Aquino - SEGUNDA CORINTIOS 17

17
(
2Co 4,16-18)

LECTIO 5: 2 Corintios 4,16-18

Habla de la paciencia de los buenos ministros y de su remuneración y de su causa.

16. Por lo cual no desfallecemos; antes bien, aunque en nosotros el hombre exterior se vaya desmoronando, el interior se va renovando de día en día.
17. Porque lo que por ahora es momentánea y leve tribulación nuestra va labrándonos un eterno peso de gloria en sublimidad cada vez mayor.
18. Y así, no ponemos nosotros la mira en las cosas visibles, sino en las invisibles. Porque las que se ven son transitorias; mas las que no se ven son eternas.

Habiendo hablado de la paciencia que los Apóstoles tenían en las tribulaciones y del premio que esperaban, aquí trata de la causa de la paciencia y de su medida o razón de ser. Y acerca de esto hace tres cosas. Porque primero da a conocer la paciencia de los santos; en segundo lugar, la causa de la paciencia: No ponemos nosotros la mira, etc.; lo tercero, la remuneración de la paciencia: Porque lo que por ahora, etc. Acerca de lo primero quiere mostrar que la paciencia de los santos es invencible. Y esto lo dice así: Por lo cual no desfallecemos, porque sabemos que quien resucitó a Jesús de entre los muertos, nos resucitará también a nosotros y nos colocará con vosotros. Por lo cual no desfallecemos, es claro que en las tribulaciones, o sea, que no por eso concluimos que no podamos llevar y soportar todavía mas por Cristo. Porque desfallecer es lo mismo que no poder ya cargar nada. Desfallecí, no teniendo fuerzas para aguantarle (Jerem. 20,9). Y esta es la causa por la cual no desfallecemos, porque a pesar de que en cuanto a algo nos desmoronamos, a saber, en cuanto al hombre exterior, sin embargo en cuanto a algo siempre nos renovamos, a saber, en cuanto al hombre interior. Y esto lo dice así: aunque en nosotros el hombre exterior se vaya desmoronando, etc. En cuanto a esto hay que saber que con ocasión de estas palabras, un hereje, de nombre Tertuliano, dijo que el alma racional que está en nuestro cuerpo tiene figura corpórea y miembros corpóreos, como los tiene el cuerpo, y a esto lo llama hombre interior; y hombre exterior llama al cuerpo con sus sentidos. Lo cual es ciertamente falso. Por lo cual para la inteligencia de esas palabras se debe saber que tanto según el Filósofo en su Etica como conforme al común uso de hablar se dice que una cosa es aquello que hay de manera principal en ella misma; y así, por ejemplo, por ser en la ciudad lo más principal la autoridad y su concejo, lo que hacen la autoridad y el concejo se dice que toda la ciudad lo hace.

Ahora bien, lo que hay de principal en el hombre se puede entender tanto en cuanto a la verdad como en cuanto a la apariencia. Y conforme a la verdad lo más principal en el hombre es ciertamente la mente. Por lo cual conforme al juicio de los varones espirituales la mente es el hombre interior, aunque según la apariencia lo principal en el hombre es el cuerpo exterior con sus sentidos; por lo cual, según el sentir de aquellos que solamente estiman lo corporal y sensible y de lo terrenal gustan, de quienes el vientre es su Dios, el cuerpo con sus sentidos es el hombre exterior. Y por eso conforme a este modo habla aquí el Apóstol, diciendo: Aunque en nosotros el hombre exterior, a saber, el cuerpo con la naturaleza sensitiva, se vaya desmoronando, con los ayunos y abstinencias y vigilias (Sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado, etc.: Rm 6,6; Penetre mis huesos ía podredumbre: Habacuc 3, i 6), sin embargo, el hombre interior, o sea, la mente, la razón fortalecida con la esperanza del premio futuro, y afirmada con la ayuda de la fe, se va renovando. Lo cual débese entender así: Porque la vejez es el camino a la corrupción. Lo que se hace anticuado y envejece está próximo a desaparecer (Hebr. 8,13). Ahora bien, la naturaleza humana fue hecha en integridad, y si en esa integridad permaneciese, estaría siempre nueva; pero por el pecado se empezó a corromper. Por lo cual, cuanto de ello ha resultado, como la ignorancia, la dificultad para hacer el bien, y la inclinación al mal, el esfuerzo penoso, y otras cosas semejantes, todo pertenece a la vejez.

Mas cuando la naturaleza humana se descarga de tales consecuencias del pecado, entonces se dice que se renueva. Tal libramiento empieza aquí ciertamente en los santos, pero se consumará perfectamente en la patria. Porque aquí se descarga uno de la vetustez de la culpa al descargarse el espíritu de la vetustez del pecado y someterse a la novedad de la justicia. Aquí el entendimiento se descarga de los errores y se adhiere a la novedad de la verdad; y conforme a esto, lo que el hombre es en su interior, o sea, el alma, se renueva. Renovaos en e¡ espíritu de vuestra mente (Ep 4,23). Pero en la patria desaparece también la vetustez de la pena. Por lo cual allí sera consumada la renovación. Para que se renueve tu juventud como la del águila (Saimo 102,5). Pero porque los santos diariamente avanzan en pureza de conciencia y en conocimiento de las cosas divinas, dice: de día en día. Dichosos los hombres cuya fuerza está en Ti y en tu camino su corazón (Ps. 83,6). Así es que de esta manera la paciencia es invencible, porque se renueva de día en día. Lo tercero principal, a saber, la causa de esta paciencia, es el pensar en el premio, lo cual es eficacísimo, porque según Gregorio tal pensamiento disminuye la fuerza del ¡átigo. Y esto lo dice así: Porque lo que por ahora es. Como si dijera: Nada son las tribulaciones que aquí padecemos si consideramos la gloria que con ellas conseguiremos. Por lo cual compara el estado de los santos que están en esta vida con el estado de los que están en la patria, y señala cinco cosas que mutuamente se corresponden en uno y otro estado. Porque primeramente la condición de esta vida en los santos es, en cuanto considerada en sí misma, insignificante y como imperceptible, por lo cua! dice: lo que, o sea, lo mínimo. Por un momento, por poco tiempo te desamparé (Is 54,7). Es también transitoria, por lo cual dice: por ahora, esto es, en esta vida, que transcurre en aflicciones y calamidades. La vida del hombre sobre la tierra es una milicia (Jb 7,7). Es también de breve tiempo, por io cua! dice: es momentánea. En el momento de m? indignación aparté de ti mi rostro por un poco (Is 54,8). Porque todo el tiempo de esta vida comparado con la eternidad no es sino momentáneo. También es leve, por lo cual dice: leve. Porque aun cuando arriba dijera: Fuimos agravados muy sobre nuestras fuerzas (2Co 1,8), porque es algo pesado para el cuerpo, sin embargo es levísimo para el espíritu que arde en la caridad. Dice Agustín: Todo lo abrumador y desmesurado el amor lo hace fácil y casi insignificante. Además es penoso, por lo cual dice: tribulación. Yo sufriré el castigo del Señor (Miq. 7,9).

Pero en cuanto a la condición de la bienaventuranza señala cinco cosas, porque contra el lo que por ahora pone un cada vez más inmensamente, o sea, sobre medida. Estimo, pues, que esos padecimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria venidera (Rm 8,18).

Objeción.-Pero en contra está lo que dice Mateo. 16,27: Dará a cada uno según sus obras. Así es que no sobre medida.

Solución.-Debemos decir que el pero no indica igualdad de cantidad, para que en la medida en que alguien merece en esa misma medida se le premie, sino que designa una igualdad de proporción, para que quien más haya merecido, mayor premio reciba. Además, contra el por ahora que dice, pone en sublimidad, a saber, en un estado sublime, sin perturbación. Yo te elevaré sobre toda terrena altura (Is 58,14). Contra el momentánea pone eterno (Alegría sempiterna sobre sus cabezas: Is 35,10). Contra el leve pone peso. Y dice peso por dos razones. Porque el peso inclina y le imprime su movimiento a lo que tiene debajo. Y así, la gloria eterna será tanta, que a todo el hombre lo hará glorioso, en el alma y en el cuerpo; y nada habrá en el hombre que no siga el ímpetu de la gloria. O bien se dice peso por su preciosa excelencia. Porque sólo las cosas de gran precio se acostumbra considerar. Contra la tribulación de que habla pone de gloría; o bien este de gloria puede ser común a las otras cuatro cosas que se dicen del estado de la patria. Y el tribulación que dice se refiere a las cuatro cosas que acer-de la condición de la vida presente se han dicho.

Va labrándosenos por encima de las tribulaciones que padecemos, porque éstas son la causa y el mérito por los que Dios nos confiere esta gloria. Es pues invencible la paciencia de los santos e inefable su remuneración; y la recompensa de su remuneración, justa y deleitable. Por lo cual dice: No ponemos nosotros la mira, etc.; como si dijera: Aun cuando las cosas que esperamos son futuras, y mientras tanto se desmorone nuestro cuerpo, sin embargo nos renovamos, porque no ponemos la mira en estas cosas temporales sino en las celestes. Y esto es lo que dice así: va labrándonos un eterno peso de gloria, digo que a nosotros, los que no ponemos la mira, o sea, que no ponemos la atención en las cosas visibles, o sea, en las terrenas; sino en las invisibles, en las celestes. Olvidando lo que de¡é atrás, etc. (Ph. 3,13). Lo que ojo no vio, etc. (1Co 2,9). ¿Y por qué tenemos la mira en las cosas celestiales? Porque las que se ven, las terrenas, son transitorias, temporales. Mas las que no se ven, las celestiales, son eternas. Dice Is 51,6: La salud que Yo envío durará para siempre.




Capítulo 5

18
(
2Co 5,1-4)

LECTIO 1: 2 Corintios 5,1-4

Indica el premio que se espera y expresa el deseo de las cosas que se esperan.

1. Sabemos que si esta tienda de nuestra mansión terrestre se desmorona, tenemos de Dios un edificio, cosa no hecha de manos, sino eterna en los cielos.
2. Y así gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación del cielo.
3. Si es que nos encontramos vestidos, y no desnudos.
4. Porque los que estamos en esta tienda gemimos oprimidos. No es qué queramos ser desvestidos, sino más biem sobrevestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida.

Habiendo ponderado el Apóstol el ministerio del Nuevo Testamento, tanto en cuanto a su dignidad como en cuanto a su uso, aquí lo pondera en cuanto al premio, porque aunque ya trató arriba acerca del premio en cuanto a algo de algún modo, aquí, sin embargo, trata de él de manera completa. Acerca de lo cual hace tres cosas. Porque primero trata del premio; segundo, de la preparación y de la recepción del premio: Por lo cual nos esforzamos, etc. (2Co 5,9); tercero, de la causa de una y otra cosa, a saber, de la> preparación y del premio que se espera. Y toda ella es. obra de Dios, el cual nos ha reconciliado, etc. (2Co 5,18). Acerca de lo primero hace dos cosas. La primera, indicar el premio que se espera; la segunda, expresar el deseo del premio que se espera: Y así gemimos en este estado, etc. Pero por ser inestimable el premio que se espera, el de la gloria celestial, por eso dice: sabemos que, etc.; como si dijera según la Glosa: Verdaderamente obra en nosotros el peso de la gloría, porque también en los cuerpos se tendrá tal gloria, no sólo en las almas. Porque sabemos, estamos ciertos, teniéndolo ya en esperanza, que si esta tienda de nuestra mansión terrestre, a saber, el cuerpo. Porque el hombre, como se ha dicho, es la mente, por ser ésta lo principal en él, y la mente tiene con el cuerpo la relación que el hombre con la casa. Porque así como destruida la casa no queda destruido el hombre que la habita, sino que él permanece; así también, destruido el cuerpo no queda destruida la mente o alma racional, sino que permanece.

Así es que al cuerpo terreno se fe llama casa habitación, esto es, en la cual habitamos. Cuánto más serán consumidos aquellos que habitan casas de barro (Jb 4,19).

Se desmorona, o sea, se destruye. Sabemos, digo, que tenemos de Dios un edificio, esto es, una morada, de Dios, o sea, preparada por Dios. Digo que edificio, casa no hecha de manos, esto es, no por obra humana, ni por obra de la naturaleza, sino un cuerpo incorruptible que tomaremos; el cual no es manufacturado, porque la incorruptibilidad en nuestro cuerpo proviene únicamente de la operación divina. Vendrá a reformar el cuerpo de la humillación nuestra, etc. (Ph. 3,21). Casa eterna, o sea, casa preparada ab aeterno. Tabernáculo que de ningún modo será destruido en los cielos (Is 33,20).* Vuestra recompensa es grande en los cielos (Mt 5,12). Este canje, por el que en lugar de la casa terrena se tiene la celestial, lo deseaba Job diciendo: En la guerra continua en que me hallo estoy esperando siempre aquel día en que vendrá mi mudanza (Jb 14,14): exposición conforme a a Glosa. Sin embargo, no es conforme al sentido del Apóstol: no concuerda ni con lo que precede ni con lo que sigue. Porque cuando tiene él una materia no interrumpida de la cual habla, no interpone otra. Por lo tanto, veamos qué quiere decir el Apóstol.

Es de saberse que aquí quiere mostrar el Apóstol que soportan racionalmente las tribulaciones los santos, a quienes se les desmorona la vida presente, porque de este hecho saltan al instante a la gloria, no a tener un cuerpo glorioso, como se dice en la Glosa. Y por eso dice: Por eso soportamos; porque sabemos, por cosa cierta tenemos, que si esta tienda de nuestra mansión terrestre, o sea, el cuerpo, se desmorona, o sea, se corrompe por la muerte, tenemos al instante no en esperanza, sino en realidad, una casa mejor, un edificio, casa no hecha de manos, esto es, la gloria celestial, no un cuerpo glorioso. De tal casa se dice en Jn 14,2: En ía casa de mi Padre hay muchas moradas. La cual1 es ex Deo, no hecha de manos, porque la gloria eterna es el mismo Dios. Sé para mí un Dios protector y un alcázar de refugio, etc. (Ps. 30,3). Y eterna, literalmente, porque el mismo Dios es eterno. En los cielos, esto es, en los excelsos cielos, porque al corromperse el cuerpo al instante el alma santa obtiene esta gloria

* Traduzco a Santo Tomás: Tabernaculum quod nequáquam destruetur in coelis, que aquí como en otros lugares cita libremente la Sagrada Escritura, de memoria, aunque con fidelidad en cuanto al sentido (S.A.).

no en esperanza sino en realidad. Porque desde antes de que el cuerpo se disuelva tenemos en esperanza esta casa. Así es que el premio de los santos es admirable y deseable, porque lo es la gloría celestial; por lo cual en seguida sujeta el deseo de los santos a ese mismo premio, diciendo: Y así gemimos, etc. En lo cual hace tres cosas. La primera, expresar el deseo de la gracia de obtener ese premio; la segunda, mostrar que el deseo de la gracia se demora por el deseo de la naturaleza: porque los que estamos en esta tienda, etc.; la tercera, mostrar cómo el deseo de la gracia vence al deseo de la naturaleza: Por eso, sabiendo que mientras habitamos en el cuerpo vivimos ausentes (2Co 5,6). Pero el deseo de la gracia es con fervor. Porque gemimos, etc.; como si dijera: La verdadera prueba de que tenemos una casa hecha de manos es que si el deseo de la naturaleza no se engaña, mucho menos es engañoso el deseo de la gracia.

Así es que como tenemos un fervientísimo deseo de la gracia de la gloria celestial, es imposible que sea en vano, y esto lo dice así: gemimos, esto es, deseamos gimiendo por el no cumplido deseo del alma. ¡Ay de mí, que mi destierro se ha prolongado! (Ps. 119,5). Porque es esto lo que deseamos ardientemente, esto es, el ser revestidos de nuestra habitación, o sea, de la fruición de la gloria, que es la del cielo; la cual se llama habitación porque en la propia gloria los santos habitan como en su consolatorio. Entra en el gozo de tu Señor (Mt 25,21). Y diciendo revestidos, da a entender que la casa celestial de la que arriba hablara no es algo separado del hombre sino algo inherente al hombre. Porque no se dice que el hombre se vista su casa sino un vestido, pues de la casa se dice que habita uno en ella. Pues bien, estas dos cosas las une, diciendo: ser revestidos de nuestra habitación; con lo cual enseña que el deseo aquel es algo inherente, porque se reviste algo que contiene y que excede, porque en eso mismo se habita. Pero como no dijo absolutamente: ser vestido, sino revestido, agrega la razón de ello diciendo: Si es que nos encontramos vestidos, y no desnudos; como si dijera: Si el alma se vistiera de una habitación celestial que no quitara la habitación terrena, esto es, si no se corrompiera nuestro cuerpo por la muerte, la celestial consecución de esa habitación sería un revestimiento. Pero como es necesario que desaparezca la habitación terrena para vestirse la celestial, no se puede llamar revestimiento, sino simple vestirse. Y por eso dice: Si es que nos encontramos vestidos y no desnudos; como si dijera: Nos revestiremos si nos encontramos vestidos y no desnudos. Porque no se dice que el desnudo se revista sino tan sólo que se viste. Y la Glosa explica de otra manera la vestidura espiritual, diciendo: Deseamos ardientemente ser revestidos, lo cual se hará pero con la condición de que nos encontremos vestidos, es claro que de virtudes, y no desnudos, por supuesto que de virtudes. De estos vestidos dice San Pablo a los Col (3,12): Vestios, pues, como elegidos de Dios, etc.; como si dijera: Nadie que no tenga virtudes alcanzará la gloria. Pero ta! explicación no nos parece concordar con la intención del Apóstol. Así es que mucho muy ardiente es el deseo de la gracia por el premio, pero sin embargo se retarda por el deseo de la naturaleza; lo cual indica al decir: Porque mientras estamos en esta tienda, etc. En lo cual primero indica la condición del deseo natural; luego muestra que también este estado de deseo natural viene de Dios: Para esto mismo nos hizo Dios (2Co 5,5).

Ahora bien, la condición del deseo natural reprime el deseo de la gracia porque queremos llegar vestidos y no desnudos, o sea, que queremos que el alma llegue a la gloria pero de manera que el cuerpo no se corrompa por la muerte. La razón de ello es que el natural deseo lleva al alma a estar unida al cuerpo, pues de otra manera la muerte no sería penosa, y esto lo expresa así: porque los que estamos en esta tienda, o sea, los que habitamos en este cuerpo mortal (Sé que pronto vendrá el desposamiento de mi tienda: 2 Pedro 1,14), gemimos, dentro del corazón, no sólo exteriormente con voces (Meditando gemimos como palomas: Is 59,1 1); porque es duro pensar en la muerte, y sin embargo estamos oprimidos por algo que es contra nuestro deseo porque no podemos alcanzar la gloria si no nos despojamos del cuerpo, lo cual es de tal manera contra el natural deseo, como dice Agustín, que ni la misma senectud pudo quitarle a Pedro el temor de la muerte. Y por eso dice: No es que queramos ser desvestidos, es claro que de la tienda terrena, sino más bien sobrevestidos con la gloria celestial. O bien, según la Glosa, con el cuerpo glorioso. Pero como podría considerarse inconveniente que por una parte el cuerpo fuese corruptible por su naturaleza, si no fuese antes disuelto, y que por parte de la gloria fuese glorioso, agrega el modo como querría hacerse, diciendo: para que io mortal sea absorbido, etc.; como si dijera: No queremos ser sobrevestidos de manera que el cuerpo permanezca siendo mortal, sino de modo que la gloria suprima totalmente la corrupción del cuerpo sin la disolución corporal. Y por eso dice: para que lo mortal sea absorbido, esto es, la propia corrupción del cuerpo, por la vida, es claro que la de la gloria. La muerte ;ha sido absorbida por una victoria (1Co 15,54).



19
(
2Co 5,5-10)

LECTIO 2: 2 Corintios 5,5-10

Enseña que la causa dei deseo sobrenatural no proviene de ía naturaleza sino de Dios.

5. Para esto mismo nos hizo Dios, dándonos las arras del Espíritu.
6. Por eso nos atrevemos siempre, sabiendo que mientras habitamos en el cuerpo, vivimos ausentes del Señor.
7. Porque por je andamos y no por visión.
8. Así es que nos atrevemos, llenos de buen ánimo, más bien a salir del cuerpo y vivir con el Señor.
9. Por eso nos afanamos, tanto ausentes (en el cuerpo), como presentes, en agradarle.
10. Porque es necesario que todos seamos descubiertos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba en el cuerpo según lo bueno o lo malo que haya hecho.

Aquí muestra al autor del sobrenatural deseo de la celestial habitación. Porque la causa del natural deseo por el que no queremos ser despojados es que el alma naturalmente se une al cuerpo, y a la inversa. Pero el que anhelemos ser revestidos de la celestial habitación no procede de la naturaleza, sino de Dios. Y por eso dice: Para esto mismo nos hizo Dios; como si dijera: Queremos sobrevestirnos de la celestial habitación, pero de tal manera que no se nos despoje de la terrena; pero este mismo deseo de ser así sobrevestidos es Dios quien lo produce en nosotros. Dios es quien obra en nosotros el querer y el hacer (Ph. 2,13). La razón de ello es que cuanto sigue a la naturaleza, conviniendo el apetito con el fin de su naturaleza, así como lo que pesa naturaímente tiende a caer, también apetece el descansar allí. Mas si el deseo de alguna cosa está sobre la naturaleza de otra, ésta no se mueve hacia aquel fin de manera natural, sino por otro que esté por encima de su naturaleza. Ahora bien, es patente que el gozar de la gloria celestial y ver a Dios en su esencia, aun cuando se trate de una creatura racional es algo que está sobre su naturaleza, porque no se mueve la creatura racional a esto deseándolo por su naturaleza, sino por el mismo Dios, que esto mismo hizo en nosotros. Y la manera de hacerlo la agrega diciendo: dándonos las arras del Espíritu.

Acerca de lo cual débese saber que Dios obra en nosotros deseos naturales y deseos sobrenaturales. Los naturales cuando nos da una aspiración natural conveniente a la humana naturaleza. 1nsufló en sus narices aliento de vida (Gen. 2,7). Y los sobrenaturales los da cuando infunde en nosotros un espíritu sobrenatural, esto es, el Espíritu Santo. Y por eso dice: dándonos las arras del Espíritu, o sea, el Espíritu Santo causando en nosotros la certeza de la cosa con la que deseamos completarnos. Recibisteis el seüo del Espíritu Santo que estaba prometido (Ep 1,13). Y dice arras, porque las arras deben valer tanto cuanto vale la cosa por la cual se dan; pero difieren de la cosa por la cual se ponen en que con más pleno derecho se posee la cosa cuando ya se tiene, que las arras; porque la cosa se posee de modo que sea de uno, y las arras en cambio se reciben y tienen como por la certeza de la cosa que se debe tener. Y así es respecto del Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo vale tanto cuanto la gloria celestial, pero difiere en el modo de tenerse, porque ahora lo tenemos como para certeza de que conseguiremos aquella gloria; y ciertamente en la patria lo tendremos como cosa ya nuestra y por nosotros poseída. Porque entonces poseeremos de manera perfecta lo que ahora imperfectamente. Así es que se retarda el deseo de la gracia por el deseo de la naturaleza. Pero ¿acaso lo impide? No, sino que vence el deseo de la gracia. Y esto lo dice así: Por eso nos atrevemos siempre, etc.; como si dijera: Dos deseos hay en los santos: el uno con el que anhelan la habitación celestial, el otro por el que no quieren ser despojados. Y si estas dos cosas fuesen hermanables, no serían contrarias, y lo uno no se retardaría por lo otro. Pero el Apóstol muestra que no son hermanables, por lo cual es forzoso que una de ellas venza a la otra. Por lo cual acerca de esto hace tres cosas. Porque primero muestra la incompatibilidad de los dichos deseos; segundo, presenta cierta prueba: porque por la fe, etc.; tercero, muestra cuál de esas dos cosas vence: así es que nos atrevemos, etc.

La incompatibilidad la muestra diciendo: Por eso nos atrevemos, etc. Atreverse propiamente es ponerse en peligros de muerte y no retroceder por temor. Porque aun cuando los santos naturalmente teman la muerte, sin embargo se enfrentan a los peligros de muerte y no retroceden por el temor de la muerte. El justo se mantiene a pie firme como el león (Pr 28,1). Mientras vivió no temió a príncipe alguno (Eccli. 48,13). Sabiendo esto que confirma en nosotros la audacia, para que no temamos morir por Cristo, porque mientras habitamos en este cuerpo mortal, vivimos ausentes, lejos, de Dios. ¡Ay de mí, que mi destierro se ha prolongado! (Ps. 119,5). Vivimos ausentes, digo, porque estamos fuera de nuestra patria, que es Dios, pues de otra manera no diríamos que estamos ausentes de El. Y no lo decimos por nuestra naturaleza sino por su gracia. Y que estamos ausentes del Señor lo prueba diciendo: porque por fe andamos, o sea, que en esta vida caminamos guiados por fe, y no por visión, no por perfecta, visión. Porque la palabra de fe es como una luz por la cual somos iluminados para caminar en esta vida. Antorcha para mis pies es tu palabra (Ps. 118,105). Y en la patria no habrá tal antorcha, porque la propia claridad de Dios, o sea, el mismo Dios, la iluminará. Y entonces lo veremos por visión, o sea, en su esencia. Dice, pues: Por fe andamos, porque la fe es de lo que no se ve. Porque la fe es la substancia de las cosas que se deben esperar, el argumento o prueba de lo que no se ve (Hebr. 2,1). Porque mientras el alma está unida al cuerpo mortal, no ve a Dios por esencia. No me verá hombre ninguno sin morir (Ex. 33,20). De aquí que en cuanto asentimos, creyendo en aquellas cosas que no vemos, decimos que andamos por fe y no por visión. Por lo tanto de esta manera es patente la incompatibilidad de los dos deseos, porque con este cuerpo no podemos revestirnos la habitación celestial, y la prueba de ello es que por fe andamos.

Se sigue consiguientemente la victoria de uno de los dos deseos, del deseo de la gracia, diciendo: Así es que nos atrevemos, etc. Y se debe tomar sabiendo sobre lo establecido, porque es una carta sostenida, de modo que diga así: Digo que sabiendo esto, porque mientras habitamos en este cuerpo, etc., nos atrevemos, llenos de buen animo, etc. Dice dos cosas, de las cuales la una entraña la repugnancia que tiene en querer, ¡o cual ocurre por temor de la muerte. Porque donde hay temor no hay audacia. Y del apetito de la naturaleza se engendra el temor de la muerte, y del apetito de la gracia surge la audacia. Por lo cual dice: Nos atrevemos. Lo otro entraña imperfección del ánimo en el deseo, porque si no se desea bien a bien, no se vencerá el temor de la muerte, por ser harto natural. Y por esto no sólo es necesario atreverse, sino tener buena voluntad, o sea, querer con alegría. Porque aun cuando según el Filósofo, en el acto de la fortaleza no se requiera el gozo para la perfección de la virtud como en las otras virtudes, sino tan sólo el no contristarse, sin embargo, por ser más perfecta la fortaleza de los santos, no sólo no se entristecen en los peligros de muerte, sino que aun gozan. Tengo deseo de morir, etc. (Ph. 1,23). Pero ¿a qué nos atrevemos? Más bien a salir del cuerpo, por la disolución del cuerpo, lo cual es contra. el deseo de la naturaleza, y vivir con el Señor, o sea, andar por visión, lo cual es el deseo de la gracia. Esto deseaba el Salmista (41,3), que decía: Sedienta está mi aima del Dios vivo y fuerte, etc. Y es de observarse que aquí concluye el Apóstol con las dos cosas que al principio asentó (cap. 2): que nuestra casa terrena de esta habitación se disuelve, lo cual es lo mismo que ¡o que aquí expresa con salir del cuerpo, y que en el cielo tenemos una habitación no hecha de manos, y esto es lo mismo que vivir con el Señor. Con estas palabras se refuta el error de los que dicen que las almas de los santos al morir no son conducidas inmediatamente después de la muerte a la visión de Dios y a su presencia, sino que morarán en ciertas mansiones hasta el día del juicio. Porque en balde se atreverían los santos a salir del cuerpo y lo desearían, si al separarse del cuerpo no fueran a vivir con el Señor.

Y por lo mismo se debe decir que los santos al instante después de la muerte ven a Dios por esencia, y viven en la mansión celestial. Y de esta manera es patente que el premio que los santos esperan es inestimable. Esto se sigue de la preparación para el premio, la cual se hace mediante la lucha contra las tentaciones y mediante el ejercicio de las buenas obras, y esto lo dice así el Apóstol: Por eso nos afanamos, etc. Ahora bien, los santos se preparan para este premio de tres maneras: la primera, agradando a Dios; la segunda, beneficiando al prójimo: Penetrados, pues, del temor de Dios (2Co 5,2); la tercera, rechazando de uno mismo los afectos carnales: De manera que desde ahora nosotros no conocemos a nadie según la carne (2Co 5,16). Ahora bien, a Dios lo agradan resistiendo al mal, por lo cual dice: por eso, por ser todo nuestro anhelo el vivir con Dios, nos afanamos, esto es, esforzadamente resistimos, sin ningún descuido y sin ahorrar ningún esfuerzo, a las tentaciones del diablo, del mundo y de la carne. Pelead para entrar por la puerta angosta, etc. (Lc 13,24). En agradarle, a Dios, con quien deseamos vivir: y el agradarle ya estando ausentes de El, ya presentes a El; porque si no nos esforzamos por agradarle en esta vida mientras estamos ausentes, tampoco podremos agradarle ni estarle presentes en la otra vida. Por haber agradado a Dios fue amado por El (Sg 4,10).

En seguida, cuando dice: Porque es necesario que todos seamos descubiertos, etc., agrega la causa por la cual los santos luchan por agradar a Dios, la cual se toma de la consideración del juicio futuro, en el cual no podremos dejar de ser descubiertos. Ahora bien, indica el Apóstol cinco características del juicio futuro. La primera es su universalidad, porque nadie quedará exceptuado de él. Y por eso dice: Porque es necesario que todos nosotros, o sea, todos los hombres, buenos y malos, grandes y pequeños. Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo (Rm 14,10). Y vi a los muertos, los grandes y los pequeños, en pie ante el trono, etc. (Ap 20,12).

Pero contra esto se hacen dos objeciones. Primera: parece que los infieles no comparecerán al juicio, porque el que no cree ya está juzgado-, como se dice en Jn 3,18. Segunda: Algunos estarán allí como jueces. Os sentaréis, vosotros también, sobre doce tronos (Mt 19,28). Luego no todos estarán en el tribunal para ser juzgados.

Solución. Débese decir que en el juicio habrá dos cosas, a saber: enunciación de la sentencia y revisión de los méritos; y en cuanto a esto no todos serán juzgados, porque aquellos que totalmente renunciaron a Satanás y a sus pompas y que en todo se adhirieron a Cristo, no serán examinados porque ya son dioses. Y aquellos que en nada se adhirieron a Cristo, ni por la fe ni por las obras, de manera semejante no necesitan de ningún examen porque nada tienen en común con Cristo. Pero aquellos que algo tuvieron de común con Cristo, como es la fe, y en algo se apartaron de Cristo, por malas obras y perversos deseos, serán examinados sobre las cosas que contra Cristo hicieron. De aquí que en cuanto a esto, solamente los cristianos pecadores serán presentados ante el tribunal de Cristo. Además, en el juicio se pronunciará la sentencia, y en cuanto a esto todos comparecerán. Pero esto no tiene que ver con los niños, porque se dice: para que cada uno reciba en el cuerpo según lo bueno o lo malo que haya hecho; pero los niños nada obraron con el cuerpo; luego, etc. Pero en cuanto a esto dice bien la Glosa que no serán juzgados por cosas que hayan hecho por sí mismos, sino por las cosas que hicieron mediante otros, en cuanto que mediante ellos creyeron o no creyeron, fueron bautizados o no. O bien, que serán castigados por el pecado del primer Padre.

La segunda característica del juicio es su certeza. En el juicio de los hombres muchos pueden engañar, mientras que otros son juzgados como malos siendo buenos, y a la inversa. Y la razón de ello es que no se descubren los corazones; y en cambio en aquel juicio habrá una perfectísima certeza porque se descubrirán los corazones. Por lo cual dice: seamos descubiertos. No juzguéis nada antes de tiempo (1Co 4,5).

La tercera característica del juicio es su necesidad, porque ni por interpósita persona ni por contumacia podra nadie huir del juicio aquel. Por lo cual dice: es necesario. Tened entendido que hay un juicio (Jb 19,29). Hará Dios dar cuenta en su juicio de todas las faltas, y de todo el bien y el mal que se habrá hecho (Ecles. 12,14).

La cuarta característica del juicio es su autoridad. Por lo cual dice: ante el tribunal de Cristo, de modo que El vendrá a juzgar a los hombres en la misma forma en que fue juzgado por los hombres, para que en su forma humana sea visto por los buenos y por los malos. Porque los malos no pueden ver la gloria de Dios. Le ha dado también el poder de juzgar, etc. (Jn 5,27). Ahora bien, la palabra tribunal quiere decir potestad judicial, y está tomada de ia antigua costumbre de los Romanos, que eligieron tres tribunos de la plebe, a cuyo oficio correspondía el juzgar de los abusos de los cónsules y senadores, y sus despachos se llamaban tribunales.

La quinta característica del juicio es la equidad, porque según los propios méritos serán los premios o las penas. Por lo cual dice: para que cada uno reciba, etc. Dará a cada uno el pago según sus obras (Rm 2,6). Y dice que en el cuerpo, no sólo por las cosas que hizo por movimiento del cuerpo, sino por las que hizo con" la mente, pues de otra manera los infieles no serían castigados. Y por eso cuando dice en el cuerpo se debe entender que por las cosas que hizo mientras vivió en el cuerpo.




Aquino - SEGUNDA CORINTIOS 17