Tomas Aq. - Romanos 37

Lección 3: Romanos 8,14-16

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075 (
Rm 8,14-16)


Prueba cómo por el Espíritu Santo se nos da la vida de la gloria, a los que recibimos el espíritu de hijos, no de siervos, y enseña de qué manera somos herederos de Dios, siendo que Dios nunca muere, y por qué causa se difunde tal vida de la gloria.
14. Porque todos cuantos obran por el Espíritu de Dios éstos son hijos de Dios.
15. Porque no recibisteis el espíritu de esclavitud para obrar de nuevo por temor, sino que recibisteis el espíritu de adopción de hijos, en virtud del cual clamamos: ¡Abba! Padre.
16. Porque el mismo Espíritu da testimonio, júntamente con el espíritu nuestro, de qué somos hijos de Dios.
17. Y si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo. Con tal, no obstante, que padezcamos con El, a fin de que seamos con El glorificados.

Habiendo asentado el Apóstol que por el Espíritu Santo se nos da la vida gloriosa que excluye de nuestros cuerpos toda mortalidad, aquí presenta la prueba. Y primero muestra que por el Espíritu Santo se nos da tal vida gloriosa; y lo segundo, dice por qué causa se nos difunde: Con tal, no obstante, que padezcamos con El.

Acerca de lo primero presenta esta razón: Quienesquiera que sean hijos de Dios alcanzan la eternidad de la vida gloriosa; es así que quienes se rigen por el Espíritu Santo son hijos de Dios; luego cualesquiera que se rijan por el Espíritu Santo alcanzan la herencia de la vida gloriosa. Así es que primero pone la menor del predicho razonamiento; luego, la mayor: Y si hijos, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero enuncia lo que se propone; luego, prueba su tesis: Porque no recibisteis, etc.

Acerca de lo primero débense considerar dos cosas. Primero, de cómo algunos obran por el Espíritu de Dios, y puédese entender así: todos cuantos obran por el Espíritu de Dios, esto es, que se rigen como por cierto guía y director, ¡o cual ciertamente hace en nosotros el Espíritu, es claro que en cuanto nos ilumina interiormente sobre lo que debemos hacer. Tu Espíritu, que es bueno, me conducirá a la tierra de la rectitud (Ps 142,10). Pero como el que es conducido no obra por sí mismo, luego el hombre espiritual no sólo es instruido por el Espíritu Santo sobre qué deba hacer, sino que también su corazón es movido por el Espíritu Santo; y por eso es más de entenderse en esto que dice: Todos cuantos obran por el Espíritu de Dios. Porque se dice que obran aquellos seres que por cierto instinto superior se mueven. De aquí que de los brutos decimos no que conducen sino que son conducidos, porque son movidos por la naturaleza y no por propio movimiento para obrar. De manera semejante, el hombre espiritual no como por un movimiento de la propia voluntad principalmente sino que por impulso del Espíritu Santo se inclina a hacer algo, según aquello de Is 59,19: Cuando venga como un río impetuoso, impelido del espíritu del Señor; y en Lucas 4,1 vemos que Cristo fue conducido por el Espíritu al desierto. Mas no por esto se excluye que los varones espirituales obren por su voluntad y su libre albedrío, porque el Espíritu Santo causa en ellos el propio movimiento de la voluntad y del libre albedrío, según aquello de Filipenses 2,13: Dios es el que, por su benevolencia, obra en vosotros tanto el querer como el hacer.

Lo segundo que se debe considerar es de qué modo aquellos que obran por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y esto es manifiesto por la semejanza con los hijos carnales, que por el semen carnal proceden del padre que los engendra. Ahora bien, la simiente espiritual que procede del Padre es el Espíritu Santo. Y así por esta simiente algunos hombres son engendrados hijos de Dios. Todo el que ha nacido de Dios no peca, porque en él permanece la simiente de Aquél (1Jn 3,9).

En seguida, cuando dice: Porque no recibisteis, etc., prueba su tesis: que los hombres que reciben al Espíritu Santo son hijos de Dios y esto de triple manera. Primero por la distinción de los dones del Espíritu Santo; segundo, por nuestra confesión: en virtud del cual clamamos, etc.; tercero, por el testimonio del Espíritu: Porque el mismo Espíritu. Acerca de lo primero débese considerar que el Espíritu Santo hace dos efectos en nosotros: el uno, de temor: Y estará lleno de espíritu de temor del Señor (Is 2,3); el otro, de amor: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado. Ahora bien, el temor tiene dos objetos, a saber: el mal del cual alguien temiendo escapa y aquello de lo que parece proceder el mal que amenaza.

Porque se dice que el hombre teme tanto el ser muerto como a la autoridad que puede matar. Ahora bien, ocurre a menudo que el mal del que se huye es contrario al bien corporal o temporal que ama uno a veces desordenadamente, y escapa de padecerlo por parte de otro hombre mortal. Y este es el temor humano o mundano; y este temor no procede del Espíritu Santo. Y el Señor Jo prohibe: No temáis a los que matan el cuerpo (Mt JO,28).

Mas el otro temor es el que huye del mal que es contrario a la naturaleza creada, a saber el mal de pena, pero huye de padecerlo por una causa espiritual, o sea, a causa de Dios, y este temor es laudable, al menos en cuanto que teme a Dios. Ojalá que siempre tengan tal espíritu y corazón que me teman y guarden todos mis mandamientos (Deut 5,29). Y según esto, procede del Espíritu Santo. Pero en cuanto tal temor no huye del mal que se opone al bien espiritual, o sea, del pecado, sino sólo de la pena, no es laudable. Y este defecto no procede del Espíritu Santo sino de la culpa del hombre; así como también la fe informe, en cuanto es fe procede del Espíritu Santo, mas noel que sea informe. De aquí también que si por tal temor alguien hace el bien, sin embargo no obra bien, porque no obra espontáneamente sino constreñido por el miedo a la pena,, miedo que propiamente es de los siervos. Por lo cual este temor propiamente se llama servil, porque hace que el hombre obre servilmente.

Mas hay un tercer temor que huye del mal que se opone al bien espiritual, es claro que de los pecados o de la separación respecto de Dios, y en esto teme incurrir por justo castigo de Dios. Y así en cuanto a uno y otro objeto considera el asunto espiritual pero sin dejar de tener los ojos puestos en la pena. Y de este temor se dice que es inicial porque suele darse en el hombre en el inicio de su conversión. Porque teme él la pena por los pecados pasados, y en virtud de la gracia infusa de la caridad teme separarse de Dios por el pecado. Y de este casóse habla en el Salmo 110,10 (Eccli 1,16): El principio de la sabiduría es el temor de Dios.

Y hay un cuarto temor, que de una y otra parte tiene los ojos puestos solamente en el negocio espiritual, porque nada teme si no es el separarse de Dios. Y este temor es santo y permanece por los siglos de los siglos, como se dice en el Salmo 18,10. Ahora bien, así como el temor inicial procede de la caridad imperfecta, así también este otro temor procede de la caridad perfecta. El amor perfecto echa fuera el temor (1Jn 4,18). Y por eso el temor inicial y el temor puro no se diferencian en oposición al amor de caridad, que es la causa del uno y del otro, sino tan sólo el temor de la pena, porque así como este temor produce la servidumbre, así el amor de caridad produce la libertad de los hijos. Porque hace que el hombre obre voluntariamente por el honor de Dios, lo cual es propio de los hijos. Ahora bien, la antigua Ley fue dada en temor, cosa que significan los truenos y otros fenómenos semejantes que se produjeron al darse esa Ley, como se dice en el Éxodo (19,16-25). Y por eso dice la Epístola a los Hebreos 12,21: Y era tan espantoso lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy aterrado y temblando. Y por eso la Ley antigua que induce a guardar los mandamientos de Dios por la inflicción de la pena, fue dada en espíritu de servidumbre. De aquí que se dice en Gálatas 4,24: Aquellas dos mujeres son dos testamentos: el uno del monte Sinaí, que engendra para servidumbre. Y por eso aquí dice que rectamente se ha dicho que Todos cuantos obran por el Espíritu de Dios, etc. Porque en la Nueva Ley no ocurrió, como en la antigua Ley, que recibierais el espíritu de esclavitud en el temor, es claro que de las penas, temor que el Espíritu Santo producía; sino que recibisteis el espíritu, es claro que de caridad, que es de adopción de hijos, esto es, por el cual somos adoptados como hijos de Dios. A fin de que recibiéramos la adopción de hijos (Gal 4,5). Mas no se dice esto como si hubiera dos espíritus, sino que siendo el mismo espíritu, en unos produce el amor servil como imperfecto, y en otros el amor como algo perfecto.

En seguida, cuando dice: En virtud del cual clamamos, etc., manifiesta eso mismo por nuestra propia confesión. Porque públicamente declaramos que tenemos por padre a Dios instruidos por el Señor, cuando orando decimos: Padre nuestro que estás en los cielos, como se dice en Mateo 6,9-13. Y eso les conviene decirlo no sólo a los judíos sino también a los Gentiles. Y por eso pone, significando lo mismo, dos palabras, a saber, Abba, que es hebrea, y Pater, que es tanto latina como griega, para indicar que esto se relaciona con uno y otro pueblo. De aquí que también el Señor dice: ¡Abba, Padrel todo te es posible a Ti (Marc 14,36). Tú me llamarás padre (Jerem 4,19). Y esto lo decimos no tanto con el sonido de la voz cuanto con la intención del corazón, intención que por su grandeza llamamos clamor, como también le dice a Moisés, que calla: ¿Por qué sigues clamando a Mí? (Ex 14,15), esto es, ¿con la intención del corazón? Pero esta grandeza de la intención procede del afecto de amor filial, que El produce en nosotros. Y por eso dice: en virtud del cual, del Espíritu Santo, clamamos: ¡Abba, Padrel Por lo cual dice Is que los serafines -como si dijéramos los ardientes- en virtud del fuego del Espíritu Santo, clamaban alternándose.

En seguida, cuando dice: Porque el mismo Espíritu, etc., muestra lo mismo por el testimonio del Espíritu Santo, no fuera a ser que alguien diga que nos engañamos en nuestra confesión, por lo cual dice: Por eso digo que en el Espíritu Santo clamamos: ¡Abba, Padrel porque el mismo Espíritu da testimonio de que somos hilos de Dios; y este testimonio lo da no ciertamente con voces exteriores para los oídos de los hombres, como dio testimonio el Padre respecto de su Hijo (Mt 3,17), sino que da testimonio por el efecto de amor filial que en nosotros produce. Y por eso dice que da testimonio, no para nuestros oídos, sino para nuestro espíritu, etc. Y nosotros somos testigos de estas palabras (Ac 5,32).

En seguida, cuando dice: Y si hijos, etc., pone la mayor, y primero muestra que a los hijos se les debe la herencia," diciendo: Mas si hijos algunos, es claro que por el espíritu, se sigue también que son herederos, porque no sólo al hijo natural sino al adoptivo se le debe la herencia. Nos ha engendrado de nuevo para Aína esperanza viva, etc. (1P 1,3). Mi heredad es primorosa para mí (Ps 15,6). Segundo: muestra en qué consiste tal herencia. Y primero la describe en cuanto a Dios Padre, diciendo: herederos de Dios. Ahora bien, se dice que alguien es heredero de otro si de manera principal recibe sus bienes o los obtiene, no quien alguna cosa minúscula recibe, como se lee en el Génesis (25,5) que Abraham le dio a 1saac todo cuanto poseía, y que a los hijos de sus concubinas les hizo donativos. Pues bien: el principal bien en que Dios es rico es El mismo. Porque es rico por sí mismo, y no por ningún otro, porque no necesita de los bienes extrínsecos, como se dice en el Salmo 15. De aquí que al mismo Dios alcanzan en herencia los hijos de Dios. Por lo cual leemos en el Salmo 15,5: El Señor es la parte que me ha tocado en herencia. Mi herencia, dice el alma mía, es el Señor (Lament,3,24).

Objeción.-Pero como el hijo no alcanza la herencia sino una vez muerto el padre, parece que el hombre no puede ser heredero de Dios, que nunca muere.



Respuesta.-Mas debemos decir qué eso sucede en cuanto a los bienes temporales, que no pueden ser poseídos simultáneamente por muchos, por lo cual es necesario que uno muera y el otro le suceda; pero los bienes espirituales pueden ser poseídos al mismo tiempo por muchos, y por eso no es necesario que el padre muera para que los hijos hereden. Sin embargo, se puede decir que Dios muere para nosotros en cuanto está en nosotros por la fe; y será nuestra herencia en cuanto lo veremos cara a cara.

Segundo: describe esta herencia por parte de Cristo, diciendo: y coherederos de Cristo, porque siendo El mismo el principal hijo por quien nosotros participamos de la filiación, así también es el principal «heredero, a' quien nos unimos en la herencia. Este es el heredero, etc. (Luc. 20,14). Aún te llevaré un nuevo heredero (Miq 1,15).

En seguida, cuando dice: Con tal, no obstante, ¡que padezcamos con El etc., muestra la causa de la dilación de esa vida gloriosa. Y primero indica la causa por parte de los padecimientos; segundo, la preeminencia de la gloria respecto de los padecimientos: Porque estimo que esos padecimientos del tiempo presente, etc. (Rm 8,18). Acerca de lo primero débese considerar que Cristo, que es el principal heredero, alcanza la herencia de la gloria mediante los padecimientos. ¿No era necesario que el Cristo padeciera así para entrar en su gloria? (Lc 24,26). Pues bien, no de una manera más fácil podremos nosotros obtener la herencia. Y por eso es necesario que también nosotros alcancemos mediante los padecimientos esa herencia. Es menester que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios (Ac 14,21). Porque no recibimos inmediatamente un cuerpo inmortal e impasible, a fin de que podamos padecer júntamente con Cristo. De aquí que dice: Con tal, no obstante, que padezcamos con El, esto es, que júntamente con Cristo suframos pacientemente las tribulaciones de este mundo, a fin de que también con El seamos glorificados.,-Si hemos muerto con El, con El también reinaremos (2 Tim 2,11-12).





Lección 4: Romanos 8,16-22

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075 (
Rm 8,18-22)


Muestra la excelencia de la futura gloria por encima de los padecimientos de este siglo, gloria que toda criatura espera con gemidos.

18. Estimo, pues, que esos padecimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria venidera que ha de manifestarse en nosotros,
19. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios.
20. Pues si la creación está sometida a la vanidad, no es de grado, sino por la voluntad dé aquel que la sometió, pero con esperanza.
21. Porque también la creación misma será liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios.
22. Pues sabemos que la creación entera gime y sufre dolores de parto hasta el presente.

Habiendo demostrado el Apóstol que por la gracia de Cristo somos liberados, ahora indica la causa del aplazamiento de la vida inmortal, la cual es la herencia de los hijos de Dios, por ser necesario que padezcamos júntamente con Cristo para que alcancemos la sociedad de su gloria. Y porque pudiera alguien decir que tal herencia resulta costosa, por no poderse alcanzar sino por la aceptación de los sufrimientos, por eso aquí muestra la excelencia de la futura gloria respecto de los padecimientos del tiempo presente. Y primero asienta lo que se propone; luego, prueba su tesis: Pues la ansiosa espera de la creación, etc. Así es que primero dice: Dicho está que es necesario que padezcamos para que también seamos glorificados, y así no debemos huir de los padecimientos, a fin de obtener la gloria. Así lo estimo yo que en una y otra cosa soy experto. El varón experimentado en muchas cosas será reflexivo en muchas (Eccli 34,9). El mismo soporta sobremanera los padecimientos, según 2Co 2,23: En trabajos y en prisiones más que ellos. El mismo fue un vidente de la gloria futura, según aquello de 2Co 12,4: Fue arrebato al Paraíso y oyó palabras inefables que no es dado al hombre expresar. Por lo cual, repito, estimo que esos padecimientos del tiempo presente no son padecimientos dignos de ser comparados con la gloria venidera que ha de manifestarse en nosotros. Y aquí expresa cuatro cosas para demostrar la excelencia de esa gloria. Primero indica su eternidad, diciendo: con la gloria venidera, es claro que después de este tiempo, pues nada hay después de este tiempo sino la eternidad. De aquí que esa gloria excede a los sufrimientos del tiempo presente, como lo eterno a lo temporal. Porque nuestra tribulación momentánea y ligera va labrándonos, sobre toda medida, un pesado cauda) de gloria eterna (2Co 4,17). Segundo: indica su dignidad, diciendo: gloria, que da a entender cierta claridad de dignidad. Gozaránse los santos en la gloria (Ps 149,5). Tercero: indica su manifestación, diciendo: que ha de manifestarse. Porque actualmente tienen glo ría los santos ciertamente, pero oculta en la conciencia. Nuestra gloria es ésta: el testimonio de nuestra conciencia (2Co 1,12). Y entonces esa gloria se revelará a la vista de todos, tanto de los buenos como de los malos, de quienes se dice en la Sabiduría 5,2: Y asombraránse de la repentina salvación (de los justos). Cuarto: muestra su verdad: en nosotros. Porque la gloria de este mundo es vana, porque se asienta en las cosas que son exteriores al hombre, por ejemplo, en la ostentación de las riquezas y en la opinión de los hombres. Se glorían en la muchedumbre de sus riquezas (Ps 48,7). La gloria aquella, en cambio, se asentará en lo que está dentro del hombre, según Lucas 17,21: El reino de Dios está dentro de vosotros. Y así a los padecimientos de este tiempo, si se consideran en sí mismos, mucho les falta del valor de esa gloria. Por poco tiempo te desamparé, mas te recogeré usando de gran misericordia (Is 54,7). Y si se consideran tales padecimientos en cuanto los soporta uno voluntariamente por Dios en virtud de la caridad, la cual es producida en nosotros por el Espíritu, así, condignamente por esos padecimientos merece el hombre la vida eterna. Porque el Espíritu Santo es la fuente cuya agua salta hasta la vida eterna, como se dice en Jn 4,14.

En seguida, cuando dice: Pues la ansiosa espera de la creación, etc., demuestra su tesis por la excelencia de la gloria aquella. Y primero por la ansiosa espera de la creación; segundo, por la ansiosa espera de los Apóstoles: Y no tan sólo ella, sino que asimismo nosotros también gemimos, etc. (Rm 8,23). Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero indica la ansiosa espera de la creación; luego la prueba: Pues si la creación está sometida a la vanidad, etc.

Así es que primero dice: Dicho está que además la gloria futura excede a los padecimientos presentes. Y esto es algo muy claro, pues la ansiosa espera de la creación, esto es, la propia creación en ansiosa espera, desea vivamente la revelación de los hijos de Dios, porque, como se dice en 1 Juan 3,2: Ya somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo que seremos. Porque la dignidad de la divina filiación en los santos no se ve por los padecimientos exteriores, pero muy pronto se revelará esa dignidad, cuando se revistan de la vida inmortal y gloriosa, tal como lo dice el Libro de la Sabiduría (5,5), por boca de los impíos: Mirad cómo son contados en el número de los hijos de Dios. Y dice que la ansiosa espera desea vivamente para indicar con tal redundancia la tensión de la viva espera, según aquello del Salmo 39,2: Con ansia suma estuve aguardando al Señor. Mas débese saber que aquí la palabra creación puede tener tres sentidos.

En uno, los justos, que de manera especial se dice que son creación de Dios, o porque permanecen en el bien, en el cual» son creados; o por su excelencia, pues de cierta manera todas las creaturas les sirven. De su propia voluntad El nos engendró por la palabra de la verdad, para que seamos como primicias de sus creaturas (Sant 1,18). Ahora bien, esta creación, esto es, el hombre justo, espera ansiosamente la revelación de la gloria de los hijos de Dios como premio que se les ha prometido. Aguardando la dichosa esperanza y la aparición de la gloria del gran Dios (Tito 2,13).

En un segundo sentido se puede decir que la creación es la propia humana naturaleza, la cual se sujeta a los bienes de la gracia: la cual naturaleza de ninguna manera está justificada en los hombres injustos sino que en ellos está como informe. Y en los hombres ya justificados en parte está ciertamente conformada por la gracia, pero sin embargo es todavía informe respecto de la forma que se recibirá en la gloria. Y así, la misma creación, esto es, nosotros mismos, en cuanto atendemos a los bienes de la naturaleza, desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. Lo cual nos corresponde también por la gracia, como si dijéramos que la materia desea la forma, o bien que los colores esperan con ansia el cumplimiento de la imagen, como dice la Glosa. En la guerra continua en que me hallo estoy esperando siempre aquel día en que vendrá mi mudanza (Jb 14,14).

En un tercer sentido se puede entender de la propia creación sensible, como lo son los elementos de este mundo, según aquello del Libro de la Sabiduría (13,5): Pues de la grandeza y hermosura de las creaturas se puede a las claras venir en conocimiento de su Creador. Ahora bien, tal creación doblemente espera con ansia algo: porque la ansiosa espera de la creación sensible, en cuanto que es de Dios, se ordena a algún fin, que por cierto alcanza doblemente. De un modo, en cuanto que Dios imprime una forma y virtud natural a tal creación, forma y virtud por la cual se inclina la creatura a algún fin natural; por ejemplo, podríamos decir que el árbol espera con ansia su fructificación y el fuego subir más arriba. De otro modo, la creatura sensible es ordenada por Dios a algún fin que sobreexcede la forma natural de ella misma. Porque así como el cuerpo humano se revestirá de cierta forma de gloria sobrenatural, así también1 toda la creación sensible en aquella gloria de los hijos de Dios conseguirá cierta cualidad de gloria, según aquello del Apocalipsis 21,1: Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva. Y en este sentido la creación sensible espera con ansia la revelación de la gloria de los hijos de Dios.

En seguida, cuando dice: Pues si la creación está sometida a la vanidad, etc., explica la predicha ansiosa espera. Y primero pone la necesidad de esa expectación; luego, el término de la expectación: porque también la creación misma, etc.; finalmente, la señal de la expectación: Pues sabemos que la creación entera, etc. Ahora bien, la necesidad del que con ansia espera se debe al defecto al que está sometida la creatura. Porque aquel a quien nada le falta no tiene por qué esperar nada. Ahora bien, la carencia de la creatura la muestra diciendo: Pues la creación está sometida a la vanidad. Y si por creatura se entiende el hombre justo, es claro que está sometido a la vanidad por estarlo a las cosas corporales, que son mudables y caducas.

Por lo cual se les llama vanas, conforme al Eclesiastés (I,2): Vanidad de vanidades y todo vanidad. Ahora bien, les está sujeto el justo por la necesidad de la vida presente, en la que tiene que ocuparse, aunque no la quiere, porque no ama tales cosas temporales como aquellos contra los cuales se dice en el Salmo 4,3: ¿Por qué amáis la vanidad y vais en pos de la mentira? Pero sin embargo a esa vanidad se sujeta tal creatura por El, esto es, por la ordenación de Dios que la sujeta a aquélla, esto es, al hombre justo a tales creaturas sensibles, pero con esperanza, para que, es claro, algún día sea liberado el hombre de la dicha ocupación, en la resurrección, cuando ni se casan ni se dan en matrimonio, sino que serán como ángeles de Dios en el cielo (¡Mt 22,30). Mas si por creatura se entiende la propia naturaleza humana, sometida está a la vanidad, esto es, al padecimiento, conforme al Salmo 38,6: Verdaderamente que es la suma vanidad todo hombre viviente. Mas sin querer, porque tal vanidad es infligida como pena a la humana naturaleza. Y la pena es involuntaria, así como la culpa por su parte es voluntaria; pero no obstante a tal padecimiento está sometida la humana naturaleza por la voluntad de Aquel, etc., esto es, en virtud de la sentencia de Dios que sujeta a la naturaleza humana a las carencias, pero siempre a pesar de todo con esperanza de librarse algún día de tales padecimientos. El trigo será trillado; mas no le estará trillando sin término el que le trille (Is 28,28). Mas si se entiende de la creatura sensible, tal creatura está sometida a la vanidad, esto es, a la mutabilidad, no queriendo. Porque las carencias o defectos que son la consecuencia de la mutabilidad, como la corrupción, y la senectud, y otras cosas semejantes, son contra la naturaleza concreta y particular de esta o aquella cosa, cuyo apetito tiende a la conservación, aunque son conforme a la naturaleza universal. Pero no menos se somete a tal vanidad la creación sensible por la voluntad de Aquel, esto es, por la ordenación de Dios, que la somete con esperanza, esto es, en la ansiosa espera de una gloriosa mutación, como queda dicho arriba.

En seguida, cuando dice: Porque también la creación misma, etc., muestra el término de la predicha expectación. Pues no es vana su expectación o esperanza porque también la creación misma será liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Y si por creación se entiende el hombre justo, por servidumbre de la corrupción se entiende la solicitud por conseguir ei sustento, y el vestido, y otras cosas con las que se atiende a nuestra mortalidad, lo cual es cierta servidumbre de la que serán liberados los santos que ansian la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Los cuales, aun cuando actualmente tengan la libertad de la justicia, libertad que es respecto de la esclavitud del pecado, sin embargo aún no tienen la libertad de la gloria, libertad respecto de la servidumbre de la miseria. ¿Quién dejó en libertad al asno montes? (Jb 39,5). Y si por creación se entiende la humana naturaleza, será ésta liberada de la servidumbre de la corrupción, esto es (literalmente) de la pasibilidad y de la corrupción, y esto por el ansia de la libertad de la gloria de los hijos de Dios, libertad que es no sólo de la culpa sino también de la muerte, según aquello de 1Co 15,54: La muerte es engullida en la victoria. Mas si se entiende de la creación sensible, la propia creación será liberada de la servidumbre de la corrupción, o sea, de la mutabilidad, porque en cualquier mutación hay alguna corrupción, como dice Agustín, y también el Filósofo (In VIII Phys., c. XIII), y esto para la libertad de la gloria de los hijos de Dios, porque esto también corresponde a la libertad de la gloria de los hijos de Dios, para que así como son ellos renovados, así sea también renovada su habitación. Porque he aquí que Yo voy a criar nuevos cielos y nueva tierra, y de las cosas primeras no se hará más memoria ni recuerdo alguno (Is 65,17), o sea, de la primera mutabilidad de la creación. Ahora bien, dice porque también la creación misma, conforme al primer sentido. Como si dijera: No sólo nosotros los Apóstoles, sino también los otros justos. Mas en el segundo sentido, no sólo los justos sino también la misma naturaleza humana, que en algunos de ninguna manera es renovada por la gracia. Y en el tercer sentido débese entender como si dijera: No sólo los hombres sino también las demás criaturas.

En seguida, cuando dice: Pues sabemos, etc., indica la señal de la expectación, diciendo: Pues sabemos nosotros los Apóstoles, instruidos por el Espíritu Santo, y también por la experiencia, que la creación entera gime y sufre dolores de parió hasta el presente. Lo cual ciertamente si se entiende de la creación sensible presenta un inconveniente. Primero en cuanto a esto que dice: gime y sufre dolores de parto, porque parece que esto no puede referirse sino a la creatura racional; pero se puede explicar diciendo que este gime es lo mismo que aquello otro que dijo: no es de grado. Porque gemimos por aquellas cosas que le repugnan a nuestra voluntad. Así es que en cuanto las deficiencias de la creación sensible son contra el natural apetito de la naturaleza particular, se dice que la propia creatura sensible gime; y en cuanto a que sufre dolores de parto es lo mismo que aquello que arriba dijera: espera con ansia. Porque el parto es el medio de dar hijos a la luz.

Y la segunda duda es en cuanto a esta expresión: la creación entera, porque así se incluirían aun los cuerpos celestes. De aquí que la Glosa dice que el sol y la luna no sin trabajo que se les ha impuesto llenan los espacios; pero débese decir que por trabajo se entiende el movimiento, así como por descanso se entiende a veces la cesación del obrar, así como se dice que descansó Dios el séptimo día (Sen 2,2). Y conforme a esto, por gemido se entiende la corrupción, la cual se incorpora al movimiento local, según que deja de ser en algo concreto donde empieza también a ser en otra cosa.

Y por dolores de parto se entiende la ordenación de los cuerpos celestes a su renovación. Y si esto se aplica a los hombres, por la creación entera se entiende la naturaleza humana, porque participa con toda la creación: con la espiritual en cuanto al entendimiento, con la animal en cuanto a la animación del cuerpo, con lo corpóreo en cuanto al cuerpo. Así es que esta creación, esto es, el hombre, gime, en parte por los males que padece, en parte por los bienes que espera y que se posponen. Continuos son mis gemidos y mi corazón desfallece (Trenos 1,22). Y sufre dolores de parto porque con cierta aflicción del alma sufre la dilación de la gloria que espera. La esperanza que se difiere aflige el alma (Prov 13,12). La mujer, en el momento de dar a luz, padece tristeza (Jn 16,21). Apoderáronse de ellos dolores como de parto (Ps 47,7).

Ahora bien, dice hasta el presente porque este gemir no es suprimido por nuestra justificación, sino que permanece hasta el presente, esto es, hasta la muerte, o bien hasta el presente, porque aunque algunos ya hayan sido liberados, los que están en la gloria, hasta el presente sin embargo nosotros hemos quedado. O bien hasta el presente porque no sólo los antiguos padres, que existieron antes de Cristo, sino que todavía ahora en el tiempo de la gracia padecemos igual. En la Segunda Epístola de San Pedro (3,4) se dice por boca de los impíos: ¿Dónde está la promesa de su parusía? Pues desde que los padres se durmieron todo permanece lo mismo que desde el principio de la creación. Y debemos saber que creación de Dios se puede decir que es todo aquello que existe ba¡o Dios: algunos quisieron aplicar las predichas palabras a todas las creaturas, aun a los santos ángeles; pero muy inconveniente es decir que también ellos están sujetos a la vanidad, o que gimen y sufren dolores de parto, siendo que ya gozan de la gloria, cuya semejanza esperamos con ansia, según aquello de Mateo 22,30: Serán como ángeles de Dios en el cielo. Por lo cual, es mejor explicar eso conforme a lo ya dicho.





Lección 5: Romanos 8,23-27

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075 (
Rm 8,23-27)


La grandeza de la gloría futura se muestra por la ansiosa espera de los Apóstoles, quienes, expectantes con paciencia, no ven, pero sí esperan.
23. Y no tan sólo ella, sino que asimismo nosotros, los que tenemos las primicias del Espíritu, también gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción dé hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.
24. Porque en la esperanza hemos sido salvados. Mas la esperanza que se ve ya no es esperanza. Porque lo que uno ve ¿cómo lo puede esperar?
25. Si, pues, lo que no vemos esperamos, esperamos en paciencia.
26. De la misma manera también el Espíritu ayuda a nuestra flaqueza. Porque qué debamos orar según convenga no lo sabemos; pero el Espíritu está intercediendo El mismo por nosotros con gemidos que son inexplicables.
27. Mas Aquél que escudriña los corazones sabe qué es lo que desea el Espíritu porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.

Habiendo mostrado el Apóstol la excelencia de la gloria futura por la ansiosa espera de la creación, enseña ahora lo mismo basándose en la ansiosa espera de los Apóstoles. Pues no puede ser insignificante lo que por eximios varones se espera con tanta ansia. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero enuncia su tesis; luego la prueba: Porque en la esperanza, etc.

Acerca de lo primero hace tres cosas. Primero enuncia la dignidad de los que con ansia esperan, diciendo: Y no tan sólo ella, esto es, la creación, espera la gloria de los hijos de Dios, sino que asimismo nosotros, esto es, los Apóstoles, ios que tenemos las primicias det Espíritu Santo, porque tanto en tiempo como en todo lo demás los Apóstoles tuvieron al Espíritu más abundantemente, así como también en los frutos de la tierra lo que primero llega a su madurez es más rico y más apreciado. 1srael está consagrado al Señor y es como las primicias de sus frutos (Jer 2,3). Habéis entrado a la 1glesia de primogénitos, inscritos en los cielos (He'br 12,23). Por lo cual es patente que los Apóstoles, por haber tenido en mayor abundancia al Espíritu Santo, están por encima de todos los demás santos, cualesquiera que sean las prerrogativas con que éstos resplandezcan, ya sean de virginidad, ya sean de doctrina, ya sean de martirio.

Podría alguien decir que algunos de los otros santos soportaron mayores tormentos y mayores austeridades por Cristo que los Apóstoles. Pero débese saber que la magnitud del mérito principalmente y respecto del premio esencial se aprecia conforme a la candad. Porque el premio esencial consiste en el gozo que se tiene de Dios. Y es evidente que más gozan de Dios quienes más aman. De aquí que aun esa visión beatífica la prometió el Señor a su dilecto, diciendo: Quien me ama será amado de mi Padre, y Yo también lo amaré y me manifestaré a él (Jn 14,21). Pero según la magnitud de las obras merece el hombre el premio accidental, que consiste en el gozo por tales obras. Así es que las obras que los Apóstoles hicieron, por mayor caridad las hicieron, por la cual tenían corazón para hacer cosas mayores en caso oportuno. Mas si alguien dijera: Puede alguien sin embargo esforzarse por tener una caridad igual a la de los Apóstoles, habrá que decir que la caridad del hombre no proviene de sí mismo sino de la gracia de Dios, que se le da a cada quien según la medida de la donación de Cristo, como se dice en Efesios 4,7. Y a cada quien le da la gracia proporcionada para lo que lo elige, así como a Cristo hombre se le dio una gracia excelentísima, porque para esto fue electo, para que su naturaleza fuese asumida en la unidad de la persona divina, y después de El tuvo la máxima plenitud de gracia la bienaventurada María, por haber sido elegida para ser la madre de Cristo. Pero entre los demás, los Apóstoles son elegidos para la mayor dignidad, para que habiéndola recibido inmediatamente del mismo Cristo transmitieran a los demás la necesaria para la salvación, y así de cierta manera se fundara en ellos la 1glesia, según aquello del Apocalipsis 2,14: El muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y sobre ellos doce nombres de los doce Apóstoles del Cordero. Por lo cual se dice en 1Co 12,28: Y a unos puso Dios en la 1glesia, primero a los Apóstoles. Y por eso Dios les dio a ellos la gracia más abundante con preferencia a los demás.

En segundo lugar indica la ansiedad de la expectación, diciendo: también gemimos en nuestro interior. Gemido que señala la aflicción por la dilación de la cosa que se espera con gran deseo, según aquello del Libro de los Proverbios (13,12): La esperanza que se dilata aflige el alma. Y en el Salmo 6,7: Me he consumido a fuerza de tanto gemir. Mas este gemido no es tanto exterior cuanto interior, ya porque del afecto interior del corazón procede, ya porque es por bienes interiores. De aquí que claramente dice: en nuestro interior.-Continuos son mis gemidos (Lament 1,22).

Lo tercero que indica es la cosa ansiada, diciendo: Aguardando la adopción de hijos de Dios, esto es, el cumplimiento de tal adopción. Porque ésta es incoada por el Espíritu Santo al justificar al alma. Recibisteis el espíritu de adopción de hilos (Rm 8,15). Mas se consuma por la glorificación del propio cuerpo. De aquí que diga arriba (Rm 5,2): Y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de hijos de Dios. Y esto lo agrega diciendo: la redención de nuestro cuerpo, para que así como nuestro espíritu es redimido del pecado, así también nuestro cuerpo se redima de la corrupción y de la muerte. Yo los libraré del poder de la muerte (Oseas 13,14). El cual vendrá a transformar el cuerpo déla humillación nuestra (Ph 3,21).

En seguida, cuando dice: Porque en la esperanza, etc., prueba con la siguiente razón lo que dijera: la esperanza es respecto de las cosas que no se ven presencialmente sino que se sabe que se verán en el futuro. Es así que nosotros somos salvos por la esperanza; luego esperamos para el futuro el cumplimiento de la salvación. Así es que primero pone la menor, diciendo: Porque nosotros los Apóstoles y los demás fieles somos salvos en la esperanza, porque tenemos la esperanza de nuestra salvación. Nos ha engendrado de nuevo para una esperanza viva (1P i,3). Esperad en El vosotros, pueblos todos congregados (Ps 61,9). Lo segundo que pone es la mayor, diciendo: Mas la esperanza, esto es, la cosa esperada, que se ve, como presencialmente poseída, ya no es esperanza, esto es, no es algo que se espere sino que se posee. Y la esperanza es la expectación de algo futuro. Espérame en el día venidero de mi resurrección (Sof 3,8).

Lo tercero que pone es la prueba de la mayor, diciendo: Porque lo que uno ve ¿cómo lo puede esperar?, como si dijera: la esperanza entraña un movimiento del alma tendiente a algo que no se posee. Porque cuando se tiene algo no se necesita moverse para obtenerlo. Y es de notar que como la esperanza nace en cierto modo de la fe, a la esperanza se le atribuye la obra que es de fe, que es sobre lo que no se ve, según Hebreos 2,1: La fe es la prueba de lo que no se ve.

Lo cuarto es la conclusión, diciendo: Si, pues, lo que no vemos esperamos, se sigue que esperamos en paciencia. Por lo cual es de notar que propiamente la paciencia entraña el soportar las tribulaciones con cierta ecuanimidad. Pacientes en la tribulación (Rm 12, !2). Y como la dilación del bien tiene cierta razón de mal, una larga espera de bienes ausentes con tranquilidad de ánimo se le atribuye a la paciencia, pero estas cosas pertenecen principalmente a la longanimidad, según Santiago 5,7: Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la parusía del Señor. Ahora bien, de uno y otro modo se toma aquí la paciencia, porque los Apóstoles esperaban ecuánimemente la gloria, y eso en medio de la dilación y con tribulación.

En seguida, cuando dice: De la misma manera, etc., muestra cómo somos auxiliados por el Espíritu Santo en las deficiencias de la vida presente. Y primero en cuanto al cumplimiento de los deseos; lo segundo, en cuanto a la dirección de los acontecimientos exteriores: Sabemos, además, etc. (Rm 8,28). Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero enuncia lo que se propone; luego lo explica: porque qué debemos orar, etc. Así es que primero dice: Dicho está que por el Espíritu Santo se vivificarán nuestros cuerpos mortales, cuando se nos libre de nuestra flaqueza. De la misma manera también en el estado de esta vida, en el cual nos vemos sujetos todavía a la flaqueza, el Espíritu ayuda a nuestra flaqueza, aun cuando no la suprima totalmente. El Espíritu me arrebató y me tomó para sí: e iba yo lleno de amargura e indignación de ánimo, no habiendo cesado totalmente su flaqueza. Pero estaba conmigo la mano del Señor que me confortaba (Ez 3,
14). Y en esto el Espíritu me tomó para sí. El espíritu está pronto, mas la carne es débil (Mt 26,41; Mc 14,38).

En seguida, cuando dice: Mas qué debemos orar, etc., explica lo que dijera. Y primero muestra la necesidad del auxilio del Espíritu, lo cual pertenece a la flaqueza de la vida presente; luego muestra el modo del auxilio: Pero el Espíritu está intercediendo El mismo por nosotros, etc.; finalmente, muestra la eficacia del auxilio: Mas aquel que escudriña.

Así es que primero dice: Con razón digo que el Espíritu ayuda a nuestra flaqueza; porque la flaqueza que padecemos se debe a que no sabemos qué cosa pedir tal como conviene. Un hombre que no ve el camino por donde anda, habiéndolo cercado todo Dios de tinieblas (Jb 3,23). Y débese considerar que el Apóstol dice que ignoramos dos cosas: qué es lo que debemos pedir al orar y el modo como se debe pedir.

Objeción.-Pero una y otra cosa parecen no ser así. Porque en primer lugar sabemos qué debemos pedir en la oración, porque esto nos lo enseñó nuestro Señor, según San Mateo 6,9: Santificado sea tu nombre, etc.

Respuesta.-Mas se debe decir que en general podemos saber qué conviene pedir al orar, pero en especial no podemos saberlo. Primero porque si deseamos hacer alguna obra de virtud, que es cumplir la voluntad de Dios así como en el cielo también en la tierra, puede suceder que esa obra de virtud no corresponda ni a esto ni a aquello: así como cuando al que puede adelantar útilmente mediante la acción no le toca el descanso de la contemplación, y al revés, como dice San Gregorio en sus Morales sobre Job 5,26: entrarás en la tumba vigoroso. Por lo cual se dice en Proverbios 14,12: Un camino hay que al hombre le parece camino real, y no obstante le conduce a la muerte.

Lo segundo es que alguno desea algún bien temporal para la sustentación de la vida, lo cual es pedir el pan de cada día, y sin embargo se convierte en peligro de muerte. Porque muchos perecieron por culpa de las riquezas. Hay todavía otra dolorosísima miseria que he visto debajo del sol: las riquezas atesoradas para ruina de su dueño (Ecles 5,12).

Lo tercero es que alguien desea liberarse de alguna molestia de tentación, la cual sin embargo le sirve de guarda de la humildad: así como Pablo pidió que se apartara de él el aguijón de la carne, el cual no obstante se le había dado para que no por la grandeza de las revelaciones se levantara él sobre lo que era, como se dice en 2Co 12,7. De manera semejante también se ve que hemos de aprender cómo nos conviene orar, según aquello de Santiago 1,6: Mas pida con fe, sin vacilar en nada. Y sobre esto se debe decir que en general podemos saberlo, pero en especial por los afectos de nuestro corazón nunca podemos discernirlo, para saber si lo que pedimos es movidos por la ira o por el celo de la justicia. Por lo cual es reprobada la petición de los hijos de Zebedeo, porque aun cuando parecía que lo que pedían era participar de la divina gloria, sin embargo su petición procedía de cierta vanagloria u orgullo.

En seguida, cuando dice: Pero el Espíritu está intercediendo El mismo, etc., indica el modo del auxilio del Espíritu Santo, diciendo que el mismo Espíritu está intercediendo por nosotros con gemidos que son inexplicables. Lo cual parece favorecer el error de Arrio y de Macedonio, quienes afirmaron que el Espíritu Santo es una creatura y menor que el Padre y el Hijo; porque el interceder es del inferior, y si por decir que El intercede entendemos que es una creatura pasible y menor que el Padre, se sigue también que de la expresión intercediendo con gemidos entendamos que es El una creatura pasible carente de la bienaventuranza, cosa que jamás dijo ningún hereje. Porque un gemido por dolor es algo que corresponde a la indigencia. Y por eso se debe explicar el intercediendo en el sentido de que hace que nosotros pidamos, como también dice el Génesis (22,12): Ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios, esto es, le hice conocer. Ahora bien, el Espíritu Santo hace que nosotros pidamos, en cuanto causa en nosotros deseos rectos. Porque la petición es cierto despliegue de los deseos. Y los deseos rectos provienen del amor de caridad, la cual es claro que El produce en nosotros. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5,5). Y dirigiendo y estimulando nuestro corazón el Espíritu Santo, nuestros deseos, no pueden sernos sino útiles (Yo el Señor Dios tuyo que te enseño lo que te importa: Is 48,17); y por eso agrega: por nosotros. Y por ser mucho lo que deseamos y que con gran ansia pedimos, padecemos la dilación con dolor y gemidos, y por eso agrega: con gemidos, los que en nuestro corazón causa, por cuanto nos hace desear las cosas celestiales que se reservan para el alma. Este es el gemido de paloma que el Espíritu Santo produce en nosotros. Gimiendo como palomas y lamentándose en sus corazones (Nahum 2,7). Y dice que esos gemidos son inexplicables, o porque son por aigo que es inexplicable, como lo es la gloria celestial (oyó palabras inefables que no es dado al hombre expresar: 2Co 12,4); o porque los propios movimientos del corazón no se pueden explicar suficientemente, en cuanto que proceden del Espíritu Santo. ¿Quién podrá explicar la disposición de los cielos? (Jb 38,37).

En seguida, cuando dice: Mas Aquel que escudriña, etc., muestra la eficacia del auxilio con el que nos asiste el Espíritu Santo, diciendo: Mas Aquel que escudriña los corazones, esto es, Dios, de quien es propio escudriñar los corazones. Y tú, ¡oh Diosi que penetras los corazones y los afectos (Ps 7,10). Se dice que Dios escruta los corazones no porque inquiriendo conozca los secretos del corazón, sino porque claramente conoce lo que se oculta en el corazón. 1ré con una antorcha en la mano registrando Jerusalén (Sof 1,12). Dios, digo, escrutando los corazones, sabe, esto es, autoriza y reconoce (según 2 Tim 2,19: Conoce el Señor a los que son suyos) lo que desea el Espíritu, o sea, lo que nos hace desear. Oh Señor, bien ves todos mis deseos (Ps 37,10). Y por eso los deseos del Espíritu que en los santos produce el Espíritu Santo son aceptos por Dios, porque intercede por los santos, esto es, les hace pedir conforme a la voluntad de Dios, o sea, lo que conviene con el divino beneplácito (Todo deseo de los justos se dirige al bien: Prov 1 1,23); para ejemplo de lo cual le decía el Señor al Padre: Mas no como yo quiero sino como Tú (Mt 26,39).






Tomas Aq. - Romanos 37