Gobierno de Cristo-QUEVEDO - y que haga grandes mercedes al que fuere criado y le supiere conocer mejor por quien es.


Capítulo XIII: Los pretensores: atienda el príncipe a la petición, y a la ocasión en que se la piden, y al modo de pedir.

(Mt 20 Mc 10)

Tunc accessit ad eum mater filiorum Zebedaei cum filiis suis, adorans, et petens aliquid ab eo. "Entonces llegó a él la madre de los hijos del Zebedeo, con sus hijos, adorando y pidiendo." Otra letra dice: Et accedunt ad eum Jacobus, et Joannes, filii Zebedaei, que en romance dice así: "Llegaron a Cristo los hijos del Zebedeo, Jacobo y Juan, diciendo: Maestro, queremos que hagas con nosotros todo lo que te pidiéremos. Él les dijo a ellos: ¿Qué queréis que haga con vosotros? Y dijeron ellos: Concédenos que en tu gloria uno se siente a la diestra y otro a la siniestra. Respondiéndolos Jesús, les dijo: No sabéis lo que os pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?". Y más abajo dice el Evangelista: "Y oyéndolo los diez, se empezaron a indignar con Jacobo y con Juan."

Llegose la madre, adorando y pidiendo. Quien adora solamente para pedir, lisonjea, no merece. De esta manera piden los aduladores la reputación del rey, escondiendo en la reverencia la codicia. Nunca la ceremonia afectada acompañó la modestia en el ruego, y pocas veces la razón. Los maliciosos otro camino siguen que los beneméritos: en aquéllos es la humildad cautelosa, y esfuérzase a disimular ambición y atrevimiento; y en éstos es santa y encogida. Los que pidieron a Cristo de esta suerte, alcanzaron gracia; que sin introducción fingida pidió el Centurión, rogándole y diciendo. Dejo sus palabras, que fueron tales que mereció que dijese de él lo que no dijo de otro: "Admirose.- No vi tanta fe en Israel. Ve, y como creíste te suceda." No hace Dios las mercedes porque piden con elegancia, ni las deja de hacer porque piden sin ella: hácelas porque creen bien, porque obran bien, por su misericordia; y así se debe hacer a su ejemplo. Y aunque es así que al principio de este capítulo dice el Evangelista: "Y veis un leproso que viniendo le adoraba, diciendo: Señor, si quieres, puedes sanarme; y fue sano"; -mas bien se conoce la diferencia que hay de venir adorando y diciendo, a venir adorando y pidiendo; y de estas palabras "Señor, si quieres, me puedes sanar" a "Queremos que nos concedas todo lo que pidiéremos." No fue petición presumida la del leproso: habla a Dios en su lenguaje; púsole delante su necesidad, y resignó en su voluntad el remedio, desistiendo de méritos propios y confesando su omnipotencia. "Si quieres, puedes sanarme", más fue confesión que ruego.

¿Quién pidió a Dios con necesidad y humildad, conociendo y confesando en la petición su misericordia, su poder y su sabiduría, que no alcanzase lo que más le convenga? ¿Quién supo ser en pocas palabras tan elocuente con Dios, como el Ladrón? Pues viéndole en la cruz, dando fin a la mayor obra de su amor y voluntad con los hombres, pareciéndole que en su memoria eterna se le estaban representando todas las causas de su amor que le hacían dulce la muerte, se acogió a su memoria y se valió de ella, pareciéndole que llegaba a ocasión que la memoria negociaba grandes cosas con Cristo. No le dijo: Señor, ¿quieres salvarme?: dame tu gloria, deja que te acompañe; sino "Señor, acuérdate de mí". ¡Confiada pretensión! Tan bien supo conocer la clemencia y grandeza del Príncipe, sin presuponer servicios hechos, que siempre deben estar poderosamente impresos en la memoria del príncipe. Alcanzó lo que pedía: no embarazó con ceremonias ambiciosas la voluntad del Señor; fuese con su humildad a apadrinarse de su memoria.

Hoy, según esto, Cristo nuestro señor enseña a los reyes la inadvertencia de las pretensiones, el descamino de los que piden, y el modo de despacharlos; y en esto es en lo que vuestra majestad particularmente no puede ni debe apartar los ojos de Cristo nuestro señor. Quien dijere a vuestra majestad que esto no tiene este sentido, y que hay inteligencias diferentes que lo explican, ése divertir quiere, no encaminar; porque aunque confieso que todos los sentidos que da la Iglesia tiene con propiedad la letra, no deja éste de ser uno de ellos, pues así lo enseñó con acciones de su gobierno en su familia, que fue tal que en pocos instituyó gran monarquía con su doctrina; que llegó a todos los fines de la tierra su voz, y que no tendrá fin. Y tanto conservará vuestra majestad en paz su conciencia, cuanto imitare e hiciere imitar a los suyos esta doctrina; y quien descaminándole de esto le facilitare la inobediencia a tal ejemplo, él se nombra calumniador de la verdad.

"Pidió para sus hijos la mano izquierda y la mano derecha": esto llamamos pedir a diestro y a siniestro; pedir a dos manos. Edad tiene en los pretensores este lenguaje. Con todo, pidió con más cortesía y moderación que sus hijos. No es poco digno de ponderar que pidan más y con menos recato los validos que las mujeres. Esto se ve considerando las palabras de ellos: "Maestro, queremos que nos des todo lo que te pidiéremos". ¡Imperioso razonamiento! Esto es mandar, no pedir. Las palabras del ruego son más blandas, y más de discípulos a maestro, y de criados a señor; no admiten ambición arrojada. Para tratarle como a maestro, pues le confiesan por maestro, debieran decir: Maestro, pedímoste quieras hacer con nosotros lo que fuere tu voluntad.

Aprendan de Cristo los reyes a responder a los allegados, pues los allegados parece que han aprendido a pedir de Jacobo y de Juan, con las palabras, no con la intención, que en ellos fue diferente. Y como aprenden el modo de Jacobo y Juan para pedir, haced, Señor, que aprendan a recibir la dádiva que ellos aceptaron de la muerte y del martirio por su Maestro. Quieren que haga con ellos todo lo que ellos quieren; por eso responde Cristo: No sabéis lo que os pedís. No cura a la demasía la suspensión, ni la mesura, ni la respuesta dudosa. La medicina es responderles en la cara: "No sabéis lo que pedís", a raíz de la pretensión. Dice más abajo, que oyéndolo los diez, se indignaron y se sintieron de Jacobo y de Juan. Pues si siendo apóstoles y escogidos se sintieron de que los dos, siendo como ellos, y más primos del rey, lo pidiesen para sí todo, ¿qué mucho que los hombres se inquieten y desasosieguen, no de ver que dos lo pidan todo, sino (si tal sucediese) de que lo pidiese todo uno o se lo diesen? Pudiera ser caridad este sentimiento si se atribuyese a lástima del señor que lo da o lo deja tomar por su perdimiento, aun antes de que se lo rueguen y arrebaten. Esto, Señor, no sólo no lo han de hacer los reyes, ni consentirlo. Para oído sólo es de grande escándalo entre los santos y justos; ¿qué hará entre los que pretenden lo mismo, y que en la demasía que ven sólo sienten no haber sido los primeros?

Prosigue Cristo en la respuesta el castigo, diciendo: "No sabéis lo que os pedís". Luego les pregunta lo que ellos habían de haber pedido: "¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?". Responden que sí. Ya que no supieron pedir, supieron aceptar.

No se ha visto petición hecha a peor tiempo, ni en ocasión que más se descaminase, pues en todo este capítulo Cristo no trata sino de la resignación y desprecio de los bienes, advirtiendo a aquel príncipe que le llamó buen maestro, pareciéndole que las lisonjas serían tan bien admitidas de los oídos de Cristo Jesús como de los suyos. Dícele el Señor que venda cuanto tiene, y lo dé a los pobres; y viendo que se entristece, dice repetidamente que es muy dificultoso entrar un rico en el reino del cielo, y esto con muchas comparaciones; y luego trata de que va a Jerusalén, que ha de ser entregado, y burlado, y escupido, y crucificado. Y a este tiempo, aun sonando en su boca esta doctrina, llegan a pedirle sus allegados sillas en su reino, habiéndole oído decir que su reino no era de este mundo. ¡Grande divertimiento! ¡Sillas piden a quien no tiene dónde reclinar la cabeza! ¡A quien riñó a Pedro porque quiso hacer tres tabernáculos para el Señor y para los que le asistían! Señor, si conociendo a Cristo por Hijo de Dios y por Dios verdadero, y siendo Jacobo y Juan ministros de suma santidad, y su valimiento tan conforme a su obligación, el lado del Señor, el hablar en el reino, el asistir al Rey ocasionó en ellos tan anticipada petición fuera de propósito, ¿qué hará el lado y favor de los reyes hombres en los que habiendo adquirido con maña la gracia de un príncipe están a su oreja? No sólo pretenderán las dos sillas: tratarán, como Luzbel, de quitarle su trono; pues fue aquel serafín, y su pecado lo será, inventor de las caídas de los poderosos con soberbia.

¿Quiere ver vuestra majestad cuán gran descamino es, no digo yo tomar las sillas, los dos oídos del rey, sino sólo pretenderlas? Que obligaron a Cristo a que en lugar de concederles a sus discípulos, a sus parientes, las sillas que pedían, les concedió la muerte y el martirio sin pedirlo, diciendo: Beberéis mi cáliz; seréis bautizados con mi bautismo. Fue dar a Jacobo el cuchillo, y a Juan la tina. Así padecieron, aunque aquella muerte llena estuvo de favor y de gloria del martirio. No parezca a vuestra majestad rigor, sino regalo, conceder la muerte y el martirio a los que pidieron para sí lo que es para quien el Padre eterno tiene determinado, porque ellos piden como discípulos, y él da como maestro. Puestos tales en los reinos del mundo, pedirlos es tentar. La diferencia fue grande, pero piadosa; y así la aceptaron luego. Breve y docta proposición les hizo Cristo en pocas palabras. Cúlpalos porque piden las sillas, diciendo: "No sabéis lo que os pedís". Prosigue: "¿Podéis beber mi cáliz?". Responden que sí. Y el fervor de aceptarlo muestra que lo que ellos querían era el martirio, y que no supieron pedirlo; porque se viese que Dios sólo sabe dar lo que nos está mejor. "Moriréis mi muerte: sentaros a mi diestra y a mi siniestra no me toca a mí, sino a aquéllos a quien está prometido por mi Padre". Ser rico no es merecer: ser título o hijo de príncipe, no es suficiencia.




Capítulo XIV: Cómo han de dar y conceder los reyes lo que les piden.

(Mt 20)

Nescitis quid petatis. Potestis bibere calicem, quem ego bibiturus sum? Dicunt ei: Possumus. Ait illis: Calicem quidem meum bibetis; sedere autem ad dexteram meam, aut ad sinistram, non est meum dare vobis, sed quibus paratum est a Patre meo. Et audientes decem indignati sunt de duobus fratribus.

"No sabéis lo que pedís. ¿Podréis beber el cáliz que yo he de beber? Respondiéronle: Podemos. Y díjoles: De verdad mi cáliz beberéis; mas sentaros a mi diestra y siniestra no me toca a mí dároslo a vosotros, sino a aquéllos que está dispuesto por mi Padre. Y oyéndolo los diez, se indignaron de los dos hermanos".

Es tan fecunda la Sagrada Escritura, que sin demasía ni prolijidad sobre una cláusula se puede hacer un libro, no dos capítulos. Con pocas letras habla el Espíritu Santo a muchas almas, y sabe la verdad de Dios respirar a diferentes intentos con unas propias cláusulas. No alcanzara yo los misterios del texto de San Mateo, si no los hubiera aprendido de la pluma de aquel doctor angélico Santo Tomás en estas palabras sobre este lugar: "Aquí respondió a petición de gloria. Si dijera el Señor: Yo os la daré a vosotros, entristeciéranse los otros; si se la negara, entristeciéranse ellos. Por eso dijo: Sentaros a mi diestra y a mi siniestra no es de mí dároslo".

Nada olvidan los santos: debajo de sus puntos se disimulan aquellas sutilezas políticas de que hacen tanto caudal los autores profanos. Advierte Santo Tomás que Cristo ni les negó las sillas ni se las concedió, por no entristecer a los que piden ni a los que los oyeron pedir: prudencia de que sólo Dios en tan alto grado es capaz; nota que sólo tan gran padre pudo hacer. ¿Qué otro príncipe, qué monarca supo prevenir la discordia de los atentos, descifrar la petición, dar a conocer la dádiva, valuarla y mostrar que conocía su precio, en palabras tan pocas y tan breves?

Piden las sillas los apóstoles: no se las niega; que bien pueden pedir las sillas los que sirven bien. No es osadía reprensible: es celo fervoroso y confiado. Respóndeles: Nescitis quid petatis. No es reprensión ésta de lo que piden, sino del modo; lo que les pregunta lo declara: ¿Podéis beber mi cáliz, y morir mi muerte? Dicen que sí: responden que lo beberán. Esto fue decirles a los que pedían la gloria: Nescitis quid petatis: "No sabéis lo que os pedís". ¿Sabéis lo que vale mi gloria, y las sillas en ella? Beber mi cáliz y morir mi muerte. Ellos entendiéronlo bien, y luego confesaron el valor diciendo que podían beber su cáliz y morir su muerte.

Quisiera poder hablar con vuestra majestad con tal afecto y tal espíritu en esta parte, que merecieran mis voces estar de asiento en los oídos de vuestra majestad, donde fueran centinela mis palabras en el paso más peligroso que hay para el corazón de los príncipes, en la senda que más frecuentan los aduladores y los desconocidos. Señor, llega un vasallo a pedir a vuestra majestad le haga merced del oficio de consejero; sea respuesta general: No sabéis lo que pedís (suena rigor, y encamina piedad esta cláusula): ¿podréis tener mis trabajos y padecer mis ocupaciones? ¿Hablar bien, y mejor que de vos propio, de los que me sirven más? ¿Podréis solicitar el premio para el benemérito, y olvidaros del interés propio? ¿Podréis desapasionaros de la sangre y del parentesco, y apasionaros de la necesidad y de la suficiencia? ¿Alegareisme mañana, por servicio para mayores cargos, esta merced que hoy me pedís sin ningunos servicios? ¿Podréis anteponer a vuestros hijos, sin virtud ni experiencia, los suficientes y arrinconados? ¿Queréis antes morir tan pobre que pidan para enterraros, que no tan rico que os desentierren porque pedisteis? ¿Podréis dejar antes buen nombre, que nombre de rico? Pues advertid que esto vale, y esto os ha de costar la ropa y la plaza.- ¡Señor, qué grandes dos jornadas camina la reputación del príncipe que da de esta manera! Lo primero, da a conocer el precio de lo que le piden; y lo segundo, que él lo sabe, y quiere que lo sepan los que se le pretenden. Así en los demás cargos y oficios es forzoso hacer esta diligencia, copiándola de la boca de Jesucristo; porque es cierto, Señor, que los que más pretenden, saben lo que a ellos les está bien, no lo que está bien al oficio; y esa diligencia está en la obligación del rey, y a su cargo para su cuenta postrera, donde no tiene lugar de disculpa, antes le tiene de circunstancia, el "no lo entendí, así me lo dijeron, engañeme, ni engañáronme". Pídenle a Cristo la gloria, y dice: No sabéis lo que pedís. ¿Podréis beber mi cáliz, que mi gloria no vale menos, si se da por otra cosa? Dijeron que sí; y no les dio la gloria, ni se la negó. Dice la luz de las divinas letras, Santo Tomás: "Ni se las dio, ni se las negó, porque si se las diera, entristeciéranse los otros; y si se las negara, ellos".

No tenga vuestra majestad por cosa de poco momento el entristecer con las mercedes que le pidieren a los que ven que se las piden; que Cristo, suma sabiduría, lo excusó por inconveniente que para desacreditar todo un monarca no echa menos otra alguna diligencia. ¡Grande y pesada inadvertencia es con una merced, por hacer dichoso al que pide, hacer tristes los que lo ven, y malquistar la justicia y su persona! Mucho cura la suspensión, mucho consuela lo que a mejor tiempo se difiere. Inconveniente es para los atentos muchas veces dar al que pide cuando lo pide; y las mercedes propias, apartadas del ruego, menos enconosas son para los demás. El poder soberano de los príncipes es dar las honras, y las mercedes, y las rentas. Si las dan sin otra causa a quien ellos quieren, no es poder, sino no poder más consigo; si las dan a los que las quieren, no es poder suyo sino de los que se las arrebatan. Sólo, Señor, se puede lo lícito; que lo demás no es ser poderoso sino desapoderado: "No es de mí dároslo a vosotros". ¡Oh voz de Rey eterno, en quien no hay cosa que no sea Dios, sabiduría y verdad, siendo todo en su mano! Y el Señor de todo dice: "No es de mí dároslo o vosotros"; ¡y eran sus primos, y de su colegio sagrado!

¿Qué cosa bastará a persuadir la vanidad de los príncipes, a que dijese: Yo no puedo? La hipocresía de la majestad vana del mundo tiene calificado por infamia el "no puedo", aunque sea contra todos los decretos divinos. Y el poder verdadero, Señor, es poder contra sí conocer los reyes que no pueden lo que no conviene: "Sino para aquéllos a quien lo aparejó mi Padre". ¡Gran Rey, que mira con respeto los decretos de su Padre, y a los que él mira! Es Rey de gloria a quien, como dice Cirilo, "ningún sucesor sacará del reino". Allí les concedió la gloria con tal modo que no entristeció a los diez, ni desconfió a los dos. Así parece lo dice San Juan: "Cualquier cosa que pidiéremos recibiremos de él, porque guardamos sus mandatos"; habiéndoles asegurado él con tal condición. De suerte que allí les concedió la gloria sin concedérsela, como se la negó sin negársela, cuando dijo: Nescitis quid petatis. Díjoles: "¿Gloria pedís? Vale muerte, martirios, afrentas, trabajos". Dijeron que los querían pasar. Dijo que los pasarían; más que dar la gloria y las sillas no era de él, sino para aquéllos a quien su Padre lo tenía decretado. Ya le habían oído decir que el reino del cielo padecía fuerza: "Quien me quisiere seguir niéguese a sí mismo, tome su cruz". Eso es beber su cáliz. Así que, para los que le beben y los que se la cargan y le siguen, tiene su Padre las sillas; y esto lo mostró Cristo en sí mismo, que por el cáliz y por la cruz pasó cargado de nuestras culpas a merecernos la gloria. Dé vuestra majestad juntamente el oficio y noticia de lo que vale; y no dé entristeciendo a los que ven dar a otros; ni entristezca por no dar al benemérito que pide; que discípulo de este evangelio lo conseguirá todo.




Capítulo XV: Buen ministro.

(Mt 17 Mc 9 Lc 9)

Petrus autem, et qui cum illo erant, gravati erant somno, et evigilantes viderunt majestatem ejus, et duos viros qui stabant cum illo: et factum est cum discederent ab illo, ait Petrus ad Jesum: Domine, bonum est nos hic esse: Si vis, faciamus hic tria tabernacula: tibi unum, Moysi unum, Eliae unum, non enim sciebat quid diceret.

"Estaban rendidos al sueño Pedro y los que con él estaban, y despertando vieron la Majestad suya y dos varones que estaban con él; y sucedió en apartándose que dijo Pedro a Jesús: Señor, bueno es que nos estemos aquí. Si quieres hagamos tres alojamientos: para ti uno, para Moisen otro, para Elías otro. No sabía lo que decía".

El mal ministro dijera: Para mí uno, y otro para mí, y para mí el otro, y todo para mí; porque Satanás ha dicho que sus ministros todo lo quieren para sí, y que él todo lo promete a uno. Siempre he buscado con mucha curiosidad y diligencia, en qué estuvo el desacierto de San Pedro en esta ocasión, cuando partió tan como buen ministro, que repartía la comodidad en los otros, sin acordarse de sí para los tabernáculos y mansiones.

Señor, yo afirmara que nunca privado pidió tan cortésmente, ni propuso con tan grande acierto, pues pide y quiere para los muertos los mejores lugares, y para los antiguos criados de casa, como Moisen y Elías, las comodidades, honras y descanso. Ajustada proposición parecerá a todos; y es tan apocado el seso humano, tan limitado el discurso de los hombres, y fía tanto de las apariencias, que cuando está admirando en este ministro esta consulta, de que se debían agradar todos los príncipes por celosa y dictada de la caridad y del celo, dice el Evangelista, sin regalar en manera alguna el lenguaje, sino crudamente: "No sabía lo que se decía". Al criado que todo lo quiere para sí, y no se acuerda de los muertos sino para desenterrarlos de sus sepulturas, ni de los criados antiguos y beneméritos de la casa, sino para ponerles objeciones, ¿qué le dirá el Evangelista? Rey que todo lo da a uno, parece que tiene de Dios, para errar, más poder que el diablo, pues a Satanás sólo le fue concedido prometerlo, y a él le permiten, para más condenación, el darlo. Señor, ya lo he dicho: quien todo lo pide, tienta y no ruega (repetir estas cosas más es celo que prolijidad); demonio es; quiere el que se lo da todo, sea peor que él, pues a él sólo le es dado ofrecerlo.

Cuidadosamente he examinado la inadvertencia de esta propuesta, tan severamente reprendida en San Pedro, príncipe que había de ser de la Iglesia; y habiéndolo considerado muchas veces, hallo que al parecer fue consulta cautelosa y en parte lisonjera, pues pidió para los allegados, y que los vio al lado en la gloria, y en el mejor lugar. Señor, pedir para los que pueden, designio tiene, intención esconde; puede disimular vanidad; secreto va el interés propio disfrazado en la diligencia por el amigo. Dar al poderoso es comprar; pedir para el que priva es negociar, no es ruego.

Débese ponderar con admiración que ni quiere Cristo que pidan las sillas, ni que traten de los que están a su lado. A los que las pidieron para sí, dijo: "No sabéis lo que pedís"; y al que las pidió para los que estaban con él, que no "sabía lo que se decía". No son cosas estas en que ha de hablar nadie: no tiene entrada el discurso en estas materias.

En el Tabor, trasfigurado Cristo, se representaron la desnudez y miseria de los hombres, que habían menester a Cristo en cruz y muerto; y por otra parte Elías y Moysen, que le acompañaban gloriosos. Pedro se olvida en la consulta de los pobres y necesitados, y lisonjea los presentes. No quiere que vaya a morir, ni que baje a Jerusalén. Y también hallo que escondió su interés en la palabra "bueno es que nos quedemos aquí". También regateaba el acompañamiento; y así Cristo, por interesada en la comodidad propia y desapiadada de los necesitados, reprende la consulta donde se pide para los ricos y favorecidos, y se olvidan los pobres y menesterosos. Señor, San Pedro pidió entre sueños: mostró más comodidad que celo; y en las palabras habló con lenguaje ajeno de los oídos de Dios.

Así que, no es buen ministro el que mira por la seguridad del príncipe y por su descanso y el de sus allegados: sólo ése, si olvida los pobres, en nada sabe lo que se dice. Sólo es buen ministro quien derechamente mira a los necesitados. Quien da al poderoso compra, y no da; mercader es, no dadivoso; logro es el suyo, no servicio; más pide dando que pidiendo, porque pide obligando a que le den. Quien pide para el que manda, toma para sí: cautela es, no caridad; no sabe lo que dice; y el mejor remedio es saber lo que con él se ha de hacer. Y copie vuestra majestad esta respuesta del Evangelista, que vendrá siempre a propósito en muchos sucesos; y de los ministros que con afectación se le mostraren muy celosos de su reposo y descanso, tenga más sospecha que satisfacción; y esté vuestra majestad acautelado contra este género de amor que peca en trampa contra la autoridad; pues tanto es mayor el interés del que puede, cuanto más le deja el rey que haga de lo que a él sólo toca: haláganle con el sosiego, y desautorízanle y desacredítanle con el divertimiento del cargo real. San Pedro quería que Cristo, su Señor y Maestro, se estuviese trasfigurado y en gloria, y entre Elías y Moisen; y no supo lo que se dijo, porque al oficio de Cristo, y al ministerio a que vino convenía, no el Tabor, sino el Calvario; no gloria, sino pena; no los lados de Elías y Moisen, sino de dos ladrones. En esto sí habrá quien quiera imitar a Cristo; ni faltarán ladrones que le cojan en medio. Es de advertir que Cristo, nuestro Redentor y Maestro, vivió entre apóstoles y murió entre ladrones.




Capítulo XVI: Cómo y a quién se han de dar las audiencias de los reyes.

(Lc 18)

Afferebant autem ad illum et infantes, ut eos tangeret, quod cum viderent discipuli, increpabant illos. Jesus autem convocans illos, dixit: Sinite pueros venire ad me, et nolite vetare eos; talium est enim regnum Dei.

"Traíanle a Cristo muchachos para que los bendijese, y viéndolo sus discípulos, los despedían con reprensión: mas Jesús, convocándolos, les dijo: Dejad que vengan a mí los niños, y no los despidáis: de estos tales es el reino de Dios."

Tiene tantos achaques en el ánimo más puro el ser ministro en palacio, aunque sea en menudencia, como la puerta donde el portero no es otra cosa sino una dificultad de la llave, y hacer mal acondicionada la cerradura y desacreditar el paso, que enferma con desabrimiento los ánimos más puros. Y conócese bien, pues en los ánimos de los apóstoles puso el dar las audiencias despego merecedor de reprensión tan severa, como Cristo con demostración les hizo.

Señor, todo lo hacen al revés los reyes que no se dan, sin interpretaciones y comentos de codiciosos, a la imitación de Cristo. Retiramiento afectado en los reyes o confiesa sospecha suya o desconfianza; y si es maña, ni disimula ni autoriza; porque la malicia quejosa en los vasallos imagina lo que puede ser y adelántase a cualquier prevención. Rey que se cierra con los ambiciosos y los tiranos, con cuidado se guarda de los buenos y santos y leales, da la llave de la puerta a quien había con particular recato de esconder la casa. ¿De quién te guardas -¡oh descaminado señor!- si te entregas a los que habías de temer?

"Traíanle a él" dice el texto. No es de ahora hallar mala acogida en los malos ministros los que traen a los reyes, y no a ellos. Esto habló así para nuestras costumbres; que los apóstoles es cierto que lo hicieron por no molestar con tanta multitud de gentes a su Maestro, si bien entre ellos estaría Judas que sin duda quisiera que le trajesen a él, y no a Cristo, o que trajeran dineros, y no necesitados. Cristo los convocó, y les dijo: "Dejad que vengan a mí." Así dice el Evangelista, y así habían de decir los príncipes cuando ven que sus ministros dan audiencias con ostentación y ceremonia majestuosa a los vasallos: Dejad que vengan a mí; que os hablen es bien; pero que os busquen para hablaros y que se haga negociación para eso, no conviene a mi cargo: vengan a mí; dejadlos que vengan, que los embarazáis con vuestra vanidad.- Dar audiencia los ministros es forzoso, y pueden cometer gran crimen y escandaloso en el modo de darla, por ser la acción de singular majestad en los reyes, y en España, y Castilla particularmente, no hacer otra con los vasallos en que personalmente el rey ejercite la jurisdicción y soberanía; y si ésta se imita por el criado, es desautoridad; y si se igualase, sería atrevimiento; y si se excediese, lo que Dios no quiera, sería acción que aun ponerle nombre no se puede sin culpa. Por eso Cristo dijo a sus apóstoles, siendo tales: "Dejadlos venir a mí."

Pues si el Hijo de Dios se recata de sus doce apóstoles, porque entre ellos hay un Judas, ¿qué han de hacer los príncipes servidos de malos ministros, que entre doce Judas quiera Dios que apenas tengan un apóstol?

La majestad del rey consiste en estas piadosas demostraciones; porque, bien visto, el pobre y desamparado ha de buscar al rey, y el rey ha de buscar al benemérito; y si los ministros le escondieren el uno y le despidieren los otros, su oficio es llamar a aquéllos y reprender y castigar a éstos. ¿Por qué no parecerá bien, cuando un gran monarca va cercado de armas (en que sólo está el ruido, no la majestad de su persona) y el soldado aparta la viuda y el huérfano, llamarlos él y traerlos a sí, considerando que los menesterosos son la verdadera guarda suya y su más honrado acompañamiento; y la pompa, que no es vana y es preciosa para hablar a los reyes, sólo ha de ser la necesidad y el trabajo?

El rey es persona pública; su corona son las necesidades de su reino: el reinar no es entretenimiento, sino tarea; mal rey el que goza sus estados, y bueno el que los sirve. Rey que se esconde a las quejas y que tiene porteros para los agraviados y no para quien los agravia, ése retírase de su oficio y obligación, y cree que los ojos de Dios no entran en su retiramiento, y está de par en par a la perdición y al castigo del Señor, de quien no quiere aprender a ser rey.

No hay otro oficio en palacio que medre dando, sino el de las audiencias, y por eso quiere más cuidado en todo.

Esta doctrina referida no la aprobarán los poderosos que hacen su caudal de la persecución, desamparando los buenos. En el propio capítulo, admirado de esta acción (no pareciéndole digna del embelesamiento que llaman severidad en los monarcas), le preguntó un príncipe (así le nombra el Evangelio): "Buen Maestro, ¿qué haré yo para tener la vida eterna?". Respondió Cristo: "¿Por qué me llamas bueno?". Entendió que Cristo oiría -lisonjas de tan buena gana como él. Y no habiendo Cristo rehusado adoración, caricia, regalo ni alabanza de la Magdalena, de la vieja que bendijo los pechos que mamó, el Hosanna in excelsis del pueblo, ni la confesión de San Pedro: ésta sola rehusó y despreció y reprendió, a mi parecer, porque no preguntó con deseo de aprovecharse, sino con envidia. Pues luego que oyó decir a Cristo que dejasen venir los niños a él, y que de los semejantes era el reino de Dios, le pareció que se hacía agravio a los ricos, y preguntó qué haría él para entrar en el reino de Dios; y respondiole, después de otras advertencias, que diese lo que tenía a los pobres, que fue decir lo que había dicho, que se hiciese pobre y entraría.

¡Qué república tan diferente de la que mantienen los reyes del mundo! Aquí los ricos no pueden entrar, y entre nosotros no saben salir. Llama a los pequeños, y despide a los poderosos, no porque no admite el reino a todos, sino porque ellos se son estorbo a sí, y en este mundo embarazan y ocupan la entrada a los pobres, y en el otro, como la puerta es estrecha y el camino angosto, ni por el uno ni por la otra caben.




Capítulo XVII: Buen criado del rey que se precia de serlo

No es criado ni ministro del rey el que afecta la grandeza de tal manera, que no sólo es igual a su rey, antes superior: éste es envidioso de la corona, émulo del poder, tirano, criado a los pechos del favor, y alimentado y crecido por la soberbia del desconocimiento y la codicia. San Juan Bautista fue tal en santidad, en nacimiento, en predicación y en oficio, que no deseaban más partes los judíos en un hombre para tenerle por Mesías; y viendo que de parte de la ceguedad del pueblo estaba la duda, para diferenciar al fuego de la centella y al sol del lucero, que es dádiva de sus rayos y viene a traer nuevas del día y a ganar las albricias de la luz al mundo, su vida no la gastó en otra cosa que en desengañarlos y enseñarles la verdad.

"Juan da testimonio de él y clama diciendo: Éste era el que yo dije; el que ha de venir en pos de mí, ha sido antes de mí, porque primero era que yo. Y de su plenitud recibimos nosotros todos, y gracia por gracia. Porque la ley fue dada por Moisés, mas la gracia y la verdad fue hecha por Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás: el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, él mismo lo ha declarado. Y éste es el testimonio de Juan."

Después le preguntan si es Cristo, y confesó que no. Ponderarepetidamente que confesó que no era el ungido, el enviado, que no era Cristo; y dícelo dos veces, por cosa, aun en San Juan, digna de grande admiración. Tan dificultoso juzga el Evangelista que es el no aceptar el criado el honor y grandeza y adoración que se debe al señor. "¿Pues qué cosa? ¿Eres tú Elías? Y dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No. Pues dijéronle: ¿Quién eres, para que podamos dar respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo? Dijo él: yo soy voz del que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías profeta".

Y preguntándole después por qué bautizaba no siendo Cristo, ni Elías, ni Profeta, respondió: "Yo bautizo en agua; mas en medio de vosotros estuvo a quien vosotros no conocéis. Éste es el que ha de venir en pos de mí, que ha sido antes de mí: del cual yo no soy digno de desatar la correa del zapato. Esto fue hecho en Betania, de la otra parte del Jordán, en donde estaba Juan bautizando. El día siguiente vio Juan a Jesús venir a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Éste es aquél de quien yo dije: En pos de mí viene un varón que fue antes de mí, porque primero era que yo. Y como yo no le conocía, mas para que sea manifestado en Israel, por eso vine yo a bautizar en agua. Y Juan dio testimonio diciendo: Que vi el Espíritu que descendía del cielo, como paloma, y reposó sobre él. Y yo no le conocía".

Cuidado fue digno de la fidelidad y reconocimiento de San Juan, éste con que no sólo despide la lisonja que le hacen con tenerle por Mesías, antes, si fuera posible, se desautoriza; hace testigos, y no sólo dice: Cristo lo es todo, pero que él no es nada; siendo "un hombre enviado por Dios, que vino a preparar los caminos al señor, para que creyesen todos por él." Y viendo que la ignorancia y la malicia del pueblo y de los príncipes dudaban en la verdad, y que cegaban con la luz, repite infinitas veces que él no le conocía; que aunque viene después, le envía Cristo, y que fue hecho antes que él; que no merece desatar la correa de su zapato; que es Cristo el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo; que lo aprendió a conocer del Espíritu Santo; y torna a decir que no le conocía.- Este prodigio de santidad sabía estimar el ser criado y mensajero de Cristo, pues supo preciarse de manera, de serlo, que tuvo por más seguro y más justo parecer nada, que a su Señor; e hizo grandes diligencias para persuadirlo a las gentes. ¿Cuándo ningún rey del mundo hizo con criado lo que Cristo con San Juan? Su amistad empezó primero que naciese: los favores se adelantaron al parto en la santificación, pues le santificó. Creció con los dos la voluntad, el favor e igualmente el respeto; después recibió de su mano el bautismo, y de su boca el testimonio de quién era; y hablando de él, dijo Cristo que entre los hijos de las mujeres no había nacido ninguno mayor que San Juan Bautista; y pudiendo gloriosamente y sin deslucir la humildad referir estas acciones, por atender sólo a desengañar pueblo tan entorpecido y desalumbrado, dice que no es nadie, y, cuando más se alarga, dice que es voz de quien clama en desierto, siendo la voz apenas algo.

Señor, criados han de tener los reyes, unos más cerca de su persona que otros, y la voluntad no será en todos igual, y determinará con más afecto en algunos; y entre ellos podrá ser que uno sólo sea dueño de la voluntad del príncipe. No está en eso el inconveniente, si el rey sabe en qué cosas puede hacer a su criado dueño de su voluntad, y el criado cómo ha de usar de este favor y estado.

Rey que llama criado al que le violenta y no le aconseja, al que le gobierna y no le sirve, al que toma y no pide, no pasa la majestad del nombre: es un esclavo, a quien para mayor afrenta permite Dios las insignias reales. No hablamos de éste que le mira con desdén la advertencia cristiana y piadosa. Este tal, Señor, hace justicia de sí propio, y depónese a vista del mundo de la dignidad que alcanzó de Dios para su condenación; y cuando se resigna a sí en otras manos, confiesa su insuficiencia; porque cuando en un rey reina un criado, aquella boca cristiana, ni la lengua de la verdad no le llama rey, sino reino de su ministro; y así se ha de llamar.

San Juan, viendo que le siguen todos y que le acompañan, ve a Cristo, y díceles: Veis allí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo: ése es el Rey; él lo despacha; no hay otro que pueda nada sino él: yo no soy nada. Esto hacen los privados reconocidos y cuerdos: id al rey (y enseñársele); veisle allí; yo no soy nada; él da los cargos; sólo él es señor de todo.

La maña de los criados ambiciosos, en los príncipes divertidos, con facilidad acredita los errores y desautoriza la justificación bien ordenada. Si los consejos proponen y el criado determina, la experiencia y las leyes, y en el as la prudencia y la razón, sirven al albedrío. El rey, Señor (dice un árabe), ha de ser como águila, que ha de tener cuerpos muertos alrededor y no ha de ser cuerpo muerto que tenga alrededor águilas. A los reyes la majestad de Dios, cuando ordenó que naciesen reyes, dioles la administración y tutela de sus reinos: hízolos padres de sus vasallos, pastores; y todo esto les dio con darles el postrer arbitrio en todo lo que les consultaren y propusieren sus consejos y vasallos y reinos. Pues si eso diese un rey a otro hombre, ¿qué guardaría para sí? Nada; porque la corona y el cetro son trastos de la figura, embarazosos y vanos. ¿No era renunciar el reino? Sí; no puede negarse, y es cortés manera de hablar. Era despreciar la mayor dádiva de Dios, y obrar contra su voluntad en perjuicio de tantas almas; pues da el reino a quien Dios no quiso dársele ni halló digno de tal oficio, y es dar el rey lo que Dios le dio para que le sirviese con ello.

Diga a voces la vida de Cristo qué cosa ha de encargar un rey a su criado, y qué han de ser los criados de los reyes.

Lo primero, no han de ser profetas; así lo dice San Juan: "No soy profeta." No hay cosa que tanto desacredite y apoque a los reyes, como criado profeta que responda a los negociantes: Eso se hará; yo haré que se despache; darle han el oficio; saldrá con su pretensión. Éstos son profetas; y dando a entender que saben lo que ha de ser, en todo apocan el poder de su señor.

Han de ser voz del desierto. Yo entiendo aquí eco, porque el eco por sí no dice nada; repite lo que dice otro, y no todo sino los últimos acentos. Así ha de ser el criado, que ha de decir lo que el rey dice, y no tanto como él: unos finales; no al revés que el rey diga lo que dijere el eco; y cuando lo quieran entender de otra suerte ha de ser voz, no lengua, que es señal que ha de ser formado, y no de formar; y no basta que sea voz, sino que lo sea en desierto, sin pompa afectada, sin acompañamientos ambiciosos, compitiendo el cortejo al rey.

De San Juan Bautista, gran criado y valido, no fió Cristo otra cosa que los peligros de la verdad entre los príncipes y reyes. Cuáles son estos peligros en palacio, véase en la brevedad con que la inquietud y juguetes de unos pies deshonestos tuvo por precio de su descompostura la cabeza del Precursor, postre de un banquete y premio de un baile, habiendo sido su pompa el desierto, su ejercicio la penitencia, y llamábase voz que gritaba en desierto. Ni puede ser buen criado quien no lo fuere así; pues eso es ser verdad y decir verdad y tratar verdad, pues los que afectan y profesan ser precursores de la mentira, y a quien los reyes encargan los acrecentamientos del engaño, son voz que clama en poblado; y si el clamar fuese pidiendo, ésa sería voz que roba en poblado.- El buen criado y el malo diferencian en la vida y en la muerte.

Entró en la privanza San Juan Evangelista, y no se lee que tratase con él nada más que con los otros. A él negó las sillas como a los demás; y al huerto y al Tabor llevó a los otros como a él. Cuando murió, en una de las siete palabras le encomendó su madre, que fue encomendarle la viudez y el desconsuelo; y por eso se la encomendó, no con nombre de madre, sino del apóstol, diciendo: "Mujer, ves ahí tu Hijo. Discípulo, ves ahí tu Madre." A todos los apóstoles, ¿qué les encomendó, sino los peligros de la verdad, que fueron sus peregrinaciones, sus muertes y sus martirios?

Elige a San Pablo por apóstol y por privado, y lo primero que hace para que sea buen privado y buen criado, es derribarle. Cayó primero, y no caerá después. ¡Advertida prevención bajarse uno de donde, si no cae, le pueden derribar! Llámase vaso de elección, vaso que escoge para sí: privado quiere decir. Quien supiere leer el texto griego y hebreo, echará de ver que vaso quiere decir arma escogida de Cristo. Siendo antes arma ofensiva contra su testamento y apóstoles, por arma defensiva de todos nombrole por privado suyo desde el cielo. Fuéronlo otros; mas a él se lo dijo. ¿Qué le encargó a este criado escogido, arma escogida, vaso de elección? Encargole los peligros de la verdad. Mire vuestra majestad sus peregrinaciones, sus trabajos, sus naufragios, sus afrentas, su miseria, sus martirios, sus azotes, su muerte.

Diga sus palabras San Pablo, que las pronuncia y escribe la caridad inefable suya: "Pero como fuese libre, de todos me hice esclavo, por ganar más para Dios, no para mí." Eso es ser buen criado del rey, adquirir más para él que para sí. San Pablo lo dice en los Actos apostólicos.

Refiere que el Espíritu Santo por todas las ciudades le protestaba diciendo que le quedaban aparejadas muchas prisiones y peligros en Jerusalén, y añade: No temo nada de esto, ni tengo mi vida por más preciosa que mi alma, como yo acabe mi camino y el ministerio que recibí del Señor. Éste es el ministerio, y éste es el buen ministro, que no hace su vida más preciosa que su alma, y que cuando cuenta sus aumentos y sus servicios: "Son criados de Cristo, y yo también", habla en este caso. Vea vuestra majestad las mercedes y cargos que refiere: "Pasé afrentas, y trabajos, y hambres y sed, peligros en todas partes. Tres veces me azotaron, una me apedrearon; tres naufragios he pasado, y un día y una noche estuve sumergido en el profundo del mar." Diferente relación, y opuesta a ésta, harán los criados que, instruidos del interés, despeñan, no sirven a los reyes. Su alabanza es y sus servicios: He deshonrado muchos, empobrecido más; he hecho morir inocentes y correr fortuna navegantes; he hecho pasar hambres, y fríos y miserias a otros.

Buenos ejemplos son el del buen criado y de San Pablo: el uno en su vida, y el otro después de su muerte. Y no se puede dudar que el buen criado se represente en San Juan, pues lo dice Dios por Isaías, y así lo canta la Iglesia el día de su nacimiento: "Y díjome: Mi criado serás tú en Israel, porque en ti me gloriaré." Y luego consecutivamente: "Y esto dijo el Señor, formándome en el vientre su criado." Así son los criados que Dios hace, y así a su imitación los han de buscar los reyes de la tierra, imitadores de Cristo.

Sirva el criado, y merezca; no mande, no sea árbitro entre el rey y los Consejos; traiga al rey las consultas y los papeles, y alivie al rey el trabajo del mudar las bolsas de los Consejos de una parte a otra, y de abrir los pliegos, de disponerse a los aciertos con su parecer. Cristo se informaba de las partes y de las propias cosas que trataba; no creía relaciones. Tentáronle con malicia y cautela en la materia de jurisdicción; y para responder mandó parecer las monedas, y que ellas hablasen por sí e informasen con sus figuras; y no quiso que en su presencia, en negocios de importancia, una cosa hablase por otra, aunque fuese sin voz.

Lo postrero es, que no ha de desmerecer ninguno por no ser del cortejo del privado, ni del valido; ni por serlo, de adelantarse a otro. Cristo en San Juan lo enseña por San Lucas, capítulo 9. Dijo Juan: "Maestro, vimos a uno que en tu nombre lanzaba demonios, y prohibímoselo, porque no sigue con nosotros." Responde Cristo: "No se lo estorbéis." No es causa para que no tenga el oficio, el cargo, la dignidad, que el criado diga: Señor, no es de los nuestros, no acompaña conmigo. Cristo manda que le dejen hacer milagros al que no tiene contentos y satisfechos a los suyos.




Gobierno de Cristo-QUEVEDO - y que haga grandes mercedes al que fuere criado y le supiere conocer mejor por quien es.