Introducción vida devota 121

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CAPÍTULO XXI CONCLUSIÓN PARA ESTA PRIMERA PURIFICACION

Hecha esta promesa, está atenta y abre los oídos de tu corazón para escuchar, en espíritu, las palabras de tu absolución, que el mismo Salvador de tu alma, sentado en el solio de su misericordia, pronunciará, desde lo alto de los cielos, en presencia de todos los ángeles y santos, al mismo tiempo que, en su nombre, te absolverá el sacerdote acá en la tierra. Entonces, toda esta asamblea de bienaventurados, gozosos de tu felicidad, cantará el himno espiritual de incomparable alegría, y todas darán el beso de paz y de amistad a tu corazón, que habrá vuelto a la gracia y quedará santificado.
¡Oh Dios! Filotea, he aquí un contrato admirable, por el cual celebras una feliz alianza con su divina Majestad, pues dándote a Él, le ganas, y te ganas a ti misma para la vida eterna. Sólo falta que tomes la pluma en tu mano y firmes de corazón el acta de tus promesas, y que, después, vayas al altar, donde Dios, a su vez, firmará y sellará tu absolución y la promesa que te hará de darte su paraíso, poniéndose Él mismo, por medio de su sacramento, como un timbre y un sagrado sello sobre tu corazón renovado.. De esta manera, bien me lo parece, ¡oh Filotea!, tu alma quedará purificada del pecado y de todo afecto pecaminoso.
Pero, como que estos afectos renacen fácilmente en el alma, a causa de nuestra debilidad y de nuestra concupiscencia, la cual puede quedar adormecida, pero no puede morir en este mundo, te daré algunos avisos, que sí los practicas bien, te preservarán, en el porvenir, del pecado mortal y de todos sus afectos, para que jamás pueda éste entrar en tu corazón. Y, como que los mismos avisos sirven también para una purificación más perfecta, antes de dártelos, quiero decir cuatro palabras acerca de esta más absoluta pureza, a la cual quiero conducirte.


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CAPÍTULO XXII QUE ES NECESARIO PURIFICARSE DEL AFECTO AL PECADO VENIAL

Conforme se va haciendo de día, vemos con mayor claridad, en el espejo, las manchas y la suciedad de nuestro rostro; de la misma manera, según la luz interior del Espíritu Santo ilumina nuestras conciencias, vemos más clara y distintamente los pecados, las inclinaciones y las imperfecciones que pueden impedir en nosotros la verdadera devoción; y la rnisma luz que nos ayuda a ver nuestras manchas y defectos, enciende en nosotros el deseo de lavarnos y purificarnos.
Descubrirás, pues, ¡oh amada Filotea¡, que además de los pecados mortales y del afecto a los mismos, de todo lo cual ya estás purificada por los ejercicios anteriormente indicados, tienes todavía en tu alma muchas inclinaciones y mucho afecto a los pecados veniales. No digo que descubrirás pecados veniales, sino que descubrirás inclinaciones y afecto a los pecados veniales; y una cosa es muy diferente de la otra, porque nosotros no podemos estar siempre enteramente puros de pecados veniales ni perseverar mucho tiempo en esta pureza, pero podemos muy bien estar libres de todo afecto al pecado venial. Ciertamente, una cosa es mentir una o dos veces, para bromear y en cosas de poca importancia, y otra cosa es complacerse en la mentira y tener afición a esta clase de pecados.


a. Y digo ahora que es menester purgar el alma de todo afecto al pecado venial, es decir, que no conviene alimentar voluntariamente la voluntad de continuar y de perseverar en ninguna especie de pecado venial, porque sería una insensatez demasiado grande querer, con pleno conocimiento, guardar en nuestra conciencia una cosa tan desagradable a Dios como lo es la voluntad de querer desagradarle. El pecado venial, por pequeño que sea, desagrada a Dios, pero no hasta el extremo de que, por su causa, quiera condenarnos y perdernos. Y, si el pecado venial le desagrada, la voluntad y el afecto que tenemos al pecado venial no es otra cosa que una resolución de querer desagradar a la divina Majestad. ¿Es posible que una alma bien nacida no sólo quiera desagradar a Dios, sino también complacerse en desagradarle?

b. Estos afectos, Filotea, son directamente contrarios a la devoción, como el afecto al pecado mortal es contrario a la caridad: debilitan las fuerzas del espíritu, impiden las consolaciones divinas, abren la puerta a las tentaciones, y, aunque no matan al alma, la ponen muy enferma. «Las moscas que mueren en él, dice el Sabio, hacen que se pierda la suavidad del ungüento», con lo que quiere decir que las moscas, cuando apenas se posan sobre el ungüento de modo que comen de él de paso, no contaminan sino lo que cogen, y se conserva bien lo restante; pero, cuando mueren dentro del ungüento le roban su valor y lo echan a perder. Asimismo los pecados veniales; si se detienen poco tiempo en una alma devota no le causan mucho mal; pero, si estos mismos pecados establecen su morada en el alma, por el afecto que en ellos se pone, hacen que pierda la suavidad del ungüento, es decir, la santa devoción.
Las arañas no matan a las abejas, sino que echan a perder y corrompen la miel y embrollan con sus telas los panales de suerte que las abejas no pueden trabajar, pero esto ocurre cuando las arañas se establecen allí. De la misma manera, el pecado venial no mata a nuestra alma; infecta, no obstante, la devoción, y enreda de tal manera, con malos hábitos y malas inclinaciones, las potencias del alma, que no puede ésta ejercitar con presteza la caridad, en la cual consiste la esencia de la devoción; pero esto se entiende de cuando el pecado venial habita en nuestra conciencia por el afecto que le tenemos. No es nada, Filotea, decir. alguna mentirilla, descomponerse un poco en las palabras, en las acciones, en las miradas, en los vestidos, en ataviarse, en los juegos, en los bailes, siempre que, al momento de entrar en nuestra alma estas arañas espirituales, las rechacemos y las echemos fuera, como lo hacen las abejas con las arañas corporales. Pero, si permitimos que se detengan en nuestros corazones, y no sólo esto, sino que nos gusta retenerlas y multiplicarlas, pronto veremos perdida nuestra miel y el panal de nuestra conciencia apestado y deshecho. Pero repito: ¿qué apariencias de sano juicio mostraría una alma generosa, si se gozara desagradando a Dios, si gustase de causarle molestia e intentase querer aquello que sabe que le es enojoso?


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CAPÍTULO XXIII QUE HEMOS DE PURIFICARNOS DEL AFECTO A LAS COSAS INÚTILES Y PELIGROSAS

Los juegos, los bailes, los festines, las pom pas, las comedias no son esencialmente cosas malas, sino indiferentes, y pueden ejecutarse bien o mal; pero siempre son peligrosas, y aficionarse a ellas todavía lo es más. Por lo tanto, Filotea, aunque sea lícito jugar, bailar, adornarse, asistir a representaciones honestas y a banquetes, si alguien llega a aficionarse a ello, es cosa contraria a la devoción y, en gran manera, peligrosa. No está el mal en hacerlo, sino en aficionarse. Es un mal sembrar de afectos inútiles y vanos la tierra de nuestro corazón, pues ocupan el lugar de las buenas impresiones e impiden que la savia de nuestra alma sea empleada por las buenas inclinaciones.
Así, los antiguos nazarenos no sólo se privaban de todo lo que podía embriagar, sino también de los racimos y del agraz; no porque los racimos y el agraz embriaguen, sino porque, comiendo agraz, hay peligro de excitar el deseo de comer racimos y de provocar la afición a beber mosto o vino. Ahora bien, no digo yo que no podamos usar de estas cosas peligrosas; advierto, empero, que nunca podemos aficionarnos a ellas sin que se resienta la devoción. Los ciervos, cuando conocen que están demasiado gruesos, huyen y se retiran a sus escondrijos, pues saben que su grasa les pesa tanto, que les impediría correr, si se viesen atacados: el corazón del hombre cargado de estos afectos inútiles, superfluos y peligrosos, no puede, ciertamente correr con prontitud, ligereza y facilidad hacia su Dios, que es el verdadero término de la devoción. Los niños corren y se cansan detrás de las mariposas; a nadie parece mal, porque son niños. Pero, ¿no es cosa ridícula y muy lamentable ver cómo hombres hechos se aficionan e impacientan por bagatelas tan indignas, como lo son las cosas que acabo de enumerar, las cuales, además de ser inútiles,nos ponen en peligro de desarreglarnos y desordenarnos, cuando vamos en pos de ellas? Por esta razón, amada Filotea, te digo que es menester purificarse de estas aficiones, y, aunque los actos no sean siempre contrarios a la devoción, las aficiones, empero, le son siempre nocivas.


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CAPÍTULO XXIV QUE HEMOS DE PURIFICARNOS DE LAS MALAS INCLINACIONES

Tenemos también, Filotea, ciertas inclinaciones naturales, las cuales, porque no tienen su origen en nuestros pecados particulares, no son propiamente pecado, ni mortal ni venial, pero se llaman imperfecciones, y sus actos se llaman efectos o faltas. Por ejemplo, Santa Paula según refiere San Jerónimo, tenía una gran inclinación a la tristeza y a la melancolía, hasta el extremo de que, cuando murieron sus hijos y su esposo, estuvo a punto de morir de pena. Esto era una imperfección, pero no un pecado, pues ocurría contra su deseo y voluntad. Hay personas que son naturalmente ligeras, otras ásperas, otras contrarias a aceptar fácilmente el parecer de los demás, otras propensas a la indignación, otras a la cólera, otras al amor, y, por decirlo en breves palabras, son pocas las personas en las cuales no se pueda echar de ver alguna imperfección. Ahora bien, aunque estas imperfecciones sean propias y como connaturales a cada uno de nosotros, no obstante, con el ejercicio y afición contraria, pueden corregirse y moderarse, y aun puede el alma purificarse y librarse totalmente de ellas. Y esto es, Filotea, lo que debes hacer. Se ha encontrado la manera de endulzar los almendros amargos, haciendo un corte al pie del tronco, para que salga la savia. ¿ Por qué no hemos de poder nosotros hacer salir de nuestro interior las inclinaciones perversas, para llegar a ser mejores? No existe ningún natural tan bueno que no pueda malearse con los hábitos viciosos; tampoco hay un natural tan rebelde que, con la gracia de Dios, ante todo, y después con trabajo y diligencia, no pueda ser domado y superado. Ahora, pues, voy a darte los avisos y proponerte los ejercicios, con los cuales purificarás tu alma de las aficiones y de todo afecto a los pecados veniales, y, de esta manera, asegurarás más y más tu conciencia contra todo pecado mortal. Dios te conceda la gracia de practicarlos bien.


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TRATADO SEGUNDO



Diferentes avisos para elevación del alma a Dios, mediante la oración y los sacramentos

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CAPITULO 1 DE LA NECESIDAD DE LA ORACIÓN

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1. La oración al llevar nuestro entendirniento hacia las claridades de la luz divina y al inflamar nuestra voluntad en el fuego del amor celestial, purifica nuestro entendimiento de sus ignorancias, y nuestra voluntad de sus depravados afectos; es el agua de bendición que, con su riego, hace reverdecer y florecer las plantas de nuestros buenos deseos, lava nuestras almas de sus imperfecciones y apaga en nuestros corazones la sed de las pasiones.
2. 2. Pero, de un modo particular, te aconsejo la oración mental afectuosa, especialmente la que versa sobre la vida y pasión de Nuestro Señor. Contemplándole con frecuencia, en la meditación, toda tu alma se llenará de Él; aprenderás su manera de conducirse, y tus acciones se conformarán con el modelo de las suyas. Él es la luz del mundo; es, pues, en Él, por Él y para Él que hemos de ser ilustrados e iluminados; es el árbol del deseo, a cuya sombra nos hemos de rehacer; es la fuente viva de Jacob, donde nos hemos de purificar de todas nuestras fealdades. Finalmente, los niños, a fuerza de escuchar a sus madres y de balbucir con ellas, aprenden a hablar su lenguaje; así nosotros, permaneciendo cerca del Salvador, por la meditación, y observando sus palabras, sus actos y sus afectos, aprenderemos, con su gracia, a hablar, obrar y a querer como Él.

Conviene que nos detengamos aquí Filotea, y, créeme, no podemos ir a Dios Padre sino por esta puerta. Pues así como el cristal de un espejo no podría detener nuestra imagen si no tuviese detrás de sí una capa de estaño o de plomo, de la misma manera, la Divinidad no podría ser bien contemplada por nosotros, en este mundo, si no se hubiese unido a la sagrada Humanidad del Salvador, cuya vida y muerte son el objeto más proporcionado, apetecible, delicioso y provechoso, que podemos escoger para nuestras meditaciones ordinarias. No en vano es llamado, el Salvador, pan bajado del cielo; porque, así como el pan se ha de comer con toda clase de manjares, de la misma manera el Salvador ha de ser meditado, considerado y buscado en todas nuestras acciones y oraciones. Muchos autores, para facilitar la meditación, han distribuído su vida y su muerte en diversos puntos: los que te aconsejo de un modo particular son San Buenaventura, Bellintani, Bruno, Capilia, Granada y La Puente.
1. 3. Emplea, en la oración, una hora cada día , antes de comer; pero, si es posible, mejor será hacerlas a primeras horas de la mañana, porque, con el descanso de la noche, tendrás el espíritu menos fatigado y más expedito. No emplees más de una hora, si el padre espiritual no te dice expresamente otra cosa.
2. 4. Si puedes practicar este ejercicio en la iglesia, y tienes allí bastante quietud para ello, te será cosa fácil y cómoda, porque nadie, ni el padre, ni la madre, ni el esposo, ni la esposa, ni cualquier otro, podrán impedirte que estés una hora en la iglesia; en cambio, estando a merced de otros, no podrás, en tu casa, tener una hora tan libre.
3. 5. Comienza toda clase de oraciones, ya sean mentales ya vocales, poniéndote en la presencia de Dios, y cumple esta regla, sin excepción, y verás, en poco tiempo, el provecho que sacarás de ella.
4. 6. Si quieres creerme, dí el Padrenuestro, el Avemaría y el Credo en latín; pero, al mismo tiempo, aplícate a entender, en tu lengua, las palabras que contiene, para que, mientras las rezas en el lenguaje común de la Iglesia, puedas, al mismo tiempo, saborear el admirable y delicioso sentido de estas oraciones, que es menester decir fijando el pensamiento y excitando el afecto sobre el significado de las mismas, y no de corrida, para poder rezar más, sino procurando decir lo que digas, de corazón, pues un solo Padrenuestro dicho con sentimiento vale más que muchos rezados de prisa y con precipitación.

5. 7. El Rosario es una manera muy útil de orar, con tal que se rece cual conviene. Para hacerlo así, procura tener algún librito de los que enseñan la manera de rezarlo. Es también muy provechoso rezar las letanías de Nuestro Señor, de la Santísima Virgen y de los santos, y todas las otras preces vocales, que se encuentran en los manuales y Horas aprobadas, pero ten bien entendido que, si posees el don de la oración mental, para ésta ha de ser el primer lugar; de manera que, si después de ésta, ya sea por tus ocupaciones, ya por cualquier otro motivo, no puedes hacer la oración vocal, no te inquietes por ello y conténtate con decir simplemente, antes o después de la meditación, la oración dominical, la salutación angélica o el símbolo de los apóstoles.
1. 8. Si mientras haces la oración vocal, sientes el corazón inclinado y movido a la oración interior o mental, no te niegues a entrar en ella, sino deja que ande tu espíritu con suavidad, y no te preocupe el no haber terminado las oraciones vocales que te habías propuesto rezar, pues la mental que habrás hecho en su lugar, es más agradable a Dios y más útil a tu alma. Exceptúo el oficio eclesiástico, si estuvieses obligado a rezarlo, pues, en este caso, hay que cumplir con la obligación.
2. 9. En el caso de transcurrir toda la mañana, sin haber practicado este santo ejercicio de la oración mental, debido a las muchas ocupaciones o a cualquiera otra causa (lo cual, en lo posible, es menester procurar que no ocurra), repara esta falta por la tarde, pero mucho después de la comida, porque si hicieres la oración en seguida y antes de que estuviese bastante adelantada la digestión, te invadiría un fuerte sopor, con detrimento de tu salud. Y, si no puedes hacerlo en todo el día, conviene que repares esta pérdida, multiplicando las oraciones jaculatorias, leyendo algún libro espiritual, haciendo alguna penitencia que impida la repetición de esta falta, y con la firme resolución de volver a tu santa costumbre el día siguiente.



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CAPÍTULO II BREVE MÉTODO PARA MEDITAR, Y PRIMERAMENTE DE LA PRESENCIA DE DIOS PRIMER PUNTO DE LA PREPARACIÓN


a. Tal vez no sabes, Filotea, cómo se ha de hacer la oración mental, porque es una cosa que, en nuestros tiempos, son, por desgracia, muy pocos los que la saben. Por esta razón, te presento un método sencillo y breve, confiando en que, con la lectura de muchos y muy buenos libros que se han escrito acerca de esta materia, y, sobre todo, por la práctica, serás más ampliamente instruida. Te indico, en primer lugar, la preparación, que consiste en dos puntos, el primero de los cuales es ponerte en la presencia de Dios, y el segundo, invocar su auxilio. Ahora bien, para ponerte en la presencia de Dios, te propongo cuatro importantes medios, de los cuales podrás servirte en los comienzos.

b. El primero consiste en formarse una idea viva y completa de la presencia de Dios, es decir, pensar que Dios está en todas partes, y que no hay lugar ni cosa en este mundo donde no esté con su real presencia; de manera que, así como los pájaros, por dondequiera que vuelan, siempre encuentran aire, así también nosotros, dondequiera que estemos o vayamos, siempre encontramos a Dios. Todos conocemos esta verdad, pero no todos la consideramos con atención. Los ciegos, que no ven al rey, cuando está delante de ellos no dejan de tomar una actitud respetuosa si alguien les advierte su presencia; pero, a pesar de ello, es cierto que, no viéndole, fácilmente se olvidan de que está presente y aflojan en el respeto y reverencia. ¡Ay, FiIotea! Nosotros no vemos a Dios presente, y, aunque la fe nos lo dice, no viéndole con los ojos, nos olvidamos con frecuencia de Él y nos portamos como si estuviese muy lejos de nosotros; pues, aunque sabemos que está presente en todas las cosas, como quiera que no pensamos en Él, equivale a no saberlo. Por esta causa, es menester que, antes de la oración, procuremos que en nuestra alma se actúe, reflexionando y considerando esta presencia de Dios. Este fue el pensamiento de David, cuando exclamó: «Si subo al cielo, ¡oh Dios mío!, allí estás Tú; si desciendo a los ínfiernos, allí te encuentro»; y, en este sentido, hemos de tomar las palabras de Jacob, el cual, al ver la sagrada escalera, dijo: «¡Oh! ¡Qué terrible es este lugar! Verdaderamente, Dios está aquí y yo no lo sabía» Gn 28,17. Al querer, pues, hacer oración, has de decir de todo corazón a tu corazón: « ¡Oh corazón mío, oh corazón mío! Realmente, Dios está aquí».


a. El segundo medio para ponerse en esta sagrada presencia, es pensar que no solamente Dios está presente en el lugar donde te encuentras, sino que está muy particularmente en tu corazón y en el fondo de tu espíritu, al cual vivifica y anima con su presencia, y es allí el corazón de tu corazón y el alma de tu alma; porque, así como el alma, infundida en el cuerpo, se encuentra presente en todas las partes del mismo, pero reside en el corazón con una especial permanencia, así también Dios, que está presente en todas las cosas, mora, de una manera especial, en nuestro espíritu, por lo cual decía David: «Dios de mi corazón», y San Pablo escribía que «nosotros vivimos, nos movemos y estamos en Dios» (Ac 17,28). Al considerar, pues, esta verdad, excitarás en tu corazón una gran reverencia para con Dios, que está en él íntimamente presente.

b. El tercer medio es considerar que nuestro Salvador, en su humanidad, mira desde el cielo todas las personas del mundo, especialmente los cristianos que son sus hijos, y todavía de un modo más particular, a los que están en oración, cuyas acciones y movimientos contempla. Y esto no es una simple imaginación, sino una verdadera realidad, pues aunque no le veamos, es cierto que Él nos mira, desde arriba. Así le vió San Esteban, durante su martirio (Ac 7,55). Podemos, pues, decir muy bien con la Esposa de los Cantares: «Vedle detrás de la pared, mirando por las ventanas, a través de las celosías» (Ct 2,9).

El cuarto medio consiste en servirse de la simple imaginación, representándonos al Salvador, en su humanidad sagrada, como si estuviese junto a nosotros, tal como solemos representarnos nuestros amigos, cuando decimos: me parece que estoy viendo a tal persona, que hace esto y aquello; diría que la veo, y así por el estilo. Pero si el Santísimo Sacramento estuviese presente en el altar, entonces esta presencia será real y no puramente imaginaria, porque las especies y las apariencias del pan serían tan sólo como un velo, detrás del cual Nuestro Señor realmente presente, nos vería y contemplaría, aunque nosotros no le viésemos en su propia forma.
Emplearás, pues, uno de estos cuatro medios para poner tu alma en la presencia de Dios antes de la oración, y no es menester que uses a la vez de todos ellos, sino ora uno, ora otro, y aun sencilla y libremente.


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CAPITULO III DE LA INVOCACIÓN, SEGUNDO PUNTO DE LA PREPARACIÓN

La invocación se hace de esta manera: al sentirse tu alma en la presencia de Dios, se postra con extremada reverencia, reconociéndose indignísima de estar delante de una tan soberana Majestad, y reconociendo, no obstante, que esta misma bondad así lo quiere, le pide la gracia de servirla y adorarla en esta meditación. Si te parece podrás emplear algunas palabras breves y fervorosas, como lo son éstas de David: «Oh Dios mío, no me apartes de delante de tu faz y no me quites tu santo Espíritu. Ilumina tu rostro sobre tu sierva, y meditaré tus maravillas. Dame inteligencia y consideraré tu ley, y la guardaré en mi corazón. Yo soy tu sierva; dame el espíritu». También te será provechoso invocar a tu Angel de la Guarda y a los santos personajes que entran en el misterio que meditas: como, en el de la muerte del Señor, podrás invocar a la Madre de Dios, a San Juan, a la Magdalena y al buen ladrón, para que te sean comunicados los sentimientos y emociones interiores que ellos recibieron, y en la meditación de tu muerte, podrás invocar al Angel de la Guarda, que estará allí presente, para que te inspire las consideraciones oportunas, y así en los demás misterios.


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CAPÍTULO IV DE LA PROPOSICIÓN DEL MISTERIO, TERCER PUNTO DE LA PREPARACION

a. Después de estos dos puntos ordinarios de la meditación, sigue el tercero, que es común a toda clase de meditaciones; es el que unos llaman composición de lugar, y otros lección interior, y no consiste en otra cosa que en proponer a la imaginación el cuerpo del misterio que se quiere meditar, como si realmente y de hecho ocurriese en nuestra presencia. Por ejemplo, si quieres considerar a Nuestro Señor en la cruz, te imaginarás que estás en el monte Calvario y que ves todo lo que se hizo y se dijo el día de la pasión,

b. o bien te imaginarás el lugar de la crucifixión tal como lo describen los evangelistas. Lo mismo digo acerca de la muerte, según ya lo he indicado en la meditación correspondiente, como también acerca del infierno y de todos los misterios semejantes, en los cuales se trata de cosas visibles y sensibles: porque, en cuanto a los demás misterios, tales como la grandeza de Dios, la excelencia de las virtudes, el fin para el cual hemos sido creados, que son cosas invisibles, no es posible servirse de esta clase de imaginaciones. Es cierto que se puede echar mano de cualesquiera semejanzas o comparaciones, para ayudar a la meditación; pero esto es muy difícil de encontrar, y no quiero tratar contigo de estas cosas sino de una manera muy sencilla, de suerte que tu espíritu no se vea forzado a hacer invenciones. '

c. Ahora bien, por medio de estas imaginaciones, concentramos nuestro espíritu en los misterios que queremos meditar, para que no ande divagando de acá para allá, de la misma manera que enjaulamos un pájaro o sujetamos el halcón con un cordel, para tenerlo sujeto en la mano. Dirá, no obstante, alguno, que es mejor usar el simple pensamiento de la f e o una simple aprensión puramente mental y espiritual en la representación de estos misterios, o bien considerar que las cosas ocurren en tu espíritu; pero esto es demasiado sutil para los que comienzan, y, hasta que Dios no te lleve más arriba, te aconsejo, Filotea, que permanezcas en el humilde valle que te muestro.

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CAPITULO V DE LAS CONSIDERACIONES, SEGUNDA PARTE DE LA MEDITACION

Después. del acto de la imaginación, sigue el acto del entendimiento, que llamamos meditación, la cual no es otra cosa que una o varias consideraciones hechas con el fin de mover los afectos hacia Dios y las cosas divinas: y, en esto, la meditación se separa del estudio y de los demás pensamientos y consideraciones, las cuales no se hacen para alcanzar la virtud o el amor de Dios, sino para otros fines e intenciones: para saber, o disponerse para escribir o disputar. Teniendo, pues, como he dicho, tu espíritu concentrado dentro del círculo de la materia que quieres meditar-por medio de la imaginación si el objeto es sensible, o por la sencilla proposición, si no es sensible-, comenzarás a hacer consideraciones sobre el mismo, de las cuales encontrarás ejemplos prácticos en las meditaciones que te he propuesto. Y, si tu espíritu encuentra suficiente gusto, luz y fruto en una de las consideraciones, te detendrás en ella, sin pasar adelante, haciendo como las abejas, que no dejan la flor, mientras encuentran en ella miel que chupar. Pero, si en alguna de las consideraciones, después de haber ahondado un poco, no te encuentras a tu sabor, pasarás a otra; pero, en esta labor anda despacio y con simplicidad, sin apresurarte.


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CAPÍTULO VI DE LOS AFECTOS Y PROPÓSITOS, TERCERA PARTE DE LA MEDITACION

a. La medítación produce buenos movimientos en la voluntad o parte afectiva de nuestra alma, como amor de Dios y del prójimo, deseo del paraíso y de la gloria, celo de la salvación de las almas, imitación de la vida de Nuestro Señor, compasión, admiración, gozo, temor de no ser grato a Dios, del juicio, del infierno, odio al pecado, confianza en la bondad y misericordia de Dios, confusión por nuestra mala vida pasada: y en estos afectos, nuestro espíritu se ha de expansionar y extender, en la medida de lo posible. Y, si, en esto, quieres ser ayudada, torna el primer volumen de las Meditaciones de Dom Andrés Capilia, y lee el prefacio, donde enseña la manera de explayar los afectos. Lo mismo encontrarás más extensamente explicado, en el Tratado de la Oración del Padre Arias.

b. No obstante, Filotea, no te has de detener tanto en estos afectos generales, que no los conviertas en resoluciones especiales y particulares, para corregirte y enmendarte, Por ejemplo, la primera palabra que Nuestro Señor dijo en la cruz producirá seguramente en tu alma un buen deseo de imitarle, es decir, de perdonar a los enemigos y de amarles. Pues bien, te digo que esto es muy poca cosa, si no añades un propósito especial de esta manera: en adelante no me enojaré por las palabras injuriosas que aquél o aquélla, el vecino

c. o la vecina, mi criado o la criada, dicen contra mí, ni tampoco por tales o cuales desprecios, de que me ha hecho objeto éste o aquél; al contrario, diré tal o cual cosa, para ganarlos o suavizarlos, y así de los demás afectos. Por este medio, Filotea, corregirás tus faltas en poco tiempo, mientras que, con solos los afectos, lo conseguirías tarde y con dificultad.


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CAPÍTULO VII DE LA CONCLUSIÓN Y RAMILLETE ESPIRITUAL

Finalmente, la meditación se ha de acabar con tres cosas, que se han de hacer con toda la humildad posible. La primera es la acción de gracias a Dios por los afectos y propósitos que nos ha inspirado, y por su bondad y misericordia, que hemos descubierto en el misterio meditado. La segunda es el acto de ofrecimiento, por el cual ofrecemos a Dios su misma bondad y misericordia, la muerte, la sangre, las virtudes de su Hijo, y, a la vez nuestros afectos y resoluciones. La tercera es la súplica, por la cual pedimos a Dios, con insistencia, que nos comunique las gracias y las virtudes de su Hijo y otorgue su bendición a nuestros afectos y propósitos, para que podamos fielmente ponerlos en práctica. Después hemos de pedir por la Iglesia, por nuestros pastores, parientes, amigos y por los demás, recurriendo, para este fin, a la intercesión de la Madre de Dios, de los ángeles y de los santos. Finalmente, ya he hecho notar que conviene decir el Padrenuestro y el Avemaría, que es la plegaria general y necesaria de todos los fieles.
A todo esto he añadido que hay que hacer un pequeño ramillete de devoción. He aquí lo que quiero decir: los que han paseado por un hermoso jardín no salen de él satisfechos, si no se llevan cuatro o cinco flores, para olerlas y tenerlas consigo durante todo el día. Por la meditación, hemos de escoger uno, dos o tres puntos, los que más nos hayan gustado y los que sean más a propósito para nuestro aprovechamiento, para recordarlos durante todo el día y olerlos espiritualmente. Y este ramillete se hace en el mismo lugar donde hemos meditado, sin movernos, o bien paseando solos durante un rato.


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CAPÍTULO VIII ALGUNOS AVISOS ÚTILES SOBRE LA MEDITACIÓN

Conviene, sobre todo, Fílotea, que, al salir de la meditación conserves las resoluciones y los propósitos que hubieres hecho para practicarlos con diligencia durante el día. Este es el gran fruto de la meditación, sin el cual, ésta es, con frecuencia, no sólo inútil sino perjudicial, porque las virtudes meditadas y no practicadas hinchan y envalentonan el espíritu, pues nos hacen creer que somos en realidad, lo que hemos resuelto ser, lo cual es, ciertamente, verdad cuando las resoluciones son vivas y sólidas; pero no lo son, sino que, al contrario, son vanas y peligrosas, cuando no se practican. Conviene, pues, por todos los medios, esforzarse en practicarlas y buscar las ocasiones de ello, grandes o pequeñas. Por ejemplo, si he resuelto ganar con la dulzura a los que me han ofendido, procuraré, durante el día, encontrarlos, para saludarlos con amabilidad, y, si no puedo encontrarlos, hablaré bien de ellos y los encomendaré a Dios.
Al salir de esta oración afectiva, has de tener cuidado de no sacudir tu corazón, para que no derrame el bálsamo que la oración ha vertido en él; quiero decir que hay que guardar, por espacio de algún tiempo, el silencio y transportar suavemente el corazón, de la oración a las ocupaciones, conservando, todo el tiempo que sea posible, el sentimiento y los afectos concebidos. El hombre que recibe en un recipiente de hermosa porcelana un licor de mucho precio, para llevarlo a su casa, anda con mucho tiento, sin mirar a los lados, sino que ora mira enfrente, para no tropezar contra alguna piedra, ora el recipiente, para evitar que se derrame. Lo mismo has de hacer tú, al salir de la meditación: no te distraigas enseguida, sino mira sencillamente delante de ti, pero, si encuentras alguno, con el cual hayas de hablar o al que hayas de escuchar, hazlo, pues no queda otro remedio, pero de manera que tengas siempre la mirada puesta en tu corazón, para que el licor de la santa oración no se derrame más de lo que sea imprescindible.

a. También conviene que te acostumbres a saber pasar de la oración a toda clase de acciones, que tu oficio o profesión, justa y legítimamente, requieran, por más que parezcan muy ajenas a los afectos que hemos concebido en la oración. Por ejemplo: un abogado ha de saber pasar de la oración a los pleitos; un comerciante, al tráfico; la mujer casada, a las obligaciones de su estado y a las ocupaciones del hogar, con tanta dulzura y tranquilidad, que no, por ello, se turbe su espíritu, pues ambas cosas son según la voluntad de Dios y en ambas hay que pensar con espíritu de humildad y devoción.

b. Te ocurrirá, alguna vez, que, inmediatamente después de la preparación, tu afecto se sentirá en seguida movido hacia Dios. Entonces, Filotea, conviene darle rienda suelta, sin empeñarte en querer seguir el método que te he dado; porque, si bien, por lo regular, la consideración ha de preceder a los afectos y a las resoluciones, cuando, empero, el Espíritu Santo te da los afectos antes de la consideración, no has de detenerte en ésta quieras o no, pues su fin no es otro que mover los afectos. En una palabra, siempre que se despierten en ti los afectos, debes admitirlos y hacerles lugar, ya sea antes ya después de todas las consideraciones. Y, aunque yo he puesto los afectos después de todas las consideraciones, lo he hecho únicamente para distinguir bien las diferentes partes de la oración; por otra parte, es una regla general que nunca hay que cohibir los afectos, sino que es menester dejar que se expansionen los que se presentan. Digo esto no sólo con respecto a los demás afectos, sino también con respecto a la acción de gracias, al ofrecimiento ya la plegaria, que pueden hacerse entre las consideraciones, y que no se han de contener más que los otros afectos, si bien, después, al terminar la meditación, conviene repetirlos y continuarlos. Pero, en cuanto a las resoluciones es menester hacerlas después de los afectos y al fin de toda la meditación, antes de la conclusión, pues, como quiera que las resoluciones traen a nuestra imaginación objetos concretos y de orden familiar, nos pondrían en el peligro de distraernos, si se hiciesen en medio de los afectos.

c. Entre los afectos y las resoluciones, es bueno emplear el coloquio, y hablar ora a Dios, ora a los ángeles, ora a las personas que aparecen en los misterios, a los santos y a sí mismo, al propio corazón, a los pecadores, como vemos que lo hizo David en los Salmos, y otros santos, en sus meditaciones y oraciones.



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