Reflexionemos, pues, juntos a la luz de la fe. Nuestra vida es un don de Dios. Debemos hacer algo bueno. Hay muchas maneras de gastar la vida poniéndola al servicio de ideales humanos y cristianos. Si hoy os hablo de consagración total a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa y en la vida misionera, es porque Cristo llama a muchos de vosotros a esta extraordinaria aventura. Él necesita, quiere tener necesidad de vuestras personas, de vuestra inteligencia, de vuestras energías, de vuestra fe, de vuestro amor, de vuestra santidad. Si Cristo os llama al sacerdocio es porque Él quiere ejercer su sacerdocio por medio de vuestra consagración y misión sacerdotal. Quiere hablar a los hombres con vuestra voz. Consagrar la Eucaristía y perdonar los pecados a través de vosotros. Amar con vuestro corazón. Ayudar con vuestras manos. Salvar con vuestra fatiga. Pensadlo bien. La respuesta que muchos de vosotros pueden dar está dirigida personalmente a Cristo que os llama a estas grandes cosas.
Encontraréis dificultades. ¿Creéis que no las conozco? Os digo que el amor puede vencer cualquier dificultad. La verdadera respuesta a cada vocación es obra del amor. La respuesta a la vocación sacerdotal, religiosa, misionera, puede surgir solamente de un profundo amor a Cristo. Esta fuerza de amor os la ofrece Él mismo, como don que se añade al don de su llamada y que hace posible vuestra respuesta. Tened confianza en Aquel que es poderoso para hacer que abundemos copiosamente más de lo que pedimos o pensamos (Ef. 3, 20). Y, si podéis, dad vuestra vida, con alegría, sin miedo a Él que dio antes la suya por vosotros.