Tomas Aq. - Romanos 9

Lección 8: Romanos 1,26-28

9
075 (
Rm 1,26-32)

26. Por esto los entregó Dios a pasiones vergonzosas, pues hasta sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza.
27. E igualmente los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrasaron en mutua concupiscencia, cometiendo cosas ignominiosas varones con varones, y recibiendo en si mismos la paga merecida de sus extravíos.
28. Y como no estimaron el reconocimiento de Dios, los ¡ntregó Dios a un sentido depravado para hacer lo indebido,
29. henchidos de toda iniquidad, malicia, fornicación, avaricia, injusticia, llenos de envidia, homicidios, riña, dolos, malignidad; murmuradores,
30. Calumniadores, aborrecidos por Dios, insolentes, soberbios, altivos, inventores de maldades, desobedientes a sus padres,
31. insensatos, desordenados, hombres sin amor ni pacto y sin misericordia.
32. Y si bien conocieron la justicia de Dios, no entendieron que los que practican tales cosas son dignos de muerte; y no sólo las hacen, sino que también se complacen en los qué las practican.

Habiendo mostrado el delito de impiedad, por el cual pecaron contra la naturaleza divina, muestra aquí la pena, por la cual han sido llevados a pecar contra su propia naturaleza. Y primeramente muestra la pena; luego dice: pues hasta sus mujeres; y finalmente demuestra su conveniencia (o proporción con el delito): y recibiendo en sí mismos la paga.

Dice pues lo primero: Por esto, o sea, por haber trocado la verdad de Dios en mentira, los entregó Dios, no ciertamente empujándolos al mal, sino abandonandolos a pasiones ignominiosas, o sea, a pecados contra natura, que se llaman pasiones por cuanto con propiedad se dice pasión aquello por lo que algo es llevado fuera del orden de su propia naturaleza, como por ejemplo cuando se calienta el agua o cuando el hombre se enferma. De aquí que por apartarse el hombre del orden natural por tales pecados, con razón se les llama pasiones. Las pasiones de los pecadores (Rm 7,5). Y se les llama pasiones ignominiosas, porque no son dignas de mencionarse según aquello de Efesios 5,12: Da vergüenza hasta el nombrar las cosas que ellos hacen en secreto. En etecto, si los pecados de la carne comúnmente se censuran, porque por ellos se rebaja el hombre a lo que es bestial en él, con mucha mayor razón por el pecado contra natura, por el cual aun por debajo de la naturaleza bestial cae el hombre. Trocaré su gloria en ignominia (Os 4,7).

En seguida diciendo: Pues hasta sus mujeres, etc., explica lo que dijera. Y primeramente en cuanto a las mujeres, y luego en cuanto a los varones: E igualmente los varones. Así es que primero asienta: Por eso digo que están entregados a pasiones ignominiosas. Pues hasta sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra natura. ¿No os enseña la misma naturaleza, etc.? (ICo 2,14). Trocaron el derecho, rompieron la alianza eterna (Is 24,5), o sea, el derecho natural.

Mas débese considerar que de dos maneras puede ser algo contra la naturaleza del hombre. De una, contra la naturaleza de la diferencia constitutiva del hombre, que es racional, y así todo pecado se dice que es contra la naturaleza del hombre, por cuanto es contra la recta razón. De aquí que el Damasceno dice (In 2 lib.) que el ángel al pecar se trueca de lo que es conforme a naturaleza en algo que es contra naturaleza. De la otra manera se dice que algo es contra la naturaleza del hombre por razón del género, que es animal. Ahora bien, manifiesto es que conforme a la intención de la naturaleza la unión de los sexos en, los animales se ordena al acto de la generación. De aquí que todo género de unión del que no se pueda seguir la generación es contra la naturaleza del hombre en cuanto es animal. Y conforme a esto se dice en la Glosa: el uso natural es que el varón y la mujer se unan para ser una sola carne en concúbito; y contra la naturaleza es que el varón profane a varón, y la mujer a mujer; y lo mismo debe decirse de todo acto de coito del que no se pueda seguir la generación.

En seguida, al decir: E igualmente, explica lo relativo a los maridos, que dejando el uso natural de la mujer se abrasaron, esto es, fuera de los límites naturales, se inflamaron según aquello del Salmo 117,12: Ardían como fuego de zarzas. Y esto en mutua concupiscencia, es claro que carnal, cometiendo cosas ignominiosas varones con varones. Descubriré tu ignominia delante de ellos (Ez 16,37):

En seguida, cuando dice: la paga, indica que esta pena es la que corresponde al delito, diciendo: recibiendo en sí mismos, esto es, en la degradación de su naturaleza, la paga de sus extravíos, esto es, el haber trocado la verdad de Dios en mentira: paga, o sea, retribución, merecida por ellos conforme al orden de la justicia, por el que era debido que quienes cometieran injuria contra la naturaleza de Dios, aquello que es propio que se atribuya a las creaturas, vivieran ultrajándolo en su propia naturaleza. Y aun cuando parece que una paga no consuena propiamente sino con bienes, sin embargo aquí se toma en general por cualquier retribución aun a los males, conforme al sentido con que se dice adelante (Rm 6,23): El salario del pecado es la muerte. Todos sus dones serán quemados al fuego (Miq 1,7). Y es de notarse que muy razonablemente les asigna el Apóstol a los vicios contra natura, que son gravísimos entre los pecados carnales, la pena de la idolatría, porque parecen haber empezado al mismo tiempo que la idolatría, esto es, en el tiempo de Abraham, cuando se cree que empezó la idolatría. De aquí que leemos que también entonces fue castigada primeramente en los sodomitas (Sen 19,24-25). De la misma maneja también, con el aumento de la idolatría esos vicios se desarrollaron. Por lo cual se dice en 2 Macabeos (4,9-13) que Jasón se atrevió a júntar cabe el propio altar a algunos de los más distinguidos efebos, en lupanares. Y esto no era el inicio sino cierto incremento y progreso de la frecuentación con el gentil y el extranjero.

En seguida, cuando dice: Y como no estimaron, los muestra sujetos a la justicia. Y lo primero que enseña es de qué primer delito llegaron a caer en estos pecados; lo segundo es la exposición de las características de los dichos pecados. Henchidos de toda injusticia, etc. Pero indica el precedente delito, diciendo: Y como no estimaron el conocimiento de Dios, lo cual puédese entender de dos maneras. De una porque aunque por la luz de la razón y por las creaturas visibles pudieron tener el verdadero conocimiento de Dios, sin embargo, para poder pecar más libremente no estimaron, esto es, despreciaron el tener ellos mismos el conocimiento de Dios. Le dijeron a Dios: Apártate de nosotros: no queremos saber nada de tus caminos (Jcb 22,17).* Del otro modo se puede entender que no aceptaban ellos que Dios tuviera conocimiento de los hechos humanos, según aquello del Salmo 93 7: Dijeron: No lo ve Yahvéh, ni se da cuenta Dios. Y cotiforme a este sentido de manera conveniente a este delito corresponde la pena, por lo cual agrega: Los entregó Dios a un sentido depravado. Pero aquí se trata no del sentido externo del hombre, por el que se conocen las cosas sensibles, sino del interior, conforme al cual juzga de lo que se debe hacer, según Sabiduría 6,16: Pensar en ella es la perfección de la prudencia. Y se dice sentido depravado aquel por el que se tiene un Juicio depravado sobre lo que se debe hacer, según 2 Timoteo 3,8: Hombres de entendimiento corrompido, reprobos en la fe. Y Jeremías 6,30: Serán llamados plata de desecho. Y por eso agrega: para hacer lo indebido, esto es, las cosas que no concuerdan con la recta razón. Son inútiles sus obras (Sab 3,1 1). Es pues coherente que quienes pecaron contra el conocimiento de Dios o que no quisieron conocerlo o que lo conocieron pero no como juez sean entregados a la perversión del sentido, de la mente. De aquí que en Sabiduría 14,31 se dice: Es la sanción que merece todo el que peca, la que persigue siemore la transgresión de los culpables. En seguida, cuando dice: Henchidos, etc., enumera las tales obras inconvenientes; y primero señala lo que es general diciendo: Henchidos de toda iniquidad, porque como se dice en 1 Juan 3,4, Todo pecado es la iniquidad. En efecto, así como toda virtud, en cuanto sigue el precepto de la ley tiene modalidad de justicia, así también todo pecado en cuanto disiente de la regla de la ley divina tiene índole de iniquidad. Y así en la Sagrada Escritura ante todo se denuncian los pecados. Mas de dos maneras hace resaltar la culpa de los Gentiles. La primera, intensivamente, con esto que dice: Henchidos. Pues de iniquidad está henchido aquel cuya voluntad está totalmente dispuesta para el pecado, según aquello del Salmo 13,3 (y Rm 3,14): Su boca rebosa maldición y amargura. La segunda, extensivamente, porque no pecaron en una sola cosa, sino en todas. El culto de los ídolos vanos es principio, causa y término de todos los males: (Sab 14,27). Consiguientemente, cuando dice malicia, enumera los pecados en especial. Y primero en cuanto a la transgresión que se opone a los preceptos negativos; y luego en cuanto a la omisión, que se opone a los preceptos afirmativos: soberbios. Acerca de lo primero hace dos cosas. La primera, indicar los pecados con los que se daña uno a sí mismo; y la segunda, los pecados con los que daña uno al prójimo: malicia.

Acerca de lo primero indica lo que primeramente es general, diciendo: Malicia, que es el hábito vicioso opuesto a la virtud. Por lo cual se dice que pecan por malicia los que por hábito pecan. ¿Por qué te glorías de tu malicia? (Ps 51,3). En especial indica el pecado por el que se sale uno del orden en materia del apetito de las delectaciones corporales, diciendo: Fornicación. Pues aun cuando la fornicación propiamente sea con meretrices, que cabe las bóvedas (fornices), esto es, cabe los arcos triunfales, se exhibían (prostituebant) públicamente, sin embargo aquí se toma en el sentido de todo ilícito concúbito. Guárdate, hijo, de toHa fornicación (o impureza) (Tob 4,12).

Lo segundo que indica es el vicio por el cual se sale uno del orden en materia del apetito de las cosas exteriores, diciendo: Avaricia, que es un inmoderado apetito de tener. Sed en vuestro trato sin avaricia, estando contentos con lo que tenéis (Hebr 13,5).

En seguida indica los pecados que tienden al perjuicio del prójimo. Y desde luego lo que es general, diciendo: 1njusticia, siempre -es claro- que alguien emprende lo que no puede cumplir, lo cual principalmente ocurre con perjuicio de los prójimos a quienes nadie debe de ninguna me.¡era perjudicar en virtud de ia promesa hecha. Haz que cese la maldad de los impíos (Ps 7,10). Consecuentemente indica la raíz de estos pecados, diciendo; llenos de envidia, que es el dolqf por el bien ajeno, por el cual se incita «¡guien a perjudicar a otro. Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo (Sab 2,24).

A continuación se indican Jos perjuicios, y primeramente los manifiestos, tanto en cuanto a los hechos, diciendo: homicidios, que son los principales daños; Perjurio y mentira, asesinato y robo, adulterio y violencia, sangre y más sangre (Os 4,2); y esto lo indica en piuca): homicidios, porque el homicidio se da no sólo de obra sino también en la voluntad: Quien odia a su hermano es homicida (1Jn 3,15), quien odia -claro esté- para matar; como en cuanto a las palabras, diciendo: riña. La riña es la impugnación de la verdad con él atrevimiento del griterío. Es gloria para el hombre apartarse de litigios (Prov 20,3).

En seguida señala los perjuicios ocultos, y el primero el que es general, diciendo: dolos, cuando claramente una cosa se simula y otra se ejecuta. Su lengua es saeta mortífera, embusteras las palabras de su boca; habla de paz con su amigo, pero ocultamente le pone celadas (Jerem 9,8). Y luego Índica la raíz interior de estos daños, diciendo: malignidad, que produce un mal ardor, esto es, una pésima pasión en el corazón, según el Salmo 27,3: Hablan de paz a su vecino, mas la maldad está en su corazón; y Ps 5,6: No vivirá júnto a ti el malo. Consecuentemente indica los daños ocultos, que se causají sobre todo de palabra, diciendo: murmuradores. Estos murmuran ocultamente a los oídos de las gentes para sembrar discordias entre ellas. El soplón y de lengua doble sea maldito por el pueblo, pues ha perdido a muchos que vivían en paz (Eccli 28,15). Calumniadores, que claramente manchan la fama de alguno ocultamente, o sea, ignorándolo éste, diciendo de él cosas malas. B detractor oculto es semejante a la sierpe, que pica sin hacer ruido (Eccles 10,1 1). Y para que no se piense que estos pecados sean leves por cometerse con la sola boca, agrega: aborrecidos por Dios. En efecto, destruyen lo que más ama Dios en los hombres, el mutuo amor. Mi mandamiento es que os améis los unos a los otros, tal como Yo os he amado (Jn 15,12). Por lo cual se dice en Proverbios 6,16: Seis cosas hay que aborrece Yahvé, y una séptima es abominación para su alma, a saber, el sembrar discordias entre hermanos. Pero el Apóstol agrega: insolentes, que son los que arrojan los males a la cara. A mí, que antes fui blasfemo y perseguidor y violento (I Tim 1,13). De esta manera, pues, tres vicios coinciden en la misma materia, porque todos sus males tienen que ver con el prójimo. Mas lo dice al final, porque el murmurador busca la discordia; el calumniador, la infamia; los insolentes, la injuria.

En seguida menciona los pecados correspondientes a la omisión, y primeramente la raíz de tales pecados, diciendo: soberbios. Pues se les dice soberbios a los que como sobre sí mismos caminan guiados por un desordenado apetito de excelencia: pues quieren estar por encima, no sujetos a ajena regla, por lo cual hacen caso omiso de los preceptos. El primer origen de todo pecado es la soberbia (Eccles 10,15). Lo cual es verdad respecto de la aversión a Dios, no en cuanto a la conversión al bien mudable. Pues en 1 Timoteo 6,10 se dice que una raíz de todos los males es el amor al dinero. Enseña luego el Apóstol el desenvolvimiento de la soberbia, de la cual lo primero que nace en el corazón es el desvanecimiento o altivez, por sentirse el hombre por encima de los demás. No soy como lo* demás hombres (Lúe 18,2). De aquí que contra ios desvanecidos se dice aquello del Salme130,1: Ni imjf ojos se han mostrado altivos.

Lo segundo que de la soberbia nace an el obraras el atrevimiento de las cosas extraordinarias* Y en cuanto a esto añade: inventores de maldades, puesto qye estando ya instituidas las cosas buejias por Dios y por los hombres, es lógico que ellos mismos con lo nuevo descubran cosas malas. Sus invenciones son contra el Señor (Is 3,8).

Consecuentemente vienen las omisiones mismas. Y lo primero respecto de los superiores. De aquí que en cuanto a los padres dice: desobedientes a sus padres. Contra lo quedice el Apóstol en Efesios 6,1: Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor. Mas en cuanto a Dios dice: insensatos, o sea, que obran contra la reverencia debida a Dios Mira: el temor de Dios es la Sabiduría; huir del mal, la inteligencia (Jb 28,28). Lo segundo es la omisión en cuanto a ellos mismos, diciendo: descompuestos en costumbres y en su porte. La manera de vestir, de reír y de caminar del hombre dicen lo que es (Eccli 19,27). Por lo cual en Is 3,16-23 se les reprocha a algunos el andar elegantemente ataviados por exceder tal elegancia el estilo común de la gente con la cual trataban. En tercer lugar viene la omisión en cuanto a los iguales, a los que debemos tenerles antes que nada un cordial afecto, contra lo cuál dice: sin amor. Las entrañas de los impíos son crueles. (Prov 12,10). Los hombres serán amadores de sí mismos (2 Tim 3,2), y no amarán a los demás.

Lo segundo es que se les debe brindar un trato amable, y contra esto agrega: ni pacto (desleales), de modo que no conviven pacíficamente con los demás. Hallaron aquel pueblo tranquilo y descuidado y le pasaron a cuchillo e incendiaron la ciudad (...) y no tenían trato ni comercio con ninguna gente (Jueces 18,27-28). jAy del hombre que está solo! pues si cae no tiene quien le levante (Ecles 4,10).

En cuarto lugar, en cuanto a los inferiores, agrega: y sin misericordia, la que debemos brindarles a los necesitados. El juicio será sin misericordia para aquel que no hizo misericordia (Sant 2,13).

En seguida, cuando dice: Y si bien conocieron la justicia de Dios, los muestra sujetos a la ira o castigo de Dios. Sobre lo cual débense considerar tres cosas. La primera, su natural disposición, porque conociendo que Dios es justo y que tiene todas las demás perfecciones, no creyeron que infligiría una pena por los pecados. Dijeron en su corazón: El Señor no hace mal (a nadie) (Sof 1,12). Y esto lo expresa así: Y si bien conocieron la justicia de Dios, no entendieron. La segunda, la pena del pecado a la que son acreedores, diciendo: Son dignos, de muerte. El salario del pecado es la muerte (Rm 6,23). Pues es justo que el alma que se separa de Dios, sea separada de su cuerpo por la muerte corporal, y finalmente sea separada de Dios por la muerte eterna, de la cual se dice en el Salmo 33,22: Pésima es la muerte de los pecadores. Y el Apocalipsis (2,2) dice: en cambio: En éstos * no tendrá poder la segunda muerte.** La tercera cosa que se debe considerar es a quiénes se les debe infligir tal pena. Y primeramente a los que obren los predichos pecados, según el Salmo 5,7: Tú aborreces a todos los que obran la iniquidad; tú perderás a todos aquellos que hablan mentira. Y no sólo a los que tal obran sino también a los que consienten a

* Se refiere este texto a los justos (S. A.).

** Se refiere esta expresión a la muerte eterna, la del infierno (S.A.).

aquéllos. Y esto de dos maneras: directamente, o aplaudiendo el pecado, según el- Salmo 10,3: Ei pecador se jacta en los deseos de su alma; o también dando dictamen favorable o ayuda, según los Paralipómenos (2 Par 19,2): Tú das socorro a un impío. O también indirectamente, por no reprender o impedir de algún modo, pudiéndose, y sobre todo si por estado o ministerio incumbe, así como los pecados de sus hijos se le imputaron a Helí, como es patente en 1 Samuel 4. Esto lo dice el Apóstol también de manera especial por algunos sabios de los Gentiles, pues aun cuando no reverenciaban a los ídolos, sin embargo no resistían a quienes los adoraban.


CAPITULO 2

Lección 1: Romanos 2,1-5

10
075 (
Rm 2,1-5)

Por el hecho de que Judíos y Gentiles mutuamente se incriminaban se muestra que los mismos pecados cometían, y de paso se averigua si peca mortalmente el juez que condena a alguien por algún pecado cometido por él mismo.
1. Por lo tanto no tienes excusa, oh hombre, quienquiera que seas, al juzgar, porque en lo que juzgas a otro a ti mismo te condenas. Pues lo que haces es lo que juzgas.
2. Pues sabemos que el juicio de Dios es según la verdad contra los que practican tales cosas.
3. ¿Piensas tú, oh hombre, que1 juzgas a los que tales cosas hacen} y las haces tú mismo, que escaparás al juicio de Dios?
4. ¿O la riqueza de su bondad, de su paciencia y longanimidad la desprecias? ¿Ignoras que la benignidad de Dios te induce a penitencia?
5. Mas conforme a tu dureza y tu impenitente corazón, te atesoras ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios.

Después de haber mostrado el Apóstol que no se justifican los Gentiles por el conocimiento que tuvieron de la verdad, aquí enseña que tampoco se justificaban los judíos por las cosas de que se gloriaban. Y así a unos y a otros les es necesaria para la salvación la virtud de la gracia evangélica. Lo primero que dice es que los judíos no se justificaban por la Ley. Lo segundo, que no se justifican por la raza, de la cual se gloriaban. ¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? (Rm 3,1). Lo tercero, que no se justifican por la circuncisión. ¿Qué diremos? (Rm 4,1).

Acerca de lo primero se debe considerar que Judíos y Gentiles convertidos a la fe mutuamente se acusaban por su vida anterior. En efecto, los Judíos echábanles en cara a los Gentiles que habiendo vivido sin la ley de Dios, inmolaban a los ídolos. Pero los Gentiles les reprochaban a los Judíos que habiendo recibido la ley de Dios no la guardaban. Así es que primeramente acusa a unos y a otros de no asistirles la razón; y en segundo lugar muestra de manera especial que los Judíos no eran dignos de privilegios porque las cosas por las que se gloriaban no eran suficientes para la salvación: Pues no los que oyen ia iey son justos ante Dios (Rm 2,13) Acerca de lo primero hace dos cosas. La primera, desbaratar el juicio humano; la segunda, edificar y exaltar el divino: Pues sabemos. Acerca de lo primero hace a su vez dos cosas también. La primera, afirmar que estos aue mutuamente se acusan son inexcusables; la segunde dar la razón: Porque en lo que juzgas a otro, etc. Así es que primeramente saca la conclusión de las premisas, diciendo: Porque habiendo conocido los Gentiles la verdad acerca de Dios, en la maldad se recrearon. ¡Oh hombre que juzgas a otro hombre, eres inexcusablel, como dijo arriba (Rm 1,20): Por lo tanto, no tienes excusa. Mas agrega: quienquiera que seas; como si dijera: ya seas Gentil, ya seas Judío, porque ni siquiera siendo Gentil, del que parece tratarse más especialmente, no puedes excusarte por ignorancia, como ya se ha demostrado. No juzguéis nada antes de tiempo (ICo 4,5). En seguida diciendo: Porque en lo que juzgas a otro, da la razón por la que se excluye todo motivo de excusa. El primero, la ignorancia; el segundo, la inocencia o pureza de conciencia: Pues lo que haces es lo que juzgas. La ignorancia ciertamente se excluye por ei acto mismo de juzgar: porque cualquiera que juzga a otro por obrar mal se confiesa a sí mismo que eso mismo es malo, y así demuestra ser condenable, y esto es lo que dice: Por eso mismo, digo, eres inexcusable. En efecto, al juzgar que otro obra mal, a ti mismo te condenas, o sea, demuestras que tú mismo eres condenable. No juzguéis para que no seáis juzgados (Mt 7,1). Sin embargo no hay por qué creer que todo juicio sea causa de condenación.

Hay, en efecto, un triple juicio. El uno, usto, que claramente se haga conforme a la regla de a justicia. Amad la justicia los que juzgáis la tierra (Sab 1,1). Distinto es el juicio no justo, que claramente es contra 1» regla de la justicia. Como ministros que sois de su reino, no habéis gobernado rectamente (Sab 6,5). Y hay un tercer juicio, el temerario, contra el cual dice eí Eclesiastés (5,1): No te precipites a hablar. En lo cual se incurre de dos maneras. De una, cuando alguien sin el debido conocimiento de la verdad procede a juzgar en lo que tiene encomendado, contra lo que dice Job (29,16): La causa que desconocía diligentísimamente la investigaba. De otra manera, cuando alguien se arroga el juicio sobre cosas ocultas, de las que sólo Dios puede juzgar, contra lo que se dice en 1Co 4,5: No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual sacará a luz los secretos, etc.

Porque hay cosas ocultas, no solamente en cuanto a nosotros, sino según su propia naturaleza, pertenecientes al solo conocimiento de Dios. Lo primero ciertamente es el pensamiento del corazón, según aquello de Jeremías 18,9: Retorcido es el corazón del hombre e inescrutable: ¿quién lo conoce? Yo, Yahvéh, escudriño los corazones y pruebo los ríñones. Lo segundo es el futuro contingente, según Is (41,23): Vaticinad lo que ha de acontecer en lo venidero, y diremos que vosotros sois dioses. Y por eso, como dice Agustín (De Serm. Dom. in monte), hay dos cosas en las que debemos guardarnos de proferir un juicio temerario: Cuando no se sabe con qué intención se hizo algo, o cuando es incierto cómo será lo que va a pasar, aunque ahora parezca bueno o malo.

Así es que el primer juicio -conforme a la regla de la justicia- no es causa de condenación; pero sí lo son el segundo -el que es contra la regla de la justicia- y el tercero -el temerario.

En seguida, cuando dice: pues lo que haces es lo que juzgas, excluye otra causa de excusa, a saber, la inocencia o pureza de corazón, como si dijera: Por el mismo hecho de juzgar tú a otros, a ti mismo te condenas, porque haces precisamente lo que juzgas, esto es, aquello por lo que a otros condenas: y así es claro que obras contra tu conciencia. ¿Por qué ves la pa¡a que está en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que está en tu o¡o?(Mt 7,3; Luc 6,41). Sin embargo, es de saberse que no siempre que alguien juzga acerca de un pecado que él mismo comete, por esto mismo se acarrea siempre la condenación, porque no siempre peca mortalmente juzgando así, aunque siempre hace patente su propia condena. En efecto, si públicamente incurre en el pecado del que juzga a otro, es claro que escandaliza al juzgar, a no ser que humildemente se reprenda a sí mismo júnto con aquél lamentándose de su pecado. Mas si está en el mismo pecado ocultamente, no peca al juzgar a otro por el mismo pecado, sobre todo si lo hace con humildad y con esfuerzo por levantarse, como dice Agustín (en su libro De Sermone Dom. in monte). En primer lugar pensemos cuando necesariamente tenemos que reprender a alguien si su pecado es tal que nunca lo tuvimos, y entonces reflexionemos que también nosotros pudimos tenerlo, o que habiéndolo tenido ya no lo tenemos: y entonces pálpese vivamente la fragilidad común para que la dicha corrección sea precedida no por el odio sino por la misericordia. Mas si vemos que estamos en el mismo pecado, no reprendamos sino aflijámonos e invitemos al otro a la misma condolencia.

En seguida al decir: Pues sabemos, afirma y avalora el juicio divino, y acerca de esto hace tres cosas. La primera, asegurar la verdad del juicio divino; la segunda, excluir la contraria opinión: ¿Piensas tú?; la tercera, hacer patente esa verdad: El cual dará a cada uno c! pago según sus obras (Rm 2,6).

Así es que primeramente dice: Por eso digo que a ti mismo te condenas por hacer lo mismo que juzgas. Pues sabemos, esto es, tenemos por cierto que el juicio de Dios recae sobre los que tal hacen, o sea, que está suspendido sobre ellos el juicio divino. Hay una espada vengadora de la iniquidad, y sabed que hay juicio (Jb 19,29). Toda obra la emplazará Dios a juicio (Eccle 2,14). Y sabemos que este juicio es según la verdad. Con rectitud juzgará a los pueblos (Ps 95 10). En cambio el juicio del hombre, aun cuando juzgue con rectitud, no siempre es conforme a la verdad del asunto sino según los dichos de los testigos, que a veces están en desacuerdo con la verdad. Lo cual no ocurre en el iucio divino, porque, como El mismo dice (Jerem 29,23), Yo mismo soy juez y testigo. Ni es inducido a error por falsos alegatos, según aquello de Job 41,3: No tendré miramiento por él, ni a la eficacia de sus palabras dispuestas a propósito para mover a compasión.

A continuación cuando dice: ¿Piensas tú? excluye la opinión contraria. Y primero la enuncia; luego, señala la causa: o la riqueza, etc.; y finalmente la desecha: ¿la desprecias? Así es que dice primeramente: Dije que el juicio de Dios es según la verdad sobre aquellos que así obran. Pero ¿es posible, oh hombre, quienquiera que seas, que juzgas a los que así obran y sin embargo tú haces lo mismo, que no temas el juicio de arriba? ¿Piensas que puedes escapar al juicio de Dios? Como si dijera: si tal piensas, falso es tu cálculo: ¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu, a dónde de tu rostro podré huir? (Ps 138,7). Y no habrá refugio para ellos (Jb 11 20).

En seguida cuando dice: ¿O la riqueza? muestra la causa de ese falso cálculo. Porque por no ser castigado el hombre al punto por el pecado, piensa que no ha de ser castigado. Contra lo que dice el Eclesiástico (5,4): No digas en tu corazón: pequé y ¿qué de malo me ha pasado? Porque el Altísimo es paciente restituidor. Y el Eclesiástico (8,11), dice: Viendo que no se pronuncia luego la sentencia contra los malos, los hijos de los hombres cometen la maldad sin temor alguno. Pero entre tanto centuplica sus delitos el pecador, y se atiene a la dicha paciencia, no debe despreciar sino advertir que le conviene temer al Señor. Y por eso dice el Apóstol: ¿O la desprecias?, según aquello de Proverbios 18,3: Cuando el impío llega a caer en el abismo de los pecados, todo lo desprecia. -La riqueza, esto es, su abundancia. Dios, que es rico en misericordia (Ef 2,4). De su bondad, por la cual nos colma de bienes, según el Salmo 144,16: Abres tú tu mano y todas las cosas las colmas de bienes. Porque el bien es de suyo difusivo, según Dionisio. Bueno es el Señor para el que en El espera (Lament 3,25). Y es de suyo también paciente, con una paciencia que soporta a los que pecan con ganas y con malicia. Dios, el justo juez, y sufrido, ¿enójase acaso todos los días? (Ps 7,12). Y es de suyo longánime, por lo cual soporta por largo tiempo a los hombres que pecan por debilidad, y por largo tiempo también a los que permanecen en el pecado. Y creed que la longanimidad de nuestro Señor es para salvación (2 Pedro 3,15).

A continuación, cuando dice ¿Ignoras? condena la predicha causa, la cual es el desprecio de la paciencia divina, y primeramente demuestra el fruto de la paciencia divina; luego, el peligro de despreciarla: Mas conforme a tu dureza. Así es que lo primero que dice es que de admirarse es que desprecies. ¿Acaso ignoras que por pura benignidad aplaza Dios la pena? No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión (2 Pedro 3,9). Por esto os espera el Señor, para usar de misericordia con vosotros (Is 30,18). Como se dice en la Glosa, parece que el Apóstol se refiere a tres grados de pecadores. El pnmero es el de los que se prometen la impunidad; el segundo, el de los^jue desprecian la bondad de Dios; el tercero, el de los que la ignoran. De aquí que la Glosa dice: Pecas, oh hombre, mientras te prometes la impunidad; más gravemente pecas cuando desprecias, y gravísimamente pecas cuando ignoras.

Objeción. Parece que esto es falso, porque la ignorancia más bien disminuye el pecado en lugar de agravarlo.

Respondo que esto es según como se debe entender la palabra gravísimamente, esto es, peligrosísimamente, porque quien ignora el pecado no busca el remedio. O gravísimamente por la especie de ignorancia que pertenece a la infidelidad, la cual es gravísimo pecado. Por lo cual se dice en 1Co 14,38: El que ignore será ignorado. O gravísimo en el género de la ingratitud. Dice Agustín: Más ingrato es quien no conoce el beneficio que quien lo achica, pues aquél lo desprecia.

En seguida, cuando dice: Conforme a tu dureza, muestra el peligro del desprecio, diciendo: Mas conforme a tu dureza, porque por los beneficios de la divina bondad no se ablanda (El corazón duro lo pasará mal al fin: Eccli 3,27) el corazón impenitente, el cual no se inclina a penitencia por la paciencia y longanimidad de Dios. Ninguno hay que haga penitencia de su pecado (Jr 8,6). Te atesoras ira, o sea, te .multiplicas el merecimiento de la pena. Os habéis atesorado ira para el día final (Sant 5,3). Por lo cual continúa el Apóstol: el día de la ira, esto es, el día del juicio del cual se dice en Sofonías 1,15: Día de ira aquel, día de tribulación porque Dios no se toma ahora la venganza que entonces se tomará, según aquello del Salmo 74,3: Cuando llegare mi tiempo Yo juzgaré con justicia. -Prosigue el Apóstol: Y de la revelación del justo juicio de Dios, porque entonces se revelará la justicia del juicio divino que ahora no se cree que lo habrá o que no se cree que sea justo. La salvación que Yo envío está para llegar, y va a manifestarse mi justicia (Is 56,1). Y como aquí dice la Glosa que por dureza y corazón impenitente se significa el pecado contra el Espíritu Santo, pecado que es irremisible, conviene ver qué es el pecado contra el Espíritu Santo y de qué manera sea irremisible.

Es pues de saberse que según los antiguos Doctores de la 1glesia de antes de Agustín, o sea, Atanasio, Hilario, Ambrosio, Jerónimo, y el Crisóstomo, se dice que el pecado contra el Espíritu Santo es la blasfemia, por la cual las obras del Espíritu Santo se atribuyen al espíritu inmundo, como es claro en Mateo 12,22-37, el cual pecado se dice ser irremisible tanto en este siglo como en el futuro, porque por él son castigados los Judíos tanto en este siglo por los Romanos, como en el futuro por los demonios. O porque no tiene ninguna razón de excusa, como la tenía la blasfemia que proferían contra Cristo en cuanto era hijo del hombre, según aquello de Mateo 2,19: He aquí un hombre glotón y bebedor de vino. Al cual pudieran ser inducidos por la debilidad de la carne, como también en el Antiguo Testamento, cuando los hijos de 1srael murmuraban por la falta de pan y de agua, como se lee en el Éxodo (16,2-3), fue cuasi humano y fácilmente remisible; pero cuando después dijeron ante el ídolo: Estos son tus dioses, oh 1srael, que te han sacado de la tierra de Egipto (Ex 32,8), pecaron contra el Espíritu Santo por haber atribuido a los demonios la obra de Dios. De aquí que este pecado de ellos se dice irremisible, por lo cual el Señor agrega: Yo en el día de la venganza castigaré todavía este pecado que han cometido (Ex 32,34).

Mas Agustín dice que el pecado contra el Espíritu Santo es la palabra o la blasfemia que se dice contra el Espíritu Santo, por quien se logra la remisión de los pecados, según aquello de Juan 20,22: Recibid el Espíritu Santo: a quienes perdonareis los pecados les quedan perdonados. Y eso ciertamente de corazón, o sea de palabra y obra, mientras alguien persevere en el pecado hasta el fin último. Y de esta manera la impenitencia final es pecado contra el Espíritu Santo, pecado que sin duda es irremisible.

Mas los Maestros posteriores dicen que el pecado contra el Espíritu Santo, o sea, el que se comete por cierta malicia, va contra lo que se le atribuye al Espíritu Santo, que es la bondad, así como el pecado contra el Hijo de Dios, pecado que es por ignorancia, se opone a la sabiduría, que se le atribuye al Hijo. Y de manera semejante el pecado contra el Padre se puede decir que es el de flaqueza, la cual contraría a la fortaleza o poder que se le atribuye al Padre. Y así, por lo tanto, el pecado que es contra el Padre o contra el Hijo se dice que es remisible porque por el mismo pecado se ve que hay cierta excusa, puesto que por ignorancia o por flaqueza se comete. El que en cambio se comete por cierta malicia no tiene en sí mismo ningún motivo de excusa, por lo cual se dice que es irremisible, porque no tiene en sí mismo nada por lo que se le perdone, aun cuando a veces lo perdone Dios por su bondad, así como cuando por su poder cura la enfermedad que de suyo es incurable. Y según esto se asignan seis especies de pecado contra el Espíritu Santo, que excluyen las cosas por las que se perdona el pecado, de las cuales especies las primeras dos se consideran respecto de las cosas que se obtienen de parte de Dios, o sea: lo.-la esperanza de la divina misericordia, a la que se opone la desesperación; y 2o.- el temor de la divina justicia, al que se opone la presunción. Otras dos especies resultan de parte del hombre, o sea: lo.-el desprecio del bien conmutable, al cual se opone la contumacia, que aquí se llama dureza, por la cual se encastilla el alma en el pecado; y 2o.-la decisión de volverse a Dios, a lo cual se opone el corazón impenitente, que jamás se propone volverse a Dios por la penitencia. Y las otras dos especies resultan por parte de los dones de Dios, de los cuales uno es la fe, según aquello de Proverbios 15,27: Mediante la fe se purgan los pecados, a lo cual se opone la impugnación de la verdad bien conocida; y el otro don es la caridad, según Proverbios 10,12: La caridad cubre todos los pecados, y se le opone la envidia de la gracia que posee el hermano.






Tomas Aq. - Romanos 9