Saludo

de S. Em. Cardenal Prefecto Darío Castrillón Hoyos

al Sumo Pontífice

en ocasión de la Audiencia

a los Diáconos permanentes

participantes al Gran Jubileo del Año 2000

Aula Pablo VI

Sábado, 19 de febrero de 2000

______________________________________

 

Beatísimo Padre,

Tengo el agrado de presentar a Vuestra Santidad, los Diáconos permanentes aquí reunidos para vivir sus jornadas jubilares en un clima fraterno e intenso de comunión y catolicidad.

Ellos representan aproximadamente a 24.000 Diáconos de todos los países donde el diaconado permanente ha sido restaurado. Además, están presentes algunas esposas, hijos y familiares de Diáconos casados que acompañan su camino, con la oración y la participación conjunta en sus ideales apostólicos.

Hoy, Santidad, durante la Liturgia de las Horas y en el divino Sacrificio hemos querido celebrar con nuestros votos a San Lorenzo, cuya memoria también da sustancia a esta conferencia y cuya insigne reliquia hemos querido especialmente exponer a vuestra veneración en esta Aula.

Lorenzo, Diácono de la Iglesia de Roma, indisolublemente vinculado al Papa Sixto II, sostenga con su ejemplo y con su intercesión, en la realidad de la "communio sanctorum", cada Diácono en la fidelidad a Vuestra Santidad, a la Iglesia Universal, en el servicio cotidiano en la Diócesis.

La resplandeciente memoria de San Lorenzo da fuerzas para recorrer la vía de la renovación interior solicitada por el espíritu del Gran Jubileo.

En estos días, trataremos de ir al corazón de esta identidad para vivir y obrar en consecuencia, en una motivada y cordial fidelidad a la Madre Iglesia.

El ardor de la caridad es la insignia con la que se presenta San Lorenzo; que es llamado en la liturgia "fiel en el ministerio y glorioso en el martirio".

Con nuestros Diáconos, guiados por la luz de Santo Esteban, San Lorenzo y un conjunto de otros Santos Diáconos, entendemos ser fieles en el ministerio y gloriosos en el martirio de la diaria búsqueda de la coherencia entre la realidad sacramental, en la que están existencialmente inmersos, y los desafíos de los ambientes más diferentes en los cuales se desarrolla un ministerio fuerte y debidamente misionero.

Confirme, Su Santidad, a estos Diáconos - entre los cuales hay 17 acólitos que mañana tendré la alegría de ordenar en la Basílica de San Pedro - en sus santos propósitos, así como a tantos que, con título de familiaridad o amistad, les acompañan en el perseguir constantemente su verdadero bien, que es un bien que redunda para el enriquecimiento del entero Cuerpo eclesial.