Tomas Aq. - Romanos 56

Lección 2: Romanos 13,4-13

56
075 (
Rm 13,4-13)


Comparando el cuerpo místico con el cuerpo natura!, enseña el uso de la gracia y sobre costumbres.
4. Pues así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, y sin embargo no tienen todos los miembros la misma junción:
5. Así también muchos somos un solo cuerpo en Cristo, pero en cuanto a cada uno somos recíprocamente miembros.
6. Y tenemos, según la gracia que nos fue dada, dones diferentes: ya de profecía, según la regla de la fe;
7. ya de ministerio, para servir; ya de enseñar, para la enseñanza;
8. ya de exhortar, para la exhortación; el que da, que sea con sencillez; el que preside, con solicitud; el que usa de misericordia, con alegría.
9. El amor sea sin hipocresía. Aborreced el mal y adherios al bien.
10. Con caridad fraterna amándoos recíprocamente; en cuanto al honor, daos preferencia mutuamente.
11. En el deber, sin pereza; fervientes de espíritu, pues servís al Señor.
12. Alegres en la esperanza, en la tribulación pacientes, en la oración perseverantes.
13. En las necesidades de los santos partícipes; en la hospitalidad solícitos.

Dada ya la admonición, aquí expone el Apóstol la razón tomada de la semejanza del cuerpo místico con el cuerpo natural. Y primero en cuanto al cuerpo natural toca tres cosas. Desde luego la unidad del cuerpo, diciendo: así como en un solo cuerpo; segundo, la pluralidad de los miembros, diciendo: tenemos muchos miembros; porque el humano es un cuerpo orgánico constituido por diversidad de miembros; tercero, la diversidad de funciones, diciendo: y sin embargo no tienen todos los miembros la misma función. Porque sería inútil la diversidad de los miembros si no se ordenaren a diversos actos. En seguida aplica estas tres cosas al cuerpo místico de Cristo que es la 1glesia. Y lo dio por cabeza suprema de todo a la 1glesia, la cual es su cuerpo (Efes 1,22-23). Acerca de lo cual toca también tres cosas. Primero, la multitud de los fieles como miembros, diciendo: Así también muchos.-Un hombre dio una gran cena, a la cual tenía invitada mucha gente (Lc 14,16). Son muchos más los hijos de la que había sido desechada (Is 54,1). Porque aun cuando sean pocos en comparación con la estéril multitud de los condenados, según Mateo 7,14: Angosta es ia puerta y estrecho el camino que lleva a la vida, y pocos son los que lo encuentran, sin embargo, son muchos hablando absolutamente. Después de esto miré, y había una gran multitud que nadie podía contar (Ap 7,9).

Lo segundo que toca es la unidad del cuerpo místico, diciendo: Somos un solo cuerpo.-Para reconciliar a ambos en un solo cuerpo, etc. (¡Efes 2,16). Ahora bien, la unidad de este cuerpo místico es espiritual, por la cual nos unimos unos con otros a Dios en la fe y en el afecto de la caridad, según aquello de Efesios 4,4: Uno es el cuerpo, y uno el Espíritu. Y por derivarse de Cristo en nosotros el espíritu de unidad (Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ese tal no es de El: Juan 17,22), por eso agrega: en Cristo, que por su Espíritu, que El nos da, nos une entre nosotros y a Dios. Para que sean uno, como nosotros somos Uno (Jn 17,22).

Lo tercero que toca es la diversidad de las funciones establecidas para la común utilidad, diciendo: en cuanto a cada uno somos recíprocamente miembros. Porque cada miembro tiene su propia función y facultad; así es que en cuanto un miembro por su facultad y función le es útil a otro, se dice que es miembro de este otro, así como se dice que el pie es miembro del ojo, por cuanto lleva al ojo de un lugar a otro, y también se dice que el o¡o es un miembro del pie, en cuanto dirige al pie. No puede el o¡o decir a la mano: no te necesito (ICo 12,2 i). Así también en el cuerpo místico el que recibe la gracia de la profecía, necesita de aquel que recibe la gracia de la sanidad de los cuerpos, y así es en todas las demás cosas. De modo que mientras alguno de los fieles sirve a otro conforme a la gracia que se le ha dado, es miembro suyo. Sobrellevad los unos las cargas de los otros (Gal 6,2). Sirva cada uno a los demás con el don que haya recibido (1P 4,10).

En seguida, cuando dice: Y tenemos dones, aplica por partes la admonición que arriba diera sobre el uso sobrio y moderado de la gracia. Y primero pone la diversidad de las gracias, diciendo: digo que somos miembros recíprocamente, no porque tengamos la misma gracia sino por tener diversos dones superiores, no en virtud de una diversidad de méritos, sino según la gracia que se nos ha dado. Cada uno tiene de Dios su propio don, quién de una manera y quién de otra (ICo 7,7). Lo segundo que enseña es el uso de las diversas gracias, y primero en cuanto a las cosas divinas, en cuanto al conocimiento, diciendo: ya de profecía, para que teniéndola usemos de ella conforme a la regla de la fe. Se llama profecía cierta aparición, por divina revelación, de las cosas que están lejanas. De aquí que en 1 Reyes 9,9 se dice: El que hoy se llama profeta se llamaba entonces vidente. Se trata de cosas lejanas para nuestro conocimiento, en cuanto que en sí mismas son futuros contingentes, que por carencia suya no son seres cognoscibles; pero las cosas divinas están muy lejos de nuestro conocimiento, no en cuanto a sí mismas, pues son de manera máxima cognoscibles, porque como se dice en 1 Juan 1,5: Dios es luz, y en El no hay tiniebla alguna; sino por carencia de nuestro entendimiento, que respecto de las cosas que en sí mismas son sumamente manifiestas es como los ojos de la lechuza respecto de la luz del sol. Y como cada quien más propiamente se dice tal según lo que es él mismo, que lo que sea tal según otro, de aquí que más propiamente se dice que están lejos de nuestro conocimiento los futuros contingentes. Por lo cual de estas cosas es propiamente la profecía. Mas el Señor Dios no hace estas cosas sin revelar sus secretos a los profetas siervos suyos (Amos 3,7). Sin embargo, comúnmente se llama también profecía a la revelación de algunas cosas ocultas. Y este don de profecía no existió solamente en el Antiguo Testamento, sino también en el Nuevo. Derramaré Yo mi Espíritu sobre toda clase de hombres, y profetizarán vuestros hijos (Joel 2,28).

Se llama también profetas en el Nuevo Testamento a quienes explican los textos proféticos, siempre que la Sagrada Escritura se interprete por el mismo espíritu con que fue establecida. Yo proseguiré difundiendo la doctrina como profecía (Eccli 24,36). Así es que el don de profecía no se ordena, al igual que las otras gracias gratis dadas, sino a la edificación de la fe. A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien (ICo 12,7). Confirmándola -la doctrina de la fe- júntamente con ellos Dios, por señales, prodigios y diversos milagros y por dones del Espíritu Santo conforme a su voluntad (Hebr 2,4). Por lo cual se debe usar de la profecía según la regla de la fe, o sea, no inútilmente, sino de modo que por ella se confirme la fe, y de ninguna manera contra la fe. Por lo cual se dice en el Deuteronomio 13,1-3: Si en medio de tu pueblo se presentare un profeta, y te dijere: Vamos y sigamos a los dioses ajenos que no conoces y sirvámosles, no escucharás las palabras de aquel profeta, porque profetiza contra la regla de la fe. En cuanto a la administración de los sacramentos agrega: ya de ministerio, para servir, esto es: Si alguien recibe la gracia o el cargo del ministerio, por ejemplo el que sea obispo o sacerdote, por lo que se llama ministro de Dios (Vosotros seréis llamados sacerdotes del Señor, a vosotros se os dará el nombre de ministros de Dios: 1s 61,7), que lo desempeñe cumpliendo diligentemente para servir (Cumple bien tu ministerio: 2 Tim 4,5). Lo segundo que toca son las cosas que corresponden a los asuntos humanos, en los que puede uno acudir en auxilio de otro. Primero en cuanto al conocimiento, o bien especulativo o bien práctico. Y así, en cuanto al especulativo, dice primero: ya de enseñar, esto es, el que tiene la gracia o el oficio de enseñar, use de la doctrina, para que enseñe cuidadosa y fielmente. Tú eras el que enseñabas a muchos (Jb 4,3). 1d y enseñad a todos los pueblos (Mat 28,19). Y en cuanto al conocimiento práctico agrega: ya de exhortar, esto es, el que tiene el cargo o la gracia de exhortar a los hombres al bien use de ella para la exhortación.-Nuestra predicación no se inspira en el error, ni en la inmundicia ni en el dolo (I Tes 2,3). Esto es lo que has de enseñar y exhortar (Tito 2,15).

En seguida indica lo que corresponde a las obras exteriores, en las que a veces alguien le ayuda a otro otorgándole algún don, y en cuanto a esto dice: el que da, esto es, el que tiene con qué y la gracia de dar, cúmplalo con sencillez, para que no intente con ello nada malo, como sería el atraer al mal a los hombres con regalos. O también sería el que alguien por un pequeño regalo quiera adquirir algo mucho mayor. La dádiva del necio no te aprovechará, porque sus ojos tienen muchas miras. El dará poco, y lo echará muchas veces en cara (Eccli 20,14-15). Y también: La sencillez servirá de guía a los justos (Prov 2,3). A veces alguien le ayuda a otro teniendo cuidado de él, y en cuanto a esto dice: el que preside, o sea, el que está constituido en el cargo de prelado, que use de tal oficio con solicitud.-Obedeced a vuestros prepósitos y sujetaos a ellos, porque velan por vuestras almas como quienes han de dar cuenta (Hebr 13,17). La solicitud por todas las iglesias (2Co 1 1,28). Otras veces alguien le ayuda a otro aliviándole su miseria; y en cuanto a esto dice: el que usa de misericordia, esto es, el que tiene medios y deseo de socorrer, hágalo con alegría, haciéndolo gustosamente. No de mala gana ni por fuerza, porque Dios ama al dador alegre (2Co 9,7). Que todo lo que des sea con semblante alegre (Eccli 35,1 1).

En seguida, cuando dice: El amor sea sin hipocresía, enseña el uso del don gratuito que es común a todos, el de la caridad. Y primero indica lo que corresponde a la caridad en general; luego, algunas cosas que especialmente corresponden a la caridad de algunos: En las necesidades de los santos, etc. Acerca de lo primero hace tres cosas. Primero muestra cómo debe ser el amor de caridad por parte del que ama; segundo, cómo se le debe tener respecto al prójimo: Con caridad fraterna, etc.; tercero, cómo se debe tener para con Dios: En el deber, sin pereza. Ahora bien, acerca de la calidad de la caridad enseña tres cosas. Primero, que el amor debe ser verdadero. Por lo cual dice: El amor sea sin hipocresía, para que no sea sólo de palabra, ni de apariencia exterior, sino con verdadero afecto del corazón y con verdaderas obras. No amemos de palabra y con ia lengua, sino de obra y en verdad (1Jn 3,18). Nada hay comparable con el amigo fiel (Eccli 6,15). Lo segundo que enseña es que el amor debe ser puro, diciendo: Aborreced el mal. Y también es pura la dilección cuando no se consiente el mal en el amigo, porque de tal manera lo quiere que odia su vicio. Por lo cual se dice en 1Co 13,6: No se regocija en la injusticia, antes se regocija con la verdad. Y en el Salmo 118, Vers. 1 13 leemos: Aborrecí a los impíos. Tercero, enseña que la dilección debe ser honesta: y adherios al bien, o sea, que trabe uno amistad con otro por el bien de la virtud. Bien está que se tenga celo en lo bueno, pero en todo tiempo (Salat 4,18). Este es el amor hermoso, del que se dice en el Eclesiástico (24,24): Yo soy la madre del amor hermoso.

En seguida, cuando dice: Con caridad fraterna, enseña cómo debe ser la caridad para con el prójimo. Y primero en cuanto al afecto interior, diciendo: Con caridad fraterna amándoos recíprocamente, de modo que no sólo amemos a los hermanos por caridad, sino que también amemos la propia caridad con la que los amamos y somos amados por ellos. Porque si tenemos una caridad de alto valor no fácilmente nos desprenderemos de ella. Perseverad en la caridad fraternal (Hebr 13,1). Si alguien diere todos los haberes de su casa en pago de este amor, lo reputará por nada (Cant 8,7). Lo segundo en cuanto al trato exterior, diciendo: Daos preferencia mutuamente. En lo cual se indican tres cosas. Primero, que debe uno honrar al prójimo, lo cual pertenece a la regla de la honra. Porque nadie puede estimar verdaderamente a quien desprecie. Con humilde corazón, considerando los unos a los otros como superiores (Ph 2,3). Lo cual se practica mientras considere uno su propio defecto y lo bueno del prójimo. A la honra corresponde no solamente la deferencia sino también el remedio de sus necesidades, como se dice en Éxodo 20,12: Honrarás a tu padre1 y a tu madre. Y que sea de precepto el socorro de las necesidades es claro porque el Señor (Mt 15,4-6) les reprocha a los fariseos que contra tal procepto les estorben a los hijos el socorrer a sus padres.

Segundo, indica que la obra de la dilección debe ser mutua, para que el hombre no sólo quiera recibir beneficios sino también proporcionarlos. No esté tu mano extendida para recibir y encogida para dar (Eccli 4,36). Y también (Eccli ¡4,16): Da y toma. Y esto lo indica diciendo: mutuamente. Tercero, indica que la obra de la dilección debe ser pronta y rápida, diciendo: daos preferencia, de modo que se prefiera al amigo en los beneficios. Todo amigo dirá: yo también he trabado amistad contigo (Eccii 37,1).

En seguida, cuando dice: En el deber, etc., muestra de qué manera debe ser el amor de caridad para con Dios. Y empieza por la propia aplicación de la mente, diciendo: En el deber portaos sin pereza, esto es, en el servicio de Dios. ¡Oh hombrel yo te mostraré lo que conviene hacer y lo que el Señor pide de ti (Miq 6,8). Y luego agrega: Camina con prontitud con tu Dios.- Empéñate en presentarte ante Dios como hombre probado (2 Tim 2,15).

Segundo, en cuanto a la obra, diciendo: de espíritu sed fervientes, en el amor de Dios. Ahora bien, el fervor procede de lo excesivo del ardimiento. Por lo cual se habla de fervor de espíritu porque por la abundancia del divino amor todo el hombre hierve en Dios. En Hechos 18 se dice que Apolo hablaba con ferviente espíritu. No apaguéis el Espíritu (I Tes 5,19).

Tercero, en cuanto a la sumisión exterior, diciendo: pues servís al Señor, con sumisión de latría, debida a solo Dios. Al Señor Dios tuyo adorarás, y al El solo servirás (Deut 6,13). Servid al Señor con temor (Ps 2,2). O bien, conforme a otro texto: Sirviéndole en el tiempo, para que en el tiempo oportuno sirvamos a Dios. Tiene cada cosa su tiempo y sazón (Ecles 8,6).

Cuarto, en cuanto al pago de la servidumbre, diciendo: Alegres en la esperanza, es claro que de la recompensa, que consistirá en la fruición de Dios. Yo el Señor soy tu galardón en manera grande (Gen 15,1). Nos gloriamos en ia esperanza de la gloria de los hijos de Dios (Rm 5,2). Y la esperanza hace gozoso al hombre por razón de la certeza, pero su dilación aflige el alma. La esperanza que se dilata aflige el alma (Prov 13,12).

Quinto, en cuanto a la tribulación que el hombre padece en el servicio de Dios. Por lo cual agrega: En la tribulación que soportáis por Dios, sed pacientes.- La tribulación engendra la paciencia (Rm 5,3). Sexto, en cuanto a todo lo predicho dice: en la oración perseverantes, con lo cual se indica la asiduidad de la oración. Les propuso una parábola sobre la necesidad de que orasen siempre sin desalentarse (Lc 18,1). Orad sin cesar (I Tes 5,17). Porque por la oración aumenta en nosotros la presteza, se enciende el fervor, nos incitamos para el servicio de Dios, crece en nosotros el gozo de la esperanza, y nos ganamos el auxilio en la tribulación. Clamé al Señor en mi tribulación, y me escuchó (Ps 119,1).

En seguida, cuando dice: En las necesidades de los santos, etc., determina la clase de la caridad en cuanto a ciertas especiales personas. Y primero en cuanto a los indigentes; segundo, en cuanto a los enemigos: Bendecid a los que os persiguen (Rm 12,14). Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero nos lleva a que los beneficios de la caridad se deben extender a los indigentes en general, diciendo: En las necesidades de los santos, partícipes. En lo cual se deben observar tres cosas. Lo primero, que las limosnas se deben por caridad a los indigentes o a quienes padecen necesidad. Trabaje obrando con sus manos algo bueno, para tener con qué dar al necesitado (Efes 4,28).

Segundo, que es preferible socorrer a los justos y a los santos que a los demás. Por lo cual dice: En las necesidades de los santos.-Dale al justo, y no ayudes al pecador (Eccli 12,5). Lo cual no quiere decir que ni siquiera en sus necesidades habrá que socorrer a los pecadores, sino que no se les debe ayudar para fomentarles su pecado; y que sin embargo es mejor ayudar a los justos, porque tal limosna es fructífera no sólo por parte del donante sino también como alivio del que la recibe. Granjeaos amigos por medio de la inicua riqueza, para que cuando ella falte os reciban en las moradas eternas (Lc 16,9), es claro que con vuestras limosnas.

Segundo, de manera especial predica la hospitalidad, diciendo: en la hospitalidad solícitos, porque en esta obra de misericordia están comprendidas las demás obras de misericordia. Porque el que hospeda no sólo ofrece su casa para permanecer en ella, sino que suministra todo lo demás que sea necesario. No os olvidéis de la hospitalidad (Hebr 13,2). Ejerced la hospitalidad entre vosotros sin murmurar (1P 4,9).







Lección 3: Romanos 12,14-21

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075 (
Rm 12,14-21)


Enseña cómo se debe guardar la caridad para con los enemigos
14. Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis.
15. Gózaos con los que se gozan; llorad con los que lloran.
16. Tened el mismo sentir unos con otros. No blasonéis de cosas altas, sino acomodándoos a lo que sea más humilde. No queráis teneros a vosotros mismos por sabios.
17. A nadie volváis mal por mal; procurando obrar bien no sólo delante de Dios sino también delante de todos los hombres.
18. Si es posible, en cuanto de vosotros depende, vivid en paz con todos los hombres.
19. No os defendáis vosotros mismos, queridos míos, sino dad lugar a la cólera, pues está escrito: A Mí me toca la venganza; Yo haré justicia, dice el Señor.
20. Antes bien, si tiene hambre tu enemigo dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Pues esto haciendo, ascuas encendidas amontonarás sobre su cabeza.
21. No te dejes vencer del mal, sino domina al mal con el bien.

Habiendo mostrado el Apóstol cómo se debe ejercer la caridad para con los indigentes, muestra ahora cómo debemos ejercerla para con los enemigos. Y primero amonesta; luego prueba lo que dijera: pues está escrito, etc. Acerca de lo primero débese considerar que a la caridad le corresponden tres cosas. Primero la benevolencia, que consiste en querer el bien para otro, y no desearle el mal; segundo, la concordia, que consiste en que sea uno mismo el no querer y el querer de los amigos; tercero, la beneficencia, que consiste en beneficiar al que se quiere y en no lastimarlo. Así es que primero indica lo perteneciente a la benevolencia; segundo, lo que toca a la concordia: gózaos con los que se gozan; tercero, lo que corresponde a la beneficencia: A nadie volváis mal, etc.

Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero amonesta que la benevolencia sea amplia, de modo que abarque aun a los enemigos, diciendo: Bendecid a los que os persiguen. Acerca de lo cual débese notar que bendecir es decir lo bueno. Ahora bien, de tres maneras se puede decir lo bueno. De un modo, por simple afirmación, por ejemplo alabando alguien lo bueno de otro. Al que es liberal distribuyendo el pan le bendecirán los labios de muchos y darán testimonio fiel de* su bondad (Eccli 31,28). De otro modo, mandando, y así es como bendice la autoridad, y es lo propio de= Dios, por cuyo mandato se deriva el bien a las criaturas; y el ministerio corresponde a los ministros de Dios que invocan el nombre de Dios sobre el pueblo. De esta suerte daréis la bendición a los hijos de 1srael, diciéndoles: El Señor te bendiga y te guarde. El Señor te muestre su rostro, y tenga misericordia de ti. El Señor vuelva su rostro hacia ti y te conceda la paz (Num 6,24-26). Y luego: 1nvocarán mi nombre sobre los hilos de 1srael, y Yo los bendeciré (Núm 6,27). Tercero, alguno bendice eligiendo: Y no dicen tampoco los que pasan: la bendición del Señor sobre vosotros (Ps 128,8). Y según esto bendecir es querer el bien para alguien y en cuanto es bien pedirlo para otro. Y de esta manera se entiende aquí.

Por lo cual en esto que dice: Bendecid a los que os persiguen se da a entender que aun con los enemigos y perseguidores debemos ser benévolos, eligiendo para elbs el bien y orando por ellos. Amad a vuestros enemigos, y orad por los que os persiguen y calumnian (Mt 5,44). Y lo que se dice aquí, de cierta manera entra en el precepto y de cierta manera en el consejo: porque el tenerles afecto de dilección en general a los enemigos, no excluyéndolos de la común dilección de los prójimos ni de la común oración que se hace por los fieles, pertenece a la obligación del precepto. Asimismo el socorrer en particular con una obra de caridad al enemigo en caso de necesidad, pertenece también a la obligación del precepto. Por lo cual se dice en el Éxodo (23,4): Si encuentras extraviado el buey o el asno de tu enemigo, se lo llevarás. Pero el auxiliar al enemigo con una obra especial de caridad y con especial oración, aun no estando él en el caso de manifiesta necesidad, pertenece a la perfección de los consejos, porque así se muestra tan perfecta la caridad del hombre para con Dios que vence todo odio humano. Mas el que se arrepiente y pide perdón no debe ser ya considerado entre los enemigos o perseguidores. Por lo cual se le deben dar sin ninguna dificultad todas las manifestaciones de la caridad. Perdona a tu prójimo cuando te agravia, y así cuando tú implores el perdón te serán perdonados tus pecados (Eccli 28,2).

Lo segundo que enseña es que la benevolencia o bendición sea limpia, esto es, sin mezcla de lo contrario. Por lo cual dice: Bendecid, y no maldigáis, o sea, que de tal manera bendigáis que de ningún modo maldigáis. Lo cual es contra algunos que bendicen de palabra y maldicen con el corazón, según aquello del Salmo 27,3: Hablan de paz con su prójimo, mientras que están maquinando la maldad en sus corazones. Y también contra los que a veces bendicen y a veces maldicen, o a unos bendicen y a otros maldicen. De una misma boca salen bendición y maldición. No debe, hermanos, ser así (Sant 3,10). No devolváis mal por mal (1P 3,9).

Objeción. Sin embargo, contra lo anterior parece estar el hecho de que en la Sagrada Escritura se encuentran muchas maldiciones. Porque dice (Deut 27,26): Maldito el que no persevera en todas las palabras de esta Ley ni las pone por obra.

A lo cual se responde que maldecir es decir el mal, lo cual, como también el bendecir, ocurre de tres maneras, o sea, expresando, ordenando y eligiendo, y de cualquiera de estos modos se puede hacer bien y mal. Porque aunque lo que es materialmente malo se llama mal de cualquiera de los modos ya dichos, si es bajo razón de bien, no es ilícito, porque es más bien bendecir que maldecir; porque cada cosa se juzga más bien según su forma que según su materia. Pero si alguien dice el mal bajo la razón de mal, formalmente maldice, por lo cual es totalmente ilícito. Y una u otra de estas dos cosas ocurre cuando alguien expresa el mal presentándolo. Porque cuando alguien expresa el mal de otro para hacerle ver la necesaria verdad, y así dice el mal por razón de lo necesario verdadero, esto es bueno, y por lo tanto lícito. Y de este modo se dice en Job 3 que maldijo él sus días, haciendo ver la maldad de la presente vida, como dice el Apóstol (Ef 5,16): Aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Mas a veces alguien da a conocer el mal de otro bajo razón de mal, por ejemplo, con la intención de difamarlo. Y esto es ilícito.

Porque se dice en 1Co 6,10: Ni los maldicientes ni los rapaces poseerán el reino de Dios. Cosa semejante ocurre también cuando alguien dice el mal ordenando, pues a veces ocurre que alguien dice lo que es materialmente malo bajo razón de bien, por ejemplo, cuando por mandato de alguien se le previene a otro el mal de la pena por razón de la justicia, lo cual es ciertamente lícito. Y de esta manera a los transgresores de la ley se les maldice, o sea, se les asignan penas conforme a la justicia. Pero a veces alguien al ordenar dice mal de otro injustamente, por ejemplo, por odio y venganza. Y tal maldecir es ¡lícito. El que mal dijere a su padre o a su madre sea sin remisión castigado de muerte (Ex 21,17). Y lo mismo debe decirse de aquel que dice el mal eligiendo. Porque si lo elige uno bajo razón de bien, por ejemplo, para que por medio de la contrariedad de alguien le resulte un provecho espiritual, esto es lícito. Yo vi al necio bien arraigado, pero al instante maldije su lozanía (Jb 5,3). Pero si esto lo hace uno por odio o venganza, es del todo ilícito. Maldijo el filisteo a David por sus dioses (I Reyes 17,43).

En seguida, cuando dice: Gózaos con los que se gozan, etc., indica lo perteneciente a la concordia. Y primero presenta las pruebas de la concordia; luego, hace a un lado los impedimentos: No blasonéis de cosas altas, etc. Ahora bien, de dos maneras se puede considerar la concordia.

Primero, en cuanto al efecto en los sucesos buenos y en los malos. En los buenos, para que se goce uno con los bienes de los demás, por lo cual dice: Gózaos, debéis gozaros, con los que se gozan (Me gozo y me congratulo con todos vosotros: Filip 2,17). Pero esto débese entender de cuando se goza uno por una cosa buena. Pues hay algunos que se gozan con lo malo, según el Libro de los Proverbios (2,14): Se gozan en el mal que han hecho y hacen gala de su maldad. Y no debe uno gozarse con éstos. En 1Co 13,6 se dice que la caridad no se regocija en la injusticia sino que se regocija con la verdad. Y en los malos sucesos, para que se entristezca uno de los males ajenos. Por lo cual agrega: llorad, debéis llorar, con los que lloran. Lloraba yo con el que se hallaba atribulado (Jb 30,25). No dejes de consolar a los que lloran y haz compañía a los afligidos (Eccli 7,38). Porque la misma compasión del amigo que se conduele proporciona una doble consolación en las aflicciones. Primero de ella se colige una prueba de amistad. En su adversidad, esto es, en su infortunio, se conoce quién es su amigo (Eccli 12,9). Y es consolador darse uno cuenta de que alguien es su verdadero amigo. Y también porque por el hecho de condolerse el amigo se le ve ofrecerse a llevar él también el peso de la adversidad que produce la aflicción. Y es claro que más leve se siente lo que se carga entre muchos que lo que por uno solo.

Lo segundo en que la concordia consiste es la unidad en el sentir; y en cuanto a esto se dice: Tened el mismo sentir unos con otros, para convenir en el mismo parecer: Vivid perfectamente unidos en un mismo pensar y en un mismo sentir (ICo 1,10). Siendo de un mismo sentir, teniendo un mismo amor (Ph 2,2). Mas debemos saber que es doble el sentir. El uno pertenece al juicio del entendimiento acerca de lo especulable, por ejemplo, acerca de consideraciones geométricas o naturales, y disentir en tales cosas no repugna ni a la amistad ni a la caridad, porque la caridad está en la voluntad. Y tales juicios no provienen de la voluntad sino de la necesidad de la razón. Pero el otro sentir corresponde al juicio de la razón sobre lo que se debe hacer, y en tales cosas el disentir es contrario a la amistad, porque tal disentimiento tiene la contrariedad de la voluntad; y siendo la fe no sólo especulativa sino también práctica en cuanto que obra por dilección, como se dice en Galatas 5,22, en consecuencia, también el disentir de la recta fe es contrario a la caridad.

En seguida, cuando dice: No blasonéis de cosas alias, etc., hace a un lado los impedimentos de la concordia, que son dos. El primero es la soberbia, por la cual ocurre que mientras busca uno desordenadamente su propia excelencia y rehusa la sujeción, desea sujetar a otro e impedirle su excelencia. Y de aquí se sigue la discordia. Entre los soberbios hay continuas reyertas (Prov 13,10). Y para librarnos de tal cosa dice: No blasonéis de cosas altas de modo que desordenadamente apetezcáis vuestra propia excelencia. No te engrías, antes teme (Rm 1 1,20). No te metas en inquirir lo que es sobre tu capacidad (Eccli 3,22). Sino acomodaos a lo que es más humilde, o sea, que lo que os parezca despreciable no lo rehuséis cuando os obligue. He escogido ser el ínfimo en la casa de mi Dios (Ps 83,1 1). Humillaos ba¡o la poderosa mano de Dios, etc. (1Pedro 5,6). El segundo impedimento de la concordia es la presunción de sabiduría, o también la de prudencia, presunción por la cual sucede que no acepta uno el parecer de los demás. Para hacerlo a un lado dice: No queráis teneros a vosotros mismos por sabios, para que no ¡uzguéis que sólo lo que os parece a vosotros es lo prudente. ¡Ay de vosotros los que os tenéis por sabios a vuestros ojos y por prudentes allí en vuestro interior! (Is 5,21). Para que no seáis sabios a vuestros propios ojos (Rm 1 1,25).

En seguida, cuando dice: A nadie volváis mal por mal, etc., enseña las cosas que corresponden a la beneficencia, excluyendo lo contrario. Y primero enseña que a nadie se le debe hacer ningún mal por razón de venganza; segundo, que a nadie se le cause un mal por razón de defensa: No os defendáis vosotros mismos. Acerca de lo primero hace tres cosas. Primero prohibe la venganza, diciendo: A nadie volváis mal por mal.-si he vuelto mal por mal a los que me lo han hecho, etc. (Ps 7,5). No devolváis mal por mal (1P 3,9). Pero esto débese entender en cuanto a lo formal, como se dijo arriba acerca del maldecir; porque se nos prohibe volver mal por mal por un sentimiento de odio o de envidia de modo que nos deleitemos en el mal del otro. Porque si por el mal de culpa que alguien comete le vuelve el juez el mal de pena conforme a justicia en contrapeso de la maldad, materialmente se le hace un mal, pero formalmente y en sí se le hace un bien. De aquí que cuando el juez cuelga al' malhechor por homicidio no vuelve mal por mal, sino, al contrario, bien por mal. Y de esta manera el Apóstol entregó a uno por el pecado de incesto a Satanás para destrucción de su carne, a fin de que fuera salvo su espíritu, como se ve en 1Co 5,5.

Lo segundo que enseña es que también los bienes se les muestren a los prójimos, diciendo: procurando obrar bien no sólo delante de Dios, para cuidar de satisfacer vuestra conciencia delante de Dios, sino también delante de todos los hombres, de modo que hagáis las cosas que les agradan a los hombres. No seáis ocasión de escándalo, ni para los Judíos, ni para los Griegos, ni para la 1glesia de Dios, así como yo también en todo procuro complacer a todos (ICo 10,32-33). Procuramos hacer lo que es bueno, no sólo ante el Señor, sino también delante de los hombres (2Co 8,21). Y sucede que esto se hace tanto bien como mal; porque si se hace por interés humano, no se obra bien. Cuidad de no practicar vuestra justicia a la vista de los hombres con el objeto de ser mirados por ellos (Mt 6,1). Mas si eso mismo se hace por la gloria de Dios, se hace bien, según Mateo 5,16: Así brille vuestra luz ante los hombres, de modo tal que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre del cielo.

Tercero, da la razón de una y otra de las cosas dichas. Porque para esto debemos prescindir de la recompensa de los malos y obrar el bien delante de todos los hombres, para estar en paz con los hombres, por lo cual agrega: vivid en paz con todos los hombres (Procurad tener paz con todos: Hebr 12,14). Pero aquí agrega dos cosas, siendo ésta la primera: si es posible. Porque a veces la maldad de los demás impide que podamos tener paz con ellos, de modo que no se puede estar en paz con ellos, a no ser que con su maldad consintamos, la cual paz es claro que resulta ilícita. Por lo cual dice el Señor (Mt 10,34): No he venido a traer paz sino espada. Lo otro que agrega es esto: en cuanto de vosotros depende, porque debemos hacer lo que esté en nuestra mano para procurar la paz con ellos. Dice el Salmo 1 17,7: Yo era pacífico con los que aborrecían la paz. Y en el Salmo 33,15: Busca la paz y empéñate en alcanzarla.

En seguida, cuando dice: No os defendáis vosotros mismos, queridos míos, muestra que no hay que causarles maies a los prójimos so capa de defensa. Y primero da la enseñanza diciendo: No os defendáis vosotros mismos, así como de Cristo se dice (Is 50,6): Entregué mis espaldas a los que me azotaban, y mis mejillas a los que me mesaban la barba. Y en Is 53,7: Como va la oveja al matadero guardará silencio. Por lo cual el mismo Señor ordenó: Si alguien te abofeteare en la mejilla derecha, preséntale también la otra (Mt 5,39). Pero, como dice Agustín (en Lib. contra mendacium), las cosas que en el Nuevo Testamento son hechas por los santos valen como ejemplos para la inteligencia de las Escrituras, las cuales se nos dan como preceptos. Pues bien, el mismo Señor, habiendo sido abofeteado, no dice: He aquí la otra mejilla, sino que reclama: Si he hablado mal, prueba en qué está el mal; pero si he hablado bien ¿por qué me golpeas? Con esto enseña que el ofrecimiento de la otra mejilla debe ser hecho en el corazón. Y nuestro Señor estuvo dispuesto no sólo a presentar la otra mejilla por la salvación del hombre, sino a ser crucificado con todo su cuerpo. Y como Agustín Je dice a Marcelino, rectamente se cumple con este mandato si se confía en que ha de serle provechoso a aquel por quien se acata, para lograr en él la corrección y la concordia, aun cuando sea otra cosa la que resulte. Así es que estos preceptos de la paciencia débense tener siempre presentes en el corazón; y la propia benevolencia, para no volver mal por mal, débese cumplir siempre con la voluntad. Débense cumplir, y bien, aun con los forzados infligiéndoles una pena con cierta benigna severidad.

Segundo, indica la razón, diciendo: sino dad lugar a la cólera, o sea, al juicio divino. Como si dijera: Encomendaos a Dios, que con su juicio puede defenderos y vengaros, según 1 Pedro 5,7: Descargad sobre El todas vuestras preocupaciones, porque Ei mismo se preocupa de vosotros. Pero esto débese entender para el caso en que no nos asista la facultad de hacer otra cosa conforme a justicia; pero como, según se" dice en el Deuteronomio (I,17), de Dios es el juicio, cuando alguien con autoridad judicial, o procura el castigo para reprimir la maldad, y no por odio, o también con autoridad de algún superior intenta su defensa, se entiende que da lugar a la cólera, esto es, al juicio divino, cuyos ministros son los príncipes, como se dice adelante (Rm 13,2-6). Por lo cual aun Pablo procuró defenderse con soldados de las acechanzas de los judíos, como es patente en Hechos 23,10.

En seguida, cuando dice: Pues está escrito, etc., prueba lo que dijera. Y primero por autoridad; segundo, por una razón: No te dejes vencer del mal, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. Lo primero, probar lo que se ha dicho de la prohibición de la venganza, diciendo: Se ha dicho: Dad lugar a la cólera, esto es, at juicio divino. Porque está escrito (Deut 32,43): A Mí me toca la venganza, esto es, aguardad, y Yo haré justicia, dice el Señor. Nuestra letra dice así: Mía es la venganza, y a su tiempo les daré su merecido. El Señor es el Dios de las venganzas (Ps 93,1). El Señor es un Dios celoso y vengador (Nahum 1,2). Lo segundo, probar por autoridad lo que se ha dicho acerca de la benevolencia que se les debe mostrar a los enemigos.

En el cual argumento de autoridad primero pone la enseñanza de que socorramos a los enemigos en caso de necesidad, por ser esto de necesidad de precepto, como está dicho arriba. Y esto lo dice así: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber (Rm 12,20).-Haced bien a los que os odian (Lc 6,27).

Lo segundo, da la razón, diciendo: Pues esto haciendo, ascuas encendidas amontonarás sobre su cabeza. Lo cual se puede entender para mal, siendo entonces éste el sentido: Si tú lo beneficias, tu bien se le convertirá a él en mal, porque por su ingratitud cae en el horno del fuego eterno; pero este sentido repugna a la caridad, contra la cual obraría quien socorriera a otro para que se le convirtiera en mal. Y por lo mismo se debe explicar para bien, para que el sentido sea éste: Haciendo esto, o sea, socorriéndolo en su necesidad, ascuas encendidas, esto es, amor de caridad (del cual dice el Cantar de los Cantares -8,6-: sus brasas, brasas ardientes, y un volcán de llamas), amontonarás, esto es, júntaras, sobre su cabeza, o sea, sobre su mente, porque, como dice Agustín (en el Lib. de catechizandis rudibus), no hay mayor modo de hacerse amar que empezar amando. Porque sería demasiado áspero el ánimo que si no quiere corresponder se niegue a considerar.

En seguida, cuando dice: No te dejes vencer del mal, etc., prueba con una razón lo que dijera. Porque le es natural al hombre el querer vencer al adversario y no ser vencido por él. Ahora bien, es vencido por alguien el que por este mismo es arrastrado, así como el agua es vencida por el fuego cuando la arrebata a su calor. Así es que si por el mal que por otro se le causa a un hombre bueno, éste es arrastrado a hacerle el mal, el bueno es vencido por el malo. Pero si, por lo contrario,, en virtud del beneficio que el bueno le ofrece al perseguidor, lo atrae a su amor, el bueno vence al malo. Así es que dice: No te dejes vencer del mal, esto es, del que te persigue, para que tú lo persigas a él, sino que con tu bien vence el mal de él, para que haciéndole el bien, lo retires del mal. Esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe (1Jn 5,4). Ellos se volverán hacia ti, y tú no te volverás hacia ellos (1Jn 5,4).



Tomas Aq. - Romanos 56