Intervención de la jefe de la delegación de la
Santa sede en la Conferencia
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05/09/1995
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IV Conferencia mundial
sobre la mujer, Pekín - 1995 –
Señora Mary Ann Glendon
Señora presidente:
La delegación de la Santa Sede desea, en primer
lugar, manifestar su particular agradecimiento y aprecio al Gobierno de la
República Popular de China, a quien tiene el placer de renovar los cordiales y
respetuosos augurios del Santo Padre Juan Pablo II. La cálida acogida que hemos
recibido en Pekín, por parte de las autoridades y del pueblo, y la eficiente
preparación de la Conferencia han ayudado también a hacer de esta Conferencia
mundial una experiencia memorable.
1. Estamos celebrando la IV Conferencia mundial
sobre la mujer. Esta Conferencia continúa la serie de otras Conferencias
internacionales que, al acercarnos al término de un milenio y al comienzo de
uno nuevo, dejarán sin duda una impronta en el clima social internacional. De
Río de Janeiro a Viena, de El Cairo a Copenhague, y ahora aquí en Pekín, la
comunidad de las naciones y cada Estado han centrado su atención en el
significado y consecuencias prácticas de lo que se afirma textualmente en el
primer principio de la Declaración de Río, que «el ser humano es el elemento
central del desarrollo sostenible».
Hoy más que nunca nuestra tarea debe consistir en
pasara de las aspiraciones a la acción. Debemos procurar que lo que se ha
afirmado a nivel universal se haga realidad en la vida cotidiana de las mujeres
en todos los lugares del mundo. La histórica opresión de las mujeres ha privado
a la especie humana de innumerables recursos. El reconocimiento de la igualdad
en dignidad y en derechos fundamentales de las mujeres y de los hombres, y la
garantía para todas las mujeres del acceso al pleno ejercicio de estos derechos
tendrán consecuencias de largo alcance, y abrirán enormes reservas de
inteligencia y energía, tan necesarias en un mundo que clama por la paz y la
justicia.
Durante los preparativos de esta Conferencia, la
Santa Sede ha escuchado atentamente las esperanzas, los temores y las
preocupaciones diarias de mujeres de diversas partes del mundo y de diversos
tipos de vida, así como también sus críticas. El Papa Juan Pablo II se ha
referido directamente a los temas de la Conferencia en numerosas alocuciones y encuentros,
especialmente en su reciente Carta a las mujeres. Ha reconocido las
deficiencias de posiciones pasadas, incluso de la Iglesia católica, y ha visto
complacido esta iniciativa de las Naciones Unidas como una importante
contribución a la mejora global de la situación de la mujer en el mundo de hoy.
La delegación de la Santa Sede, encabezada por una
mujer y compuesta principalmente por mujeres, con vivencias y experiencias
diferentes, elogia el propósito del proyecto de Plataforma de acción de liberar
finalmente a las mujeres de las injustas cargas de condicionamiento cultural,
que tan frecuentemente les han impedido incluso llegar a ser conscientes de su
propia dignidad.
Los puntos de vista de la Santa Sede representan
las aspiraciones de muchas personas, creyentes de todos los credos y también no
creyentes, que comparten la misma visión fundamental y desean ser oídas. Sólo
cuando se escuchan atentamente y se aprecian los diferentes puntos de vista se
puede llegar a un verdadero discernimiento de las situaciones y a un consenso
sobre el modo de atenderlas.
2. Llamaré la atención, pues, sobre algunos de los
muchos puntos en los que mi delegación concuerda con la Plataforma de acción,
pero al mismo tiempo indicaré algunas áreas que mi delegación piensa que se
deberían desarrollar de otra manera.
En algunos momentos del proceso de preparación, la
Santa Sede ha tenido que señalar enérgicamente que el matrimonio, la maternidad
y la familia, así como la adhesión a los valores religiosos, no se debían
presentar de modo negativo. Afirmar la dignidad y derechos de todas las mujeres
exige respetar el papel de aquellas mujeres cuya búsqueda de realización
personal y de construcción de una sociedad estable va unida inseparablemente a
sus compromisos con Dios, con la familia, con la comunidad y especialmente con
sus hijos.
La situación de las mujeres está vinculada con la
suerte de toda la familia humana. No puede haber progreso real para las mujeres
o para los hombres, a expensas de los hijos o de sus hermanos y hermanas no
privilegiados. Los progresos genuinos para las mujeres no pueden desconocer las
desigualdades que existen entre ellas mismas. Un progreso duradero para las
mujeres debe basarse en la solidaridad entre las ancianas y las jóvenes, entre
el hombre y la mujer, y también entre quienes gozan de una confortable calidad
de vida con fácil acceso a los bienes básicos y quienes sufren privaciones.
Al mismo tiempo, debería ser claro que la
promoción del ejercicio de todos los talentos y derechos de las mujeres, sin
minar su papel dentro de la familia, requiere no solamente indicar las
responsabilidades familiares de los maridos y padres, sino también los deberes
sociales de los gobernantes.
Ya que tantas mujeres afrontan dificultades
excepcionales cuando intentan hacer compatible una mayor participación en la
vida económica y social con las responsabilidades familiares, esta Conferencia
da adecuadamente gran prioridad al derecho de las mujeres a gozar efectivamente
de igualdad de oportunidades y condiciones con los hombres, tanto en los
puestos de trabajo como en las estructuras decisorias de la sociedad,
especialmente cuando afectan a las mujeres mismas.
La justicia para la mujer en el lugar de trabajo
requiere, en primer lugar, que se eliminen todas las formas de explotación de
las mujeres y de las jóvenes como mano de obra barata, muy frecuentemente al
servicio del estilo de vida de las clases ricas. Requiere igualdad de
retribución y de oportunidades para progresar, al mismo tiempo que se afrontan
las responsabilidades derivadas de su condición de madres trabajadoras,
dedicando una particular atención a los problemas de aquellas mujeres que son
la única fuente de sustento de su familia.
Además, una efectiva acción en favor de las madres
trabajadoras exige el reconocimiento de la prioridad de los valores humanos
sobre los económicos. Si la eficiencia y la productividad se consideran los
objetivos primarios de la sociedad, entonces los valores de la maternidad se
verán perjudicados. El miedo a reforzar ciertos estereotipos sobre el papel de
la mujer, no debería impedir a esta Conferencia que afronte claramente los
especiales desafíos y las necesidades de la vida real y los valores de aquellos
millones de mujeres que se dedican a sus propias responsabilidades maternas y
familiares, a tiempo pleno o haciéndolas compatibles con otras actividades de
tipo social y económico. Nuestras sociedades ofrecen muy poco reconocimiento
real o asistencia concreta a aquellas mujeres que están luchando por sacar
adelante a sus hijos en circunstancias económicamente difíciles. Dejar de
afrontar estos temas en nuestra Conferencia seria hacer aún más ilusoria para
la mayoría de las mujeres del mundo la verdadera igualdad.
La Santa Sede, en esta Conferencia, como lo hizo
también con ocasión de la Cumbre mundial sobre el desarrollo social, insiste en
la importancia de encontrar nuevas vías para reconocer el valor económico y
social del trabajo no remunerado de las mujeres, en la familia, en la
producción y conservación de los alimentos, y en una vasta gama de trabajos
socialmente productivos dentro de la comunidad. Las mujeres deben ser
protegidas con medidas de seguridad económica y social que reflejen su igual
dignidad y sus iguales derechos a la propiedad y al acceso al crédito y a los recursos.
La contribución efectiva del trabajo de las mujeres a la seguridad económica y
al bienestar social es, con frecuencia, mayor que la de los hombres.
3. Deseo, ahora, volver sobre el hecho de que
tantas mujeres hoy día no tienen acceso a los derechos básicos que les
pertenecen como seres humanos, hasta el punto, como señalé antes de que en la
práctica muchas veces ni siquiera tienen conciencia de la propia dignidad.
Vuelvo sobre este tema para señalar algunas áreas de especial interés y empeño
de la Santa Sede para los próximos años.
Es bien conocido que la Iglesia católica, a través
de sus múltiples estructuras, ha sido pionera y líder en educar a las chicas,
tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo, y también
frecuentemente en regiones y culturas donde pocos estaban dispuestos a ofrecer
oportunidades educativas iguales a chicos y chicas.
Cada persona humana tiene el derecho de ser
ayudada a hacer pleno uso de sus talentos y capacidades, y por eso, como afirma
la Declaración universal de los derechos humanos: «Todos tienen derecho a la
educación». El acceso universal a la educación básica es, ciertamente, un
objetivo de todas las naciones. Sin embargo, en el mundo actual, más de dos
tercios del escandaloso número de personas analfabetas son mujeres. De los
millones de niños que no están matriculados en la educación básica,
aproximadamente el 70% son niñas. ¿Y qué decir de la situación en la que el
simple hecho de ser niña reduce hasta la misma posibilidad de nacer y
sobrevivir, o de recibir educación, nutrición y cuidados sanitarios adecuados?
El pasado 29 de agosto, Su Santidad el Papa Juan
Pablo II dirigiéndose a las más de 300000 instituciones sociales, caritativas y
educativas de la Iglesia católica, las comprometió a una estrategia prioritaria
y coordinada en favor de las niñas y jóvenes, especialmente las más pobres,
para asegurarles igualdad de posición social, bienestar y oportunidades,
especialmente en lo concerniente a la enseñanza y formación básica, a la salud
y a la nutrición, y para asegurar que en todos los casos puedan continuar y
completar su educación. La Santa Sede ha hecho una llamada especial a las
instituciones educativas de la Iglesia y a las congregaciones religiosas, para
que, por sí mismas o dentro de una estrategia nacional más amplia, hagan
realidad este compromiso en favor de las niñas. Se trata de hecho de un
compromiso ya asumido en la Cumbre de Copenhague para el desarrollo social, y
la Santa Sede, igual que en aquella ocasión, se sitúa al lado de todos los
gobiernos del mundo para colaborar con ellos en estos programas de educación.
Cada vez más se reconoce que la inversión en la educación de las niñas es una
clave fundamental para el consiguiente pleno progreso de las mujeres.
La cuestión de la educación está estrechamente
vinculada con la cuestión de la pobreza, y con el hecho de que la mayoría de
los que hoy viven en la más abyecta pobreza son mujeres y niños. Se deben hacer
esfuerzos para eliminar todos aquellos obstáculos legales y culturales que impiden
la seguridad económica de las mujeres. Se deben afrontar las razones
específicas que en cada región o sistema económico hacen que las mujeres sufran
con más probabilidad la pesada carga de la pobreza. Ninguna parte del mundo
está exenta del escándalo de la pobreza, que afecta a la mayoría de las
mujeres. Cada sociedad tiene sus bolsas específicas de pobreza, grupos de
personas especialmente expuestas a la pobreza, a veces a la vista de otras cuya
forma de consumo y estilo de vida son muy a menudo insostenibles e
inadmisibles. La «feminización de la pobreza» debe ser motivo de preocupación
para todas las mujeres. Deben señalarse sus raíces sociales, políticas y
económicas. Las propias mujeres deben estar en primera línea en la lucha contra
las desigualdades entre mujeres en el mundo actual, a través del interés
concreto y de la solidaridad directa con las mujeres más pobres.
Permítaseme llamar la atención aquí hacia el
extraordinario trabajo realizado, y que continúa haciéndose hoy, por una clase
de mujeres cuyo servicio muchas veces se da por supuesto: las religiosas. En
sus comunidades han desarrollado formas innovadoras de espiritualidad femenina.
Desde sus comunidades han desarrollado formas de solidaridad, asistencia y
orientación en favor de las mujeres y entre las mujeres. Constituyen un ejemplo
de cómo los principios religiosos son hoy para tantas mujeres un motivo de
inspiración para alentar una nueva identidad para las mujeres y de
perseverancia en el servicio y en la promoción de la mujer.
4. La Santa Sede reconoce también la necesidad de
dedicarse a las urgentes y específicas exigencias de atender la salud de las
mujeres. Apoya, por eso, el énfasis particular de los documentos de la
Conferencia acerca de la expansión y mejora de la atención sanitaria de la
salud de las mujeres, especialmente desde que tantas mujeres en el mundo de hoy
no tienen ni siquiera acceso a un centro básico de salud. En esta situación, la
Santa Sede ha expresado su preocupación por la tendencia a dar a los problemas
sanitarios relacionados con la sexualidad una atención y unos recursos
privilegiados, mientras que una consideración amplia de la salud de todas las
mujeres debería poner mayor énfasis en cuestiones como la desnutrición y la
carencia de agua potable, así como aquellas enfermedades que afectan a millones
de mujeres cada año, con un gran número de victimas entre madres e hijos.
La Santa Sede coincide con la Plataforma de acción
en el modo de tratar las cuestiones de sexualidad y reproducción, cuando ésta
afirma que los cambios de actitud tanto de los hombres como de las mujeres son
condiciones necesarias para conseguir la igualdad, y que la responsabilidad en
materia sexual corresponde tanto a los hombres como a las mujeres; Las mujeres
son, además, muy a menudo, víctimas de un comportamiento sexual irresponsable,
en cuanto a sufrimiento personal, enfermedad, pobreza y deterioro de la vida
familiar. Los documentos de la Conferencia, según el punto de vista de mi
delegación, no son suficientemente audaces en reconocer la amenaza para la
salud de las mujeres derivada de las actitudes difundidas de permisividad
sexual. Igualmente el documento deja de denunciar a las sociedades que han
abdicado de su responsabilidad de intentar cambiar, en sus verdaderas raíces,
actitudes y comportamientos irresponsables.
La comunidad internacional ha señalado con
insistencia que la decisión de los padres sobre el número de hijos y el
distanciamiento de los nacimientos debe hacerse de manera libre y responsable.
En este contexto, la enseñanza de la Iglesia católica sobre la procreación es
frecuentemente mal comprendida. Decir que sostiene la procreación a cualquier
costo es ciertamente tergiversar sus enseñanzas sobre la paternidad
responsable. Sus enseñanzas sobre los medios de planificación familiar son
vistas a menudo como demasiado exigentes para las personas. Pero ninguna forma
de asegurar un profundo respeto de la vida humana y su transmisión puede
dispensar de una autodisciplina y de privación personal, sobre todo en culturas
que promueven la autotolerancia y la gratificación inmediata. La procreación
responsable requiere también de modo especial la igual participación y
responsabilidad compartida de los maridos, lo cual sólo se puede alcanzar
mediante un proceso de cambio de actitudes y comportamiento.
La Santa Sede se une a todos los participantes en
la Conferencia en la condena de la coacción en las políticas de población. Es
de esperar que todas las naciones se adhieran a las recomendaciones de la
Conferencia sobre este tema. Es también de esperar, para que puedan llegar a un
consentimiento consciente, que se dé a las parejas una información clara sobre
todos los riesgos posibles para la salud derivados de los métodos de
planificación familiar, especialmente cuando éstos están aún en fase
experimental o en los casos en los que su uso se ha restringido en algunas
naciones.
Hay un claro consenso en la comunidad
internacional en que no se debe promover el aborto como método de planificación
familiar y en que se deber hacer todos los esfuerzos necesarios para eliminar
los factores que llevan a las mujeres a buscar el aborto. El Papa Juan Pablo II
ha puesto de relieve, hablando de la responsabilidad ante la trágica y dolorosa
decisión de la mujer de recurrir al aborto, que «antes de ser una
responsabilidad de las mujeres», hay ocasiones en que «es un crimen imputable
al hombre y a la complicidad del ambiente que lo rodea». Todos los que están
comprometidos genuinamente en el progreso de las mujeres pueden y deben ofrecer
a la mujer o a la joven que están embarazadas, solas y atemorizadas, una
alternativa mejor que la destrucción de su propio hijo aún no nacido. Una vez
más, las mujeres comprometidas deben tomar la iniciativa en la lucha contra las
prácticas sociales que facilitan la irresponsabilidad de los hombres al mismo
tiempo que marcan a las mujeres, y contra una vasta industria que saca sus
ganancias de los cuerpos de las mujeres, a la vez que se precia de ser su
libertadora.
La Conferencia ha hecho, sin embargo, un gran
servicio al iluminar y enfocar la violencia contra las mujeres y las niñas, la
cual puede ser física, sexual, psicológica y moral. Aún se debe hacer mucho más
en todas nuestras sociedades para identificar el alcance y las causas de la
violencia contra las mujeres. La difusión de la violencia sexual en las
naciones industrializadas, cuando se hace más conocida, produce frecuentemente
una conmoción en sus poblaciones. El uso, en este siglo XX, de la violencia
sexual como un instrumento de conflictos armados ha causado estupor en la
conciencia de la humanidad.
Se deben condenar todas estas formas de violencia
contra las mujeres y se debe dar una consideración prioritaria a las políticas
sociales encaminadas a eliminar las causas de esta violencia. Se debe hacer aún
más para eliminar la práctica de la mutilación genital femenina y otras
prácticas deplorables como la prostitución infantil, el tráfico de niños y de
sus órganos, y los matrimonios de niños. La sociedad debe también atender a
todas las víctimas de esta violencia, asegurando que se aplique justicia a los
que la perpetraron y ofreciendo a las víctimas una curación completa y la
rehabilitación social.
La cuestión de la violencia sufrida por las
mujeres está también vinculada a los factores que están en la base de la vasta
cultura comercial y hedonista, los cuales alientan la explotación sistemática
de la sexualidad y reducen especialmente a las mujeres a meros objetos
sexuales. Si la Conferencia no condenara estas actitudes, podría verse acusada
de condonar las verdaderas causas de fondo de buena parte de la violencia
contra las mujeres y las chicas.
Finalmente, me parece que se podría prestar una
mayor atención a las necesidades de algunas clases específicas de mujeres,
especialmente dentro de los ambientes sociales y económicos cambiantes. Aquí
mencionaré simplemente a las mujeres ancianas, las cuales están entre quienes
experimentan especiales problemas en todas nuestras sociedades.
Señora presidente, el título de nuestra
Conferencia es «igualdad, desarrollo, y paz». Tenemos que pasar de una visión
de las personas humanas como meros instrumentos u objetos a otra en la cual
cada persona pueda realizar plenamente su dignidad y todas sus potencialidades.
Nuestro siglo ha sido un siglo de progresos científicos sin precedentes, pero
también un siglo que ha visto horrendos conflictos y guerras. En medio de una
cultura de la muerte, han abundado las mujeres que salvaguardaron y promovieron
la civilización del amor, preservando los vestigios de la dignidad humana a
través de los días y años más oscuros. La influencia de las mujeres, ignorada,
infravalorada y dada por supuesta, ha brillado a lo largo de la historia,
enriqueciendo la vida de sucesivas generaciones.
Ahora tenemos que mirar al futuro. Cuanto más
libres sean las mujeres para compartir sus bienes con la sociedad y para asumir
el liderazgo social, mayores serán las perspectivas de progreso en sabiduría,
justicia y dignidad de vida para toda la comunidad humana.
La delegación de la Santa Sede espera que esta
Conferencia y el nombre de la gran ciudad de Pekín sean recordados por la
historia como un momento importante, en el que, progresando en la libertad y
dignidad de las mujeres, hayamos contribuido a la construcción de la
civilización del amor donde cada mujer, cada hombre y cada niño puedan vivir en
paz, libertad y mutua estima, con el pleno respeto de sus derechos y
responsabilidades; una civilización donde puedan florecer la vida y el amor;
una civilización donde no reine la cultura de la muerte. Que Dios todopoderoso
nos acompañe y sostenga en esta nuestra tarea.