe esto: No codiciarás la casa de tu prójimo, ni desearás su mujer, ni esclavo, ni esclava, ni buey, ni asno, ni cosa alguna de las que le pertenecen, la cual concupiscencia es la de ia avaricia, de la que se habla en la Primera Epístola a Timoteo (6,10); Pues raíz de todos los males es la avaricia. Y esto es así porque todo obedece al dinero, (como se dice en el Libro del Eclesiastés 10,19). Y por eso la concupiscencia de la cual se habla aquí, es un mal general, no con comunidad de género o de especie, sino con comunidad de causalidad.

Esto no lo contradice lo que leemos en el Eclesiástico (10,16): El primer origen de todo pecado es la soberbia. Porque la soberbia es el origen del pecado por parte de la aversión. Y la avaricia es un principio de los pecados por parte de una conversión al bien conmutable. Ahora bien, se puede decir que el Apóstol toma especialmente la concupiscencia para explicación de su tesis, porque quiere mostrar que sin la Ley no se tendría conocimiento del pecado en cuanto corresponde a una ofensa a Dios, y esto es clarísimo mas que en otra cosa en que la ley de Dios prohibe una concupiscencia que no es prohibida por el hombre. Porque sólo Dios tiene por culpable al hombre a causa de la concupiscencia del corazón, según aquello de 1 Reyes 16,7: El hombre no ve más que lo exterior, pero el Señor ve el fondo del corazón. Y por eso la Ley de Dios más bien prohibió la concupiscencia de la cosa ajena, que se arrebata mediante el hurto, y la de la mujer ajena, que es violada por el adulterio, que la concupiscencia de los demás pecados, porque los ya dichos aun en la propia concupiscencia tienen cierta delectación, cosa que no ocurre en los otros pecados.

En seguida, cuando dice: Mas tomando ocasión del mandamiento, muestra lo que ocasionalmente se sigue de la Ley. Y primero enuncia lo que intenta; luego, explica su tesis: Porque sin la Ley, etc. Así es que primero dice que el pecado, tomando ocasión del mandato, o sea, de la Ley que prohibe el pecado, ha obrado en mí toda concupiscencia. Ahora bien, por pecado se puede entender aquí el diablo en un sentido enfático de la palabra porqué él mismo es el origen del pecado. Y en este sentido obra en el hombre toda concupiscencia de pecado. Quien comete pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio (1Jn 3,8). Pero como acá no hace mención del diablo el Apóstol, se puede decir que el pecado actual, cualquiera que sea, en cuanto es comprendido por el entendimiento opera de suyo en el hombre la concupiscencia, según aquello del Apóstol Santiago (I,14-15): Cada uno es tentado por su propia concupiscencia: después la concupiscencia pare el pecado. Pero es mejor que esto lo refiramos al pecado del que arriba se dijo (cap 5) que por un solo hombre entró en este mundo, esto es, al pecado original, que antes de la gracia de Cristo está en el hombre en cuanto culpa y en cuanto pena; pero al sobrevenir ia gracia desaparece como culpa y permanece en acto en cuanto al fomes o pábulo del pecado, o concupiscencia habitual, que obra en el hombre toda concupiscencía actual, ya sea que se refiera a las concupiscencias de los diversos pecados, pues una es la concupiscencia del robo, otra la del adulterio, y así de las demás; ya sea que se refiera a los diversos grados de concupiscencia, en cuanto consiste en pensamiento, delectación, consentimiento y obra. Pero para el efecto de obrar en el hombre el pecado toma la ocasión de la Ley. Y esto lo dice así: Mas tomando ocasión del mandamiento. O bien, porque sobreviniendo el mandato se agrega la razón de prevaricación, porque donde no hay Ley tampoco hay prevaricación, como arriba (cap. 4) se dijo; o bien porque aumenta el deseo del pecado prohibido por las razones arriba asentadas. Y se debe notar que no dice que la Ley diese ocasión para el pecado sino porque el propio pecado tomó ocasión de la Ley. Porque el que da ocasión escandaliza y, por lo consiguiente, peca: lo cual ocurre cuando alguien hace una obra menos recta, por la cual el prójimo es ofendido o escandalizado, por ejemplo si alguien frecuenta lugares deshonestos aun cuando no con mala intención. Por lo cual se dice adelante: Juzgad mejor no causar al hermano tropiezo o escándalo (Rm 14,13). Pero si alguien obra rectamente, por ejemplo si da limosna, y otro se escandaliza por eso, no da aquél ocasión de escandalizarse; por lo cual ni escandaliza ni peca aunque el otro tome de ello ocasión de escandalizarse, y por lo mismo peca. Así es que la Ley hizo algo recto porque prohibió el pecado, por lo cual no dio ocasión de pecar; pero el hombre tomó la ocasión de la Ley, y de esto se sigue que la Ley no es pecado sino que mas bien el pecado está del lado del hombre. Por lo mismo se debe entender que las pasiones de los pecados que pertenecen a la concupiscencia del pecado no son por la Ley como si la Ley las obrara, sino que el pecado las pone por obra tomando ocasión de la Ley. Y por la misma razón se le llama Ley de muerte, no porque la Ley obre la muerte, sino porque el pecado obra la muerte tomando ocasión de la Ley. Y en el mismo sentido se pueden ordenar de otra manera las palabras para decir que el pecado obrado es por mandato de la Ley toda concupiscencia, y esto tomando ocasión del propio mandato, pero la primera exposición es más sencilla y mejor.

En seguida, cuando dice: Porque sin la Ley, explica lo que dijera, y esto por la experiencia del resultado. Y primero enuncia el resultado; luego indica de nuevo la causa: Porque el pecado, etc. Acerca de lo primero hace tres cosas. Primero describe la situación antes de la Ley; luego, la situación bajo la Ley: Mas viniendo el mandamiento, etc.; lo tercero: de la comparación de una y otra situaciones concluye el resultado de la Ley: y hallé que el mismo mandamiento dado para vida, me fue para muerte. Así es que primero dice que tomando ocasión del mandamiento, el pecado produjo en mí toda suerte de concupiscencias, cosa que está a la vista. Porque sin la Ley el pecado está muerto: no, por supuesto, que no existiese el pecado, porque por un solo hombre había entrado el pecado en este mundo antes de la Ley, como arriba se dijo (cap. 5). Sino que se entiende que estaba muerto o bien en cuanto al conocimiento del hombre, que no sabía que por alguna Ley estuviesen prohibidos los pecados, por ejemplo la concupiscencia, o bien porque estaba muerto en cuanto a la eficacia para matar por comparación con lo que después ocurrió: pues no tenía tanta fuerza para llevar al hombre a la muerte cuanta tuvo después al tomar la ocasión bajo la Ley. Porque se tiene casi por muerto lo que ha perdido las fuerzas. Haced morir los miembros que aún tengáis en la tierra (Colos 3,5). Así es que tal era la situación antes de la Ley en cuanto al pecado. Pero cuál fuese en cuanto al hombre, lo indica agregando: Yo vivía en un tiempo sin Ley. Lo cual se puede entender de dos maneras. De una, en cuanto al nombre le parecía por sí mismo que vivía, mientras ¡gnoraba que fuese pecado aquello por lo cual estaba muerto. Tienes nombre viviente y estás muerto (Ap 3,1). O se dice por comparación con la muerte que se sigue por ocasión de la Ley. Porque se dice que viven los que menos pecan, por comparación con ios que más pecan.

En seguida, cuando dice: Mas viniendo ei mandamiento, etc., describe el estado bajo la Ley. Y primero en cuanto al pecado, diciendo: Mas viniendo el mandamiento, o sea, una vez dada la Ley, el pecado revivió, lo cual se puede entender de dos maneras. De la una, en cuanto al conocimiento del hombre, que empezó a conocer que en él mismo existía el pecado, cosa que anteriormente no sabía. Después que me iluminaste he herido mi muslo, y he quedado confuso y avergonzado (Jerem 31 19). Y claramente dijo revivió, porque en el paraíso había tenido el hombre pleno conocimiento del pecado, aunque no lo tuviese por experiencia. O bien revivió en cuanto a fuerza, porque una vez dada la Ley, ocasionalmente aumentó la fuerza del pecado. La fuerza del pecado es la Ley (ICo 15,56). De la segunda manera: en cuanto al propio hombre, diciendo: Y yo morí. Lo cual también de dos maneras se puede entender. La primera: según el conocimiento, para que el sentido sea: morí, esto es, supe que había muerto. La segunda: por comparación con el primer estado, para que el sentido sea: Morí, esto es, ya muerto, más obligado estoy que antes. Y así, en algún modo es verdad 1o que se les dijo a Moisés y Aarón (Nb 16,41): Vosotros habéis dado la muerte al pueblo del Señor.

En seguida, cuando dice: y hallé, etc., concluye, por la comparación de uno y otro estados, con el resultado de la Ley, diciendo: Y hallé, según lo predicho, que el mismo mandamiento dado para vida, me fue para muerte. Primeramente dado para vida, conforme a la intención del que dio la Ley. En segundo lugar, en cuanto a la misma bondad del mandato y la buena voluntad del que lo obedece. Les di en seguida mis mandamientos y les enseñé mis leyes, en cuya observancia el hombre hallará la vida (Ez 20,1 1). Esto me es para muerte ocasionalmente, por el pecado que había en el hombre. Su pan se le convertirá dentro de su vientre en hiél* de áspides (Jb 20,14).

En seguida, cuando dice: Porque el pecado, etc., vuelve a presentar la causa como si la patentizara por el resultado indicado previamente, diciendo: Por esto sucede que el mandato predicho, que era para vida. se halla que es para muerte. Porque el pecado, tomando ocasión del mandamiento, me sedujo, o sea, por la concupiscencia que obra en mí, como se dice en Daniel 13,56: La hermosura te fascinó y la pasión pervirtió tu corazón, y por aquel mandato ocasionalmente me mató el pecado. La letra mata (2Co 3,6).

En seguida, cuando dice: Así es que la Ley es santa, etc., saca ia conclusión deseada: que no sólo no es pecado la Ley, sino que más bien es buena, por cuanto da a conocer el pecado y lo prohibe. Y primero saca la conclusión en cuanto a toda la Ley, diciendo: Como es patente por las premisas, ciertamente la Ley es santa. La Ley del Señor es inmaculada (Ps 18,8). Sabemos que la Ley es buena (I Tim 1,8). Lo segundo, en cuanto a los particulares mandatos de la Ley, diciendo: El mandamiento de la Ley es santo también en cuanto a los preceptos ceremoniales por los que se ordenan los hombres para el culto de Dios. Seréis santos para Mí, porque santo soy Yo el Señor (I Tim 1,8). Y justo en cuanto a los preceptos judiciales, por los que el hombre se ordena del modo debido respecto al prójimo. Los juicios del Señor son verdad: en sí mismos están justificados (Ps 18,10). Y bueno, o sea, honesto, en cuanto a los preceptos morales. Mejor es para mí la Ley que salió de tu boca que millones de oro y plata (Ps 1 18,72). Porque como todos los preceptos nos ordenan respecto a Dios, dijo el Apóstol que toda la Ley es santa.

En seguida, cuando dice: Luego ¿lo que es bueno vino a ser muerte para mí? plantea la cuestión en cuanto al efecto de la Ley. Y primero, la pregunta, diciendo: Luego ¿lo que es bueno, es claro que en sí mismo, vino a ser muerte para mí?, o sea, que por sí mismo es causa de muerte. Lo que ciertamente podría alguien falsamente entender por lo arriba dicho: ha resultado que lo que era para mí un mandamiento de vida ha venido a ser para muerte. Lo segundo, disipa la cuestión en cuanto a la muerte, diciendo: De ninguna manera. Lo que de suyo es bueno y vivificante no puede ser causa del mal y de la muerte, según aquello de Mateo 7,18: Un árbol bueno no puede dar frutos malos. Lo tercero: Sino que el pecado, etc., armoniza lo que ahora se dice con lo que arriba se dijo. Porque no es que de tal manera se halle que el mandamiento sea para muerte que él mismo obre la muerte, sino que tomada la ocasión por el mismo pecado se obra la muerte. Y esto es lo que dice así: Sino que el pecado, para mostrarse pecado, o sea, que muestra ser pecado por el bien de la Ley, esto es, por el mandato de la Ley, porque es bueno precisamente por dar el conocimiento del pecado.

Y esto es ocasionalmente, por cuanto hace patente el pecado. Así es que no se entiende que el pecado obrado por la Ley sea la muerte como si no habiendo Ley no habría muerte. Porque se dijo arriba que reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, no existiendo la Ley; sino que se entiende que el pecado opera por la Ley la muerte porque el castigo de la muerte es mayor sobreviniendo la Ley. Y esto es lo que agrega: Digo que de tal manera el pecado ha obrado la muerte por medio de lo que es bueno, que el pecado se haga pecaminoso, esto es, haciendo pecar tomando ocasión del mandamiento de la Ley. Y esto sobremanera de lo que antes pecaba, o bien porque sobrevino la culpa de la prevaricación, o bien porque aumentó la concupiscencia del pecado, como arriba se dijo, al presentarse la prohibición de la Ley. Mas aquí se entiende por pecado, como arriba dijimos, o bien el diablo, o más bien el fo-mes o pábulo del pecado.





Lección 3: Romanos 7,14-20

33
075 (
Rm 7,14-20)


Muestra que la Ley es buena por la repugnancia del hombre al bien, repugnancia que de ningún modo puede quitar la Ley, e igualmente de qué manera se dice que la Ley antigua es espiritual y que el hombre es carnal, y a la vez se pregunta si el inicio de la buena obra sea por parte nuestra.
14. Porque sabemos que la Ley es espiritual. Mas yo soy carnal, vendido al poder del pecado.
15. Pues lo que hago no lo entiendo. Pues el bien que quiero no lo hago, sino antes el mal que aborrezco, ése lo hago.
16. Mas si lo que no quiero es lo que hago, reconozco que la Ley es buena.
17. Ya no soy, pues, yo quien lo hago, sino el pecado que habita en mí.
18. Que bien sé que no hay en mí, es decir, en mi carne, cosa buena. Pues aunque tengo presente el querer el bien, no hallo cómo cumplirlo.
19. Por cuanto el bien que quiero no lo hago; antes bien, el mal que no quiero ¿so hago.
20. Mas si lo que no quiero eso lo hago, ya no soy yo quien obra así, sino el que habita en mí: el pecado.

Habiendo excluido el Apóstol las razones por las que parecía ser mala la Ley y de mal efecto, aquí demuestra ser buena la Ley. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero prueba la bondad de la Ley por la misma repugnancia que se halla en el hombre para el bien, repugnancia que la Ley no puede quitar; luego, muestra mediante qué se puede quitar la repugnancia de la dicha Ley: ¡Infeliz de mí!, etc. (Rm 7,24). Acerca de lo primero hace tres cosas. La primera, enunciar lo que pretende; la segunda, demostrarlo: Pues lo que hago no lo entiendo, etc.; la tercera, sacar la conclusión deseada: Hallo, pues, esta Ley, etc. (Rm 7,21). Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero enuncia la bondad de la Ley; luego, la condición del hombre: Mas yo soy carnal, etc. Así es que primero dice: Se ha dicho que la Ley es santa. Y dijo esto: Porque sabemos, nosotros que somos sabios en las cosas divinas, que la Ley, o sea, la antigua, es espiritual, esto es, que armoniza en el espíritu a los hombres. La Ley del Señor es inmaculada (Ps 18,8). O bien es espiritual, o sea, dada por el Espíritu Santo, llamado dedo de Dios en las Escrituras. Mas si por el dedo de Dios echo yo los demonios (Lc 1 1,20). Por lo cual se dice en el Éxodo(3 1,18): Dio el Señor a Moisés las dos tablas de piedra que contenían la Ley, escritas por el dedo de Dios. Ahora bien, la Ley nueva no sólo se llama Ley espiritual sino Ley del Espíritu, como consta más adelante (Rm 8,2). Porque no solamente procede ella del Espíritu Santo, sino que el propio Espíritu Santo la imprime en el corazón en que inhabita.

En seguida, cuando dice: Mas yo soy carnal, etc., muestra la condición del hombre, y la palabra carnal se puede explicar de dos maneras. De la primera: como si el Apóstol hablara en la persona del hombre que vive en pecado. Y así explica esto Agustín en el Lib. LXXXIII quaestionum. Aunque después, en el libro contra Juliano lo explica como si el Apóstol quisiera hablar en su propia persona, o sea, en la persona del hombre establecido bajo la gracia. Así es que prosigamos declarando de qué manera estas palabras y las que siguen de modo diverso y de uno y otro se pueden explicar, aun cuando la segunda explicación sea la mejor. Así es que esto que primero se dice: Mas yo soy carnal, etc., se debe entender de modo que el yo se entienda que es la razón del hombre, la cual es lo principal en el hombre. De donde resulta que cada hombre es su razón o su entendimiento, así como es claro que la ciudad es el regente de la ciudad, de modo que lo que él haga es como si lo Hiciera la propia ciudad. Ahora bien, se dice que el hombre es carnal porque su razón es carnal, y por doble causa se dice que es carnal. Desde luego porque se sujeta a la carne aceptando las cosas a las que la carne la instiga, según aquello de la Primera a los Corintios (3,3): Puesto que mientras hay entre vosotros celos y discordias ¿no sois acaso carnales, etc.? Y de este modo se entiende del hombre aún no restaurado por la gracia. Se dice también que la razón es carnal por ser combatida por la carne, según aquello de Gálatas 5,17: La carne desea en contra del espíritu. Y de este modo se entiende que es carnal la razón aún estando ya el hombre restaurado por la gracia: y una y otra carnalidad provienen del pecado, por lo cual agrega el Apóstol: vendido al poder del pecado. Pero se debe notar que la carnalidad que consiste en la rebelión de la carne contra el espíritu proviene del pecado del primer padre, porque esto pertenece al fo-mes o pábulo, cuya seducción-se deriva de aquel pecado. Y la carnalidad que consiste en la sujeción a la carne proviene no sólo del pecado original sino también del actual, por lo cual obedeciendo el hombre a los deseos de la carne, se constituye esclavo de la carne; y por ello agrega el Apóstol: vendido al poder del pecado, o bien al del primer padre o bien al propio. Y dice que vendido porque el pecador se vende a sí mismo como esclavo del pecado, al precio del cumplimiento de la propia voluntad. Tened entendido que por vuestras maldades habéis sido vendidos (Is 50,1).

En seguida, cuando dice: Pues lo que hago, etc., demuestra lo que había enunciado. Y primero que la Ley es espiritual; segundo, que el hombre es carnal, vendido al poder del pecado: No soy, pues, yo quien lo ¡hago, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero presenta la prueba; luego saca la conclusión: Mas si lo que no quiero, etc. Se toma la prueba de la flaqueza del hombre, flaqueza que primeramente enuncia; y luego da la prueba: Ya no soy, pues, yo, etc. Ahora bien, la flaqueza del hombre es manifiesta por el hecho de que obra lo que entiende que no se debe hacer, por lo cual dice: Pues lo que hago no lo entiendo, o sea, no veo qué se deba hacer. Lo cual se puede entender de dos maneras. La primera: de aquel que está sometido al pecado, quien entiende en qeneral que no se debe obrar el pecado: sin embargo, vencido por la sugestión del demonio, o por la pasión, o por la inclinación del hábito perverso, es el pecado lo que obra. Y por eso se dice que se obra lo que se entiende que no se debe hacer obrando contra la conciencia, como Aquel servidor que conociendo la voluntad de su señor no la hace, con razón recibirá mucho-, azotes (Lc 12,47). De la segunda manera: se puede entender de aquel que estando en gracia, ciertamente obra el mal, no hasta su completa realización ni consintiendo de pensamiento, sino sólo deseando conforme a la pasión del apetito sensible, siempre que tal concupiscencia exceda a la razón y al entendimiento, porque se adelanta a su Juicio, que, al intervenir, impide la tal obra. Y por eso chámente no dice: Entiendo que no se debe hacer, sino que no entiendo, porque con entendimiento de ninguna manera deliberado o que se dé cuenta, se insurge la tal operación de la concupiscencia. La carne desea en contra del espíritu y eí espíritu en contra de la carne (Sal 5,17).

En seguida, cuando dice: Por cuanto el bien que quiero no lo hago, etc., prueba lo que dijera, tanto por diversificación como por el efecto. Para diversificar dijo: Pues lo que hago no lo entiendo, etc., bajo lo cual se encierran dos cosas, a saber: no obrar el bien y obrar el mal, porque también el que no obra el bien se dice que obra el pecado, pecado de omisión. Por parte de su no entiendo, prueba su tesis por si efecto; porque como, ciertamente, el entendimiento mueve la voluntad, el querer es un efecto suyo, del entender. Así es que primero dice en cuanto a la omisión del bien: Pues el bien que quiero no lo hago, lo que quiero hacer. Lo cual en verdad se puede entender del hombre establecido bajo el poder del pecado: y así su Hago se debe tomar en cuanto a la acción acabada, que exteriormente se plasma en obra por consenso de la razón. Y su Quiero se debe entender no ciertamente de una voluntad cabal, que ordena la obra, sino de cierta voluntad incompleta, por la cual los hombres quieren en general el bien, así como también en general tienen un recto juicio acerca del bien, y sin embargo por un hábito o por una pasión perversa se pervierte ese juicio, y se deprava su voluntad en lo particular de modo que no haga lo que en general entiende que se debe hacer y quisiera hacer. Así es que conforme a lo que se entiende que es un hombre restaurado en la gracia, muy por lo contrario se debe entender por su Quiero una voluntad completa, cabal y persistente en la elección de la obra en particular, para que por su Hago se entienda la acción incompleta que radica tan sólo en el apetito sensitivo sin llegar hasta el consenso de la razón. Porque el hombre constituido en gracia quiere ciertamente preservar su mente de deseos perversos, pero este bien no lo practica por los movimientos desordenados de la concupiscencia que se insurgen en el apetito sensitivo. Cosa semejante dice el Apóstol en Gálatas 5,17: A fin de que no hagáis cuanto queráis. Lo segundo, en cuanto a la perpetración del mal, agrega: antes el mal que aborrezco ése lo hago: lo cual si se entendiefa del hombre pecador, por el aborrezco que dice, se entendería cierto odio imperfecto conforme al cual todo hombre odia naturalmente lo malo. Mas por el lo hago que dice, entiéndase la acción perfecta por ejecución de la obra conforme al consentimiento de la razón. Porque el odio aquel al mal en general desaparece en el particular elegible a causa de la inclinación del hábito o de la pasión. Mas si se entiende del hombre restaurado por la gracia, por su Hago se entiende por lo contrario la acción imperfecta, queconsiste en la sola concupiscencia del apetito sensitivo.

Por su aborrezco se entiende el odio perfecto por el cual persevera uno en la detestación del mal hasta su final reprobación, de lo cual se dice en el Salmo 138,22: Odiábalos con odio extremado, esto es, a los malos en cuanto pecadores. En el tiempo en que la ciudad santa gozaba de una plena paz y en que las leyes se observaban muy exactamente por la piedad del pontífice Onías, y el odio que todos tenían a la maldad (2 Macab 3,1).

En seguida, cuando dice: Mas si lo que no quiero, etc., concluye de la predicha disposición del hombre que la ley es buena, diciendo: Mas si lo que no quiero es lo que hago, entendiéndose de cualquiera de los modos dichos que por lo mismo que no quiero el mal, reconozco que la Ley es buena, precisamente en que prohibe el mal, que naturalmente no quiero. Porque es claro que la inclinación del hombre según la razón a querer el bien y huir del mal es o según la naturaleza o según lo gracia, y de una y otra manera es buena. De aquí que la Ley, que concuerda con esa inclinación preceptuando el bien y prohibiendo el mal, es buena por la misma razón. Yo quiero daros un rico don: no abandonéis mis preceptos (Prov 4,2).

En seguida, cuando dice: No soy, pues, yo quien lo hago, etc., prueba lo que dijera acerca de la condición del hombre: que es carnal, vendido al poder del pecado. Y acerca de esto hace tres cosas. Primero enuncia su tesis; luego la prueba: Que bien sé, etc.; finalmente, saca la conclusión debida: Mas si lo que no quiero eso lo hago, etc. Ahora bien, que el hombre carnal vendido baio el poder del pecado, por decirlo así de algún modo sea esclavo del pecado, es claro por el hecho de que no obra él mismo sino que es manejado por el pecado. Porque el que es libre, ése por sí mismo obra, y no es manejado por otro. Y por eso dice: Dicho está que por el entendimiento y la voluntad reconozco que la Ley es buena; mas ahora, mientras obro contra la Ley, ya no soy yo quien hago eso que ejecuto contra la Ley, sino el pecado, que habita en mí y así es claro que yo soy esclavo del pecado, en cuanto que el pecado obra como teniendo dominio en mí. Y esto, por cierto, recta y fácilmente se puede entender del hombre que vive en estado de gracia; porque el hecho de que desee el mal conforme al apetito sensitivo que pertenece a la carne, no procede de obra de la razón, sino de la inclinación del fomes o pábulo. Porque se dice que el hombre obra lo que obra la razón, porque el hombre es lo que es según la razón: de aquí que los movimientos de la concupiscencia que no proceden de la razón sino del fomes, no son obra del hombre, sino del fomes del pecado que aquí llama pecado San Pablo. ¿De dónde las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No proceden de vuestras concupiscencias que luchan en vuestros miembros? (Sant 4,1). Pero no se puede entender propiamente del hombre en estado de pecado, porque su razón consiente en el pecado. Y por eso «él mismo obra; y de aquí que Agustín diga y se lea en la Glosa lo siguiente: Mucho se engaña el hombre que piensa de acuerdo con la concupiscencia de su carne y que determinando hacer lo que ella desea, y realizándolo, considera que aún así hay que decirse: No soy yo quien hago eso.

Sin embargo, se puede decir esto también, aunque forzadamente, del hombre pecador. Porque toda acción se atribuye más que a nadie al agente principal que conforme a su naturaleza mueve, no al agente que mueve u obra según la naturaleza de otro por el cual es movido. Ahora bien, es claro que la razón del hombre, en cuanto a su propio carácter, no se inclina al mal sino en cuanto que es movida por la concupiscencia. Y por eso la obra mala que hace la razón, en cuanto ésta es vencida por la concupiscencia, no se atribuye de manera principal a la razón, porque aquí por ella se entiende el hombre, sino más bien se atribuye a la misma concupiscencia o bien al hábito, por el cual se inclina la razón al mal. Así es que se dice que el pecado habita en el hombre, no como si el pecado fuese alguna cosa, siendo como es la privación del bien, sino que así se, indica la permanencia de tal defecto en el hombre.

En seguida, cuando dice: Que bien sé, prueba que el pecado que habita en el hombre obra él mal que el hombre hace. Y primero indica el medio de probar su tesis; luego aclara ese mismo medio: Pues aunque tengo presente el querer el bien, etc. Así es que primero prueba que el pecado que habita en el hombre opera el mal que el hombre hace: la cual prueba es clarísima refiriéndose el texto al hombre en estado de gracia, el cual es librado del pecado por la gracia de Cristo, como arriba se dijo (Cap. 6). Mas en cuanto a aquel en quien no habita la gracia de Cristo, de ninguna manera es liberado del pecado. Por lo tanto, no es en la carne donde habita la gracia de Cristo, sino que habita en la mente; por lo cual ya se dijo (Cap. VIII) que si Cristo está en nosotros, el cuerpo está ciertamente muerto por causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justificación. En estas circunstancias, hasta el presente domina en la carne el pecado que obra la concupiscencia de la carne. Porque aquí la carne se entiende júntamente con las fuerzas sensitivas. Porque así la carne se distingue en contra del espíritu y le repugna en cuanto el apetito sensitivo tiende en contra de lo que la razón apetece, según aquello de Gálatas 5,17: Porque ta carne desea en contra del espíritu. Así es que dice: Dicho está que en mí, aun restaurado por la gracia, obra el pecado; pero débese entender que obra en mí conforme a la carne júntamente con el apetito sensitivo. Mas bien sé, por la razón y por la experiencia, que cosa buena, que el bien de la gracia, con el cual fui restaurado, no habita en mí. Pero para que no se entienda que según la razón, conforme al modo ya establecido arriba, explica: es decir, en mi carne. Porque en mí, esto es, en mi corazón, he aquí el bien que habita, según Efesios 3,17: Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones. Y por esto es clarísimo que con estas palabras no se les da la razón a los maniqueos, que pretenden que la carne no es buena según la naturaleza y por lo mismo que no es una criatura buena de Dios, siendo que la Escritura dice: Todo lo que Dios ha creado es bueno (I Tim 4,4). Y no trata aquí el Apóstol del bien de la naturaleza sino del bien de la gracia, por el cual somos liberados del pecado. Pues si en verdad se refiriera al hombre sujeto al pecado, en balde añadiría estas palabras: es decir, en mi carne, porque en el hombre pecador no habita el bien de la gracia, ni en cuanto a la carne ni en cuanto al espíritu, a no ser que alguien quiera forzadamente explicar que esto se dice porque el pecado, que es privación de la gracia, de algún modo se deriva de la carne al espíritu.

En seguida, cuando dice: Pues aunque tengo presente el querer el bien, etc., explica lo que dijera. Y primero por la facultad del hombre; luego, por la acción del hombre, la cual demuestra que existe esa facultad: Por cuanto el bien que quiero no lo hago, etc. Ahora bien, la facultad del hombre se hace ver primero en cuanto a la voluntad, la cual no es de negar que está en la mano del hombre, por lo cual dice: Pues aunque tengo presente el querer el bien, esto es, tan a mi disposición lo tengo que está en mi mano. Porque nada hay tan puesto en la voluntad del hombre como la propia voluntad del hombre, como dice Agustín. En segundo lugar pone la facultad del hombre, o más bien la dificultad en cuanto a la consumación del efecto, al agregar: mas no hallo cómo cumplirlo, estando en mi potestad el hacerlo, según aquello del Libro de los Proverbios (16,1): Del hombre es preparar su alma. Y también: El corazón del hombre forma sus designios; mas del Señor es el dirigir sus pasos (Prov 16,9).

Objeción.-Pero parece que estas palabras favorecen a los pelagianos, los cuales decían que el inicio de la buena obra depende de nosotros en cuanto que queremos el bien. Y parece que es esto lo que dice el Apóstol: mas no hallo cómo cumplirlo.

Respuesta.-Pero este sentido lo excluye el Apóstol diciendo: Dios es el que obra en vosotros tanto el querer como el hacer (Ph 2,13).

Así es que esto que dice: Tengo presente el querer el bien, es claro que ya restaurado por la gracia, proviene de la operación de la divina gracia, gracia por la cual no sólo quiero el bien, sino que también hago algo bueno, porque opongo resistencia a la concupiscencia, y contra ésta llevo la dirección del espíritu; pero no veo tener en mi mano la manera de llevar a cabo ese bien, para rechazar totalmente la concupiscencia. Y con esto se ve claro que el bien de la gracia no habita en la carne, porque si en la carne habitara, así como poseo el poder de querer el bien en virtud de la gracia que habita en mi espíritu, así también tendría el poder de cumplir el bien en virtud de la gncia que habitaría en la carne.

Y si esto se refiere al hombre bajo el poder del pecado, se podría explicar tomando 3I querer por una voluntad incompleta, la cual por un instinto de la naturaleza en cualquier pecador se inclina al bien; pero tal querer le esta presente al hombre, esto es, cabe el hombre yace, como un enfermo, si no es que la gracia le conceda a la voluntad la eficacia para cumplirlo.

En seguida, cuando dice: Por cuanto el bien que quiero no lo hago, explica lo que dijera acerca de la acción del hombre, que es la señal y el efecto de la facultad humana. Porque con esto se ve claro que el hombre no halla cómo cumplir el bien, porque no obra el bien que quiere, sino que hace el mal que no quiere, cosa que ya se explicó arriba satisfactoriamente.

En seguida, cuando dice: Mas si lo que no quiero, etc., saca la conclusión que arriba apuntara, diciendo: Mas si lo que no quiero eso lo hago, ya no soy yo quien obra así, sino el que habita en mí: el pecado; y esto también está ya explicado. Pero débese notar que de una sola e idéntica prueba, a saber, que no quiero hacer lo que hago, saca el Apóstol dos conclusiones que arriba indicara, esto es, la bondad de la Ley, al decir: Mas si lo que no quiero eso lo hago, reconozco que la Ley de Dios es buena; y de nuevo el dominio del pecado en e hombre, diciendo aquí: Mas si lo que no quiero «so lo hago, no soy yo quien obra así, sino el que habita en mí: el pecado, de las cuales dos conclusiones la primera corresponde a esto que dijera: La Ley es espiritual, y la segunda a esto otro que también él dijera: Mas yo soy carnal, vendido al poder del pecado. Pero la primera conclusión, que es acerca de la bondad de la Ley, la saca de aquella prueba por la cual dijo: No quiero, porque su razón no quiere lo que la Ley prohibe, y por esto se ve claro que la Ley es buena; pero por parte de él mismo, que dice: eso lo hago, concluye que en el hombre domina el pecado, que se cumple contra la voluntad de la razón.






Tomas Aq. - Romanos 32