Relaciones de
los presbíteros con sus hermanos en el sacerdocio (1.IX.93)
1. La comunidad sacerdotal, o presbiterio, de la que hemos hablado en
las catequesis anteriores, exige a quienes forman parte de ella una red de
relaciones reciprocas que se sitúan en el ámbito de la comunión eclesial
originada por el bautismo. El fundamento más especifico de esas relaciones es
la común participación sacramental y espiritual en el sacerdocio de Cristo, del
que brota un sentido espontáneo de pertenencia al presbiterio.
El Concilio lo puso muy bien de relieve: "Los presbíteros,
constituidos por la ordenación en el orden del presbiterado, se unen todos
entre si por intima fraternidad sacramental; pero especialmente en la diócesis,
a cuyo servicio se consagran bajo el propio obispo, forman un solo
presbiterio" (Presbyterorum ordinis, 8). En relación con este presbiterio
diocesano, y gracias a su mutuo conocimiento, su cercanía y su costumbre de
vida y de trabajo, se desarrolla mucho más ese sentido de pertenencia, que crea
y alimenta la comunión fraterna y la abre a la colaboración pastoral.
Los vínculos de la caridad pastoral se expresan en el ministerio y en
la liturgia, como asegura también el Concilio: "Cada uno está unido con
los restantes miembros de esta agrupación sacerdotal por especiales lazos de
caridad apostólica, ministerio y fraternidad, como se significa, ya desde
tiempos antiguos, litúrgicamente, cuando se invita a los presbíteros asistentes
a imponer las manos, junto con el obispo ordenante, sobre el nuevo elegido, y
cuando, con corazón unánime, concelebran la sagrada Eucaristía"(ib.). En
esos casos se da una representación tanto de la comunión sacramental como de la
espiritual, que halla en la liturgia una vox para proclamar a Dios y dar a los
hermanos testimonio de la unidad del espíritu.
2. La fraternidad sacerdotal se expresa, además, en la unidad del
ministerio pastoral, en el amplio abanico de funciones, oficios y actividades
que se encomiendan a los presbíteros, que, "aunque se entreguen a diversos
menesteres, ejercen, sin embargo, un solo ministerio sacerdotal en favor de los
hombres" (ib. ). La variedad de las tareas puede ser notable: el
ministerio en las parroquias, o el que se realiza de forma interparroquial o
extraparroquial; las obras diocesanas, nacionales e internacionales; la
enseñanza en las escuelas, la investigación y el análisis; la enseñanza en los
diversos sectores de la doctrina religiosa y teológica; cualquier tipo de
apostolado testimonial, a veces mediante el cultivo y la enseñanza de alguna
rama del conocimiento humano; la difusión del mensaje evangélico a través de
los medios de comunicación social; el arte religioso con sus numerosas
expresiones; los múltiples servicios de caridad; la asistencia moral a las
diversas categorías de investigadores o de agentes; y, por último, las
actividades ecuménicas, hoy tan actuales e importantes. Esta variedad no puede
crear categorías o desniveles, porque se trata de tareas que, para los
presbíteros, siempre forman parte del proyecto evangelizador. "Todos
.afirma el Concilio. tienden ciertamente a un mismo fin, la edificación del
cuerpo de Cristo, que, en nuestros días señaladamente, requiere múltiples
organismos y nuevas acomodaciones"(ib.).
3. Por eso es importante que todo presbítero esté dispuesto -y formado
convenientemente- a comprender y estimar la obra realizada por sus hermanos en
el sacerdocio. Es cuestión de espíritu cristiano y eclesial, así como de
apertura a los signos de los tiempos. Ha de saber comprender, por ejemplo, que
hay diversidad de necesidades en la edificación de la comunidad cristiana, al
igual que hay diversidad de carismas y dones. Hay, además, diferentes modos de
concebir y realizar las obras apostólicas, ya que pueden proponerse y emplearse
nuevos métodos de trabajo en el campo pastoral, con tal que se mantengan
siempre en el ámbito de la comunión de fe y acción de la Iglesia.
La comprensión reciproca es la base de la ayuda mutua en los diversos
campos. Repitámoslo con el Concilio: "Es de gran importancia que todos los
sacerdotes, diocesanos o religiosos, se ayuden mutuamente, a fin de ser siempre
cooperadores de la verdad"(ib.). La ayuda reciproca puede darse de muchas
maneras: por ejemplo, estar dispuestos a socorrer a un hermano necesitado,
aceptar programar el trabajo según un espíritu de cooperación pastoral, que
resulta cada vez más necesario entre los varios organismos y grupos, y en el
mismo ordenamiento global del apostolado. A este respecto, ha de tenerse
presente que la misma parroquia .y a veces también la diócesis., aun teniendo
autonomía propia, no puede ser una isla, especialmente en nuestro tiempo, en el
que abundan los medios de comunicación, la movilidad de la gente, la
confluencia de muchas personas a algunos lugares, y la nueva asimilación
general de tendencias, costumbres, modas y horarios. Las parroquias son órganos
vivos del único Cuerpo de Cristo, la única Iglesia, en la que se acoge y se
sirve tanto a los miembros de las comunidades locales, como a todos los que,
por cualquier razón, afluyen a ella en un momento, que puede significar la
actuación de la gracia de Dios en una conciencia y en una vida. Naturalmente,
esto no debe transformarse en motivo de desorden o de irregularidades con
respecto a las leyes canónicas, que también están al servicio de la pastoral.
4. Es de desear y se debe favorecer un especial esfuerzo de comprensión
mutua y de ayuda recíproca, sobre todo en las relaciones entre los presbíteros
de más edad y los más jóvenes: unos y otros son igualmente necesarios para la
comunidad cristiana y apreciados por los obispos y el Papa. El Concilio
recomienda a los de más edad que tengan comprensión y simpatía con respecto a
las iniciativas de los jóvenes; y a los jóvenes, que respeten la experiencia de
los mayores y confíen en ellos; a unos y a otros recomienda que se traten con
afecto sincero, según el ejemplo que han dado tantos sacerdotes de ayer y de
hoy (cf. Ib.). "Cuántas cosas subirían desde el corazón hasta los labios
acerca de estos puntos, en los que se manifiesta concretamente la comunión
sacerdotal que une a los presbíteros! Contentémonos con mencionar las que nos
sugiere el Concilio: "Llevados de espíritu fraterno, no olviden los
presbíteros la hospitalidad (cf. Hb 13, 1.2), cultiven la beneficencia y
comunión de bienes (cf. Hb 13, 16), solícitos señaladamente de los enfermos,
afligidos, cargados en exceso de trabajos, solitarios, desterrados de su
patria, así como de quienes son víctimas de la persecución (cf. Mt 5,
10)"(ib.).
Todo pastor, todo sacerdote, cuando repasa el camino de su vida, ve que
está sembrado de experiencias de necesidad de comprensión, ayuda y cooperación
de muchos hermanos, así como de otros fieles, que padecen las diversas formas
de necesidad que acabamos de enumerar, y muchas otras. Tal vez se hubiera podido
hacer mucho más por todos los pobres, a los que el Señor ama y confía a la
caridad de la Iglesia; y también por los que .como nos recuerda el Concilio
(ib.). podían hallarse en momentos de crisis. Aunque seamos conscientes de
haber seguido la voz del Señor y del Evangelio, todos los días debemos
proponernos hacer cada vez más y actuar mejor en bien de todos.
5. El Concilio sugiere también algunas iniciativas comunitarias para
promover la ayuda reciproca en los casos de necesidad, incluso de modo permanente
y casi institucional, en favor de los hermanos.
Se refiere, ante todo, a reuniones fraternas periódicas para la
recreación y el descanso, a fin de responder a la exigencia humana de recuperar
las fuerzas físicas, psíquicas y espirituales, que el Señor y Maestro Jesús, en
su fina solicitud por la situación de los demás, ya tuvo presente cuando
dirigió a los Apóstoles la invitación: "Venid también vosotros aparte, a
un lugar solitario, para descansar un poco" (Mc 6, 31). Esta invitación
vale igualmente para los presbíteros de todas las épocas, y mucho más para los
de la nuestra, a causa del aumento de las ocupaciones y de su complejidad,
también en el ministerio sacerdotal (cf. Presbyterorum ordinis, 8).
El Concilio alienta, además, las iniciativas que intentan hacer posible
y facilitar de modo permanente la vida común de los presbíteros, incluso por
medio de convivencias instituidas y ordenadas sabiamente o, por lo menos, de
comedores comunes situados en lugares convenientes, a los que se tenga acceso con
facilidad. Las razones de esas iniciativas, que no son sólo económicas y
prácticas, sino también espirituales, y que están en sintonía con las
instituciones de la comunidad primitiva de Jerusalén (cf. Hch 2, 46.47), son
evidentes y apremiantes en la situación actual de muchos presbíteros y
prelados, a los que hay que ofrecer atención y cuidado para aliviar sus
dificultades y agobios (cf. Presbyterorum ordinis, 8). "También han de
estimarse grandemente y ser diligentemente promovidas aquellas asociaciones que,
con estatutos reconocidos por la competente autoridad eclesiástica, fomenten la
santidad de los sacerdotes en el ejercicio del ministerio por medio de una
adecuada ordenación de la vida, convenientemente aprobada, y por la fraternal
ayuda, y de este modo intentan prestar un servicio a todo el orden de los
presbíteros"(ib.).
6. En el pasado, en muchos lugares, algunos sacerdotes santos hicieron
esta última experiencia, que el Concilio recomienda difundir lo más posible. No
han faltado nuevas instituciones, de las que el clero y el pueblo cristiano
obtienen un gran beneficio. Su florecimiento y eficacia dependen directamente
del cumplimiento de las condiciones fijadas por el Concilio: la finalidad de la
santificación sacerdotal, la ayuda fraterna entre los presbíteros y la comunión
con la autoridad eclesiástica, en el ámbito diocesano o de la Sede Apostólica,
según los casos. Esta comunión exige que haya estatutos aprobados como regla de
vida y trabajo, sin los cuales los asociados estarían condenados inevitablemente
al desorden o las imposiciones arbitrarias de alguna personalidad más fuerte.
Es un antiguo problema de toda forma asociativa, que se presenta también en el
campo religioso y eclesiástico. La autoridad de la Iglesia cumple su misión de
servicio a los presbíteros y a todos los fieles también mediante esta función
de discernimiento de los valores auténticos, de protección de la libertad
espiritual de las personas y de garantía de la validez de las asociaciones, así
como de toda la vida de las comunidades.
También aquí se trata de poner en práctica el santo ideal de la
comunión sacerdotal.