Tomas Aq. - Romanos 15

Lección 2: Romanos 3,9-20

15
075 (
Rm 3,9-20)


Muéstrase que Judíos y Gentiles son iguales en el estado de culpa precedente, y se tiene una admirable exposición sobre los versículos de David, y finalmente cómo les habla la Ley a los que están bajo la Ley.

9. ¿Qué decir entonces? ¿Tenemos acaso alguna ventaja nosotros? No, de ningún modo, porque hemos probado ya que tanto los judíos corno los griegos, todos, están bajo el pecado;
10. según está escrito: no hay justo, ni siquiera uno,
11. no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios.
12. Todos se han extraviado, a una se han hecho inútiles; no hay quien haga el bien, no hay ni uno siquiera.
13. Sepulcro abierto es su garganta, con su lengua urden engaño, veneno de áspides hay bajo sus labios,
14. su boca rebosa maldición y amargura.
15. Veloces son sus pies para derramar sangre;
16. destrucción y miseria están en sus caminos;
17. y el camino dé la paz no lo conocieron.
18. No hay temor de Dios ante sus ojos.
19. Ahora bien, sabemos que cuanto dice la Ley, lo dice a los que están bajo la Ley, para que toda boca enmudezca y el mundo entero sea reo ante Dios;
20. dado que por obras de la Ley no será justificada delante de El carne alguna; pues por medio de la Ley (nos viene) el conocimiento del pecado.

Habiendo mostrado el Apóstol las prerrogativas de los Judíos sobre los Gentiles en cuanto a los divinos beneficios, no admite aquí su vanagloria por la cual se preferían a los Gentiles convertidos a la Fe. Y lo primero enuncia lo que intenta; lo segundo, demuestra su tesis: porque hemos probado. Así es que primeramente dice, como ya está expresado: ¿cuál es la ventaja del Judío? En primer lugar, ciertamente, que a ellos se les dieron los oráculos del Señor. ¿Qué diremos entonces nosotros, los Judíos convertidos a la Fe? ¿Acaso tenemos sobre ellos alguna ventaja, esto es, sobre los Gentiles convertidos a la Fe? Sobre lo cual había discusión entre ellos. Hubo también entre ellos una discusión sobre quién de ellos fuese mayor (Lc 22,24). Y contestando, agrega: No, de ningún modo.

Objeción.-Esto parece ser contra lo anterior, en lo que se dijo que mucha de todos modos es la ventaja para el Judío.

Respuesta.-Pero en la Glosa se contesta que eso se dijo en cuanto al status que los Judíos tenían en el tiempo de la Ley; mas lo que ahora dice el Apóstol es según el régimen de gracia, porque, como se dice en Col 3,11: En Cristo no hay Gentil ni Judío, circuncisión ni prepucio, porque no hay entre ellos diferencia en cuanto al estado de gracia.

Sin embargo, no parece que esta respuesta sea del todo según la intención del Apóstol, porque más adelante se mostrará que también mientras estuvieron bajo la Ley eran esclavos del pecado, tal como también los Gentiles, o más que ellos. Esta es aquella Jerusaién que yo fundé en medio de los Gentiles; otros países la rodeaban. Pero se ha rebelado contra mis normas con más perversidad que las Naciones (Ez 5,5-6).

Por lo tanto debemos decir que arriba mostró Pablo la prerrogativa de los divinos beneficios; mas no por eso dijo que el Judío fuese más excelente; y el habérsele dado al Judío una ventaja, aquí excluye la excelencia de las personas porque quienes recibieron los divinos beneficios no usaron de éstos debidamente.

En seguida, cuando dice: Porque hemos probado, muestra su tesis; y lo primero, que los Judíos no son superiores a los Gentiles en cuanto al estado de pecado; lo segundo, que no les son superiores en cuanto al e¿tado de justicia: Mas ahora sin la Ley. Lo primero lo muestra doblemente. Desde luego por lo que arriba se ha dicho; y luego por autoridad: según está escrito.

Así es que dice: Porque hemos probado, esto es, con razones hemos demostrado que Judíos y Griegos, o sea, los Gentiles, todos están ba¡o el pecado. Desde le planta del pie hasta la coronilla de la cabeza no hay en él cosa sana (Is 1,6). En efecto, lo primero que muestra es que la verdad de Dios conocida la empleaban los Gentiles en la impiedad y la injusticia; lo segundo, que habiendo recibido los Judíos la Ley deshonraron a Dios por la prevaricación da la Ley. En seguida, cuando dice: según está escrito, enuncia su tesis valiéndose de la autoridad del Salmista, y desde luego la presenta, y luego la explica: Ahora bien, sabemos. En cuanto a lo primero hace dos cosas. Lo primero, indicar el pecado de omisión; lo segundo, los pecados de comisión: Sepulcro abierto es su garganta. Ahora bien, de dos maneras toca los pecados de omisión. La primera, apartando los principios de las buenas obras; la segunda, apartando las propias buenas obras: Todos se han extraviado. Y tres son los principios de las buenas obras, de los cuales uno pertenece a la rectitud misma de la obra, y esto es la justicia, la cual excluye diciendo: según está escrito, en el Salmo 14,1,3: No hay justo ni siquiera uno; y Miqueas 7,2: No hay ya un santo sobre la tierra; no se halla un justo entre los hombres. Lo cual se puede entender de tres maneras. De una así: nadie es justo en sí por sí mismo, sino que por sí mismo cada quien es pecador, pues sólo por Dios poseerá la justicia: Dominador, Señor Dios, misericordioso y clemente, que borras la iniquidad y los pecados, en cuya presencia ninguno de suyo es inocente (Exod 34,7). De la oirá manera así: nadie es justo en cuanto a todo, sin que tenga algún pecado, según aquello de Proverbios 20,9: ¿Quién es el que puede decir: limpio está mi corazón? Y el Eclesiastés 7,21: Porque no hay hombre justo en la tierra que haga el bien y no peque (jamás). Puédese también entender de una tercera manera: como si se refiriera a la multitud de los malos, entre los cuales no hay ningún justo. Porque suele la Escritura hablar a veces de todo el pueblo en atención a los malos, y a veces en atención a los buenos, como sé ve en Jeremías 16, donde se dice que habiendo dicho Jeremías todo lo que el Señor le preceptuara que dijera a todo el pueblo, lo aprendieron los sacerdotes y los profetas y. todo el pueblo diciendo: démosle muerte. Y luego agrega: Dijeron los príncipes y todo el pueblo: no hay juicio de muerte para este varón. Pero los dos primeros sentidos están de acuerdo con la intención del Apóstol. Y esto mismo debemos decir en cuanto a los que les siguen.

Ahora bien, el segundo principio de la buena obra es la discreción de la razón. Y esto lo excluye diciendo: No hay quien entienda.-No tienen conocimiento ni ciencia (Ps 81,5). Y Salmo 35,4: No han querido instruirse.

El tercer principio es la rectitud de intención, la cual excluye agregando: No hay quien busque al Señor, de modo que a El dirija la intención. Tiempo es de buscar al Señor hasta que venga el que os ha de enseñar la justicia (Os 10,12). Consiguientemente, excluye las propias buenas obras. Y primero en cuanto a la violación de la ley divina, diciendo: Todos se han extraviado, quiere decir que de las reglas de la ley divina. Todos van descarriados por su camino (Is 56,2). Lo segundo, er* cuanto al señalamiento del fin, por lo cual agrega: a una se han hecho inútiles. Porque decimos que es inútil Jo que no persigue su fin. Y por eso los hombres se vuelven inútiles por apartarse de Dios para el cual fueron hechos. La gran multitud de los impíos de nada servirá (Sab 4,3). En tercer lugar excluye las mismas buenas obras, al agregar: No hay quien Haga el bien. Para hacer el maí son sabio*, mas no saben hacer el bien (Jr 4,22). Y agrega: ni uno siquiera, que de un modo se puede entender por exclusión, como si dijera que con exclusión de uno, el único que hizo el bien redimiendo al género humano. Entre mil hombres hallé uno y ninguna mujer (Ecde 7,29). O puédese entender incluyendo, como si dijera que no hay ni un solo hombre limpio que haga el bien, o sea, perfecto. Buscad en sus plazas a ver si topáis con alguno que practique la justicia y que procure ser fiel (Jr 5,1).

En seguida al decir sepulcro abierto, indica los pecados de comisión, y primero los pecados de la lengua; segundo, los pecados de obra: Veloces son sus pies. Y de estos pecados se desprenden los pecados del corazón.

En cuanto a pecados de la lengua indica cuatro. El primero, el de lengua suelta o de infamia, diciendo: sepulcro abierto es su garganta. Porque en el sepulcro abierto observamos dos cosas. Porque está preparado para recibir a un muerto, y por esto se dice que la garganta del hombre es un sepulcro abierto cuando está listo para proferir cosas mortíferas, al modo de lo que se dice en Jeremías 5,16: Su aljaba es como un sepulcro abierto. Y además exhala hedor. Son semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera tienen bella apariencia, pero por dentro están llenos de osamentas de muertos y de toda inmundicia (Mt 23,27). Así es que su garganta es un sepulcro abierto, pues de sus bocas sale hedor de obscenidades. Y de su boca salía fuego y humo y azufre (Ap 9,. 17).

Lo segundo que toca, acerca del pecado de la lengua, es el fraude, diciendo: con su lengua urden engaño. Porque una cosa tienen en el corazón y otra distinta en la boca. Su lengua es como una penetrante flecha: hablan para engañar (Jerem 9,8).

Lo tercero que señala es la culpabilidad de las palabras, diciendo: veneno de áspides hay bajo sus labios. Porque tales palabras profieren que a quienes los rodean los maten de manera incurable, o espiritualmente o corporalmente. Hiél de dragones es su vino y veneno de áspides, para el cuai no hay remedio (Deut 32,33).

Lo cuarto que indica es la abundancia de tales pecados, diciendo: Su boca rebosa maldición y amargura, porque en tales gentes sobra siempre la maledicencia, porque hablan mal de los demás difamándolos, contra lo que el Apóstol dice adelante: Bendecid y no maldigáis (Rm 12,14). Y amargura, por cuanto no se avergüenzan de lanzarle a la cara al prójimo palabras injuriosas, haciéndolos caer así en la amargura, contra lo que dice el Apóstol en Efesios 4,3 1: Toda amargura destiérrese de vosotros.

En seguida, al decir: Veloces son sus pies para derramar sangre, señala los pecados de obra, sobre los cuales toca tres cosas. La primera es la prontitud para obrar mal. Por lo cual dice: Veloces son sus pies, son de rápidos pasos, esto es, de precipitada pasión para derramar sangre, o sea, para eometer cualquier pecado de los más graves, porque entre otros que cometemos contra el prójimo, el homicidio es muy grave. Sus pies corren hacia la maldad y van appresurados a derramar la sangre (Prov 1,16).

Lo segundo que toca es la multitud de los daños que se infieren a los demás, al agregar: en sus caminos, esto es, en sus obras, hay destrucción, porque quebrantó a los demás oprimiéndolos. Su corazón pondrá la mira en destruir (Is 10,7). Y miseria, por cuanto privan a los demás de sus bienes reduciéndolos a la miseria. Dejan desnudos a los hombres, quitando los vestidos a aquellos que ni tienen otros con qué defenderse del frío (Jb 24,7).

Puédese entender sin embargo que estas dos cosas están puestas para designar la pena más que la culpa, de modo que el sentido sea éste: en sus caminos están la destrucción y la miseria, esto es, sus obras, que se designen con la palabra caminos, los llevan a la destrucción y a la miseria, de modo que la destrucción se refiera a la pesadumbre de la pena con la que son castigados por sus pecados. Y queda toda hecha pedazos, como se rompe una vasija de alfarero (Is 30,14). Y la miseria débese referir a la pena de daño porque son privados de la felicidad eterna. Desdichados son y con la esperanza puesta entre los muertos (Sab 13,10).

Lo tercero que muestra es la obstinación de su culpa en el mal, de la cual algunos se alejan de dos maneras. O porque quieren recibir de los hombres la paz, pero contra esto se dice: y el camino de la paz no lo conocieron, o sea, no lo aceptaron: Yo era pacífico con los que aborrecían la paz (Ps 1 19,7). O mediante la consideración del temor de Dios, pero éstos ni temen a Dios ni respetan a los hombres, como se dice en Lucas 14. Por lo cual agrega: No hay temor de Dios ante sus ojos, o sea, no lo consideran. El temor del Señor destierra el pecado (Eccli 1,27). Y quien no tiene ese temor no podrá ser justificado. Y esto se puede decir especialmente contra los Judíos, que por no haber creído no conocieron el camino de la paz, o sea, a Cristo, del cual se dice en Efesios 2,14: El es nuestra paz.

En seguida, cuando dice: Ahora bien, sabemos que cuanto dice la Ley, de tres maneras presenta la autoridad invocada. Primeramente, exponiendo su sentido; luego, su intención: para que toda boca enmudezca; y finalmente, dando la razón de todo lo dicho en ella misma: dado que por obras de la Ley no será justificada delante de El carne alguna.

Acerca de lo primero se debe considerar que los Judíos, contra quienes aquí hablaba el Apóstol, pudieran para su excusa torcer el sentido de la autoridad invocada, diciendo que las palabras anteriormente dichas débense entender acerca de los Gentiles, no de los Judíos. Pero esto lo excluye el Apóstol diciendo: Sabemos que cuanto dice la Ley lo dice a los que están bajo la Ley, o sea, a los que se les dio la ley y que se aprovechan de la Ley. A nosotros nos dio Moisés la Ley (Deut 33,4). Ahora bien, los Gentiles no estaban bajo la Ley, y según esto, las predichas palabras se refieren a los Judíos.

A esto se le hace una doble objeción. La primera consistente en que las palabras arriba invocadas no están tomadas de la Ley sino de un Salmo. Pero a esto débese decir que a veces el nombre de Ley se toma por todo e¡ Antiguo Testamento, no sólo por los cinco libros de Moisés, según aquello de Juan 15,25: Es para que se cumpla la palabra escrita en su Ley: Me odiaron sin lo cual está escrito en el Antiguo Testamento,

causa no en los cinco libros de Moisés, que propiamente reciben el nombre de Ley. Y también así se entiende aquí la palabra Ley. Mas a veces todo el Antiguo Testamento se divide en tres géneros, a saber: en Ley, Salmos y Profetas, según Lucas 24,44:- Es necesario que todo lo que está escrito acerca de Mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos se cumpla. A veces, sin embargo, todo el Antiguo Testamento se divide en dos, a saber, en Ley y Profetas, según Mateo 22,40: De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas. Y según este modo el Salterio se considera dentro de los Profetas.

La segunda objeción es que en la Ley, este es, en el Antiguo Testamento, se dicen muchas cosas relativas a otras naciones, como es patente en muchos lugares de Is y Jeremías, donde leemos muchas cosas contra Babilonia y de manera semejante contra otras naciones. Así es que no por mencionarse la Ley se habla de las personas ni de las cosas que en la Ley aparecen. Pero débese decir que lo que indeterminadamente se dice es claro que se refiere a los que se les da la Ley, pues cuando había de veras la Escritura de otros, de manera especia! los designa, como cuando dice: Duro anuncio contra Babilonia (Is 13,1) y cuando amenaza a Tiro (Amos 1,9). Las cosas que se dicen en el Antiguo Testamento contra otras naciones de algún modo les correspondían a los Judíos, en cuanto los infortunios de aquéllos se decían para consolación o para terror de éstos, así como también el predicador debe decir aquello que les toca a los que les predica, no lo que corresponde a otros. Declara a mi pueblo sus pecados (Is 58,1), como si le dijera que no los que son de otras naciones.

En seguida, cuando dice para que toda boca enmudezca, indica el alcance del predicho argumento, pues por dos motivos arguye a todos de injusticia la Sagrada Escritura. Lo primero para reprimirles su jactancia, por la cual se juzgaban ser justos, según aquello de Lucas 18, ¡2: Ayuno dos veces en la semana. Y en cuanto a esto dice: para que toda boca enmudezca, porque presuntuosamente se adjudicaban la justicia. Tapada quedó la boca que hablaba la injusticia (Ps 62,12). Cesad, pues, de hablar con soberbia y jactancia (I Reyes 2,3). Lo segundo para que reconociendo su culpa se sujetaran a Dios, como el enfermo al médico. Por lo cual añade: Y el mundo entero sea reo ante Dios, esto es, no sólo él Gentil, sino también el Judío, reconociendo el uno y el otro su culpa. ¿Cómo no lia de estar mi alma sometida a Dios? (Ps 61,2). Luego, cuando dice: Dado que por obras de la Ley, da la razón de las predichas palabras. Y primero indica la razón; y luego la demuestra: Pues por medio de la Ley nos viene el conocimiento del pecado.

Así es que primeramente dice: nadie es justo porque ninguna carne, esto es, ningún hombre se justifica ante sí mismo, o sea, según su juicio por las obras de la Ley, porque, como se dice en Gálatas 2,21: Si por la ley se alcanza la justicia, entonces Cristo murió en vano. Y el Apóstol le dice a Tito (3,5): El nos salvó, no a causa de obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia. Ahora bien, es doble la obra de la Ley: la una es propia de la Ley de Moisés, como la observancia de los preceptos ceremoniales; la otra es obra de la ley de la naturaleza, porque pertenece a lá ley naturai como No matarás, no hurtarás, etc.

Ahora bien, algunos entienden que esto se dice de las primeras obras de la Ley, a saber, que las ceremonias no conferían la gracia por la que los hombres son justificados. Mas no parece ser ésta la intención del Apóstol, lo cual es evidente porque en seguida agrega: pues por medio de la Ley nos viene el conocimiento del pecado. Y es claro que los pecados se conocen por la prohibición de los preceptos morales, y así el Apóstol quiere decir que por todas las obras de la Ley, aun las que están mandadas por los preceptos morales, nadie se justifica de modo que por las obras se opere en él la justicia, porque, como se dice más adelante (Rm 2,6): Y si es por gracia ya no es por obras. En seguida, cuando dice: por medio de la Ley, demuestra lo que dijera, o sea, que las obras de la Ley no justifican. En efecto, la Ley se da para que el hombre sepa qué debe hacer y qué evitar. No ha hecho otro tanto con las demás naciones, ni les ha manifestado a ellas sus juicios (Ps 147,20). El mandamiento es una antorcha, y la Ley es una luz y el camino de la vida (Prov 6,23). Ahora bien, de que el hombre conozca el pecado, el cual debe evitar por cuanto está prohibido, no se sigue forzosamente que lo evite, lo cual pertenece al orden de la justicia, porque la concupiscencia subvierte el juicio de la razón en el obrar concreto. Y por lo mismo la Ley no basta para justificar sino que se necesita otro remedio por el cual se reprima la concupiscencia.





Lección 3: Romanos 3,21-26

16
075 (
Rm 3,21-26)


Muestra que Gentiles y Judíos a la vez están en igualdad en estado de recepción de la gracia, y al mismo tiempo prueba que la justificación se realiza por la Fe en Jesucristo, y aquí simultáneamente se descubre hasta dónde justifica ella por el pacto.
21. Mas ahora, sin la Ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la Ley y los Profetas.
22. Mas la justicia de Dios por la fe en Jesucristo para todos y sobre todos los que creen en El. Pues no hay distinción alguna.
23. Porque todos pecaron y tienen necesidad de la gloria de Dios.
24. Justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es por Cristo Jesús.
25. A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia por el perdón de los pecados pasados.
26. En la paciencia dé Dios, para manifestar su justicia en él tiempo actual} para que en sí mismo sea justo y justificador del que es justo por la fe en Jesucristo.

Habiendo mostrado el Apóstol que Judíos y Gentiles son iguales en cuanto al estado de culpa precedente, aquí los muestra iguales en cuanto al estado de la gracia subsecuente. Y acerca de esto hace tres cosas. La primera es indicar su tesis; la segunda es demostrar lo que indicara: ¿Acaso Dios es sólo el Dios de los judíos? (Rm 3,29). La tercera es responder a la objeción: ¿Anulamos entonces la Ley? (Rm 3,31).

Acerca de lo primero hace tres cosas. La primera es indicar lo que desea; la segunda, demostrarlo: Pues no hay distinción alguna. La tercera, inferir la conclusión correspondiente: ¿Dónde está pues el motivo de gloriarte? (Rm 3,27). Acerca de lo primero, a su vez, hace tres cosas. La primera, indicar la manera de ser de la justicia respecto de la Ley; la segunda, designar la causa de la justicia: Mas justicia de Dios; la tercera, indicar lo común de tal justicia: para todos, etc. Pero primeramente echa mano de una doble confrontación o modo de ser de la justicia respecto de la Ley.

La primera porque la justicia no es causada por la Ley. Y esto lo expresa así: está dicho que antiguamente no podía realizarse la justicia de Dios por las obras de la Ley o porque el propio justo cumpliera con las promesa? sobre la justificación de los hombres. Digo que Cristo se hizo ministro de la circuncisión en pro de la verdad de Dios (Rm 15,8). O más bien por la justicia de Dios, con la cual se justifica uno por Dios, de la cua! se dice más adelante (Rm 10,3): por cuanto ignorando la justicia de Dios. Digo que ahora esta justicia de Dios, o sea, en el tiempo de gracia, se ha manifestado, ya por la doctrina de Cristo, ya por sus milagros, ya también por la evidencia del hecho, en cuanto es evidente que muchos han sido divinamente justificados. Y esto sin la Ley, a saber, como causante de la justicia. No tenéis ya parte ninguna con Cristo los que buscáis la justificación en la Ley: habéis perdido la gracia (Salat 5,4). Mi salvación está para llegar y va a manifestarse mi justicia (Is 65,1).

Y para que nadie vaya a creer que esta justicia sea contraria a la Ley, en segundo lugar señala otra relación de la justicia respecto de la Ley, diciendo: atestiguada por la Ley y los Profetas. Ciertamente la Ley Testifica la justicia de Cristo predicha y prefigurada: Si le creyeseis a Moisés me creeríais también a mí, pues de mí escribió él (Jn 5,46); y también por el efecto, porque como no podía la Ley justificar, así daba un testimonio de que la justicia había que buscarla en otra parte. Ahora bien, los Profetas dieron testimonio prediciéndola. De Este dan testimonio todos los profetas (Ac 10,43). Consecuentemente, indica la causa de tal justicia, y dice: Mas la justicia de Dios por la fe en Jesucristo, o sea, la que El mismo nos dio. Poniendo los ojos en Jesucristo, el autor y consumador de la fe (Ac 12,2). O también la fe que de El mismo se tiene. Si confesares con tu boca a Jesús como Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo (Rm 10,9).

Ahora bien, se dice que la justicia de Dios es por la fe de Jesucristo, no de modo que por la fe merezcamos ser justificados como si la propia fe existiera a causa de nosotros mismos y por ella mereciéramos la justicia de Dios, según decían los pelagianos, sino porque en la propia justificación por la que somos justificados por Dios, el primer movimiento de la mente hacia Dios es por la fe, El que se llega a Dios debe creer que Dios existe y que es remunerador de los que le buscan, como se dice en Hebreos 2,6. De aquí que la misma fe como primera parte de la justicia nos la da Dios. De gracia habéis sido salvados por la fe (Ef 2,5). Pero esta fe de la cual procede la justicia no es la fe informe, de la cual se dice en Santiago 2,20: La fe sin obras está muerta; sino que es la fe formada por la caridad, de la cual se dice en Gálatas 5,6: Por cuanto en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por amor.* Y Efesios 3,17: Y Cristo por la fe habite en vuestros corazones, lo cual no se realiza sin la caridad. El que permanece en la caridad en Dios permanece, y Dios en él (1Jn 4,16). Esta es también la fe de la que se dice en Hechos 15,9: Ha purificado sus corazones por la fe, purificación que no se opera sin la caridad. La caridad cubre todas las faltas (Pr 10,12).

Y para que nadie diga que por esta fe sólo los Judíos son justificados, lo tercero que demuestra es que tal justicia es común, pues agrega: para todos, o sea que esta justicia está en el corazón, no en las carnales observancias, de las cuales se dice en Hebreos 9,1-10, que las observancias carnales eran para la justificación de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformarlas. Y sobre todos, porque es evidente que excede a la facultad humana y a los méritos. No porque seamos capaces por nosotros mismos de pensar cosa alguna como propia nuestra (2Co 3,5). Porque agrega: los que creen en El, lo cual atañe a la fe formada, por la cual es justificado el hombre, como está dicho.

* Sto. Tomás cita de la siguiente manera el final de este texto: sine fide, per quam in nobis habitat Christus: sin la fe, por la cual habita Cristo en nosotros.

En seguida, al decir pues no hay distinción alguna, hace patente lo que asentara, y primeramente en cuanto a lo común de la justicia; luego en cuanto a su causa: justificados gratuitamente; en tercer lugar, en cuanto a su manifestación: para manifestar su justicia. Así es que lo primero que dice es: dicho está que la justificación de Dios es para todos y sobre todos los que creen en Cristo. Porque ciertamente no hay en cuanto a esto distinción alguna entre Judío y Gentil. En Cristo Jesús no hay Gentil ni Judío (Colos 3,1 1), o sea, que no hay tal distinción que el Judío no necesitara ser justificado por Dios como el Gentil: pues todos pecaron, como se ha dicho arriba. Como ovejas descarriadas hemos sido todos nosotros (Is 53,6), por lo cual necesitan de la gloria de Dios, o sea, de la justificación que se inclina ante la gloria de Dios, pero de modo que el hombre no se debe atribuir esta gloria. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloría (Ps 113,1). Tributadle gloriosas alabanzas (Ps 65,2). Así pues, como todos pecaron y por sí mismos no se pieden justificar, se sigue que por otra causa son justificados, la cual consiguientemente se muestra diciendo: Justificados gratuitamente.

En lo cual lo primero que enseña es que tal justificación es sin la ley, o sea, que no es por las obras de la Ley: justificados gratuitamente, esto es, sin mérito de obras precedentes. De balde fuisteis vendidos y sin dinero seréis rescatados (Is 52,3). Y esto por su gracia, o sea, de Dios, a quien por esto se le debe la gloria. Por la gracia de Dios soy lo que soy (ICo 15,10).

Lo segundo que enseña es cuál sea la causa de la justificación. Y primero indica esa causa diciendo: mediante la redención. Pues como se dice en Jn 8. 34, Todo el que comete pecado es esclavo del pecado*

De la cual servidumbre es redimido el hombre si satisface por el pecado. Como,si alguien por un delito cometido fuese obligado por el rey a pagar una multa, se diría que lo redime de la pena quien por él pagare la multa. Ahora bien, este castigo a todo el género humano le correspondía, por estar infecrado por el pecado del primer padre. De aquí que ningún otro pudiera satisfacer por el pecado de todo el género humano sino sólo Cristo, que de todo pecado estaba inmune. Por lo cual agrega: que es por Cristo Jesús. Como si dijera: de ningún otro podía depender nuestra redención. Fuisteis redimidos, no con cosas corruptibles, plata u oro, sino con la preciosa sangre de Cristo (1P 1,18).

Muestra en segundo lugar de qué dependió a eficacia de esta redención, diciendo: A quien Dios puso como propiciación. En efecto, la satisfacción de Cristo tuvo eficacia para justificar y redimir por el hecho de haberlo promovido Dios a El según su propio designio, lo cual indica diciendo: A quien Dios puso como propiciación. - Según el designio del que todo lo hace conforme al consejo de su voluntad (Ef 1,1 1). O bien lo propuso, esto es, io puso por todos por no tener manera el género humano de poder satisfacer sino dándoles el mismo Dios un redentor y satisfactor. Envió el Señor la: redención a su pueblo (Ps 1 10,9). Y así en tanto que satisfaciendo nos redimió de la pena del pecado, hizo a Dios propicio por nuestros pecados, lo que pedía el Salmo 78,9, diciendo: Sé propicio por nuestros pecados, y por eso se le dice a El propiciación. El mismo es la propiciación por nuestros pecados (1Jn,2,2). Para figura de esto se manda en Éxodo 25,17-21, que se haga un propiciatorio (que se ponga encima del arca),*

* Lo que pongo entre paréntesis es agregado mío, tomado del Éxodo (S. A.)- esto es, que Cristo se pondrá sobre el arca, o sea, sobre la 1glesia.

Lo tercero que enseña es por qué medios nos llega el efecto de la redención diciendo por medio de la fe en su sangre, o sea, la fe en su sangre por nosotros derramada. Pues para que satisficiera por nosotros convenía que por nosotros sufriera la muerte, en ia cual había incurrido el hombre por su pecado, según aquello del Génesis 2,17: porque el día que comiereis de él, etc. De aquí que en 1 Pedro 3,18 se dice: Cristo murió una vez por nuestros pecados. Ahora bien, esta muerte de Cristo se nos aplica por medio de la fe, por la cual creemos que con su muerte redimió al mundo. Vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó (Galat 2,20). Porque aun entre los hombres no puede una persona satisfacer por otra si* no es de manera positiva y proporcionada. Y que así sea la justicia mediante la fe en Jesucristo es clarísimo, como está dicho arriba. Pero como también arriba se dijo que la justicia de Dios nos es ahora manifiesta, trata consecuentemente de tal manifestación, y primeramente toca el Apóstol el modo de la manifestación, diciendo: para manifestar; como si dijera: digo que esto se hizo para que nos justifiquemos mediante la redención de Cristo, y por la fe en su sangre, para manifestar su justicia, esto es, para que sea patente la justicia de Dios, y esto por la remisión de los delitos precedentes. En efecto, en el hecho de haber perdonado Dios los delitos pasados que la ley no podía perdonar ni los hombres precaverse de ellos por su virtud, muestra cuan necesaria sea para los hombres la justicia por la que son justificados por Dios. Porque solamente por la sangre de Cristo pudieron ser perdonados los pecados, no únicamente los presentes sino los pretéritos, porque la virtud de la sangre de Cristo opera por la fe del hombre, fe que ciertamente-tuvieron los que precedieron a la pasión de Cristo, como también nosotros la tenemos. Teniendo el mismo espíritu de fe creemos (2Co 4,15). De aquí que también se lea de otro modo para que se diga por la remisión de los delitos que son de los hombres precedentes a la pasión de Cristo. Por lo cual se dice en Miqueas 7,19: Pisoteará nuestras iniquidades y arrojará al fondo del mar todos nuestros pecados.

Lo segundo que enseña es el tiempo de su manifestación, agregando: En la paciencia de Dios, para manifestar su justicia en el tiempo actual; como si dijera: los precedentes delitos estaban antes de la pasión de Cristo en la paciencia de Dios como si de cierta manera divina Dios los sufriera o aguantara: porque ni castiga por ellos a los creyentes y penitentes ni los deja totalmente libres de ellos de modo que por ejemplo no obstante ellos pudieran entrar en la gloria. O bien, según otro texto se puede entender, los mismos Santos Padres estaban en la paciencia de Dios porque eran retenidos en ei limbo no padeciendo una pena sensible sino en expectación de la pasión de Cristo para entrar en la gloria. Confía en las paciencias de Dios (Eccli 2,3). Y digo que los precedentes delitos o los precedentes Padres estaban en la paciencia de Dios precisamente para la manifestación de su justicia en este tiempo, esto es, para manifestar de una manera perfecta en este tiempo la justicia de su gracia concediendo la p¡ena remisión de los pecados. Llegó ya el tiempo (Ps 101,14). Y también: He aquí que este es ahora el tiempo aceptable. Y esto es lo que arriba se dijera: que ahora se ha manifestado la justicia de Dios. Pues era necesario que los pecados precedentes estuvieran en la paciencia de Dios hasta este tiempo: para que primeramente se convenciera el hombre de la insuficiencia de la ciencia, puesto que en el tiempo de la ley de la naturaleza incurrió en errores y pecados de torpeza, y también de la insuficiencia de su propio poder, puesto que después de la ley escrita, que hizo que se cor nociera el pecado, todavía pecó el hombre por debilidad.

Lo tercero que enseña es que por la remisión de los pecados se hace patente la justicia de Dios: o bien se recibe de Dios la justicia con la que El mismo es justo, o bien con la que a los demás justifica. Por lo cual agrega: para que en Sí mismo sea justo, o sea, para que por la remisión de los pecadores se vea que es justo en Sí mismo, ya porque perdonó los pecados como lo prometiera, ya porque a la justicia de Dios corresponde el aniquilar jos pecados para volver a traer a los hombres a la justicia de Dios. El Señor es justo y ama la justicia Salmo 10,8). Y también para que sea justificador del que es justo por la fe en Jesucristo, o sea, que por la fe de Jesucristo llega a Dios. Es preciso que el que se llega a Dios crea que El existe y que recompensa a los que le buscan (Hebr 11, ó).






Tomas Aq. - Romanos 15