Gobierno de Cristo-QUEVEDO - Capítulo I: Quién pidió reyes, y por qué; quién y cómo se los concedió; qué derecho dejaron, y cuál admitieron.


Capítulo II: Ni los ministros han de acriminar los delitos de los otros,

queriendo en los castigos mostrar el amor que tienen al señor;

ni el señor ha de enojarse con extremo rigor por cualquier desacato.

(Lc 9)

"Sucedió, cumpliéndose los días de su Asunción; y como afirmase su cara para ir a Jerusalén, y enviase mensajeros delante; y como yendo entrasen en la ciudad de los samaritanos para aposentarle, y no le recibiesen, porque su cara era de quien iba a Jerusalén; pues como lo viesen sus discípulos, Jacobo y Juan, dijeron: Maestro, ¿quieres que digamos que el fuego baje del cielo y los consuma, como hizo Elías? Y volviéndose, los reprendió y dijo: No sabéis de qué espíritu sois. El Hijo del hombre no vino a perder las almas, sino a salvarlas. Y fuéronse a otro castillo."

Justo fue, y al juicio humano disculpado el sentimiento de Jacobo y Juan (aposentadores enviados por Cristo) de que los samaritanos no le quisieren dar posada; mas en la censura del mismo Cristo Jesús fueron dignos de reprensión gravísima, si no por el sentimiento, por el castigo que propusieron contra los descorteses, procurando bajase sobre ellos el fuego del cielo. El Dios y Hombre rey sólo previno en su Santísima Madre la posada de los nueve meses, y eso desde el principio. Aun para nacer no previno lugar; que sin desacomodar las bestias, fue su primera cuna un pesebre. Está hecho Dios a entrarse por las puertas de los hombres, y ellos a negarle sus casas. No admitir a Cristo, ya es fuego del infierno: no hace falta el del cielo para castigo. Más necesitaban de misericordia y de perdón, que de pena. No le falta castigo a la culpa que le merece. Quien no quiere recibir a Cristo, y le despide, y arroja de sí viniendo a él, ¿qué fuego le falta?, ¿qué condenación extrañará? Dije había sido gravísima la reprensión que dio a estos dos grandes apóstoles y parientes suyos: probarelo. Las palabras fueron: "No sabéis de qué espíritu sois. El Hijo del hombre no vino a perder las almas, sino a salvarlas." Dos veces reprendió Cristo a Diego y a Juan. Aquí les dice "que no saben de qué espíritu son"; y cuando pidieron las sillas, "que no saben lo que piden." ¡Dichosos ministros, que sirven a rey, que si les dice que no saben, los enseña lo que han de saber, y que no entretiene en el amor y la privanza la reprensión de los que le sirven! No dijo: "No sabéis a quién servís, ni mi condición o piedad"; sino: "No sabéis de qué espíritu sois"; porque como quisieron imitar el espíritu de Elías en el mandar que descendiesen llamas del cielo, supiesen que el suyo era detener las del cielo, y apartar las del infierno. Y si bien el decirles "que no saben de qué espíritu son", fue advertencia severísima, no está en eso la ponderación mía del rigor: está con grande peso en decirles: "No vino el Hijo del hombre a perder las almas, sino a salvarlas." Severas palabras, si nos acordamos que el demonio le dijo: "Jesús, hijo de David, ¿por qué viniste antes de tiempo a perdernos?". Y los santos ponderan por blasfemia del demonio el decir que Cristo vino a destruirlos y atormentarlos; porque destruir y atormentar es oficio del demonio, y de Cristo restaurar y dar salud.

Siguiendo esta doctrina San Pedro Crisólogo, Serm. 155, del rico que tenía fértil heredad, examinando el soliloquio interno de su avaricia en aquella pregunta: Quid faciam? "¿Qué haré?", dice: "¿Con quién hablaba éste? Algún otro tenía dentro de sí; porque el demonio, que le poseía, se había penetrado en sus entrañas: el que se entró en el corazón de Judas poseía lo retirado de su mente. Mas oigamos qué le responde el consejero interior. Destruiré mis trojes. Evidentemente se descubrió el que se escondía, porque siempre el enemigo empieza por destruir."

Cristo rey sólo destruyó la muerte, muriendo; Mortem moriendo destruxit. Eso fue destruir la destrucción. Esto es lícito que destruyan los reyes que imitan a Cristo. Los que no le imitan, vivifican la destrucción, y destruyen las vidas viviendo. Bien se conoce si fue severa y gravísima reprensión decirles que no sabían que él no venía a perder y destruir, que es el oficio del demonio. Nadie ha de decir al rey que pierda y destruya (aunque lo autorice con ejemplos), que no oiga: "No sabéis a quien servís: no es mi oficio perder y destruir, sino salvar y dar remedio." Perder y destruir es de espíritu de demonio, no de espíritu de rey. No puede negarse que no es doctrina bien endiosada. Castigar la culpa no es lo mismo que destruir los delincuentes. Quien los destruye es desolación, no príncipe. Fácilmente se consultan en el mundo horribles castigos a delitos ajenos.

Uno de los grandes ejemplos que dejó Cristo nuestro señor a los reyes, fue éste; y ninguno más importante. Vuestra majestad le atienda con la católica piedad de su alma; porque en las culpas que exageran en otro los que asisten a los soberanos príncipes, cuando tocan en la reverencia y comodidad de sus personas, el consultar castigos enormes y sumos puede enfermar de lisonja, que a costa de otros ostente el amor grande y reverencia que ellos quieren persuadir que les tienen. A veces, soberano Señor, más se deben guardar los monarcas de los que tienen en su casa que de los que les niegan la suya. Los apóstoles, o algunos de ellos, se puede creer que vieron los tratantes y mohatreros vender en el templo, y hacer la casa de Cristo, de oración, cueva de ladrones; y no se lee que alguno le dijese que tomase el azote y los castigase, y Cristo lo hizo; y aquí le dicen que le tome, y no sólo lo niega, sino lo reprende. Enseñó el sumo Señor que se ha de usar del azote sin consulta para limpiar la propia casa de ladrones, y que se ha de suspender en las descortesías de la ajena. Diferente cosa es que los malos no dejen entrar a Cristo en su casa, o que los malos se entren en la de Cristo. ¡Gran rey, que no acertando tan divinos consejeros en lo que le consultan y en lo que le dejan de consultar, los enseña con lo que hace y deja de hacer!

La tolerancia muestra que los corazones de los reyes son de peso y sólidos. Al contrario, si cualquier chisme, en que se gasta poco aire, los arrebata y enfurece, ¿quién ignora que conserva, y restaura y corrige más la paciencia que el ímpetu? Si donde no acogen a Cristo se hubiera de aposentar vengativo el fuego del cielo, ¿cuántas almas ardieran? ¿Cuántos cuerpos fueran cenizas? En la boca del cuchillo y de la llama fuera alimento el vasallaje del mundo. Las culpas de la casa ajena todos las creemos; las de la propia las ven pocos, porque tienen sus ojos todas las vigas de sus techos. Es huésped Cristo en casa de Simón el leproso; y siéndolo, tiene asco de que Cristo admita mujer pecadora, y no de que le comunique su lepra. ¡Cuántos leprosos de conciencia quieren cerrar a todo el rey en su casa; y para que no le participen los que le buscan y tienen necesidad de él, los calumnian, y acusan y desacreditan! Quiso Simón que sola su lepra fuese favorecida; mas no se lo consintió Cristo. Muchos quieren que el rey asuele las casas de los otros; mas ninguno la suya, ni las de los suyos. Muchos pretenden que el rey sólo asista a su casa de tal suerte que los demás no puedan entrar en ella. Nunca admitió Cristo de sus discípulos estas lisonjas de su comodidad, ni dejó de reprendérselas.

Testifícalo en la transfiguración San Pedro, cuando de piedra fundamental de edificio eterno se metió a maestro de obras, y le dijo: "Hagamos aquí tres tabernáculos: uno para ti, otro para Moisen, otro para Elías." Y dice el Evangelista: "No sabía lo que decía." Sospechosos deben ser a los reyes, Señor, los solícitos de su comodidad y descanso, pues su oficio es cuidado; más útil hallan en el trabajo que le excusan tomándole para sí, que en el descanso que le dejan para él. Esto es ponerse la corona que le quitan. Hurto es igualarse el criado con el señor; así le llama San Pablo: Non rapinam arbitratus est esse se aequalem Deo; entiéndese como hombre. "No trazó rapiña (esto es, hurto) ser igual a Dios." ¿Qué será trazar de hacer siervo al señor, y serlo el criado? Esto severamente lo castigó Dios en el ángel y sus secuaces, y en el hombre y su descendencia. Con rigor castiga el pretender ser como él; con piedad el ser contra él. Luzbel pretendió aquello, y cayó para no levantarse. San Pablo le perseguía, y cayó para subir al tercero cielo. Mayor riesgo se conoce en la criatura que compite que en el enemigo que persigue. ¿Qué casa hay en que el rey no haya menester desvelar su atención? En la que le reciben, porque el dueño quiere cerrarle en ella para sí solo; en la que no le admiten porque los que le asisten quieren llueva fuego sobre ella; en la que le trazan en palacio, capaz para su séquito, y en gloria y descanso, porque le quieren retirar en las delicias del Tabor del oficio y trabajos, título y corona de rey que le aguardan en el Calvario. Empero el verdadero rey Cristo Jesús ni se divierte de su oficio, ni consiente que el amor tierno y santo de los suyos le divierta. Y por eso dice: "Afirmó su cara hacia Jerusalén", donde había de padecer. Toda la salud del gobierno humano está en que los príncipes y monarcas afirmen su cara al lugar de su obligación; porque si dejan que las manos de los que se la tuercen la descaminen, mirarán con la codicia de sus dedos, y no con sus ojos. Aquel señor que, no queriendo imitar a Cristo, se deja gobernar totalmente por otro, no es señor, sino guante; pues sólo se mueve cuando y donde quiere la mano que se lo calza.




Capítulo III: Cuán diferentes son las proposiciones que hace Cristo Jesús, rey de gloria, a los suyos,

que las que hacen algunos reyes de la tierra; y cuánto les importa imitarle en ellas.

(Jn 6)

Qui manducat meam carnem, etc. "Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el postrero día. De verdad mi carne es comida, y de verdad mi sangre es bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre queda en mí, y yo en él. Muchos de los discípulos dijeron: Duro es este razonamiento: ¿quién le puede oír? Sabiendo Jesús en sí mismo que murmuraban de esto sus discípulos, les dijo: ¿Esto os escandaliza?".

Igualmente es importante y peligroso discurrir sobre estas palabras, que cierran el solo arbitrio eficaz para las dos vidas. Sea hazaña de la caridad, que venza al riesgo particular el útil común. Si las murmuraron oyéndoselas a Cristo los discípulos, ¿qué mucho que me las calumnien a mí los que no lo son, los que no quisieren serlo? "¿Esto os escandaliza?", les dijo. Lo mismo los diré, respondiendo con su pregunta. El mantener a los suyos y el sustentarlos es uno de los principales cuidados de los reyes. Por eso los llama Homero "pastores de los pueblos"; y lo que divinamente lo prueba es que Cristo, rey de gloria, dijo que era pastor: "Yo soy buen pastor." No solamente porque guarda sus ovejas de los lobos, sino porque da su vida por ellas; y no sólo por esto, sino porque las da su vida. Los demás las apacientan en los prados y dehesas; Cristo en sí mismo, y de sí: viviendo, las da vida con su palabra; muriendo, las apacienta con su carne y su sangre. "Es pastor y es pasto."

Hablaba en este capítulo de su cuerpo sacramentado. Ofréceles pan de vida, pan que bajó del cielo, y en él vida eterna. Convídalos a sí mismo; es el señor del banquete en que es manjar el señor. Y si bien estas misteriosas palabras se entienden del santísimo sacramento de la Eucaristía, fértiles de sentidos y de doctrina y ejemplo, me ocasionan consideración piadosa de enseñanza para todos los príncipes de la tierra. Probaré lo que al principio propuse: que son muy diferentes las proposiciones que Dios hace a los suyos, de las que hacen a sus vasallos los reyes de la tierra. Cristo, rey, los dice que coman su carne y beban su sangre; que se lo coman a él para vivir. Los más de los monarcas del mundo los dicen que han de comer sus pueblos como pan. No digo yo esto; dícelo David: "¿Será que no lo sepan todos los que obran iniquidad y traigan mi pueblo como mantenimiento de pan?". El texto es coronado y sacrosanto, por ser de rey santo y profeta, y que con todas sus palabras prueba esta diferencia. Cristo Jesús dice a los suyos que le coman a él como pan: los que obran iniquidad dicen a los suyos que se los han de comer a ellos como pan. En Cristo el pan es velo de la mayor misericordia; en estotros demostración de la hambre más facinerosa. Noticia tuvo la Antigüedad de estos reyes comedores de pueblos. Homero lo refiere de Aquiles: éste príncipe de los mirmidones, y aquél de los poetas y filósofos. En el primero libro de la Ilíada trata de la grande peste que Apolo envió sobre el ejército de Agamenón, porque despreció a su sacerdote y le trató mal de palabra, amenazándole. Ya hemos visto a Dios castigar con pestilencias universales semejantes delitos y sacrilegios, sin culpa de la malicia de las estrellas, ni de la destemplanza del aire. Elegantemente lo dijo Simaco a los emperadores que despojaban las cosas sagradas, templos y sacerdotes "El fisco de los buenos príncipes no se aumente con los daños de los sacerdotes, sino con los despojos de los enemigos." Y más abajo en la propia epístola: "Siguió a este hecho hambre pública; y la mies enferma engañó la esperanza de todas las provincias. No son de la tierra estos vicios. No achaquemos algo a las estrellas. El sacrilegio secó el año. Necesario fue que pereciese para todos lo que a las religiones se negaba." ¿Quién será, Señor, el católico que quiera ser reprendido de Simaco con justicia, habiendo Simaco sido condenado por infiel de San Ambrosio y de Aurelio Prudencio? No se puede llamar digresión la que previene lo que se ha de referir. Por la causa dicha, enojado Aquiles con el rey Agamenón, entre otros muchos oprobios que le dijo, le llamó demovóros, que se interpreta "comedor de pueblos". Todo el verso de Homero dice: "Rey comedor de pueblos, porque reinas entre viles." Dar por causa el reinar entre viles al ser el rey comedor de pueblos, mejor es dejar que lo entienda quien quisiere, que darlo a entender a quien no quisiere.

Que no sólo es rey uno por dar de comer a los suyos, Cristo lo enseñó literalmente cuando obró aquel abundante y espléndido milagro en el desierto con la multiplicación de cinco panes y dos peces; pues la gente persuadida de la hartura le quisieron arrebatar y hacerle rey; y Cristo se ausentó porque no le hiciesen rey. Mas después que, instituyendo el santísimo sacramento del Altar, dio su carne por manjar y su sangre por bebida y le comieron los suyos, no negó que era rey, preguntándole los pontífices si lo era, y aceptó el título de rey. Claro está que los reyes de la tierra, que no pueden sacramentar sus cuerpos, no pueden imitar esta acción, dándose a sus vasallos por manjar; empero el mismo Dios y hombre, nuestro señor y rey eterno, los enseña cómo han de ser comidos de los suyos, con palabras de David que los enseñó; porque eran obradores de iniquidad, comiéndose a los suyos. Cuando echó del templo los que vendían palomas y ovejas, y trocaban dineros (acción realísima, ponderada por tal de los santos), dijo Cristo: "El celo de tu casa me come", que son del vers. 10, del psalm. 68, todo misterioso de la pasión del Señor.

Con toda reverencia y celo leal a vuestra majestad y a Dios, os suplico, serenísimo, muy alto y muy poderoso Señor, consideréis que estas palabras amonestan a vuestra majestad que sea manjar del celo de la casa de Dios. Bien sé que este celo os digiere y os traga. Sois rey grande y católico, hijo del Santo, nieto del Prudente, biznieto del Invencible. No refiero a vuestra majestad esto porque ignore que lo hacéis, sino porque sepan todos a quién imitáis y obedecéis en hacerlo. Muchos habrá, forzoso es, que digan no hagáis lo que hacéis: haya quien diga lo que no queréis dejar de hacer. La casa de Dios, Señor, es su templo, su iglesia, la congregación de sus fieles, sus creyentes. Vuestra majestad es el mayor hijo de la Iglesia romana: cuanto más obediente, monarca glorioso de los católicos, pueblo verdaderamente fiel. La monarquía de vuestra majestad ni el día ni la noche la limitan: el sol se pone viéndola, y viéndola nace en el Nuevo Mundo. Mirad, Señor, de cuánto celo ha de ser manjar vuestra persona y vuestro cuidado y vuestra justicia y misericordia; cuán lejos ha de estar de vuestra majestad el comer vasallos y pueblos; pues antes ellos os han de comer. Son muy dignas de ponderación aquellas palabras de David, que tanto he repetido: "¿No lo sabrán, todos los que obran maldad, que engullen mi pueblo como manjar de pan?". Señor, el pan es un pasto de tal condición, que nada puede comerse sin él; y cuando sobra todo, si falta pan, no se -puede comer nada; y se desmaya la gente, y la hambre es mortal y sin consuelo, por haber acostumbrádose la naturaleza a no comer algo sin pan. Los tiranos que ha habido, los demonios políticos que han poblado de infierno las repúblicas, han acostumbrado a los príncipes a no comer nada sin comerlo con vasallos. Todo lo guisan con sangre de pueblos: hacen las repúblicas pan, que necesariamente acompaña todas las viandas. Esto dijo David a los reyes, como rey que sabía "que los que obran iniquidad" los alimentan de sus mismos súbditos. Y no se puede dudar que cualquiera que sustenta al señor con la sangre de sus vasallos, no es menos cruel que sería el que sustentase un hambriento dándole a comer sus mismos miembros y entrañas, pues con lo que le mata la hambre, le mata la vida.

¡Oh señor!, perdóneme vuestra majestad este grito, que más decentes son en los oídos de los reyes lamentos que alabanzas. Si lo que es precio de sangre en la venta que se llaman de otra manera, cuántas posesiones, cuándo Judas se llama Acheldemach, ¿cuántos edificios, cuántos patrimonios, cuántos estados, cuántas fiestas son Acheldemach, y se deben a los peregrinos por sepultura? Los arbitrios de Cristo rey para socorrer a los suyos, son a su costa, cargan sobre su carne y su sangre, sobre su vida y su muerte. Quien quita de todos los suyos con los arbitrios, para defenderlos del enemigo, hace por defensa lo que el contrario hiciera por despojo. De que se colige que el señor que tiene necesidad de los suyos, no es señor, sino necesitado. Por esto David rey exclama: "Dije al Señor, tú eres mi Dios, porque no tienes necesidad de mis bienes."




Capítulo IV: Las señas ciertas del verdadero rey.

(Lc 7 Mt 11)

Cum autem venissent ad eum, etc. "Como los varones viniesen a él, dijeron: Juan Bautista nos envía a ti, diciendo: ¿Eres tú el que has de venir, o esperamos a otro? En la misma hora curó muchos de sus enfermedades y llagas y espíritus malos, y a muchos ciegos dio vista. Y respondiendo Jesús, los dijo: Idos, y decidle a Juan lo que visteis y oísteis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos guarecen, los sordos oyen, los muertos resucitan."

Estas palabras de los evangelistas son las verdaderas y solas señas de cómo y cuáles deben ser los reyes; no de cómo lo son algunos, que eso lo escribió Salustio en la Guerra de Yugurta, con estas palabras: Nam impune quaelibet facere, id est regem esse: "Porque hacer cualquier cosa sin temer castigo, eso es ser rey." Puede ser que el poder soberano obre cualquier cosa sin temer castigo; mas no que si obra mal, no le merezca. Y entonces la conciencia con mudos pasos le penetra en los retiramientos del alma los verdugos y los tormentos (que divertido ve ejercitar en otros por su mandado), los cuchillos y los lazos. Si conociese que es la misma estratagema de la divina justicia mostrarle los verdugos en el cadalso del ajusticiado, que la que usa el verdugo con el que degüella, clavándole un cuchillo donde le vea, para hacer su oficio con otro que le esconde, sin duda tendría más susto, menos seguridad y confianza. Bien entendió David esta verdad; pues siendo rey que podía hacer, sin temer castigo de otro hombre, cualquier cosa, y que lo ejercitó en un homicidio y un adulterio, y en mandar contar su pueblo, no hubo pecado, cuando se vio en manos de los más rigurosos verdugos, y en el potro de su conciencia daba gritos, diciendo: "A ti solo pequé, e hice mal delante de ti." Había el Rey pecado contra Urías, quitándole su mujer; y contra la mujer, dando muerte a su marido; y violo el ejército y súpolo todo su pueblo, y dice: "Pequé sólo a ti, y delante de ti hice mal." Bien considerado, el Rey profeta dijo toda la verdad que le pedían las vueltas de cuerda que le daban. "Señor, yo soy rey, y si bien pequé contra Betsabé y Urías, y delante de todos, como el uno ni el otro, ni mis súbditos podían castigar mis delitos, digo que pequé a ti sólo, que sólo puedes castigarme, y delante de ti." Extrañarán los poderosos del mundo que yo les represente un rey tendido en el potro, y dando voces. Sea testigo el mismo rey, óiganlo de su boca: "Porque tus saetas en mí están clavadas, y descargaste sobre mí tu mano. No hay sanidad en mi carne delante de la cara de tu ira: no tienen paz mis huesos delante de la cara de mis pecados." Él mismo dice que los cordeles se le entran por la carne y le quiebran los huesos. Y en el vers. 19, para que aflojen las vueltas, promete declarar: Iniquitatem meam anuntiabo. "Confesaré la iniquidad mía." Lo mismo es que "Yo diré la verdad." De manera que si los que reinan creen a Salustio, que su grandeza está en poder hacer lo que quisieren, sin -castigo, David rey los desengaña, y sus propias conciencias. Ha sido necesario declararlos primero el riesgo y castigos que ignoran en reinar como quieren, para enseñarlos a reinar como deben con el ejemplo de Cristo Jesús.

Envió San Juan sus mensajeros a Cristo, que le preguntasen "si era el que había de venir, el que esperaban, el Mesías prometido, el rey Dios y hombre". Bien sabía San Juan que era Jesús el prometido, y que no había que esperar a otro: no aguardó a nacer para declararlo. ¿Por qué, pues, manda a sus discípulos el Precursor santísimo que de su parte le pregunten a Cristo lo que él sabía? La materia fue la más grave que dispuso el padre eterno, y que obró el Espíritu Santo, y que ejecutó el amor del Hijo. Tratábase de dar a entender al mundo con demostración que Jesús era hombre y Dios, el rey ungido que prometieron los profetas. Quiso que su pregunta enseñase con la respuesta de Cristo lo que no podía tener igual autoridad en sus palabras. Literalmente lo probaré con el texto sagrado. Preguntaron a Jesús "¿si era el prometido, el que había de venir?". Y Cristo respondió con obras sin palabras; pues luego resucitó muertos, dio vista a ciegos, pies a tullidos, habla a los mudos, salud a los enfermos, libertad a los poseídos del demonio. Y después dijo: "Id, y diréis a Juan que los muertos resucitan, los ciegos ven, los mudos hablan, los tullidos andan, los enfermos guarecen." Quien a todos da y a nadie quita; quien a todos da lo que les falta; quien a todos da lo que han menester y desean ése rey es, ése es el Prometido, es el que se espera, y con él no hay más que esperar. Pobladas están de coronas y cetros estas acciones. No dijo: "Yo soy rey"; sino mostrose rey. No dijo: "Yo soy el Prometido"; sino cumplió lo prometido. No dijo: "No hay que esperar a otro"; sino obró de suerte, que no dejó que esperar de otro.

Sacra, católica, real majestad, bien puede alguno mostrar encendido su cabello en corona ardiente en diamantes, y mostrar inflamada su persona con vestidura, no sólo teñida, sino embriagada con repetidos hervores de la púrpura; y ostentar soberbio el cetro con el peso del oro, y dificultarse a la vista remontado en trono desvanecido, y atemorizar su habitación con las amenazas bien armadas de su guarda: llamarse rey, y firmarse rey; mas serlo y merecer serlo, si no imita a Cristo en dar a todos lo que les falta, no es posible, Señor. Lo contrario más es ofender que reinar. Quien os dijere que vos no podéis hacer estos milagros, dar vista y pies, y vida, y salud, y resurrección y libertad de opresión de malos espíritus, ése os quiere ciego, y tullido, y muerto, y enfermo y poseído de su mal espíritu. Verdad es que no podéis, Señor, obrar aquellos milagros; mas también lo es que podéis imitar sus efectos. Obligado estáis a la imitación de Cristo.

Si os descubrís donde os vea el que no dejan que pueda veros, ¿no le dais vista? Si dais entrada al que necesitando de ella se la negaban, ¿no le dais pies y pasos? Si oyendo a los vasallos, a quien tenía oprimido el mal espíritu de los codiciosos, los remediáis, ¿no les dais libertad de tan mal demonio? Si oís al que la venganza y el odio tienen condenado al cuchillo o al cordel, y le hacéis justicia, ¿no resucitáis un muerto? Si os mostráis padre de los huérfanos y de las viudas, que son mudos, y para quien todos son mudos, ¿no les dais voz y palabras? Si socorriendo los pobres, y disponiendo la abundancia con la blandura del gobierno, estorbáis la hambre y la peste, y en una y otra todas las enfermedades, ¿no sanáis los enfermos? Pues ¿cómo, Señor, estos malsines de la doctrina de Cristo os desacreditarán los milagros de esta imitación, que sola os puede hacer rey verdaderamente, y pasar la majestad de los cortos límites del nombre? Por esto, soberano Señor, dijo Cristo: "Mayor testimonio tengo que Juan Bautista, porque las obras que hago dan testimonio de mí." Y reconociendo esto San Juan, no dijo lo que sabía, sino mandó a sus discípulos le preguntasen "quién era", para que respondiendo sus obras, viese el mundo mayor testimonio que el suyo.

Pues si no puede ser buen rey (imitador del verdadero Rey de los reyes) el que no diere a los suyos salud, vida, ojos, lengua, pies y libertad, ¿qué será el que les quitare todo esto? Será sin duda mal espíritu, enfermedad, ceguera y muerte. Considere vuestra majestad si los que os apartan de hacer estos milagros quieren ellos solos veros y que los veáis, acompañaros siempre; que no habléis con otros, y que otros no os hablen; que no obréis salud y vida y libertad, sino con ellos: y sin otra advertencia conoceréis que os ciegan, y os enferman, y os tullen y os enmudecen; y os hallaréis obseso de malos espíritus vos, cuyo oficio es obrar en todos los vuestros lo contrario. Insensatos electores de imperios son los nueve meses. Quien debe la majestad a las anticipaciones del parto y a la primera impaciencia del vientre, mucho hace si se acuerda, para vivir como rey, de que nació como hombre. Pocos tienen por grandeza ser reyes por el grito de la comadre. Pocos, aun siendo tiranos, se atribuyen a la naturaleza: todos lo hacen deuda a sus méritos. Dichoso es quien nace para ser rey, si reinando merece serlo; y no se merece sino con la imitación de las obras con que Cristo respondió que era rey. El angélico doctor Santo Tomás, en el Opúsculo de la enseñanza del príncipe, dice que si los monarcas, que están en la mayor altura y encima de todos, no son como el fieltro, que defiende de las inclemencias del tiempo al que le lleva encima, son como las inclemencias, diluvios y piedra sobre las espigas que cogen debajo. Lleva el vasallo el peso del rey a cuestas como las armas, para que le defienda, no para que le hunda. Justo es que recompense defendiendo el ser llevado y el ser carga.




Capítulo V: Las costumbres de los palacios y de los malos ministros; y lo que padece el rey en ellos, y con ellos.

(Mt 26 Lc 22)

Et viri qui tenebant eum, etc. "Y los varones que le tenían se burlaban de él. Entonces le escupieron en la cara: cubriéronle dándole pescozones. Otros le dieron bofetadas, y le preguntaban diciendo: Cristo, profetízanos quién es el que te dio. Y los ministros le herían con piedras, y decían otras muchas cosas, blasfemando contra él".

Del texto sagrado consta que ataron a Cristo para llevarle a palacio; y que en tanto que anduvo en palacio, anduvo atado y arrastrado de unos ministros a otros. Lazos y prisiones llevan al justo a tales puestos, y preso y ligado vive en ellos. Hasta el fuego de los palacios es tal que San Pedro, que en el frío de la noche se encendió en la campaña contra los soldados, calentándose al fuego de la casa de Caifás, se heló de manera que negó tres veces a Cristo. No se acordó, negándole, de que le había dicho él mismo que le negaría tres veces; y acordose en cantando el gallo; porque en palacio se acuerdan antes de las señas del pecado cometido, que de la advertencia para no cometerle. Esta circunstancia de su negación, con la negación, llorando amargamente bautizó con lágrimas San Pedro. Hemos dicho de los que entran; digamos de los príncipes que le habitaban. Uno y el primero fue Anás, el que dio el consejo de "que convenía que uno muriese por el pueblo". Éste le preguntó de su doctrina y de sus discípulos. Cristo nuestro Señor, que predicando había dicho: "¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?", y en otra parte: "Yo soy camino, verdad y vidas"; viéndose preguntado por juez en tribunal, quiso responder (como dicen) derechamente, -y dijo: "Siempre hablé al mundo claramente; siempre enseñé en la sinagoga y en el templo, donde se juntan todos los judíos; y en secreto nada he hablado. ¿Para qué me examinas a mí? Examina a aquéllos que oyeron lo que yo les dije: estos saben lo que yo les he hablado". Calumnia el mal juez al Hijo de Dios; y porque él le dice que examine testigos y le fulmine el proceso, lo que jurídicamente debía mandar, consiente que un sacrílego que le asistía le dé un bofetón, diciendo: "¿Así respondes al pontífice?". No es nuevo que príncipes tales, cuando no hallan delito en el acusado, castiguen por delito la advertencia justificada. Responde Cristo al que le dio el bofetón: "Si hablé mal, testifica en qué; y si bien, ¿por qué me hieres?".

Señor, divino y grande ejemplo nos dio Cristo Jesús, en estas palabras, del respeto que en público se debe tener a los supremos ministros. Grandes injurias habían dicho a Cristo los judíos, escribas y fariseos, llamándole comedor y endemoniado y otras cosas tales, y a ninguna respondió; sólo a decirle que en público y en la audiencia había hablado mal al que presidía, con ser Anás y un demonio, defendió su santísima inocencia. Si esto considerasen los que adquieren aplausos facinerosos del pueblo con reprender en su cara y en público descortésmente a los reyes, su doctrina daría fruto, y no escándalo.

"De la casa de este perverso le llevaron atado a la de Caifás, donde el príncipe de los sacerdotes y todo el concilio solicitaban hallar un falso testimonio contra Jesús para entregarle a la muerte; y no le hallaron, con haber venido muchos testigos falsos". Esta ocupación tan detestable de buscar testigos falsos todo un concilio, se lee en el sagrado evangelio, para advertir a los reyes de la tierra puede haber tribunales que hagan lo mismo. Consta que fueron peores los jueces que los testigos falsos; pues en todos ellos no hubo alguno que no solicitase el falso testimonio; y en muchos testigos falsos no hubo uno que lo supiese ser. Lo que resultó fue que el mal pontífice, a falta de falsos testigos, fuese testigo falso. Conjuró a Cristo por Dios vivo para que le respondiese. Respondiole Cristo palabras de verdad y de vida; y en oyéndolas se rasgó la vestidura, diciendo había blasfemado. Ved, Señor, cuán poco hay que fiar en ver a un ministro con la toga hecha pedazos. Rompió su vestido para romper las leyes divinas y humanas. Hizo pedazos su ropa para hacer pedazos la sacrosanta humanidad de Cristo. "¿Qué necesidad tenemos de testigos?", dijo. Respondido se está que ninguna, donde el juez es juntamente testigo falso y falso testimonio.

Después de haber discurrido en las costumbres de estos palacios y príncipes que en ellos habitaban, lleguemos a lo principal de este capítulo, y veremos cómo le fue en ellos a Cristo Jesús. Hicieron burla de él, tapáronle los ojos, escupiéronle, dábanle bofetadas en la cara, y decíanle adivinase quién le daba.

Este tratamiento hacen, Señor, los judíos a los reyes que cogen entre manos. Y pues le hicieron a su rey, ¿a cuál perdonarán? Si algo hacen de sus reyes, es burla: abren sus bocas para escupirlos; tápanles los ojos porque no vean. Si les dan, son afrentas y bofetadas: quítanles la vista, y dícenles que adivinen. Tienen ojos, y no profecía: prívanlos de lo que tienen, y dícenlos que se valgan de lo que no tienen. En Cristo nuestro Señor no les salió bien esta treta; que si le escupieron fue, como dicen, escupir al cielo, que cae en la cara del que escupe. Tapáronle los ojos, mas no la vista, que penetra todas las profundidades del infierno, sin que pueda embarazárselos la tiniebla y noche que le cubre. Danle, y dicen que adivine quién le da. Ni ha menester profetizar quién le da quien sabía quién le había de dar. Habían visto en la mujer enferma de flujo de sangre, que sin verla sabía quién le tocaba en la orla de la vestidura; y se persuaden no sabrá quién le da bofetadas en la cara. Bien se conoce que los judíos son los ciegos. El peligro, Señor, está en los reyes de la tierra, que si se dejan cegar y tapar los ojos, no adivinan quién los escupe, y los ciega y los afrenta. No ven: no pueden adivinar; y así gobiernan a tiento, reinan sin luz, y viven a oscuras. Todos los malos ministros son discípulos de estos judíos con sus príncipes; y por desfigurarse las señales de sayones y no serlo letra por letra, -como aquéllos cubrieron a Cristo los ojos, y le daban, y le decían adivinase quién le daba, éstos ciegan a sus reyes y les quitan, y les dicen que adivinen quién se lo quita; que no es otra cosa sino hacer burla de ellos, y querer no sólo que no cobren, sino que sólo sepan que les quitan, y que son ciegos, y que no son profetas; y saber los que los ciegan que ellos no pueden saber quién son; con que se atreven a preguntarlos por sí mismos, que no es la menor burla y afrenta. Remediáranse los príncipes que padecen esta enfermedad postiza, si vieran que no veían; mas como aun esto ni lo sienten ni ven, no echan las manos a la venda que los ciega, y la rompen y despedazan; antes persuadidos de la adulación presumen de la profecía, profetizando como Caifás sin saber lo que se profetizan, a costa del justo y de la sangre inocente. No hay hacerlos ver al que los ciega. Señor, nadie ve las cataratas que le quitan la vista, ni las nubes que le son tempestad en los ojos. No se han de persuadir los reyes que no están ciegos, porque no tienen tapados los ojos, porque no tienen nubes ni cataratas. Hay muchas diferencias de mal de ojos en los reyes. Quien les aparta o esconde lo que convenía que viesen, los ciega. Quien les aparta la vista de su obligación, les sirve de cataratas. Quien no quiere que miren y vean a otro sino a él, les sirve de venda que les cubre los ojos para todos los otros. Éste les hace el cetro bordón, y ellos tientan y no gobiernan.




Gobierno de Cristo-QUEVEDO - Capítulo I: Quién pidió reyes, y por qué; quién y cómo se los concedió; qué derecho dejaron, y cuál admitieron.