Gobierno de Cristo-QUEVEDO - Capítulo VIII: No ha de permitir el rey en público a ninguno singularidad ni entretenimiento, ni familiaridad diferenciada de los demás.


Capítulo IX: Castigar a los ministros malos públicamente, es dar ejemplo a imitación de Cristo;

y consentirlos es dar escándalo a imitación de Satanás, y es introducción para vivir sin temor.

Cristo nuestro señor en público castigó y reprendió a sus ministros: no siguió la materia de estado que tienen hoy los príncipes, persuadidos de los ministros propios, que les aconsejan que es desautoridad del tribunal y del rey, y escándalo castigar públicamente al ministro, aunque él haya despreciado en sus delitos la publicidad que apoya y autoriza y defiende para su castigo. Judas era ministro de Cristo, apóstol escogido, en cuyo poder estaba la hacienda; y con todas estas prerrogativas y dignidades permitió que muriese ahorcado públicamente, sin moderar la nota de la muerte por respeto de su compañía. Ni obstó a la conveniencia del castigo público haber lavádole los pies, comulgádole (si bien hay opiniones en esto), y comido en un plato. Si la horca fuera sólo para las personas y no para los delitos, no tuvieran otro fin los pobres y desvalidos, ni fuera castigo, sino desdicha. Entre doce ministros de Cristo, aquel cuyo ministerio tocó en la hacienda, fue hijo de perdición, y murió ahorcado.

No hubo San Pedro, a persuasión del celo y del dolor, cortado la oreja al judío, en quien dice Tertuliano que fue herida la paciencia de Cristo, cuando delante de la cohorte le pronunció sentencia de muerte.

Delante de los discípulos, llegando a lavarles los pies, porque con humildad profunda, si no bien advertida, le dijo: "¿Tú me lavas los pies?", le respondió: "Tú no sabes lo que yo hago ahora; después lo sabrás". Replicó fervoroso en su afecto, no considerado en la porfía: "No me lavarás los pies eternamente". Demasiado anduvo; ni fue, al parecer, buena crianza replicar a nada que quisiese hacer Cristo, pues él sólo sabe lo que conviene, y rehusar era advertir. En la tentación se indigna porque le dicen que se hinque de rodillas; y aquí se hinca de rodillas, y se enoja porque no se lo consienten; y no deja ésta de ser tentación como aquélla. En todo esto andaba arrebozado, con la buena intención de San Pedro, Satanás. Poco va de que Cristo haga lo que no debe hacer, a que no haga lo que conviene.

Responde Cristo a San Pedro: "Si no te lavo, no tendrás parte conmigo": palabras de gran peso y rigurosas en público al que había de ser cabeza de su Iglesia y lo era del apostolado. Y supo el buen ministro conocer tan bien la reprensión y el castigo que disimulaban, que dijo: "Señor, no sólo mis pies, sino mi cabeza y mis manos". ¡Oh buen ministro! ¡De pies a cabeza quieres que te laven; y acordándote de Judas, ofreces las manos también para que te las laven, no para que te las unten! Señor, al ministro insolente, porque se descuida se le ha de reñir, y donde se descuida. Rey que disimula delitos en sus ministros, hácese partícipe de ellos, y la culpa ajena la hace propia: tiénenle por cómplice en lo que sobrelleva; y los que con mejor caridad, le advierten por ignorante, y los mal intencionados, que son los más, por impío. De todo esto se limpia quien imita a Cristo. Lo propio se entiende del cuchillo; que también la muerte tiene su vanidad.

Esfuerzan la opinión contraria los que se pretenden asegurar de los castigos con decir que no está bien que al que una vez favorecen los reyes, le desacrediten y depongan, y que es descrédito de su elección, y que conviene disimular con ellos y desentenderse: doctrina de Satanás, con que se introduce en los malos ministros obstinación asegurada, y en los príncipes ignorancia peligrosa, para que porfiadamente prosigan en sus desatinos.

Veamos: Dios en su república, y con el pueblo y familia de los ángeles, ¿qué hizo? Apenas había empezado el gobierno de ella, cuando al más valido serafín y que entre todos amaneció más hermoso, no sólo le depuso, mas le derribó, y condenó con toda su parcialidad y séquito, sin reparar en la política del engaño que pregunta: Si los había de deponer, ¿para qué los crió? Conviniendo, fuera de otras razones, para que se viese que el poder, el saber y la justicia hicieron en unas propias criaturas con valentía lo que les tocaba, criándolas hermosas y castigándolas delincuentes. ¿Quién, sino Satanás, dice a los reyes que les da más honra un mal ministro a su lado, que en el castigo público, satisfaciendo quejosos, disculpando al que le puso en el cargo teniéndole por bueno, escarmentando otros que le imitaban, y amenazando a todos los demás?

Hemos visto lo que hizo Dios con los ángeles: veamos lo que hizo con los hombres. Pecó Adán por complacer a la mujer: la mujer fue inducida de la serpiente que se lo aconsejó. (Advierta vuestra majestad que el primer consejero que hubo en el mundo fue Satanás, vestido de serpiente.) No hubo comido contra el precepto un bocado, cuando un ángel con espada de fuego le arroja del paraíso, entregándole a la vergüenza y al dolor. Castiga al hombre para siempre: que muera, y coma del sudor de sus manos; y a la mujer porque le persuadió, que pariese en dolor sus hijos; y al mal consejero, que anduviese arrastrado y sobre su pecho, y que acechase sus pasos.

Tenía Dios en el mundo un hombre solo, y todo lo había criado para él; y porque pecó, luego con demostración y espada le echa de su casa, le castiga, le destierra, le condena a muerte. ¡Y los reyes, teniendo muchos hombres de quien echar mano, entretendrán el castigo de uno! A quien no guarda los mandamientos y leyes, haya espada de fuego que le castigue. Quien aconseja mal, sea maldito; y como arrastraba a los demás, ande arrastrado. Esto hizo Dios, y esto manda.

Quien hace una cosa mal hecha, si en conociéndola pone enmienda en ella, muestra que la hizo porque entendió que era buena, y es el castigo santa disculpa de su intención; mas quien la lleva adelante, viéndola mala y en ruin estado, ése confiesa que la hizo mala por hacer mal. Rey que elige ministro, si sale ruin y le depone, hizo ministro que en la ocasión se hizo ruin; y si le sustenta después de advertido de sus demasías y desacreditado el tribunal, ése no hizo ministro que se hizo malo; antes al malo, porque lo era, le hizo ministro; y así lo confiesa en sus acciones. Veamos si Cristo Dios y hombre enseñó esta doctrina. Es el caso más apretado que ha sucedido con rey ni señor, el de San Pedro.

"Preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen que soy las gentes?". Conviene que los reyes pregunten (no a uno, que eso es ocasionar adulación y disculpar los engaños, sino a todos) qué se dice de su persona y vida. Respondieron: "Unos dicen que eres Juan Bautista, otros Elías, otros Jeremías, otros que pareces uno de los profetas, otros que resucitó uno de los profetas primeros. Y entonces les dijo Jesús a ellos: ¿Vosotros quién decís que soy? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo. Y respondiéndole Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón Barjona, porque la carne y la sangre no te lo reveló, pero mi Padre que está en el cielo. Yo te digo a ti: que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".

En fin, aquí le prometió la potestad y las llaves, y le hizo príncipe de la Iglesia y pastor de sus ovejas. Y es cosa digna de admiración, que prosiguiendo cuatro o seis renglones más abajo, tratando Cristo con ellos que había de morir, porque así convenía, que había de estar en el sepulcro; porque San Pedro enternecido, oyendo hablar de su muerte y de sus afrentas, a quien le estaba haciendo tan grandes mercedes, dijo: "Nunca tal suceda; ésas no son cosas para tu grandeza, ni dignas del Hijo de Dios", -dice el texto: "Que volviendo y mirando a sus discípulos, amenazó a Pedro". Miró primero con cuidado a todos; y viendo tantos y tales testigos, no reparó en que le acababa de dar las llaves del Cielo, de entregarle sus ovejas, sino que le responde y trata con más rigor, al parecer, que a Satanás en la tentación, pues le dijo: "Vete lejos detrás de mí, Satanás: escandalízasme, porque no entiendes el lenguaje de Dios, sino el de los hombres". Al demonio dijo: "Vete, Satanás". Y a San Pedro, por ser de su lado, de su casa y su valido: "Vete lejos detrás de mí, Satanás", y las demás palabras que he referido del Evangelista, tan desdeñosas.

¿Qué podrán alegar en su favor los que son de parecer que lo que una vez se hizo o dijo, se ha de sustentar, y que no se ha de castigar en público el ministro que yerra, viendo la severidad y despego y rigor con que Cristo trató al primero de su apostolado, no por culpa contra su persona, porque se lastimó de su vida y de sus trabajos? Mire vuestra majestad qué se debe hacer con el ministro que los busca y los compra para su señor, y que quiere para sí el descanso, y las afrentas para su rey.

Quedó de esta reprensión San Pedro tan bien advertido como castigado; pues luego que empezó a ser vicario, después de la muerte de Cristo, porque Safira y su marido, que ya eran fieles, ocultaron una partecilla de sus bienes, los hizo morir luego. Señor, el juez delincuente merece todos los castigos de los que lo son; y el príncipe que le permite, consiente veneno en la fuente donde beben todos. Peor es permitir mal médico, que las enfermedades. Menos mal hacen los delincuentes, que un mal juez. Cualquier castigo basta para un ladrón y un homicida; y todos son pocos para el ministro y el juez que, en lugar de darles castigo, les da escándalo. El mal ministro acredita los delitos y disculpa los malhechores; el bueno escarmienta y enfrena las demasías.

Los reyes y príncipes que, usurpando la obstinación por constancia, tienen la honra y grandeza en llevar a fin lo que prometieron, y continuar sus acciones, aunque sean indignas y poco honestas; -ésos, dejando el ejemplar de Cristo, verdadero Rey, siguen la razón de estado de Herodes, y así le suceden en los asientos, cogiendo semejantes escándalos de sus acciones. "Como hubiese venido día aparejado, Herodes hizo una cena para celebrar sus años, y convidó a los príncipes y tribunos y primeros de Galilea". Pocas veces de cenas hechas a tal gente por ostentación, y no por santificar a Dios, se dejan de seguir los inconvenientes y sucesos que en ésta hubo. Si convidara pobres y peregrinos, fuera la cena sacrificio. Convidó ricos y poderosos, y fue sacrilegio.

Prosigue

Cumque introisset filia ipsius Herodiadis, et saltasset, et placuisset Herodi simulque recumbentibus, rex ait puellae: Pete a me quod vis, et dabo tibi; et juravit illi, quia quidquid petieris dabo tibi, licet dimidium, Regni mei.

"Y como entrase la hija de la misma Herodíades, y -descompuestamente bailase en medio de todos, agradó a Herodes, y juntamente a los convidados. Dijo el Rey a la mozuela: Pídeme lo que quisieres, que yo te lo concederé; y juró que le daría cuanto pidiese, aunque pidiese el medio reino".

De peligrosa condición han sido siempre los convites numerosos: nunca ha faltado o discordia o murmuración.

¿Cuál más misterioso que el postrero que hizo Cristo, que tanto le había deseado antes de morir, que dijo: Desiderio desideravi: "Mucho he deseado cenar esta noche con vosotros". Y con ser Cristo el señor del banquete, y él mismo la comida, y sus apóstoles los convidados -en la mesa más sagrada y de mayores misterios, y donde se instituyó el Sacramento por excelencia, la Eucaristía, que es don de la gracia, se entró Satanás en el corazón de Judas. Dijo el Espíritu Santo, advirtiendo estos peligros: "Mejor es ir a la casa donde se llora, que al convite". ¡Qué parecidos fueron Cristo y Juan! En una cena se trata la muerte de Cristo, y en otra la de Juan. Allí se entró Satanás en el corazón de Judas, y aquí en el del Rey, que había de estar en las manos de Dios. Atienda a las palabras que dice, y conocerá el lenguaje de Satanás. Dice el Rey a la mozuela: "Todo te lo daré". Es nota copiada de la tentación; y con diferentes palabras engañó a Eva, diciéndola lo propio.

El recato de la cena de Herodes se conoce en la entrada que dio a una mujercilla deshonesta y bailadora; el poder del vino demasiado y la tiranía de la gula, en lo que agradó a todos la desenvoltura de los saltos y la malicia de los movimientos. ¿Quién sino demasías de una cena dictaran tal ofrecimiento a un rey? Habló en él lo que había bebido, no la razón. Darete todo lo que me pidieres; y juró que lo haría, aunque le pidiese el medio reino. Fuera de sí estaba, pues ofrece lo que no puede dar. De todos los reyes que a uno dicen que se lo darán todo, se debe temer que se entró Satanás en su corazón, como en el de Herodes: ¿qué se debe temer de los que lo hicieren? "La cual como saliese, preguntó a su madre: ¿Qué pediré?".

Para castigar Dios a un rey que desperdicia lo que había de administrar, que derrama lo que había de recoger, le permite un pedigüeño inadvertido y mal aconsejado. Salió la hija, y preguntó a su madre qué le pediría. ¡Oh juicio de Dios, escondido a nuestra diligencia! Fue a aconsejarse con el pecado del Rey, para pedirle su condenación. Elige el rey mal consejero: no se desengaña advertido; -pues sea consejero de su allegado la culpa del rey, su muerte y su deshonra. "Respondió ella: Pide la cabeza de Juan Bautista." Los que ahítos y embriagados ruegan con el premio a los que merecen castigo, son merecedores de que les pidan su ruina. Aconsejándose con el demonio, pidiole la cabeza de Juan en un plato. "Entristeciose el Rey; mas por el juramento y por los convidados no la quiso entristecer." A grandes jornadas viene el dolor siguiendo a la ignorancia y al pecado. ¡Qué ejecutivo se muestra el arrepentimiento con los tiranos!

Rey que se entristece a sí por no entristecer a sus allegados con remediar los excesos y demasías, ése es el rey Herodes. ¿Entristéceste porque conoces lo mal que la bailadora usó de tu ofrecimiento; y porque juraste y hubo testigos, degüellas al gran Profeta? Di, Rey, ¿por qué dejas entrar en tu aposento a quien pida la cabeza del Santo? ¿Y por qué sientas a tu mesa y tienes a tu lado gente que te acobarde el buen deseo, y que te ponga vergüenza de castigar desacatos? Señor, quien pidiere con bailes y entretenimientos la cabeza del justo, pierda la suya. Todos los malos ministros son discípulos de la hija de Herodias: divierten a los reyes y príncipes con danzas y fiestas; distráenlos en convites, y luego pídenles la cabeza del Rey justo. Rey hipócrita, ¿quieres dar a entender que religioso cumples tu promesa por no quebrar el juramento, y disimulas la mayor crueldad con aparente celo? ¿Entristéceste tú por no entristecer una ramera? Ésta es acción más digna de ignominioso castigo que de corona. Ya que no miraste lo que ofrecías, miraras lo que te pidieron. Mas rey que su bondad no se extiende a más de entristecerse, no es rey: es vil esclavo de la malicia de sus vasallos; y es tan desventurado, que hasta el buen conocimiento le sirve de martirio y los buenos deseos le son persecución, y no méritos, pues se aflige de consentir maldades, que sabe que lo son, por no afligir a los que tiene consigo, y se las piden o aconsejan casi con fuerza. Ea, Señor, empréndase valerosa hazaña, a imitación de Dios que de una vez con palabra digna del motín de los ángeles derribó al mayor serafín y a todo su séquito, sin que de su parcialidad quedase ninguno. La mala yerba si se la cortan las hojas no se remedia, antes se esfuerza la raíz. No importan juramentos, ni palabras, ni empeños. Juramentos hay de tal calidad, que lo peor de ellos es cumplirlos. Sólo de Dios se dice que jurara y no le pesara de haber jurado. El crédito de los reyes está en la justificación de los que le sirven; y la perdición, en el sustentamiento de los que le desacreditan y disfaman. A llevar adelante los errores, a disimular con los malos, ayuda el demonio; y hace castigarlos y reducirlos Dios. Muy cobarde es quien no se fía de esta ayuda, y muy desesperado quien prosigue con la otra.




Capítulo X: No descuidarse el rey con sus ministros es doctrina de Cristo, verdadero Rey.

La voz de la adulación, que con tiranía reina en los oídos de los príncipes, esforzada en su inadvertencia, suele halagarlos con decir que bien pueden echarse a dormir (quiere decir, descuidarse) con los ministros. Éste es engaño, no consejo.

Cristo enseñó lo contrario, pues en lugar de echarse a dormir confiado en los suyos, en los mayores negocios a que los llevó se durmieron, y él velaba. La noche de la cena, Juan el amado se duerme sobre el pecho de Cristo, no Cristo en el de Juan. Pero adviértase que fue para que descansase en quien no tenía descanso por el hombre. El rey ha de velar para que duerman todos, y ha de ser centinela del sueño de los que le obedecen.

Tres grandes negocios trató Cristo, en que llevó a Pedro, Jacobo y Juan; y el último le trató con todos. Fue el primero de gloria en el Tabor cuando se trasfiguró. "Pedro y los demás que con él estaban dormían sueño pesado." En la oración del huerto los despertó más de una vez. En la cena, como he referido, Juan se duerme. En el prendimiento, yendo ya en poder de los ministros, lo que advirtió no fue por su tratamiento ni por su inocencia, sólo habló por sus discípulos: "Dejad ir a éstos." Díjolo, no porque no quería que padeciesen, que ya había mandado que tomase cada uno su cruz y le siguiese; y a Diego y a Juan que beberían su cáliz, que es morir. Mas esto del padecer quiere que sea cuando en su ausencia y en su lugar gobiernen: ahora son súbditos, padezca el Maestro y la cabeza. Cuando temporalmente le sucedieren y cada uno asista al gobierno de su provincia, entonces quien aquí siendo ovejas les desvía la mala palabra, el empellón, la cuerda y la cárcel, les enviará como a pastores y prelados el cuchillo, el fuego, las piedras, la cruz y los azotes, y los pondrá en el albedrío de los tiranos.

Este precepto, en que vive la médula de la caridad, les dejó para que gobernasen con acierto. Durmiéronse en la oración del huerto; cuando los llevó ya sabía se habían de dormir. Despertolos, no para dormirse Cristo, mas para que viesen oraba al Padre, y entendiesen que los negocios grandes aun el propio Hijo de Dios los dispone en la oración, y conociesen cuán eficaz medio es. Cristo suda y agoniza, y ellos vuelven al sueño más seguros. Con todo les dice que velen y oren, no entren en tentación. Pues, señor, si quien duerme, velándole Cristo, es menester que despierte para no entrar en tentación, quien duerme, velando contra su sueño los ministros de Satanás, ¿a qué riesgo irá? ¿Qué tentaciones no harán suertes en él? ¿A qué enemigo no ruega con la puerta de su corazón?

Rey que duerme, y se echa a dormir descuidado con los que le asisten, es sueño tan malo que la muerte no le quiere por hermano, y le niega el parentesco: deudo tiene con la perdición y el infierno. Reinar es velar. Quien duerme no reina. Rey que cierra los ojos, da la guarda de sus ovejas a los lobos, y el ministro que guarda el sueño a su rey, le entierra, no le sirve; le infama, no le descansa; guárdale el sueño, y piérdele la conciencia y la honra; y estas dos cosas traen apresurada su penitencia en la ruina y desolación de los reinos. Rey que duerme, gobierna entre sueños; y cuando mejor le va, sueña que gobierna. De modorras y letargos de príncipes adormecidos adolescieron muchas repúblicas y monarquías. Ni basta al rey tener los ojos abiertos para entender que está despierto; que el mal dormir es con los ojos abiertos. Y si luego los allegados velan con los ojos cerrados, la noche y la confusión serán dueños de todo, y no llegará a tiempo alguna advertencia. Señor, los malos ministros y consejeros tiene el demonio (como al endemoniado del Evangelio) ciegos para el gobierno, mudos para la verdad, y sordos para el mérito: sólo tienen dos sentidos libres, que son olfato y manos; y es tan difícil curar un ciego de éstos, que para sanarle fue menester mano de Cristo, tierra y saliva: en que, a mi ver, se mostró que sola la palabra de Dios en las manos de Cristo, que era su Hijo, con el conocimiento propio, pueden abrir los ojos a tales ciegos.

Y de este género son, y peores por el mayor inconveniente en lo eficaz de su ejemplo, los príncipes que duermen; porque ciegan voluntariamente, y tienen la ceguedad por descanso, y suelen la perdición llegarla a tener por disculpa. El ciego no ve, ni el que duerme: peor es éste que no ve porque no quiere, que el otro porque no puede. El uno es enfermo, el otro malo. No sólo es obligación del buen rey cristiano velar para que duerman sus ovejas, sino velar para despertarlas si duermen en el peligro. Expira Cristo: cerró los ojos; mas cerrolos, (el texto santo lo dice) para que se levantasen muchos cuerpos de santos que dormían en la muerte. Cierra los ojos; y la sangre, y el agua salió de su costado, corriente sacramental de que escribe Cirilo: "Agua para el que juzgó, y sangre para los que la pedían." -Esta corriente pues dio vista al incrédulo. ¡Oh buen Rey! ¡Oh solamente Rey! ¡Oh Rey, Dios y Hombre, que ni muerto cierras los ojos, antes los abres a los que están ciegos!

En los evangelios se hace mención de todas las pasiones que como hombre tuvo Cristo: de la sed, del cansancio: "cansado del camino; tengo sed"; que comió algunas veces; que lloró, que se enojó; amenazó a Pedro, riñole. Que se entristeció, él lo dijo: "Triste está mi alma hasta la muerte"; y cuando Lázaro, y en la muerte de San Juan Bautista. Y con ser acción natural, forzosa honesta el dormir, no se hace mención de que durmió más que en la borrasca. El dormir mucho, es peligroso en los príncipes; el dormir siempre, es condenación y muerte. Los evangelistas a las vigilias de Cristo y a sus desvelos guardaron este decoro, acordándose de que él dijo: "Yo duermo, y mi corazón vela." Y San Pedro Crisólogo tiene por tan escrupuloso el decir, aun una vez, que duerme Cristo, que en el propio lugar de la borrasca, sobre aquellas palabras: "y estaba durmiendo en la popa", dice, razonando oro (tales son sus palabras): "Al que duerme acuden los que velan." Y más abajo seis renglones: "¿Adónde está lo que dice el Profeta: Veis aquí que no dormirá ni se adormecerá el que guarda a Israel? Por sí no duerme, ni para sí se adormece la majestad, que no se puede cansar." Interesose el celo de Crisólogo en dar razón de este sueño y de advertir cuánto velaba Dios en él, y prosigue en esta consideración: "Y no sólo se ha de preciar el rey de no tener sueño, empero ni cama. Así lo dijo Cristo: Las raposas tienen cuevas, y el Hijo del hombre no tiene donde inclinar la cabeza." Tiene discípulos, no tiene privados que le descansen; él los descansa a ellos; su oficio fue su amor, su caridad, su desvelo; vino a redimir, no a ensoberbecer con vanidad a ambiciosos ni entremetidos. Eso es no inclinar la cabeza, ni tener dónde. Discurramos por toda su vida, y veremos que hasta su muerte no inclinó la cabeza: "Inclinada la cabeza dio el espíritu"; y eso fue para darle a su Padre eterno. ¡Oh gran justicia! ¡Oh grande monarca en poco número de gente! ¡Oh majestad inefable, que no tiene Cristo donde inclinar la cabeza, y a Juan en la cena le da donde incline la suya!

El raposo rey, a quien aconseja la maña, la ambición y la tiranía, ése tiene cuevas donde reclinar la cabeza, donde esconderse y donde no parezca rey; mas el Hijo del hombre, el Rey que conoce que es hombre, y que lo son los que gobierna, y que es rey para ellos por voluntad de Dios, ése no tiene cuevas donde esconderse ni donde inclinar la cabeza.- La cabeza de los reyes no se ha de inclinar más a una parte que a otra. El rey es cabeza; y cabeza inclinada, mal enderezará los demás miembros. Reyes hombres: ¡oh si lo temeroso de mis gritos os arrancase despavoridos del embaimiento de la vanidad, y os rescatase de los peligros de vuestra confianza! Cristo dice que su cabeza no se inclina. No es cabeza en el pueblo de Cristo la que se inclina; desdén hace al otro lado; sin atención tiene lo que no ve. Ni se puede dudar que llame raposas Cristo a los reyes que se inclinan a personas ambiciosas y descaminadas. Él lo dijo así: "En el propio día llegaron algunos de los fariseos diciéndole: Sal, y vete de aquí, porque Herodes te quiere matar. Y respondioles a ellos: Id, y decid a esa raposa...". Así la llamó Cristo, y se sabe que Herodias era su descanso.

Al fin, Señor, quien no tiene donde inclinar la cabeza, a Cristo imita; quien tiene donde inclinarla, es raposa, es Herodes. No hay dormir, Señor, ni tener donde reclinar la cabeza: con todos los príncipes habla Cristo por San Lucas: "Bienaventurados aquellos criados que cuando viniere el Señor los hallare velando." Por el contrario serán reprendidos y miserables los que hallare durmiendo; que los reyes son los primeros criados de Dios en más dignidad; y que habla con ellos, Homero lo dijo cuando los llamó, Diotrefees, criados por Júpiter. Favorino interpreta esta voz: "Discípulos de Jove, -discípulos de Dios." Lo propio es Diotrefees, que enseñados. ¿Pues cómo será rey quien no se mostrare enseñado por Dios, siendo ésta su doctrina y su ejemplo, y mandando que velen y no duerman, y llamando bienaventurado sólo al que hallare velando? Los hombres, luego que se durmieron, dieron lugar a los malos para que sembrasen en su heredad cizaña, y aguardaron a que se durmiesen para sembrarla: "Es semejante el reino de los cielos al hombre que siembra buena semilla en su heredad, que luego que se durmieron los hombres, vino su enemigo, y en medio del trigo sembró cizaña."

De suerte, Señor, que no se cumple con la heredad labrándola ni sembrándola de buena semilla, sino que no se ha de dormir; y menos los reyes, porque el enemigo advertido no venga asegurado en el sueño, y siembre abrojos en que se ahogue el grano, se infame la cosecha, y se pierda el trabajo y el fruto.




Capítulo XI: Cuáles han de ser sus allegados y ministros.

(Lc 14)

Ibant autem turbae multae cum eo, et conversus dixit ad illos: Si quis venit ad me, et non odit patrem suum, et matrem, et uxorem, et filios, et fratres, et sorores, adhuc autem, et animam suam, non potest meus esse discipulus. "Iban con él muchas gentes y volviéndose a ellos, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, y a su alma propia, no puede ser mi discípulo."

No les dejó disculpa a los que le habían de asistir, ni les permitió por excusa la ignorancia. Claramente les dijo cómo habían de ser sus ministros, y aquéllos que le habían de acompañar y asistir. ¡Qué desabridas condiciones son para la familia, y para la ambición y vanidad del parentesco! De otra manera funda Dios lo permanente de sus validos, que la negociación y codicia del mundo.

¿Cuál tiene, Señor, ni ha tenido puesto al lado de algún monarca, que lo primero y más importante no juzgue el cercar el príncipe de su familia, introducir sus padres, no sacar las mercedes de sus hermanos, preferir su mujer y sus hijos? Cosa es con que la maña y la codicia y el desvanecimiento acreditan con la naturaleza; y acusados se valen del precepto de honrar padre y madre. ¿Qué haces, soberbio? ¿No adviertes que de quebrar un mandamiento a torcerle va poco? Quien te mandó eso, aconseja estotro. Mira si quieres venir a Dios, porque si quieres, has de aborrecer a tu madre y padre, a tu mujer, a tus hijos, a tus hermanos y a tus hermanas, y tu vida y tu alma, dando primero lugar a la ley evangélica. Así San Pablo: "Ni hago a mi alma más preciosa que a mí." Por San Mateo: "No vine a enviar paz, sino espada: vine a apartar al hombre contra su padre, y la hija contra su madre."

Bien se entiende que quien dijo: Pacem meam do vobis, pacem meam relinquo vobis, que no vino a introducir la disensión. Esto, declaran todos, se dijo por preferir la dignidad del Evangelio y la doctrina de Cristo a los padres. Así San Jerónimo: Per calcatum perge patrem. Eso es cumplir con el precepto. Es doctrina tan larga y de tal verdad la de este capítulo, que no puede ser discípulo de Cristo quien no dejare padres, hijos y hermanos, no siendo rey (cuyo nombre ya queda dicho que es discípulo de Dios); ni puede aceptar quien no los dejare, ni puede ser buen ministro. ¿Descamina otra cosa la templanza de los ánimos en la grandeza y privanza, que la ansia de llenar, con lo que se debe a otros méritos, la codicia de los suyos? ¿A qué no se atreve un poderoso por preferir sus padres, por adelantar sus hijos, por acallar a su mujer, por engrandecer sus hermanos, por desvanecer sus hermanas? ¿Cuál felicidad no adolesció de los desórdenes de la parentela? Si hubiera un poderoso sin linaje, ése fuera durable; mas cuando la naturaleza se le haya negado, se le crece y se le finge la lisonja: todos tienen deudo con el que puede. Grande precepto aborrecerlos a todos, digo, su desorden. Anteponer a la sangre más propia y más viva el bien común, lo justo y lo lícito, olvidar la descendencia y la afinidad, es curar con dieta la persecución casera y el peligro pariente. Así quiere Cristo que lo hagan los que vinieren a él, y es señal que hacen lo contrario los que van al príncipe de las tinieblas de este mundo.

Señor, quien viniere a vuestra majestad, si no amare su real servicio y el bien de sus vasallos y la conservación de la fe y de la religión más que a sus padres, mujer e hijos, hermanos y hermanas, no sea discípulo, no acompañe, no asista. Quiera vuestra majestad estas cosas que le están encargadas, más que a él, y sea rey y reino, pastor y padre; y haga que la verdad enamorada de su clemencia descanse los labios del nombre de señor. Oiga ternezas de hijos, no miedos de esclavos. Ni buen rey debe permitir que sus estados se gasten en hartar parentelas. Sean ministros los que hiciere huérfanos la justificación, y viudos la piedad, y solos la virtud, aunque la naturaleza lo dificulte; que éstos llama Cristo nuestro señor, éstos busca, y éstos admite solos; y si en el reino espiritual se temen padres y mujer o hermanos, en el temporal, donde es tan poderosa la asistencia, la importunación y la vanidad, ¿cuánto será justo temerlo y evitarlo?

Señor, nazca de su virtud el ministro; conozca que le engendró el mérito, no el padre; tenga por hermanos los que más merecieren, por hijos los pobres: que entonces por los padres que deja, viene a merecer que le tengan por tal todos los que son cuidado de Dios nuestro señor, que se lo encarga; seranle alabanza los súbditos, y premio sus desvelos, y podrá ir a vuestra majestad que, en tan nueva vida y en tan florecientes años, trabaja como padre y no como dueño, y atiende a que los que le asisten se desembaracen de lo que el Evangelio prohíbe con distinción tan infalible y tan grande.




Capítulo XII: Conviene que el rey pregunte lo que dicen de él, y lo sepa de los que le asisten, y lo que ellos dicen,

y que haga grandes mercedes al que fuere criado y le supiere conocer mejor por quien es.

(Mt 16)

Et interrogabat, discipulos suos, dicens: Quem dicunt homines esse filium hominis? "Y preguntaba a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el hijo del hombre?".

¡Gran servidumbre padece el entendimiento atareado a responder a sólo aquello que le quisieren preguntar! La libertad de la conciencia respira inquiriendo; y los reyes deben saber lo que les conviene, y no se han de contentar de saber lo que otros quieren que sepan. Una cosa es oír a los que asisten a los príncipes, otra a los que o sufren o padecen a esos tales. Sepa, Señor, el monarca lo que dicen de él sus gentes y los que le sirven; y si esta diligencia pareció a Cristo nuestro señor, Dios y hombre verdadero y solamente verdadero rey, tan importante que la ejecutó con sus discípulos, ¿por qué, Señor, no la imitarán los hombres que por él y en su lugar son administradores de los imperios? Preguntó a sus discípulos, diciendo: "¿Quién dicen los hombres que es el hijo del hombre?". Una pregunta como ésta cada mes ¡qué de lágrimas enjugaría! ¡A qué de ruegos encaminaría audiencia! ¡A cuántos méritos premio, y a cuántas culpas castigo! Mas no sería de provecho si no se preguntase a gente de verdad; antes ocasionara la cautela y la adulación. Mas ellos respondieron: "Unos dicen que eres Juan Bautista, otros Elías, otros Jeremías, o uno de los profetas."

Considere vuestra majestad, Señor, que el que pregunta y quiere saber la verdad, no ha de prevenir la lisonja de la respuesta con la majestad de la pregunta: eso es, Señor, preguntar y responderse, o mandar, preguntando, el género de la respuesta que desea. Cristo Jesús, Hijo de Dios y Dios verdadero, no dijo: ¿Quién dicen que es Mesías; quién dicen que es el Redentor de Israel; quién dicen que es Dios y Hijo de Dios? Sólo dijo: "¿Quién dicen los hombres que es el hijo del hombre?". ¡Grande humildad! Hijo del hombre se llama el Hijo de Dios, y el que permitió que le llamásemos padre y nos lo mandó. Quiere el Señor oír la verdad, no lisonjas; ni su engaño con sus palabras, sino la salud del mundo con sus preguntas. Respondiéronle por esta razón todos los disparates que de él decían las gentes; ni pudieron ser en parte mayores, ni más descaminados, ni de peor intención. Unos decían que era Juan Bautista. ¡Extraña cosa que anduviese tan equivocada la verdad en la boca de los judíos, que a San Juan Bautista tuviesen por Cristo, y aquí a Cristo por San Juan Bautista!

Otros dijeron que era Elías. No pudo menos con su obstinación la ignorancia y la malicia en este nombre que en el pasado. Aquí dicen que es Elías Dios; y en la cruz, cuando llama a Dios, dicen que llama a Elías. No oyen los ingratos, ni tienen sentido para la verdad: el propio Juan Bautista se le había enseñado y dicho quién era; y olvídanse de lo que dice y enseña, y acuérdanse de su persona. De Elías, en la trasfiguración, mostró Cristo a los suyos que le habían referido esta demanda, que era su criado y que le asistía como de su casa. Fue malicia y desatino en todo extremo el decir que era uno de los profetas, Elías o Jeremías o Juan Bautista. Pocos han advertido cuán grande pesadumbre dijeron éstos a los profetas, diciendo que lo era Cristo. Parece que los honraban; y mirado bien, los desmentían. San Juan dijo que Jesús era el ungido y el Mesías. Así lo dijo Jeremías y todos los profetas. Y en decir que Cristo era Juan, Elías y profeta, procuraron disfamar su verdad de todos, y degradar a Cristo. Grandes negocios y máquinas del infierno derribó esta pregunta. Esto, Señor, se logra de preguntar a los buenos y saber lo que dicen los malos.

"Mas vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo" A todos pregunta, y responde Pedro que ha de ser cabeza de la Iglesia. Justo es que el primero hable por todos. Dijo que era Cristo, Hijo de Dios vivo. ¡Gran confesión! ¡Gran cosa acertar en lo que tanto erraban tantos! Y ¡qué a raíz de los aciertos y de los servicios andan las mercedes! Dícele Cristo luego: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra fundaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella; y a ti te daré las llaves del reino del cielo; y cualquiera que ligares sobre la tierra será ligado en el cielo, y cualquiera que desatares sobre la tierra será desatado en el cielo." Justo es, Señor, a quien sirve así y sirve por todos, y conoce y da a conocer a su señor, hacerle grandes y muchas mercedes. El ejemplo tenéis en Cristo que a San Pedro hizo favores tan preferidos y tan grandes.

Enseñó Cristo cómo se ha de preguntar, y qué, y a quién, y cómo se ha de servir y premiar. Poco después dijo Cristo que iba a Jerusalén a padecer y morir, y oyendo esto, dice el texto (Et assumens eum Petrus, coepit increpare illum, dicens), "empezole a reprender Pedro." Adviértase que la palabra assumens está en los Setenta como aquí, y castigada con las propias palabras, y con más. La letra siríaca lee Coepit resistere. Ninguna de las dos cosas eran lícitas a San Pedro con Cristo; porque discípulo, no podía reprender a su maestro, ni resistir, siendo criado, al señor; mas las palabras fueron llenas de terneza y de amor. "El morir, Señor, el padecer se aparte de ti: no es para ti esto." Ama tanto Cristo, nuestro Redentor y Maestro, el morir y padecer por el hombre, que porque San Pedro le decía: Esto tibi clemens, como lee el Siríaco, y en los Setenta: Esto tibi propitius; se enoja y le riñe ásperamente, como se lee en el texto. Son los trabajos tan propios de los reyes, que es culpa estorbárselos y diferírselos, pues su oficio es padecer y velar para la quietud de todos.

Sea conclusión: conviene preguntar el rey lo que dicen de él; es lícito que el que sirve con más fervor, que confiesa más y conoce la grandeza de su señor, hable por todos; es justo que se le hagan juntas, no una, sino muchas mercedes que correspondan o excedan a sus méritos; y es conveniente que si errare, con grande demostración se le riña y se le castigue, sin que se embarace en el favor el castigo.




Gobierno de Cristo-QUEVEDO - Capítulo VIII: No ha de permitir el rey en público a ninguno singularidad ni entretenimiento, ni familiaridad diferenciada de los demás.