Aquino: Efesios 38

38
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Ep 5,22-28)

Lección 8: Efesios 5,22-28

Enseña a las mujeres a estar sujetas a sus maridos, y a éstos amonéstalos a amarlas, como Cristo amó a la Iglesia.

22. Las casadas estén sujetas a sus maridos, como al Señor,
23. por cuanto el hombre es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo, del cual El mismo es salvador.
24. De donde así como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres lo han de estar a sus maridos en todo.
25. Vosotros, maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a su Iglesia, y se sacrificó por ella,
26. para santificarla, limpiándola en el bautismo de agua con la palabra de vida,
27. a fin de hacerla comparecer delante de El llena de gloria, sin mácula, ni arruga, ni cosa semejante, sino siendo santa e inmaculada.
28. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos.

En las lecciones anteriores dio el Apóstol preceptos generales para todos; aquí los da especiales para determinados estados y clases de personas. Y porque según el Filósofo, en su Política, la casa, para ser perfecta, ha de estar trabada con 3 conexiones, a saber: la del marido con su mujer, la del padre con el hijo, la del amo con el siervo, por eso, prosiguiendo en su instrucción, adoctrina también a estas 3 categorías de personas, y primero al marido y a su mujer, a quien enseña que ha de estar sujeta, y al marido que le tenga amor; junto con la admonición pone también la razón. Dice pues: "las casadas estén sujetas a sus maridos"! porque es cierto que la mujer, si echa mano del poder, va en contra de su marido, como dice el Eccli. 25; razón por la que muy especialmente las amonesta a que estén sujetas, y esto "como a señor", porque entre marido y mujer hay cierta proporción como la hay entre el amo y el siervo, en cuanto a regirse por orden del Señor, pero con esta diferencia: que el amo se vale del siervo para lo que le es útil; pero el marido de la mujer y los hijos para la utilidad común; por eso dice: "como a señor", no porque en verdad lo sea, mas como si lo fuera (1P 3).



Luego agrega el motivo, fundado en el ejemplo de Cristo, de donde saca la conclusión. Y la razón es ésta: porque el marido es de la mujer cabeza, donde la vista ocupa el primer lugar (Si 2); por cuya primacía el marido debe gobernar a la mujer como cabeza suya (1Co 11). A renglón seguido pone el ejemplo de Cristo, al decir: "como Cristo lo es de la Iglesia". "Le ha constituido cabeza de toda la Iglesia, la cual es su cuerpo" (Ep 1,22); y esto no para utilidad suya, sino de la Iglesia, porque "es el salvador de su cuerpo" (Ac 4 Is 12). De aquí concluye diciendo: "de donde así como la Iglesia está sujeta a Cristo"; como si dijera: no es conveniente que un miembro se oponga a su cabeza en algo. Ahora bien, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, a su modo; así el marido lo es de la mujer. Por consiguiente, no debe la mujer desobedecer a su marido, "sino estarle sujeta, como la Iglesia a Cristo" (Ps 61 Gn 3). Y esto "en todas las cosas", se entiende, que no van contra Dios; porque "antes que a los hombres hay que obedecer a Dios" (Ac 5).

Después, al decir: "maridos, amad a vuestras mujeres", los amonesta a que las amen, y por motivo alega el ejemplo de Cristo. Dice pues que las amen, porque es cierro que de ese amor, que tiene a su mujer el marido, brota, como de raíz y fuente, una vida más casta en él y un trato apacible entre ambos. Pero si el marido quiere más a otra mujer que a la suya, a sí y a su esposa los pone a grande peligro. "Maridos, amad a vuestras mujeres, y no las tratéis con aspereza" (Col 3). Y trae para esto una triple razón. La primera la toma del ejemplo de Cristo; la segunda de parte del marido; la tercera de parte del mandato divino. Cuanto a lo primero propone el ejemplo y señal del amor de Cristo, y saca la conclusión. Dice pues: "así como Cristo amó a la Iglesia". "Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos muy queridos" (Ep 5,1). Señal de que Cristo amó a la Iglesia es que "se entregó a Sí mismo por ella" (Ga 2 Is 53). Pero ¿a qué? "para santificarla" (He 13 Jn 17). Este es efecto de la muerte de Cristo; pero el efecto de la santificación es el dejarla limpia de las manchas de los pecados; por eso añade diciendo: "limpiándola en el bautismo de agua"; el cual bautismo o lavatorio recibe su virtud de la Pasión de Cristo (Rm 6 Ez 39 Za 13). Y esto "con la palabra de vida", que al ser pronunciada da al agua la virtud de lavar (Mt 28).

El fin de santificar a la Iglesia es para tornarla inmaculada; por eso dice: "a fin de hacerla parecer delante de El llena de gloria", como si el Apóstol dijera: no es decoroso que un esposo sin tacha tome en matrimonio a una esposa manchada. Por eso hácela parecer delante de Sí inmaculada, aquí por gracia, allí en lo por venir por gloria. De ahí que la llame gloriosa, a saber, por la claridad del alma y del cuerpo (Ph 3). Por eso añade: "sin mácula" (Ps 118), "ni arruga", esto es, sin defecto de pasibilidad; (porque, como dice Ap 7: "ya no tendrán hambre, ni sed"); "ni cosa semejante, sino siendo santa confirmada ya en gracia, e inmaculada" de toda inmundicia.

Todo lo cual puede entenderse de la presentación que hará en lo futuro por gloria. Pero en caso de referirse a la fe, entonces se dirá: para hacer parecer delante de Sí a su Iglesia llena de gloria por la fe; (pues no es poca gloria, como dice el Si 23, seguir al Señor), y sin rastro de mancha, es a saber, de pecado mortal (Jr 2); ni arruga o pliegue de doblada intención, que no tienen los que están unidos a Cristo y a la Iglesia con rectitud de intención (Jb 26); pero más santa por la intención e inmaculada por su pureza de todo género. De todo lo cual concluye diciendo: "así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos".



39
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Ep 5,29-30)

Lección 9: Efesios 5,29-30

Siendo como son, casi la misma cosa, deben los casados amarse mutuamente.

Quien ama a su mujer, a sí mismo se ama.

29. Ciertamente que nadie aborreció jamás a su propia carne; antes bien, la sustenta y cuida, así como también Cristo a la Iglesia,
30. porque nosotros, que la componemos, somos miembros de su cuerpo, formados de su carne y de sus huesos.

De parte de Cristo, motivándolos con el ejemplo de su amor a la Iglesia, indujo a los casados, en la lección anterior, a que amaran a sus esposas; aquí demuestra lo mismo de parte del mismo casado, poniendo la razón y confirmándola por un ejemplo. La razón es ésta: marido y mujer, en cierto sentido, son la misma cosa; de donde, así como al alma está sujeta la carne, así la mujer al marido; pero nadie jamás ha tenido odio a su carne; luego ni el marido a su esposa.

Dice pues: "quien ama a su mujer, a sí mismo se ama". "Así que ya no son dos, sino una sola carne" (Mt 19,6). Por consiguiente, como pecaría contra la naturaleza quien se odiase a sí mismo, así también el que aborreciera a su mujer (Si 25). Que así deban amarse lo prueba diciendo: "pues nadie jamás tuvo odio a su carne", como se ve por el efecto, que quien ama lo demuestra obrando; porque sin duda amamos lo que con todas nuestras fuerzas conservamos; pero todo hombre, a trueque de conservarla, "cuida y sustenta su propia carne" (1Tm 5).

Pero lo contrario dice San Lucas: "el que no aborrece a su mujer… no puede ser mi discípulo" (Lc 14). Respondo: digamos con esta distinción que el hombre debe amar a su mujer como se ama a sí mismo, y a sí mismo por debajo de Dios. Por tanto, así debe amar a su mujer, no por encima, por debajo de Dios. Y dice: "el que no aborrece a su mujer", no porque, mande odiarla, que fuera pecado mortal, sino amarla como a sí es lo que manda. Ahora bien, amar menos es como una especie de odio respecto del amor sumo con que más se ama a otro ser, esto es, a Dios. Así que nadie aborrece su propia carne.

Otra objeción: quien siente amor por alguno no quiere ni le viene en gana separarse de él; pero los santos quieren separarse de la carne. "¡Infeliz de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte o mortífera concupiscencia?" (Rm 7,24 Ph 1). Nadie, además, atormenta lo que ama; pero los santos afligen en este mundo su carne (1Co 9). A mayor abundamiento, hasta se matan algunos, como se oye con frecuencia. Así Judas. Respondo; la carne puede considerarse en sí misma, y así no es aborrecible, sino que todo hombre desea naturalmente que exista, y la cuida y sustenta para que se mantenga en pie. O puede considerarse como estorbosa de un bien que queremos, y así accidentalmente, en cierto sentido, se le tiene odio. Pues todo lo que queremos o es bueno o es malo; si bueno, o es el fin último o lo que dispone al fin.

a) si es el fin último, es a saber, la vida eterna, nos lo estorba la carne (2Co 5); y porque naturalmente apetecemos nuestro bienestar y conseguir nuestro fin, cosa que no podemos mientras en esta carne nos envolvemos, por eso quisiéramos arrojarla de nosotros, no como a un mal aborrecible, sino como a un bien menos amado por impedir otro mayor bien. (Y así han de explicarse las autoridades traídas arriba y otras parecidas).

b) o es lo que dispone al fin, como los hábitos de las virtudes, que estorba a su vez la lascivia carnal; razón por la cual los santos afligen y maceran su carne, para reprimir sus concupiscencias y hacer que se someta al espíritu; porque la carne con sus torpes codicias impide la adquisición de las virtudes que nos disponen para alcanzar el bien sumo. Así que quien aflige su carne para tenerla sometida al espíritu no la aborrece, mas procura su bien, que consiste en estar sujeta al espíritu, como el bien del hombre en estar sujeto y rendido a Dios. "Mas para mí mi bien es estar junto a Dios" (Ps 72). Así se entiende el "castigo mi cuerpo" y textos parecidos.

De donde concluimos que hacer estas penitencias no decía bien con aquel estado de inocencia, mientras el hombre estuvo sometido a Dios y la carne totalmente sujeta al espíritu, en cuya mutua sujeción consistía el don de la justicia original. Pero algunas veces lo que queremos es malo, y, por consiguiente, así como los buenos afligen su carne o quieren desembarazarse de ella, en cuanto les impide el bien que desean; así, por el contrario, los malos, ya que les estorba el mal que apetecen, le dan muerte y se ahorcan, como lo hizo Judas.

Muestra luego la necesidad de que el marido ame a su mujer, valiéndose de un ejemplo: "así como Cristo amó a la Iglesia", como algo suyo, porque somos miembros del cuerpo (Ep 4). Y dice "de su carne", por la participación de la misma naturaleza (Lc 24), o, en sentido místico, de los débiles, que son de carne, "y de sus huesos", refiriéndose a los fuertes, que son de hueso.



40
(
Ep 5,31-33)

Lección 10: Efesios 5,31-33

Induce al marido a amar a su esposa con la autoridad de la Escritura, que expone, en sentido místico, refiriéndola a Cristo y a la Iglesia.


31. Por eso está escrito: dejará el hombre a su padre y a su madre, y se juntará con su mujer, y serán los dos una carne.
32. Sacramento es éste grande, mas yo hablo con respecto a Cristo y a la Iglesia.
33. Cada uno, pues, de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y la mujer tema y respete a su marido.

En las lecciones precedentes exhortó el Apóstol a los Efesios al amor de sus mujeres por dos motivos, a saber, por el ejemplo del amor de Cristo a la Iglesia, y por el amor del hombre a sí mismo; aquí los exhorta valiéndose de la autoridad de la Escritura, como tercer motivo, que expone en sentido místico y acomoda, según el sentido literal, a su propósito. Estas palabras del Génesis las dijo Adán al ver a su mujer, esto es, recién formada de su costilla; pero en San Mateo, al contrario, parece que el Señor las dijo. Respondo: Adán las dijo como inspirado por Dios, y Dios como inspirador y maestro. Nosotros también decimos lo mismo y muchas otras cosas que dijo el Señor, movidos por su divino espíritu que nos las enseña. De donde aquello de San Mateo: "pues no sois vosotros los que habláis".

Notemos aquí que en la antedicha autoridad se señala una triple unión del marido con su mujer: a) la primera por afecto de amor, que es tan grande en los dos que dejan a sus padres ( 2Esd 9); lo cual es muy natural, porque el apetito natural se acompaña bien con la debida acción; y está probado que todas las personas superiores sienten la inclinación de darse y comunicarse a las inferiores; por tanto, sienten naturalmente amor hacia las inferiores; y como el hombre respecto de su padre y de su madre es inferior, no superior, naturalmente se siente más inclinado a su mujer, cuyo superior es, y a sus hijos más que a sus padres; y también porque su esposa se une con él para el acto de la generación.

b) la segunda es por el trato y conversación; de donde dice: "y se júntará con su mujer" (Si 25);

c) la tercera por la unión carnal: "y serán dos en una carne", esto es, en el acto carnal. En toda generación hay virtud activa y pasiva; pero en las plantas ambas están en el mismo sujeto, no así en los animales perfectos, en quienes se distinguen las dos virtudes. Por eso en el acto de la generación lo mismo se observa en animales que en plantas respecto del elemento masculino y femenino, sino que en las plantas todo se hace en un cuerpo.

De ahí, por consiguiente, pasa a la exposición mis-5.cet y dice: "Sacramento es éste grande", esto es, señal de una cosa sagrada, la unión de Cristo y la Iglesia (Sg 6). Notemos aquí que hay 4 sacramentos que se dicen grandes, a saber, el bautismo, por razón del efecto, porque borra la culpa y abre las puertas del paraíso; la confirmación, por razón del ministro, pues sólo los pontífices y no otros lo confieren; la Eucaristía, por razón de que a todo Cristo contiene; el matrimonio, por razón de su significación, porque significa la unión de Cristo y la Iglesia. Por consiguiente, si queremos darle a la letra del texto una interpretación mística, la explicación será la siguiente: por esto dejará el hombre, es a saber, Cristo, a su padre y a su madre; quiero decir, a su Padre, por cuanto fue enviado al mundo y tomó carne (Jn 16); y a su madre, esto es, la sinagoga (Jr 12); y se júntará con su mujer, la Iglesia (Mt 28).

Ajustándose, por tanto, al sentido literal, y exponiendo el dicho ejemplo, entáblase el argumento; porque hay ciertas cosas en la Sagrada Escritura del Antiguo Testamento que sólo se dicen de Cristo, como aquello del Ps 21: "han taladrado mis manos y mis pies" y "he aquí que una virgen concebirá" (Is 7). Otras hay que a Cristo y a otros pueden aplicarse, pero a Cristo de modo principal; a otros, en cambio, en figura de Cristo, como el antedicho ejemplo; por tanto, primero hay que explicarlo de Cristo, después, de otros. Por eso dice., "cada uno, pues, de vosotros, ame a su mujer como a sí mismo"; como si dijera: a Cristo se aplica en primer lugar, bien que no exclusivamente, porque en figura de Cristo ha también de explicarse y cumplirse en otros. Y añade: "corno a sí mismo", porque así como cada uno se ama en orden a Dios, así debe amar a su mujer, no en cuanto la arrastra al pecado. "Si alguno viene a Mí y no aborrece… a su mujer… no puede ser mi discípulo" (Lc 14). Pero ¿qué dice de la mujer? "y la mujer tema y respete a su marido", es a saber, con temor de reverencia y sujeción, porque debe estarle sujeta.


Capítulo 6

41
(
Ep 6,1-4)

Lección 1: Efesisos 6,1-4

Declárase el amor que ha de haber, recíprocamente, entre padres e hijos.
1. Hijos, vosotros obedeced a vuestros padres con la mira puesta en el Señor, porque es ésta una cosa justa.
2. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento que va acompañado con recompensa,
3. para que te vaya bien, y tengas larga vida sobre la tierra.
4. Y vosotros, padres, no irritéis a vuestros hijos; mas educadlos, corrigiéndolos e instruyéndolos según la doctrina del Señor.

En el capítulo anterior tocó, amonestando al marido y a la mujer, la primera conexión de la familia; aquí toca la segunda, amonestando al padre y a los hijos; y primero se dirige a los hijos, luego a los padres, para enseñarles cómo han de haberse entre sí; y en pos de la admonición pone luego la razón. Dice pues: "hijos, obedeced". Notemos aquí que los padres deben, como lo pide la naturaleza, educar a sus hijos en las buenas costumbres, y los hijos, por la misma razón, deben obedecer a sus padres, que se toman ese trabajo de educarlos e instruirlos, como a los médicos obedecen los enfermos. De donde propia virtud de los hijos es la obediencia. "Hijos, obedeced, es a saber, a vuestros padres en todo, que esto es cosa agradable al Señor" (Col 3) Y dice: "en el Señor", porque si algo va contra Dios, no hay que obedecer ni a los padres ni a nadie (Ac 5); y con esto se destruye la autoridad hace poco alegada: "si alguno viene a Mí, y no aborrece a su padre", porque esto se entiende en cuanto mandan algo contra Dios.

La razón que da la funda en dos motivos: en la justicia y la utilidad. Que sea justo se demuestra, y es cosa clara, porque la ley divina nada ordena que no sea justo (Ps 118). Es así que esto ordena la ley divina: "honra a tu padre y a tu madre" (Ex 20 Dt 5 Si 3). Luego… Pero la honra lleva consigo la demostración de reverencia a los que nos son superiores; razón por la cual se vale de este nombre: honra, porque nuestros padres están sobre nosotros. Dice pues: "porque es ésta una cosa justa, honra a tu padre y a tu madre". "El que honra a su padre vivirá larga vida; y da consuelo a la madre quien al padre obedece" (Si 3). Eso de honrar a los padres se entiende de 3 maneras: porque los hijos les deben reverencia como a mayores, obediencia como a instructores, sustento como a nutridores, cuando sean ya hombres hechos.

Indica a continuación la dignidad de este precepto diciendo: "porque es el primer mandamiento". Pero, al contrario; más aún, el primer mandamiento es que la honra hay que dársela al único Dios. Respondo: en dos tablas se contienen los Mandamientos: én la primera los que se refieren a Dios; en la segunda los que al prójimo, y en esta segunda el primer mandamiento es honrar a los padres. Y esto por dos motivos: primero, porque en esa segunda tabla no hay más precepto afirmativo que éste, ya que es cosa natural que sirvamos a nuestros padres, no así a otros prójimos; por eso no hay más precepto afirmativo que éste. Mas es dictado de la naturaleza que el hombre no infiera a sus prójimos ningún daño, y por eso se prohíbe; pero está primero el cuarto mandamiento, y por eso ocupa el primer lugar en la segunda tabla, porque tiene más de deuda y la primera es la que se debe a los padres.

Segundo, porque a Dios hay que honrarlo como a principio de nuestro ser; y porque nuestros padres son también principio de nuestro ser y porque -como dice la Ética de Aristóteles- 3 cosas hemos recibido de nuestros padres: el ser, la vida, la educación, es cosa puesta en razón que, en pos de los mandamientos que se refieren al honor de Dios, el primero de la segunda tabla se refiera a los padres. O, digamos, es el primero con recompensa, porque a éste solo se le promete, por dos razones: una, porque en las cosas que hacen buscan los hombres su propio provecho y porque, si no es de Dios, de sus padres decrépitos no tienen ya nada que esperar. Otra, por si alguno creyese que, por ser natural, no es meritorio honrar a los padres; por eso añade: "para que vivas largos años sobre la tierra". En el Antiguo Testamento se prometían recompensas temporales, porque aquel pueblo era un párvulo, y al párvulo el ayo lo instruye dándole confites y haciéndole caricias. Con todo, en esos regalillos, que muy a pelo le venían a ese pueblo pequeño, grandes bienes estaban figurados, es a saber, espirituales; por tanto, conforme a la letra, puede esto referirse a los bienes temporales, y por eso dice: "con recompensa, para que te vaya bien", esto es, tengas abundancia de esos bienes prometidos; que quien en los beneficios de menos tomo se muestra agradecido merece recibirlos de mayor cuantía; y ¡vaya si de nuestros padres recibimos los máximos beneficios que pudieran hacernos, como la vida, el sustento, la educación! Así que, cuando uno se muestra reconocido a estos favores, hácese digno de alcanzar mayores. Por eso dice: "para que te vaya bien", porque, como se dice en 1Tm 4,8: "para todo es provechosa la piedad, con recompensa, aquí abajo, en la vida presente, y en la futura". Por tal motivo añade: "para que vivas largos años sobre la tierra"; es, dijéramos, como una gratificación sobreañadida a la gracia y beneficio de la vida que has recibido de tus padres. "En su mano derecha trae la larga vida, y las riquezas y la gloría en su izquierda" (Pr 3,16).

Pero en contra de este texto tenemos la rápida muerte de muchos hijos que se han señalado en honrar a sus padres. Sépase, por tanto, que no han de llamarse absolutamente1 bienes éstos temporales, sino en cuanto se ordenan a los espirituales; por consiguiente, en tanto para el hombre son bienes en cuanto le ayudan para la vida espiritual. De donde a la fortuna no hay que llamarla buena si es un estorbo para la virtud; razón por la cual la longevidad en tanto es buena en cuanto ordenada al servicio de Dios, por cuyo motivo, para no estorbarlo, no raras veces se le echa tijera. "Fue arrebatado para que la malicia no alterase su modo de pensar" (Sg 4,11). O puede interpretarse este texto en sentido espiritual, es a saber, para que tengas larga vida en la tierra de los vivos. (Ps 142).

Por consiguiente, en pos de la instrucción de los hijos se da doctrina a los padres con dos preceptos como contrapuestos, uno inductivo, otro prohibitivo: "y vosotros, padres, no irritéis a vuestros hijos", lo cual no quiere decir que en cualquier cosa hayáis de consentir sus caprichos. Donde es de advertir que uno es el señorío del padre con el hijo y otro el del amo con el siervo; porque el amo se vale del siervo para su propia utilidad, pero el padre del hijo en provecho del hijo. Por tanto, es necesario que los padres instruyan a sus hijos en provecho suyo, no empero alejándolos o sometiéndolos con amenazas. Por eso se dice en Col 3: "padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos", es a saber, para que no se hagan pusilánimes, porque tal provocación no anima a la buena acción. Entonces ¿cómo? mas educadlos con la disciplina, es a saber, de azotes, y con la corrección de palabras, esto es, corregidlos y educadlos para que sirvan al Señor. O con la disciplina, induciéndolos al bien, y la corrección, apartándolos del mal.



42
(
Ep 6,5-9)

Lección 2: Efesios 6,5-9

Exhorta a los amos y siervos a que mutuamente se estimen.

5. Siervos, obedeced a vuestros señores temporales con temor y respeto, con sencillo corazón, como a Cristo,
6. no sirviéndolos solamente cuando tienen puesto el ojo sobre vosotros, como si no pensaseis más que en complacer a los hombres, sino como siervos de Cristo, que hacen de corazón la voluntad de Dios,
7. y servidlos con amor, haciéndoos cargo que servís al Señor, y no a hombres;
8. estando ciertos de que cada uno de todo el bien que hiciere recibirá del Señor la paga, ya sea esclavo, ya sea libre.
9 Y vosotros, amos, haced otro tanto con ellos, excusando las amenazas, considerando que unos y otros tenéis un mismo Señor allá en los cielos, y que no hay en El acepción de personas.

Acabadas de instruir las dos conexiones de la familia, del padre y el hijo, del marido y la mujer, la emprende con la tercera, del amo y el siervo, a cada uno de los cuales instruye por su orden, poniendo primero la admonición, segundo la exposición, tercero la retribución. Por lo que hace al siervo, lo amonesta a obedecer y a respetar a su señor con sencillez de corazón. Obedecer, porque así lo manda el Señor. De ahí que diga: "siervos, obedeced a vuestros señores temporales". Respetarlos, con acatamiento interno y externo: "con temor y temblor" (Ml 1 Ps 2) y "con sencillo corazón" (Sg 1 Lc 12). Hablando de Job, llámale el Señor "hombre sencillo"; que con esa disposición hay que servir a Cristo; por eso dice: "como a Cristo" (Sg 1 1Co 2,9). Dice también: "como a Cristo", porque si algo puede el amo, lo puede porque ha recibido su poder de Cristo, el Señor (Rm 13). Por consiguiente, hay que servirles como a Cristo, en todo lo que no se oponga a la fe y a Cristo; y explica lo de la sencillez, quitando lo que le hace contradicción y enseñando el modo conveniente.

Y a tenor del refrán: "al ojo del amo engorda el caballo", nada sencillo es el siervo que tiene miramiento al miramiento, no al beneplácito de su señor; pues tal siervo no tiene sencillez ni rectitud de intención; por cuyo motivo lo prohíbe diciendo: "no sirviéndolos solamente cuando tienen puesto el ojo sobre vosotros", a saber los amos, por la pura ganancia temporal, "como si no pensaseis más que en complacer a los hombres", esto es, queriendo darles gusto (Ga 1); "sino como siervos de Cristo" (Col 3). Y ¿cómo? "haciendo la voluntad de Dios", es a saber, poniendo por obra sus mandamientos (Ps 102); como Cristo: "bajé del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió", que está en que obedezca Yo, por Dios, a los hombres. De ¿qué manera? "de corazón". "Todo lo que hagáis hacedlo de buena gana, como quien sirve a Dios, y no a hombres" (Col 3). Lo mismo da a entender aquí diciendo: "haciéndoos cargo que servís al Señor, y no a hombres", "con buena voluntad", esto es, recta intención (Col 4).

A continuación habla del galardón diciendo: "estando ciertos de que cada uno…" (1Jn 5) "ya sea esclavo, ya libre", sin acepción de personas, que no la hay en Dios (Sg 3 Ac 10), "de todo el bien que hiciere", que hay que hacérselo a todos (Qo 9), "recibirá del Señor la recompensa" (Col 3).

Por último se dirige a los señores diciendo: "y vosotros, amos, haced otro tanto con ellos", es a saber, lo mismo, con una identidad proporcionada; que así como ellos prestan de corazón y con buena voluntad sus servicios, de la misma manera habéislo de hacer vosotros (Si 37); "excusando las amenazas", no sólo de palabra, sino también los latigazos. Y ¿por qué? "considerando que unos y otros tenéis un mismo Señor allá en los cielos", ya que no hay más que un Señor para todos (Rm 10); como si dijera: consiervos sois; por tanto, ganadles la gracia tratándolos con obsequio y amor (Mt 11); "ya que no hay en Dios acepción de personas" (Rm 2 Lc 20 Ac 10).



Lección 3

Enseña a los Efesios a depositar su confianza en el auxilio de Dios y a pertrecharse con su armadura, para que puedan cumplir los preceptos ya dichos.

10. En lo demás, hermanos, confortaos en el Señor y en su virtud todopoderosa.
11. Revestios de toda la armadura de Dios, para poder contrarrestar las asechanzas del diablo;
12. porque no es nuestra pelea solamente contra hombres de carne y sangre, sino contra los príncipes y potestades, contra los adalides de estas tinieblas del mundo, contra los espíritus malignos esparcidos en los aires.

Muchos preceptos generales y especiales para acabar con la vetustez del pecado, y reemplazarla con la novedad de la gracia, nos dio arriba el Apóstol; aquí nos enseña la virtud que para cumplir estos preceptos nos es necesaria y la confianza que hemos de tener en el auxilio divino. Puesta la admonición, que explica en especial, nos enseña en qué hemos de depositar nuestra confianza por dentro y por fuera. Por dentro, en el auxilio divino; por eso dice: "en lo demás, hermanos, confortaos" (Jr 17). Si alguno confía en otro es por dos motivos: uno, porque le toca defenderlo; otro, porque es poderoso y apercibido está a su defensa; ambos a dos motivos que se hallan en Dios respecto de su criatura, porque Dios -como dice San Pedro- "tiene cuidado de vosotros". Asimismo es poderoso y presto está para darnos auxilio; por eso dice: "en lo demás, hermanos"; como si dijera: luego de haberos instruido sobre el cumplimiento de los mandamientos, "confortaos" ya, no en vosotros, sino en el Señor, porque corréis a su cargo (Ps 72 Is 35 Jr 20); "y en el poder" (Lc 1); y aunque en Dios poder y virtud es lo mismo, empero porque la virtud es lo último de la potencia y como su perfección, por eso dice: "en el poder de su virtud", esto es, virtud todopoderosa. "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Ph 4 Jb 17).

Mas pudiera objetarse: si Dios todo lo puede y quiere, debemos dormir a pierna suelta; por eso responde diciendo: líbrenos Dios de afirmar tal cosa; más bien, por el contrario, cada uno debe hacer lo que está en su mano, porque si inerme se presentase al combate, sin espada y rodela, por muy protegido que lo tenga el rey, correría grande peligro. Por eso dice: "revestios de toda la armadura de Dios", esto es, de las virtudes y dones (Rm 13 Col 3); porque por las virtudes abroquélase el hombre contra los vicios. Mas, por el contrario, Dios es un rey tan poderoso, que no hay nadie que pueda hacerle resistencia. Respondo: verdad es por lo que a violencia se refiere; pero en sus miembros, no en su persona, y valiéndose de emboscadas y arterías, lo impugna el demonio, según aquello del Si 9: "muchas son las asechanzas del mentiroso". Por eso añade: "para poder contrarrestar las asechanzas del diablo" (1P 5 Ps 9).

Por consiguiente, al decir: "que no es nuestra pelea…", explica de modo especial la amonestación, tocando primero lo que se refiere a las emboscadas de los enemigos, y luego a la armadura que hay que revestirse, y en tercer lugar a la confianza que hay que depositar en Cristo. En punto a emboscadas, cuando un enemigo pone en peligro una ciudad, si es débil, desmañado y con tachas semejantes, no hay mucho que temer ni cautelarse de él; mas cuando es poderoso, perverso y marrajo, entonces sí, y es el caso del demonio: a) porque no es débil. Por eso dice: "la lucha que traemos no es contra la carne y la sangre", por cuyas palabras se entienden los vicios carnales (1Co 15) y los hombres carnales, como dice el mismo San Pablo en Ga 1: "al punto no tomé consejo de la carne ni de la sangre", esto es, de los hombres carnales.

Dice pues: "nuestra pelea no es…", que, como quiera que se tome, falso parece por los cuatro costados; porque, como se dice en Ga 5: "la carne codicia contra el espíritu" (Ps 118). Respondo de dos maneras: una, que en el texto hay que suplir solamente, de modo que digamos: no sólo contra la carne y la sangre, sino también contra el demonio. Otra, porque la acción que se atribuye al instrumento es principalmente del agente, como aquello de Rm 9: "así que no es obra del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que usa de misericordia", como si dijera: el querer o hacer algo no procede de vosotros sino de otro, es a saber, de Dios; así también aquí: "nuestra pelea no es…" puede explicarse de esta manera: el impugnarnos la carne y la sangre no dimana principalmente de ellos, sino del agente superior que los mueve, es a saber, del diablo; que es descrito por su poder: "contra los príncipes y potestades, contra los adalides de estas tinieblas de este mundo"; "pues viene el príncipe de este mundo" (Jn 14).

Llámase príncipe del mundo no por título de creación, sino a imitación de lo que se estila en el mundo; "y el mundo no lo conoció" (Jn 1), esto es, el príncipe del mundo. O llámase príncipe, como quien dice: el que toma el primer lugar; de donde decir príncipes es como decir los que hacen cabeza en algo (Ps 67 Gn 23). Eso por lo que hace a los príncipes. A las potestades toca ejercer la justicia. Así que, si los demonios se llaman príncipes, es por cuanto inducen a los hombres a rebelarse contra Dios; y potestades, por cuanto gozan de poder para castigar a los que se les someten (Lc 22).

Pero habiendo caído entreverados algunos de todos los órdenes angélicos, ¿por qué hace mención el Apóstol de esos órdenes, llamándolos demonios? Respondo: 3 cosas hay que considerar en los nombres de los órdenes angélicos; porque en unos se atiende más al orden, en otros al poder, en otros al ministerio divino; así, por ejemplo, en los nombres de los Querubines, Serafines y Tronos, lo que hace al caso es su conversión a Dios; mas siendo los demonios enemigos de Dios, no les cuadran estos nombres. Asimismo ciertos nombres, como Ángeles y Arcángeles, dicen orden a un ministerio divino, y tampoco estos nombres les cuadran a los demonios, sino con el aditamento: de Satanás. Las Virtudes y Dominaciones dicen orden al servicio de Dios, y, por consiguiente, ni estos nombres les vienen a pelo, sino solo estos dos, que son comunes a buenos y malos, es a saber, Principados y Potestades. Son, pues poderosos y grandes, y por eso tienen un gran ejército, contra el que tenemos que pelear, "adalides de estas tinieblas", es a saber, de pecadores. "Que erais algún tiempo tinieblas" (Ep 5); pues todo lo tenebroso en todo pertenece a estos órdenes y les está sujeto. Aquí acota la Glosa: los hombres malos son caballos, los diablos los jinetes; por tanto, matemos los jinetes y apoderémosnos de los caballos (Jn 1).

También son astutos, porque, -dice el texto- "contra los espíritus malignos", esto es, hablando enfáticamente, contra las perversidades espirituales, con lo que se da a entender la maldad en todo su lleno. Y dice espíritus malignos, porque, cuanto más encumbrados por naturaleza, tanto más consumados en maldad y peores cuando se dedican a hacer el mal. De aquí que diga el Filósofo que un hombre es el peor de todos los animales. Por eso dice: "espíritus malignos", porque son espirituales y perversísimos. Y añade: "en las regiones, del cielo", por dos razones: o para mostrar su poder y ventaja para vencernos, porque nosotros estamos en la tierra, y ellos en lo alto, es a saber, en el aire caliginoso; por consiguiente llevan la mejor parte (tienen la cuesta y las piedras) (Lc 8); o dice así, porque esta reñida lid es por el cielo o por los bienes celestiales, y esto debe animarnos a la batalla.




Aquino: Efesios 38