IGLESIA Y POLITICA

Mensaje enviado a los jefes de Estado y jefes de gobierno de los países que participaron en la VII Cumbre Iberoamericana, que se celebró en la Isla venezolana de Margarita 1997. Juan Pablo II denunció que en ocasiones la democracia es un fenómeno formal pero no real.

"La participación efectiva, consciente y responsable de los ciudadanos en la vida pública no puede detenerse en declaraciones formales –denunció–, sino que exige una acción continua para que los derechos proclamados puedan ser ejercidos realmente".

En su mensaje a los representantes de América Latina, Espańa y Portugal congregados en la localidad venezolana, el pontífice consideró que la democracia "es una opción fundamentalmente ética en favor de la dignidad de la persona, con sus derechos y libertades, sus deberes y responsabilidades, en la cual encuentra sustento y legitimidad toda forma de convivencia humana y de estructuración social".

La Iglesia y la democracia "La Iglesia, que no posee una fórmula propia de constitución política para las naciones –aclaró–, ni pretende imponer determinados criterios de gobierno, encuentra aquí el ámbito específico de su misión de iluminar desde la fe la realidad social en que está inmersa". El obispo de Roma consideró, recordando el Concilio Vaticano II, que las "estructuras político -jurídicas han de dar a todos los ciudadanos, cada vez mejor y sin discriminación alguna, la posibilidad efectiva de participar libre y activamente en el establecimiento de los fundamentos jurídicos de la comunidad política, en el gobierno del Estado, en la determinación de los campos y límites de las diferentes instituciones y en la elección de los gobernantes". De ahí deriva, según la Iglesia católica, "el derecho y el deber de utilizar el sufragio libre para promover el bien común".

Para que haya una auténtica democracia, explicó el Papa, "es necesario que cada persona tenga no sólo derecho a pensar y propagar sus ideas, y a asociarse con libertad para la acción política, sino que tenga también derecho a vivir según su conciencia rectamente formada, sin perjudicar a los demás ni a uno mismo, y todo esto en virtud de la plena dignidad de la persona humana".