F. de Sales, Carta abierta 123

§3 - La Iglesia no puede perecer

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Dicen algunos, para no someterse al yugo de la santa obediencia que debemos a la Iglesia, que esta había perecido hace más de ochenta años, quedando muerta y enterrada, y que se había extinguido la verdadera luz de la santa fe. Todo eso es pura blasfemia contra la Pasión de Nuestro Señor, contra Su providencia, contra Su bondad y contra Su verdad. ¿No recordáis las palabras de Nuestro Señor: Y cuando Yo seré levantado en la tierra, todo lo atraeré a Mí (
Jn 12,32)? ¿No fue, por ventura, ya levantado en la cruz? ¿No sufrió? Y entonces, ¿cómo habría soltado a la Iglesia, que atrajo a Sí? ¿Cómo abandonaría a esta presa que tan cara Le costó? El diablo, príncipe de este mundo, ¿había sido echado con el santo bastón de la cruz (Jn 12,31)por un periodo de solo 300 o 400 años, para volver a dominar el mundo por espacio de mil años? ¿De esta manera queréis vaciar la cruz de Su fuerza? ¿Sois árbitros de tan buena fe que queréis repartir inicuamente a Nuestro Señor, alternando con Su divina bondad la malicia diabólica? ¡No, No! Cuando un hombre valiente y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros; pero si otro más valiente que él asaltándolo lo vence, lo desarmara de todos sus arneses en que confiaba, y repartirá sus despojos (Lc 11,21-22). ¿Ignoráis que Nuestro Señor ha ganado Su Iglesia con Su propia Sangre (Ac 20,28)? ¿Quién podrá arrebatársela? ¿Lo creéis más débil que Su adversario?

Os pido que hablemos honradamente de este capitán: ¿habrá alguien que pueda arrebatarle la Iglesia de Sus manos? Si acaso respondéis que puede conservarla pero no lo ha querido, entonces estáis atacando Su providencia, Su bondad, y Su verdad. La bondad de Dios, subiendo a las alturas, dio dones a los hombres; a unos ha constituido apóstoles, a otros profetas, y a otros evangelistas, y a otros pastores y doctores, para la perfección de los santos en las funciones del ministerio, en la edificación del cuerpo de Cristo (Ep 4,8 Ep 4,11-12). ¿Estaba ya hecha la consumación de los santos hace mil cien o mil doscientos años? ¿Estaba ya terminada la edificación del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia? O dejáis de llamaros constructores o decís que no; pero, si no estaba terminada, tal como no lo está ahora, ¿por qué ofendéis la bondad de Dios diciendo que quito a los hombres lo que previamente les había dado? Una de las cualidades de la bondad de Dios, como dice San Pablo, es que Sus dones y Sus gracias son sin arrepentimiento (Rm 11,29), esto es, Él no da para quitar.

Su divina providencia, desde que creó el hombre, el cielo, la tierra y todo cuanto contienen el cielo y la tierra, todo lo conservo y conserva perpetuamente, de tal manera que no se extingue ni siquiera la generación del menor de los pajarillos. ¿Qué diremos entonces de la Iglesia? Todo cuanto fue creado en este mundo no Le costó más que una simple palabra: Porque Él hablo, y quedaron hechas las cosas (Ps 148,5). Todo lo conserva con una perpetua e infalible providencia. ¿Cómo, os ruego, habría abandonado a Su Iglesia, que Le costó tantas penas y trabajos, y Su misma Sangre?

Él saco a Israel de Egipto, de los desiertos, del Mar Rojo, de tantos cautiverios y calamidades, ¿y vamos a creer que haya dejado el Cristianismo mismo sumirse en la incredulidad? Habiendo tenido tanto cuidado con Agar, ¿despreciara ahora a Sara? Habiendo favorecido tanto a la esclava expulsada de su casa (Gn 21,10-12), ¿no tendrá ahora cuidado con Su legitima Esposa? ¿Habrá honrado tanto la sombra para abandonar el cuerpo? ¡Qué inútiles habrían sido entonces las promesas hechas sobre la perpetuidad de Su Iglesia!

El salmista dice de la Iglesia que Dios la fundo para siempre (Ps 47,9). Su trono (ya que habla de la Iglesia, trono del Mesías, Hijo de David, en la Persona del Padre Eterno) permanecerá como el sol y la luna de generación en generación (Ps 71,5); Su linaje durara eternamente, y Su trono resplandecerá para siempre en mi presencia (Ps 88,37-38); Daniel la llama reino que no se extinguirá eternamente (Da 2,44); el ángel dijo a María: Su Reino no tendrá fin (Lc 1,33), y habla de la Iglesia del modo como probábamos en otro lugar; Isaías lo predijo de esta manera, refiriéndose a Cristo: Si se da a Si mismo en expiación, vera descendencia y alargara Sus días (Is 53,10), de generación en generación (Is 51,8); y en otra parte: Haré con ellos una alianza eterna (Is 61,8).. y todos los que los vean (y habla de la Iglesia visible) reconocerán que son el linaje bendito del Señor (Is 61,9).

Pero decidme, por favor, ¿quién pudo encargar a Lutero y Calvin revocar tantas y tan santas solemnes promesas de perpetuidad que Nuestro Señor hizo a Su Iglesia? ¿Acaso no es Nuestro Señor quien, hablando de la Iglesia, dijo que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18)? ¿Y cómo podría realizarse esta promesa si la Iglesia hubiese estado abolida durante más de mil años? Y el dulce adiós que Nuestro Señor dirigió a Sus Apóstoles: Ecce ego vobiscum sum usque ad consummationem saeculi (Mt 28,20), ¿cómo podríamos entenderlo si decimos que la Iglesia puede perecer? ¿Deberíamos romper la hermosa regla de Gamaliel que, hablando de la Iglesia naciente, dijo: Si este designio es obra de hombres, ella misma se desvanecerá; pero si es cosa de Dios, no podréis destruirla (Ac 5,38-39)? ¿La Iglesia no es obra de Dios? ¿Cómo podemos entonces decir que se disipo? Si este hermoso árbol eclesiástico hubiese sido plantado por manos humanas, fácilmente admitiría yo mismo que podría ser arrancado; pero, habiéndolo sido por tan buena mano como la de Nuestro Señor, mi único consejo para los que gritan a toda hora que la Iglesia había perecido es lo que dice Nuestro Señor: Toda planta que mi Padre Celestial no ha plantado, arrancada será de raíz.

Dejadlos: ellos son unos ciegos que guían a otros ciegos (Mt 15,13-14); pero el árbol que Dios planto no será arrancado nunca. San Pablo dice que todos resucitaran en Cristo, pero cada cual a su turno; Cristo como el primero, después los que son de Cristo, y después será el fin (1Co 15,23-24). Entre Cristo y los Suyos, a saber, la Iglesia, no hay nada intermedio, ya que, habiendo subido al cielo, los dejo en la tierra. Asimismo, no hay nada entre la Iglesia y el fin, visto que ella debe durar hasta el fin de los tiempos. ¿No era preciso, por ventura, que Nuestro Señor reinase en medio de Sus enemigos hasta que todo lo haya sometido debajo de Sus pies, dominando a Sus enemigos? (Ps 109,1-3 1Co 15,25) ¿Y cómo se cumplirían estas palabras si la Iglesia, Reino de Nuestro Señor, se hubiese perdido y destruido? ¿Cómo podría reinar sin reino, como reinaría entre Sus enemigos, si carecía de reino en este mundo? Notad bien: si esta Esposa murió después de haber tomado vida del Costado de Su Esposo, dormido en la cruz, -repito, si murió, ¿quién la habría resucitado? ¿No sabéis que la resurrección de los muertos es un milagro no menor que la creación, y mucho mayor que la continuación y conservación? ¿No sabéis que la reformación del hombre es un misterio mucho más profundo que su formación, y que en ésta Dios dijo, y fue hecho (Ps 148,5)? Él inspiro el alma viva (Gn 2,7), y, ni bien lo hizo, el hombre comenzó a respirar.

Pero en su reformación Dios empleo treinta y tres años, sudo Sangre y Agua, y hasta murió por esta renovación. Aquel que entonces tuviere el atrevimiento de decir que la Iglesia está muerta, acusa la bondad, diligencia y sabiduría de este gran Reformador o Resucitador; y si alguien cree ser su reformador y resucitador, se atribuye el honor debido a uno solo, Jesucristo, y se hace más que el Apóstol. Los Apóstoles resucitaron a la Iglesia, sino que la conservaron por su ministerio, después de haberla establecido Nuestro Señor; así, ¿no merece sentarse en el trono de la temeridad el que diga de sí mismo que, habiéndola encontrado muerta, la resucito? Nuestro Señor puso en la tierra el fuego de Su Caridad (Lc 12,49); los Apóstoles, con el aliento de su predicación, lo hicieron crecer y extenderse por todo el mundo.

Dicen que había sido extinto por las aguas de la ignorancia y de la iniquidad, ¿y quién podrá reavivarlo? Si soplarlo no sirve de nada, ¿entonces qué? ¿Haría falta de nuevo entrechocar los clavos y la lanza contra Jesucristo, Piedra Viva, para hacer brotar un nuevo fuego, o bastaría que Calvin y Lutero estuviesen en este mundo para encenderlo? Verdaderamente serian terceros Elías, porque ni Elías ni San Juan Bautista consiguieron tanto; irían más lejos que todos los Apóstoles que llevaron este fuego por el mundo sin haberlo encendido. "Oh voz impudente -dice San Agustín a los Donatistas- ¿la Iglesia ya no existirá porque tú no estás en ella?". No, dice San Bernardo: "Cayeron las lluvias, y los ríos salieron de su madre, y soplaron los vientos y dieron con ímpetu contra la tal casa; mas no fue destruida, porque estaba fundada sobre piedra (Mt 7,25) y la piedra es el propio Cristo" (1Co 10,4).

¿Y qué significa decir que la Iglesia pereció, sino que todos nuestros antepasados están condenados? Así sería efectivamente, ya que fuera de la verdadera Iglesia no hay salvación, y fuera de esta arca santa todo el mundo se condena.

¡Qué retribución para nuestros buenos padres, que tanto sufrieron para preservarnos la herencia del Evangelio, y ahora sus hijos arrogantes se ríen de ellos y los tienen por locos e insensatos! Quiero concluir estos argumentos con San Agustín y decir a vuestros ministros: "¿Qué nueva nos traéis? ¿Sera necesario, acaso, sembrar la buena simiente otra vez, aunque la sembrada haya de crecer hasta la siega? (Mt 13,30). Si decís que se perdió en todo lugar la sembrada por los Apóstoles, os responderemos: leed esto en las Sagradas Escrituras -lo que nunca podréis ciertamente leer, ya que antes deberíais mostrarnos que es falso lo que está escrito- que la simiente que se sembró al principio crecerá hasta el tiempo de la siega".

La buena simiente son los hijos del Reino, la cizaña son los malos, la siega será el fin de los tiempos (Mt 13,38). No digáis entonces que la buena simiente fue abolida o sofocada, dado que crece hasta la consumación de los siglos.


§4 - Argumentos de los adversarios y sus respuestas

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1. ¿No fue la Iglesia totalmente abolida cuando pecaron Adán y Eva? Respuesta: Adán y Eva no eran la Iglesia, pero si el comienzo de la Iglesia; y no es verdad que hubiese sido abolida entonces -si es que alguna vez lo hubiese sido-, ya que no pecaron ni en la doctrina ni en la fe, sino solamente en el actuar.

2. ¿No adoro Aarón, sumo sacerdote, con todo el pueblo, el becerro de oro? Respuesta: Aarón no era aun ni sumo sacerdote ni jefe del pueblo, siéndolo solo mas tarde (
Ex 4,16). Ni siquiera es verdad que todo el pueblo fuese idolatra, visto que los hijos de Leví eran gente de Dios. ¿No se unieron a Moisés (Ex 11,12-13 Ex 32 Ex 33,26)?

3. Elías se queja de ser el único en Israel. Respuesta: Elías no era el único hombre bueno en Israel, puesto que había siete mil hombres que no habían caído en la idolatría (1S 19,18), y lo que el profeta dice es solo para expresar mejor la justicia de su queja. Tampoco es verdad que aunque todo Israel hubiese fallado, la Iglesia haya sido abolida, pues Israel no era toda la Iglesia, visto que ya había sido separado por el cisma de Jeroboán (1S 12,31 1S 28), y el Reino de Judá era la mejor y la principal parte. Tampoco se refiere a Judá, sino a Israel, a profecía de Azarías que dice que se quedaría sin sacerdotes y sin sacrificios (2Ch 15,3).

4. Isaías dice que en Israel no había nada sano desde la planta del pie hasta la cabeza (Is 1,6). Respuesta: Son formas de hablar para detestar con vehemencia el vicio del pueblo; y aunque los profetas, pastores y predicadores, usen esta manera genérica de hablar, no hay que creerlo en cada particular, sino sobre una gran parte, como vemos en el caso de Elías, que se quejaba de estar solo, a pesar de haber otros siete mil fieles. San Pablo se queja a los Filipenses de que cada uno buscaba su propio interés y comodidad, y, a pesar de eso, al final de su epístola reconoce que había mucha gente de bien por todas partes (Ph 2,21). ¿Quién no sabe que David se lamentaba de que no había quien obrara bien, ni uno siquiera? (cf. Ps 13,1) ¿Y quién no sabe, por otro lado, que había mucha gente de bien en aquellos tiempos? Estas maneras de hablar son frecuentes, pero no por eso hay que concluir que valgan para cada caso particular. Por otro lado, con esto no se prueba que la fe hubiese faltado en la Iglesia, ni que la Iglesia estuviese muerta, porque tampoco se puede deducir que un cuerpo que esté enfermo en muchas partes esté muerto. Sin duda alguna, así hay que entender todo lo que se encuentra de parecido en las amenazas y reprensiones de los profetas.

5. Jeremías dijo: No pongáis vuestra confianza en aquellas falaces expresiones, diciendo: "Este es el Templo del Señor, el Templo del Señor, el Templo del Señor" (Jr 7,4). Respuesta: ¿Quién os dijo que, debajo del pretexto de la Iglesia, haya que confiar en la mentira? Por el contrario, quien se apoya en el juicio de la Iglesia, se apoya sobre la columna y apoyo de la verdad (1Tm 3,15); quien se fía de la infalibilidad de la Iglesia no se fía de la mentira, o es falso lo que está escrito: Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18). Nosotros nos fiamos de la palabra santa que promete perpetuidad a la Iglesia.

6. ¿No está escrito que es necesario que ocurra la separación y la disensión (2Th 2,3), y que desaparecerá el sacrificio (Da 12,11), y que difícilmente el Hijo del Hombre encontrara fe sobre la tierra en Su segunda venida, cuando venga como juez (Lc 18,8)? Respuesta: Estos pasajes se refieren a la aflicción que infligirá el Anticristo a la Iglesia en los tres años y medio que reinara poderosamente (Da 7,25 Ap 11,2 Ap 12,14). A pesar de eso, la Iglesia no perecerá ni siquiera durante esos tres años y medio, pues será alimentada y conservada en el medio de los desiertos y soledades hacia donde se retirara, como dicen las Escrituras (Ap 12,14).


§5 - La Iglesia nunca desapareció ni permaneció oculta

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La pasión humana puede tanto sobre los hombres que los lleva a decir lo que desean aun antes de tener razones para eso, y, cuando ya dijeron algo, les hace encontrar razones donde no las hay. ¿Hay hombre de juicio en el mundo que, cuando lee el Apocalipsis de San Juan, no sepa claramente que lo que se dice de la Mujer (es decir, de la Iglesia) que huye al desierto, no vale para nuestros tiempos? Los antiguos habían dicho, sabiamente, que saber reconocer la diferencia de los tiempos en las Escrituras era una buena regla para entenderlas bien, y que, faltando a ella, los judíos se engañan siempre, porque atribuyen a la primera venida del Mesías lo que es propio de la segunda; los adversarios de la Iglesia se engañan aun mas rotundamente cuando hacer la Iglesia de los tiempos de San Gregorio hasta hoy tal como deberá ser en el tiempo del Anticristo.

Distorsionan así lo que está escrito en el Apocalipsis (
Ap 12,6-14), que la mujer huira al desierto, sacando de aquí como consecuencia que la Iglesia permaneció escondida y secreta, asustada por la tiranía del Papa, desde hace mil años, hasta aparecer en Lutero y sus secuaces. ¿Pero quién no se da cuenta de que todo este pasaje alude al fin del mundo y a la persecución del Anticristo, si el tiempo está determinado expresamente como una duración de tres años y medio (Ap 12,100), como también predijo Daniel (Da 12,7)? Quien quisiera, por cualquier glosa, hacer más amplio este tiempo que las Escrituras determinaron, contradice a Nuestro Señor abiertamente, que dijo que ese tiempo será acortado por amor de los justos (Mt 24,23).

¿Cómo se atreven a interpretar estas Escrituras de manera tan extraña, y tan apartada de la intención del autor, y tan opuesta a sus propias circunstancias, sin querer mirar a muchísimas otras palabras santas que demuestran y aseguran, alta y claramente, que la Iglesia jamás debe estar escondida en los desiertos hasta que llegue ese extremo, pero solo por ese poco tiempo, en que la veremos huir, y de donde la veremos salir? No quiero reproducir aquí tantos pasajes citados anteriormente, en los cuales se dice que la Iglesia se asemeja al sol, a la luna, al arco iris (Ps 88,38), a una reina (Ps 44,10.14), a una montana tan grande como el mundo (Da 2,35)y a un sin fin de cosas más; me contentaré con recordar aquí a dos grandes coroneles de la Iglesia Antigua, que cuentan entre los más valientes de todas las épocas: San Agustín y San Jerónimo. Había dicho David: Había dicho David: Grande es el Señor, y dignísimo de alabanza en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo.

Con júbilo de toda la tierra se ha edificado el monte de Sión, la ciudad del gran rey (Ps 47,2-3). "Es la ciudad -dice San Agustín- puesta sobre la montana, que no puede esconderse. Ésta es la luz que no puede ocultarse ni ser puesta debajo de un celemín; es la conocida a todos, famosa para todos", ya que sigue: Con júbilo de toda la tierra se ha edificado el monte de Sion. Y de hecho, Nuestro Señor, que decía que nadie enciende una lámpara para ocultarla debajo del celemín (Mt 5,15), ¿cómo habría de poner tantas luces en Su Iglesia para después ir a esconderlas en un lugar desconocido? Prosigue San Agustín: "Éste es el monte que cubre la universal faz de la tierra, esta es la ciudad de la cual se dijo: No se puede encubrir una ciudad edificada sobre un monte (Mt 5,14).

Los Donatistas (calvinistas) encuentran el monte, y cuando se les dice "sube", dicen entre sí que ya no es una montana, y prefieren dar de cabeza contra ella que hallar allí una morada. Isaías dice: Sucederá al fin de los tiempos que el monte de la casa del Señor se elevara encima de los montes y se alzara encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones y acudirán pueblos numerosos (Is 2,2). ¿Hay algo más visible que una montana? Mas para los que están sentados en un rincón de la tierra hay muchos montes desconocidos. ¿Quién de vosotros conoce el Olimpo? Ciertamente ninguno, como tampoco ninguno de los habitantes de aquellas regiones conoce nuestro monte Chiddaba; estos montes están situados en sus regiones, mas no ocurre así con el monte de Isaías, porque llena toda la faz de la tierra.

La piedra desgajada del monte sin intervención humana (Da 2,34-35), ¿no es Jesucristo, descendiente de la raza de los judíos sin intervención de varón? Y esta piedra, ¿no hirió a todos los reinos de la tierra, es decir, a todas las dominaciones de los ídolos y de los demonios? ¿Y no creció hasta llenar todo el universo? Así, pues, es de este monte que se dijo: elevado sobre la cumbre de los montes; es un monte elevado sobre la cumbre de las montanas, y a él acudirán pueblos numerosos. ¿Quién se pierde y extravía de este monte? ¿Quién choca y se rompe la cabeza contra él? ¿Quién ignora la ciudad edificada sobre él? Pero no, no os admiréis de que sea desconocido a los que odian a sus hermanos; odian a la Iglesia, por eso caminan hasta las tinieblas y no saben para donde van; se separaron del resto del universo, son ciegos de mal talante". Estas son las palabras de San Agustín contra los Donatistas, pero la Iglesia presente se parece tanto a la antigua Iglesia, y los herejes de nuestros días tanto a los antiguos, que, sin mudar nada más que el nombre, los antiguos argumentos combaten a los calvinistas letra a letra, como hacían a los antiguos Donatistas.

San Jerónimo (Contra Lucifer § 14,15) interviene en esta escaramuza por otro lado, que os es tan peligroso como el otro, ya que nos hace ver con claridad que esta pretendida disipación, esta retirada y este escondimiento, destruye la gloria de la cruz de Nuestro Señor. Porque, hablando a un cismático reunido a la Iglesia, dice: "Alégrome contigo y doy gracias a Jesucristo, mi Dios, de que hayas vuelto de buen ánimo del ardor de la falsedad al gusto y sabor de todos; y no digas como algunos: Oh, Señor, sálvame, porque huyo la verdad de entre los hombres (Ps 11,2); estas voces impías frustran la cruz de Jesucristo, someten el Hijo de Dios al propio diablo, e interpretan como dicha acerca de todos los hombres la queja que el Señor profirió acerca de los pecadores (cf. Ps 29,10). Pero no creo que Dios haya muerto para nada: fue atado y despojado el poderoso, se cumplió la palabra del Padre: Pídeme, y te daré las naciones en tuya, y extenderé tu dominio hasta los extremos de la tierra (Ps 2,8).

Decidme: ¿dónde está esa gente tan religiosa, o mejor, tan profana, que construye mas sinagogas que iglesias? ¿Cómo serán destruidas las ciudades del diablo y, por fin, como serán abatidos los ídolos en la consumación de los tiempos? Si Nuestro Señor no tuvo la Iglesia, o solamente la tuvo en Cerdena, ciertamente sería demasiado pobre. Si Satanás posee a la vez, Inglaterra, Francia, el Levante, las Indias, las naciones bárbaras y el mundo entero, ¿quedaran los trofeos de la cruz encogidos y apretujados en un rincón de todo el mundo"? ¿Qué diría ese grande personaje de quienes no solamente niegan que la Iglesia haya sido general y universal, sino que llegan a decir que solamente perduraba entre algunas personas desconocidas, sin querer señalar ni una sola aldehuela donde ella haya estado hasta hace cerca de ochenta años? ¿No es esto envilecer los gloriosos trofeos de Nuestro Señor? El Padre celestial, por la grande humillación y anonadamiento que Nuestro Señor sufrió en el árbol de la cruz (Ph 2,8-9), había hecho tan glorioso Su nombre que toda rodilla debía doblarse para reverenciarlo, pero éstos no valoran de ese modo la cruz y las acciones del Crucificado, descontándole todas las generaciones de mil años. El Padre Le dio en herencia una gran muchedumbre, porque había entregado Su vida a la muerte y había sido confundido con los facinerosos (Is 53,12)y ladrones; pero éstos empobrecen Su herencia y reducen tanto Su porción, que solo a duras penas, durante mil años, Él habrá tenido ciertos servidores secretos, si es que alguno. Porque me dirijo a vosotros, oh antepasados, que llevasteis el nombre de cristianos y estuvisteis en la verdadera Iglesia: o teníais la verdadera fe o no la teníais.

Si no la teníais, oh miserables, estáis condenados (Mt 16,16); pero si la teníais, ¿por qué la negasteis a otros? ¿Por qué no la dejasteis en memorias? ¿Por qué no os opusisteis a la impiedad, a la idolatría? ¿O, por ventura, no sabíais que Dios nos había hecho responsables de nuestro prójimo (Qo 17,22)? Ciertamente se cree con el corazón para conseguir la justicia, pero el que quiere conseguirse la salvación debe hacer la confesión de su fe (Rm 10,10); ¿cómo, entonces, podíais decir: Creí, por eso hablé (Ps 115,1)? ¡Oh, miserables, que habiendo recibido tan bello talento, lo escondisteis en la tierra! Si es así, también vosotros estáis en las tinieblas exteriores (Mt 25,25-30). -Pero si, por el contrario, -¡oh Lutero, oh Calvin!-, la verdadera fe siempre fue anunciada y continuamente predicada por todos nuestros antepasados, los miserables sois vosotros mismos, pues tenéis una fe contraria y, para tener alguna excusa para vuestras voluntades y fantasías, acusáis a todos los Padres o de impiedad, como si su fe fuese falsa, o de cobardía, como si no la hubiesen proclamado.


§6 - La Iglesia no puede errar

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Cuando Absalón procuro crear facciones y causar la división contra su buen padre David, se sentó junto a la puerta, en el camino, y a todos los que pasaban decía: Tus pretensiones me parecen razonables y justas: la lástima es que no hay persona puesta por el rey para oírte. ¡Oh, quién me constituyese juez de esta tierra, para que viniesen a mi todos los que tienen negocios, y yo les hiciese justicia! (
2S 15,3-4) Así solevanto los ánimos de los israelitas. ¡Oh, cuantos Absalones se levantaron en nuestros días, los cuales, para seducir los pueblos y arrancarlos de la obediencia a la Iglesia y a los pastores, y para instigar los ánimos cristianos a la rebelión y revuelta, gritaron por todas las avenidas de Alemania y Francia: "No hay nadie puesto por Dios pueda escuchar las dudas sobre la fe y resolverlas; la misma Iglesia, los magistrados eclesiásticos, no tienen el poder de determinar lo que entra en la fe y lo que se sale de ella.

Hay que buscar jueces distintos de los prelados, pues la Iglesia puede errar en sus decretos y reglas". ¿Qué proposición más dañina y temeraria podrían hacer al Cristianismo? Si la Iglesia puede errar, oh Calvin, oh Lutero, ¿a quién recurriré en mis dificultades? Dicen ellos: "a la Escritura". ¿Pero que podré hacer -pobre de mí- ya que es la propia Escritura la que me plantea tales dificultades? Mi duda no consiste en si tengo que creer o no en las Escrituras, pues, ¿quién no sabe que es la palabra de la verdad? Mi dificultad consiste en comprender estas Escrituras, sus consecuencias, pues son tantas, tan diversas y contrarias sobre un mismo asunto, que cada uno toma partido, unos por unas, otros por otras, y entre ellas solo una es salvífica. ¿Quién me hará conocer la recta de entre tantas malas? ¿Quién me hará ver la verdad auténtica en medio de tantas vanidades patentes y enmascaradas? Cada cual quiere embarcarse en la nave del Espíritu Santo, pero no hay más que una, y esa sola llegara a buen puerto: las otras naufragaran.

¡Qué peligrosa elección! Todos los pretendidos dueños proclaman sus títulos a la misma nave con igual ufanía y seguridad, y así engañan a la mayoría. El que dice que nuestro Maestro no nos dejo guías en un camino tan malo y peligroso, afirma que Él quiere nuestra perdición; el que dice que Él nos embarco a la merced de vientos y mareas, sin darnos un piloto experimentado que sepa interpretar bien la brújula y la carta marítima, dice que el Señor no es providente; el que dice que este buen Padre nos envió a esta escuela eclesiástica sabiendo que en ella se ensena el error, dice que Él quiso educarnos en el vicio y en la ignorancia. ¿Alguna vez ha oído alguien hablar de una academia en que todos ensenan, pero nadie sea alumno? Así sería la republica cristiana librada a todos los particulares. Y si la Iglesia se engaña, ¿quién no errara? Y si cada cual se engaña o puede engañarse, ¿a quién me dirigiré para instruirme? ¿A Calvin? ¿Y por qué no a Lutero, Brence o Pacimontano? Si la Iglesia errase, no sabríamos a quién recurrir en nuestras dificultades.

Empero, quien considere que el testimonio que Dios dio de la Iglesia es auténtico, comprenderá que decir que la Iglesia yerra equivale a decir que Dios yerra, o que es Su gusto y voluntad que erremos, lo que sería una gran blasfemia, porque dice Nuestro Señor: Si tu hermano pecare contra ti, díselo a la Iglesia; pero si ni a la Iglesia oyere, tenlo por gentil y publicano (Mt 18,15-17). ¿Os dais cuenta de cómo Nuestro Señor nos remite a la Iglesia en nuestros diferendos, cualesquier que ellas sean? ¡Cuánto más entonces en el caso de injurias o diferendos mayores! Si estoy obligado, a partir de la regla de la corrección fraterna, a recurrir a la Iglesia para hacer enmendar a un vicioso que me haya ofendido, ¡cuánto más obligado estaré a deferirle uno que dijere que toda la Iglesia es una Babilonia, adultera, idolatra, mentirosa y perjura! Tanto más que su maldad podría infestar toda una región, siendo tan contagioso el vicio de la herejía que ira progresando como gangrena (2Tm 2,17). Así, pues, cuando yo viere a alguien que diga que todos nuestros padres, abuelos y bisabuelos fueron idolatras, corrompieron el Evangelio y practicaron cuantas maldades se derivan de la corrupción de la religión, me dirigiré a la Iglesia, cuyo juicio cada uno debe aceptar.

Pues, si ella puede errar, ya no seré yo, ni siquiera el hombre, quien alimentara este error en el mundo, sino el propio Dios será quien lo autorice y le de crédito, pues Él mismo nos dijo que fuéramos a este tribunal para oír y recibir justicia; entonces, o bien Él no sabe lo que hace o nos quiere engañar, o bien, por el contrario, es allí que se administra la verdadera justicia y las sentencias son irrevocables. La Iglesia condeno a Berengario; quien quisiera proseguir el debate, yo lo consideraré como gentil y publicano, a fin de obedecer a mi Señor, que no me deja en libertad a este respecto, antes bien me ordena: Tenlo por gentil y publicano. Esto mismo ensena San Pablo cuando llama a la Iglesia columna y fundamento de la verdad (1Th 3,15). ¿No quiere esto decir que la verdad está firmemente sostenida por la Iglesia? En otros lugares, la verdad solamente se sostiene a intervalos, y con frecuencia cae, pero en la Iglesia permanece firme, sin vacilaciones, inmutable, sin vicisitudes; en pocas palabras, estable y perpetua.

Responder que lo que San Pablo quiere decir es que la Escritura fue dada en custodia a la Iglesia, y nada más, es valuar demasiado la comparación que propone, porque una cosa es sostener la verdad y otra muy diferente conservar la Escritura. Los judíos conservan una parte de la Escritura, así como también muchos herejes, pero no por eso son columna y fundamento de la verdad. La corteza de la letra no es verdadera ni falsa, sino según el sentido que se le dé, así será verdadera o falsa. La verdad consiste, pues, en el sentido, que es como la médula, y consecuentemente, si la Iglesia fuese guardiana de la verdad, el sentido de las Escrituras le habría sido entregado para guardarlo, por lo que habría que buscarlo en ella misma y no en el cerebro de Lutero, o de Calvin, o de cualquier otra persona; por consiguiente, no puede errar, ya que siempre conserva el sentido de las Escrituras.

Y, de hecho, colocar en este sagrado depósito la letra sin su sentido sería como poner la bolsa sin el dinero, la concha sin el caracol, la vaina sin la espada, el frasco sin el perfume, las hojas sin el fruto, la sombra sin el cuerpo. Pero decidme: si la Iglesia es la depositaria de las Escrituras, ¿por qué Lutero las tomo y las lleva fuera de ella, y por qué no tomáis de sus manos también el libro de los Macabeos, o el Eclesiástico y todo el resto, como la Carta a los Hebreos? Porque ella también protesta haber cuidado tan celosamente unos y otros libros. En suma, las palabras de San Pablo se resisten a ese sentido que le quieren dar. Él habla de la Iglesia visible; si no, ¿adónde se dirigiría a Timoteo para hablarle? La llama Casa de Dios, por lo que está bien fundada, bien ordenada, bien cubierta contra toda clase de tormentas y tempestades de error: Ella es columna y fundamento de la verdad; en ella permanece la verdad, en ella vive, en ella se aloja; quien la busque fuera de ella, la perderá.

Es tan perfectamente segura y firme, que todas las puertas del infierno, es decir, todas las fuerzas enemigas, no podrían dominarla (Mt 16,18). Sería una plaza tomada por el enemigo si el error pudiese introducirse en las cosas que son para honra y servicio de nuestro Maestro. Nuestro Señor es la cabeza de toda la Iglesia (Ep 1,22 Ep 5,23). ¿No tenéis vergüenza de decir que el cuerpo de un jefe tan santo es adultero, profano, corrompido? Y no se diga que se refiere a la Iglesia invisible, porque tal no existe, como ya he demostrado anteriormente. Nuestro Señor es su jefe. Dice San Pablo: Lo ha constituido cabeza de toda la Iglesia (Ep 1,22), no de una de las iglesias para dos que vosotros imagináis, sino de toda la Iglesia. Donde dos o tres se hallan congregados en Mi nombre, allí me hallo yo en medio de ellos (Mt 18,20). ¿Quién se atreverá a decir que la asamblea de la Iglesia universal de todos los tiempos fue abandonada a la merced del error y de la impiedad? Concluyo, pues, afirmando que, cuando nosotros vemos que la Iglesia universal creyó y cree en algún artículo, sea que lo veamos expreso en las Escrituras, sea que se deduzca de las mismas, o por tradición, no debemos controlar ni discutir, o dudar de él, sino prestar obediencia y honra a esta celestial Reina que Nuestro Señor gobierna, y regular nuestra fe a este nivel.

Porque, así como habría sido una impiedad, por parte de los Apóstoles, haber contestado a su Maestro, también lo sería contestar a la Iglesia; porque, si el Padre dijo del Hijo: Ipsum audite (Mt 17,5), también el Hijo dijo de la Iglesia: Si quis Ecclesiam non audiverit, sit tibi tamquam ethnicus et publicanus (Mt 18,17).




F. de Sales, Carta abierta 123