El Servicio Jerárquico de la Iglesia

El pueblo de Dios es un cuerpo donde cada miembro debe servir al bien común pero no todos prestan el mismo servicio. Está en primer lugar un servicio jerárquico. Al principio de la vida pública de Jesús vemos a su lado un grupo de discípulos, los primeros en reunirse con El y a los que llamó apóstoles. (Mt 10, 2 ss.), (Mr 3, 16 ss.) y (Lc 6, 14 ss.) los nombran en sus evangelios y en los Hechos de los Apóstoles (1, 13 ss.) y en todos los casos el nombre de Simón Pedro ocupa el primer lugar y el de Judas Iscariote el último. Jesús los llama directamente, casi los obliga a seguirlo: "no me elegisteis vosotros a mí, sino yo a vosotros" (Jn. 15, 16). El Maestro rodea de atenciones a estos doce que debían dar origen al nuevo pueblo elegido, la Iglesia, destinada a ocupar el puesto del antiguo Israel. El mismo Jesús los prepara con esmero para la misión que les confiaría más adelante.

Jesús otorgó a sus apóstoles la potestad de JURISDICCION: "En verdad os digo que todo lo que atareis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatareis en la tierra quedará desatado en el cielo" (Mt. 18, 18). El significado de estas palabras debe entenderse en sentido moral, es decir, de leyes, porque nuestra voluntad libre sólo se ata o se desata por medio de leyes. Lo determinado por los apóstoles no necesita sanción o aprobación de otra autoridad terrena, lo aprobará y ratificará directamente Dios en el cielo.

Además del poder de gobernar, que algunos teólogos modernos llaman "poder pastoral", Jesús confirió también a los doce el de enseñar y santificar. El primero consiste en la predicación del evangelio y del reino de Dios a todos los hombres. Para este fin Jesús los preparó instruyéndoles especialmente sobre los misterios del reino de Dios (Mc. 4, 11) y enviándoles el Espíritu Santo para que pudiesen proclamarlo de Jerusalén hasta los confines del mundo (He.1, 8). Los que acepten su palabra conseguirán la salvación eterna (Mc. 16, 16).

La segunda prerrogativa con que Jesús dotó a los apóstoles fue la de santificar; es decir, la facultad de administrar los Sacramentos, medios que Jesucristo instituyó para aquel fin. Entre estos ocupa el primer lugar el Bautismo, necesario para la salvación como afirmó Jesús cuando habló con Nicodemo (Jn. 3, 5). También instituyó la Eucaristía, el pan de vida, como medio de santificación esencial, pues sin comerlo no se puede tener la vida eterna (Jn. 6, 54). La instituyó en la última cena; después de dar a comer a sus apóstoles el pan y el vino convertidos en su cuerpo y en su sangre les encomendó hacer lo mismo en su memoria (Lc. 22, 19). El mismo día de la Resurrección creó otro sacramento, la Penitencia, para perdonar los pecados de los miembros de su Iglesia (Jn.20, 23).

De entre todos los sacramentos, estos tres son los más importantes para la vida espiritual y necesarios para unirse al cuerpo místico y vivir en el.

En el Evangelio de San Mateo (28, 18-20), Jesús confiere estas tres potestades antes de subir al cielo al enviarlos a continuar su misión por todo el mundo diciéndoles además que El estará con ellos todos los días hasta el fin del mundo. Jesús recurre a la plenitud de poderes recibidos del Padre. Envía a predicar a sus apóstoles y les otorga la potestad de enseñar y bautizar de modo que quien no acepte su mensaje incurrirá en la condenación eterna.

En el derecho a exigir la aceptación se incluye la potestad de jurisdicción. Los hombres se constituyen súbditos de los apóstoles por serlo del mismo Cristo. No escucharlos y desobedecerlos equivale a hacerlo con Cristo mismo y con el Padre.

Los poderes otorgados por Jesús a los apóstoles no son para utilidad de los que mandan sino para el bien común y servicio de los fieles. La verdadera naturaleza de la autoridad en la Iglesia no es para enseñorearse de los súbditos, ni para desplegar la voluntad de dominio, sino para servir. El honor debe ser para el Maestro y nuestro único Maestro es Cristo, y es Dios el único digno de honor. Ejemplo de servicio es Jesús, que desciende de su gloria hasta nuestra bajeza por amor a nosotros y para redimirnos (Flp. 2, 6-11). Al lavar los pies de los apóstoles también deja testimonio de lo que debe ser el servicio a los demás: "...el siervo no es más que su señor, ni el enviado más que quien lo envió" (Jn.13,12-17).

Los apóstoles responden siendo fieles a la consigna de su Maestro. Sirven a los demás y San Pablo es de modo particular el ejemplo de cómo se debe ejercitar la autoridad en la Iglesia (I Cor. 9, 19-23).

La existencia del servicio jerárquico en la Iglesia introduce en ella un elemento jurídico. El pueblo de Dios no es solamente una realidad mística sino también una sociedad, una comunidad de hombres que tienden, bajo la misma autoridad, a un fin común.

En toda sociedad debe haber cuatro elementos:

1. el elemento material, las personas que la componen;

2. el elemento formal, la unión de estas personas para obtener un fin;

3. el fin de la sociedad es el bien común;

4. la autoridad, elemento esencial junto con el fin, consiste en la facultad de dirigir los miembros al fin común.

La autoridad o potestad de jurisdicción, a su vez, debe ejercer una triple función:

1. Legislativa: promulgar leyes para el bien común.

2. Judiciaria: juzgar a sus miembros.

3. Ejecutiva: obligar, con sanciones, a los miembros a que colaboren al bien común.

Cada sociedad tiene su fundador que:

1. reúne a las personas que la componen,

2. establece el fin a alcanzar,

3. fija los medios,

4. crea la autoridad.

Al poner en marcha una sociedad, el fundador puede ser:

1. inmediato: por su propia iniciativa,

2. mediato: mediante otras personas,

3. involuntario: sin intención inicia un movimiento del que a la larga surge la sociedad,

4. voluntario: busca lograrlo.

Cada sociedad tiene una determinada forma de gobierno, que puede ser:

1. Democrática: el poder de jurisdicción reside en todo el pueblo.

2. Aristocrática u Oligárquica: si el poder reside en un grupo de terminado de personas.

3. Monárquico: si gobierna una sola persona.

Partiendo de estas premisas podemos afirmar que:

1) Jesús concibió la Iglesia como una sociedad real porque:

1. Existe un conjunto, de individuos: todos los hombres,

2. una autoridad: los apóstoles,

3. un fin: la salvación eterna,

4. medios para el fin: el Bautismo con los otros sacramentos y la Fe.

2) La forma de esta sociedad es aristocrática, o "jerárquica", es decir, potestad sagrada, porque la autoridad no se promete ni concede a todo el pueblo sino directamente a los apóstoles y a sus sucesores.

3) La Iglesia la fundó Cristo al llamar a sus apóstoles. Fue su fundador inmediato, ya que no fueron los discípulos, sino el mismo Maestro quien creó y les transmitió el ministerio apostólico.

La Iglesia es también una sociedad:

1. Visible.- Los miembros se conocen entre sí, en cuanto hombres y en cuanto miembros de la sociedad a la que pertenecen; hay superiores y súbditos, y todos conocen sus funciones.

2. Perpetua.- Los apóstoles continuarán predicando el evangelio y santificando las almas hasta el fin del mundo con la promesa de la asistencia de Jesús.

3. Indefectible.- Los apóstoles no podrán cambiar lo establecido por Cristo, sólo lo secundario y accesorio en la organización de la Iglesia.

En consecuencia, la Iglesia es una sociedad perfecta, su fin es la salvación, su autoridad viene de Cristo, y posee los medios indispensables para conseguir el fin.

La función de gobernar, santificar y enseñar no es un privilegio ligado a las personas de los apóstoles y destinada a desaparecer con ellas, sino una prerrogativa conferida a ellos por Cristo y que se ha de transmitir a los sucesores que vengan después de ellos. Así serán solamente los primeros depositarios. Con las palabras "hasta el fin de los siglos" (Mt. 28, 18) Jesús creó el ministerio apostólico continuamente presente en la Iglesia.

Ya en los dos primeros siglos hay por todas partes en la Iglesia obispos que afirman ser sucesores de los apóstoles. Tenemos evidencia de esto basándose en los testimonios de:

--San Ireneo (180), obispo de Lión, apela a la autoridad de la tradición proveniente de los apóstoles a través de la sucesión de los obispos en su polémica contra los gnósticos.

--Eusebio de Cesárea (160). Nos dice que Hegésipo, un hebreo de Palestina, visitó a los obispos de diferentes iglesias del Mediterráneo para examinar su doctrina y cerciorarse de su sucesión.

Ignacio de Antioquía (107). Se deduce de sus cartas que a principios del siglo II en las iglesias de Asia presiden los obispos rodeados de presbíteros y diáconos y revestidos de todas sus potestades.

Clemente Romano (96). Habla de los obispos como sucesores de los apóstoles.

San Juan (siglo I). En el Apocalipsis incluye siete cartas a los "ángeles" de las iglesias de Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. Estos "ángeles" son figuras de los obispos.

Los obispos no reciben la autoridad del pueblo sino de Cristo, mediante la sucesión apostólica. Para fundamentar esto tenemos testimonio de:

Clemente Romano (96). Afirma que el principio de autoridad de la Iglesia es de origen divino.

Ignacio de Antioquía (107). Exige obediencia al obispo porque su autoridad proviene de Dios.

Nuevo Testamento (Hechos de los Apóstoles):

Los apóstoles tienen conciencia de haber recibido la autoridad directamente de Cristo: curan en nombre de Jesucristo el Nazareno (He. 4, 10), imponen las manos a los diáconos (6,6), en el Concilio de Jerusalén apelan a la propia autoridad (15,28).

Nuevo Testamento. San Pablo:

Sabe que recibió su misión de Cristo, no de los hombres (Gál. 1, 1).

El Concilio Vaticano II confirma que el episcopado es un sacramento (Constitución Dogmática sobre la Iglesia "Lumen Gentium", Capítulo III).