Gobierno de Cristo-QUEVEDO - Capítulo XVII: Buen criado del rey que se precia de serlo


Capítulo XVIII: A quién han de ayudar, y para quién nacieron los reyes.

(Jn 5)

Erat autem quidam homo ibi, triginta et octo annos habens in infirmitate sua. Hunc cum vidisset Jesus jacentem, et cognovisset quia jam multum tempus haberet, dicit ei: Vis sanus fieri? Respondit ei languidus: Domine, hominem non habeo... Dicit ei Jesus: Surge, tolle gravatum tuum, et ambula. "Estaba allí cierto hombre que en su enfermedad había estado treinta y ocho años; y como le viese Jesús caído y solo, y conociese que había mucho tiempo que estaba así, le dijo: ¿Quieres sanar? Respondiole el enfermo descaecido: No tengo hombre para que cuando se mueve el agua me lleve a la piscina; y así mientras yo llego, otro baja. Díjole Jesús: Levántate, toma tu lecho a cuestas, y anda."

Preguntar a un enfermo si quiere ser sano en las enfermedades corporales, se tendrá entre nosotros por cosa excusada; siendo así que en las enfermedades y defectos del alma es la más forzosa pregunta entre todas, pues es cierto que solos están malos los que no quieren sanar. Y échase de ver en que del tener salud es parte el quererla tener, y uno de los primeros aforismos de la medicina espiritual es la voluntad propia prevenida de gracia; y por eso le pregunta Cristo si quiere sanar. No responde que sí: acude a disculparse de la iniquidad que se presuponía de que por su culpa no estaba sano, diciendo: No he tenido hombre.- "El ángel del Señor descendía a cierto tiempo a la piscina, y movíase el agua."

¡Grandes cosas puso Dios delante a los reyes en este capítulo! ¡Terribles voces los da con su ejemplo!

Buen rey y malos ministros es cosa dañosa a la república; y hubo árabe que tuvo opinión que era mejor mal rey y buenos ministros. El ángel venía a dar virtud a las aguas, y revolvía la piscina. Pero si siendo un ángel el que venía del cielo, el que asistía a esta obra, eran tales los ministros, que había treinta y ocho años que estaba éste en su enfermedad por falta de hombre, ¿qué importa que el rey sea un ángel, si los ministros son desapiadados, y entre todos ellos no halla un hombre quien más le ha menester? ¿Qué cosa es una república sino una piscina? ¿Qué ha de ser un rey sino un ángel que la mueva y la dé virtud? ¿Qué cosa son los pretendientes y los beneméritos, y los agraviados, y los oprimidos, y los pobres, y las viudas, sino enfermos que aguardan salud de las aguas de la justicia y de la misericordia y grandeza del rey? Pero si los ministros son tales que prefieren unos a otros por su voluntad, y olvidan al que más necesidad tiene, obligarán a que venga Dios a desagraviar los desvalidos.

Pues si en la piscina que revolvía un ángel que bajaba del cielo, había este desorden, ¿qué habrá en la del gobierno y los cargos y mercedes, que las más veces la revuelve Satanás, y las más veces la revuelven los hombres, o son ministros los diablos, que por otro nombre se llaman los ambiciosos, los soberbios y los tiranos? Señor, bueno es que el rey sea ángel; mas ha de ser para los que supieren ser hombres con los necesitados. Ángel ha de ser; mas por su mano ha de revolver las aguas de la piscina. La virtud él la ha de dar, y no otro; no la ha de remitir a nadie.

Y para ver que el rey es representado por el hombre de esta piscina, se advierta que representándose el linaje humano en este desamparado, le mira Cristo y le pregunta si quiere sanar, y responde: Hominem non habeo: "No tengo hombre". A esto no se respondió hasta que Pilatos coronó a Cristo, y le puso cetro y púrpura y todas las insignias reales, y le condenó a muerte de cruz, donde le llamó rey. Entonces, sin saber lo que decía, respondió al linaje humano diciendo: Ecce Homo: Ves ahí el hombre que te faltaba. El buen rey no ha de faltar a ninguna necesidad. ¡Gran nota para la conciencia de un rey, cuando con verdad dice alguno de sus vasallos: "En necesidad estoy, porque no tengo hombre"!

Los reyes nacieron para los solos y desamparados; y los entremetidos, para peligro, y persecución y carga de los reyes. De éstos han de huir hacia aquéllos. Quien solicita y pretende el cargo, le engaita, o le compra o le arrebata; quien se contenta con hacerse por la virtud digno de él, le merece. A estas cosas no se ha de acudir por relaciones y por terceros: los ojos y los oídos del rey han de ser los más frecuentes ministros. Los necesitados no han de buscar al rey ni a los ministros: esa diligencia su necesidad la ha de tener hecha; los ministros y los reyes han de salirles al camino; ése es su oficio, y consolarlos y socorrerlos, su premio. Para saber si gobierna Satanás una república, no hay otra señal más cierta que ver si los menesterosos andan buscando el remedio, sin atinar con la entrada a los príncipes.

Señor, dos cosas vemos en este evangelio: que el rey ha de ser ángel para dar virtud y hacer milagros, y revolver por su mano la piscina, pues así tendrá virtud, y de otra mano veneno y muerte; y que ha de ser hombre para remediar los necesitados, y dolerse de ellos, y desagraviarlos y darles consuelo.




Capítulo XIX: Con qué gentes se ha de enojar el rey con demostración y azote.

(Jn 2 Mc 11)

Et veniunt Jerosolymam. Et cum introisset in Templum, coepit ejicere vendentes et ementes in templo: et mensas nummulariorum, et cathedras vendentium columbas evertit. Et non sinebat ut quisquam transferret vas per Templum, et docebat, dicens eis: Nonne scriptum est: Quia domus mea, domus orationis est? Vos autem fecistis eam speluncam latronum.

"Y vino Jesús a Jerusalén; y como entrase en el templo, empezó a echar a los que vendían y compraban en el templo, y derribó las mesas de los logreros y las jaulas de los que vendían palomas, y no dejaba que nadie pasase mercancía por el templo, ni un vaso; y enseñaba, diciéndolos: ¿Por ventura no está escrito: "Mi casa es casa de oración"? Vosotros la habéis hecho cueva de ladrones". San Juan, refiriendo esta acción, dice que hizo uno como azote de los cordeles que allí estaban, con que los echó.

No se lee que otra vez con demostración se enojase Cristo, y que castigase con su mano. Tal vez, Señor, conviene que el cordero brame. Cordero era Cristo, y a quien por excelencia llaman manso Cordero; y en esta ocasión armó de severidad su clemencia. Letra por letra parece que el texto del Evangelista está ocasionando a los reyes. Viendo que vendían y mercadeaban en el templo, tomó un azote y echó de él a los logreros, diciendo: "Mi casa es casa de oración". Sábese que vuestra majestad puede decir esto por su casa, y porque fervorosamente con su ejemplo alienta virtud y valor en sus vasallos: sólo resta que abra los ojos sobre los que se la quisieren hacer cueva de ladrones. Si alguna insolencia se atreviere a tanto, los castigue y aleje de sí, y no será; pero temerlo es providencia, y religión estorbarlo; pues veo que Cristo halló en la casa de Dios quien lo hiciese a sus ojos, y no será más privilegiada para los atrevimientos de los impíos y codiciosos la casa de algún rey, que la casa de Dios. Y si sucediere, tome el azote, eche de su casa los que se la desautorizaren; no sólo los eche, los castigue, pero derríbeles las mesas y los asientos, y de ello ni de su ejercicio no quede memoria. Adelanto más la consideración. Si Cristo trata de esta suerte a los que venden en el templo, ¿cómo tratará a los que venden el mismo templo? Para echar aquellos codiciosos mohatreros, dice San Juan que hizo uno como azote; pero para estos contumaces que venden el templo propio, azote ha de ser escogido por el rigor de la justicia: y es lástima de ver cuán bien introducidos están con la absolución los unos y los otros, frecuentando tanto las confesiones como los tratos, haciendo pompa de las comuniones.

El rey puede y debe tener sufrimiento para no castigar con demostración por su mano en todos los casos; mas en el que tocare a desautorizar su casa y profanarla, él ha de ser el ejecutor de su justicia.

Es cierto, Señor, como San Gregorio dice, que toda la vida de Cristo fue lección para nuestro enseñamiento. Cuatro géneros de gente castigó por su mano solamente, echándolos ignominiosamente de sí, esto es echarlos del templo. Y fue tan grande acción ésta, que para mostrar que Cristo nuestro redentor era Hijo de Dios, el glorioso San Jerónimo elegantísimamente la pondera por más alta y misteriosa. No quiero ahogar su estilo: en él se lee mejor todo. Vendió Judas a Jesucristo, que fue vender el templo, y a Dios y a todo el tesoro del cielo. Súpolo antes, y tuvo lástima del mal ministro, no de sí, que había de ser entregado por bajo precio a muerte infame en poder de sus enemigos a quien más bien había hecho y por quien tantas maravillas había obrado. Llégale a entregar, y no le rehúsa el rostro ni se le vuelve. Sabe que le besa por seña que da, no por amor que le tiene; y en lugar de reprensión, le habla y recibe tan regaladamente, diciéndole: Ad quid venisti, amice? "¿A qué has venido, amigo?". Déjase atar y llevar preso; y aquí, porque vio vender en el templo las ovejas, y vio los mohatreros y las palomas que se vendían, hace de las cuerdas azote, y castiga a los que las venden. ¡Gran cosa!, que en él se vendió el Cordero que quita los pecados del mundo, y la paloma purísima. Allí se vio la mayor usura y mohatra que trazó la codicia infernal, y no se enoja; sólo para mostrar que el rey ha de mirar más por los otros que por sí; que él está a cargo de Dios, y los súbditos a su cargo; que es buen pastor que quiere que le vendan por sus ovejas, mas que no quiere consentir que sus ovejas se las vendan. Allí quiere para sí los azotes, y aquí los quiere para los que le venden los suyos; y por eso dice San Juan consecutivamente aquellas palabras: Zelus domus tuae comedit me. Los primeros que refiere San Juan fueron los que vendían ovejas: en éstos se representan los príncipes y procuradores de las comunidades en Cortes, y las justicias que asuelan y destruyen los pobres, los vasallos y los vecinos y encomendados. Eso es vender ovejas; y más vivamente que todos estos se representan los obispos y los prelados, si venden en el templo las ovejas que Dios les encomendó para que apacentasen. Los segundos fueron los que vendían bueyes: en quien se significaron los ricos y poderosos que desustancian los labradores, las justicias que les echan todas las cargas, los gobernadores que los hacen arar para otros, encareciéndoles a precio de sangre el mal año y el socorro. En los numularios y logreros, los que con pretexto de religión hacen hacienda, los que compran las prelacías, los que comen las rentas de los pobres. En los que venden palomas, los que usurpan la hacienda de los huérfanos y viudas, y los persiguen, y de su desamparo y soledad se enriquecen.

Este género de gente, Señor, el rey que los ve en su casa no ha de aguardar a que otro los castigue y los eche. Mejor parece el azote en su mano para éstos, que el cetro.

Oiga vuestra majestad, no a mí, pues no es mi pluma la que habla ni la que escribe. Si vender los regatones y mohatreros en el templo mereció tal castigo en la mano de Cristo, ¿cuál será el que soliciten, si se viese que en el templo se venden mayores cosas por la mano de los prelados y príncipes, a quien Dios dejó el azote para que a su imitación echasen con ignominia a los que lo hicieren? El castigo, Señor, es el permitirlos en muchos pecados que se ven y padecen los ignorantes y los obstinados (que todo es uno), para la censura de la verdad. Echan menos en la paz temporal de esta vida y en el halago de la fortuna el castigo del cielo; no advierten que mayor es la permisión, pues dan mejor cuenta de los delincuentes los castigos rigurosos, que la suspensión de ellos. El permitir Dios nuestro señor un hombre execrable y perdido, es dejarle en manos de sus delitos y suyas; y el castigarle es darle a conocer la fealdad de sus ofensas. La permisión adormece, y el castigo despierta y escarmienta. Así que, es lenguaje conforme al estilo de Dios: Mucho nos permite, mucho nos consiente; luego mucho nos castiga. Y por el contrario: Mucho nos castiga; mucho nos ama. El justo llamará al castigo diligencia que Dios hace para recobrarle: estimaralo por cuidado y celo de sus aciertos. Quien merece los castigos de la ira de Dios, y no los tiene en este mundo, no diga que no los padece, sino que no los conoce ni los cree; y ésa es toda la ira e indignación suya. Señor, ya que (como he dicho) su casa de vuestra majestad por sí puede decir que es de oración, tome el azote, si se ofreciere, y eche de ella los que intentaren hacérsela cueva de ladrones; prosiga lo empezado, viva imitándose a sí, no se canse de copiarse las acciones de un día en otro.




Capítulo XX: El rey ha de llevar tras sí los ministros; no los ministros al rey.

Al rey solas las obligaciones de su oficio y necesidades de su reino y vasallos le han de llevar tras sí.

En todo el Testamento Nuevo no se lee otra cosa, hablando de los apóstoles y Cristo, sino sequebantur, seguíanle. No se lee que Cristo los siguiese jamás: él los llevaba siempre donde quería; no ellos a él. "Cada uno tome su cruz, y me siga.- Sígueme", dijo al apóstol que llamó. Y los que le hacen cargo de buenos criados, no dicen otra cosa sino: "Ves que lo hemos dejado todo, y te hemos seguido." ¡Gran diferencia de criados buenos de Cristo, a criados de Satanás y de sus tiranos! Todo lo dicen y hacen al revés; dirán a sus reyes: Ves aquí que lo hemos tomado todo, y héchote que nos sigas y andes tras nosotros arrastrando.

El rey imitador de Cristo ha de considerar que él dijo, para decir que era verdadero rey del cielo y verdadero Dios: "Yo soy camino, verdad y vida." El rey es camino, claro está, y verdad y vida. ¿Pues cómo podrá ser que el camino siga al caminante, debiendo el caminante seguir el camino? El rey que es camino y verdad, es vida de sus reinos; el que es descamino y mentira, es muerte. Rey adestrado, es ciego; enfermedad tiene, no cargo; bordón es su cetro; aunque mira, no ve. El que adiestra a su rey, peligroso oficio escoge; pues, si lo ha menester, se atreve al cuidado de Dios. Mucho se aventura si el rey no lo ha menester. No le guía, le arrastra y le distrae; codicia, y no caridad tiene. No es servicio el que le hace, sino ofensa; y disculpa los odios de todos contra su persona.

De ninguna manera conviene que el rey yerre; mas si ha de errar, menos escándalo hace que yerre por su parecer, que por el de otro. Nada ha de recelar tanto un rey como ocasionar desprecio en los suyos; y éste sólo por un camino le ocasionan los reyes, que es dejándose gobernar. Un rey cruel es rey cruel, y así en los demás vicios; mas un rey falto de discurso y entendimiento (si tal permitiese Dios), como para ser rey ha de ser primero hombre, y hombre sin entendimiento y razón no puede ser, -ni sería rey, ni hombre, y el desprecio le hallaría semejante a cualquier afrentosa comparación. Y por esto nada ha de disimular tanto un príncipe, como el tener necesidad en todo de advertencia, y haber de decir siempre: Llevadme y guiadme; yo iré tras de vosotros. Y al ministro que tiene a cargo el suplir la falta de su príncipe, sola le puede conservar la arte con que hiciere que se entienda siempre que obra su señor sin dependencia; porque el día que se descubriere el defecto, o por vanidad mal entendida del allegado, o por descuido artificioso para espantar con la omnipotencia o llamar a sí las negociaciones, persuadidos de la codicia-, ese día se sigue al uno el desprecio, y al otro el peligro manifiesto y merecido; y cada uno presume de apoderarse de aquella voluntad, y nadie echa al otro sino por acomodarse; y por esto unos serán persecución de otros, y nunca se tratará del remedio, y será la variedad, si no peor en los efectos, más escandalosa y aventurada. Assumit Jesus Petrum et Jacobum et Joannem. A los grandes negocios lleva Dios nuestro Señor a sus discípulos, aquí y al huerto. Y si quiere ver vuestra majestad en los reyes la diferencia que hay de llevar a ser llevados, una vez sola que Cristo nuestro redentor fue llevado de un ministro, el ministro fue el demonio, porque en otro no hubiera descaramiento para atreverse a llevarle: dos veces le llevó, una al templo para que se despeñase, y otra al monte para que le adorase. Mire vuestra majestad los que llevan a los reyes adónde los llevan: al templo para que se despeñen, al monte para que los adoren; todo al revés, y todo a su propósito. Pues si el diablo se atreve a llevar a Cristo a estas estaciones, ¿adónde llevará a los hombres que se dejaren llevar de él y de los suyos?

El corazón de los reyes no ha de estar en otra mano que en la de Dios. El Espíritu Santo lo quiere así, porque el corazón del rey en la mano de Dios está sustentado, favorecido y abrigado; y en la de los hombres, oprimido, y preso y apretado. ¿Quién puede errar, siguiendo en vuestra majestad los pasos, siempre encaminados a tanta religión, justicia y verdad, acciones tan piadosas, y deseos tan verdaderamente encendidos en caridad de sus vasallos y reinos? Y al fin, Señor, quien sigue a su rey va tras la guía y norte que Dios le puso delante; y quien le lleva tras sí, si tan detestable hombre se hallase, de su luz hace sombra. No quita esto que el rey y el príncipe no sigan el consejo y la advertencia; pero hay gran diferencia entre dar consejo y persuadir consejo. Una cosa es aconsejar, otra engaitar. Tomar el rey el consejo es cosa de libre juicio: que se le hagan tomar es señal de voluntad esclava. Señor, el buen criado propone, y el buen rey elige; mas el rey dejado de sí propio, obedece.

No sólo deben los reyes no andarse tras otro, ni dejarse llevar donde otro quisiere, sino que inviolablemente han de mirar que los que le siguieren a él puedan decir, y digan: Ves que lo hemos dejado, y te hemos seguido; -porque en lo que se peligra al lado de los reyes, es en no dejar nada para otro, y en tomárselo todo para sí.




Capítulo XXI: Quién son ladrones y quién son ministros, y en qué se conocen.

(Jn 10)

Amen, amen dico vobis: Qui non intrat per ostium in ovile ovium, sed ascendit aliunde, ille fur est et latro. De verdad, de verdad os digo: quien no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, aquél es ladrón y robador.

Da Cristo las señas en que se conoce quién es ladrón. Cosa clara es que quien entra por la puerta llamando, y le abre el portero (no lo que dio, y el regalo, y la negociación), que es dueño de casa, y pastor; mas quien sube por la ventana, o por otra parte escala la casa, ladrón es, a robar viene, él lo confiesa. Qué se entiende por puerta y qué cosa sea escalar, temo de decirlo; porque el mundo es de tal condición, que los ladrones no recelan que los conozcan; antes en eso tienen la medra y la estimación. No está el provecho en ser ladrón, sino en ser conocido por tal. Sólo vale contigo, si eres tirano, el que tú hiciste partícipe de mayor delito. Así lo escribió Juvenal: Quien te fía secreto honesto, no te teme, y por eso no te estima: sólo es acariciado quien como cómplice y sabidor, cuando quiere, puede acusar a su señor. Eso tiene lo mal hecho peor, que no se puede fiar su ejecución sino de malhechores. Dar señas de ladrones es buscarles cómodo, ponerlos con amo, solicitarles la dicha y dar noticia de lo que se busca. Esto siempre pasó así en el mundo: dícenlo escritores de aquellos tiempos; y no me espanta sino que dure tanto mundo que siempre ha sido así. Yo no lo dudo, y creo que nació inocente, que poco a poco se ha apoderado de él la insolencia de los afectos, y que hoy se padece la obstinación de sus imperfecciones.

Esto de entrar por otra parte y dejar la puerta, el primer hombre fue el primero que lo hizo; pues quiso ser semejante a Dios, no por la puerta, que era su obediencia, sino por el consejo de la serpiente; y en pena el serafín le enseñó la puerta que dejaba, y se la defendió con espada de fuego. ¡Gran cosa que estén las puertas yermas y desiertas, que nadie entre por ellas estando abiertas y rogando con el paso, y que todo el tráfago y comercio sea por los tejados y ventanas! Señor, la puerta es el rey, y la virtud, y el mérito, y las letras y el valor. Quien entra por aquí pastor es, la casa conoce, a servir viene. Quien gatea por la lisonja, y trepa por la mentira, y se empina sobre la maña y se encarama sobre los cohechos, -éste que parece que viene dando y a que le roben, a robar viene. El mayor ladrón no es el que hurta porque no tiene, sino el que teniendo da mucho, por hurtar más.

Pondero yo que si es ladrón, como dice Cristo, quien viene por los tejados y azoteas, ¿qué sería el señor del redil o el pastor a quien está encargado, si de parte de adentro, viendo escalar su majada, diese la mano a los ladrones para que entrasen a robarle? Éste sería disculpa de los ladrones. No hay nombre que no sea comedido, si tal sucediese: por no ser cosa creíble, no tiene ignominiosos títulos tal iniquidad. Fácilmente, Señor, conocerá vuestra majestad esta gente en el ejercicio; y lo que más ayuda a conocerlos es el estar tan bien acreditado el nombre de ladrón, que es su eminencia y su ambición.

San Pablo, buen pastor, buen prelado, buen gobernador, buen valido de Cristo, escogido para defensa de su nombre, ¿cómo vivió, qué hizo, qué dijo, por dónde entró? Óigalo vuestra majestad de su boca, en estas palabras que refiere el capítulo 20 de los Actos. Después de haber juntado los más viejos de la iglesia de Éfeso, y protestádoles lo que había trabajado por su bien desde el día que entró en Asia, sin perdonar por su salud algún trabajo, dice: "Por lo cual hoy os hago testigos que estoy limpio de la sangre de todos." -Si depusiese la venganza, y el recelo y la envidia de los que pueden, no sería pequeño proceso el que en esta parte se haría; que pocos pueden en el mundo que puedan decir esto; y quien esto no puede, no puede nada. ¡Cuántas vidas cuesta la conservación de la vanidad de los ambiciosos, y el entretenerse en el peligro, y el dilatar la ruina, y el divertir el castigo, que no es otra cosa lo que gozan los miserablemente poderosos en el mundo! Y es la causa, que como al subir trepan para escalar, por no entrar por la puerta, al salir se despeñan por bajar. Prosigue San Pablo: "La plata, ni el oro o el vestido de ninguno he codiciado, como sabéis; porque para lo que yo había menester y los que conmigo están, estas manos me lo dieron."

¡Qué pocos ministros saben hacer desdenes al oro, y a la plata y a las joyas! ¡Qué pocos hay esquivos a la dádiva! ¡Qué pocas dádivas hay que sepan volver por donde vienen! Pues, Señor, no es severidad de mi ingenio, o mala condición de mi malicia: no tengo parte en este razonamiento. San Pablo pronuncia estas palabras: Quien codicia el oro y la plata, es ladrón, a robar vino, no entró por la puerta; porque el buen ministro, el buen pastor, no sólo no ha de codiciar para sí, pero lo mismo ha de protestar de los suyos, para quien tampoco tomó nada; que a sí y a ellos dice que sus manos daban lo que habían menester. Tan lejos ha de estar el pedir del ministro, que aun por ser pedir limosna pedir, ha de trabajar primero en su ministerio, que pedirla: así lo hizo San Pablo. ¡Qué honroso sustento es el que dan al ministro sus manos! ¡Qué sospechoso y deslucido el que tiene de otra manera al juez, al obispo, al ministro o al privado! Sus manos le han de dar lo que ha menester, no las ajenas. Así lo dice San Pablo, y con eso justifica el haber cumplido su ministerio con la pureza que debía. Miren los reyes a todos a las manos, y verán si se sustentan con las suyas, o con las de los otros; y también conocerán si entran por la ventana o por la puerta; pues los que entran por la puerta entran andando, y los que entran por otra parte suben arañando, y sus manos son sus pies, y las manos ajenas sus manos.




Capítulo XXII: Al rey que se retira de todos, el mal ministro le tienta; no le consulta.

(Mt 4)

Tunc Jesus ductus est in desertum a Spiritu, ut tentaretur a diabolo. "Entonces fue Cristo llevado al desierto por el Espíritu, para que fuese tentado del diablo."

Espíritu se entiende por el Espíritu Santo. Entró Satanás, viendo retirado a Cristo, a negociar con él; y estanle remedando todos los malos ministros con los príncipes que se retiran.

A los solos no hay mal pensamiento que no se les atreva; y el ministro Satanás al príncipe apartado de la gente osadamente le embiste; porque quien trata con uno solo, él propio guarda las espaldas a su engaño y perdición y él la ocasiona y asegura de sí, para que se le atrevan los vanos y codiciosos. Quien a todos se descubre y no se esconde a sus gentes, pone en peligro manifiesto los mentirosos, la ambición y la maña, y déjase hallar de la verdad.

Tres memoriales trajo para despachar, creciendo el desacato y atrevimiento de uno en otro; y el primer memorial contenía tal petición: "Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se vuelvan panes." Había dicho Cristo: "¿Quién hay de vosotros que si su hijo le pidiere pan, le dé una piedra?". Para dar piedras a quien ha menester pan, no basta ser mal hombre, es menester que sea Satanás. Por eso dice Cristo que no habrá hombre de ellos que lo haga.

Y eso es lo que el diablo hace con Cristo: vele con hambre, flaco, en ayuno tan largo, y ofrécele piedras. Lo mismo hacen los ministros que ven a sus reyes en desiertos, habiendo ellos con sus tiranías hécholes desiertos los reinos: en lugar de socorrerlos, los tientan; piedras les ofrecen cuando tienen necesidad de pan.

Digo, Señor, que el primer memorial que despachó fue que hiciese de las piedras pan: por aquí empieza sus despachos todo mal ministro. En sí y en lo que le sucede lo verán los príncipes; pues el que llega a su rey proponiéndole un idiota, un vicioso, un vano, un mal intencionado, un usurero, un cruel, para el obispado y para la judicatura, para el virreinato, para la secretaría, para la presidencia, -ése ¿qué otra cosa propone sino el memorial de Satanás que, de las piedras del escándalo de la república endurecidas en sus vicios, haga pan? Y estos malos ministros, siempre sujetos a la codicia insaciable, procuran (por mayor interés) que los reyes hagan de las piedras para ellos pan; pues el hacer de un mañoso indigno de algún lugar, un prelado, es suyo el provecho.

El segundo negocio que pretendió despachar fue éste: Assumpsit eum diabolus in sanctan civitatem, et statuit eum super pinnaculum templi, et dixit ei: Si filius Dei es, mitte te deorsum. Dice que le arrebató, que le llevó aprisa (se entiende el demonio, con permisión suya: así lo declara Maldonado) a la ciudad santa, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo (éste es el memorial): Si eres hijo de Dios, échate de ahí abajo.

Lo primero que propone el ministro Satanás y tentador, es que haga de las piedras pan, como hemos dicho. Lo segundo a que se atreve es pedirle que se despeñe, que no repare en nada: eso es despeñarse.

Y no deben fiarse los reyes de todos los que los llevaren a la santa ciudad y al templo; que ya vemos que a Cristo el demonio le trajo al templo. ¿Qué cosa más religiosa y más digna de la piedad de un rey, que ir al templo y no salir de los templos, y andar de un templo en otro? Pero advierta vuestra majestad que el ministro tentador halla en los templos despeñaderos para los reyes, divirtiéndolos de su oficio; y hubo ocasión en que llevó al templo, para que se despeñase, a Cristo.

El postrer negocio, en que Satanás mostró lo sumo a que puede llegar su descaramiento, refiere el Evangelista en estas palabras: "Otra vez le arrebató el demonio, y le llevó a un monte excelso, y le enseñó todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: Todo te lo daré, si cayendo me adorares."

El ministro que propone el primer memorial, que es hacer de las piedras pan, de los insuficientes y no beneméritos magistrados, -el segundo que propone alentando su insolencia, es que se despeñe, como hemos visto; y a estos dos sigue el tercero y último, que es decirle que se hinque de rodillas y le adore: tenerle en poco, despreciarle, que el rey ruegue y el vasallo lo mande. ¡Aquí puede llegar la soberbia y el desvanecimiento: a trocar los oficios del señor al criado!

Pues, Señor, si Satanás habiendo propuesto a Cristo el primer memorial y habiéndole despachado mal y con advertencia severa, se atrevió a proponer el segundo de que se despeñase; y habiéndole en él reprendido con rigor, se atrevió a consultarle el tercer memorial de que adorase caído en el suelo, ¿qué hará con el rey que despachare bien el primero y mejor el segundo? Paréceme a mí que el tercero va negociado sin resistencia, y luego sin duda adorará a Satanás y a su tentación. Pondero yo que le llevó al templo a despeñarle, y al monte a que le adorase, pareciendo que la idolatría suya estuviera más en el lugar que quería en el templo, que en el monte; y conócese que procura desconocer su intento y disfrazar su designio con el nombre de la santa ciudad, y con el templo. Así disfrazan su intención los que osan tomar los altares por achaques a sus cautelas.

He advertido que el demonio, en la tentación de las piedras empieza diciendo: Si filius Dei es: "Si eres hijo de Dios." Y en la segunda, que en San Lucas se refiere en postrer lugar, cuando le dijo que se despeñase, empieza con las propias palabras: Si filius Dei es: "Si eres hijo de Dios." Solamente cuando le dice que le adore postrado en tierra, no dice: Si filius Dei es; las cuales palabras entienden los más afirmativamente: "Pues eres hijo de Dios"; y dice Maldonado que lo había oído cuando en el Jordán se oyó aquella voz: Hic est filius meus dilectus: "Éste es mi hijo amado." Esto supuesto, digo que en las dos proposiciones le tentó como hijo de Dios y como a Dios, pidiéndole milagros de la omnipotencia, como hacer de las piedras pan y echarse del pináculo para que los ángeles de su padre le sirviesen de nube; y en la tercera le tentó como a hombre, ofreciéndole reinos temporales, y despreciándole tanto, que le dijo que le adorase. Sabe el demonio que representándoles la gloria y vanidad, fiado en su ambición, puede en trueque (no de dárselos, que no aguarda a eso la codicia, sino de prometérselos) pedirles que le idolatren, y se humillen y aniquilen; y como usó de este lenguaje con Cristo, no le dijo: Si filius Dei es; antes en todo le trató como a hombre, enseñándole como hemos dicho reinos y gloria de la tierra y pidiéndole cosa que sólo a un hombre solo se podía proponer. Y así, Cristo nuestro Señor a las dos propuestas, le respondió a la primera: Non in solo pane vivit homo: "No de solo pan vive el hombre"; que fue respuesta concluyente. A la segunda le reprendió, mostrando que le había conocido, y dándose por entendido de su pretensión, pues dijo: "No tentarás a tu Dios"; que era lo que él quería hiciese. A la tercera (que tocó en desprecio insolente de su oficio, y en no querer darse por entendido, habiéndole hablado tan claro, antes había crecido la insolencia), no sólo le respondió y le reprendió, pero le castigó severamente, diciendo: "Vete, Satanás." Señor, en llegando a despreciar la persona real y el oficio y dignidad suya, no hay sino nombrar a Satanás por su nombre, y despreciarle y echarle de sí.

Señor, Ministros que lo ofrecen todo, son diablos. Dijo Satanás: Quia mihi tradita sunt, et cui volo do illa: "Porque me las han dado a mí, y las doy a quien quiero." Y es cierto que lo da como lo tiene. Ofrecen reinos y glorias porque los adoren. Dan cosas momentáneas, a trueque del alma que no tiene otro precio que la sangre de Cristo nuestro Señor. ¡Cuántas veces entenderá vuestra majestad que uno es ministro, y que negocia; y a pocos lances conoce que es Satanás, y que le tienta! Si quisiere que vuestra majestad haga de las piedras pan, no hacerlo, y convencerle; que así se castiga su codicia. Si pidiere que se despeñe vuestra majestad con pretexto de santidad y buen celo, castigarle con reprensión la insolencia. Si propusiere que le adoren, y tocare en la reverencia y dignidad real, llamarle Satanás, que es su nombre; despedirle como a Satanás, y castigarle como a sacrílego y traidor.




Gobierno de Cristo-QUEVEDO - Capítulo XVII: Buen criado del rey que se precia de serlo