Jesucristo nos ha hecho partícipes de su sacerdocio

 

El Jueves Santo, 31 de marzo, por la mañana, Su Santidad celebró en la basílica de San Pedro la misa crismal Con Juan Pablo II concelebraron 1.200 presbíteros diocesanos y religiosos que residen en Roma o que estaban de paso por ella, 37 cardenales y 42 arzobispos y obispos. Antes de la misa los sacerdotes rezaron la hora Tercia. El Santo Padre pronunció la homilía que publicamos. A continuación, todos los presbíteros renovaron las promesas sacerdotales, el compromiso de vivir cada vez de manera más digna la vocación recibida; siguió la bendición de los santos óleos por parte del Papa: el de los enfermos, el de los catecúmenos y el santo crisma, para subrayar el misterio de la Iglesia como sacramento de Cristo, que santifica toda realidad y situación de la vida. Al final de la misa, el Romano Pontifice recordó a los obispos y sacerdotes que ahora se les confiaba los santos óleos para que, a través de su ministerio, la gracia divina fluya a las almas, llevándoles fuerza y vida, y les exhortó a respetarlos, venerarlos y conservarlos con cuidado especial, cual signos de la gracia de Dios.

 

"Mirarán al que traspasaron". "Videbunt in quem transfizerunt" (Jn 19, 37; cf. Ap 1, 7; Za 12, 10)

 

Amadísimos hermanos en el sacerdocio:

 

1. Con esta eucaristía entramos plenamente en el sagrado Triduo pascual. ¡Qué expresivas son las palabras del evangelista Juan! En ellas se halla encerrado todo el misterio de estos tres días.

El que vino a nosotros, ungido con la plenitud del Espíritu Santo, se convertirá, ante los ojos de los hombres, en holocausto para la redención del mundo; será humillado hasta la muerte, y muerte de cruz. Su costado será traspasado por una lanza, como confirmación de que murió de verdad (cf. Jn 19, 33-34). Pero, al tercer día, saldrá del sepulcro, para que los hombres vean y crean que "la muerte no tiene ya señorío sobre él" (Rm 6, 9).

 

Los Apóstoles lo vieron con sus propios ojos, de forma que pudieron ser testigos fidedignos de la vida nueva que hay en él para la salvación del mundo. El es el alfa y la omega, "aquel que es, que era y que va a venir, el todopoderoso" (Ap 1, 8).

 

2. Nos ha hecho partícipes de su sacerdocio. De. forma especial, la celebración de hoy hace actual ese don. En estos momentos sentimos más fuerte que nunca esta gracia. Hoy damos gracias con más intensidad que nunca por esta participación. Y ahora deseamos más que nunca estar con él. Deseamos estar juntos como presbiterio de la Iglesia.

 

Ésta es nuestra verdadera fiesta, el momento en que todos los sacerdotes forman unidad en torno a su obispo. Una comunión que manifestamos celebrando juntos la eucaristía. La carta que el Papa dirige con ocasión del Jueves Santo a todos sus hermanos en el ministerio sacerdotal pone de relieve esa comunión.

 

En este momento, queremos dar gracias también a la Congregación para el clero por el bien que hace a los sacerdotes, por la solicitud y el amor con que los abraza a todos.

 

3. Junto con la carta, que todos los años se entrega con ocasión del Jueves Santo, los sacerdotes reciben este año la "Carta a las familias". Quiera Dios que se sientan corresponsales activos de la gran causa que constituye la familia en la Iglesia y en el mundo.

 

Al renovar las promesas sacerdotales, recordemos con gratitud a las familias en que hemos nacido y en que surgió nuestra vocación al sacerdocio ministerial. Pensemos en nuestros padres, en nuestros hermanos y hermanas, en todas los que, desde nuestros primeros años de vida, han estado presentes en el camino de nuestra llamada, así como en todos aquellos hacia quienes nos sentimos deudores. Pensemos en todos, tanto en los que viven como en los que están ya en la casa del Señor.

 

Toda familia debe sentirse abrazada por nosotros con el mismo amor con que Cristo la abrazó en el momento de la institución del sacramento del amor. Ojalá que toda familia vea este corazón de Cristo, que tanto nos amó, un corazón que ahora, el Viernes Santo, es traspaso do en la cruz.

 

Así, en la Iglesia, el Año de la familia ha de convertirse en "el año de gracia del Señor" (cf. Is 61, 2).

 

4. Queridos hermanos, el Obispo de Roma desea hoy, desde este altar, dar gracias a cada uno de vosotros por todo lo que sois y por todo lo que hacéis. Estad seguros de que vuestra recompensa será Cristo mismo.

 

El que dijo a los Apóstoles: "No os llamo ya siervos (...). A vosotros os he llamado amigos" (Jn 15, 15), os repite esas mismas palabras. ¿Puede haber don mayor que la amistad de nuestro Redentor?

 

A él "sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén" (Hb 13, 21).