Primer domingo de ADVIENTO

Primera: Is 2,1-5; segunda: Rom 13,11-14; Evangelio: Mt 24, 37-44

NEXO entre las LECTURAS

Al iniciar el adviento, es justo que la palabra clave de este primer domingo sea venida. El texto evangélico forma parte del gran discurso sobre la segunda venida de Jesús (Mt 24-25). En el oráculo mesiánico de Isaías se proyecta la mirada profética hacia el futuro, cuyo cumplimiento histórico se verificó en Jesucristo, sobre todo en su pasión, muerte y resurrección en Jerusalén, y se vaticina que a ella afluirán todas las naciones, vendrán pueblos numerosos y dirán: venid, subamos al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob. Finalmente, Pablo exhorta a los fieles de Roma a revestirse de Cristo porque la noche está muy avanzada y el día ya viene.

 

MENSAJE DOCTRINAL

En el contexto del adviento la Iglesia, en la liturgia de hoy, pone ante nuestros ojos la gran realidad de la venida de Dios entre los hombres. Se trata de una venida prometida en el Antiguo Testamento, y que ha servido, al pueblo de Israel y a todos los pueblos, de preparación para la buena nueva del Enmanuel, de Dios con nosotros. Se trata principalmente de una presencia de Dios, una venida ya realizada en Jesús de Nazaret, que es a la vez juicio y salvación, condenación del pecado y donación de la vida nueva en Cristo. Esta venida se actualiza, año tras año, en la liturgia de la Iglesia. Es finalmente una venida futura, cuyo tiempo desconocemos, porque pertenece al arcano misterio de Dios (Evangelio). Para cada hombre esta segunda venida se hace concreta al momento de morir, en que se encuentra con Cristo salvador y juez.

La venida prometida y realizada ha de llenar de gozo el corazón del cristiano. Dicha venida, en efecto, nos habla de la salvación que Cristo ha traído a todos los hombres. La fe cristiana nos enseña, a pesar de la realidad que aparece a nuestros ojos, que los pueblos marchan, de la forma sólo por Dios conocida, hacia Cristo en búsqueda de sentido y de salvación (Primera lectura). Aquí está el verdadero fundamento del optimismo y del apostolado cristiano.

La venida futura, por su parte, reclama del cristiano, primeramente, una fe sincera en la realidad de esta venida, independientemente del momento histórico de su realización; además, una profunda actitud de vigilancia. La analogía con el tiempo de Noé y con el ladrón que asalta una casa (Evangelio) es un ardiente llamado a la vigilancia cristiana y, con ella, a no dejarse engañar por los señuelos del mundo y del tiempo presente, a veces tan ajenos del sentir y actuar propios del creyente en Cristo. Por eso, san Pablo (Segunda lectura), en espera de la segunda venida, además de dejar las tinieblas del pecado, invita a vivir en la luz, a revestirse de Cristo para formar parte de su cortejo, cuando él venga.

 

SUGEREncias PASTORALES

Dios quiere que todos se salven y en Cristo ha llamado a todos los hombres y pueblos a la salvación. Valorar, por tanto, todo aquello que de bueno, justo y santo hay en todo hombre, independiente de su raza, cultura o religión. Santo Tomás de Aquino enseña que "toda verdad, diga quien la diga, proviene del Espíritu Santo". Manteniendo la propia identidad, estar también abierto al diálogo con los otros hermanos cristianos o con los compañeros de trabajo y amigos pertenecientes a otra religión no cristiana. Siendo la Iglesia sacramento de salvación, sentirme comprometido en primera persona en la acción apostólica y misionera de la Iglesia "ad intra" y "ad extra". El tiempo de adviento y de Navidad es muy propicio para todo esto: "Nos ha nacido un Salvador".

La vigilancia es una virtud eminentemente cristiana. La hemos de practicar de cara a los atractivos y solicitaciones del ambiente en que vivimos, y frente a las pasiones que anidan en nuestro corazón y que nos inclinan hacia la tierra en vez de elevar nuestra mirada hacia el cielo. Vigilancia también de los pastores sobre sus "ovejas" para dirigir a todas hacia buenos pastos, para hacer volver a las alejadas, para curar a las enfermas, para alimentar a todas con el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía. Vigilancia de los padres sobre sus hijos para enderezarlos por el camino del Evangelio y darles una sólida formación cristiana. La fe en la segunda venida de Cristo funda una ética cristiana, sumamente exigente y comprometida en la educación del hombre y en la construcción de una sociedad cada vez más digna y acogedora.

 

Segundo domingo de ADVIENTO

Primera: Is 11,1-10; segunda: Rom 15,4-9 Evangelio: Mt 3,1-12

 

NEXO entre las LECTURAS

El Espíritu es el concepto presente en la liturgia y unificador de la misma. Se trata del Espíritu no en sí, sino referido al Mesías, a cuya venida nos preparamos y cuya llegada celebramos en la Navidad. Sobre el Mesías, renuevo del trono de Jesé, reposará el Espíritu del Señor. Será el Mesías quien bautice en Espíritu y fuego. San Pablo presenta a nuestra imitación el ejemplo de Jesucristo, que se entregó tanto a judíos como a paganos y así infundió en todos un solo corazón. Esta parenesis paulina termina así: "Que el Espíritu Santo, con su fuerza, os colme de esperanza". Una esperanza, imperfectamente satisfecha en la Navidad, plenamente satisfecha en la segunda venida del Señor.

 

MENSaje DOCTRINAL

San Juan Bautista nos recuerda una realidad maravillosa: Hemos sido bautizados con Espíritu Santo y fuego. Reavivar en el adviento la espiritualidad bautismal puede sernos de mucho fruto. Por el bautismo hemos sido constituidos templo del Espíritu Santo y hemos sido encendidos por el fuego del Espíritu para la misión. Para ser templos y fuego del Espíritu se requiere la conversión continua a los valores del Reino, y ser, ya desde ahora y en el día del juicio, grano de trigo y no paja que se arroja al fuego.

¿Cuáles son los valores del Reino, aportados por el Mesías, a los que los hombres son exhortados a convertirse?

a) La auténtica justicia, no basada en apariencias ni en cosas conocidas de oídas, sino en rectitud (Primera lectura)

b) La verdadera paz, obra del Mesías, que transforma la naturaleza y actúa sobre el corazón de los hombres (Primera lectura), hermanando a judíos y paganos en la alabanza a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo (Segunda lectura).

c) La esperanza en la persverancia y el consuelo que proporcionan las Escrituras, donde encuentra el hombre todo lo que Dios ha querido revelar para su salvación (Segunda lectura).

d) Una existencia vivida dando frutos, porque el árbol que no dé fruto será cortado y echado al fuego. El Bautista es modelo de este estilo de vida: hombre desprendido y austero en su vida personal, predicador infatigable de la verdad de Dios y de la conversión, precursor del Mesías, a quien allana el camino (Evangelio).

 

SUGEREncias PASTORALES

Prepararse a la Navidad, dejándose guiar por el Espíritu Santo. La liturgia dominical es un momento oportuno para inculcar en la conciencia cristiana la acción invisible pero real del Espíritu, su presencia en el alma por la gracia, su eficacia en el desarrollo y progreso de la vida espiritual. Momento igualmente oportuno para invitar a los cristianos a estar atentos a la voz del Espíritu que nos habla mediante los acontecimientos de la vida, las situaciones personales, las personas conocidas o amigas, las páginas de un libro, los medios de comunicación social o la misma naturaleza. Momento oportuno, igualmente, para aceptar y obedecer al Espíritu con docilidad y prontitud. Es el Espíritu de Dios quien mejor nos puede preparar para vivir mejor el misterio de la encarnación y del nacimiento de Jesucristo.

Los valores del Reino quizá nos sorprendan a primera vista; nos resulten demasiado elevados y bellos para ser creídos y realizados en una sociedad y en un ambiente en donde hay y vigen otros valores muy opuestos y, si no opuestos, al menos muy diferentes. Sin embargo, hay muchos hombres y mujeres que ya viven esos valores, que rigen por ellos su existencia, su actuación y su comportamiento. ¡Pensemeos en tantos laicos, religiosos y sacerdotes que viven santamente! Es muy probable que muchos de entre nuestros mismos fieles ya los posean o se esfuercen por convertirse diariamente a ellos...Hay que sostener esos esfuerzos, promover esos valores, trabajar con tesón para que todos los hombres se dejen ganar por ellos. En la medida en que se lleve a cabo una conversión sincera a los valores del Reino, nuestro ambiente, nuestra parroquia...cambiará y mejorará.

 

8 de Diciembre: la Inmaculada concepciÓn de MARÍA

Primera: Gén 3,9-15.20; segunda: Ef 1,3-6.11-12 Evangelio: Lc

NEXO entre las LECTURAS

La iniciativa divina, llena de amor y de misericordia, parece ser el tema unificador. En la primera lectura es Dios quien pregunta y quien decide el castigo, ante el pecado del hombre, y quien pro-mete la salvación. La promesa hecha a Adán y Eva en el paraíso, Dios la lleva a cumplimiento en su Hijo, que acepta encarnarse y ser el nuevo Adán, y la realiza también en María, que acepta ser la madre de Dios, y nueva Eva (Evangelio). Con la venida de Cristo al mundo, el Padre nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales (Segunda lectura). Toda iniciativa, en el designio divino de salvación, proviene del Padre, y en Èl llega también a su último fin.

 

MENSaje DOCTRINAL

 

Pecado y salvación están presentes en todas las religiones porque están presentes en el hondón mismo del corazón humano. Quien entre en su conciencia se percibe pecador (con este término u otros, lo que cuenta es la realidad) y necesitado de salvación. Esta experiencia universal encuentra su paradigma y su fundamento en el relato de la primera lectura. El hombre ha querido ser dios y, en su intento, lo único que ha logrado es darse cuenta de que es "sólo hombre" y de que un desorden se ha introducido en sus relaciones con Dios, con Eva y con la creación. El querer ser "como Dios", la "muerte de Dios" en el corazón, se transforma en la muerte del hombre. Los capítulos 4-11 del Génesis, y en general los libros del AT hablan de esta presencia, expansión y fuerza destructora del pecado.

Pero Dios es Padre, y mira al hombre con amor de Padre. Desde los inicios mismos del pecado adámico, Dios toma la iniciativa de encontrar los caminos para ofrecerle de nuevo la salvación. En el relato del Génesis está una promesa que va dando pasos hacia su cumplimiento en Noé, Abrahán y los patriarcas, Moisés y el pueblo de Israel...,y que alcanza su plenitud en el anuncio del ángel a María: "Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús (es decir, Salvador) (Evangelio). Una salvación que, según san Pablo a los Efesios (Segunda lectura) comprende estos aspectos:

a) Ser su pueblo elegido, la comunidad que Dios salva y en la que ofrece a todos los hombres la salvación.

b) Ser hijos adoptivos por medio de Jesucristo. De esclavos del pecado, hijos de Dios en la libertad y en el amor.

c) Ser un himno de alabanza a su gloria. Salvado del pecado, el hombre no envidiará a Dios, y libre de su afán de superhombre, será feliz alabando y glorificando a Dios.

María, la inmaculada, la que en su nacimiento, por méritos de su Hijo, repitió la experiencia 'originaria' de Adán y Eva. Por ello, la Iglesia, iluminada por el Espíritu, ha visto a María en la mujer que hiere la cabeza de la serpiente (Primera lectura) y ha visto realizada esta promesa profética en el momento de la anunciación del ángel a María (Evangelio). El 'sí' de María a la voluntad de Dios corresponde al 'no' de Eva al precepto divino, y de esta manera en íntima unión con su Hijo contribuye a la salvación de su descendencia. A María, de manera suprema, se aplica el himno paulino que abre la carta a los Efesios: "Dios me eligió en Cristo, antes de la creación del mundo para...que me mantuviera sin mancha en su presencia. Llevado de su amor, él me destinó de antemano...a ser adoptada como hija suya...para que la gracia que derramó sobre mí, por medio de su Hijo querido, se convierta en himno de alabanza a su gloria".

 

SUGEREncias PASTORALES

En el mundo actual se pueden captar experiencias muy fuertes de pecado, de miseria humana, de desesperación. Por ejemplo, haber perdido el sentido de la vida; considerarse un inútil, sin un papel en este mundo; aborrecerse a sí mismo hasta incluso la voluntad de suicidio; 'pasar de todo' porque en nada se encuentra lo que se quiere; experimentar el pecado (lujuria, orgullo, odio, ateísmo...), hundirse en él y creer que ya no hay salida...Estas experiencias, de las que se pueden conocer y presentar casos concretos con nariz y ojos, y otras muchas menos dramáticas, son un magnífico punto de apoyo para una pastoral sobre Cristo redentor, que se hace hermano nuestro y que jamás nos abandona en nuestro itinerario por la vida. Digamos con la liturgia de adviento: "¡Ánimo! Se acerca nuestra redención". Jesucristo está llamando a la puerta del mundo, y del corazón del hombre, para ofrecerle su paz, su amor y su salvación.

La mujer cristiana en nuestro mundo contemporáneo está solicitada por algunas actitudes y concepciones de la mujer, de la feminidad, de su función en el hogar, en la cultura, en el trabajo, en la sociedad, que no siempre honran a la mujer. Se exponen en el supermercado actual, por ejemplo, el modelo de la mujer 'emancipada' cuya única ley es ella misma; el modelo de la mujer 'yuppie' que sacrifica el matrimonio y la maternidad a su profesión; el modelo de la mujer 'liberal' en sus ideas, en su comportamiento, en su actitud ante Dios, ante la vida, ante la sociedad. En cuanto a actitudes, está la de la mujer reivindicadora de la igualdad total entre los sexos; la de la mujer que ve en el sexo opuesto, más que un 'partner' o complemento de sí, un adversario; la de la mujer 'laica' que sofoca su 'alma religiosa' bajo un mal entendido feminismo...

Estos modelos y actitudes, u otros semejantes, acechan a las mujeres cristianas de hoy. La fiesta de la Inmaculada, brinda una oportunidad magnífica para proponer a María como modelo de mujer, sin beaterías y sin falsos pietismos. María, que ama la virginidad y ama igualmente la maternidad. María, en cuya fe no todo es claro a la primera. María que busca explicaciones para actuar y decidir con responsabilidad. María que da un sí generoso a su 'misión' en la vida.

 

Tercer domingo de ADVIENTO

Primera: Is 35, 1-6a.10; segunda: Sant 5,7-10 Evangelio: Mt

NEXO entre las LECTURAS

En marcha hacia la venida de Cristo, la liturgia nos sitúa hoy a los cristianos entre la espera y la esperanza. Juan Bautista era consciente de su misión de precursor, y vivía en la esperanza del Mesías, cuyo camino él preparaba; pero la esperanza no le daba certeza. Por eso, envió a Jesús una embajada: "¿Eres tú el que tenía que venir, o hemos de esperar a otro?" (Evangelio). Jesús satisface la pregunta del Bautista citando parte de uno de los poemas más bellos de la esperanza mesiánica: "Los ciegos ven, los cojos andan,... y a los pobres se les anuncia la buena noticia" (Primera lectura y Evangelio). Santiago, en la segunda lectura, nos exhorta a la espera paciente de la venida del Señor, al igual que el labrador espera las lluvias que harán fructificar la siembra. En Judea esas lluvias son tempraneras (inicio del otoño) y tardías (inicio de la primavera).

MENSaje DOCTRINAL

Para los cristianos la venida del Mesías ha dejado de ser espera para llegar a ser siempre esperanza. Porque el verdadero Mesías es Jesucristo, y él cumplió las expectativas de los hombres con su venida histórica, hace dos mil años. En la mente y en el corazón de los cristianos no puede haber espera alguna de otros mesías, por más que de vez en cuando puedan oírse voces que cantan su presencia y que pueden resultar atractivas: Son falsos mesías, inventados por los hombres en busca de intereses o de satisfacciones inconfesadas.

Los cristianos no vivimos de espera, pero sí de esperanza. Porque Jesús es un maravilloso misterio de presencia y ausencia, de humanidad y divinidad, de posesión y de anhelante deseo. Por eso, la navidad recuerda y actualiza el cumplimiento de la espera, pero a la vez nos remite a otra venida, oculta e imprevista, que no puede ser sino objeto de esperanza creyente y amorosa; una esperanza que hunde sus raíces, no en el ensueño, sino en la experiencia viva de un anhelo ya inicialmente y en parte satisfecho.

Los cristianos ponemos nuestra esperanza en la transformación de la naturaleza, pero sobre todo de la humanidad y de la historia. Creemos en unos cielos nuevos y en una tierra nueva donde reina la justicia. Isaías en la primera parte de su poema escribirá: "Se alegrará el desierto y el yermo; la estepa se regocijará y florecerá". Pero Jesús en el Evangelio no cita este texto, sino lo que viene a continuación: "Se despegarán los ojos de los cielos, los oídos de los sordos se abrirán...". Esperamos sobre todo en la nueva humanidad inaugurada en la persona de Jesús Mesías, y continuada en quienes siguen sus pasos. Quizá por eso al final de la cita de Isaías, Jesús añade: "Y dichoso el que no encuentre en mí motivo de tropiezo!". Se refería proablemente a Juan Bautista y a sus discípulos que tenían una concepción diversa del Mesías; y se refiere a nosotros que hallamos tanta dificultad en asimilar la mentalidad y el modo de vida del Mesías, nacido en una cueva, entregado a servir a los hombres.

 

SUGEREncias PASTORALES

En nuestro medio ambiente tal vez nos enfrentamos con dos problemas pastorales ante la figura de Jesús, el Mesías esperado de las naciones. 1) La oferta de otros mesianismos en concurrencia con el de Jesús, sean mesianismos religiosos o materialistas y ateos, como el marxismo: un fraude mesiánico frustrante y engañador. 2) La presencia de otros mesías, si no en concurrencia, en existencia paralela entre las culturas y religiones no cristianas. La liturgia de hoy nos propone una respuesta a estos problemas, no ciertamente recetas mágicas o fórmulas que se disparan como flechas contra el adversario. Más bien, nuestra tarea como sacerdotes es presentar claramente y en forma completa la fe de la Iglesia, defender esa fe eclesial en el alma de nuestros fieles, delinear las actitudes que nuestra fe lleva consigo en el trato con otros modos de pensar y otras creencias: "Detestar el error, pero amar al que yerra".

 

 

 

La transformación del mundo ya ha comenzado. La nueva naturaleza y la nueva humanidad ya están presentes en la historia y en medio de nosotros, gracias a la obra recreadora y redentora de Jesucristo. Si los cristianos, vivimos coherentemente, somos ya creaturas nuevas: capaces de ver, de escuchar, de caminar; hemos sido limpiados, hemos resucitado a una vida nueva. ¡Magnífica ocasión para hacer un llamado a la coherencia cristiana!

A veces los cristianos se quejan de lo mal que va el mundo y no piensan que los cristianos somos por vocación y destino levadura en la masa, sal de la tierra, luz del mundo. Si el mundo va mal se debe a que no todos los cristianos somos luz, levadura y sal en nuestra vida y a nuestro alrededor. Tenemos una tarea que realizar para mantener en equilibrio el ecosistema religioso y ético de la humanidad y, de paso, también el ecosistema de nuestro planeta. Será una gran pena, si, llegada la Navidad, levantamos acta de su venida en un ambiente de alegría y nostalgia, pero no aumenta nuestra luz evangélica, no somos levadura más eficaz, ni somos sal para conservar la bondad, la verdad y la belleza entre los hombres.

 

Cuarto domingo de ADVIENTO

Primera: Is 7, 10-14; segunda: Rom 1,1-7 Evangelio: Mt

NEXO entre las LECTURAS

La expresión "padres" de Jesús podría ser el punto de encuentro de las lecturas de hoy. Mateo, en el Evangelio, es quien más claramente lo hace ver: "Su madre María estaba prometida a José". "Su esposa dio a luz un hijo, a quien José puso por nombre Jesús". Se trata de unos "padres" enrolados en la acción misteriosa de Dios en la historia. María, siendo virgen, concibe por obra del Espíritu, cumpliendo así la profecía mesiánica de Is 7,10-14 (Primera lectura). José es justo, acepta y respeta el misterio de Dios, pero se pregunta sobre lo que Dios quiere para él en todo este asunto. Dios se encarga de darle una respuesta: "No tengas miedo en recibir a María como esposa...". De esta manera, por medio de José, Jesús nacerá de la estirpe de David en cuanto hombre (Segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

¿Qué nos dice la Palabra de Dios sobre los "padres" de Jesús? De María, que era virgen y que concibió a Jesús por obra del Espíritu Santo. La virginidad de María el evangelio de Mateo la ha visto profetizada en Is 7, 10-14, que, por una parte, pertenece al "Libro del Enmanuel" (Is 7,1 - 12,6), situando así el texto en un contexto que trasciende el fenómeno histórico particular; por otra parte, Mateo sigue una tradición judía anterior en varios siglos , si bien es verdad que el signo dado por Isaías a Acaz (la palabra hebrea "almah" significa doncella, joven soltera) se refería probablmente al hijo que al rey le nacería, asegurando de esa manera la promesa de Yavé a la dinastía davídica. María, virgen, concibe por obra del Espíritu Santo. Con esta expresión, Mateo nos indica el origen del hijo de María. La expresión de Mateo no señala una visión negativa de la sexualidad y del acto generador; pone más bien el acento en la procedencia del concebido, para que los hombres puedan conocer y aceptar más fácilmente que el hijo de María es Hijo de Dios.

José es llamado "justo". En la mentalidad de la época, quería decir un hombre que vivía conforme a los preceptos de la Ley de Yavé, y que buscaba en todo hacer su voluntad. Siendo justo, José no dudó nunca de la virginidad de María. Su problema fue saber cuál debería ser su papel en esta situación tan única y misteriosa, si es que tenía alguno. Y Dios, que es fiel, le hizo ver su papel de padre putativo, con lo cual aseguró a Jesús su genealogía davídica. Tanto para María como para José hay una vocación y una misión que realizar. María es llamada a ser madre de Dios, siendo virgen. José es llamado a ser "padre" de Dios, siendo justo. Tanto una como otro se turbaron, pero en su turbación buscaron a Dios, y Dios les introdujo en la verdad del misterio. Fiados de Dios María y José dan su "sí" con un corazón generoso a la misión que Dios a cada uno les ha confiado.

SUGEREncias PASTORALES

En la sociedad actual existen situaciones dignas de una reflexión a la luz de la liturgia de hoy: madres solteras, padres separados cuyos hijos sufren no raras veces los conflictos de los padres, padres divorciados con hijos y vueltos a casar, adopción de un niño por parte de un "single" sea hombre o mujer, adopción de niños por parte de parejas homosexuales o lesbianas...Son situaciones difíciles y muy complejas. Son situaciones en que la Iglesia debe tener un corazón de madre para las personas que acuden a ella en busca de ayuda, de conforto y de consejo. Pero son también situaciones sobre las que la Iglesia, el sacerdote, el consejero matrimonial deben hablar claro y con firmeza para, entre otras cosas, defender el derecho natural de los hijos a tener unos padres: un padre y una madre. En el desarrollo psicodinámico y en la educación humana y espiritual de los niños sea el padre sea la madre tienen una misión que llevar a cabo, y la carencia de uno de ellos perjudica y daña el desarrollo armónico e integral del niño.

Somos llmados por Dios a la vida para realizar una misión. Es de gran importancia que los cristianos concibamos así nuestra vida. Existe la vocación al matrimonio y a la virginidad. Y dentro de cada vocación existe una misión común: ser santos y colaborar con la misión de la Iglesia. Pero se dan numerosas y variadas formas de conseguir la realización de esta mi-sión. Los padres tienen como primera misión la vida: amar la vida, traer nuevas vidas, promover la vida y defenderla, educar para la vida, formar las nuevas vidas en la fe y en el amor, organizarse en favor de la vida, favorecer todo lo que contribuya a mejorar la vida humana, oponerse con los medios legítimos, y con la oración, a los diferentes atentados contra la vida. Los padres tienen la misión de ser testigos para sus hijos de coherencia, responsabilidad en su familia, en su trabajo, en la vivencia práctica de su fe cristiana. Los hijos requieren más de testigos que de maestros, o mejor todavía, de maestros que sean auténticos testigos.

 

 

25 de Dicembre Misa de MEDIANOCHE

Primera:Is 9, 1-3.5-6; segunda: Tit 2,11-14 Evangelio: Lc 2,1-

NEXO entre las LECTURAS

Entre los varios puntos de contacto de las lecturas, elijo el de nacimiento. El anuncio del ángel a los pastores es: "Os ha nacido hoy...un Salvador" (Evangelio). El texto lucano, eco del texto de Isaías proclama proféticamente el nacimiento del Mesías: "Un niño nos ha nacido". En la segunda lectura Pablo, dentro de un contexto parenético, fundamenta y motiva la conducta ética de los cristianos en que la gracia de Dios, se ha hecho visible en el nacimiento y en la vida de Jesucristo.

MENSaje DOCTRINAL

San Lucas, al narrar el nacimiento de Jesús, pone ya de relieve las dos dimensiones de su existencia: la humana y la divina. Jesús es hombre: nace en un tiempo históricamente determinado, con una genealogía documentable, en una ciudad conocida, en un lugar y en unas condiciones propias de la clase pobre de la Palestina. Abunda San Lucas en la humanidad de Jesús al referir, en su relato, el llegarle a María el tiempo del parto, el dar a luz a su hijo, el envolverlo en pañales, el recostarlo en un pesebre. Estas acciones confluyen en una acentuación de la humanidad de Jesús, enteramente igual a la nuestra. San Lucas, como evangelista de la comunidad y para la comunidad, no podía dejar de añadir la presentación de la divinidad de Jesús. En el niño nacido de María se cumple la profecía mesiánica de Isaías, y en ella se dice: "Su nombre es Dios fuerte", un nombre exclusivo de Yavé en el Antiguo Testamento. Además, Dios, por medio de su ángel, anuncia los títulos de este niño: Salvador, Mesías, Señor. Salvador, y por ello, Dios, pues sólo Dios tiene poder para salvar. Mesías, en cuanto que es el Salvador de los judíos. Señor, en cuanto que es el Salvador del mundo pagano para quien "Señor" era el título más aplicado a la divinidad. Finalmente, un coro angélico, ensalza y alaba a Dios por el nacimiento del niño. Esto significa que ese niño es más grande que los mismos ángeles, es Dios.

 

En Jesús, humanidad y divinidad conviven en forma perfecta. Es, al mismo tiempo: "Perfectus Deus, perfectus homo". Los mismos rasgos que Isaías canta del Mesías futuro muestran la perfección y la armonía entre lo humano y lo divino: "Consejero, prudente, Dios fuerte, padre eterno, príncipe de la paz". Al Dios fuerte (divinidad) se une "padre eterno" (relación a David), consejero prudente y príncipe de la paz (relación a Salomón), con lo que se subraya la suma perfección humana del niño preanunciado. San Pablo en la segunda lectura exhorta a los cristianos a no separar la fe de la vida, la verdad ética de la verdad dogmática. El cristiano es enteramente hombre y asume todo lo bueno que hay en el hombre (véase Tit 2,1-10). Pero el cristiano jamás separará su inserción en el mundo de su fe en Jesucristo y del misterio de salvación que Él representa y hace eficaz entre los hombres (segunda lectura). El nacimiento del Hijo de Dios, sin cambiar las acciones buenas de los hombres en sus componentes éticos, da a éstos un sentido nuevo, la savia nueva del Evangelio.

 

SUGEREncias PASTORALES

Quizá en algunas comunidades cristianas se subraya demasiado la humanidad de Jesús, convirtiéndolo en un modelo de existencia perfecta, y dejando casi en el olvido su divinidad. En otras comunidades es posible que se recalque tanto la divinidad del Niño, que se pase por alto su maravillosa humanidad. Ante esta doble posibilidad, hay que hacer una catequesis en que se mantenga, en modo equilibrado, tanto la humanidad como la divinidad y en que se hagan aplicaciones concretas y prácticas para la vida del cristiano, a partir de esta visión equilibrada del misterio de Jesucristo. Menciono algunas posibles aplicaciones: adorar pero a la vez imitar a este Niño; convencerse de que el cristiano es un llamado a ser y vivir como hijo adoptivo de Dios y simultáneamente a ser y vivir como hombre; ser conscientes de que no hay dicotomía entre las verdades de fe y la realidad concreta de la existencia, y de que, si pareciese haberla, se ha de buscar deshacerla y encontrar el punto de equilibrio (por ejemplo, en el cumplimiento y respeto de las leyes fiscales, de las leyes que gobiernan y rigen una nación, etc.). La segunda lectura nos enseña a renunciar a la vida sin religión y a los deseos del mundo, para que vivamos en el tiempo presente con moderación, justicia y religiosidad.

En nuestra comunidad habrá sin duda más pobres que ricos, y quizá muchos cristianos, que no abundan en riquezas, pero a quienes tampoco les faltan. El estado socioeconómico de las personas no lo va a cambiar el cristianismo, aunque lo puede mejorar. Tal vez la forma más apta para un mejoramiento sea el considerar la pobreza, no como un mal que hay que evitar o aliviar, sino como un grandísimo valor que hemos de amar y, según nuestro estado y condición, también vivir. Un empresario puede amar y vivir la pobreza, aunque el modo de hacerlo sea diverso a como ama y vive la pobreza un obrero de su empresa. Un profesionista puede amarla y vivirla, pero lo hará de modo diferente a como la vive una persona desocupada o que todavía no ha encontrado el primer trabajo. Las formas de ser pobre, de encarnar la pobreza pueden variar, pero habrá de ser igual el aprecio a la pobreza, el interés y esfuerzo por aplicarla a la propia vida, sabiendo que no somos dueños sino administradores de unos bienes que Dios nos ha dado al servicio, ciertamente de uno mismo y de la propia familia, pero igualmente al servicio de los demás.

 

25 de Dicembre Misa de DÍA

Primera: Is 52,7-10; segunda: Heb 1,1-6 Evangelio: Jn 1,1-18

NEXO entre las LECTURAS

La Palabra aglutina en esta liturgia las diversas lecturas. La Palabra de Dios se ha servido de muchos intermediarios a lo largo de la historia de la salvación. Así nos lo informa la segunda lectura ("Después de hablar Dios muchas veces y de diversos modos..."), y así lo podemos constatar en la primera (¡qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva y proclama la salvación!"). Esa Palabra de Dios no era una idea, o un símbolo sino una persona divina que ha ido hablando a los hombres por medio de la creación, de la historia, y que ahora, se hace "carne" y sin dejar de ser Palabra de Dios comienza a ser también 'palabra humana' (Evangelio). Una Palabra superior a Moisés y a la Ley (Evangelio), superior a los mismos ángeles y a toda la creación (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

La palabra, en la experiencia humana, no existe sin interlocutor a quien dirigirla y que responda, dando de esta manera origen al diálogo. Desde los orígenes mismos de la humanidad, Dios entró en diá-logo con el hombre: baja por las tardes al paraíso a conversar con Adán y Eva...y, a pesar de la respuesta indigna del hombre, Dios jamás cerró ese diá-logo amoroso con la humanidad. Más aún, usó de los recursos más variados (visiones, oráculos, castigos, profecías, promesas, bendiciones...) para no interrumpir ese diálogo y para que la respuesta del hombre fuera cada vez menos indigna de Dios. La Palabra de Dios no ha fallado ni fallará, porque Dios es fiel, y en el supremo gesto de amor y de fidelidad se encarna en el hombre Jesús, haciéndose enteramente Palabra de Dios en palabra humana. Esta Palabra de Dios nunca fue neutra a lo largo de los siglos. Fue una Palabra de amor que buscaba una respuesta de amor; una Palabra de verdad, que buscaba una respuesta de autenticidad; una Palabra interesada en el bien del interlocutor (el hombre); una Palabra de donación, que buscaba una respuesta de aceptación; una Palabra de misericordia y de perdón, que buscaba una respuesta de conversión; una Palabra de solidaridad hasta el extremo de hacerse carne, que buscaba una respuesta de agradecimiento y de gozosa acogida...

En este diálogo entre Dios y el hombre, ¡cuántas, veces el hombre ha decepcionado a Dios, ha rechazado su Palabra! Pero también, ¡cuántos la han acogido, y han correspondido a ella, como María y José! En este día de Navidad, la Palabra de Dios nos habla en la humanidad del Niño Jesús. El diálogo de Dios con nosotros, continúa. La humanidad, cada creyente, habrá de dar una respuesta. ¿Cuál?

 

SUGEREncias PASTORALES

Los cristianos de hoy, como los hombres todos en general, estamos bombardeados por miles y millones de palabras cada día, por gracia y mérito de los medios de comunicación social (radio, prensa, teléfono, televisión, internet) y en virtud de nuestra condición social (casa, oficina, lugar de trabajo, parroquia, club, tertulia...). En muchos casos hay palabras...pero no se llega a la comunicación: un saludo, un comentario sobre el tiempo, una pregunta por el marido, la mujer, los hijos, un adiós...y basta. En otros muchos casos, hay palabras o letras, pero sin llegar tampoco a una verdadera comunicación: leo por información, prescindiendo de quién escribe; escucho la radio o veo la TV sin mucha atención, para sentir su compañía, para 'pasar el rato' o para 'tifar' por mi equipo favorito. En estos casos, la respuesta al interlocutor es pobre. Existen también otras ocasiones en que se da un verdadero diálogo, es decir, encuentro de dos intimidades (pensamiento, corazón, voluntad, sensibilidad), que se abren y se dan mutuamente en formas y grados diversos, según sea la relación entre ellos: esposos, amigos, hermanos, compañeros de trabajo o profesión...

Ante la enorme multiplicidad de palabras que diariamente se escuchan y se emiten, se corre el peligro de tomar una actitud poco seria y superficial cuando quien se dirige a nosotros es la Palabra de Dios. Leemos, escuchamos la Palabra de Dios en la Biblia, en la liturgia eucarística o sacramental, y puede ser que 'nos resbale' como cuando escuchamos y vemos la televisión. Quizá ha disminuido en nosotros, cristianos, la conciencia de que la Palabra de Dios es diferente de cualquier palabra humana: Busca y quiere lograr el diálogo, el encuentro, la interpelación a la conciencia, el don de la salvación...Todo esto tiene gran validez en Navidad, cuando la Palabra de Dios se hace carne, se hace un niño que habla con el silencio y con la vida. Esa Palabra de Dios-Niño está gritándo-nos que el amor de Dios es maravilloso, sorprendente, extraordinariamente fiel. ¿Qué responderás a este Niño que interpela tu libertad, tu amor y tu conciencia desde la gruta de Belén?

 

La Sagrada FAMILIA domingo en la octava de Navidad

Primera: Si 3,3-7.14-17a; segunda: Col 3,12-21 Evangelio: Mt

NEXO entre las LECTURAS

Padre, madre, hijo, esposos, es decir familia. No podía ser otra la palabra fundamental en este domingo de la Sagrada Familia. El evangelio insiste en la dedición de los padres a los hijos: por dos veces escucha José la voz de Dios, por medio de un ángel, que le dice: "Levántate, toma al niño y a su madre...", y José obedeció sin tardanza y con alegría. La primera lectura, más bien, exhorta a la dedición de los hijos a los padres, resaltando los frutos que de ello se derivan: "El que honra a su padre alcanza el perdón de sus pecados, el que respeta a su madre amontona tesoros...". San Pablo recoge las enseñanzas del sirácida y del evangelio y exhorta a la dedición recíproca: las esposas a sus maridos y éstos a sus esposas; los hijos a los padres y éstos a los hijos. La honra, el respeto, la obediencia...son manifestaciones de una realidad superior, la más propia de la familia humana Y cristiana: el amor.

MENSaje DOCTRINAL

La familia existe antes que el cristianismo, por ello el ser y el hacer familia se rige por unos principios universales válidos para todos los hombres. Esos principios están formulados en diversos textos del Antiguo Testamento, con expresiones acomodadas a una mentalidad y a una cultura concretas e históricas. Uno de esos textos es el que nos presenta la primera lectura, que se fija sólo en la relación de los hijos hacia los padres: honra y respeto, obediencia y ayuda servicial, dulzura en el trato. Son valores de todo "hijo", independientemente de su religión, de su cultura y nivel social, de las variadas expresiones históricas que estos valores hayan adquirido o vayan adquiriendo. Por medio de ellos, los hijos son y hacen familia.

El evangelio según san Mateo, situándonos ya en el ámbito cristiano, se fija en la relación padre-hijo-madre. Como función paterna se señala el cuidado del hijo, la obediencia a Dios, que le ha hecho partícipe de su "autoridad", la prontitud en obedecer fielmente, la prudencia en su actuación para buscar una residencia estable y segura para la familia. Son funciones universales de cualquier padre o madre. Hay, sin embargo, un elemento NUEVO, y es el móvil de la acción de José: No actúa movido por la naturaleza (lazos de afecto, consanguineidad, tendencias...), sino movido por Dios, buscando hacer y haciendo en todo la voluntad de Dios. Por medio de los valores indicados y, sobre todo, por el motivo que pone en acción la voluntad de José, él es y hace familia.

San Pablo dedica el capítulo 3 de la carta a los colosenses a explicar el efecto fundamental del bautismo, que es la vida nueva en Cristo. En Col 3,17 dice: "Todo cuanto hagáis o digáis, hacedlo en nombre de Jesús". Este versículo ilumina el texto de la liturgia de hoy, referido a los deberes familiares, en sus relaciones mutuas. El respeto de la esposa al marido, el amor del marido a la esposa, la obediencia del hijo a sus padres, la bondad de los padres hacia los hijos son valores comunes a toda familia, en su mismo ordenamiento natural, pero los cristianos han de realizar estos valores "en nombre de Jesús". Ahora bien, la expresión "en Cristo", "en Jesús el Señor" se contrapone en dos textos de Pablo a "en Adán". Consiguientemente, los valores son los mismos que "en Adán" (orden natural), pero el Espíritu que los anima, la exigencia moral que de ese Espíritu dimana, y la eficacia redentora de Cristo son realidades nuevas superiores. Con este nuevo Espíritu, esta nueva exigencia y esta nueva eficacia, los padres y los hijos son y hacen familia.

 

SUGEREncias PASTORALES

Los valores familiares presentes en la liturgia de hoy: respeto y aprecio, obediencia y ayuda, solicitud y cuidado, prudencia, búsqueda de estabilidad familiar, bondad y amabilidad, amor mutuo, continúan siendo válidos en la familia actual. Los modos de encarnar estos valores las familias de hoy han variado. ¿Cuáles son las expresiones concretas de estos valores familiares? ¿Cómo se vive el amor y el respeto entre los esposos? ¿Cómo se vive la obediencia de los hijos a los padres y de todos a Dios? ¿Qué formas adopta la bondad mutua entre padres e hijos? ¿Cómo se manifiesta la prudencia de los padres en el trato con los hijos? Estos valores chocan con antivalores que vienen servidos en el supermercado de la cultura reinante o en medios de comunicación social. Tal vez, en algunos casos se exalte la rebeldía de los hijos, la confrontación entre marido y mujer, el poco interés por los hijos o el excesivo interés de unos padres posesivos, o el abandono de los padres por los hijos en un centro para ancianos...En mi medio ambiente, ¿se dan algunos de estos antivalores? ¿qué formas de expresión suelen tener?

Hoy la homilía y las moniciones litúrgicas permiten inculcar los grandes valores familiares, resumidos todos ellos en el amor desinteresado y sincero; hacer hincapié en algunos modos concretos de expresar y manifestar estos valores; llamar la atención de los fieles sobre los antivalores ya presentes o que ponen en peligro la vida familiar; y, sobre todo, dejar bien asentado que el verdadero fundamento de todos estos valores es Cristo y el verdadero modelo de familia cristiana es la familia de Jesús de Nazaret.

 

1 de enero: SANTA MARÍA MADRE de DIOS

Primera: NÚm 6,22-27; segunda: Gál 4,4-7 Evangelio: Lc 2,

NEXO entre las LECTURAS

Una vena subterránea une las lecturas: el señorío de Dios, que adquiere su forma más perfecta en la plenitud de los tiempos, cuando Dios, por medio de la encarnación de su Hijo, hace partícipe al hombre de su señorío adoptándolo como hijo. En la primera lectura por tres veces se repite la palabra Señor: "El Señor te bendiga...el Señor haga brillar tu rostro sobre ti...el Señor te muestre su rostro". En el versículo anterior al texto evangélico de la liturgia se dicen los pastores unos a otros: "Vamos a Belén a ver eso que...el Señor nos ha anunciado" y en el v.20 comenta san Lucas: "Los pastores se volvieron alabando a Dios porque todo lo que habían visto y oído correspondía a cuanto les habían dicho". Finalmente, en la carta a los gálatas no aparece la palabra Señor, pero sí el concepto: El Hijo de Dios, por la encarnación, se hizo esclavo de la ley para que nosotros, sujetos a esa ley, fuéramos liberados. En el bautismo, el Espíritu Santo es enviado a nuestros corazones para convertirnos de esclavos en hijos. En cuanto hijos, participamos del señorío de nuestro Padre Dios sobre la ley.

 

MENSaje DOCTRINAL

Comenzamos un nuevo año. Es hermoso comenzarlo confesando el señorío de Dios. La primera lectura recoge una fórmula de bendición, con que solía terminar el culto en el templo, después de haber alabado al Señor por las maravillas obradas con su pueblo. Una bendición que une pasado y futuro: El Señor que ha hecho tantas maravillas en la historia de Israel, seguirá haciéndolas en la historia actual, en tu vida. Te protegerá, te concederá su favor, te dará la paz. Dios, por tanto, es Señor del pasado, pero su señorío se prolonga también al futuro. En contraste con este señorío divino parece estar el relato de san Lucas. El ángel anuncia a los pastores: "Os ha nacido un Salvdor, que es el Mesías, el Señor". ¿Y qué ven los ojos de los pastores? Un niño acostado en un pesebre. Y, ¿qué pasa con este niño a los ocho días? Es circunci-dado. Nada manifiesta ese señorío, más bien todo parece poner en evidencia su sometimiento a la ley de un pueblo al que pertenece, y a las leyes fundamentales de la existencia humana (cf segunda lectura).

La verdad es que el Hijo de Dios, haciéndose niño en el seno de María y naciendo en Belén de Judá, conserva su prerrogativa de Señor del tiempo y de la historia, pero "se vacía" de ella para hacerse siervo de la ley y, desde dentro mismo, liberar de la ley a quien era su esclavo: el hombre (La ley representa todo el sistema religioso-social de los pueblos antes de Cristo, no sólo del pueblo judío). La obra de Cristo, que libra al hombre de la escla-vitud de la ley, es toda su vida, pero principalmente el misterio pascual, preanunciado en la sangre derramada por Jesús en la circuncisión. El Espíritu Santo es quien suscita en nosotros, por el bautismo, la conciencia de nuestra liberación y consiguientemente de nuestra condición de herederos y señores de que gozamos por gracia de Dios y méritos de Cristo (segunda lectura). Con toda razón, Jesucristo es constituido Señor por su resurrección, al revelar plenamente el señorío que poseía desde su nacimiento, pero que estaba escondido. Más aún, no sólo Él es Señor, sino que da a los hombres la capacidad de llegar a ser señores de la ley, de sí mismos, de las vicisitudes de la historia.

 

SUGEREncias PASTORALES

No basta una visión humanista de Jesucristo. En nuestro mundo, quizá nosotros mismos pongamos el acento, al contemplar a Jesús, en su humanidad, en los rasgos que lo hacen uno igual a nosotros, más nuestro: un niño necesitado de todo como cualquier niño del mundo, un niño perteneciente a una familia pobre como tantos millones de niños, nacido fuera de su pueblo y de su hogar como tantos niños de refugiados políticos o de emigrantes...Todo esto es necesario, pero unilateral, si no se añade la otra dimensión: su señorío sobre los hombres, su condición de Hijo de Dios. El cristiano vive su fe en el señorío de Jesucristo, no elucubrando grandes ideas sobre tal señorío, sino viendo cómo proclamarle Señor en el curso de cada día:

1. Cristo es el Señor del tiempo. El me lo da, él me lo puede quitar. Se puede hacer reflexionar aquí sobre el domingo, consagrado al Señor para darle culto, descansar sanamente, convivir con la familia, hacer obras de caridad.

2. Cristo es el Señor de los grandes eventos que conmocionan al mundo, y de los pequeños acontecimientos de la vida de cada hombre. Cristo es el Señor de ese trabajo que acabas de encontrar, de la boda que celebraste hace dos meses, del hijo que te ha nacido, de la reunión familiar en el último día del año.

3. Cristo es el Señor de los hombres, y como Señor desea que los hombres lo reconozcan como tal, le obedezcan, cumplan sus mandamientos. No busca nada para sí, sólo el bien de los hombres a quienes, aunque es su Señor, trata como a amigos.

4. Cristo nos hace señores y quiere que nos comportemos siempre como señores. Señorío del hombre sobre sí mismo (sus instintos, sus pasiones desordenadas...); señorío sobre los bienes de este mundo, para usar de todo ello con alma, no de esclavo, sino de señor.

La Virgen María, de quien celebramos hoy su maternidad divina, es un icono sumamente, bello y cercano, del señorío de Dios sobre ella y del señorío de ella sobre sí misma y sobre las cosas. Ella hace memoria y medita las obras por las que Dios ha ido guiándola hasta este momento del nacimiento de Jesús, al igual que guió a su pueblo por los caminos de la historia. Ella, humilde y pobre, ejerce señorío sobre sí misma teniendo un corazón desprendido de riquezas y bienes temporales. Ella sabe que Dios mueve los hilos de la historia por medio de los hombres, y lo acepta y actúa en conformidad con el querer de Dios.

 

Segundo Domingo DESPUÉS de NAVIDAD

Primera: Sr 24,1-4.12-16; segunda: Ef 1,3-6.15-18 Evangelio:

NEXO entre las LECTURAS

El tema dominante de estas lecturas puede expresarse con el término encarnación. El evangelio lo afirma claramente: "Y el Verbo se hizo carne y puso su tienda entre nosotros". Esta encarnación del Verbo está simbolizada y prefigurada en la Sabiduría, a quien el Creador dice: "Pon tu tienda en Jacob, y fija tu morada en Israel" (Sr 24,8). Esta Sabiduría ha echado raíces en el pueblo glorioso...(Primera lectura). La comunidad cristiana o Iglesia prolonga la encarnación del Verbo en el tiempo, gracias al beneplácito del Padre que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espi-rituales...y nos ha adoptado por medio de Jesucristo como hijos suyos (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Estamos ante el misterio más sublime del cris-tinaismo: Dios que se hace hombre, para que el hombre se haga Dios. Toda la historia de la salvación marchaba hacia este momento, históricamente puntual, teológicamente insondable: El fin de la historia se ha cumplido. El tiempo continúa después de Cristo hasta llegar a su plenitud, y nosotros como Iglesia estamos dentro de ese tiempo prolongando la encarnación del Verbo, pero la historia de la salvación se ha detenido en su máxima cumbre y ha logrado la plenitud de sentido. Después de Cristo, ya no se da novedad, sólo puesta al día, vuelta a los orígenes. La encarnación de Cristo ocupa el centro de la historia.

El Verbo encarnado existía antes del tiempo. El sirácida lo ve simbolizado en la sabiduría salida de la boca del Altísimo, que como neblina recubría la tierra actuando en la obra de la creación (primera lectura). San Juan se eleva hasta "el principio" y contempla la Palabra existiendo desde "el principio" junto a Dios y creando todas las cosas junto con el Padre (evangelio). En la concepción cristiana de la vida es fundamental la preexistencia de Cristo, en la que se basa su pro-existencia, es decir, su presencia en la historia para salvar al hombre.

La encarnación es el centro de la historia, pero el misterio de Cristo glorioso es su destino. San Pablo (segunda lectura) pide a Dios que nos conceda "un espíritu de sabiduría y una revelación que nos permita conocerlo plenamente...conocer cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados". El hombre necesita de la luz divina para conocer que el destino de la historia y su propio destino son inseparables del destino de Cristo, y encuentran en él su sentido y su realización suprema.

 

SUGEREncias PASTORALES

La preexistencia del Verbo. Entre los fieles cristianos puede haber ideas equivocadas sobre la preexistencia: algunos piensan tal vez que se trata de un lenguaje mítico, que no se puede ser moderno, pensando con categorías precientíficas...; para otros resulta sin importancia la existencia de Jesucristo previa a la historia, consideran pérdida de tiempo pensar en esas cosas tan incomprensibles, están convencidos de que lo que cuenta es la salvación que él nos trae. No faltará quien crea y acepte esta verdad de nuestra fe, pero no la entienda correctamente o sienta la necesidad de una explicación sencilla de la misma. Para éstos y para todos los fieles es saludable explicar la preexistencia del Verbo encarnado. Sugiero para la explicación hablar de la vida y del amor de Dios, dos valores que en la experiencia humana no perecen, y que pueden facilitar el paso a la encarnación por obra de esa vida y amor divinos hacia el hombre. Puede ser útil añadir una valoración de la preexistencia, relacionándola con la encarnación y la redención. Porque realmente sin la preexistencia, Jesús habría sido, no el Hijo de Dios, sino un hombre nada más, un impostor, y la humanidad continuaría todavía bajo la ley del pecado.

 

 

 

El sentido de la historia. El hombre vive la his-toria, es historia. Metido en ella, mira hacia el pasado y lo ve repleto de guerras, crímenes, odio,...Mira hacia el presente y parece advertir que la historia es el resultado de compromisos y arreglos ocultos de los poderosos, que está regida no por ideales sino por intereses de toda índole, que unos pocos (y no siempre los mejores) rigen los destinos de las naciones, que la historia de la cultura, de las ciencias marcha con frecuencia por derroteros distantes de la moral y de la religión. Todo esto puede llevar a dudar de que "Cristo es el centro y el Señor de la historia". Una catequesis sobre este señorío de Cristo ayudará a los fieles a confesar a Cristo como Señor de la historia. Para esta catequesis ofrezco algunas sugerencias:

1. La historia del bien, de su presencia y su fuerza en la historia está todavía por hacerse, y en su totalidad, es imposible hacerla, pero Dios sí la sabe y la tiene en cuenta. La historia del bien no está en los periódicos, pero existe. Los cristianos hemos de ser "especialistas" en narrar el bien.

2. Cristo es el Señor de la historia no significa que suprime al hombre la libertad. La grandeza de Cristo consiste en ser Señor de la historia respetando la libertad del hombre y por lo tanto la realidad misma del pecado.

3. La historia de la salvación -y Cristo como centro de la misma- no es visible ni evidente en su mayor parte, aunque sí lo suficiente para sostener nuestra fe y esperanza. Es como un iceberg, del que sólo se ve la punta.

 

6 de Eenero: EPIFANÍA DEL SEÑOR

Primera: Is 60, 1-6; segunda: Ef 3,2-3a.5-6 Evangelio: Mt 2,1-

NEXO entre las LECTURAS

Los textos de hoy convergen en el tema del universalismo cristiano. Un universalismo que Mateo halla representado por los magos (el mundo pagano), venidos del Oriente para adorar al Niño (Evangelio). En ellos ve cumplida la profecía de Isaías, según la cual "a tu luz caminarán los pueblos...todos" (Primera lectura). San Pablo, con su mirada penetrante de fe, se eleva hasta el misterio de Dios, anteriormente oculto y ahora revelado: "Todos los pueblos comparten la misma herencia, y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del evangelio" (Segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Si se cree que Cristo es Dios, fácilmente se acepta que sea universal como el mismo Dios, y que los pueblos tienen en él su unidad, su herencia y su sentido. Por eso, Pablo no duda en hablar de "un misterio", algo inaccesible al pensamiento y al esfuerzo intelectual del hombre; algo que sólo Dios puede, en amor y libertad, desvelar a los hombres. Isaías había intuido algo de este misterio, cuando ve a los pueblos y a los reyes acudir a Jerusalén para alabar y rendir culto a Yavéh, Señor de las naciones. El evangelista Mateo ha meditado, con la comunidad cristiana, en los primeros acontecimientos de la vida de Jesucristo, y lo ha hecho a partir del Antiguo Testamento, en donde se hallan las profecías que han de ser cumplidas por el Mesías. La profecía de Is 60,1-6 (primera lectura) la ve cumplida en el episodio de la llegada de unos magos a Jerusalén, preguntando por el Mesías recién nacido. Con el cumpli-miento de la profecía, la revelación de Dios lleva a cabo varias novedades de enorme importancia:

1. El centro de las naciones no es una ciudad (Jerusalén), sino una persona: Jesús, el Mesías y Señor, nacido en Belén de Judá, para cumplir las Escrituras.

2. La marcha de los pueblos hacia Cristo no será sólo de los judíos que moraban en la diáspora, como parece ser en la profecía de Isaías, sino de todos: judíos y paganos.

3. Los pueblos no afluirán a Jerusalén para rendir culto a Yavéh en el templo, sino a Belén para adorar a un niño en brazos de su madre María.

Se trata, por tanto, de un universalismo que abraza a todos los pueblos, razas y religiones, centrado en la persona de Jesucristo, y que no tiene que ver directamente con la unicidad de culto, como en el judaísmo. Por tanto, el centro de unión de todos los pueblos y naciones es, en el designio divino, la fe en Jesucristo. En el camino hacia esta fe se dan situaciones diversificadas, pero para el cristiano es irrenunciable el misterio de Cristo, centro del hombre y de la historia.

 

SUGEREncias PASTORALES

En los países de Europa, como en los del continente americano en su gran mayoría, cada vez es más patente la presencia de una sociedad multiracial, multinacional y multireligiosa. En el continente africano esta multiplicidad de pueblos, razas, etnias y religiones no es un fenómeno nuevo, sino constante al menos en el siglo XX. En el continente asiático y en Oceanía, la situación general es sumamente variada, pero existe una propensión clara a identificar religión y raza, religión y nación, religión y cultura. Este fenómeno, en ciertos países o en algunas diócesis y parroquias, se vive quizá con gran intensidad, y crea en los fieles problemas de confusión e incluso de turbación y conflicto. En este contexto se inserta, en la fiesta de la Epifanía, la catequesis sobre el universalismo cristiano. Conviene que la catequesis deje claros los puntos esenciales e infunda en los fieles claridad de ideas, y actitudes de serenidad, comprensión, prudencia, diálogo y sobre todo caridad, esencia de la fe cristiana. A modo de ejemplo, ofrezco algunas sugerencias sencillas:

1. El universalismo cristiano no es negociable ni se puede renunciar a él sin más, por pertenecer a la esencia de nuestra fe. Sin embargo, la propuesta de este universalismo puede ser progresiva, teniendo en cuenta a cada uno de los interlocutores. Este universalismo no es obra de la razón y, por tanto, la razón tampoco tiene la llave para entrar en el recinto de esta verdad de fe. Por ser obra de la fe, no se impone ni con la fuerza ni con presiones de cualquier índole, se propone más bien a la libertad del interlocutor, en un clima de amor y de amistad o, al menos, de mutuo y maduro respeto.

2. Como cristianos no podemos ni debemos callar, ni de palabra ni con las obras de caridad, nuestra fe, sin que cuente el lugar y de las circunstancias en que se desarrolle nuestra vida. La prudencia nos indicará el cuándo y el cómo. La serenidad y la comprensión nos llevarán a hacerlo sin gestos llamativos, sino con amabilidad y sinceridad. Gracias a la caridad, lo haremos con amor a las personas y profundo anhelo de verdad.

3. En la práctica, puede ayudar una actitud positiva de apertura y de colaboración en campos como el social, educativo, administrativo, deportivo, cultural... Esta colaboración, cuando el cristiano es coherente con su fe, hace surgir interrogantes que pueden abrir la mente y el corazón al misterio cristiano.

 

Domingo despues de EpifanÍa: el BAUTISMO del SEÑOR

Primera: Is 42, 1-4.6-7; segunda: Hech 10,34-38 Evangelio: Mt 3, 13-17

NEXO entre las LECTURAS

La acción del Espíritu es el concepto clave de la liturgia. Una acción concentrada en Jesús de Nazaret. En el bautismo el Espíritu se manifiesta como paloma, que baja sobre Jesús trayendo bendición e irrupción de poder para el cumplimiento de la misión (Evangelio). El Padre es quien ha hecho bajar el Espíritu sobre Jesús, en quien tiene todas sus complacencicas, para traer la salvación e implantarla en la tierra (primera lectura). Pedro, al proponer el kerigma cristiano a Cornelio, comienza diciendo: "Me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con Espíritu Santo y poder" (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

En los textos que la Iglesia nos propone a nuestra reflexión y a nuestra fe, no se nos enseña nada sobre la naturaleza del Espíritu, sino únicamente sobre su actuación eficaz en el alma y en la actividad de Jesús de Nazaret. La acción del Espíritu en Jesús, después del bautismo, produce efectos maravillosos: el primero es señalado por la imagen de la paloma, que es símbolo de la sabiduría, requerida para reconocer momento tras momento el lplan de Dios sobre sí y sobre la historia; el segundo nos viene indicado por el contexto: la energía espiritual para salir victorioso de las tentaciones y para desempeñar con valentía y decisión la misión encomendada por el Padre; el tercero se refiere al Padre que, precisamente por haberse Jesús humillado, haciéndose bautizar por Juan, lo proclama "mi hijo amado, en quien me complazco", en quien el Padre posa su Espíritu para que traiga la salvación a las naciones" (primera lectura).

Los caminos elegidos por el Espíritu Santo para realizar estos estupendos efectos en la vida y actividad de Jesús son algo sorprendentes para nuestra mentalidad, demasiado humana: 1) La obediencia a lo que el Padre ha dispuesto. es decir, que Jesús sea bautizado por Juan (evangelio); 2) La proclamación de la salvación con sencillez y cierta objetividad, sin gritos ni aspavientos (primera lectura); 3) La actuación salvífica siempre en positivo: espabilar la mecha que se extingue, anudar la caña cascada (primera lectura); 4) La constancia en la labor de la proclamación como de la actuación salvífica: "no desfallecerá ni desmayará" (primera lectura); 5) La dedicación de su vida a hacer el bien, todo tipo de bien, pero principalmente el bien espiritual, librando al hombre del poder del demonio (segunda lectura).

 

 

En nuestras parroquias habrá fieles muy sensibles a la presencia y a la acción del Espíritu Santo, e incluso que pertenezcan a grupos carismáticos reconocidos por la autoridad eclesiástica. Puede haber también fieles a quienes suena el tema, pero sin incidencia en su fe y actuar diarios. Otros habrá para quienes el Espíritu Santo no sea ni siquiera una persona, sino sólo un nombre o un símbolo del poder de Dios. Y no faltarán fieles a quienes el Espíritu Santo ni les dice nada ni toca su existencia diaria. Ciertamente, el año 1998, en preparación al Jubileo de la Redención, ha sido dedicado al Espíritu Santo, y esto ha permitido a los pastores despertar el interés por un conocimiento mayor de la enseñanza de la Iglesia sobre el Espíritu y por una relación más personal y más vital con su persona. La liturgia de hoy es ocasión para continuar una catequesis sobre la relación entre el Bautismo y el Espíritu, particularmente sobre los efectos que el Espíritu Santo, recibido en el bautismo, produce en la vida espiritual y moral de los cristianos.

Por el Bautismo el cristiano pasa a ser templo del Espíritu Santo, lugar en que Él habita y desde donde quiere hacerse presente entre los hombres. Esto significa que el cristiano por el bautismo viene a ser un ostensorio portátil del Espíritu. ¿Son conscientes los fieles de tu parroquia de esta verdad de nuestra fe? Esto no es algo oscuro o difícil, es simplemente el abecé de la fe cristiana. Pero sucede a veces que la gente olvida lo esencial, perdida en las menundencias de cada día o indigestada con excesos de moralina. Si el cristiano por la gracia lleva a un Huésped dentro del alma, lo menos que puede hacer es pensar un poco en él cada día, escuchar y hacer caso a sus buenos consejos y a sus suaves insinuaciones interiores. Y habrá que pensar además en que otros muchos seres queridos, compañeros de trabajo, miembros de partido, vecinos de barrio, o de autobús público son también templos del Espíritu, a quienes hemos de respetar y amar sinceramente. Esto no es misticismo, es sencillamente vivir la realidad más básica de nuestro bautismo. Es probable que hayamos visto los maravillosos efectos que el Espíritu Santo ha causado en fieles de nuestra parroquia o en miembros de las comunidades entre las que ejercemos nuestra labor pastoral. Con bastante seguridad no son efectos llamativos, al menos en la mayoría de los casos, pero sí lo suficientemente evidentes para que otros fieles los adviertan e incluso lleguen a admirarlos. La crea-tividad del Espíritu es infinita y, por consiguiente, los efectos en las almas sumamente variados. ¿Cuáles son los efectos que tú has notado con más frecuencia entre los fieles de tu parroquia o de tu comunidad? Hoy es un buen día para hablar de ellos con sencillez y convicción.

 

Segundo domingo del TIEMPO ORDINARIO 17 de enero de 1999

Primera: Is 49,3.5-6; Segunda: 1 Cor1,1-3; Evangelio: Jn 1,29-34

 

NEXO entre las LECTURAS

Veo en el destino universal de Jesús el enlace de las tres lecturas. El siervo de Yavéh, prefiguración de Jesús, está llamado a "ser luz de las naciones para que la salvación llegue hasta los confines de la tierra" (primera lectura). En el evangelio Juen el Bautista muestra a Jesús como "el cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Por su parte, san Pablo les dice a los corintios que "han sido llamados a ser pueblo de Dios con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo" (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

Desde el inicio del tiempo ordinario la Iglesia nos invita a reflexionar sobre la salvación de Cristo, que está destinada a todos y que debe alcanzar a todos, para hacer presente su reino entre los hombres. Desde el inicio la Iglesia se muestra como la comunidad de salvación y quiere proclamar esta verdad en todos los rincones de la tierra.

La salvación llega a todos los hombres mediante la luz de Jesucristo, que cumple, en cuanto luz del mundo, la figura del siervo de Yavéh (primera lectura). Luz que proviene de la verdad de su mensaje, de su vida entera, pero particularmente de su sufrimiento hasta la muerte de cruz y de su gloriosa resurrección.

La salvación llega a todos los hombres mediante el cordero de Dios, víctima de expiación por nuestros pecados. Jesús es el cordero pascual que libera a todo hombre de la esclavitud de Egipto (Ex 12) o sea del pecado, es el cordero manso que es llevado al matadero para el sacrificio, cargando sobre sí nuestros dolores, soportando nuestros sufrimientos (Is 53), es el cordero glorioso, capaz de abrir el libro de siete sellos, que ningún otro puede abrir, y descifrar para la humanidad y para cada hombre los enigmas de la historia y del destino humano (Ap 5).

El sacramento que Dios ha donado a su Iglesia para ofrecer a la entera humanidad la salvación de Jesucristo es el Bautismo. Cristo bautizará, nos dice Juan el Bautista, con agua y con el Espíritu Santo. La Iglesia continuará la misión de Cristo, bautizando en el Espíritu. Porque este Espíritu divino hace eficaz la presencia en la humanidad de Cristo Salvador a lo largo de los siglos (evangelio).

Por eso, los cristianos, santificados por el Espíritu en el bautismo, son "los que invocan en cualquier lugar el nombre de Jesús, Cristo y Señor" (segunda lectura). El Espíritu que pone en nuestros corazones y en nuestros labios el nombre del Padre, "Abba", es el mismo que nos pone el nombre de Jesús, Salvador. Jesús es Salvador para todos porque todos estamos necesitados de salvación.

 

SUGEREncias PASTORALES

 

Sentirnos solidarios en la necesidad de salvación con todos los hombres, cristianos o no. No hay nadie que no busque la verdad, la felicidad, la salvación. En cierta medida todos somos buscadores: Buscamos para encontrar y, una vez que hemos encontrado, seguimos buscando para continuar encontrando esa plenitud de salvación y felicidad que sólo Dios puede dar. En fuerza de esta solidaridad, orar por todos con corazón generoso, sacrificarse en pequeñas cosas por todos, ofrecer las actividades diarias al Señor para que todos encuentren a Jesucristo, al Salvador que están buscando, quizá a tientas en medio de dificultades y de oscuridad, ayudar a todos los que encuentres en tu camino día tras día, que buscan a Cristo, pero todavía no han llegado a encontrarlo, a hacer de Cristo Salvador una experiencia significativa para toda su existencia.

Revivir el bautismo, no sólo como un hecho individual maravilloso, sino además como hecho eclesial, como inserción en la vida y vitalidad de la Iglesia, en su misión de instrumento de comunión y salvación del género humano. El bautismo es el gran resorte del espíritu misionero, la mejor manera de superar nuestro egoísmo y nuestro 'campanilismo', y de dar a nuestro corazón y a nuestra vida la misma dimensión de la Iglesia, horizontes abiertos a los cuatro puntos cardinales: ayuda a la Iglesia necesitada, voluntariado, espíritu misionero como sacerdote, religioso o laico, interés por conocer mejor la realidad de toda la Iglesia y sintonizar espiritualmente con ella, oración y sacrificio por las vocaciones misioneras...

 

Tercer domingo del TIEMPO ORDINARIO 24 de enero de 1999

Primera: Is 8,23b-9,3; segunda: 1 Cor 10-13.17; Evangelio: Mt

NEXO entre las LECTURAS

La verdadera conversión amalgama este domingo los textos litúrgicos. Jesús inicia su predicación diciendo: "Convertíos..." (Evangelio). Los judíos deportados a Babilonia el 732 a.C. viven en tinieblas y en tierras de sombra, pero, arrepentidos y convertidos a Yavéh, verán brillar una gran luz (primera lectura). Cuando la conversión al Evangelio de Jesucristo no ha penetrado toda la persona, sino que es superficial, suceden las divisiones y discordias que se daban en la comunidad de Corinto. Es necesario profundizar el núcleo de la fe cristiana: La conversión al único Cristo, crucificado pr nosotros (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

esús inicia su ministerio con una propuesta, que es en último análisis su programa evangelizador: "Convertíos porque está llegando el reino de los cielos". Cristo ha venido para predicar e instaurar el Reino de Dios entre los hombres, pero está superconvencido de que el reino inicia en el corazón del hombre cuando éste inicia su conversión. Y convertirse significa reconocer que se marcha por un camino equivocado, y luego dejar con decisión ese camino y tomar resueltamente el camino justo y acertado.

Todos los hombres, todos los pueblos están necesitados de conversión. En tiempos de Jesús era necesaria la conversión de Judea y Galilea, dentro del mundo judío, y la conversión igualmente del mundo pagano. Pero Jesús ha venido sobre todo a los más necesitados de los necesitados, a esos que viven sumidos en la oscuridad y no son capaces siquiera de ver los caminos que llevan a Dios, a la tierra de Zabulón y de Neftalí que, aun siendo parte de Israel, está y vive medio paganizada. Jesús se presenta a ellos con un mensaje de luz, que esclarezca sus profundas tinieblas y los mueva a la conversión.

Jesús sabe que ha de morir y volver al Padre. A la vez se sabe enviado a todos para invitarlos a la conversión. Como no lo podrá hacer personalmente, elige unos discípulos, unos seguidores suyos en la tarea de predicar la conversión por el mundo entero, con la fuerza del Espíritu Santo. Los Hechos de los Apóstoles pueden definirse como la realización, por parte de los discípulos de Jesús, de esta gran empresa de conversión y de fe en el mundo entonces conocido.

La conversión tiene un inicio, pero termina sólo con la vida. Convertirse es un proceso largo y continuo, que se va interiorizando y ahondando más y más con el paso del tiempo y la acción de la gracia divina, y que no está exento de peligros y posibles estancamientos. San Pablo lo ha experimentado muy vivamente ante los grupúsculos en que se dividió la comunidad de Corinto, a los pocos años de haberse convertido. Habían sido bautizados, pero no habían tal vez comprendido que sólo Cristo murió por ellos en una cruz, que sólo en nombre de Cristo habían recibido el bautismo. ¿O quizá las pasiones oscuras les hizo olvidar el recto camino cristiano? El cristiano, está claro, debe vivir diariamente en actitud de conversión.

 

SUGEREncias PASTORALES

Invitar a los fieles a un examen de conciencia responsable sobre la verdadera conversión cristiana, que es el fundamento de todo otro paso en la vida de fe y de servicio al prójimo. Examinar hasta dónde están convertidos sus pensamientos y sus preocupaciones al Evangelio de Jesucristo; ver hasta qué punto sus decisiones y sus actitudes y actividades diarias son las propias de un cristiano auténtico, libre de espíritu ante las presiones del medio ambiente; reflexionar hasta dónde su corazón está centrado en el amor a Dios y al prójimo, y no en intereses egoístas o de parte, en malformaciones del amor genuinamente cristiano. Hoy Cristo invita a todos, niños, jóvenes y adultos, a cada uno según sus posibilidades y condiciones de vida, a esta reflexión atenta sobre sí mismos para, si es necesario y en la medida en que lo sea, cambiar de dirección, tomar el camino que conduce a la Vida.

"Conviértenos y nos convertiremos". La conversión es obra de gracia más que de músculos o de esfuerzo personal. Es Dios quien nos convierte, si nos dejamos convertir. Es Dios quien, cada día, nos ofrece la gracia de la conversión, para que nosotros la acojamos con fe, y la hagamos fructificar con nuestro trabajo diario. La conversión es ascesis, pero antes es mística, es decir, relación personal e íntima de amistad con Dios Padre, creador del cielo y de la tierra, con Jesucristo redentor del mundo, con el Espíritu Santo, Señor que da la vida nueva a quien le abre la mente y el corazón con amor, esperanza y fe. Nuestra colaboración con Dios en la obra de nuestra conversión es necesaria, y es también lenta con frecuencia, dolorosa a veces, pero no hemos de olvidar que es Dios quien nos convierte, que es Dios quien nos otorga la conversión en una experiencia viva de la gratuidad de su misericordia y de su amor infinitos.

 

Cuarto domingo del TIEMPO ORDINARIO 31 de enero de 1999

Primera: Sof 2,3; 3,12-13; segunda: 1 Cor 1,26-31; Evangelio:

NEXO entre las LECTURAS

La felicidad es la vocación del cristiano. Este es el mensaje de la liturgia. A la vez, se plantea el saber dónde está la verdadera felicidad. La liturgia de hoy no nos deja ninguna duda sobre este punto: "Yo dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde...Se alimentarán y reposarán sin que nadie los inquiete" (primera lectura). "Dichosos los pobres en el espíritu, los tristes, los humildes..." nos dice el Evangelio. Y san Pablo en la segunda lectura, tomada de la primera carta a los corintios: "Dios ha elegido lo que el mundo considera necio, débil, vil, despreciable, nada...Por eso, el que quiera gloriarse, que se gloríe en el Señor".

MENSaje DOCTRINAL

El hombre busca la felicidad. Lo hace casi por instinto, por destino, digamos cristianamente por vocación y misión. Para un no creyente o con una fe apagada, la búsqueda es un acto natural, un impulso, casi una pulsión que hay que satisfacer y apagar a toda costa. Por eso, busca la felicidad sin descanso ni pausa, incluso con angustia, y cuando halla un rayito de ella, se ilumina al menos por un instante su vida entera. A este hombre le sucede que busca el sol y encuentra sólo un tenue rayito, que pretende ser iluminado por siempre y se da cuenta de que le dura un momento fugaz. De aquí derivan dos actitudes posibles: hundirse en la negrura de la desesperación y de la indiferencia

-pero ¿es esto posible?- o reiniciar la búsqueda frenética, como un nuevo Sísifo, de esa felicidad apenas pregustada y ya ida.

Para un creyente cristiano la felicidad es una llamada, una tarea, una misión, que compromete toda la vida en la búsqueda y posesión de ella. Quien cree de veras, encuentra en la fe la raíz de su felicidad, busca con paz y alegría que las raíces de la felicidad ahonden en su corazón, sabe que esa búsqueda no es ilusoria sino que le lleva a poseer la dicha que busca, pero sabe también que la felicidad de la fe no tiene residencia definitiva en la tierra sino sólo en la eternidad.

Un no creyente no sabe dónde buscar la felicidad que su corazón anhela. Son muchos los caminos que se abren ante su mirada expectante y muchos los "profetas" que le dicen: "Por aquí...", "Sígueme y te llevaré a la felicidad"...Por otra parte, siente en sí mismo instintos y pasiones fuertes...y cree que en su satisfacción será feliz. Siente también ideales nobles, tiene pensamientos generosos y altruístas...y a veces emprende la búsqueda por ese camino. Siente con fuerza irresistible el "yo" y sus exigencias, el ansia de éxito y de triunfo...¡"Este es el verdadero camino"!, siente que le dice una voz interior. Lo emprende...y tras diversos intentos, se da cuenta de que todos esos caminos eran engañosos...Y ahora, ¿qué hacer?.

A un cristiano el Evangelio de Jesucristo le ofrece el único camino de felicidad aquí y en la otra vida. Es un camino sencillo, seguro: La pobreza de espíritu, o sea, la humildad de corazón, la sencillez de vida, el abandono confiado en Dios, el desprendimiento de las creaturas, la sabiduría de la cruz...Camino fácil y seguro, pero que desgraciadamente tiene la apariencia de un camino desagradable, duro y contrario a la naturaleza del hombre. Ciertamente, las bienaventuranzas no son eslóganes que se vendan bien en el mercado de la publicidad. Las bienaventuranzas son por esencia fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Sólo Dios nos puede enseñar el lugar donde está la verdadera felicidad. La felicidad es don, no conquista humana; es posibilidad real, no utopía.

Este don maravilloso Jesucristo lo ha recibido de su Padre. El ha vivido primeramente lo que ha predicado después en el sermón de la montaña. El ha sido dichoso en la pobreza, en la humildad, en la pureza de corazón, en la persecución, en la misericordia, en la sed de justicia, en la construcción de la paz. Detrás de Jesús, sus mejores discípulos: los santos. Ellos han entrado en el reino de las bienaventuranzas vividas y predicadas por Jesús, y una vez allí han pedido y logrado quedarse en él, ser admitidos como ciudadanos de ese misterioso Reino. Cristo invita también hoy a los cristianos a ser felices, pero a la manera como él y los santos lo han sido.

SUGEREncias PASTORALES

Felicidad y fe. Puede haber en nuestras parroquias quienes piensen y vivan, aunque no lo piensen, como si la fe y la felicidad fuesen por caminos opuestos. Digamos: "Si quiero ser feliz, debo dejar a un lado mi fe" o "Si quiero vivir mi fe, he de dejar a un lado la felicidad". Algo así como si al creyente le fuesen prohibidos no uno sólo, sino todos los árboles del paraíso. En realidad es todo lo contrario, podemos probar de todos los árboles del paraíso y ser felices, sólo uno nos está prohibido, y ese es el querer buscar y hallar la felicidad en donde a nosotros nos guste o nos parezca mejor. La experiencia de la vida cristiana es ésta: Entre más profundamente se cree, más se dilata el alma, y se logra mayor capacidad para acoger la felicidad en plenitud, esa felicidad que culmina en Dios, y que abraza toda la creación, todas las creaturas.

Testigos de la felicidad. En el mundo hay muchos hombres alegres -y me refiero a la alegría sana, no al desenfreno-, pero quizá pocos felices. La alegría es un instante fugaz, en que nos sentimos bien, contentos, satisfechos, optimistas, risueños...La felicidad en cambio es duradera: es la paz de quien tiene a Dios y vive en amistad con él, la alegría de servir por amor sin mirar a quien sino sólo por Quien, el silencio interior para escuchar y hablar con Dios, la serena mirada de fe sobre los acontecimientos de la vida y sobre las dificultades y penas de la existencia, la esperanza que no defrauda en la victoria del bien sobre el mal...Todo cristiano, si lo es de veras, está llamado a ser testigo de la felicidad entre los hombres. ¿No será ésta una de las mejores maneras de ir cambiando nuestro ambiente, la sociedad y el mundo en que vivimos?

Quinto domingo del TIEMPO ORDINARIO 7 de febrero de 1999

Primera lectura: Is 58,7-10; Segunda: 1Cor 2,1-5 Evangelio: Mt 5,13-16

NEXO entre las LECTURAS

"Obras, no palabras", tal podría ser el mensaje de la liturgia de esta quinto domingo del tiempo ordinario. "Comparte tu pan...alberga al pobre, viste al desnudo...", éste es el ayuno que agrada a Dios, según el profeta Isaías en la primera lectura. Jesús en el Evangelio dice a los discípulos: "Brille vuestra luz delante de los hombres, de tal modo que, al ver vuestra buenas obras, den gloria a vuestro Padre". San Pablo, muy consciente de la esencia de la fe cristiana, centra su predicación no en razonamientos humanos sino en la obra de Cristo por excelencia: su muerte en una cruz por nuestra salvación, no en la elocuencia y capacidad de persuasión, sino en la acción y poder del Espíritu (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

El cristianismo es una fe, que obra mediante la caridad. Ambas cosas son imprescindibles e inseparables. El cristianismo ha vivido una gran tragedia, cuando los cristianos las han separado, creyendo ser buenos cristianos con sólo la fe sin obras, o con sólo las obras sin fe. Estamos en las antípodas del verdadero cristianismo.

Todo cristiano es sal de la tierra, luz del mundo, ciudad sobre la cumbre de un monte, gracias a su fe y gracias a sus obras. La sal es símbolo de la sabiduría, y el cristiano tiene la sabiduría del Evangelio. La sal además tiene la cualidad de preservar de la corrupción, y el cristiano -en cuanto sal- conseguirá preservar el medio en el que vive mediante el testimonio de sus obras. La luz está hecha para iluminar, y el cristiano es luz que con la Palabra de Dios ilumina las mentes y las situaciones humanas. Pero no se enciende una lámpara para taparla, y el cristiano es esa lámpara cuyas buenas obras no pueden ocultarse, porque sería tanto como dejar al mundo en la oscuridad. Como una ciudad sobre un monte orienta al viajero en su travesía, así el cristiano orienta a los hombres con sus palabras, con la doctrina de la fe. En la ciudad el hombre encuentra refugio, protección, seguridad, y eso es el cristiano con su ejemplo para los demás: un signo de seguridad en medio de las penalidades e incertidumbres de la vida.

La primera lectura ejemplifica algunas de esas obras, por las que el cristiano será sal, luz y ciudad en lo alto para los hombres: satisfacer el hambre del necesitado, dar cobijo a quien no tiene techo, proporcionar ropa a quien sufre la inclemencia del frío, apartar del alma y de la conducta cualquier muestra de opresión, vencer la tentación de la calumnia y de la acusación gratuita...En definitiva, las obras cristianas son obras de justicia, de solidaridad, de respeto, de caridad hacia los demás.

Nadie tiene más amor que el que da la vida por el amado. Esta es la obra suprema del amor, esa es la obra de Cristo que Pablo presenta a los corintios como la verdaderamente eficaz, por encima de cualquier filosofía o de cualquier retórica persuasiva. Ellos abrazaron la fe justamente por la acción misteriosa de esta obra en el interior de sus corazones, y por el poder del Espíritu que hace eficaz la obra redentora de Jesucristo.

SUGEREncias PASTORALES

El papel del cristiano en la sociedad actual. Podrán darse acentuaciones, como en todo, pero su papel es el de proclamar su fe en Jesucristo tanto con palabras como con obras. No basta creer, porque la fe sin obras es una fe muerta, y una fe muerta es como la sal que ha perdido su fuerza de salar, y no posee vigor de atracción ni de convencimiento. ¿No se da este tipo de creyentes en nuestras parroquias? Gente que va a misa, y luego habla mal de los demás; que se cree ferviente cristiano, y soporta malamente y a disgusto a los emigrantes; que conoce bien la doctrina cristiana sobre el sexto mandamiento, pero se ha olvidado vivir el quinto no pagando los impuestos o sustrayendo una parte de los mismos...

Tampoco es suficiente obrar, porque las obras sin la fe no pueden salvarnos. No es genuino espíritu cristiano trabajar por los demás, entregarse febrilmente a obras de asistencia, y luego olvidarse de orar o de ir a misa los domingos. No lo es, quien da limosna al pobre, ayuda generosamente a obras sociales, pero le resulta "imposible" creer en la resurrección de la carne y en la vida futura...Hay que hacer lo uno, sin omitir lo otro, como nos enseña Jesucristo.

Cultivar la fe, practicar las obras de caridad. Es necesario, en la situación actual de muchos fieles, que las parroquias directamente o con la ayuda de otras instituciones (congregaciones religiosas, movimientos eclesiales, asociaciones de fieles laicos...) ofrezca y promueva cursos y actividades para crecer en la fe, para afianzarla, para defenderla ante los posibles peligros.

Es también aconsejable que las mismas parroquias promuevan la "caridad organizada", a nivel parroquial o diocesano, para lograr mayor eficacia en el servicio a los necesitados. Las formas pueden ser variadísimas: recolección de ropa o de alimentos para damnificados o para Caritas, el teléfono amigo, la visita a los ancianos y a los enfermos, etc.

Sexto domingo del TIEMPO ORDINARIO 14 de febrero de 1999

Primera lectura: Sir 15,15-20; segunda: 1Cor 2,6-10 Evangelio: Mt 5,20-22.27-28.33-34.37

NEXO entre las LECTURAS

La libertad es una virtud y un valor eminentemente cristianos. Las lecturas de hoy se centran en esta libertad auténticamente cristiana. En la primera lectura el Sirácida recurre a imágenes para mostrar la responsabilidad del hombre en su obrar: "Fuego y agua he puesto ante ti, alarga la mano a lo que quieras. Ante el hombre están vida y muerte; lo que él quiera se le dará". Jesucristo en el Evangelio enfrenta la libertad con la elección de lo más propio y peculiar del cristianismo: "Habéis oído que se dijo...pero yo os digo...". Finalmente san Pablo exhorta a los cristianos de Corinto a elegir una sabiduría superior: divina, misteriosa, escondida, que Dios nos ha revelado por medio de su Espíritu (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

La catequesis sobre la libertad cristiana inicia con la explicación de la libertad como capacidad de elección. Ser hombre es vivir optando, eligiendo entre una cosa u otra, entre un comportamiento u otro. Las pequeñas opciones de cada día se guían por la opción fundamental, esa opción que el sirácida nos presenta de modo claro mediante imágenes: Elige entre el fuego y el agua, la vida y la muerte, cumplir o no cumplir los mandamientos, gracia o pecado. Es decir,"Elige entre el bien y el mal". Este principio ético no es opcional, está inscrito en las leyes mismas del espíritu humano y por tanto no se puede renunciar a ello sin renunciar a la vez a la propia humanidad.

Este principio fundamental recibió algunas concreciones en el Decálogo que Dios dio al pueblo judío por medio de Moisés, pero cuyo valor es universal, porque se sitúa por encima de cualquier circunstancia o situación particular. Jesucristo en el Evangelio de hoy nos recuerda algunos de estos mandamientos (quinto, sexto y octavo): "No matarás", "No cometerás adulterio", "No jurarás en falso". La libertad humana encuentra en estas formulaciones una indicación del mal que ha de evitar, e implicitamente del bien que debe hacer: respetar la vida, ser fiel a la propia esposa, decir la verdad. Son principios válidos para todo hombre, sea o no cristiano, sobre todo en su formulación negativa.

Pero Jesucristo propone a la libertad del cristiano ir más allá, llevar el ejercicio de la libertad a una mayor perfección. Jesucristo concretiza algo más los mandamientos del Decálogo. Para un cristiano, elegir el enojo, el insulto, la descalificación personal es una mala elección, que va contra el quinto mandamiento, ataca el amor sincero al prójimo que es la esencia del mismo. En cuanto al sexto, el simple deseo concupiscente es ya adulterio del corazón, es un mal uso de la libertad, porque el corazón no es puro. Finalmente, Jesucristo nos dice a los cristianos que es mejor la verdad y la sinceridad que recurrir al juramento como única y verdadera garantía de honestidad. El cristiano auténticamente libre, amante de la verdad y del bien, no tiene necesidad de jurar.

Esta libertad cristiana, que busca siempre lo mejor, no es una sabiduría de este mundo, sino una sabiduría que viene de Dios y que Dios nos ha revelado por medio de su Espíritu, porque donde está el Espíritu ahí está la verdadera libertad. Esta sabiduría de la libertad ni la conocen ni la entienden los no cristianos; por eso, a veces la atacarán como irracional y otras veces la admirarán como heroica. En todo caso, incluso para los cristianos que la experimentamos y tratamos de aplicarla en la vida, no deja de ser misteriosa, escondida. Es la libertad de los hijos de Dios que no "necesitan" de otras leyes, para comportarse bien como hombres y como cristianos, que la ley del Espíritu.

SUGEREncias PASTORALES

La libertad cristiana en una sociedad pluralista requiere de gran discernimiento. Los fieles cristianos viven en el pluralismo religioso, político, cultural. Un pluralismo que afecta al mismo modo de ver el bien y el mal y, consiguientemente, a opciones diversas en campos importantes de la vida humana o de la sociedad. Para un cristiano el aborto voluntario es siempre un mal, pero en la sociedad pluralista hay quienes en algunos casos lo consideran un bien. Para un cristiano la prostitución va contra la dignidad de la mujer, pero hay quienes la consideran como una "profesión" tan buena y legítima como cualquier otra...Este pluralismo no ha de debilitar nuestras convicciones, más bien las afianzará y nos llevará a dar razón de nuestra fe y de nuestra postura. Pero tampoco nos ha de llevar al fanatismo y a la intransigencia con quienes no comparten nuestra fe y nuestra moral. El respeto a las diferencias y el diálogo constructivo, y más que nada el testimonio de coherencia cristiana, debe ser el camino preferido por nuestra libertad.

El Espíritu de libertad. El cristiano, cada cristiano, en el buen ejercicio de su libertad, actúa bajo la acción del Espíritu. El discernimiento por obra del Espíritu y la docilidad a este mismo Espíritu permiten al cristiano el uso más pleno de su libertad, el paso de lo bueno a lo mejor, de lo no exigido por la sociedad o por el ambiente en que se vive a lo exigido por la conciencia, de la simple ayuda a los demás a la generosidad sin medida. Entre más dócil sea cada cristiano a la acción del Espíritu Santo en su conciencia, más libre será en sus opciones fundamentales y en las decisiones "débiles", pequeñas de todos los días.

Miércoles de CENIZA 17 de febrero de 1999

Primera lectura: Jo 2, 12-18; segunda: 2Cor 5,20-6,2 Evangelio: Mt 6,1-6.16-

NEXO entre las LECTURAS

Iniciamos la cuaresma, tiempo de penitencia y reconciliación. Las lecturas de este miércoles de ceniza insisten sobre todo en la interioridad, en el corazón arrepentido y reconciliado. En la liturgia penitencial de la primera lectura Dios, por medio del profeta Joel, nos dice: "Volved a mí de todo corazón...rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras". Jesús en el Evangelio nos invita a librarnos de toda exterioridad y a orar, ayunar y dar limosna "en secreto", es decir, en el interior del corazón. La reconciliación de la que nos habla san Pablo en la segunda lectura significa antes que nada creación hecha por otro, un rehacimiento del hombre en su interior.

MENSaje DOCTRINAL

La grandeza o miseria del hombre se mide por la grandeza o miseria de su corazón. Es en el interior donde se fragua el hombre: sus buenos o malos pensamientos, sus decisiones rectas o malvadas, sus comportamientos justos o injustos, sus palabras verdaderas o engañosas. Jesucristo ha venido al mundo para cambiar al hombre por dentro, de modo que sus obras no sean sino la externación de su buen corazón.

Ante el comportamiento de sus contemporáneos, muy marcado por alardes de ostentación, Jesús asume una actitud en perfecta lógica con su conducta y con su enseñanza: Las obras que Jesús menciona son buenas y laudables, pero la ostentación es reprobable, porque no busca a Dios, sino la recompensa humana. "Dar limosna" es una acción benéfica, pero hacerlo para ser apreciado por los demás, para que se alabe nuestra 'generosidad', no es propiamente cristiano. "Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha", nos amonesta Jesucristo. Hagamos el bien por amor a Dios Padre, cuyo rostro vemos reflejado en el pobre y necesitado de nuestro dinero y de nuestro amor fraterno. "La oración" al igual que el "ayuno" son dos obras estupendas, cuando se hacen con rectitud de intención, sin querer llamar la atención, con el deseo de agradar a Dios Padre y de servir a nuestros hermanos. La verdadera conversión no consiste en ayunar, orar o dar limosna, sino en hacer esas obras con un corazón renovado, libre de egoísmo y de intereses personales.

La actitud de Jesús se muestra en continuidad con el profetismo (Isaías, Jeremías, Ezequiel...), particularmente con el texto del profeta Joel, reportado por la primera lectura: los penitentes de aquellos tiempos se rasgaban las vestiduras para mostrar su dolor y arrepentimiento. Joel les dice que mucho más importante es rasgar el corazón, dolerse en el alma por los propios pecados. Por su parte, la Iglesia primitiva, según nos lo indica san Pablo en la segunda lectura, continúa la postura y enseñanza de Jesucristo. La nueva creatura, surgida del bautismo, es la reconciliada con Dios por medio de Jesucristo. Y los apóstoles, continuadores de la obra de Cristo, son los ministros de la reconciliación. En cuanto tal ministro, nos exhorta: "No recibáis en vano la gracia de Dios". Al inicio de la cuaresma es una exhortación muy apropiada.

SUGEREncias PASTORALES

Nos acercamos a pasos veloces al gran jubileo del año 2000. Caracterítico del jubileo es el gozo espiritual por los grandes bienes del misterio de la Encarnación. Pero previa al gozo espiritual está necesariamente la conversión, la purificación de nuestra vida, rozada al menos, si no es que hundida, por la oscuridad y tristeza del pecado. Para expresar la conversión y obtener realmente la purificación interior, la Iglesia nos propone algunos medios: la peregrinación a Roma, a la Tierra Santa, o a la Iglesia catedral...Peregrinar es ponerse en camino hacia la casa del Padre, es "ejercicio de ascesis laboriosa, de arrepentimiento por las debilidades humanas, de constante vigilancia de la propia fragilidad" (Incarnationis mysterium -IM- no.7). Peregrinar es reconocernos necesitados de un Padre que nos salga al encuentro, nos perdone y nos restablezca en nuestra dignidad de hijos suyos.

Otro medio que nos brinda la Iglesia es la puerta santa, que evoca "el paso que cada cristiano está llamado a dar del pecado a la gracia" (IM no. 8); puesto que todos somos pecadores, todos estamos llamados a dar ese paso, a entrar por esa puerta de gracia y misericordia. Esa puerta santa es Jesucristo, cruzarla significa confesar nuestra fe en Él y en su doctrina, como nos ha sido transmitida por la Iglesia a lo largo de dos milenios. Esa puerta santa, que es Jesucristo, nos da acceso a la Iglesia, fundada por Él como signo e instrumento de unión con Dios y con todo el género humano. Cristo y la Iglesia, indisolublemente unidos para salvar al hombre. ¿Por qué a veces los hombres somos tan torpes, que los separamos?

Un último medio que la Iglesia, en su solicitud materna, nos ofrece son las indulgencias, que son el nombre tradicional de la "abundancia de la misericordia del Padre, que sale al encuentro de todos con su amor, expresado en primer lugar con el perdón de las culpas" (IM 9). Las indulgencias no se pueden separar ni de la conversión del corazón, ni de la misericordia divina, ni del sacramento de la penitencia, ni del gozo del perdón y de la gracia. Sólo en este contexto espiritual y eclesial se las entiende bien y surten su efecto salvífico. Convendrá, por tanto, explicar bien a los fieles el sentido de las indulgencias y el modo concreto de ganar la indulgencia plenaria, conforme a las disposiciones emanadas por la Penitenciaría Apostólica.

 

Primer Domingo de CUARESMA 21 de febrero de 1999

Primera lectura: Gén 2,7-9; 3,1-7; Segunda: Rom 5,12-19 Evangelio: Mt 4,1-11

NEXO entre las LECTURAS

Parece evidente la tentación, como palabra clave de la liturgia hodierna. La serpiente tienta a Eva y a Adán mediante su astucia, como nos recuerda la primera lectura. Jesús, al inicio de la vida pública, es tentado por el demonio en el desierto (Evangelio). Pero mientras Adán y Eva caen en la tentación, haciéndose culpables de su pecado, Jesús vence la tentación, liberándonos de la culpa (segunda lectura). Así Jesús viene a ser el verdadero Adán, el prototipo ideal de la humanidad querida por Dios.

MENSaje DOCTRINAL

 

 

La tentación es un hecho de la experiencia humana. Desde el momento en que el hombre tiene uso de razón y es responsable y libre, desde ese momento el mal, con todas las variadísimas formas que existen en el mundo, y el Maligno con toda su astucia, pueden irrumpir en la vida del hombre con fuerza atractiva y seductora. No hay ninguna tentación de la que esté exento el hombre sobre la tierra, pues su libertad es universal, y el Tentador es el "príncipe de este mundo", que sólo desea el mal del hombre.

Adán y Eva fueron tentados con una doble tentación: la autonomía completa del saber y el señorío absoluto sobre la vida. El hombre, desde el origen de la humanidad hasta su final, quiere un saber sin límite alguno, un dominio de la vida a su antojo. Prefiere alargar la mano al árbol prohibido, a disfrutar serena y alegremente de lo que le está permitido. Cree que Dios se lo ha prohibido, porque no quiere su bien, porque quiere tenerlo subyugado y sumiso como un perro manso, y ve a Dios, por tanto, no como a un Padre, sino como a un rival y a un enemigo. Es todo lo contrario: si Dios prohíbe algo al hombre es porque le ama y sabe que lo prohibido le hace daño. Desgraciadamente el hombre no se convence, no confía, alarga la mano hacia el árbol...y se descubre en toda la desnudez de su miseria, de su orgullo destructor, de su falsa y maligna libertad. Las consecuencias del pecado las lleva todo hombre en su propia carne.

Jesús, hombre en todo igual a nosotros menos en el pecado, sufrió también la tentación del demonio. Jesús fue tentado en varias ocasiones en su vida, pero san Mateo escenifica la tentación sufrida por Jesús antes de comenzar su ministerio de predicador y taumaturgo. Fue tentado con las mismas tentaciones que el pueblo de Israel en su traversía por el desierto en marcha hacia la tierra prometida (cf libro del Exodo y del Deuteronomio): la tentación del poder, del aparecer y del tener o poseer. El pueblo israelita sucumbió a la tentación, Jesús salió victorioso. En Él, nos dice san Agustín, hemos vencido nosotros ya nuestras tentaciones, si actuamos como Él: ayuno, penitencia, oración.

La gran tentación del hombre, en definitiva, ha sido siempre querer ser, en su pequeñez, grande "como Dios", creerse y aparecer como un dios ante sí mismo y a los ojos de los hombres. La grande enseñanza de Jesucristo es que, poseyendo la grandeza del mismo Dios, se hizo pequeño como el hombre, hasta el punto de estar sujeto a tentación. Adán, el pueblo de Israel demostraron su pequeñez y su nada ante la tentación, Jesucristo en cambio demostró en ese momento toda su grandeza. Por eso, mientras por Adán entró el pecado en el mundo, por Jesucristo, verdadero prototipo del hombre, nos vino la redención.

 

SUGEREncias PASTORALES

 

 

Las formas en que el hombre es tentado dependen mucho de su personalidad, del medio ambiente en que se mueve, de las fases de la misma vida, del estado jurídico o profesional, de las situaciones y circunstancias de su existencia concreta. Con todo, la tentación nos acecha a todos a la vuelta de la esquina y en el momento en que menos se espera. Para la pastoral, es importante afirmar con vigor que todos podemos ser tentados, y esto en cualquier período de la vida. No hay que pensar que las tentaciones son cosas de jóvenes...

La cuaresma ofrece una buena ocasión para tratar el tema de la tentación y del pecado en muchos de los campos del obrar humano: la tentación de "otra religión" más complaciente y fácil, la tentación de la idolatría para con dioses hechos por manos humanas, la tentación de la rebelión y de la desobediencia civil o eclesial, la tentación del disenso por el disenso, la tentación de la mentira, de la corrupción, del adulterio, del aborto, del sexo sin amor... Estas y otras muchas tentaciones, según los destinatarios de nuestra acción pastoral, nos acechan a nosotros y a nuestros hermanos.

Una catequesis sobre la tentación en el fondo es una catequesis sobre la libertad y la responsabilidad ante Dios, ante la propia conciencia y ante los demás. Precisamente en la tentación el hombre muestra si es realmente libre, si sabe usar rectamente de su libertad. Hoy quizá se tiende a quitar responsabilidad a las acciones del hombre, achacándolas al ambiente, a la debilidad o anormalidad psicológicas, a muchachadas 'inocentes'...Sin quitar el debido peso a todo esto, creo que la sociedad debe reaccionar, y en lugar de disminuir la responsabilidad, esforzarse por construir hombre verdaderamente libres y responsables de sus acciones. De lo contrario, en lugar de mejorar la sociedad, la iremos dejando caer, más o menos culpablemente, en la inconciencia y en la irresponsabilidad.

 

Segundo Domingo de CUARESMA 28 de febrero de 1999

Primera lectura: Gén 12,1-4; segunda: 2Tim 1,8-10; Evangelio: Mt 17,1-

NEXO entre las LECTURAS

Quiero recalcar en los textos litúrgicos el tema de la vocación. Dios que llama a Abram a salir de su tierra e ir a la tierra que él le indicará (primera lectura). Jesús que revela a tres de sus discípulos, en una experiencia singular y divina, su vocación de nuevo Moisés y nuevo Elías (Evangelio). Y por fin Pablo que recuerda a su discípulo Timoteo la vocación santa que Dios le ha concedido, que ha de ser fuente de confianza en el poder de Dios, hasta llegar a sufrir por el evangelio (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

En la concepción cristiana de la vida, todo hombre es un "llamado", recibe una vocación propia de Dios, y las cualidades y gracias para realizarla. Vocación al matrimonio, a la vida religiosa, al sacerdocio; vocación para dar gloria a Dios y servir al prójimo como médico, obrero, periodista, campesino, profesor de teología, párroco, asistente social, capellán del ejército o de un hospital. Dios Padre, con solicitud amorosa, da a cada uno las cualidades, las circunstancias, y las gracias para realizar la propia vocación.

Abram vivía tranquilamente en Ur de los Caldeos; en una cultura, la más avanzada posiblemente de su tiempo; con un desarrollo técnico que había logrado cotas altísimas, admiradas por todos los pueblos. Dios irrumpe en esa vida tranquila, humanamente satisfactoria, quizá incluso muy bien acomodada, y le llama a dejar todo eso para realizar "un sueño de Dios", algo que Abram ni ve ni se puede imaginar: fundar un nuevo pueblo en una tierra lejana a más de 1500 kilómetros, que vive todavía en el subdesarrollo. Abran creyó, se fió de Dios, respondió con libertad y grandeza de espíritu a la vocación a la que Dios le llamaba. Dios le bendijo haciéndole padre de todos los creyentes, y fundador del pueblo de Israel.

Jesús ha venido a este mundo "para hacer la voluntad de su Padre", para manifestar a los hombres el amor de Dios hasta el exceso. Esta vocación de Jesús es presentada en los Evangelios y en el Nuevo Testamento de formas muy diversas, v.g. Jesús como el nuevo Adán, como figura de Isaac, como encarnación de la Sabiduría, etc. En la transfiguración, como nos narra san Mateo, Jesús es visto por sus tres discípulos en medio de Moisés y de Elías; es decir, como el nuevo legislador que dará a los hombres como mandamiento único y síntesis de todos los demás, el del amor, y como nuevo profeta que proclamará a los hombres los secretos del corazón de su Padre Dios. Como nuevo Moisés y como nuevo Elías él cumple su vocación y pone de manifiesto el amor del Padre.

Timoteo, discípulo de Pablo, ha recibido una vocación santa: ser guía de una comunidad cristiana y conducirla por el camino de la virtud y de la voluntad de Dios. Para esto le han sido impuestas las manos sobre su cabeza. Es una vocación dura, sobre todo en tiempo de persecución. Por eso Pablo le pide que no se avergüence de dar testimonio de Jesucristo con su palabra y, si es necesario, con su sufrimiento. Para comportarse así Timoteo debe estar seguro de que la vocación no es elección suya, sino gracia de Dios, una gracia enteramente eficaz, como se ha manifestado en Jesucristo, que ha destruido la muerte y ha hecho irradiar la vida y la inmortalidad.

SUGEREncias PASTORALES

Pastoralmente es muy valioso que cada cristiano sepa y se convenza de "haber recibido una vocación", de haber sido llamado a la vida para una misión; grande o pequeña, eso no importa. La cuaresma es tiempo de conversión, pero también de reflexión. Reflexión sobre la propia existencia, sobre el sentido de la vida, sobre el porqué y el para qué estoy en este mundo, como preparación y a la luz del misterio pascual (pasión, muerte y resurrección de Jesucristo). Esta conciencia de vocación es importante para ayudar a la gente a no "sentirse sola", porque quien la envía está junto a ella, camina con ella por la vida, y porque su vocación, cualquiera que sea, será siempre una vocación eclesial: en la Iglesia, al servicio de la Iglesia; también para infundir ilusión y entusiasmo en la vida de cada día: uno no "se deja vivir", sino que vive consciente y gozosamente su vocación, con el deseo de llevar a cabo un proyecto de vida, y construir con los demás cristianos un mundo mejor; finalmente, el concebir la vida como vocación infunde energía y esperanza de cara al futuro, con la seguridad de que el Dios que llama es el mismo que nos espera al final del camino con los brazos abiertos de Padre.

La realización de la propia y personalísima vocación nunca está exenta de dificultades, como tampoco de alegrías. Las figuras de Abram, de Timoteo, y sobre todo de Jesús, que nos presenta la liturgia, son elocuentes. San Lucas, en el relato de la transifugración, dice que Moisés y Elías hablaban "del éxodo que Jesús había de consumar en Jerusalén", es decir, de su pasión. Jesús, como Abram y Timoteo, nos enseñan que hemos de ser valientes y generosos ante las dificultades, y llevar hasta el extremo nuestra confianza en Dios, con la seguridad de ser atendidos y bendecidos por Él. Como pastores, hay que conocer muy bien las diversas vocaciones de los fieles, las dificultades que encuentran en su realización; habrá también que acompañarles en su camino diario, en sus tribulaciones como en sus alegrías. ¿No es propio de la vocación del pastor el sostener y estimular la vocación de cada uno de sus fieles?

 

Tercero Domingo de CUARESMA 7 de marzo de 1999

Primera lectura: Ex 17,3-7; segunda: Rom 5,1-2.5-8; Evangelio: Jn 4,5-

NEXO entre las LECTURAS

La presencia activa y eficaz de Dios en la historia de la salvación y en la vida de los hombres puede ser el concepto unificador de la liturgia de este tercer domingo de cuaresma. El pueblo israelita camina por el desierto, hacia la tierra prometida, y se muere de sed. Dios interviene haciendo salir, por obra de Moisés, abundantes aguas de la roca del Horeb (primera lectura). En el encuentro con la samaritana y con los habitantes de Siquén, Jesús muestra que él es el don de Dios, la presencia de Dios entre los hombres: el agua que sacia la sed del corazón humano, la presencia y palabra eficaz que transforma por dentro a quienes le ven y le escuchan (Evangelio). En la carta a los Romanos, san Pablo escribe: "Al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones". Dios se hace presente en el hombre mediante el Espíritu, derramado como agua fecunda en el corazón humano (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

 

La historia de la salvación, en la que estamos inmersos, es la expresión teológica de la iniciativa divina y de su presencia amorosa y dialogal entre los hombres. Dios que "creó" al pueblo de Israel, no lo abandona en sus apuros, sino que cumple con él la promesa de fidelidad al pacto de alianza y le acompaña con su poder en su peregrinación por el desierto. Esta presencia divina no siempre es "visible", más bien parece al contrario que Dios se ha olvidado del pueblo, y éste grita su hambre, su sed, su nostalgia del pasado... Las "entrañas" de Dios se conmueven e interviene eficazmente enviando el maná, el agua abundante, las codornices, la 'esperanza' de una "tierra que mana leche y miel". Entonces el pueblo cae en la cuenta de que Dios realmente es fiel y reanuda su confianza en Él y en sus elegidos: Moisés, Josué, etc.

La samaritana -y con ella sus conciudadanos- parecen abandonados de Dios, pues desde hace siglos han dejado el verdadero culto a Yavéh y se han ido detrás de los dioses de otros pueblos, renunciando así a su identidad judía y a Yavéh, el único Dios (cf 2Re 17, 28-31). Son personas religiosas, pero se han dejado influir por la idolatría, desconocen al verdadero Dios y no saben ni donde ni cómo rendirle adoración. Sin embargo, Dios les va a mostrar su cercanía y presencia por medio de Jesucristo y de los primeros predicadores cristianos. Jesús se les revela como el verdadero mesías, el ungido de Yavéh para salvar a su pueblo, y les revela el verdadero culto a Dios, que no depende de un lugar, sino de la disposición interior: el culto en espíritu y en verdad. Los cristianos helenistas de Jerusalén evangelizarán, pocos años después, toda la región de Samaría con muy buenos resultados. Dios es fiel a su pueblo, y a su designio de salvación.

La fidelidad de Dios, su presencia eficaz en nosotros y entre nosotros, nos la hace sentir el Espíritu Santo, el agua viva derramada en nuestros corazones, el don que el Padre nos ha dado para 'recordarnos' su amor. Esta acción del Espíritu Santo nos da la certeza de vivir "ya salvados" por obra de Jesucristo, que murió por nosotros, y nos abre a la esperanza, una esperanza que no engaña, porque está garantizada por las primicias de salvación ya gustadas aquí en este mundo.

 

SUGEREncias PASTORALES

 

En la actualidad hay signos de Dios y de su presencia entre nosotros, pero también hay signos del mal y de su acción en el mundo. Entre los fieles cristianos, habrá quienes se fijen más en los signos del mal, como habrá igualmente quienes -es de esperar que sean mayoría- ponen su atención más bien en los signos del bien, y de la presencia divina. Pastoralmente, conviene no cerrar los ojos a ninguno de todos estos signos, ni a los buenos ni a los malos, pero habrá que poner de relieve preferentemente los buenos, que nos hablan precisamente de la presencia de Dios entre nosotros.

El Papa Juan Pablo II nos brinda un buen ejemplo. Él ha dedicado las catequesis del 18 y 25 de noviembre de 1998 justamente a exponer algunos de los signos de esperanza presentes en el mundo y en la Iglesia. Repasémoslos brevemente con el Papa.

Entre los signos de esperanza presentes en el mundo el Papa señala: Los progresos realizados por la ciencia, por la técnica, y sobre todo por la medicina al servicio de la vida humana; el enorme progreso en el campo de las comunicaciones, particularmente las comunicaciones sociales; un sentido más vivo de responsabilidad en relación con el ambiente; los esfuerzos por restablecer la paz y la justicia donde hayan sido violadas; la voluntad de reconciliación y de solidaridad entre los diversos pueblos, en particular en la compleja relación entre el norte y el sur del mundo. Todos estos signos de esperanza, bien orientados, contribuirán a crear la civilización del amor y a instaurar la fraternidad universal. Son signos que los cristianos debemos reconocer, agradecer a Dios, y, en cuanto sea posible, colaborar para llevarlos a cabo según el designio de Dios.

Respecto a la Iglesia, el Papa indica como signos de esperanza: la acogida de los carismas que el Espíritu Santo distribuye con abundancia en la Iglesia; la promoción de la vocación y la misión de los fieles laicos, que preanuncia una epifanía madura y fecunda del laicado; el reconocimiento y la manifestación del papel de la mujer y del "genio femenino en la Iglesia; el florecimiento de los movimientos eclesiales; el movimiento ecuménico en que el Espíritu Santo ha comprometido a los miembros de las diversas Iglesias cristianas; el espacio abierto al diálogo con las religiones y con la cultura contemporánea. Dios es fiel, y sigue eficazmente presente en la historia del mundo y en la vida de la Iglesia.

Cuarto Domingo de CUARESMA 14 de marzo de 1999

Primera lectura: 1Sam 16, 1.4.6-7.10-13; segunda: Ef 5, 8-14;

NEXO entre las LECTURAS

El cristianismo desde los inicios se ha presentado como una sorprendente paradoja, y tal vez ésta es la clave de la liturgia de hoy. Dios no mira, como los hombres, las apariencias, sino el corazón, por eso ha elegido al más pequeño de los hijos de Jesé, a David, para ungirlo rey de Israel (primera lectura). En el Evangelio, Jesús declara: "Yo he venido para dar la vista a los ciegos y para privar de ella a los que creen ver". En el mundo helenístico, Efeso como Corinto, eran ciudades cosmopolitas, famosas, ilustres por su cultura y por su refinamiento 'espiritual'. Según san Pablo, los cristianos son los hijos de la luz, los paganos de Efeso pertenecen más bien al reino de las tinieblas que hay que desenmascarar, para que las ilumine Cristo (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

La paradoja cristiana no nos resulta extraña. Deriva de la concepción misma de la revelación que Dios nos ha hecho de sí mismo y de su designio de salvación. El Dios cristiano es el más cercano, y a la vez el más lejano, el totalmente otro; es omnipotente y se nos presenta débil; es Padre amoroso, con entrañas maternas, y juez que dará a cada uno según se merezca; es espiritual e invisible y se hace visible en la transparencia de la carne. La paradoja que nos presenta la liturgia, este domingo, entra dentro de este conjunto de paradojas cristianas.

En la valoración humana de las cosas y de las personas, entre más grande es una tarea se busca y elige para ella a la persona más preparada, con mayor liderazgo humano, con una personalidad más fuerte y atrayente, con el mayor número de cualidades...Dios, en la primera lectura de hoy, nos dice que Él obra al revés de lo que nosotros pensamos: escoge lo pequeño, lo que no cuenta a la mirada de los hombres. "No te fijes en su aspecto y en su gran estatura, que yo lo he descartado", "Levántate y úngelo porque es éste". Con esta paradoja, Dios pone de relieve que lo que más cuenta para una misión, no son tanto las cualidades propias, cuanto la fuerza y el poder del Espíritu de Dios.

Jesús es la luz del mundo: su persona, su enseñanza, sus obras. Las personas mejor preparadas para ser iluminadas por esta luz de Cristo eran, sin duda, los fariseos, que habían hecho de la Ley y de la Escritura la razón de su entera existencia. ¿No les ha dicho Jesús: escudriñad las Escrituras, que ellas hablan de mí? Jesús, en el evangelio de la liturgia, pone de manifiesto la paradoja: creen ver y por eso han quedado privados de la vista. Mientras que el pobre ciego de nacimiento, sin preparación alguna, pero libre también de prejuicios y de esquematismos prefabricados, no sólo ha recobrado la vista física, sino que aparece con más vista e inteligencia para las cosas de Dios que los mismos fariseos. Una filosofía y una teología "orgullosas" y "cerradas" a lo imprevisible de Dios pueden cegar las mentes más preclaras y los espíritus más "luminosos" de cada momento histórico.

Es lo que pasó con muchos habitantes de Corinto, Atenas, Éfeso. Vivían satisfechos de sus pensamientos, de su apertura sin fronteras a todos los pueblos y religiones, de sus costumbres y estilo de vida que se había difundido por todo el imperio greco-romano. San Pablo dirá de ellos: se creen luz, pero viven en el reino de las tinieblas: lujuria, avaricia, idolatría, conversaciones desvergonzadas e impúdicas...Todo eso tiene que ser desenmascarado por la luz de la palabra y de la vida auténticamente cristianas para que, al quedar al descubierto, sea penetrado por la luz de Cristo.

 

SUGEREncias PASTORALES

En la actualidad el cristianismo continúa siendo igualmente paradójico y sorprendente. Dios sigue confundiendo a los sabios y poderosos, a los grandes y nobles, mediante personas que a los ojos humanos son 'poca cosa', 'insignificantes', sin ningún poder económico o militar. ¿Qué poder político o militar tiene el Papa Juan Pablo II y el Vaticano? Ninguno y, sin embargo, Dios se ha servido de él para cambiar en estos veinte últimos años el orden mundial y la política de los dos bloques. ¿Quién fue la Madre Teresa de Calcuta? Una mujer sencilla, que vivía pobremente, que se dedicaba al cuidado de los más necesitados y abandonados de todos..., pero quizá ha sido ella la mujer elegida por Dios para recordarnos a todos la fraternidad entre los hombres, el amor al hermano por encima de cualquier diferencia de religión, raza, condición social o económica, estado de salud...

No sólo a nivel internacional, también en la vida diaria de una parroquia, de una comunidad religiosa, de un movimiento eclesial Dios actúa de la misma manera paradójica. Pienso que, por ejemplo, un párroco debería esforzarse por conocer todas esas personas que en la parroquia son encarnación viva de la paradoja cristiana. Pienso que debería recurrir con gran confianza y pedir su colaboración a personas que no cuentan, que valen poco, etc., pero que son verdaderamente santas, que transforman el mundo a su alrededor con su bondad, con su sonrisa, con su entrega.

 

 

Quinto Domingo de CUARESMA 21 de marzo 1999

Primera: Ez 37,12-14; segunda: Rom 8,8-11 Evangelio: Jn. 11, 1-45

NEXO entre las LECTURAS

Todo parece hablar, en la liturgia de hoy, de resurrección y vida, por obra de la fe y del Espíritu de Dios, como preparación al misterio de la Pascua. En la grandiosa visión de Ezequiel, éste oyó una voz que le decía: 'Infundiré en vosotros mi espíritu, y viviréis". "El mismo Espíritu divino, que resucitó a Jesús de entre los muertos, hará revivir vuestros cuerpos mortales", así san Pablo en la carta a los Romanos. Y en el evangelio según san Juan, Jesús dirá a Marta: "Yo soy la resurrección y la vida", para darle la certeza de que su hermano Lázaro volverá al mundo de los vivos.

 

MENSaje DOCTRINAL

El Dios del judaísmo y del cristianismo es un Dios de vida, es el Señor de la vida. Es el viviente, Dios de vivos, que no de muertos. Y la gloria de Dios, como dice san Ireneo, es que el hombre viva, en plenitud e integridad. Para lograrlo, Dios recurre a todos los medios, con una paciencia y fidelidad inagotables, como se refleja en la larga historia de las relaciones de Dios con su pueblo Israel, una de cuyas etapas corresponde al destierro en Babilonia, tras la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén. En el destierro de Babilonia el pueblo languidece, muere, y sobre todo muere su esperanza en el porvenir; para esta situación encuentra Ezequiel un símbolo en los huesos secos, descarnados, muertos. Dios, por medio del profeta le revela al pueblo que lo sacará del sepulcro en que ahora se encuentra y lo hará vivir de nuevo, haciéndole volver al país de la vida, a la tierra prometida.

El símbolo de Ezequiel se hace realidad en el caso de Lázaro. Éste es un hombre de carne y hueso, que vive en Betania con sus hermanas Marta y María. Ha enfermado...y ha muerto. Cuando llega Jesús a Betania, ya hace cuatro días que yace en el sepulcro, tiempo que en la mentalidad judía sellaba el plazo definitivo y seguro de la muerte. Pero Jesús es la vida, y a la vez ama a Lázaro con corazón de verdadero amigo. ¿Qué hará Jesús? Irá al sepulcro, gritará con fuerza: "¡Lázaro, sal fuera!", y éste de nuevo volverá a estar entre los vivos. Claro que Lázaro, por su parte, remite a otra realidad superior: la muerte y resurrección de Jesucristo, que celebraremos en dos semanas, y la nueva vida que Cristo resucitado aporta al hombre, en toda su realidad corpórea y espiritual, por obra del Espíritu.

Se da, pues, un proceso ascendente en el concepto de resurrección y vida: primeramente es símbolo de liberación y de participación en una vida alegre y feliz en la tierra que Dios dio "a los padres". Luego es paso real e histórico de la muerte a la vida, pero de una vida que terminará de nuevo en la muerte y en el sepulcro. Ese paso de la muerte a la vida adopta una forma real de plenitud insuperable y de novedad desconcertante en Cristo, que muriendo vencerá a la muerte y recobrará la vida para siempre. Finalmente, el cristiano participa por gracia, mediante el Espíritu, de la vida resucitada de Cristo, ya en este mundo, y participará de la misma en la eternidad de Dios. Por eso, para el cristiano la muerte es un tránsito a un modo nuevo de vivir, que nos impresiona porque nos resulta "desconocido", por más que sepamos que es un "vivir para Dios".

 

SUGEREncias PASTORALES

En el período de cuaresma los temas predominantes de la catequesis litúrgica suelen ser penitencia, oración, vigilancia, ayuno, etc. La liturgia de hoy cambia de registro para hacernos pensar anticipadamente en el misterio de Cristo resucitado y llenar nuestro corazón de alegría. La alegría de quien se despoja del hombre viejo y comienza a vivir como hombre nuevo, bajo el imperativo del amor, de la verdad, y de la entrega a los hermanos. Este domingo es como un alto en el camino, en el que Jesús nos enseña: Dios es vida, la realidad más palpitante del cristianismo es la vida que Dios nos comunica, como se la comunicó al pueblo de Israel, y a Lázaro de Betania. Y con la vida, la participación en la alegría, en la exultación de júbilo por la vida de Dios en nosotros, es decir, su amor, su misericordia, su ternura. Todo esto es obra del Espíritu de Dios en nosotros: los cristianos hemos de ser muy conscientes de que el Espíritu es el que da la vida, y el que la sostiene y vigoriza día tras día. ¿Qué conciencia hay, entre los fieles de tu parroquia, de esta presencia eficaz del Espíritu en la vida de cada cristiano y en el corazón mismo de la Iglesia?

Quizá en ciertos ambientes o comunidades parroquiales se halla una visión alicaída y desencantada de la vida cristiana en la parroquia, en la diócesis, entre la juventud actual, en los grupos parroquiales, en los movimientos eclesiales presentes en la parroquia o en la diócesis... Una visión concentrada por así decir en ver dificultades, tensiones, fallos, debilidades humanas, limitaciones en la acción parroquial, deficiencias religiosas y morales, etc. Hoy Cristo nos dice a todos: "Yo soy la resurrección y la vida". Fíjate en la vida, en todo lo bueno, en los frutos que la fe cristiana está produciendo en tantas personas, entre tantos fieles cristianos. Fíjate en la "resurrección", en la transformación que Cristo opera en algunas personas, que tú conoces. Fíjate en tantas personas que oran, que viven gozosamente su cristianismo, que viven con rostros de resucitado, incluso en medio del sufrimiento. Trabaja, lucha, junto con tantos otros hermanos en la fe, para que aumente la vida cristiana en tu parroquia, en tu medio ambiente. ¡Cuánto bien se puede hacer con una mirada limpia y viva, con una palabra de aliento, con un buen ejemplo de oración, de optimismo, de amor a Dios y al prójimo!

 

Domingo de RAMOS 28 de marzo 1999

Primera: Is 50, 4-7; segunda: Fil 2,6-11 Evangelio: Mt 26, 14 - 27, 66

NEXO entre las LECTURAS

Toda la liturgia está envuelta en un velo de sufrimiento, pero da la impresión de que el mensaje no está ahí, sino en la acción misteriosa y sublime de Dios en medio del dolor y de la angustia más atroces. En el tercer canto del siervo de Yavé escuchamos: "El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes" (primera lectura). En el himno cristológico de la carta de san Pablo a los Filipenses se nos dice: "Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre". Y en el relato de la pasión, Jesús ora a su Padre: "Si es posible, que pase de mí esta copa de amargura; pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú"; y a la muerte de Jesús, el evangelista escribe: "El velo del templo se rasgó en dos partes de arriba abajo; la tierra tembló y las piedras se resquebrajaron...", signos todos de la manifestación de Dios al final de los tiempos, según la mentalidad judía. Importa resaltar que el sufrimiento no es un contrasentido, un error de cálculo de la acción creadora, sino que Dios es el señor del sufrimiento y que por tanto tiene un sentido.

 

MENSaje DOCTRINAL

El dolor y el sufrimiento no han sido ahorrados ni al mismo Dios, hecho hombre en Jesús de Nazaret. Esto significa, por un lado, que son parte constitutiva de la historicidad del hombre, de su realidad finita, imperfecta, frágil y perecedera; es por ello algo inevitable, que todo hombre tiene que afrontar y aceptar, desde su condición humana y desde su fe. Por otra parte, quiere decir que tiene un extraordinario valor, que el hombre ha de descubrir: un valor moral en la configuración de la personalidad humana: el que sabe sufrir se hace más hombre, y un valor redentor en el designio de Dios: el dolor del hombre contribuye a la redención operada por Jesucristo.

La figura del siervo de Yavé, de que trata la primera lectura, nos resulta sorprendente, chocante por diversos motivos: es un inocente, que sin haber hecho mal a nadie, sufre ultrajes, golpes y deshonras; es un hombre religioso que, en medio de todo lo que le sucede, descubre el dedo de Dios y siente la fuerza y presencia potente de Yavé; es un discípulo de Dios que, situándose por encima de su dolor, tiene palabras de consuelo para el abatido y necesitado.

¿No es verdad que la mejor realización de esta figura la vemos espontáneamente en Jesús de Nazaret, sobre todo en aquellas horas terribles y densas del jueves y viernes de pasión? Así lo han visto y pensado los primeros cristianos, y lo han dejado plasmado para nosotros en el himno litúrgico que Pablo recoge en la carta a los filipenses: "Se despojó de su grandeza... tomó la condición de esclavo... se humilló a sí mismo, obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (segunda lectura). Y todo el relato de la pasión, ¿no es acaso el dolor de la inocencia herida, asesinada, que vence la culpa y el pecado de los "asesinos"? ¿no es la expresión sublime del amor sufrido a un Padre cuyos designios misteriosos, incomprensibles están realizándose, "a fin de que el hombre viva"? ¿no es el gesto supremo del anonadamiento y de la humillación, al cual el Padre responde con la exaltación y la gloria de la misión cumplida? El sufrimiento no deja de tener un rostro duro, hosco y horrible para el hombre, pero tras esa máscara de dolor, se encuentra el rostro hermoso, sereno, gozoso de un sentido fecundo, misteriosamente sazonado y fructífero .

SUGEREncias PASTORALES

¿Cuál es mi actitud ante el dolor, ante las catástrofes, los crímenes, los desórdenes civiles, morales, religiosos? ¿Cuál es la actitud de los cristianos entre los que vivo y trabajo? ¿Cómo ven y afrontan la muerte de un ser querido, de un inocente? ¿Cómo sufren sus propias miserias v.g. una enfermedad grave, un accidente de tráfico o de trabajo, la soledad y el abandono, las limitaciones de la ancianidad? El sacerdote ha de conocer lo mejor posible los "dolores, pruebas, angustias, miserias" de sus fieles, de los destinatarios de su mensaje. ¿Soy el buen pastor que conozco a mis ovejas, a todas y a cada una, y estoy cerca de ellas sobre todo en los momentos de prueba?

La fe en la presencia y en la acción de Dios en esos momentos y situaciones de dificultad y de angustia, es algo muy necesario y urgente. En el desconcierto que la situación pueda crear, en la 'crisis interior de rebelión' que pueda provocar, en el descontrol que pueda desencadenar, la fe es una clave que previene y acompaña al cristiano, le infunde serenidad, le abre una puerta a la esperanza, le remite con paz al Señor de la vida y de la historia. Esta fe de la presencia viva de Dios en el dolor y la prueba ha de ser objeto de predicación (homilía, catequesis); pero en los momentos concretos de la prueba y de la angustia, es para hacerla visible con la propia vida. En esos momentos el sacerdote es el hombre de fe que, con la suya, infunde fe en los demás.

Jueves SANTO 1 de abril 1999

Primera: Ex 12, 1-8.11-14; segunda: 1Cor 11, 23-26 Evangelio: Jn. 13,

NEXO entre las LECTURAS

La escena en la que se centra la liturgia es una sala en la que unas personas se reúnen para celebrar una cena. El texto y el contexto nos dicen que no es una cena cualquiera. Se trata de una cena singular, de gran importancia para todos los comensales. Los que se reúnen para cenar, en la primera lectura, son los miembros de una familia israelita, que con la cena celebran la liberación de la esclavitud egipcia: "Lo comerán esa noche, asado al fuego, con panes ácimos y hierbas amargas". En el Evangelio, quienes "están cenando" juntos son Jesús y sus discípulos, en momentos dramáticos, que preanuncian la pasión. El texto de la segunda lectura nos refiere de los cristianos de Corinto que se reunían primeramente para cenar y luego para celebrar el memorial de la "Cena del Señor".

MENSaje DOCTRINAL

Dios nos revela las realidades sobrenaturales, y las propone a nuestra fe, mediante las realidades más cotidianas de la humana experiencia. ¿Qué cosa más cotidiana y normal que los miembros de una familia, o los amigos se junten para comer y convivir unas horas en un ambiente de alegría y espontaneidad? Eso es en primer lugar la Eucaristía: un banquete gozoso de Jesús con sus amigos; un banquete especial, porque "nos da a comer su carne y a beber su sangre", pero en un ámbito de amistad, de alegría y de convivio. La "santa misa" no es primeramente una ley canónica, más bien es una ley del corazón que exulta de gozo por encontrarse con los "hermanos" para celebrar juntos un banquete de amor y de libertad.

Efectivamente, la Eucaristía es una fiesta de libertad. En el mundo judío, esta fiesta se celebraba anualmente la semana de Pascua con un ritual bellísimo y elocuente: la sangre 'liberadora' del cordero inmolado marcando los palos de las tiendas, el hijo más pequeño que pregunta al padre de familia por el sentido de la fiesta, la cena de pie, con la cintura ceñida, con panes ácimos, y en disposición de marcha... Así se celebraba la liberación del poder opresor de Egipto, símbolo de toda esclavitud. Los cristianos, cada domingo, al celebrar la Eucaristía, celebramos la fiesta de la libertad de los hijos de Dios: liberación del pecado y de todos sus "productos" gracias a Jesucristo, Cordero inocente, inmolado para redención de todos los hombres. Es importante que los fieles tengan muy presente este aspecto de la Eucaristía: fiesta de la libertad integral (libertad de la gracia, libertad interior, libertad de los condicionamientos humanos...). Una libertad, inseparable del amor, verdadera razón de ser de la redención de Cristo, verdadera y única respuesta digna del hombre.

La Eucaristía, como nos recuerda san Pablo, es también una fiesta de fraternidad. Todos juntos, celebrando la Cena del Señor, nos sentimos hermanos entre nosotros porque somos todos hermanos de Cristo e hijos del mismo Padre. El rezo del padrenuestro, el abrazo de la paz y la participación en la comunión representan tres momentos particularmente intensos de esta fraternidad. Una fraternidad que no puede reducirse a la reunión dominical en torno a Cristo, sacerdote y víctima, sino que debe prolongarse día tras día a lo largo de toda la semana. Nos reunimos como hermanos, el domingo, para vivir como hermanos todos los días.

 

SUGEREncias PASTORALES

Pienso que se ha hecho mucho, en las parroquias y sobre todo en ciertos grupos más comprometidos con la fe, para que la Eucaristía sea verdaderamente una fiesta, un canto de libertad, un poema de fraternidad. Seguramente, sin embargo, no nos extrañamos de que quede todavía mucho que hacer para que estos aspectos de la Eucaristía penetren en la mentalidad común de todos los fieles cristianos. Como sacerdote, como párroco o vicario parroquial, ¿qué puedo hacer para generalizar esta mentalidad? ¿qué iniciativas puedo tomar para que este modo de ver y celebrar la Eucaristía esté presente en la comunidad parroquial? He aquí unas sencillas propuestas.

Aprovechar la catequesis de los niños, de los jóvenes y de los adultos para explicar la celebración eucarística bajo estos aspectos, sin que por ello se deje fuera otros puntos importantes como la Eucaristía sacrificio de Cristo. Esto requiere que los, o las catequistas, hayan asimilado previamente este modo de concebir la Eucaristía. El sacerdote, el párroco de modo particular, prestará gran atención a una formación recta, completa y actualizada de los o las catequistas.

Las moniciones y la homilía en domingos, fiestas o circunstancias importantes como bautizos, primeras comuniones, bodas. Momentos privilegiados con que cuenta el sacerdote, no para 'sermonear' sobre la misa, sino para exponer con sencillez su sentido e invitar a participar en ella porque es algo que a todos nos atañe y "nos toca" de modo personal y comunitario. ¿Nos hemos preguntado alguna vez por qué la misa resulta 'aburrida' para la gente, cuando es una fiesta de amor y de libertad, de fraternidad?

Si en tu parroquia existe una "hoja parroquial", es también un buen medio para alguna vez decir qué es la misa, cómo la hemos de entender los cristianos, o para responder a ciertas objeciones de los fieles a la asistencia y participación en la Eucaristía. Hacerlo no con tono polémico, sino con sencillez, claridad, bondad. Porque dice un sano principio filosófico: "Nil volitum, quin praecognitum". "Nada se ama, si no es antes conocido".

 

Viernes SANTO 2 de abril 1999

Primera: Is 52,13 - 53, 12; segunda: Heb 4, 14-16; 5,7-9 Evangelio: Jn 18,

NEXO entre las LECTURAS

En toda la liturgia resuena, de modo inaudito, el pronombre "nosotros", el adjetivo "nuestro" o su equivalente, como el motivo único y auténtico de la pasión y muerte del Siervo de Yavé y de Jesús de Nazaret. La primera lectura es la más insistente: "Llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos... nuestras rebeliones lo traspasaban y nuestra culpas lo trituraban. Sufrió el castigo para nuestro bien y con sus llagas nos curó... El Señor cargó sobre él todas nuestras culpas... Mi siervo traerá a muchos la salvación cargando con sus culpas... El cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores". El evangelista san Juan lee la pasión, teniendo como fondo el cuarto canto del siervo de Yavé, pero además al inicio y al final da el sentido de la pasión mediante dos textos proféticos: La primera profecía es del Sumo Sacerdote Caifás: "Conviene que muera un solo hombre por el pueblo"; la segunda está tomada del profeta Zacarías: "Mirarán al que traspasaron", quien se refiere a la conversión y salvación de las naciones por obra de Jesucristo. Con toda razón el autor de la carta a los Hebreos les exhorta: "Acerquémonos con confianza al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia...pues (Jesucristo) se hizo causa de salvación eterna para todos los creen en él".

 

MENSaje DOCTRINAL

En la fe de la Iglesia el misterio insondable de la pasión-muerte de Jesucristo tiene su fundamental motivo en el "me amó y se entregó por mí" de san Pablo y en el "por nosotros y por nuestra salvación" del credo (el aspecto ejemplar o modélico es derivado). La cuestión doctrinal en juego no es el sufrimiento ni el porqué del mismo, sino la concepción del hombre. ¿Qué es el hombre? ¿Por qué y de qué necesita ser salvado? ¿Por qué sólo Jesucristo puede salvarlo? Aquí está el núcleo doctrinal que se ha de abordar en la liturgia del Viernes Santo.

La concepción bíblica y cristiana del hombre nos dice que éste no es un ser inocuo, inocente, plenamente libre, sino que lleva dentro de sí el 'gusano del mal', es una imagen rota y despedazada de Dios, carga sobre sí una tara misteriosa pero realísima, que se llama 'pecado original'. Con ningún esfuerzo humano, por más grandioso y titánico que sea, es capaz por sí de arrancar ese gusano del corazón del hombre, recomponer la imagen rota, librarle de la tara hereditaria. Esto no es sólo doctrina cristiana, es igualmente experiencia del hombre, cualquiera que sea su religión o incluso, aunque no la tenga. El 'buen salvaje' de Rousseau pertenece al género de las utopías, completamente destruidas por la realidad de la experiencia.

Si el hombre no puede autosalvarse, ¿quién lo salvará? Ciertamente sólo Dios. Pero, ¿cómo? ¿Desde el cielo, con un gesto de benevolencia? Pero sabemos que "a Dios nadie lo ha visto jamás". ¿A través de un ángel? Pero la misión del ángel es la de ser mensajero, no salvador. Sólo es posible por medio de un hombre que sea al mismo tiempo Dios. Jesucristo, sufriendo y muriendo en la cruz como gesto supremo de amor infinito, mata el gusano del pecado que anida en el corazón del hombre, recrea la imagen de Dios y arranca de raíz la 'tara original'. En definitiva, libra al hombre de sí mismo (soberbia y sensualidad) y le da la capacidad de vencer al Maligno. En la cruz de Cristo el hombre reencuentra su verdadera identidad, su yo más auténtico, su origen y su destino.

 

SUGEREncias PASTORALES

La sociedad actual parece ofrecer a los hombres, particularmente a los cristianos, muchos sucedáneos de 'salvador'. En unos casos será la ciencia y su hermana gemela la técnica, que vengan presentadas como la 'salvadoras' de la humanidad futura; en otros casos, será la 'ideología', independientemente del color y de la forma que ésta revista; para muchos, será la democracia, la participación libre de todos en el quehacer político, la que se presente con rostro de 'panacea universal'; y no faltarán quienes consideren que el verdadero salvador del hombre es el bienestar, el "wellfare" extendido a todo hombre, en cualquier parte del globo en que se encuentre... Es verdad que estas realidades señaladas y otras muchas tienen que ver algo con la 'salvación del hombre', pero sólo tangencialmente, y por ello, insatisfactoriamente, y con fuerte carga decepcionante cuando en ellas se ha puesto la confianza.

Las salvaciones 'parciales' son insuficientes. Hay que encontrar al 'único salvador', al verdadero, al que puede salvar integralmente, radicalmente, temporal y eternamente. El encuentro auténtico de cada hombre con Cristo Salvador es fundamental para una fe adulta y responsable, coherente y misionera. Los sacerdotes deben ser los primeros en vivir así la fe, pero también han de trabajar para formar individuos y grupos de fieles profundamente creyentes en Cristo Salvador, que sirvan de fermento y de impulsores de autenticidad cristiana. Una vida 'salvada' por Cristo es contagiosa y suscita en su ambiente deseos de 'ser también salvados' o, al menos, admiración y respeto por un Salvador que da plenitud de sentido a la existencia.

 

Vigilia PASCUAL. 3 de abril 1999

Primera: Gén 22, 1-18; segunda: Rom 6, 3-11 Evangelio: Mt 28, 1-10

NEXO entre las LECTURAS

El conjunto de la liturgia, y los textos elegidos para lectura, hablan de vida, de vida nueva surgida del poder mismo de Dios. La liturgia de la luz y la renovación de las promesas bautismales entonan un himno al hombre nuevo, consepultado y conresucitado con Cristo. El relato de la creación habla del mundo y del hombre como salieron de las manos santísimas de Dios. De Isaac se nos narra su "nuevo nacimiento" en el que ya no sólo es hijo de Abram, sino hijo de la promesa. En el libro del Éxodo se nos refiere la formación de un nuevo pueblo, tras la huida de Egipto, por obra de Yavé, etc. Del Nuevo Testamento se toma un texto de la carta a los Romanos en que Pablo les invita a "llevar una vida nueva", puesto que Cristo ha resucitado de entre los muertos por el poder del Padre. En el evangelio de san Mateo, las mujeres caen de rodillas y adoran la nueva humanidad de Cristo resucitado. Con la resurrección de Jesucristo, Dios realmente "hace nuevas todas las cosas".

MENSaje DOCTRINAL

 

En la mentalidad común y en la Biblia "nuevo" se opone a "viejo". Por otra parte, hoy en día 'nuevo' quiere decir 'reciente', fresco, mientras que para la Biblia significa algo 'diverso y mejor' respecto a lo viejo. Por tanto, viejo no significa necesariamente lo pasado y nuevo necesariamente lo presente, puesto que ambos pueden coexistir. Tampoco necesariamente 'viejo' quiere decir 'malo' y 'nuevo' se traduce por bueno, al menos en los Evangelios, puesto que en los escritos paulinos sí parece tener ese sentido ético; la relación no es entre malo y bueno, sino entre menos bueno y mejor. Jesús dirá: "Nadie echa vino nuevo en odres viejos... El vino nuevo en odres nuevos" (Mc 2, 22). En el mensaje de Jesús y del cristianismo primitivo la novedad es el mismo Jesús, su presencia en la historia y su misión redentora, su revelación de Dios y su designio para el hombre y el universo. "Lo viejo" son todos los sistemas religiosos o filosóficos que tratan de explicar y dar sentido a la existencia humana, y en los que los cristianos verán una "praeparatio evangelica", el umbral hacia la novedad de Cristo.

¿En qué consiste esta 'novedad' de Cristo? Primero en su persona: es Dios en condición de hombre; luego, en su presencia en la tierra: Dios entre los hombres es una absoluta novedad, jamás oída; también, su mensaje: la revelación del misterio de Dios, un misterio de comunión y de amor inefables, y nuestra vocación a participar en ese misterio; y desde luego su actuación en el mundo: el hombre entregado hasta el extremo al bien de sus hermanos; ciertamente, el supremo testimonio de amor y donación: la muerte en una cruz por nuestra salvación; e igualmente, el sublime misterio de la resurrección, algo absolutamente original y exclusivo. Finalmente, el envío de su Espíritu como 'alma' de la Iglesia, la permanencia en nuestra historia por medio de la presencia eucarística, y nuestro destino a una eterna felicidad inimaginable, pero realísima.

En esta novedad de Cristo se funda nuestra novedad cristiana. Esa novedad que proviene del bautismo, por el que venimos a ser 'hijos de Dios', 'discípulos de Cristo', miembros de la Iglesia unidos en la fe, en la esperanza y en el amor. Esa novedad que nos impulsa a ser imitadores de Jesucristo, a reproducir en nosotros sus rasgos espirituales y morales, de modo que seamos otros 'cristos' para los hombres y que el Padre nos reconozca como hijos al ver en nosotros el rostro de su 'Unico Hijo'. Esa novedad que conduce a una verdadera jerarquía de valores en la vida, y a vivir en conformidad con ella, de modo coherente y continuo.

 

SUGEREncias PASTORALES

El cristianismo es novedad. Sin embargo, hay muchos que piensan en él como algo anticuado, pasado de moda, ajeno y fuera del carro de la historia, sin nada que decir al hombre de hoy. ¿Por qué se da este fenómeno? ¿Es que los cristianos no parecemos lo que somos? ¿Es que con nuestra vida hemos enmascarado la novedad de Cristo y de la existencia cristiana? ¿Es que en la práctica ser cristiano ya no es diferente de ser judío, musulmán o religiosamente indiferente? Son preguntas que los sacerdotes no podemos dejar en el aire. Son preguntas que los párrocos deben hacerse y plantear valientemente a sus feligreses.

No se trata aquí de plantear el dilema entre cristianismo de masa o de élite. De lo que se trata es de tomar una conciencia más viva y gozosa de la identidad cristiana, de la novedad del cristianismo en medio de la sociedad y en medio de la pluralidad de religiones. Y sobre todo se trata de vivir en coherencia con esa maravillosa novedad que es la fe cristiana, que es la experiencia de Jesucristo, Hijo de Dios, hermano del hombre, Redentor del mundo. Como cristianos tendremos muchas cosas comunes con otros hombres que no lo son, —y estos valores comunes hay que conservarlos y promoverlos—, pero no es lo común lo que nos define. En lo común somos diferentes, y esa diferencia hace que vivamos de modo peculiar los valores comunes. Hace además que haya rasgos exclusivos de la familia cristiana, que no sólo no hemos de callar, sino que hemos de poner en alto como una bandera de nuestra identidad. Ser cristiano es una gracia inmerecida, y es también un título que nos honra, una tarea que nos compromete diariamente, una novedad que nos renueva sin cesar.

 

Domingo de RESURRECCIÓN 4 de abril 1999

Primera: Hch 10, 34.37-43; segunda: 1Cor 5,6-8 Evangelio: Jn 20, 1-9

NEXO entre las LECTURAS

¡La resurrección de Jesucristo de entre los muertos!, he aquí el misterio que celebramos hoy y que toda la liturgia rezuma de modo relevante. "Dios lo resucitó al tercer día", predica Pedro a Cornelio y a toda su casa (primera lectura). Para Pablo la resurrección de Jesucristo –y la conciencia cristiana de este misterio– funda toda la ética cristiana, y por eso nos invita a pensar y buscar las cosas de arriba, no las de la tierra (segunda lectura). En el evangelio, tomado del capítulo 20 de san Juan, todo el relato está centrado en el sepulcro vacío, pero solamente para que resalte más la fe del 'discípulo amado' en la resurrección, pues según las Escrituras Jesús tenía que resucitar de entre los muertos (evangelio

MENSaje DOCTRINAL

El primer punto que se ha de señalar es que estamos delante de un misterio. Un misterio es algo que nos sobrecoge y sobrepasa; algo que, sin ser irracional, rompe las barreras de la razón humana y se sale de su sistema de comprensión de la realidad; algo que se capta más con el corazón y con la fe, y menos con la razón y el raciocinio; algo que conlleva en sí una cierta oscuridad, algo que no se deja domeñar ni manipular, aunque lo queramos; algo, en definitiva, que 'está ahí' en la vida del hombre, intangible, soberano, imponente. A la vez nos damos cuenta de que 'el misterio', cualquier misterio pero de modo muy peculiar este misterio de la resurrección de Jesús, nos atañe personalmente y no podemos desentendernos de él. Sería algo así como desentenderse del punto de referencia y cohesión de la propia existencia, de la propia felicidad. Un misterio del que el hombre no puede 'escapar' sin perjudicarse gravemente, sin lesionar su mismidad.

Añadamos que es bueno, muy positivo para el hombre 'rozar' o 'ser rozado' por el misterio. Se puede quizá pensar que por ser misterio nos humilla, nos daña en nuestra dignidad, nos sustrae autonomía y grandeza, nos hace bajar del pedestal de la razón y nos mete en el callejón cerrado de la credulidad. ¡Nada más falso! El careo del hombre con el misterio, es decir, con aquello que trasciende su experiencia de las cosas y de los hombres, es signo de su origen en nada puramente terreno, de su vocación a algo superior a la mera construcción del mundo, de su destino más allá del sepulcro y de la disolución en polvo y ceniza. En definitiva, el misterio recuerda y revive en el hombre de dónde viene, cuál es su tarea en el mundo, a dónde va, cuál es su destino. ¿No reside aquí la grandeza del hombre frente a cualquier otra creatura del universo?

Hoy celebramos el misterio del Cristo viviente, de la victoria de la vida sobre la muerte y el sepulcro, de la prenda y garantía de nuestra vida sempiterna, escondida con Cristo en Dios. Este misterio no nos ha sido legado por los más grandes pensadores de la historia ni por los místicos más intuitivos de las religiones; tampoco nos informan sobre él magos y chamanes de toda índole y época. Este misterio nos ha sido revelado por el testimonio de 'quienes vieron y creyeron'. No es resultado del esfuerzo humano, sino testimonio de sobrecogedora experiencia que marcó su vida para siempre. En cuanto testimonio no se puede demostrar, simplemente se cree o no se cree. Pero un testimonio, acreditado además por el martirio, es razonable, sea que lo aceptemos o no. Por eso, la resurrección de Jesucristo es un misterio de fe, pero es plenamente razonable y creíble, y altamente significativo para la existencia del hombre en este mundo.

 

SUGEREncias PASTORALES

En la catequesis y en la pastoral del período pascual puede ser interesante explicar bien a jóvenes y adultos el concepto y sentido de misterio, para evitar por un lado un fideísmo y fundamentalismo a ultranza, y por otro la concepción del misterio como algo irracional, para gente todavía muy primitiva o infantil y para almas psíquicamente débiles, pero absolutamente impropio del hombre actual, maduro en su pensamiento. El repasar con los fieles el concepto de misterio, con sencillez, pero en términos claros y completos, es algo importante para plantearse desde la fe y con la razón los grandes misterios de la existencia cristiana.

En esta catequesis pienso que se han de subrayar dos dimensiones principalísimas: 1) El misterio es razonable, por más que vaya más allá de los límites de la razón. La razón dirá: "Esto sobrepasa mis alcances, pero no es contradictorio ni contrario a las leyes esenciales del pensamiento; hay elementos perceptibles que lo hacen razonable". 2) El misterio es significativo para el hombre. Si el hombre no capta que tiene mucho que ver con su vida, que ese misterio puede cambiar el rumbo de la existencia, no le prestará ninguna atención y lo meterá en el almacén de los cacharros viejos. En cambio, si su vida se ve afectada, 'tocada' por el misterio, entonces éste será un punto de referencia constante, algo vital que penetra todo su ser y que se manifiesta en todo su obrar. En la vida ordinaria del cristiano, de los parroquianos, ¿es significativo el misterio de la resurrección de Jesucristo? ¿Cómo lograr que lo sea realmente para todos?

 

Segundo Domingo de PASCUA 11 de abril 1999

Primera: Hch 2, 42-47; segunda: 1Pe 1,3-9 Evangelio: Jn 20, 19-31

NEXO entre las LECTURAS

Si el domingo de Pascua subrayaba el misterio de la resurrección, el actual nos presenta sobre todo la respuesta del hombre ante el misterio: la fe gozosa. El apóstol Tomás es tal vez un paradigma de todo hombre: paso de la incredulidad a la fe en Cristo resucitado, de la búsqueda de evidencias a la confesión gozosa y emocionada (evangelio). La comunidad de Jerusalén proclama su fe en la resurrección, cuando se reúne los domingos para escuchar la predicación de los apóstoles, y celebrar en comunión fraterna la fracción del pan, signo del misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo (primera lectura). Las palabras de Pedro resuenan todavía frescas a nuestros oídos: "Sin verlo creéis en él, y os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la salvación, que es el objetivo de vuestra fe" (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

La fe en la resurrección de Jesucristo es el pilar fundamental de la fe cristiana. "Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe, somos los hombres más infelices de la tierra", escribe san Pablo a los corintios (cf. 1Cor 15, 12-19). Más aún, si Cristo no ha resucitado somos falsos testigos de Dios, puesto que damos falso testimonio contra él al afirmar que ha resucitado a Jesucristo. Pero a continuación, con claridad y contundencia exclama Pablo: "Pero no, Cristo ha resucitado de entre los muertos". Con la resurrección de Jesucristo, Dios Padre confirma en la verdad toda su vida y su misión, toda su enseñanza y su conducta, toda su obra de revelación y redención. La resurrección viene a ser el "sí" de Dios a su Hijo Jesucristo, redentor de todo hombre y de cada uno de los seres humanos.

Comentando el texto de Pablo a los corintios, podemos decir que, porque Cristo ha resucitado, los cristianos somos los hombres más felices de la tierra. La primera comunidad cristiana que se reunía con los apóstoles y con María la madre de Jesucristo, para celebrar la "fracción del pan" atestigua esta intensa felicidad de los creyentes. El motivo es evidente: la resurrección de Cristo es primicia de la resurrección del cristiano; más aún, el cristiano auténtico participa ya, aquí en la tierra, de la nueva vida en y con Cristo resucitado. ¿Cómo no vivir en un gozo permanente? Es lo que Pedro canta en un himno probablemente de carácter bautismal: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia, a través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable" (segunda lectura).

Comentando al mismo Pablo, diríamos también: "Nuestro testimonio de la resurrección de Jesucristo rinde homensaje a la veracidad y a la fidelidad de Dios Padre a sus hijos los hombres". Dios es fiel y, por ello, no ha abandonado a su Hijo al poder de la muerte y tampoco nos abandonará a todos nosotros, hijos suyos por adopción y misericordia. La actitud de Jesús resucitado con Tomás, el apóstol 'incrédulo', refleja bellamente esta fidelidad de Dios, que condesciende con la 'incredulidad' del hombre para lograr llevarlo a la fe, a una fe sólida y definitivamente libre de toda escoria de duda: "¡Señor mío y Dios mío!" (evangelio). La confesión ininterrumpida, por parte de la Iglesia, de la resurrección de Jesucristo, en los veinte siglos de su historia, ha ratificado y continúa ratificando hoy en día la verdad y fidelidad de Dios.

 

SUGEREncias PASTORALES

La respuesta del hombre al misterio es siempre sorprendente, sea que lo acepte por 'milagro' de la gracia, sea que lo rechace guiado por la pobre luz de su inteligencia finita. Cualquiera que sea la respuesta del hombre, el misterio de la resurrección "está ahí", sin posibilidad alguna de olvidarlo o de aniquilarlo. Como sacerdotes y pastores, no nos ha de extrañar por un lado que se puedan dar diversas respuestas a este inmenso misterio, pero por otro no hemos de cesar de predicarlo, testimoniarlo, apuntarlo como absolutamente importante para toda existencia humana, gozarnos con todos nuestros hermanos que aceptan y vibran espiritualmente con el misterio de Cristo resucitado.

Hemos de predicar claramente que la fe en la resurrección es un don, un 'milagro' de la gracia y del amor de Dios. Este don lo recibimos en el bautismo, pero hay que cultivarlo, protegerlo, valorarlo, a fin de que nada ni nadie lo arrebate del corazón creyente. ¿Cómo cultivan, protegen, valoran nuestros parroquianos, las personas con quienes ejercemos nuestro ministerio pastoral, el don de la fe, particularmente la fe en la resurrección de Jesucristo? ¿Qué puedo hacer yo, sacerdote, para ayudar a mis hermanos a cultivar, proteger, valorar esa fe?

Hemos de explicar a los fieles que la fe en la resurrección no es algo absurdo, opuesto a las leyes de la razón humana, ajeno a la vida cotidiana del hombre. ¿Cuántas realidades en la vida humana que no son evidente, y que se creen sin pestañear? Creer a quien 'sabe' sobre el asunto no es absurdo ni irracional, luego hemos de creer a Dios, la sabiduría infinita. Si la vida del hombre fuese igual a la de un animal, entonces la resurrección carecería de importancia. ¿Pero no siente el hombre en su corazón que no puede morir? ¿No dice un pagano como Horacio 'non omnis moriar', 'no moriré del todo'? La resurrección de Jesucristo no sólo no es ajena a la vida del hombre, sino que es la base inexpugnable de su verdadero sentido. "Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos con él".

 

Tercer Domingo de PASCUA 18 de abril 1999

Primera: Hch 2, 14.22-33; segunda: 1Pe 1,17-21 Evangelio: Lc 24, 13-

NEXO entre las LECTURAS

El misterio de la resurrección de Jesucristo es el cumplimiento de lo prometido por Dios en las Escrituras. Este es el tema común de la liturgia de este tercer domingo pascual. Jesús resucitado, acercándose a los dos discípulos de camino hacia Emaús, "empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él las Escrituras" (Evangelio). Pedro, por su parte, en el primer discurso a los judíos de Jerusalén cita las palabras del profeta Joel, como viendo anticipadamente la resurrección de Cristo: "No me entregarás al abismo ni permitirás que tu fiel vea la corrupción" (primera lectura). Finalmente, la primera carta de Pedro se remonta incluso hasta la misma eternidad, al designio eterno de Dios: "Cristo estaba presente en la mente de Dios antes de que el mundo fuese creado, y se ha manifestado al final de los tiempos para vuestro bien, para que por medio de él creáis en el Dios que lo resucitó de entre los muertos y lo colmó de gloria" (segunda lectura).

 

 

MENSaje DOCTRINAL

San Agustín escribirá que en el Antiguo Testamento está como oculto el Nuevo Testamento, indicando de este modo la continuidad de la revelación de Dios a lo largo de toda la historia de la salvación. Con toda razón, pues, puede Jesús explicar a los discípulos camino de Emaús lo que Moisés (Pentateuco) y los profetas decían de su resurrección. ¿Cuáles serían los textos que Jesús comentó a aquellos dos discípulos desilusionados y 'ciegos' al misterio de Cristo resucitado? San Lucas no menciona ninguno. Pero, leyendo el Antiguo Testamento, se podrían citar, entre otros, Dt 32,39 donde Dios se revela como el que "da la muerte y la vida", o Am 9,2 donde se dice que Dios "tiene poder sobre el sheol mismo" o el Sal 16, 10: "No me abandonarás en el abismo, ni dejarás a tu fiel sufrir la corrupción", y sobre todo la profecía de Joel 3,1-5, citada en el discurso de Pedro a los habitantes de Jerusalén (primera lectura). A éstos se pueden añadir referencias a la resurrección del pueblo de Israel por parte de Dios (Os 6,1s; Ez 37,1-14; Is 53,ss) o, en época más cercana al Nuevo Testamento, Dan. 12,2: "Gran número de los que duermen en el país del polvo despertarán", y sobre todo los libros que nos narran la gesta de los Macabeos: El Dios que crea es también el que resucita (cf 2Mac 7,9.11.22; 14,46).

Junto con la continuidad, se habrá de recalcar la superación del Antiguo Testamento por el Nuevo, el paso de la figura de la resurrección a la realidad de la misma en Jesucristo, primicia y garantía de la nuestra. Si es mucha la semejanza que existe con los vetustos textos de la Escritura judía, es mayor todavía la diferencia, que sobrepuja toda expectativa y toda previsión profética. El misterio de la resurrección estaba escondido en el corazón del Padre, quien en el Antiguo Testamento había dejado caer chispas de luz para despertar y mantener la esperanza; en el Nuevo Testamento, el Padre revela su corazón no con palabras, sino con obras, resucitando a Jesucristo de entre los muertos. Era algo tan imprevisto y superior esta revelación de Cristo resucitado, que cogió a todos por sorpresa y a todos deslumbró más allá de lo humanamente pensable. Es tan grandioso este misterio, supera tanto la fuerza de la razón y la misma revelación veterotestamentaria, que sigue siendo un 'escándalo' sea para los judíos sea para los no creyentes. Pero para nosotros, los que creemos, es fuerza de Dios y sabiduría de Dios (cf 1Cor 2,1-5).

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Las lecturas de este domingo pueden dar pie para ayudar a los fieles a entender mejor la revelación progresiva de los misterios por parte de Dios. Todo misterio cristiano tiene una historia que inicia, como nos insinúa la segunda lectura, antes de la misma creación, y que va preparando a lo largo de los siglos la plena revelación en Jesucristo. No es una historia profana al arbitrio de las oscuras fuerzas del azar que culmina en un paso hacia adelante, ni un desarrollo creciente de la capacidad racional o intelectiva del ser humano que asciende a esferas superiores de comprensión; es historia religiosa, que manifiesta la pedagogía maravillosa de Dios para con su pueblo, la condescendencia del amor de Dios Padre hacia sus hijos, que se adapta a nuestra condición limitada y sumamente imperfecta para entrar en la luz de los misterios, particularmente en el misterio de la resurrección de Jesucristo. Desde esta perspectiva, el Antiguo Testamento es ya revelación, bien que inicial, de los misterios cristianos. ¡Buena ocasión para invitar y exhortar a los fieles a leer y meditar sobre el Antiguo Testamento, pero siempre a la luz de la plenitud de la revelación que Jesucristo nos ha traído!

Pueden aprovecharse las semanas de Pascua para una catequesis, en el caso de jóvenes y adultos, centrada en la resurrección, pero que exponga la historia progresiva de este misterio, mediante la lectura y la reflexión de algunos textos del Antiguo Testamento. Será también una muy buena ocasión para ayudar a los fieles a leer 'con ojos cristianos' el Antiguo Testamento y a meditar y rezar con 'mente y corazón' cristianos los salmos u otros textos bellísimos de las Escrituras judías. Todo lo dicho puede desembocar en una invitación a agradecer a Dios la revelación plena de la resurrección en Cristo, y para pedir por los judíos creyentes para que Dios les abra la mente y el corazón a la plenitud de la revelación.

 

Cuarto Domingo de PASCUA 25 de abril 1999

Primera: Hch 2, 14.36-41; segunda: 1Pe 2,20-25 Evangelio: Jn. 10, 1-10

NEXO entre las LECTURAS

Jesús, como puerta del redil, es la metáfora que sintetiza el mensaje de la liturgia. Jesús dice de sí mismo: "Os aseguro que yo soy la puerta por la que deben entrar las ovejas" (evangelio). En los Hechos de los Apóstoles, Pedro exhorta a sus oyentes: "Arrepentíos y bautizaos cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo, para que queden perdonados vuestros pecados" (primera lectura), y sabemos que el bautismo es la puerta por la que se entra en la comunidad cristiana. El mismo Pedro, en su primera carta, escribe a las comunidades de Asia Menor: "Erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al que es vuestro pastor y guardián" (segunda lectura), indicando una de las funciones de la puerta, que es proteger al rebaño de todo lo que pueda dañarlo.

MENSaje DOCTRINAL

En el capítulo 10 san Juan utiliza diversas imágenes, que tienden a explicar la realidad de la comunidad cristiana, de la Iglesia: redil, puerta, pastor, asalariado, etc. En esta bellísima alegoría el redil es la comunidad de creyentes en Cristo. Jesús es tanto la puerta del redil, como el pastor de las ovejas. ¿Y los asalariados? ¿Los fariseos (cf 9,13)? ¿Los falsos doctores y profetas 'cristianos', que aparecen en algunos textos del Nuevo Testamento? Son interrogantes difíciles de responder. La liturgia de hoy, con todo, se centra en la imagen de Jesucristo, puerta del redil.

La puerta es el lugar por donde se entra al redil, a la comunidad de fe. Esa puerta es Cristo muerto y resucitado, que ha constituido un nuevo rebaño mediante una nueva alianza en su sangre. El cristiano pasa por esa puerta de salvación hacia la nueva comunidad de fe por medio del bautismo. Por el bautismo somos inmersos en el misterio pascual de Jesucristo, y somos simultáneamente incorporados a la Iglesia (cf. CIC 1213-1214). Quien quisiera entrar al redil, pertenecer a la Iglesia, sin pasar por la Puerta, que es Cristo, es "ladrón y salteador" (Jn 10,1). Una pertenencia meramente sociológica a la Iglesia es imposible; como es asimismo imposible querer separar la fe en Jesucristo de la fe y pertenencia a la Iglesia: "Cristo sí, Iglesia no".

La puerta es el lugar por donde las ovejas salen del redil en busca de buenos pastos. ¿Cuáles son esos pastos para la comunidad cristiana? Ante todo, la Palabra viva y eficaz de la Escritura, luego los sacramentos instituidos por Jesucristo para la salvación de los creyentes, finalmente el buen ejemplo de los hermanos en la fe. La puerta para tener acceso a esos buenos pastos es Jesucristo en su realidad histórica y en su vida gloriosa, Palabra de Dios y auténtico 'exegeta' del Padre, fuente y origen primordial de todos los sacramentos, arquetipo del estilo cristiano de vida.

La puerta del redil es también un instrumento de protección y defensa de quienes están dentro. Jesucristo resucitado es el guardián de las ovejas, que las defiende de cualquier salteador y de cualquier lobo rapaz que merodea en torno al redil. Cuando la comunidad creyente está protegida por Cristo, la única puerta del redil, hemos de estar seguros de que al rebaño no le acaecerá nada malo, no sufrirá ningún daño, incluso en medio de tribulaciones y grandes dificultades de enemigos poderosos que quieren asaltar el rebaño.

Por deseo del Papa Pablo VI se celebra hoy en toda la Iglesia la jornada mundial por las vocaciones sacerdotales. Y tengamos presente que el sacerdote ciertamente no es la puerta del redil, pero sí el guardián que la abre y la cierra a las ovejas. Un momento propicio para tratar un tema de tanta actualidad y de tanta necesidad para el futuro de la fe. Propongo algunos puntos de reflexión:

SUGEREncias PASTORALES

Explicar y ayudar a la gente a comprender que una Iglesia sin sacerdotes no es la Iglesia querida por Jesucristo, como tampoco lo sería una Iglesia sin laicos. La Iglesia de Cristo está constituida por jerarquía y laicado, por pastores y ovejas, por quienes han sido llamados a ejercer el servicio de la autoridad y de la donación total, y quienes han sido llamados a ejercer el servicio de la obediencia y del esfuerzo cristiano en el mundo.

La vocación sacerdotal es un don de Dios, pero que requiere la colaboración de todos (familia, parroquia, asociaciones, movimientos eclesiales) para que el don despunte en el corazón de los llamados. La semilla de Dios no despuntará ni crecerá, si no encuentra una tierra buena y fecunda. ¿Nos hemos preguntado alguna vez sobre el número de vocaciones al sacerdocio, 'frustradas' porque no contaron con el ambiente favorable?

Orar con constancia por las vocaciones sacerdotales: por las nuevas levas que inician el camino de preparación, por quienes ya están en camino para que continúen en él preparándose lo mejor posible para llevar a cabo su ministerio pastoral, por quienes ya son sacerdotes para que tengan siempre presente ante sus ojos 'al pastor y guardián de nuestras almas'. ¿No sería estupendo instituir en tu parroquia la adoración por las vocaciones, un día de cada mes?

 

Quinto Domingo de PASCUA 2 de mayo 1999

Primera: Hch 6,1-7; segunda: 1Pe 2,4-9 Evangelio: Jn 14, 1-12

NEXO entre las LECTURAS

"Casa de mi Padre", "templo espiritual", "convocación de los discípulos" son expresiones de la liturgia de este domingo, que pertenecen al mismo campo semántico: el de la construcción, sea como edificio sea como espacio de estancia y reunión. "En la casa de mi Padre hay lugar para todos... voy a prepararos ese lugar", nos dice Jesús en el evangelio según san Juan. San Pedro recuerda a los cristianos que "son piedras vivas, con las que se construye un templo espiritual... para ofrecer, por medio de Jesucristo, sacrificios espirituales agradables a Dios" (segunda lectura). En la primera lectura, los apóstoles, ante un problema de la comunidad, reúnen a los discípulos, posiblemente en el Cenáculo, y les piden que elijan 7 diáconos para el servicio de las viudas de los cristianos helenistas.

 

MENSaje DOCTRINAL

La casa del Padre es el cielo. En él mora Jesucristo resucitado y nos tiene preparado un lugar a nosotros. Como enseña el catecismo: "Por su muerte y resurrección Jesucristo nos ha 'abierto' el cielo (1026). Desde el cielo nos invita a seguir sus pasos ("yo soy el camino, la verdad y la vida"), porque nadie va a la casa del Padre sino por el camino de Cristo. La imagen de la casa, para describirnos el cielo, nos está hablando del cielo como familia, intimidad, amor. El cielo es el encuentro definitivo y para siempre con nuestro Padre Dios, con nuestro Redentor Jesucristo, con nuestro Santificador el Espíritu Santo; igualmente, es el encuentro con todos los hermanos redimidos por la sangre de Cristo, en un abrazo indescriptible de fraternidad y comunión. El cielo es la patria del amor inmortal, del amor que ha vencido el odio y la injusticia, del amor que une a todos en una participación inefable de la vida misma de Dios-Amor. El cielo es nuestra verdadera patria, porque aquí en la tierra "no tenemos morada permanente".

Aquí en la tierra, la casa del Padre es la Iglesia. Una casa que se construye con piedras vivas, una casa que nunca estará terminada, porque en cada generación se renueva y se restaura, una casa con las puertas abiertas a todos los que quieran entrar, una casa donde todos nos sentimos familia de Dios. El catecismo (756) nos dice que esta construcción recibe en la Escritura varios nombres: "casa de Dios (1Tim 3,15) en la que habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2,19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap 21,3), y sobre todo, templo santo (1Pe 2,5). La Iglesia es una familia, y por tanto deben estar muy unidos todos los miembros entre sí, y por tanto debe haber una vocación de servicio de los padres hacia los hijos y de los hijos hacia los padres, y por tanto, todos juntos deben buscar, cada uno según sus posibilidades y tareas, el bien y la felicidad de la familia.

Esta familia de Dios no está exenta de problemas: la primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, trata de uno de los problemas que tuvo que afrontar la familia de Dios en los primeros años de su existencia en Jerusalén. Pero los problemas se pueden resolver, cuando hay por parte de todos buena voluntad, colaboración, y una búsqueda común del modo más apropiado para hallar la solución. Esto es lo que sucedió en la comunidad de Jerusalén, y volvió a reinar la paz y la concordia entre los miembros de la familia. Éste debe ser también hoy el camino para afrontar las dificultades y problemas de la Iglesia, en cuanto familia de Dios.

SUGEREncias PASTORALES

El esquema 'político' de la Iglesia como 'poder y sujeción' no es el concepto adecuado de la Iglesia. Tampoco lo es el esquema 'sociológico" como institución de servicio social, al estilo de las organizaciones internacionales de beneficencia y de voluntariado. Menos todavía el esquema 'individualista' en que la Iglesia sería una especie de 'hotel' o de 'condominio', donde cada uno vive para cubrir sus necesidades espirituales, sin entrar en relación alguna con los demás. En la Iglesia existe el 'poder' pero es el poder de un padre amante, y existe 'sujeción' pero es la sujeción amorosa de un hijo. La Iglesia hace tantísimo bien a los necesitados, pero porque esos necesitados son hermanos nuestros e hijos del mismo Padre. En la Iglesia el individuo no se diluye en el anonimato ni en la masa, pues siendo una familia todos se conocen y se aman personalmente. A la vez la Iglesia es comunidad y comunión, unión de todos los miembros para constituir una sola y única familia.

Esta concepción de la Iglesia puede que encuentre dificultades en nuestros fieles, en los grupos con los que trabajamos pastoralmente. Puede ser que haya en nuestra parroquia quienes pertenecen a la familia, pero se han alejado de ella y no viven en la misma casa. Tal vez haya quienes critiquen al padre de familia: el papa, el obispo, el párroco, quizá sin malicia, pero sí debilitando la unidad de la familia de Dios. Otros quizá no hacen mucho caso a las normas que rigen en la casa de Dios, creando con ello incoherencias y distanciamientos entre los miembros de la familia. Puede darse también que haya tensiones, rencores, malos entendimientos o malos tratos entre los hermanos de la misma familia de Dios. Es mucho lo que hay que hacer para que realmente la Iglesia sea familia de Dios. ¿Qué puedo hacer yo en mi parroquia, en el ambiente en que ejerzo mi ministerio?

 

Sexto Domingo de PASCUA 9 de mayo 1999

Primera: Hch 8, 5-8; segunda: 1Pe 3,15-18 Evangelio: Jn 14, 15-21

NEXO entre las LECTURAS

Este último domingo del tiempo pascual prepara y en cierto modo anticipa la fiesta de Pentecostés. La liturgia nos presenta a Jesús prometiendo el Espíritu, ese mismo Espíritu que le devolvió a la vida, y que en nombre de Jesús los apóstoles comunican a los samaritanos bautizados. "Yo rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros", promete Jesús en el evangelio. San Pedro en su primera carta dice: "Cristo en cuanto hombre sufrió la muerte, pero fue devuelto a la vida por el Espíritu" (segunda lectura). Y san Lucas en los Hechos de los Apóstoles presenta a Pedro y a Juan "orando por los bautizados de Samaria, para que recibieran el Espíritu Santo" (primera lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

En la historia de la salvación hay una sucesión armoniosa en la actuación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en beneficio siempre de la salvación del hombre. El Padre es el origen y fuente de toda iniciativa salvífica. En su amor hacia el hombre envía a su Hijo para redimirlo y devolverle su condición filial. Una vez que el Hijo realizó su misión en la tierra, es enviado el Espíritu para que acompañe al hombre en su peregrinar por este mundo hacia el Padre. La liturgia de hoy nos presenta la promesa, hecha por Jesús a los discípulos, de enviarles el Espíritu Santo, para que esté siempre con ellos. ¿Por qué Jesucristo les hace esta promesa? Para que los discípulos no se sintieran huérfanos, ya que Jesús estaba por ir a la muerte y regresar a la casa del Padre. Jesús les dice: "No os dejaré huérfanos, volveré a estar con vosotros" (evangelio), pero no personalmente sino mediante su Espíritu.

El Espíritu Santo, que Jesús promete, es ante todo el Paráclito, es decir, consolador, abogado, animador e iluminador en el proceso interno de la fe. Los discípulos y primeros cristianos experimentarán en Pentecostés, de una manera especial, esta presencia poderosa e iluminante del Espíritu. Es también el Espíritu de la verdad, de la revelación de Dios al hombre, con la que Dios ilumina toda la existencia humana y le da su verdadero significado y razón de ser. Esta verdad será plenamente acogida por los discípulos, proclamada, confesada, y también defendida ante la 'mentira' del mundo, ante los ataques de la falsedad de la mente y del corazón humanos. Es además el Espíritu que da la vida, que devuelve a la vida a Jesús (segunda lectura) y vivifica a los cristianos que creen en el Evangelio, como los habitantes de Samaria (primera lectura); el Espíritu da la vida de Dios, esa vida que, como la zarza ardiente vista por Moisés a los piés del Sinaí, no se consume ni se apaga jamás. El Espíritu es, finalmente, el impulsor de la evangelización tanto de los judíos como de los samaritanos y paganos. Por eso, los comentaristas de los Hechos de los Apóstoles, suelen hablar de tres "Pentecostés": el de los judíos en Jerusalén (Hch 2), el de los samaritanos en Samaria (Hch 8) y el de los paganos en Cesarea marítima (Hch 10). Con la recepción del Espíritu Santo se pone en movimiento la evangelización, la proclamación del Evangelio y la agregación de otros muchos hombres a la comunidad de los creyentes en Cristo. De este modo, el Espíritu hará realidad las palabras de Jesús: "El que me ama será amado por mi Padre; también yo lo amaré y me manifestaré a él".

Las almas santas saben y experimentan que Dios cumple sus promesas. Para los primeros cristianos, ésta fue una verdad indiscutible, objeto de experiencia. Pero las promesas de Dios se siguen cumpliendo también hoy entre los hombres. Claro que hemos de ser muy conscientes de que Dios no nos promete una 'felicidad a la carta', como a veces quisiéramos los hombres; ni un 'mundo' o una 'Iglesia' sin problemas o libres de toda incoherencia; ni unos hermanos cristianos intachables, impecables, siempre con la bondad y la sonrisa en el rostro; tampoco nos promete liberarnos de la calumnia, la persecución, la indiferencia, los malos tratos, o incluso el martirio. Nos promete únicamente el Espíritu, Su Espíritu, y con Él nos da la capacidad para ser felices de un modo nuevo, ajeno a la mentalidad del mundo; nos da la mirada limpia para ver al mundo y a la Iglesia con fe, con optimismo, con paz, con amor; nos da un corazón generoso para abrirnos y acoger a nuestros hermanos en la fe tal como son, con sus debilidades y miserias, con sus cualidades y virtudes, con su fe, su amor y su esperanza auténticos; nos da la gracia de buscar la verdadera liberación, que es primeramente interior y espiritual, y que desde dentro trabaja por conseguir toda otra liberación de los males de este mundo.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Puesto que Dios cumple sus promesas, nuestras comunidades han de ser comunidades gozosas y seguras en su fe. Sin querer cerrar los ojos al mal existente, la promesa de Dios continúa actuándose y realizándose en medio de la comunidad. Si no la percibimos, ¿no será que nuestra fe es débil, y quizá enfermiza? Por otra parte, sin dejar a un lado las dudas y perplejidades de los cristianos en la concepción y vivencia de su fe, la presencia del Espíritu de la verdad debe confortar a la comunidad cristiana y proporcionarle una gran solidez en su fe. Nuestra fe no se apoya en los hombres, por más geniales que sean, ni en los ángeles, sino en el Espíritu mismo de Dios, que es Espíritu de Verdad, que es el Maestro Interior que fortifica y garantiza la revelación de Dios y la respuesta de fe a esa revelación.

 

La Ascensión del SEÑOR 16 de mayo 1999

Primera: Hch 1, 1-11; segunda: Ef 1, 17-23 Evangelio: Mt 28, 16-20

NEXO entre las LECTURAS

La ascensión de Jesucristo a los cielos marca el final de su presencia histórica en el mundo, pero más todavía el poder y soberanía que ejerce, desde el cielo, como Señor de la historia y del universo. En la despedida de Jesús resucitado, éste se dirige a sus discípulos con estas palabras: "Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra" (Evangelio). Al inicio de los Hechos de los Apóstoles, los discípulos preguntan a Jesús si va a restablecer el reino de Israel, a lo que Jesús responde: "No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder. Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo..." (primera lectura), poder del Padre y fuerza del Espíritu, que son prerrogativas de las que Jesucristo glorioso también participa. En la carta a los efesios, san Pablo pide que Dios nos conceda una revelación que nos permita conocerlo plenamente, que nos permita conocer que Cristo resucitado "está sentado a su derecha en los cielos, por encima de todo principado, potestad, poder y señorío... y que todo lo ha puesto Dios bajo los pies de Cristo" (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

La Ascensión de Jesucristo a los cielos es un misterio de nuestra fe, absolutamente ajeno a nuestra experiencia sensible y terrena. Pero para Dios no hay nada imposible; por ese motivo, las lecturas de la liturgia mencionan en varias ocasiones el poder, la fuerza, la autoridad de Dios. Quien contemplando la historia de la salvación, narrada en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, ha visto el desplegarse de la acción poderosa de Dios en el pueblo de Israel y en los discípulos de Jesús, tendrá los ojos de la inteligencia y del corazón más abiertos a este misterio en el que, junto con el de la resurrección, el poder de Dios alcanza las cimas más sublimes. Ascendido al cielo, el Padre ha hecho sentarse a Jesús a su derecha, es decir, ha inaugurado el reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel: "A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás" (Dan 7,13), y manifestando así su fuerza poderosa (segunda lectura).

De esta manera el Padre comunica su poder al Hijo, a Jesucristo glorioso. El poder de Jesucristo es un poder universal, que abarca todas las realidades y seres de los cielos y de la tierra. Es un poder de salvación, jamás de condenación, puesto que su nombre por antonomasia es redentor, salvador; por eso, dice a los discípulos: "Poneos en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo" (evangelio). Es un poder que ejerce en la historia, no directamente, sino mediante la fuerza del Espíritu, que recibirán los discípulos para ser "sus testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra" (primera lectura).

Este poder redentor y salvífico de Jesucristo se expresa sobre todo en la Iglesia, "cuerpo de Cristo, y plenitud del que llena plenamente el universo" (segunda lectura) y, en ella y por ella, Jesucristo glorioso lo continúa ejerciendo entre los hombres para salvarlos. Por eso en la Iglesia está ya activo el reinado de Cristo, y ella posee el dinamismo de la esperanza hacia el reino definitivo y eterno, al final de los tiempos.

 

SUGEREncias PASTORALES

En la vida cristiana se ha de estar atento a dos posibles desviaciones: una, que llamaré pelagiana, es pensar y actuar como si el hombre tuviese 'poder' para conquistar por sí mismo el cielo; la otra, luterna, consiste en estar convencidos y seguros de que 'las obras no cuentan', de que todo depende en absoluto del abandono al poder de Dios. Los cristianos hemos de mantener un difícil equilibrio entre ambas tendencias, que encontramos quizá dentro de nuestro mismo corazón. Si se desequilibra la balanza, con ella se desequilibra la misma vida cristiana: o pondremos la confianza en nuestra 'fuerza', y consideraremos la santidad como una empresa titánica y, por tanto, para poquísimos privilegiados, y el cielo lo veremos como un premio más que merecido a nuestro esfuerzo gigantesco, o por el contrario, desconfiaremos totalmente de nuestras fuerzas y de nuestro esfuerzo a causa de nuestra impotencia congénita, y entonces 'obligaremos' a Dios a manifestar su poder en nosotros, y concebiremos el cielo como un 'regalo' de Dios, independiente de nuestra voluntad y de nuestro comportamiento moral.

El sacerdote es maestro, educador, testigo. Como maestro ha de enseñar a los fieles los caminos de la fe y de la moral, los caminos de la santidad, los caminos hacia el Padre del cielo. Como educador, con paciencia y respeto, hablará a los hombres del cielo, como su destino; iluminará sus conciencias para no desviarse; les acompañará en sus dificultades y luchas diarias en la marcha hacia la casa del Padre; estará siempre disponible para el necesitado de la misericordia de Dios, de la guía espiritual... Como testigo, hará sentir a los demás, con su vida y conducta, que "su verdadera patria es el cielo"; proclamará y confesará con su palabra lo que realmente lleva en su corazón; vivirá desprendido de aspiraciones terrenas, de compensaciones demasiado materialistas, de comportamientos notoriamente mundanos, que no ayudan a los fieles a elevar su mirada hacia el cielo y hacia Dios.

 

 

Domingo de PENTECOSTÉS 23 de mayo de 1999

Primera lectura: Hech 2,1-11Segunda: 1Cor 12, 3-7.12-13; Evangelio: Jn. 20,

NEXO entre las LECTURAS

El Espíritu, presente y eficaz entre los Doce y la primera comunidad cristiana, anima la liturgia de la Palabra. En el Evangelio Jesús resucitado dice a los Doce: "Recibid el Espíritu Santo". En la primera lectura, cincuenta días después de la Pascua, un viento impetuoso irrumpe en el cenáculo y "todos quedaron llenos del Espíritu Santo". Pablo, en la segunda lectura, ante la tentación que acecha a los corintios de utilizar los carismas para crear divisiones, reafirma con fuerza: "Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo" y "A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos".

MENSaje DOCTRINAL

Ante la extraordinaria riqueza de los textos litúrgicos, no cabe sino elegir algún aspecto. Me limito a responder a la pregunta: ?Quién es el Espíritu Santo del que se habla en la liturgia de Pentecostés?

Es el Espíritu de Dios Padre y de Jesucristo, Señor nuestro. El Padre y el Hijo se aman desde siempre y con un amor perfecto; ese amor tiene un nombre, es Alguien, es el Espíritu Santo; es decir, el Amor del Padre hacia el Hijo y el Amor del Hijo hacia el Padre en un movimiento circular que no cesará jamás. Por eso, tanto el Padre como el Hijo lo mandan a los hombres como el don más grande y precioso del que nos pueden hacer partícipes.

Es el Espíritu creador. A los judíos la fiesta de Pentecostés recordaba la alianza de Dios en el Sinaí y el don de la Ley a Moisés y al pueblo de Israel, en medio de la tempestad y de truenos y relámpagos. Lucas ha visto en ese acontecimiento una prefiguración del Espíritu, que primero creó al pueblo de Israel mediante la Alianza y la Ley, y ahora crea al pueblo cristiano. Gracias, en efecto, al Espíritu, el hombre entra en una nueva Alianza en la sangre de Cristo, y vive bajo el régimen de una nueva Ley, la del ágape cristiano (primera lectura).

Es el Espíritu eficaz por medio de la rica variedad de sus carismas, tal como se hacen presentes y manifiestos en la comunidad de Corinto: carisma de los apóstoles, de los profetas, de hablar en lenguas... Esta eficacia debe mostrarse sobre todo en la unidad de objetivo por parte de todos los carismas: contribuir a la común utilidad de los cristianos (segunda lectura).

Es el Espíritu ecuménico, es decir, universal, que tiende a dilatarse geográficamente para abarcar a todos los pueblos representados en la lista de los Hechos de los Apóstoles, y sobre todo a expandirse interiormente en la conciencia de cada hombre y de todos los hombres, causando en el alma el perdón de los pecados, y trayendo la paz del corazón (Evangelio).

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Ciertamente en la Iglesia actual no se puede hablar del "Espíritu, ese desconocido", título de un libro de los años cincuenta. Desde el Concilio Vaticano II para acá, la Iglesia ha tomado creciente conciencia de la presencia y de la acción del Espíritu en las comunidades creyentes en Cristo. Más aún, la Iglesia cada vez es más consciente de la acción del mismo Espíritu fuera incluso de los límites del cristianismo. Es hermoso ver al Espíritu Santo actuando, en formas diversas y con intensidades diferentes, en la humanidad entera, porque "todo lo bueno, lo justo, lo perfecto', dondequiera se encuentre, proviene de Él.

En nuestros días, habrá más bien que señalar ciertos abusos, o al menos exageraciones, cometidos "en nombre del Espíritu". Es verdad que pertenecen al pasado los años en que se oponían con vigor inusitado el carisma y la institución, la acción del Espíritu y la fuerza de la letra, pero ¿no queda algo de esto todavía en nuestras comunidades? ¿no se critica fácilmente, en nombre de no sé qué carisma, la institución y la jerarquía? ¿no se olvida tal vez que el apóstol, y por consiguiente la institución, es el primero de los carismas? La fiesta de Pentecostés favorece una explicación llana, pero exacta y completa, sobre los carismas en la Iglesia y sobre el Espíritu Santo como fuente única de todos los carismas.

En el ambiente de nuestro ministerio o en nuestra diócesis puede darse otra exageración o abuso "en nombre del Espíritu": La división a causa de los carismas. Me refiero en modo particular a esos dones extraordinarios que Dios ha dado a la Iglesia actual, que son los movimientos eclesiales, las asociaciones de laicos, las nuevas congregaciones e instituciones religiosas, las nuevas iniciativas en el campo de la pastoral por parte de personas "carismáticas" o de grupos institucionales. Es una situación nueva en la Iglesia, en las diócesis, en las parroquias, entre los diferentes movimientos y asociaciones, y es explicable que haya ciertas tensiones, algunos malentendidos, falta de colaboración, incluso a veces oposición. Ante tal posible situación, conviene recordar que todos los carismas llevan a la unidad, contribuyen al bien de todos y de cada uno, son órganos del mismo cuerpo que es la Iglesia. Habrá que hacer reinar siempre la caridad, el buen entendimiento, la apertura de horizontes, el discernimiento, la prevalencia del bien común sobre el bien particular, el sentido eclesial.

 

Domingo de la SANTÍSIMA TRINIDAD 30 de mayo de 1999

Primera lectura: Éx 34, 4-6.8-9; segunda: 2Cor 13, 11-13; Evangelio: Jn

NEXO entre las LECTURAS

La revelación del misterio trinitario se evidencia en los textos que la liturgia nos ofrece. El texto tomado del Éxodo nos revela la unidad de Dios y el corazón "clemente y compasivo, lleno de amor y fiel" del Padre. En la petición de Moisés: "Venga el Señor a nosotros" se vislumbra un primer paso hacia la encarnación y la revelación del Hijo, "Enmanu-El", Dios con nosotros. Este misterio de la encarnación es revelado solemnemente en el Evangelio: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único". Al final de la segunda carta a los Corintios Pablo recoge una fórmula trinitaria de la liturgia cristiana primitiva: "La gracia de Jesucristo, el Señor, el amor del Padre y la comunión en los dones del Espíritu Santo, estén con todos vosotros".

 

MENSaje DOCTRINAL

Estamos acostumbrados a escuchar y a decir la expresión: "misterio", "misterio trinitario". Pienso que la fiesta litúrgica nos invita a meditar en él con sencillez y con inmenso respeto.

El misterio de la Trinidad es algo oculto, escondido en el corazón mismo de Dios. No está oculto en la tierra ni en el espacio, de modo que con el tiempo el hombre pudiera encontrarlo. Está anidado en el mismo Dios. ¿Y quién puede conocer los pensamientos de Dios? Dios, desde hace cientos de miles de años, creó primeramente el mundo, luego al hombre, pero no manifestó este misterio. Eligióse después un pueblo, estableció con él una alianza, sin todavía revelar esta grandeza de Dios. Sin embargo, en el designio divino se dan ya los primeros pasos en la misma vida y experiencia histórica de Israel. El texto de la primera lectura, donde Dios es llamado "clemente y compasivo, lleno de amor", ¿no es una intuición primeriza de que Dios es Padre? Es una semilla por ahora, que habrá de fructificar al llegar con Jesucristo la plenitud de los tiempos mediante su encarnación y su enseñanza sobre Dios.

El misterio de la Trinidad está por encima de cualquier mente humana. La Trinidad de Dios no ha sido obra ni de teólogos ni de místicos, menos de un "think tank" como se dice hoy. El misterio de la Trinidad no es una invención del genio humano para humillar nuestra pobre inteligencia. No es una idea, es una Realidad, la Realidad más sublime y más apasionante, que existe desde siempre y para siempre. Si Dios mismo no nos la hubiese revelado por medio de su Hijo, continuaría siendo una Realidad, pero ignorada por el hombre y por lo tanto absolutamente ajena a su existencia. El gran Amor de Dios reside en que decidió revelarnos su misterio (Evangelio).

El misterio trinitario se nos revela sobre todo mediante la acción de Dios en la historia. Dios se nos revela como Padre enviando, movido de amor, a su Hijo a nuestro mundo pecador para redimirnos y abrirnos los brazos acogedores de Padre. Jesucristo se nos revela como Hijo en su íntima oración filial, en su perfecta obediencia a la Voluntad de su Padre, en su muerte y resurrección redentoras para destruir un pecado cuya mancha sólo el Hijo podía borrar, y para alcanzarnos la gracia de la salvación. El Espíritu Santo se nos revela como enlace de Amor entre el Padre y el Hijo, como don de comunión a los hombres a fin de que vivan a imagen de la Trinidad, por más que sea de un modo imperfectísimo. Esta es la revelación que Jesucristo nos hizo y que la liturgia recoge en la segunda lectura.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

 

 

Quisiera hacer una breve consideración sobre dos aspectos de carácter pastoral ante el misterio insondable de la Santísima Trinidad.

Las actitudes del hombre ante este inmenso misterio. Ante el misterio de Dios la actitud más inmediata es la adoración, la sumisión sincera al Padre que tanto nos ama, al Hermano que ha dado su vida por nosotros, al Espíritu que nos acompaña y sostiene en el curso de nuestra historia. Más importante que reflexionar, darle vueltas al misterio, es adorar y rendir todo honor y gloria a nuestro Dios. Otra actitud es la de agradecer a Dios el que sea un misterio y siga siendo un misterio, incluso después de la revelación. Siendo misterio, no es manipulable por el hombre ni puede éste instrumentalizarlo. Agradezcamos a Dios que sea Dios, y no hombre, que sea misterio. Finalmente, una actitud de humilde aceptación del misterio, evitando sea una postura racionalista que lo excluye porque no lo entiende (en este caso, ¿no tendría que excluir otras muchas cosas de su existencia?), sea la postura irracionalista que, más que aceptarlo, sucumbe bajo su peso.

A imagen de la Trinidad. En la Trinidad se da primero el amor entre las divinas personas, pero además el amor hacia fuera, hacia las creaturas, hacia la humanidad. Tenemos en Dios el modelo de la vida humana. Hemos de amar en primer lugar los seres que nos son más cercanos, más íntimos: los miembros de la familia, de la parroquia, del movimiento eclesial al que se pertenece, etc., pero hemos de amar igualmente a todos los demás, a nuestros hermanos en la fe, a los creyentes en Dios, a todos los hombres sin distinción alguna; a nuestros amigos y a nuestros enemigos, a los de mi parroquia y a los de la parroquia vecina. A todos. A imagen y semejanza de Dios.

 

Domingo del "CORPUS CHRISTI" 6 de junio de 1999

Prima lectura: Dt 8, 2-3.14-16; Segunda: 1Cor 10, 16-17; Evangelio: Jn

NEXO entre las LECTURAS

Maná, pan (carne) y vino (sangre) son los términos que abundan en este domingo en que se celebra la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Según el Deuteronomio (1a. lectura), Moisés dice al pueblo: "(El Señor tu Dios) te ha alimentado con el maná, un alimento que no conocías, ni habían conocido tus antepasados". Jesús en el evangelio afirma: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo os daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo". Por su parte, Pablo en su primera carta a los corintios (2a. lectura) les pregunta: "El pan que partimos, ¿no nos hace entrar en comunión con el cuerpo de Cristo?"

 

MENSaje DOCTRINAL

Entre los diversos aspectos de la doctrina católica que se podrían tocar, me quiero fijar en que se trata, en la Eucaristía, de un alimento no conocido.

 

El maná del desierto o el pan de la Eucaristía es un pan que el hombre no conoce. Quiere esto decir que es un pan que no está en el poder del hombre producir para satisfacer su hambre, cuando sienta necesidad. Quiere decir, en otros términos, que es Dios, únicamente Él, quien lo otorga. No es, por tanto, un pan disponible a nuestro antojo, un objeto más de nuestro capricho, aunque éste tenga apariencia "religiosa". Está disponible sólo a nuestra oración humilde, a nuestro clamor sincero de gran penuria y de viva y urgente necesidad.

Es también un pan no conocido, porque no existía y porque se ignoraban sus efectos. El maná no existía para los israelitas durante su permanencia en Egipto, únicamente en el desierto Dios se lo dio para que no murieran de hambre, en la marcha hacia la tierra prometida. La eucaristía no existía antes de que Jesús la instituyese en la Última Cena, y la hiciese instrumento santísimo de su presencia personal entre los hombres. Sus efectos son extraordinarios: "Sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura" (Sacrosanctum Concilium 47).

 

El conocimiento del que se trata es un conocimiento completo, referido tanto a la inteligencia como a la experiencia y al corazón, a fin de desembocar en las obras. En punto a experiencia, se ha de llegar a apreciar y experimentar el valor singular y extraordinario de este alimento que Dios nos concede. Junto a la experiencia, se ha de llegar a conocer toda la riqueza teológica, espiritual y moral que este alimento encierra en sí. Pero no podrá en modo alguno faltar el conocimiento por vía del corazón, mediante una sintonía amorosa muy amplia con quien nos da este alimento y con quien se nos da como alimento, Jesucristo Nuestro Señor. Con este conocimiento integral de la eucaristía nos sentiremos impelidos a participar en ella con fervor y frecuencia, y lograremos formar un solo cuerpo, en la fe común y en el amor recíproco. Aquel que logre conocer la Eucaristía con todo su ser, vivirá ciertamente de la Eucaristía y producirá las obras de la Eucaristía: unidad, comunión, fuerza espiritual, santidad de vida, celo apostólico, intimidad con Dios, etc.

 

SUGEREncias PASTORALES

Conocer la Eucaristía. Se requiere una catequesis permanente y periódica, mediante las homilías, las clases de religión, los contactos personales, para que un conocimiento integral del pan de vida constituya el sustrato básico de la piedad cristiana, que tiene en la Eucaristía su cumbre y su fuente. En este conocimiento subrayaría algunos aspectos: 1) la presencia real de Jesucristo en el tabernáculo, y por consiguiente el respeto y el sentido de lo sagrado dentro de la iglesia. La iglesia es y debe ser un lugar de oración, de silencio, de recogimiento, de adoración, de encuentro con Dios. ¡Qué ingente labor hay que hacer para que los fieles conozcan y vivan este aspecto de la Eucaristía! 2) La explicación teológica, pero de modo sencillo, claro, ejemplificado y convincente, de los frutos de la Eucaristía. Luego de la explicación, se puede hablar del fomento de las visitas eucarísticas, sobre todo al inicio de la mañana y al final de la tarde para ofrecer a Jesucristo las horas de trabajo y para agradecerle su ayuda y su conforto; del fomento de la exposición del Santísimo Sacramento y de la adoración, de la fuerza transformante de la Eucaristía en quienes la reciben con rectitud y con fervor. 3) La preparación para recibir fructuosamente a Jesucristo Eucaristía. Una preparación que implica la recepción del sacramento de la reconciliación, si se está en pecado; que implica además la lectura y meditación de la Palabra de Dios, como también el perdón, la reconciliación y el servicio a los hermanos.

Quitar aquellos obstáculos que dificultan el conocimiento del pan vivo, que da la vida al mundo. El primer obstáculo es tal vez la tentación de reducir el alimento a las puras necesidades corporales y materiales, marginando o incluso prescindiendo de cualquier otro alimento. Quien se alimenta sólo de las realidades terrestres, no puede elevarse a conocer el pan del cielo, le parecerá un lenguaje sin sentido y carente de valor. Otra posible dificultad es hacer de la recepción de la Eucaristía "una costumbre social", como puede ser el felicitar a los novios en su boda, o el asistir a la fiesta del cumpleaños de un amigo. La Eucaristía es ciertamente un acontecimiento social, es decir, eclesial, pero es sobre todo un encuentro personal con Jesucristo. No pequeña dificultad puede ser, sobre todo para los hombres, el respeto humano, el qué dirán, el temor a la opinión de los demás. ¡Casi como si la Eucaristía fuera cosa de mujeres! ¿No es signo de hombría el obrar por convicción y prescindir del parecer ajeno?

 

Domingo XI del TIEMPO ORDINARIO 13 de junio de 1999

Primera lectura: Éx 19, 2-6; segunda: Rom 5, 6-11; Evangelio: Mt. 9, 36

NEXO entre las LECTURAS

En el largo camino de las relaciones entre los hombres y Dios, comienza en el Sinaí una nueva fase: la elección y constitución de un pueblo por parte de Dios. Así dice el Éxodo: "Vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos". Con Jesucristo se instala en la historia un nuevo pueblo de Dios, cuyos fundamentos son los Doce: "Jesús llamó a sus doce discípulos... Los nombres de los doce apóstoles son: primero Simón...". El nuevo pueblo de Dios ha sido constituido mediante la ofrenda total de Jesucristo en la cruz por la que el Padre nos ha reconciliado consigo: "Dios ya desde ahora nos ha concedido la reconciliación por medio de nuestro Señor Jesucristo".

 

MENSaje DOCTRINAL

Un pueblo constituido por Dios y formado por hombres. En Egipto las diversas tribus descendientes de Jacob no formaban un solo pueblo bajo la guía de Javéh. Es sólo en el Sinaí donde Dios toma la iniciativa y hace de las doce tribus un único pueblo de su propiedad mediante el pacto en la sangre del cordero. En continuidad con el pueblo de Israel, Jesús constituye un nuevo pueblo, eligiendo a doce discípulos en representación de las doce tribus de Israel y como base del nuevo pueblo cristiano. Ni el pueblo de Israel ni la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, se constituyen a sí mismos; si existen, es porque Dios los ha hecho existir. Con todo, sin esos hombres que salieron de Egipto o sin los Doce Dios no habría podido constituir un pueblo suyo. Los hombres son necesarios para formar el pueblo y para llevar a cabo su razón de ser en la historia.

 

El medio con que Dios constituye su pueblo es la alianza. Se trata de una alianza entre el rey (Dios) y su vasallo (el pueblo), con una serie de cláusulas con las que recíprocamente se prometen fidelidad. En esta alianza entre Dios y su pueblo, la fidelidad de Dios está más que asegurada, no así la del pueblo de Israel ni la de la Iglesia. Por eso, hay que estar recordando continuamente la alianza de fidelidad para con Dios, al igual que la situación en que sean las tribus de Jacob, sean los cristianos antes de recibir el bautismo se encontraban: opresión, división, enemistad y odio, irredención. ¿No hay aquí motivo más que suficiente para mantener con generosidad e ilusión la fidelidad a la alianza?

 

Dios constituye el pueblo de Israel y posteriormente la Iglesia con un fin. Ese fin es, por un lado, proclamar y salvaguardar en la historia el monoteísmo, y por otro el hacer presente y viva entre los hombre la salvación universal y completa que Jesucristo nos ha traído a todos mediante su cruz y resurrección. El monoteísmo judío encuentra su plena realización en el misterio cristiano de la Trinidad, con la afirmación inefable de tres personas en un único Dios. La salvación universal es tarea de toda la Iglesia, que es signo de la unión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí (LG 1). La filiación divina y la fraternidad humana son el mensaje esencial de la Iglesia, y proclamar este mensaje la razón de su ser en el mundo.

 

SUGEREncias PASTORALES

Un solo pueblo. La realidad actual de la sociedad y de la Iglesia estimulan la promoción y la práctica pastoral de la unidad en la diversidad de razas, culturas, partidos políticos, situaciones legales, asociaciones e instituciones. En este "maremagnum" de diferencias, la Iglesia como institución y los obispos, párrocos, sacerdotes y diáconos en virtud de su ministerio de comunión, deben ser un faro alto y luminoso de unidad, de solidaridad, de servicio generoso a todos, en medio de las diferencias y conscientes de la real dificultad de mantener en unidad de intenciones la diversidad real de los hombres en tantos campos del obrar humano. Se puede y se debe, si la conciencia así lo dicta, pertenecer a diversos partidos siendo miembros de una y misma Iglesia; o aceptar en la comunidad parroquial a emigrantes de otros países, sin que se sientan humillados o ciudadanos y cristianos de segunda categoría. Puede que haya en la parroquia la presencia de diversos movimientos o asociaciones eclesiales, y que todos contribuyan, según su carisma propio, a la unidad en el respeto y en la caridad, a la animación de la pastoral parroquial, a la santificación y al mejoramiento moral de los fieles de la parroquia...

Una sola misión. La Iglesia, la parroquia, los movimientos eclesiales y los grupos parroquiales tienen un único objetivo, aunque los modos de conseguirlo sean muy diversificados: Hacer eficaz el Evangelio de Jesucristo entre los hombres mediante la palabra, las obras y el testimonio de los buenos cristianos. Si Cristo es predicado, si Cristo es conocido, no importa que lo sea por obra de alguien que no pertenece a mi grupo o que usa métodos diversos de los míos. Si Cristo transforma la vida de los hombres, debo sentirme feliz, aunque no sea yo el instrumento de Dios, sino otra persona. Es inmensa la tarea de la Iglesia en el momento actual, como para estar perdiendo tiempo en pensamientos o incluso en disputas sobre si éste o el otro grupo actúan así o asá, usan métodos que no comparto, tienen ciertas actividades que me resultan extrañas, son más tradicionales o más liberales... Mientras se conserve la unidad de fe y de moral, hay cabida para todos en la Iglesia y todos contribuyen a la presencia viva y eficaz de la Iglesia en el mundo.

 

Domingo XII del TIEMPO ORDINARIO 20 de junio de 1999

Primera lectura: Jer 20, 10-13Segunda: Rom 5,12-15; Evangelio: Mat 10,

NEXO entre las LECTURAS

La primera lectura, tomada del profeta Jeremías, y el texto del evangelio de san Mateo insisten en dos aspectos característicos de la existencia cristiana: Por un lado, las persecuciones y dificultades, y por otro la confianza en Dios, que aleja todo temor. "He escuchado las calumnias de la gente... Pero el Señor está conmigo como un héroe poderoso", confiesa Jeremías. "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden quitar la vida... No temáis, vosotros valéis más que todos los pájaros", exhorta Jesús a sus discípulos. ¿Por qué no temer? Porque con palabras de la segunda lectura "no hay comparación entre el delito y el don", entre el poder de los perseguidores y el poder de Dios.

 

MENSaje DOCTRINAL

No es mayor el discípulo que el Maestro. Si a Jesús han criticado (y antes de él a los grandes profetas como Jeremías), le han llamado borracho y amigo de la buena mesa, le han atribuido el poder de Beelzebú, a nosotros los cristianos no nos debe extrañar que nos critiquen e incluso nos calumnien. Si esto se da, entonces somos verdaderamente discípulos de Jesucristo. Ciertamente no es agradable leer en los períodicos y revistas o escuchar en la televisión críticas sobre nuestra fe en la Encarnación del Verbo o explicaciones ingeniosas, tendientes a no afirmar la resurrección de Jesucristo. Puede resultarnos vergonzoso e indigno que se critique la moral católica sobre diversos temas, que contradicen la moral laicista y la mentalidad común. Nos duele y nos parece indigno, pero no debe tocar en lo más mínimo por un lado nuestras certezas en el campo de la fe y de la moral y por otro nuestra confianza y total seguridad en la victoria de la gracia sobre el pecado, del don sobre el delito. En un mundo que va perdiendo la solidez de la fe, que se lanza en brazos del "subjetivismo religioso", que se siente libre para opinar sobre lo que sea, incluso aunque no se conozca, los cristianos somos testigos intrépidos de valores y actitudes, de verdades y comportamientos que no se comprenden, que se malinterpretan consciente o inconscientemente, que se rechazan por obsoletos y retrógrados, que se consideran fuera del carro de la historia y de la actualidad. Cristo nos dice: "No tengáis miedo". La firmeza de nuestra fe nos dará, a corto o largo plazo, la victoria.

La gracia de Dios sobreabundó para todos. Aquí está la base de nuestra seguridad y confianza. No es en nuestras fuerzas ni en nuestra moralidad en que nos apoyamos ante las persecuciones, críticas, rechazos, calumnias, incomprensiones, indiferencias. La roca de nuestra seguridad es la gracia de Dios, hecha don gratuito en Jesucristo. Nosotros confiamos en que la gracia divina iluminará las mentes de quienes ahora critican o rechazan la fe de la Iglesia; nosotros confiamos en que la gracia divina moverá los corazones a amar la verdad de Jesucristo que la Iglesia nos transmite, y moverá las voluntades para vivir conforme al decálogo cristiano, sintetizado en el sermón de la montaña. Nosotros confiamos en que el Señor nos dará fuerza para soportar las dificultades que nos sobrevengan de los demás, y para luchar celosamente y con perseverancia por la verdad y el bien. Dios cuida de los pajarillos del cielo, ¿cómo no va a cuidar de nosotros, sus hijos, que valemos más que todos los pajarillos?

 

SUGEREncias PASTORALES

Aceptar la realidad del mundo en que nos ha tocado vivir. En tiempos pasados la situación quizá fuera diferente en el país, en la ciudad o en el pueblo en que vivo. La mayoría era cristiana, las instituciones favorecían más el modo cristiano de vivir, había menos medios de perversión y de hacer el mal, la sociedad misma protegía más al individuo de cualquier desmán o exceso, había mayor homogeneidad religiosa y social, la libertad estaba más defendida y limitada, la mentalidad dominante era en armonía con el cristianismo... No debemos ser nostálgicos del pasado. Ese mundo ya pasó. El nuestro es otro. Debemos asumirlo en toda su grandeza y precariedad. Somos creyentes y cristianos en esta nueva situación, marcada por el secularismo, por el materialismo, por el subjetivismo y positivismo a gran escala, aunque señalada también por otros aspectos muy positivos y dignos de encomio. Las dificultades que tenemos que afrontar son las de nuestro tiempo, las que nos vienen de nuestros contemporáneos. Las batallas que hemos de luchar son las destinadas a derrotar en nosotros primeramente, y en nuestros prójimos, el secularismo de nuestro tiempo, el materialismo, subjetivismo, positivismo del hombre actual. Las batallas de ayer ya son historia. Nuestras batallas por la fe y por la moral cristianas son las de hoy, las que se luchan cada día con valor y coraje.

Mirar al mundo con confianza y amor. "Confiad, yo he vencido al mundo" nos dice Jesucristo. El mundo del mal puede ser vencido a base de bien. Jesucristo lo venció, entregando su vida a los hombres hasta la muerte. Y así hemos de vencerlo también nosotros: con un amor sorprendente y constante, con una confianza sin límites, con un trabajo tenaz. El mundo en que vivimos se salvará si Dios puede contar con hombres dispuestos a darlo todo para salvarlo y regenerarlo desde dentro con su Amor. ¿Cuáles son los pequeños o grandes males que afligen la vida diaria de nuestra parroquia, de nuestros fieles cristianos? ¿A qué acciones concretas me lleva mi amor y confianza en Dios para combatirlos y superarlos? No dudemos ni tengamos miedo de poner nuestra confianza en la gracia y en el poder misterioso y realísimo de Dios.

 

Domingo XIII del TIEMPO ORDINARIO 27 de junio de 1999

Primera lectura: 2Re 4,8-11.14-16; segunda: Rom 6,3-4.8-11; Evangelio: Mat

NEXO entre las LECTURAS

Un punto de concentración de la liturgia de este domingo es la dignidad del hombre y del cristiano. En el Evangelio está escrito: "El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí", que en positivo equivaldría a decir: "El que toma su cruz y me sigue es digno de mí". Es digno aquel cristiano que está dispuesto a la renuncia de sí y de sus cosas en vista de un valor superior. En la primera lectura se nos presenta la dignidad del hombre, manifestada en su hospitalidad hacia el extranjero, uno de los valores más apreciados en el mundo antiguo. Por último, la carta a los Romanos expone con vigor la vida nueva causada por el Bautismo, que nos hace dignos de ser incorporados al misterio de Cristo Redentor.

 

MENSaje DOCTRINAL

La dignidad del hombre posee una cotización muy alta en la sociedad actual, aunque luego con la misma expresión se entiendan cosas muy diversas. De dignidad sólo hablamos cuando nos referimos al hombre, no a los seres inferiores, ni tampoco cuando nos referimos a Dios. Es verdad que decimos que Dios es digno de alabanza, de adoración..., pero no solemos hablar de la "dignidad de Dios". Digno o indigno es sólo el hombre, en cuanto ser humano, en cuanto creyente, en cuanto profesionista, etc. Con esta expresión queremos significar la elevación, la nobleza y la excelsitud del ser humano que sobresale por encima de las demás creaturas mundanas, y la lógica correspondencia del actuar humano a tales características de su ser. Cuando no existe tal correspondencia, el hombre degenera y viene a ser indigno de sí mismo y de su alta vocación.

En la primera lectura de hoy, tomada del segundo libro de los Reyes, encontramos un rasgo predominante en la concepción y dignidad humana de aquel tiempo: la hospitalidad, particularmente con el extranjero. La rica sunamita que hospeda a Eliseo en su casa se muestra digna de su condición natural, según la concepción social de su tiempo. Hoy podríamos traducir este rasgo de la dignidad humana con términos como solidaridad, acogida al emigrante, caridad social. La dignidad de que nos habla el Evangelio consiste en el seguimiento de Cristo, y consiguientemente en la disponibilidad para dejar todo (padre, madre, hijos...) con tal de seguirlo, tomando con valentía y decisión la cruz de cada día. Es un paso adelante en la dignidad del hombre, no basado en la naturaleza, sino en la revelación y en la gracia de Dios. Este paso se da mediante el bautismo, por el que somos sumergidos en el misterio del Cristo Pascual y participamos de la vida de Dios en nuestro cuerpo mortal y en el aquí y ahora de nuestra historia personal y de nuestra sociedad (segunda lectura).

A quienes conforman su vida con su dignidad tanto humana como cristiana, se les promete una recompensa generosa y que excede las posibilidades humanas. A la sunamita, estéril y con un marido avanzado en edad, Eliseo le promete la recompensa de tener, dentro de un año, un hijo entre sus brazos. Jesús, por su parte, promete la vida eterna a quien esté dispuesto a perder la vida en este mundo; promete además la intimidad con Él y con su Padre a quien practica la hospitalidad y caridad cristianas. Y san Pablo en la carta a los Romanos sostiene que los bautizados, ya aquí en la tierra, están "vivos para Dios, en unión con Cristo Jesús".

 

SUGEREncias PASTORALES

Sentido de la dignidad humana y cristiana. Dado que se habla tanto de dignidad, pero con sentidos tan diferentes, conviene aclarar qué entiende el Evangelio y la Iglesia con tal vocablo. Además de lo dicho en el apartado precedente, se hará hincapié en el fundamento de tal dignidad: Un fundamento de orden creatural: imagen y semejanza de Dios, y un fundamento de revelación: hijos adoptivos de Dios. Se trata, por tanto, de una dignidad profundamente enclavada en el designio de Dios sobre el hombre, no en concepciones antropológicas nacidas de la mente humana. Todo esto nos permitirá aclarar algunas realidades de la mentalidad actual o de las instituciones humanas, que se proclaman tales en virtud de la dignidad del hombre, basada casi únicamente en la libertad y autonomía, pero que en definitiva atacan la auténtica dignidad. Por ejemplo, el aborto, la drogadicción, la promiscuidad sexual, la blasfemia, la falta de práctica religiosa, etc. La libertad es ciertamente una componente de la dignidad humana (habría tal vez que explicar aquí la libertad de... y la libertad para...), pero no la única; con ella están también la inteligencia y el discernimiento, el amor a la verdad y al bien, la voluntad de superación y de entrega.

La solidaridad. Es mucho lo que la Iglesia y las organizaciones gubernamentales o no hacen en este campo, para responder a las casi infinitas necesidades presentes en nuestro mundo. Está muy bien esa solidaridad internacional y habrá que promocionarla todavía más. Con todo, prefiero ahora referirme a esa "pequeña solidaridad", que llama a nuestra puerta cada día. La solidaridad con la familia vecina, que te pide un favor; con el emigrante que viene a ti en busca de trabajo; con los extracomunitarios que te ofrecen flores o kleenex en los semáforos; con el minusválido que no falta en tu parroquia, como en otras muchas; con alguna iniciativa del párroco o del consejo pastoral de la parroquia; con alguna actividad del colegio al que asisten tus hijos.... Ambas solidaridades se complementan: hay que hacer aquella, la grande, nos diría Jesús, sin omitir ésta, la pequeña.

 

Solemnidad de SAN PEDRO Y SAN PABLO 29 de junio de 1999

Primera lectura: Hch 12, 1-11; segunda: 2Tim 4, 6-8.17-18; Evangelio: Mt 16,

NEXO entre las LECTURAS

La liturgia nos señala a san Pedro y san Pablo, los dos grandes Apóstoles de la primera comunidad cristiana, como maestros y confesores de la fe. "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo", proclama Pedro en nombre de los demás discípulos, ante la pregunta de Jesús: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Esta misma confesión de fe es la causa de que Herodes Agripa persiga y encarcele a Pedro para dar satisfacción a los escribas y fariseos (primera lectura). Por su parte Pablo, ya al final de su vida, abre su alma a Timoteo en frase bella y significativa: "He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe"; y unos versículos más adelante: "El Señor me asistió y me confortó, para que el mensaje fuera plenamente anunciado por mí y lo escucharan todos los paganos".

 

MENSaje DOCTRINAL

La fiesta de hoy es por antonomasia la fiesta de la fe: La fe personal de Pedro y Pablo en Jesucristo; la fe proclamada y enseñada por ambos, a lo largo de unos treinta años, hasta su muerte; la fe confesada y testimoniada, día tras día, entre persecuciones y consuelos, hasta el darramamiento de su sangre en el martirio.

La fe personal. En Pedro es quizá un proceso continuado, desde el primer encuentro con Cristo junto al mar de Galilea, hasta el grito entusiasta: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo", y el humilde y sincero reconocimiento: "Tú, Señor, sabes todo; tú sabes que te amo". En el caso de Pablo, más que proceso, es irrupción, fulgurante sorpresa en el camino de Damasco. Esa fe en Jesucristo, que lo encadena con ataduras de libertad, se irá profundizando con los años, y en sus cartas nos irá dejando algún que otro jirón de ella: "Para mí vivir es Cristo y morir una ganancia", "Vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí". En esa fe personal, inconmovible, más fuerte que la muerte, fundamentan ambos Apóstoles su enseñanza, su testimonio y su misión.

Maestros de la fe. La primera parte de los Hechos de los Apóstoles muestra a Pedro, sumamente activo, predicando el kerigma cristiano sea a judíos de Jerusalén y sus alrededores, sea a paganos, como es el caso de la familia de Cornelio. Proclama con vigor y sinceridad lo que cree, enseña lo que ha visto, escuchado y recibido de su Maestro y Señor. No tiene nada propio que decir, sólo el misterio de Cristo que se le impone con la fuerza de la evidencia y de la fe. Pablo tampoco tiene nada propio que decir, sino únicamente aquello que ha recibido, como dirá a los corintios. Y cuando, en algún caso añade algo que no ha recibido, puntualiza que lo hace según el Espíritu de Cristo, que le posee y le impulsa a hablar con autoridad.

Testigos de la fe. Las palabras, incluso las más sublimes, no tendrán acogida, si son sólo palabras, y no vida. A ejemplo de Jesucristo, que dio su vida por todos por coherencia con su predicación y su doctrina, Pedro y Pablo culminarán su testimonio de vida cristiana muriendo por la fe que creyeron, predicaron y confesaron por toda la región mediterránea. El martirio llega a ser de este modo el sello de la autenticidad de su fe, la prenda segura para nosotros de la verdad que ellos nos han comunicado y legado, y de la que son igualmente columnas inquebrantables y perennes.

 

SUGEREncias PASTORALES

"Creo... creemos". Como pastores hemos de transmitir la fe de la Iglesia, tal como se halla formulada en el catecismo de la Iglesia católica. Para transmitirla, y hacerlo con integridad y con convicción, hemos de hacer nuestra primeramente toda la fe de la Iglesia. Hacerla nuestra con la inteligencia, leyendo, estudiando, meditando las bellas y doctrinalmente ricas páginas del catecismo. Hacerla nuestra con el corazón, amando de verdad el cuerpo doctrinal, orgánico, completo, coherente, rejuvenecido y rejuvenecedor, de la Iglesia católica. Hacerla nuestra con la vida, a fin de no ser ni aparecer como predicadores vacíos, sino como testigos de la verdad eterna, que nos viene de Dios y que nos lleva a Dios. Equipados con esta fe eclesial, hecha personal por la meditación, el amor y el testimonio, invitaremos a nuestros feligreses con convicción a creer individual y comunitariamente lo que la Iglesia nos enseña, a amar lo que creen y a testimoniar en su mundo familiar y profesional lo que aman. Y no tendremos miedo a proclamar, con humildad y con firmeza, las verdades "difíciles", porque el mismo Espíritu que nos anima a proclamarlas trabaja eficazmente en los fieles para que las acojan y las vivan.

Fieles al Magisterio. La Iglesia es un cuerpo vivo, que se construye con piedras vivas. Todos colaboramos en la construcción, pero bajo la guía y supervisión de quienes son los sucesores de Pedro (el Papa) y los demás Apóstoles (los Obispos). Como partícipes del sacerdocio de Cristo y colaboradores de los Obispos, los presbíteros y diáconos estamos moralmente obligados a escuchar la voz del Santo Padre, de la Conferencia Episcopal, de nuestro Obispo diocesano; a conocer, estudiar, difundir y, si es necesario, defender sus enseñanzas, que son las orientaciones que ellos nos ofrecen al servicio de nuestra fe y de nuestro comportamiento moral. Hablemos siempre bien, a nuestros fieles, del Santo Padre, de los Obispos; creemos en torno a ellos un ambiente de respeto, de acogida, de disponibilidad, de sincero afecto filial. Son hombres como nosotros, pero son sobre todo los maestros de nuestra fe, los confesores y testigos de la verdad revelada por Dios en Jesucristo, mediante el Espíritu.

 

Domingo XIV del TIEMPO ORDINARIO 4 de julio de 1999

Primera lectura: Zac 9, 9-10; segunda: Rom 8, 9.11-13; Evangelio: Mat 11, 25-30

NEXO entre las LECTURAS

El cristianismo no pocas veces parece paradójico, precisamente por unir en sí en armonía realidades que se contraponen. Las lecturas de este domingo nos plantean una de esas paradojas: El rey mesías que se encamina hacia Jerusalén humilde y montado en un asno (primera lectura); Jesús, maestro y señor, que se llama a sí mismo sencillo y humilde de corazón, y que además afirma que su yugo es suave y su carga ligera (Evangelio); san Pablo que, en la carta a los Romanos, razona, siguiendo las huellas de Cristo, de un modo peculiar, que se resume en morir para vivir: "Si mediante el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis".

 

MENSaje DOCTRINAL

La paradoja es algo sorpredente y desconcertante para el hombre. Escapa a la lógica de su razón, y ello le "martiriza" al hacerle perder las riendas de su pensamiento. La paradoja es obra del pensamiento, pero pertenece a un ámbito diverso del lógico-racional, al ámbito de lo emotivo, de lo intuitivo, a la lógica del corazón y, si es paradoja cristiana, al ámbito además de la revelación y de la fe. En este sentido, el punto de partida de nuestra homilía de hoy, ha de ser la realidad de la paradoja cristiana y la conciencia de dicha realidad. A partir de aquí podemos reflexionar sobre los textos litúrgicos:

La paradoja del mesías. El mesías esperado en el AT es el mesías rey, descendiente de David, que habría de entrar en Jerusalén como un gran monarca sobre su caballo, después de haber conquistado de nuevo el entero reino davídico. Zacarías menciona un rey, justo y victorioso sí, pero humilde y montado en un asno, en un joven borriquillo. El cristianismo ha visto realizada esta profecía en Jesús, el mesías esperado por Israel y por todos los pueblos, un mesías rey, pero que reina -¡qué misterio!- desde el trono de la cruz, en medio del sufrimiento más atroz.

La paradoja del amor. El texto de san Mateo reproduce, como en un cuadro, el amor paradójico de Jesús. Esa paradoja que supone la humillación más anonadante de la grandeza más sublime y consciente, la del Hijo de Dios, por medio de la encarnación. La paradoja del Señor y del Maestro que, en su sencillez y humildad de corazón, pone sobre sus hombros la carga y el yugo, a fin de que a nosotros, sus siervos agobiados ante el peso, nos resulte la carga más ligera y a nosotros, sus discípulos fatigados por leyes y preceptos, se hos haga más suave su yugo.

La paradoja de la gracia. En la existencia cristiana los términos "morir - vivir" son correlativos, es decir, hay que morir para vivir. Es la muerte a las obras de la carne, para que resucite el hombre nuevo, que vive según el Espíritu. Es la muerte en sentido ascético, y, si Dios lo quiere, también en sentido real, hasta el martirio cruento, para que viva Cristo en nosotros con un modo de vivir que pertenece a otra realidad diversa del mundo, por más que esté plenamente incrustada en él, pues el cristiano no es del mundo, pero está en el mundo como levadura y como luz.

SUGEREncias PASTORALES

El cristiano es inclasificable. Entre los hombres hay la tendencia marcada a clasificar a los demás, a etiquetarlos según categorías opuestas. Se es de izquierda o de derecha, tradicional o progresista, carismático o institucional, católico o laicista, liberal o conservador, y así por el estilo. El cristiano no encaja en ninguna de esas categorías, es simplemente cristiano. Ello le da libertad para pertenecer a todas las categorías, si su conciencia así se lo pide en cada caso. En nuestra labor pastoral hemos de tenerlo muy en cuenta, y quitar hierro a las oposiciones. A veces el cristiano aparecerá como progresista, porque eso es lo que le pide su fe y su conciencia, y otras veces por el mismo motivo será visto como tradicional. No son las categorías las que cuentan, sino los valores que se quieren promover y salvaguardar; y ante los valores, puede saltarse cualquier clasificación. Valores como la vida, la moralidad pública, la salvaguarda del ambiente, la dignidad de la persona, la libertad en general y particularmente la libertad religiosa, no pertenecen a ninguna categoría ni pueden supeditarse a clasificaciones partidistas. Son valores del hombre, y habrá que protegerlos y fomentarlos siempre, en cualquier parte, y en cualquier situación.

No tener miedo a ser clasificados, a que nos pongan un remoquete que no nos gusta, que nos hace perder amistades, que incluso ponga en cierto peligro nuestra fama y nuestro honor. El primero en ser clasificado por los hombres de su tiempo fue Jesús, y no con mucha fortuna: amante de la buena mesa, amigo de publicanos y pecadores, rebelde a las leyes de su pueblo... Jesucristo no se preocupó de tales clasificaciones. Lo único que copaba su interés y era su verdadera preocupación lo resume en la proclamación del Reino de Dios, en el arrepentimiento y la conversión interior y en la fe para tener acceso a dicho Reino. Todo lo demás "le resbala". Nosotros como sacerdotes y pastores hemos de tener la misma actitud de Jesucristo, aunque no se nos pinte en modo alguno fácil y aunque nuestras tendencias naturales quieran seguir otro derrotero. Como pastores además hemos de inculcar esta misma actitud a nuestros fieles cristianos, con sencillez de razonamiento, con convicción sincera, con fuerza persuasiva. Cuando se rompe ese miedo, que tanto ata y paraliza, el cristiano logra una gran libertad de espíritu para actuar delante de Dios y no delante de los hombres.

 

Domingo XV del TIEMPO ORDINARIO 11 de julio de 1999

Primera lectura: Is 55, 10-11; segunda: Rom 8, 18-23; Evangelio: Mat

NEXO entre las LECTURAS

La Palabra de Dios es eficaz y fecunda; por eso somos exhortados a acogerla y ponerla en práctica. Isaías la compara con la lluvia que fecunda la tierra y hace germinar la semilla (primera lectura). En la explicación de la parábola del sembrador Jesús enseña que la semilla es la Palabra de Dios que, si cae en buena tierra (quien escucha y acoge el mensaje), da fruto, sea ciento, sesenta o treinta. En la segunda lectura se indican algunos frutos de la Palabra y Revelación divinas: la liberación y gloria de los hijos de Dios, la participación del cosmos en la "esperanza del hombre".

MENSaje DOCTRINAL

 

Hasta fechas no muy lejanas, solía establecerse una relación pobre e incompleta entre Sacramento y Palabra. Se subrayaba la eficacia del Sacramento, por el hecho de obrar en virtud de una intrínseca eficiencia, el famoso "ex opere operato" y dando poca importancia a la disposición del que lo recibía, es decir, al "ex opere operantis". Respecto a la Palabra, se subrayaba su carácter de revelación y sobre todo su valor moral, dejando algo en el olvido su fuerza transformante. La reflexión actual de la Iglesia, basada en las enseñanzas del Concilio Vaticano II, ha recuperado notablemente el poder y la sinergia de la Palabra de Dios, recordando el famoso texto de la carta a los Hebreos: "La Palabra de Dios es viva, es eficaz y más cortante que una espada de dos filos: penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (4,12-13). La Palabra posee, al igual que el Sacramento, una propia eficacia, que se hará efectiva en dependencia de las disposiciones de quien la escucha.

La Palabra llega a todos, pero no todos la escuchan y aceptan (la parábola del sembrador da fe de la verdad de esta proposición). Ya a finales del siglo I d. C. podía decirse que el mensaje de Jesús había sido llevado a todos los rincones del mundo hasta entonces conocido. Hoy día, gracias a la imprenta (la Biblia o, al menos el Nuevo Testamento están traducidos a más de 1500 lenguas), a los medios de comunicación social con alcance internacional, y sobre todo a los misioneros y evangelizadores, casi se puede asegurar, sin miedo a equivocarse, que la semilla de la Palabra de Dios ha caído en todos los ángulos de nuestro planeta. Junto a esta consolante realidad, se constata otra realidad evidente: unos escuchan la Palabra, la aceptan y tratan de hacerla vida; a otros les resulta indiferente, una más entre tantas palabras que llegan a sus oídos; pero hay también muchos que la acogen, la meditan, la aman y la traducen en actitudes y comportamientos.

Cuando el hombre está bien dispuesto, la Palabra da fruto abundante. La lluvia, imagen de la Palabra en la primera lectura, no vuelve a Dios vacía. La semilla, imagen de la Palabra en el Evangelio, produce, en la tierra del hombre bien preparado para acogerla, un fruto superabundante: desde el 30 por ciento al cien por cien, resultado admirable si, a lo que parece, el promedio en tierra de Judea era, al máximo, del 10 por ciento. Por eso, Pablo habla de frutos que exceden toda imaginación: Dios nos ha revelado por su Espíritu nuestra condición y nuestra gloria de hijos suyos, la misteriosa participación final del cosmos en la gloria de los hombres (segunda lectura). Este fruto abundante no es casual, ni tampoco al margen de la voluntad de Dios; es Dios mismo quien desea, como Padre amable y generoso, que su Palabra produzca el más abundante fruto.

 

SUGEREncias PASTORALES

Lectura y meditación frecuente de la Palabra de Dios. Mucho se ha hecho y se está haciendo por difundir la Biblia entre los cristianos, e incluso entre los no creyentes en Cristo. Es grande también la labor realizada para que los fieles cristianos lean y mediten la Biblia, sea individualmente o en grupo. Son muchos igualmente los cursos, semanas, festivales bíblicos que se tienen a lo largo del año, en tantos países. La "lectio divina" y otras formas semejantes de lectura y meditación bíblicas se han difundido ampliamente no sólo en los monasterios e institutos religiosos, sino también entre los seglares. Debemos agradecer a Dios los ingentes frutos que todo este trabajo está produciendo en los cristianos y en la Iglesia. Aprovechemos este domingo para reflexionar sobre la presencia y eficacia de la Palabra de Dios en nuestra diócesis, en nuestra parroquia, en nuestra comunidad. ¿Qué hemos hecho hasta el presente? ¿Con cuáles resultados? ¿Qué podemos mejorar? ¿Habrá llegado el momento de promover nuevas iniciativas en este campo de la pastoral?

Palabra y Sacramento. Son dos entidades indisociables. Así lo ha entendido la Iglesia desde sus orígenes, uniéndolas en la liturgia eucarística. Primero la Palabra eficaz que cae, como semilla, sobre los participantes en la Eucaristía, y hace presente la revelación de Jesucristo. Luego el Sacramento eficaz que, por medio de la consagración, hace presente la obra de Jesucristo Redentor entre los hombres. La Palabra de Dios prepara al Sacramento, y el Sacramento predispone para la acogida sincera de la Palabra. Por eso, es importante hacer una catequesis sólida y constante sobre la necesidad de participar a toda la celebración eucarística. No es principalmente un problema moral: "Si es válida o no válida la misa, porque llegué a la homilía o al credo...". Es sobre todo un tema espiritual (el alma necesita del alimento de la Palabra divina) y de pedagogía cristiana (educar a las personas a una concepción completa y riquísima de la celebración eucarística, desechando modos de pensar del pasado).

 

Domingo XVI del TIEMPO ORDINARIO 18 de julio de 1999

Primera lectura: Sab 12, 13.16-19; segunda: Rom 8, 26-27; Evangelio: Mat

NEXO entre las LECTURAS

La liturgia nos plantea el gran realismo de la existencia cristiana: la presencia en el mundo que nos rodea y en el interior del hombre del bien y del mal, del dueño del terreno que siembra la buena semilla y de su adversario que siembra la mala, del trigo y la cizaña, que crecen juntos hasta el tiempo de la cosecha (Evangelio); la osadía de quienes no conocen ni creen en el poder de Dios y el despliegue de la fuerza divina, aunque realizado con benignidad (primera lectura); la flaqueza del hombre en general y sobre todo a la hora de pedir lo que le conviene y el Espíritu Santo que intercede por nosotros con gemidos inefables y de modo eficaz (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

El cristianismo por esencia es optimista, pero no utópico; está seguro de la victoria última del bien pero no cierra los ojos al mal que palpa a su alrededor; vive y actúa según el Espíritu, pero no olvida que pisa la tierra con todas sus angustias y todo su pecado. Se sabe ciudadano del cielo, pero no deja de ser hombre de su tiempo y de esta tierra.

El bien y el mal, presentes entre los hombres, tienen origen diverso. El bien lo ha sembrado Dios en el mundo y en el corazón humano; el mal proviene del enemigo de Dios, de Satanás, padre del pecado y de todo otro mal en la historia. El bien crece en el mundo, no tanto por mérito humano, cuanto por acción sobrenatural y constante de Dios; el mal crece dentro de nosotros y en el mundo, porque el maligno lo provoca y lo promueve haciéndolo atractivo. Con el bien llegado a su maduración culmina la acción salvífica de Dios en la historia; con el mal ya maduro, culmina el juicio de Dios sobre el pecado y sobre los hombres pecadores. Es verdad que Dios juzga con benignidad y gobierna todo con gran indulgencia (primera lectura), pero sólo si el hombre abre su alma al Espíritu que viene en ayuda de nuestra flaqueza (segunda lectura).

El bien y el mal crecen juntos. La enseñanza evangélica es también constatación de experiencia diaria. Lo constatamos primeramente en el sagrario secreto de nuestra conciencia día tra día, e igualmente lo experimentamos en el medio ambiente en que nos movemos y existimos, como también en el mundo lejano que nos llega a casa por medio de la crónica televisiva. No hay que caer en el determinismo, como si el hombre estuviera predestinado desde la eternidad para el bien o predestinado eternamente para el mal, pero la presencia de estas dos grandezas irreconciliables se impone a la simple evidencia, como algo inexorable y digno de vigilante atención.

Vence el mal con el bien. Las palabras de la primera y segunda lectura dan pie a la victoria del bien sobre el mal, gracias a la indulgencia divina y a la potencia de su Espíritu. En el mismo texto evangélico la inserción de otras dos pequeñas parábolas entre la parábola del trigo y la cizaña y la explicación de la misma, puede interpretarse como la victoria y el triunfo del bien que, siendo la semilla más pequeña, se convierte en un gran árbol, y que, siendo unos gramos de levadura, hace fermentar toda la masa. Si tal es la fuerza del bien, no podemos no convencernos de su victoria.

 

SUGEREncias PASTORALES

Apóstoles del bien. No cerraremos los ojos al mal, mas ¿por qué casi nos volvemos ciegos para el bien? Desgraciadamente el bien no tiene apóstoles, sino más bien y con frecuencia críticos. En cambio el mal, el crimen, el desorden moral está en las pantallas de la televisión, en los titulares de los periódicos y en los labios de muchos cristianos. Muchos estamos preocupados por el medio ambiente y por la ecología del planeta; habremos de interesarnos, al menos por igual, de la ecología moral de nuestros medios de comunicación social, de la limpieza ética de las calles de nuestras ciudades. Si el grado de contaminación atmosférica sube más allá de lo normal, enseguida se adoptan medidas para hacerlo descender, pero, ¿qué pasa si la contaminación inmoral sube más de lo decente y honesto? A cualquiera que ponga el dedo en la llaga, le lloverá un diluvio de críticas y no pocas veces de improperios. Ciertamente hay que atacar el mal que se ve y que se propaganda; si bien es mucho más importante y eficaz acallar el mal con la proclamación del bien, desarraigar el mal a base de bien y de bondad, de paciencia y comprensión.

¿Cristianos de élite o de masa? Esta pregunta se la hacía el Cardenal Danielou por los años sesenta. Su respuesta era clarísima: La Iglesia es de todos y hay lugar para todos. Hay santos y hay pecadores, hay líderes y hay liderados, hay trigo y hay cizaña, hay flaqueza del hombre y hay misericordia de Dios. Ecclesia sancta et peccatrix. Así es nuestra Iglesia. Aquí está presente el profundo realismo que la invade y la envuelve. Por prolongación, podríamos también decir: "Parroquia santa y pecadora", "institución religiosa santa y pecadora". Seamos realistas con nosotros mismos y en nuestra actividad pastoral. Tengamos fe, con todo, en que puede crecer en medio de nuestra comunidad parroquial o religiosa la santidad y disminuir el pecado. Con la liturgia de hoy estemos seguros de que "Dios puede utilizar su poder cuando quiera" (primera lectura) y de que "el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza... e intercede por nosotros con gemidos inefables" (segunda lectura). Convenzámonos con el Evangelio de que la semilla del bien puede transformarse en un árbol gigante.

 

Domingo XVII del TIEMPO ORDINARIO 25 de julio

Primera Lectura: 1Re 3,5.7-12; Segunda: Rom 8,28-30; Evangelio: Mt

NEXO entre las LECTURAS

Una característica del hombre es la libertad de elección. La elección es el tema que agrupa los textos litúrgicos, mediante los cuales la Iglesia nos invita a reflexionar para vivir más evangélicamente. En el evangelio el labrador elige vender todos sus bienes para comprar el campo en el que ha descubierto un tesoro, y el mercante de perlas sacrifica todas con tal de obtener una perla preciosa sin comparación. En la parábola de la red barredera ya no es el hombre el que elige, sino Dios mismo, conforme a las elecciones que el hombre haya hecho en su vida. La segunda lectura nos habla de la llamada de Dios y de la consiguiente respuesta-elección del hombre. La figura de Salomón orante, en la primera lectura, muestra que es en el ámbito de la oración donde el hombre se capacita para hacer las elecciones más auténticas.

MENSaje DOCTRINAL

La Iglesia es el Reino de Cristo "presente ya en misterio" (LG 3). La Iglesia es también el cuerpo místico de Cristo, es decir, el misterio de la encarnación prolongado en el tiempo de la historia. Las parábolas evangélicas poseen ante todo un sentido cristológico: los hombres, pero particularmente los discípulos de Cristo, son llamados a "vender" todo con tal de conseguir el tesoro que es Cristo, la perla preciosa, que es el misterio de Cristo. Quien, después de la muerte, se acerca al Padre con este tesoro y esta perla, el Padre le hará partícipe de su vida y de su gloria. Las parábolas tienen también un sentido eclesiológico, en cuanto que la Iglesia es el campo en el que el tesoro de Cristo está escondido, es el mercader que nos "vende" la perla preciosa que anhela nuestro corazón. Al hombre le interesa adquirir el tesoro y comprar la perla preciosa, pero sin la Iglesia no podrá conseguirlo. Elegir a Cristo-tesoro es elegir inseparablamente a la Iglesia, campo en que el tesoro se halla; elegir la perla preciosa es elegir a la Iglesia, el único mercader que me la puede vender. Es absurdo, y contrario a la doctrina más genuina del Evangelio y de la Tradición eclesial, el oponer Cristo e Iglesia, o el pretender un Cristo sin Iglesia o una Iglesia sin Cristo.

La elección por el campo y el tesoro o por la perla de gran valor se lleva a cabo con el corazón lleno de alegría (Mt 13,44). Comprar el campo significa prescindir de muchas cosas, tal vez muy queridas y arraigadas en la propia vida, pero ante la realidad del tesoro, no se presta atención a lo que se deja ni a la nostalgia que el alma siente por ello, sino que la atención se centra en el tesoro, en la perla, y así el alma exulta de gozo. Es el gozo de quien valora la llamada que Dios le ha hecho a la fe cristiana, a la Iglesia católica. Es el gozo de quien, mediante esta llamada y su respuesta libre, se sabe poseedor de un tesoro maravilloso que Dios le regala, y por el que Dios le hace ya ahora -y le hará definitivamente en el cielo- partícipe de su salvación y de su gloria (Rom 8,30).

Salomón en la oración supo discernir la voluntad de Dios e hizo una elección iluminada, de acuerdo con su vocación de rey y gobernante del pueblo de Israel (1Re 3,9). Es en la oración donde el hombre alcanza a descubrir más plenamente -y a elegir en consecuencia- el tesoro y la perla preciosa, es decir, el valor único y máximo de Cristo y de la Iglesia en el designio salvífico de Dios.

 

SUGEREncias PASTORALES

La elección cristiana. El mundo de hoy ofrece a los hombres y a los cristianos muchas posibilidades de elegir entre realidades muy atractivas y seductoras, al menos a la vista y al "bolsillo". Una enorme desgracia que incumbe sobre los hombres es el engaño y los espejismos, el creer que haya un tesoro en un campo donde no lo hay en realidad, el soñar con un tesoro que de verdad no existe, valorar como perla preciosa lo que no es sino oropel y baratija. Luego, con el tiempo, vienen los desengaños, las frustraciones... ¿Quién les orientará en la búsqueda del verdadero tesoro?

Muchos cristianos, muchos fieles de nuestra parroquia, necesitan posiblemente valorar, por sí mismos o con la ayuda de otro, el tesoro inapreciable de Cristo y el campo, la Iglesia, en que este tesoro está escondido. Lo poseen como una herencia, como un cuadro antiguo que adorna una de las paredes de la casa. El cuadro está ahí, como podía estar en otro lugar. Esa herencia debe ser objeto de elección. Pero, ¿cómo van a elegir a Cristo, si Cristo es sólo una herencia, y no es un tesoro para ellos, si no es el supremo valor de su existencia? ¿Cómo van a amar a la Iglesia y a trabajar en la Iglesia, si no es el único campo en el que se encuentra el tesoro de Cristo? Es urgente que el cristianismo sea una herencia que se valora, que se elige y que llena de gozo la vida.

El sentido de la vocación. Se ha de buscar ampliar el concepto de vocación en la mente de los hombres y de los mismos cristianos. Existe la vocación a la vida, la vocación al matrimonio, la vocación al sacerdocio o a la vida consagrada, la vocación al apostolado laical, la vocación al cielo... En definitiva, es importante que el hombre "se sienta llamado", es decir, elegido, interpelado. La vida humana, y de modo más hondo la vida cristiana, es un diálogo de libertad entre Dios y el hombre: Dios que llama y el hombre que responde. Dios nos llama a nuestra plena realización humana y cristiana, el hombre ha de responder a este llamado, y, según la respuesta, decide sobre su historia y su destino. Vivir la vida ordinaria con sentido de vocación ofrece una perspectiva nueva a la existencia. Realizar las pequeñas decisiones concretas de cada día como respuestas a un Dios que llama, nos ayuda a tomar nuestras decisiones con mayor responsabilidad y además da un gran valor al ejercicio de nuestra libertad en los pequeños asuntos diarios.

 

Domingo XVIII del TIEMPO ORDINARIO 1 de agosto

Primera Lectura: Is 55, 1-3; Segunda: Rom 8,35.37-39 ; Evangelio: Mt

NEXO entre las LECTURAS

Aunque la palabra no aparezca en los textos litúrgicos, la generosidad de Dios es tal vez la clave de los mismos. Generosidad de Dios que invita a participar gratuitamente en el banquete mesiánico: "Venid aunque no tengáis dinero, comprad trigo y comed de balde" (Is 55,1). Generosidad de Dios, revelada por Jesucristo al multiplicar los pocos panes y peces para miles de personas, saciar su hambre y todavía recoger doce canastos de sobras (Evangelio). Ante la generosidad de Dios, Pablo piensa que no puede haber nada, ni en el cielo ni en la tierra, que pueda separarnos del amor del Padre manifestado en Cristo Jesús (cf Rom 8, 38-39).

 

MENSaje DOCTRINAL

En la Sagrada Escritura Dios recibe muchos nombres. Es el Dios omnipotente, justo, sabio, creador, rico en misericordia... No hay un texto donde se diga que Dios es generoso, pero este rasgo divino colorea e impregna todos los demás atributos. La omnipotencia, la justicia, la misericordia divinas son emanación de su generosidad inagotable. Así podemos decir que Dios es extremamente generoso al manifestar su poder, su justicia, su misericordia. En la primera lectura de hoy se revela la generosidad de Dios en un contexto de alianza; Dios toma la iniciativa de hacer alianza con su pueblo, y Dios mismo "paga" el banquete con el que terminaba el pacto de alianza. Cristo, en la multiplicación de los panes, subraya la generosidad divina mediante la sobreabundancia de alimento. En el discurso del pan de vida Jesús dirá: "Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed" (Jn 6, 35). Cristo en persona es ese alimento sobreabundante, que nunca se acaba, y que nos ha sido dado por el Padre.

La generosidad de Dios no es un alarde llamativo de poder ni un señuelo para impresionar y atraer la admiración de los hombres; la generosidad divina responde a la indigencia humana, al desvalimiento más hondo de los hombres. La necesidad más perentoria del hombre es la subsistencia, y Dios derrocha su generosidad mediante la fertilidad de la tierra y la fecundidad de las plantas y de los animales. El hombre siente el deseo ardiente de lo divino, de la unión con Dios, y la generosidad divina satisface plenamente ese deseo revelándose como Dios de la historia y como esposo fiel de alianza. El hombre, atenazado por el pecado, poseído por el arrepentimiento, necesita del perdón, y la generosidad de Dios le abre los brazos de su misericordia como a un hijo pródigo. El camino por la vida se hace largo al hombre, y está lleno de asechanzas, por eso busca una mano fuerte en su mano, un paso compañero y amigo, y así Dios se muestra generoso con él mediante la Eucaristía y mediante el don del Espíritu Santo. En el corazón del hombre bulle el anhelo de vida inmortal, de sobrevivencia, y la generosidad de Dios nos revela a Cristo resucitado y nuestro destino de resucitados con Cristo. En última instancia, podemos afirmar que Jesucristo, desde su encarnación hasta su ascensión, no ha dejado de mostrarnos a los hombres el dulce rostro de Dios, Padre del amor generoso.

 

 

Pablo comenzó a entender el amor generoso de Dios cuando Cristo se le apareció en el camino de Damasco. Luego, con el paso de los años fue ahondando, por revelación divina asimilada en largas horas de oración, la grandeza infinita del amor de Dios (longitud, latitud, altura y profundidad). Ante la fuerza tan extraordinaria del amor generoso del Padre, Pablo -y con él todos los discípulos de Cristo- reacciona de modo auténtico y coherente: "Estoy seguro que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente, ni lo futuro,... podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8, 38-39). El cristiano no puede dejar de sentirse generoso en la respuesta a la generosidad de Dios.

 

SUGEREncias PASTORALES

Entre nuestros fieles cristianos surgen no pocas veces quejas contra Dios, pues se le achaca del origen de todos los males personales o comunitarios. Si muere un inocente, Dios es el culpable. Si un hijo se droga o es sieropositivo, Dios tiene la culpa. Si sucede un accidente a un ser querido, no se nos ocurre otra salida que quejarnos de Dios, que no se cuida de nosotros. Casi no hay desgracia en que no se mencione a Dios como responsable. Es una escapatoria fácil a la propia responsabilidad; es un alibi ante el mal uso de la libertad humana; es el "chivo expiatorio" de tantos errores humanos, de tantos desórdenes, de tantas violaciones de la justicia y de la dignidad. ¿Es que Dios habrá dejado de ser generoso con el hombre y se habrá convertido en un avaro mercader de nuestra felicidad? ¿No será que descargamos sobre Dios lo que no es sino culpa del obrar libre de los hombres? ¿No será mucho mejor abrir los ojos a un Dios cuya generosidad sigue actuando y manifestándose hoy, igual que ayer, en el individuo y en la historia?

Ante la imagen de un Dios enemigo de la felicidad humana, de un Dios "cruel" que se deleita con el sufrimiento de los hombres, imagen totalmente equivocada e indigna, pero realmente existente entre no pocos en el mundo actual, los cristianos con nuestras actitudes vitales y con nuestras palabras, estamos llamados a ser pregoneros del Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, cuya generosidad es infinita como lo es su amor y su misericordia. Hay que meditar más en la generosidad de Dios, para adquirir facilidad en descubrirla, para valorarla cada vez más, para poder hablar de ella con convicción y calor, para dar testimonio de ella sin acepción de personas. Los santos, nuestros hermanos y maestros, nos dicen con su vida cómo percibieron la generosidad divina, y nos pueden ofrecer formas concretas y estimulantes para hacer nosotros lo mismo.

 

Domingo XIX del TIEMPO ORDINARIO 8 de agosto

Primera Lectura: 1Re 19, 9.11-13; Segunda: Rom 9, 1-5, Evangelio: Mt

NEXO entre las LECTURAS

Dios se revela a Elías en el suave susurro de la brisa sobre el monte Oreb (primera lectura); Jesucristo se revela a los discípulos como Hijo de Dios mediante su señorío sobre las aguas agitadas del mar y sus misteriosas palabras: "Yo soy, no temáis" (Evangelio). Por su parte, Pablo es muy consciente de que Dios se ha revelado al pueblo de Israel: "Les pertenecen la adopción filial, la presencia gloriosa de Dios, la alianza, las leyes, el culto y las promesas" (Rom 9,4). La respuesta de Elías es de temor sagrado ante la presencia de Yavéh: "Se cubrió el rostro con su manto" (1Re 19,13). La respuesta de Pedro es de duda: "Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?" (Mt 14,31), mientras que la del conjunto de los discípulos es de fe: "Verdaderamente eres Hijo de Dios" (Mt 14,33). Pablo sabe muy bien que el pueblo de Israel ha dado una respuesta desacertada y no ha sido fiel a la revelación divina, por eso le invade una gran tristeza y un continuo dolor del corazón (segunda lectura). Revelación de Dios, respuestas del hombre, he aquí en síntesis el mensaje de la liturgia.

MENSaje DOCTRINAL

Dios se revela a los hombres no por conceptos sino mediante acciones simbólicas o en una relación dialogal. A Elías que huyó del monte Carmelo para no ser asesinado por Jezabel (1Re 19,1-3), Dios le hace atravesar la tierra de Palestina de norte a sur, para llevarle hasta el monte Oreb, el monte santo del yahvismo y de las revelaciones divinas. En el ámbito sagrado de la montaña, en soledad y oración, Dios se revela a Elías. A Moisés se le reveló entre relámpagos, fuego y truenos (cf Ex 19,16-19), como señor de las fuerzas de la naturaleza. A Elías, sobre el mismo monte, siglos más tarde, se le revelará como el susurro de una suave brisa, con la suavidad de un beso de madre o de una caricia de mujer.

Jesucristo ha pasado largas horas de oración, de diálogo con el Padre (cf Mt 14,23). Los discípulos luchan casi impotentes contra las olas embravecidas del lago de Tiberíades. De repente ven que viene hacia ellos una figura humana, semejante a la de Jesús. Se asustan. Creen ver un fantasma. Jesús aprovecha esta circunstancia para revelárseles en su identidad más íntima, mediante un gesto simbólico. Como Yavéh (Job 9,8; cf Sal 77,20), él camina sobre las ondas del mar, mostrando así que es el señor del mar y de la naturaleza. Como Yavéh a Moisés (cf Ex 3,15), él revela a los discípulos su nombre divino: "Yo soy". Jesús muestra su poder divino, pero sobre todo revela a los suyos su filiación divina.

Pablo nos recuerda las prerrogativas extraordinarias de Dios para con Israel, subrayando que "suyos son los patriarcas y de ellos, en cuanto hombre, procede Cristo" (Rom 9,5). Con los patriarcas comienza la revelación histórica de Dios, con Cristo dicha revelación culmina y llega a su plenitud; y este misterio de revelación se lleva a cabo en el ámbito del pueblo elegido. Así es como Dios se nos revela el fiel por excelencia, que no se arrepiente de su elección ni de sus promesas. La elección y la alianza de Dios con Israel, a pesar de su infidelidad, sigue en pie. Siendo la revelación de Dios la expresión de un diálogo con el hombre, requiere por su misma naturaleza de una respuesta. Elías responde con la obediencia de fe (1Re 19,15-18) a fin de que el monoteísmo yahvista se mantenga en la tierra de Israel. Pedro responde con el miedo y la duda, ante una situación que el mismo ha provocado, poniendo a prueba el poder de Jesús. El pueblo de Israel ha respondido rechazando la revelación del mesianismo de Jesús y su filiación divina. Los discípulos, finalmente, son los que han dado la respuesta mejor y más completa: "Verdaderamente tu eres Hijo de Dios". Nuestra respuesta a la revelación de Dios, que nos ha sido conservada y transmitida por la Iglesia, debe ser, en palabras del Vaticano II, "someterse con la fe. Por la fe, el hombre se entrega entera y libremente a Dios..., asintiendo libremente a lo que Dios revela" (DV 5).

 

SUGEREncias PASTORALES

Para poder dar una respuesta a un interlocutor, se debe conocer el contenido de sus palabras o de su propuesta. Si el hombre de hoy quiere dar una respuesta responsable y madura a la revelación de Dios, lo primero es que conozca esta revelación. Es bastante evidente que durante un período de años hubo un "vacío doctrinal" en la catequesis (tal vez todavía exista en algunas partes), y que la revelación de Dios que la Iglesia nos transmite en parte se desconoce o se conoce mal o de modo incompleto. Hay aquí una gran labor formativa que realizar en las parroquias, en los grupos juveniles, en los movimientos de la Iglesia. Esta labor es dura, pero indispensable, para que la experiencia fuerte de conversión de unos o el entusiasmo religioso de otros no lleguen a ser una experiencia defraudante o una explosión temporal del sentimiento. Nunca se insistirá demasiado en la urgencia de catequistas, numerosos y bien formados, catequistas de niños, de jóvenes y de adultos, para que la respuesta de la fe sea auténtica y madura.

No basta conocer la revelación de Dios, la fe de la Iglesia. Sabemos por experiencia de los siglos y de nuestros días -y de ello da fe la liturgia de este domingo- que el hombre, en virtud de su libertad, puede dar respuestas muy variadas, y de hecho las da. Está quien da la respuesta del rechazo, del desinterés o indiferencia, incluso de la hostilidad abierta al mensaje cristiano. Hay quienes creen, pero a su manera, dejándose guiar por criterios subjetivos ante el depósito de la fe objetiva de la Iglesia. Otros creen, pero tienen "agujeros o goteras" en su fe, pues les resulta "imposible" aceptar ciertas verdades de fe o de moral católicas. La verdadera respuesta, la que hemos de buscar para nosotros mismos y para nuestros feligreses, es la respuesta completa, segura, responsable: la obediencia de la fe.

 

Solemnidad de la Asunción 15 de agosto

Primera Lectura: Ap 11,19; 12,1-6.10; Segunda: 1Cor 15,20-26 ; Evangelio:

"Ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso" (Lc 1,49), he aquí el mensaje central de la liturgia de la Asunción de María. La ha hecho Madre de Dios, como nos recuerda el Evangelio. La ha hecho Madre de la Iglesia, que, como María, continúa dando a luz a Cristo, en medio del dolor y entre los ataques del dragón, hasta el fin de los tiempos (segunda lectura). La ha hecho partícipe de la gloria de su Hijo resucitado, mediante la Asunción, en cuerpo y alma, a los cielos. María en su humildad reconoce y alaba al Señor por las grandes cosas que en Ella ha realizado (Evangelio).

 

MENSaje DOCTRINAL

En el ciclo litúrgico, la Iglesia presenta a nuestra consideración las grandezas de María: su Inmaculada Concepción (8 de diciembre), su divina Maternidad (1 de enero), su virginidad en la Anunciación (25 de marzo) y finalmente su Asunción a los cielos (15 de agosto). La Asunción es, pues, la culminación de la obra poderosa de Dios en María. ¿En qué consiste esta grandeza de la Madre de Cristo y de la Iglesia?

Es la participación y asociación al triunfo de su Hijo Jesucristo. Cristo ha resucitado, Cristo ha partido de este mundo al reino del Padre. María tiene todavía una misión que cumplir, la misión de Madre de la Iglesia. Pero llega un momento en que su misión en la tierra ha terminado, y por tanto también el curso de su vida terrena. En la fe de la Iglesia, al final de la historia tendrá lugar la resurrección de los muertos. El poder de Dios y de su Hijo ha anticipado para María ese momento final, que se realiza después de su muerte. Así toda su persona, en su alma y cuerpo, Arca en que habitó el Hijo de Dios durante 9 meses, cuerpo "hecho de barro purísimo" en cuanto nunca fue manchado por el pecado, participa de un modo singular de la Resurrección de Jesucristo y anticipa la resurrección de los demás cristianos.

Es la glorificación del ser humano en su misma corporeidad. En la Asunción de María, por el poder de Dios, tiene lugar y plena realización la perfección natural del hombre, pues la muerte, con el desgarramiento que comporta de la unidad substancial del ser humano, es algo violento e "innatural". La naturaleza humana gime con gemidos inenarrables esperando la redención y ser liberada de la servidumbre de la corrupción (cf Rom 8, 18-25), es decir, esperando la unión definitiva de su ser entero y completo. La naturaleza humana de María no gime, ella goza ya de esa unión definitiva al lado de su Hijo. Así pudo escribir san Germán de Constantinopla: "Su cuerpo está exento de disolverse y convertirse en polvo, y, sin perder su condición humana, fue transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y partícipe de la vida perfecta".

Es la primicia y la prenda segura, junto a Cristo, de la resurrección de nuestra carne, como proclamamos en el Credo. El término "carne", nos dice el Catecismo, designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad. La resurrección de la carne significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros "cuerpos mortales" (Rom 8,11) volverán a tener vida (CIC 990). En esta extraordinaria obra de poder divino el protagonista, sea en la resurrección de Cristo, sea en la Asunción de María, sea en la resurrección de los muertos, es el Espíritu Santo: "Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros" (Rom 8,11).

SUGEREncias PASTORALES

El valor del cuerpo. El cristianismo valora grandemente el cuerpo humano, porque es Dios quien lo ha creado, es Dios quien lo ha asumido haciéndose hombre, es Dios quien lo ha hecho por la gracia templo de la santísima Trinidad, es Dios quien lo destina a la resurrección. Porque lo valora, el cristianismo nos enseña a conservarlo, cuidarlo, protegerlo, amarlo. Lo que el cristianismo rechaza es el "culto del cuerpo", el hacer del cuerpo un ídolo al que se sacrifican e inmolan realidades de valor superior. Desgraciadamente hay personas para quienes "vales lo que vale tu cuerpo a sus ojos". Los cristianos cuidan su salud, cuidan el arreglo personal con sencillez y sobriedad, pero no malgastan ni se exceden en el empleo de tiempo y dinero para "mimar" el cuerpo. ¿Valoramos los cristianos suficientemente el tiempo como para no "malgastarlo" en el culto al cuerpo? ¿Hemos pensado el bien que se podría hacer con el dinero que se derrocha para mimar el cuerpo?

El respeto al cuerpo. Nuestra corporeidad es un don de Dios, que hemos de agradecer a la vez que respetar. El cuerpo no es la carne, es la visibilidad de la persona, y por eso también goza de dignidad y merece respeto. Deja de respetar su cuerpo quien se droga o se emborracha, quien gestiona su sexualidad como un placer, quien maltrata su salud fumando en exceso, o pone en peligro su vida y la de los demás manejando alocadamente. Se ha de respetar también el cuerpo de los demás, evitando la violencia y los malos tratos, mirándolos con modestia, no incitando a los demás a desórdenes y perversiones sexuales, valorando a las personas por lo que son más que por la medida y la figura de su cuerpo. La fiesta de la Asunción es un canto al valor y al respeto del cuerpo, que será glorificado por Dios, de modo a nosotros desconocido, en la eternidad. En definitiva, es un canto agradecido al poder extraordinario de Dios que ha realizado en la humanidad de María Santísima, y que realizará en el cuerpo humano, algo fuera de nuestro alcance, y que es maravilloso.

 

Domingo XXI del TIEMPO ORDINARIO 22 de agosto

Primera Lectura: Is 22, 19-23; Segunda: Rom 11, 33-36; Evangelio: Mt 16,

NEXO entre las LECTURAS

La figura de Pedro, que confiesa a Jesús Mesías e Hijo de Dios, llena la escena litúrgica de este domingo. Jesús lo constituye la Roca de la Iglesia, le da las llaves del edificio eclesial y le otorga el poder de atar y desatar (Evangelio). La primera lectura nos habla de Eliaquín, elegido por Dios para ser mayordomo de palacio, en tiempos del rey Ezequías, y que prefigura a Pedro: "El será padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. Pondré en sus manos las llaves del palacio de David". San Pablo, en la segunda lectura, se asombra de las decisiones insondables de Dios y de sus inescrutables caminos respecto al pueblo de Israel. La liturgia, al relacionar este texto con el Evangelio, nos invita a admirar y sobrecogernos ante el gran misterio de la elección de Pedro para ser Roca y Mayordomo de su Iglesia.

MENSaje DOCTRINAL

"Tú eres Roca, y sobre esta Roca, edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18). En el Antiguo Testamento, el símbolo de la Roca se aplica a Yavéh: "Sólo Dios es mi Roca" (Sal 62,3). En el Nuevo Testamento, Pablo lo atribuye a Cristo: "No puede haber otro cimiento del que ya está puesto, y este cimiento es Cristo" (1Cor 3,11). En los labios de Jesús, según el Evangelio de Mateo, el símbolo es adjudicado a Pedro. No hay contradicción en la pluralidad de símbolos: Dios es el único fundamento sólido de nuestra seguridad y de nuestra fe; para revelársenos como tal a lo largo del tiempo instituyó la Iglesia, cuyo fundamento invisible es Jesucristo. Pedro en sus sucesores es, por misteriosa voluntad de Cristo, el fundamento visible sobre el que se yergue el edificio de la Iglesia. Siendo Pedro sólo representación de un fundamento divino, se entiende la promesa del Señor: "El poder del abismo no la hará perecer" (Mt 16,19). Ningún poder, por oscuro y tenebroso que sea, puede destruir a Dios y, por tanto, a la Iglesia, de la que Dios es el verdadero fundamento.

"Te daré las llaves del reino de los cielos" (Mt 16,19). Pedro recibe de Cristo el poder y la autoridad sobre la Iglesia, como Eliaquín recibió las llaves del palacio de David. Mayordomo sólo hay uno, por eso su autoridad es única y exclusiva: "Cuando abra, nadie podrá cerrar; cuando cierre, nadie podrá abrir" (Is 22,22). Es mayordomo, pero a la vez es padre: "El será un padre para los habitantes de Jerusalén y la casa de Judá" (Is 22,21), que debe imitar la paternidad de Dios: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48). Por consiguiente, es un mayordomo cuya autoridad está orientada a servir lo mejor posible a la familia de Dios, está presidida por el amor y dirigida a ofrecer a todos el mejor servicio al bien y a la verdad.

"Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo" (Mt 16,19). Pedro es el intérprete autorizado del designio de Dios sobre los hombres en las vicisitudes, con no poca frecuencia embrolladas, de la historia. Lo que "ata y desata" responde, no a inclinación natural o pasional, sino a una voluntad extraordinaria de fidelidad y obediencia a Dios que le ha dado tal encargo. Esto es un gran misterio, como nos recuerda la segunda lectura, pues son decisiones de un hombre, que afectan a la vida de los hombres, pero decisiones cuyo origen y proveniencia es Dios mismo. Por eso, maduran sobre todo, presupuesta la reflexión y la consulta, en la escucha de la Palabra de Dios y en la plegaria constante y humilde.

 

SUGEREncias PASTORALES

Confianza en la Roca. La Roca de nuestra fe no la creamos los hombres, nos la da Dios. Esa Roca visible, humana y temporal, es el Papa. Tener confianza en la Roca es en definitiva fiarnos de Aquel que nos la da. Igualmente, desconfiar de la Roca o prescindir de ella, al menos en ciertas cosas y casos, es disminuir nuestra confianza en Dios que ha constituido a Pedro y sus sucesores como tal. Si la confianza en la Roca tambalea, puede provenir tal vez de que fijamos nuestra mirada y atención en el hombre que tal función desempeña, cuando más bien hemos de poner nuestros ojos en Dios, que se hace garante de la solidez y fuerza de la Roca. ¿Tenemos nosotros, sacerdotes, esa confianza firme en la Roca de Pedro? ¿Y nuestros feligreses? ¿Qué podemos hacer para aumentar en ellos la confianza en el Santo Padre: en su persona, en sus enseñanzas, en sus decisiones?

Amor y docilidad al Papa. El es el padre común de todos los cristianos, que se desvive por todos y a todos los abraza. El amor pide amor. El es la Roca de la verdad, que nos infunde una seguridad inquebrantable. La verdad pide asentimiento y acogida, vivir iluminados por ella. El es el mayordomo de la Iglesia, siempre dispuesto a administrarla con bondad y a servirla lo mejor posible. La actitud de servicio requiere reconocimiento, gratitud. El es el intérprete auténtico de la revelación y del designio de Dios. Tal vocación exige de los cristianos humildad, docilidad, obediencia sobrenatural. El es un misterio de Dios, que supera nuestras capacidades humanas. Ante el misterio cabe solamente una postura generosa y alegre de fe y de amor filial. En una sociedad tan crítica para la autoridad como la nuestra, un espléndido servicio que podemos hacer los sacerdotes es promover el amor, la confianza, la docilidad al Santo Padre, a sus enseñanzas, a sus exhortaciones.

¿De qué medios puedo echar mano en mi parroquia o en mi comunidad para lograrlo?

 

Domingo XXII del TIEMPO ORDINARIO 29 de agosto

Primera Lectura: Jer 20, 7-9; Segunda: Rom 12, 1-2 ; Evangelio: Mt

NEXO entre las LECTURAS

La Voluntad de Dios es la suprema norma del profeta Jeremías, de Jesucristo y de los cristianos. Inseparable de la voluntad divina es la cruz, el sacrificio por fidelidad a ella. Jeremías siente el aguijón de la rebelión, de tirar todo por la borda; pero "(la palabra de Dios) era dentro de mí como un fuego devorador encerrado en mis huesos; me esforzaba en contenerlo, pero no podía" (Primera lectura). El evangelio de hoy sigue a la proclamación que Pedro hace de Jesús como Mesías e Hijo de Dios (domingo anterior). Jesús quiere dejar bien sentado cuál es el sentido de su mesianismo según el designio de Dios: "Ir a Jerusalén y sufrir mucho por causa de los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley; morir y al tercer día resucitar" (evangelio). San Pablo nos enseña que el auténtico culto consiste en ofrecerse como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

La Voluntad de Dios es el ordenamiento divino de la historia para salvación de los hombres. Este ordenamiento, siendo divino, tiene una lógica diversa de la humana, puede incluso llegar a parecer contradictorio y hostil. El profeta Jeremías sabe algo de esto. Él era un hombre pacífico, pero Dios le llamó a una vocación opuesta a su inclinación natural: tiene que gritar "ruina, destrucción". A pesar de todo, es tal la fuerza con que la Voluntad divina le sacude interiormente y le devora, que no puede decirle que no. La "pasión" de Jeremías, como él nos la cuenta en sus "confesiones" es la expresión más fiel de su fidelidad al plan misterioso de Dios sobre la historia humana.

En el relato evangélico, Jesús anuncia por primer vez cuál es la voluntad de Dios para él en el futuro: "Comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y que tenía que sufrir mucho" (Evangelio). Pedro, movido quizás por afán de protagonismo y por amor mal entendido a Jesús, quiere apartar a éste del camino de Dios, camino de pasión y de cruz. Jesús conoce cuál es la Voluntad de su Padre, y no puede permitir que nadie se entrometa en su relación personal con Dios. Como hombre, le cuesta muchísimo aceptar este camino de Dios, tan duro y penoso, pero la adhesión al Padre tiene tal peso en su vida que nada ni nadie le podrá apartar de su Voluntad. Es tal la pasión por la Voluntad del Padre que no tiene reparos en llamar a Pedro "Satanás", pues ante sus ojos es como un diablo que pretende apartarle del designio de Dios sobre él.

Jeremías y sobre todo Jesús nos muestran la necesidad e importancia de conocer la voluntad de Dios y, consiguientemente, de adherirse a ella con todo el corazón y con todas las fuerzas del alma, sin titubeos, sin complicidad alguna, aunque sea pequeña, con el maligno. Del conocimiento y del amor a la Voluntad divina se ha de pasar a la vida: Hacer la Voluntad de Dios, con las dificultades, sufrimientos y penalidades que esto implique. Por eso, Jesús es muy claro: "Si alguno quiere venir detrás de mí (es decir, si alguien quiere hacer en todo, como yo, la Voluntad de mi Padre), que renuncie a sí mismo (es decir, a su propio pensar y querer, tan humanos, y tan lejos del pensar y querer de Dios), cargue con su cruz y me siga" (Evangelio). San Pablo, por su parte, pide a los cristianos de Roma ofrecerse "como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios" (segunda lectura).

Conocer, amar y hacer la Voluntad de Dios es una tarea para "hombres nuevos", que luchan para deshacerse de los criterios de este mundo, y sobre todo se dedican a renovarse y transformarse interiormente. Sólo estos hombres renovados "pueden descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto" (segunda lectura).

SUGEREncias PASTORALES

Las huellas de la Voluntad de Dios. Las grandes huellas de la Voluntad de Dios están inscritas primeramente en nuestra misma naturaleza, luego en nuestra vocación cristiana, y finalmente en nuestro estado y condición de vida. Por eso, hace la voluntad divina aquel que se comporta conforme a su condición de ser racional y espiritual, vive como fiel seguidor de Jesucristo dentro de la comunidad eclesial, cumple bien con sus deberes de estado y con su trabajo o profesión. La mayoría de los hombres percibimos con relativa facilidad estas huellas, pero caminar por ellas y seguirlas ya es otra cosa. Encontramos muchas cosas atractivas que nos distraen, muchos obstáculos que no siempre estamos dispuestos a superar, muchas resistencias a comportarnos según nos dicta nuestra conciencia. ¿Cuáles son las distracciones, obstáculos, resistencias que hay en nuestro ambiente, en nuestra parroquia, en nuestra comunidad, en nosotros mismos?

La cruz y la gloria. En la Pascua, cima del plan de Dios para Jesucristo, se entretejen la cruz y la gloria. En la vida del cristiano, en el proyecto de Dios para cada uno de nosotros, no es diferente. La voluntad de Dios no es que sea primero cruz y luego gloria, o viceversa. Es cruz y gloria al mismo tiempo. Conocer, adherirse, hacer la voluntad de Dios comporta un tanto por ciento de cruz y otro tanto por ciento de gloria, distinta pero inseparablemente. Quien hace la voluntad de Dios ofrece un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Quien hace la voluntad de Dios percibe, en medio del dolor, un canto interior de gozo y de paz, que preludia la gloria de la que participará con Cristo en el reino de los cielos. Hay quienes sólo ven la cruz, y hay quienes sólo quisieran ver la gloria. El auténtico cristiano anuda entrambas en la misma voluntad de Dios, y las acepta con amor y gozo.

 

 

Domingo XXIII del TIEMPO ORDINARIO 5 de septiembre

Primera Lectura: Ez 33, 7-9; Segunda: Rom 13,8-10 ; Evangelio: Mt

NEXO entre las LECTURAS

El catecismo, basándose en el Concilio Vaticano II, presenta varios símbolos de la Iglesia: redil, labranza, construcción, templo, familia, cuerpo místico de Cristo, pueblo de Dios (cf 753-757). La celebración litúrgica de hoy insinúa uno más: la Iglesia-comunión. El texto evangélico elegido para este domingo está tomado del llamado discurso eclesial, cuyo núcleo es el amor fraterno. En la primera lectura, Ezequiel, constituido centinela del pueblo de Israel, siente la responsabilidad de corregir al hermano extraviado, para ser fiel a su vocación de vigía de la comunidad. San Pablo, dirigiéndose a los cristianos de Roma, no duda en afirmar rotundamente: "El amor es la plenitud de la ley".

MENSaje DOCTRINAL

La Iglesia-comunión es ante todo el sacramento de la unión íntima de los hombres con Dios. La comunión de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. En el evangelio Jesús nos dice: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre (para orar al Padre), allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20). La voz de Ezequiel debe resonar en medio del pueblo para que el malvado se corrija de su conducta y se convierta a Dios (primera lectura). La Iglesia, por tanto, es responsable de invitar a los hombres a la unión con Dios, y habrá de usar para ello de todos los medios legítimos y eficaces. Dejaría de ser Iglesia-comunión si olvidase esta dimensión vertical, que pone de relieve el carácter instrumental de la Iglesia, a la vez que su vocación universal (ningún hombre está excluido del llamado de la Iglesia a la comunión con Dios). La Iglesia ha tomado mayor conciencia de su vocación de instrumento de comunión de los hombres con Dios: primeramente en relación a sus hijos, a quienes ofrece la revelación de Dios en Jesucristo y los medios para dar una respuesta adecuada y generosa; luego, mediante el diálogo ecuménico y el diálogo interreligioso, que constituyen dos formas actuales de esta conciencia eclesial, para quienes no pertenecen visiblemente a ella.

La Iglesia es también signo e instrumento de la unión de los hombres entre sí. La comunión de los hombres con Dios desemboca, casi espontáneamente, en la unión fraterna. Es la unión de todos en el amor, en cuanto que somos hermanos de fe, pero en la que cada uno cumple con su función propia. Quien es centinela y guía expresará su amor dirigiendo y, si es necesario, corrigiendo a quien se desvía, en un clima de responsabilidad y de libertad. En la Iglesia-comunión todos nos sentimos obligados a fomentar la unión y el amor, a buscar el bien de los demás, a amarlos deseándoles lo mejor. La corrección fraterna, de la que nos habla el evangelio, tiene aquí su aplicación, si bien el modo de llevarla a cabo reviste formas de realización muy diversas, según las circunstancias de tiempos y lugares, y según las tradiciones religiosas peculiares y las culturas propias.

La Iglesia-comunión habrá de procurar el evitar la excomunión de alguno de sus miembros, pero ésta puede llegar a ser en ocasiones necesaria, como exigencia de la misma comunión, para preservar la unidad y la paz entre los hermanos. "Si tampoco hace caso a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano", nos enseña Jesús en el Evangelio. Propiamente hablando, no es la Iglesia quien excomulga a uno de sus miembros, es más bien él quien libremente se autoexcluye de la comunión. En efecto, son bien sabidos todos los esfuerzos de la Iglesia para salvar la comunión, cuando surgen posiciones de disenso en puntos esenciales del dogma o de la moral. En todo caso, la Iglesia-comunión siempre tiene los brazos abiertos para acoger de nuevo al hermano e integrarlo en la familia eclesial. Las fantasías periodísticas de una Iglesia anclada en el poder, encerrada en posiciones retrógradas, autoritaria y enemiga del progreso, son anacronismos y clisés estereotipados, que no merecen nuestra atención.

 

SUGEREncias PASTORALES

El amor es la plenitud de la ley. Cada parroquia, cada comunidad eclesial existe, es auténtica si hay entre sus miembros verdadero amor a Dios y verdadero amor recíproco. Cada parroquia debe ser, ante todo, un proyecto visible del amor del hombre a Dios y del amor de Dios al hombre. La primera preocupación del párroco y de los parroquianos habrá de ser, no que funcione bien el horario de misas dominicales, que la ceremonia de las primeras comuniones resulte perfecta o que el oratorio organice actividadaes atractivas y esté siempre lleno de chavales, sino que cada uno de los feligreses abra su mente y su corazón a Dios y lo escuche en el interior de su conciencia. Después vendrá todo lo demás, como por añadidura: asistencia a la misa dominical, recepción de los sacramentos, amor sincero a los hermanos e interés por su bien y felicidad, organización de actividades, acción benéfica y solidaridad con los necesitados, benedicencia, espíritu de colaboración, etcétera.

La corrección fraterna. En la enseñanza de Cristo, la corrección fraterna hace concreto el amor a los hermanos. En una diócesis, en una parroquia, en una comunidad religiosa no todo ni todos serán perfectos y siempre habrá cosas y comportamientos que se puedan mejorar. La corrección fraterna tiene aquí su razón de ser: responder, como individuos y como comunidad, lo mejor posible a la vocación cristiana y eclesial que hemos recibido. ¿Cómo? No parece acertado el camino de la murmuración, de la maledicencia o de la rebeldía, que ciertamente no es nada cristiano. La respuesta al cómo admite muchísimas variaciones, que serán todas buenas si se realizan con respeto, prudencia y caridad sincera. "El que ama no hace mal al prójimo; en resumen, el amor es la plenitud de la ley" (Rom 13, 10).

 

 

Domingo XXIV del TIEMPO ORDINARIO 12 de septiembre

Primera Lectura: Sir 27,30 - 28,7; Segunda: Rom 14,7-9 ; Evangelio: Mt

NEXO entre las LECTURAS

La palabra "perdón" abunda en los textos de este domingo. Ante todo el perdón que Dios otorga: "El señor tuvo compasión de aquel siervo, lo dejó libre y le perdóno la deuda" (Mt 18, 27). Luego el perdón fraterno, condición necesaria y previa del perdón divino: "Perdona a tu prójimo la ofensa, y cuando reces serán perdonados tus pecados" (Sir 28,2). En tercer lugar, el perdón sin límites: "¿Cuántas veces he de perdonar a mi hermano cuando me ofenda? ¿Hasta siete veces? Jesús respondió a Pedro: No te digo siete veces, sino setenta veces siete" (Mt 18,21-22). Finalmente, el motivo del perdón, que no es otro sino nuestra pertenencia al mismo Señor: "Ninguno de nosotros vive para sí mismo...si vivimos, vivimos para el Señor" (Rom 14,7-8).

MENSaje DOCTRINAL

Con la parábola del perdón Jesús nos enseña de modo magistral, a la vez que discreto, que todos somos deudores ante Dios. Que esta deuda excede todas nuestras posibilidades de pago, y que por tanto es imposible por parte nuestra restablecer la justicia. Sólo queda lugar para el perdón y la condonación. Es lo que hace Dios. Antes del imperativo del perdón, Dios nos da ejemplo de perdón en la figura del señor de la parábola. Jesucristo, Dios entre nosotros, sigue el mismo camino: "Perdónalos, no saben lo que hacen" (Lc 23,34). La enorme deuda del hombre para con Dios es el pecado, es decir, no dar la medida, quedarse muy por debajo de lo que debería ser según el designio de Dios. En esta situación podría actuar la justicia divina, haciendo al hombre vivir en un eterno distanciamiento de su misma identidad y de Dios, pero en lugar de la justicia Dios pone en movimiento la misericordia y el perdón: "El señor tuvo compasión de aquel siervo, lo dejó libre y le perdonó la deuda".

Perdón pide perdón. El hombre perdonado por Dios, reconciliado con él, ha de seguir las huellas divinas del perdón, y saber también perdonar y reconciliarse con el hermano. Todos, en algún momento, ofendemos a los demás y recibimos ofensas de ellos. Perdonar a quienes nos ofenden y recibir el perdón de aquellos a quienes nosotros ofendemos, es la actitud que Dios espera de nosotros, y para la que nos da su gracia. Debe ser un perdón generoso, sin límites de ningún género: "hasta setenta veces siete". Debe ser un perdón que tiene su fuente en el perdón recibido de Dios: "¿No deberías haber tenido compasión de tu compañero, como yo la tuve de ti?" (Mt 18,33). Se tratra además de un perdón que Dios ha querido como condición y requisito para Él perdonarnos: "Perdona a tu prójimo la ofensa, y cuando reces serán perdonados tus pecados" (Sir 28,2). Debe ser un perdón motivado por el hecho de que el cristiano no se pertenece a sí mismo, sino al Señor, y por tanto lo que hace lo hace por el Señor; así es que hemos de manifestarle respeto, aunque piense y actúe diversamente de nosotros, y, si alguna vez nos sentimos ofendidos, hemos de saber perdonarle de corazón (Rom 14,5-9). Un perdón, finalmente, que perdure vivo y sincero en el tiempo, dejando fuera del corazón y de las obras cualquier forma de rencor, venganza y resentimiento, porque "el que alimenta rencor contra otro, ¿cómo puede pedir curación al Señor?" (Sir 28,3).

SUGEREncias PASTORALES

La Iglesia, casa del perdón. La Iglesia es la casa donde Dios habita y nos ofrece su perdón. Puesto que no sólo ofendemos a Dios sino también a la Iglesia, ésta es también la casa en la que nos brinda su perdón. El cristiano se reconcilia con Dios y con la Iglesia, especialmente mediante el sacramento de la reconciliación. No pocas veces me pregunto por qué los cristianos tienen cierto temor a la recepción de este sacramento, incluso hasta cierta predisposición adversa y "aversión" hacia él. ¿Habrá disminuido en la conciencia del cristiano el sentido de culpa? ¿No será porque el sacramento no se entiende como un encuentro personal con Dios, Padre del perdón y de la misericordia? ¿Seremos responsables de ello los sacerdotes que no reflejamos en nuestro ministerio sacramental la actitud amorosa del Padre? Como confesores, son preguntas que no hemos de dejar pasar como el agua entre los dedos. Hay que hallar respuestas, a fin de que el sacramento del perdón tenga su puesto en la conciencia cristiana, y la Iglesia sea para todos la casa del perdón generoso.

Las formas del difícil perdón. A juzgar por las noticias de periódicos y telediarios, perdonar se hace muy cuesta arriba al corazón del hombre. Se manifiesta rabia, se pide justicia, se busca venganza, pero pocas veces se ve a alguien que sepa perdonar de corazón. El gesto del Papa que perdona a Alí Agka no se repite muchas veces en la pantalla televisiva. Estoy seguro de que hay muchísimos cristianos que perdonan y saben perdonar, pero, como no aparecen en la TV, es como si no existieran. De todos modos, no cabe duda de que perdonar de corazón es realmente difícil, y requiere de una fuerza superior que viene del mismo Dios. Quizá por eso sea útil hablar de las formas del perdón, formas que manifiestan el perdón en grado diverso: guardar silencio ante un impulso de ira, dirigir amablemente la palabra a quien me ha ofendido en algo, respetar a quien me ha insultado sin pagarle con la misma moneda, perdonar sinceramente aunque se pida la intervención de la justicia, dar la mano o incluso un abrazo a quien se acerca pidiendo disculpa, luchar para no caer en las garras de la venganza, adelantarme a saludar a la persona con la que se ha tenido un rozón o una discusión, rezar por quien se ha comportado conmigo de un modo indigno o "me ha mencionado la madre", estar convencido de que a veces la ofensa no estaba de ninguna manera en la intención de la persona, sobrellevar con amor y paciencia las pequeñas ofensas de cada día...

 

Domingo XXV del TIEMPO ORDINARIO 19 de septiembre

Primera Lectura: Is 55, 6-9; Segunda: Fil 1,20-24; 27a ; Evangelio: Mt

NEXO entre las LECTURAS

"Camino" es una palabra muy frecuente en la Biblia, y está presente explícita o implícitamente en la liturgia de este domingo. Primeramente el camino del hombre: "Se quejaban del dueño, diciendo: 'Estos últimos han trabajado sólo un rato y les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor' (Mt 20,11-12). Luego, el camino de Dios: 'Amigo, no te hago ninguna injusticia. Toma lo tuyo y vete. Si yo quiero dar a este último lo mismo que a ti, ¿no puedo hacer lo que quiera con lo mío? ¿O es que tienes envidia porque yo soy bueno?' (Mt 20, 13-14). Por eso, en la primera lectura leemos: "Mis planes no son como vuestros planes, ni vuestros caminos como los míos" (Is 55, 8). Finalmente, el camino del cristiano nos lo enseña Pablo con su vida: "Me siento como forzado por ambas partes: por una, deseo la muerte para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; por otra, seguir viviendo en este mundo es más necesario para vosotros" (Fil 1,23). El camino del cristiano es el de la Voluntad de Dios, tal como ésta se manifiesta en el tiempo.

 

MENSaje DOCTRINAL

El camino del hombre. Los hombres estamos acostumbrados a pensar nuestras relaciones con los demás en términos de contrato y de justicia conmutativa. Ciertamente esto sucede en las relaciones laborales, en las que el trabajador intercambia, mediante un contrato con el patrón, mano de obra por salario, y viceversa. No están libres de esta mentalidad las relaciones con las instituciones públicas o privadas, ni siquiera las mismas relaciones familiares: entre esposos, entre padres e hijos. El hombre, así mentalizado, aplica estas mismas categorías a sus relaciones con Dios. ¡Relaciones de contrato, de mérito, de justicia! Ante esta situación, Dios, en la liturgia de hoy, dice al hombre que se tiene por justo: "Estás equivocado. Mis relaciones con el hombre no son las de un patrón, ni las relaciones del hombre conmigo las de un asalariado". No es que Dios no sea justo, es que va más allá de la justicia: 'Cuanto dista el cielo de la tierra, así mis caminos de los vuestros, mis planes de vuestros planes' (Is 55,9). Se trata de relaciones en las que imperan la libertad del amor y la bondad de corazón. El hombre 'justo' se desconcierta ante este modo del actuar divino y siente el gusanillo de la envidia. Esto significa que no ha entrado en el camino de Dios, camino de libertad y de bondad de Padre. Tendrá que cambiar de mentalidad, a fin de pasar del estado de 'justo' al de justificado.

El camino de Dios. "Justo" es desde luego uno de los nombres de Dios, pero no es el camino elegido por Dios en sus relaciones con el hombre histórico. Más aún, la revelación nos habla de la "justicia de Dios", pero no en términos conmutativos, sino salvíficos: Dios es justo en cuanto nos justifica, nos salva de nuestros pecados, nos redime mediante su Hijo. Su justicia altera nuestra justicia, porque está impregnada de amor y de bondad. ¡Qué lejos la justicia de Dios de la mera justicia contractual! Por eso, la frase final del texto evangélico es inquietante para unos, consoladora para otros: 'Los últimos serán primeros, y los primeros, últimos'. Los que buscan justicia conmutativa en sus relaciones con Dios ocuparán el último puesto en el Reino de Dios, mientras que los que dejen actuar en sus vidas la justicia salvífica, ocuparán el primer lugar. ¡Estos son los caminos de Dios, tan distantes y distintos de los nuestros!

El camino del cristiano. Pablo es símbolo y figura de un hombre conquistado por Cristo, de un cristiano auténtico. Como Jesucristo, Pablo ha hecho de la voluntad de Dios el camino de su existencia. Por eso, no tiene "caminos personales", más bien deja que Dios le manifieste su voluntad mediante los acontecimientos de cada día. Por gusto, desearía morir para estar con Cristo; por misión, se siente llamado a continuar en la vida para predicar el Evangelio. No elige. Deja que Dios le vaya mostrando su camino, sea el que sea, y está dispuesto a realizarlo con prontitud y alegría. Un cristiano no tiene "camino propio": es Dios quien le va abriendo, día tras día, el camino.

 

SUGEREncias PASTORALES

Nuestro concepto de Dios. Para 'ajustar' nuestras relaciones con Dios, hay que 'ajustar' primeramente nuestra inteligencia. Porque es evidente que el hombre se relaciona con otro hombre o con Dios, según la idea que se haya formado de su interlocutor. Los nombres y atributos de Dios son múltiples, pero en medio de la multiplicidad siempre hay alguno que tiene más peso y al que damos más realce. En concreto: En mi concepto de Dios, ¿qué atributo es el que tiene más peso? En mi predicación y ministerio pastoral, ¿qué nombre de Dios es el que más subrayo? Cuando medito o hago oración, ¿cuál es la imagen de Dios que tengo más presente? Ante mis pecados y los de mis hermanos, ¿qué representación de Dios me viene más espontáneamente a la mente? ¿Abunda entre nuestros feligreses la imagen de Dios-patrón? ¿Qué puedo hacer para inculcar en todos los parroquianos o miembros de mi comunidad una imagen más evangélica de Dios?

Nuestra relación con Dios. Ser cristiano significa, de manera muy especial, vivir como Cristo nuestra relación con Dios. Jesucristo se dirige a Dios con un único nombre: 'Abba', es decir, 'papá'. Para Jesucristo Dios es todopoderoso, justo, santo..., pero cuando habla con Él no escoge ninguno de estos nombres. Dios es su 'papá' y él un niño pequeño, su hijo preferido. Pablo, tanto en la carta a los romanos (8,15) como a los gálatas (4,6) insistirá en que éste es el modo en que los cristianos hemos de tratar a Dios. Este modo de comportarnos con Dios no es espontáneo, tampoco fruto de una especulación sobre la relación más adecuada del hombre con Dios; es ante todo revelación por el Hijo, Jesucristo, y luego apropiación vital por obra del Espíritu, el Maestro interior que nos enseña a decir 'papá'.

 

Domingo XXV del TIEMPO ORDINARIO 26 de septiembre

Primera Lectura: Ez 18, 25-28; Segunda: Fil 2,1-11 ; Evangelio: 21,

NEXO entre las LECTURAS

La conciencia de la responsabilidad personal es el tema predominante en la actual liturgia. A los exiliados que culpan a Dios de injusticia porque se comporta de modo desigual con el honrado que comete maldad y con el malvado que se comporta honradamente, Dios les dice: "¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto? El honrado muere por la maldad que ha cometido, y el malvado vivirá por apartarse de la maldad. Tanto uno como otro son responsables de sus obras. La verdadera responsabilidad personal, nos enseña Jesús en el Evangelio, se manifiesta no tanto en el decir cuanto en el hacer, como resulta claro de la parábola. San Pablo pone, ante los ojos de los Filipenses, como ejemplo de responsabilidad y coherencia, a Jesucristo: El sí de Cristo es un sí operativo, encarnado en las obras para realizar la redención (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

La responsabilidad de que se habla en los textos litúrgicos no tiene por objeto las tareas y obligaciones de la convivencia humana; tiene por objeto, más bien, las relaciones del hombre con Dios. En esas relaciones, persona responsable es aquella que se convierte y cree. En este sentido, los exiliados de Babilonia no se comportan responsablemente cuando, en lugar de convertirse a Dios, se quejan de Él y le culpan de un proceder injusto (primera lectura). Tampoco actuaron de modo responsable los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo (las autoridades político-religiosas de Israel), pues vino Juan mostrándoles el camino de la salvación y no le creyeron ni se convirtieron. En cambio, los publicanos y las prostitutas, aunque tenían un pasado de maldad y pecado, respondieron a la predicación de Juan con arrepentimiento y con fe. A los ojos de Dios, no cuenta el pasado, aunque sea importante y merezca consideración, sino el presente: el sí responsable en el hoy de cada día.

La responsabilidad se mide por las obras del presente. Dios, mediante el profeta Ezequiel, no nos permite dudar de ello: "Si el honrado se aparta de su honradez, comete la maldad y muere, muere por la maldad que ha cometido" (Ez 18,26). Jesucristo lo explicita con la parábola de los dos hijos. El primer hijo, que representa a los sumos sacerdotes y a los ancianos, tiene un historial de conducta impecable, pero ahora que Dios le hace una llamada nueva a la conversión y a la fe para encontrar la salvación, dice "sí" de palabra y "no" con las obras. Su responsabilidad pasada no le vale, pues se ha desvanecido, y ahora su comportamiento es irresponsable. El segundo hijo, figura de los publicanos y prostitutas, vivió de modo irresponsable su relación con Dios en el pasado, pero, aunque hasta ahora ha dicho "no" con sus palabras, con sus obras de conversión ha comenzado a responder "sí" a Dios. Su irresponsabilidad pasada ha sido lavada y purificada por su responsabilidad presente.

La segunda lectura supera la incoherencia entre pasado y presente, entre "sí" y "no", mostrándonos en Jesucristo un ejemplo de total coherencia y responsabilidad ante Dios, su Padre. El pasado de Jesucristo no difiere de su actitud presente, ni el sí de las palabras es diverso del sí de las obras. Por este motivo, san Pablo nos exhorta: "Tened los mismos sentimientos y comportamientos que corresponden a Cristo Jesús". Él no jugó con el "sí" y el "no", sino que su vida fue únicamente un "sí". Él no jugó a la libertad entre el pasado y el presente, sino que cada día la voluntad del Padre era su alimento, la fuerza y sostén en sus actividades.

 

SUGEREncias PASTORALES

Historia interior de una parroquia. La parroquia se compone de cristianos auténticos, que han vivido y continúan viviendo en actitud de fe y conversión permanentes. ¡Magnífico, y que sean muchos! Hay también posiblemente cristianos "viejos", que son cristianos por tradición y herencia, más que por convicción personal, que dan un "sí" a la liturgia y un "no" a ciertas exigencias de la moral cristiana; o viceversa, un "sí" a ciertos valores morales y un "no" al ejercicio de la fe. ¿Cuántos son estos "viejos" cristianos en la parroquia? No faltan quienes han sido religiosamente fríos, han pertenecido a otra religión, incluso han sido laicistas y hasta ateos, pero se han convertido y ahora tratan de ser fervientes cristianos. ¿Son muchos los que pertenecen a este grupo? Y están, muy probablemente, quienes han dicho y continúan diciendo "no" a la fe y a la conversión interior, con las palabras y con las obras. He hecho una descripción elemental, pero bastante real, de una parroquia. ¿Qué puedo hacer yo, párroco, vicario parroquial, religioso o religiosa, ante esta realidad? Haz todo lo que el Espíritu de Dios te inspire, deja hacer a otros lo que el mismo Espíritu les está pidiendo, y manténte siempre con la esperanza muy alta.

Necesidad de testigos. Los hombres somos así: nos entran las cosas, también las más nobles y espirituales, por los sentidos. A ser responsables aprendemos viendo el modo responsable de comportarse de otras personas. A permanecer en una actitud responsable nos ayuda e impulsa el ejemplo de los demás. Pablo VI decía que en la Iglesia más necesarios que los predicadores son los testigos. ¡He aquí una hermosa tarea que llevar a cabo en nuestro cargo u oficio pastoral! Hemos de tener el deseo y trabajar por ser nosotros mismos testigos, hemos de interesarnos activamente por formar testigos convencidos, por crear entre los cristianos la conciencia de que ser cristiano y ser testigo son una misma cosa. Con un grupo de testigos es grande el bien que se puede hacer en una parroquia, en una comunidad, en una diócesis. Ser testigos de Cristo es un modo estupendo de realizar la nueva evangelización.

 

 

Domingo XXVIII del TIEMPO ORDINARIO 10de octubre de 1999

Primera Lectura: Is 25, 6-10; Segunda: Fil 4,12-14 ; Evangelio: Mt 22,

NEXO entre las LECTURAS

El concepto que predomina en la liturgia de hoy es el de cambio, transformación. Cambio, en primer lugar, de una suerte desgraciada, en que vivía el pueblo de Israel, a una de felicidad y gozo, simbolizada en el festín sobre el monte Sión, en el que participarán todas las naciones (primera lectura). Cambio de las tareas diarias y rutinarias, con que se condimenta de modo habitual la existencia, a la condición excepcional de invitados del rey al banquete de bodas de su hijo (evangelio). Quien así está dispuesto a dejarse cambiar por la acción misma de Dios, puede decir como san Pablo: "Todo lo puedo en aquel que me da fuerza" (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

El hombre, por condición natural, es un ser en devenir, en constante transformación. Sin dejar de ser él mismo, se transforma su cuerpo y su espíritu por medio del ambiente en que se transcurre la existencia, de la educación que recibe, sobre todo en la infancia y juventud, de las circunstancias vitales que le rodean y dan un molde a su personalidad, de los acontecimientos históricos que inciden sobre su dinamismo espiritual. Pero no sólo es un sujeto pasivo, sometido a influencias externas, es también sujeto activo que con su acción y sus decisiones influye en las personas y en el ambiente que le rodea. Todo hombre, aunque el grado pueda variar, cambia y es cambiado, influye y es influido por las personas y las realidades de su alrededor. Lo importante es que todo vaya enderezado al bien del hombre y de la sociedad.

 

 

El cristiano también es un ser en devenir, en transformación permanente. Siendo idéntico en su fe a los orígenes del Evangelio y del cristianismo, se transforma al contacto con realidades nuevas que tendrá que leer a la luz del Evangelio, con culturas nuevas que implican la labor de injertar en ellas la fe cristiana, con situaciones y desafíos nuevos

-pensemos en la Europa del Este o en los problemas de la biogenética-, que exigen una respuesta coherente con la fe y la moral cristianas. Esta transformación no es autónoma ni total, sino que tiene que ir al ritmo de Dios en la historia, y realizarse tanto cuanto el Espíritu Santo inspire a la Iglesia y a la propia conciencia. Es bien sabido que tanto la excesiva lentitud cuanto el aceleramiento apresurado en la acción transformadora terminan mal y suelen hacer mucho daño a la comunidad de los creyentes.

Quien no acepta el juego entre la identidad y el cambio, entre la identidad y la adaptación, se anquilosa por excesiva inercia y falta de dinamismo en la fe, y termina por morir con las armas en la mano, pero sin poder entrar en batalla, o, lo que es peor, luchando con fusiles contra quienes cuentan con armas electrónicas muy sofisticadas. Quienes rechazan el juego por justificaciones realmente fútiles, por muy razonables que a ellos les puedan parecer, no entrarán en el banquete de bodas, quedarán al margen del gran plan de Dios en la historia, y de la gran obra de la

SUGEREncias PASTORALES

Ni progresista ni conservador, sino simplemente cristiano. En su ser mismo conserva su identidad, pero está siempre abierto al progreso. No es exclusivista ni en defensa de la identidad con menoscabo del cambio, ni en defensa del cambio con menoscabo de la identidad. No renuncia a ninguna de las dos cosas, y con ello lo que hace es caminar al paso de la Iglesia.

Se ha de estar dispuesto a progresar siempre y en todo, pero manteniendo fielmente aquello que es irrenunciable para la fe y la moral cristianas. Se ha de buscar el conservar, sí, pero sin confundir lamentablemente la conservación con el inmovilismo: por ejemplo, en la liturgia, en la moralidad pública, en las relaciones interpersonales dentro de la familia. Conservar, sí, pero sin caer en la ceguera de decir que todo es esencial, fundamental, de que nada hay que pueda, que deba, dejarse caer, perderse, v.g. caso de Mons. Lefevre o del fundamentalismo bíblico...El mismo Espíritu Santo impulsa a la Iglesia y a los cristianos a las dos acciones: a la conservación y al progreso, y a buscar el equilibrio entre ellas, sin caer en los extremos, que nunca han sido buenos.

Necesidad de un guía. Como institución de salvación, la Iglesia tiene la misión de guiarnos en la historia para conservar lo que hay que conservar y progresar en lo que hay que progresar. No es, por tanto, un progreso dejado en manos de cada uno y según iniciativa propia, como tampoco una conservación a uso particular del consumidor. Hay una autoridad, hay unos pastores, que guían a todos los cristianos en el discernimiento y en la actuación dentro del campo de la fe y de la moral. Son necesarios. Son en su gran mayoría hombres santos. Hemos de obedecerles, seguir su magisterio y sus consejos con docilidad. Hemos también de cooperar, si es el caso, manifestando con respeto a nuestros pastores nuestra opinión e incluso nuestra crítica constructiva...Si Dios nos invita al banquete nupcial, no inventemos excusas para no estar presentes y participar en la alegría común.

 

 

 

Domingo XXIX del TIEMPO ORDINARIO 17 de octubre de 1999

Primera Lectura: Is 45, 1.4-6; Segunda: 1Tes 1,1-5, Evangelio: Mt 22,

NEXO entre las LECTURAS

Dios es el Señor de los imperios y de la historia. Ciro reina sobre el inmenso imperio persa (primera lectura), pero Dios reina sobre Ciro y lo constituye providencialmente su mediador en sus designios sobre la historia. A Dios lo que es de Dios, nos enseña el evangelio, y a los reyes y césares lo que a ellos les pertenece. A Dios, el designio y el fin de la historia; a ellos, la acción y la marcha de la historia hacia adelante. No cabe dudar que es la potencia de Dios y de su Espíritu la que está misteriosamente presente en las vicisitudes de la trama histórica (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

No hay dos historias, una profana y otra sagrada, sino una única historia: la de Dios. Él la ha iniciado, la continúa en el tiempo y la terminará cuando Él tenga dispuesto. Los hombres son las palabras, pero la historia, con esas palabras, la escribe sólo Dios. En los acontecimientos diarios, en las vicisitudes entre los pueblos y las naciones, en los cambios políticos o sociales...hay unos agentes humanos, imprescindibles, pero sobre todo un designio superior, divino, aunque no seamos capaces de percibirlo. Para ver, en efecto, se requiere la ciencia de Dios, la sabiduría que escruta las profundidades del mismo Dios. Para ver, se piden también actitudes de oración y de esperanza, para que los hombres colaboren y se presten gozosos a realizar el designio divino. A veces puede parecer que la historia se escapa de sus manos, pero no es así. Dios lo permite en sus inescrutables designios, para hacernos ver que es un camino equivocado, para hacer ver cuál es el camino para construir la historia según Dios. En realidad, ni Dios está a merced de los hombres, ni los hombres son marionetas de Dios. ¡Esto es un grande misterio! Historias e Historia. Bajo el concepto general de historia se cobijan muchos objetos: la historia política, religiosa, económica, social, nacional, continental, universal...Todas y cada una de ellas son piezas con las que Dios, ayudado por los hombres, va construyendo la única historia: la historia de la salvación, que se entrecruza con las demás historias y trata de infundir en ellas un hálito espiritual, sin identificarse con ninguna. Sí, porque Dios quiere que todos los hombres se salven. Por eso, el poder de Dios y la presencia del Espíritu en los hombres y en sus acciones y proyectos, transforman las pequeñas historias en la historia por encima de cualquier forma histórica: la historia que desemboca en la eternidad, más allá de la historia. Los hombres hacen la historia, Dios la realiza. Los hombres viven la historia, Dios da significado a la misma, significado oculto en un libro sellado..."A César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios".

 

 

SUGEREncias PASTORALES

La providencia divina. La historia humana no marcha a lo loco, sin rumbo y a la deriva. El término de la historia y su destino están en manos de Dios. "Mirad las aves del cielo; ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y sin embargo vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?" (Mt 6,26). Hemos de estar ciertos y convencidos de esta acción providencial de Dios en la grande historia de la humanidad y en la pequeña historia de cada ser humano; ciertamente el hombre no es un títere, pero tampoco es el dueño de la historia, es simplemente su gestor y como tal ha de comportarse. Hemos de tener también el sentido de la providencia en todo, independientemente de sus características. Como Job, hemos de decir: "El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor! A pesar de todo lo sucedido, Job no pecó ni maldijo a Dios" (Job 1,21-22). No olvidemos nunca de que todo lo que pasa y todo lo que nos pasa, es para el bien del hombre, pues Dios sabe sacar bien hasta de los mismos males, y para los que aman a Dios todas las cosas contribuyen a su bien.

Sentido de responsabilidad ante la historia de la salvación. Nadie es neutral en el plan de Dios, nadie queda eximido de jugar su papel en la historia. O se construye o se destruye. Es imposible no alinearse ante el gran parteaguas de la historia. Recordemos que, a la hora final, habrá que rendir cuentas de la labor desempeñada, tanto en la historia personal cuanto en la historia de la comunidad en que hemos vivido.

La objeción: "Como Dios dirige todo para bien, el mal que yo haga no importa", es una objeción mezquina. El mal jamás dejará de ser mal ante nosotros y ante Dios, por más que Dios en su bondad y poder llegue a obtener bien del mal. Dios dirige la historia, pero no suple nuestra mezquindad y poquedad humanas. El sentido de la providencia no disminuye, más bien aquilata la responsabilidad ante Dios, que se muestra con tanta liberalidad para con los hombres. Es necesario, en este tema, formar la conciencia de los cristianos en la rectitud y fidelidad. Conciencia recta para conocer bien la voluntad de Dios; conciencia fiel para actuar en conformidad con la misma.

 

 

Domingo XXVII del TIEMPO ORDINARIO 23 de octubre de 1999

Primera lectura: Is 5,1-7; segunda: Fil 4,6-9 Evangelio: Mt 21, 33-43

NEXO entre las LECTURAS

El tema de la coherencia/incoherencia sirve de aglutinante de los textos de este domingo. Ser lo que se es y actuar conforme a la propia naturaleza. La viña, para serlo de verdad, tiene que producir buena uva, y no agrazones (primera lectura). El que ha rentado una tierra a su dueño, ha de actuar como rentero que paga a su debido tiempo lo estipulado con el dueño (evangelio). Quien así actúa de modo estable y constante, vive en la paz de Dios, que supera cualquier razonamiento (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

Dios es coherente y fiel con el hombre y con su pueblo Israel, desde sus orígenes y en el largo trayecto de la historia de salvación. ¿Por qué Israel -y la Iglesia-, un pueblo tan privilegiado por Dios, no corresponde con la misma coherencia? Dios confía en el hombre y en su pueblo, y en el extremo de su coherencia les manda a su propio Hijo, esperando que los hombres lo reconozcan, respeten y obedezcan. Pero los hombres, al contrario, aprovechan la ocasión para matarlo. ¿Por qué? ¿Cómo es posible tal grado de incoherencia, o de perversidad y malicia? ¿Qué encierra el hombre en su corazón para actuar de una manera tan indigna, tan desagradecida? El corazón del hombre es un abismo, nos dice uno de los salmos. Sí, un abismo posible de grandeza y coherencia, pero también de maldad. Recordemos que todo pecado grave es en cierta manera un crimen contra el mismo Hijo de Dios.

Cristiano, sé cristiano, obra como cristiano. Al hombre Dios lo ha creado para que sea plenamente hombre, según lo que debe ser; al cristiano, Dios lo ha hecho cristiano mediante el bautismo para que sea cristiano, para que actúe como cristiano. ¿Cuáles son los modos propios de la actuación cristiana?

a) El cristiano será lo que debe ser, si da frutos buenos, como la vid que da un vino exquisito (primera lectura). Frutos de juicio y discernimiento a la luz de la historia de la salvación, y frutos de justicia, es decir, de quien ha sido justificado y salvado por la gracia redentora de Cristo.

b) El cristiano será lo que es, si como arrendatario da al dueño lo que le corresponde según lo convenido (evangelio), según el pacto de alianza hecho entre Dios y su pueblo, entre Dios y el bautizado. Somos arrendatarios, no nos creamos dueños. Somos arrendatarios, hagamos fructificar la tierra de nuestra existencia. Somos arrendatarios, agradezcamos al dueño su benevolencia para con nosotros y mostremos nuestro agradecimiento dándole lo que se le debe.

Coherencia y paz. Pablo se reconoce a sí mismo coherente y fiel por la gracia del Señor Jesús, por eso dice a los filipenses: "Practicad asimismo lo que habéis aprendido y recibido, lo que habéis oído y visto en mí". Como resultado de esta vida coherente, "el Dios de la paz estará con vosotros" (segunda lectura). Es la paz de quien en cualquier ocasión presenta sus deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias; es la paz de quien toma en consideración todo lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de limpio, de amable, de laudable, de virtuoso y de encomiable en el mundo y en el ambiente en que vive (segunda lectura).

 

SUGEREncias PASTORALES

La difícil coherencia del cristiano. Sin caer en exageraciones, conviene señalar que en la sociedad actual es más difícil ser cristiano de verdad que en tiempos pasados, porque en el medio ambiente se encuentra no poca indiferencia e incluso desprecio hacia la fe cristiana.

a) Es difícil confesar la fe íntegra en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre; la fe en la Iglesia, humana y divina a la vez, institucional y carismática, santa y constituida por hombres pecadores; la fe en la doctrina moral católica, con todas las implicaciones y exigencias que comporta en el campo social, en los campos de la vida y de la sexualidad, en el campo familiar y profesional.

b) Es difícil vivir y decidir en cristiano algo tan importante como puede ser a quién dar el voto en las elecciones administrativas comunales y regionales o en las elecciones políticas generales, como puede ser el casarse o no con este o esta joven que no son practicantes o no son católicos, o incluso pertenecen a otra religión diversa de la cristiana, como puede ser el hacer o no un negocio "sucio" que va contra mis principios morales...

La coherencia es fuente de paz en la conciencia, mientras que la incoherencia lo es de intranquilidad. Cuando un hombre vive coherentemente, siente la satisfacción del deber cumplido; con la incoherencia, la conciencia rumia día tras día remordimiento, mientras que la coherencia trae a la conciencia la serenidad. Cuando no hay coherencia, no pocas veces se hacen mal las cosas, sin muchas ganas y además sólo por cumplir un expediente. Sin coherencia, la vida de una persona deja de ser una historia, y en el caso del cristiano una historia sagrada, y se convierte en una suma de episodios sueltos, sin trabazón ni médula, y no pocas veces sin sentido. Con coherencia, sea con la propia humanidad sea con la fe cristiana, el hombre vive en un estado de gran ecuanimidad, de estabilidad síquica y espiritual, y sobre todo de paz con Dios y con su propia conciencia.

Domingo XXX del TIEMPO ORDINARIO 24 de octubre de 1999

Primera Lectura: Ex 22, 21-27; Segunda: 1Tes 1,5-10; Evangelio: Mt 22, 34-

NEXO entre las LECTURAS

En el amor a Dios y al prójimo se resume el mensaje de este domingo trigésimo. En la primera lectura está formulado negativamente: "No maltrates a la viuda y al huérfano...No te portes con el pobre como un usurero...No blasfemes contra Dios...". El texto evangélico nos ofrece la formulación positiva: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón...Amarás al prójimo como a ti mismo". En la primera carta de Pablo a los Tesalonicenses se recoge el mismo principio en forma negativa: abandono de la idolatría, y en forma positiva: seguimiento del ejemplo de Cristo y del mismo Pablo, siendo modelo para todos los creyentes de Macedonia y Acaya.

 

MENSaje DOCTRINAL

La moral de la Alianza. El texto de la primera lectura forma parte del código de la Alianza de Yavéh con Israel (Ex 20,22 - 23,19), y enumera algunas de las estipulaciones del pacto en que Dios aparece como protector de los más desasistidos por la sociedad del tiempo. Las estipulaciones están contenidas en el Decálogo: amor a Dios, la primera tabla (1o. a 3o. mandamiento), y amor al prójimo la segunda (4o. a 10o. mandamiento). Ya en los mismos textos legislativos del Pentateuco se recogen concreciones y aplicaciones particulares del Decálogo, por ejemplo el texto de la primera lectura. Con el paso de los siglos se fueron acumulando en la tradición de Israel otros muchos preceptos hasta el número de 623, a fin de salvaguardar lo mejor posible el cumplimiento de la ley, hasta en los mínimos detalles. En tiempo de Jesús los diversos grupos y escuelas farisaicas discutían sobre la posibilidad de reducir todos los preceptos a uno solo. Con Jesucristo, con quien inicia el nuevo pacto entre Dios y su nuevo pueblo, la Iglesia, todos los preceptos se sintetizan en uno solo, compendio de toda la revelación divina: Amarás a Dios...y amarás al prójimo. Quien no ama a Dios ni a su prójimo, simplemente quebranta la moral de la Nueva Alianza.

La opción fundamental. Todo hombre, al llegar a la edad plena del discernimiento y de las decisiones, hace, implícita o explícitamente, una opción fundamental por Dios, por el prójimo, por los valores humanos y cristianos, etc, o por sus contrarios. La opción fundamental del hombre, y particularmente del cristiano, no puede ser otra que la opción por el amor y desde el amor, en cuanto éste deberá ser el timonel de toda su vida. La opción fundamental dirige y orienta todas las acciones de la vida, crea un talante, un estilo de ser y de vivir, marca la existencia. La opción fundamental infunde unidad al ser y al obrar, infunde igualmente paz. La opción fundamental subordina todo a su objeto, es decir, para un cristiano, subordina todo al amor en su doble vertiente divina y fraterna. La opción fundamental, por su misma naturaleza, deja al margen otras opciones posibles o, al menos, les da un lugar secundario y auxiliar, al servicio de la opción fundamental. Exigencias del amor. El amor, como opción fundamental del cristiano, conlleva exigencias. Unas son negativas: no blasfemar, dejar la idolatría, no descuidar la atención a los necesitados, no robar al hermano mediante la usura. ¿Cuáles serían las exigencias negativas en la sociedad actual, en el ambiente social y cultural de tu vida? Las exigencias positivas son claras: amar a Dios con todo el corazón, con todo el alma y con toda la mente; amar al prójimo como a tí mismo.

 

SUGEREncias PASTORALES

Dar una base religiosa a la moralidad. En una sociedad en que con frecuencia la base de la moralidad es el consenso democrático o la legislación vigente, urge que la vida moral del cristiano surja de su vida de fe: una fe viva, integral, operativa, que influya en las ideas y en los comportamientos, tanto privados como públicos. Sin este fundamento, la moral se tambalea y corre el riesgo de derrumbarse ante los ataques externos y las solicitaciones internas al hombre. ¡Cristiano! Actúa, compórtate como cristiano, según el decálogo y el evangelio del amor: el amor de benevolencia, generoso y desinteresado, que busca sólo el bien de la persona a quien se ama. ¡Cristiano! Tus comportamientos han de derivarse de tu alianza con Dios en el bautismo, en la confirmación, en el sacramento del matrimonio, bajo el testimonio de la Iglesia, que es a la vez promotora y garante de dicha alianza.

 

 

Opción en la vida por el amor. Cualquier otra opción, o está equivocada o es parcial. ¿Cuáles son los formas hoy en día para optar por el amor de Dios? El catecismo de la Iglesia católica indica entre otras: la oración, la adoración, la alabanza, la participación gozosa en la celebración eucarística dominical y festiva, el ejercicio habitual y sencillo de las virtudes teologales en la vida diaria; añade además el evitar la superstición, la idolatría, la magia, cualquier forma de irreligiosidad y ateísmo, el agnosticismo, la blasfemia, el sacrilegio, el desprecio de los sacramentos...¿Y cuáles son las formas para manifestar nuestra opción fundamental por el prójimo? También las hallamos en el catecismo de la Iglesia. A modo de simple señalación: la piedad, obediencia y gratitud hacia los padres; la educación de los hijos en la fe y en las virtudes; cooperar al bien de la sociedad en justicia, solidaridad y libertad; el rechazo del homicidio voluntario, del aborto, de la eutanasia, del escándalo; el respeto de la salud y de la integridad corporal tanto propias como del prójimo; oposición y rechazo de los pecados contra el sexto y noveno mandamiento: fornicación, pornografía, prostitución, violación, homosexualidad, permisividad de las costumbres, etc.

 

Domingo XXXI del TIEMPO ORDINARIO 31 de octubre de 1999

Primera Lectura: Mal 1,14 - 2,2.8-10; Segunda: 1Tes 2,7-9.13; Evangelio: Mt

NEXO entre las LECTURAS

¿Cómo deben comportarse las autoridades del pueblo de Israel y del pueblo cristiano? A esta pregunta dan respuesta los textos litúrgicos. En el evangelio y en la primera lectura se nos advierte sobre el comportamiento que no deben tener: "Vosotros, sacerdotes, no me habéis obedecido ni en vuestras decisiones habéis tratado a todos por igual" (Mal 2,9); "En la cátedra de Moisés se han sentado los maestros de la ley y los fariseos...No imitéis su ejemplo, porque no hacen lo que dicen" (Mt 23,2-3). En la segunda lectura se presenta la figura de san Pablo como modelo de dirigente de la comunidad cristiana: "Nos comportamos afablemente con vosotros, como una madre que cuida de sus hijos con amor" (1Tes 2,7).

 

MENSaje DOCTRINAL

La autoridad existe en la comunidad cristiana, y es además necesaria. La existencia de la autoridad no se justifica, en la Iglesia de Cristo, por razones sociológicas o políticas, sin que haya que quitar importancia a estas razones, sino por revelación de Jesucristo resucitado: "Me ha sido dada autoridad plena sobre cielo y tierra. Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo" (Mt 28,18-19). El ejercicio de la autoridad cambia, de hecho, con los tiempos y lugares, pero el origen siempre será el mismo: Cristo. La jerarquía eclesiástica (Obispo de Roma, demás obispos, presbíteros, diáconos), que ejerce la autoridad en la Iglesia,

no es un invento de los hombres, sino un designio providencial de Dios.

La autoridad es además necesaria para mantener y consolidar la unidad y la comunión de fe y de vida en todos los miembros de la Iglesia. Lo es también para obtener mayor eficacia en el ministerio de la predicación, en el del culto divino y en el de guía espiritual de los hermanos, evitando cualquier manipulación del mensaje y del culto cristianos. Es necesaria para hacer presente a Cristo en medio de la comunidad por los sacramentos, porque con san Agustín podemos decir: cuando el sacerdote bautiza, es Cristo quien bautiza, y así con los demás sacramentos de la Iglesia.

 

El abuso de la autoridad. En la primera lectura se nos advierte sobre algunos abusos de los sacerdotes, encargados del culto en el templo; en el evangelio, sobre los de los fariseos, encargados de la educación y enseñanza del pueblo. ¿Cómo se podrían traducir hoy días esos abusos señalados en la Escritura? He aquí, a modo de ejemplo, algunas traducciones: Sustituyen en la predicación, no raras veces, la Palabra de Dios por la psicología y la sociología; dan mal testimonio de vida a sus fieles; se muestran incoherentes entre lo que dicen y lo que luego hacen; son tal vez elitistas, trabajando con grupúsculos selectos, y dejando el resto a la deriva y sin atención religiosa; buscan la alabanza de los hombres y el ser tenidos por simpáticos e inteligentes, etc.

La autoridad como servicio al hombre y al creyente. "El mayor de vosotros será el que sirva a los demás" (evangelio). Un servicio que nace del amor al prójimo, y un servicio que se ejercita desde el amor más sincero y auténtico. Por eso, es que amar y servir tienen que ir juntos y complementarse: ni amor sin servicio ni servicio sin amor. Las formas concretas del servicio de la autoridad, algunas ya están establecidas por la Iglesia, otras, Dios mismo nos las irá inspirando a lo largo de los días, con tal de que en nuestro corazón sacerdotal haya arraigado la actitud de donación y servicio.

SUGEREncias PASTORALES

Examinar nuestra conciencia sobre el modo como ejercemos nuestra autoridad en la Iglesia. Veamos si realmente estamos convencidos de que la autoridad no indica superioridad, sino vocación divina a entregarse a los demás. Consideremos si en la actuación de nuestra autoridad no excluimos la colaboración y la participación, que en modo alguno se oponen a la autoridad, sino que la exigen e integran. La autoridad, entendida cristianamente, no confronta, sino que convoca y crea comunidad; no distancia, sino que aproxima a los fieles; no impone, sino propone y respeta la libertad del creyente; no atemoriza, sino que da confianza; no manipula ni se deja manipular, sino que obedece a una instancia superior, que es Dios mismo. Este modo de ejercer la autoridad requiere de nosotros un alto grado de humildad (conciencia de nuestra pequeñez) y una fe grande, viva y generosa. Por otra parte, el ejercicio de la autoridad cristiana no se improvisa ni brota naturalmente, sino que reclama de nosotros un esfuerzo ascético y un trabajo asiduo, hasta lograr formar un comportamiento habitual.

 

Respeto de la autoridad y aceptación por parte de los fieles. Los fieles cristianos han de ser respetuosos con quien está investido de autoridad: con su persona y modo de ser, sus acciones y decisiones en el ministerio pastoral. También han de aceptar con espíritu sobrenatural sus enseñanzas en el campo de fe y de moral, pues no enseña nada propio, sino la fe y la moral de la Iglesia. Motivo de este respeto no puede ser su inteligencia y brillantez, su liderazgo humano, etc., sino el representar a Cristo y hacerlo presente entre los hombres. Por esto, es una grandísima verdad que el primero en respetarse debe ser uno mismo, tratando de ser lo menos indigno de Jesucristo a quien representa entre los hermanos de fe.

 

 

Solemnidad de TODOS los SANTOS 1 de noviembre de 1999

Primera Lectura: Ap 7, 2-4.9-14; Segunda: 1Jn 3,1-3; Evangelio: Mt 5,

NEXO entre las LECTURAS

Los santos son un reflejo del Hijo de Dios, que viven en la tierra según las bienaventuranzas, practicadas por Jesucristo antes de ser pronunciadas: pobreza, mansedumbre, pureza de corazón, amor a la paz, persecución, martirio...(evangelio). El número de los santos es imposible de determinar (144.000 es un número simbólico para indicar una muchedumbre inmensa), y provienen de todas las razas y pueblos (primera lectura). Siendo reflejos del Hijo en la tierra, a ellos les espera en el cielo la plenitud de la felicidad filial en la visión de Dios (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Jesús, maestro de las bienaventuranzas. En el sermón de la montaña, Jesús expresó en fórmulas lapidarias lo que había vivido y vivirá hasta su muerte. Proclama bienaventurados a los pobres, y él no tendrá dónde reclinar su cabeza (Lc 9, 58). Bienaventurados los mansos, y él se definió a sí mismo manso y humilde de corazón (Mt 11,29). Bienaventurados los que lloran, y él lloró ante Jerusalén, que mata a los profetas y no recibe a quienes le son enviados (Lc 19,41). Bienaventurados los limpios de corazón, y en su corazón jamá anidó el pecado, hasta el punto de preguntar: "Quién de vosotros sería capaz de demostrar que yo he cometido pecado?" (Jn 8,46). Bienaventurados los hacedores de paz, y Jesús es el príncipe de la paz que entra en Jerusalén como un rey pacífico sobre un asno (Mt 21,1-5), y dice a Pedro: "Guarda tu espada, que todos los que empuñan la espada, perecerán a espada" (Mt 26,52). Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, y él no tiene otro alimento que la voluntad del Padre (Jn 4,34) y su sed no es otra que la redención del mundo (Jn 19, 28). Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, y él fue tratado como un criminal y conducido al suplicio de la cruz (cf Lc 23,1-25).

 

Los santos, discípulos de Jesucristo. Como Cristo y con él, los santos son los campeones de las bienaventuranzas. Entre ellos, hay quien sobresale de modo especial en alguna de ellas. Así el campeón de la bienaventuranza de la pobreza es san Francisco de Asís; del llanto que será consolado es santa Mónica, la madre de san Agustín; de la mansedumbre, san Francisco de Sales que por natural era iracundo y violento; de los limpios de corazón, san Luis Gonzaga; de los hacedores de paz, san Bernardino de Siena que logró reconciliar güelfos y gibelinos; de los que tienen hambre y sed de justicia, santo Tomás Moro que prefirió morir ajusticiado por fidelidad y justicia hacia Dios; de los perseguidos, todos los mártires que derramaron su sangre antes de renegar de su fe. Detrás de Cristo, en la vivencia de las bienaventuranzas, están estos santos y están otros miles y miles que han vivido con entereza de espíritu alguna de las bienaventuranzas. Así han sido considerados dignos de ser hijos de Dios y de ver, ya en esta tierra, algo del resplandor divino, hasta que, tras la muerte, entraron en la eterna visión del misterio de Dios.

 

 

El número de los santos es incontable. El número 144 es múltiplo de 12, que a su vez es cuatro veces tres, o sea la suma de lo que no tiene medida, que llega a los extremos de los cuatro puntos cardinales. Estos santos son de toda raza, pueblo y cultura, de toda edad, sexo, estado y profesión. Los últimos papas, pero especialmente Juan Pablo II, ha puesto de relieve esta universalidad beatificando y canonizando numerosos hombres y mujeres de fe en los cinco continentes. Número sin medida, porque en verdad santo es todo aquel que vive y muere en estado de gracia y amistad con Dios.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Conocer y admirar la vida de los santos, sobre todo de los santos que son honrados por la Iglesia universal, y de los santos que son propios de nuestro país o tienen gran resonancia en un conjunto de naciones o en todo un continente. Ellos son en la historia reflejos vivos de la santidad y de las virtudes de Jesucristo; ellos con su modo sencillo o heroico de practicar las virtudes, nos estimulan en la búsqueda del bien y de la santidad, y nos conducen a Jesucristo y al Padre. Para que los fieles conozcan y admiren a los santos, podría ser provechoso o en las fiestas patronales o en las memorias de los santos recordar brevemente algún que otro rasgo de su vida, alguna de las virtudes en que sobresalió, alguna de sus enseñanzas que continuarán iluminando y alimentado el pensamiento de los fieles cristianos. Aprovechar esas u otras ocasiones, como la catequesis, para impulsar a los adolescentes y jóvenes, particularmente, la lectura de vidas de santos, en folletos adaptados para ellos.

Dios quiere que todos seamos santos de acuerdo a nuestra vocación y a nuestras condiciones de vida. Nadie debe sentirse excluido, por más indigno que se considere. Para ello Dios no nos pide nada extraordinario, pues si así fuese sólo algunas serían capaces de llegar a la santidad. Nos pide sólo que vivamos en la sencillez de la vida cotidiana el espíritu de las bienaventuranzas, haciéndolo presente en todo lo que emprendamos cada día. Nos pide desempeñar honrada y alegremente nuestro trabajo. Nos pide vivir felices nuestra vida de familia, como padres, esposos, hijos, hermanos, nietos... Nos pide dar siempre buen ejemplo a los demás, en cualquier lugar donde estemos. Nos pide ayudar a los más necesitados, incluso cuando nosotros seamos pobres y pasemos necesidad. Nos pide levantar nuestro corazón a Dios durante el día para alabarle, bendecirle, agradecerle, adorarle.

 

CONMEMORACIÓN de los FIELES difuntos 2 de noviembre de 1999

Primera Lectura: Is 25,6-9; Segunda: Rom 5,5-11; Evangelio: Jn 6,37-

NEXO entre las LECTURAS

Los textos litúrgicos hacen referencia, bien que de modo diverso, a la esperanza cristiana. La primera lectura, tomada del gran apocalipsis de Isaías (Is 24-27) nos dice que Yavéh destruirá la muerte para siempre y los redimidos celebrarán un gran festín (Is 25, 6-7). En la segunda lectura se nos habla de los cristianos que "justificados por su sangre, seremos salvados de la ira" (Rom 5,10). Finalmente, Jesús nos dice que "su (de Dios) voluntad es que yo no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que los resucite en el último día" (Jn 6,39).

 

MENSaje DOCTRINAL

En la fe de la Iglesia, la vida, no la muerte, es la que tiene la última palabra. Por eso, la muerte es vista no sólo como un término natural de la existencia, sino como un inicio de un modo nuevo de vivir en un mundo que nos es desconocido, pero en el que Dios nuestro Padre habita. Frente a la visión materialista del ser humano (todo acaba con la muerte; no existe nada después de ella), para el cristiano la muerte es un puente, una pasarela hacia la otra ribera de la vida, donde se encontrará de nuevo con sus hermanos en la fe, que le han precedido en el tiempo. Como se dice en la recomendación del alma: "Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos".

La destrucción definitiva de la muerte tendrá lugar con el fin de la historia. Con la victoria sobre la muerte, Cristo inaugurará su reino de vida sin fin, que es también reino de verdad y de felicidad. Sólo Dios sabe cómo y cuándo se verificará todo esto, pero nuestra ignorancia del modo y del tiempo, no disminuye en lo más mínimo nuestra certeza y confianza de que se realizará (cf GS 39,1-2). "Al final de los tiempos -nos enseña el catecismo 1042- el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado".

Inmortalidad, resurrección, salvación. "Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna" (CIC 1022). La resurrección de la "carne", tal como la entiende la Iglesia no es inmediata a la muerte, sino sólo al fin de los tiempos. En la muerte, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado (cf CIC 997). La resurrección aporta a la inmortalidad plenitud y totalidad, puesto que el alma es el alma de un ser humano con su propia historia, del que el cuerpo continúa siendo un elemento constitutivo por naturaleza. El alma no alcanzará totalidad ni plenitud hasta unirse de nuevo con su cuerpo, en la resurrección de los muertos. El cristiano, y cualquier ser humano, resucitará para la salvación o para la condenación, según sus obras: "Tú pagas a cada uno según sus obras" (Sal 62,13). Con palabras del catecismo: "Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo" (1023); pero "morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección" (1033).

 

 

SUGEREncias PASTORALES

El culto cristiano a los difuntos. Es algo inscrito en el corazón del hombre el recuerdo y afecto de los vivos hacia sus seres queridos difuntos, pero el culto critiano a los muertos es algo más. Es creer y esperar que están vivos y que podemos continuar espiritualmente unidos a ellos. Es confiar en que algún día nos volveremos a encontrar en la eternidad y volveremos a renovar nuestro amor y comunión. Es tener la certeza de que desde el cielo nos acompañan e interceden por nosotros ante Dios en nuestras necesidades y tribulaciones de la vida. Es creer que participan ya del amor y de la gloria de Cristo resucitado y viven en una estable y permanente felicidad en compañía de los redimidos...Por todo ello, celebramos exequias cristianas por los difuntos, visitamos y honramos sus tumbas, les traemos flores en diversas ocasiones del año, mandamos celebrar una misa en el aniversario de la muerte...Las formas de expresión cultual a los difuntos varían mucho de país a país, de cultura a cultura; lo importante es que, a través de esas formas, se exprese la única y misma fe de la Iglesia.

La actitud del cristiano ante la enfermedad grave y muerte de un hombre, sobre todo de los seres queridos. En medio del dolor y las lágrimas por la muerte del ser querido, el cristiano se ha de mostrar fuerte en la fe y de gran entereza humana y espiritual. Ha de intensificar en esos momentos su esperanza en la vida eterna y su amor al pariente enfermo y a Dios Nuestro Señor. ¿Cómo se puede manifestar ese amor? Mediante la presencia y cercanía al enfermo, sobre todo mediante la oración humilde para que se haga la voluntad de Dios, por más penosa que nos resulte. Es necesario no tener "miedo" de llamar al sacerdote, cuando sea el caso, y pedirle que atienda espiritualmente al enfermo y le adminstre el sacramento de la Unción de los Enfermos, si éste así lo desea. Con la seguridad de que el enfermo cristiano agradecerá esta muestra de amor de sus seres queridos. Tampoco se ha de tener "miedo" de hablar claramente al enfermo sobre sus condiciones de salud, sobre la proximidad de su partida de este mundo. Así el enfermo se preparará con serenidad a bien morir y podrá consciente y libremente ofrecer su vida al Dios que se la dio, unirse en su dolor y muerte a Jesucristo que sufre y muere sobre el madero de la cruz.

Domingo XXXII del TIEMPO ORDINARIO 7 de noviembre de 1999

Primera Lectura: Sab 6,12-16; Segunda: 1Tes 4,13-18; Evangelio: Mt

NEXO entre las LECTURAS

Los textos litúrgicos nos invitan a tener una actitud de vigilancia en el mundo para poder llegar felices a la eternidad de Dios: "Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora" (evangelio). Esta es la actitud propia del sabio, porque "meditar en la sabiduría es prudencia consumada, y el que por ella se desvela pronto estará libre de inquietud" (primera lectura). Así podremos concluir nuestra vida en paz, y estar siempre con el Señor (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

La vigilancia es la virtud de los que esperan. Es propio de las esperanzas humanas estar atento, mirar hacia el horizonte del futuro, pero es más propio todavía de la esperanza cristiana. La esperanza cristiana se lleva a cabo tanto dentro de la historia, como sobre todo más allá de la historia. Dentro de la historia es la esperanza en la gracia y misericordia de Dios, es la esperanza en el progreso espiritual, es la esperanza en una conversión continua y creciente hasta el término de la vida, es la esperanza en la fidelidad y santidad de la Iglesia que nunca fallarán...Más allá de la historia es la esperanza en la posesión de Dios, tan deseada en nuestra vida terrena, y por fin realizada. Es la esperanza de la comunión de los santos, satisfaciendo en plenitud el anhelo universal del amor fraterno, que abarca ahora todos los tiempos y todos los espacios. Es la esperanza en la consumación definitiva y gloriosa de la historia de la salvación, trazada por Dios desde la eternidad y finalmente cumplida.

 

La esperanza cristiana está estrechamente relacionada con otras virtudes. En primer lugar, con el amor, porque se espera lo que se ama y lo que se desea poseer total y definitivamente en el amor. Está muy unida a la oración, según la misma enseñanza de Jesús: "Vigilad y orad, para no entrar en tentación" (Mt 26,41), sobre todo en la tentación extrema de la apostasía y pérdida de la fe. Se relaciona además con la virtud de la prudencia, sobre todo ante la tentación. La tentación forma parte de la trama humana, pero el trato con ella requiere de mucha prudencia. Si Adán y Eva en el paraíso, si David desde la terraza de su casa, si Pedro en el palacio de Anás...hubiesen realmente "vigilado", ¿habrían caído en la tentación? Finalmente, la vigilancia implica la virtud de la fortaleza para realizar eficazmente lo que el amor, la oración y la prudencia nos dictan como más conforme con la voluntad de Dios.

El premio a la vigilancia cristiana. Primeramente, el banquete con Cristo: "las que estaban preparadas entraron con él a la boda" (evangelio). Es decir, la intimidad con Dios vivida ya aquí en la tierra y llevada a su culminación en el cielo. Luego, la participación en el "triunfo" de Cristo, que entrará en la Jerusalén celeste como el rey de reyes y el señor de los señores. Participación, por tanto, en el poder y la gloria de Cristo, Señor de la historia y del universo. Y desde luego, un gozo indescriptible e inimaginable aquí en la tierra, pues sobrepuja toda capacidad mundana y cualquier gozo de este mundo palidece ante el júbilo de la gloria celeste. En todo esto esperamos, para lograrlo vigilamos. Nos esforzamos para lograrlo cada uno de nosotros individualmente, pero a la vez como Iglesia en camino hacia la meta y premio de nuestra esperanza.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

¿Es actual y necesaria la esperanza entre los fieles cristianos? Ciertamente hemos de responder: es muy necesaria. Necesaria frente al mundo interior de nuestras pasiones, que tratan de sobreponerse y campar por sus fueros sin control y sin disciplina. Es también necesaria frente a las ideologías y a la mentalidad de la época, no siempre favorables de la virtud, de los valores y de la vida cristiana. Mucha ha de ser la vigilancia ante los medios de comunicación social, antiguos y nuevos, para ponerlos al servicio de la información y educación del hombre y del cristiano, y no al servicio de su desinformación e inmoralidad. Se requiere también vigilancia de los padres respecto al ambiente escolar de sus hijos y a las amistades que frecuentan, porque un mal amigo es funesto para un hijo. Vigilancia, por último, sobre el ambiente profesional en que se pasan largas horas del día, y que puede influir negativamente en ciertos casos respecto a nuestros valores y decisiones morales.

¿Por qué estar vigilantes? ¿Qué es lo que induce a los cristianos a la vigilancia? Ante todo, la simple conciencia de la atracción natural que el mal ejerce sobre todo hombre, también sobre el cristiano. Además, la necesidad de discernimiento para separar el bien del mal, la paja del trigo, el trigo de la cizaña, de modo que podamos escoger el bien y evitar el mal en toda ocasión.

 

Vigilancia en la esperanza. Y me refiero especialmente en la esperanza en el más allá, es decir, en el cielo y en todo lo que el cielo significa, según la enseñanza del catecismo de la Iglesia. ¿Hablamos en nuestra predicación, o como guías de las almas, de la realidad, misteriosa pero verdadera, del cielo? ¿Hacemos deseable a los cristianos, con nuestra predicación, el reino de los cielos? ¿O acaso somos responsables de que lo consideren irreal o la culminación del aburrimiento? A lo largo del año la liturgia de la Iglesia nos ofrece varias ocasiones para hablar del cielo: la fiesta de todos los santos, el día de todos los difuntos, la fiesta de la Ascensión del Señor y de la Asunción de la Virgen Santísima, algunos domingos del tiempo ordinario, misa por algún hermano difunto...Mi propio testimonio cristiano, ¿eleva la mirada de los fieles hacia la esperanza y la certeza del cielo?

 

 

Domingo XXXIII del TIEMPO ORDINARIO 14 de noviembre de 1999

Primera Lectura: Prov 31,10-13.19-20.30-31; Segunda: 1Tes 5,1-6; 27a ; Evangelio:

NEXO entre las LECTURAS

Trabajar para dar fruto en el Reino de Dios: en esta frase se condensa la liturgia de este domingo. Hacer fructificar los talentos recibidos, sea la cantidad que sea, para realizar el encargo del que se nos pedirá luego cuenta (evangelio). Trabajar para hacer el bien en el temor de Dios, como la mujer buena y hacendosa del libro de los Proverbios (primera lectura). Trabajar, no dormir, puesto que somos hijos del día y de la luz (tiempo en el que se puede trabajar), y no de la noche ni de las tinieblas (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

La espiritualidad del trabajo. El trabajo no es un castigo divino, ni una actividad imperiosa de sobrevivencia, sino un don de Dios para que el hombre se realice en su plena humanidad. El trabajo no es tampoco opcional, sino un deber y derecho, una ley inscrita por Dios en nuestro certificado de hombre y de bautizado. El cristiano trabaja, a imagen de Dios y a imagen de Jesucristo, que siempre trabajan (Jn 5,17). De Jesús nos dirá el Concilio Vaticano II: "Trabajó con manos de hombre". Así es como el trabajo señala la superioridad y el señorío del hombre sobre la creación, y la subordinación de la creación al bien material y espiritual del hombre; es un pecado de lesa humanidad anteponer la creación al hombre, sin que deje de ser verdad que el hombre ha de actuar sobre la creación con responsabilidad y teniendo en cuenta el bien integral del hombre y de la humanidad presente y futura. Si el trabajo es un don, también lo son los instrumentos (cualidades, habilidades, aptitudes, circunstancias, relaciones...) que Dios otorga a cada uno para llevar a cabo el propio trabajo. La espiritualidad del trabajo permite que veamos la vida como misión, como el tiempo limitado por Dios para realizar la tarea que Él nos ha encomendado.

 

Las dimensiones del trabajo. Está la dimensión creyente del trabajo: trabajo porque creo. Creo en que Dios me ha dado una labor que realizar para vivir; creo sobre todo en el valor redentor del trabajo, unido al misterio de Cristo redentor. Otra dimensión es la psicológica: el trabajo es el camino de desarrollo de las propias aptitudes y cualidades, es camino de satisfacción después de la labor bien hecha, es en definitiva camino de realización personal. No puede faltar la dimensión ética, es decir, la sumisión voluntaria y, si es posible, gozosa, a la ley "natural" del trabajo, al deber de poner en juego todos nuestros "talentos" para servir mejor a la sociedad y a nuestros hermanos, los hombres, sin distinción de credos ni de razas. Finalmente, tengamos en cuenta la dimensión espiritual. El trabajo no es sólo habilidad y fatiga, es antes que nada fuente de virtud y camino de santidad. Mediante el trabajo, el espíritu humano se afina más y más, se abre a la providencia divina que no deja de actuar en el mundo, reconoce su competencia y al mismo tiempo su limitación y pequeñez ante la grandeza de la obra de Dios creador y de Jesucristo redentor.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Enemigo de la pereza. Todo hombre, todo cristiano con más razón, tiene que ser enemigo de la pereza. Pereza entendida como no hacer lo que se tiene obligación de hacer, como pérdida voluntaria e irresponsable del tiempo, como dejarse arrastrar por la inclinación a la inactividad: "Ese descansar por estar cansado de haber descansado". Una cosa es el legítimo descanso, que cada uno ha de procurarse, y otra la pereza, que cada uno ha de tratar de rechazar con decisión. El legítimo descanso es voluntad de Dios, la pereza es un vicio. El legítimo descanso restaura las fuerzas gastadas por el trabajo, la pereza no hace sino incrementar la tendencia a la pereza. Los campos en que nos podemos dejar arrastrar por la pereza son múltiples: los estudiantes sobre todo en el trabajo y las tareas escolares, con el resultado de exámenes sin hacer o suspendidos y el consiguiente disgusto de los padres; los miembros de una familia mostrándose poco dispuestos a efectuar los trabajos domésticos, que cada miembro desempeña según programa expreso o tácito en el ámbito de una determinada familia; los funcionarios y profesionistas, en su labor profesional: llegar tarde al trabajo, hacer lo menos posible en el máximo de tiempo, excusas y justificantes "ilegales" para no ir algún que otro día a la oficina...

Trabajar para ayudar y compartir. Se trabaja para compartir, ante todo, con la propia familia la paga recibida o los bienes producidos. Además, se puede compartir y ayudar a la sociedad, sobre todo a los más necesitados y abandonados por las instituciones sociales. Trabajar, también, estudiando, instruyéndose, haciendo cursos de catequesis u otros para compartir la propia fe (algo a lo que no pueden renunciar sin daño para los hijos los padres de familia, los educadores de los niños y adolescentes...). Trabajar en la parroquia, que es la familia de todos los que a ella pertenecen, y en la que todos son necesarios y tienen una tarea que llevar a cabo. Trabajar en grandes y en pequeños proyectos, propios o de otras personas, para cambiar en mejor nuestro entorno mediante un esfuerzo común y constante por lograr el nivel de ecología moral y espiritual que se desea. Trabajar para buscar, crear fuentes de trabajo para tantos jóvenes que no lo encuentran y están deseando tener su primer trabajo.

 

Solemnidad de JESUCRISTO, REY del Universo 21 de noviembre de 1999

Primera Lectura: Ez Ez 34,11-12.15-17; Segunda: 1Cor 15,20-26.28; Evangelio:

NEXO entre las LECTURAS

Jesucristo, rey y juez de la historia y del universo: éste es el gran final del ciclo litúrgico y de la historia de la salvación que hemos recorrido a lo largo del mismo. Rey y juez de todas las naciones y de todos y cada uno de los individuos (evangelio). Rey-pastor preanunciado por el profeta Ezequiel, en sustitución de los malos reyes, que usufructuaban abusivamente del rebaño (primera lectura). Rey, que habiendo sometido a sí todo, entregará el reino a su Padre para que Dios sea todo en todos (segudna lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

La consumación del Reino, en el designio de Dios. No sabemos cuándo el reino universal de Dios llegará a su término histórico y último, pero creemos con seguridad y certeza de que tendrá lugar. Cristo, al final de los tiempos, dará consumación a su regalidad, una regalidad que es eterna como él mismo en cuanto Dios, y que es mesiánica desde el momento en que vino a este mundo y fue ungido Mesías por el Espíritu Santo. La consumación del Reino tendrá lugar con la consumación de la historia y la conflagración universal, con lo que Dios constituirá, en sus arcanos designios y con su poder infinito, unos cielos nuevos y una tierra nueva en que habite la justicia. Cristo rey y juez, en su juicio, no hará sino reconocer y aceptar el buen o mal uso que el hombre hizo de su libertad, por la que se sometió amorosamente a su reino o por la que se rebeló contra él y se puso al servicio de otro rey. En el reino de Dios, el hombre ya no tendrá que preocuparse por la comida y la bebida, como en este mundo, sino que será un reino de verdad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Un reino construido por la libertad individual y común, como agradecimiento a nuestro rey y señor.

 

Ante este misterio de nuestra fe se pueden adoptar actitudes diversas. Hay quienes toman una actitud de escepticismo: "demasiado hermoso para ser verdad", suelen decir. O de despreocupación, pues son muchas las cosas en que ocuparse en la tierra para estar pensando en algo "desconocido" y ahora fuera de nuestro alcance. Y están también quienes consideran eso de Cristo rey y juez, eso de juicio final, como algo "mítico", ya superado y pasado de moda. ¿No es verdad que esas actitudes no cristianas pueden darse entre los mismos cristianos? ¿Qué pasa con la fe cristiana en el juicio, en el infierno, en el purgatorio, en el cielo? ¡Momento importante esta fiesta de Cristo Rey para quitar el polvo a estas verdades tan antiguas y siempre tan originales y llenas de sorpresas! La actitud y la fe cristianas nos vienen enseñadas en la segunda lectura: "Después tendrá lugar el fin, cuando, destruido todo principado, toda potestad y todo poder, Cristo entregue el reino a Dios Padre" y en el evangelio: realizar obras de misericordia, tanto corporales como espirituales, porque el rey-juez nos juzgará por nuestro amor al prójimo motivado por nuestro amor a Dios.

 

 

 

SUGEREncias PASTORALES

¡Atención al subjetivismo de la fe! El cristiano, evidentemente, tiene que personalizar la fe, encarnarla en su propia subjetividad, pero ha de personalizar y encarnar la fe objetiva de la Iglesia, tal como se nos presenta en el Credo, en los sacramentos, en los mandamientos y en el padrenuestro, como oración del creyente. Sin esta base objetiva, el subjetivismo no sería apropiación de la fe, sino invención de la misma; sin esta base, cada uno se "fabricaría" su propia fe, perdiéndose la unidad doctrinal de los cristianos. En un pasado no muy remoto se acentuó la objetividad de la fe con perjuicio de la personalización de la misma, hoy quizá nos hallamos en el otro extremo: por acentuar excesivamente la subjetividad de la fe, perdemos de vista su realidad objetiva, tal como nos es transmitida por la Iglesia. Hemos de estar atentos, porque el subjetivismo embona muy bien con la mentalidad democrática en la que nos movemos, y con una carga no pequeña de individualismo en la sociedad actual. El reino y el reinado de Cristo, ya aquí en la historia, y luego en el ámbito de la eternidad, es algo objetivo, que no está a merced de subjetividades. Está claro que la eternidad no es un invento, una hija de la imaginación o de la creatividad humanas, tiene la objetividad austera, pero firme y segura, de la fe.

El reino y reinado de Dios es también una realidad temporal e histórica. Dios reina en el cosmos, en cuanto éste ha sido creado al servicio de un designio divino en favor del hombre. Dios reina, de modo muy especial, en la Iglesia, que es el territorio privilegiado, aunque ciertamente no único, de su regalidad. Reina en los hombres, cuando en ellos reina la verdad, la justicia, la inocencia, la solidaridad, la santidad de vida...Es importante que nosotros, critianos, reconozcamos, promovamos el reinado de Cristo en la humanidad, en la Iglesia, en el cosmos. Estamos todos invitados por el mismo Cristo a trabajar por extender y dilatar las fronteras internas (las existentes en el interior de cada hombre) y externas (la extensión espacial y temporal) del reino. Pienso que puede ser provechoso para los cristianos celebrar con gran solemnidad esta fiesta última del ciclo litúrgico: mediante una buena preparación para que la gente participe y viva la fiesta con más conciencia e intensidad de fe, mediante la memoria de tantos hombres y mujeres que murieron, por ejemplo en México, gritando: "¡Viva Cristo Rey!", mediante un mejor conocimiento de que el reino de Cristo es un reino de amor, de justicia y de paz.