Cristo quiere tener necesidad de vuestras personas
( Juan Pablo II: discurso del 6 de enero de 1979)

Os hablo particularmente a vosotros, jóvenes. Más bien, quisiera hablar con vosotros, con cada uno de vosotros. Me sois muy queridos y tengo gran confianza en vosotros. Os he llamado esperanza de la Iglesia y mi esperanza. Recordemos algunas cosas juntos. En el tesoro del Evangelio se conservan las hermosas respuestas dadas al Señor que llamaba... Desde los tiempos de la primera proclamación del Evangelio hasta nuestros días un grandísimo número de hombres y mujeres ha dado su respuesta personal, su libre y consciente respuesta a Cristo que llama. Han elegido el sacerdocio, la vida religiosa, la vida misionera, como objetivo ideal de su existencia. Han servido al Pueblo de Dios y a la humanidad con fe, con inteligencia, con valentía, con amor. Ha llegado vuestra hora. Os toca a vosotros responder. ¿Acaso tenéis miedo?

Reflexionemos, pues, juntos a la luz de la fe. Nuestra vida es un don de Dios. Debemos hacer algo bueno. Hay muchas maneras de gastar la vida poniéndola al servicio de ideales humanos y cristianos. Si hoy os hablo de consagración total a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa y en la vida misionera, es porque Cristo llama a muchos de vosotros a esta extraordinaria aventura. Él necesita, quiere tener necesidad de vuestras personas, de vuestra inteligencia, de vuestras energías, de vuestra fe, de vuestro amor, de vuestra santidad. Si Cristo os llama al sacerdocio es porque Él quiere ejercer su sacerdocio por medio de vuestra consagración y misión sacerdotal. Quiere hablar a los hombres con vuestra voz. Consagrar la Eucaristía y perdonar los pecados a través de vosotros. Amar con vuestro corazón. Ayudar con vuestras manos. Salvar con vuestra fatiga. Pensadlo bien. La respuesta que muchos de vosotros pueden dar está dirigida personalmente a Cristo que os llama a estas grandes cosas.

Encontraréis dificultades. ¿Creéis que no las conozco? Os digo que el amor puede vencer cualquier dificultad. La verdadera respuesta a cada vocación es obra del amor. La respuesta a la vocación sacerdotal, religiosa, misionera, puede surgir solamente de un profundo amor a Cristo. Esta fuerza de amor os la ofrece Él mismo, como don que se añade al don de su llamada y que hace posible vuestra respuesta. Tened confianza en Aquel que es poderoso para hacer que abundemos copiosamente más de lo que pedimos o pensamos (Ef. 3, 20). Y, si podéis, dad vuestra vida, con alegría, sin miedo a Él que dio antes la suya por vosotros.