La visión beatífica

 

 

La teología católica ha privilegiado históricamente la idea de la "visión beatífica", para expresar en qué consiste la esencia del "cielo", la vida del hombre en la presencia desvelada, manifiesta y eterna de Dios.

Algunas discusiones medievales llevaron al Magisterio a pronunciarse solemnemente sobre la inmediatez de este encuentro de los hombres con Dios tras la muerte: aun antes de la reasunción de su cuerpo, el alma purificada verá a Dios con una visión intuitiva, cara a cara, sin mediación de criatura alguna.

Por supuesto, la tradición cristiana ha sido siempre consciente de la distancia existente entre la criatura y su Creador. Por ello, se afirma que este acontecimiento podrá tener lugar gracias al don divino decisivo del lumen gloriae, obra del mismo Espíritu Santo, en el cual somos introducidos a esta visión de la esencia divina. Y se recuerda siempre igualmente que esta visión no podrá nunca ser un conocimiento exhaustivo de Dios, que agote su misterio: quien ve a Dios por esencia, ve en Él que es infinito e infinitamente cognoscible, y que esta modalidad infinita no le corresponde a quien lo ve.

Ello nos manifiesta la necesidad urgente de no usar los conceptos humanos sin conciencia de sus inevitables limitaciones. La visión no ha de ser entendida como una mirada externa, distanciada, sobre un objeto; esta dimensión del concepto ha de ser purificada, para lo que no bastará asociar visión y contemplación.

Para ello, lo más importante quizá sea situar la afirmación de la "visión beatífica" en el horizonte histórico-salvífico propio del Concilio Vaticano II, teniendo en cuenta ante todo que se trata del conocimiento inmediato del Dios uno y trino, libre y personal.

Ver a Dios cara a cara significa conocerlo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, misterio de Unidad, en el amor y la libertad infinita de las relaciones personales. "Visión beatífica" significa pues conocimiento del Amor paterno, que genera eternamente al Hijo en la unidad del Espíritu, acogida de la Palabra divina en el Amor. "Visión inmediata" pues nos encontraremos "cara a cara" con el Misterio personal del Dios trinitario, que se revela y comunica en el Hijo y en el Espíritu, introduciendo al hombre en una relación plenamente interpersonal y libre no identificable con la de sujeto y objeto.

En esta perspectiva, se puede comprender también que la glorificación del hombre por el Espíritu y la visión de Dios no significan la desaparición del ser personal humano en la inmensidad divina. Al contrario, permanecemos criaturas y al mismo tiempo vemos a Dios, lo conocemos entrando en relación personal y libre con Él como verdaderos hijos por adopción. La "visión beatífica" será propia de los hombres como hijos, en el Hijo: lo conoceremos como Padre, de quien procede eternamente el Hijo, que le responde en el Amor eterno de un mismo Espíritu. Lo veremos "según nuestros méritos"; no "según nuestra medida", sino según la misericordia salvadora del Señor, que introduce definitivamente la historia de cada uno en el horizonte infinito de la fecundidad divina.

Participaremos de la vida trinitaria, lo veremos cara a cara; pero no como observadores externos –lo que sería imposible–, sino como hijos, como el Hijo ve y conoce al Padre. Lo conoceremos como humanidad filial, asimilados y unidos a Jesucristo; pues por Él, con Él y en Él, la humanidad participa de la filiación divina, recibe el Don del Padre y responde filialmente con el Don pleno de sí.