Tomas Aq. - Romanos 34

Lección 4: Romanos 7,21-25

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Rm 7,21-25)


Trata aquí el Apóstol de la Ley del fomes, que parece estar originalmente en el apetito del sentido, por su evidente difusión en todos los miembros, que están al servicio de la concupiscencia para pecar.
21. Descubro, pues, esta ley: en queriendo hacer yo el bien, el mal se me pone delante.
22. Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior.
23. Pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y que me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros.
24. ¡Infeliz de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?
25. La gracia de. Dios por Jesucristo Señor nuestro. Así que yo mismo sirvo con la mente a la Ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

Habiendo demostrado el Apóstol que la Ley es buena por concordar con la razón, aquí infiere dos conclusiones de acuerdo coa las dos enunciaciones que planteara. La segunda la expresa así: Pero advierto otra ley, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. La primera es inferir la conclusión de las cosas dichas; la segunda, indicar una señal para mayor explanación: Pues me complazco, etc. Pues había indicado dos cosas arriba. La primera, por cierto, que la ley es espiritual, de lo cual, ya probado, concluye así: Descubro, pues, o sea, por la experiencia, que la ley de Moisés concuerda conmigo que quiero hacer el bien, o sea, con mi razón, por la cual apruebo el bien y detesto el mal, por cuanto esta misma ley ordena el bien y prohibe el mal. El dicho mandamiento está muy cerca de ti: en tu boca está y en tu corazón para que lo cumplas (Deut 30,14). Y fue necesario que de esta manera estuviera porque el mal, esto es, el pecado o el fomes del pecado se me pone delante, o sea, cabe mi razón se tiende, como si habitara en mi carne. No descubras los secretos de tu corazón a la que duerme contigo (Miqueas 7,5), esto es, cuídate de tu carne.

En seguida, cuando dice: Pues me complazco, etc., da la señal por la cual se muestra que la ley concuerda con la razón. Porque nadie se complace sino en aquello que le es conveniente. Es así que el hombre conforme a la razón se complace en la ley de Dios; luego la Ley de Dios conviene con la razón. Y esto lo dice así: Me complazco en la Ley de Dios según el hombre interior, o sea, según la razón y la mente, la cual se llama hombre interior, no porque el alma sea representada como imagen del hombre, como afirmó Tertuliano, ni porque ella sola sea el hombre, como dijo Platón: que el hombre es una alma que usa de un cuerpo; sino porque lo que es más principal en el hombre se llama hombre, como arriba se dijo. Ahora bien, en eí hombre lo más principal conforme a la apariencia es lo exterior, es claro que el cuerpo, que presentado de esta manera es lo que se llama hombre exterior; mas conforme a la verdad lo que es intrínseco, la mente o la razón, es lo que aquí se llama hombre interior. ¡Oh cuan dulces son a mi paladar tus palabrasi (Ps 118,103). Tenemos en nuestras manos para consuelo nuestro los libros santos (1 Macab 12,9).

En seguida, cuando dice: Pero advierto, etc., pone otra conclusión que corresponde a lo que arriba (Rm 2) indicara, diciendo: Mas yo soy carnal, etc., diciendo: Advierto otra ley en mis miembros, la cual es el fomes del pecado, fomes que por doble razón se puede decir que es ley. De un modo por los efectos semejantes, porque así como la ley induce a hacer el bien, así también el fomes induce a pecar. Y del otro modo por confrontación con la causa. Pues siendo el fomes cierta pena del pecado, tiene una doble causa. La una, el mismo pecado, que toma dominio en el que peca y le impone su ley, la cual es el fomes, así como el señor le impone su ley al vencido esclavo. La otra causa del fomes es Dios, que esta pena le impuso al hombre pecador, para que sus facultades inferiores no obedecieran a su razón. Y conforme a esto la propia desobediencia de las facultades inferiores, la cual tiene el nombre de fomes, se llama ley, por cuanto ha sido introducida por ley de la divina justicia, como sentencia de justo juez que tiene fuerza de ley según aquello del primer libro de los Reyes (30,25): Y desde aquel día en adelante fue éste un punto ya decidido y establecido, y una ley en 1srael hasta el presente. Ahora bien, esta ley originalmente se apoya en el apetito sensitivo, pero la encontramos difundida en todos los miembros, que están al servicio de la concupiscencia para pecar. Porque así como para iniquidad entregasteis vuestros miembros como esclavos a la impureza, etc. (Rm 6,19). Y por eso dice: en mis miembros. Ahora bíen, esta ley produce en el hombre dos efectos. El primero es que resiste a la razón, y en cuanto a esto dice: que lucha contra la ley de mi razón, o sea, contra la Ley de Moisés, que se dice Ley de la mente por cuanto concuerda con la mente, o bien con la ley natural, que se llama ley de la mente, porque está naturalmente injertada en la mente. Muestran que la obra de la ley está escrita en sus corazones (Rm 2,15). Y acerca de esta lucha se dice en Gálatas 5,17: La carne desea en contra del espíritu. El segundo efecto es que esclaviza de nuevo al hombre. Y en cuanto a esto agrega: y que me esclaviza, o bien llevándome cautivo, según otro texto, a la ley del pecado que está en mis miembros, o sea, en mí mismo, al modo de hablar hebraico, conforme al cual se ponen los nombres en el lugar de los pronombres. Ahora bien, la ley del pecado cautiva al hombre doblemente. De un modo al hombre pecador por el consentimiento y la obra, y de otro modo al hombre en estado de gracia en cuanto al movimiento de la concupiscencia. De este cautiverio se habla en el Salmo 125,1: Cuando Yahvéh hizo volver a los cautivos de Sion.

En seguida, cuando dice: jInfeliz de mil trata de la liberación de la ley del pecado, y acerca de esto hace tres cosas. Lo primero plantea la cuestión; lo segundo, da la respuesta: La gracia de Dios, etc.; lo tercero, infiere la conclusión: Así que yo mismo, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas.Una: confesar su propia miseria, diciendo: infeliz de mí!, lo cual se debe cuerpo del hombre se ouede considerar la naturaleza misma del cuerpo l alma, y este vaso de barro deprime la mente, etc. Y por eso claramente dice: de este cuerpo de muerte.

En seguida, al decir: La Gracia de Dio* etc., responde a la pregunta. Porque no puede el hombre liberarse por sus propias fuerzas de la corrupción del cuerpo, ni tampoco de la del alma, aun cuando decida con ia razón contra el pecado, sino tan sólo por la gracia de Cristo, según aquello de Juan 8,36: Si pues el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres. Y de aquí se sigue que la Gracia de Dios me liberará, la cual es dada por Jesucristo.-La gracia y ia verdad han venido por Jesucristo (Jn 1,17). Ahora bien, la Gracia libera del dicho cuerpo de muerte de dos maneras. La prk mera, para que la corrupción del cuerpo no domine al espíritu arrastrándolo a pecar; y la segunda, para suprimir totalmente la corrupción del cuerpo. Así es que en cuanto a lo primero le conviene al pecador decir: la gracia me libertará de este cuerpo de muerte, esto es, me libertará del pecado, al cual es inducida el alma por la corrupción del cuerpo; pero como de esto ya está liberado el justo, a éste ie toca decir en cuanto a h segundo: la Gracia de Dios me libertará de este cuerpo de muerte, para que en mi cuerpo no se asiente la corrupción del pecado o de la muerte, lo cual será en la resurrección.

En seguida, al decir: Así que yo mismo, etc., infiere la conclusión que conforme a las dos predichas exposiciones de distinta manera se deduce de las premisas: porque si las predichas palabras se ponen en la boca del pecador, de una manera deberá ser inferida la conclusión. Dicho está que la gracia de Dios me liberará de este cuerpo de muerte, para que por ella no vaya a dar al pecado; luego cuando ya esté yo liberado, sirvo con la mente a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado, la cual permanece en la carne en cuanto al fomes o pábulo, por el cual la carne desea en contra del espíritu. Mas si las predichas palabras se entienden de la persona del justo, débese inferir que la Gracia de Dios por Jesucristo me liberará de este cuerpo de muerte: de tal modo, es claro, que no haya en mí la corrupción del pecado y de la muerte. Así es que Yo mismo, uno solo y el mismo antes de liberarme, con la mente sirvo a la ley de Dios, aceptándola; mas con la carne sirvo a la ley del pecado, por cuanto mi carne, conforme a la ley de la carne, se inclina del lado de la concupiscencia.


CAPITULO 8



Lección 1: Romanos 8,1-6

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Rm 8,1-6)

Por la gracia de Cristo somos liberados de la condenación de la culpa y de la pena, pero primeramente de la culpa.
1. Por tanto, ahora no hay condenación alguna para los que están en Cristo Jesús, los cuales no marchan según la carne,
2. Porque la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte.
3. Pues lo que le era imposible a la Ley, por cuanto estaba debilitada por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carné.
4. A fin de que la justicia de la Ley se cumpliera en nosotros, los que caminamos no según la carne sino según el espíritu.
5. Pues los que son según la carne, se saborean con las cosas que son de la carne; mas los que son según el espíritu, de las que son del espíritu gustan.
6. Porque la prudencia de la carné es muerte; mas la del espíritu, vida y paz.

Habiendo demostrado el Apóstol que por la Gracia de Cristo nos liberamos del pecado y de la ley, aquí enseña que por la misma gracia nos liberamos de la condenación. Y primero muestra que por la gracia de



Cristo somos liberados de la condenación de la culpa; y lo segundo, que por la misma gracia somos liberados de la condenación de la pena: Mas si Cristo está en vosotros, etc. (Rm 8,10). Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero enuncia su tesis: luego, la demuestra: Porque la ley del espíritu de vida, etc. Acerca de lo primero hace todavía dos cosas.

Primero indica el beneficio que la gracia confiere, concluyendo de las premisas: Es así que la gracia de Dios por Jesucristo me ha liberado de este cuerpo de muerte, en lo cual radica nuestra redención; luego ahora, por el hecho de que somos liberados por la gracia, no queda ningún residuo de condenación, porque se suprime tanto la condenación en cuanto a la culpa como en cuanto a la pena. A quien El concede la paz ¿quién le condenará? (Jb 34,29).

Lo segundo es indicar a quiénes se les concede este beneficio, y pone dos condiciones que para ello se requieren, expresando la primera así: para los que están en Cristo Jesús, o sea, los que le están incorporados por la fe y por el amor y por el sacramento de la fe. Todos ios que habéis sido bautizados en Cristo estáis revestidos de Cristo (Sal 3,27). Así como el sarmiento no puede por sí mismo llevar fruto, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en Mí (Jn 15,4). Así es que los que no están en Cristo merecen la condenación. De aquí que: Si alguno no permanece en Mí, es arrojado fuera como los sarmientos, y se seca; después los recogen y los echan al fuego, y arden (Jn 15,6).

La segunda condición la expresa diciendo: los cuales no marchan según la carne, o sea, que no van tras la concupiscencia de la carne. Pues aunque caminamos en carne, no militamos según la carne (2Co 10,3). De estas palabras algunos pretenden deducir que en los infieles que no viven en Cristo Jesús aun los primeros movimientos son pecados mortales, aun cuando no consientan en ellos, que porque eso es marchar en la carne. Porque si en aquellos que no marchan según la carne no es por esto para ellos materia de condenación que estén sujetos en la carne a la ley del pecado conforme a los primeros movimientos de la concupiscencia, porque permanecen en Cristo Jesús, se sigue a contrario sensu que para quienes no están en Cristo Jesús sea eso condenable. Dan también para ello una razón. Porque dicen que necesariamente es un acto condenable el que proceda del hábito del condenable pecado. Y como el pecado original es condenable porque priva al hombre de la vida eterna, y su hábito permanece en el infiel, a quien no se le ha perdonado la culpa original; luego cualquier movimiento de la concupiscencia proveniente del pecado original constituye en ellos un pecado condenable.

Pero lo primero que hay que decir es que tal postura es falsa. Porque el primer movimiento tiene de particular que no es pecado mortal porque no alcanza a tener la cualidad por la que se cumple la naturaleza del pecado. Es así que esta excusa aun en los infieles se da; luego en los ¡nfieles los primeros movimientos no pueden ser pecados mortales. Por lo demás, en la misma especie de pecado, más gravemente peca el fiel que el infiel, según aquello de Hebreos 10,29: ¿De cuánto más severo castigo pensáis que será juzgado digno el que pisotea al Hijo de Dios y considera como inmunda la sangre del pacto con que fue santificado, y ultraja al Espíritu de la Gracia? Así es que si los primeros movimientos fuesen pecados mortales en los infieles, mucho más lo serían en los fieles.



Pero también hay que contestar sus razones. Lo primero es que no pueden fundarse en los textos del Apóstol. Porque no dice el Apóstol que no solamente para los que están en Cristo Jesús no es condenable que con la carne estén sujetos a la ley del pecado conforme al movimiento de la concupiscencia, sino que absolutamente nada de esto es condenable. Así es que para quienes no estén en Cristo Jesús eso mismo no es condenable. Por lo demás, si esto se refiere a los primeros movimientos en aquellos que no están en Cristo Jesús, son condenables tales movimientos conforme a la condenación del pecado original, que hasta ahora permanece en ellos, de la cual son librados los que permanecen en Cristo Jesús. Pero no de ta! manera que por tal movimiento se les agregue una nueva condenación. Lo que también en segundo lugar agregan no necesariamente demuestra lo que pretenden. Porque no es verdad que cualquier acto procedente del hábito condenable de pecar sea también él mismo condenable, sino tan sólo cuando sea un acto perfecto por el consentimiento de la razón. Porque si en alguien hay el hábito del adulterio, el movimiento de concupiscencia de adulterio, que es un-acto imperfecto, no es en él pecado mortal, sino sólo el movimiento perfecto que lo sea por el consentimiento de la razón. Y además, el acto procedente de tal hábito no tiene más razón de condenación que la que es por razón del hábito. Y conforme a esto los primeros movimientos en los infieles, por el hecho de proceder del pecado original no traen consigo la condenación del pecado mortal, sino tan sólo la del original.

En seguida, cuando dice: Porque la ley, etc., prueba lo que dijera. Y primero en cuanto a la primera condición por la que dijera que no hay ninguna condenación para los que permanecen en Cristo Jesús; y lo segundo en cuanto a la segunda condición, por la cual dijera: ios cuales no marchan según la carne, con esto: los que caminamos no según la carne, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero da la argumentación; luego, lo que diera por supuesto lo aclara por su causa: Pues lo que le era imposible a la Ley, etc.

Acerca de lo primero da la siguiente razón: La ley del espíritu libera al hombre del pecado y de la muerte; es así que la ley del espíritu está en Cristo Jesús; luego por el hecho de estar alguien en Cristo Jesús se libera del pecado y de la muerte. Y que la ley del espíritu libere del pecado y de la muerte lo prueba de esta manera: La ley del espíritu es la causa de la vida; pero por la vida se excluye el pecado, y la muerte, que es el efecto del pecado; es así que el propio pecado es la muerte espiritual del alma; luego la ley del espíritu libera al hombre del pecado y de la muerte. Ahora bien, la condenación no es sino por el pecado y la muerte; luego en aquellos que están en Cristo Jesús no hay ninguna condenación; y esto lo dice así: porque la ley del espíritu de vida, etc., la cual ley se puede decir de un modo que es el Espíritu Santo, para que el sentido sea éste: La ley del espíritu, esto es, la ley que es espíritu; porque la ley se da para que por ella sean inducidos los hombres al bien; por lo cual el Filósofo (!n 2 Ethic.) dice que la intención del legislador es hacer buenos ciudadanos, lo cual hace ciertamente la ley humana con sóio dar a saber qué se debe hacer; pero el Espíritu Santo, .inhabitando en el espíritu, no sólo enseña qué se deba hacer iluminando el intelecto agente sino también inclinando el afecto a obrar rectamente. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os Jo enseñará todo, en cuanto a lo primero, y os recordará cuantas cosas, en cuanto a lo segundo, os tengo dichas (Jn 14,26).

De otro modo se puede decir que la ley del espíritu es el efecto propio del Espíritu Santo,'o sea, la fe obrando por amor, la cual también instruye interiormente sobre lo que se debe hacer, según aquello de 1 Juan 2,27: Su unción os enseñará acerca de todas las cosas, y mueve el afecto a obrar, según 2Co 5,14: El amor de Cristo nos apremia. Y ciertamente esta ley del espíritu se llama ley nueva, la cual o bien es el propio Espíritu Santo, o bien la esculpe en nuestros corazones el Espíritu Santo. 1mprimiré mi ley en sus entrañas, y la grabaré en sus corazones fJerem 3 i,33). Ahora bien, acerca de la antigua Ley dijo solamente que era espiritual, o sea, dada por el Espíritu Santo. Y así, considerando lo ya dicho, encontramos que son cuatro las leyes que el Apóstol presenta. La primera la Ley de Moisés, de la cual dice: Me complazco en la Ley de Dios según ei hombre interior (Rm 7,22); la segunda, la ley del fomes, de la cual dice: advierto otra ley en mis miembros (Rm 7,23)r la tercera, la ley de la naturaleza conforme a un sentido, sobre la cual agrega: que lucha contra la ley de mi razón; la cuarta, una ley nueva, diciendo: la ley del espíritu, y agrega: de vida, porque así como el espíritu natural da la vida de la naturaleza, así también el espíritu divino proporciona la vida de la gracia. El espíritu es el que vivifica (Jn 6,64). Había en las ruedas espíritu de vida (Ez 1,20). Y agrega: en Cristo Jesús, porque tal espíritu no se da sino a los que viven en Cristo Jesús. Porque así como el espíritu natural no llega al miembro que carece de conexión con la cabeza, así también el Espíritu Santo no llega al hombre que no está unido a su cabeza, que es Cristo. En esto conocemos que Ei mora en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado (1Jn 3,24) .TI Espíritu Santo que ha dado Dios a todos los que le obedecen (Ac 5,32). Y esta ley, digo, por estar en Cristo, me liberará.-Si el Hi¡o os hace libres, seréis verdaderamente libres (Jn 8,36). Y esto, respecto de la ley del pecado, esto es, de la ley del fo-mes que inclina al pecado, o bien de la ley del pecado, o sea, del consentimiento y de la obra del pecado, que mantiene al hombre obligado a manera de ley. Porque por el Espíritu Santo se perdona el pecado. Recibid el Espíritu Santo: a quienes perdonareis los pecados les quedan perdonados (Jn 20,23). Y de la muerte, no sólo espiritual, sino también corporal, como adelante se probará. Y esto en virtud de que es espíritu de vida. Ven tú ¡oh espíritu! de las cuatro partes del mundo, y sopla sobre estos muertos, y resuciten (Ez 37,9).

En seguida, cuando dice: Pues lo que le era imposible, etc., manifiesta lo que dijera, a saber, que la ley de la vida que está en Cristo Jesús libera del pecado. Y que libere de la muerte lo probará adelante. Y esto otro lo prueba por la razón que se toma de la Encarnación de Cristo. Acerca de lo cual indica tres cosas. La primera, la necesidad de la encarnación; la segunda, el modo de la encarnación: Dios, habiendo enviado a su propio Hijo, etc.; la tercera, el fruto de la encarnación: y en orden al pecado, etc. Y para que sea más llana la exposición, veamos primeramente lo segundo, en segundo lugar lo tercero, y finalmente lo primero. Con razón digo que La Ley del espíritu de vida en Cristo Jesús libera del pecado; porque Dios Padre a su Hijo, esto es, a su propio Hijo consigo consubstancial y coeterno (Díjome el Señor: tú eres mi Hijo: Salmo 2,7), habiéndolo enviado, no porque de nuevo lo creara o lo hiciera, sino que como a preexistente lo envió (Finalmente les envió a su Hijo: Mt 21,37), no ciertamente para que estuviera donde no estuviera antes, porque, como se dice en Jn 1,10: El estaba en el mundo, sino de un modo en que no estaba antes en el mundo, o sea, visiblemente por la carne asumida; por lo cual allí mismo se dice: El Verbo se hizo carne, y vimos su gloria.-Después de tales cosas Ei se ha dejado ver sobre la tierra (Bar 3,38). Y por eso aquí agrega: en una carne semejante a la del pecado: lo cual no debe entenderse como si no hubiese tenido verdadera carne sino sólo una semejanza de carne como fantástica, como dicen los maniqueos; siendo que el mismo Señor dijo: Un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo (Lc 24,39). Por lo cual no sólo agrega: en una carne semejante, sino: en una carne semejante a la del pecado. Porque no tuvo El carne de pecado, o sea, concebida con pecado, porque su carne fue concebida por el Espíritu Santo que quita el pecado. Lo que se ha engendrado en su vientre es del Espíritu Santo (Mat 1,20). De aquí que dice el Salmo 25,1: Yo he procedido según inocencia, es claro que en el mundo. Pero tuvo semejanza, de carne de pecado, esto es, semejante a la carne pecadora en que era pasible, porque la carne del hombre antes del pecado no estaba sujeta al sufrimiento. Tuvo que ser en todo semejante a sus hermanos, a fin de que fuese un sumo sacerdote misericordioso (Hebr 2,17).

Mas agrega un doble efecto de la encarnación, siendo el primero la remoción del pecado, cosa que expresa diciendo: en orden al pecado condenó ei pecado en la carne. En orden al pecado se puede^ entender que es por el pecado cometido en la carne de Cristo, por instigación del diablo, por sus matadores. Condenó, esto es, destruyó, el pecado, porque como el diablo al inocente, sobre quien ningún derecho tenía, procuró entregarlo a la muerte, justo fue que perdiera el poder. Y por eso se dice que por su pasión y muerte destruyó el pecado. Despojando, es claro que en la cruz, a los principados y potestades (Colos 2,15). Pero es preferible que se diga: condenó el pecado en la carne, esto es, debilitó el fomes del pecado en nuestra carne, en orden al pecado, o sea, en virtud de su pasión y de su muerte: fomes que se llama pecado por la semejanza con el pecado, como se ha dicho; o bien porque se hizo hostia por el pecado, ¡o cual en la Sagrada Escritura se llama pecado (De los pecados de mi pueblo comen: Oseas 4,8); por lo cual dice: Por nosotros hizo El pecado a Aquel que no conoció pecado (2Co 5,21), esto es, hostia por el pecado. Y satisfaciendo de esta manera por nuestro pecado suprimió los pecados del mundo. He aquí el Cordero de Dios, ved aquí el que quita los pecados del mundo (Jn 1,29).

En seguida pone el segundo efecto, diciendo: A fin de que la justicia de la Ley esto es, la justicia que la Ley prometía y que algunos esperaban de la ley, se cumpliera, esto es, se perfeccionara, en nosotros, los que vivimos en Cristo Jesús. Los gentiles, que no andaban tras la justicia, llegaron a la justicia, a la justicia que nace de la fe (Rm 9,30). Y habiendo dicho en 2Co 5,21: Por nosotros hizo pecado a Aquel que no conoció pecado, agrega: para que en El fuéramos nosotros hechos justicia de Dios. Mas esto otro no podía realizarse sino por Cristo, y por eso primero dijo que puede condenar el pecado en la carne y realizar la justificación, lo cual le era imposible a la Ley de Moisés. Pues la Ley-no lleva nada a la perfección (Hebr 7,19). Y esto ciertamente le era imposible "a la Ley, no por defect(c) de la Ley, sino por cuanto estaba debilitada por la carne, esto es, por la flaqueza de la carne que había en el hombre por la alteración del fomes, de la cual provenía que también la ley dada al hombre era dominada por la concupiscencia. El espíritu está pronto, mas la carne es débil (Mt 26,41; Marc 14,38). Y arriba dijo: Hablo como suelen hablar los hombres a causa de la flaqueza de vuestra carne (Rm 6,19). Y por esto es patente que fue necesario que Cristo se encarnara, por lo cual también en Gálatas,2,21 se dice: Si por la Ley se alcanza la justicia, entonces Cristo murió en vano, esto es, sin motivo. Luego por eso fue necesario que Cristo se encarnara: porque la Ley no podía justificar.

En seguida, cuando dice: Los que caminan no según la carne, etc., prueba su tesis en cuanto a la segunda condición, mostrando que para evitar la condenación se requiere no marchar según la carne. Y acerca de esto hace tres cosas. Primero enuncia lo que propone; luego, lo prueba: Pues ios que según la carne, etc.; finalmente, pone en claro lo que como prueba supusiera: Por cuanto la sabiduría de la carne es enemiga de Dios, etc. Así es que primero dice: Dicho está que la justificación de la Ley se cumple en nosotros, los que no sólo estamos en Cristo Jesús sino que además no marchamos conforme a la carne, sino según el espíritu, o sea, que no andamos tras las concupiscencias de la carne sino bajo el impulso del Espíritu Santo. Andad según el Espíritu (Gal 5,16).

En seguida, cuando dice: Pues los que son según la carne, etc., prueba lo que dijera, y presenta dos silogismos. Uno, por parte de la carne, que es así: Los que siguen la prudencia de la carne van a dar a la muerte; es así que quienes son según la carne siguen la prudencia de la carne; luego quienes son según la carne van a dar a la muerte. El otro silogismo io toma por parte del espíritu, y es éste: Los que siguen la prudencia del espíritu obtienen la vida y la paz; es así que los que son según el espíritu siguen la prudencia del espíritu; luego los que son según el espíritu van tras la vida y la paz. Y así es patente que aquellos que no andan según la carne, sino según el espíritu, se liberan de la ley del pecado y de la muerte.

Así es que primero pone la menor del primer silogismo, diciendo: Pues los que son según ia carne, esto es, los que se sujetan a la carne como esclavos suyos (estos tales no sirven al Señor sino al propio vientre: Rm 16,1 8) se saborean con las cosas que son de la carne, como si dijera que. tienen la sabiduría de la carne. Porque sa-* borearse con las cosas que son de la carne es sostener y juzgar que son buenas las cosas que son según ja carne. No tienes gusto de las cosas que son de Dios sino de las de los hombres (Mt 16,23). Son sabios para hacer él mal (Jerem 4,22).

En segundo lugar pone la menor del segundo silogismo, diciendo: Mas los que son según ei espíritu, esto es, ios que siguen al Espíritu Santo, y conforme a El caminan (según aquello de Gálatas 5,18: Si os dejáis guiar por el Espíritu no estáis bajo la Ley), gustan de las cosas que son del espíritu, esto es, tienen un recto sentido en las cosas espirituales, según aquello del Libro de la Sabiduría 1,1: Sentid bien del Señor. Y la razón de todo esto es que, como dice el Filósofo (¡n NI Ethic), según como es cada quien así le parecerá el fin o término. Por lo cual aquel cuyo espíritu está informado por un hábito o bueno o malo, juzga acerca del fin según la exigencia de su propio hábito.

En tercer lugar pone la mayor del primer silogismo, diciendo: Porque la sabiduría de la carne, etc. Para cuyo entendimiento débese saber que la prudencia es la recta razón de lo que se debe hacer, como dice el Filósofo (6 Ethic). Ahora bien, la recta razón de lo que se debe hacer presupone una cosa y hace tres. Porque presupone un fin, que es como el principio en lo que se hace, así como también la razón especulativa presupone principios de los cuales saca la demostración. Y tres son las cosas que hace la recta razón para lo que se debe hacer. Porque primero rectamente delibera; luego, rectamente juzga sobre lo deliberado; y lo tercero: recta y constantemente ordena lo determinado. Y así, por ¡o tanto, para la prudencia de la carne se requiere que algo se presuponga como fin deleitable de la carne, y que se aconseje y juzgue y ordene todo lo que conviene para ese fin. De aquí que tal prudencia es muerte, esto es, causa de muerte eterna. Él que siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción (Galat 6,8).

En cuarto lugar, pone la mayor del segundo silogismo, diciendo: Mas la prudencia del espíritu, vida y paz. Así es que según lo dicho se dice que hay prudencia del espíritu, cuando alguien, presupuesto el fin de un bien espiritual, piensa y juzga y ordena cuanto se ordene convenientemente a ese fin. De aquí que tal prudencia es vida, esto es, causa de vida de gracia y gloria. El que siembra en el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna (Sal 6,8). Y es paz, o sea, causa de la paz. Porque la paz es causada por el Espíritu Santo. Gozan de suma paz los amadores de tu Ley (Ps 1 18,165). E! fruto del Espíritu es amor, gozo y paz (Galat 5,22).






Lección 2: Romanos 8,7-13

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Rm 8,7-13)


Se prueba que la prudencia de la carne es muerte, a la cual prudencia verdaderamente son ajenos los fieles de Cristo, y se les muestra liberados de la pena y de la muerte por la gracia de Cristo, o por mejor decir por el Espíritu Santo.
7. Por cuanto la sabiduría de la carne es enemiga de Dios. Porque no está sometida a la Ley de Dios, ni es posible que lo esté.
8. Por donde los que viven en la carne, no pueden agradar a Dios.
9. Pero vosotros no vivís en la carne, sino en el espíritu, si es que el espíritu de Dios habita en vosotros. Que si alguno no tiene el espíritu de Cristo, éste tal no es de El.
10. Mas si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo esté muerto por razón del pecado, el espíritu vive en virtud de la justificación.
11. Y si el espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en vosotros, Aquel que resucitó a Jesucristo de entre los muertos, vivificará también vuestros cuerpos mortales, en virtud de su Espíritu que habita en vosotros.
12. Así, pues, hermanos, somos deudores, no a la carne, para vivir según la carne.
13. Porque si viviereis según la carne, moriréis. Mas si por el espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.

Habiendo asentado el Apóstol en lo que precede que la prudencia de la carne es muerte, trata ahora de probarlo. Y primero prueba su tesis; y luego dice que los fieles a quienes les escribe son ajenos a tal prudencia: Pero vosotros no vivís en la carne, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero prueba su tesis acerca de la prudencia de la carne en abstracto; lo segundo: aquello que dijera acerca de la prudencia de la carne lo aplica a los que siguen la prudencia de la carne: Por donde los que viven en la carne, etc. Acerca de lo primero echa mano de tres recursos, de los cuales el último prueba el primero.

Por el primero prueba lo que ya está dicho arriba: que la prudencia de la carne es muerte, de esta manera: el que se hace enemigo de Dios, incurre en la muerte. En cuanto a mis enemigos, los que no han querido que yo reine sobre ellos, traedlos aquí, y degolledlos en mi presencia (Lc 19,27). Y esto, debido a que Dios es nuestra vida. Porque El mismo es tu vida (Deut).* Y por eso el que se hace enemigo de Dios incurre en la muerte; es así que la prudencia de la carne es enemiga de Dios, luego la prudencia de la carne es causa de muerte. Y aquí se debe observar que lo que arriba denominó prudencia de la carne ahora lo llama sabiduría de la carne, no porque sean lo mismo sabiduría simpliciter y prudencia, sino porque es prudencia en las cosas humanas. La sabiduría del hombre está en su prudencia (Prov 10,23). Para entender esto se debe saber que se dice que es sabio simpliciter el que conoce la causa última y altísima de la cual dependen todas las cosas. Y la causa suprema simpliciter de todas las cosas es Dios. De aquí que la sabiduría simpliciter es el conocimiento de las cosas divinas, como dice Agustín (libro De Trinitate). Predicamos, sí, sabiduría entre los perfectos (ICo 2,6). Ahora bien, se llama sabio en determinada disciplina al que conoce la última causa de esa disciplina: así como en el arte de construir se llama sabio no al que sabe desbastar la piedra y la madera, sino al que concibe y dispone la forma conveniente de la construcción porque de esto depende la construcción toda, por lo cual el Apóstol dice: Cual sabio arquitecto puse el fundamento (ICo 2,6). Así también se dice que es sabio en las cosas humanas el que teniendo un recto juicio acerca del fin de la vida humana, conforme a él ordena toda la vida humana, lo cual corresponde a la prudencia. Y de esta manera la sabiduría de la carne es lo mismo que la prudencia de la carne. De tal sabiduría dice Santiago 3,15: No es ésa la sabiduría que desciende de lo alto, sino terrena, animal, diabólica. Mas se dice que tal sabiduría es enemiga de Dios porque inclina al hombre contra la ley de Dios. Corrió contra Dios erguido el cuello y engallada la cerviz (Jb 15,26).

Y por eso, para probarlo, presenta otro recurso, diciendo: Porque no está sometida a la Ley de Dios. Porque nadie puede odiar a Dios según lo que es en Sí mismo, siendo Dios como es la esencia misma de la bondad, sino que según esto el pecador odia a Dios por cuanto el precepto de la Ley divina es contrario a su propia voluntad: y así, el adúltero odia a Dios en cuanto odia este precepto: No adulterarás. Y así, todos los pecadores en cuanto no quieren sujetarse a la Ley de Dios son enemigos de Dios. Tú te estrechas en amistad con gente que aborrece a Dios (2 Paral 19,2). Por lo cual justamente prueba que la prudencia o sabiduría de la carne, es enemiga de Dios porque no se sujeta a la Ley de Dios.

Y esto lo prueba echando mano de un tercer recurso, diciendo: ni es posible que lo esté. Porque la prudencia de la carne es un vicio, como se ve claro por lo ya dicho; aunque, por otra parte, el que está sujeto a un vicio pueda liberarse del vicio y subordinarse a Dios, según aquello de Romanos 6,22: Liberados del pecado y hechos siervos de Dios; pero el vicio mismo no puede subordinarse a Dios puesto que el propio vicio es aversión respecto de Dios o de la Ley de Dios, así como el que es negro puede hacerse blanco, pero la negritud misma nunca podrá hacerse blanca. Y según esto se dice en Mateo 7,18: No puede el árbol malo dar frutos buenos. De lo cual resulta claro que sin razón alguna invocan los maniqueos estas palabras para la confirmación de su error, queriendo demostrar con ellas que la naturaleza de la carne no proviene de Dios por ser enemiga de Dios ni poder subordinarse a Dios. Porque no trata aquí el Apóstol de esta carne que no es sino un vicio del hombre, como está dicho.

En seguida, cuando dice: Por donde los que viven en la carne, etc., aplica lo que dijera acerca de la prudencia de la carne a los hombres dominados por la prudencia de la carne. Así es que quienes van tras las concupiscencias de la carne por la prudencia de la carne, mientras son así no pueden agradar a Dios, porque, como se dice en el Salmo 146,1 1: Dios se complace en aquellos que le temen. De aquí que aquellos que no se le sujetan no pueden agradarle mientras sean así. Pero pueden dejar de vivir en la carne según el modo dicho, y entonces le agradarán a Dios.

En seguida, cuando dice: Pero vosotros, etc., muestra que aquellos a quienes les habla están inmunes de la prudencia de la carne. Y acerca de esto hace tres cosas. Primero indica la situación de los fieles, diciendo; Pero vosotros no vivís en la carne, etc., y así es claro que no hay que entenderlo de la naturaleza de la carne. Porque los Romanos, que era a quienes les hablaba, eran mortales revestidos de carne. Y se habla de carne como de vicios de la carne, según aquello de 1Co 15,50: La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios. Por lo cual dice: Vosotros no vivís en la carne, o sea, no vivís en los vicios de la carne como si vivierais según la carne (aunque vivimos en carne no militamos según la carne: 2Co 10,3), sino en el espíritu, o sea, que seguís al espíritu. Me hallé en espíritu en el día del Señor (Ap 1,10). Luego pone la condición, diciendo: si es que el espíritu de Dios habita en vosotros, es claro que por la caridad. Sois templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros (ICo 3,16). Agrega sin embargo esta condición porque aun cuando en el bautismo habían recibido al Espíritu Santo, podía no obstante suceder que sobrevinipndo el pecado, perdieran al Espíritu Santo, sobre lo cual dice el Libro de la Sabiduría (I,5): que el Espíritu Santo huye de la iniquidad. Lo tercero: muestra la condición que se debe manifestar en ellos, diciendo: Que si alguno no tiene el espíritu de Cristo, ese tal no es de El; porque así como no es miembro del cuerpo lo que no sea vivificado por el espíritu del cuerpo, así no es miembro de Cristo el que no tenga el espíritu de Cristo. En esto conocemos que permanece El en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu (1Jn 4,13). Ahora bien, es de notarse que es lo mismo Espíritu de Cristo y de Dios Padre, aunque se dice de Dios Padre por cuanto procede del Padre; y se dice Espíritu de Cristo por cuanto procede del Hijo. De aquí que también el Señor lo atribuye en todas partes júntamente a Sí mismo y al Padre, como en Jn 14,26: El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre. Y también: Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de verdad, etc. (Jn 15,26).

En seguida, cuando dice: Mas si Cristo, etc., muestra que por la gracia de Cristo o por mejor decir por el Espíritu Santo nos libramos de la pena. Y primero muestra que por el Espíritu Santo nos libraremos en el futuro dé la muerte corporal; segundo: que mientras tanto en esta vida somos auxiliados por el Espíritu Santo contra las flaquezas de ella: De la misma manera también etc. (Rm 8,26). Acerca de lo primero hace tres cosas. Primero indica lo que se propone; luego, de esto infiere cierto corolario: Así, pues, hermanos, etc.; lo tercero: prueba su tesis: Porque todos cuantos son movidos por el Espíritu de Dios, etc. (Rm 8,14). Acerca de lo primero débese considerar que arriba hizo mención del Espíritu de Dios y del Espíritu de Cristo en cuanto es uno y el mismo Espíritu. Así es que primero muestra qué conseguimos por parte del Espíritu por el hecho de ser El de Cristo; y luego, qué conseguimos de El en cuanto es Espíritu de Dios Padre: Y si el espíritu del que resucitó a Jesús, etc. Así es que dice: Dicho está que si alguien no tiene el espíritu de Cristo, ese tal no es de El; y como vosotros sois de Cristo, tenéis el espíritu de Cristo: y al mismo Cristo como huésped en vosotros por la fe, según Efesios 3,17: Y Cristo por la fe habite en vuestros corazones. Mas si así vive Cristo en vosotros, es necesario que os conforméis a Cristo. Ahora bien, Cristo viene al mundo de modo que en cuanto al espíritu está lleno de gracia y de verdad, y sin embargo en cuanto al cuerpo tiene semejanza de carne de pecado, como se dijo arriba. De aquí que es forzoso que esto ocurra también en vosotros: que vuestro cuerpo, por razón del pecado, pecado que aún permanece en vuestra carne, muerto esté, esto es, abandonado a la necesidad de la muerte, como se dice en el Génesis (2,17): En cualquier día que comiereis de él, infaliblemente moriréis, o sea, estaréis abandonados a la necesidad de la muerte. Mas el Espíritu vive; quien ya ha sido traído del pecado -según Efesios 4,23: Renovaos en el espíritu de vuestra mente- vive la vida de la gracia, en virtud de la justificación, por la cual se es justificado por Dios. Y si ahora vivo en carne, vivo por la fe en el Hi¡o de Dios (Gal 2,20). E¡ justo vive por la fe (Rm i,17; Gal 3,2).

En seguida, cuando dice: Y si el espíritu, etc., muestra qué es lo que alcanzamos en el Espíritu Santo, en cuanto es Espíritu del Padre, diciendo: Y si habita en vosotros su espíritu, esto es, de Dios Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos.-Pero tú, Señor, ten piedad de mí y levántame (Ps 40,1 1). Pero Dios le resucitó al tercer día (Ac 10,40). Y sin embargo el mismo Cristo resucitó por su propio poder, porque el mismo es el poder del Padre y el del Hijo, y la consecuencia es que lo que Dios Padre hizo en Cristo lo haga también en nosotros. Y esto lo expresa así: Aquel que resucitó a Jesucristo de entre los muertos, vivificará también vuestros cuerpos mortales. No dice muertos, sino mortales, porque en la resurrección no sólo se les quitará a vuestros cuerpos que sean muertos, esto es, que tengan la necesidad de la muerte, sino también que sean mortales, esto es, la posibilidad de morir, como fue el cuerpo de Adán antes del pecado. Porque después de la resurrección nuestros cuerpos serán totalmente inmortales. Tus muertos, Señor, tendrán vida; resucitarán los muertos míos, etc. (Is 26,19). El mismo nos volverá la vida después de dos días (Os 6,3). Y esto en virtud de su Espíritu que habita en nosotros, esto es, en virtud del Espíritu Santo nuestro huésped. Esto dice el Señor Dios a esos huesos: He aquí que infundiré en vosotros el espíritu, y viviréis (Ez 37,5). Y esto en virtud del Espíritu que ¡nhabitará en nosotros, esto es, en virtud de la dignidad que nuestros cuerpos tienen por haber sido sagrarios del Espíritu Santo. ¿No sabéis que vuestros miembros son templo del Espíritu Santo? (ICo 6,19). Mas aquellos cuyos miembros no hayan sido templo del Espíritu resucitarán, pero tendrán cuerpos pasibles.

En seguida, cuando dice: Así, pues, hermanos, somos deudores, etc., deduce el corolario de lo dicho. Y primero expresa la conclusión; luego, da la razón de ella: Porque si viviereis, etc. Así es que primero dice: Ya se dijo que por el Espíritu Santo recibimos muchos bienes y que de la prudencia de la carne se sigue la muerte; luego le somos deudores al Espíritu Santo por los beneficios de El recibidos para que vivamos conforme al espíritu y no conforme a la carne. Si vivimos por el Espíritu, por el Espíritu también caminemos (Gal 5,25).

A continuación, cuando dice: Porque si según la carne, da la razón de la antedicha conclusión. Y primero en cuanto a la carne, diciendo: Mas si según la carne viviereis, o sea, conforme a las concupiscencias de la carne, moriréis, es claro que con muerte de culpa en lo presente, y con muerte de condenación en el futuro. La que se entrega a los placeres, viviendo está muerta (I Tim 5,6). Segundo: da la razón en cuanto al espíritu, diciendo: Mas si por el espíritu, esto es, si por el espíritu hacéis morir las obras de la carne, o sea, las obras que provienen de la concupiscencia de la carne, viviréis, con la vida de la gracia en lo presente y con la vida de la gloria en lo futuro. Haced morir los miembros que aún tengáis en la tierra (Colos 3,5). Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con las pasiones y las concupiscencias (Gal 5,24).






Tomas Aq. - Romanos 34