Romanos (BPD) 1



CARTA A LOS ROMANOS

Saludo inicial
1 1 Carta de Pablo, servidor de Jesucristo, llamado para ser Apóstol, y elegido para anunciar la Buena Noticia de Dios, 2 que él había prometido por medio de sus Profetas en las Sagradas Escrituras, 3 acerca de su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor,
nacido de la estirpe de David
según la carne,
4
y constituido Hijo de Dios con poder
según el Espíritu santificador,
por su resurrección de entre los muertos.
5
Por él hemos recibido la gracia y la misión apostólica,
a fin de conducir a la obediencia de la fe,
para gloria de su Nombre,
a todos los pueblos paganos,
6
entre los cuales se encuentran también ustedes,
que han sido llamados por Jesucristo.
7
A todos los que están en Roma,
amados de Dios, llamados a ser santos,
llegue la gracia y la paz,
que proceden de Dios, nuestro Padre,
y del Señor Jesucristo.

Acción de gracias y súplica

8 En primer lugar, doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo, a causa de todos ustedes, porque su fe es alabada en el mundo entero. 9 Dios, a quien tributo un culto espiritual anunciando la Buena Noticia de su Hijo, es testigo de que yo los recuerdo constantemente, 10 pidiendo siempre en mis oraciones que pueda encontrar, si Dios quiere, la ocasión favorable para ir a visitarlos. 11 Porque tengo un gran deseo de verlos, a fin de comunicarles algún don del Espíritu que los fortalezca, 12 mejor dicho, a fin de que nos reconfortemos unos a otros, por la fe que tenemos en común. 13 Hermanos, quiero que sepan que muchas veces intenté visitarlos para recoger algún fruto también entre ustedes, como lo he recogido en otros pueblos paganos; pero hasta ahora no he podido hacerlo. 14 Yo me debo tanto a los griegos como a los que no lo son, a los sabios como a los ignorantes. 15 De ahí mi ardiente deseo de anunciarles la Buena Noticia también a ustedes, los que habitan en Roma.


LA SALVACIÓN POR LA FE EN JESUCRISTO


El tema de la Carta

16 Yo no me avergüenzo del Evangelio, porque es el poder de Dios para la salvación de todos los que creen: de los judíos en primer lugar, y después de los que no lo son. 17 En el Evangelio se revela la justicia de Dios, por la fe y para la fe, conforme a lo que dice la Escritura: El justo vivirá por la fe.

Los paganos, objeto de la ira divina

18 En efecto, la ira de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad y la injusticia de los hombres, que por su injusticia retienen prisionera la verdad. 19 Porque todo cuanto se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos: Dios mismo se lo dio a conocer, 20  ya que sus atributos invisibles –su poder eterno y su divinidad– se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras. Por lo tanto, aquellos no tienen ninguna excusa: 21 en efecto, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias como corresponde. Por el contrario, se extraviaron en vanos razonamientos y su mente insensata quedó en la oscuridad. 22 Haciendo alarde de sabios se convirtieron en necios, 23 y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes que representan a hombres corruptibles, aves, cuadrúpedos y reptiles.

La corrupción y el castigo de los paganos

24 Por eso, dejándolos abandonados a los deseos de su corazón, Dios los entregó a una impureza que deshonraba sus propios cuerpos, 25 ya que han sustituido la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a las criaturas en lugar del Creador, que es bendito eternamente. Amén.
26
Por eso, Dios los entregó también a pasiones vergonzosas: sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza. 27 Del mismo modo, los hombres, dejando la relación natural con la mujer, ardieron en deseos los unos por los otros, teniendo relaciones deshonestas entre ellos y recibiendo en sí mismos la retribución merecida por su extravío.
28
Y como no se preocuparon por reconocer a Dios, él los entregó a su mente depravada para que hicieran lo que no se debe. 29 Están llenos de toda clase de injusticia, iniquidad, ambición y maldad; colmados de envidia, crímenes, peleas, engaños, depravación, difamaciones. 30 Son detractores, enemigos de Dios, insolentes, arrogantes, vanidosos, hábiles para el mal, rebeldes con sus padres, 31 insensatos, desleales, insensibles, despiadados. 32 Y a pesar de que conocen el decreto de Dios, que declara dignos de muerte a los que hacen estas cosas, no sólo las practican, sino que también aprueban a los que las hacen.

Los judíos, objeto de la ira divina

2 1 Por eso, tú que pretendes ser juez de los demás –no importa quién seas– no tienes excusa, porque al juzgar a otros, te condenas a ti mismo, ya que haces lo mismo que condenas. 2 Sabemos que Dios juzga de acuerdo con la verdad a los que se comportan así. 3 Tú que juzgas a los que hacen esas cosas e incurres en lo mismo, ¿acaso piensas librarte del Juicio de Dios? 4 ¿O desprecias la riqueza de la bondad de Dios, de su tolerancia y de su paciencia, sin reconocer que esa bondad te debe llevar a la conversión? 5 Por tu obstinación en no querer arrepentirte, vas acumulando ira para el día de la ira, cuando se manifiesten los justos juicios de Dios, 6 que retribuirá a cada uno según sus obras. 7 Él dará la Vida eterna a los que por su constancia en la práctica del bien, buscan la gloria, el honor y la inmortalidad. 8 En cambio, castigará con la ira y la violencia a los rebeldes, a los que no se someten a la verdad y se dejan arrastrar por la injusticia. 9 Es decir, habrá tribulación y angustia para todos los que hacen el mal: para los judíos, en primer lugar, y también para los que no lo son. 10 Y habrá gloria, honor y paz para todos los que obran el bien: para los judíos, en primer lugar, y también para los que no lo son, 11 porque Dios no hace acepción de personas.

La Ley y el pecado

12 En efecto, todos los que hayan pecado sin tener la Ley de Moisés perecerán sin esa Ley; y los que hayan pecado teniendo la Ley serán juzgados por ella, 13 porque a los ojos de Dios, no son justos los que oyen la Ley, sino los que la practican. 14 Cuando los paganos, que no tienen la Ley, guiados por la naturaleza, cumplen las prescripciones de la Ley, aunque no tengan la Ley, ellos son ley para sí mismos, 15 y demuestran que lo que ordena la Ley está inscrito en sus corazones. Así lo prueba el testimonio de su propia conciencia, que unas veces los acusa y otras los disculpa, 16 hasta el Día en que Dios juzgará las intenciones ocultas de los hombres por medio de Cristo Jesús, conforme a la Buena Noticia que yo predico.
17
Pero tú, que te precias de ser judío; tú que te apoyas en la Ley y te glorías en Dios; 18 tú que dices conocer su voluntad e, instruido por la Ley, pretendes discernir lo mejor, 19 presumiendo ser guía de ciegos y luz para los que andan en tinieblas; 20 tú que instruyes a los ignorantes y eres maestro de los simples, porque tienes en la Ley la norma de la ciencia y de la verdad; 21 ¡tú, que enseñas a los otros, no te enseñas a ti mismo! Tú, que hablas contra el robo, también robas. 22 Tú, que condenas el adulterio, también lo cometes. Tú, que aborreces a los ídolos, saqueas sus templos. 23 Tú, que te glorías en la Ley, deshonras a Dios violando la Ley. 24 Porque como dice la Escritura: Por culpa de ustedes, el nombre de Dios es blasfemado entre las naciones.

La verdadera circuncisión

25 La circuncisión es útil si practicas la Ley, pero si no la practicas, es lo mismo que si fueras un incircunciso. 26 Al contrario, el que no está circuncidado, pero observa las prescripciones de la Ley, será tenido por un verdadero circunciso. 27 Más aún, el que físicamente no está circuncidado pero observa la Ley, te juzgará a ti, que teniendo la letra de la Ley y la circuncisión, no practicas la Ley. 28 Porque no es verdadero judío el que lo es exteriormente, ni la verdadera circuncisión es la que se nota en la carne. 29 El verdadero judío lo es interiormente, y la verdadera circuncisión es la del corazón, la que se hace según el espíritu y no según la letra de la Ley. A este le corresponde la alabanza, no de los hombres, sino de Dios.

La situación de los judíos

3 1 ¿Cuál es entonces la superioridad del judío, y qué utilidad tiene la circuncisión? 2 Las ventajas son muchas desde todo punto de vista. Ante todo, Dios confió su Palabra a los judíos. 3 ¿Y qué importa que algunos no hayan creído? ¿Acaso su incredulidad anulará la fidelidad de Dios? 4 De ninguna manera: Dios es veraz, y todo hombre, mentiroso, porque como dice la Escritura: Serás reconocido como justo por lo que dices y triunfarás cuando seas juzgado. 5 Ahora bien, si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué conclusión sacaremos? ¿Dios será injusto –me expreso en términos humanos– al dar libre curso a su ira? 6 De ningún modo. De lo contrario, ¿cómo podría Dios juzgar al mundo? 7 Pero si con mi mentira, la verdad de Dios sale ganando, para gloria suya, ¿por qué todavía voy a ser condenado como pecador? 8 ¿O debemos hacer el mal para que resulte el bien, como algunos calumniadores nos hacen decir? ¡Estos sí merecen ser condenados!

La universalidad del pecado

9 En definitiva, entonces, ¿somos o no superiores a los paganos? De ninguna manera. 10 Porque acabamos de probar que todos están sometidos al pecado, tanto los judíos como los que no lo son. Así lo afirma la Escritura:
No hay ningún justo, ni siquiera uno;
11
no hay nadie que comprenda,
nadie que busque a Dios.
12
Todos están extraviados,
igualmente corrompidos;
nadie practica el bien,
ni siquiera uno solo.
13
Su garganta es un sepulcro abierto;
engañan con su lengua,
sus labios destilan veneno de víboras,
14
su boca está llena de maldición y amargura.
15
Sus pies son rápidos para derramar sangre,
16
en sus caminos hay ruina y miseria,
17
no conocen la senda de la paz.
18
El temor de Dios no está ante sus ojos.
19
Ahora bien, nosotros sabemos que todo lo que dice la Ley es válido solamente para los que están bajo la Ley, a fin de que nadie pueda alegar inocencia y todo el mundo sea reconocido culpable delante de Dios. 20 Porque a los ojos de Dios, nadie será justificado por las obras de la Ley, ya que la Ley se limita a hacernos conocer el pecado.

La revelación de la justicia de Dios

21 Pero ahora, sin la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada por la Ley y los Profetas: 22 la justicia de Dios, por la fe en Jesucristo, para todos los que creen. Porque no hay ninguna distinción: 23 todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, 24 pero son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención cumplida en Cristo Jesús. 25 Él fue puesto por Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, gracias a la fe. De esa manera, Dios ha querido mostrar su justicia: 26 en el tiempo de la paciencia divina, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente, y en el tiempo presente, siendo justo y justificando a los que creen en Jesús.

La justificación por la fe

27 ¿Qué derecho hay entonces para gloriarse? Ninguno. Pero, ¿en virtud de qué ley se excluye ese derecho? ¿Por la ley de las obras? No, sino por la ley de la fe. 28 Porque nosotros estimamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley. 29 ¿Acaso Dios es solamente el Dios de los judíos? ¿No lo es también de los paganos? Evidentemente que sí, 30 porque no hay más que un solo Dios, que justificará a los circuncisos en virtud de la fe y a los incircuncisos por medio de esa misma fe. 31 Entonces, ¿por medio de la fe, anulamos la Ley? ¡Ni pensarlo! Por el contrario, la confirmamos.

La justificación de Abraham

4 1 ¿Y qué diremos de Abraham, nuestro padre según la carne? 2 Si él hubiera sido justificado por las obras tendría de qué gloriarse, pero no delante de Dios. 3 Porque, ¿qué dice la Escritura?: Abraham creyó en Dios y esto le fue tenido en cuenta para su justificación. 4 Ahora bien, al que trabaja no se le da el salario como un regalo, sino como algo que se le debe. 5 Pero al que no hace nada, sino que cree en aquel que justifica al impío, se le tiene en cuenta la fe para su justificación. 6 Por eso David proclama la felicidad de aquel a quien Dios confiere la justicia sin las obras, diciendo:
7
Felices aquellos
a quienes fueron perdonadas sus faltas
y cuyos pecados han sido cubiertos.
8
Feliz el hombre
a quien Dios no le tiene en cuenta su pecado.

Abraham, padre de los creyentes

9 Pero esta felicidad, ¿es únicamente para los que han sido circuncidados, o también para los que no lo han sido? Consideremos lo que ya dijimos: A Abraham le fue tenida en cuenta la fe para su justificación. 10 ¿Cuándo le fue tenida en cuenta? ¿Antes o después de la circuncisión? Evidentemente antes y no después. 11 Y él recibió el signo de la circuncisión, como sello de la justicia que alcanzó por medio de la fe, antes de ser circuncidado. Así llegó a ser padre de aquellos que, a pesar de no estar circuncidados, tienen la fe que les es tenida en cuenta para su justificación. 12 Y es también padre de los que se circuncidan pero no se contentan con esto, sino que siguen el mismo camino de la fe que tuvo nuestro padre Abraham, antes de ser circuncidado.

La promesa hecha a Abraham

13 En efecto, la promesa de recibir el mundo en herencia, hecha a Abraham y a su posteridad, no le fue concedida en virtud de la Ley, sino por la justicia que procede de la fe. 14 Porque si la herencia pertenece a los que están bajo la Ley, la fe no tiene objeto y la promesa carece de valor, 15 ya que la Ley provoca la ira y donde no hay Ley tampoco hay transgresión. 16 Por eso, la herencia se obtiene por medio de la fe, a fin de que esa herencia sea gratuita y la promesa quede asegurada para todos los descendientes de Abraham, no sólo los que lo son por la Ley, sino también los que lo son por la fe. Porque él es nuestro padre común, 17 como dice la Escritura: Te he constituido padre de muchas naciones. Abraham es nuestro padre a los ojos de aquel en quien creyó: el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen.

La fe de Abraham y la fe del cristiano

18 Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones, como se le había anunciado: Así será tu descendencia. 19 Su fe no flaqueó, al considerar que su cuerpo estaba como muerto –era casi centenario– y que también lo estaba el seno de Sara. 20 Él no dudó de la promesa de Dios, por falta de fe, sino al contrario, fortalecido por esa fe, glorificó a Dios, 21 plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete. 22 Por eso, la fe le fue tenida en cuenta para su justificación.
23
Pero cuando dice la Escritura: Dios tuvo en cuenta su fe, no se refiere únicamente a Abraham, sino también a nosotros, 24 que tenemos fe en aquel que resucitó a nuestro Señor Jesús, 25 el cual fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.

El fruto de la justificación

5 1 Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. 2 Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. 3 Más aún, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; 4 la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza. 5 Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. 6 En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores. 7 Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. 8 Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. 9 Y ahora que estamos justificados por su sangre, con mayor razón seremos librados por él de la ira de Dios. 10 Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida. 11 Y esto no es todo: nosotros nos gloriamos en Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien desde ahora hemos recibido la reconciliación.

Adán y Jesucristo

12 Por lo tanto, por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. 13 En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes de la Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en cuenta. 14 Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado, cometiendo una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que debía venir.
15
Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos. 16 Tampoco se puede comparar ese don con las consecuencias del pecado cometido por un solo hombre, ya que el juicio de condenación vino por una sola falta, mientras que el don de la gracia lleva a la justificación después de muchas faltas. 17 En efecto, si por la falta de uno solo reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido abundantemente la gracia y el don de la justicia.
18
Por consiguiente, así como la falta de uno solo causó la condenación de todos, también el acto de justicia de uno solo producirá para todos los hombres la justificación que conduce a la Vida. 19 Y de la misma manera que por la desobediencia de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores, también por la obediencia de uno solo, todos se convertirán en justos.
20
Es verdad que la Ley entró para que se multiplicaran las transgresiones, pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. 21 Porque así como el pecado reinó produciendo la muerte, también la gracia reinará por medio de la justicia para la Vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor.

La identificación con Cristo por el Bautismo

6 1 ¿Qué diremos entonces? ¿Que debemos seguir pecando para que abunde la gracia? 2 ¡Ni pensarlo! ¿Cómo es posible que los que hemos muerto al pecado sigamos viviendo en él? 3 ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? 4 Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.
5
Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. 6 Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado. 7 Porque el que está muerto, no debe nada al pecado.
8
Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. 9 Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él. 10 Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. 11 Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

La liberación del pecado y el servicio de Dios

12 No permitan que el pecado reine en sus cuerpos mortales, obedeciendo a sus malos deseos. 13 Ni hagan de sus miembros instrumentos de injusticia al servicio del pecado, sino ofrézcanse ustedes mismos a Dios, como quienes han pasado de la muerte a la Vida, y hagan de sus miembros instrumentos de justicia al servicio de Dios. 14 Que el pecado no tenga más dominio sobre ustedes, ya que no están sometidos a la Ley, sino a la gracia.
15
¿Entonces qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos sometidos a la Ley sino a la gracia? ¡De ninguna manera! 16 ¿No saben que al someterse a alguien como esclavos para obedecerle, se hacen esclavos de aquel a quien obedecen, sea del pecado, que conduce a la muerte, sea de la obediencia que conduce a la justicia? 17 Pero gracias a Dios, ustedes, después de haber sido esclavos del pecado, han obedecido de corazón a la regla de doctrina, a la cual fueron confiados, 18 y ahora, liberados del pecado, han llegado a ser servidores de la justicia. 19 Voy a hablarles de una manera humana, teniendo en cuenta la debilidad natural de ustedes. Si antes entregaron sus miembros, haciéndolos esclavos de la impureza y del desorden hasta llegar a sus excesos, pónganlos ahora al servicio de la justicia para alcanzar la santidad.

Los frutos del pecado y de la justicia

20 Cuando eran esclavos del pecado, ustedes estaban libres con respecto de la justicia. 21 Pero, ¿qué provecho sacaron entonces de las obras que ahora los avergüenzan? El resultado de esas obras es la muerte. 22 Ahora, en cambio, ustedes están libres del pecado y sometidos a Dios: el fruto de esto es la santidad y su resultado, la Vida eterna. 23 Porque el salario del pecado es la muerte, mientras que el don gratuito de Dios es la Vida eterna, en Cristo Jesús, nuestro Señor.

La liberación de la Ley

7 1 ¿Acaso ustedes ignoran, hermanos –hablo a gente que entiende de leyes– que el hombre está sujeto a la ley únicamente mientras vive? 2 Así, una mujer casada permanece ligada por la ley a su esposo mientras él viva; pero al morir el esposo, queda desligada de la ley que la unía a él. 3 Por lo tanto, será tenida por adúltera si en vida de su marido, se une a otro hombre. En cambio, si su esposo muere, quedará desligada de la ley, y no será considerada adúltera si se casa con otro hombre. 4 De igual manera, hermanos, por la unión con el cuerpo de Cristo, ustedes han muerto a la Ley, para pertenecer a otro, a aquel que resucitó a fin de que podamos dar frutos para Dios. 5 Porque mientras vivíamos según la naturaleza carnal, las malas pasiones, estimuladas por la Ley, obraban en nuestros miembros para hacernos producir frutos de muerte. 6 Pero ahora, muertos a todo aquello que nos tenía esclavizados, hemos sido liberados de la Ley, de manera que podamos servir a Dios con un espíritu nuevo y no según una letra envejecida.

La Ley, ocasión de pecado

7 ¿Diremos entonces que la Ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero yo no hubiera conocido el pecado si no fuera por la Ley. En efecto, hubiera ignorado la codicia, si la Ley no dijera: No codiciarás. 8 Pero el pecado, aprovechando la oportunidad que le daba el precepto, provocó en mí toda suerte de codicia, porque sin la Ley, el pecado es cosa muerta.
9
Hubo un tiempo en que yo vivía sin Ley, pero al llegar el precepto, tomó vida el pecado, 10 y yo, en cambio, morí. Así resultó que el mandamiento que debía darme la vida, me llevó a la muerte. 11 Porque el pecado, aprovechando la oportunidad que le daba el precepto, me sedujo y, por medio del precepto, me causó la muerte.
12
De manera que la Ley es santa, como es santo, justo y bueno el precepto. 13  ¿Pero es posible que lo bueno me cause la muerte? ¡De ningún modo! Lo que pasa es que el pecado, a fin de mostrarse como tal, se valió de algo bueno para causarme la muerte, y así el pecado, por medio del precepto, llega a la plenitud de su malicia.

La oposición entre la carney el espíritu

14 Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, y estoy vendido como esclavo al pecado. 15 Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco. 16 Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la Ley es buena. 17 Pero entonces, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí, 18 porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. 19 Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. 20 Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí.
21
De esa manera, vengo a descubrir esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal. 22 Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, 23 pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros.
24
¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte? 25 ¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor! En una palabra, con mi razón sirvo a la Ley de Dios, pero con mi carne sirvo a la ley del pecado.

La ley del Espíritu

8 1 Por lo tanto, ya no hay condenación para aquellos que viven unidos a Cristo Jesús. 2 Porque la ley del Espíritu, que da la Vida, te ha librado, en Cristo Jesús, de la ley del pecado y de la muerte. 3 Lo que no podía hacer la Ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios lo hizo, enviando a su propio Hijo, en una carne semejante a la del pecado, y como víctima por el pecado. Así él condenó el pecado en la carne, 4 para que la justicia de la Ley se cumpliera en nosotros, que ya no vivimos conforme a la carne sino al espíritu.

Los deseos de la carne y del espíritu

5 En efecto, los que viven según la carne desean lo que es carnal; en cambio, los que viven según el espíritu, desean lo que es espiritual. 6 Ahora bien, los deseos de la carne conducen a la muerte, pero los deseos del espíritu conducen a la vida y a la paz, 7 porque los deseos de la carne se oponen a Dios, ya que no se someten a su Ley, ni pueden hacerlo. 8 Por eso, los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios.
9
Pero ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. 10 Pero si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia. 11 Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes.
12
Hermanos, nosotros no somos deudores de la carne, para vivir de una manera carnal. 13 Si ustedes viven según la carne, morirán. Al contrario, si hacen morir las obras de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán.

La filiación divina

14 Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. 15 Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre! 16 El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. 17 Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él.

La esperanza de la creación

18 Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. 19 En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. 20 Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. 21 Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. 22 Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. 23 Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la plena filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo. 24 Porque solamente en esperanza estamos salvados. Ahora bien, cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más: ¿acaso se puede esperar lo que se ve? 25 En cambio, si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con constancia.

La oración del Espíritu

26 Igualmente, el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. 27 Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina.

El plan de salvación

28 Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio. 29 En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; 30 y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó.

Himno del amor de Dios

31 ¿Qué diremos después de todo esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? 32 El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? 33 ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. 34 ¿Quién se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros?
35
¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? 36 Como dice la Escritura: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas destinadas al matadero. 37 Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó.
38
Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, 39 ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.

ISRAEL EN EL PLAN DE DIOS


Los privilegios de Israel
9 1 Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo. 2 Siento una gran tristeza y un dolor constante en mi corazón. 3 Yo mismo desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de mis hermanos, los de mi propia raza. 4 Ellos son israelitas: a ellos pertenecen la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto y las promesas. 5 A ellos pertenecen también los patriarcas, y de ellos desciende Cristo según su condición humana, el cual está por encima de todo, Dios bendito eternamente. Amén.

La fidelidad de Dios a sus promesas

6 No es cierto que la palabra de Dios haya caído en el vacío. Porque no todos los que descienden de Israel son realmente israelitas. 7 Como tampoco todos los descendientes de Abraham son hijos suyos, sino que como dice la Escritura: De Isaac nacerá tu descendencia. 8 Esto quiere decir que los hijos de Dios no son los que han nacido de la carne, y que la verdadera descendencia son los hijos de la promesa. 9 Porque así dice la promesa: Para esta misma fecha volveré, y entonces Sara tendrá un hijo. 10 Y esto no es todo: está también el caso de Rebeca que concibió dos hijos de un solo hombre, Isaac, nuestro padre. 11 Antes que nacieran los niños, antes que pudieran hacer el bien o el mal –para que resaltara la libertad de la elección divina, 12 que no depende de las obras del hombre, sino de aquel que llama– Dios le dijo a Rebeca: El mayor servirá al menor, 13 según lo que dice la Escritura: Preferí a Jacob, en lugar de Esaú.

La libertad de la elección divina

14 ¿Diremos por eso que Dios es injusto? ¡De ninguna manera! 15 Porque él dijo a Moisés: Seré misericordioso con el que yo quiera, y me compadeceré del que quiera compadecerme. 16 En consecuencia, todo depende no del querer o del esfuerzo del hombre, sino de la misericordia de Dios. 17 Porque la Escritura dice al Faraón: Precisamente para eso te he exaltado, para que en ti se manifieste mi poder y para que mi Nombre sea celebrado en toda la tierra. 18 De manera que Dios tiene misericordia del que él quiere y endurece al que él quiere.
19
Tú me podrás objetar: Entonces, ¿qué puede reprocharnos Dios? ¿Acaso alguien puede resistir a su voluntad? 20 Pero tú, ¿quién eres para discutir con Dios? ¿Puede el objeto modelado decir al que lo modela: Por qué me haces así? 21 ¿No es el alfarero dueño de su arcilla, para hacer de un mismo material una vasija fina o una ordinaria? 22 ¿Qué podemos reprochar a Dios, si queriendo manifestar su ira y dar a conocer su poder, soportó con gran paciencia a quienes atrajeron su ira y merecieron la perdición? 23  Y si él quiso manifestar la riqueza de su gloria en los que recibieron su misericordia, en los que él predestinó para la gloria, 24 en nosotros, que fuimos llamados por él, no sólo de entre los judíos, sino también de entre los paganos, ¿qué podemos reprocharle?

La infidelidad de Israel y el llamado a los paganos

25 Esto es lo que dice Dios por medio de Oseas: Al que no era mi pueblo, lo llamaré «Mi pueblo», y a la que no era mi amada la llamaré «Mi amada». 26 Y en el mismo lugar donde se les dijo: «Ustedes no son mi pueblo», allí mismo serán llamados «Hijos del Dios viviente». 27 A su vez, Isaías proclama acerca de Israel: Aunque los israelitas fueran tan numerosos como la arena del mar, sólo un resto se salvará, 28 porque el Señor cumplirá plenamente y sin tardanza su palabra sobre la tierra. 29 Y como había anticipado el profeta Isaías: Si el Señor del universo no nos hubiera dejado un germen, habríamos llegado a ser como Sodoma, seríamos semejantes a Gomorra.
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¿Qué conclusión sacaremos de todo esto? Que los paganos que no buscaban la justicia, alcanzaron la justicia, la que proviene de la fe; 31 mientras que Israel, que buscaba una ley de justicia, no llegó a cumplir esa ley. 32 ¿Por qué razón? Porque no recurrieron a la fe sino a las obras. De este modo chocaron contra la piedra de tropiezo, 33 como dice la Escritura: Yo pongo en Sión una piedra de tropiezo y una roca que hace caer, pero el que cree en él, no quedará confundido.

Israel y la justicia de Dios

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Romanos (BPD) 1