Primer Domingo de ADVIENTO 28 de noviembre de 1999

Primera: Is 63, 16-17.19; 64,1-7; Segunda: 1Cor 1,3-9; Evangelio: Mc

NEXO entre las LECTURAS

Actitud vigilante entre la espera y la esperanza: aquí está el punto nuclear de las lecturas litúrgicas. El evangelio repite por tres veces: "vigilad, estad alerta, velad", porque no sabéis cuándo llegará el momento, cuándo llegará el dueño de la casa. En la primera carta a los corintios, Pablo habla de esperar la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que "os mantendrá firmes hasta el fin". La bellísima invocación a Dios del tercer Isaías expresa el deseo de que el Señor irrumpa con su poder en la historia, como si se tratase de un nuevo Éxodo, recordando que "Tú, Señor, eres nuestro padre".

MENSAJE DOCTRINAL

El día del Señor. En el adviento la tradición de la Iglesia ha unido dos venidas: la del Verbo en la debilidad de la carne, que celebraremos el día de Navidad, y la del Señor en la majestad de su gloria, que pertenece, en cuanto al tiempo y al modo de realizarse, al reino del misterio escondido en el corazón del Padre. Entre ambas corre un hilo de continuidad: la venida histórica de Jesús preanuncia y anticipa en cierto modo su venida última, al final de la historia; quien sale con gozo al encuentro de Jesús de Nazaret en el misterio de su nacimiento, no tiene motivo para temer o desesperar del encuentro postremo y definitivo con el Cristo glorioso, Señor del universo y de la historia. Para el fiel cristiano, el día del Señor no tiene por qué estar revestido de escenas terrificantes, de miedos atenazadores, de horribles fantasmas paralizantes, de visiones apocalípticas deslumbrantes. Con san Pablo, el critiano está seguro de que "el Señor os mantendrá firmes hasta el fin, para que nadie tenga de qué acusaros en el día de nuestro Señor Jesucristo" (segunda lectura). El día del Señor reclama al cristiano, y a todo ser humano, a la responsabilidad de cara al misterio infinito de la encarnación y de la redención.

Certeza e ignorancia. La revelación de Dios nos ha desvelado la certeza de la última venida de Jesús, al final de los tiempos. De esto no podemos tener duda alguna los cristianos. Pero Dios nos ha dejado en oscuridad respecto al tiempo y a la manera en que tendrá lugar la parusía. Se ve que para Dios estas cuestiones carecen de importancia. Dios no se revela para satisfacer nuestra curiosidad ni para arrancar de nuestra alma la saludable esperanza; se revela para nuestro bien y para nuestra salvación. La ignorancia sobre el cuándo y el cómo nos mantiene a los hombres, generación tras generación, en estado de alerta y vigilancia, que es a lo que Jesús nos invita en el evangelio.

Abandono en las manos del Padre. Junto a esta actitud evangélica, el texto de Isaías nos propone la actitud de abandono filial, pues Dios es nuestro padre y nuestro libertador, nuestro alfarero y nosotros somos su arcilla. Una actitud que se obtiene y configura de manera especial en la plegaria, crisol del espíritu filial y de la fe sólida en Dios. Este espíritu filial hace gritar al profeta con envidiable confianza: "¡Ojalá rasgases el cielo y bajases". Cinco siglos después el deseo se convertiría en realidad con la encarnación del Verbo. Cuando en los designios de Dios esté determinado, el cielo volverá de nuevo a rasgarse y aparecerá el hijo del hombre para juzgar a vivos y muertos y para establecer definitivamente su reinado de justicia, de amor y de paz.

 

SUGEREncias PASTORALES

¡Vigilancia! Llega la Navidad. En nuestra sociedad corremos el peligro de "pasar bien" la Navidad, como se pasan bien las vacaciones estivas o un día de fiesta nacional. Es decir, vamos quizá a la misa de gallo, porque "tradición obliga", adornamos nuestra casa con un arbolito de luces y un belén, festejamos en familia con un banquete opíparo, vemos en televisión algún programa relativo a las fiestas navideñas, hacemos hermosos regalos a nuestros amigos y seres queridos, reavivamos los lazos familiares en torno al hogar...¡todas ellas, cosas buenas! Pero la sustancia de la Navidad, el misterio más sublime de la historia: Dios entre nosotros, Enmanuel, se nos escapa como agua entre los dedos de las manos o se diluye como el humo en nuestra mente superficial y poco propensa a la meditación seria de las cosas que realmente valen la pena. Hoy la liturgia nos dice: ¡Atentos! Vigilad para no perder la ocasión de meditar en algo importante, de valorar debidamente el misterio que vamos a celebrar.

¡Vigilancia! Eres pecador. No sabemos ni el día ni la hora en que vendrá el Señor al término de la historia, pero sí conocemos su venida histórica. ¿Cometeremos la criminal osadía de vivir despreocupados, a sueldo dañoso de pecador empedernido, ajenos del todo al Niño divino de Belén y al Señor de la gloria? Somos pecadores. Llevamos en nosotros la querencia al pecado. No podemos dejar de vigilar para que la llegada del Señor nos encuentre preparados, engalanados con el vestido de boda. Somos pecadores: la Navidad nos recuerda que el Hijo de Dios se ha hecho hombre para redimir al hombre del pecado. ¡Recordemos! ¡Vigilemos! Que la venida histórica de Dios entre los hombres reavive nuestra conciencia de pecadores y nuestra necesidad de salvación. La Navidad no es sólo tiempo para sentimientos de ternura, de intimidad, de fiesta; lo es también para despertar del letargo nuestra conciencia y "hacer nacer a Dios" en nuestro corazón.

 

 

Segundo Domingo de ADVIENTO 5 de diciembre de 1999

Primera: Is 40, 1-5.9-11; segunda: 2Pe 3,8-14; Evangelio: Mc 1, 1-8

NEXO entre las LECTURAS

La imagen del "desierto" aparece en la primera lectura y en el evangelio y en ella se compendia el mensaje litúrgico de este domingo de adviento. En el exilio babilónico, a punto ya de que se acabe, un voz grita: "Preparad en el desierto un camino al Señor" (primera lectura). En el evangelio la voz que así grita es la de Juan Bautista, el precursor del Mesías, cuya venida está ya cerca. También en el "desierto" el hombre habrá de prepararse para la grande venida última del Señor, en la que "esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que habite la justicia" (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Un "desierto" necesario. En el mundo se dan fenómenos nada evangélicos, nada cristianos. Como los judíos exiliados de Babilonia estaban encandilados por la grandeza del imperio y por la fastuosidad de sus ritos religiosos, los hombres de hoy sienten la seducción del progreso técnico, el prurito de otras religiones que no son cristianas, el reclamo de paraísos alucinantes en que reinan la droga, el sexo y el alcohol, la dulce y adormecedora inconciencia del pecado incluso ante las exigencias básicas de los diez mandamientos...En estas circunstancias surge la necesidad del "desierto": lugar o estado del espíritu donde recrear el ambiente propicio y favorable para encontrarse con Dios y con la propia dignidad de imagen e hijo de Dios, mediante el silencio interior y el recogimiento de los sentidos, mediante la meditación y la plegaria asiduas. Ante la pérdida del sentido de Dios y del sentido del pecado se requieren "espacios", sean exteriores o interiores, de recuperación de sentido, de readquisición de principios, valores y convicciones anclados en el mismo ser del hombre y del cristiano.

La intervención divina. Dios desea intervenir en la historia y en la vida del hombre, día con día. Los hombres, sin embargo, ni captan la intervención divina ni se dejan conducir por ella, sino únicamente en el "desierto". Sólo en el "desierto" los hombres se dan cuenta, como los judíos de Babilonia, que hay valles que elevar, colinas que abajar y caminos torcidos que enderezar, a fin de regresar otra vez a la tierra prometida (primera lectura). Sólo en el "desierto" escuchan la predicación de Juan Bautista, se convierten y reciben el bautismo de agua, preparación del bautismo con Espíritu Santo, propio de los discípulos de Cristo (evangelio). Dios continúa en nuestros días su intervención en la vida del individuo y de los pueblos. Imposible reconocer y aceptar tal intervención, si no se vive la experiencia purificadora y medidativa del "desierto".

El "desierto" florece. En el ambiente sereno y silencioso de "desierto" nos vamos empapando de la verdad de Dios, del sentido del tiempo, de la norma suprema de la existencia. Dios es nuestro rey que viene con poder y brazo dominador para liberarnos del pecado y de sus secuelas; Dios es nuestro Señor que trae consigo su salario de vida y salvación eternas; Dios es nuestro pastor, que reúne al rebaño y lo cuida amorosamente (primera lectura). En el "desierto" conoceremos que el día del Señor llega como un ladrón y que el cómputo del tiempo que Dios hace no coincide con el de los hombres. En el "desierto" sabremos que Dios no quiere que alguien se pierda, sino que todos se conviertan. En el "desierto" veremos con claridad que la espera de la venida del Señor debe llevar al hombre a una conducta santa y religiosa, es decir, al cumplimiento perfecto de la voluntad santísima de Dios (segunda lectura).

 

SUGEREncias PASTORALES

 

Un "desierto" en tu vida. La vida es movimiento, acción, ir y venir, hacer, proyectar, progresar, cambiar. Tu vida, desde la mañana a la noche, está llena de trabajos y tareas, de citas y reuniones, de contactos y relaciones, de ruido, smog, tensión nerviosa...Puedes llegar a pensar que más que vivir eres "vivido" por el dinámico duende de cada día. ¿Cómo vivir? ¿Cómo ser tú mismo en plenitud? ¿Cómo infundir espíritu al duende cotidiano, no poco materialista y ramplón? Tienes necesidad de "desierto". Y eres tú mismo quien puede y tiene que construírselo con paciencia, voluntad y gracia de Dios. Dentro de tu "desierto" te será fácil prepararte bien para la Navidad, para la sorpresa de Dios en este año jubilar.

¿Sabes quién viene?. La respuesta es fácil y clara para un cristiano: "El Verbo de Dios que se hizo hombre y nació de María la Virgen en Belén de Judá". Es la respuesta catequética, que apredimos de niños. Pero te vuelvo a preguntar: ¿Sabes realmente quién viene? A la respuesta catequética tiene que seguir la respuesta dogmática, es decir, el rico contenido doctrinal de la formulación catequética; y además la respuesta espiritual, o sea, el sentido e incidencia que Jesucristo tiene en tu mundo interior (pensamientos, decisiones, ideales, proyectos) y en tu relación con lo divino; y finalmente, la respuesta moral, aquella que se da con los comportamientos diarios según el estilo de Cristo, aquella en la que Cristo modela la propia actividad y el conjunto de las experiencias vitales. ¿Sabes realmente quién viene? ¿Es la tuya una sabiduría meramente nocional o incide vitalmente en toda tu personalidad y en toda tu experiencia existencial? El adviento es tiempo favorable para dar una respuesta completa a pregunta tan sencilla, pero tan trascendental.

Solemnidad de la Inmaculada Concepciòn 8 de diciembre de 1999

Primera: Gén 3,9-15.20; Segunda: Ef 1,3-6.11-12; Evangelio: Luc 1,26-38

NEXO entre las LECTURAS

Los designios de Dios para el hombre y el mundo eran maravillosos, un verdadero paraíso, con la obvia limitación de su ser creatural. Pero el hombre, por instigación diabólica, prefirió erigirse su propio paraíso, rebelándose contra su misma condición, eliminar a Dios y ponerse él en su lugar. El resultado fue desastroso, la "desnudez" más radical de su dignidad y de su sana relacionalidad (primera lectura). Pero Dios es fiel en sus designios y solícito de la suerte del hombre, y por ello al pecado de Adán y Eva responde con un proyecto estupendo de salvación: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza". Esta promesa se cumple cuando María, al anuncio de la encarnación del Verbo, hecho por el ángel Gabriel, pronuncia su humilde respuesta: "Hágase en mí según tu palabra" (evangelio). ¡Oh feliz culpa! Porque nos ganó un tal Salvador y una tal Madre. Sí, en Jesús, y en María por mérito de su Hijo, Dios mismo recreó en sus inefables designios la naturaleza humana y la elevó a un rango superior (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Dios realiza sus designios. La vida e historia del mundo y de los hombres no dan vuelcos y vuelcos por simple azar o ínsita necesidad. Así sería, si nada ni nadie estuviese en el origen de las cosas y de los acontecimientos. Hay, sin embargo, un Dios que ha creado el universo y en él al hombre; hay un Dios que ha dado orden a todas las cosas y ha trazado un plan magnífico para el hombre. Ese plan lo llamamos "historia de la salvación": una historia que inicia con la historia del hombre, tiene su plenitud en Jesucristo, centro y punto focal del universo y de la historia, y terminará con el fin de los tiempos. El plan de Dios era algo estupendo, la suma de todos los bienes, que el libro del Génesis denomina "paraíso". El hombre primigenio, quizá por inexperiencia y ciertamente en virtud de su libertad, se rebela contra ese plan divino y peca.

¿Qué hace Dios al ver desbaratado su plan para el hombre? No rechaza sus designios de amor y de salvación. Por eso, "castiga" al hombre y lo pone en su sitio de creatura y en su condición de ser limitado, imperfecto, débil, y además con una libertad que no ha sabido usar de modo digno, a servicio de su bien y en respeto del designio de Dios. Ante esta situación, el hombre, desde la intimidad misma de su ser, cae en la cuenta de que está necesitado de salvación. ¿Quién, sino Dios, podrá salvarlo? Dios lo sabe, y hace al hombre una promesa que atravesará los siglos hasta que se cumpla la plenitud de los tiempos.

 

Dios saca bien del mismo mal. En su providencia, Dios no cambia su plan ni lo corrige; hace lo que no podríamos siquiera imaginar: del pecado, que pretendía destruir el designio divino, se sirvió para que resplandeciese de modo más fulgurante su amor al hombre y su plan de salvación. De esta manera, el Verbo e Hijo de Dios entró en la historia humana, por medio de María, y llevó a plenitud y perfección, sea la historia humana (Jesús es el hombre perfecto) sea la historia de la salvación (Jesús es el Redentor del hombre y de la historia).

En Jesucristo la historia de la salvación ha logrado su culmen y perfección. En Él, prototipo de todo hombre, ha llegado a su fase final y completa. Pero la historia no termina en Él, sino que continúa en la vida de los hombres a lo largo de los siglos hasta el fin del mundo. Cristo redentor prolonga en la historia el designio salvífico de Dios y el Espíritu Santo lo interioriza en el corazón de los hombres. María es la primera que participa en la plenitud de la historia salvífica, de una manera privilegiada y única. Pero el hombre de cualquier época de la historia tiene que confrontarse con este plan de Dios y tomar postura. La libertad, con la que el primer hombre se confrontó con el designio de Dios, es la misma con la que el hombre posterior a Cristo puede aceptar o rechazar el programa cristiano de la redención. Con todo, la oferta de salvación en Cristo Jesús no sólo sigue en pie, sino que responde a las aspiraciones más profundas e íntimas de todo hombre, hoy, ayer y siempre.

 

SUGEREncias PASTORALES

La vida no es un azar. Tu vida no es un meteorito caido del cielo sobre el planeta tierra en el siglo veinte por puro capricho del azar, al igual que podría haber caído en el siglo XIX ó XXI, o simplemente no haber caído. No. Tu vida tiene una razón de ser, responde a un proyecto, forma parte de un plan grandioso trazado por Dios desde su eternidad. Descubrir tu puesto en este proyecto divino, conocerlo bien, valorarlo y entregarte en cuerpo y alma a su realización es la tarea más importante y más apasionante de tu existencia terrena. Es lo que hizo María en toda su vida, como el evangelio de hoy lo ejemplifica en el momento de la anunciación del ángel Gabriel. Su hermoso ejemplo nos estimule a seguir con actitud obediente y con fidelidad el mapa de ruta que Dios ha trazado a nuestra existencia. Y pensemos que no caminamos en solitario. A nuestro lado, en nuestro medio ambiente, en nuestra parroquia, hay otros hombres y mujeres que forman parte del mismo designio de Dios. Sintámonos solidarios unos de otros.

La Inmaculada Concepción. En el designio de Dios estaba que María fuese redimida de un modo absolutamente original por los méritos de su Hijo Jesucristo y en previsión de su vocación de Madre de Dios. El lugar privilegiado de María en el plan de Dios lleva consigo dones y gracias correspondientes, algunas de carácter único. También a tu vida Dios la enriquece con gracias más que suficientes para que realices con dignidad y perfección el puesto que te ha asignado Dios en la historia de la salvación. No cuenta tanto que el puesto sea grande o pequeño, más bien que Dios estará contigo y te bendecirá con sus dones para que logres ocuparlo dignamente.

 

 

Domingo Tercero de ADVIENTO 12 de diciembre de 1999

Primera: Is 61,1-2.10-11; segunda: 1Ts 5,16-24; Evangelio: Jn 1, 6-8.19-28

NEXO entre las LECTURAS

"El espíritu del Señor me ha enviado para dar la buena nueva...me ha enviado para anunciar..." (Is 61,1-2). Un personaje, figura de Cristo, se siente investido de una misión liberadora y salvífica. También Juan Bautista, que reconoce honestamente su función en el plan de Dios, se sabe enviado no como suplantador, sino como testigo de la luz, del mesías por todos esperado (Evangelio). Finalmente, Pablo, apóstol-enviado de Cristo, lleva a cabo su misión mediante la predicación y mediante cartas. En esta su primera carta a los tesalonicenses les exhorta a vivir en conformidad con la salvación que Cristo, el enviado de Dios, nos ha conferido (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Por encima de todo, la misión. Es ésta, en mi opinión, la grande enseñanza de la liturgia de hoy. El profeta, para el pueblo ya regresado del exilio babilónico, recibe una misión que, en parte le tocará realizar entre sus contemporáneos, pero que en la mayor parte remite a la figura futura del mesías. Con toda razón Jesús hará propia esta misión del profeta, indicando así el cumplimiento de la Escritura y su vocación y misión mesiánicas. Juan el Bautista, por otra parte, es muy consciente de quién es él y de cuál es su misión. Él no es el mesías; él no realiza la figura mesiánica del texto de Isaías. Él es sólo una voz que prepara los caminos del mesías, es sólo un testigo de la luz que alumbrará a todos los hombres. Saberse con misión no es suficiente, hay que conocer cuál es la propia misión en los designios de Dios. Nuestra misión, como la de Juan Bautista es la de ser testigos de la Luz, como la de Pablo y la de los primeros cristianos es ser apóstoles de Jesucristo. Hay, pues, una hilo continuo entre la misión del profeta, la de Juan el Bautista, la de Jesús, la de Pablo y la de los cristianos de todos los tiempos. Esta continuidad garantiza y da credibilidad a nuestra conciencia y a nuestro sentido de misión entre los hombres.

 

Misión con contenido. Cuando uno es enviado a alguien, lo es para comunicarle un mensaje. La misión es, por tanto, inseparable del mensaje que se ha de comunicar. ¿Cuál es el contenido de la misión del profeta, del Bautista, de Pablo? Considerando los textos litúrgicos, podemos señalar algunos elementos de este contenido:

a) El anuncio de la liberación por parte del mesías, es decir, de Jesús de Nazaret: "me ha vestido con un traje de liberación, y me ha cubierto con un manto de salvación". Una liberación mediante la palabra y mediante las obras. Una liberación integral, que evangeliza, que cura, que consuela. Un anuncio que lleva a la conciencia viva de que "somos libres con la libertad con la que Cristo nos ha liberado".

b) El testimonio de Cristo como luz del mundo, que ha sido enviado por el Padre para iluminar las mentes y las conciencias de los hombres. Una luz que está en medio de nosotros, pero que no se ve, si no hay alguien que dé testimonio de ella, como Juan el Bautista.

c) El estilo de vida del hombre liberado e iluminado por Cristo, tal como se describe en la exhortación de Pablo a los tesalonicenses: alegría cristiana, oración, eucaristía, discernimiento de los carismas, vida irreprochable y auténtica.

 

SUGEREncias PASTORALES

1. Cristianos con misión. No se puede separar el nombre de cristiano de la misión. Por definición, cristiano es el discípulo de Cristo que participa de la misma misión de Jesucristo. Si alguna vez hubo cristianos "pasivos", esa época ciertamente no puede ser la nuestra. Cada cristiano ha de ser consciente de que tiene una misión que realizar en la Iglesia: santificar su vida y colaborar en la santificación de la de los demás. Los primeros destinatarios de la misión somos nosotros mismos, porque sólo cuando nosotros somos evangelizados podemos ayudar en la evangelización de otros. ¿Cómo ser "misioneros" de nosotros mismos? El Espíritu Santo, que nos habla al corazón mediante la Biblia y a través de las enseñanzas de la Iglesia, nos irá mostrando a cada uno las formas personales y concretas de conseguirlo. Pero somos también "misioneros" de nuestros hermanos, cualesquiera que sean, hagan lo que hagan, independientemente de las circunstancias existenciales en que se hallen. Somos "misioneros", es decir, enviados por el mismo Cristo a anunciar en la escuela, en la casa, en la oficina, en la calle, en el club, en el parlamento, etc., que Jesucristo es el Salvador de todos, que Él es la Luz del mundo que ilumina todas las oscuridades de la conciencia individual y de la existencia social y colectiva, que Jesucristo Salvador crea un hombre nuevo y un estilo de vida nuevo, dignos de vivirse.

Testimonio y Eucaristía. El "misionero" cristiano cumple su misión sobre todo cuando es testigo, es decir, cuando encarna en su vida de todos los días lo que va predicando de palabra en los diversos lugares y circunstancias diarias. La participación cotidiana a la Eucaristía consolida la vocación de testigo. En efecto, se da testimonio ante todo de que la Eucaristía es el centro de convergencia y punto de referencia de la fe y de la santidad. Además, participando al misterio de la redención y alimentándose con el cuerpo y la sangre de Cristo, se recibe una fuerza espiritual inimaginable para ser testigo de Cristo Salvador, luz del mundo y rey de los corazones de los hombres. Finalmente, con la Eucaristía damos testimonio de pregustar ya al Señor que viene, en la Navidad mediante la actualización litúrgica del misterio, al fin de los tiempos mediante la virtud de la esperanza de poseer plena e íntegramente lo que ahora sólo sacramentalmente pregustamos.

 

Domingo Cuarto de ADVIENTO 19 de dciembre de 1999

Primera: 2Sam 7, 1-5.8-12.14.16; Segunda: Rom 16, 25-27; Evangelio: Lc 1, 26-38

NEXO entre las LECTURAS

Dios muestra a David su gratuidad anunciándole que le construiría una casa, es decir, una dinastía y que sería para él y sus descendientes como un padre (primera lectura). La misma gratuidad divina se hace evidente en el anuncio del ángel Gabriel a María sobre su vocación de Madre de Dios por obra del Espíritu Santo. María será la "nueva casa", la "nueva arca" construida por Dios en la plenitud de los tiempos (evangelio). La acción gratuita de Dios se manifiesta, finalmente, en medio de los cristianos y del mundo entero, en su poder para consolidar a los fieles en la fe, en su revelación del misterio mantenido en secreto desde la eternidad, y ahora dado a conocer a todas las naciones para que respondan a este revelación con la fe (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

La gratuidad de Dios. Es ante todo una obra de la Trinidad. Es el Padre quien promete a David una "casa", quien envía el ángel Gabriel a una virgen de nombre María y quien revela a los hombres su misterio; es en el Hijo de Dios (hijo de David según la carne) en quien tal promesa logra su perfecto cumplimiento: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la estirpe de Jacob y su reino no tendrá fin", y en quien el Padre se revela a los hombres; es por obra el Espíritu que el Hijo de Dios se hizo hijo de David en el seno de María: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra", y por quien los cristianos son hechos hijos de Dios. Esta gratuidad trinitaria se caracteriza por tres notas: La absoluta iniciativa divina (ni David, ni María, ni los hombres han emprendido algo merecedor de la intervención de Dios), una iniciativa que tiene que ver exclusivamente con la salvación del hombre sin interés alguno por parte de la divinidad, y una salvación caracterizada por la universalidad: todas las naciones.

Los caminos de la gratuidad. 1) El primero es el de la elección: Dios elige a quien quiere para realizar sus designios en la historia. Eligió a David, y no a Samuel o Saúl, para fundar la monarquía y la dinastía mesiánica. Eligió a María, no a Isabel o a Ana, para ser la Madre del Mesías y la Theotókos. Eligió a Pablo y a los apóstoles para revelar a los hombres el misterio escondido desde la eternidad. 2) Otro camino de la gratuidad divina es la misión que Él encomienda. No son los hombres quienes la buscan y se afanan por alcanzarla; es Dios quien la da y quien acompaña al hombre en su realización. La misión concreta en la vida no se la inventó David, ni María Santísima ni Pablo. El inventor, dador e impulsor de la misión es sólo y exclusivamente Dios. 3) Un tercer camino es la salvación. Sólo Dios salva. Los hombres somos únicamente instrumentos racionales y libres, colaboradores responsables o no de Dios en la realización de su obra salvífica. Quien quisiera izarse a salvador por propia voluntad, usurpando un derecho exclusivo de Dios, sería reo de impiedad y de soberbia inauditas. 4) En este ámbito de la gratuidad, hemos de colocar la Navidad. No es este acontecimiento ni su memoria litúrgica algo que nos es debido cada año. Como en su mismo origen, sigue siendo hoy absolutamente gratuito. Es un misterio, y éste es siempre don, gracia, pura liberalidad divina.

 

SUGEREncias PASTORALES

La Navidad, un don. En nuestra mentalidad "cristiana", damos por descontado que el día 25 de diciembre es Navidad. Esta fiesta forma parte del calendario civil, y marca, con sus tradiciones populares en los diversos países "cristianos", unos días de especial carga de ternura y de gozoso ambiente familiar y hogareño. En muchos países es costumbre intercambiar regalos, y abrir el corazón a los más necesitados con una sonrisa o con una ayuda en dinero o en especie. Todo eso es bueno y hermoso, y puede estar inspirado por el mismo acontecimiento de la Navidad, pero es obra del hombre, es resultado de la historia o exigencia de las circunstancias presentes. Todo eso rodea al misterio, pero no entra en él. Para poder entrar en el misterio de la Navidad requerimos de la intervención de Dios. Entonces la Navidad será sobre todo una realidad interior, una honda transformación, un compromiso exigente. El período de adviento es tiempo de preparación para acoger el don, para abrir la puerta del alma al poder de Dios sobre mi vida. ¿Cómo me estoy preparando, cómo me puedo preparar mejor para recibir esa gratuita y estupenda donación de Dios?

María, figura del adviento. La vida de María, antes de la primera Navidad, puede ser considerada como el primer y más verdadero "adviento". María se preparó para acoger el don de Dios en un clima de oración, siendo como era una fervorosa hija de Israel. Se preparó viviendo la vida sencilla de una niña y adolescente judía, cumpliendo con perfección sus deberes religiosos y familiares. Se preparó con la lectura y la meditación de la Escritura y de las grandes maravillas de Dios en Ella narradas. Se preparó con la docilidad al Espíritu Santo, que había llenado su alma desde su misma concepción haciéndola una mujer "llena de gracia". Y tú, ¿cómo te estás preparando? ¿O ni siquiera has pensado que haya que prepararse al acontecimiento más crucial de la historia humana? Como párroco y pastor de almas, ¿qué estás haciendo para ayudar a los fieles a abrir el corazón a la irrupción misteriosa y gratuita de Dios en su vida personal y en la vida de sus hermanos? El adviento de María puede inspirarnos en nuestro adviento del año 1999.

 

Misa en la NOCHE de NAVIDAD 24 de diciembre de 1999

Primera: Is 9, 1-3.5-6; Segunda: Tit 2, 11-14; Evangelio: Lc 2, 1-14

NEXO entre las LECTURAS

Se da una fuerte paradoja entre el oráculo de Is 9,1-6 en que se habla de una luz que ha brillado y el oráculo anterior en que el pobre israelita "sólo encontrará angustia y oscuridad, desolación y tinieblas, noche sin salida" (Is 8, 22-23). El mismo tono paradojico continúa en el evangelio de san Lucas: por un lado, el nacimiento de un niño en una cueva y reclinado en un pesebre, por otro, un ángel dice a los pastores, refiriéndose a ese niño: "Os ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías, el Señor". ¿Y no se encuentra también una paradoja en la segunda lectura entre estar en el mundo y vivir los valores del mundo, por una parte, y, por otra, no ser del mundo y por tanto estar sellado por lo específico cristiano?

 

MENSaje DOCTRINAL

 

La paradoja de Yavéh. No pocas veces, Dios se ha mostrado en la historia de Israel de forma paradójica. Recordemos a Abrahán (sin hijos y Dios le promete una descendencia más numerosa que las estrellas del cielo y las arenas del mar), a José (esclavo judío y virrey de Egipto), a Moisés (un pobre extranjero ante el faraón para pedir que deje marchar a su pueblo), a los valientes de Gedeón (300 para derrotar a un numeroso ejército de madianitas)...En el siglo VIII a.C. Isaías conoce bien la devastación llevada a cabo el año 734 por Tiglat Pileser III sobre las tierras de la Galilea (país de Zabulón y Neftalí), que en adelante será una región semipagana odiada por los judíos. Sin embargo, proclama en nombre de Dios que esa tierra será la primera en ver la luz de la alegría, de la paz y de la justicia "porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado" (primera lectura). Los caminos de Dios no son ciertamente los de los hombres ni los de los hombres son los de Dios.

La paradoja de Jesús. Toda la vida de Jesús es un juego impresionante de contrastes y contraluces, y esto se hace evidente desde su misma entrada en el mundo. Por un lado, Augusto el señor del imperio romano, por otro, un niño judío impotente, ignorado, apenas recién nacido. Por un lado, un pobre niño nacido en una cueva y reclinado en un pesebre, por otro, el anuncio del ángel de que ese niño es el Salvador, el Mesías, el Señor, es decir, más grande y por encima del mismo Augusto. Como Mesías, ese niño es el Salvador del pueblo de Israel que desde siglos lo esperaba con anhelo; como Señor es el Salvador del mundo gentil y pagano, que esperaba, casi sin saberlo, a alguien que lo salvara de las guerras y de la galopante inmoralidad y vida desordenada en que estaba inmerso. Por un lado, un anuncio maravilloso, hecho nada menos que por un mensajero divino, por otro, los destinatarios del mensaje: unos ignorantes pastores, que además gozaban de mala fama entre los judíos.

La paradoja del cristiano. Viendo la acción de Dios en la historia de Israel, y la vida de Jesús desde sus mismo comienzos, ¿no hemos de pensar que toda la vida cristiana habrá de ser una paradoja? Es lo que se dice en el texto de la segunda lectura, tomada de la carta a Tito. Por un lado, el critino vive en el mundo, se codea con hombres que no son cristianos, pero que tienen unos valores, como por ejemplo la moderación, la justicia, la religiosidad. Por otro, el cristiano es y debe vivir siempre como cristiano, que no es de este mundo, sino que vive "aguardando la bienaventurada esperanza: la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo". Los valores, que comparte con los demás hombres, los debe "cristianizar", de modo que a través de ellos exprese su fe, su esperanza y su caridad. En cuanto hombre, debe asumir los valores humanos, pero en cuanto cristiano, debe revestir estos valores de un talante propio: el cristiano.

 

SUGEREncias PASTORALES

Una Navidad igual y diversa. Como tantos millones de hombres, el día 24 y 25 de diciembre no irás a trabajar, cenarás alegre pavo relleno u otro plato típico con tus seres queridos, escucharás y tal vez cantarás villancicos navideños, disfrutarás con tus hijos del árbol de Navidad en un ricón del salón, o hasta de un pequeño "belén" con bonitas figuras de porcelana...Pero si eres cristiano, todo esto debes hacerlo con sentido cristiano, como expresiones tradicionales e históricas, y a la vez actuales, de la fe en el misterio que la Iglesia celebra desde hace dos mil años: la presencia salvadora de Dios en la carne de un niño recién nacido. Tú, párroco, debes recordar esto a tus feligreses. Tú, padre o madre de familia, debes hablar de esto a tus niños, en la forma en que ellos puedan entender. Tú, cristiano, quienquiera que seas, debes vivir esos días navideños en gran parte igual que los demás hombres, pero al mismo tiempo con un espíritu diverso. En todo se ha de notar que somos y vivimos como cristianos.

Paz y alegría. No sé si algún día se logrará la globalización de la paz, pero la verdad es que en nuestro año 1999 no se ha conseguido todavía, habiendo como hay tantos focos de horror y de muerte. Es el duro contraste entre el mensaje del ángel por el nacimiento de Jesús, y la realidad con que el hombre topa cada día. La Iglesia no se cansa de enseñarnos que la globalización de la paz es el resultado de hombres pacíficos, constructores de paz. ¿Vives en paz con Dios y con tu conciencia? ¿Vives en paz con tus familiares, vecinos, compañeros de trabajo, parroquianos? De la paz interior nace la alegría, esa alegría que nada ni nadie te puede arrebatar, aunque tu corazón esté sangrando y tus ojos en lágrimas. Es la alegría del creyente, que sabe tener en Jesús el Salvador del mundo y el Señor de la historia.

 

Solemnidad del Nacimiento del HIJO de DIOS 25 de diciembre de 1999

Primera: Is 52, 7-10; Segunda: Heb 1,1-6; Evangelio: Jn 1,1-18

NEXO entre las LECTURAS

Las lecturas del día de Navidad se centran todas ellas en el "misterio". Se trata primeramente de un misterio escondido en la eternidad de Dios (evangelio), preanunciado y prefigurado por medio de los profetas a lo largo de siglos (primera y segunda lectura), revelado en la "carne" del Verbo (evangelio), testimoniado por Juan el Bautista y por todos los que aceptaron a Jesús, al venir a este mundo (evangelio).

 

MENSaje DOCTRINAL

Misterio escondido y revelado. "Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios" (Jn 1,1). En el ámbito misterioso de lo eterno habitaba la Palabra junto al Padre y al Espíritu. Una Palabra pronunciada por el Padre de una vez para siempre. Una Palabra sin palabras, única, definitiva, completa. El Padre, rico en misericordia, quiso que su Palabra comenzara a resonar en la historia y en la vida de los hombres, "muchas veces y de diversos modos por medio de los profetas" (Heb 1,1), "mensajeros que anuncian la paz, que traen la buena nueva y proclaman la salvación" y "centinelas que ven con sus propios ojos que el Señor vuelve a Sión" (primera lectura). De este modo, al resonar en labios proféticos, la única Palabra se hizo múltiple, la Palabra completa vino a ser parcial y limitada, la Palabra definitiva se hizo provisoria. ¡Gran misterio de la Palabra, misterio que culminará en la asumpción de la carne en el seno de María Santísima! ¡Qué abismo de misterio nos revela este acontecimiento imprevisible, inefable, infinitamente gratuito, aunque esperado y ardientemente deseado por la humanidad entera!

Misterio testimoniado y que pide respuesta. "Juan dio testimonio de él" (Jn 1,15). "La luz resplandece en las tinieblas y las tinieblas no la sofocaron" (Jn 1,5), la recibieron (cf Jn 1,12). Es el testimonio de quienes han visto y han oído. ¿Qué cosa? O mejor, ¿a quién?. Han "visto" y "oído" la Palabra en la carne y en los labios de Jesús de Nazaret. El Espíritu les ha hecho "ver" y "oír" la Buena Nueva, el Evangelio traído del cielo y que conduce al cielo. ¿Qué Evangelio? Jesús es la luz que con su venida al mundo ilumina a todo hombre; Jesús es la vida por la que nacemos de Dios y llegamos a ser hijos de Dios; Jesús es la gracia y la verdad, que estando en el seno del Padre nos puede revelar y explicar el misterio del Padre (Evangelio). Jesús es el resplandor de la gloria del Padre e imagen perfecta de su ser (segunda lectura), es decir, plenamente igual al Padre en su ser, en su poder y en su amor.

Este Jesús, que nos llega mediante el testimonio de Juan el Bautista y de los apóstoles y primeros cristianos, interpela a cada hombre para que acepte su misterio personal y sea su testigo entre los demás. Ante el misterio de Jesús, hay quienes lo rechazan y quienes lo aceptan, quienes se ponen a su servicio y quienes se desinteresan de Él. La Navidad es magnífica ocasión para que el hombre examine su actitud ante el Niño Dios: ¿Acogida y testimonio, o rechazo e indiferencia?

 

SUGEREncias PASTORALES

Mensajeros y centinelas. Desde los inicios de la historia de la salvación ha habido mensajeros y centinelas de Dios para anunciar el designio de Dios y proteger a los hombres, especialmente al pueblo de Israel y a la Iglesia, como nuevo Israel, de sus enemigos. Mensajeros para anunciar y proclamar las maravillas de Dios para con los hombres, para con su pueblo. Y pensemos que la maravilla más extraordinaria de toda la historia la estamos precisamente celebrando: el nacimiento del Hijo de Dios de una Madre Virgen. Centinelas para avizorar el horizonte de la historia, prever los movimientos culturales, religiosos, ideológicos, políticos y sociales que van a afectar la vida de los hombres y de los cristianos. Reflexionemos en que Jesucristo es "la clave, el centro y el fin de toda historia humana" (CIC 450), y por consiguiente de las culturas, religiones, ideologías, política y sociedad. Cada cristiano está llamado a ser mensajero y centinela: mensajero que proclama con su vida y su palabra la conversión y la salvación en Jesucristo; centinela que advierte al hombre de las cosas buenas que aportan los movimientos históricos y que le previene y defiende de los peligros que los mismos encierran. Tú, párroco, ¿eres mensajero y centinela para tus fieles? Tú, padre o madre de familia, ¿eres mensajero y centinela para tus hijos? Tú, catequista, ¿eres mensajero y centinela para aquellos, niños, jóvenes o adultos, a quienes impartes, en nombre y de parte de la Iglesia, la catequesis?

Aquí-hoy-ahora. El misterio escondido, revelado y testimoniado se celebra y actualiza "aquí". Es decir, en el lugar en que un sacerdote y una comunidad cristiana se reúnen para celebrar la Navidad. Aquí quiere decir Roma, Amsterdan, Tokio o Buenos Aires. Aquí quiere decir en tu parroquia, en tu comunidad religiosa, en el movimiento o grupo eclesial al que perteneces. El misterio además se celebra y actualiza "hoy": esta Navidad de 1999, en que tiene lugar la inauguración del año jubilar por el 2000 aniversario de la Encarnación del Verbo; esta Navidad, en la que no han cesado las guerras, en la que algún niño morirá o simplemente no participará del banquete de la vida, en la que hombres y mujeres unirán sus manos en oración y sus vidas en la acción para orar y trabajar por la paz, para arrancar de la humanidad los males que la afligen. El misterio finalmente se celebra y actualiza "ahora": en este momento de tu vida, de tu experiencia religiosa, de tu madurez humana y cristiana, de tu situación familiar y profesional. En este momento de la vida de los hombres, para incidir en ellas, si la acogen, con toda la fuerza de Dios, que nos llega velada en la carne de un Niño. El "aquí-hoy-ahora" de la Navidad no es ciertamente un somnífero de la conciencia; más bien quiere ser un despertador y un estímulo para nuestra vida cristiana.

 

Domingo Primero de NAVIDAD: La Sagrada Familia 26 de diciembre de 1999

Primera: Gén 15, 1.6; 21, 1-3; Segunda: Heb 11, i.11-12.17-19; Evangelio: Lc 2, 22-40

NEXO entre las LECTURAS

Tema central de este domingo parece ser la fe. La primera lectura trata de la fe de Abrahán, una fe inquebrantable, probada. Esta misma fe es objeto de la segunda lectura en la que el autor de la carta a los Hebreos nos hace una verdader apología de los grandes hombres de fe en la historia de la salvación. Finalmente, el evangelio resalta la fe de la Virgen María, al escuchar las palabras que Simeón dirige a su niño: "gloria de Israel y luz de las naciones", al igual que las a ella dirigidas: "Una espada te atravesará el alma".

 

 

 

MENSaje DOCTRINAL

Fe en el Dios de la promesa, de la prueba y del cumplimiento. "Por la fe Abrahán salió hacia una tierra que iba a recibir en posesión, y salió sin saber a dónde iba...Por la fe recibió fuerza para fundar un linaje, porque se fió del que se lo había prometido" (Heb 11, 8.11). Dios promete a Abrahán tierra y descendencia, y Abrahán, fiado de Dios, no duda un instante en dejar su patria y en esperar lo humanamente imposible (primera lectura). María y José contemplan a Simeón que tiene en sus manos a su hijito y dice de él cosas maravillosas y sorprendentes. Pero María es mujer de fe, es la madre de los creyentes, y no admite la más mínima duda sobre el destino y la misión grandiosa de su hijo, en ese momento una criatura pequeña y necesitada: gloria de Israel y luz ge las naciones. Se ve claro tanto en el caso de Abrahán como en el de María que "nada hay imposible para Dios" y que "todo es posible para el que tiene fe". Las promesas de Dios no han terminado con la familia de Abrahán y Sara o con la de la María y José. Las promesas de Dios continúan: la gran promesa de la salvación, la promesa de unos cielos nuevos y una tierra nueva en donde reine la justicia...La familia de los creyentes, ¿tiene fe en estas promesas de Dios? Así como Dios cumplió la promesa hecha a Abrahán y a María, porque creyeron, así cumplirá su promesa a los hombres que quieran entrar en el espacio de la fe.

"Por la fe Abrahán, sometido a prueba, estuvo dispuesto a sacrificar a Isaac" (Heb 11, 17). Dios no ahorra a ningún creyente las pruebas de la fe, forman parte de la misma "lógica" divina. Una fe no probada, ¿sería fe? Fue probado Abrahán, el padre de los creyentes; fueron probados los patriarcas, y Moisés y David, y los profetas...Y fue probada, al llegar la plenitud de los tiempos, la Virgen María. "Será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón" (Lc 2, 34-35). Dios somete a prueba nuestra fe, no como "tentador", sino como educador y padre que quiere aquilatar y perfeccionar nuestro abandono total a la fe. Ante las pruebas de la fe, la actitud del hombre debe ser la de Abrahán y la de María.

La familia de la fe. Así como cada familia de sangre puede mostrar su árbol genealógico, existe también la familia de la fe, con su árbol genealógico y con su historia concreta. Tal vez no podamos determinar documentalmente ese árbol ni esa historia, pero existe, es un dato incancelable, por más que nos sea desconocido. La carta a los Hebreos hace desfilar por el capítulo 11 grandes figuras de ese árbol genealógico en la historia de Israel. Cada Iglesia cristiana tiene también su árbol genealógico. Recordemos por ejemplo las primeras: Jerusalén, Antioquía, Galacia, Corinto, Roma. Cada nación y cada Iglesia particular (diócesis) hoy en día se gloría también de su "padre en la fe". La fiesta de la Sagrada Familia hace referencia en primer lugar a cada familia de sangre, pero incluye además esa otra familia de la fe, pues María, la creyente, es Madre de la Iglesia, y José es su patrono especial.

 

SUGEREncias PASTORALES

Los padres en la fe. Los padres de sangre dan la vida, pero no basta; tienen que dar también la fe para ser verdaderamente padres cristianos. La primera escuela de la fe, desde los inicios del cristianismo, ha sido la familia y deberá continuar siéndolo. Una familia en la que los padres no son "practicantes", ¿cómo podrá ser escuela de fe? Una familia en la que los padres se despreocupan de la educación religiosa de sus hijos, ¿qué puede esperar de sus hijos cuando crezcan? Una familia en la que los padres creen, pero no hay coherencia entre la vida y la fe, ¿qué modelo de fe está ofreciendo a sus hijos? Para los padres cristianos el transmitir la fe no es algo opcional, ni algo que pueden transferir a los maestros del colegio o a los catequistas de la parroquia, ni algo carente de interés frente al estudio de otras materias más importantes. Para los padres cristianos transmitir la fe es inherente al hecho mismo de transmitir la vida. Si todos los padres cristianos transmitieran a sus hijos, de palabra y con el ejemplo, la fe de la Iglesia, algo cambiaría en este mundo...

La Iglesia es familia. Los hombres podemos formarnos imágenes diversas de la Iglesia, que subrayan aspectos reales de ella o secuelas históricas: la Iglesia-institución, la Iglesia-poder, la Iglesia-carisma, la Iglesia-sociedad perfecta, la Iglesia-pueblo...En este día dedicado a la Sagrada Familia merece la pena subrayar que la Iglesia es familia: familia de Dios entre los hombres, familia de hermanos que se aman y se ayudan mutuamente en su fe y en su vida cristiana, familia herida en su unidad, pero que la busca sincera y ardientemente, familia que tiene una misma fe, un mismo bautismo, un mismo Dios y Padre, un mismo Señor y un mismo Espíritu. Si como Iglesia somos familia, vivamos todos, con nuestros comportamientos, actitudes, pensamientos y palabras, el espíritu de familia. Fijémonos más, tanto en el diálogo intraeclesial como en el diálogo ecuménico, en todo lo que nos une que en lo que nos diferencia y nos separa.

 

La Maternidad Divina de MARÍA 1 de enero de 2000

Primera: Núm 6, 22-27; segunda: Gál 4,4-7; Evangelio: Lc 2, 16-21

NEXO entre las LECTURAS

La mujer es el centro de atención de la liturgia. Particularmente la mujer como madre. Y esa mujer y esa madre es María. San Pablo en su carta a los gálatas dice de Jesucristo: "nacido de mujer, nacido bajo la ley" (segunda lectura), para indicarnos que como hombre Dios necesariamente ha tenido que tener una madre. La bendición litúrgica de la primera lectura parece que fue escrita dirigida a María madre: "El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te dé la paz". El rostro del Señor es Jesús de Nazaret, el hijo de María. El evangelio nos permite intuirlo cuando con impresionante sencillez nos dice, refiriéndose a los pastores: "Fueron de prisa y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre".

 

MENSaje DOCTRINAL

Mujer y Madre de Dios. "Nacido de mujer" es Jesús. Mujer, con toda su feminidad, es María, la nueva Eva, origen y espejo de toda mujer redimida. Siendo Jesús el Verbo de Dios, resulta obvio que María es la Madre de Dios, la gloria suprema de la mujer. Dios, en su inmensa sabiduría, ha querido vivir la experiencia de tener una madre, de mirarse en la ternura de sus ojos, de acunarse en sus brazos y de ser estrechado en su regazo. Para ser Madre de Dios María no tuvo que renunciar o dejar al margen nada de su feminidad, al contrario, la tuvo que realizar en nobleza y plenitud, santificada como fue por la acción del Espíritu Santo. Al nacer de una mujer Dios ha enaltecido y llevado a perfección "el genio femenino" y la dignidad de la mujer y de la madre. La Iglesia, al celebrar el uno de enero la maternidad divina de María, reconoce gozosa que María es también madre suya, que a lo largo de los días y los meses del año engendra nuevos hijos para Dios.

Madre, bendición y memoria. En el designio de Dios, que es fuente de la maternidad, ésta es siempre una bendición: como a María, se puede decir a toda madre: "Bendito el fruto de tu vientre". Una bendición primeramente para la misma mujer, que mediante la generación da cumplimiento a la aspiración más fuerte y más noble de su constitución, de su psicología y de su intimidad. Bendición para el matrimonio, en el que el hijo favorece la unidad, la entrega, la felicidad. Bendición para la Iglesia, que ve acrecentar el número de sus hijos y la familia de Dios. Bendición para la sociedad, que se verá enriquecida con la aportación de nuevos ciudadanos al servicio del bien común.

La maternidad es también memoria. "María hacía 'memoria' de todas esas cosas en su corazón" (evangelio). Memoria no tanto de sí misma, cuanto del hijo, sobre todo de los primeros años de su vida en que dependía totalmente de ella. Memoria que agradece a Dios el don inapreciable del hijo. Memoria que reflexiona y medita las mil y variadas peripecias de la existencia de sus hijos. Memoria que hace sufrir y llorar, que consuela, alegra y enternece. Memoria serena y luminosa, que recupera retazos significativos del pasado para bendecir a Dios y cantar, como María, un "magnificat".

 

SUGEREncias PASTORALES

La madre, "sol de la casa". Esta expresión aplicó el papa Pío XII a la madre en un famoso discurso. Como el sol, la madre aporta "calor" al hogar con su cariño y su dulzura; como el sol, la madre ilumina los "ángulos oscuros" de la vida hogareña cotidiana; como el sol, la madre anima, suscita, regula y ordena la actividad de los miembros de la familia; como el sol, en el atardecer, la madre se oculta para que comiencen a brillar en la vida de los hijos otras luces, otras estrellas. La Virgen María fue el "sol" de la casa de Nazaret para su hijo Jesús y para su esposo José. En ella encuentra toda esposa y madre un modelo que imitar, un camino que seguir. ¿Cómo puede ser hoy, una esposa y una madre, sol de la casa? ¿Cuáles son las expresiones de cariño y de dulzura para "calentar" el hogar? ¿Cómo iluminar los "ángulos oscuros" del esposo, de los hijos, y de los demás seres queridos que conviven en la misma casa? ¿Qué formas de tacto y mesura habrá de usar para orientar la actividad de la familia hacia la unión, el bienestar, la paz, la felicidad? ¿En qué modo habrá de "ocultarse" para no opacar las nuevas luces que aparecen en el horizonte de sus hijos? Sería una desgracia para la familia y para la sociedad el que la madre, en lugar de ser el sol de la casa, viniese a ser noche y tiniebla, tormenta y huracán. ¡Madre!, sé siempre luz del hogar, levanta tu mirada hacia María la Madre y sigue sus pasos.

Valorar la maternidad. En el mundo actual la maternidad pasa por un estado de ambivalencia. Por un lado el fenómeno de la disminución de la natalidad en el mundo, especialmente en Europa y Occidente, es real y evidente, al igual que casi se ha perdido el carácter "sacro" de la maternidad por su colaboración con la obra del Creador y el respeto a las leyes divinas sobre las fuerzas y límites procreativos del hombre y la mujer; por otro, la mujer desea satisfacer a toda costa su vocación íntima a la maternidad, o quiere tener menos hijos para poder dedicarse más y mejor a su tarea de madre educadora, o adopta con amor y decisión hijos "anónimos" o "huérfanos", a costa incluso de muchos sacrificios. Ante esta ambivalencia, simplemente delineada y que por tanto abarca otros muchos aspectos, es necesaria una campaña para que tanto la mujer como la sociedad en general valoren más la maternidad. ¿Qué se puede hacer en tu ambiente para lograr esta valoración? ¿En qué pueden las leyes, los medios de comunicación, las instituciones estatales y eclesiales contribuir a valorar la vocación original y primaria de toda mujer?

Segundo Domingo de NAVIDAD 2 de enero de 2000

Primera: Sir 24, 1-4.8-12; segunda: Ef 1,3-6.15-18; Evangelio: Jn 1, 1-18

NEXO entre las LECTURAS

Jesús, el Verbo hecho carne y que ha puesto su casa entre nosotros (evangelio), es la sabiduría de Dios entre los hombres. Una sabiduría que existe desde el principio, que puso su tienda en Jacob y en Jerusalén ha asentado su poder (primera lectura). Una sabiduría que, no siendo humana, hemos de pedirla al Espíritu para que Él nos haga comprender y nos dé a conocer cuál es la esperanza a la que hemos sidos llamados, y la gloria otorgada en herencia a su pueblo (segunda lectura). Una sabiduría que goza de poder creador y de cuya plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia (evangelio).

MENSaje DOCTRINAL

El Jesús del Evangelio. El prólogo que leemos en este domingo sintetiza los grandes rasgos del misterio de Jesucristo, teniendo como trasfondo un paralelismo con la sabiduría personificada, que hace su propio elogio, y que evidentemente Cristo supera. Jesús es un "hombre eterno", con un principio sin principio junto a Dios (Jn 1,1-2); la sabiduría por su parte dice de sí: "Antes de los siglos, desde el principio, me creó, y nunca dejaré de existir" (Sir 24,9). Jesús es con el Padre el creador de todo y sin él nada se hizo de cuanto llegó a existir (Jn 1,3). La sabiduría a su vez dice que "cuando Dios establecía los cielos, allí estaba yo...cuando echaba los cimientos de la tierra, a su lado estaba yo, como confidente" (Prov 8, 27-30). Jesús es la vida y el camino para llegar a ella y la verdad que la da sustancia y peso (Jn 1,4; 14,6). La sabiduría a su vez dice de sí que "quien me encuentra, encuentra la vida, y alcanza el favor del Señor" (Prov 8,35). Jesús es la luz verdadera que ilumina a todo hombre (Jn 1, 9), y el sabio "hará brillar la instrucción que ha recibido, y su orgullo será la ley de la alianza del Señor (Sir 39,8). Jesucristo es la plenitud de todo (Jn 1, 16), y "los pensamientos de la sabiduría son más anchos que el mar, sus designios más profundos que el gran abismo" (Sir 24,29).

Este es el Jesús que la Iglesia predica y hace presente en medio del tiempo y de la historia de los pueblos. La Iglesia lo hace presente, no por luces propias o a causa de poderosos instrumentos humanos, sino que Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, ilumina los ojos de su corazón para que lo conozca (Ef 1, 18), de modo que en tal conocimiento colaboren la inteligencia y el amor. En este sentido todo cristiano es un "iluminado", pero no por la ciencia de los hombres, sino por la ciencia de Dios. Aquí reside la verdadera sabiduría de la Iglesia, que tiene en Dios su origen y su camino y su destino.

La respuesta del hombre a Jesús. La Biblia no deja de decir claramente que quien no acepta la sabiduría de Dios es un necio (cf Sal 14 y 53). La "necedad" es el resultado de quien no acoge la sabiduría de Dios y, por tanto, no recibe a Jesucristo en su corazón y en su vida. Por el contrario, quien acoge a Jesucristo, incluso hasta en el escándalo de la cruz, posee la sabiduría de Dios, ya que Cristo se ha hecho para nosotros sabiduría divina, salvación, santificación y redención (cf 1Cor 1, 18-31). En todo ello existe la paradoja de que Dios desvela su sabiduría a los humildes y sencillos, a la vez que destruye la sabiduría de los sabios y hace fracasar la inteligencia de los inteligentes (Cf Is 29,14). El hombre está obligado a dar una respuesta al misterio de Jesús. ¿Será de acogida o de rechazo? ¿Será de necedad o de sabiduría?

 

SUGEREncias PASTORALES

La sabiduría cristiana. El mundo está lleno de ciencia, pero en buena parte desprovisto de sabiduría. Con la ciencia el hombre aprende a manejar las cosas, con la sabiduría aprende a ser señor de sí mismo y a orientar su vida por los caminos de Dios. La ciencia da a luz al progreso y al desarrollo en todos los ámbitos de la existencia humana y del mismo universo, la sabiduría da a luz a la prudencia y a toda virtud, da a luz a la santidad. La ciencia hace la vida más llevadera y fácil, más dinámica e intensa, la sabiduría hace la vida más armoniosa y más feliz. Con la ciencia el hombre se está superando constantemente a sí mismo, con la sabiduría el hombre llega hasta Dios y adquiere la "mente" de Dios. La ciencia es un producto maravilloso del hombre, la sabiduría es un don estupendo de Dios...No es que haya que contraponer la ciencia humana y la sabiduría cristiana. Ambas pueden ser posesión del hombre y ennoblecerlo en su poder y dignidad. Como la razón y la fe, la ciencia y la sabiduría son dos alas con las que el hombre vuela en su peregrinación hacia Dios.

 

La Iglesia de la Palabra. La Iglesia es obra de la Palabra de Dios, su prolongación en el tiempo. La Iglesia no se pertenece, pertenece a la Palabra. Por eso, su primera tarea es tomar conciencia de sí misma, de su origen y de su misión entre los hombres; una toma de conciencia no sólo de la jerarquía, sino de todos los fieles cristianos. Por eso, debe predicar la Palabra sin cesar, en todos los rincones del planeta; predicarla con autoridad como elegida por Dios para esta misión y con humildad, como servidora de los misterios de Dios. Por eso, debe predicarla con competencia, para que la Palabra sea conocida y aceptada; debe predicarla con integridad, para no mutilar la Palabra de Dios. Por eso, no debe predicarse a sí misma, sino a la Palabra, al Verbo de Dios hecho carne. ¿Cómo es, sacerdote, tu predicación? ¿Haces resonar verdaderamente en tu predicación la Palabra de Dios? Para que la palabra de la Iglesia, la palabra de cada uno de sus hijos, sea eficaz en el mundo y en el ambiente particular de cada uno, ésta tiene que llegar a ser la Iglesia de la Palabra.

 

Solemnidad de la EPIFANIA 6 de enero de 2000

Primera: Is 60, 1-6; Segunda: Ef 3,2-3.5; Evangelio: Mt 2,1-12

NEXO entre las LECTURAS

La luz de Cristo brilla de modo singular en los textos de la Epifanía. El tercer Isaías canta, bajo el símbolo de la luz, el triunfo y la centralidad de Jerusalén en el concierto de las naciones (primera lectura). La luz de Jerusalén es profecía, mira hacia una persona que será la luz de las naciones y la gloria de Israel (cf Lc 2,32). El evangelio nos narra la historia de unos "magos" que llegaron a Jerusalén porque habían visto en oriente la estrella del rey de los judíos y venían a adorarlo (evangelio). Y san Pablo en la carta a los efesios afirma que el misterio de Cristo ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas (segunda lectura); misterio de Cristo que consiste en ser luz y gloria de la humanidad.

 

MENSaje DOCTRINAL

Cristo, luz universal. Es una verdad de nuestra fe que "uno ha muerto por todos" y "que nadie más que él puede salvarnos" (Hch 4,12). Este misterio salvífico de la muerte de Cristo (de su vida y de su resurrección) ilumina con su resplandor a la humanidad en su totalidad, sin exclusión alguna. Dice bellamente el catecismo: "La llegada de los magos a Jerusalén para 'rendir homensaje al rey de los judíos' (Mt 2,2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David (cf Núm 24,17; Ap 22,16), al que será el rey de las naciones (cf Núm 24,17-19)" (CIC 528). Los Padres del Concilio Vaticano II comenzaron la Constitución dogmática sobre la Iglesia con estas palabras: "Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo...desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el Evangelio a todas las criaturas" (LG 1). Esta verdad forma parte del patrimonio perenne de la Iglesia y fundamenta su razón misma de ser en el mundo.

Cristo, misterio de Dios. La universalidad salvífica de Cristo no consta en los anales de la historia humana ni es deducible mediante estudios historiográficos profundos ni resulta del esfuerzo de penetración de una mente extraordinaria y sin igual. San Pablo, que tuvo que enfrentarse en primera persona con esta realidad y luego defenderla a capa y espada frente a los adversarios, quedó convencido íntimamente -y así nos lo dejó escrito- de que está de por medio "un misterio que consiste en que todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del evangelio" (Ef 3,6). Un misterio de Dios, que por tanto sólo Dios puede revelar, en el modo previsto por su providencia. A los magos el misterio se les reveló por medio de una estrella; a Pablo mediante la visión y experiencia de Cristo en el camino hacia Damasco.

A este Niño, Luz universal envuelta en el misterio de Dios, sentido y plenitud de la humana existencia (así fue para los magos, así fue para Pablo, así debe ser para todo hombre), no se puede dejar de adorarlo y de ofrecerle nuestros regalos, como hicieron los magos; no se puede dejar de consagrarle nuestra vida, como hizo Pablo de Tarso. Sumisión y ofrecimiento, obediencia a la voluntad divina y donación son las coordenadas de todo critiano que acoge con amor y gozo el misterio de Cristo.

SUGEREncias PASTORALES

Cristiano, adora a tu Dios. Existe en el hombre una tendencia innata a "adorar", es decir, a someterse sumisamente a alguien o a algo que da razón de su existir. En la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, se mencionan con frecuencia a los ídolos y se previene contra ellos. "No te harás ídolos...No te postrarás ante ellos ni les darás culto" (Dt 5,8-9). "Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen boca y no hablan...son como dioses que no pueden salvar". Esos ídolos pueden ser realidades materiales que con su poder encandilan la mirada del hombre y atraen su corazón, ídolos realmente numerosos y potentes; pueden ser también personas que, con su gracia y encanto, seducen y enajenan los pensamientos y el corazón de los hombres; pueden ser uno mismo, haciendo de su yo un sujeto adorante y adorado en un narcisismo inmaduro y cegador. Frente a los ídolos, el cristiano oye la voz de la Iglesia y de la conciencia que le dice: "Adora a tu Dios", el único Dios verdadero, el Dios vivo y fuente de vida. Sólo Él merece adoración, obediencia, entrega. Sólo Él te respeta sin avasallarte, sólo Él te libera de cualquier ídolo dentro o fuera de ti. Como enseña el catecismo: "La adoración del único Dios libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo" (CIC 2097).

Cristo y las religiones no cristianas. Los magos del oriente no vinieron a Belén a convertirse a la religión cristiana, sino a adorar al rey de los judíos. Nada sabemos históricamente de ellos, después de este encuentro con el Niño Jesús. El hecho es que simbolizan las grandes religiones del oriente que adoran a Jesucristo, reconociendo en él una persona importante capaz de hacer girar el eje de la historia, pero no necesariamente al Hijo de Dios. La figura de los magos no ha cesado de prolongarse en los veinte siglos de cristianismo, y hoy incluye a todos los no cristianos que buscan, en el claroscuro de sus creencias religiosas, al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo. La actitud de díalogo (diálogo doctrinal, pero también ético y espiritual) con los no cristianos responde al designio de Dios, y es cada vez más apremiante no sólo en Oriente sino también en Occidente, dada la intensa emigración y el fenómeno de la movilidad humana. Este diálogo será fructuoso si el cristiano está firmemente asentado en su fe y busca con sinceridad en las religiones no cristianas descubrir las "semillas del Verbo".

 

Bautismo del SEÑOR 9 de enero de 2000

Primera: Is 55, 1-11; Segunda: 1Jn 5,1-9; Evangelio: Mc 1,7-11

NEXO entre las LECTURAS

En el bautismo de Jesús, como en todo bautismo, el agua ocupa el puesto central (evangelio). En el banquete de alianza entre Dios y los hombres, imaginado por Isaías, no puede faltar el agua, al lado de otras bebidas (primera lectura). San Juan en su primera carta nos dice que "Jesucristo vino por agua y sangre" y que "tres son los que dan testimonio de Jesucristo: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo" (segunda lectura). En el evangelio, después de que Jesús, bautizado por Juan, salió del agua, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma. El agua es la realidad más presente en todos los textos, el agua con toda su riqueza simbólica y con los demás elementos que la acompañan y completan.

 

MENSaje DOCTRINAL

El hombre, sediento de Dios. El hombre es un ser naturalmente sediento: sediento de gozo y felicidad, sediento de justicia y de paz, sediento de eternidad, sediento de Dios. "El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha de no cesar de buscar" (CIC 27). Esta sed de Dios nadie la puede apagar, si no es el mismo Dios. Por eso, Dios, a través de Isaías, invita y exhorta a los hombres: "Venid por agua todos los sedientos...prestad atención, venid a mí; escuchadme y viviréis" (primera lectura).

El agua y Jesús. El agua que apaga la sed del hombre es el agua del bautismo. Jesús, prototipo de todo ser humano, quiso sumergirse en esas aguas de purificación, no por ser él pecador, sino por haber cargado con el pecado del mundo. En las aguas del Jordán, en las que Cristo se sumergió, la humanidad entera se sumergió en él y con él, y quedó purificada de su pecado. Jesucristo, el Santo de Dios, además santificó las aguas del Jordán, y así la sed de santidad que todo hombre tiene comienza a satisfacerse con el agua del bautismo y busca apagarse con el agua del Espíritu, a través de una existencia espiritual, es decir, guiada y promovida por el Espíritu de Dios.

El agua y la sangre. ¿Basta el agua para apagar la sed? En la existencia cristiana se añade la sangre, esa sangre que, junto con el agua, brotó del costado de Cristo (Jn. 19, 34). Del costado de Cristo, atravesado por una lanza, manaron, nos dirán los Padres de la Iglesia, dos sacramentos: el bautismo y la eucaristía. Ellos forman, junto con la Confirmación, los sacramentos de la iniciación cristiana. Ahora ya no sólo el hombre tiene sed de Dios, sino que tiene sed del Dios, revelado en Jesucristo, "imagen perfecta de su ser" (Heb 1,3). "Bebed todos de ella (la copa), porque ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados" (Mt 26, 28).

El agua, la sangre y el Espíritu. "Los tres están de acuerdo" (segunda lectura). ¿En qué consiste este acuerdo? En revelar el amor de Dios, que se nos ha hecho visible en Cristo Jesús. En efecto, el agua (bautismo de Jesús) y la sangre (crucifixión de Jesús) manifiestan que la humanidad de Jesús es una humanidad como la nuestra, contra toda idealización platónica o toda manipulación gnóstica. El Espíritu, por su parte, que viene del cielo, revela que ese Jesús, enteramente hombre, es el Hijo en que Dios tiene todas sus complacencias. ¿En qué consiste este acuerdo? Consiste además en que el Espíritu es quien da eficacia al agua para purificar del pecado y a la sangre para saciar la sed de redención. "El Misterio de salvación se hace presente en la Iglesia por el poder del Espíritu Santo" (CIC 1111) y "la misión del Espíritu Santo es hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo con su poder transformador" (CIC 1112).

 

SUGEREncias PASTORALES

La espiritualidad bautismal. Por el bautismo, el cristiano se ha revestido de Cristo, imagen y prototipo del hombre nuevo, creado a imagen de Dios, y tiene delante de sí la tarea de hacerlo crecer hasta la plena madurez interior. La verdadera novedad abarca a todo el hombre, pero radica especialmente en el corazón, un corazón nuevo capaz de conocer, amar y servir a Dios con espíritu filial, y de amar a los hombres y a las cosas de Dios. Esta es la tarea inaplazable, fundamental y permanente de toda vida cristiana, en cualquier estado, en cualquier época y en cualquier situación.

A partir de este nuevo modo de ser, vivido conscientemente por acción del Espíritu Santo, el hombre nuevo imprime a su vida un dinamismo interior orientado a desarrollar los rasgos de su conducta religiosa y moral, en conformidad con su modelo Jesucristo, y mediante la purificación incesante de sus pasiones desordenadas de sensualidad y soberbia.

La construcción, día tras día, de este hombre nuevo constituye el objetivo primordial de la vida cristiana y del apostolado en la Iglesia. De aquí que sea necesario meditar asiduamente en la riqueza y hondura del don del bautismo y del compromiso que conlleva, una meditación tanto individual como comunitaria. Porque "todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo bautismo", ya que éste le hace capaz de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo mediante las virtudes teologales; le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo; le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales (CIC 1266). ¿Tenemos los cristianos suficiente conciencia de la espiritualidad bautismal? ¿Qué puedo hacer para desarrolar esta espiritualidad en mí mismo y en mis hermanos?

 

Segundo domingo del TIEMPO ORDINARIO 16 de enero del año 2000

Primera: 1Sam 3,3-10.19; Segunda: 1Cor 6,13-15.17-20; Evangelio: Jn 1, 35-42

NEXO entre las LECTURAS

La llamada o vocación ocupa el centro de las lecturas de este domingo, con que inicia el tiempo ordinario. Una llamada al seguimiento, es decir, a permanecer con Jesucristo, como los dos discípulos del Evangelio. Una llamada a la que hay que dar una respuesta generosa, como hizo Samuel: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha" (primera lectura). Una llamada que implica una "expoliación", un no pertenecerse a sí mismo, sino a Dios y a su Espíritu; de ahí, la clara conciencia y exigencia de una vida pura, lejos de la lujuria y de todo aquello que contravenga la pertenencia al Señor (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

La llamada. En el origen de la concepción cristiana de la vida está la realidad de una llamada. Dios que llama a la existencia, a la fe cristiana, a la vida laical, consagrada o sacerdotal, al encuentro feliz con Él en la eternidad. Esta llamada implica ya en sí la conciencia de que el hombre no es absolutamente autónomo. Depende de Alguien que pronuncia su nombre, le llama. En el origen mismo de la existencia está el llamado de Dios, y el mismo desarrollo de la vida no será sino el desarrollo de las llamadas divinas. En este contexto general de la llamada, se sitúa la vocación sacerdotal, esa llamada que Dios dirige a unos pocos hombres para estar con Él y para establecer puentes entre Él y los hombres. Todo hombre, todo sacerdote, es un "llamado", y en la correcta respuesta a la llamada se juega su identidad, su realización personal, y su felicidad temporal y eterna.

Un lugar y un modo de llamar. Cada vocación a la vida sacerdotal, -vale igual para la vida consagrada- es irrepetible en el tiempo, en el espacio y en el modo. Y, además, no somos los hombres los que determinamos estas circunstancias, sino el mismo Dios que llama. Dios puede llamar a los doce, 15, 18, 23 ó 34 años , sin que tengamos los hombres derecho alguno para replicar: ¿Por qué me llamaste tan temprano? ¿Por qué me llamastre tan tarde? El lugar y el momento es también Dios quien lo elige. En la escuela, en casa, en una discoteca, en una iglesia. ¿Y qué decir sobre el modo tan variado como Dios va llamando a los hombres al ministerio sacerdotal? ¿Y sobre el proceso tan original mediante el cual Dios manifiesta su voluntad y lleva al hombre hacia una respuesta?

Algunos aspectos del llamado. El primer paso de la llamada es la búsqueda que el mismo Dios siembra en el corazón del hombre. La inquietud, que entraña la búsqueda, surge espontánea en el hombre, pero es Dios quien la ha puesto, como paso previo de la vocación. Así la llamada divina aparece, a los ojos del hombre, como una desembocadura de su inquietud y de su búsqueda. A los dos discípulos que iban tras él, junto a la ribera del Jordán, Jesucristo les pregunta: ¿Qué buscáis? No buscarían si Dios no hubiese metido en ellos el deseo de buscar, pero la búsqueda misma es algo personal, intransferible; es ya una primera respuesta.

A quien de alguna manera "busca", Dios no le llama, al menos de modo ordinario, por vía directa, sino a través de las mediaciones humanas: Elí fue el mediador entre Dios y Samuel, Jesús lo fue entre Dios y los primeros discípulos. Para el cristiano, la Iglesia, que es el "lugar" de la salvación, es también el lugar de la "mediación"; es en ella y a través de ella que Dios continúa llamando a los hombres. Una llamada al sacerdocio al margen de la Iglesia es inconcebible. En todo caso, habrá que decir que no es una llamada divina.

La vocación sacerdotal es una llamada al despojamiento, a la expropiación de uno mismo para llegar a ser propiedad exclusiva de Dios. Aquí radica el motivo fundamental del celibato sacerdotal, y el derecho de la Iglesia a pedirlo. Pero, la vocación es despojamiento que entraña revestimiento, expropiación que implica apropiación, expoliación que conduce a la posesión. En este proceso el hombre no se "enajena", no sufre una alienación de su personalidad. Al contrario, alcanza el máximo grado de identidad y de autorrealización al responder en plena conciencia y libertad a la voz divina.

Respuesta al llamado. Cuando alguien llama a otra persona, ésta tiene que dar necesariamente una respuesta. Puede ser positiva, negativa, neutra e indiferente. Lo que el hombre no puede hacer es dejar la llamada sin respuesta. Cuando Jesús a los dos discípulos les dice: "Venid y veréis", éstos ¿qué hicieron? "Se fueron con él, vieron dónde vivía y pasaron con él aquel día". Y cuando Samuel se entera de que es Dios que le llama, no duda en responder: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha". El hombre es libre para dar una u otra respuesta, pero está obligado a dar una respuesta, dada su intrínseca condición de llamado

 

SUGEREncias PASTORALES

Respuestas audaces. En nuestro mundo, en nuestro ambiente Dios continúa llamando al sacerdocio y a la vida consagrada, como lo ha hecho a lo largo de toda la historia de la salvación. Sin embargo, se constata un descenso muy notable en el número de respuestas afirmativas y, consiguientemente, en el número de vocaciones sacerdotales, aunque en el último decenio la flexión descendente se ha detenido y parece que comienza de nuevo un movimiento ascendente en el número de vocaciones. Si bien hay factores culturales e históricos que han podido influir, -y son de todos conocidos-, no pienso que los cristianos estemos exentos de cierta responsabilidad en todo este asunto. Quizá no hemos hecho lo suficiente -o incluso hemos hecho muy poco- para promover , renovar y reavivar nuestra fe, después del gran acontecimiento eclesial que fue el Concilio Vaticano II. Tal vez hemos pensado que las vocaciones es cuestión de la que se deben interesar los "curas" y, si somos curas, los encargados de la pastoral vocacional. El ambiente en que crecen los jóvenes hoy en día requiere de respuestas audaces y contra corriente. La comunidad parroquial y diocesana debe sostenerles y apoyarles en tales respuestas. Está en juego el futuro de la comunidad creyente y de la misma Iglesia. Con la ayuda de todos, la audacia de la respuesta será más sólida y convincente.

¿A qué llama el Señor? Ante todo, llama a pertenecerle y a estar con Él. El llamado al sacerdocio tiene que estar convencido de que su vocación es una relación particular con Dios y con nuestro Señor Jesucristo. Sin una espiritualidad consistente y bien fundada, el llamado cederá fácilmente a los reclamos del mundo y se derrumbará, como un castillo de naipes. Dios, pues, llama ante todo a ser radical y exclusivo en el amor a Él, para con Él y desde Él abrir el alma y el corazón a todos los hombres. Por eso, Dios llama también al ministerio de la salvación. El sacerdote sirve al hombre, proponiéndole la salvación de Dios. Aquí está su propuesta específica. Todo lo demás está en función de ella. ¿No ha sucedido en estos últimos decenios, en no pocos casos, que el sacerdote se ha dedicado más al servicio social que al ministerio de la salvación? He aquí un tema de reflexión para todos los sacerdotes. Si la Iglesia es la comunidad de los que esperan la venida del Señor, ¿no es verdad que fácilmente se han olvidado en la predicación, en la instrucción catequética, en el consejo y en el acompañamiento espiritual la gran realidad de las verdades últimas de la existencia terrena del hombre? Hay aquí una importante tarea que realizar al inicio del tercer milenio de la era cristiana.

 

Tercer domingo del TIEMPO ORDINARIO 23 de enero del año 2000

Primera: Jon 3,1-5.10; Segunda: 1Cor 7, 29-31; Evangelio: Mc 1, 14-20

NEXO entre las LECTURAS

Convertirse, he aquí la palabra clave de este domingo. Los ninivitas, ante la predicación amenazante de Jonás, hacen penitencia y se convierten. Jesús, según el evangelio de Marcos, comienza su predicación en Galilea invitando a la conversión: "Convertíos y creed en el Evangelio". En la segunda lectura se nos señalan las consecuencias de la verdadera conversión, porque el verdadero convertido vive con la conciencia de que la apariencia de este mundo pasa.

 

MENSaje DOCTRINAL

Dios quiere la conversión. Puesto que Dios ama al hombre y desea que éste sea feliz, quiere que se convierta y viva. Convertirse significa dejar el camino equivocado de una felicidad aparente y enderezar los pasos hacia el camino del bien, de la verdad y de la plenitud. Esto es lo que hicieron los ninivitas cuando Jonás predicó en su ciudad la destrucción a causa de su mala conducta. Esto es lo que hicieron igualmente Pedro y Andrés, Santiago y Juan cuando Jesús les llamó a su seguimiento: dejando el camino en el que se encontraban, siguieron el camino de Jesús. En la vida de la Iglesia, el bautismo es el lugar de la conversión primera y fundamental; pero la llamada de Cristo a la conversión, a impulsos de la gracia, sigue resonando en la vida de los cristianos, como tarea ininterrumpida de penitencia y renovación. (cf. CIC 1427-1428).

Conversión, fe, seguimiento. La conversión es a la vez una llamada y una respuesta. Dios nos llama a convertirnos y el hombre responde con la conversión, gracias al don de la fe. En base a la fe en Dios, el hombre se convierte y vive la experiencia nueva de vivir orientado derechamente hacia Él. La fe que previene la conversión, también la acompaña y la sigue para dar frutos de conversión en la conducta y vida diarias. Una conversión sin el acompañamiento de la fe no sería otra cosa sino un puro y momentáneo sentimiento, un "fervorín" suscitado por una experiencia fuerte. Es decir, se reduciría a algo superficial y desprovisto de futuro. Sin embargo, cuando la conversión se funda en la fe y es acompañada por ésta, entonces lo más natural es que culmine con el seguimiento: ir pisando las mismas huellas de Cristo en el camino de la vida. En tiempo de Jesús, eran los discípulos los que escogían al rabino o maestro; Jesús hace al contrario: es él quien elige y dice a sus elegidos: sigue mis pasos, camina tras mis huellas. Así serás mi verdadero discípulo.

¿Por qué convertirse? San Pablo en la segunda lectura nos lo dice: "El tiempo se acaba... la apariencia de este mundo está a punto de acabar". En otros términos, convertirse implica un doble motivo: primeramente, la conciencia de que este mundo no es eterno, es más bien efímero y pasajero; y en segundo lugar, la convicción de fe de que sólo Dios ha vencido el tiempo, no pasa, vive en el reino de lo eterno. La fugacidad de la vida humana y la eternidad de Dios, Padre rico en amor y misericordia, son dos verdades complementarias con las que se debe motivar toda verdadera conversión. Si hubiese otros motivos, habrá que pensar que son espurios y por tanto no dignos de consideración. ¿Es necesario convertirse? En el mundo y la mentalidad actuales, hay muchos que están alejados de Dios, adoptan comportamientos inmorales en el ámbito familiar o profesional, son extraños a la vida de la comunidad parroquial o eclesial,...y con todo se creen que llevan una vida buena, que carecen de toda culpa, que no hacen mal a nadie, y por consiguiente que no tienen necesidad de conversión. ¿De qué habrá de convertirse cuando el hombre cree estar en el buen camino? Este es el verdadero drama de nuestro tiempo. La lujuria no es un pecado, simplemente es una evasión; el drogarse es en unos casos una necesidad, en otros se presenta como una exigencia del medio ambiente juvenil. El murmurar o calumniar al prójimo es un convencionalismo social o un requerimiento del propio medro. La infidelidad matrimonial se reduce a una "escapada" sea en la realidad sea en los sueños. Quienes así piensan y actúan no ven necesidad alguna de convertirse, porque su comportamiento es "normal" y es aceptado socialmente. ¿Qué es lo que ha pasado en la Iglesia, entre los cristianos, para que muchos hermanos nuestros en la fe actúen de esta manera? Merece que examinemos a fondo este punto, no sea que incluso los mismos sacerdotes estén pensando que la conversión no les atañe ni tienen necesidad alguna de ella.

 

SUGEREncias PASTORALES

La fe opera la conversión. La fe es la respuesta del hombre a la revelación que Dios nos hace de su verdad y de nuestro bien. Siendo verdad de Dios, no nuestra, tiene la impronta de la objetividad y por tanto debe medir nuestro comportamiento. Esa verdad de Dios para nuestro bien la encontramos en la doctrina dogmática y moral de la Iglesia. Reconocer esto es indispensable para abrir el alma a la conversión, mientras que no reconocerlo es cerrar la puerta a toda posibilidad de convertirse. ¿Creemos los cristianos en todas las enseñanzas que la Iglesia nos propone a nuestra inteligencia y a nuestra fe? ¿Son las verdades de fe y de moral, enseñadas por la Iglesia, los parámetros con los que medimos nuestra conducta? ¿Predican los sacerdotes la conversión como realidad que nace de la fe, que es labor permanente, que tiene una regla objetiva? Año tras año, siglo tras siglo, milenio tras milenio, Jesucristo continúa invitando a la conversión. ¿Será escuchado en el tercer milenio que apenas estamos comenzando? Seguir a Cristo hoy no puede equivaler a un certificado de buena conducta, a algo bien visto en el ambiente social en que vivo, a una moda pasajera y extravagante. El auténtico seguimiento de Cristo no puede hacerse sin una verdadera conversión, obra de una fe objetiva, intensa y profunda.

Cuarto domingo del TIEMPO ORDINARIO 30 de enero del año 2000

Primera: Deut 18, 15-20; segunda: 1Cor 7, 32-35; Evangelio: Mc 1, 21-28

NEXO entre las LECTURAS

"Enseñar", "enseñanza" son palabras frecuentes en los textos del Nuevo Testamento. Aparecen también varias veces en la liturgia de este cuarto domingo ordinario. Jesús es presentado por san Marcos como el maestro "que enseña con autoridad", "una enseñanza nueva" (Evangelio). No es una enseñanza cualquiera, sino la de un profeta, al estilo de Moisés, prototipo del profetismo en la mente de los israelitas, maestro y forjador de su pueblo (primera lectura). San Pablo, como profeta del Nuevo Testamento, imparte a los corintios su enseñanza sobre el matrimonio y el celibato, dos estados y dos caminos para vivir la dedicación y entrega al apostolado en la Comunidad eclesial (segunda lectura). Esta enseñanza profética, nueva y dada con autoridad, se dirige al hombre para que la acoja y sea receptor activo de su eficacia.

 

MENSaje DOCTRINAL

ESÚS, EL MAESTRO. El hombre, al nacer, no es un ser ya formado; posee sólo la capacidad de educarse. Necesita, por tanto, de maestros. En la historia de la humanidad han existido diversos ámbitos en que el niño y el joven reciben la enseñanza de sus mayores: la familia, la escuela o la universidad, la sinagoga o la iglesia, el ágora, o el foro, la academia o el club de debates, el periódico o la televisión. Todas las enseñanzas que se reciben son -o al menos pueden ser- útiles y enriquecedoras en la obra de la educación de una persona. Jesús no es un concurrente de tales enseñanzas, sino un Maestro que con su enseñanza infunde un alma a todas las demás. Porque su enseñanza incide en la historia, pero mira además al mundo del futuro, más allá de la historia. Jesús tampoco se presenta ni aparece en los evangelios como un contrincante de los maestros religiosos del pueblo judío -y podríamos añadir de los pueblos paganos-, sino como el Maestro que lleva a plenitud toda la enseñanza religiosa del pasado y sobre todo goza del poder de Dios para hacerla eficaz en la vida de los hombres y al servicio de su bien integral. Así es como Jesús, ante la enseñanza de los escribas pobre de fuerza divina y hecha de fórmulas cristalizadas en la tradición de los mayores, se muestra en el evangelio como el Maestro por excelencia, que posee propia autoridad en virtud del poder de Dios que en él actúa, y que hace pensar a los oyentes en una enseñanza nueva, es decir, definitiva, porque en ella se funden palabra y acción, sentido y eficacia.

PREFIGURACIÓN Y PROLONGACIÓN DE LA PALABRA. Ya en la tradición judía el profeta de la primera lectura era interpretado como prefiguración del Mesías, que debería aparecer ante sus contemporáneos como otro Moisés, es decir como un profeta y maestro legislador y forjador del nuevo pueblo. No es difícil imaginar que Jesús mismos -y con él los primeros cristianos- se apropiaran esta prefiguración al ser Jesús el Mesías esperado y al ser la comunidad cristiana el nuevo pueblo forjado por la enseñanza y la acción de Jesucristo entre los hombres. Siendo Jesús el profeta por excelencia, él es la clave de toque del verdadero o falso profetismo, como es igualmente el punto de referencia y el juez de cualquier otra forma de profetismo extrabíblico (en tiempo del deuteronomista eran los profetas cananeos del dios Baal).

Pablo, por su parte, (vale lo mismo para cualquier otro "maestro" de las comunidades cristianas¿ no es un profeta o maestro autónomo, sino que su enseñanza hace referencia a Cristo Maestro o es una enseñanza iluminada por la presencia de Cristo glorioso en los labios o en la pluma de Pablo, bajo la acción viva y vivificante del Espíritu Santo. Pablo enseña con autoridad, pero no propia, sino la misma autoridad de Cristo presente en él por el poder del Espíritu. Pablo enseña que hay dos estados de vida: matrimonio y virginidad, ambos don de Dios, ambos llamados a la dedicación y entrega en el apostolado. Pero a la vez enseña que el célibe está en condiciones de vivir más radicalmente esa dedicación y entrega apostólicas que quien vive en compromiso matrimonial.

A LA ESCUCHA DE LA PALABRA. Toda palabra o enseñanza es como una llamada que espera una respuesta. La enseñanza, por tanto, tiene una estructura dialogal por su misma naturaleza. Se puede aceptar, rechazar o discutir la enseñanza, pero es obligado dialogar con ella. Cuando se trata de la enseñanza evangélica y cristiana , no cabe otra respuesta que la acogida. Una acogida que es primeramente aceptación de la enseñanza recibida, porque es "enseñanza de Dios". Una acogida que lleva una carga no pequeña de estupor, porque se trata de enseñanzas nuevas, que no se escuchan de "otros maestros" a los que diariamente uno escucha. Una acogida que comporta quizá algo de temor reverencial, porque en definitiva se trata de acoger "el misterio" de Dios en nuestra vida tan impregnada de materia y de pensamientos terrenos. Una acogida que, sin embargo, lleva el sello de la victoria sobre las cosas importantes (el sentido de la vida y de la muerte, la realidad del más allá, el amor a Dios y al prójimo como esencia de la existencia). Una acogida, finalmente, que no puede callarse, sino que conduce a la difusión de la enseñanza aprendida, porque "no podemos callar lo que hemos visto y oído".

 

SUGEREncias PASTORALES

UNA PALABRA VIVA. En el gran mercado de la palabra, hay existente y agobiante, no es fácil encontrar una palabra viva y vivificadora. ¿Cuántas palabras , cuántas "enseñanzas" llegan hoy al oído del hombre, del cristiano? ¡Millones! Entre todos esos millones de palabras, ¿dónde está la palabra que dé vida y alimente el alma en ese día? El maestro cristiano (sacerdote, padre de familia, catequista...), actualizando la enseñanza de Jesucristo debe decir palabras vivas, palabras con fuerza de eternidad, que no pasen sino que perduren y den sentido y sirvan de crisol a todos los millones de otras palabras escuchadas. Ante esta realidad tan estupenda, uno siente la tentación de preguntarse por qué a veces son tan aburridas las clases de religión o las homilías dominicales. ¿Qué estamos haciendo con la Palabra Viva? ¿Por qué, siendo viva, no logra vivificar el corazón del predicador cristiano y del oyente? Algo está pasando que hace de la Palabra viva y eficaz una palabra quizá estéril y muerta, o al menos sin garra o impulso vital y transformador. Oremos todos para que los maestros de la Palabra lleven siempre en sus labios y en su corazón la Palabra de Vida.

ACTITUD ANTE EL MAESTRO. Cuando la palabra del maestro no es viva ni vivificante, no podemos esperar otra actitud sino el aburrimiento y el rechazo. Esto es tan evidente casi como un axioma. Pero, ¿por qué, incluso cuando la palabra está llena de vida e infunde vida, no es escuchada ni acogida? Ya Jesús tuvo que afrontar este rechazo de su Palabra, porque los hombres encontraban "duras" sus enseñanzas. Y Pablo, ¿no tuvo acaso que hacer frente a tantos que no mostraban interés por su evangelio o simplemente lo rechazaban? No nos debe extrañar que la Palabra Viva sea como un parteaguas que divide a los hombres entre quienes la acogen o la rechazan. La Palabra Viva se escucha en la libertad y para hacer hombres libres, pero hay quienes eligen ejercer su libre albredío rechazando la fuente de la libertad. La Palabra Viva es como una semilla que cae en tierra buena, pero está dura, no tiene profundidad, está repleta de hierbajos. Pidamos a Dios que con su gracia limpie y cultive su campo, de modo que los hombres -nuestros feligreses, nuestros alumnos, nuestros hijos- acepten la Palabra Viva para que dé en su corazón y en sus obras frutos abundantes.

 

Quinto domingo del TIEMPO ORDINARIO 6 de febrero del año 2000

Primera: Job 7, 1-4.6-7; Segunda: 1Cor 9, 16-19.22-23; Evangelio: Mc 1, 29-39

NEXO entre las LECTURAS

Sufrimiento, enfermedad, debilidad son palabras que aparecen en las lecturas de la liturgia hodierna. Junto a ellas están también otras a modo de respuesta: curación, predicación, servicio. El Evangelio presenta una jornada típica del ministerio apostólico de Jesús: predica, cura, se retira a orar, parte a otros lugares para predicar y echar los demonios. Job en la primera lectura se lamenta: "noches de sufrimiento me han caído en suerte... Mi vida es un soplo y mis ojos no volverán a ver la dicha". Finalmente, Pablo se hace débil con los débiles para ganar a los débiles, se hace esclavo de todos para ganar a todos los que pueda (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

EL SUFRIMIENTO HUMANO. Cuando Job dice que la vida del hombre es como un servicio militar, no se fija en los aspectos heroicos o gloriosos de la milicia, cuanto en lo que implica de lucha, dolor, sufrimiento y penalidades. Se quiera o no, en el origen, centro y término de la existencia humana está presente el dolor. Está el dolor de la fatiga diaria en el trabajo, y las pesadillas que acosan a los hombres desde la noche hasta el amanecer. Está la realidad de la enfermedad con todas sus variadas formas, y la angustia del morir, del tener que morir, sintiendo ansias de eternidad. Está el sufrimiento físico con su rostro fiero y perturbador, y está el sufrimiento del alma, que te socava por dentro y te va hundiendo en un abismo sin fondo. Está la renuncia obligada en razón de opciones superiores y hermosas, pero que al ser renuncia no deja de doler; y está la renuncia voluntaria por el bien de los demás, que lleva consigo también su carga de sufrimiento. Está sobre todo el dolor del pecado, ese dolor cuya huella queda en el alma, incluso cuando el pecado ya ha sido perdonado. ¡Inmenso dolor el de la humanidad! ¡Infinito sinsentido de la vida y horrible absurdidez! Conciencia de que el dolor y el sufrimiento durarán lo que dure el tiempo, por más que avance la medicina y la tecnología biomédica.

EL MISTERIO DEL DOLOR. El dolor es una realidad a la puerta de la casa y en el interior mismo del hombre. El dolor es también un misterio. Es decir, algo que el hombre no logra entender, por más que posea una capacidad extraordinaria de inteligencia, algo incomprensible para todos. Algo, además, que al escapársete de las manos, no puedes dominar ni manejar según tu voluntad, sino que se te impone y te subyuga. Ni Job, ni la suegra de Pedro ni los "endemoniados" de que habla el evangelio querían sufrir o estar enfermos, eran más bien sujetos pasivos de una fuerza superior que se les imponía contra su querer. Misterio, también, porque nos remite a algo o Alguien superior y por encima y más allá de nosotros que entra en nuestra vida y con lo que tenemos que contar. Misterio, finalmente, porque requiere de una "iniciación" de parte de un experto, no para entenderlo, pero sí para integrarlo en la propia vida y lograr darle un sentido. Para nosotros, cristianos, el experto en el dolor es nuestro Señor Jesucristo. Sólo él puede iniciarnos en la ciencia del dolor. Sólo él puede predicarnos con autoridad el evangelio o buena nueva del sufrimiento.

LA PROPUESTA CRISTIANA. En los textos litúrgicos hay indicios de una propuesta cristiana frente a la realidad del dolor y el misterio del sufrimiento. Ante todo, como nos enseña Job, hemos de adoptar una postura, no de resignación, sino de búsqueda de sentido. Mucho más importante que buscar calmantes al sufrimiento, es buscar sentido. Una búsqueda que perdura la vida entera, porque el dolor nos acompaña hasta la tumba. En segundo lugar, los cristianos hemos de tratar de aliviar el dolor. El hallar sentido al dolor no es un álibi para no hacer nada por suavizar y aliviar el sufrimiento de los hombres. Siendo el sufrimiento un mal, estrechamente enlazado con el pecado, hemos de combatirlo con decisión y eficacia. Jesús no se cruzó de brazos ante tantos enfermos, endemoniados, y gente atenazada por cualquier dolor. La actitud de servicio ante el sufrimiento, al estilo de Pablo que se hacía siervo de todos, es un imperativo exquisitamente cristiano. La enseñanza sobre el sentido del dolor, y el testimonio auténtico frente al propio sufrimiento, a la luz del misterio de Cristo, constituye una cumbre en la propuesta cristiana.

SUGEREncias PASTORALES

EL ROSTRO "BELLO" DEL SUFRIMIENTO. ¿Puede ser "bello" el dolor? ¿Es realmente el mal absoluto en el que no existe ni una chispa de belleza? ¿Es posible que se refleje en el espejo del dolor un gesto bello? Para algunas personas, hoy en día, el dolor es más horrible que la muerte, por eso la eutanasia o el suicidio resuelven el posible dilema. Para los médicos, cuya profesión es luchar contra el dolor, y para quienes éste es su enemigo, debe ser difícil pensar en el lado bello del sufrimiento. Pienso que decir a los familiares del moribundo o del enfermo terminal, o de quien ha sufrido un atropello inhumano, que el dolor tiene también un rostro bello, resulta quizá insolente o al menos un despropósito. Con todo, el sufrimiento tiene una cierta "belleza" humana y cristiana. El dolor, físico o moral, humaniza, dignifica al hombre en su humanidad, lo hace más plenamente hombre, cuando se acepta y se vive con nobleza de espíritu, aunque el cuerpo entero se retuerza y sufra las convulsiones más indecibles. Dignifica al que lo sufre, y dignifica por igual a sus seres queridos, cuando éstos lo soportan y viven con noble elegancia. Sobre todo, el dolor "cristianiza", es decir, nos asemeja al gran maestro y artista del dolor que es Jesucristo. Su dolor es bello porque embellece a toda la humanidad, limpiándola de la lepra de pecado e infundiendo en el viejo cuerpo de una humanidad caída la hermosura de la pureza e inocencia.

Una pastoral del sufrimiento no puede prescindir de este rostro bello del dolor. ¿Cuáles son los modos y los momentos más apropiados para predicar la buena nueva, el rostro bello del sufrimiento?

AL SERVICIO DE LOS ENFERMOS. Jesucristo fue médico de cuerpos y almas. El sacerdote tiene que seguir las huellas de Cristo. Por vocación, ha de estar siempre disponible para aliviar, de las maneras mejores, los sufrimientos de los hombres. Acompañar al que sufre, consolarlo con las palabras o con la simple presencia, compartir una angustia o una pena muy honda, orar por quien sufre y hacer oración con él desde su condición sufriente... Escuchar al pecador en su angustia interior, decirle palabras sencillas pero veraces, auténticas, salidas del corazón, alentar al desanimado y deprimido, infundir serenidad a quien está perturbado y como devorado por el dolor... El sacerdote, como Cristo, médico amoroso y compasivo de cuerpos y de almas. Médico a tiempo completo, infatigable, entregado con totalidad a todos, como se nos presenta Jesucristo en el evangelio de este domingo. ¿Visito a los enfermos, a los ancianos? ¿Les llevo el consuelo de mi palabra, y sobre todo de los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía? ¿Creo que es un elemento fundamental de mi ministerio el servicio a los enfermos del cuerpo y del espíritu? ¿Qué se puede hacer en mi parroquia, en mi comunidad religiosa, para dar un rostro "bello" al sufrimiento?

 

Sexto domingo del TIEMPO ORDINARIO 13 de febrero del año 2000

Primera: Lev 13, 1-2.45-46; Segunda: 1Cor 10, 31 B 11, 1; Evangelio: Mc 1, 40-45

NEXO entre las LECTURAS

En la sociedad del tiempo de Jesús, como en la nuestra, había marginación social y religiosa, tal es el caso de los leprosos. A esta marginación hace referencia la primera lectura de este domingo. Jesucristo, sin respetar las normas existentes respecto a los marginados, toca al leproso, lo cura y lo reintegra a la sociedad y a la vida civil (Evangelio). San Pablo, siguiendo las huellas de Cristo, propone a los cristianos de Corinto evitar todo motivo de división y de marginación consiguiente, teniendo cuidado de no escandalizar a nadie y de hacerse todo a todos para gloria de Dios (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

LA MARGINACIÓN DEL HOMBRE. La marginación es un fenómeno social que ha existido en las culturas más antiguas y continúa existiendo en las más modernas y actuales, aunque los motivos de dicha marginación puedan variar: la raza, la nacionalidad, el estrato social, la religión, el nivel cultural, la enfermedad. La lepra para los antiguos, y hasta no hace mucho tiempo como lo evidencia la isla de Molokai, era un tabú, casi como hoy lo puede ser para muchos el Sida. Las sociedades humanas se defienden de tales tabúes (las enfermedades contagiosas¿ mediante el aislamiento del enfermo y una serie de medidas que lo excluyen de la sociedad. Las medidas de que habla el libro del Levítico en la primera lectura, medidas que se aplicaban en la sociedad israelita, son: no tener acceso a los poblados, vestir de una determinada manera, cubrirse la barba, gritar ante la vista de otra persona: "(Inmundo, inmundo!". Son signos de luto, y es que realmente el leproso era considerado prácticamente como un muerto, un cadáver ambulante; la tradición judía lo llegaba a equiparar a un niño nacido muerto, y su curación equivalía a una resurrección. Si a esto se añade el nexo que en el mundo judío existía entre enfermedad y pecado, sobre la espalda del leproso cargaba un gravísimo delito por el que Dios le castigaba de esa manera. Los pobres leprosos tenían prohibido, no sólo el entrar en Jerusalén, sino hasta el mismo acercarse a las murallas de la ciudad santa. La pesadilla social y religiosa de la lepra es decisiva para comprender el drama humano y espiritual del leproso del que nos habla el Evangelio.

LA ACTITUD DE JESÚS ANTE LA MARGINACIÓN. Ante todo, hay que decir que Jesús no considera la enfermedad en abstracto, la ve en la carne y en la angustia del ser humano que tiene delante. No teoriza sobre la lepra, a distancia. No. Tiene en frente, a sus pies, a un leproso, y en sus manos está el reintegrarlo a la vida social o el dejarle morir en su soledad y en su angustia. El comportamiento de Jesús en este desgraciado, tirado a sus pies, pone de relieve que la ley suprema del cristiano, a la que se han de someter todas las demás leyes, es el amor, la caridad hacia el hombre necesitado. Jesús instaura un modo de actuar y comportarse nuevo, que rompe con la marginación del leproso, y lo conduce a la posesión de todos sus derechos civiles, y por tanto a la reintegración social y religiosa. En primer lugar, Jesús, al ver al leproso en su dolor, se compadece de él, con más precisión, "tiene entrañas de ternura" para con él, le trata con el afecto de una madre, en lugar de alejarlo, rechazarle y recriminarle el haberse acercado demasiado. En segundo lugar, extiende la mano, como Yavé extendió la mano para liberar al pueblo en el paso del Mar Rojo, como se narra en varios textos del Éxodo. Extiende la mano, para señalar su poder divino, porque incluso en el mundo griego la divinidad se defínía como "aquel cuya mano suaviza el dolor". Jesús extiende la mano sobre este leproso para liberarlo de sus cadenas de soledad, angustia, miseria, marginación, y para mostrar la bondad y la misericordia de Dios que actúa poderosamente en él. Más aún, Jesús lo toca, condividiendo de esta manera su misma suerte y arrancando al leproso del aislamiento total. Lo toca, y en lugar de ser contaminado por el enfermo, él infunde en su carne su pureza, su salvación. Ahora, con su autoridad divina, grita a la súplica del enfermo: "Quiero, queda curado". La compasión, el amor maternal de Jesús, la misericordia del Padre que él encarna, ponen en movimiento su poder eficaz sobre la enfermedad. Finalmente, lo envía al sacerdote para mostrar que no quiere ser tratado como un "curandero", y que ama y sabe cumplir la ley, aunque a veces tenga que desobedecerla en razón de un bien superior.

IMITADORES DE CRISTO. San Pablo invita a los corintios, y a todos nosotros, a ser imitadores suyos, como él lo es de Cristo. Imitar a Cristo es poner el amor al hombre por encima de la ley, es hacer de la caridad la ley suprema. Para Pablo no es el caso de la lepra, sino el no comer carne sacrificada a los dioses paganos y luego vendida en el mercado, cosa que podía ser ocasión de escándalo para algunos cristianos de Corinto, los así llamados "débiles". Esos débiles no pueden quedar marginados de la comunidad, dejados a un lado, sino que deben ser amados en Cristo como todos los demás cristianos. Hoy en día las circunstancias que causan el aislamiento o la marginación serán diferentes, lo importante es continuar aplicando el principio del amor por encima de todo, no por motivos pura o exclusivamente humanitarios, sino, según el decir y actuar de Pablo, para gloria de Dios.

 

SUGEREncias PASTORALES

LUCHA A LA MARGINACIÓN. Los campos de marginación hoy día existentes son muy numerosos: marginación de las minorías religiosas, culturales, raciales dentro de una nación o región; el aislamiento e incluso hostilidad hacia los extracomunitarios, obstaculizando su integración en el tejido social de una ciudad; la marginación de la vida que sufren tantas creaturas en el mismo seno materno, o tantos ancianos olvidados y desamparados socialmente, o tantos enfermos terminales; la marginación económica de tantísimos millones de hombres sobre la tierra que viven bajo mínimos de dignidad humana y de subsistencia en todos los Continentes; la marginación de los gitanos, de los niños de la calle en tantas megalópolis, de los indígenas en tantas "reservas" creadas por los occidentales para que no se "extinga la especie" y sin oportunidades de elevación cultural y social; marginación de grupos o movimientos eclesiales dentro de una parroquia o una diócesis, por motivos no siempre legítimos; marginación de los minusválidos, de los incapaces, de los poco hábiles en medio de una sociedad gobernada por la competitividad y el lucro... Como discípulos de Cristo y para seguir sus huellas, hemos de luchar con valentía contra todas estas u otras formas de marginación existentes en nuestra sociedad. Se trata de una marginación, un aislamiento social, un menosprecio en no pocas ocasiones, que Dios no quiere, porque todos los hombres somos sus hijos y todos los hombres somos hermanos. Ningún condicionamiento ideológico, político, educativo, social habrá de impedirnos el emplearnos a fondo en esta lucha, como por lo demás ya lo está haciendo en muchos lugares la Iglesia, mostrándose en ello verdadera pionera de la causa del hombre y del bien social de todos.

HUMANIZAR LA SOCIEDAD DESDE LA FE. Nuestra fe cristiana no nos encierra en un ghetto, ni nos separa del hombre pecador, empantanado en la miseria física, espiritual o moral. Nuestra fe, siguiendo la Palabra de Dios en la liturgia de este domingo, nos lleva a dejarnos acercar y a acercarnos al hombre necesitado, sumido quizá en una soledad agobiante. Como cristianos, hemos de acercarnos a todos para ganarlos a todos para Dios, para dar testimonio de que ser cristiano es también promover al hombre en todo su ser y dignidad. Nuestra fe nos induce además a no hacer distinción de personas a la hora de socorrer y prestar nuestro servicio de caridad: ninguna distinción ni a causa de la religión, de la lengua, del país, de la cultura... Jesús no distingue, respecto a los que se acercan a él para ser ayudados, entre buenos y malos, ricos y pobres, nobles o gente del pueblo, archisinagogo, soldado o leproso. "Hace el bien sin mirar a quien", como dice el refrán. No cabe duda de que la Iglesia, los cristianos, a pesar de posibles errores y fallos, han jugado -y continúan jugando en la actualidad- el papel más importante, en el pensamiento y en la acción, en la ingente tarea de configurar una sociedad más humanizada para todos.

Séptimo domingo del TIEMPO ORDINARIO 20 de febrero del año 2000

Primera: Is 43,18-19.21-22.24-25; Segunda: 2Cor 1,18-22; Evangelio: Mc 2, 1-12

NEXO entre las LECTURAS

El binomio pecado-perdón llama la atención en la liturgia de este domingo. Al pueblo en el exilio babilónico y que ha "cansado" a Dios con sus pecados, Isaías anuncia el mensaje liberador de Dios: "Soy yo, yo sólo, quien por mi cuenta borro tus culpas y dejo de recordar tus pecados" (primera lectura). Jesús dice a paralítico: "Perdonados te son tus pecados" (Evangelio). Pablo, a su vez, ante las acusaciones de ambigüedad y falta de seriedad de parte de algunos corintios, reacciona dejando claro que su actitud, al igual que la de Jesucristo, ha sido un sí al hombre, a su bien integral; en Jesús, efectivamente, "todo ha sido sí, pues todas las promesas de Dios se han cumplido en él" (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

LA PRESENCIA DEL PECADO. El pecado es una realidad con la que todo hombre tiene que vérselas. Y no solamente el hombre, sino también los grupos humanos y la sociedad. Porque existe el pecado personal, pero hay también pecados sociales, estructuras de pecado. Al hombre y a las sociedades humanas parece costarles renunciar al pecado, aprender de modo definitivo la lección de la gracia y de la misericordia divina. Como nos recuerda la primera lectura, los hombres sea como individuos que como sociedad fácilmente nos cansamos de Dios , y dejamos de invocarle y de darle culto. Así hicieron los desterrados de Babilonia, sin escarmentar ante la desgracia en que viven, lejos de su patria y de la santa ciudad, por su infidelidad.. El pecado está presente también en la sociedad y en los hombres contemporáneos de Jesús, en cuya mentalidad hay una estrecha relación entre enfermedad y pecado: la parálisis y el pecado, el mal físico y el mal moral, el crimen y el castigo. Y las acusaciones de que es objeto Pablo por parte de sus hermanos en la fe -acusaciones sin fundamento y quizá también malévolas-, ¿no es muestra patente de la realidad del pecado en la misma comunidad cristiana? Allí donde existe una comunidad humana, - y cristiana- hay que contar siempre con esta realidad del pecado, bien que no sea la única ni la más importante. Reconocer esta presencia pecadora en el hombre y en el mundo, es ya un paso notable hacia el perdón, la reconciliación fraterna, la misericordia de Dios, Padre y Señor de la humanidad. Porque lo acepte el hombre o no, la autoabsolución no existe, por más métodos psicológicos o psicoanalíticos que se usen para convencer al hombre de ello.

LA PRESENCIA DEL PERDÓN LIBERADOR. Nuestro Dios no sería un Dios rico en misericordia, Padre de nuestro Señor Jesucristo, amigo de los hombres, si ante la presencia del pecado se quedase impasible, indiferente. Deseando y buscando el bien del hombre, le manifiesta su amor sea con el "castigo" pedagógico sea con el perdón. El pecado no merece jamás ni por ningún motivo el perdón, pero el perdón es uno de los nombres del amor. Por eso dice Dios en la primera lectura: "Soy yo, y sólo yo, quien por mi cuenta borro tus culpas y dejo de recordar tus pecados". Las ataduras del pecado sólo Dios las puede desatar; la deuda del pecado sólo Dios la puede borrar; la memoria del pecado sólo Dios la puede olvidar. Jesucristo no se opone a esta afirmación fundamental de la fe israelita; la confirma más bien, insinuando con el poder sobre la parálisis que cura, que en su humanidad Dios se hace presente entre los hombres. De este modo, el pecado de todo el hombre es perdonado en todo el ser humano: en su espíritu e interioridad (perdón de los pecados¿ y en su corporeidad (curación de la parálisis). El perdón, por otra parte, no pertenece al pasado, sino que es siempre actual y presente, como el mismo Dios. Dios perdonó el pecado de Israel, liberándolo de la esclavitud de Egipto, haciéndole pasar a pie enjuto el mar Rojo, pero ahora el perdón de Dios creará algo nuevo: trazará un camino en el desierto para que el pueblo pueda retornar a Jerusalén. Ahora Jesucristo, la Iglesia en nombre de Cristo, siguen diciendo sí al pecador que se arrepiente: "Perdonados te son tus pecados", para que también nosotros glorifiquemos a Dios con nuestro sí. En efecto, por el bautismo hemos recibido el Espíritu del sí, ese sí que por el pecado se hace no, pero cuya fuerza liberadora vuelve a recuperarse por el perdón.

 

SUGEREncias PASTORALES

LIBERAR AL HOMBRE TOTAL. En la historia del cristianismo, al menos en algunos períodos, se ha insistido mucho en la liberación espiritual del pecado, y poco o bastante menos en la liberación del hombre en su totalidad (liberación espiritual o religiosa, política, económica, social, cultural). Hoy estamos tal vez más sensibilizados, al menos en el plano de la mentalidad común, a esta liberación que abarca a todo el hombre y a todo hombre, como gusta decir Juan Pablo II. El texto evangélico ofrece una buena base para la comprensión de esta liberación integral. Jesucristo perdona los pecados, pero no detiene su acción liberadora sólo ahí, sino que luego cura al paralítico, liberándole también de su enfermedad. Esta liberación integral -e integradora puesto que no desconecta una de otra- es obra de Dios, pero nosotros, cristianos, hemos sido llamados para facilitar esta obra divina, y para "manifestarla" entre los hombres en cuanto que Dios actúa en la historia con nosotros y por medio de nosotros. Importante es que tampoco nosotros separemos, siguiendo a Jesucristo, ningún tipo de liberación, so pena de reducir y empobrecer la fuerza liberadora del cristianismo y del Evangelio. Entre mis hermanos cristianos, con los que convivo y trabajo, ¿es la fe cristiana una fuerza liberadora? ¿se piensa que la fe cristiana libera al hombre en su totalidad? ¿Qué iniciativas se podrán emprender para, en nuestreo medio ambiente y en nuestra sociedad, promover más, como cristianos, la plena liberación del hombre?

EL SACRAMENTO DE LA LIBERTAD. Entre los siete sacramentos de la Iglesia hay uno que está relacionado de modo particular con el perdón de los pecados. En la historia, según diversas acentuaciones, ha recibido varios nombres: "la confesión", "el sacramento de la penitencia", "el sacramento de la reconciliación". Me gustaría subrayar que es también el sacramento de la libertad. La gracia del sacramento no sólo libera del pecado, sino que libera la libertad para no pecar, otorga el Espíritu del sí al poder de la gracia. En un momento en que este sacramento no acaba de salir de la crisis que sufrió después del concilio Vaticano II, subrayar esta dimensión del mismo puede contribuir a su rehabilitación y a una recepción más frecuente. Esta dimensión encaja y da unidad a las demás: quien se confiesa, se libera de algo que pesa en su conciencia frente a Dios y frente al hermano; quien se arrepiente, al reconocer su culpabilidad, da el primer paso para que Dios le libere de su culpa y para que su conciencia se sienta liberada; quien se reconcilia con Dios y con la Iglesia, predispone su libertad para un ejercicio futuro verdaderamente libre. ¿Qué postura tienes tú ante el sacramento de la libertad? ¿Crees que es algo "pasado de moda"? Si eres sacerdote, ¿dedicas tiempo suficiente a la administración de este sacramento? Si eres religioso o consagrado, ¿encuentras en el sacramento un camino seguro de purificación y perfeccionamiento de tu libertad? Si eres laico, ¿eres consciente de que el sacramento no coarta, sino que potencia tu libertad, tu capacidad de ser enteramente libre, en alma y cuerpo?

Octavo domingo del TIEMPO ORDINARIO 27 de febrero del año 2000

Primera: Os 2, 16-17b.21-22; Segunda: 2Cor 3, 1b-6; Evangelio: Mc 2, 18-22

NEXO entre las LECTURAS

La novedad esponsal, el paño nuevo, el vino nuevo, la alianza nueva. Toda la liturgia de hoy rezuma novedad. Israel se ha comportado con Yavé como esposa infiel, pero ahora Yavé la seducirá de nuevo, llevándola al desierto y la desposará para siempre (primera lectura). En el Evangelio Jesús se presenta como el nuevo esposo, como el nuevo paño y el nuevo vino, que requieren del hombre no una simple adaptación sino un cambio radical. Finalmente, en la segunda lectura Pablo se presenta, en parangón con la figura de Moisés, como ministro de la nueva alianza, basada no en la letra de la ley como la mosaica, sino en la fuerza del Espíritu que da la vida. Toda esta novedad es obra divina, objeto de pura gratuidad de Dios, lleno de ternura y de amor para con su pueblo.

MENSaje DOCTRINAL

DIOS ES SIEMPRE NUEVO. Cuando era estudiante escuché una frase que se me grabó muy bien: "Dios es siempre joven". Es eterno, pero nunca envejece. Pasan los siglos y los milenios, pero Él es siempre el mismo, es un perenne presente. Las ideas que los hombres nos formamos de Dios pueden llegar a ser obsoletas, pero Dios es actualidad. Los hombres pueden cambiar, pasar de la fidelidad a la infidelidad, pero Dios no, Dios es siempre fiel. Esta es la gran verdad que nos enseña la liturgia en sus tres lecturas. Para los israelitas contemporáneos de Oseas el Dios del Éxodo es un hecho remoto, olvidado o al menos sin incidencia en el presente, y viven lejos de Él en la injusticia y en el culto al placer y al dinero. Dios debería castigarles, pero su fidelidad al amor no se lo permite. Lo que hace es renovar las maravillas del Éxodo, su gran novedad, pero no mediante la alianza de un rey con un vasallo, sino mediante la alianza esponsal, en la que los dos enamorados entretejen un diálogo de intimidad. Una nueva alianza sellada en el interior del corazón. La alianza esponsal se profundiza en el evangelio con Jesucristo que, en el misterio sublime de su pasión, muerte y resurrección, se desposa con el nuevo pueblo que es la Iglesia, inaugurando así la alianza última y definitiva de Dios con el hombre. El animador de la nueva alianza esponsal entre Dios y los hombres en la carne de Cristo es el Espíritu Santo, que todo lo renueva con su acción.

LOS SÍMBOLOS DE LA NOVEDAD. El primer símbolo, que se encuentra en la primera lectura y en el evangelio, es el esponsal. Con las nupcias se da comienzo a una relación nueva entre un hombre y una mujer, entre Dios y su pueblo. Es una novedad basada en un enamoramiento tal, que no puede dejar de ser exclusivo y fiel. El segundo símbolo es el paño nuevo. La tela vieja tiene que ser remendada con tela igualmente vieja. Con la tela nueva sólo se puede hacer un vestido nuevo. Jesús es la tela nueva, que quiere vestir al hombre con la novedad de su mensaje y de su salvación definitiva y total. ¿Puede acaso la novedad de Cristo reducirse a ser un remiendo de las tradiciones, ritos, instituciones del judaísmo o de las religiones paganas existentes en el mundo helenístico? El tercer símbolo es el vino nuevo. El vino nuevo requiere odres nuevos, porque si se vierte en odres viejos éstos se rompen, y se echa a perder tanto el odre como el vino. Jesús es el vino nuevo. El odre viejo es el hombre no renovado por el misterio de Cristo paciente y glorioso, el hombre perteneciente a las religiones antiguas, principalmente la religión judía. El vino nuevo de Cristo reclama hombres nuevos, dispuestos a beber el cáliz del vino nuevo con alegría y con sinceridad. El último símbolo empleado en la liturgia del día es la alianza nueva. Esta alianza la ha sellado Jesucristo en su misma persona sobre el altar de la cruz y sobre el trono de la exaltación a la derecha del Padre. La alianza es esponsal. El esposo es Jesucristo, el hombre-Dios, y la esposa es la Iglesia, la comunidad surgida de la Pascua. Esta nueva alianza será definitiva y eterna.

EL CONTENIDO DE LA NOVEDAD. Según las leyes de la alianza esponsal, el esposo entrega una dote a la esposa. En la primera lectura se nos enumera esa dote estupenda del esposo: la justicia y el derecho, el amor y la ternura, la fidelidad. En el evangelio Jesús añade a la dote la alegría y la coherencia. En la segunda carta a los corintios se nos indica además el Espíritu. Maravillosa riqueza contenida en la novedad de Dios, en la novedad del cristianismo. La justicia que Dios hace a su amor misericordioso otorgándonos la salvación; el derecho que Dios implanta en las relaciones humanas; el amor paterno y la ternura materna de Dios a todos sus hijos, por más que seamos infieles y pecadores; la fidelidad de Dios a su alianza de rey potente y sobre todo de esposo amante; la alegría del banquete nupcial al que todos los hombre son invitados; la coherencia de Jesús para que la novedad que él aporta al hombre no se mezcle con el "mundo viejo" ni se pierda entre el polvo de las cosas antiguas. El Espíritu, fuente de toda sorpresa y de toda novedad, que hace nuevas todas las cosas con su soplo divino.

 

SUGEREncias PASTORALES

¿HA PERDIDO NOVEDAD EL DIOS CRISTIANO?. Hay un hecho que a los cristianos nos debe quitar el sueño. Es el constatar que en el actual mercado religioso muchos cristianos se vuelven a otros dioses, a otras religiones. ¿Curiosidad? ¿Romper con la monotonía? ¿Experimentar emociones originales, fuera de lo común? ¿Fuerza de atracción de los exotérico? ¿Querer dominar las fuerzas poderosas y ocultas del mundo sobrenatural? ¿Miedo a la propia responsabilidad? Son preguntas que requieren un vivo análisis de parte de todos los cristianos. ¿Acaso el Dios de los cristianos ha quedado anticuado para el hombre de hoy? ¿O somos nosotros, los cristianos, tan torpes que no logramos captar su incesante y perenne actualidad para el hombre de nuestro tiempo? Hay que revisar a fondo la imagen de Dios que los cristianos presentamos en la predicación, en la catequesis. Y sobre todo, el concepto de Dios que "revelamos" con el testimonio de nuestra vida. Si presentamos un dios-policía, que está esperando la infracción para ponerte la multa, si presentamos un dios-tapagujeros, a quien se acude en casos de extrema necesidad, si presentamos un dios puramente trascendente, ajeno a la vida y a las preocupaciones y alegrías del hombre, si presentamos un dios sindicalista, sin trascendencia, inmerso en lo social; si presentamos un dios "financiero", que retribuye al bueno con riquezas y al malo con pobreza...la novedad del Dios cristiano queda alienada. Preguntémonos: ¿Dónde radica la novedad del Dios de los cristianos? ¿Cómo hacer presente y eficaz entre los hombres hoy esa novedad, que nunca se ha de apagar, nunca ha de morir?

MINISTROS DE LA NOVEDAD DE DIOS. Todos los cristianos, pero de modo especial, los sacerdotes, estamos al servicio de la novedad cristiana en el mundo. Para poder servir, necesitamos conocer qué es o en qué consiste esa novedad. Esa absoluta novedad de Dios, ausente en cualquier otra concepción religiosa, es la persona y el misterio, la presencia y el mensaje, la vida y la muerte y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Dios se hace hermano nuestro en Jesucristo; Dios nos acompaña en el camino de la historia, haciéndose "historia" y aceptando todas las condiciones de la historia: del espacio y del tiempo, de la naturaleza y de la persona, de las realidades terrenas y de los valores espirituales, de la lengua y de la cultura, de la vida y de la muerte, de la gracia y del pecado. Dios ama al hombre, como el mejor de los amigos, hasta dar la vida por él. Dios está con el hombre en el momento culminante de la muerte, para abrirle las puertas hacia la eternidad. Dios es el eterno viviente, que vivifica al hombre perecedero y efímero. De esta novedad somos ministros los cristianos. A ella debemos servir con nuestro corazón, con nuestros labios, con nuestra vida entera. ¿Somos verdaderamente apóstoles de Jesucristo, la novedad de Dios, la Palabra nueva y definitiva que Dios ha pronunciado de una vez para siempre en bien de la humanidad?

 

Noveno domingo del TIEMPO ORDINARIO 5 de marzo del año 2000

Primera: Deut 5, 12-15; segunda: 2Cor 4,6-1; Evangelio: Mc 2, 23 B 3,6

NEXO entre las LECTURAS

El término "sábado" aparece en la primera lectura y en el evangelio, pero no es el centro de la liturgia de hoy. Más bien, hay que pensar que el centro lo ocupa la actitud humana ante la ley, con una referencia explícita a la ley del sábado. No está en discusión el cumplimiento o incumplimiento del sábado (tanto la primera lectura como el evangelio están de acuerdo en el valor del sábado), sino el absolutizar la letra en el cumplimiento, en perjuicio del espíritu, cuando debe ser lo opuesto, pues "el sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado" (evangelio). Este "espíritu" es la luz que Jesucristo ha encendido en nuestros corazones por medio del Evangelio, una luz que llevamos en frágiles vasijas de barro (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

EL VALOR DE LA LEY. La ley del sábado, tal como aparece en el Deuteronomio, y en general todas las leyes de la Escritura, son buenas y deben cumplirse porque están al servicio del bien integral del hombre. Estando al servicio del hombre, tienen un gran valor para humanizar al hombre, es decir, ayudarle a realizarse como hombre y ser así digno del Dios que lo creó. La primera lectura deja claro el gran valor antropológico de la ley del sábado: el descanso del hombre respecto a las fatigas diarias del trabajo, y la liberación de toda fuerza opresora como lo fue para Israel la esclavitud en Egipto. Sin embargo, toda ley, excepción hecha de la natural y divina, en su formulación y en su contenido material está sometida a la usura del tiempo. Por eso, agraparse a la letra y a la materialidad de la ley puede incluso llegar a ser contrario a la intención del legislador y al espíritu y contenido formal de la ley. Tal es el caso que se nos presenta en el texto evangélico: los fariseos por defender la ley del sábado se oponen al verdadero bien del hombre (necesidad de satisfacer el hambre, restablecimiento de una persona imposibilitada de trabajar). Ni rigorismo ni laxismo ante la ley, ni intransigencia ni condescendencia. Sin negar el valor de la ley, es necesario poner por encima la ley del valor.

EL ESPÍRITU DE LA LEY. Jesucristo en el evangelio resalta el espíritu sobre la letra de la ley. No la Torah o Ley mosaica, sino las prescripciones farisaicas para salvaguarda de la ley del sábado, prohibía arrancar espigas, desgranarlas y comerlas. Jesús les podía haber respondido que tal prescripción no estaba en la Ley, sino en la interpretación excesivamente rigurosa de la ley por parte de los fariseos. Pero Jesús, en vez de entrar en polémica, prefiere responder con un ejemplo tomado de la historia de Israel: El mismo David, tan venerado y respetado por todos, hizo lo que no estaba permitido por la ley para satisfacer su hambre y la de sus compañeros. Si David lo hizo...Lo importante no es la ley, sino el espíritu que anima la ley. En ocasiones, el realizar el espíritu de la ley podrá llevar a violar la misma ley en su literalidad. Es lo que hizo Jesús curando al hombre que tenía la mano atrofiada. Lo curó en sábado, y además dentro de la sinagoga, lugar donde se predica y se exhorta a la observancia de la ley. El espíritu de la ley del sábado, según el evangelio, es que en el centro de toda ley está el hombre, la realización de su plena humanidad.

LA LEY DEL ESPÍRITU. Los cristianos, mediante el bautismo, hemos recibido la ley del Espíritu, que dirige toda la existencia cristiana. Esta ley del Espíritu nos enseña ante todo que Jesucristo es el Señor del sábado y de toda ley. El espíritu del Antiguo Testamento, de todas sus leyes y prescripciones, apuntaban hacia Cristo como norma suprema del obrar humano, y en Cristo logra su máximo sentido en bien del hombre. Por eso, Pablo -y con él todo cristiano- es un hombre "espiritual", que lucha, sufre, vive y muere siguiendo, bajo la acción del Espíritu, la Ley de Cristo. Pablo se sabe débil para cumplir esa Ley de Cristo, pero es también consciente de que la fuerza del Espíritu actúa potentemente en su interior. El cristiano es aquel que cumple la ley del Espíritu, con la seguridad de que el Espíritu siempre busca su bien y su realización.

 

SUGEREncias PASTORALES

LA LEY AL SERVICIO DEL HOMBRE. Toda ley positiva, eclesiástica o civil, tiene por objeto ayudar al hombre a la plena realización de su humanidad en todas sus dimensiones, incluida por tanto la dimensión religiosa. Una ley que no ayude a este fin, carece de sentido y por tanto deberá ser cambiada por otra que sí lo consiga. En las sociedades humanas es necesario que haya leyes que inciten al bien y disuadan del mal sea al individuo sea al colectivo humano. Ante estas reflexiones, uno espontáneamente se pregunta: ¿Por qué en muchas legislaciones nacionales hay algunas leyes que no incitan al bien ni disuaden del mal? Si las leyes se hacen en los Parlamentos, los diputados y senadores cristianos tienen una grande tarea y una enorme responsabilidad. Ellos, unidos, pueden contribuir a mejorar las leyes a fin de que todas estén al servicio de la promoción del hombre en su integridad. También los ciudadanos cristianos tienen su parte de responsabilidad a la hora del voto. Antes de dar el voto a alguien, ¿no tendrán que pensar si el votado va a ser coherente con su fe y va, por tanto, siempre a buscar el bien integral de todos los ciudadanos?

EL DÍA DEL SEÑOR. El sábado está al servicio del hombre, y lo mismo vale para nosotros cristianos respecto del domingo. Por tanto, más que insistir e insistir en el deber del domingo, en el "precepto" dominical, deberemos poner de relieve la salvaguarda de los valores que el domingo representa: Por encima de todo, el valor supremo de la redención del hombre por obra de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, que en el domingo se conmemora y actualiza. Luego, la dignidad de la persona humana, sin distinción alguna, pues la celebración del domingo es válida para todos, independientemente de su condición económica o de su estrato social. Dignidad que el domingo protege y promueve con el descanso del trabajo, con la posibilidad de una mayor convivencia familiar, con la dedicación a otras dimensiones de la existencia humana: cultura, deporte, amistad, hobbies, etc. Finalmente, el domingo, como el sábado para los judíos o el viernes para los musulmanes, nos lleva a pensar en que Dios, no el hombre, es el Señor del tiempo, y que nuestro tiempo es breve, y que hemos de hacerlo rendir en provecho del hombre. Actualmente, en varios países de Europa se permite que los negocios, tiendas, etc. estén abiertas durante el domingo. Me pregunto si el criterio que ha dirigido este permiso legal ha sido el verdadero bien del hombre, o simplemente consideraciones económicas y de lucro.

 

Miércoles de CENIZA 8 de marzo del año 2000

Primera: Joel 2, 12-18; segunda: 2Cor 5,20 B 6, 2; Evangelio: Mt 6,1-6.16-18

NEXO entre las LECTURAS

El miércoles de ceniza a todos nos trae al recuerdo la conversión y la penitencia, pero creo que la liturgia no subraya tanto este aspecto, cuanto la interiorización de los actos de penitencia y de conversión. Así en la primera lectura Dios nos dice mediante el profeta Joel: "Rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras". En el evangelio Jesucristo, al enseñar sobre las tres prácticas de piedad del judaísmo: ayuno, oración y limosna, en las tres insiste: "No hagáis el bien para que os vean lo hombres, y así os recompensen". Finalmente, san Pablo exhorta a los corintios a que se dejen reconciliar con Dios para sentir su fuerza salvadora, y a que no dejen pasar el tiempo favorable, el día de la salvación (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

UNA RELIGIÓN INTERIOR. Religión quiere decir relación justa y debida entre el hombre y Dios. El hombre es un ser "religado", dependiente de Dios, y en este sentido es "religioso". Todas las religiones, de uno u otro modo, son instituciones en que el hombre es ayudado en su dimensión "religiosa", tanto para tomar conciencia de ella como para expresarla en el culto y en la vida. La religión cristiana es la religión fundada por Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, en la que la relación hombre - Dios logra su máxima interiorización en la vida y en el corazón de un hombre. Una interiorización que es a la vez suprema familiaridad con Dios, hasta el grado de llamarle: Papá. Todos los cristianos somos invitados a reproducir en nosotros, en cuanto es posible humanamente, la interiorización y la familiaridad de Jesucristo en sus relaciones con Dios, su Padre. Sólo cuando hay una verdadera interiorización, las manifestaciones externas de la religión y las diversas prácticas del culto y de la piedad dejan de ser objeto de manipulación por parte de los hombres, dejan de ser pura obligación "religiosa", para convertirse en una necesidad del corazón y de la vida. Es propio de la experiencia humana que, cuando algo ha calado profundamente en el alma, se sienta la necesidad de manifestarlo y externarlo. Sólo desde la religión interior el paso a las manifestaciones religiosas, a la piedad popular, es verdaderamente auténtico. En efecto, del corazón rasgado nace el impulso interior a la penitencia, el ayuno, la plegaria.

DIOS MIRA LA INTENCIÓN. Las prácticas religiosas son necesarias, pero si no surgen del corazón, del recinto interior del hombre, son fácilmente manipulables e instrumentalizadas por los hombres al servicio de objetivos egoístas. Jesucristo en el evangelio pone el dedo sobre este punto tan delicado. Ayunar, dar limosna, orar son prácticas buenas en sí, pero se instrumentalizan cuando se llevan a cabo sólo para ser vistos y alabados por los hombres. A los ojos de los hombres, esos que dan limosna haciendo sonar una trompeta para que todos se enteren, o que oran en las esquinas de las plazas para que todos se den cuenta de que oran y de que saben de memoria largas oraciones, o que ponen cara triste para dar a entender que han ayunado, pueden pasar por hombres sumamente piadosos y santos, pero a Dios ni le engañan ni le pueden engañar. Dios mira el corazón, y ve que su corazón es egoísta, que su ayuno, limosna y oración no surge de un corazón lleno de Dios o al menos de arrepentimiento y deseo de converssión, sino que está lleno de egoísmo.

DEJAOS RECONCILIAR CON DIOS. Todo hombre, aunque sea muy religioso, siente que su actuar y su vida no siempre están en paz y reconciliación con Dios. Se da cuenta de que a veces no está religado a Dios, sino que ha roto su relación con Él. Dejarse reconciliar es volver a aceptar nuestra condición "religiosa", y establecer con Dios las relaciones auténticas: no de enemistad o de odio, sino de amor y de amistad, no de separación o apartamiento sino de cercanía e intimidad. No somos nosotros quienes nos reconciliamos con Dios, más bien tenemos que dejarnos reconciliar; somos libres para aceptar la reconciliación, pero no para crearla o iniciarla. A nosotros, cristianos, quien nos reconcilia con Dios es nuestro Señor Jesucristo por medio de su cruz y de su gloriosa resurrección. Por eso, el domingo, en que conmemoramos tales realidades y misterios, es el tiempo propicio para que Jesucristo haga eficaz en nosotros la obra de su reconciliación con el Padre y, derivamente, con nuestros hermanos los hombres

SUGEREncias PASTORALES

SENTIDO DE LA PENITENCIA CRISTIANA. Ya en la "Didaché", de finales del siglo I d. C, se habla de las prácticas penitenciales cristianas. Esas prácticas penitenciales y "religiosas" han estado siempre presente en la vida de la Iglesia, y lo continúan estando. Según las épocas y las costumbres de los pueblos, esas prácticas eran más rigurosas o menos, más numerosas o más reducidas. Cuando, hoy en día, leemos sobre las penitencias de los monjes irlandeses o los gestos penitenciales de los hombres medievales, nos causan sorpresa y pensamos que eran exageradas; pero no parece ser que en esas épocas y lugares pensasen de la misma manera que nosotros. En nuestro tiempo la Iglesia ha atenuado las prácticas penitenciales prescritas, como el ayuno y la abstinencia, o la penitencia impuesta por el sacerdote en el sacramento de la reconciliación. Pero a la vez no ha dejado de indicar otras prácticas de penitencia más acordes con nuestro tiempo y sobre todo la penitencia interior, es decir, de nuestras pasiones de orgullo, de vanidad, de deseo de tener y dominar, de la concupiscencia de la mente y del corazón, del afán de aparecer...Esta es la penitencia que sin duda alguna más agrada a Dios y además la que más nos beneficia espiritualmente a nosotros, pues nos conduce a desprendernos de nuestro yo y de todo aquello en que el yo ocupa el lugar primero, incluso respecto al mismo Dios. Porque, ¿qué sentido tiene macerar el cuerpo, cuando el corazón está podrido de egoísmo? ¿Es la penitencia de nuestro egoísmo y de nuestro orgullo la que más practicamos los cristianos? En la parroquia, en la familia, en la escuela, hay que ir enseñando poco a poco a los niños y adolescentes este tipo de penitencia, en la que reside el verdadero sentido de la penitencia cristiana.

UNA INTENCIÓN PURA PARA DIOS. En la parroquia hay muchas celebraciones y actividades. En el centro, está la celebración de la eucaristía, de los sacramentos. Están además las actividades de catequesis y de ayuda y beneficencia a diversas categorías de personas: enfermos, ancianos, emigrantes, desocupados; están las actividades culturales, deportivas, sociales... No está mal preguntarse alguna que otra vez con qué intención las personas que dirigen las diversas actividades las llevan a cabo. Ojalá fuese siempre una intención pura para Dios, pero no pocas veces se mezclarán otras intenciones muy humanas, y en caso las intenciones humanas quizá sean las predominantes, si no las exclusivas. Tal vez Jesucristo se vea obligado a repetir de nuevo: "Os aseguro que ya recibisteis vuestra recompensa". El periodo de cuaresma que iniciamos, debe propiciar un examen de nuestra conciencia para ver más a fondo y con sinceridad cuáles son las intenciones de nuestros comportamientos, actitudes, actividades, proyectos y realizaciones.

 

 

Primer domingo de CUARESMA 12 de marzo del año 2000

Primera: Gén 9,8-15; segunda: 1Pe 3,18-22 Evangelio: Mc 1, 12-15

NEXO entre las LECTURAS

La salvación es el punto de convergencia de las lecturas de este primer domingo de cuaresma. Jesucristo es el nuevo Adán, que en el desierto de la tentación y de la oración, salva al hombre de sus tentaciones y de su pecado, y le llama a entrar mediante la conversión y la fe en el Reino de Dios (Evangelio). La salvación de Cristo está como prefigurada en la salvación que Dios realizó con Noé y su familia (la humanidad entera) después del diluvio mediante el arco iris, signo de su alianza salvífica (primera lectura). El arca de Noé, arca de salvación, prefigura en la segunda lectura el bautismo, por el cual el cristiano participa de la salvación que Jesucristo ha traído a los hombres mediante su muerte.

 

MENSaje DOCTRINAL

El hombre necesita salvación. Es una enseñanza constante de la Biblia. Es igualmente una experiencia ínsita en la vida y en la conciencia de cualquier ser humano. El hombre que entra en su interior con sinceridad, descubre en sí unas fuerzas, unos impulsos que lo dominan, unas cadenas que le sujetan y no le dejan respirar libremente ni volar a las alturas que ardientemente anhela. El hombre, aherrojado en sí mismo y en la cárcel de un mundo hostil, busca una mano amiga, busca un redentor, un salvador, que rompa sus cadenas, que le permita volar por los espacios del amor, de la verdad, de la vida. La Biblia nos enseña que hay un solo y único Salvador, que es Dios, que nos ofrece su salvación en Jesucristo. Ante el mundo caótico y pecador de los orígenes, Noé es salvado por Dios y con él, como un nuevo Adán, recomienza Dios una creación nueva, cuyo centro será el respeto a la vida. Este nuevo Adán y esta nueva creación son figura e imagen del novísimo Adán, que es Jesucristo, y de la novísima creación, cuyo centro es la vida nueva, vida de gracia, implantada por la muerte y resurrección de Cristo, y de la que el hombre participa mediante el bautismo. En efecto, "el misterio de Cristo es la luz decisiva sobre el misterio de la creación; revela el fin en vista del cual, ‘al principio Dios creó el cielo y la tierra’: desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo" (CEC, 280).

Características de la salvación. A) Salvación universal. El Dios creador de todas las cosas y de todos los hombres, desea también la salvación de todos. Hay, pues, un llamado universal a la salvación. El diluvio (primera lectura), que es como una negra nube sobre el cielo de la salvación, cesa por obra de Dios, que hace resplandecer el arco iris como signo de la alianza salvífica de Dios con la humanidad entera y con el mismo cosmos. Jesucristo nos llama a la salvación invitándonos a entrar en el Reino de Dios por la puerta del bautismo (bautismo de agua y Espíritu, bautismo de sangre, bautismo de deseo); una puerta abierta a todos, sin excepción, ya que por todos Cristo ha muerto y ha vuelto a la vida. El descenso a los infiernos, de que nos habla la segunda lectura, es una manera simbólica de expresar la universalidad de la salvación aportada por Cristo, que se extiende no sólo al presente y al futuro, sino al mismo pasado de la humanidad desde sus mismos orígenes. B) Salvación cierta. No podemos dudar de la fidelidad de Dios, en que se apoya nuestra certeza de salvación. Con la certeza con que aparece el arco iris al salir el sol después de la tormenta, con la certeza con que Cristo ha muerto y resucitado, con esa misma certeza se nos ofrece la salvación de Dios. Nada ni nadie podrá arrancárnosla, como ninguna ley natural podrá borrar el arco iris del cielo ni ninguna ideología hará desaparecer la presencia histórica del Crucificado.

La respuesta del hombre. San Marcos resume en dos palabras la respuesta que Jesús espera del hombre ante la presencia del Reino y la oferta de salvación: conversión y fe. "Convertíos y creed al Evangelio" (Mc 1,15). La conversión no es un momento puntual de la vida humana y cristiana; tampoco es la reacción a una ideología que con su fuerza utópica me atrae y me encandila hasta "convertirme". La conversión cristiana es conversión a la persona de Jesucristo, es decir, dejar otros caminos, por muy atractivos que aparentemente puedan resultar, y tomar el camino de Cristo. Igualmente, la fe con la que somos invitados a responder, no es sólo una fe humana, ni una fe puramente ‘religiosa’, sino fe en Jesucristo, es decir, en su vida y en su doctrina como camino de salvación para el hombre. Una fe que no está unida al misterio de Cristo o que no conduce a Él, es una fe insuficiente, que necesita ser completada e iluminada por la verdadera fe en Cristo Jesús.

 

SUGEREncias PASTORALES

Convertirse no es pecado. El hombre satisfecho de sí mismo, que se siente quizá humanamente realizado, corre el riesgo de pensar que la conversión es casi como una mancha en su vida de hombre honrado, algo indigno de su honor y del concepto que tiene de sí. Sobre todo, cuando la verdadera conversión no sólo es interior, sino que requiere hacerse visible en la vida de familia, en el trabajo profesional, en las relaciones con la sociedad. ¿No será pecado reconocerse pecador? ¿No será pecado dejar un camino que a los propios ojos y a los de los demás parecía recto, impecable, digno de alabanza? Tal vez haya hoy que decir a los hombres, a los mismos cristianos que convertirse no es pecado. En definitiva, es un ejercicio de sinceridad a toda prueba, incluso a prueba de dolor y a costa del prestigio humano. No es pecado reconocerse pecador y querer cambiar, caminar por un sendero diverso al andado, volver quizá a comenzar la vida después de muchos años de existencia. Arrancar el miedo a la conversión, como si se tratase de algo horrendo y pecaminoso, es uno de los objetivos de la cuaresma.

Vivir la experiencia bautismal. La mayoría de nosotros hemos sido bautizados cuando teníamos algunos días o meses de vida. En aquel momento nuestros familiares hicieron una gran fiesta, sin que nosotros nos enterásemos de nada. Después, quizás es tradición familiar celebrar el aniversario de ese acontecimiento, o tal vez ese acontecimiento se conserva en el cajón del olvido, del que lo sacamos en alguna ocasión particular nada más. La Iglesia, sin embargo, nos enseña que el bautismo tiene que ser una experiencia vivida todos los días y fundamento de una auténtica espiritualidad cristiana. Vivir diariamente la experiencia del bautismo es vivir la experiencia de la salvación que Cristo nos ofrece día tras día, es vivir nuestra pertenencia a la Iglesia y consiguientemente nuestra adhesión y amor a Ella, es vivir la experiencia de gracia y de amistad gozosa con Dios, es vivir la conciencia de la presencia y acción del Espíritu Santo en nuestro interior, es vivir un proceso de progreso espiritual y de transformación que cada día se repite y que no termina sino con la muerte. En definitiva, vivir la experiencia bautismal es vivir en santidad, cualquiera que sea nuestro estado de vida, nuestra edad y condición, nuestra profesión o tarea en este mundo.

Segundo domingo de CUARESMA 19 de marzo del año 2000

Primera: Gén 22, 1-2.9.10-13; segunda: Rom 8, 31-34 Evangelio: Mc 9, 2-10

NEXO entre las LECTURAS

El amor, sea de Dios al hombre, sea del hombre a Dios, compendia la liturgia de hoy. El amor de Dios a los discípulos que, después del primer anuncio de la pasión, les revela el esplendor de su divinidad (Evangelio). Amor misterioso, paradójico, de Dios a Abraham, al infundirle una absoluta confianza en su providencia, frente al mandato de sacrificar a su hijo Isaac (primera lectura). Amor de Dios que no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó a la muerte por todos nosotros (segunda lectura). Amor, por otra parte, de Abraham a Dios, al estar dispuesto a sacrificar a su hijo único en obediencia amorosa (primera lectura). Amor de los discípulos en la disponibilidad para obedecer al Padre que les dice: Éste es mi Hijo muy amado. Escuchadlo (Evangelio). Amor de Jesús que nos salvó mediante su muerte e intercede por nosotros desde su trono a la derecha de Dios (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Las paradojas del amor. Dios es un misterio infinito. Su modo de actuar y de amar está también lleno de misterio. Los misterios para nuestra mente y para nuestra lógica humana resultan ininteligibles. Sólo el corazón puede entreabrir la puerta del misterio y vislumbrar una mínima parte de su sobrecogedora grandeza. En efecto, a la lógica humana resulta paradójico que Dios haya dado un hijo a Abraham, única esperanza de la promesa que Dios le ha hecho, para que luego le pida sacrificarlo sobre el monte Moria. Como nos parece igualmente paradójico que Dios ame a su Hijo Jesucristo con un amor de Padre y luego le pida sufrir la máxima ignominia de los hombres muriendo en una cruz como un esclavo. Y no es menos paradójico el que el hombre haya recibido la salvación de Jesucristo y luego se encuentre en el afán de cada día con tremendas fuerzas hostiles que le hacen dudar de dicha salvación. No deja, sin embargo, de ser verdad que Dios supera las paradojas y une los extremos aparentemente contradictorios con lazos inseparables de amor. No es que Dios ame menos en un caso que en otro. Más bien habrá que decir que su amor es diferente. El hombre, por su parte, no tratará de racionalizar los caminos de la actuación divina, pues fracasará siempre con toda seguridad, sino más bien de dilatar el corazón y buscar "entender" con el amor, pues ‘el corazón tiene sus razones que la razón no comprende’, Pascal), tanto si se trata del hombre como si se trata de Dios.

Tres formas de amar. En las relaciones humanas el amor adopta infinitas formas. En las relaciones entre el hombre y Dios sucede lo mismo. La liturgia de hoy nos presenta tres de estas formas de expresar el amor.

A) Ver. Sobre el monte Moria "Dios pro-vee" y de esta manera manifiesta su amor a Abraham. Por su parte, Abraham "vio" un carnero enredado en un matorral y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Así mostró su amor agradecido al Señor. En el texto evangélico, Pedro, Santiago y Juan vieron a Jesús transfigurado con el esplendor de la divinidad y por los ojos les prendió el deseo de morar allí contemplando y gozando amorosamente de esa experiencia inefable. Los ojos son las ventanas del amor: por ellos entra el amor como el rayo de luz por el cristal, y por los ojos pasa transparente y luminoso el rayo del amor desde el corazón hacia el exterior para incidir en la persona amada. Esto que acaece con el amor humano, sucede por igual en las relaciones de amor entre el hombre y Dios.

B) Escuchar. Es dulce al oído escuchar la voz de la persona amada. Por eso, Abraham que ama a Dios, escucha su voz que le llama y enseguida responde: "Aquí estoy", en un gesto de disponibilidad desde el amor. Por eso, el Padre invita a los discípulos a escuchar a Jesús para que a través de sus palabras lleguen a sus oídos las revelaciones del amor hasta la locura de la cruz. Escuchar la voz del amado entraña una actitud de obediencia. De ahí que la auténtica obediencia cristiana coincida con la escucha de la voz divina, que pone en movimiento el deseo de hacer lo que quiera el amado.

C) Experimentar. Sólo cuando el amor baja al terreno de la experiencia vital es amor poderoso y eficaz. Un amor que no pase por la experiencia corre el peligro de degenerar en egoísmo, en abstracción, o en puro sentimentalismo. Abraham experimentó el amor fiel de Dios, por eso su amor permaneció enhiesto y firme en el momento de la prueba. Jesús experimentó el amor del Padre y el amor a los hombres, por eso pudo abrazar la cruz con decisión y libertad. Y a Pablo, que ha experimentado de modo fuerte el amor de Cristo, ¿quién le podrá separar de ese amor?

 

SUGEREncias PASTORALES

Amor-dolor: una difícil relación. Amar a una persona cuanto todo va bien, cuando el amor parece vivir en una eterna primavera, cuando los frutos del amor son dulces, cuando la reciprocidad en el amor hace bella la vida y se mira el futuro con gozo y esperanza, es fácil y hasta agradable. Pero en las historias de amor, no todo ni siempre es así. En las reales historias de amor el dolor, el sufrimiento, la prueba, la incomprensión llaman de vez en cuando a la puerta de los amantes. Y se asoma al alma la tentación de dudar del amor, de ver en el dolor un destructor del amor, de sentir que el amor se va enfriando e incluso puede llegar a congelarse. ¿Por qué suceden estas cosas, si el dolor en los designios de Dios no es sino un rostro diferente del amor? ¿No hemos experimentado acaso que el dolor y la prueba son profundizadores del amor, fuerzas ingentes que purifican y potencian la capacidad de amar del corazón humano? El amor y el dolor son como los dos polos (positivo y negativo) necesarios para que se produzca energía psíquica y espiritual en el ser humano. ¿No nos dice la misma sabiduría de los hombres que una persona que no ha sufrido, ni ha sido probada, difícilmente llegará a ser persona madura? Me he puesto también a pensar ¿por qué el hombre de hoy mira con mal ojo al dolor y lo odia con tanta pasión? ¿No será porque se está enfriando entre los hombres el verdadero amor: a Dios, a los hombres, a la vida?

Miedo a escuchar. El hombre contemporáneo es quien sin duda ha escuchado y escucha más palabras en toda la historia desde sus orígenes. Muchas de esas palabras le halagan y las escucha con gusto. Otras le aburren, y entonces simplemente cierra el canal de comunicación o busca otra conversación más agradable. Hay palabras también que le causan miedo, a veces mucho miedo. Palabras de los papás que no transigen con sus caprichos, palabras de los educadores que requieren atención y reflexión, palabras de las leyes que ordenan la convivencia humana, palabras de la Iglesia que enseñan el sentido de la vida, transmiten los valores humanos y cristianos, ponen delante de nuestros ojos el destino de la existencia. Esas palabras no pocas veces despiertan el miedo que yacía agazapado en nuestra psiche. En verdad, no es miedo a las palabras, sino miedo a nosotros mismos, miedo a elevarnos al nivel de existencia que nos corresponde como seres humanos y como discípulos de Jesucristo. Esta cuaresma puede ser un "momento de Dios" para arrancarnos el miedo, todo miedo y cualquier miedo.

 

Tercero domingo de CUARESMA 26 de marzo del año 2000

Primera lectura: Éx 20, 1-17; segunda: 1Cor 1, 22-25 Evangelio: Jn 2, 13-25

NEXO entre las LECTURAS

"Nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (segunda lectura). En esta frase veo resumido el mensaje central de los textos litúrgicos de este domingo tercero de cuaresma. Fuerza y sabiduría de Dios que superan y perfeccionan la fuerza y sabiduría del Decálogo (primera lectura). Fuerza y sabiduría de Dios que instauran un nuevo templo y un nuevo culto, situado no ya en un lugar, cuanto en una persona (Él hablaba del templo de su cuerpo): la persona de Cristo crucificado, muerto y resucitado en quien la relación entre Dios y el hombre alcanza su plenitud y su paradigma.

 

MENSaje DOCTRINAL

Jesucristo, sabiduría de Dios. La revelación de Dios es un largo y progresivo camino de sabiduría divina. Esa sabiduría se revela adaptándose a los eternos designios de Dios, pero también al desarrollo espiritual y humano de los hombres. Esto no es imperfección de Dios, sino condescendencia, aceptación de la historicidad del ser humano con todos los condicionamientos que ella comporta. Después de largos siglos en que la sabiduría divina se fue manifestando en enseñanzas, instituciones, profetas y sabios, la sabiduría de Dios se encarna en Jesús de Nazaret, pero con caracteres bastante diversos a lo esperado. Jesús dirá que no ha venido a abolir la ley sino a perfeccionarla, por eso no basta el decálogo con su amor a Dios y al hombre, es necesario añadir que se trata de amar a Dios en su misterio trinitario revelado por Jesucristo, y de amar al prójimo, incluso si es nuestro enemigo. Jesús, como nuevo templo, interioriza el culto cristiano, fundado no en sacrificios ni ritos externos, sino en la acción del Espíritu de súplica, alabanza y adoración. Tanto en uno como en otro caso, se trata de una sabiduría que mana del Espíritu de Dios, no obra del hombre ni de sus capacidades superiores.

La cruz, sabiduría de Cristo y del Cristiano. La sabiduría de Jesucristo brilla con una fuerza particular en la locura de la cruz. La cruz era el objeto más horrible a los ojos de un buen romano, y para un piadoso judío era signo de maldición divina. Para los contemporáneos de Jesús el escándalo debió de ser mayúsculo. ¡A quién se le ocurre hacer de la cruz el signo más elocuente de la sabiduría de Dios y del cristianismo! Ciertamente no a los hombres, pero se le ocurrió a Dios. Ante la figura de Cristo crucificado, la sabiduría humana o cae de rodillas en actitud de reconocimiento de una ciencia misteriosa y superior, o se rebela y sucumbe bajo el peso insoportable de algo que sobrepasa el humano razonamiento. Desde hace veinte siglos Jesús sigue proclamando desde el Gólgota que el madero de la cruz es el verdadero árbol de la ciencia del bien y del mal, de la ciencia de la vida. Los cristianos hemos de ser muy conscientes de que en la cruz está nuestra verdadera sabiduría, y que hemos de anunciar a todos el Evangelio de la cruz, el evangelio del sufrimiento.

La potencia de Cristo crucificado. Ningún crucificado antes de Cristo pudo hacer de la cruz su trono y su cetro. Solamente Cristo ha podido llevar a cabo esa transformación tan imposible: ha cambiado el signo de ignominia en signo de poder. Para los que creemos, en efecto, la cruz es potencia de Dios. El decálogo era signo del pacto entre el Dios soberano e Israel su vasallo; el templo, con su imponente grandiosidad de edificio, de rito y de sacrificio, era signo del poder y trascendencia de Dios. Con Jesús la omnipotencia de Dios se hace patente en la debilidad de la carne, en la maldición de un madero, en la humana ignominia de un crucificado. Los hombres, generación tras generación, somos reacios a entender un poco al menos este gran misterio. Quienes se dejan seducir por él y en él entran por la fe y la humildad, logran para sí la auténtica sabiduría y son capaces de despertar el interés por ella en los demás.

 

SUGEREncias PASTORALES

Sólo se puede volar con dos alas. El hombre contemporáneo tiene un confianza sin límites en la inteligencia científica, por el hecho mismo de que ve las grandes conquistas a las que ha llegado: en el mundo astronómico, en la técnica biogenética, en la electrónica, y en cualquier forma del saber empírico. La inteligencia humana abarca otros aspectos, que necesitan un desarrollo, como la inteligencia filosófica, o la moral o la religiosa. Desgraciadamente la inteligencia en estos campos en vez de aumentar, ha ido disminuyendo en los últimos lustros. ¡Es un grande déficit en la vida y en la formación del hombre actual! Precisamente porque la inteligencia filosófica, moral o religiosa preparan o facilitan el camino hacia la fe, mientras que la científica no pocas veces lo obstaculiza o peor todavía lo liquida. Es verdad que la sola inteligencia no hace creyentes, se requiere de la fe. Pero sin el soporte de una verdadera inteligencia, la fe se convierte en fideísmo, al igual que la inteligencia sin el complemento de la fe se convierte en puro intelectualismo o en positivismo científico. ¿Cuál es tu mentalidad, la de tus familiares y vecinos? ¿Aceptas la fe como verdadera ciencia de Dios al servicio del bien del hombre? ¿Qué podemos hacer los fieles cristianos para volar, en las tareas de cada día, con las dos alas de la fe y de la razón? ¿No hay muchos cristianos que pretenden volar sólo con un ala? ¡Empresa imposible!

 

 

 

 

El decálogo de la oración. Jesucristo en el evangelio supera el culto ritual del templo, y lo sitúa en el interior del hombre. En 1973 el Papa Pablo VI propuso a los fieles que le escuchaban el decálogo de la oración, una manera práctica de vivir el culto interior y de expresarlo de modo adecuado a nuestro tiempo. 1) Aplicar de modo fiel, inteligente y diligente la reforma litúrgica. 2) Hacer una catequesis filosófica, bíblica, teológica, pastoral, sobre el culto divino. 3) No apagar el sentimiento religioso al revestirlo de nuevas y más auténticas expresiones espirituales. 4) La familia debe ser la gran escuela de piedad, de espiritualidad, de fidelidad religiosa. 5) Considerar el precepto festivo no sólo un deber primario, sino sobre todo un derecho, una necesidad, un honor, una fortuna. 6) Si está permitida una cierta autonomía en la práctica religiosa en grupos distintos, no debe faltar la comprensión del genio eclesial, es decir de ser pueblo, una sola alma socialmente unida, de ser Iglesia. 7) El desenvolvimiento de las celebraciones litúrgicas es siempre un acto de gran seriedad, que se debe preparar y realizar con gran esmero. 8) Los fieles colaboran al fiel cumplimiento del culto sagrado con su silencio, compostura, y sobre todo con su participación. 9) La plegaria tenga sus dos momentos propios de plenitud: el personal y el colectivo. 10) El canto, a través del cual se expresa la riqueza espiritual de los fieles cristianos. Este decálogo sigue siendo actualísimo después de casi treinta años. El cumplimiento de este decálogo será renovador y enriquecerá la vida espiritual de cada cristiano, de los grupos, de las parroquias.

Cuarto domingo de CUARESMA 2 de abril del año 2000

Primera: 2Cro 36, 14-16.19-23; segunda: Ef 2,4-10 Evangelio: Jn 3,14-21

NEXO entre las LECTURAS

"Tanto amó Dios al mundo...": aquí reside el mensaje que la Iglesia nos transmite mediante los textos litúrgicos. Ese amor infinito de Dios ha recorrido un largo camino en la historia de la salvación, antes de llegar a expresarse en forma definitiva y última en Jesucristo (Evangelio). La primera lectura nos muestra en acción el amor de Dios de un modo sorprendente, como ira y castigo, para así suscitar en el pueblo el arrepentimiento y la conversión (primera lectura). La carta a los Efesios resalta por una parte nuestra falta de amor que causa la muerte, y el amor de Dios que nos hace retornar a la vida junto con Jesucristo (segunda lectura). En todo y por encima de todo, el amor de Dios en Cristo Jesús.

 

MENSaje DOCTRINAL

Jesucristo, el amor del Padre. "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único". Toda la historia de Dios con el hombre, como se presenta en la Biblia, es una historia impresionante de amor. Dios que por amor crea, da la vida, elige a un pueblo para hacerse presente entre los hombres, se hace ‘carne’ en Jesucristo para salvarnos desde la carne...y el hombre que por orgullo rechaza el amor buscando ‘autocrearse’, ‘autodonarse la vida’, ‘autoelegirse’ en el concierto de las naciones por su potencia y su imperial ambición, ‘autosalvarse’ con la ciencia y la técnica, con la parapsicología y la religión cósmica. Parecería que el hombre las cosas de Dios las entiende todas al revés. Parecería que Dios le quisiera enseñar a deletrear en su mente y en su vida el amor, y sólo es capaz de pronunciar el egoísmo, el odio o al menos la indiferencia a lo que no sea el propio yo. Parecería que Jesús en lugar de ser la forma suprema del amor divino, fuese al contrario causa de su turbación, de su sentimiento de fracaso, de su frustración alienante. ¿Qué sucede en el corazón humano para que no pueda descubrir en Jesucristo la sublimidad del amor de Dios?

Dos formas del Amor. El amor no busca sino el bien de la persona amada. Pero las formas de buscar ese bien pueden variar. Ante un pueblo o un corazón rebelde, cerrado al camino de Dios, el amor divino adquiere manifestaciones duras que buscan llevar al hombre a la reflexión, al arrepentimiento y a la conversión. Así en la primera lectura, ante la actitud altanera del pueblo, Dios permite la toma de Jerusalén, la matanza de muchos de sus habitantes, el saqueo de la ciudad, la esclavitud y el destierro a Babilonia. Dios actuó de esta manera como esfuerzo supremo de su amor que quiere llevar a los habitantes de Jerusalén a una auténtica conversión mediante el reconocimiento del amor divino. Pero existe otra forma de amor divino, que es la gracia, el don de la salvación para quien la acoge y la hace fructificar. Los que la acogen ‘son hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para realizar las buenas obras que Dios nos señaló de antemano como norma de conducta" (segunda lectura). Esas buenas obras son las obras del amor, con que el creyente responde al amor de Dios. Como formidable educador del hombre y de los pueblos, Dios Nuestro Señor usa una u otra forma de amor con el único interés de encontrar reciprocidad de amor en el hombre. Sabe muy bien Dios que sólo en el amar (a Dios y al hombre) y ser amado reside la grandeza y la felicidad del hombre.

 

SUGEREncias PASTORALES

 

Convertirse al Amor. Los textos litúrgicos nos han mostrado que el amor para Dios es darse, entregarse, buscar el bien de la persona amada. Este amor no es el más frecuente entre los hombres, ni resulta fácil. Es más frecuente encerrarse en la propia concha siendo uno mismo sujeto y objeto de su amor. Es más frecuente ‘aprovecharse’ del otro (esposo o esposa, padre o hijo, amigo o amiga, acreedor o cliente, alumno o maestro, párroco o parroquiano...) para satisfacción del propio yo, de los propios intereses, gustos, pasiones. Es más frecuente buscar nuestro bien, que querer el bien de los demás; querernos ‘bien’ a nosotros mismos en lugar de hacer el bien al prójimo. Es más fácil no darse, no hacer nada por los demás, no ayudar a quien sufre necesidad, no colaborar en las diversas actividades de la parroquia, no buscar formas concretas de amar a Dios, a la Virgen santísima, a nuestros seres queridos, a nuestros hermanos en la fe, a los hombres independientemente de su religión, raza o condición. Con todo, en la mayoría de los casos lo que es más frecuente y fácil no es lo mejor ni siquiera para nosotros mismos. Hemos de convertirnos al Amor: ese amor que actúa en nosotros porque Dios nos lo regala y nosotros lo acogemos con gozo. Hemos de convertirnos al Amor, que nos saca de nuestra propia concha y nos pone ‘indefensos’ ante los demás para que vivamos por la fuerza del Amor.

Cristiano igual a humano. Bien podría decirse: "Cristiano soy y nada de lo humano reputo ajeno a mí". El concilio Vaticano II nos ha enseñado que "Cristo revela el hombre al hombre". La auténtica humanidad del ser humano no la vamos a encontrar en los programas de la TV o en los artículos de la prensa, en la invasión sonora de la discoteca o en las reuniones masivas con un cantante famoso, en la fugacidad de la bebida y de la droga o en la falsa consistencia de una relación degenerada...En todos estos campos está muy presente el hombre, pero muy poco lo humano, los valores dimanantes de su dignidad de imagen e hijo de Dios. El Papa Juan Pablo II gusta repetir que "el hombre es el camino de la Iglesia"; y se podría añadir también que "el cristiano es el camino del hombre". Es evidente que me refiero a un cristiano que lo es de verdad y a un hombre que se mide por su vocación y dignidad, no con parámetros de otra índole. Por eso, alguien se atrevió a decir que "el tercer milenio o será cristiano, o simplemente no será", pues el hombre terminaría autodestruyéndose. Si esto es verdad, y lo es, ¿no vale la pena vivir a fondo la vocación cristiana? ¿Por qué no luchar para instaurar en la sociedad un verdadero humanismo, es decir, un cristianismo vivido con autenticidad? ¡Vale la pena!

 

Quinto domingo de CUARESMA 9 de abril del año 2000

Primera: Jer 31, 31-34; segunda: Heb 5, 7-9 Evangelio: Jn 12, 20-33

NEXO entre las LECTURAS

Mientras que para los hombres el orden habitual de los conceptos es vida-muerte, en Jesucristo es al revés: muerte-vida. De estas dos realidades y de su relación nos habla la liturgia. Es necesario que el grano de trigo muera para que reviva y dé fruto, es necesario perder la vida para vivir eternamente (Evangelio). Jesús, sometiéndose en obediencia filial a la muerte vive ahora como Sumo Sacerdote que intercede por nosotros ante Dios (segunda lectura). En la muerte de Jesús que torna a la vida y da la vida al hombre se realiza la nueva alianza, ya no sellada con sangre de animales sino escrita en el corazón, y por lo tanto, espiritual y eterna (primera lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Jesús, ‘unión de los opuestos’. La tendencia humana más frecuente es dividir, disociar, separar, enfrentar. Jesús, venido desde Dios, actúa de otro modo y nos enseña a actuar también nosotros como él. El hombre tiende a separar el oprobio del sufrimiento del resplandor de la gloria: Jesús los une en sí porque el Padre los quiere unidos en Cristo y en nosotros. De ese modo el sufrimiento es glorioso, y la gloria tiene el dolor como peana. El hombre quiere fructificar sin morir, pero es imposible; Jesús acepta ser grano que muere bajo la tierra para dar fruto abundante. En Jesús se dan la mano dos realidades fuertemente antagónicas: la muerte y la fecundidad. Nosotros preferimos con mucho el ser servidos a servir; Cristo prefirió servir a ser servido; y en ese incondicional servir le fue ‘servida’ por el Padre la salvación de la humanidad. Los hombres en general no estamos fácilmente dispuestos a perder la vida (darla por el bien de los demás) y, sin embargo, es así como realmente la perdemos. Cristo, en cambio, la perdió, no se aferró a ella, y de esa manera la ganó para siempre y nos alcanzó la posibilidad de también nosotros ‘ganarla’, siguiendo sus huellas. En la conjunción de perderse al mundo para ganar al mundo se compendia el misterio pascual de Jesucristo.

La hora de Jesús. En el evangelio de san Juan se une el encuentro de Jesús con los ‘griegos’ (representantes de la humanidad no judía) y la hora de Jesús, es decir, su pasión-muerte-resurrección. La hora de Jesús es, por tanto, la hora de la redención universal por el sufrimiento y por la glorificación. Ambos aspectos brillan con fulgor particular en la segunda lectura. Primeramente el sufrimiento: "El mismo Cristo en los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte... Aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer". Esos gritos y esas lágrimas, tan humanos, están incluidos en su hora, en su tiempo y modo de salvarnos. No falta, sin embargo, la hora de la glorificación: "Alcanzada así la salvación,... ha sido proclamado por Dios Sumo Sacerdote". Sumo Sacerdote de la nueva alianza, del nuevo corazón humano, de la nueva ley escrita en lo más íntimo y profundo del alma.

La hora del hombre nuevo. La hora de Jesús es también la hora del hombre nuevo. El sufrimiento y la glorificación de Jesús llevan a cumplimiento la profecía de Jeremías, que la liturgia nos presenta en la primera lectura. La alianza nueva entre Dios y la humanidad estará sellada con la sangre de Cristo. Las estipulaciones de esa nueva alianza no estarán escritas sobre piedra ni será Moisés quien las comunique a los hombres; Dios misma las escribirá en el interior del corazón y el Espíritu Santo ‘leerá’ con claridad, de modo inteligible y personal, a todo el que le quiera escuchar, el contenido de la nueva ley, la ley del Espíritu. Por eso nos dice san Juan que todos serán instruidos por Dios, todos: desde el más pequeño hasta el mayor. La pasión-muerte-resurrección de Jesucristo otorga a la humanidad entera la gracia de hacer un pacto de amistad y de comunión con Dios Nuestro Señor, y así llegar a ser hombre nuevo, auténtico, más aún ‘divino’.

SUGEREncias PASTORALES

Sufrir por fidelidad. El sufrir por sufrir es absurdo e indigno del hombre. El sufrir porque "no hay otra", porque ésa es la condición humana, es un motivo muy pobre, aunque pueda ser frecuente. El sufrir para mostrar mi capacidad de autodominio o mi grandeza humana es de pocos, y casi siempre adolece de orgullo. El sufrir por fidelidad a unos principios y a unas convicciones que sustentan la propia vida, ahí está el verdadero sentido y valor del sufrimiento. Sufrir por fidelidad a la propia conciencia, aunque los estímulos externos induzcan más bien al carpe diem y a la satisfacción de las mil solicitaciones del vicio y del pecado. Sufrir por fidelidad a los deberes de mi estado y profesión, con sinceridad y constancia, sin miedo a aparecer ‘débil’ y sin miedo al respeto humano. Sufrir por fidelidad a las propias convicciones religiosas: católico, religioso, sacerdote, actuando siempre y en todo momento y situación de modo coherente y auténtico. Ese sufrimiento, a los ojos de Dios, no sólo tiene sentido, sino que tiene un valor imperecedero: valor de redención, como el sufrimiento de Jesucristo. Tal sufrir, no siendo fácil, no deja de ser hermoso y sobre todo fecundo. Pongamos la mano en el corazón y preguntémonos si hemos sufrido por ser fieles, si estamos dispuestos a sufrir por fidelidad a Dios y al hombre, nuestro hermano.

Una religión del corazón. Es difícil mantener el equilibrio en las relaciones entre los hombres, y en las relaciones de los hombres con Dios. O somos fríos, porque fundamos nuestras relaciones en la razón, que se rige por la lógica, que no admite ser caldeada por otras energías diversas de la razón. O somos sentimentales, poniendo en el sentimiento la base de una verdadera relación sea con los hombres sea con Dios. Pero sabemos que el sentimiento está sometido a los vaivenes de las circunstancias, de los influjos externos, de los estados de ánimo... El sentimiento es cálido, pero carece de lógica, de orden, de estabilidad. O buscamos fundar las relaciones en el corazón, en donde la fuerza de la lógica se encuentra con el calor del sentimiento, y el sentimiento cálido penetra en la frialdad de la razón. El corazón es el lugar del encuentro, de la relación más auténtica entre los hombres y del hombre con Dios. Por eso, la religión cristiana es una religión del corazón. Cuando se ha pretendido hacer del cristianismo una religión de la razón, se ha caído en la frialdad de la abstracción o en el rigorismo dogmático y moral, al estilo jansenista. Cuando se ha hecho del cristianismo una religión del sentimiento, el resultado ha sido un sentimentalismo dulzón y un fideísmo poco inteligente. Sólo el corazón (sede de la razón, de la afectividad y de las pasiones) puede dar forma a la religión cristiana. Si ya vives el cristianismo del corazón, continúa por ese camino y ayuda a otros a entrar por él; si todavía no te has convertido a la religión del corazón, aprovecha esta cuaresma. No dejes pasar la oportunidad.

 

Domingo de RAMOS 16 de abril del año 2000

Primera: Is 50,4-7; segunda: Fil 2,6-11 Evangelio: Mc 14,1 - 15,47

NEXO entre las LECTURAS

Que un hombre sufra no nos llama la atención. Que sufra voluntariamente y sufra por otro, no es fácil que entre en nuestras categorías comunes. La liturgia de hoy nos mete por los ojos el sufrimiento voluntario de Jesucristo. "En su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz" (segunda lectura). En los labios de Jesús hemos escuchado: "Abba, Padre. Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú" (Evangelio). Siglos antes, el siervo de Yahvéh, figura de Jesucristo, había pronunciado proféticamente estas palabras: "El Señor me ha abierto el oído, y yo no me he resistido ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mi mejilla a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos" (primera lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

 

 

El realismo de la pasión de Jesucristo. El evangelio de san Marcos es el que con más realismo y hasta con cierta crudeza nos narra la pasión de Jesús. La profecía del Siervo de Yahvéh se ha quedado corta, por más que sus expresiones impresionan al escucharlas: golpes a la espalda, burlas tirándole de la barba, insultos y salivazos. Jesús realiza y vive una pasión física, que sacude todo su cuerpo; y una pasión moral, una pasión del corazón, que enerva y casi paraliza su alma. En Getsemaní Jesús sufre pavor, angustia, tristeza mortal, y es prendido y maniatado con violencia por la gente que vino a él con espadas y palos (14,33-34.46). En el sanedrín, después de ser considerado blasfemo, algunos comenzaron a escupirle y a darle de bofetadas (14,65). En el pretorio, los soldados romanos trenzaron una corona de espinas y se la ciñeron (15,17). Ahí mismo, le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, poniéndose de rodillas, le rendían homenaje (15,19). Marcos escuetamente escribe: Después le crucificaron (15,24). El evangelista termina el relato diciendo: Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró (15,37). Grito de dolor, grito en que resume toda la pasión. Al lado de la pasión corporal, entrelazada con ella, la pasión del corazón. ¿Cómo se comportan los suyos? Judas le traiciona (14,10), Pedro reniega de él (14,66-72), todos los discípulos le abandonan y huyen (14,50). ¿Cómo se comportan las autoridades? Las autoridades buscaban el modo de prenderle con engaño y darle muerte (14,1), pagan a Judas para que traicione a su Maestro (14,11), envían un tropel de gente armada para que prenda a Jesús (14,43), buscan una acusación para darle muerte (14,55), lo condenan como blasfemo (14,63-64), azuzan a la gente para que Pilato suelte a Barrabás y mande a Jesús al suplicio de la cruz (15,11-13), sobre el Gólgota triunfantes se burlan de él (15,31-32). Él, el inocente, es juzgado y condenado. Él, el Señor, es abofeteado por un siervo, escarnecido por los soldados, objeto de burla y ludibrio de la gente. Y sobre todo, Él, el Hijo de Dios, siente en su secreto más íntimo, el abandono del Padre (15,34). Este realismo de la pasión recobra un brillo particular, inédito, si lo observamos con la certeza de que Jesús lo hubiese podido evitar, pero no quiso. Asumió todo el dolor de la pasión voluntariamente, en pleno ejercicio de su libertad, como expresión suprema de su libertad doblegada al amor a su Padre y a sus hermanos, los hombres.

Los frutos del sufrimiento. El primer fruto se produce en la humanidad del mismo Jesús: "Dios lo exaltó y le dio el nombre sobre todo nombre" (segunda lectura); es decir, su humanidad volvió a la vida, a una nueva vida, y el Padre glorificó su humanidad haciéndola partícipe de la misma vida de Dios. El segundo fruto que los textos nos indican es la salvación obtenida mediante el amor que sufre hasta el heroísmo de la muerte en una cruz: ese amor doliente salva al ladrón que le implora misericordia; ese amor que culmina en un grito impresionante, salva al centurión que reconoce en el crucificado al Hijo de Dios. Esos sufrimientos de Jesús salvaron a Pedro que, enseguida después de haberle negado, rompió a llorar como un niño. En Pedro, el centurión y el buen ladrón se halla simbolizada la humanidad que, a pesar de todo, es tocada por el dedo de Cristo salvador.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Una soledad acompañada. En la actual sociedad no son pocas las personas que viven en soledad y la sienten como una pesada losa sobre sus vidas. Los ancianos que se sienten solos, abandonados quizás por su misma familia. Los niños huérfanos, y los abandonados por sus padres a la puerta de un hospital o en el atrio de una Iglesia. Los mendigos que carecen de familia y de techo bajo el cual cobijarse. Los jóvenes que viven "solos" y no pocas veces con angustia los primeros problemas de la existencia: el vacío de sentido, la imposibilidad de un trabajo, la angustia ante el futuro, el escape fugaz y engañoso de la droga, el sexo, el alcohol... La soledad de los inmigrantes, arrancados de sus raíces culturales, de su patria y familia, y no pocas veces maltratados. Estos solitarios forzados, y todos los demás que pueda haber en nuestro ambiente, tienen que hallar en los cristianos una compañía buena y sincera, una acogida fraterna, una ayuda eficaz, una solidaridad abierta e incluso contra corriente, una compasión verdaderamente cordial. Sepan además éstos solitarios forzados que Jesucristo les acompaña en su soledad y en cierta manera la vive y comparte con ellos; no sólo eso, sino que también Cristo asume y redime su soledad con la suya propia a lo largo de la pasión y muerte en la cruz. Cristo en su atroz soledad se supo acompañado misteriosamente por el Padre, por su madre María, por las santas mujeres... En la más inclemente soledad el hombre ha de saber que alguien le acompaña y reza por él, que Alguien está a su lado.

Confianza en el dolor. Es una de las maravillosas enseñanzas que Jesucristo nos deja, como una bandera sobre el Gólgota, al hombre concreto y a la humanidad entera. Nadie ha sufrido como Jesús, y nadie ha confiado como Jesús en medio del cruel e inmisericorde sufrimiento. A quien cree, el dolor no le hace perder la confianza. Cuando sufres, ¿cómo reaccionas? ¿Con ira contra la sociedad, contra tu destino, contra el mismo Dios? ¿Con debilidad hasta el punto de ser tentado al suicidio o a la eutanasia? ¿Con estoica resignación ante lo inevitable? ¿Con una confianza madura, grande, llena de fe, luminosa ante el futuro? Dime cómo sufres, y te diré quién eres. A quienes somos cristianos, nos ilumine la actitud confiada de Cristo en su Padre celestial y de cara al futuro.

 

JUEVES Santo 20 de abril del año 2000

Primera: Ex 12m 1-8.11-14; segunda: 1Cor 11, 23-26; Evangelio: Jn 13, 1-15

NEXO entre las LECTURAS

"Llevó su amor hasta el fin" (Evangelio). Estas palabras son la clave de comprensión de la Palabra de Dios en este Jueves santo. Este amor es el que celebraban los israelitas anualmente al conmemorar la fiesta de Pascua, fiesta de liberación de la esclavitud egipcia (primera lectura). Este amor lo manifestó Jesús de forma suprema en el lavatorio de los pies (Evangelio) y en la donación de sí mismo en pan y en vino, convertidos en su cuerpo y en su sangre (segunda lectura). Éste es el amor que se repite cada vez que los cristianos se reúnen para celebrar la Cena del Señor (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

El amor de Dios es histórico. La historia del amor de Dios para con el hombre resulta no pocas veces incomprensible, porque Dios ama siempre con un amor puro, desinteresado, buscador del bien de la persona amada, mientras que el amor humano no siempre goza de estas características. Además el amor de Dios no mira los "derechos" de la persona amada, porque el hombre no posee "derechos" para ser amado por Dios. De todos modos, en la historia del amor de Dios para con el hombre, la liturgia de hoy nos sale al encuentro con momentos importantes de ese amor: el éxodo de Israel de Egipto en la segunda mitad del siglo XIII a. de C. y la última Cena de Jesús con sus discípulos para celebrar con ellos la nueva Pascua en su sangre. No por mérito propio, sino por el amor que Dios tiene a Israel, éste pasa de una condición de esclavitud y opresión en tierra ajena a una situación de libertad y en camino hacia la tierra prometida. Israel conocía perfectamente que jamás se hubiera podido liberar por sí mismo de la mano poderosa del faraón egipcio. Pero Dios, que ama a Israel, si podía y lo hizo de modo sorprendente, imprevisible, desconcertante.

Pasaron los siglos y el pueblo israelita se olvidó de Yahvéh y de sus maravillas, siguió su propio camino y se enfangó en el pecado. Los profetas, sabiendo que Dios es fiel a su amor, comenzaron a hablar de un nuevo éxodo, de una nueva Pascua, como algo que habría de venir en el futuro y revelar de modo todavía más maravilloso y sorprendente el amor de Dios. Jesucristo es el nuevo éxodo y la nueva Pascua. El realiza la nueva liberación de la esclavitud del pecado y concede a los liberados el don de poder entrar en la patria definitiva, la Jerusalén celestial. Este amor definitivo y último de Dios al hombre es lo que los primeros cristianos celebraban cuando se reunían para la Fracción del Pan, para comer el Cuerpo y la Sangre de Cristo que alimentará nuestra mirada por toda la eternidad en el cielo.

El amor "humilde" de Dios. En el antiguo éxodo, Dios se mostró al faraón y a los israelitas con poder extraordinario y temible; en el nuevo éxodo, inaugurado por Jesucristo, Dios nos muestra su amor en la humillación y abajamiento, con lo que nos invita a cambiar nuestras categorías. En efecto, solemos pensar, de modo muy humano, que Dios puede triunfar sólo con la fuerza y el poder, y necesitamos ver cómo triunfa por el camino irreconocible de la humillación. En la última Cena Jesús muestra el amor "humilde" de Dios en el lavatorio de los pies a los discípulos. ¡Es impresionante! Se hace esclavo para señalar que es Señor. Se humilla para manifestar su divina grandeza.

El amor "humilde" de Dios continúa actuando en la Eucaristía. Primero, humillándose en las especies del pan y del vino, hasta el punto de no ser reconocido por muchos. Luego, aceptando, con un amor fuera de toda imaginación, que incluso labios pecadores y sacrílegos lo puedan hacer presente entre los hombres, o que pueda ser recibido indignamente por hombres sin conciencia. ¡Hasta esos extremos inverosímiles llega la humillación del amor de Dios a los hombres!

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Vivir es servir amando. En las normales categorías humanas relacionamos "vivir" con "pasarlo bien", "disfrutar", "tener éxito". No es que haya que reprobar todo eso, pero tampoco identificarlo con el "vivir". Al menos el concepto cristiano del "vivir" se relaciona más con el "servir", pero no de cualquier manera, sino por amor. El gran peligro que nos puede acechar es confundir el servir a los demás con el servirse de los demás. Esto puede suceder dentro de la familia: los padres se sirven de los hijos en lugar de servirlos, o los hijos de los padres, que también es posible. Puede suceder en la parroquia: servirse de la parroquia o del párroco para el propio beneficio, o al revés: que el párroco se sirva de sus feligreses para fines egoístas. Esto puede suceder igualmente en una empresa, en un banco, en una oficina administrativa, en un ministerio. Porque todos sabemos que las instituciones están al servicio del bien común, pero no pocas veces los hombres las ponemos al servicio de nuestro bien particular. Quien de verdad sea cristiano y quiera continuar siéndolo, deberá examinarse a fondo para ver si para él la vida es un servicio, como lo fue para Jesucristo, y si sabe servir a los demás por amor o más bien sirve a su propio yo, sirviéndose de los demás.

Es la hora del encuentro. Cuando dos personas se aman, buscan encontrarse con frecuencia para sentir las vibraciones del amor, para comunicarse sus cosas y repetirse de diversas formas que se aman. Un amor donde no se da el encuentro, resultará un amor "virtual", ajeno a las exigencias más perentorias del amor. La última Cena es la hora del encuentro con Jesucristo bajo el velo del misterio, y la Eucaristía es el lugar donde se encuentra al Amado. Cuando se ama a Jesús y se le ama con pasión, como el amor de la vida, entonces se anhela la hora y el lugar del encuentro. Jesucristo no tiene horarios para la cita, somos nosotros los que podemos escoger "la hora del encuentro". Puede ser en la mañana, antes de ir al trabajo. Puede ser al final de la tarde, cuando fatigados de la actividad diaria, nos rejuvenecemos al contacto con Jesucristo Eucaristía. Puede ser en cualquier momento de la jornada, porque Él siempre está a la espera. Lo importante es que cada día pueda de veras encontrarme con el amor de Jesucristo y al contacto con el fuego de su amor pueda sentir que se enciende también mi corazón de amor a Dios y de amor a los hombres. Jesucristo, sin embargo, es un amante difícil: no se da al primer encuentro, su amor no es como el de la flor de un día, su amor es hondo, transformante, eterno. Hay que perseverar en el "encuentro" y hay que perseverar en el amor. Demos gracias a Dios que haya muchas personas para quienes el encuentro diario con Jesucristo en la Eucaristía les sea tan imprescindible como el respirar. ¿Eres tú una de ellas?

 

Viernes Santo 21 de abril del año 2000

Primera: Is 52,13 - 53,12; segunda: Heb 4, 14-16; 5,7-9 Evangelio: Jn 18, 1 - 19, 42

NEXO entre las LECTURAS

"Nosotros", "nuestros" son términos repetidos en los textos litúrgicos de este viernes santo. No es un "nosotros" sin adición alguna, sino con una nota muy peculiar: en cuanto pecadores. En el cuarto canto del Siervo de Yahvéh los términos son frecuentes: "Con sus llagas nos curó", "nosotros lo creíamos castigado...", "llevaba nuestros dolores", "eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban", etc. (primera lectura). En la segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos hallamos frases como "mantengámonos firmes en la fe que profesamos", o "no es él un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas". También en el Evangelio, aunque no se empleen los términos, están implícitos en toda la narración de la pasión y muerte de Jesús según san Juan, cuyo destinatarios somos nosotros, los hombres pecadores.

 

MENSaje DOCTRINAL

Jesús, siervo de Yahvéh. El misterio de Jesús, varón de dolores, constituye un contrapunto y un reto a la mentalidad común de los mortales. Es el reto formidable de la cruz, no como suplicio o castigo, sino como instrumento de salvación y trono de gracia. En el siglo V antes de Cristo, el autor de los cantos del Siervo de Yahvéh intuyó ya con gran realismo el desafío, imponente para la razón humana, de un hombre amado por Dios y al mismo tiempo humillado en su dignidad hasta el punto de "no parecer hombre ni tener aspecto humano". ¿Cómo es posible tal situación? No son los hombres quienes la hacen posible, sino únicamente el poder de Dios. Ciertamente, el poder de Dios brilla en la bendición que otorga a sus elegidos y amigos, y esto la mente humana lo percibe con claridad. Pero no resulta tan claro para el hombre el resplandor del poder divino en el desprecio, sufrimiento y muerte ignominiosa de aquellos que Él ama. ¿Cómo comprender que el poder divino se nos muestre tan impotente? He aquí el misterio del Siervo de Yahvéh, el misterio de Jesús en las largas horas de la noche del jueves y del viernes de pasión. Jesús, sufriendo hasta la muerte de cruz, encarna en sí y realiza plenamente la figura del Siervo de Yahvéh, y pone así en evidencia el gran misterio del poder de Dios, desconcertante si lo consideramos aisladamente, pero eficaz y profundo si no lo separamos del misterio de la resurrección. Jesucristo, siervo de Yahvéh, es uno de los rostros de Dios en el relato de la pasión.

Cristo, sumo sacerdote. La carta a los Hebreos nos ofrece otro rostro de Jesús: el de sumo sacerdote que expía por los pecados del pueblo. En la liturgia hebrea, sólo el día de la expiación podía el sumo sacerdote descargar sobre el chivo expiatorio los pecados de toda la nación y así entrar purificado al sancta sanctorum y, en la presencia misma de Dios, ofrecerle la sangre purificadora de las víctimas sacrificadas. Para nosotros, los cristianos, el verdadero día de la expiación es el viernes de pasión, en que Jesús rasga el velo del templo, entra en el santuario de Dios y se ofrece a sí mismo como víctima de propiciación no sólo por los pecados de Israel sino de todos los pueblos. La sangre de Jesús oferente es la sangre preciosa del Hijo que purifica los pecados del mundo y reconcilia la humanidad con Dios. En la pasión, Cristo, sacerdote de la nueva alianza, abre las puertas del perdón y de la salvación a todos los hombres bien dispuestos: "Se hizo causa de salvación eterna para todos los que le obedecen". Para el hombre salvarse equivale, por tanto, a reconocer a Cristo como sumo sacerdote de la nueva alianza en su sangre.

Cristo, rey sobre el trono de la cruz. Es algo característico del evangelio según san Juan presentar la figura de Jesús, en todo el camino de la pasión, como un gran rey que va a tomar posesión de su reino. En Getsemaní revela, a los que quieren prenderle, que abraza libremente la pasión, mediante un gesto de poder divino (Jn 18,6). A Anás le responde con una dignidad verdaderamente regal (Jn 18, 20.21). A Pilato le confiesa su realeza, una realeza asentada sobre el poder de la verdad y del amor (Jn 18,36-37). Pilato, por su parte, presentará a Jesús ante los judíos con estas palabras: "¡He aquí a vuestro rey!" (Jn 19,14). Finalmente, aunque los judíos han declarado que no tienen otro rey que el César, Pilato manda colocar sobre la cruz un letrero con esta inscripción: "Jesús de Nazaret, el rey de los judíos" Jn 19,19), y además en tres lenguas (hebreo, latín y griego), para que todo el mundo se enterara. Sólo Dios puede hacer de la cruz un trono, de un ajusticiado un rey soberano, de un guiñapo humano el hombre nuevo, prototipo de la humanidad. Sobre la cruz refulge el rostro de Cristo, sangriento y deforme, pero ya transfigurado por un poder regal que lo corona y lo ensalza y lo constituye vencedor del pecado y de la muerte, Señor de los hombres y de la historia.

SUGEREncias PASTORALES

 

Jesús, hermano universal. Se suele decir que todos somos hermanos porque todos somos hijos de Adán. Como cristianos, hemos de decir, además, que somos hermanos porque Cristo nos ha hermanado a todos haciéndonos hijos de Dios. Jesús, tanto por su condición humana como por su filiación divina, es el hermano universal: en su vida amó a todos, perdonó a todos, acogió a todos, a todos les ofreció su salvación, a todos quiso ayudar con su poder sobre las fuerzas de la naturaleza o de la historia. Es un hermano que nos comprende, porque ha vivido la experiencia humana en plenitud, ha sido tentado como nosotros, ha sufrido como nosotros y más que nosotros. Es un hermano cuyo poder nos fortalece ante nuestro pecado y debilidad, cuyo amor nos estimula a amar a nuestros hermanos como él nos ama, cuya ayuda nos conforta en los momentos de prueba y dificultad, cuyo consuelo nos infunde paz y alegría aun en el dolor, cuya grandeza de espíritu nos eleva hacia las alturas de Dios y de los valores cristianos... Hemos de confesar a Jesús como hermano universal ante los demás, para que él nos confiese ante el Padre celestial. Todos somos hermanos de Jesús porque nos ha redimido, y todos estamos llamados a practicar la fraternidad en Cristo Jesús, el hermano verdadero que nunca nos fallará. En un mundo en que los lazos familiares son a veces tan efímeros y quebradizos, ha de ganar consistencia cada vez mayor la fraternidad fundada en Jesucristo.

Confianza en Cristo salvador. Jesús, como Siervo de Yahvéh ha descargado sobre sí nuestros pecados. En cuanto sumo Sacerdote de la nueva alianza ha rasgado el velo que separaba al hombre de Dios y ha dado acceso al hombre a la misma intimidad del Padre y del misterio de Dios. Como rey, que tiene su trono en la cruz, ha dignificado el dolor humano y lo ha puesto al servicio de su reino de verdad, de justicia y de amor. ¿Cómo no vamos a tener confianza en él? Es la confianza de quien se apoya en roca y no en arena movediza; de quien sirve a un rey poderoso, que nos asegura la victoria sobre nuestro egoísmo y nuestro pecado, cualquiera que éste sea; de quien, como sumo y eterno sacerdote, nos purifica de toda mancha y nos otorga el don de su gracia y amistad. Confianza porque es un rey, no altanero, sino manso y humilde de corazón; porque es el siervo de Yahvéh, muy consciente de que ha venido no a ser servido sino a servir y a dar su vida para rescate de muchos; porque es un sumo sacerdote que nos comprende porque aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer (Heb 5,9). ¿Será capaz nuestra desconfianza de vencer su amor y su entrega? Escuchemos con gozo la voz de Jesús: "Tened confianza. Yo he vencido al mundo".

VIGILIA PASCUAL 22 de abril del año 2000

Primera: Ex 14, 15 - 15,1; segunda: Rom 6,3-11 Evangelio: Mc 16, 1-8

NEXO entre las LECTURAS

"Llevemos una vida nueva, pues Cristo ha resucitado". Esta vida nueva del cristiano, de la que nos habla la carta a los Romanos (segunda lectura), es sólo participación de la vida nueva de Cristo resucitado, es decir, del que vive para siempre (Evangelio). En la primera lectura vemos a Dios actuando en favor de los israelitas: el paso del mar Rojo, que es paso de frontera, es sobre todo cambio de vida, de una vida miserable en esclavitud y opresión a una vida de libertad. El cristiano, mediante el bautismo, recoge toda la experiencia del pueblo de Israel (paso a la libertad por la victoria sobre el pecado) y el misterio insondable de la resurrección de Cristo (paso a la vida nueva, la inmarcesible e inmortal) (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

La vida nueva, don de Dios. La vida nueva es la vida que no conoce frontera alguna de tiempo. Es vida, plenitud de vida, pero de naturaleza diversa a la existencia temporal, que está sometida a ley y medida. La primera expresión de vida nueva nos la ofrece la primera lectura: es la vida nueva en la libertad. Para que sea auténtica vida no basta la libertad de (de la esclavitud de Egipto y de la opresión del faraón), hay que ir más allá y llegar a la libertad para (para servir a Dios en la tierra prometida, que es la tierra de la propia identidad). Se trata de ser libre para vivir sirviendo al Dios vivo. Esto es don de Dios, no mérito ni fruto de las fuerzas humanas. Sin la intervención de Dios, Israel seguiría experimentando en carne propia la desgracia de la esclavitud. Ese don de Dios a Israel alcanza su vértice en el don de la vida inmortal al cuerpo de Cristo resucitado, y se prolonga en la vida de gracia y de verdad, que late en el corazón de cada creyente.

Cristo y la vida nueva. Las mujeres, de que nos habla el texto evangélico, iban en busca de un cadáver, y se encontraron con el Viviente: "Ha resucitado. No está aquí". El ángel, mensajero de Dios, anuncia a las mujeres la entrada de Jesús en la vida nueva, esa vida definitiva, por encima de la temporalidad, que dimana de la vida misma de Dios. En la lógica del evangelista "el sepulcro está vacío porque Cristo ha resucitado" y no "Cristo ha resucitado porque el sepulcro está vacío". Lo importante no es el sepulcro vacío, que podría admitir otras explicaciones, sino que Cristo está vivo, ha entrado con toda su humanidad en la esfera divina de una vida nueva, sin fin, sin fronteras de espacio, de tiempo, de materia. Su vida nueva es primicia de la nuestra, esperanza segura de una vida que nos pertenece, no porque la hayamos ganado a pulso, sino porque nos ha sido concedida por el bautismo: "Si hemos muerto con Cristo, confiemos en que también viviremos con él".

La vida nueva y el cristiano. Ser cristiano es participar de la vida misma de Cristo; no lógicamente de la vida terrena de Jesús, cosa imposible, sino de su vida en Dios y para Dios, en su vida de eterno Viviente. Por el bautismo se nos concede a los hombres el don inicial y primigenio de participar de la vida nueva en Cristo; por los demás sacramentos, la vida de oración, la sumisión filial a la voluntad de Dios, la participación inicial va creciendo y adquiriendo madurez, asemejándose lo más posible a la vida de Cristo, hasta el punto de poder decir con san Pablo: "Vivo yo, mas no soy yo ya el que vivo, es Cristo quien vive en mí", o en términos de la liturgia de hoy, hasta el punto de "esta vivos para Dios, en unión con Cristo Jesús" (Rom 6,11). A esta vida nueva estamos llamados todos los hombres, y todos recibimos la suficiente gracia de Dios para responder afirmativamente al llamado. El solo hecho de pensar en esa vida nueva llena el alma de gozo, cuánto más el experimentarla, ya en esta misma vida temporal, aunque sea bajo el velo de la carne.

 

SUGEREncias PASTORALES

Vivir para Dios. La vida de la que nos habla la liturgia de hoy es un vivir para Dios. No se refiere, por tanto, a los seis, veinticinco, cuarenta, sesenta y tres u ochenta y nueve años que un hombre pueda vivir en este mundo. Tampoco se refiere directamente a la vida virtuosa y de gran elevación moral, que podría lograrse, estrictamente hablando, con las propias fuerzas humanas. Se trata de una vida, caracterizada por la presencia activa, amorosa y eficaz de Dios en el corazón del creyente. Es decir, una participación histórica, concreta, humana, de la misma vida de Dios. La vida moral del cristiano ha de ser fruto de esta vida divina en el alma, con lo que la vida moral jamás estará separada de la fe. Quien vive para Dios, no vive para sí mismo, ya que el egoísmo es el enemigo número uno de Dios. Quien vive para Dios, vive para los demás, ya que en los demás descubre la presencia viva de Dios. Quien vive para Dios, quiere comunicar a otros esa misma divina, y así se convierte en apóstol de la vida verdadera. Quien vive para Dios, transpira felicidad y así contagia a otros y despierta en ellos el deseo de Dios, de vivir para Dios como él. ¿Vivo yo para Dios? ¿Me siento feliz de vivir para Dios?

El bautismo, sacramento de vida. Lo más normal entre los padres cristianos es querer bautizar a sus hijos a los pocos días o meses del nacimiento. Por el registro civil, el niño entra a formar parte de la sociedad humana y de la comunidad en la que ha nacido. Por el bautismo entra a formar parte de la comunidad eclesial y de la parroquia en que ha sido bautizado. Por el registro civil, comienza la vida en la sociedad; por el bautismo, comienza la vida en la fe de la Iglesia y en la Iglesia, comunidad de fe. Los padres, y con toda razón, se interesan mucho por que el niño crezca sano, fuerte, con un desarrollo normal, con un peso equilibrado. Se preocupan igualmente porque vaya aprendiendo a hablar, a leer y escribir; vaya adquiriendo una buena educación, a fin de prepararlo lo mejor posible para la vida y asegurar su futuro. Desgraciadamente se interesan menos, en no pocos casos, porque crezca en los hijos la vida divina, la vida de fe que comenzó el día del bautismo. Olvidan, lamentablemente, que el crecimiento de sus hijos en la fe y en la vida de oración, de amistad con Dios, constituye un fundamento firme de su vida posterior y de su felicidad en el presente y en el futuro. Pensemos que un verdadero creyente será siempre, siempre, un hombre que desborda felicidad y paz.

 

Domingo de RESURRECCIÓN 23 de abril del año 2000

Primera: Hech 10,34.37-43; segunda: Col 3,1-4 Evangelio: Jn 20, 1-9

NEXO entre las LECTURAS

Los cristianos estamos llamados a ser "testigos de esperanza" en medio del mundo que nos rodea. El evangelio menciona diversas actitudes ante el sepulcro vacío: la del discípulo amado que "vio y creyó" es la única que permite la apertura a la esperanza de que Cristo haya resucitado. Pedro, en la casa de Cornelio, el centurión romano que ejercía su servicio en Cesarea Marítima, da testimonio abierto de que Jesús ha sido resucitado por Dios de entre los muertos, infundiendo así una esperanza en el mundo pagano, representado por el centurión (primera lectura). En la segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a los colosenses, el apóstol invita a poner la esperanza no en las cosas de este mundo, sino en las cosas de arriba, en Cristo resucitado y glorioso.

MENSaje DOCTRINAL

Cristo resucitado, nuestra esperanza. Una de las cuestiones fundamentales de toda existencia humana es saber qué se puede esperar o dónde poner la propia esperanza de cara al futuro. Y sobre todo, si es posible una esperanza que abra la puerta del corazón humano más allá del umbral de la muerte. Este problema recorre prácticamente la humanidad desde sus mismos inicios y corresponde a una exigencia natural del ser humano a la supervivencia más allá de la corrupción corporal del compuesto humano. ¿Satisface al hombre la sola supervivencia en el recuerdo de los demás, en un mundo superior, espiritual e impersonal? ¿Satisface al hombre la mera inmortalidad del alma? La verdad es que al alma individual ya le falta algo sin el cuerpo y el cuerpo deja de ser tal sin referencia al alma. La magnífica y original convivencia en que han vivido en un ser humano con nombre y apellidos, la quieren prolongar en la vida futura. Aquí entra de lleno la fe cristiana y nos pone ante los ojos la resurrección de Jesucristo. Es decir, hay uno en quien la convivencia psíquico-somática, quebrantada por la muerte, se prolonga en la eternidad mediante la resurrección. Ese uno es Jesucristo. Por eso, Cristo resucitado es el único que puede dar fundamento sólido, inamovible, seguro a nuestra esperanza.

Testigos de la resurrección, testigos de esperanza. Es verdad que los verdaderos testigos son los hombres, no los objetos. Sin embargo, no es equivocado afirmar que el sepulcro vacío nos da un testimonio, bien que imperfecto, de la resurrección y de la esperanza cristiana. Su testimonio es ambiguo, porque el hecho de estar vacío puede recibir otras explicaciones, pero no cabe duda que una de ellas, la más plausible para quienes han vivido con Jesús y han escuchado sus enseñanzas, es la resurrección. Muchos darán una interpretación equivocada al testimonio del sepulcro, al estilo de María Magdalena: "Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto"; otros muchos, como Pedro, ante tal testimonio, adoptarán la actitud de notario que con fría objetividad certifica el hecho: "Entró en el sepulcro, y comprobó que las vendas de lino estaban allí..." Pero habrá también otros muchos que, como Juan, no sólo certifiquen el hecho, sino que "vean y crean, al entender la Escritura, según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos". Este testimonio del sepulcro vacío es para todos un testimonio de esperanza. Llegará un día, sólo conocido por Dios, en que los cuerpos resucitarán y convivirán de nuevo en un eterno y gozoso abrazo con su alma.

Por encima del testimonio del sepulcro, y de mucho más valor, es el testimonio convencido de Pedro en casa de Cornelio o el de Pablo en la carta a los cristianos de Colosas. Pedro dirá: "Nosotros somos testigos... El nos mandó dar testimonio... De él dan testimonio todos los profetas". Pablo, por su parte, exhortará a los colosenses: "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba". Se testimonia algo de lo que se está convencido, algo por lo que uno está dispuesto a dar la vida, si fuere necesario. Del hecho mismo del testimonio surge, por propia fuerza, la esperanza: Esperanza en la resurrección, esperanza en la vida con Cristo.

 

SUGEREncias PASTORALES

Una esperanza que no defrauda. En la vida los hombres tenemos muchas pequeñas esperanzas. Son esperanzas legítimas, buenas, pero pobres, muy parciales e incompletas. Esperamos vivir una vida larga y ver cómo será el mundo dentro de cuarenta, cincuenta años. Esperamos encontrar un trabajo bueno y bien remunerado. Esperamos, si somos jóvenes, tener el dinero necesario para comprar el propio apartamento o el coche nuevo. Esperamos que los niños crezcan sanos, lleven bien sus estudios, se comporten siempre bien en casa. Esperamos que nos toque la lotería o la quiniela, o que venza nuestro equipo favorito de fútbol o de béisbol. Esperamos... Sí, el hombre es un ser nacido para esperar. Lo que sucede es que todas esas pequeñas esperanzas, o no las logramos, y entonces quedamos defraudados, o una vez que las conseguimos, no satisfacen nuestra capacidad de esperanza y nos remiten a otras nuevas y efímeras esperanzas, como las ya alcanzadas. Sólo Dios puede satisfacer plenamente toda nuestra capacidad de esperanza, aquí ya en este mundo en el que vivimos y trabajamos, y en la vida después de la muerte en que lo veremos tal cual es y lo amaremos con todo nuestro ser. Sabemos que no nos defrauda, porque es Dios y su nombre es el Fiel. Pero además, por la fe, estamos ciertos que no defrauda porque Jesucristo, resucitado, ha entrado en la eternidad con su naturaleza humana y vive la experiencia de una esperanza transmutada en unión y amor indecibles con Dios, su Padre.

 

Una esperanza para todos. Dios quiere que todos se salven y por tanto ha llamado a todos a gozar de la dicha del cielo. Todos no quiere decir "todos los buenos" según nuestras categorías humanas. Tampoco significa "todos los católicos" o "todos los cristianos". Todos significa simplemente todos. Es decir, la entera humanidad. La esperanza es una puerta abierta a todos: los buenos y los malos, los cristianos y los no cristianos, los grandes y los pequeños, los fuertes y los débiles, los famosos y los ignorados, los creyentes y los incrédulos. Ésta es una grande y bella verdad del cristianismo: Nadie está excluido de la esperanza cristiana; la desesperación no puede tener la última palabra. Se dice que hoy muchos hombres han perdido la esperanza o simplemente la tienen aletargada. ¿No será un aspecto importante de la vocación cristiana, en el mundo de hoy, el dar razón de nuestra esperanza? Una esperanza grande, con mayúscula, que no se difumina con las pequeñas esperanzas legítimas, sino que en ellas se desarrolla, vigoriza y acrecienta.

 

Segundo Domingo de PASCUA 30 de abril del año 2000

Primera: Hech 4, 32-35; segunda: 1Jn 5, 1-6 Evangelio: Jn 20, 19-31

NEXO entre las LECTURAS

"Fe y paz" es el binomio en que la liturgia de este domingo resumen el mensaje fundamental. En el texto evangélico las encontramos juntas: primeramente la paz como don de Cristo resucitado a sus discípulos: "La paz esté con vosotros", luego la confesión de fe del incrédulo Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" y la añadidura de Jesús: "¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto". En la primera lectura se indican los efectos de la fe y de la paz: la unión de mentes y corazones, la comunidad de bienes, el testimonio de los apóstoles sobre Cristo resucitado. Finalmente, en la primera carta de san Juan se pone de relieve el gran poder de la fe, que es capaz de vencer al mundo (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

Fe en Cristo resucitado. Los cuatro evangelios dedican las últimas páginas a las apariciones de Jesús a los suyos. Son apariciones que presuponen una cierta fe en Jesús, aunque no en su resurrección. Mediante ellas Jesús no sólo confirma la fe en su persona, sino que logra que el misterio de la resurrección forme parte del contenido de la fe de los discípulos. De esta manera Jesús completa su fe, la ilumina con un resplandor que perdura hasta nuestros días, y les infunde una paz que nadie les podrá arrancar del corazón. Los discípulos no estaban preparados para el encuentro chocante con Cristo resucitado. En su imaginación esto se presentaba como algo imposible, increíble, pura fantasía de mujeres impresionables y febricitantes: el tiempo las volvería a la realidad. Las apariciones de Jesús, por eso, debieron caer entre ellos como una "bomba" que los dejó aterrorizados y estupefactos. ¿Era posible? ¿Era verdad? Sí, no son visiones, es el mismo Cristo que conocimos antes de ser crucificado. Sí, lleva todavía en su cuerpo las huellas gloriosas de los clavos. Y entonces sucedió el milagro: creyeron en la resurrección de Cristo, creyeron en la resurrección del hombre. Y ya no pudieron dejar de comunicar, a quienes encontraron en su camino, de esta experiencia inefable y magnífica. Y gracias a ellos, a su testimonio de fe, nosotros, después de veinte siglos, seguimos creyendo en la resurrección.

La eficacia de la fe. Una fe que no cambia la vida del hombre, no transforma sus categorías mentales y vitales, relacionales y operativas, no es verdadera fe en Cristo resucitado. San Lucas, muy consciente de ello, nos habla de la eficacia de la fe entre los primeros cristianos de Jerusalén. El primer fruto es la unión en el mismo pensar y el mismo querer, porque su pensamiento se nutría de la enseñanza de los Apóstoles y su querer era guiado únicamente por el amor sincero de unos para con otros. Cuando la experiencia de Cristo resucitado ocupa el centro de la vida, entonces las diferencias de pensar y querer cuentan muy poco, hasta el punto de poder fácilmente someterlas al poder del amor sincero. Un segundo fruto es la comunidad de bienes, para acabar no sólo con las diferencias ideológicas sino también con las diferencias económicas, llevando a cumplimiento el deseo de Moisés en Deut 15,4: "No habrá pobres entre los tuyos". El tercer fruto es el testimonio que los Apóstoles dan de Cristo resucitado: la frecuencia, el ardor, la osadía con que predican este misterio que les ha transmutado su existencia para siempre. No pueden dejar de hablar lo que han visto y oído, como dirá Pedro en otro episodio de los Hechos de los Apóstoles. Esta eficacia de la fe se manifiesta sobre todo mediante la paz, esa paz integral que impregna la persona entera del creyente en Cristo y que florece en la alegría, y sobre todo en el amor. Esa paz que es un don del Espíritu que Cristo resucitado "insufló", como en una nueva creación, sobre los discípulos.

SUGEREncias PASTORALES

La fe que vence al mundo. Bajo la palabra "mundo" el Nuevo Testamento significa varias cosas: el universo, la humanidad, y, en sentido moral, todo aquello que se opone a Cristo y su revelación, todo lo que es pecado. A este último sentido es al que nos referimos, al decir que la fe es la única que puede vencer al mundo. Las leyes humanas pueden mejorar el comportamiento de los ciudadanos, pero no derrotar al pecado; más aún, algunas veces esas leyes son leyes "mundanas", ya que permiten o incluso promueven acciones que atacan la misma dignidad del hombre. Las instituciones (instituciones benéficas, sociales, educativas, religiosas, etc.) ayudan al hombre en la construcción de sí mismo, pero tampoco ellas pueden arrancar de la humanidad el mundo de pecado y de oposición a Jesucristo y su mensaje. Menos todavía puede erradicar el mal y el pecado, de sí y de los demás, el ser humano dejado a sus propias fuerzas. Podrá llevar a cabo una lucha titánica, heroica, pero estará siempre abocado al fracaso en su intento. Lo único que puede, con absoluta certeza y garantía, vencer y aniquilar los males del mundo es la fe en Cristo resucitado. Una fe entera, que no excluye nada del misterio de Cristo; una fe viva, que anima y da sentido a las acciones y actividades del hombre; una fe operante, que se concretiza en obras de justicia, de solidaridad, de caridad cristianas; una fe ardiente y apasionada, que comunica su pasión a los demás. Tu fe, ¿vence realmente al mundo? ¿Son éstas las características de tu fe, de la fe de los cristianos con quienes convives?

Cada domingo es Pascua. La fe en Cristo resucitado, la alegría y el amor que provoca la fe en la resurrección, deben estar presentes y activos todos los días de nuestra vida. Pero de modo especial el domingo, en que celebramos precisamente el triunfo de Cristo sobre la muerte, sobre el pecado y sobre todo mal. Cada domingo los cristianos festejamos el paso (Pascua quiere decir paso) de Cristo resucitado y glorioso por nuestras vidas. Un paso de perdón, de salvación, de gozo, de amor. Un paso con que Cristo glorioso nos invita a hacer lo mismo: a perdonar, ayudar a otros a salvarse, a gozar y a amar. ¡Si los cristianos viviéramos cada vez con más conciencia el rico significado del domingo! A veces me pregunto por qué el domingo resulta tan aburrido para muchos, por qué para otros es sólo ocasión para el desenfreno, por qué en otros casos se vive bajo el lema de la pasividad y de la pereza... ¿No será que muchos cristianos tenemos una idea equivocada e injusta de lo que el domingo es en los designios de Dios? Ocasión estupenda para leer en el catecismo de la Iglesia los números dedicados a esta celebración eclesial (nn. 2174-2188; 1166-1167).

 

 

Tercero Domingo de PASCUA 7 de mayo del año 2000

Primera: Hech 3, 13-15.17-19; segunda: 1Jn 2,1-5 Evangelio: Lc 24, 35-48

NEXO entre las LECTURAS

Parece extraño que en el período pascual se hable de conversión, pero me parece que en esa palabra se centra la atención de la liturgia dominical. Deben convertirse ante todo los discípulos de Jesús para aceptar, sin ningún lugar a dudas, el misterio de la resurrección (evangelio). Deben convertirse los judíos, porque no aceptar a Jesús resucitado como Mesías quiere decir prácticamente autodestruirse (primera lectura). Deben convertirse, vivir en permanente estado de conversión, los cristianos, para no dejarse encandilar por la "gnosis" y separar de ese modo dogma y moral, religión y existencia cristiana, en contraste con el modo de vivir de Jesucristo (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Conversión de los discípulos. Los discípulos de Jesús no fueron ciertamente unos héroes en las largas horas de la pasión y muerte del Maestro. En su mente la resurrección de Jesús tampoco ocupaba lugar alguno. Ni siquiera en su imaginación o en su recuerdo. Estaban obtusos y cegados al misterio. Estaban sacudidos por su "fracaso" y miraban el futuro como un retorno al pasado. Necesitaban convertirse, cambiar de actitud, volver al camino justo, y para ello estaban urgidos de que el mismo Jesús les echase una mano, presentándoseles vivo e idéntico al que habían amado y seguido durante unos años. Necesitaban ver de nuevo a Jesús, escucharle, tocarle. Necesitaban que él les explicara el sentido de los últimos tristes acontecimientos, que estaban ya preanunciados en la misma Escritura (la Ley, los Profetas y los Salmos). Necesitaban que Jesús les infundiese de nuevo confianza y los lanzase con nuevo impulso a la misión: "vosotros sois mis testigos". Ante tan abrumadoras muestras de amor y de condescendencia por parte de Jesús, se comenzó a realizar en el alma de los discípulos el proceso de conversión y Jesús les abrió la inteligencia para que comprendieran las Escrituras. La conversión de los discípulos no partió de una iniciativa suya, sino de la acción de Cristo resucitado en sus mentes y en su corazón.

La conversión de los judíos. Los judíos, ante la curación del paralítico llevada a cabo por Pedro, se quedan con los ojos cuadrados. Pedro aprovecha este momento favorable para dar testimonio de Jesús y de su resurrección. Como si les dijera: "No es admiración lo que debe invadir vuestro espíritu, sino arrepentimiento y conversión". Es verdad que han obrado por ignorancia, (si bien parece ser una ignorancia no inocente sino culpable), pero lo que han hecho es algo muy grave: "Entregasteis y rechazasteis a Jesús ante Pilato; rechazasteis al Santo y al Justo; pedisteis que se indultara a un asesino; matasteis al autor de la vida". No sólo hicieron algo muy grave los judíos, además hicieron algo desagradable a los ojos de Dios, ya que resucitó a Jesús, el Mesías sufriente, de entre los muertos. Ante su culpabilidad y el disgusto de Dios por su comportamiento, ¿qué cabe hacer? ¿Encerrarse en la concha de su ignorancia culpable? ¿Considerar ridículo e infundado el testimonio de Pedro? Pero entonces, ¿cómo explicar la curación del paralítico? Pedro les indica el verdadero camino: "Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados" (primera lectura).

La conversión permanente de los cristianos. Cristiano quiere decir convertido al camino de Cristo, a la fe en Cristo. Pero la conversión no es algo puntual, sino constante y duradero a lo largo de la vida. Nuestra conversión y nuestra fe pueden ser tergiversadas, estar en peligro ante nuevos modos de pensar y de comportarse; pueden sufrir el contacto pernicioso de ideas y actitudes que no provienen de Dios, sino del padre de la mentira. Es lo que les estaba pasando a los cristianos a quien Juan dirige su primera carta. Su fe corría peligro de ser contaminada en algo por el virus del movimiento gnóstico. Quizás pensaban que, habiendo sido iluminados por Cristo resucitado, habían alcanzado el máximo grado de conocimiento (gnosis), y creían, por ese mismo hecho, ya estar salvados, separando de ese modo su fe en Cristo resucitado y su conducta moral. Juan les sale al paso, poniéndoles en guardia ante el peligro: "El que dice: ‘yo lo conozco’, pero no guarda sus mandamientos, es un mentiroso". No basta creer, es absolutamente necesario unir las obras a la fe, cumplir los mandamientos como exigencia del conocimiento que hemos recibido de Cristo resucitado. Aquí está el secreto de la conversión permanente.

 

SUGEREncias PASTORALES

Abrir los ojos. A quien está ciego o tiene los ojos cerrados, le resulta imposible ver la realidad. No puede ver la belleza de la luz y de los colores, no puede ver los obstáculos que se interponen en su camino, no puede ver una sonrisa ni la ternura de una mirada amiga. Si somos ciegos en la fe o nuestros ojos están voluntariamente cerrados, jamás podremos comprender las obras maravillosas de Dios, la historia de la salvación llevada adelante por el Espíritu, el misterio de Cristo muerto y resucitado, la presencia, testimonio y acción de la Iglesia entre los hombres. Necesitamos que, como a los discípulos, Jesucristo resucitado nos abra los ojos de la inteligencia para entender las Escrituras. Pregúntate por qué no entiendes ciertas cosas de la Iglesia, ciertas verdades de la doctrina católica, ciertos comportamientos morales que la Iglesia propone a sus fieles; pregúntate por qué no entiendes la presencia del mal en el mundo si Dios es bueno, por qué no comprendes el que haya injusticias, crímenes, odios... ¿No te ayudaría a comprender todas esas cosas una fe viva, auténtica, firme y vigorosa? Pídele a Cristo resucitado que te abra los ojos de la inteligencia. Pídele que, una vez abiertos los ojos, te haga testigo de lo que has visto.

Nosotros somos testigos. La Iglesia tiene necesidad más que de maestros, de testigos, nos enseña el Papa Pablo VI. Todo cristiano, inmerso en el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo por el bautismo, está llamado a ser testigo. Todos los cristianos, en cuanto comunidad de fe, deben decir como Pedro: "Nosotros somos testigos". Y testigo significa que está dispuesto a certificar con su propia vida lo que dice y sobre todo lo que hace en virtud de su fe en Jesucristo. Como cristiano, he de estar dispuesto a poner el testimonio de Cristo resucitado, del amor infinito y paterno de Dios, de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en corazón de los hombres, por delante de mi propia vida. Por delante de mi misma vida pondré también mis convicciones religiosas fundamentales, mis valores morales irrenunciables, mis actitudes profundas ante la vida, el mundo y Dios. Si todos los cristianos, o al menos la mayoría, somos testigos de este calibre, entonces realmente seremos capaces de ir cambiando poco a poco la mentalidad, las actitudes, los comportamientos, las verdades que sostienen y animan la vida de nuestros contemporáneos. ¿Quieres ser tú testigo de Cristo? No esperes a serlo de verdad. Comienza hoy mismo.

 

Quarto Domingo de PASCUA 14 de mayo del año 2000

Primera: Hech 4, 8-12; segunda: 1Jn 3,1-2 Evangelio: Jn 10, 11-18

NEXO entre las LECTURAS

Hoy se celebra en la Iglesia la jornada mundial por las vocaciones al sacerdocio. Los textos litúrgicos nos delinean a Jesús como modelo de los sacerdotes. En primer lugar, el sacerdote como Jesús debe ser buen pastor, dispuesto a entregar su vida por sus ovejas (Evangelio). El sacerdote, al igual que Jesús, debe ser para los hombres como una piedra angular que sostiene todo el edificio de sus convicciones y valores espirituales, morales y humanos (primera lectura). Finalmente, el sacerdote, como Jesús, ha sido elegido para ser hijo de Dios y para vivir la experiencia de un amor tierno y filial a Dios, su Padre (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Jesús, modelo de Pastor. Pastor es aquel a quien se le encomienda el cuidado de un rebaño de ovejas. ¿Cuáles son las funciones que tal imagen implica? Primeramente, conservar todas las ovejas que se le han confiado. Ninguna debe perderse, ninguna debe morir por hambre o por enfermedad. Para conservarlas debe estar dispuesto a defenderlas de los lobos, a procurarlas un lugar en el que refugiarse durante las frías noches, a dirigirlas hacia prados con abundantes pastos. Debe además conocer a cada una para darse enseguida cuenta si le falta alguna, para preocuparse de cada una como si fuese la única. Jesús, el Buen Pastor, conserva, defiende, protege, guía, alimenta a los cristianos con su misma vida, mediante los sacramentos y mediante la jerarquía de la Iglesia.

Jesucristo, Buen Pastor, es el prototipo de los sacerdotes, que, como buenos pastores, deben dedicar su vida entera a conservar en la fe a los fieles que le han sido confiados. Como el buen pastor, el sacerdote tiene también que defender la fe de sus fieles, de tantas tentaciones y asechanzas que hoy están presentes en nuestra sociedad. Les defenderá de una fe individualista y subjetiva, de una moral dominada por el criterio de la mayoría, de una espiritualidad ecléctica, sensiblera y hecha de apariencias, de una liturgia fría, legalista y casi sin resonancia interior. Sentirá además la necesidad de alimentar a sus fieles con la verdad de la Palabra de Dios, con la enseñanza de la doctrina católica, compendiada en el catecismo, con el testimonio de una vida santa y generosa, entregada sin medida al bien y servicio de los hermanos en la fe.

Jesucristo, piedra angular. Cristo es la piedra rechazada por vosotros, los constructores, que se ha convertido en piedra angular, dice Pedro ante los miembros del sanedrín. Los hombres quieren, no pocas veces, construir una sociedad sin Cristo, considerando que él es una piedra más en la construcción del mundo. Pero se equivocan, él es la piedra fundamental sin la cual todo el edificio se viene abajo, sin la cual las demás piedras carecen de cohesión y de punto de referencia. O se construye una sociedad con Cristo en el centro de la misma, o dicha sociedad está abocada, tarde o temprano, a la ruina.

El sacerdote, representante de Cristo, es piedra angular de la Iglesia; es el mismo Cristo que, por medio de él, continúa ejerciendo en la Iglesia su poder de salvación, su amor de hermano mayor y redentor, su impulso a la fraternidad y solidaridad humanas. En la hipótesis de que desaparecieran los sacerdotes, el edificio de la Iglesia se derrumbaría y se convertiría en puras ruinas.

Jesucristo, modelo de Hijo. El Padre me ama, dice Jesús en el evangelio. Y él ama al Padre, como el unigénito, como el hijo predilecto. Y porque le ama lo conoce íntimamente y hace sólo lo que es de su agrado. En la segunda lectura escuchamos: "Somos llamados hijos de Dios, y así es en verdad". Somos hijos de Dios, que tienen su modelo en el Hijo, en Jesús. Como sacerdotes, desearemos ardientemente que todos los hombres gocen de la paternidad de Dios y se sientan felices de ser hijos suyos. Como sacerdotes, colaboraremos con el Padre para que los cristianos sean cada vez más conscientes de su filiación divina y encuentren en ella la base de sus actitudes y comportamientos. Como sacerdotes, daremos testimonio a nuestros hermanos de lo que significa ser hijos de Dios y vivir como tales en el yunque de cada día.

SUGEREncias PASTORALES

El Padre me ama... La necesidad de amar y ser amado es esencial en el corazón humano. El amor de los padres y de los hijos, el amor de los esposos, de los amigos, el amor de los hermanos en la fe, o de los hermanos en religión... Sin ese amor la vida se vuelve insulsa y desaparecen las ganas de vivir. En nuestras comunidades cristianas puede haber fieles que se sientan solos y olvidados, que piensen que no son amados, que se consideren un poco inútiles en la Iglesia. A todos, pero de manera especial a ellos, hay que predicarles esta gran verdad del cristianismo: "El Padre me ama". No estás solo, si el Padre te ama, te acompaña. Y tú, ¿amas a Dios Padre? No eres inútil, si el Padre te ama y con su amor da sentido a tu vida, haciéndola entrar en la historia de la salvación. Y tú, ¿crees de verdad en el amor que el Padre te tiene? ¿Crees que el amor del Padre da un sentido maravilloso a tu vida? Como sacerdotes, a ejemplo del Buen Pastor, tenemos aquí una manera concreta de ayudar a nuestros fieles: recordémosles y ayudémosles a ser conscientes de que el Padre les alma y nunca les dejará a la deriva.

No hay otro... San Pedro, en la primera lectura, es muy claro y tajante: "No hay otro en que podamos salvarnos". ¿Ningún hombre de la historia, por más grande y genial que haya sido? ¡Ninguno! ¿Ninguna medicina, ningún invento, ninguna técnica? ¡Ninguno! ¿Ninguna ideología, ningún sistema religioso? ¡Ninguno! ¿Ningún ser extraterrestre, si es que existen? ¡Ninguno! ¿Ningún ángel venido del cielo? ¡Ninguno! Sólo Jesucristo es nuestro salvador, el salvador de todos y cada uno de los hombres. Predicar esto en nuestra sociedad, en nuestro mundo, puede escandalizar, pero es algo irrenunciable para los cristianos. Dejar de predicarlo sería esconder la luz para que no alumbre a los hombres, o hacer que la sal se vuelva insulsa y digna de desprecio. La pretensión cristiana de un único Salvador, Jesucristo, no nos la hemos inventado nosotros ni podemos manipularla a nuestro gusto y según las circunstancias. La confesión de Cristo, único Salvador, es esencial al cristianismo. El modo, el tacto, el tiempo y el lugar para la confesión de fe es obra de los cristianos, guiados por la luz del Espíritu Santo.

Quinto domingo de PASCUA 21 de mayo del año 2000

Primera: Hch 9, 26-31; Segunda: 1Jn 3, 18-24; Evangelio: Jn 15, 1-8

NEXO entre las LECTURAS

"Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros", nos dice Jesús en el evangelio. La unidad es el tema dominante en los textos de este domingo. Unidad en primer lugar entre Cristo, la vid, y los cristianos, los sarmientos (evangelio). Unidad entre los cristianos entre sí, independientemente de su historia pasada y de su procedencia, como en el caso de Pablo (primera lectura). Unidad entre las palabras y los hechos, para lograr esa unidad interior de la conciencia, que está tranquila ante Dios (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

La unidad fundante. En el judaísmo la vid simbolizaba las difíciles relaciones entre Dios y su pueblo Israel durante doce largos siglos. Esta relación se fundaba sobre todo en tres elementos: la Tierra, la Torah y el Templo. Sobre las columnas del templo se podía ver la vid en relieves, símbolo del pueblo de Israel en presencia de Yahvéh, su Dios. Jesús retoma esta imagen, pero cambiando su sentido. Ahora es él la vid, no Yahvéh. Y los sarmientos no son ya el pueblo de Israel, sino los creyentes en Cristo. Dios, el Padre de Jesús, no queda al margen del símbolo, pero ahora es el viñador. En otros términos, es el Padre quien ha enviado a Jesús a este mundo y en él ha puesto el fundamento de toda verdadera unidad. Él es el punto de unión que funda cualquier otra verdadera unión entre los hombres, "porque sin mí no podéis hacer nada". La unión eclesial, familiar, religiosa, política..., que quiera ser calificada de auténtica, estable y fecunda, no puede dejar al margen la realidad de Cristo, clave de bóveda de toda existencia individual o colectiva. En ese sentido, el cristianismo no es sólo una opción que apela a la libertad, es una exigencia de identidad y de progreso, que apela al sentido común.

La unidad eclesial. Cuando Pablo, después de convertido, se presenta en Jerusalén, los cristianos le tienen miedo, se apartan de él, porque no acaban de creerse lo de su conversión. Gracias a Dios interviene Bernabé, que lo presenta a la comunidad, certifica de su conversión y de su celo en la predicación del Evangelio de Jesucristo en Damasco. Pablo entonces es recibido en la comunidad, se integra en ella, y puede dedicarse con libertad a su labor de evangelización, sobre todo entre los judíos de procedencia helenista. Es evidente que desde los inicios los apóstoles tomaron conciencia de que la Iglesia era una sola y que todos los que de ella formaban parte estaban unidos en la misma fe y en el mismo celo ardiente por predicar el nombre de Jesús en todas partes. Aunque Pablo se convirtió a Jesús en Damasco y allí recibió el bautismo, es bien recibido en Jerusalén, como luego lo será también en Antioquía y en Roma, porque la Iglesia es una sola en la diversidad de lugares y de culturas. Así fue desde los comienzos, así ha continuado siendo y lo es todavía. Los cristianos de hoy, ¿seremos capaces de poner, por encima de las tensiones internas, la unidad de la Iglesia? ¿Seremos capaces de disponernos para que Dios nos otorgue el don de la unidad de todos los cristianos?

La unidad interior. San Juan en la segunda lectura nos exhorta a que "no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad". Debe haber unidad entre lo que pensamos y decimos y lo que realmente hacemos. Sin esa unidad estaremos internamente divididos, en una incoherencia maligna que nos irá carcomiendo la conciencia. Es decir, el cristiano debe tener una conciencia unificada, sin resquebrajaduras ni divisiones, para que pueda estar tranquila delante de Dios, "guardando sus mandamientos y haciendo lo que a él le agrada". Es verdad que no siempre el cristiano actúa de modo coherente, y con ello la conciencia le remuerde y le condena. Entonces sabemos que "Dios es más grande que nuestra conciencia" y que, por lo tanto, puede de nuevo reestructurarla, unificarla. Es una invitación estupenda a la confianza en la acción de Dios y en el poder misterioso del "Espíritu que nos ha dado". Unidad interior, fruto de la fidelidad a la Palabra de Dios y a sus mandamientos.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Unidos, aunque diversos. Ante todo, la unidad intraeclesial. Los católicos hemos de estar unidos afectiva y efectivamente, unidos con la Jerarquía eclesiástica, unidos entre nosotros mismos. Unidos en el mismo fin y destino, aceptando y respetando el pluralismo de opciones pastorales, manteniendo la unidad sustancial. ¿Es posible que haya diócesis, parroquias que no permitan la acción de grupos eclesiales aprobados por la autoridad de la Iglesia? ¿No es verdad que es mucho lo que todavía se puede hacer en el campo de la colaboración entre diócesis, parroquias, congregaciones religiosas, movimientos eclesiales? El enemigo es fuerte. Si no nos unimos, seremos con toda seguridad derrotados, habiendo gastado tal vez muchas energías en cuestiones inútiles o de poca monta. Y saldrá perdiendo la proclamación eficaz del Evangelio, y seremos ocasión de escándalo, más que de edificación. Amemos la unidad, busquemos la unidad, por encima de tantas pequeñas diferencias insustanciales.

A la unidad intraeclesial, hay que añadir la unidad de las diversas Iglesias separadas: el diálogo, la colaboración ecuménica. Un proceso lento, pero irreversible, porque está empeñado en él, más que los hombres, el mismo Dios, el "Espíritu que habla a las Iglesias" y las impulsa inconteniblemente hacia la unidad. Los pasos que se han dado y se van dando, son pequeños, pero seguros. Hemos de crear una mentalidad "ecuménica" en nosotros mismos, en nuestras comunidades religiosas, parroquiales... La unidad es un gran bien que Dios nos quiere regalar. Oremos para acogerlo con gratitud y con amor.

 

Dar frutos. Unidos a la fuente de la vida y de la santidad que es Cristo, unidos como hermanos en la misma fe y en la única Iglesia, unificados en el interior de nuestra conciencia, daremos frutos. Porque de la unión nace la fuerza, nace la eficacia. Y dar frutos es un imperativo de nuestra fe, de nuestra vocación cristiana. ¿Qué frutos? Ciertamente y en primer lugar, frutos de santidad, de riqueza espiritual en el corazón, de transparencia divina en nuestro ser y actuar. Frutos, luego, de solidaridad, de colaboración, de justicia, de respeto mutuo, de entrega a los más necesitados, de benedicencia, de bondad en el trato, etc. ¿Cuáles son los frutos que a ti Dios te está pidiendo ahora? ¿Cuáles son los frutos que Dios pide a nuestra parroquia, a nuestra comunidad? "Por los frutos los conoceréis". Por los frutos se sabrá si estamos unidos a Cristo, si permanecemos en su amor.

 

Sexto domingo de PASCUA 28 de mayo del año 2000

Primera: Hch 10, 25-27.34-35.44-48; Segunda: 1Jn 4,7-10; Evangelio: Jn 15, 9-17

NEXO entre las LECTURAS

"Quien no ama no conoce a Dios porque Dios es amor". ¡Hermosa síntesis de la presente liturgia. La vida cristiana se desenvuelve en el círculo del amor, que comienza en Dios, se hace visible en Jesucristo, se prolonga en los hombres y retorna al mismo Dios. Siendo Dios amor, en Él está el punto de arranque de todo movimiento de amor (segunda lectura). Jesucristo, encarnación del amor de Dios, llama a sus discípulos amigos, es decir, creados por el amor y para el amor (evangelio). El amor de Dios en Cristo a los hombres no es exclusivista ni limitado, sino abierto y universal, porque en el amor de Dios no hay acepción de personas, y a todos los puede hacer partícipes de su Espíritu, fuerza y presencia del amor en el hombre (primera lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

El círculo del amor. "El amor consiste en que Él nos amó a nosotros" (1Jn 4,10). No se origina el amor en el corazón del hombre, sino en el de Dios. Dios es la fuente inextinguible y única del amor. Lejos de Él, el amor no merece tal nombre. Y todo amor verdadero ha nacido de Dios, y retorna a Dios, como las aguas del océano que se evaporan, nutren el caudal de los ríos y regresan, tras un largo recorrido, a su mismo origen. Dios está en el principio de todo amor, pero el amor cristiano pasa por Jesucristo. Es decir, el Padre descarga todo su amor en el Hijo, y el Hijo a su vez lo comunica a sus discípulos. "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo a vosotros". Amigos de Jesucristo, ya no siervos, estamos capacitados para amarnos mutuamente, con el amor nuevo e incontaminado del Padre, que nos concede ser hermanos de su Hijo. Dada la vocación del hombre a la vida y dada la eternidad del amor, éste se orienta, ya en este mundo y sobre todo en el más allá, hacia su origen que coincide ahora con su fin: Dios mismo. Allí obtendremos el conocimiento verdadero de Dios y de todas las cosas en Él, que nos será concedido por la fuerza incontenible del amor.

Las características del amor. Un amor, primeramente, inmerecido. El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios (segunda lectura), ni en que nosotros hayamos tomado la iniciativa de elegir a Jesucristo, como maestro y modelo de nuestra vida (evangelio), ni en que Cornelio y su familia eran dignos de recibir el evangelio y la fe en Jesucristo. Si así fuera, el amor no tendría su definición en Dios, sino en el hombre. Entonces, ¡qué distinta, qué pobre sería la definición del amor! En realidad, el amor se define desde Dios, quien nos lo concede gratuitamente, como la existencia, como la misión, como el destino último de la vida. Si mereciéramos el amor, no sería amor sino recompensa debida.

El amor además es creativo y universal, es sacrificado y gozoso. Crea la amistad, esa capacidad extraordinaria de amor mutuo y desinteresado, como el de Jesús a sus discípulos, como el de los discípulos hacia Jesús. Crea también la vocación, sea a la fe en el mensaje y en la persona de Cristo (primera lectura), sea al discipulado y al seguimiento radical de su estilo de vida y de su misión (evangelio). El amor es universal, porque no hace distinciones ni de temperamentos, ni de razas, ni de culturas, ni de cualidades. Se ama porque se ama, sin más, sin acepción alguna de personas (segunda lectura). El amor sabe de sacrificio, "porque nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos" y porque el amor exige la obediencia a los mandamientos del amado (evangelio). ¿Y no tuvo que sacrificar Pedro su mentalidad judía cuando, ante el don del Espíritu Santo a Cornelio y su familia, manda que sean bautizados en el nombre de Jesucristo? ¿Y acaso no debe sacrificarse el cristiano a quien se dirige la primera carta de Juan para poner por encima del conocimiento (la gnosis) el amor? El amor, finalmente, es gozoso. El gozo que siente Jesucristo de ser amado y amar a su Padre; el gozo de los discípulos, al saberse amados y al poder amar con el mismo amor de Dios. El gozo de Cornelio y los suyos que, investidos del Espíritu Santo, ensalzan con alegría la grandeza de Dios.

 

SUGEREncias PASTORALES

Amor y responsabilidad. ¡Palabras que evocan un libro de Karol Wojtyla sobre el amor humano, especialmente en el matrimonio y en la familia! Dos palabras que en la experiencia cristiana se entrecruzan y mutuamente se requieren: el amor por fuerza de su naturaleza es responsable; la responsabilidad auténtica se funda y mantiene sólo a base de amor. Una responsabilidad, que en el caso del amor cristiano, se configura en primer lugar como oración de súplica a Dios: "Señor, dame, concédenos el don del amor", porque en el amor no existen los autodidactas, somos eternos aprendices de Dios, nuestro único Maestro. Una responsabilidad que adquiere la forma de la constancia en el amor, porque no se contempla en el espejo de los amores tan lábiles de las love’stories o de los famosos latin lovers, sino en las aguas cristalinas del amor permanente y fiel del mismo Dios. Una responsabilidad en el amor, nada fácil, objeto preferido de muchos atentados provenientes del mundo circunstante; una responsabilidad que, por ello, se apoya y fortifica en la acción del Espíritu Santo, que posee en sí la fuerza del amor. Al finalizar el período de Pascua nos viene bien, seguramente, un pequeño examen sobre el amor. Y luego...¡manos a la obra!

En la órbita del amor. La psicología enseña que el hombre busca un centro en torno al cual hacer girar su existencia terrena. Cuando ha logrado ese centro, que puede ser muy variado, adquiere la vida humana estabilidad, significado y una cierta armonía y felicidad. Cuando el centro en cuya órbita giramos es el amor, todo en la vida, todo sin excepción, queda enamorado, es decir, impregnado, embebido por el amor. Y entonces el sol del amor resplandece en el firmamento de nuestras horas y nuestros días, haciéndolos brillar con una luz duradera, regocijante, rejuvenecedora y gratificante. ¿Qué no puede hacer el amor, sobre todo si proviene del mismo Dios? Se ama en la escuela y en el trabajo, en la familia y en la vida social, en la enfermedad y en la vejez, en los momentos de dolor y en las horas de gozo. Se ama a los propios seres queridos, al vecino que pertenece a otro partido político, al compañero de trabajo que no va a misa aunque es católico, al jefe de la oficina con su mal carácter, al barbone a quien todos los días encuentro en la boca del metro, al policía que con la ley en la mano y una sonrisa en los labios me pone una multa de 20.000 pesetas... No dejes pasar ocasión alguna para ejercitarte en el amor de verdad.

Solemnidad de la ASCENSIÓN DEL SEÑOR 4 de junio del año 2000

Primera: Hch 1, 1-11; Segunda: Ef 1, 17-23; Evangelio: Mc 16, 15-20

NEXO entre las LECTURAS

¿Qué significado tiene la Ascensión de Jesucristo en la historia de la salvación, en la que Dios Padre ha colocado este misterio? Para Jesucristo significa que ha terminado su permanencia entre los hombres, que ha sido entronizado a la derecha del Padre para reinar con Él sobre el cielo y la tierra, que su acción benéfica y salvadora sobre la humanidad la ejercerá desde el cielo por medio del Espíritu Santo (evangelio, primera lectura). Para los apóstoles quiere decir que ahora comienza realmente su misión, potenciados por el Espíritu en Pentecostés, de testigos de Jesucristo (evangelio, primera lectura). Para los cristianos tiene el sentido de abrirnos a la esperanza en la vida futura con Dios y de lanzarnos al mundo entero para evangelizarlo y unirlo en una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Valor de la Ascensión para Jesús. El Verbo de Dios se hizo carne en Jesús de Nazaret (Jn 1,14). Ahora, tras la resurrección y un período de apariciones a los discípulos para confirmarlos en la fe, "el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios" (evangelio). Su misión como revelador del Padre, como Maestro de la humanidad, como Redentor de todos los hombres, está acabada pero no terminada. Está acabada en Él, como cabeza, pero no está terminada en su cuerpo, que es la Iglesia. La Ascensión es, en cierto modo, el punto de llegada de la misión de Jesús y el punto de partida de la misión del Espíritu Santo a la comunidad de los creyentes en Cristo.

Con la Ascensión Jesús ingresa como Señor en el reino de su Padre y con Él comienza a reinar glorioso con justicia y amor, con misericordia y perdón, con verdad y santidad. Reina sobre los acontecimientos de la historia y sobre la vida de los hombres, de un modo que nosotros en gran parte ignoramos y a veces nos desconcierta. Subiendo a los cielos llevó consigo como cautivos a los hombres que aceptan su reinado en el corazón y en la existencia diaria (segunda lectura), abriendo así a la humanidad las puertas de la casa del Padre, es decir, la vida y la felicidad de Dios (cf CIC 661).

 

Sentido de la Ascensión para los Apóstoles. Hasta ahora los apóstoles han practicado sobre todo la receptividad de la persona y del mensaje de Jesús. Con la Ascensión y con Pentecostés inicia para ellos una etapa nueva: la transmisión de lo que han recibido de su Maestro y Señor. Van a ejercer su actividad transmisora mediante el anuncio y la predicación de la Buena Nueva, y de modo muy especial mediante el testimonio del Evangelio incluso hasta el heroísmo del martirio. Es necesario anunciar el Evangelio y testimoniarlo "hasta que Cristo vuelva". Para esa misión se han preparado a lo largo de la convivencia con Jesús; para esa misión estarán acompañados por el Espíritu de Jesús, que recibirán dentro de no muchos días (primera lectura). Esa misión está marcada por la esperanza, sin que se pueda tener certeza del tiempo y del momento fijados por el Padre para el establecimiento definitivo del Reino mediante la segunda venida de Cristo. La venida inmediata o mediata no interesa tanto. Lo que importa es la esperanza en su venida.

 

Valor de la Ascensión para nosotros. Al igual que los Apóstoles, nosotros hemos de ser los hombres de la esperanza, a la cual la Ascensión de Jesucristo nos estimula. Esperamos ante todo la venida gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo. Y esperamos con serenidad un futuro mejor y más cristiano, más impregnado por el evangelio de Jesucristo, más dócil al designio de Dios sobre la historia y a su acción misteriosa. La Ascensión suscita en nosotros el esfuerzo ascético para disponernos a la acción elevante de Dios. Despierta igualmente el interés y el trabajo por la unidad de todos los cristianos y de todos los hombres, esa unidad posible, real, pero imperfecta, que logrará su cumplimiento en el cielo en la unión entre los hombres y con Dios.

 

SUGEREncias PASTORALES

Gastarse por el Reino. La constitución dogmática sobre la Iglesia presenta a ésta bajo la figura del Reino: "La Iglesia es el Reino de Cristo presente ya en misterio" (LG 3). Gastarse por el Reino significa gastarse por la Iglesia según la condición, las posibilidades y la entrega de cada uno. Este gastarse por el Reino se puede realizar en cualquier circunstancia de la vida diaria, porque lo que más cuenta es la actitud interior y la ofrenda de la vida al Reino de Dios. Sin embargo, gastarse por el Reino adquiere una connotación particular: trabajar en la Iglesia, por la Iglesia y al servicio de la misión histórico-salvífica de la Iglesia. Si un joven o un adulto pasan unas cuantas horas de la semana ante la televisión, ¿por qué no dedicar al menos el mismo número de horas a trabajar por el Reino de Cristo entre los hombres? Si hay tanta gente que los fines de semana se divierte en las discotecas, ¿no será posible que esa misma gente se ponga a hacer el bien (acción social, visita a enfermos en los hospitales, voluntariado católico, acompañamiento de ancianos, etc.) en esos mismos fines de semana? Si todos los cristianos colaboramos, seguramente que el Reino de Cristo crecerá entre los hombres más allá de nuestras propias expectativas.

 

 

A la medida del don de Cristo. Todos estamos llamados a colaborar en la labor de la Iglesia, pero cada uno según el don recibido. Quien ha recibido el carisma de la autoridad, colaborará ejerciendo con amor y con firmeza al mismo tiempo la autoridad. Quien ha recibido el don de la enseñanza (doctores en las ciencias eclesiásticas, profesores de religión, catequistas), que colabore en la construcción y difusión del Reino con su enseñanza recta, completa, expuesta de modo adecuado e interesante. Aquéllos a quienes se les ha dado el carisma de dar la vida (padres de familia, ministros de los sacramentos, directores espirituales), pongan con generosidad todas sus cualidades al servicio de la vida, sea ésta la vida física, la sacramental o la vida espiritual. Los que han sido elegidos para ser misioneros (sacerdotes, religiosos o laicos), que construyan el Reino de Cristo allí donde todavía no existe, o donde apenas está en los cimientos, o donde una vez fue construcción acabada y bella y hoy se halla en ruinas. Aquí lo que cuenta es que todos, sin excepción, trabajemos y que cada uno lo haga en la medida del don de Cristo. ¿Estaremos los cristianos disponibles para esta gran tarea que Cristo nos encomienda al inicio del tercer milenio?

 

Domingo de PENTECOSTÉS 11 de junio del año 2000

Primera: Hch 2, 1-11; Segunda: Gál 5, 16-25; Evangelio: Jn 15, 26-27; 16, 12-15

NEXO entre las LECTURAS

En la fiesta de Pentecostés el Espíritu Santo invade con su presencia todos los textos litúrgicos. El evangelio trata del Espíritu de Verdad, que iluminará y llevará a los discípulos a la verdad completa. En la primera lectura, lo que fue promesa se hace cumplimiento, y el Espíritu Santo viene con su poder sobre los apóstoles y otros discípulos de Jesús, reunidos con María en el Cenáculo. Cuando el Espíritu Santo entra y se apodera del corazón de un discípulo de Jesús, entonces toda su existencia cristiana y su comportamiento cambian y producen los frutos del Espíritu, que se sintetizan en el amor (ágape) (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

La revelación del Espíritu. El Espíritu es imperceptible por los sentidos. Dios nos lo revela en maneras humanas: por su acción en el interior del hombre y mediante símbolos. Son dos los símbolos que utiliza san Lucas en los Hechos. El primero es el viento impetuoso y creador, como el aliento de Dios sobre el primer hombre (Gén 2), que sacude al ser humano, lo despoja de sí, penetra en el recinto secreto del alma y aporta vida y santidad. El segundo es el fuego, que bajo forma de lenguas, se posa sobre los discípulos y los purifica y transforma. Ese fuego del Espíritu debe arder siempre, por eso san Pablo nos exhorta a no apagar el Espíritu (cf 1Tes 5,19).

En los textos de hoy se nos señalan diversos modos de obrar del Espíritu en los hombres y, por tanto, de revelársenos. 1) Es el Espíritu de verdad, que ilumina al hombre para que entienda la verdad completa. Como Jesucristo es la plenitud de la verdad y de la revelación, como nos enseña la Dei Verbum 2, el Espíritu nos iluminará para que entendamos el misterio de Cristo. Así fue como los discípulos, en el día de Pentecostés, recibieron esa luz que abrió sus mentes a una comprensión superior y más plena de toda la vida de Cristo, de su origen y de su destino, y sobre todo del misterio de su pasión, muerte y resurrección. 2) El Espíritu da testimonio de Cristo, es decir, no sólo enseña sino que acredita con autoridad el misterio de Cristo. Dará ante todo testimonio en el corazón de los discípulos reunidos en el Cenáculo, un testimonio tan fehaciente que se transmite convirtiendo a esos discípulos en testigos. A lo largo del tiempo, dará testimonio en el alma de cada cristiano, sirviéndose de la palabra y de la vida de los testigos humanos. Sí, el Espíritu es el testigo de Cristo en el corazón de la historia. 3) El Espíritu glorifica a Cristo, porque no tiene mensaje propio, sino que dirá únicamente lo que ha oído. La gloria con que Cristo aparece, en su esplendor y grandeza, a los ojos de los hombres es obra del Espíritu Santo: su maravilloso poder de hacer milagros, el fulgor de su mirada, la fascinación de su palabra, la fuerza y generosidad de su amor infinito, la conmovedora ternura hacia los niños y hacia los enfermos y necesitados...

 

Los frutos del Espíritu. En el interior de cada hombre se enfrentan fuerzas antagónicas. De un lado, la carne (el hombre con sus pasiones desordenadas, con su tendencia hacia el mal) y de otro el espíritu (los nobles anhelos que anidan en el hombre, su aspiración hacia el bien, gracias al Espíritu Santo). En ese campo de batalla, que es el hombre, el mal trata de vencer mediante sus obras en los diversos ámbitos de la vida: el ámbito religioso con la idolatría y la hechicería; el ámbito social con las enemistades y discordias, la rivalidad, la ira, el egoísmo, las disensiones, cismas y envidias; el ámbito personal con intemperancias, borracheras y orgías; el ámbito sexual mediante la fornicación, la impureza y el desenfreno. En ese mismo campo de batalla, el bien -y el Espíritu Santo que lo alienta y promueve-, pretende vencer al mal mediante el amor auténtico, fundado en Cristo y en su testimonio; un amor que se muestra operativamente en tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí mismo; un amor que se disfruta en la alegría verdadera y en la paz, que es compendio de todos los bienes. La batalla es cierta y constante. La victoria depende del hombre, de que se deje arrastrar por el mal o de que prefiera conducirse y dejarse guiar por el bien.

 

SUGEREncias PASTORALES

El corazón de la vida cristiana. La imagen del corazón nos refiere y trae a la mente el amor, y el Espíritu Santo es el Amor personal dentro del misterio trinitario, y por eso es el corazón de la vida cristiana. Ser cristiano significa, en definitiva, saber amar. ¿Y quién nos enseña el arte de amar de modo cristiano? No precisamente los libros de Ovidio, de Erick Fromm, o del último pensador que ha teorizado sobre el amor. El arte del amor cristiano nos lo enseña personalmente a cada uno el Espíritu Santo poniendo ante nuestros ojos a Cristo, sobre todo a Cristo crucificado. El Espíritu Santo nos enseña el arte de amar la verdad cristiana, contenida sustancialmente en el Credo y desarrollada con gran belleza y autoridad en el catecismo de la Iglesia católica. El Espíritu nos enseña el arte de amar la liturgia de la Iglesia y sus sacramentos, fuente de gracia y santidad para cada cristiano y para toda la Iglesia. El Espíritu nos enseña el arte de amar la moral cristiana que, con sus exigencias a veces no fáciles, infunde nobleza y dignidad, elevación y prestancia moral a todo el que la ama y la vive. El Espíritu enseña el arte de amar la oración y la vida espiritual, como camino seguro y eficaz de unirse a Dios y de vivir en el gozo del amor la misma vida divina. Si dejamos actuar al Espíritu con libertad, Él nos hará hombres auténticos y santos en la Iglesia y al servicio de la Iglesia.

Caminad según el Espíritu. La exhortación de san Pablo abarca toda la vida del cristiano, a cualquier edad y en cualquier condición o profesión, cada día de la semana y cada hora del día. Estés en casa con tus papás, en clase de geografía en la escuela, en el club deportivo jugando baloncesto, en la Iglesia participando en la celebración eucarística... compórtate según el Espíritu. Estás metido en un trabajo difícil en la oficina, estás feliz porque te has encontrado a un amigo que no veías desde hacía tiempo, estás divirtiéndote en una discoteca, has ido a visitar a tus suegros, has salido con la familia de paseo al campo... actúa movido por el Espíritu. Estás desganado y triste por una mala noticia, rebosas de euforia porque has hecho un examen brillante, tienes un problema con tu esposa o esposo, con tus hijos... invoca al Espíritu Santo, pídele su luz y su fuerza, guíate por lo que Él te inspire. ¡Eso es ser cristiano! ¿Es tan difícil? Si lo intentas con sencillez y con confianza, sabrás que es posible y además es fuente de paz y felicidad.

 

Solemnidad de la SANTÍSIMA TRINIDAD 18 de junio del año 2000

Primera: Deut 4, 32-34.39-40; Segunda: Rom 8, 14-17; Evangelio: Mt 28, 16-20

NEXO entre las LECTURAS

El misterio trinitario es un misterio de Dios-Amor. Esto es evidente en las lecturas de la liturgia. Dios-Amor interviene con mano fuerte y brazo poderoso para sacar a su pueblo de Egipto, símbolo de servidumbre y opresión (primera lectura). Dios-Amor regala a sus discípulos una misión maravillosa y les asegura su compañía a lo largo de los siglos (evangelio). Dios-Amor hace a los hombres sus hijos adoptivos para que puedan clamar con Jesucristo: "abba", es decir, "Padre".

MENSaje DOCTRINAL

El Dios de Moisés. Aunque en el AT se encuentran ya figuras que preparan la revelación del misterio trinitario, el Dios del AT, el Dios de Moisés, se revela en su unicidad de cara a otros dioses que no son dioses. En la pedagogía de Dios con el hombre tiene lugar primeramente la revelación de un Dios único y personal que en su amor inenarrable se elige un pueblo, lo libera y hace alianza con él. En la capacidad de apertura del hombre a lo divino, está primero la revelación de su carácter único, personal y salvífico ante los acontecimientos y situaciones que en aquellos siglos remotos encontraron los israelitas. El politeísmo circundante (sobre todo los dioses cananeos: Baal, dios de la tierra y de sus frutos, Astarté, diosa de la fecundidad, y Moloch, dios que exigía sacrificios humanos) ejercían un fuerte atractivo sobre la religiosidad, todavía elemental, de las doce tribus de Israel. Había que proclamar y defender a toda costa la unicidad de Dios: "Reconoce hoy y convéncete de que el Señor es Dios allá arriba en los cielos y aquí abajo en la tierra, y de que no hay otro" (primera lectura). En la misma línea que el deuteronomista, el segundo Isaías pone en boca de Dios estas palabras: "¿Hay algún dios fuera de mí, algún otro apoyo que yo no conozca? (Is 44,8) y poco antes había dicho de los ídolos: "Todos ellos son una nulidad, sus obras una nada, viento y vacío son sus estatuas"" (Is 41,29). La tentación de la idolatría no pertenece al pasado. Acecha en la esquina de cada época y de cada cuadrante de la historia. En nuestros días, en una sociedad pluriétnica y religiosamente individualista, la tentación casi parece invadente.

 

El Dios de Jesucristo. Tras una preparación secular Dios consideró que el hombre estaba capacitado para recibir la revelación de su vida íntima, de su misterio trinitario. Dios-Amor envía a su Hijo para que nos descorra algo el velo de su misteriosa intimidad, y el Espíritu Santo nos instruye interiormente para que no seamos necios ni quedemos ofuscados o ciegos ante tanto resplandor divino. El Dios de Jesucristo es ante todo un Dios de donación: el Padre nos dona a su Hijo, el Padre y el Hijo nos donan su Espíritu, el Padre, Hijo y Espíritu nos donan su propia vida haciéndonos hijos de Dios. El Dios de Jesucristo es un Dios de salvación: El Padre quiere que todos los hombres se salven, el Hijo lleva a cabo la salvación de todos en su sangre, el Espíritu hace eficaz en el corazón de cada hombre la salvación de Dios. El Dios de Jesucristo es un Dios de misión: Poneos en camino, haced discípulos a todos los pueblos, bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñadles a poner por obra todo lo que yo os he mandado. La revelación de este misterio divino se puede captar un poco con la inteligencia, pero se penetra todavía algo más con el corazón y con la experiencia de Dios en la oración. Por eso, este misterio no es una barrera entre Dios y el hombre (si fuera así, Dios no nos lo hubiese revelado), sino un impulso intenso, vivo, constante a desear adentrarse más en él para quedar maravillados, extasiados.

 

Dios con nosotros. El evangelio según san Mateo comienza con el nacimiento del Enmanuel (Dios con nosotros) y termina igualmente con la presencia de Jesucristo glorioso entre sus discípulos y en la historia humana: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo" (evangelio). Israel había ya experimentado en su historia la presencia y cercanía de Yahvéh. Ahora el nuevo Israel, la Iglesia, experimenta la cercanía del Padre en la presencia y en el rostro de su Hijo, Jesucristo, en virtud del Espíritu Santo cuya misión es hacer presente en el tiempo y en la historia la verdad completa sobre Dios y sobre el hombre. En el tiempo de la Iglesia, no sólo el Hijo, sino también el Padre y el Espíritu, están realmente con nosotros y en nosotros.

 

SUGEREncias PASTORALES

La desilusión de los ídolos. En todas las épocas ha sido verdad que si Dios no existe, habrá que inventarlo. Y así ha sido efectivamente. No hay pueblo ni cultura, desde la más primitiva hasta la más avanzada, que no se haya fabricado sus dioses. La historia de las religiones da fe de ello. Ni siquiera los ateos están exentos de esta ley. Ellos cambiarán el rostro de sus ídolos, divinizarán al "Partido", darán culto al "Jefe", lucharán por plantar el cielo en la tierra... Es evidente que no se puede asesinar eso que el hombre lleva inscrito en su misma naturaleza. En la historia humana, las generaciones han visto caer muchos ídolos, pero surgen otros nuevos. En el momento en que nos toca vivir, los ídolos creados por el comunismo han caído estrepitosamente, se derrumban otros ídolos como la técnica, el progreso, el dinero, el erotismo... Estamos en un momento muy propicio para que los cristianos hablemos al mundo no de ídolos, sino del Dios único y verdadero, que nos ha revelado Jesucristo. Es una enorme pena que, cuando muchos hombres necesitan que alguien les hable de Dios, los cristianos nos sumerjamos en el silencio por ignorancia, por temor o por excesiva prudencia humana. No tengamos miedo, Dios mismo pondrá en nuestros labios las palabras justas para que hablemos bien de Él.

 

Hacer visible a Dios-Amor. Posiblemente, los cristianos no hacemos visible a Dios, porque no tenemos una experiencia viva de Él, porque nuestro trato con Dios es a veces más con una abstracción que con un Dios vivo, que se llama Padre, Hijo y Espíritu Santo. La justicia se hace visible en un hombre justo, la verdad en un hombre veraz, el amor en un hombre que ama realmente, pues de esa misma manera Dios se hace visible en un hombre que ha experimentado el amor, la ternura, la grandeza y belleza de Dios; en un hombre "que ha visto, ha oído, ha tocado" a Dios en la Sagrada Escritura, en la oración, en los sacramentos, en el hermano. ¿No es verdad que cada cristiano debería ser como un ostensorio del Dios viviente, del Amor trinitario? Si Dios no está más presente en nuestro mundo, no nos desalentemos. Digámonos: "Es hora de esfuerzos, es hora de responsabilidad". ¡Manos a la obra!

 

Solemnidad del SANTÍSIMO Cuerpo y Sangre de CRISTO 25 de junio del año 2000

Primera: Ex. 24, 3-8; segunda: Heb 9, 11-15; Evangelio: Mc 14, 12-16.22-26

NEXO entre las LECTURAS

La alianza o pacto es el punto de referencia, casi obligado, de los textos litúrgicos. La alianza sellada con la sangre de Cristo es el corazón del culto y de la vida de la Iglesia: "Ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos" (evangelio). Esta alianza está prefigurada y otorga carácter definitivo a la antigua alianza, sellada con sangre de novillos: "Ésta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con vosotros, según las claúsulas ya dichas" (primera lectura). La alianza en la sangre de Cristo perpetúa la presencia de Dios entre nosotros y purifica a la humanidad de todos sus pecados "para poder dar culto al Dios vivo" (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

La antigua alianza. El texto de la primera lectura menciona algunas partes del rito de alianza, común a los pueblos orientales de la época: Primeramente el carácter recíproco de la alianza: Yahvéh por un lado y el pueblo por el otro; luego, las claúsulas del pacto, que indican los contenidos obligantes a que se comprometen sea Dios sea el pueblo; el sacrificio de comunión, que culminará en un banquete; el rito de aspersión de la sangre sobre los contrayentes del pacto mediante el cual éste se ratifica. ¡La condescendencia de Dios con el hombre llega hasta estos extremos de un pacto recíproco! Este pacto nos habla con claridad meridiana del amor de Dios y de su eterna fidelidad. Este pacto, a pesar de tantas infidelidades al mismo por parte de Israel, fue siempre en sus vicisitudes históricas un punto de referencia incontrastado y y un signo inequívoco de esperanza y de renovación permanente. Israel aprendió, poco a poco, en su larga experiencia histórica, que Dios jamás abandona, que su fidelidad "dura por siempre". Viendo la fidelidad de Dios, Israel sintió la fuerza atractiva de la fidelidad, de responder al pacto con Yahvéh con un Amén sincero y definitivo.

La nueva alianza. A causa de las constantes infidelidades de Israel a Yahvéh, Dios reveló al profeta Jeremías la promesa de una nueva alianza, una alianza inscrita en el interior del corazón, que otorgará a todos el don del conocimiento de Dios y de su perdón misericordioso (Jer 31, 31-34). Esa promesa llegó a cumplimiento definitivo en Jesucristo, en la cena pascual que él comió con sus discípulos la noche en que iba a ser entregado, en la sangre de alianza, derramada por todos sobre la cumbre del calvario. Los judíos recordaban la antigua alianza cada año en la fiesta de Pascua; los cristianos recordamos y revivimos la nueva alianza, cada día, pero de manera especial el domingo, en la celebración eucarística. La fiesta de la alianza ya no es anual, sino diaria, semanal. No olvidemos: alianza recíproca de Dios con la Iglesia y con cada uno de sus hijos, y consiguientemente de la Iglesia y cada uno de sus hijos con Dios. Todos y cada uno de los cristianos hemos de valorar la belleza de una alianza con Dios en la sangre de Jesucristo, y a la vez la seriedad y responsabilidad de un pacto, al que hemos jurado fidelidad.

La novedad de la alianza. El evangelio y la segunda lectura presentan algunos rasgos de esta novedad. 1) En Jesucristo coinciden el mediador de la alianza (en la antigua alianza, Moisés) y la víctima sacrificada con cuya sangre se sella y ratifica (en la antigua, la sangre de los novillos); 2) La alianza en la sangre de Cristo, ya no es sólo con el pueblo de Israel, sino con la humanidad entera. Por eso, su sangre "es derramada por todos" y nos alcanza "una redención eterna"; 3) La alianza que Cristo establece entre Dios y la humanidad no solamente es nueva, es además definitiva. Así como en Cristo encuentra la revelación su plenitud, igualmente en él encuentra plenitud la alianza. Él no sella la penúltima, sino la última alianza en absoluto; 4) La alianza entre Dios y el hombre en Cristo Jesús está presente, con su carácter definitivo, en la historia, y por ello sometida a las diversas situaciones espacio-temporales. Esta alianza culminará y logrará su perfección, al final de los siglos, en la eternidad con Dios. Por eso, Jesús dice a los discípulos: "Ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el reino de Dios".

 

SUGEREncias PASTORALES

Sacerdotes de la nueva alianza. La nueva alianza está destinada a todos los hombres. Jesucristo, el Mediador de ella, necesita labios para que llegue a todos la buena noticia de esta alianza. Necesita labios y manos para que consagren el pan y el vino de la alianza nueva y lo distribuyan a los hombres. Sea Dios sean los hombres tienen necesidad de sacerdotes. Es preciso que la comunidad cristiana tome una mayor conciencia de esta necesidad. Si no hay sacerdotes, ¿quién hará presente en el mundo la mediación de Cristo entre Dios y los hombres? Si las familias cristianas no tienen hijos, o tienen uno, máximo tal vez dos, ¿no será obligado que el número de los llamados por Dios al sacerdocio disminuya? Si las nuevas parejas conviven sin casarse, o se casan sólo civilmente, o, lo que es peor, no son parejas heterosexuales, ¿no será casi imposible que sus hijos, cuando los haya, logren escuchar el llamado de Dios a una vocación sacerdotal? Son preguntas graves. Toda la comunidad cristiana debe planteárselas, y debe colaborar en la medida en que pueda a buscar y ofrecer respuestas válidas.

 

Dar culto al Dios vivo. En la Eucaristía está presente Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Por eso, la Iglesia católica ha dado y continúa dando culto de adoración a la Eucaristía, no sólo durante la misa, sino también fuera de su celebración. El Papa Juan Pablo II ha escrito: "La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración" (cf CIC 1380). Hay quienes atribuyen al ajetreo de la vida el no tener tiempo para el culto eucarístico, pero seamos sinceros... sí tienen tiempo para ir a ver el partido de fútbol, pasarse gran parte de la noche en la discoteca, irse un fin de semana a esquiar, quedarse inmóvil ante la televisión viendo una película o divirtiéndose con un programa de variedades. Son todas cosas en sí buenas, pero ¿por qué no hacer un hueco, entre éstas u otras actividades, para ir a Misa o para entrar unos minutos a la iglesia y adorar a Jesucristo sacramentado? Que me perdone el Señor, pero al menos, al menos, ¡la par condicio!

 

Décimotercer domingo del TIEMPO Ordinario 2 de julio del año 2000

Primera: Sab 1, 13-15; 2, 23-24; Segunda: 2Cor 8, 7.9.13-15; Evangelio: Mc 5, 21-43

NEXO entre las LECTURAS

El punto de convergencia de las lecturas se sitúa en la potencia de la fe. En el Evangelio a la incapacidad de los médicos para curar a la hemorroísa responde la fuerza curativa de la fe en Jesús; a la potencia de la muerte que se ha impuesto a la vida de la hija de Jairo responde un poder mayor de Cristo para volverla a la vida en virtud de la fe. Estos dos ejemplos evangélicos evidencian que Dios (y Jesús, Mesías e Hijo de Dios) no ha creado la muerte, sino que él es el Señor de la vida (primera lectura) y tiene, por tanto, poder sobre la misma muerte. La fuerza de la fe y el poder de Dios se manifiestan en la vida de los cristianos, pues gracias a la potencia de la fe son capaces de superar barreras étnicas y culturales, y expresar su caridad fraterna a los hermanos de Judea mediante la colecta (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

La fe vence a la muerte. El poder de la muerte es universal. Es un poder inquietante, que suscita preocupación, angustia. Es un grande interrogante clavado en el corazón de la historia: ¿Quiere Dios la muerte del hombre? ¿Tiene la muerte la última palabra? ¿Tiene algún sentido el morir? Un esbozo de respuesta hallamos en la liturgia de hoy. 1) La muerte, no como paso de un estado de vida a otro, sino como pérdida de la relación con la fuente de la vida que es Dios, como ladrón que nos arranca violentamente el tesoro de la vida, no tiene en Dios su origen, sino que ha entrado en el mundo por envidia del diablo. La carga de angustia, de desesperación, de nihilismo que la muerte trae sobre sus hombros, proviene del enemigo de Dios y del hombre, del enemigo de la vida, que es el demonio. 2) El hombre ha sido creado a imagen de Dios, Señor de la vida; por ello, el hombre ha sido creado para la vida, no para la muerte; ha sido hecho inmortal, como el mismo Dios. Quien cree en Dios, Señor de la vida, cree en su poder y en la victoria de la vida sobre la muerte. 3) La potencia de la vida sobre la enfermedad y sobre la muerte encuentra dos ejemplos en el poder de la fe tanto de la hemorroísa como de Jairo.

 

Impotencia de los hombres y poder de la fe. El evangelio presenta un altísimo contraste entre la incapacidad humana ante la enfermedad y la muerte, por un lado, y por otro la fuerza impresionante de la fe. La hemorroísa llevaba doce años enferma, una enfermedad de esterilidad, terrible para una mujer en tiempos de Jesús. Había recurrido a todos los medios humanos, pero todos habían resultado un fracaso. No sólo no mejoró, sino que había empeorado. La mujer, en su trágica situación, está desesperada. La incapacidad humana es manifiesta. La única actitud ante tal incapacidad es la fe. Lo que el hombre, con todos sus medios, no puede hacer, lo puede lograr el poder de la fe. Con esta convicción se acerca a Jesús, le toca con la mano y con la fe, y queda curada. A Jairo le sucede lo mismo. Su hija ha muerto. Ya no hay remedio: la muerte ha vencido. No pertenece a la experiencia humana el poder volver a la vida. Pero la fe es más fuerte que la muerte. Y por eso Jesús dirá a Jairo: "No temas. Basta con que tengas fe". Y Jairo con la fe dio por segunda vez la vida a su hija. ¡Magníficos ejemplos de la fuerza de la fe!

El poder de la fe se llama caridad. La segunda lectura nos habla de la colecta organizada por Pablo en algunas de las comunidades por él fundadas en favor de los hermanos necesitados de Judea. La colecta muestra el poder de la fe. Pablo y los cristianos, provenientes del mundo greco-romano, tienen que vencer prejuicios raciales muy poderosos; tienen que superar un cierto antisemitismo existente ya en la cultura helenística; tienen que sobreponerse sobre todo a obstáculos culturales: mentalidad cerrada de los cristianos de Judea, idea de que todos tienen que ser como ellos (circuncidarse, no comer alimentos impuros, observar el calendario de fiestas judío...), si quieren ser auténticos cristianos. El poder de la fe en Cristo Señor se impone sobre todos estos aspectos, y empuja a los cristianos gentiles a un gesto extraordinario de caridad, porque todos somos hermanos en Cristo, y nos debemos ayudar unos a otros.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

"La fe hace milagros". Ciertamente, la fe en Jesucristo y en las verdades que él nos propone para creer. Pero, de modo especial, la fe como confianza y abandono en el poder de Jesucristo. No pensemos que el poder de la fe es algo del pasado, de tiempos oscuros donde la fe, la superstición y la irracionalidad caminaban al mismo paso y en mezcolanza. El poder de la fe no está limitado ni en el espacio ni en el tiempo; tampoco está limitado por el cuerpo o por el alma. El poder de la fe es total. Hoy sigue habiendo milagros, y milagros frecuentes, en gente que con una fe inmensa pide a Dios, por intercesión de la Virgen Santísima o de algún santo, la curación del cuerpo o la del alma. Si juntamos los milagros que anualmente son reconocidos por la Congregación de los Santos, suman varias decenas. Existen además esos miles de pequeños "milagros", que nadie conoce, sino los interesados, pero que ellos saben que son obra del poder de Dios. Y si la fe es tan poderosa, ¿por qué los hombres, en muchas ocasiones, tenemos tan poca fe? ¿Qué miedos hay agazapados en nuestro espíritu que nos impiden esa fe gigantesca capaz de hacer florecer el milagro, en el desierto de un mundo quizá excesivamente racional?

 

La Internacional de la solidaridad. "La fe actúa mediante la caridad", nos dice san Pablo. La fe crea la solidaridad. Gracias a Dios, en la conciencia colectiva de nuestro tiempo, hay una sensibilidad mayor para con las necesidades de nuestros hermanos cristianos, y de todos los hombres. En este año jubilar, bienvenida sea la internacional de la solidaridad de los cristianos presentes en los gobiernos y en los parlamentos, para condonar en parte o totalmente la deuda externa de muchos países sobre todo de Africa y de América Latina. Bienvenida sea la internacional de la solidaridad ante las calamidades naturales que afectan sea a nuestro país, sea a otros países del mundo. Bienvenida sea la internacional de la caridad entre las diversas Iglesias cristianas, entre las diversas conferencias episcopales, entre las diversas diócesis. Bienvenida sea la internacional de la caridad entre los mismos cristianos, de modo que en lugar de aumentarse la distancia entre ricos y pobres se vea poco a poco disminuida. Es ya mucho lo que se hace, iluminados por la fe, en el campo de la solidaridad. Queda muchísimo por hacer. ¿Qué puedo hacer yo? ¿Qué puede hacer mi parroquia, mi diócesis?

Décimo cuarto domingo del TIEMPO Ordinario 9 de julio del año 2000

Primera: Ez 2, 2-5; Segunda: 2Cor 12, 7-10; Evangelio: Mc 6, 1-6

NEXO entre las LECTURAS

El domingo anterior los textos litúrgicos se centraban en la potencia de la fe. El presente domingo están centrados en las dificultades para creer y en la actitud de los hombres ante ellas. Los israelitas, a los que dirige su palabra el profeta Ezequiel, dudan de la fidelidad de Dios que les ha abandonado a su propia suerte en el exilio de Babilonia. Ante esta situación se rebelan y su corazón se endurece para las cosas de Dios (primera lectura). Los nazaretanos sufren también una crisis de fe ante Jesús que, por un lado, ha obrado grandes signos y milagros, y, por otro, es uno más entre los habitantes de Nazaret, es "el hijo del carpintero" (evangelio). Pablo no está exento de dificultades en su fe, pero se mantiene firme porque una voz en su interior le repite: "Te basta mi gracia" (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

El escándalo de la fe. Creer es aceptar la irrupción de Dios en la propia vida y en la historia de los hombres. Es aceptar que el hombre, con toda su técnica y todo su saber, no tiene todos los hilos de los acontecimientos en sus manos. Es aceptar el riesgo de que Alguien te indique el camino, que tú no ves. En este sentido, la fe es un auténtico escándalo. El escándalo de la fe no es cosa de estos últimos siglos, ni sólo de los cristianos o de los hombres religiosos; el escándalo afecta a todo ser humano, a los mismos ateos. Quieran o no, la fe es también para ellos una piedra de tropiezo en su marcha por la vida.

A los israelitas del siglo VI a. C. les chocó y se les hizo un verdadero drama el ver que Jerusalén era conquistada por los babilonios, que les deportaron en gran número a su propio país. ¿Dónde está la fidelidad de Yahvéh a sus promesas? ¿Dónde está, se preguntaban los israelitas, el brazo poderoso de Yahvéh? ¿No se ha mostrado más poderoso Marduk (dios babilonio) que Yahvéh? Yahvéh nos ha abandonado. ¡El escándalo debió ser imponente!

No menor debió ser el escándalo de los nazaretanos. Ellos conocían la familia de Jesús, una familia absolutamente igual a las demás del pueblo. Ellos conocían muy bien a Jesús: su infancia y juventud, sus padres, su oficio, sus parientes; lo habían visto crecer como uno entre tantos... No, no podemos creer lo que nos cuentan de él. ¡Le debe haber sucedido algo raro! Es evidente que no hay cosa peor para la fe que acostumbrarse a vivir con el misterio a nuestro lado.

La fe de Pablo es probada de modo diverso. Él ha sido "arrebatado" hasta el tercer cielo, es decir, a una experiencia de Dios absolutamente sobrecogedora y profunda. Con todo, esa experiencia no le libra del aguijón de la "carne" (¿una enfermedad? ¿la conciencia de su debilidad ante la misión? ¿la conciencia del abismo entre él con todas sus limitaciones y Dios con toda su grandeza? ¿el sentir el peso del propio pecado?). ¿Cómo es esto posible? ¿Por qué Dios no le libra de esa espina que le atormenta? También Pablo pasó por el escándalo de la fe.

 

Actitudes ante el escándalo de la fe. La liturgia presenta a nuestra consideración tres actitudes ante el escándalo de la fe. La primera es la de los israelitas. Es la actitud de rebelión, de obstinación, de dureza de corazón. En lugar de buscar solución a sus dudas sobre la fidelidad de Dios, se aferran a ellas, en ellas se encierran y con ello su corazón se endurece ante la voz de Dios que les llega por el profeta Ezequiel. En lugar de buscar resolver sus dudas de fe, se hunden más en ellas. La segunda actitud es la de los habitantes de Nazaret. Ellos no pueden dudar de los signos y prodigios que ha hecho Jesús en Cafarnaum y en los pueblos de su alrededor. Pero no pueden creer que un hombre corriente, y de su pueblo, como es Jesús, logre hacer tales cosas. Ellos se habrían dado cuenta desde antes. ¡No son tan tontos! ¡Algo raro y extraño ha sucedido, aunque no sepan qué es! La tercera actitud, muy diversa de las anteriores, es la de Pablo. La experiencia de Damasco ha marcado para siempre su vida. Lo que le pasa tiene que explicarlo desde esa experiencia. Y así, desde esa experiencia de fe, llega a dos conclusiones: 1) Ante las crisis de fe está presente la gracia de Cristo para enfrentarse a ellas con decisión y valentía; 2) En mi debilidad, es donde soy más fuerte, pero no con mi fuerza, sino con la fuerza de Dios. La prueba de la fe es un momento extraordinario para acrecentarla y consolidarla.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

 

Las dificultades de la fe hoy. El creer encuentra dificultades en cualquier época y en cualquier punto de la tierra. ¿Cuáles son las dificultades que hoy encuentran nuestros contemporáneos en su camino de fe? Algunas son las de siempre, pues la fe es un don y hay que acogerlo en la oración y con humildad. En nuestros días se han acentuado algunas dificultades. Por ejemplo, el desinterés más o menos marcado por lo que no sea inmediato y aporte algo útil al hombre hoy, aquí y ahora; la excesiva confianza en la razón científica, en prejuicio de la razón filosófica que predispone para la fe; el espíritu relativista dominante amplios sectores de la sociedad, en el que "Dios" es un punto más de vista en concurrencia con otros aparentemente más atractivos; no pocas veces se menciona también la imagen de una Iglesia retrógrada, enrocada en el pasado en la propuesta de algunas verdades dogmáticas o morales. Hay todavía quien dice no creer porque la fe le aliena y le hace soñar en un mundo inexistente, quitándole energías para trabajar en el mundo en que vive; o quien piensa que la fe es cosa de "viejas"... Bueno, imagino que tú podrás añadir algunas dificultades más a la lista...

 

"Fuertes en la fe". Si mil tentaciones no hacen una caída, tampoco mil dificultades hacen una sola duda de fe. No. Las dificultades son "magníficas" para fortalecer nuestra fe, si las sabemos afrontar con valentía y con decidida coherencia. ¿Viene una dificultad? Ora, en primer lugar. Luego, crécete ante ella, de manera que te parezca pequeña, aunque sea grande. Piensa también que te va a ayudar a madurar tu fe, porque una virtud no probada siempre será una virtud inmadura. No te olvides, por otra parte, de estar vigilante, porque, si vigilas, la verás venir y buscarás el modo de defenderte y de atacarla. No te olvides tampoco de que no eres el único en tener esa dificultad; de que antes que tú ha habido muchos que la han tenido y la han superado; y de que ahora mismo que tú tienes esa dificultad de fe la están teniendo otros como tú en alguna parte de nuestro planeta, y están luchando como tú para vencerla. Y, ¿por qué no acudir a alguien que te eche una mano, alguien experto en estas cosas de fe, como puede ser un sacerdote amigo, una religiosa que trabaja en tu parroquia, un parroquiano que ha pasado por tu misma prueba y la ha superado felizmente? ¡Es hermoso sentir la solidaridad, la compañía, el apoyo humano y espiritual de una persona amiga!

 

Décimo quinto domingo del TIEMPO Ordinario 17 de julio del año 2000

Primera lectura: Am 7, 12-15; segunda: Ef 1, 3-14; Evangelio: Mc 6, 7-13

NEXO entre las LECTURAS

El punto de encuentro de las lecturas es la misión. El evangelio habla de la misión que Jesús da a los Doce: "Comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos". El profeta Amós, en la primera lectura, subraya que profetiza, no por voluntad o iniciativa personal, sino "porque el Señor le agarró y le hizo dejar el rebaño diciendo: ‘Ve a profetizar a mi pueblo Israel’". El himno cristológico de la carta a los efesios (segunda lectura), canta los frutos de la misión en la conciencia de los cristianos: la bendición de Dios Padre, la elección en Cristo, la adopción filial, la redención y el perdón de los pecados, la revelación de los designios de Dios sobre la historia, el bautismo en el Espíritu Santo.

 

 

MENSaje DOCTRINAL

La misión en la Iglesia-comunión. La eclesiología del Vaticano II ha resaltado la concepción de la Iglesia-comunión; y esta concepción de la Iglesia se ha desarrollado notablemente en los siguientes decenios hasta nuestros días. La eclesiología de comunión entraña la eclesiología de misión. En las palabras y enseñanzas de Jesús encontramos ambas: "Padre, que todos sean uno..." (Jn 17, 21); "esto os mando que os améis unos a otros" (Jn 15,17), por una parte; y por otra, "Eligió a Doce para enviarlos a predicar" (Mc 3-14); "Comenzó a enviarlos de dos en dos" (Mc 6, 7); "Id y predicad" (Mt 28,19). La comunión entre las Iglesias reclama que las que tienen más evangelizadores, catequistas, consagrados, sacerdotes, los envíen a aquéllas que tienen menos o que están urgentemente necesitadas. En esto debe prevalecer el bien supremo de toda la Iglesia, sobre el bien particular de una Iglesia local. La comunión dentro de cada Iglesia local pide igualmente un marcado sentido de misión y un notable espíritu misionero para evangelizar y promover la evangelización de los fieles cristianos sobre una recta concepción de la Iglesia, como Iglesia-comunión, por encima de otras concepciones: Iglesia-institución benéfica, Iglesia-sociedad perfecta, Iglesia-poder, etc. ¡Urgente misión que realizar por parte de todos!

 

Misión de Jesús - Misión de la Iglesia. El evangelista Marcos pone de relieve que la misión de los Doce (de la Iglesia) es la misma misión de Jesús. En efecto, en Mc 6,13 nos dice que los Doce "predicaban la conversión, expulsaban demonios, curaban". Esto corresponde a la misión de Jesús: "Convertíos y creed en el evangelio" (Mc 1,15); "había curado a muchos, y cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarlo" (3, 10) y finalmente "se fue a predicar en sus sinagogas por toda Galilea, expulsando los demonios" (Mc 1, 39). De los Doce se añade que "ungían a los enfermos con aceite". Se trata quizás de una referencia a la costumbre entre los primeros cristianos de la "unción de los enfermos en nombre del Señor, por parte de los presbíteros de la Iglesia", como exhorta la carta de Santiago en 5,14. En Santiago, en lugar de los Doce están los presbíteros (continuadores de los Doce) y en lugar del envío directo de Jesús tenemos la unción en nombre del Señor, es decir, de Cristo glorioso en el cielo. Por medio de todas esas acciones Jesús primero, y luego los Doce, nos mostraron los signos reveladores de la presencia del Reino de Dios entre los hombres.

Características de la misión. No son pocas las que se indican en los textos litúrgicos de este domingo. 1) Podríamos decir que se pide a los Doce (y a todos los hombres con misión) la comunión (de dos en dos), la pobreza (no tomar nada para el camino, excepto un bastón), la coherencia en una conducta humilde (quedarse en la casa, sin buscar otra mejor...), en una conducta regida por la libertad de espíritu (si en algún sitio no os reciben, salid y sacudid el polvo...); en una conducta valiente e intrépida (Amós que profetiza, aun con peligro de su vida...). 2) Los Doce en la misión encontrarán las mismas dificultades que ha encontrado Jesús. Como no han acogido ni han escuchado a Jesús, así tampoco en ocasiones acogerán o escucharán a los Doce. Ocho siglos antes sucedió lo mismo al profeta Amós, cuyo mensaje de justicia social y de crítica al culto exterior fue también rechazado por el sacerdote de Betel, Amasías. 3) La misión se caracteriza por los frutos, por los resultados, mediante la creación de comunidades de fe, en las que se bendice a Dios Padre, porque nos ha elegido en Cristo, nos ha hecho hijos adoptivos, nos ha redimido en su Hijo, nos ha dado a conocer los misterios de su voluntad y nos ha sellado con el Espíritu mediante el bautismo (segunda lectura)

 

SUGEREncias PASTORALES

"La misión de la Iglesia se halla todavía en sus comienzos" (Juan Pablo II, Redemptoris Missio 1). Estas palabras pueden ser pronunciadas en cada generación y en cada época histórica, porque es necesario estar siempre comenzando. En efecto, siendo el Evangelio para todos, cuando llegan nuevos hombres a nuestro planeta hay que comenzar con ellos la labor de evangelización. Por otra parte, constatamos que los creyentes en Cristo, después de dos mil años de cristianismo, son aproximadamente el 27% de la población global. Queda, por tanto, un 73% al cual hay que hacer llegar el Evangelio de Jesucristo. ¿no será nuestro siglo XXI la hora de Dios para todos esos pueblos, sobre todo asiáticos, que todavía no conocen a Cristo? Por lo dicho es evidente que todos los cristianos tenemos que vivir "en estado de misión". Los padres de familia son "misioneros" de sus hijos; los maestros de sus alumnos; los médicos y enfermeros de sus pacientes; los voluntarios de aquéllos a quienes asisten; los párrocos y sus colaboradores de los fieles de su parroquia... Lo único que en esta hora de Dios no podemos hacer es cruzarnos de brazos, estar sin hacer nada. ¡Sería una postura irresponsable e indigna de un buen cristiano!

 

Libres para la misión. Para ser "misioneros" se requiere ser libres. Libres para aceptar esta dimensión propia de la vocación cristiana; libres para responder a Dios con generosidad, sin ataduras de instintos y pasiones egoístas; libres para seguir dócilmente las luces y los movimientos del Espíritu Santo dentro de nosotros mismos. Se nos pide ser libres de todo apego a los bienes y medios materiales, para presentarnos con el evangelio puro, sin glosa; libres de todo orgullo y ansia de poder, con la conciencia clara de que somos servidores del hombre. Se nos pide estar únicamente equipados con un gran amor a Jesucristo, nuestro modelo; equipados con el Evangelio hecho vida; equipados con la confianza en Dios y con la esperanza en la acción del Espíritu Santo en el corazón de los hombres.

Décimo sexto domingo del TIEMPO Ordinario 23 de julio del año 2000

Primera: Jer 23, 1-6; Segunda: Ef 2, 13-18; Evangelio: Mc 6, 30-34

NEXO entre las LECTURAS

Reunir. Éste es el concepto clave de la actual liturgia. "Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas", dice Yahvéh (primera lectura). Jesús ve la multitud con compasión y exclama: "son como ovejas que no tienen pastor" (evangelio), pero él, buen pastor, las reunirá en un solo rebaño (Jn 10,16). Jesús, buen pastor, reúne también en un solo rebaño a los que "estaban lejos" (paganos) y a los que "estaban cerca" (judíos) por medio de su sangre derramada en la cruz (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Como ovejas sin pastor. En la sustancia de las cosas, la humanidad se halla desde sus inicios en situación parecida, aunque cambien las circunstancias aparentes: pastores que abandonan a sus ovejas, y ovejas que abandonan a sus pastores. El profeta Jeremías, en la primera lectura, hace mención de los reyes-pastores de Judá (metáfora muy frecuente en la cultura de aquel tiempo), que en lugar de pastorear a las ovejas, las extravían, las dispersan y las ahuyentan. Reyes-pastores que en lugar de obedecer a Dios, que les habla por Jeremías, para bien de las ovejas, obedecen a criterios humanos, bajo cuya guía causan la ruina del rebaño, que irá en exilio a Babilonia. Seis siglos más tarde, ve Jesús "como ovejas sin pastor" a las multitudes galileas que acuden a él para escuchar su palabra de verdad y de salvación. Ovejas sin pastor, sí, porque los pastores del pueblo (sacerdotes, escribas) no parecían mostrar interés por las ovejas, signadas por la maldición por el hecho de no conocer la ley (Jn 7, 49). Desde que el hombre es hombre ha necesitado guías que le indiquen el camino y le dirijan por la senda de su auténtica humanidad hacia el horizonte de la felicidad y de Dios. ¿Dónde, quiénes son hoy esos guías? En una crisis epocal como la nuestra, los hombres no miran ya hacia los "gurus" de la ciencia, de la técnica, de la religión "a la carta", sino hacia los pastores de la Iglesia. ¿Estamos los pastores de la Iglesia a la altura de nuestro cometido en este momento dramático y estupendo de la historia?

Pastores fallidos. Los textos de la liturgia algo nos deben enseñar. Nos hablan de pastores fallidos, que han fracasado en la tarea y responsabilidad encomendada. Pastores fallidos primero de Israel y luego de Judá fueron muchos de sus reyes. Pero no sólo los reyes, también algunos profetas fallaron en su cometido de pastores porque no profetizaban la Palabra de Dios, sino sus propias palabras; igualmente, entre los sacerdotes hubo quienes con su antitestimonio y su conducta distante del pueblo y colaboracionista con el poder romano extraviaron no poco a sus ovejas. Y, si quienes son columnas del edificio, se tambalean, ¿quién podrá mantenerse en pie? Éste es el gran drama de la historia en cada generación. También en la nuestra. Una generación sin pastores vive a la desbandada, se revuelve infeliz en la ciénaga del sinsentido. Una generación con pastores que no lo son, se ve abocada a la desconfianza en la autoridad, vive el suplicio de la confusión, se encierra en el subjetivismo atroz e insolidario. Toda generación requiere con urgencia pastores-testigos, que señalen con su vida el verdadero camino del hombre.

El Buen Pastor. En la primera lectura, Dios se presenta como el Pastor por excelencia de las ovejas de Judá. Con el paso de los siglos la imagen de Dios-Pastor se encarna y refleja en Jesucristo, Buen Pastor. ¿Qué hace un pastor bueno? Ante todo, sentir profundamente una sincera compasión por las ovejas descarriadas, desorientadas, sin guías. Después, reunir a las ovejas bajo su guía, para evitar por un lado que los lobos las atrapen y devoren, y por otro para dar a todas el alimento de la verdad y del bien. Luego, cuidará de que crezcan y se multipliquen, y de esta manera prolonguen en la historia de las generaciones sus maravillas en favor de los hombres. Finalmente, elegirá otros pastores que le ayuden en su labor de guía y con ellos continuará llevando a las ovejas a verdes praderas y a frescas aguas (evangelio puro, sana filosofía, doctrina dogmática y moral de la Iglesia, acciones y signos poderosos de Dios por medio de ellos). El Buen Pastor necesita de muchos y buenos pastores.

 

SUGEREncias PASTORALES

A la búsqueda de orientación. Los sociólogos que pulsan día a día el estado de la sociedad en que vivimos, coinciden en que la humanidad ha llegado a la terminal de un viaje histórico. En el momento actual, tiene los mejores medios para emprender un viaje fenomenal y grandioso por el futuro, pero los "pilotos" no tienen idea de adónde dirigirse, a qué terminal llegar. Corren, vuelan, surcan el mar de la historia no pocas veces sin rumbo. Por eso, nuestro tiempo es un momento magnífico, una oportunidad extraordinaria para la Iglesia. Desde hace dos mil años, la Iglesia fundada por Jesucristo sabe de dónde viene y a dónde va. La Iglesia tiene el mapa de ruta para que la humanidad alcance su destino, la terminal de la historia, que no puede ser otra sino Dios. Como dice el Cardenal Ersilio Tonini, hemos llegado a un momento en que en los foros internacionales y en los parlamentos se hablará de Cristo, "origen, guía y meta de la humanidad". No sólo en los grandes foros, también en los pequeños foros de la diócesis, de la parroquia, de la acción católica, de los grupos y movimientos, Cristo y los valores cristianos recuperarán terreno en la sociedad, que buscan ansiosamente en ellos una guía certera y segura.

Unidos bajo un mismo Pastor. Ante una sociedad que afanosamente reclama orientación, es urgente que todos los cristianos nos unamos bajo un mismo Pastor, el Buen Pastor. Porque la primera orientación que Cristo ofrece a los hombres es precisamente la unidad en la verdad y en la caridad. Siendo muchos los siglos en que las divisiones han prevalecido, los pasos en el camino hacia la unión plena (campo de la doctrina dogmática y moral) son lentos y progresivos. No debe extrañarnos. Los expertos y responsables de las Iglesias irán, con la ayuda de Dios, deslindando los diversos temas y ofreciendo las soluciones más correspondientes al designio de Dios. Nosotros fijémonos en que, si es mucho lo que nos divide, es mucho más lo que nos une. Promovamos con nuestra palabra y con nuestra vida la unidad en la verdad, pero por igual y mucho más la unidad en el amor hacia todos los cristianos, en el respeto hacia los miembros de otras Iglesias, en la colaboración para fomentar y defender los fundamentales valores humanos y cristianos... Que en esta labor unitaria nos guíe siempre Cristo Pastor, el único Pastor de todos. Unidos bajo un mismo Pastor podremos más fácilmente y con mayor eficacia ser verdaderos guías para nuestra sociedad.

 

Décimo séptimo domingo del TIEMPO Ordinario 30 de julio del año 2000

Primera: 2Re 4, 42-44; Segunda: Ef 4, 1-6; Evangelio: Jn 6, 1-15

NEXO entre las LECTURAS

Uno de los principios básicos de la fe cristiana es la "sobreabundancia" de parte de Dios para con el universo y particularmente para con el hombre. Este principio predomina como tema de los textos litúrgicos. En la primera lectura, a Eliseo le son suficientes veinte panes para alimentar a cien hombres. Jesucristo, por su parte, en el evangelio sacia el hambre de 5000 personas con solo cinco panes y dos peces y, además, "recogieron doce canastos llenos de trozos de pan y de lo que sobró del pescado". Finalmente, en la segunda lectura la unidad de la comunidad cristiana (Iglesia) es fruto sobreabundante del pan eucarístico que llega a todos los cristianos en cualquier lugar donde se encuentren.

 

MENSaje DOCTRINAL

Un principio básico del obrar divino. Si repasamos la obra de Dios, la cosa más sorprendente es precisamente la prodigalidad divina con la creación y particularmente con el hombre. Una prodigalidad que podría parecer excesiva, si la medimos con criterios humanos. Los conocimientos astronómicos actuales nos permiten admirar mucho más que en tiempos pasados la generosidad de Dios con la creación. No menor admiración provocan los estudios sobre el microcosmos de los cuerpos, en especial del cuerpo humano. ¿No es acaso cada célula, cada neurona del hombre un prodigio y derroche de generosidad divina? Por otra parte, el principio que ha regido la acción divina en la creación, ha sido igualmente el principio rector de su actuación histórica. Como nos dice san Pablo, "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia". La historia, con todas y cada una de sus intrincadas vicisitudes, es la historia sí del pecado humano, pero sobre todo es la historia de la sobreabundancia de la gracia divina. Dios fue sobreabundante en su misericordia con el género humano en Noé, con el pueblo de Israel en Abrahán, con la monarquía israelítica en David, con la humanidad entera en Jesucristo redentor. La sobreabundancia del pan en las lecturas de este domingo es una expresión más del principio que estamos comentando.

Los mediadores de la sobreabundancia divina. El primer punto claro que no se puede olvidar es que la sobreabundancia no proviene del hombre sino de Dios. El hombre es simplemente un mediador, si bien necesario. Porque ni en el caso de Eliseo ni en el de Jesús Dios parte de cero: no crea el pan, sino que lo multiplica. Dios puede partir de dos, de cinco o de veinte (la cantidad no importa mucho a Dios), pero ha querido partir de algo. ¡Es hermoso este querer de Dios! Como es igualmente estupendo que Dios quiera la mediación de los hombres a la hora de distribuir su sobreabundancia. No lo hace directamente. Yahvéh se sirvió de la mediación de Eliseo y éste a su vez de la de un hombre de Baalsalisá. Jesucristo medió la sobreabundancia de Dios y a su vez los apóstoles mediaron entre Jesús y la multitud. Todo cristiano, pero sobre todo el sacerdote, es mediador de la generosidad de Dios para con los hombres. ¡Maravilla de la gracia! ¡Reclamo a la generosidad y a la responsabilidad!

Los destinatarios de la sobreabundancia divina. La sobreabundancia divina está destinada "a la gente" (primera lectura), "a un gran gentío, venido de todos los pueblos" (evangelio). Dios muestra su sobreabundancia también en el destino de la misma: no unos cuantos privilegiados, sino todos. Absolutamente nadie está excluido del "pan" divino. Sólo quien no lo acepta, por estar saciado por otros "panes" o por presunción ya que el pan de Jesús (pan de cebada) es el pan de los pobres, de la gente común. Ese pan divino es su Palabra de vida, que vivifica a quien lo recibe; es el pan de la caridad (el cristiano que mediante su caridad se convierte en pan para los demás) que satisface las necesidades vitales elementales de todo ser humano, es sobre todo el pan de la eucaristía, prefigurada en la multiplicación de los panes como nos enseña el catecismo (CIC 1335). La sobreabundancia divina es el supremo igualador del hombre; suprime toda diferencia, porque no hay nadie que no esté necesitado de la generosidad de Dios.

 

SUGEREncias PASTORALES

El pan que nos une. Sociológicamente hablando, el pan es un factor de igualdad y de unión. Hay una gran variedad de pan, y cada país tiene sus formas propias de hacerlo, pero es pan para todos y lo es por igual. En la mesa del rico o del pobre, en la de un tunecino o en la de un colombiano, en la de un banquero o en la de un albañil hay siempre pan; ese pan que es fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Pero en nuestro mundo actual, ¿no hay mesas, no hay manos sin pan? No debería haberlas, porque la sobreabundancia de pan es grande. Sin embargo, las hay. ¿Quién de nosotros no tiene en su recuerdo esos ojos grandes, como dos hogazas, de niños hambrientos que imploran clemencia, que suspiran por un pedazo de pan? ¿Será posible que el pan que nos une se convierta en el pan que nos separa?

El pan que nos une es sobre todo el pan eucarístico: el Cuerpo de Cristo. Ese pan maravilloso que evidencia en la historia la sobreabundancia del amor de Cristo hacia los que creen en él. Ese pan se nos ofrece a todos los creyentes, día a día, semana tras semana, en la misma mesa: el altar del sacrificio redentor. Y me pregunto con asombro: ¿por qué los hombres, tan hambrientos de lo espiritual, no se acercan con más frecuencia a ese "Pan divino y gracioso", que los puede saciar?

Memoria y esperanza. La sobreabundancia del pan es "memoria" de los prodigios realizados por Dios con los israelitas durante los cuarenta años de peregrinación por el desierto en que les dio a comer el maná, "pan de ángeles". Es necesario recordar, para agradecer, para estar seguros que Dios sigue obrando prodigios también entre nosotros, dándonos el pan de su palabra y de su eucaristía. Pero además de recordar hay que esperar. Esperar que Dios lleve a cabo maravillas aún mejores. Después del éxodo de Egipto Moisés inaugura la pascua judía, Jesús inaugura la pascua cristiana, prefigurada en la multiplicación de los panes. El monte Sinaí es reemplazado por el monte al que Jesús se retira a orar. A los israelitas el mar les abrió un camino para que lo atravesaran, Jesús camina en la noche sobre la superficie de las aguas del mar de Galilea. Moisés se retiró a la soledad para recibir de Dios el decálogo, Jesús se retiró a la soledad para mantener la fidelidad a su misión y defenderse de todo triunfalismo político. Hermano en la fe, haz memoria del pasado para agradecer, pedir perdón. Pero sobre todo mira con confianza hacia el futuro para consagrarlo al Señor y vivirlo con la esperanza que no defrauda.

 

Domingo décimo octavo del TIEMPO ORDINARIO 6 de agosto del año 2000

Primera: Éx 16, 2-4.12-15; segunda: Ef 4, 17.20-24 Evangelio: 6,24-35

NEXO entre las LECTURAS

Se puede decir que en la fe como principio hermeneútico de la existencia humana se concentran los textos litúrgicos. La fe interpreta la vida de los israelitas que caminan exhaustos por el desierto y les asegura que no están abandonados, sino que Dios con su poder y su amor paterno está con ellos (primera lectura). La fe interpreta la vida de los oyentes de Jesús de forma que sean capaces de ver en la multiplicación de los panes un signo de la presencia eficaz de Dios en medios de ellos (evangelio). La fe interpreta al cristiano haciéndole descubrir que ya no es hombre viejo sino nuevo, y que debe hacer resplandecer la novedad de Cristo en su vida (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

La fe como memoria. El creyente es un hombre de la memoria. Tiene que recordar, recordar siempre. Recordar la historia de fe cristiana, que no inicia en nuestro siglo, sino que se remonta a siglos muy lejanos, a la historia de Abrahán, prototipo de fe en Dios para todas las generaciones. Recordar tantas maravillas que Dios ha ido realizando en esa historia secular, como por ejemplo, la que nos narra la primera lectura tomada del libro del Éxodo. Aquellos israelitas que habían salido de Egipto victoriosos y contentos, caminan ahora por el desierto fatigados, desalentados, sin horizontes de esperanza; pero Dios, el Dios liberador, no les deja en la estacada; más bien llega a ser ahora el Dios compañero y guía de su marcha por el desierto, sostén y apoyo en sus necesidades. ¿Es que puede un padre abandonar a sus hijos? Recordar también el gran don que Dios nos ha hecho en su Hijo Jesucristo, que ha pasado por este mundo haciendo el bien, como verdadero médico de cuerpos y almas. Recordar el pan multiplicado para alimentar los cuerpos, y recordar el pan de su Palabra y de su Eucaristía para alimentar las almas. Recordar a los primeros cristianos que eran transformados por su inmersión en las aguas del bautismo, y recordar nuestro bautismo por el que hemos sido incorporados a Cristo y a su Iglesia. Este simple ejercicio de memoria, ¡cuánto bien hace al creyente, al cristiano!

La fe como hermeneútica. Se quiera o no el creyente es interpretado por su fe. Podríamos decir: dime en quién crees, lo que crees, y te diré quién eres, cómo vives. Por tanto, la fe en Cristo interpreta la vida de todo cristiano. Es decir, su modo de pensar, de actuar, de trabajar, de vivir, de amar, de ejercer su profesión es, debe ser iluminado por la fe en Jesucristo. Cuando esa fe en Cristo no es algo de unos cuantos individuos, sino que forma parte de un grupo o de una mayoría, entonces desemboca en cultura cristiana: la fe impregna todos los sectores de la vida comunitaria y social. En medio de las dificultades y tentaciones experimentadas por los israelitas, en medio de la solicitación puramente política y socio-económica de los oyentes de Jesús, la fe les ayudó a interpretar los acontecimientos y las obras de Dios con otros ojos, purificados precisamente por el colirio de la fe. Esa misma fe interpretó de tal manera la vida de los primeros cristianos, que les convirtió en hombres nuevos, "creados según Dios, en la justicia y santidad de la verdad". En la medida en que los creyentes en Cristo fueron aumentando en el siglo primero y en los siguientes, fueron levadura en la masa humana, fueron creando cultura y finalmente lograron configurar la sociedad en conformidad con la fe en Jesucristo. ¿No es éste un gran reto que tenemos que afrontar hoy en día los cristianos en un medio ambiente así llamado post-cristiano, pero enraizado todavía social y culturalmente en el cristianismo? La misión histórica de los creyentes en Cristo, al comenzar el siglo XXI, es y será, sin duda, hacer florecer esas raíces para que el buen olor de Cristo se expanda de nuevo en nuestra sociedad.

 

SUGEREncias PASTORALES

Pan y fe, fe y pan. Dios es el primero que no abandona al hombre a sus necesidades más fundamentales de subsistencia. Por eso, socorre a su pueblo con pan, carne y agua en su larga marcha desde Egipto a la Tierra Prometida; Jesús, por su parte, imitando a Dios su Padre, ante una multitud que desfallece de hambre, cumplirá el mismo gesto divino multiplicando los panes y los peces. Pero el pan, aunque necesario, es insuficiente; tiene que ir acompañado por la fe, de modo que Dios no sea un simple benefactor, sino además el Dios trascendente y santo; de modo que la gente no vea en Jesús un candidato a rey, sino el Mesías de Israel y el Hijo de Dios. La dimensión social del cristianismo es obvia, pero nace de la fe en Jesucristo. Y se desvirtuaría si, separándola de la fe, se hiciese del cristianismo un supermercado gratuito o una agencia de beneficencia social. El pan sin la fe carece de sabor cristiano. La fe sin pan simplemente no tiene sabor. Los cristianos somos invitados a unir en nuestro obrar el pan con la fe y la fe con el pan. La separación, por desgracia, ha causado no pocos estragos dentro de la misma vida de la Iglesia y en la imagen que del cristianismo se han formado quienes no son cristianos. Si cada uno acoge la invitación a unir pan y fe, fe y pan, el cristianismo y el mundo serán mejores, y abrirán un buen camino para el tercer milenio cristiano.

El poder de la fe. Los hombres estamos acostumbrados a ver el poder en el dinero, en las armas, en las influencias, en el estado, en la autoridad moral, v.g. de Madre Teresa de Calcuta, del Papa Juan Pablo II. Yo quisiera subrayar hoy con la liturgia el poder de la fe. Porque es evidente que la autoridad moral de Madre Teresa o de Juan Pablo II no proviene principalmente de sus cualidades, sino de su fe, una fe tan grande en Dios capaz de romper barreras y destruir muros, una fe tan ardiente que no les detiene en su entrega ni la edad ni la enfermedad ni las dificultades que se puedan interponer en sus trabajos por Dios. Se puede pensar en la obra material y espiritual de Madre Teresa, en el derrumbamiento del muro de Berlín, en los viajes a los Lugares Santos del cristianismo con motivo del Gran Jubileo de la Encarnación, pero hay otros mil aspectos no tan vistosos, pero sumamente eficaces, que muestran en sus vidas el poder de la fe. Reflexionemos sencilla y agradecidamente en el poder de la fe en nosotros mismos, en las personas que están a nuestro alrededor y con las que convivimos, en tantísimos cristianos esparcidos por todos los rincones de nuestro planeta. ¡Cómo brilla el poder de la fe, por ejemplo, en los santuarios marianos: Lourdes, Fátima, Basílica de Guadalupe! Pregúntese cada uno qué puede hacer para que otras personas experimenten en carne propia el poder de la fe. El poder de la fe es la palanca que sostiene y eleva el mundo.

 

Domingo décimo nono del TIEMPO ORDINARIO 13 de agosto del año 2000

Primera: 1Re 19, 4-8; segunda: Ef 4,30-5,2 Evangelio: Jn 6, 41-51

NEXO entre las LECTURAS

La semana pasada la liturgia subrayaba el poder de la fe. La actual liturgia pone el acento en la eficacia, el poder, de la Eucaristía. El pan eucarístico que Cristo nos da está prefigurado en el pan que un mensajero de Dios ofrece a Elías, "con la fuerza del cual caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb" (primera lectura). El pan del que Cristo habla en el evangelio es el pan bajado del cielo, es el pan de vida, de una vida que dura para siempre, es su carne por la vida del mundo (evangelio). Esa carne ofrecida como oblación y víctima de suave aroma, que da fuerza a los cristianos "para vivir en el amor con que Cristo amó" (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

El pan que hace fuertes. Elías se encuentra en una situación algo desesperada. Jezabel le ha amenazado de muerte. Para evitar lo peor se echa a la fuga. Al llegar a Berseba de Judá no sabe qué hacer, está sin orientación. Angustiado se desea la muerte. En ese momento Dios interviene mandándole por medio de un ángel pan del cielo. El pan que Dios le da le saca primeramente de su angustia y de su descarrío, y luego le da fuerzas extraordinarias para marchar hasta el monte Horeb, hasta las fuentes mismas del yahvismo, donde Dios se reveló a Moisés como Yahvéh, donde Dios hizo alianza con su pueblo y donde Dios entregó a Moisés las dos tablas de la Ley. Ese pan del cielo que fortificó a Elías es prefiguración del pan bajado del cielo, que es el mismo Jesucristo. Es tal la fuerza de ese pan divino que puede cambiar radicalmente al hombre, haciéndole "amable, compasivo, capaz de perdonar y de amar como Cristo". Ese pan de vida infunde tal vigor en el alma que vence "toda amargura, ira, cólera, maledicencia y cualquier clase de maldad". Ese pan del cielo ha sostenido y dado fuerza a millones de millones de seres humanos en el transcurso de los siglos. La Eucaristía no sólo es el centro de todos los sacramentos y de la misma vida cristiana, sino también la mayor fuerza del cristianismo.

El pan de vida. A Elías el pan que el ángel le ofrece le hace olvidarse de su hastío de la vida y le infunde nuevas ganas de vivir para ser propagador y defensor de la fe en Yahvéh. Jesús es el pan vivo, bajado del cielo; es decir, el pan que da la vida nueva, cuyo poder insospechado obró maravillas en los primeros cristianos que se reunían semanalmente para la fracción del pan. Fortalecidos con ese alimento celestial difundieron la Buena Nueva de Jesucristo en todos los ángulos del imperio romano, se esforzaron por vivir una vida moral que llamaba la atención de los paganos, estuvieron dispuestos a sufrir persecuciones e incluso el martirio. Cuando en el corazón del hombre habita Jesucristo, haciéndole partícipe de su propia vida divina mediante el pan de la Eucaristía, entonces "ya no soy yo quien vivo -por usar palabras de san Pablo-, es Cristo quien vive en mí". Por otra parte, el pan que da la vida de Cristo al creyente, es también el pan que hace vivir. Hace vivir al hombre desanimado, infundiéndole razones para vivir; hace vivir al hombre desorientado, abriéndole horizontes de futuro y esperanza; hace vivir al hombre descarriado enderezando sus pasos por el camino del amor para ser como Jesús un pedazo de pan para sus hermanos los hombres; hace vivir al hombre desesperado de la vida mostrándole que es bello entregarse a Dios y a los demás, con Jesucristo, como oblación y víctima de suave aroma. Ese pan divino nos da la vida, nos hace vivir y además nos enseña el arte de vivir. Arte que consiste en ser grano de trigo que muere, se pudre, revive, se convierte en espiga, es triturado para llegar a ser harina, es amasado y puesto al fuego para convertirse en pan dorado para saciar el hambre de Dios que tienen tantos hombres.

SUGEREncias PASTORALES

Los frutos de la Eucaristía. De forma sencilla y muy rica el Catecismo de la Iglesia habla de los frutos de la comunión. Son extraordinarios. En primer lugar, la eucaristía acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibiendo la comunión, recibimos al mismo Cristo y estrechamos nuestros lazos de amor y de unión con él. Todas las almas enamoradas de Jesucristo saben lo que esto significa. En segundo lugar, la eucaristía nos separa del pecado, a nosotros que tan fácilmente nos vemos inclinados a él. Cristo eucaristía borra nuestros pecados veniales, haciéndonos capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas. Cristo eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales, porque nos hace experimentar la dulzura de su amistad. Cristo eucaristía nos hace Iglesia, es decir, nos da conciencia de estar unidos en la fe de la Iglesia y de ser todos hermanos porque todos nos alimentamos con un mismo Pan. Cristo eucaristía nos pide un compromiso en favor de los pobres, para demostrar con la vida nuestra fraternidad y para hacer visible entre los hombres que el amor a Dios y a Jesucristo no sólo no nos exime, sino que nos obliga a amar a los más necesitados. Cristo eucaristía es, finalmente, prenda de la gloria futura o, como dice san Ignacio de Antioquía, remedio de inmortalidad. Es de mucha necesidad explicar a los fieles, especialmente a los niños y jóvenes, los frutos de la Eucaristía con palabras llanas, claras, eficaces. Una buena catequesis es la mejor manera para fomentar una frecuente y fructuosa recepción del Cuerpo de Cristo.

Eucaristía y fe. La Eucaristía no da frutos de modo automático, aunque su eficacia provenga no del hombre, sino del sacramento. Como todo don divino fructifica sólo en la tierra de la fe y del amor. Si somos pobres de fe y de amor, pidamos al Señor que acreciente en nosotros las virtudes teologales. Si tenemos dudas sobre los frutos de la eucaristía, estemos seguros de que nuestra fe y nuestro amor no son todavía lo suficientemente grandes para hacer florecer y fructificar en nosotros el cuerpo y la sangre de Cristo. La eucaristía tiene en sí toda la fuerza de Dios, somos nosotros con nuestra pequeñez, con nuestro orgullo, con nuestra poca fe los que impedimos a la fuerza de Dios que se manifieste en nuestras vidas. Digamos al Señor con toda el alma: "Señor Jesús, creo en la eucaristía, aumenta mi fe", "Señor Jesús, amo la eucaristía, aumenta mi amor". Pidamos al Señor una fe y un amor gigantes, para que en nuestra vida se haga verdad la eficacia de la eucaristía y así ser testimonio vivo de esa eficacia en nuestro ambiente de familia y de trabajo. Es éste también un momento muy propicio para examinar nuestro fervor eucarístico, cómo participamos en la misa, cómo y con qué frecuencia recibimos a Jesucristo en la comunión, qué resonancia tiene la comunión en nuestra conducta diaria.

 

Solemnidad de la Asunción de la VIRGEN MARÍA 15 de agosto del año 2000

Primera: Ap 11, 19-12, 10; segunda: 1Co 15, 20-26 Evangelio: Lc 1, 39-56

NEXO entre las LECTURAS

"Ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso". Con estas palabras del Magnificat sintetiza María el espíritu de los textos litúrgicos. Dios ha elegido a María para realizar sus designios de salvación: "No te han agradado los holocaustos y sacrificios... he aquí que vengo para hacer tu voluntad" (segunda lectura). Dios ha concedido a María el privilegio de ser su madre: "Concebirás y darás a luz un hijo... El será Hijo del Altísimo" (evangelio). Dios ha glorificado a María como a ninguna otra criatura: "Un gran signo apareció en el cielo: una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza" (primera lectura). La liturgia de la Asunción de María canta las grandezas que Dios ha hecho en su humilde sierva.

 

MENSaje DOCTRINAL

La grandeza en la pequeñez. Ante todo hay que decir que el espíritu con que María vive su pequeñez es de una magnanimidad extraordinaria. La humildad, la sencillez, la pobreza, el sentimiento de indigencia, la falta de poder, la actitud de abandono y confianza no inciden en el alma de María para reducirla a ruin mezquindad o a sentimiento de inferioridad. María es grande en su pequeñez. Es grande cuando se reconoce humilde esclava del Señor y juega toda su vida a la carta del servicio. Es grande cuando canta llena de alegría que "Dios exaltó a los humildes, y a los ricos los dejó vacíos", manifestando una experiencia personal y una especie de ley en la actuación de Dios con los hombres. Es grande cuando, sabiéndose pequeña y necesitada, acude con frecuencia a la oración para que Dios le revele los misterios de su Hijo, los misterios del Reino. Es grande cuando en Caná de Galilea, consciente de su falta de poder, le dice a su Hijo: "No tienen vino" y luego a los servidores: "Haced lo que él os diga". Es grande cuando desde el cielo, vestida de sol y coronada de estrellas, sigue prodigándose y sirviendo a sus hijos que caminan por el valle de la vida hacia la eternidad. Hay almas que ante la indigencia, la pequeñez, la impotencia se empequeñecen, se achican, se reducen como pasas secas, se disminuyen psicológicamente y en su actuación con los demás. María no es de esas almas, María se engrandece con la pequeñez, crece ante la indigencia, se fortalece y potencia con el poder de Dios de frente a su falta de poder y a su conciencia de pobreza.

La pequeñez en la grandeza. María sabe muy bien que la grandeza no es suya, no le pertenece, sino que es de Dios, pertenece a Dios. Por eso, María ante las grandezas que Dios ha realizado en su vida no se engríe, sino que mantiene una actitud sabia y fundamental, la de que en sí misma sigue siendo pobre y pequeña. "Alaba mi alma la grandeza del Señor... porque ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava" (evangelio). María es una mujer de una fe sencilla, pero firme y fuerte; de unas convicciones profundamente arraigadas, de una conciencia clara y transparente de sí misma. Gracias a ello, puede seguir siendo pequeña en medio de las maravillas que Dios ha realizado para con ella y de los privilegios con los que la ha colmado por encima de cualquier otra creatura. La maternidad divina, la asunción en cuerpo y alma a la gloria celestial, privilegios sin par en la historia, la conmueven de agradecimiento a Dios, pero no la hacen olvidar la realidad de su pequeñez y de su pertenencia al grupo de los anawim. Ella ha aprendido muy bien una de las paradójicas lecciones de su hijo: "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos" (Mc 10, 43-44). María necesitó de mucha humildad para continuar siendo sencilla en medio de las maravillas que Dios obró en ella y por medio de ella.

 

SUGEREncias PASTORALES

"El pequeño camino". Así definió Teresa de Lisieux su espiritualidad. Ella no se consideraba ni digna ni capaz de realizar grandes obras misioneras como san Francisco Javier, ni grandes obras de doctrina como san Agustín o santo Tomas de Aquino. No se creía dotada de grandes cualidades de elocuencia como san Bernardino de Siena o san Antonio de Padua. Ella se consideraba demasiado pequeña y débil para sufrir el martirio sangriento, como los apóstoles Pedro y Pablo. Pero no se desanimó por ello. En la oración pidió al Señor que le indicara su camino de santidad, su pequeño camino, y Dios se lo manifestó: "En el corazón de la Iglesia yo seré el amor". Es decir: "No puedo ser mártir, ni misionera, ni maestra de doctrina, ni mujer de grande elocuencia, pero sí puedo amar. Mi vocación en la vida es el amor". La mayoría de los hombres y de las mujeres de nuestro planeta, de nuestra parroquia, ni podrán hacer ni harán "grandes cosas". Pero nada ni nadie les impide amar, caminar por la vía del amor día tras día, con alegría y con continuidad, en todo lo que hagan. Ha sido también el camino de la Virgen santísima que, ahora desde el cielo, nos invita a seguir sus pasos. Este camino de la infancia espiritual es urgente, necesario, para los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.

La verdadera grandeza. ¿Dónde reside la verdadera grandeza? San Agustín nos diría: "No la busques fuera, búscala dentro de ti". El hombre es grande si tiene un corazón grande, si ha sido engrandecido por la gracia divina, si su vida entera rezuma entrega, santidad y virtud. No se es grande por ser un pozo de sabiduría, sino por mantenerse humilde sobre el pedestal de la ciencia. No se es grande por poseer autoridad y poder sobre millones y millones de seres humanos, sino por el reconocer que se ha recibido de Dios tal autoridad y poder para ponerlos al servicio de los demás. No se es grande por lo que se hace, (un giro de 180 grados a la historia, una obra famosa de arte, un premio literario internacional, una investigación científica premiada con el nóbel...), sino por hacerlo con corazón de niño agradecido, sabiendo que todo eso es un regalo de Dios. La verdadera grandeza no está reñida con la humildad, ni con la obediencia ni con la vocación de servicio. Más bien, en todo ello encuentra su pedestal y la base auténtica de humanismo cristiano. ¿No es María, asunta al cielo, un magnífico ejemplo de la verdadera grandeza? ¿Acaso María, coronada por reina del universo, ha renunciado a ser la esclava del Señor? María es la síntesis más perfecta de grandeza en la pequeñez y de pequeñez en la grandeza. Nosotros, los cristianos, tenemos mucho en qué imitarla. ¿Qué es lo que nos lo impide? ¿A qué esperamos? Que ella, con su humildad y su grandeza, nos acompañe en nuestro camino por la vida hacia la gloria del cielo.

Domingovigésimo del TIEMPO ORDINARIO 20 de agosto del año 2000

Primera: Prov 9, 1-6; segunda: Ef 5, 15-20 Evangelio: Jn 6, 51-58

NEXO entre las LECTURAS

Las lecturas del presente domingo parecen centrarse en el misterio de la Eucaristía: ¿Qué o quién es ese misterio que se oculta tras las especies de pan y vino? La respuesta es amplia y matizada: Es un hombre, Jesús de Nazaret, igual que nosotros, pero que ha bajado del cielo (evangelio). Es la Sabiduría de Dios que nos invita a un banquete para adquirir inteligencia (primera lectura). Es el Hijo del Padre, que nos quiere hacer partícipes de su vida divina (evangelio). Es el Señor glorioso a quien la comunidad cristiana entona salmos, himnos y cánticos inspirados (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

Mysterium carnis. El misterio de la Eucaristía es de un realismo fuera de serie: "El que come mi carne y bebe mi sangre...". ¡Nada de simbolismos o de abstracciones utópicas, ajenas a toda concreción y realidad! ¡La carne y la sangre del hombre que les está hablando, de Jesús de Nazaret, del Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros! No es sólo recuerdo ni celebración, no es la encarnación de una idea bella y generosa, no es una una fórmula mágica o un conjuro ritual y arcano, es "la carne del hijo del hombre", es la humanidad y la divinidad de Jesús de Nazaret la que se nos entrega en el pan transustanciado. ¡Qué sobrecogimiento, pero también qué gozo! Uno tiembla de estupor ante un alimento tan sublime que se nos da de un modo tan sorprendente y empequeñecido. Uno goza y exulta lleno de júbilo ante esta invención tan indecible y propiamente divina, como es la Eucaristía. ¿Quién sino Dios pudo inventar tan gran misterio?

Mysterium fidei. Después de la consagración del pan y del vino el sacerdote dice: "Este es el sacramento de nuestra fe". Y la asamblea responde: "Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor". Mysterium fidei, mysterium salutis. ¡Maravilloso compendio de la Eucaristía! Sólo por fe estamos capacitados para descubrir en el pan eucarístico la presencia de Cristo, Sabiduría de Dios; como Sabiduría de Dios, a quien de él se alimenta le hace partícipe de esa misma Sabiduría, "que está más allá de toda capacidad humana" y que le permite conocer los misterios de Dios (primera lectura). Sólo la fe nos conduce a descorrer el velo de las especies para ver a Cristo, Hijo de Dios, y Señor glorioso del tiempo y de la historia, de la humanidad y de la creación entera (evangelio, segunda lectura). Sólo la mirada de fe penetra en el misterio de muerte y resurrección que se verifica cuando el sacerdote consagra el pan y el vino para la remisión de nuestros pecados, y la redención integral de nuestra pobre existencia.

Mysterium amoris. La Eucaristía es el último y supremo gesto de amor que Dios se inventó en favor de la humanidad. En el evangelio Jesús nos dice: "El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él... el que me coma, vivirá por mí". Fórmulas que en otras palabras nos hablan de permanecer en el Amor, ser poseídos por el Amor, vivir por el Amor. En la medida en que la creatura humana ha experimentado un amor que no sea puramente sensible y ha sido elevada a otras formas del amor, estará mejor preparada para captar más fácilmente el amor de Cristo Eucaristía. Un amor, originariamente espiritual y sobrenatural, pero que, dada la naturaleza unitaria del ser humano, se revierte a la esfera sensible y a toda la realidad psico-somática de la persona. Un Amor, presente en el pan eucarístico, que la asamblea cristiana celebra y adora en la liturgia dominical con cantos y con himnos de alabanza y acción de gracias (segunda lectura). El Amor merece ser celebrado públicamente para que se nos contagie a todos y para testimoniarlo a los demás.

 

SUGEREncias PASTORALES

"El Cuerpo de Cristo ... Amén". La Eucaristía es uno de los sacramentos de la iniciación cristiana. Es conveniente subrayar la importancia de la catequesis preparatoria a la recepción de este sacramento. Catequesis a los niños que van a recibir por primera vez la comunión, y catequesis a los catecúmenos adultos que se preparan para ese encuentro maravilloso con Cristo, Sabiduría de Dios, Hijo de Dios, Señor de la historia. ¡Cuán necesaria es una catequesis integral! Integral, porque toma parte en ella toda la comunidad parroquial: el párroco, la o el catequista, los papás, pero de manera especial la mamá o la abuelita, la maestra o el maestro de religión en la escuela, etc. Integral sobre todo porque se trata de una catequesis que envuelve la integridad de la persona (sea niño o adulto). Se requiere indudablemente el conocimiento completo –y adaptado– de la doctrina católica sobre la Eucaristía. Pero es necesario además que la catequesis abarque la dimensión cultual y litúrgica de la Eucaristía, con lo que ello significa de adoración y de acción de gracias. Es igualmente necesario que el catequizando perciba y se convenza de las consecuencias morales que la recepción de la Eucaristía comporta. Si Jesucristo se convierte en el principio vivificador de nuestra existencia mediante la Eucaristía, ¿será posible vivir de modo diverso y opuesto a como él vivió entre nosotros? Cuando al recibir la comunión el cristiano, a las palabras del sacerdote: "El cuerpo de Cristo", responde con un "Amén", está declarando dos cosas: 1) Creo que eso que veo bajo las especies de pan es el Cuerpo de Cristo, y quiero alimentarme con él; 2) Creo que Cristo viene a mí para purificarme y para fortalecerme en las luchas diarias de la vida, y así ser una imagen suya entre los hombres.

El culto a la Eucaristía. En la Iglesia católica la Eucaristía se celebra, pero también se conserva en el Sagrario para que los fieles puedan rendirle culto fuera de la celebración de la misa. Hemos de hacer hincapié los católicos al culto eucarístico, porque quizá ha disminuido entre los fieles y porque son muchos los beneficios que aporta. Las formas de culto son varias: culto individual mediante visitas a Cristo en la Eucaristía; culto comunitario mediante horas eucarísticas, adoración durante el día, procesiones con el Santísimo Sacramento, y otras formas de devoción. Las formas pueden cambiar, lo que ha de permanecer siempre es el deseo ardiente de adorar a nuestro Salvador, reparar su corazón de las ofensas que recibe, expresarle nuestro agradecimiento y nuestro amor y el vivo anhelo de que todos los hombres le amen y encuentren en él su camino de salvación. ¿Cómo puedo yo fomentar el culto eucarístico en mí mismo primeramente y luego en los fieles de mi parroquia, en mi comunidad religiosa? Tengamos por segura una cosa: Cristo Eucaristía ordena las costumbres, forma el carácter, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, invita a la imitación a todos los que se acercan a Él.

Domingo vigésimo primero del TIEMPO ORDINARIO 27 de agosto del año 2000

Primera: Jos 24, 1-2.15-17; segunda: Ef 5, 21-32 Evangelio: Jn 6, 60-69

NEXO entre las LECTURAS

En decidirse está la clave de los diversos textos litúrgicos. Las tribus reunidas por Josué en Siquén deben decidirse por servir o a Yahvéh o a otros dioses. Ellas deciden por Yahvéh (primera lectura). Los discípulos de Jesús, escandalizados por sus palabras (comer mi carne y beber mi sangre) son situados por Jesús ante una decisión: "¿También vosotros queréis marcharos?". Pedro, en nombre de los demás discípulos, se decide por Cristo: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (evangelio). Finalmente, en la segunda lectura, la decisión irrevocable de Cristo por su Iglesia sirve de ejemplo a la decisión mutua de los esposos en el amor.

 

MENSaje DOCTRINAL

Un decidir responsable. Ser hombre con uso de razón es estar obligado a decidir en las pequeñas y en las grandes cosas de la vida. En otras palabras, vivir es tener que decidir. Esto es ya algo muy importante, pues nos diferencia de todas las demás criaturas del universo. Con todo, es incompleto porque se puede decidir bien, pero también se puede decidir mal. Más importante que decidir, es decidir bien. ¿Qué implica una buena decisión? He aquí algunos aspectos significativos: 1) Decidir bien implica dejar. Dejar ante todo aquello que impide o al menos dificulta la buena decisión. Las tribus de Israel tienen que dejar, renunciar a los dioses de sus padres y a los dioses de los amorreos (primera lectura). Los discípulos tienen que prescindir de sus prejuicios culturales y religiosos ante el escándalo de la Eucaristía (evangelio). Los cónyuges tienen que renunciar a cualquier otro amor esponsal que no sea el del propio cónyuge (segunda lectura). 2) Decidir bien es preferir. Ciertamente, preferir el bien sobre el mal, pero en muchas ocasiones será preferir lo mejor sobre lo bueno. Se prefiere el bien y lo mejor, en conformidad con la vocación y misión que cada uno ha recibido en la vida. Todo aquello que se oponga a la vocación cristiana se ha de dejar, y todo aquello que la favorezca se ha de preferir. Lo que contribuya más a vivir mi vida cristiana lo que he preferir sobre otras cosas, por buenas que sean. Éste es el camino de hacer una decisión responsable.

Un decidir creyente. Para que una decisión sea responsable, ha de fundamentarse sobre bases sólidas. Éstas no son ni los sentimientos, ni los gustos o caprichos, ni las conveniencias personales, ni la fría y pura razón, ni el voluntarismo a ultranza. Hay que decidir desde la fe, desde la confianza total en la fidelidad y en el poder de Dios. Los israelitas se sentían atraídos por los dioses de los pueblos vecinos, pero tenían la experiencia de que Yahvéh es el único Dios fiel, rico en misericordia y piedad. Pedro y los discípulos han experimentado, en la convivencia con Jesús, que sólo él "tiene palabras de vida eterna", por más que puedan sonar escandalosas a los oídos. Cuando un hombre y una mujer se dan un sí para siempre, lo hacen "en el Señor", es decir, confiados en el poder de Dios que les ayudará a mantener su decisión. Es la fe, una fe límpida, firme, cierta, irrevocable, la que impulsa y pone en acción la capacidad humana para tomar decisiones. Cuando las decisiones, en lugar de basarlas en la fe o en la razón iluminada por la fe, se fundamentan en cualquier otra cosa, se corre un grandísimo riesgo de que la decisión se tambalee y sucumba con el paso de los años, con el cambio de las situaciones, con el desgaste diario de la convivencia. La fe funda nuestras decisiones en la verdad y en el bien, que son columnas inamovibles y que aguantan todos los embates y todas las tormentas.

 

SUGEREncias PASTORALES

No decidir a la ligera. En nuestra sociedad no pocas veces se toman decisiones a la ligera. Es verdad que hay muchas pequeñas decisiones de cada día que ni se piensan, y por lo demás no tienen importancia ni consecuencias notorias. Por ejemplo, la hora de salir de compras, a qué restaurante ir a cenar o qué menú elegir para la comida del domingo. Aunque sería mejor pensar también antes de esas pequeñas decisiones, a fin de formar la capacidad y el hábito de hacer siempre decisiones maduras. Hay, sin embargo, decisiones que afectan no sólo un momento o un aspecto, sino toda nuestra vida. Por ejemplo, casarte o no, con quién casarte, cambiar de religión, abortar o no abortar, ser o no ser practicante, colaborar o no colaborar con la parroquia, elegir uno u otro trabajo profesional, etc. Estas decisiones jamás han de tomarse a la ligera. De ese modo, se hace uno a sí mismo un gravísimo daño y perjudica notablemente además a la sociedad en general y especialmente a la sociedad familiar. Uno se pregunta cómo es posible que en cosas de tanta trascendencia, se pueda decidir de forma tan superficial. La respuesta que me doy a mí mismo es que la gente, sobre todo los más jóvenes, no han sido formados para decidir en conformidad con la verdad y con el bien. Son hijos del presente efímero, son hijos de la cultura usa y tira, son hijos de las satisfacciones inmediatas. ¿Cómo van a estar capacitados para tomar decisiones de toda la vida?

La decisión se forma. Se sabe que hay personas que por temperamento son capaces de decisión y otras que son menos decididas o indecisas. Independientemente del temperamento que se tenga, hay que formar al hombre para la decisión, de modo que ésta sea firme, responsable y madura. El temperamento muy decidido tendrá que hermanar la decisión con la prudencia para no arriesgar en exceso. El temperamento indeciso tendrá que desarrollar su intrepidez y valentía, a fin de dar oportunamente el paso a la decisión. Tanto uno como otro tomarán las decisiones con plena conciencia y libertad, a fin de que decidan de modo digno del hombre. Una decisión bajo coacción, sea ésta psicológica, física o moral, nunca será buena, como tampoco permitirá el crecimiento del hombre en dignidad y en humanismo. Para que el ser humano pueda llevar a cabo decisiones acertadas y enriquecedoras, se requiere hermanar las decisiones con su objeto propio, es decir, con el conocimiento del bien y de la verdad. Una decisión buena madura al calor de la reflexión y de la ponderación, ajenas por un lado a cualquier precipitación y atolondramiento y, por otro, a toda dejación, pereza mental o permanente estado de perplejidad. ¿Están formando los padres a los hijos para tomar decisiones maduras? ¿Damos los adultos a los jóvenes ejemplo de buenas decisiones, firmes y responsables? ¿Estamos convencidos de que formar la capacidad de decisión es más importante para el futuro de un hombre que saber mucha informática o tener un título universitario?

 

Domingo vigésimo segundo del TIEMPO ORDINARIO 3 de septiembre del año 2000

Primera: Dt 4, 1-2.6-8; segunda: Sant 1, 17-18.21b-22.27 Evangelio: Mc 7, 1-8a.14-15.21-23

NEXO entre las LECTURAS

¿En qué consiste la religión auténtica? ¿Cuál es el culto verdadero? A estas preguntas responden las lecturas del domingo vigésimo segundo del tiempo ordinario. La primera lectura responde que la religión auténtica consiste en cumplir fielmente todos los mandamientos del Decálogo. Jesucristo, en el evangelio, enseña que la Palabra de Dios (Sagrada Escritura) está por encima de las tradiciones y leyes humanas. Por tanto, la verdadera religión está en el corazón del hombre, que escucha y pone en práctica la Palabra de Dios. Santiago en su carta nos dirá que la religión pura e intachable ante Dios consiste en el amor al prójimo, especialmente a los más necesitados.

 

MENSaje DOCTRINAL

Escuchar y hacer la Palabra. La lengua hebrea no distingue entre palabra y hecho. Y por eso no se puede separar el escuchar del hacer ni el hacer del escuchar. El decálogo es llamado "las diez palabras" que hay que escuchar y poner en práctica. Esas diez palabras, que resumen toda la legislación mosaica, las "ha pronunciado" Dios para bien de su pueblo y, por tanto, poseen unas características propiamente divinas. Mientras que los otros pueblos se rigen por leyes y preceptos surgidos de la sabiduría y de la voluntad humanas, el decálogo goza de la sabiduría del mismo Dios. ¿Cuáles son algunas de esas características divinas? 1) Las diez palabras son inmutables. Nada puede sustraerse a ellas y nada ser añadido. Son palabras de Dios "pronunciadas" para que el hombre viva; y el hombre vive cuando tiene unos puntos de referencia fijos, no sometidos a los cambios históricos. 2) En las diez palabras se compendia la sabiduría con la que Dios ha dotado a Israel a los ojos de los demás pueblos. Una sabiduría nada teórica, sino que envuelve la vida y la penetra en todas sus expresiones. Esas diez palabras continúan siendo hasta nuestros días alma del pueblo de Israel y alma de las comunidades cristianas. La auténtica religión y el verdadero culto consisten en escuchar y hacer la Palabra.

Mandamiento de Dios versus tradiciones humanas. En polémica con los fariseos y escribas Jesús les echa en cara algo sumamente grave: "Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres". No es que Jesús rechace las tradiciones de Israel. No se trata de rechazarlas sino de ponerlas en el lugar que les corresponde en el designio de Dios y en el marco de una religión auténtica. Las tradiciones son buenas cuando no apartan del Decálogo ni se oponen a él, sino que nacen como ramas nuevas del mismo árbol del Decálogo. Si en cambio nacen de situaciones meramente circunstanciales o de una voluntad humana rigurosa y estrecha, habrá que afirmar que esas tradiciones son caducas y perecederas. El gran error de los fariseos y escribas es querer conservar a toda costa un gran cúmulo de tradiciones de los antepasados, no sólo atosigando las conciencias del pueblo judío, sino incluso contradiciendo con ellas los principios inmutables y sapientísimos del Decálogo. La verdadera religión es aquélla que pone la Palabra de Dios por encima de las costumbres y usos de los hombres.

La Palabra de la verdad. La Palabra de la verdad es la revelación de Dios contenida en la Escritura y que el Señor ha sembrado en el corazón de cada uno de los creyentes. El cristiano ha de ser dócil a esta Palabra, de modo que no sólo la escuche sino que la ponga en práctica. ¿Cuál es esa Palabra de verdad? Fundamentalmente el amor a Dios y el amor al prójimo, corazón de la verdadera religión cristiana. Quien cumple esa Palabra de verdad alcanzará la salvación de Dios. El hombre ha de ser muy sincero consigo mismo para no quedarse sólo de oyente, sino llegar a ser también practicante de esa Palabra. Hay que llegar a hacer la Palabra de la verdad. En eso consiste la verdadera religión a los ojos de Dios.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Una religión del corazón. Hombre religioso es aquél que se siente re-ligado por una relación dialogal con la divinidad. Si el diálogo y la relación humana no puede ser puramente racional ni puramente sentimental, mucho menos el diálogo con Dios. Por eso, yo abogo por una religión del corazón, siendo éste el centro interior de la persona. El corazón, por tanto, visto no sólo como fuente de la afectividad, sino además como sede de la razón, de los sentimientos, de la voluntad, de la conciencia, de la decisión. En la religión del corazón es todo el hombre el que entra en comunicación con Dios: el que habla y escucha, el que es interpelado y responde, el que expresa sus experiencias íntimas y se siente acogido y comprendido. Quizás todavía quede en algunos cristianos huellas de jansenismo, y es necesario acabar con ellas. El cristianismo del futuro está pidiendo una religión del corazón, que llegue a ser el corazón de la religión. En tu experiencia personal, ¿es la religión católica una religión del corazón? ¿Es el culto cristiano un culto del corazón? En la vida litúrgica y sacramental de tu parroquia, ¿se tiene en cuenta esta dimensión integral de la religión, que comprende a toda la persona? Es mucho, muchísimo, lo que se puede hacer todavía para que la religión católica llegue a ser, en cada familia, en cada parroquia, en cada diócesis, en toda la Iglesia, una religión del corazón.

Autenticidad versus apariencia. La autenticidad debería ser el carnet de identidad de todo hombre, particularmente de todo cristiano. Pero, ¿qué significa ser auténtico? La respuesta depende de la concepción del hombre que se tenga. En una concepción cristiana, "auténtico" no es el que da curso libre a sus impulsos instintivos, sino el que es fiel a sí mismo y a la imagen del hombre integral que la razón y la fe dibujan en su conciencia. "Auténtico" es el hombre que se guía en su actuación por convicciones, el hombre cuya voluntad es movida siempre hacia su fin como persona humana y como hijo de Dios. En definitiva, ser auténtico se entiende como un ideal de ser uno mismo y no otro, no una máscara. En este sentido "auténtico" es quien no vive de apariencias, ni cifra en las apariencias su valor y su riqueza humana. En la educación de los niños y adolescentes conviene tener esto muy presente, porque, a causa de la televisión y otros medios informativos, es fuerte la atracción de las candilejas, de las pasarelas de modas; es grande la tentación del éxito fácil y deslumbrante, de la fama efímera pero gratificante. En breve, es fácil y tentador querer vivir de apariencias. Pregunta a los adolescentes, ellos y ellas, qué quieren ser de grandes y te darás cuenta, por las respuestas, de la fuerza seductora de las apariencias. ¿Qué vamos a hacer como cristianos para devolver autenticidad a la sociedad, a la educación?

 

Domingo vigésimo tercero del TIEMPO ORDINARIO 10 de septiembre del año 2000

Primera: Is 35, 4-7a; segunda: Sant 2, 1-5 Evangelio: Mc 7, 31-37

NEXO entre las LECTURAS

Unos de los atributos de Dios es el de liberador. Éste es el atributo especialmente señalado en los textos litúrgicos de este domingo. Dios libera a los hombres de su triste condición de desterrados y a la naturaleza de su aridez infecunda (primera lectura). Libera a los hombres de sus enfermedades del cuerpo y del espíritu: "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (evangelio). Libera al cristiano de cualquier acepción de personas, porque todos, ricos o pobres, somos iguales delante de Dios (evangelio).

 

MENSaje DOCTRINAL

Una naturaleza libre al servicio del hombre. Dios ha creado la naturaleza, pero no se ha desentendido luego de ella. Siendo ésta el hogar del hombre, ejercita también sobre ella su providencia, a fin de que sirva al hombre. Esa providencia divina "libera" a la tierra de sus miserias, como pueden ser la sequedad y la infecundidad. Nos dice la primera lectura que "la tierra abrasada se trocará en estanque y el país árido en manantial de aguas". Dios es el Señor de la naturaleza y ejerce con libertad su dominio absoluto sobre ella para ayudar material y espiritualmente al hombre. Materialmente, haciéndola fructificar abundantemente, de modo que el hombre pueda alimentarse con sus frutos. Espiritualmente, haciendo al hombre sentir el poder y peso de las calamidades naturales, de modo que éste se vea necesitado a elevar sus ojos al Señor de la naturaleza y a implorar su bendición. El orgullo humano, enemigo del verdadero bien del hombre, es invitado a humillarse ante estas desgracias naturales, que son para él como una plataforma para, dejando a un lado el orgullo, remontarse hasta Dios. Dejando libres por un momento los poderes destructivos de la naturaleza, Dios busca sobre todo liberar al hombre de sí mismo, que es lo que realmente cuenta.

Dios liberador del hombre. El hombre es un misterio de carne y espíritu. Dios manifiesta su amor al hombre ofreciéndole una liberación integral, que debe aceptar con agradecimiento y sencillo corazón. Libera su carne de la enfermedad. Lo hace directamente, cuando así resulta necesario para el bien del hombre, como consta por tantos enfermos milagrosamente curados. Lo hace indirectamente, mediante el poder que ha dado a los hombres para estudiar el cuerpo humano, conocer sus enfermedades y curarlas. El evangelio de hoy narra la curación de un sordomudo por parte de Jesús. Pero Dios también interviene sobre el hombre para curar su espíritu. Lo cura de las enfermedades psíquicas, lo libera del poder del demonio y del pecado, lo robustece por obra del Espíritu ante las tentaciones y las inclinaciones al mal. ¿Cuándo y cómo actúa el Dios liberador del hombre? Son preguntas para las que sólo Dios tiene la respuesta; evidentemente una respuesta segura y en beneficio del hombre. Pero lo más importante es que los hombres tengamos la conciencia clara y la plena seguridad de que Dios ama y quiere el bien del hombre. Importante es también que seamos humildes y acudamos a Dios con sencillez para pedirle: "Señor, líbrame de toda enfermedad; líbrame, sobre todo, de mí mismo para que mi vida sea un canto de alabanza a tu santo nombre". Aquí encaja perfectamente la exhortación de Santiago en la segunda lectura: "No mezcléis con la acepción de personas la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado". El creyente, liberado de sí mismo por el bautismo y la eucaristía, no puede volver a la esclavitud del pasado. Sería como contravenir la liberación de Dios.

 

SUGEREncias PASTORALES

Todo lo ha hecho bien. Con estas palabras reaccionó la multitud cuando se dio cuenta de que Jesús había curado al sordomudo. Son muchos, por lo demás, los textos evangélicos que relatan las obras buenas de Jesús en favor del hombre. De modo que san Pedro dirá de Jesús, en uno de sus discursos a los primeros cristianos, que "pasó haciendo el bien". Juan Pablo II nos dice que "la caridad de los cristianos es la prolongación de la presencia de Cristo que se da a sí mismo". Sí, Cristo desea seguir haciendo el bien entre nosotros y en nuestros días mediante los cristianos. Cristo desea seguir liberando al hombre de las necesidades materiales, de las enfermedades, de las calamidades naturales, de los males espirituales mediante los cristianos. De verdad que es hermoso constatar la generosidad de tantos millones de cristianos para socorrer en cualquier parte del mundo a los más necesitados. De verdad que Cristo debe estar contento porque puede continuar haciendo el bien en la historia de los hombres mediante los cristianos. Al mismo tiempo, como creyentes cristianos, hemos de hacernos algunas preguntas: ¿Hago yo personalmente todo el bien que puedo hacer? ¿Busco que otros, singular o comunitariamente, hagan el bien? ¿Cuál es el tipo de bien que más me gusta hacer: el material, el espiritual o ambos a la vez? ¿Estoy convencido de que a través de mí Cristo glorioso continúa presente entre los hombres haciendo el bien? Y no olvidemos que hacer el bien desinteresadamente a los hombres es una manera estupenda de liberarlos.

Querer ser liberado. La liberación posee una fuerza de atracción singular. Es un claro indicio de que el hombre, consciente o inconscientemente, se ve y experimenta a sí mismo, al menos parcialmente, "esclavizado". Digamos que son no pocas las ataduras que el hombre, en las diversas épocas de la vida, va encontrando en el camino de su existencia. Por experiencia se sabe que de esas ataduras, sobre todo de las más hondas y fuertes, no se puede el hombre deshacer por sí mismo. Necesita ser liberado. Para ello se necesita querer ser liberado. Porque se da el caso de que el hombre, por razones inexplicables y muchas veces complejas, ama las "dulces" ataduras que le "esclavizan". Ataduras que, por más dulces que sean, le van poco a poco estrangulando, hasta llegar a matar su libertad. La liberación, por tanto, es posible sólo para quien quiere ser liberado. Otro aspecto diverso es a quién acudir para ser liberados. Porque en nuestro mundo y en nuestro medio ambiente hay quizá muchos que se las dan de "liberadores", pero lo que liberan no es al hombre en su grandeza y en su dignidad, sino los potros desbocados de sus pasiones, sus egoísmos, sus ambiciones, sus pesadillas, sus instintos. Digámoslo sin tapujos: el verdadero liberador del hombre es Dios. El verdadero liberador del hombre es Jesucristo que murió por nosotros y por nosotros resucitó. ¿Has aceptado, aceptas realmente y de todo corazón ser liberado por Jesucristo? Si quieres ser liberado, no lo dudes, él te liberará. Habiendo experimentado a fondo la liberación de Cristo, sentirás el aguijón de decir a otros quién puede otorgarles la verdadera liberación que buscan.

 

Domingo vigésimo cuarto del TIEMPO ORDINARIO 17 de septiembre del año 2000

Primera: Is 50, 5-9a; segunda: Sant 2, 14-18 Evangelio: Mc 8, 27-35

NEXO entre las LECTURAS

¿En qué consiste la esencia del hombre? La liturgia de hoy nos da una respuesta. En la primera lectura, tres son los rasgos del hombre según el designio de Dios: el hombre es un ser "que escucha", que sufre, que experimenta la presencia y asistencia de Dios. El evangelio presenta a Jesús como la perfecta realización del hombre: el Ungido de Dios, el varón de dolores, el siervo obediente hasta la muerte, el que pierde su vida para salvar las de los hombres. Finalmente, Santiago en la segunda lectura enseña que el hombre es aquel en quien fe y obras se unen en alianza indisoluble para lograr la perfecta realización humana.

 

MENSaje DOCTRINAL

El hombre según Dios. Pienso que la definición del hombre no ha de buscarse ni sólo ni principalmente en el hombre (aunque no ha de excluirse esta búsqueda), dado que no es autocreativo ni se llama a sí mismo a la existencia. La definición más auténtica del hombre la puede dar quien le ha creado y le ha llamado del no ser al ser, de la nada a la existencia. En el tercer canto del Siervo se delinea en cierta manera una síntesis de antropología teológica. El primer rasgo, no reportado por la lectura litúrgica, define al ser humano como quien recibe de Dios el don de hablar palabras de vida para los demás, sobre todo para el cansado y agobiado. Luego, aparecen en este canto, otros tres rasgos que se hallan en el texto litúrgico: 1) El hombre es el ser a quien Dios le ha capacitado para "escuchar", igual que los discípulos. Es un discípulo de Dios, que implica no sólo la escucha teórica, sino a la vez la escucha que conduce a la praxis, a la realización de lo escuchado, de la voz originaria que le precede y que norma su vida. En otros términos, el hombre es un discípulo obediente de Dios. 2) El hombre no es un ser para la muerte, como diría Heidegger, pero sí un ser para el sufrimiento. El sufrimiento es el yunque en que se forja el hombre; es el molde en que se configura su personalidad; es la frontera, el caso-límite que revela su temporalidad; es la cifra real y misteriosa de la condición humana. 3) El hombre es el ser asistido por Dios, en quien Dios muestra su presencia constante y eficaz. Esa presencia divina resulta ser la roca en que se fundan todas las grandes certezas del hombre; el faro luminoso que orienta al hombre en la oscuridad; el estandarte que le enardece en la batalla por ser y hacerse hombre cada día. A modo de conclusión, se puede decir que quien excluye la solidaridad, la escucha, el dolor, la presencia divina de la concepción del hombre, no sabe realmente qué es el hombre.

Cristo, el verdadero hombre. Jesús es en primer lugar el Mesías, el Ungido de Dios, que somete toda su persona a la misión que Dios le confía, llegando incluso hasta la obediencia de la cruz. Por eso, en Jesús se unen el Ungido y el Siervo del sufrimiento, no como dos títulos contrapuestos de su condición humana, sino como dos nombres de una misma persona que lo definen y lo caracterizan. Incluso cuando a Jesús se le compara con otras figuras de la Biblia (Moisés, Elías, Juan Bautista, Salomón, Jonás...), él es distinto. Como él mismo dirá: "He aquí uno mayor que Jonás... he aquí uno mayor que Salomón". Por otra parte, en su condición sufriente Jesús no se autolesiona ni reniega de su suerte, sino que mantiene una absoluta confianza en Dios, que le asistirá en medio del dolor y que le resucitará de entre los muertos. Por todo ello, Jesús llama a Pedro satanás cuando éste intenta apartarle sea de su misión redentora sea de su perfecta condición humana según Dios. En Jesús, finalmente, se hace realidad también otro rasgo señalado por Santiago en la segunda lectura: la coherencia entre la fe y las obras; no las obras de la ley, sino las obras de la fe. Podemos decir que la autoconciencia de Jesús coincide con su autorrealización.

 

SUGEREncias PASTORALES

Hombre y cristiano. No pocas veces en la historia del pensar –y también probablemente del vivir– estas dos realidades han marchado por caminos distintos. Casi parecía a algunos que no se puede ser plenamente hombre siendo perfectamente cristiano o que no se puede ser plenamente cristiano, siendo perfectamente hombre. En definitiva, es, en términos antropológicos, el dilema planteado desde hace siglos entre fe y razón, entre ciencia y fe. En un nuevo clima cultural y espiritual, Juan Pablo II, en continuidad con la doctrina católica, ha afirmado rotundamente: "La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad". Traduciendo la frase en términos antropológicos, se puede afirmar: "El hombre y el cristiano son como las dos alas con las que el espíritu humano se eleva hacia la realización de su plena humanidad". Tal vez pueda ser fructuoso preguntarnos por qué, en el pasado y probablemente también hoy, se ha separado al hombre del cristiano o al cristiano del hombre. ¿Qué aspectos, que rasgos del vivir cristiano han podido oscurecer e incluso alienar de una concepción del hombre auténtica? ¿Qué modelos de cristiano se han presentado o se presentan en nuestros días que puedan parecer a otros, cristianos o no, menos humanos o hasta deshumanizantes? El concilio declaró bellamente que Cristo revela el hombre al hombre, pero cabe preguntar: ¿Seguimos en esto todos los cristianos las huellas de Cristo? No cabe duda que en esto queda un largo camino. Recorrerlo es tarea de cada uno y de todos los cristianos.

La paradoja cristiana. "Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará", nos dice Jesús. Es la gran paradoja cristiana, es decir, humana. En términos paradójicos, Jesucristo plantea la gran batalla de la existencia humana. Es la batalla entre el egoísmo y la entrega, entre la seducción del yo y la atracción de Dios, entre el culto a la personalidad y el culto a la verdadera humildad. Normalmente, pero de modo equivocado, se piensa que siendo egoísta se va uno a realizarse, a salvar su identidad, a lograr una personalidad de gran talla. El resultado después de un cierto tiempo es la conciencia de estar buscando lo imposible, la frustración por tantas energías gastadas inútilmente, y ojalá también, al darse cuenta de haber errado el camino, aceptar el propio error y enderezar los pasos por el camino justo. Ese camino justo es el de vaciarse de sí para llenarse de Dios, el de darse a los demás desinteresadamente sin buscar compensaciones de ningún género, es el de la humildad profunda de quien sabe y acepta que todo lo que es y tiene proviene de Dios y lo debe poner al servicio de los demás. Éste es el camino de la salvación. Éste es el camino de la auténtica realización del hombre. Éste es el camino de la paradoja cristiana. Hermano, caminemos juntos y alegres por él. Es el camino que Cristo nos ha enseñado a sus discípulos.

Domingo vigésimo quinto del TIEMPO ORDINARIO 24 de septiembre del año 2000

Primera: Sab 2, 12.17-20; segunda: Sant 3, 16-4,3 Evangelio: Mc 9, 30-37

NEXO entre las LECTURAS

Jesucristo con su persona, con su enseñanza y su vida ha traído un cambio al mundo del hombre. En este cambio se centran de alguna manera los textos litúrgicos del actual domingo. Al impío que no entiende ni acepta la vida del justo se le pide implícitamente un cambio de actitud (primera lectura). Los discípulos de Jesús necesitan cambiar de mentalidad ante las enseñanzas sorprendentes de su Maestro (evangelio). Santiago propone a los cristianos un programa espiritual que implica un cambio en el estilo de vida que antes llevaban (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Cambiar la actitud. ¿Cuál es la actitud del impío para con el justo? ¿Del pagano o del judío renegado que vivía en Alejandría de Egipto para con el judío fiel a la ley que regula toda su vida? Según el libro de la Sabiduría, el impío piensa que el justo es un fastidio para él, porque es la conciencia crítica de su obrar; en lugar de admirarle e imitarle, como debería, prefiere someterle a prueba; incluso a la prueba de la muerte, saltándose las leyes humanas y divinas, para ver si el Dios en quien confía le protege y le salva. En los versículos 21 y 22 del mismo capítulo se añade: "Así piensan, pero se equivocan... No conocen los secretos de Dios". Se equivocan. Su actitud no corresponde a la que Dios quiere. Hay, por tanto, que cambiar. El justo, el fiel, el santo ha de ser admirado y propuesto como modelo digno de imitación. Es verdad que el hombre fiel es un reclamo a la conciencia, pero esto debe ser causa de alegría y de gratitud. ¿Por qué no acudir a Dios con la confianza del justo en lugar de ponerle a prueba incluso con la muerte?

Cambiar la mentalidad. A los discípulos de Jesús no les entra en la cabeza el que su Maestro tenga que pasar por el túnel del sufrimiento, que para ser el primero se haya de ser el servidor de todos, que en las nuevas categorías del Reino de Cristo el niño ocupe un lugar primordial. No es fácil para ellos dejar la concepción en la que se habían educado desde su infancia. Pero si quieren ser discípulos de Cristo tienen que cambiar. Han de aceptar que el sufrimiento es camino de redención para Jesucristo y lo sigue siendo para los cristianos. Se han de convencer vitalmente que el servir no es un favor que se hace alguna vez, sino el estilo habitual de ser cristiano y de vivir en cristiano. Deberán olvidar que el niño es algo que no cuenta en la reunión de los mayores, para llegar a la certeza de que acoger a quien no cuenta, al marginado, al débil, al necesitado es acoger a Cristo y mediante Cristo al mismo Padre celestial. El trato y la compañía de Jesús, por un lado, y la acción del Espíritu, por otro, realizarán el milagro.

Cambiar de vida. Si cambiar el modo de pensar es difícil, mucho más lo es el cambio de vida. El Bautismo y la Eucaristía reestructuran al hombre por dentro, le infunden un nuevo modo de ser y un principio nuevo de actuación. En ello está la base del cambio de vida, pero este cambio requiere gracia de Dios, trabajo humano, tiempo para que las nuevas estructuras sean vitalmente asimiladas y configuren día tras día, acción tras acción, el comportamiento humano. Sólo cuando se haya logrado la nueva configuración existencial, "la sabiduría que viene de arriba, que es pura, pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía" guiará el obrar humano y cada uno de sus actos. Sin esta configuración que requiere gracia, esfuerzo y tiempo, las viejas estructuras seguirán vigentes y con ellas actuar conducido por las contiendas, las codicias, los deseos de placeres, las envidias. Cambiar la vida es la gran tarea del cristiano, llevada a cabo con constancia y entusiasmo.

 

SUGEREncias PASTORALES

 

Cambiar desde Dios. La cultura en la que vivimos y la mentalidad de nuestros contemporáneos está hecha al cambio. Se cambia más fácilmente que antes de trabajo, de ordenador, de coche, de casa, de país... Se cambian también los modos de pensar y vivir, los valores de comportamiento, y hasta la misma religión. El cambio está a la orden del día, y quien no cambia, pronto pasa a formar parte de los retros. El cambio, al contrario, es propio de los progres, que parece que lo llevan en el DNA. Pero, ¡claro!, no todo cambio es bueno para el hombre. Ni todo cambio indica progreso. Hay cambios que son una desgracia: que lo cuenten si no tantos emigrantes, obligados por la necesidad a dejar sus patrias; que lo digan tantas jovencitas obligadas a vender su cuerpo en el supermercado de la prostitución; que lo griten tantos niños obligados a trabajar en condiciones inhumanas o raptados para comerciar con sus órganos. ¡Esos cambios gritan al cielo! El cambio al que la liturgia nos invita es el cambio desde Dios. Es decir, aquel cambio que Dios quiere y espera del hombre para que sea más hombre, para que viva mejor y más plenamente su dignidad humana. El cambio que Dios quiere es el de la injusticia a la justicia, del abuso al servicio de los demás, de la infidelidad a la fidelidad, del odio al amor, de la venganza al perdón, de la cultura de muerte a la cultura de la vida, del pecado a la gracia y a la santidad.

Tu programa de vida. Con mayor o menor claridad, todo hombre se traza un propio proyecto de vida. Qué quiere ser, qué quiere hacer, a qué valores no puede renunciar, de qué medios servirse. Pienso que todo cristiano debería tener un pequeño proyecto o programa de vida en su condición precisamente de cristiano. Qué voy a hacer por Cristo y por mis hermanos. Qué valores voy a proponer a mis hijos. Por qué valores voy a luchar en mi vida personal, familiar, social. Cuánto tiempo voy a dedicar a mi misión de apóstol de Jesucristo dentro de mi comunidad parroquial, diocesana, dentro del movimiento al que pertenezco. Qué iniciativa, pequeña o grande, voy a proponer para fomentar el sentido de Dios, para promover las vocaciones al sacerdocio o a la vida consagrada, para visitar y atender a los enfermos o a los que viven solos en mi barrio, en mi parroquia. No es necesario que sea un programa grande, completo. Haz un pequeño programa para un año. Un programa que te ayude a crecer en tu vida espiritual: dedicar, por ejemplo, un tiempo diario a la oración, o confesarte con más frecuencia y regularidad, o luchar con más decisión y energía contra el vicio del alcohol o de la droga blanda. Un programa que te mantenga activo en tu misión eclesial: dar catequesis, formar parte del coro parroquial, prestar más atención a la educación espiritual y moral de tus hijos. Al final del día, o al menos de la semana, reflexiona un poco sobre cómo lo has cumplido. ¡Cuánto bien puede hacer un pequeño programa!

 

 

Domingo vigésimo sexto del TIEMPO ORDINARIO 1 de octubre del año 2000

Primera: Num 11, 25-29; segunda: Sant 5, 1-6 Evangelio: Mc 9, 38-43.47-48

NEXO entre las LECTURAS

Los textos de hoy hacen todos referencia a la vida comunitaria, sea en el pueblo en marcha hacia la tierra prometida, sea en la comunidad eclesial. La primera lectura habla de la donación del Espíritu de Dios a los setenta jefes del pueblo en camino por el desierto. En el evangelio se reflejan ciertos aspectos de la vida de los discípulos y de los primeros cristianos en sus relaciones internas y en las relaciones con los que no pertenecen a la comunidad cristiana. Santiago se dirige al final de su carta a los miembros ricos de la comunidad para recriminar su conducta y hacerles reflexionar sobre ella a la luz del juicio final.

 

MENSaje DOCTRINAL

Una comunidad imperfecta. Lo primero que salta a los ojos, leyendo los textos de hoy, es que la comunidad cristiana primitiva y ya antes la comunidad judía del desierto están marcadas por la limitación e imperfección. Resulta evidente la intolerancia exclusivista respecto a quienes no pertenecen al propio grupo sea por parte de Josué : "Mi señor Moisés, prohíbeselo" (primera lectura) sea por parte de Juan: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo" (evangelio). Otro punto es el escándalo que algunos miembros "fuertes" y "grandes" de la comunidad dan a los "pequeños", poniendo en peligro su fe sencilla y su misma pertenencia a Cristo (evangelio). Entre quienes causan un escándalo imponente están los ricos, que ponen la seguridad en sus riquezas. Y que además se aprovechan abusivamente de los pobres, no pagando diariamente el salario a los obreros, entregándose al lujo y a los placeres, pisoteando en perjuicio del pobre la ley y la justicia (segunda lectura). Aprendamos una cosa: ninguna comunidad cristiana concreta está exenta de imperfecciones, debilidades y miserias. El Papa ante esta realidad nos invita, de cara al pasado a purificar la memoria, y de cara al presente al arrepentimiento y a la renovación. Una comunidad imperfecta nos hace vivir más conscientes de que el Espíritu de Dios, no el hombre, es el alma que la vivifica y santifica con su presencia y sus dones.

Una comunidad, reflejo de Cristo. Ante todo, se ha de recalcar la gran tolerancia, o mejor dicho, la enorme apertura de espíritu de Jesucristo frente a quienes no pertenecen al grupo, a la comunidad creyente. "No se lo impidáis", dice Jesús a Juan y a los discípulos. Este comportamiento de Jesús halla su prefiguración en el de Moisés, al saber que su espíritu ha sido comunicado a Eldad y Medad que no pertenecían al grupo de los setenta: "¿Es que estás tú celoso por mí? ¡Ojalá que todo el pueblo de Yahvéh profetizara porque Yahvéh les daba su espíritu!". Jesús motiva su postura con dos reflexiones: 1) Quien invoca mi nombre para hacer un milagro, no puede luego inmediatamente hablar mal de mí. La persona de Jesús ejerce un influjo universal, no puede quedar encerrada dentro de los límites institucionales. 2) Quien no está contra nosotros, está con nosotros. Y esto es verdad, incluso cuando no se pertenece a la misma comunidad de fe. Por otra parte, dentro de la comunidad las relaciones entre los diversos miembros han de regirse por el mandamiento de la caridad. Esa caridad que podríamos llamar "pequeña", moneda corriente para la convivencia diaria. Simplemente, por ejemplo, dar un vaso de agua con la única intención de vivir la caridad cristiana. Otra forma de vivir la caridad es evitando el escándalo. Por amor hacia el hermano uno debe estar dispuesto a acabar con cualquier cosa que lo pueda dañar. En las relaciones intraeclesiales debe reinar también la justicia entre los dueños de las tierras y los asalariados. Los ricos, por su parte, han de ser muy conscientes de que sus riquezas no son tanto para gozarlas y despilfarrarlas cuanto para ponerlas al servicio de los necesitados.

 

SUGEREncias PASTORALES

La libertad del Espíritu. En el catecismo de la Iglesia se nos enseña que "todo lo bueno y verdadero de las diversas religiones lo aprecia la Iglesia como un don de aquel que ilumina a todos los hombres, para que al fin tengan vida" (C.E.C. 843). El Espíritu es como el alma de la Iglesia, pero sin carácter exclusivo ni excluyente. El Espíritu goza de autonomía para actuar más allá del cuerpo eclesial. Los hijos de la Iglesia hemos de tratar de conocer y de sentirnos llenos de gozo por las manifestaciones y la impronta del Espíritu en otras religiones. Todo lo que nazca de la acción del Espíritu, donde quiera que sea, será bueno, santo y verdadero. Es verdad que junto a la acción del Espíritu y mezcladas con ella están las acciones humanas, con toda su imperfección e incluso pecado. Por eso, es necesario el discernimiento, esa capacidad de saber distinguir y separar la obra del Espíritu de la acción de los hombres. Distinguir y separar, pero no eliminar. "No apaguéis el Espíritu", nos exhorta san Pablo. En la coyuntura actual de la sociedad y de la Iglesia –y seguramente esta situación se acentuará en el futuro– es importante que los cristianos sepamos acoger la libertad del Espíritu. Es importante, además, que seamos educados, ya desde pequeños, a la tolerancia y libertad de espíritu, pero sobre todo a la prudencia y al discernimiento cristianos. ¿Has tenido alguna oportunidad, en la escuela, en el trabajo, en las relaciones de amistad, de ejercitarte en la tolerancia, el respeto, la prudencia y el discernimiento?

Autoridad y riqueza en la Iglesia. En la Iglesia sólo algunos han sido llamados por Dios para ejercer la autoridad institucional, pero todos tenemos el derecho y el deber de ejercer la autoridad de la santidad. Puesto que el cristiano concibe la autoridad como servicio, la jerarquía practica su servicio mirando por la buena marcha de la comunidad eclesial en la doctrina, en la vida moral, en las acciones litúrgicas. Por su parte, las almas santas ejercen su autoridad sobre la comunidad eclesial entregando con generosidad sus vidas a Dios y a los hombres, atrayendo hacia Dios y hacia el Espíritu a muchos con su comportamiento y testimonio de vida. Son dos modos diversos de ejercer la autoridad, ambos al servicio de toda la Iglesia. Ni qué decir cabe que muchos miembros de la jerarquía, además de la autoridad jurídica de que gozan, sobresalen también por su autoridad moral, por su santidad.

En la Iglesia hay ricos de bienes, y muchos de ellos son a la vez ricos de amor verdadero. En la Iglesia se dan también los pobres en bienes, pero que poseen una riqueza extraordinaria de fe, de amor y de esperanza. Hay también, desgraciadamente, los otros, los ricos de bienes y pobres de amor, los pobres de bienes y ricos en ansias de lucro y de riquezas. No nos engañemos. Los verdaderos ricos en la Iglesia son los santos. Si además de ser ricos en santidad, son ricos en dólares, mucho mejor. Con tal de que los pongan al servicio de todos.

 

Domingo vigésimo septimo del TIEMPO ORDINARIO 8 de octubre del año 2000

Primera: Gén 2, 18-24; segunda: Heb 2, 9-11 Evangelio: Mc 10, 2-16

NEXO entre las LECTURAS

El tema del matrimonio domina la liturgia de este domingo. Por un lado, la ley de Moisés que permite repudiar a la esposa "por algo feo" (según que se interpretase, podría ser la infidelidad conyugal, o hasta una comida mal preparada) (evangelio); por otro lado, Jesús que vuelve a la ley originaria puesta en la naturaleza, según la cual "el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán dos en una sola carne" (primera lectura, evangelio). En la segunda lectura, se nos recuerda que Jesús esposo de la Iglesia se entrega a ella hasta la muerte para purificarla y santificarla con su sangre. De esta manera viene a ser verdadero prototipo del amor esponsal.

MENSaje DOCTRINAL

La victoria sobre la soledad. Es muy emotivo ver cómo Dios, según el libro del Génesis, se interesa por la soledad del hombre. Entendemos que Dios no ha creado al hombre para vivir en soledad, sino en relación, en compañía. La compañía de los animales domésticos es buena, no viene criticada, pero es insuficiente. Adán da a cada uno su nombre; con ello se quiere significar que ejerce dominio y señorío sobre ellos. Pero no basta. Es una relación de dominio, es una relación dispar, que no da plenitud de realización y de gozo al ser humano. La única relación plena, satisfactoria, regocijante, es la relación con quien es igual que él, "carne de su carne". Es la relación propia de los seres humanos. El grado sumo de esta relación es la relación matrimonial del varón y la mujer, por la que "los dos llegan a ser una sola carne". El matrimonio no es, pues, la única forma de relación ni el único modo de vencer la soledad. La relación de amistad, de compañerismo, de hermanos en religión, etc., vence también la soledad del hombre. Sin embargo, el matrimonio y la familia son instituciones naturales en las que la victoria sobre la soledad puede lograr la máxima altura.

La victoria sobre la división. Estar solo es triste, penoso. Estar interiormente dividido, lo es todavía más. División de la inteligencia y de la voluntad: ¿Me caso o no me caso? División del corazón: De entre todos los chicos y chicas que conozco, ¿quién me puede ayudar más a vencer la soledad y a hacerme feliz? ¿a quién puedo yo ayudar mejor a amar y a ser feliz? División de las experiencias vivas: ¡tantas experiencias con este, aquel o el otro partner, que dejan el alma vacía, el corazón medio roto, la amargura de la frustración, el descontento de uno mismo, la conciencia intranquila o hasta gravemente herida! El matrimonio, vivido en todo su esplendor y belleza, unifica. Unifica las fuerzas de la inteligencia, que se orientan hacia la vida matrimonial y familiar. Unifica las fuerzas de la voluntad, que acepta el querer de la persona amada y tiende a hacerla el bien. Unifica el corazón, centrándolo en el esposo o esposa y en los hijos. Unifica las experiencias de la vida, que son vividas todas en referencia a la experiencia fundamental, que es la experiencia conyugal y familiar. Es verdad que, ya en el matrimonio, se puede uno topar con fuerzas centrífugas que intenten de nuevo dividir, resquebrajar la unidad. Es verdad que pueden existir situaciones extremamente duras y difíciles. En el amor profundo y auténtico que logró, en el momento de casarse, superar la "división", existen recursos y energías para promover y defender la unidad frente a las fuerzas hostiles. Es el amor del que Jesucristo Nuestro Señor es el mejor modelo. En Cristo todo su ser está unificado por el amor a la humanidad, amor que no le ahorra ningún sacrificio. Nadie ama más que aquel que da la vida por el amado. Por el sacramento del matrimonio los cristianos participan del amor con que Cristo Esposo amó a la Iglesia Esposa. Ese amor redentor de Cristo, eficazmente presente en los cónyuges cristianos, les hará superar cualquier tentación de división, y promover la unidad como el mayor bien de los cónyuges, de la familia y de la sociedad.

 

SUGEREncias PASTORALES

Matrimonio: palabra unívoca. Es un principio de sabiduría humana y cristiana dar a cada cosa su nombre. Además de que es un elemento de claridad y transparencia. No se trata de juzgar a nadie; al contrario, como cristianos hemos de ser sumamente comprensivos, aunque hemos de aceptar que en esto, como en otras muchas cosas, se pueden dar prejuicios y posturas ofensivas. De lo que realmente se trata es de hablar con propiedad. Si comenzamos a hablar de "matrimonio de hecho", de "unión libre", de "matrimonio gay" del "derecho a ser diferentes", y a reconocer todo esto jurídicamente, en lugar de disminuir aumentará sin duda la confusión. El matrimonio es una unión estable y libre entre un varón y una mujer, jurídicamente reconocida por el estado (matrimonio civil) y/o por la Iglesia (matrimonio eclesiástico). Lo que no responda a esta definición, no es matrimonio; por eso, convendrá buscarle y darle otro nombre, haciéndolo siempre con respeto y caridad. Evidentemente, el respeto a los que son diferentes es una obligación de todos, pero ese respeto no significa en modo alguno connivencia y mucho menos equiparación de estado. La realidad del matrimonio es algo muy serio y sagrado, como para andar jugando con ella. Quizás por no tener esto en cuenta, sucede lo que está sucediendo con esta institución, cada vez menos parecida a su sentido unívoco. Uno, ignorante, se pregunta espontáneamente qué es lo que está pasando en los parlamentos para que se tomen decisiones a veces sumamente graves, que afectan la naturaleza de las cosas, y el mismo futuro de la familia y de la sociedad. ¿Nos damos cuenta de que poco a poco nos pueden lavar el cerebro? ¿De que el imperialismo político (parlamento) y cultural (mass-media) se nos ha metido en casa, casi sin querer?

Catequesis al cuadrado. La conciencia cristiana y la fidelidad a nuestra vocación misionera nos comprometen a una catequesis al cuadrado, "arrasadora", y a una acción evangelizadora intensa sobre el matrimonio que lleguen a todos, cristianos o no, y que utilicen toda la gama de recursos para realizarla. Hay que "mentalizar" a los niños sobre la naturaleza del matrimonio y su sentido cristiano. Y con mayor razón a los adolescentes, a los jóvenes y a los adultos. Habrá que echar mano de la clase de religión en la escuela, de la catequesis en la parroquia, de la homilía dominical, de la conversación personal en familia o en otros ambientes, de los periódicos y revistas, de la radio, de la televisión y del internet. Hemos de duplicar la catequesis y la labor evangelizadora, para superar en acción masiva y en eficacia a quienes hacen propuestas equívocas sobre el matrimonio, que tanto perturban y desconciertan a la gente sencilla. Se suele decir que la mejor arma defensiva es el ataque. Y el ataque en este campo del matrimonio es la verdad de nuestra fe. Digamos la verdad sin miedo, seguros de la victoria.

 

Domingo vigésimo octavo del TIEMPO ORDINARIO 15 de octubre del año 2000

Primera: Sab 7, 7-11; segunda: Heb 4, 12-13 Evangelio: Mc 10, 17-30

NEXO entre las LECTURAS

Entre tantos valores que el hombre encuentra en su existencia, ¿cuál es el valor más importante, el valor supremo? El libro de la Sabiduría responde que ella es y posee una valor superior y más precioso que valores como el poder, la riqueza, la salud, la belleza (primera lectura). El encuentro con el joven "rico" permite a Jesús reafirmar el valor superior de su seguimiento sobre los bienes y riquezas de este mundo (evangelio). La autoridad y penetración eficaz de la Palabra de Dios merece ser reconocida como valor supremo, al igual que el mismo Dios (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Valores y jerarquía de valores. Tanto los individuos como las sociedades se rigen por valores, es decir, por todo aquello que es apreciado como un bien y que objetivamente lo es. Los valores personales son los que configuran el modo de ser, de vivir y de actuar de las personas, como los valores sociales son los que configuran el modo de ser, actuar y vivir de una sociedad. Los valores son múltiples y afectan a diversas áreas de la existencia humana (valores vitales, económicos, culturales, morales, religiosos). Ante la variedad y multiplicidad de valores, es necesario establecer un orden entre ellos y por consiguiente una jerarquía. En una auténtica jerarquía los valores religiosos ocupan el primer puesto, luego los morales, los culturales, los vitales y finalmente los económicos. Cualquier cambio en este orden jerárquico, resulta en perjuicio de la persona humana y, en definitiva, de la sociedad. Si por encima del seguimiento de Cristo ponemos los bienes de este mundo (valores económicos), el "bolsillo" mejorará, pero con desventaja y daño de la persona humana y de la fe cristiana. Si la fitness y la belleza se ponen por encima de los valores morales, la sociedad contará con grandes atletas y con cuerpos esbeltos, pero con detrimento de valores más profundamente humanos como la justicia, la honestidad, la lealtad, la fidelidad, la dignidad de la persona. Hasta ahora sólo hemos hablado de valores y jerarquía de valores. Aunque sea de paso, hay que mencionar la existencia también de "antivalores". O sea, de todo aquello que el individuo o la sociedad consideran como un mal, y lo es en realidad. El apego a las riquezas es un mal para el hombre, porque le impide seguir a Jesucristo y poner en Dios su corazón.

Características del valor superior. En primer lugar, el valor superior explica todos los demás y les da sentido y plenitud. El amor a Dios como valor supremo no se opone al valor de los bienes materiales, ni al de la salud ni al de la belleza. Dios quiere que el hombre cuente con los medios necesarios para su vida, cuide su salud y la belleza de su figura. De esta manera, los bienes materiales no son sólo valores económicos, ni la salud y la belleza son sólo valores vitales, sino que adquieren una plenitud que en sí no tienen: forman parte del designio de Dios para con el hombre. La Palabra de Dios y su autoridad no se oponen a la autoridad y palabra de los padres, educadores, gobernantes; más bien, infunde en ellas una fuerza y eficacia que en sí no poseen. En segundo lugar, es Dios quien ilumina la inteligencia humana para ver cuál es el valor superior entre una serie de valores y cómo se ordenan esos valores entre ellos. El hombre a solas, sin la iluminación de Dios, corre el riesgo de construir jerarquías erradas. La primera lectura, por eso, comienza precisamente así: "Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría". En tercer lugar, el verdadero valor siempre termina recompensando con frutos buenos sea para el individuo sea para la sociedad. "Con ella me vinieron a la vez todos los bienes", dice la Sabiduría. Y Jesús responde a Pedro, que representa a los Doce: "Nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno ahora al presente... y en el mundo venidero la vida eterna".

 

 

SUGEREncias PASTORALES

 

Donde está tu valor, ahí está tu corazón. Los valores que rigen la vida de una persona o de una sociedad son el índice de su categoría humana y cristiana. Actualmente, hay algo en nuestro ambiente que nos debe hacer reflexionar: en las estadísticas sobre los intereses y valores de los ciudadanos, ¿cuáles son los valores que más interesan y preocupan? En muchísimos, la salud; en otros muchos, el trabajo; no pocos se muestran preocupados también por el ambiente. Luego vienen los demás. ¿Nos damos cuenta de que en una recta escala de valores no son éstos precisamente los que ocupan el vértice? Al contrario, son valores económicos, vitales, que están en la base de la pirámide jerárquica. Ahora bien, donde están tus valores, ahí está tu corazón, es decir, toda tu persona (inteligencia, voluntad, afectividad, sensibilidad). Vales lo que valen tus valores. Si tu valor predominante es la salud, en cuyo altar sacrificas los demás valores, tu categoría humana y cristiana será más bien baja. Si tu valor predominante es Dios, entonces te elevas a una grande categoría humana y cristiana que se reflejará luego en tu vida moral, en tu trabajo, en tu familia, en el mismo cuidado de tu salud. Tengamos esto muy presente: Dios como valor supremo nos impide despreciar los demás valores; más aún, nos manda positivamente estimarlos, cuidarlos, buscarlos ordenadamente. Dios como valor supremo es la máxima riqueza del hombre.

Se vive de valores. No es indiferente para los hombres y para los pueblos el que predominen unos u otros valores. Primero, porque los valores influyen y conforman la mentalidad de un individuo o de un grupo. Pero sobre todo porque los valores determinan la vida. Vivirás según que sean tus valores. Si tus valores predominantes son los vitales, todas tus actividades estarán determinadas por ellos, es decir, por una buena salud y un ambiente sano. ¿Para qué se trabaja? Para contar con medios que permitan estar en forma. ¿Para qué se reza? Para pedir a Dios salud. ¿Por qué se evita la droga, el alcohol, el tabaco? No por el desorden moral que implican, sino porque perjudican la salud. ¿Por qué partido se vota? Por aquel que asegure el mejoramiento de la sanidad y del ambiente. La salud se convierte en el eje a cuyo alrededor gira todo lo demás en la vida, y a cuyo valor se sacrifica cualquier otro valor. ¿Cuáles son los valores que gobiernan y dirigen tu vida? En tu medio ambiente (familiar, parroquial, comunitario), ¿cuáles son los valores supremos? ¿Qué puedes hacer para que los valores religiosos sean cada vez más en ti y en tus amigos, familiares, compañeros de clase o de trabajo, los valores que tengan el primer puesto en la escala de valores?

 

 

 

Domingo vigésimo nono del TIEMPO ORDINARIO 22 de octubre del año 2000

Primera: Is 53, 2a.3a.10-11; segunda: Heb 4, 14-16 Evangelio: Mc 10, 35-45

NEXO entre las LECTURAS

La expresión servir para redimir sintetiza el contenido sustancial de la liturgia de hoy. "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, nos dice Jesús en el evangelio. Jesús nos precede a todos en el servicio, realizando en sí la figura del siervo de Yahvéh, despreciado, marginado, hombre doliente y enfermo, que se da a sí mismo en expiación (primera lectura), y la figura de Sumo Sacerdote que puede compadecerse de nuestras flaquezas porque ha sido tentado en todo como nosotros, excepto en el pecado (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Poder y servicio. Jesús en el evangelio parece contraponer dos concepciones de la sociedad y de las relaciones entre los hombres. Una de ellas, vertical, centrada en el poder; un poder que resalta la diferencia entre los poderosos y los que de poder carecen, entre los que dominan y los que son dominados, entre los opresores y los oprimidos. Esta concepción va contra las exigencias más perentorias de la naturaleza libre del hombre, sólo puede mantenerse con la fuerza de las armas, y lleva dentro de sí el virus mortal que la destruirá. A esta concepción Jesucristo opone la suya, la que él ha venido a traer al mundo con su presencia, la que quiere dejar como herencia a sus discípulos. La concepción de Jesús es horizontal, pone de relieve la igualdad entre todos y se centra en el servicio. Un servicio generoso, hasta ser bautizados con Cristo en la sangre del martirio y beber juntamente con él el cáliz de la pasión. Nadie está obligado a servir, porque nadie es obligado a amar, y el servicio expiatorio y redentor de Cristo y de sus discípulos surge de la fuente del amor auténtico. La fuerza de las armas viene sustituida en esta nueva sociedad por la fuerza del amor verdadero, el arma más eficaz de la historia y de las relaciones entre los hombres y las naciones, pero no pocas veces desconocida, despreciada, abandonada, destruida. La sociedad victoriosa con las armas del amor no está contaminada, no tiene ningún virus que la carcome. Es una sociedad sana, libre, amable, solidaria. Ésta es la sociedad por la que Dios se hizo presente entre nosotros en la vida de Jesús de Nazaret; esta sociedad es la razón de ser de la Iglesia y de todos los que a ella pertenecemos. No es utopía, es evangelio, buena nueva de Dios. ¿Seremos tan mezquinos de dejar que se convierta en utopía lo que es la esencia misma del cristianismo?

Caracteres del servicio cristiano. 1) El servicio cristiano, como viene expuesto en los textos litúrgicos de este domingo, se caracteriza primeramente por ser expiatorio y redentor. Es la experiencia del siervo de Yahvéh (primera lectura), quien, por haber conocido en su vida el sufrimiento y la prueba, justificará a muchos y llevará sobre sí sus culpas. Es la experiencia histórica de Jesús, que ha venido no a ser servido sino a servir y a dar su vida en redención y rescate de muchos (evangelio) y que, como sumo sacerdote de la Nueva Alianza ha experimentado el sufrir, siendo como es uno de nosotros igual a nosotros en todo, menos en el pecado (segunda lectura). 2) El servicio cristiano es también participativo. Cristo siervo desea vivir y estar presente en medio de una comunidad de siervos. Por eso, entre los cristianos el primero ha de ser el siervo de todos, es decir, ha de ser el primero en el servicio. Esto no es algo opcional, es ley constitutiva de la comunidad cristiana. 3) Finalmente, el servicio es eficaz y fecundo. Fue eficaz y fecundo en la vida del siervo de Yahvéh, que "por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará". Fue fecundo y eficaz entre los primeros cristianos, que se consideraban, como Pablo, siervos de Cristo en el servicio a los hermanos, y que formaron comunidades fundadas en el amor y en la solidaridad. Fue eficaz y fecundo en Jesús que como sumo sacerdote penetró en los cielos y ahora está sentado en el trono de gracia para bien y beneficio nuestro. A ese trono todos los hombres tienen acceso y desde él, Jesucristo sirve a la humanidad el tesoro de su gracia y de su misericordia.

 

SUGEREncias PASTORALES

 

 

Cristiano, o sea, servidor. Es indudable que en el cristianismo actual hay una mayor conciencia de la Iglesia como comunidad de servicio, de cada cristiano como servidor, aunque puede haber individuos o grupos en que esta conciencia esté disminuida o casi no exista. Esta conciencia es una gran riqueza de la Iglesia de nuestro tiempo. Una conciencia que recorre el cuerpo entero eclesial. Demos gracias al Señor porque esta conciencia es ya un fruto de su gracia redentora. La conciencia, lo sabemos, es insuficiente. De la conciencia hay que pasar a la vivencia. Y este paso, gracias al Señor, lo han dado también , y lo dan cada día, muchos hijos de la Iglesia. La Iglesia está en primera línea en el servicio a los marginados socialmente (drogadictos, enfermos de SIDA, emigrantes, niños abandonados...). La Iglesia está en primera línea en la ayuda eficaz, por más que sea pequeña, a los países que sufren calamidades naturales, o el terrible flagelo de la guerra. Está en primera línea en el servicio al hombre, sobre todo al hombre indefenso, defendiendo con vigor y constancia los derechos fundamentales del ser humano, particularmente el derecho más fundamental como es el de la vida. La Iglesia está en primera línea en la promoción y defensa de los valores humanos y cristianos. En cada parroquia, en cada diócesis, ¡cuántos modos, a veces muy sencillos, de servir al hombre!

Servir y sufrir. Aunque espiritualmente el servicio puede ser un manantial de alegría, el sufrimiento con sus diferentes rostros no está ausente del servicio. Para servir hay que sufrir. Hay que sufrir la fatiga, el duro esfuerzo del estar dándose en primera fila, la enfermedad incluso. Hay que sufrir muchas veces la humillación, y hasta el desprecio y la ingratitud de aquéllos a quienes sirves. Hay que sufrir, en otras ocasiones, el drama de la enorme distancia entre lo que uno hace al servicio del hombre y las ingentes necesidades de muchos millones de hombres en el mundo. Hay que sufrir quizás la incomprensión de los demás, los comentarios hirientes y a veces mordaces, las interpretaciones equivocadas que algunas personas pueden dar a tu servicio. No es fácil servir sufriendo. Puede hacerse gracias a la fuerza de la meditación orante de la Palabra de Dios que vivifica el espíritu; gracias a la energía que nos viene del pan eucarístico; gracias a una fe gigantesca, que hace descubrir en el hombre, cualquiera que sea, al mismo Cristo vivo y presente entre nosotros en el hoy de nuestra vida. Hermano o hermana que sufres por servir, ¡no tengas miedo! En el servicio sufrido al prójimo encontrarás con toda seguridad a Dios y te encontrarás a ti mismo.

 

 

Domingo trigésimo del TIEMPO ORDINARIO 29 de octubre del año 2000

Primera: Jer 31, 7-9; segunda: Heb 5, 1-6 Evangelio: Mc 10, 46-52

NEXO entre las LECTURAS

Los textos litúrgicos destacan la eficacia de Dios en su acción con los hombres. Dios es eficaz haciendo retornar del exilio a la patria anhelada a numerosos hijos de Israel (primera lectura). Jesucristo, con el poder eficaz de Dios, otorgará la vista al ciego Bartimeo que vence cualquier obstáculo con tal de obtener su gran deseo de ver (evangelio). La eficacia salvífica de Dios se muestra de modo especial en Cristo, sumo sacerdote, que saca a los hombres de la ignorancia y del dolor, y los libra de sus pecados.

 

MENSaje DOCTRINAL

Un Dios eficaz por amor. Eficaz es aquel que logra, por caminos acertados, con los mejores medios y en el menor tiempo posible, todo aquello que se propone. Ésta es una definición aceptable para la mentalidad común. Pero la eficacia de Dios resulta no pocas veces desconcertante. Porque nadie duda de que Dios es eficaz, pero los modos y tiempos de la eficacia divina siguen rumbos ajenos a los humanos. Muchas veces los caminos acertados para Dios no son acertados para los hombres y viceversa. A los judíos no les debió parecer un camino acertado el exilio en Babilonia, pero lo fue para Dios que así manifestó la fuerza de su amor y misericordia haciéndolos retornar a su patria, porque "yo soy para Israel un padre, y Efraín es mi primogénito" (primera lectura). Subir a Jerusalén es hermoso, pero hacerlo en compañía de Jesús que encontrará allí la cruz y la muerte, desafía inevitablemente nuestras categorías humanas y nuestra voluntad de seguimiento. Sin embargo, no cabe duda alguna de que en la cruz refulge la fuerza divina del amor y el amor poderoso del Redentor. Esa eficacia misteriosa del amor redentor continúa viva y vivificadora a lo largo de los siglos hasta nuestros días. A los primeros cristianos debió parecer algo sorprendente que Jesús, en cuanto sumo sacerdote, no proviniera de la tribu de Leví. Pero así la eficacia divina brilló con nuevo fulgor, constituyendo a Jesucristo no sólo sumo sacerdote del pueblo judío, sino de la humanidad entera, a la manera de Melquisedec. Nada hay en la vida más eficaz que el amor, y Dios es Amor. Pero la eficacia del amor, más que con la pura razón, se descubre con el amor puro y sincero.

Los requisitos de la eficacia divina. La liturgia de este domingo nos indica algunos de ellos. 1) Creer y esperar. Los exiliados de Babilonia no podían olvidar las maravillas de Dios en la historia de su pueblo. Dios había mostrado la fuerza de su brazo en el Éxodo y en la conquista de la tierra prometida. Ellos creen y confían que Dios volverá a actuar eficazmente a su favor, aunque no sepan cuándo ni cómo. Bartimeo tiene una fe inmensa en que Jesús, el Mesías descendiente de David, puede curar su ceguera; por eso grita sin temor alguno y con osadía: "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí". Los judíos creían que Dios había concedido al sumo sacerdote, en la fiesta del Yom Kippur, el poder de perdonar los pecados de todo el pueblo. Y los cristianos creemos con absoluta seguridad de que Jesucristo, nuestro sumo sacerdote, destruyó en la cruz los pecados del mundo. Es imposible que Dios manifieste su eficacia en quien no cree en ella. 2) Sentirse necesitado de la fuerza de Dios. Los judíos en el exilio sabían muy bien que por ellos mismos no podrían ser repatriados. Bartimeo era muy consciente de que él nada podría hacer para recuperar la vista. Los judíos, y los cristianos, estamos convencidos de que sólo Dios puede perdonar los pecados. Quien es autosuficiente y no siente necesidad de la fuerza de Dios, no podrá nunca ser testigo de su eficacia en la vida de los hombres y en la historia. 3) Ser coherentes. Si aceptamos la eficacia divina en nuestra vida, hemos de aceptar el ser coherentes con sus exigencias. Es decir, como cristianos hemos de ser una especie de escaparates de la acción eficaz de Dios en nosotros. Los exilados de Babilonia se ponen en camino hacia la Palestina, Bartimeo sigue a Jesús camino de Jerusalén, los cristianos no sólo han sido redimidos por Cristo sumo sacerdote, sino que viven como redimidos.

 

SUGEREncias PASTORALES

¡Señor, que vea! El ciego Bartimeo es figura y símbolo de los discípulos de Jesús en aquel momento histórico, en que Jesús pasó por Jericó, y en todos los tiempos. Frente al misterio de la cruz y de la muerte ignominiosa, los cristianos experimentamos, con no poca frecuencia, la ceguera de Bartimeo, su inmobilismo, su indigencia. "Bartimeo, un mendigo, ciego, sentado junto al camino". ¡Cuántos Bartimeos en nuestro tiempo ante el gran misterio de la pasión y del dolor inocente! Hay mucha ceguera en los hombres ante la injusticia del sufrimiento, como si el no sufrir fuese la cumbre de la perfección humana. A muchos los pies se nos hacen de plomo ante la sola idea de caminar con Cristo hacia la ciudad del dolor y de la muerte. Permanecemos inmóviles en el territorio de nuestro ego, desganados para ponernos en camino hacia la tierra del dolor ajeno. Somos indigentes, inmensamente indigentes de que alguien –o mejor Alguien– nos abra los ojos y nos arranque de nuestra inmovilidad. Cristiano es aquel que no tiene miedo al sufrimiento. Aquél que dice con igual decisión sí a la salud y al bienestar, que sí al sufrimiento y a la tribulación. Porque el sí del cristiano es un sí al misterio de Dios-Amor, y para los que aman a Dios todas las cosas contribuyen a su bien. Ojalá el Señor nos conceda a todos los cristianos repetir una y otra vez: "¡Señor, que vea!". Para que viendo crea, y creyendo siga firmemente tus pasos hacia la cruz.

Seguir a Cristo. Cristiano es aquél que cree en Cristo y camina tras sus huellas. El seguimiento de Cristo no es el seguimiento de una doctrina, v.g. la de Pitágoras, la de Aristóteles o la de Zenón. Cristiano no es tampoco el que sigue un camino de vida trazado en páginas imperecederas, al estilo de los grandes maestros de moral de Oriente y Occidente. Cristiano es el que sigue a una persona, la persona de Jesús de Nazaret. Más aún, cristiano es quien presta a Jesucristo su humana naturaleza para hacerse presente en la historia en el hoy de cada día. En otras palabras, ser cristiano es ser transparencia de Cristo para los demás, dejarse interpretar por él. ¿Somos los cristianos transparencia de Cristo? ¿Eres tú transparencia de Cristo en tu familia, en tu parroquia, entre tus amigos? ¿O eres más bien una desfiguración de Jesucristo? Tomar todos en serio nuestra vocación cristiana ha sido un imperativo histórico desde los inicios del cristianismo. ¿Qué puedo hacer yo para ser transparencia de Cristo en todo lugar y circunstancia? Construyamos una cadena de transparencias de Cristo, para que el mundo, nuestro mundo, sea salvado por el único Salvador.

 

Solemnidad de todos los SANTOS 1 de noviembre del año 2000

Primera: Ap 7, 2-4.9-14; segunda: 1Jn 3,1-3 Evangelio: Mt 5, 1-12a

NEXO entre las LECTURAS

¿Dónde está la identidad cristiana? La liturgia de esta fiesta nos da una buena respuesta. Auténticamente cristiano es aquél que vive el espíritu que anima las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús en el gran discurso del monte (evangelio). Es cristiano de verdad quien lleva el sello de Dios sobre la frente y viste la blanca vestidura lavada en la sangre del Cordero (primera lectura). O todavía mejor, cristiano es el que ha sido hecho hijo de Dios y vive con la ardiente esperanza del encuentro definitivo con el Padre (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Presente y futuro. En la segunda lectura y en el evangelio existe una fuerte tensión entre el presente y el futuro, propia del ser y del obrar cristiano. Hay tensión entre el ahora en que ya somos hijos y el todavía no haberse manifestado lo que seremos después de nuestra muerte; entre la realidad presente de la gracia que actúa salvíficamente en el hombre y el misterio que el futuro nos depara en la presencia e intimidad de Dios. Hay tensión entre la primera y la octava bienaventuranzas, referidas al presente (bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos ES el reino de los cielos; bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos ES el reino de los cielos) y las demás bienaventuranzas, en que la motivación está siempre en futuro: Los mansos poseerán en herencia la tierra, los que lloran serán consolados, los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados, los misericordiosos alcanzarán misericordia, los limpios de corazón verán a Dios, los que trabajan por la paz serán llamados hijos de Dios. Es la tensión de toda existencia cristiana y de la vida misma de la Iglesia. El cristiano por el bautismo YA está salvado, YA es hijo de Dios, YA tiene un pie en el cielo. Pero la condición histórica del hombre por un lado y por otro su libre albedrío dejan la puerta abierta a un futuro desconocido e incierto. ¿Quién puede asegurar infaliblemente al hombre que va a usar bien de su libertad hasta el momento final de su existencia? Por eso, el carácter definitivo de la salvación y de la comunión con Dios no puede dejar de traspasarse al futuro, aunque ciertamente con la esperanza puesta en la misericordia del Padre.

El sello de Dios en la frente. El sello sobre un objeto o sobre un animal indica pertenencia. El sello de Dios sobre la frente del hombre indica a aquellos que han aceptado pertenecer a Dios. Ese sello tiene la letra tau, la última letra del abecedario hebreo que, como la omega en griego, remite a plenitud y cumplimiento. Por eso, el número 144.000 de los sellados por Dios indica la amplitud universal de los salvados, tomados de todos los pueblos y de todos los puntos cardinales. Éstos no sólo pertenecen a Dios, sino que llevan una vestidura blanca lavada en la sangre del Cordero. Es decir, han sido salvados en cuanto que han hecho efectiva en su existencia la obra redentora de Cristo. Por otra parte, la tau tiene forma de cruz griega, con lo que parece obligada la referencia a la cruz de Jesucristo en cuya sangre el hombre pecador ha lavado sus pecados y en cuyo madero Cristo ha clavado la condenación que pendía sobre cada uno de nosotros. Ese divino sello lo recibimos en el momento del bautismo, en el que Dios nos hace hijos de su amor. Ése es el sello de los que están dentro del Reino de los cielos y quieren vivir en él dignamente, encarnando en sí en el largo caminar de la vida las bienaventuranzas. Porque la santidad bautismal no es un árbol ya perfectamente formado, sino una semilla que tiene que crecer y llegar a convertirse en árbol. En la medida en que el Reino de Dios y las bienaventuranzas se desarrollan en nosotros, en esa medida nos vamos haciendo santos y herederos del cielo. La santidad, gracias a Dios, no tiene nada de mágico ni de automático.

 

SUGEREncias PASTORALES

Las bienaventuranzas al revés. Bienaventurados los ricos (los ricos de bienes materiales, los ricos de ciencia y de técnica, los ricos de fama y poder), porque de ellos es el reino de la tierra. Bienaventurados los iracundos, los enojones, los de carácter impositivo, los prepotentes, porque ellos despojarán la tierra de los débiles e impotentes, de los mansos de corazón, de los inútiles e incapaces. Bienaventurados los que ríen y aquellos a quienes la vida y todo el mundo sonríe, porque ellos piensan tener ya el paraíso en la tierra y no necesitarán ser consolados. Bienaventurados los que no tienen hambre ni sed de justicia, porque ya están saciados de injusticias, de mezquindad y de maldad. Bienaventurados los inmisericordes, los duros de corazón, porque ellos no necesitan misericordia, porque ellos no aceptan la debilidad de la dulzura y de la piedad. Bienaventurados los contaminados por amores manchados, por amores ilícitos, por amores marcadamente egoístas, porque ellos quedarán ciegos para las cosas de Dios, para todo lo que sea altruista, espiritual y divino. Bienaventurados los que trabajan por la guerra, los violentos, los constructores de armas y misiles, porque ellos serán llamados hijos de Marte, héroes de la metralleta, y están colaborando en la construcción de un futuro nuevo, cuya ley fundamental será la ley de la selva. Bienaventurados los que escapan a la justicia de los hombres por medio de influencias o de tangentes, porque de ellos es el reino de este mundo y viven en este mundo como reyes. El poner las bienaventuranzas al revés nos puede ayudar para valorar mucho más toda la energía revolucionaria, toda la fuerza imponente de las bienaventuranzas de verdad. Es la diferencia que existe entre un hombre santo y un criminal.

El cielo. Hay quienes quieren hacer un cielo de la tierra y otros que quieren hacer una tierra del cielo. Ambas posiciones distan mucho de la discreción cristiana ante el misterio infinito que se nos escapa. Hemos de anhelar ardientemente el cielo, pero hemos de respetar con corazón sencillo e inteligencia iluminada su carácter misterioso. Hemos de confesar que quienes han querido construir en la tierra un cielo, se equivocaron tan rotundamente que les salió un infierno. Pero hemos de admitir igualmente que quienes han subido la tierra hasta el cielo, han perdido radicalmente la brújula del misterio. No queramos suplir nuestra ignorancia del cielo adobándolo con especias de la tierra. Aceptemos lo que ignoramos y los límites de lo que sabemos. Porque sabemos que el cielo se resume en la comunión eterna de los salvados con Dios unitrino y con todos los hermanos que aceptaron en sus vidas la salvación de Dios. Sabemos que esa comunión proporcionará a cada uno en su individualidad y como miembros de la Iglesia celeste el máximo de felicidad de que puede gozar. Sabemos que gozaremos de esa felicidad divina con nuestro ser integral, cuerpo y alma. Aceptemos esta docta ignorancia con fe y con amor.

 

CONMEMORACIÓN de los FIELES DIFUNTOS 2 de noviembre del año 2000

Primera: Is 25, 6-9; segunda: Rom 5, 5-11 Evangelio: Jn 6, 37-40

NEXO entre las LECTURAS

La liturgia en la conmemoración de los fieles difuntos canta la victoria de Cristo y del cristiano sobre la muerte. En efecto, en la segunda lectura san Pablo dice a los romanos que Cristo murió por nosotros y de esa manera, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la ira, es decir, venceremos con Cristo el pecado y la muerte. A esta victoria alude Isaías (primera lectura) cuando enseña que el mismo Dios: "Vencerá la muerte definitivamente, y enjugará las lágrimas y el llanto". El cristiano recibe de su Señor y Maestro el alimento que ya en esta tierra es alimento de vida eterna: la eucaristía pan de vida, anticipación de la vida con Dios después de la muerte (evangelio).

MENSaje DOCTRINAL

La muerte ha sido vencida. La realidad más dramática de la existencia humana es tener que morir, teniendo en el alma sed de inmortalidad. Esa muerte no es sólo dramática, es también en no pocas ocasiones absurda, cuando viene segada una vida joven y prometedora, cuando a pagar el salario a la muerte es una vida inocente, cuando la muerte llega inesperada, cuando troncha un porvenir magnífico, cuando crea un agudo problema en la familia, cuando... El dramatismo y la absurdez aumentan cuando se carece de fe o ésta es mortecina, casi completamente apagada. En este caso, todo se derrumba, porque se vive como quien no tiene esperanza. En ese caso, la muerte lleva en su mano la palma de la victoria y la vida termina bajo la losa de un sepulcro, dejando a los vivos en la desesperación y en la angustia sin sentido. La fe cristiana, en cambio, nos dice que la muerte es un túnel negro que termina en un nuevo mundo de luz y de vida esplendorosas. Nos dice que la muerte es ciertamente una pérdida, por parte de quien se va (pierde su relación con el mundo) y por parte de quien se queda (pierde un ser querido), pero una pérdida que Dios es capaz de transformar, de forma a nosotros desconocida, en ganancia, porque la muerte del hombre como en el caso de la crisálida desemboca en vida. En Cristo resucitado, vencedor de la muerte, todos hemos ya comenzado, en cierta manera, a vencer la muerte mediante la participación en su resurrección.

Eucaristía y vida. El cristiano, como cualquier otro ser humano, siente día a día el paso del tiempo sobre su cuerpo, el acercarse del encuentro definitivo con la realidad de la muerte, la llamada constante de la tierra. El cristiano no está exento de todo lo que eso significa existencialmente para todo hombre, en su unidad psicosomática. Mientras se va acercando al atardecer de la vida, el cristiano experimenta, sin embargo, a un nivel profundo la llamada de la vida divina, la voz del Padre que le dice: ¡Ven! Esta experiencia se hace, sin lugar a duda, en la oración personal en que cada uno habla de corazón a corazón con el Padre que llama, con el Hijo que salva, con el Espíritu que vivifica. Esta experiencia se profundiza en la recepción del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo en la Eucaristía. Porque el cristiano, cuando come del pan y bebe del cáliz, recibe a Cristo vivo, en su humanidad y en su divinidad, prenda y anticipación de la gloria del cielo. Y porque, cada vez que se celebra la Eucaristía se realiza la obra de nuestra redención y "partimos un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto no para morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre"(S. Ignacio de Antioquía, Eph 20, 2), como nos recuerda el Catecismo (CIC 1405). El ansia de inmortalidad y de vida eterna que anida en cada uno de los hombres y mujeres del planeta viene satisfecha, lenta pero de modo continuo y eficaz, por la extraordinaria experiencia de vida nueva que va apoderándose del hombre al contacto frecuente con la Eucaristía. Con la Eucaristía bien recibida va creciendo en el hombre la vida, la vida nueva de Cristo resucitado y glorioso en el cielo.

 

SUGEREncias PASTORALES

La virtud de la esperanza. Esperar es desear aquello que todavía no se posee. Y está pidiendo entregarse con toda el alma a conseguirlo lo antes posible. Existe la esperanza humana con un horizonte puramente temporal. El estudiante espera obtener buenas calificaciones en los exámenes; el joven espera casarse y formar una hermosa familia; el enfermo espera recuperarse prontamente, mientras el sano espera no enfermar; el marinero espera llegar a casa y abrazar a su esposa y a sus hijos; el misionero espera poder construir una iglesia para sus fieles desprovistos de ella; el sacerdote espera que se llene su parroquia en todas las misas del domingo, etcétera. Estas esperanzas humanas, buenas y perfectamente legítimas, Dios las completa en los cristianos concediéndonos la virtud teologal de la esperanza. Esta esperanza cristiana tiene su meta principal y definitiva en el cielo, a donde todos esperamos llegar con la ayuda de Dios, al terminar nuestra vida terrena. Pero la esperanza cristiana tiene también sus metas parciales, más pequeñas, y que están ordenadas a la última meta. Por ejemplo, la esperanza del niño de hacer la primera comunión o la de la joven novicia por hacer la profesión religiosa; el esfuerzo y la esperanza de un párroco para que sus parroquianos vayan a misa los domingos, o la esperanza de una catequista de que sus alumnos asimilen bien la fe y la vida cristiana, etcétera. Tengamos por seguro que la esperanza, cuando es auténtica, cuando Dios nos la infunde, no engaña jamás ni decepciona a quien en ella pone su confianza.

La muerte no es lo peor. Quien no tiene fe puede fácilmente pensar que la muerte es el mayor mal, porque con ella se vuelve a la nada, al mundo del no ser. El buen cristiano mira a la muerte con otros ojos, porque la muerte no es el aniquilamiento del ser sino la puerta para un nuevo modo de ser y de vivir para siempre. Los cementerios cristianos no son sólo lugares del recuerdo, son sobre todo lugares de esperanza, lugares desde los que sube hasta Dios el anhelo de eternidad de los hombres. Por eso la muerte no es el peor de los males, ni mucho menos el mal absoluto. El mayor mal del hombre es el pecado, es el mal uso de la libertad, es la voluntad de rechazar a Dios ahora en el tiempo y luego para siempre en el más allá. Los mártires son esos hombres que con su vida y su muerte nos están diciendo que vale la pena morir para no pecar, para no ofender a Dios y a nuestra vocación cristiana. Por eso, los mártires tienen que tener un lugar mayor en la educación cristiana de los niños y de los jóvenes. Ellos con su muerte por la fe nos están gritando que la muerte no es lo peor ni tiene la última palabra. Cristo, el Viviente, nos espera con los brazos abiertos del otro lado de la frontera.

 

Domingo trigésimo primero del TIEMPO ORDINARIO 5 de noviembre del año 2000

Primera: Deut 6, 2-6; segunda: Heb 7, 23-28 Evangelio: Mc 12, 28b-34

NEXO entre las LECTURAS

"Amarás al Señor tu Dios..."; "amarás al prójimo...". Éste es el mensaje de la liturgia hodierna y la esencia del amor cristiano. Éste es el mandamiento más grande de todos (primero amor a Dios y segundo amor al prójimo), nos dice Jesús en el evangelio. En la primera lectura, el pueblo de Israel confiesa su fe en el Dios único y, a partir de ella, profesa su amor total y exclusivo a Yahvéh. Jesucristo, nuestro sumo sacerdote, manifiesta lo que enseña ofreciéndose a sí mismo al Padre para salvación de los hombres e intercediendo en el cielo a nuestro favor.

MENSaje DOCTRINAL

 

Un amor "nuevo". La respuesta de Jesús al escriba que le ha preguntado sobre cuál de entre los 613 mandamientos que existían en su tiempo era el primero y más importante está tomada del Antiguo Testamento. La primera parte la toma del Deuteronomio, correspondiente a la primera lectura de este domingo; la segunda, del libro del Levítico, referida al amor al prójimo (19,18). La novedad del amor cristiano no está en el contenido, ya conocido y revelado por Dios. La novedad se funda en la unión indisoluble entre ambos mandamientos, haciendo de ellos uno solo: "No existe otro mandamiento (obsérvese el singular) mayor que éstos". El amor a Dios y el amor al prójimo no son dos corceles que cada uno corre por su cuenta en el estadio de la vida. Más bien, están uncidos a un mismo carro sobre el cual el hombre corre por la historia y la atraviesa en marcha hacia su destino y su fin en la eternidad. Para que sean cristianos, estos dos amores deben llegar a constituir un único amor inseparable. Este amor cristiano es "nuevo" además porque en él se resumen y estructuran todos los otros preceptos existentes en el mundo judío, como también todos los mandamientos, leyes y preceptos de la existencia cristiana en cada momento de la historia. El lazo del amor es el lazo de la perfección. Y desde el amor todos los preceptos se revisten de la hermosura y de la perfección misma del amor. El texto evangélico termina diciendo: "Y ninguno se atrevía a hacerle preguntas", para indicar que la respuesta ha dado en el clavo, y por tanto cualquier otra pregunta sale sobrando. Nosotros, los cristianos, ese amor "nuevo" lo descubrimos en la cruz de Cristo, donde nuestro sumo sacerdote se ofrece como víctima de amor al Padre por amor a los hombres pecadores (segunda lectura).

Un culto "nuevo". El escriba, haciéndose eco de las palabras de Jesús, replica: "El amor a Dios y el amor al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios" (evangelio). Un culto "nuevo" parece insinuarse en estas palabras; un culto, donde los holocaustos y sacrificios no valen por sí, sino sólo en cuanto expresión de amor y en cuanto predisposición para el amor sea a Dios sea al prójimo, o mejor quizá, a Dios en el prójimo y al prójimo en Dios. En este sentido, no importa que el templo de Jerusalén desaparezca, sea destruido, porque donde exista el amor verdadero, el amor "nuevo", podrá continuar el culto "nuevo", en el que las víctimas no serán los animales (toros y machos cabríos) sino el hombre en la profundidad interior de su ser y de su persona. Ese culto "nuevo" no necesita de muchos sacerdotes (en el templo de Jerusalén había diariamente cientos de sacerdotes ejerciendo su oficio), sino de uno solo, Jesucristo, sumo y eterno sacerdote ante el Padre para redimir a los hombres. Los sacerdotes de la nueva alianza no aumentan el número, sino que prolongan en el tiempo el único sacerdocio de Jesucristo. Parafraseando a san Agustín, el templo "nuevo" en espíritu y en verdad, exige un culto "nuevo" también en espíritu y en verdad; el culto "nuevo" reclama un corazón "nuevo", que cante con un cántico "nuevo" con los labios, pero sobre todo con la vida.

 

SUGEREncias PASTORALES

En la cruz de Cristo se unen para siempre el madero vertical, amor a Dios, y el madero horizontal, amor al prójimo. No existe la cruz sin la unión de ambos maderos. No existe el amor cristiano sin la unión de ambos amores en el único misterio de la cruz. Es importante esta afirmación porque no es pequeña la tentación de separar lo que Jesucristo ha unido para siempre. La tentación de amar tan exclusivamente a Dios que nos olvidemos de los hombres; o la tentación de amar tan exclusivamente a los hombres que nos olvidemos de Dios. Esta tentación, si no es vencida, trae consigo consecuencias bastante dañinas. Por ejemplo, se deja la oración porque "la entrega a los demás y las actividades en favor de los demás son ya oración". O se ha llegado a tal "perfección" en el amor a Dios que se puede con libertad murmurar y hablar mal del prójimo con la conciencia tranquila. Puesto que es mucho más difícil mantener uncidos estos dos amores que separarlos, hemos de estar muy atentos sobre nuestras actitudes y nuestros comportamientos para con Dios y para con nuestros hermanos. Si al final de cada día, cada cristiano examinara su conciencia sobre este amor "nuevo" y se propusiese ir progresando día tras día en el amor, la vivencia del cristianismo mejoraría en muchos de nosotros. Lo más significativo de estos dos amores, vertical y horizontal, es que constituyan una cruz y no una cómoda butaca. La experiencia y la vida de Jesucristo nos dicen elocuentemente que el amor cristiano, llevado a sus últimas consecuencias, termina en una cruz. Desde esa cruz el amor se abre a los cuatro puntos cardinales, se hace universal.

Amor y Eucaristía. El amor de Jesucristo al Padre y a los hombres hasta la cruz y la resurrección se renueva hora tras hora en cada altar donde se celebra la Eucaristía. El amor vertical y horizontal de Jesús, su amor universal, no ha pasado a la historia, sino que la cruza hora tras hora y día tras día hasta el fin de los tiempos. La Eucaristía es el amor redentor de Jesús eternizado, más allá de las condiciones históricas de su pasión y muerte. En la Eucaristía se repite, bajo el velo del sacramento, su pasión de amor en el corazón de la historia. A esta luz se comprenden dos urgencias pastorales: 1) Una catequesis generalizada y permanente, desde los niños hasta los adultos, sobre la riqueza de significado y sobre los frutos estupendos de la Eucaristía. Quien logre descubrir la profundidad del amor de Jesucristo en la Eucaristía, se enamorará de ella seguramente. 2) El despertar en la conciencia de los cristianos que la eucaristía de Jesús es inseparable de la eucaristía de los cristianos. Es decir, que el amor de Jesucristo a Dios y a los hombres en la Eucaristía es un imperativo ineludible para que el cristiano se juegue su vida a la única carta del amor a Dios y al prójimo. El hacer la Eucaristía lleva consigo, en fuerza del dinamismo de la gracia, el hacerse eucaristía.

 

Domingo trigésimo segundo del TIEMPO ORDINARIO 12 de noviembre del año 2000

Primera: 1Re 17, 10-16; segunda: Heb 9, 24-28 Evangelio: Mc 12, 38-44

NEXO entre las LECTURAS

Una actitud de generosidad disponible y confiada acomuna los textos del actual domingo del tiempo ordinario. La generosidad es la actitud de la viuda de Sarepta, que no duda en dar una hogaza a Elías a costa de su propio último sustento (primera lectura). Es también la actitud de la viuda, observada únicamente por Jesús, que deposita todo su haber en el cepillo del templo, por más que fuera una nimiedad (evangelio). Es sobre todo la actitud de Jesús que se entrega hasta la muerte, de una vez para siempre, como víctima de rescate y salvación (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

Generosidad se declina en femenino. En la liturgia de hoy las mujeres juegan un papel predominante y positivo. Además se trata de mujeres viudas, con toda la precariedad que ese término traía consigo en los tiempos remotos del profeta Elías (siglo IX a. C.) y de Jesús. No pocas veces la viudez iba unida a la pobreza, e incluso a la mendicidad. Sin embargo, los textos sagrados no presentan estas dos buenas viudas como ejemplo de pobreza (eso se sobreentiende), sino como ejemplo de generosidad. En los tres años de sequedad que cayó sobre toda la región, a la viuda de Sarepta le quedaban unos granos de harina y unas gotas de aceite, para hacer una hogaza con que alimentarse ella y su hijo, y luego morir. En esa situación, ya humanamente dramática, Elías le pide algo inexplicable, heroico: que le dé esa hogaza que estaba a punto de meter en el horno. La mujer accede. Hay una especie de instinto divino que la mueve a obrar así. Es el don de la generosidad que Dios concede a los que poco o nada tienen. No piensa en su suerte; piensa sólo en obedecer la voz de Dios que le llega por medio del profeta Elías.

La viuda del templo es una mujer excepcional. Siendo como era pobre y necesitada, no tenía ninguna obligación de dar limosna para el culto del templo o para la acción social y benéfica que los sacerdotes realizaban en nombre de Dios con las ayudas recibidas. Si tuviese obligación, su acción sería generosa porque dio todo lo poco que tenía, todo su vivir. Su gesto brilla con luz nueva y esplendorosa, precisamente porque se sitúa más allá de la obligación, en el plano de la generosidad amorosa para con Dios. El contraste entre la actitud de la viuda y la de los ricos que echaban mucho, pero de las sobras de sus riquezas, ennoblece y hace resaltar más la generosidad de la mujer.

La fuente de toda generosidad. La generosidad de las dos viudas mana de la generosidad misma de Dios, que se nos manifiesta en Cristo Jesús. Generosidad de Jesús que se ofrece de una vez para siempre en sacrificio de redención por todos los hombres: nada ni nadie queda excluido de esa generosidad. Generosidad de Jesús que, como sumo sacerdote, entra glorioso en los cielos para continuar desde allí su obra sacerdotal en favor nuestro: continúa en el cielo su intercesión generosa y eterna por los hombres. Generosidad de Jesús que vendrá, al final de los tiempos, sin relación con el pecado, es decir, como salvador que ha destruido el pecado y ha instaurado la nueva vida. En su existencia terrena Jesús era muy consciente de que no había venido al mundo para condenar sino para salvar. En su parusía o segunda venida, mantiene la misma conciencia de salvador, por encima de cualquier otro atributo.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

La generosidad del corazón. No pocas veces los hombres nos llenamos de admiración cuando escuchamos o sabemos que alguien ha hecho un gesto de gran generosidad. No sé, ha dado, por decir el caso, de su propio bolsillo 200 millones de dólares para un hospital, o ha creado una fundación con fines de investigación o educativos dotándola de 450 millones de dólares... Esto es muy bueno, y ojalá haya muchos de esos hombres generosos, que están dispuestos a vaciar su bolsillo para que otros seres humanos reciban educación o puedan ser atendidos dignamente en un hospital. Sin disminuir la importancia de la cantidad, quiero subrayar que según el evangelio más que la cantidad vale la actitud. Es decir, si esos millones los ha dado con verdadero amor y en acto de servicio; más aún, si el haber dado esos millones le ha supuesto renuncia. Por ejemplo, prescindir de un viaje en crucero por el océano Atlántico y el Mediterráneo, o dejar de comprar a su esposa un diamante precioso evaluado en varios millones de dólares, o tal vez vivir con mayor austeridad su vida de cada día. Cuando la generosidad no sólo afecta al bolsillo, sino también al corazón, es más auténtica. Por eso, quien da poco, pero es todo lo que puede dar, y lo da con toda el alma, ése es generoso, y su generosidad a los ojos de Dios vale igual de la del rico que se ha desprendido de millones de dólares. Cristiano, si tienes mucho, da mucho; si tienes poco, da de ese poco, pero tanto en un caso como en otro, hazlo con toda la sinceridad y generosidad de tu corazón. A los ojos de Dios eso es lo que más cuenta. Es de esperar que también a tus propios ojos.

Generoso, ¿hasta dónde? En este asunto, no hay leyes matemáticas. El principio fundamental está claro: da, sé generoso. Qué dar, hasta dónde llegar en la generosidad, no admite una sola y única respuesta. Serán las circunstancias las que irán marcando ciertas pautas a nuestra generosidad: por ejemplo, un terremoto o un huracán, una inundación ingente y destructora, una guerra tribal, una epidemia, etcétera. Sobre todo, será el Espíritu de Dios el que irá indicando a cada uno, en el interior de su conciencia, las formas y el grado de llevar a cabo acciones generosas, nacidas del amor, nacidas del corazón. Lo importante es que ninguno de nosotros diga jamás: "hasta aquí". No es posible poner límites al Espíritu de Dios. No está mal que nos examinemos y preguntemos: ¿Estoy dando todo lo que puedo? ¿Estoy dando todo lo que el Espíritu Santo me pide que dé? ¿Estoy dando como debo dar: desprendidamente, generosamente, sin buscar compensaciones? Los cristianos de hoy debemos ser como los cristianos de Macedonia, de los que habla Pablo en su segunda carta a los corintios, "su extrema pobreza ha desbordado en tesoros de generosidad. Porque atestiguo que según sus posibilidades, y aun sobre sus posibilidades, espontáneamente nos pedían con muchas insistencia la gracia de participar en este servicio en bien de los santos" (8, 2-4). Consideremos la generosidad una gracia de Dios, y pidámosla con sencillez de corazón, pero también con insistencia. Que Dios no la negará a quien se la pida de verdad. Son muchos los que tienen necesidad y se beneficiarán de nuestra generosidad.

 

Domingo trigésimo tercero del TIEMPO ORDINARIO 19 de noviembre del año 2000

Primera: Dan 12, 1-3; segunda: Heb 10, 11-14.18 Evangelio: Mc 13, 24-32

NEXO entre las LECTURAS

Al terminar el ciclo litúrgico B la liturgia de la Iglesia no puede ofrecernos un mejor tema que el de la esperanza. Daniel, mirando esperanzadamente hacia el futuro, profetizará: "Entonces se salvará tu pueblo, todos los inscritos en el libro". En el discurso escatológico Jesús ve el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento: "El Hijo del hombre... reunirá de los cuatro vientos a los elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo" (evangelio). El autor de la carta a los Hebreos contempla a Cristo sentado a la derecha de Dios, esperando hasta que sus enemigos sean puestos como escabel de sus pies (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

 

No un reportaje, sino un misterio. Ni los profetas ni los evangelistas fueron reporteros de su tiempo, mucho menos del fin de los tiempos, que a la vez que desconocen no dejan empero de anunciar. Mediante un lenguaje misterioso, marcadamente simbólico, intentan meternos a los lectores u oyentes en el misterio del fin del tiempo y de la historia. Es necesario por tanto estar atentos para no confundir lenguaje y mensaje. El lenguaje no puede no ser antropomórfico: el fin del mundo visto como una conflagración universal aterradora, una especie de terremoto cósmico que conmueve el universo entero y lo destruye por completo, un cataclismo imponente cuyo fuego incandescente devora abrasador toda la materia. Oculto tras esta representación escénica de impresionante viveza, hay un mensaje divino: "El mundo no es eterno. La historia tendrá un fin". El ropaje literario, propio de la apocalíptica judía, muy apropiado para los tiempos que corrían de persecución (en el caso de Daniel la persecución de Antíoco IV Epifanes, en tiempos de Marcos posiblemente la de Nerón), no debe distraernos, mucho menos angustiarnos, y menos todavía ocultarnos y hacernos perder el mensaje de revelación de Dios. El mensaje es revelación de Dios, y por tanto cierto, irrevocable, verdadero, válido. "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". En cuanto misterio, sin embargo, no está al alcance de nuestro humano conocimiento ni es manipulable para satisfacción de nuestra curiosidad o de nuestro orgullo. Como misterio es irrupción imprevisible, aparición repentina e inasible, desvelamiento inesperado y deslumbrante. Como misterio se espera de Dios, el Señor del misterio, en actitud vigilante y confiada.

El fin de la vida y el fin del tiempo. Para el evangelista Marcos la destrucción de Jerusalén y del templo sirve de símbolo de los tiempos finales del mundo y de la historia. Igualmente, la imagen de la higuera desde que florece en primavera hasta que maduran los higos sirve para señalar el tiempo intermedio entre la historia concreta de su época y el final de la historia. Hay pues una relación entre el tiempo y la eternidad, entre el fin de una época y el fin de la historia, entre el fin de la vida y el fin del tiempo. Entre ambos fines hay ciertas semejanzas: en primer lugar, la certeza del fin, evidente respecto al fin de la vida, objeto de fe respecto al del tiempo; luego, su carácter imprevisible, totalmente en cuanto al fin del tiempo, parcialmente en cuanto al fin de la vida; además, su valor decisivo: en un caso se decide sobre la suerte del individuo, en el otro sobre la suerte de la humanidad entera. Finalmente, ambos revelan la condición del hombre y de su mundo, una condición limitada, imperfecta, precaria, que remite necesariamente a otra realidad superior donde esa condición recibe perfección y completamiento. De esta manera el final de la vida equivale en cierto modo al final del tiempo para cada ser humano; y el final del tiempo en alguna manera está prefigurado en el final de la vida. Con la muerte, podemos decir, llega a cada hombre el final de su tiempo en espera del final de todos los tiempos. Ambos finales se viven a la luz resplandeciente de la esperanza cristiana.

 

SUGEREncias PASTORALES

Esperanza y esperanzas. Es un tópico decir que el hombre vive de esperanza. Y es verdad. El niño espera hacerse grande o tener una motocicleta. El estudiante espera aprobar los exámenes. Los recién casados esperan tener un hijo. El desocupado espera encontrar un trabajo. El encarcelado espera dejar cuanto antes la cárcel. El comerciante que acaba de montar un negocio espera que le vaya bien... Esperanzas, esperanzas, esperanzas. Todas buenas, legítimas, incluso necesarias. Pero al fin y al cabo esperanzas pequeñas, esperanzas de calderilla. Esperanzas unidas a un bien que no tenemos y que deseamos poseer. Esperanzas que nos remiten a la Esperanza, con mayúscula, en singular, que nos remonta desde las circunstancias mismas de la vida diaria y corriente hasta Dios Nuestro Señor. Esperanzas que no siempre son satisfechas, que nos pueden engañar y desilusionar, que en su poquedad y labilidad nos hacen pensar en aquella Esperanza que no engaña, que mantiene despierta siempre la ilusión y que goza de inamovible firmeza y de absoluta garantía. La Esperanza con mayúscula no es fruto de nuestro esfuerzo ni de nuestros ardientes deseos, sino gracia y carisma del Espíritu, virtud teologal que tiene por anhelo al mismo Dios y la unión definitiva y perfecta con Él. Es ésta la esperanza que nos da acceso a la plenitud y a la realización de nuestro ser personal desde Dios, en Dios y con Dios. Es la Esperanza que todos debemos tener, que a todos deseo.

Un happy end para el cristiano. Jesucristo al hablar de la hora final, según el evangelio de Marcos, menciona sólo a los elegidos; de los condenados, si es que hubiere, cosa que nos es desconocida, no se nos dice nada en Marcos. El último día se cerrará con un happy end. ¡Que lo sepan y tengan presente todos los profetas de calamidades! La suerte final de cada hombre está envuelta en el misterio más absoluto (sabemos solamente que están en el cielo los santos canonizados), pero un final como el del evangelio de hoy infunde un gran consuelo y una extraordinaria confianza en el poder y en la misericordia de Dios. Porque hemos de saber que no sólo estamos en espera en este mundo, sino que somos esperados en el otro primeramente por Dios, pero luego por la santísima Virgen María, por los santos, por nuestros familiares, por todos nuestros seres queridos. Todos los que nos esperan están interesados en que nuestra vida termine bien, en que la historia de la humanidad y del universo culmine con un happy end solemne y general. Para eso Cristo, nuestro sumo Sacerdote, murió en una cruz y ahora, entronizado junto a su Padre, nos espera para darnos el abrazo de la comunión definitiva y perfecta. Nos lo dará si nos dejamos santificar por él, es decir, si permitimos que haga fructificar los frutos de su redención en nosotros.

 

Domingo trigésimo cuarto del TIEMPO ORDINARIO

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO 26 de noviembre del año 2000

 

Primera: Dan 7, 13-14; segunda: Ap 1, 5-8 Evangelio: Jn 18, 33b-37

NEXO entre las LECTURAS

No puede haber otro tema dominante en este día que la realeza de Jesucristo. Esta realeza está prefigurada en el texto del profeta Daniel: "Le dieron poder, honor y reino... su reino no será destruido" (primera lectura). En el evangelio la realeza de Jesús viene afirmada en términos categóricos: "Pilatos le dijo: ¿Luego tú eres rey?. Jesús respondió: Sí, como dices, soy rey". La segunda lectura, tomada del Apocalipsis, confirma y canta la realeza de Jesús: "A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén". Al mismo tiempo los cristianos son hechos partícipes de la realeza de Cristo: "Ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre".

 

MENSaje DOCTRINAL

 

Dos concepciones del rey. Pilatos y Jesús representan dos concepciones contrapuestas del rey y de la realeza. Pilatos no puede concebir otro rey ni otro reino que un hombre con poder absoluto como el emperador Tiberio o por lo menos con poder limitado a un territorio y a unos súbditos, como el famoso Herodes el Grande. Jesús, sin embargo, habla de un reino que no es de este mundo, es decir, no tiene en el mundo de los hombres su proveniencia, sino en solo Dios. Pilatos piensa en un reino que se funda sobre un poder que se impone por la fuerza del ejército, mientras que Jesús tiene en mente un reino impuesto no por la fuerza militar (en ese caso "mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos"), sino por la fuerza de la verdad y del amor. Pilatos no puede concebir de ninguna manera un rey que es condenado a muerte por sus mismos súbditos sin que oponga resistencia, y Jesús está convencido y seguro de que sobre el madero de la cruz va a instaurar de modo definitivo y perfecto su misterioso reino. Para Pilatos decir que alguien reina después de muerto es un contrasentido y un absurdo, para Jesús, sin embargo, está perfectamente claro que es la más verdadera realidad, porque la muerte no puede destruir el reino del espíritu. Dos reinos diversos, dos concepciones diferentes. Después de dos mil años del histórico encuentro entre Jesús y Pilatos, ¿no es la concepción de Jesucristo la única que ha podido pasar el test de la historia?

Características del reino. El reino de Jesús es un reino preanunciado, en el que se cumple lo que los profetas de siglos anteriores habían prometido de parte de Dios. El señorío de Jesús es el del Hijo del hombre, a quien Dios le entrega todo poder y todo reino (primera lectura). En segundo lugar, es un reino que vence todas las potencias del mal, simbolizadas por Daniel en las cuatro bestias; Cristo en, efecto, las vencerá todas en la cruz, que el evangelista Juan ve como un trono, poniendo tales potencias demoníacas como escabel de sus pies. En tercer lugar, el reino de Jesucristo goza de una gran singularidad: no es de este mundo, pero está presente en este mundo, aunque no se vea porque pertenece al reino del espíritu. En cuarto lugar, el rey se define como testimonio de la verdad, y los súbditos como los que son de la verdad y escuchan su voz. Sí, Cristo es rey en cuanto da testimonio de la verdad, es decir, de la Palabra del Padre que él encarna, y que el Espíritu interioriza y hace eficaz en los corazones de los hombres. Los hombres son súbditos de Cristo Rey si son de la verdad, es decir, si viven, piensan y actúan movidos por sintonía y connaturalidad con la Palabra de Jesucristo. En quinto lugar, Jesús no es rey del espacio, sino del tiempo, de todos los tiempos. El es el alfa y la omega, el centro del tiempo y su principio normativo, "Aquél que es, que era y que va a venir". Finalmente, Jesucristo no sólo es rey, sino que hace partícipes de su realeza a los cristianos: Ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre. De esta manera, los cristianos participan del reinado de Cristo, con las características ahora descritas.

 

SUGEREncias PASTORALES

Dejar al Rey serlo de verdad. Cuando un rey es despótico, tirano, esquilmador de sus súbditos, entonces es justo y obligado rebelarse contra él. Pero si un rey es justo, bueno, entregado al bienestar de sus súbditos, comprensivo, buen gobernante, es necesario que los súbditos le dejen hacer el rey y serlo de verdad. El absolutismo regio de siglos pasados ha perturbado y desfigurado la figura noble de un rey auténtico. Hay que hacer todo lo posible para recuperarla en la mentalidad común de los hombres, particularmente de los cristianos, porque no podemos renunciar a llamar a Jesucristo, Señor y Rey del universo. Y sería penoso que los cristianos, al menos algunos, entendieran ese reinado de Jesús con las características negativas de un soberano absoluto y despótico. Jesucristo quiere reinar –para eso ha venido a este mundo–; hay que dejar a Cristo ser rey de verdad. Ser rey como él quiere serlo, no conforme a concepciones políticas trasnochadas; ser rey de todos los hombres y de todo el hombre: de sus pensamientos y sentimientos, de su voluntad y afectividad, de su tiempo y de su existencia; de su trabajo y de su descanso; de toda la vida del hombre para infundir en ella una presencia divina, una soberanía que eleva, una realeza espiritual. ¿Cuál es tu concepción de Jesucristo rey? ¿Dejas a Jesucristo ser verdaderamente rey de tu vida? ¿Qué haces, qué puedes hacer para que Cristo reine en el corazón de los hombres y de la historia? ¿Qué vas a prometer a Jesús en su fiesta de Rey del universo?

Un reino de sacerdotes. En Jesucristo se unen en el madero de la cruz su sacerdocio y su realeza. Nosotros, los cristianos, somos pueblo de reyes y somos un reino de sacerdotes en virtud de la muerte y resurrección de Jesucristo. Somos un reino de sacerdotes porque amamos y seguimos la doctrina de la verdad, porque todos juntos en la liturgia cantamos las alabanzas y glorias del Señor, porque movidos por la fe dejamos que él guíe nuestros pasos hacia el Padre. Todos. Cada uno en su individualidad, y todos como comunidad de fe y de adoración. Somos además un pueblo de reyes, porque el reinado de Jesucristo no somete ni esclaviza, sino que hace hombres libres, perfectamente libres frente a sí mismo y a las propias pasiones, frente al mundo con sus poderes y sus insidias, frente a Dios que atrae con ternura y con amor. Estoy convencido de que la belleza de la vida cristiana está escondida para la mayoría de los hombres. Porque estoy plenamente seguro de que nos enamoraríamos de ella, el día que la entreviéramos y se nos abrieran los ojos de la inteligencia y del amor. De todos y cada uno de nosotros depende el que la Iglesia sea un pueblo de reyes y un reino de sacerdotes.