Primer domingo de ADVIENTO 3 de diciembre del año 2000

Primera: Jer 33, 14-16; segunda: 1Tes 3,12 - 4,2 Evangelio: Lc 21, 25-28.34-36

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

La venida del Señor está presente en los textos de la actual liturgia; mediante esta expresión la liturgia quiere mostrarnos el sentido cristiano del tiempo y de la historia. Vienen días, se nos dice en la primera lectura, en que haré brotar para David un Germen justo. Jesús, en el discurso escatológico de san Lucas, dice que los hombres verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. En la primera carta a los Tesalonicenses san Pablo les exhorta a estar preparados para la Venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos.

 

MENSAJE DOCTRINAL

Memoria y profecía. En estas dos palabras se sintetiza toda la concepción cristiana del tiempo. Cuando habla del tiempo, el cristiano piensa en el tiempo presente con sus vicisitudes y circunstancias. Es el presente del tiempo de Jeremías (año 587 a. de C.) en que Jerusalén yacía bajo el asedio de Nabucodonosor; es el presente de la comunidad cristiana de Tesalónica o de los destinatarios del evangelio según san Lucas. Desde ese presente se lanza la mirada hacia atrás y se hace memoria: la promesa de Dios a David acerca de un reino hereditario, que ahora corre peligro; la venida histórica de Jesucristo que con su pasión, muerte y resurrección ha inaugurado el fin del tiempo, del que los cristianos participan ya en cierta manera. Pero los cristianos no son hombres del pasado. Desde su vida presente echan también una mirada hacia el futuro, ese futuro encerrado en el relicario de la profecía, en el libro sellado con siete sellos y que sólo el Cordero de pie (resurrección) y degollado (pasión y muerte) puede abrir y leer (cf Apc. 5). La profecía tiene que ver con la segunda venida de Jesucristo, con su parusía triunfante, rodeado de todos los santos, venida para proclamar definitivamente la justicia y la salvación; una profecía que conmoverá los cimientos del orbe y hará surgir un mundo nuevo. El cristiano vive entre la memoria y la profecía, entre la primera venida de Cristo y su futura venida al final de la historia. Navidad y Juicio final de salvación son la dos columnas sobre las que los hombres construyen el puente de la decisión y de la responsabilidad. Con ese puente, la segunda venida no es sino la prolongación y coronamiento de la primera, de la Encarnación y del Misterio Pascual.

Fisonomía del que viene. ¿Quién es el que viene? Ante todo, es un Retoño, un Germen justo. Es decir, un descendiente del tronco de David, que practicará el derecho y la justicia (virtudes propias de un buen rey). En una lectura cristiana, ese Germen es Jesucristo que ha venido al mundo para traer la justicia de Dios, es decir, la salvación por medio del amor (primera lectura). El que viene es el Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Es una persona, por tanto, que habita en el mundo de Dios y que participa de su poder y de su gloria. El que viene en Navidad y el que vendrá en el juicio final es el Verbo encarnado en el seno de María (evangelio). El que viene es nuestro Señor Jesucristo, es decir, Cristo glorioso, vencedor de la muerte y del pecado, que vive en la eternidad pero que se hace presente en el tiempo histórico (segunda lectura).

Actitud del cristiano. El evangelio nos indica dos actitudes: estar en vela y orar. La vigilancia es muy oportuna para que cuando llegue el Verbo a nosotros en la carne de un niño, sepamos aceptar y vivir el misterio. La oración más oportuna y necesaria todavía, porque sólo mediante la oración se abre a la mente y al corazón humano el misterio de las acciones de Dios. Por su parte, san Pablo señala a los tesalonicenses otras dos actitudes: Crecer y abundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos; comportarse de modo que se agrade a Dios. ¿Qué mejor manera de prepararse a la venida del Amor sino mediante el crecimiento en el amor? Jesucristo en su vida terrena no buscó otra cosa sino hacer lo que es del agrado de su Padre, por eso, una manera estupenda de prepararse para la Navidad es buscando agradar a Dios en todo.

 

SUGEREncias PASTORALES

El sentido del tiempo. Para nosotros, los cristianos, no hay sentido del tiempo sino en Jesucristo. El es el centro de la historia y de los corazones. La historia tiene en él su punto de partida (Cristo es el alfa) y su punto de llegada (Cristo es la omega). El tiempo y la historia culminan en él, alcanzan en él su plenitud absoluta y su sentido supremo. Sin Jesucristo el tiempo y la historia son sólo un puro accidente. Con Cristo, son un designio de Dios, una historia de salvación, un yunque en el cual forjar nuestra decisión en la libertad y responsabilidad. Para nosotros el tiempo no es una simple sucesión de segundos, minutos y horas; una cadena de días meses y años; una sucesión y una cadena sin rumbo fijo, a la deriva de fuerzas impersonales dominadoras que llevan al caos. Para nosotros, el tiempo con sus siglos y milenios es una historia, dirigida y timoneada por Dios; para nosotros, el tiempo tiene un principio de unidad y armonía, de coherencia y cohesión, no en los imperios o en las ideologías, tan caducos como los mismos hombres, sino en Jesucristo, que es de ayer, de hoy y de siempre. Nuestra vida diaria con sus tópicos, su monotonía, sus mismas vulgaridades, forma parte de un proyecto divino, es una tesela dentro del gran mosaico de la historia de la salvación planeada por Dios. En el sentido del tiempo está incluido inseparablemente el sentido de mi tiempo. ¿No da esta realidad de nuestra fe un gran valor a la vida de cada cristiano, a tu vida?

Crecer y abundar en el amor. San Juan de la Cruz concluía una de sus poesías: "Que sólo en el amor es mi destino". La venida primera de Cristo en la Navidad es una venida de amor, y es igualmente venida de amor su retorno al final de los siglos, su parusía. Entre el amor de Cristo que viene y que vendrá se intercala la vida humana que, como en una sinfonía, desarrollará el tema del amor con el que comienza y concluye la pieza musical. Crecer resalta el aspecto dinámico del amor: crecer en el amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; en el amor a María y a los santos. Crecer en el amor a la propia familia, a los parientes, a los amigos, a los desconocidos, a los necesitados, a los enfermos, a los pecadores... ¿Cómo? Piensa a ver qué se te ocurre, que sin duda serán muchas cosas. Abundar pone de relieve la generosidad en el amor, ese rasgo típico de la existencia cristiana. ¿Eres generoso en el amor o lo andas midiendo con el metro de tu egoísmo? Bienaventurados los generosos en el amor porque ellos tomarán parte en el cortejo al momento de la parusía de Jesucristo.

Solemnidad de la Inmaculada CONCEPCIÓN de MARÍA 8 de diciembre del año 2000

Primera: Gén 3, 9-15; segunda: Ef 1, 3-6.11-12 Evangelio: Lc 1, 26-38

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

El misterio de María santísima consiste en que armoniza en su ser y personalidad de mujer pequeñez y grandeza. Ella es la sierva del Señor, que quiere hacer únicamente su voluntad, y es la elegida para ser Madre de Dios (evangelio). Ella es la hija de Eva, de su carne y de su sangre, pero además es la redentora de Eva, que pisará la cabeza a la serpiente tentadora (primera lectura). Ella es hija de Dios, como cualquier hombre, y sobre todo como cada uno de los cristianos, y es igualmente madre de Dios, por ser madre de Jesucristo, Verbo Encarnado (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

Pequeñez y grandeza de María.

1) María no es un fenómeno de la naturaleza. En su naturaleza femenina es una hija de Eva como todas las mujeres del mundo. Tiene cuerpo de mujer, psicología de mujer, sentimientos de mujer, modos de ser y actuar propios de la condición femenina. En la Galilea del siglo I d. C. nada la distingue de las demás mujeres judías: sus rasgos físicos, condiciones socio-económicas, prescripciones legales discriminatorias, modos y estilo de vida corresponden todos a los propios de una mujer judía. En esa personalidad concreta de mujer judía se encierra un misterio de grandeza, real e invisible al mismo tiempo. La concepción inmaculada de María o su maternidad divina serán proclamadas como dogma de fe algunos o muchos siglos más tarde; pero la experiencia real de las mismas María la vivió en su existencia terrena, enteramente judía. La vivió como una realidad totalmente interior e inefable, dentro de una relación única de intimidad, de comunión y de adhesión a Dios. El bautismo cristiano vence, en quien lo recibe, a la serpiente tentadora y a su acción maligna en el presente y en el pasado de la historia humana. A María le fue adelantado ese bautismo, gracias a los méritos de su Hijo: al momento de ser concebida recibió el bautismo del Espíritu Santo.

2) María no esperaba ser madre del Mesías. En el ambiente religioso de su tiempo, ella compartía con todos los judíos, la creencia y la espera próxima del Mesías que liberaría a Israel de sus enemigos. Como mujer humilde, pobre, campesina, consideraba incluso una locura que Dios se fijase en ella para ser la madre del Mesías. Además, que el Mesías proviniera de Nazaret era poco más que imposible. Nada había en sus padres, en su ambiente, en el correr de su existencia que sirviera de indicio para tan grande y noble vocación. Todo esto es verdad, pero un día, de repente, una experiencia y visión angélica la perturbó en lo profundo del alma. Primero no entendió ese saludo tan raro: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo"; luego, entendió mucho menos eso de que "daría a luz un hijo, que será llamado Hijo del Altísimo" (evangelio). La sencilla mujer nazarena tardó mucho en volver en sí. Luego, pasada la visión, pasó días y noches dando vueltas a lo visto y escuchado para hacerlo encajar en su psicología y en su vida, escrutando los misteriosos designios de Dios. Finalmente, en el encuentro con su prima Isabel mostrará de palabra el resultado de su meditación: "Ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada".

3) María es hermana y madre nuestra. En cuanto hermana, igual que todos los cristianos: hija adoptiva de Dios por medio de Jesucristo, elegida para ser heredera del Reino de Dios, ordenada a ser alabanza de la gloria de Dios, igual que todos los que han puesto su esperanza en Cristo (segunda lectura). Su grandeza radica en que combinó en su vida simultáneamente el ser nuestra hermana con el ser nuestra madre. Nos dice la Constitución dogmática sobre la Iglesia: "María colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia" (LG 61). Y poco antes leemos: "La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres... brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia" (LG 60).

 

SUGEREncias PASTORALES

Respetar la pequeñez y la grandeza de María. Respetar quiere decir mantener los dos aspectos, porque son las dos alas con las que María voló por la historia de su tiempo y ha de seguir volando por nuestra historia. Y ya sabemos que volar con una sola ala es imposible. En los siglos pasados se acentuaron tanto las grandezas de María, que se llegó en ocasiones a olvidar su pequeñez. En nuestro tiempo, podemos correr el otro peligro: verla tan cercana a nosotros, tan pequeña como nosotros, que olvidemos su extraordinaria grandeza. Hay que mantener pequeñez y grandeza, porque así fue la realidad histórica de María, y así continúa haciendo presente el misterio de Dios entre nosotros. Santa Teresita de Lisieux subrayó la pequeñez de María. El día de su profesión religiosa (8 de septiembre de 1890) escribía: "¡Nacimiento de María! ¡Qué hermosa fiesta para llegar a ser esposa de Jesús! En efecto, era ella, la pequeña, efímera Virgen santa, la que presentó su pequeña flor al pequeño Jesús". Pero nunca cesó Teresita de cantar las glorias y grandezas de María. Por ejemplo, en su última poesía titulada ¿Por qué te amo, oh María?, ella dice que la gloria de María es más brillante que la de todos los elegidos juntos, la llama reina de los ángeles y de los santos, y habla del resplandor de su gloria suprema. La misma Virgen María estará muy contenta si nosotros contemplamos su pequeñez sin olvidar su grandeza, nos sobrecogemos ante su grandeza en medio de su humildad y pequeñez.

María: admirable e imitable. Las dos cosas y las dos inseparables. Porque Dios ha hecho en ella obras grandes es admirable. Porque nunca ha dejado de ser pequeña como nosotros, en medio de su excelsitud y su gloria, es por igual imitable. Como cristianos debemos admirar a María, la mujer más excelsa salida de las manos del Creador, árbol en quien fructifican la ciencia de Dios y la vida divina. Pero María es también como una madre y una hermana, que está junto a nosotros, que nos acompaña en nuestro camino, cuyas virtudes tan humanas son accesibles a todos. En el jardín de su vida vemos florecidas todas las flores más bellas. Con palabras cariñosas de madre nos dice que nuestra vida es también un jardín. Si sembramos virtudes, como María, también florecerán las virtudes.

 

Segundo domingo de ADVIENTO 10 de diciembre del año 2000

Primera: Baruc 5, 1-9; segunda: Fil 1, 4-6.8-11 Evangelio: Lc 3, 1-6

 

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

En la Navidad la Palabra de Dios se hará carne, pero ya en la liturgia del Adviento la Iglesia quiere que meditemos sobre la Palabra y la vayamos interiorizando en nuestra alma. San Lucas nos dice que la Palabra de Dios fue dirigida a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto (evangelio). El profeta Baruc contempla a los hijos de Jerusalén que vivían en el destierro "convocados desde oriente a occidente por la Palabra del Santo y disfrutando del recuerdo de Dios" (primera lectura). San Pablo muestra su alegría a los filipenses por la colaboración que han prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy, es decir, a la Palabra de Dios convertida en Buena Nueva para los hombres (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

Las etapas de la Palabra. "En el principio existía la Palabra". Esa Palabra divina, antes de encarnarse en Jesús de Nazaret, ha hecho un largo recorrido por la historia humana. La liturgia nos presenta algunas de esas etapas milenarias: 1) La Palabra que habla del futuro, un futuro transformado por el poder de Dios, para dar ánimo y consolación a los hombres. Es la Palabra, por ejemplo, del profeta Baruc. En lenguaje poético imagina el profeta a Jerusalén vestida como una madre en luto por haber perdido gran parte de sus hijos. Baruc entona un canto a la ciudad de Jerusalén renovada, transformada por la mano poderosa de Dios: "Vístete ya con las galas de la gloria de Dios". 2) La Palabra que habla al presente en el que el pasado llega a su cumplimiento. En Juan Bautista se cumple el oráculo de Isaías: "Voz del que clama en el desierto: preparad los caminos del Señor, enderezad sus sendas". Llega al presente de la vida de los judíos (Pilatos procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, regiones habitadas en gran parte por los judíos) y de la vida de los paganos (Filipo tetrarca de Iturea y de Traconítide, Lisanias tetrarca de Abilene, regiones paganas). La Palabra dirigida al futuro es sobre todo Palabra de aliento y consolación; la Palabra encaminada hacia el presente es más bien Palabra de exhortación y compromiso, de conversión para el perdón de los pecados. 3) La Palabra que diariamente se vive y con la que se colabora con amor y gozo. La Palabra de Dios se hace vida en la cotidianidad de los cristianos y en sus quehaceres diarios. Y todos están llamados a colaborar con el Evangelio, con la Palabra de la Buena Nueva, para que llegue a todos los rincones del imperio romano y hasta los confines del mundo.

Las cualidades de la Palabra. 1) La Palabra de Dios es universal en su destino, porque siendo Palabra de salvación va dirigida a todos los hombres de todos los tiempos: a los judíos y paganos de tiempos de Juan el Bautista y de Jesucristo, a los americanos, asiáticos, africanos, europeos y oceánicos de nuestros días (evangelio). 2) La Palabra de Dios es unificadora: une a todos los dispersos de Israel para ponerse en camino desde oriente y occidente a fin de formar el pueblo de Dios que le rinde culto en Jerusalén (primera lectura). Tiene fuerza para unificar a todos los cristianos de nuestros días y a todos los hombres. 3) La Palabra de Dios es personalizada y a la vez comunitaria: apela a un hombre, pero para que la haga llegar a todo el pueblo (evangelio). Hoy como ayer sigue habiendo hombres carismáticos a quien Dios dirige su Palabra, pero en función de la comunidad eclesial y de la misma comunidad humana. 4) La Palabra de Dios es como una semilla que va creciendo hasta lograr convertirse en espiga: "Quien inició en vosotros la obra buena, la irá consumando hasta el día de Cristo Jesús" (segunda lectura). 5) La Palabra de Dios no es para ponerla bajo un cacharro, sino para proclamarla públicamente como hizo Juan: "Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados" (evangelio) y como luego hará Jesús, que recorrerá todas las ciudades y aldeas proclamando el Evangelio de Dios.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

La Palabra de Dios hoy. La carta a los Hebreos nos dice que la Palabra de Dios es viva y eficaz, cortante como espada de doble filo (4,12). El texto sagrado no dice fue o será, sino es. Dios sigue hablando a los hombres en el hoy de la historia. La misma Palabra que habló por medio de los profetas, que resonó en los labios de Juan el Bautista, que se encarnó en Jesucristo, que fue proclamada por los apóstoles. Dios desea continuar su diálogo con el hombre. Si en nuestro tiempo no se percibe la Palabra de Dios, no es que haya dejado Dios de hablar, sino que hemos silenciado consciente o inconscientemente su voz. Dios nos habla por medio de la Escritura sagrada leída e interiorizada en la oración; nos habla en las acciones litúrgicas de la Iglesia, sobre todo en la celebración eucarística, cuya primera parte está dedicada a la liturgia de la Palabra. Dios nos habla por medio de los pastores, de los obispos en sus diócesis, del Papa en toda la Iglesia como pastor universal. Dios nos habla por medio de los profetas, esos hombres de Dios que interpretan los acontecimientos de la vida y de la historia desde Dios y movidos por el mismo Dios. Dios nos habla por medio de los mártires y de los santos, que con su sangre y su vida gritan a la humanidad el misterio insondable de Dios, del tiempo y de la eternidad, del vivir histórico del hombre. Dios habla por medio de la conciencia, para que en fidelidad a ella seamos salvados y colaboremos con Cristo en la obra de la salvación. Dios prosigue hablándonos a los hombres de muchas maneras. ¿Escuchamos su voz? Hagámoslo antes de que sea tarde...

Palabra de salvación. La Palabra de Dios viene a la historia, se encarna en Jesús de Nazaret para hablarnos de salvación. En el evangelio la cita de Isaías ha sufrido un cambio significativo: en lugar de "todos verán la gloria de Dios" san Lucas dice: "Todos verán la salvación de Dios". En la Navidad, los cristianos, todos los hombres de buena voluntad, vemos esa salvación de Dios. En la Navidad resuena una Palabra de salvación. Digamos mejor: es la única Palabra que resuena en esa noche santa. Estamos muy acostumbrados por la historia ha dividir a los hombres en buenos y malos, en conservadores y progresistas, en de izquierda y derecha, en bandos e ideologías. La Palabra de Dios parece pasar por encima de todas esas divisiones. La Palabra de Dios no divide, une a todos en el anhelo y en la gozosa posesión de la salvación, que Dios nos manda encarnada en un Niño. Dios quiere que su Palabra de salvación sea eficaz en nuestros días y en nuestras vidas. Dios nos impulsa a que dejemos obrar eficazmente su Palabra de salvación. ¿Qué obstáculos encuentro en mi vida y en mi ambiente? ¿Qué hago o qué puedo hacer para que la Palabra de Dios sea viva y eficaz en mí y en mis hermanos?

 

Tercer domingo de ADVIENTO 17 de diciembre del año 2000

Primera: Sof 3, 14-18a; segunda: Fil 4, 4-7 Evangelio: Lc 3, 10-18

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Los textos litúrgicos de este tercer domingo de adviento son un himno a la alegría. Alegría para los habitantes de Jerusalén que verán alejarse el dominio asirio y la idolatría y podrán rendir culto a Yahvéh con libertad (primera lectura). Alegría de los cristianos, una alegría constante y desbordante, porque la paz de Dios "custodiará sus mentes y sus corazones en Cristo Jesús" (segunda lectura). Alegría del mismo Dios que exulta de gozo al estar en medio de su pueblo para protegerlo y salvarlo (primera lectura). Alegría que comunica Juan el Bautista al pueblo mediante la predicación de la Buena Nueva del Mesías salvador, que instaurará con su venida la justicia y la paz entre los hombres (evangelio).

 

MENSAJE DOCTRINAL

¿Por qué alegrarse? Son varias las causas que se hallan en los textos litúrgicos. 1) Primeramente, porque Dios ha anulado tu sentencia. Sofonías imagina a Yahvéh como a un jefe de tribunal que, después de haber dictado sentencia condenatoria, la anula. ¿Cómo no alegrarse? Históricamente se refiere a la pesante opresión que el imperio asirio ejercía sobre el reino de Judá en tiempo del rey Josías, y de la que Yahvéh le ha liberado (primera lectura). 2) Alegrarse, porque Yahvéh está en medio de ti. Esa presencia divina de poder y de salvación libra de todo miedo, y renueva al reino de Judá con su amor. Es una presencia protectora y segura (primera lectura). 3) Alegrarse, porque el cristiano posee la paz de Dios que supera toda inteligencia (segunda lectura). Esa fe de Dios, que es fruto de la fe y del bautismo, y que se experimenta de modo eficaz en la celebración litúrgica, cuando "presentamos a Dios nuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias" (segunda lectura). 4) Finalmente, alegrarse porque Juan el Bautista, el precursor, proclama la Buena Nueva de Cristo (evangelio) y, con él y como él, todos los precursores de Cristo en la sociedad y en el mundo. Por todo ello, podemos decir que el cristianismo es la religión de la alegría. Pero, alegría en el Señor, como nos recuerda san Pablo.

La alegría del precursor. La alegría de Juan el Bautista está expresada mediante tres imágenes. La imagen del patrono y del siervo, con lo que indica la superioridad de Jesús sobre Juan. Jesús es como el patrón que cuando llega del campo o de la ciudad tiene a su disposición un siervo (Juan el Bautista) que le desate la correa de las sandalias. Juan está alegre porque el Mesías, su patrono, está por llegar. Usa también la imagen del agricultor que al llegar el verano, siega las espigas, las trilla, separa mediante el bielde el grano de la paja, guarda el grano y quema la paja. La alegría de Juan es la alegría de quien recoge el fruto de su trabajo, el fruto de tantos otros profetas que prepararon junto con él la venida del Mesías. Por último, Juan se alegra porque, mientras él bautiza en agua, el que está por venir, es decir, el Mesías, bautizará en Espíritu santo y fuego. O sea, en Espíritu santo que es fuego purificador del pecado, fuego impulsor y difusor de grandes empresas. En el bautismo el cristiano recibe al Espíritu, uno de cuyos primeros frutos es la alegría.

El evangelio de la alegría. Reflexionando sobre la perícopa evangélica, el evangelio de la alegría se dirige a todo tipo de personas: a la gente en general, a los publicanos, a los mismos soldados. Este evangelio consiste sobre todo en la donación y amor al prójimo, que cada categoría debe vivir según sus circunstancias. Así la gente es invitada a compartir con los más necesitados el vestuario y la comida. Los publicanos vivirán el amor fraterno cobrando los impuestos con exactitud y justicia, sin adiciones egoístas de lucro personal. Respecto a los soldados, por un lado que estén contentos con el salario que reciben, suponiendo que es justo; por otro lado, que a nadie extorsionen y a nadie denuncien falsamente. En resumen, el evangelio de la alegría se implanta y produce frutos magníficos allí donde se vive el mandamiento del amor, cada uno según su profesión y su condición de vida.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Alegrarse ya del futuro. Sofonías anuncia la liberación de Jerusalén y Judá, pero todavía no ha llegado. Con todo, ya el mismo anuncio debe ser causa de alegría. Juan Bautista goza ya por anticipado de la venida del Mesías, aunque todavía no se haya hecho presente. Los cristianos vivimos con alegría este período de adviento, aun a sabiendas de que la Navidad no ha llegado todavía. Los cristianos estamos afincados en el presente, pero con la mirada puesta en el futuro, que ha de ser siempre fuente de alegría. Hay un viejo refrán que dice: "Todo tiempo pasado fue mejor". Ciertamente no es verdad, y menos para el cristiano. El cristiano, hombre de la esperanza, dirá más bien: "Todo tiempo futuro será mejor" y esto le infunde una grande alegría. Mejor, no precisamente por mérito de los hombres, sino por acción misteriosa y eficaz del Espíritu santo en la historia y en las almas. Mejor, porque el progreso científico, y sobre todo moral de la humanidad, sin olvidar la ambivalencia y deficiencias del progreso, contribuye de alguna manera al reinado de Dios en el tiempo y en la vida de los hombres. Y ¿cómo no alegrarnos del futuro si estamos convencidos de que el futuro está en manos de Dios, porque Él es el Señor de la historia y quien tiene en su poder las llaves del futuro? Incluso en medio de la prueba y de la tribulación, el futuro sonríe al cristiano maduro en su fe.

Alegría y paz. Amor, alegría y paz son dones del Espíritu Santo. En cuanto dones del Espíritu santo sería un error identificar el amor con el sentimiento amoroso o con los amoríos, la alegría con las alharacas y la paz con la ausencia de guerra, destrucción y muerte. La paz de Dios es algo, nos dice san Pablo, que supera toda inteligencia. Y lo mismo vale para la alegría. Siendo dones del Espíritu Santo, únicamente quien las ha recibido por la fe, está en condiciones de experimentarlas, conocerlas, poseerlas, disfrutarlas, transmitirlas. Hay una cierta reciprocidad entre ambos dones del Espíritu. La paz que habita en el alma del creyente inspira una alegría interior atrayente, que se manifiesta en el talante de la persona, que se contagia hasta con la sola presencia. Por su parte, la alegría de la que el Espíritu dota al creyente, transmite paz y orden en la vida, serenidad y armonía, y sobre todo una especie de ataraxía, de imperturbabilidad espiritual, que provoca en todos admiración. ¿Por qué no pedir al Espíritu Santo que nos conceda más abundantemente estos dones de la paz y de la alegría para prepararnos a la Navidad? Alegrémonos en el Señor. Vivamos la Paz de Dios. La Navidad está ya a las puertas.

 

Cuarto domingo de ADVIENTO 24 de diciembre del año 2000

Primera: Miq 5, 1-4; segunda: Heb 10, 5-10 Evangelio: Lc 1, 39-48

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

¿Cuáles son las justas relaciones entre el hombre y Dios? Una respuesta a este interrogante nos viene de la liturgia de hoy. Los textos nos indican principalmente las relaciones de Jesús y de María. Relación de Jesús con su Padre (segunda lectura), con Juan Bautista en el seno materno (evangelio), con la profecía (primera lectura), con el sacerdocio levítico (segunda lectura). Relación de María con el Espíritu Santo, con Isabel, su prima (evangelio), y sobre todo con el Verbo (evangelio).

 

MENSAJE DOCTRINAL

Relaciones de Jesús. Ser y existir como hombre es estar y entrar en relación. Las relaciones humanas pueden ser sumamente variadas, pero al final se reducen a tres fundamentales: relación con Dios, con el hombre y con el mundo que lo rodea. A la liturgia interesan las dos primeras relaciones. La relación fundamental de Jesús es con su Padre. Es una relación filial de obediencia: "Yo vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad" (segunda lectura). Es la obediencia de un hijo que trata de agradar en todo a su padre. Esta obediencia filial llegará hasta el extremo del sacrificio. No se puede separar, en el misterio cristiano, la Navidad de la pasión, la Navidad de la Pascua. Jesús mantiene su obediencia al Padre mediante su relación con la profecía, una relación de cumplimiento. El profeta Miqueas apostrofa a Belén, diciéndola que no será la ciudad más pequeña de Judá, porque en ella nacerá el dominador de Israel. Jesús, naciendo en Belén, lleva a cumplimiento la profecía, en actitud de obediencia a la historia salvífica trazada por el Padre. La relación de Jesús con María es una relación oculta, extraordinaria: La de quien alimenta su fe y se alimenta de su sangre. El evangelio nos habla, finalmente, de una relación misteriosa de Jesús, en el seno de María, con Juan Bautista, en el seno de Isabel. En la presencia de Dios en la historia, mediante María santísima, llena de gozo al último de los profetas de Israel y representante último y cualificado del Antiguo Testamento, Juan Bautista. Es el gozo mesiánico, que preanuncia la hora de la salvación. La obediencia filial de Jesús, que asume la condición del tiempo y de la historia, fructifica en la alegría redentora que aporta a los hombres.

Relación de María. Hay dos relaciones de María, que no aparecen en los textos litúrgicos, pero que están implícitas: la relación con el Espíritu Santo y con el Verbo encarnado en su seno. Sin estas dos relaciones no se explica el episodio de la visita de María a su prima Isabel. La relación íntima y personal del Espíritu Santo con María ha hecho posible que el Verbo de Dios asuma carne y se vaya formando hombre en su seno materno. La relación de María con el Verbo de Dios es extremamente misteriosa y delicada: Misteriosa porque la fecundación de su seno es obra de Dios mismo; delicada, porque está dando a Dios su carne y su sangre, pero sobre todo su amor, su dedicación, su entrega total. La relación de María con Isabel es de servicio. Viene a ayudarla en los últimos meses de embarazo. Viene movida por los lazos naturales, pero sobre todo por el Espíritu de Dios y por el Verbo que siente presente en su seno: un movimiento natural y pneumático, al mismo tiempo. En el canto del Magnificat, María eleva su voz a Dios para alabarle y agradecerle con gozo el misterio que encierra en su seno, a pesar de su pequeñez y de su humildad. ¿Cómo no alabar a quien se ha dignado acudir a ella para llevar a cumplimiento su designio de salvación, y la aspiración más sublime e intensa de los hombres? Por último, en María se lleva a cabo también la profecía de Miqueas: Ella es aquélla que "dará a luz cuando deba dar a luz" al Mesías. La relación de maternidad, a través de la cual se expresa toda la feminidad de María en relación con Jesús.

 

SUGEREncias PASTORALES

Saber relacionarse. En la conversación humana es frecuente escuchar: "Hay que saber relacionarse". Con ello se quiere decir que es bueno tener muchas relaciones, y sobre todo relaciones con gente influyente. La razón es evidente: así se tiene la posibilidad de que se abran muchas puertas en los diversos ámbitos de la vida humana: político, financiero, social, profesional, educativo, religioso...Yo quiero invitar a mis hermanos en la fe y en el sacerdocio a saber relacionarse con personas de extraordinaria influencia: con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; con María santísima, nuestra madre y nuestra reina; con los santos, nuestros hermanos y protectores desde el cielo. Estas relaciones no te dan acceso, claro está, a excelente puesto de trabajo, ni a un negocio redondo. Estas relaciones, más bien ejercen su influjo en tu interior, transformándolo; en tu visión de las cosas y de la vida, haciendo que sea según Dios; en tu relación con los hombres y con las cosas, de forma que esté siempre inspirada por el amor y por el servicio; en tu relación con tu propia historia, convirtiéndola, tal vez, de una historia sin sentido a un sentido con historia. ¡Cuántos bienes nos pueden venir –y podemos obtener para los demás–, si sabemos relacionarnos con Dios, con la Virgen, con los santos! En el campo de la historia es importante saber relacionarse, ¿no lo va a ser igualmente en el campo del espíritu? Bienaventurados los que saben relacionarse, porque serán como un árbol frondoso que dé frutos en sazón: frutos de bien, de felicidad, de salvación.

Relacionarse por el Reino. Los cristianos vivimos en el mundo, en el reino de la historia, aunque pertenecemos al Reino de Dios. Y en el reino de la historia no poco cuentan las relaciones humanas. No tenemos por qué despreciarlas. Tampoco hemos de abusar de ellas, poniéndolas al servicio de nuestros intereses egoístas. Hemos de servirnos de ellas para la edificación del Reino de Dios. Hemos de relacionarnos con quienes tienen poder, para que nos ayuden en favor de quienes no sólo no tienen poder, pero ni siquiera alimento, casa, vestido, derechos. Hemos de relacionarnos con los necesitados, para que tomen conciencia de que el Reino de Dios les pertenece y les invita a poner todos los medios para hacer más humana su existencia, más digna, más libre, más feliz. Hay que relacionarse con las fuerzas vivas y poderosas de un pueblo, de una ciudad, de un estado, de un país, para convencerlas, si no lo están todavía, de que son hijos del Reino de Dios en la medida en que utilizan sus fuerzas y su poder en beneficio de los más necesitados. Y una vez convencidos, que pongan manos a la obra. Si todos los cristianos utilizáramos nuestras relaciones para ponerlas al servicio del Reino, seguramente que el mundo caminaría por derroteros más humanos, y más marcados por nuestra fe en Jesucristo. Jesucristo entró en contacto con la historia para instaurar el Reino de su Padre. Después de 2000 años, ¿qué hacemos nosotros los cristianos?

 

Misa en la Noche de NAVIDAD 24 de diciembre del año 2000

Primera: Is 9, 1-3.5-6; segunda: Tt 2, 11-14 Evangelio: Lc 2, 1-14

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

"Os ha nacido un Salvador", es el mensaje central de la liturgia de esta noche santa. Un Salvador con unos rasgos extraordinarios profetizados por Isaías: Dios fuerte, siempre Padre, príncipe de la paz... (primera lectura). Un Salvador que viene para todos, pero especialmente para los más pequeños y humildes, como eran, por ejemplo, los pastores (evangelio). Un Salvador que nos enseña a renunciar a la impiedad y a las pasiones mundanas, y a vivir con sensatez, justicia y piedad en el tiempo presente (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

Los rasgos de nuestro Salvador. 1) Quizás la primera cosa llamativa de nuestro Salvador es el ser un niño recién nacido, y además en pobreza. No ha hecho todavía nada: ni ha predicado, ni realizado milagros, ni ha sido crucificado, ni ha resucitado. Nos comienza a salvar por el mismo hecho de nacer. Es evidente que no salva por lo que hace o por la condición social y económica que detenta, sino por lo que es: Dios hecho niño. El mundo no se salvará por las obras extraordinarias y grandiosas de los hombres, sino por la presencia y transparencia de Dios en la vida de los cristianos. 2) Es un salvador para todos. En la primera lectura el salvador es prometido a la Galilea de los gentiles, donde junto a pueblos de estricta observancia judía, había también muchas ciudades enteramente paganas y otras con mezcla de razas y de religión. En el evangelio los primeros beneficiarios del anuncio de un Salvador son los pastores, gente humilde, y que gozaba de mala fama entre los judíos. San Pablo en la carta a Tito nos dice que "se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres", sin excepción alguna (segunda lectura). Nadie por ningún motivo puede caer en la desesperación delante de nuestro salvador. 3) El salvador es, a la vez, rey, descendiente de David, que posee las mejores cualidades para reinar sobre los hombres: goza del don de consejo, tiene el poder mismo de Dios, es para todos como un padre, le interesa sobremanera la paz, gobierna con equidad y justicia buscando el bien de todos. Nuestro rey y salvador cumple todos los requisitos para traer al mundo la paz, la justicia, el bienestar, la felicidad. 4) Es un Niño, igual que todos los niños del mundo, pero a la vez absolutamente singular. En efecto, el cielo mismo interviene para alegrarse y glorificar a Dios por la presencia de este niño en la tierra.

Los hombres ante el Salvador. 1) Si el Niño que celebramos esta noche santa es el salvador de todos, no cabe otra actitud que aceptar con amor su salvación. Para acogerla con amor se precisa el reconocimiento sincero de estar necesitado de ella, y además la conciencia de que la autosalvación es imposible; la salvación se nos da, no forma parte de los derechos humanos, ni es objeto de conquista. Acoger la salvación requiere un acto de plena libertad y una singular valoración de la persona que me salva, por pura iniciativa suya y sin pedirme nada de antemano. Si alguien no acoge a este Niño salvador es, en el mayor de los casos, por ignorancia: No sabe lo que se pierde. 2) Quien lo acoge, ha de hacerlo con alegría; con la alegría de quien estaba envuelto en densas tinieblas, y ahora le llega la luz; la alegría del campesino a la hora de la siega y de la recolección; la alegría de los soldados que, según las costumbres de aquellos tiempos antiguos, lograda una victoria, se reparten el botín. 3) La acogida de nuestro Salvador es fuerza de renovación y compromiso para la vida. El Niño nos salva para que hagamos presente en nuestras vidas, como él, la prudencia, la fortaleza, la justicia, la piedad. No cabe duda de que la salvación de Dios no es una salvación de ganga y baratija; equivale a la salvación del hombre y a la salvación del mundo. "Fuera de él, no hay salvación".

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Una noche para jamás olvidar. En la vida de todo hombre hay algún episodio, algún momento de su existencia que jamás olvidará. Esos momentos o episodios los solemos llamar fuertes, porque impresionan fuertemente nuestra inteligencia, nuestra sensibilidad y nuestra memoria. Si alguien ha tenido un accidente mortal, del que salió con vida por milagro, ¿lo podrá olvidar? O, no sé, la llegada del primer hijo tan deseado por los esposos, o esa noche insomne en que después de tantos meses aparentemente infecundos el artista intuye un cuadro o una obra literaria, o la muerte de un ser muy querido, o la primera operación quirúrgica, el primer proyecto arquitectónico o la primera misa. Quiero decirte que esta noche de Navidad, Navidad jubilar por los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, ha de ser una experiencia religiosa tan fuerte en tu vida, que no la puedas olvidar jamás. Te invito a meterte en el misterio que celebramos con toda tu persona y con toda tu capacidad de experimentar el amor. Te invito a pedir a ese Niño divino, con corazón humilde y con intensidad, que te alcance el milagro de una fe, de un amor y de una esperanza tan vivos, tan penetrantes, tan profundos, que permanezcan para siempre grabados en tu memoria. Habrá muchos millones de hombres, desgraciadamente, para quienes esta Navidad sea un día más o una navidad más. Que para ti no sea así. Se me ocurre imaginar que Dios está deseando grabar esta santa noche con letras de oro en tu mente, en tu corazón, y en el resto de tu vida futura.

Si el Salvador llama a tu puerta... La sociedad en que vivimos, nos ha obligado a ser prevenidos ante quien llama a la puerta. Puede ser una persona amiga, pero puede ser también un criminal, un desconocido con malas intenciones, una persona peligrosa... Ante ello, ponemos en acción tranca, cerrojo, ojo óptico en la puerta, etc. Todas las medidas parecen pocas para proteger la integridad de nuestra vida y nuestra privacy. Si esta noche un Niño llama a tu puerta, ¿serás capaz de reconocer que es tu Salvador? Y si el Salvador llama a tu puerta, ¿estás en disposiciones y en deseos de abrirle de par en par? La gran tragedia de los hombres está en que el Salvador llama y llama a su puerta, y no se le abre. Tal vez porque siendo un niño, se piense que no puede salvarnos. O tal vez porque la salvación que nos ofrece es diferente de la que soñamos, aunque sea equivocada o sumamente limitada. Si Dios te regala la salvación, no puede ser la que tú quieras, sino la que él te dé. Si te la regala, acéptala como es. Si te la regala, agredécela. Si te la regala, fíjate en el amor con que ese Niño te la da, piensa que te ama de verdad. Si te la regala, tú a tu vez regálala a otros , porque se trata de un don extraño: entre más lo das, más lo acrecientas. Si el Salvador, esta santa noche, llama a tu puerta... ¿qué esperas? Ábrela de par en par. Te aseguro que no te arrepentirás en la vida de haberlo hecho.

 

Misa de NAVIDAD 25 de diciembre del año 2000

Primera: Is 52, 7-10; segunda: Heb 1, 1-6 Evangelio: Jn 1, 1-18.

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

 

Podríamos decir que las lecturas del día de Navidad se concentran en dar una respuesta al gran interrogante que ha atravesado dos mil años de cristianismo: ¿Quién es Jesucristo? La respuesta la encontramos, sobre todo, en el prólogo del evangelio según san Juan: El Verbo, el creador del universo, la luz del mundo, el revelador del Padre, etc. Esta respuesta del evangelio es colocada en el ámbito del profetismo del Antiguo Testamento: Jesucristo, el mensajero que trae la paz y la salvación (primera lectura); Jesucristo, el último y definitivo profeta de Dios (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

Quién es Jesucristo? En todo el mundo cristiano el día 25 celebramos el nacimiento de un niño: Jesús de Nazaret que ha revolucionado durante dos mil años la historia de la humanidad, sobre todo del Occidente. Quienes no son cristianos tal vez se pregunten quién es ese niño que celebran los cristianos con tanta solemnidad. Y no está mal que también nosotros, en esta singular ocasión de la Navidad, nos lo preguntemos. O mejor, todavía, lo preguntemos a la Biblia, a través de la cual Dios nos habla y se nos revela.

1) Jesucristo es el Verbo, que vive en el seno de Dios, y que pone su tienda entre los hombres, en un determinado momento de la historia. Jesucristo, antes de ser una palabra pronunciada por la historia, es La Palabra pronunciada por el mismo Dios. En el mundo de Dios el Padre está pronunciando eternamente La Palabra. En Belén, en tiempo del emperador Augusto, La Palabra eterna es pronunciada por labios humanos, se convierte en palabra de carne. Se llama Jesús de Nazaret. ¿Quién es Jesús? Es el Verbo, que al ser pronunciado por los hombres, suena Jesús de Nazaret. ¿Quién es el Verbo? Es Jesús, a quien el Padre llama La Palabra. En el misterio de Jesucristo no se puede separar la eternidad del tiempo, el Verbo de Jesús. Sería traicionar la revelación de Dios. A lo largo de la historia Dios había pronunciado palabras por medio de los profetas, palabras que manifestaban de modo incompleto la revelación de Dios. Con Jesucristo el Padre pronuncia la última, definitiva y única Palabra, en la que se compendia y llega a plenitud toda la revelación (segunda lectura).

2) Jesús es la vida y la verdadera luz del mundo. Vida y luz son dos imágenes muy usada en todo el Antiguo Testamento. Dios es el creador de la vida (plantas, animales, hombre). A la vez que creador, es también el señor, que dispone de ella según sus inescrutables designios. El hombre ha sido creado para la vida, no para la muerte. Con todo, a causa del pecado, el reino de la muerte se ha instalado en la historia. Cuando los cristianos proclamamos que Jesús es la vida, afirmamos que él es el vencedor de la muerte y el restaurador de la vida en la humanidad. Al restaurar la vida, ésta es como un faro de luz en un mundo prisionero de la tiniebla. Al confesar que Jesús de Nazaret, en el momento mismo de nacer es vida y luz de los hombres, estamos afirmando también que no es una vida cualquiera o una luz cualquiera, efímera y débil, sino la Vida y la Luz originales, presentes en Dios mismo. Porque es Vida y Luz, su historia personal, una más en sí misma entre las historias de los hombres, es fuente de Vida y de Luz para la humanidad entera.

3) Jesús es el revelador del Padre. "A Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, nos lo ha revelado". Jesucristo no sólo es el revelado por los profetas, por ejemplo, por Miqueas, como mensajero de paz, de consolación y de salvación, o no sólo es revelado superior a los ángeles (segunda lectura). Él mismo, en persona, es revelador. ¿Y qué otra realidad más honda puede revelarnos sino el misterio de Dios, del que viene y en el que habita, absolutamente desconocido para los hombres? El Padre no es visible. Se hace visible y presente en Jesucristo. Lo hace visible hablándonos del Padre, v.g. las parábolas del padre misericordioso, y sobre todo nos habla del Padre en su modo de vivir y de estar en el mundo, entre los hombres.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Para ti, ¿quién es Jesucristo? Hemos de dejar las cuestiones generales y preguntarnos de modo muy personal: "Para mí, ¿quién es Jesucristo?". Según que se responda a esta pregunta con los labios, con el corazón y sobre todo con la vida, nuestra existencia seguirá un rumbo u otro, seguirá unos parámetros u otros según los cuales vivir. Si Jesucristo lo es todo para mí: mi Dios, mi salvador, mi modelo, mi todo, trataré de hacer real en mi vida este convencimiento. Si Jesucristo es un hombre extraordinario, el más enigmático y grandioso entre los hijos de Adán, pero nada más que hombre, seré tal vez un gran admirador de su figura, trataré de seguir su vida moralmente ejemplar, pero nunca caeré de rodillas ante él, ni le invocaré como redentor, ni estaré dispuesto a dar mi vida por creer en él. Si Jesucristo no fue más que "un hippie entre yuppies", como alguien ha dicho, o un mesías fallido como piensan muchos judíos, o un "avatar" más entre tantos otros que han existido y continúan viniendo a la existencia, ¿qué sentido tiene seguir siendo discípulo de Jesús de Nazaret? ¿Para qué seguir haciendo una pantomima recitando el credo? Que esta Navidad reafirmemos nuestra fe en "Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre", en "Jesucristo, redentor del hombre".

Presencia de Cristo en la historia. Jesucristo es el viviente. Él no ha pasado a la historia, como tantos personajes que un día, hace siglos o milenios, eso no importa, amaron y fueron amados, recorrieron los mismos espacios o semejantes a los que hoy recorremos en pueblos o ciudades de nuestro planeta. Jesucristo no pertenece al pasado. Mientras los hombres tenemos, por nuestra misma condición histórica, una relación con el pasado y con el futuro, Él es un presente sin más relación. Él vive, está a tu lado, te acompaña. Él te ama, se interesa por ti, te ilumina con su luz, te habla palabras de verdad y vida. Él quiere tu bien, no te deja tranquilo cuando tomas un mal camino, es un amigo que siempre te jugará limpio frente a la verdad, frente al eterno destino. Jesús vive en tu corazón por la amistad y comunión con él. Vive en la eucaristía, en el sagrario. Vive en la Biblia, Palabra inmortal de Dios al hombre. Vive en los hombres y mujeres que creen en él, le aman y siguen sus pasos. Vive en el Papa y en los Obispos que le representan ante los hombres. Vive en los niños inocentes, él que nunca dejó de ser niño en su relación con su Padre. Él vive para darnos la vida, para recordarnos siempre que nuestro destino es la vida, o mejor, la Vida.

 

Domingo de la SAGRADA FAMILIA 31 de diciembre del año 2000

Primera: 1Sam 1, 20-22.24-28; segunda: 1Jn 3, 1-2.21-24; Evangelio: Lc 2, 41-52.

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

¿Qué otro concepto puede aglutinar los textos de este domingo sino el de la familia? Se habla de la familia de Dios: Dios Padre, el Hijo de Dios, y los hombres hechos hijos de Dios por la fe (segunda lectura, evangelio). En la primera lectura y en el evangelio se mencionan dos familias, entre las que parece darse un cierto paralelismo, con algunas semejanzas y con muchas diferencias. Son la familia de Ana y la de María. A ambas mujeres Dios les concedió un hijo de un modo singular: el profeta Samuel a Ana, Jesús de Nazaret a María.

 

 

MENSAJE DOCTRINAL

La familia de Dios. Cuando hablamos de la familia de Dios, no podemos hacerlo sino de modo analógico. En Dios, por ejemplo, no existe la sexualidad, y por eso no hay un padre por un lado y una madre por otro. Tampoco existe en Dios la multiplicidad de naturaleza, consiguientemente una misma y única naturaleza es participada por el Padre y por el Hijo. Con todo, la revelación nos habla de Dios como Padre, de Jesucristo como Hijo natural de Dios y de los cristianos como hijos adoptivos de Dios. Los rasgos más hermosos y plenos del padre y de la madre: su amor generoso, desinteresado, su capacidad de donación, su fecundidad, su dedicación a los hijos, su deseo ardiente de que crezcan sanos y sean felices, éstos y otros rasgos se hallan en Dios de modo eminente. Igualmente brillan en el Hijo de Dios el cariño y la obediencia filial, el agradecimiento, el querer y buscar lo que le agrada al Padre, la intimidad y la absoluta confianza con el Padre. El cristiano es hijo en el Hijo, y por ello, el Padre sólo reconoce como hijos aquellos que han encarnado los mismos rasgos filiales de Jesucristo, su Hijo. San Juan ante esta realidad de la familia divina exclama, como extasiado: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (Segunda lectura). Y en el evangelio, Jesús, al ser encontrado en el templo después de tres largos días de búsqueda por parte de sus padres, les dice: "¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?". Es importante elevarse hasta la familia de Dios porque, en cierta manera, es el arquetipo de la familia humana.

 

La familia de Ana y María. ¡Dos familias de las que nos habla la Biblia! Una, la de Ana, pertenece al Antiguo Testamento, la otra, la de María al Nuevo. Ambas familias: Elcaná y Ana, José y María, eran justos a los ojos de Dios. Ana estaba casada y no podía tener hijos por ser estéril, María estaba prometida a José y era virgen. Ana pide a Yahvéh que le conceda un hijo, María le pide que se haga en todo su voluntad. Dios escucha la oración de Ana, haciendo fecundo su seno; Dios cumple su voluntad con María, haciéndola madre sin dejar de ser virgen. Samuel, hijo de Ana, ocupa un puesto relevante en la historia de la salvación; Jesús, hijo de María, ocupa su vértice y su plenitud. Elcaná es el padre natural de Samuel, José es sólo el padre legal de Jesús. Samuel, a los tres años, fue llevado al santuario de Silo, ante Yahvéh y consagrado a él para toda la vida. Jesús fue consagrado a Yahvéh a los cuarenta días de su nacimiento, y vivió treinta años con sus padres en Nazaret. Samuel vivió al servicio de Yahvéh en el santuario; Jesús, a los doce años, se quedó en el templo sin saberlo sus padres, dejó estupefactos a los maestros por su inteligencia y sus respuestas, y a María y José les respondió con una pregunta enigmática: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debía ocuparme de las cosas de mi Padre?" De la relación de Samuel con sus padres el libro sagrado no nos dice nada más; Jesús, sin embargo, vivió en Nazaret con sus padres hasta los treinta años, en actitud de obediencia filial. En los dos casos, se pone en evidencia un elemento común: Tanto en la familia de Ana como en la de María Dios cuenta y se cuenta con Dios. Las condiciones culturales y sociológicas de la familia pueden cambiar enormemente, pero el que Dios cuente y el que se cuente con Dios constituye un aspecto esencial de toda familia, en cualquier condición cultural, política o sociológica.

 

 

 

SUGEREncias PASTORALES

 

Ser y hacer familia. Ante todo, ser familia. Y esto quiere decir un padre, una madre y al menos un hijo, pero si más, mejor. Pongo por delante mi respeto a todo ser humano, en cualquier estado o condición, pero a la vez pienso que hay que ser claros y llamar las cosas por su nombre. Por ello, opino que una mujer sola con un niño, no ES familia, como tampoco, aunque los casos hoy por hoy sean raros, un varón solo con un niño. Opino que dos lesbianas con un niño no SON familia, como tampoco lo son dos homosexuales con un niño. En estos casos, la mayoría de las veces, si no todas, ni Dios cuenta ni se cuenta con Dios.

En segundo lugar, siendo familia, hacer familia. Es decir, construir día tras día, ladrillo tras ladrillo, el edificio familiar. La familia se construye con la colaboración de todos sus miembros, y cumpliendo cada uno sus propias funciones de padre, madre e hijos. Si las funciones o roles se trasponen o tergiversan, no se construye la familia. Por ejemplo, si los padres son los que obedecen los caprichos del hijo o de los hijos, o si los hijos sufren no pocas veces los caprichos de los padres (divorcio, una amante...). El edificio de la familia no se acaba nunca de construir, es una tarea de toda la vida. Es una tarea que exige el sacrificio de unos y otros (esposos, padres, hijos) para hacerse mutuamente todos felices.

¡Salvad la familia! Que la familia está siendo atacada por muchas partes, resulta algo obvio. Que hasta ahora la institución familiar, aunque muchos hayan caído en la batalla, ha resistido bien los ataques, también es verdad. Parece cada vez más claro a politólogos, sociólogos, y a hombres de los medios, que la voz unánime de la Iglesia católica, desde siempre, pero más intensa a partir del siglo XX, de salvar la familia para salvar la sociedad y al hombre, es una voz profética y llena de sabiduría, que hay que escuchar. a punto de finalizar el jubileo de la Encarnación del Verbo, la Iglesia y todos los hombres rectos y justos, tienen que elevar su voz muy alto para gritar: "¡Salvemos la familia!". Hay que salvarla del lenguaje equívoco que por todas partes la acecha. Hay que salvarla de todos los virus que la destruyen: divorcio, infidelidad, mentalidad hedonista, individualismo egoísta. Hay que salvarla promoviendo el sentido de familia, valorando la riqueza humana y espiritual de la familia. Hay que salvarla formando a los jóvenes en el amor, en la responsabilidad, en la entrega y capacidad de donación. Hay que salvarla, ofreciendo diversos modelos de auténtica familia. Nadie se excluya. Cada uno tiene su parte en esta gran tarea de salvar la familia.

 

 

Solemnidad de MARÍA, MADRE DE DIOS 1 de enero del año 2001

Primera: Núm. 6, 22-27; Segunda: Gal 4, 4-7; Evangelio: Lc 2, 16-21

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Hacer memoria, recordar, es propio del pueblo de Israel, de María santísima y del cristiano. El pueblo de Israel hace memoria, en el culto, de las maravillas que Dios ha realizado en él, que se resumen en la bendición y en la paz (primera lectura). María recuerda los acontecimientos que ha vivido en torno al misterio de su maternidad divina (evangelio). La comunidad cristiana hace memoria de Jesús, como un ser enteramente humano (nacido de mujer, nacido bajo la ley), pero al mismo tiempo Hijo de Dios, capaz de liberar al hombre de toda esclavitud (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

Memoria de las "maravillas del Señor". En el pueblo de Israel, caso único, hay una clarísima conciencia de la presencia de Dios en su marcha por los senderos de la historia, muchas veces, para la mente humana, tortuosos y oscuros. Desde Adán todo responde a un designio, a una historia salvífica, y Dios es el artífice y el guía de esa historia. Los israelitas no cesan de admirar, generación tras generación, las obras sorprendentes y grandiosas llevadas a cabo por Dios en bien de su pueblo: las plagas de Egipto, la liberación de la esclavitud egipcia, la revelación del Sinaí y el don del Decálogo, la victoria sobre los diversos enemigos que tienen que afrontar en su camino hacia la tierra prometida, la tierra que mana leche y miel, la presencia viva y consoladora en el templo de Jerusalén, el inesperado retorno del exilio de Babilonia... El lugar por excelencia de la memoria es la liturgia en el santuario primero y luego en el templo de Jerusalén. Antes que nada, la liturgia de las grandes fiestas: Pascua, Pentecostés, Tabernáculos. Luego, la liturgia de cada día y de las fiestas menores, como el inicio del año, los novilunios, o la fiesta de los "purim". La memoria de todos estos grandes acontecimientos se recogía condensadamente, al terminar la liturgia del día, en la bendición de la primera lectura, y se proyectaba como deseo para el futuro. Gracias a la memoria de las maravillas del Señor existe el Antiguo Testamento, y los cristianos conocemos nuestros orígenes y el modo de obrar de Dios en la historia. Los primeros cristianos seguirán recordando las maravillas de Dios en la vida de Jesús y de la primitiva Iglesia, y por ello tenemos el Nuevo Testamento y el grande misterio que da razón de ser de nuestra existencia, de nuestra misión en el mundo y de nuestro destino final.

Nuestra Señora del recuerdo. En dos ocasiones, que tienen que ver con los misterios de la infancia de Jesús, san Lucas menciona a María haciendo memoria de los acontecimientos vividos. No se trata de un acto aislado, pasajero, sino de una actitud de María, que mantiene a lo largo de su vida terrena. En el Magnificat recuerda la misericordia de Dios, de generación en generación, para los que lo temen. María recuerda, sobre todo, los acontecimientos en los que Ella ha tomado parte: encarnación del Verbo, nacimiento de Jesús, adoración de los pastores y de los Magos, circuncisión del Niño, imposición del nombre, etc. Recuerda los hechos, pero principalmente el misterio inefable que en los hechos se esconde, para entrar en él por medio de la fe y del amor. Evoquemos también la figura de María, en los últimos años de su vida, haciendo memoria de la vida de Jesús en Nazaret, de la vida pública de su hijo, del misterio pascual, de Pentecostés, de los inicios de la Iglesia... María entra en la bodega del recuerdo, no con la nostalgia de experiencias profundas e irrepetibles, sino con el gozo de quien revive esos momentos en el presente, gracias a la profundidad y riqueza del misterio que en ellos se encierra y que a todos interpela. María, la dimensión femenina y maternal de la Iglesia, pone de relieve el papel de la memoria, de la contemplación activa, para que el cristianismo se mantenga fiel a sus orígenes y en ellos encuentre el impulso más genuino a la acción y al apostolado.

 

SUGEREncias PASTORALES

¿Existe una amnesia cristiana? La amnesia, en la vida humana, es uno de los síntomas de edad avanzada, de decrepitud. A mayor número de años, menor capacidad de recuerdo. Este fenómeno humano, ¿se verifica por igual en la sociedad y en las instituciones? Si hay amnesia histórica, ¿es signo de que la sociedad, o una institución ha perdido vitalidad y está envejeciendo? Refiriéndome a la Iglesia, ¿se puede hablar de una amnesia cristiana? Al menos hay ciertos síntomas preocupantes: existen hoy en día bautizados que no conocen lo esencial del catecismo, a veces ni siquiera los diez mandamientos; bautizados que ignoran los grandes hitos de la historia de la salvación, incluso los grandes misterios de la vida de Jesucristo; bautizados que desconocen hasta los momentos más significativos de la historia de la Iglesia, las grandes verdades del dogma y de la moral cristiana... ¿Qué decir en estos casos, sino que la Iglesia ha perdido memoria en no pocos de sus hijos? Para recuperarla, no hay otro camino que crear el gusto del recuerdo, hacer valorar a las jóvenes generaciones el tesoro extraordinario de la tradición cristiana, ayudarles a hacer memoria de ella con la conciencia de que en el pasado están las semillas que florecen en el presente y darán su fruto maduro en el porvenir. No será inútil señalar que el cristiano con amnesia de sus orígenes y de su historia comete un grave pecado de omisión, que le perjudica a él en su identidad cristiana, pero que también hace daño a la comunidad eclesial porque la envejece, en lugar de renovarla y rejuvenecerla.

Recordar rezando el rosario. Uno de los medios más eficaces que la Iglesia ofrece a la piedad cristiana para recordar es el rezo del santo Rosario. El Rosario se reza en honor y alabanza de María santísima, pero el centro de los misterios que se recuerdan lo ocupan los acontecimientos principales de la vida de Jesucristo. En esta práctica de piedad, que ha caído notablemente en desuso en nuestro tiempo, al culto a María se une el recuerdo de las grandes verdades del misterio cristiano, realizándose de este modo una síntesis muy recomendable entre fe y piedad. En el recuerdo de estos acontecimientos nos acompaña María que los vivió de modo personal, y que ahora nos hace de guía y de modelo. Con ella y como a través de su memoria, recordamos los misterios gozosos, que tienen que ver con la llegada del Mesías entre nosotros, del Enmanuel, y en los que María tomó parte de un modo único y excepcional. Recordamos también los misterios dolorosos, misterios que se refieren a los últimos días de la vida de Jesús entre los hombres, en los que consumó la obra de la Redención muriendo en una cruz, a cuyos pies María compartía su dolor y colaboraba de modo singular en la obra de la Redención. Recordamos, finalmente, los misterios gloriosos, en los que celebramos el triunfo de Jesucristo y, asociado a Él y por obra suya, el triunfo de María santísima, llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial. ¿Habrá pasado de moda la práctica del rosario? ¿Cómo rezar el rosario, individualmente o en grupo, para que sea memoria viva de los misterios de nuestra fe, cogidos de la mano maternal de María?

Solemnidad de la EPIFANÍA DEL SEÑOR 6 de enero del año 2001

Primera: Is 60, 1-6; Segunda: Ef 3, 2-3.5; Evangelio: Mt 2, 1-12

 

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Jesucristo, desde su nacimiento, es un signo de contradicción para los hombres. Para unos, como los sabios que vienen de Oriente (evangelio) o como para Pablo, proveniente de la diáspora, es epifanía, manifestación fulgurante de su misterio (segunda lectura); epifanía prefigurada en la primera lectura, según la cual todos los pueblos se sentirán atraídos por la luz y la gloria de Jerusalén. Para otros, que viven en Jerusalén, capital del judaísmo, y que detentan la autoridad política (Herodes) o religiosa del pueblo judío (sacerdotes y maestros de la ley), Jesús, el Mesías, no es sino un rival peligroso (para Herodes) o un simple objeto de ciencia sagrada, sobre el que informan con la objetividad del experto (sacerdotes, escribas).

 

MENSAJE DOCTRINAL

Actitudes paradigmáticas ante Jesús. Ya desde los comienzos mismos de su vida, y luego en todo el Evangelio, se hallan dos actitudes fundamentales de los hombres hacia Jesús: aceptación o rechazo. María, José, los pastores, los sabios de Oriente o Magos (evangelio de hoy), Simeón y la profetisa Ana aceptan la realidad y el misterio que envuelven a Jesús de Nazaret. El rey Herodes, los sacerdotes y maestros de la ley (evangelio), los betlemitas, toman una postura de rechazo. Desde los comienzos Jesús es una bandera discutida: unos, llenos de gozo, quieren llevarla siempre muy alta; otros, hostiles, quieren abajarla y destruirla. No es el caso, pero es fácil de percibir, que ya en el Antiguo Testamento éstas dos son las actitudes de los hombres ante Dios, que en el Nuevo Testamento son las posturas de los individuos y de los pueblos ante Jesucristo y ante la primitiva Iglesia, y que esas posturas han continuado en la historia hasta el presente. Quiera o no quiera el hombre, lo sepa o no lo sepa, la persona de Jesús tiene que ver con su vida, y no precisamente de un modo puramente accidental. Jesús es el parteaguas de la vida humana y de la historia. La razón está en que todo hombre en el fondo de su conciencia busca un Salvador, y el único verdadero Salvador es Jesucristo. Esta verdad no es un axioma filosófico ni una deducción silogística, sino una amorosa revelación de Dios "a los apóstoles y profetas" y a través de ellos a todos los hombres (segunda lectura). Los hombres pueden equivocarse en la búsqueda del Salvador, pueden incluso pensar y buscar otros salvadores, pero en cualquier caso a quien buscan, el blanco hacia el que dirigen la flecha de su corazón es Jesús de Nazaret, el Redentor del mundo.

De las actitudes a los hechos. Las actitudes conducen lógicamente a la acción. Los Magos descubren en el firmamento la estrella del Mesías, se ponen diligentemente en camino, vencen no pocas dificultades, y, ante el niño Jesús, se postran, le adoran y le ofrecen sus regalos: oro, incienso y mirra. Son hechos concretos con los que manifiestan su alegre aceptación. Ellos son los representantes de los pueblos gentiles, prefigurados en la primera lectura, tomada de Isaías: "A tu luz caminarán los pueblos, y los reyes al resplandor de tu aurora". Herodes se sobresalta, indaga, disimula sus intenciones, trama la muerte de ese niño. Los sumos sacerdotes y escribas, por su parte, muestran su conocimiento de la Escritura, limitándose simplemente a informar. A lo largo de la vida de Jesús y en los veintiún siglos de cristianismo, ¡cuántos millones de acciones a favor y en contra de Jesús, de rechazo y de aceptación! Ésta es una clave de valor extraordinario para leer y entender la historia de Occidente, pero también de Oriente: la historia universal. Los grandes derrocamientos y caída de los imperios, los grandes fenómenos de cambio de paradigma político, cultural o social, con todas las consecuencias que conlleva, los grandes movimientos ideológicos, ¿no reciben su luz más potente del "evento Cristo", rechazado por unos, aceptado por otros? Todos, pero especialmente los historiadores, debemos reflexionar sobre esta clave histórica.

 

SUGEREncias PASTORALES

¡Atentos a los signos de Dios! Los Magos vieron una estrella nueva en el firmamento, y ésta suscitó su interés y su búsqueda. Fue un signo que Dios les envió y no lo dejaron pasar sin más, sino que descifraron su sentido y se pusieron en marcha. En efecto, el año 7 a.C. se efectuó la conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación Piscis. Júpiter representaba la soberanía universal, Saturno era la estrella del pueblo judío, y Piscis significaba el fin de los tiempos. Conclusión: en Judea ha nacido el rey universal, en la plenitud de los tiempos. ¡Atención, reflexión, acción! Hemos de estar atentos porque Dios va sembrando, día tras día, no pocos signos de su presencia y de su amor eficaz, en la pequeña realidad de nuestra vida y en los diversos acontecimientos de la historia local, nacional o internacional. Hemos de reflexionar porque se trata de signos, no de evidencias, y porque los signos por su misma naturaleza remiten a otra realidad más allá de ellos mismos. Una vez interpretado correctamente el signo, hemos de pasar, de la atención y de la reflexión a la acción, para que el signo de Dios fructifique en la tierra de los hechos concretos. Dios sigue hoy hablando al hombre con palabras y con acciones, quizás lo que suceda es que los hombres no estamos preparados para descifrar su lenguaje. Los mártires del siglo XX, ¿no son un signo de Dios? Dos millones de jóvenes reunidos en Roma para la Jornada Mundial y el Jubileo de la Juventud, ¿no es acaso una palabra significativa que Dios nos dirige? ¿Y los Movimientos eclesiales? ¿Y el renacer del espíritu religioso y del ansia de trascendencia?...

Un mundo con algo que ofrecer a Dios. Cada año los cristianos celebramos la Navidad, la Epifanía. Dios se nos da, pequeño e impotente, sobre un pesebre o en manos de su Madre, María. Se nos da como Salvador, como Amor, como camino de vida, a todos sin excepción. ¿Qué ofrece, en cambio, el mundo al Salvador? ¿Qué le ofrecemos nosotros, cada uno de nosotros? ¿Tiene el mundo un poco más de paz que ofrecer a quien es llamado el "príncipe de la paz"? ¿Tiene el mundo algo más de solidaridad para con los más necesitados, sean individuos o naciones, para ofrecer a quien quiso hacerse en todo solidario con los hombres, menos en el pecado? ¿Ofrece el mundo más pan a los que tienen hambre, más medicinas a los que están enfermos, más ayuda para la educación a quienes no tienen posibilidades, sabiendo que "cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis"? ¿Cuenta el mundo con más verdad, más honestidad, con más justicia para quien es la Verdad, para quien es el Justo por excelencia? El mundo, cada nuevo año, puede ofrecer muchas cosas buenas a Dios. Cada uno de nosotros es parte de ese mundo, y puede y debe contribuir para ofrecer "algo" a Dios. ¿Con qué piensas contribuir este primer año del tercer milenio?

 

Segundo Domingo DESPUÉS DE NAVIDAD 7 de enero del año 2001

Primera: Sir 24, 1-4.12-16; Segunda: Ef 1, 3-6.15-18; Evangelio: En 1, 1-18

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

 

La Palabra encarnada, Jesucristo, es un don del Padre. En esta frase intento resumir el sentido de la liturgia de este segundo domingo después de Navidad. El Padre nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales, entre los que sobresale el don mesiánico, por medio de Cristo (segunda lectura). En la historia de las bendiciones divinas, que corresponde con la historia del hombre, Dios se ha dado como don de Sabiduría, primeramente al pueblo de Israel (primera lectura) y luego al pueblo cristiano, ya que Jesucristo es Sabiduría de Dios, el único que ha visto a Dios y que nos lo puede revelar (evangelio). En esa misma larga historia, Dios se nos ha dado como Palabra eterna, que ha tomado carne mortal en Jesús de Nazaret (evangelio).

 

MENSAJE DOCTRINAL

Don para Israel, don para el mundo. Nada hay más extraordinario que el hecho de que Dios haya querido ser don para el hombre. No se trata de darle cosas, objetos materiales. Eso ya sería grande, pero se queda chico ante la maravilla de un Dios, don de sí mismo. En la historia de las relaciones de Dios con el hombre, primeramente es un don que se encarna bajo la forma de sabiduría. Es una sabiduría divina, la que hallamos en la primera lectura. Preexistía cerca de Dios y ha salido de su boca, y a la vez ha puesto su tienda en Jerusalén y tiene su lugar de reposo en Israel. Es decir, en medio de la sabiduría humana, tan extraordinaria, de los pueblos circunvecinos, como Mesopotamia y Egipto, Israel goza de una sabiduría superior, por la que Dios le revela sus designios y proyectos y le manifiesta el sentido de las cosas y de la historia. Con el paso de los siglos, al llegar el momento culminante de toda la historia, se verifica un cambio singular: Dios no se da sólo como don espiritual (sabiduría), sino personal (encarnación del Verbo, de la Palabra de Dios). Ningún signo de admiración es capaz de expresar este don excepcional. Que Dios rasgue el misterio de su trascendencia, entre en la historia y se nos dé en una creatura humana recién nacida, ¿quién lo podrá comprender? (Evangelio). No bastará la eternidad para sorprendernos ante este gran misterio. No es una "necesidad" de Dios; no se siente obligado por nadie; no le perfecciona en su divinidad. Sólo el amor lo explica, el amor que es difusivo y generoso. Además no sólo es un don personal, es también un don universal, mundial. "Luz para todas las naciones". Mientras exista la historia, Dios será un don para todos, sin distinción alguna. Los hombres podrán decir: "No lo quiero", "No lo necesito", pero jamás podrán pronunciar con sus labios: "Estoy excluido", "No es para mí". Jesucristo es el don del Padre para toda la humanidad.

Un don en plenitud. Son hermosas las imágenes que utiliza el Sirácida para comunicarnos esa plenitud: la sabiduría, recurriendo a imágenes vegetales, dice de sí misma que es como un cedro del Líbano, como palmera de Engadí, como un rosal de Jericó o un frondoso terebinto. También echa mano de imágenes aromáticas para describir, con distintos lenguajes, la misma plenitud: el aroma del laurel indiano (cinamomo), el perfume del bálsamo o de la mirra, el olor penetrante del gálbano, ónice y el estacte; sobre todo, el incienso que humea en el templo, y en cuya composición entran todos los aromas aquí mencionados. La belleza y elegancia de los árboles, la frescura y colorido del rosal, la intensidad de los perfumes se aúnan para subrayar la plenitud del don divino de la sabiduría. El evangelio es más sobrio en imágenes, pero más rico en significado. Habla de la "gloria del Hijo único del Padre, LLENO de gracia y de verdad" y, poco después, "de su PLENITUD todos hemos recibido gracia sobre gracia". Y el himno de la carta a los efesios, ¿no se refiere a la plenitud del hombre cuando dice que "Dios nos ha destinado a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo"? La grandeza y plenitud del don nos remiten a la grandeza y plenitud del Donante. ¡Nobleza obliga a agradecer!

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Un don venido de lejos. No son los astros distantes los que, después de muchos años o siglos, nos regalan sus rayos de luz; no es la tierra la que, en rincones tan diversos y lejanos, ofrece al hombre la prodigalidad de sus minerales o de sus frutos vegetales; no es el hombre quien nos dona su creatividad, su trabajo, su genio. Todas estas realidades pertenecen al mundo creado. El Don nos viene del mundo y de la distancia increados, del más allá de toda creatura, del Dios trascendente. Jesucristo, el Don de Dios, viene de lejos, pero se introduce en el corazón de los acontecimientos y del ser humano hasta el punto de ser uno más entre los hombres. Aquí radica nuestra perplejidad. Lo vemos tan igual a nosotros, que se nos puede ocurrir pensar que no viene desde el mundo de Dios. En brazos de su Madre nada hay que lo muestre divino. Y desgraciadamente en no pocas ocasiones los hombres, del hecho de no aparecer como Dios, concluimos que ni puede serlo ni lo es. Diremos que es un gran personaje de la historia, que su personalidad es enormemente seductora, que su moral es de una altura y nobleza grandiosas, que su capacidad de arrastre es imponente, que es una paradoja viviente al ser el más amado y el más odiado de los nacidos de mujer... Pero en nuestro razonamiento no podemos llegar a la afirmación fundamental: "Es un Don de Dios, venido del mismo mundo de Dios". Al venir al mundo y hacerse hombre, ha venido a quedarse con nosotros; a la vez, estando con nosotros, pero proviniendo del mundo de Dios, ha venido a llevarnos con Él al mundo lejano del cual ha salido, el mundo desconocido, pero que es nuestra patria verdadera y definitiva. ¿Aceptamos con fe y con amor este Don cercano, como lo es un niño, pero trascendente, como el mismo Dios?

Testigos del don divino. Juan, el Bautista, es llamado en el evangelio "testigo de la luz, a fin de que todos crean por él". Testigo, Juan, de esa luz, de esa sabiduría divina que es Jesucristo. Siguiendo al Bautista, todos en cierta manera estamos llamados a ser testigos del don divino, Jesucristo. El mundo creerá si aumentan los testigos de Cristo. Y si la fe disminuye en nuestro país, ¿no será porque han disminuido los testigos? Los maestros pueden aclarar la verdad del Don divino, mas los testigos hacen la verdad, y haciéndola la acreditan y garantizan. Cristo, Don de Dios para el hombre, necesita de testigos. Niños, testigos de Cristo para los niños y para los mayores; jóvenes, testigos de Cristo para los jóvenes y los no tan jóvenes; adultos, testigos de Cristo para los adultos, y para los niños y jóvenes. Testigos convencidos y audaces, al estilo del Papa Juan Pablo II. Cristo necesita padres de familia que no tengan miedo de entregar la antorcha de su testimonio cristiano a sus hijos; educadores que sean testigos de Cristo para sus alumnos; párrocos que testimonien con su vida santa el Don de Cristo a todos sus feligreses. ¿Soy un auténtico testigo de Jesucristo? ¿Qué hago ya y qué más puedo hacer para que mi testimonio sea creíble y Dios lo haga eficaz?

 

Bautismo de JESÚS 14 de enero del 2001

Primera: Is 40, 1-5.9-11; Segunda: Tit 2, 11-14; 3, 4-7; Evangelio: Lc 3, 15-16.21-22

 

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Sin que aparezca la palabra novedad, nuevo en los textos litúrgicos, todos ellos se refieren, en cierta manera, a la novedad de la acción de Dios en la historia. Es nuevo el lenguaje de Dios en Isaías: "ha terminado la esclavitud..., que todo valle sea elevado y todo monte y cerro rebajado..., ahí viene el Señor Yahvéh con poder y su brazo lo sojuzga todo". Es absolutamente nuevo que Jesús sea bautizado por Juan, que el cielo se abra, que el Espíritu descienda en forma de paloma, que se oiga una voz del cielo: "Tú eres mi hijo predilecto". Es nueva la realidad del hombre que ha recibido el bautismo: "un baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Señor".

 

MENSAJE DOCTRINAL

La novedad viene de Dios. El hombre, desde los mismos inicios, lleva en sí el deterioro y la vieja carne del pecado. En ella está inmerso, como en un pozo profundo, del que es imposible salir por sí mismo. Como se trata de una realidad común a toda la humanidad, tampoco nadie, por su propio valer y querer, puede ayudar a otros a salir. Esta es la triste condición humana. El hombre puede gritar, desesperarse, blasfemar; o puede sentir el peso de la culpa, pedir perdón y ayuda, esperar. Lo que está claro es que sólo Dios puede echarle una mano; sólo Dios puede cambiar su vieja carne en pura novedad de gracia y misericordia. Está igualmente claro que Dios quiere echar una mano y actuar en favor del hombre, porque "ha sido creado a imagen y semejanza suya". La liturgia presenta tres momentos históricos de la intervención de Dios: primero interviene para liberar al pueblo israelita de la esclavitud de Babilonia (primera lectura), luego para revelar al mundo la filiación divina de Jesús (evangelio), finalmente para manifestar a los hombres la nueva situación creada en quienes han recibido el bautismo (segunda lectura). La consecuencia es lógica: Si Dios ha intervenido en el pasado con una irrupción de vida y esperanza nuevas, Dios interviene en el presente e intervendrá en el futuro, porque el nombre más propio de Dios es la fidelidad.

La novedad es invisible. La novedad que Dios infunde en el corazón de los hombres incide y repercute en la historia, pero en sí es invisible, interior, netamente espiritual. Primero hace nuevo el corazón, luego desde el corazón del hombre y con la ayuda del hombre, trasmuta también la realidad histórica. En los exiliados de Babilonia primero creó la añoranza de Sión, el deseo y la decisión del retorno, luego dispuso los hilos de la historia para que tal deseo y decisión llegase a cumplimiento. En el caso de Jesús, la teofanía del bautismo nos hace descubrir una novedad inicial, que se irá desplegando a lo largo de toda su vida pública y sobre todo en el misterio de su muerte y resurrección. La novedad del bautizado sólo se irá percibiendo con el tiempo, en la medida en que exista una coherencia vital entre la novedad infundida por Dios y la existencia concreta y diaria del cristiano. Para quienes juzgamos desde fuera, no pocas veces resulta difícil desvelar la relación entre la novedad interior y sus manifestaciones históricas en la vida ordinaria de cada ser humano. Por eso, ¡cuán difícil es juzgar sobre la vida verdadera, la interior, de los hombres, y con cuánta facilidad nos podemos equivocar!

La novedad es eficaz. Si viene de Dios, no puede ser de otro modo. La acción de Dios se lleva a cabo, si el hombre no la obstaculiza. La teofanía que nos narra el evangelio supuso el que Jesús, Hijo de Dios, fuese bautizado por un hombre, Juan; sin esta acción de Jesús, tal teofanía no hubiese tenido lugar. La regeneración y renovación interior del hombre están aseguradas, "si el hombre renuncia a la impiedad y a las pasiones mundanas" (segunda lectura), que como tales impiden cualquier acción del Espíritu de Dios. Por otra parte, hemos de admitir que la eficacia de Dios no es manipulable a nuestro antojo y arbitrio. Dios muestra su eficacia cuando quiere y como quiere. No son los exiliados en Babilonia los que ponen a Dios los plazos y modos de actuar para librarlos de la esclavitud; es Dios quien los determina y los realiza.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Bautismo, epifanía de Dios. En el evangelio el bautismo de Jesús es una epifanía. Eso mismo debe ser el bautismo del cristiano: una epifanía de lo que Dios es y de lo que Dios hace en el hombre. El bautizado, podríamos decir, es un hombre en quien se manifiesta el Dios trinitario, en virtud de la relación personal que mantiene con cada una de las personas divinas. Como hijo del Padre vive una verdadera relación filial, sobretodo en la oración y adoración. Como redimido por el Hijo y sumergido en su misma vida, entabla con él una relación principalmente de seguimiento e imitación. Como templo del Espíritu Santo, vive con la conciencia de una relación sagrada, santificante, vivificadora de su existir cotidiano, modeladora de su vida familiar, profesional y social. El bautizado es al mismo tiempo epifanía de la acción de Dios en el hombre: una acción purificadora, que manifiesta el perdón de Dios; una acción transformante, que pone de relieve el poder de Dios; una acción unificadora de las energías y capacidades del cristiano, que subraya el misterio unitario de Dios; una acción vivificante, que revela, por medio del hombre, la extraordinaria vida de Dios uno y trino... Es importante que la predicación y catequesis tengan muy en cuenta y desarrollen y expliquen estos aspectos espirituales y pastorales del sacramento del bautismo. Así el bautismo no será el sacramento de la "inconsciencia", sino el sacramento de la epifanía diaria de Dios en la vida, en la fe y en el obrar del bautizado.

Bautizados para siempre. En el catecismo se dice que el bautismo imprime carácter, es decir, el bautismo se recibe una sola vez y para toda la vida. ¿Qué pasa, entonces, cuando no se vive como cristiano? ¿cuando se reniega de la propia fe? ¿cuando se cambia de religión y credo? La huella de la impresión bautismal queda. Una huella que es memoria, y es invitación: "Recuerda que eres un bautizado", "Sé lo que eres, vive lo que eres". Eres libre, pero la huella divina te indica el verdadero camino para tu libertad, lejos de los espejismos engañosos. ¿Y qué pasa con el bautizado que quiere vivir como bautizado? Tiene que ratificar cada día con la vida la huella divina, que lleva impresa. Tiene que testimoniar decididamente y con valentía la transformación que Dios ha operado en su ser por el bautismo. Tiene que ser un bautizado que viva consciente de su bautismo día tras día, por siempre.

 

Segundo Domingo del TIEMPO ORDINARIO 21 de enero del año 2001

Primera: Is 62, 1-5; Segunda: 1Cor 12, 4-11; Evangelio: Jn 2, 1-12

 

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

 

La imagen de las bodas ocupa un puesto central en la liturgia de hoy. En el evangelio se habla de las bodas de Caná, pero sobre todo se insinúa a Jesús como esposo. Jerusalén ya no será llamada "Abandonada" ni "Devastada", sino que será llamada "Desposada" y su tierra tendrá un esposo (primera lectura). La comunidad cristiana, esposa de Cristo, goza de la diversidad de carismas que el único y mismo Espíritu derrama sobre ella para ponerlos al servicio de todos, y que constituyen las arras de Cristo-esposo (segunda lectura).

 

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

 

La prefiguración esponsal del Mesías. En el Antiguo Testamento se menciona con frecuencia la figura del esposo para hablar de las relaciones de Yahvéh con su pueblo Israel. Dios, en cuanto esposo, se muestra por un lado celoso de su pueblo; celo que se manifiesta como castigo cuando la esposa no corresponde; un castigo purificador y que invita a volver al amor primero. Por otro lado, Dios se revela como un esposo fiel, que mantiene su palabra de alianza, de indisolubilidad y de lealtad a pesar de todo. Finalmente, es un esposo que rebosa de gozo al estar con su pueblo y acompañarlo en sus vicisitudes. Porque Yahvéh es celoso, Jerusalén fue abandonada por Él y devastada por sus enemigos; porque es fiel, volverá a ser llamada desposada. Porque es un esposo gozoso, infunde y derrama ese mismo gozo en todo Israel, como un don precioso y magnífico para la esposa. La figura esponsal de Yahvéh, con las tres características indicadas, prepara la revelación de Jesús como esposo de la Iglesia en el Nuevo Testamento.

Ha llegado la era mesiánica. En el Nuevo Testamento el mesías aparece bajo la figura del esposo. En el texto de las bodas de Caná Jesús es insinuado como esposo en las palabras del maestresala al recién casado: "Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino nuevo hasta ahora". En realidad, el "tú" se refiere no tanto al esposo, cuanto a Jesús. Este texto es importante, dado el carácter programático que posee en la estructura del cuarto evangelio. ¿Hay algo característico en esta figura de Jesús esposo? 1) Ciertamente, el poder de cambiar el agua en vino que alude al incipiente gozo y plenitud de gracia del Reino de Dios. El agua del Antiguo Testamento, del mesías esperado, se convierte en vino del Nuevo Testamento, del mesías llegado. 2) La abundancia mesiánica. Jesús no convierte en vino unos pocos litros de agua, sino una gran cantidad (240 litros). La sobreabundancia y generosidad de Jesús al inicio de su vida pública caracterizará el resto de su existencia terrena y la vida misma del cristianismo, del que constituirá un elemento estructurante. 3) El mesías esposo manifiesta su gloria a sus discípulos, que creyeron en él. La gloria del esposo es precisamente entregarse en plenitud a la esposa y de esta manera iniciar una nueva era de relaciones de Dios con la humanidad: la era cristiana.

Las arras del mesías-esposo. Las arras son el símbolo de la alianza entre los esposos. Las arras que Jesús-esposo ofrece a la Iglesia-esposa son los carismas, que otorga mediante su Espíritu. Todos y cada uno de los carismas se los entrega Cristo a su Iglesia para que pueda realizar su vocación esponsal. El Espíritu distribuye estos carismas con gran libertad, pero a la vez endereza todos ellos a la utilidad común de toda la Iglesia. Con ellos, la Iglesia puede garantizar su fidelidad a la alianza esponsal con Cristo. A mayor abundancia de carismas en la Iglesia, mayor posibilidad de realizar con perfección su vocación esponsal y su misión de sacramento universal de salvación entre los hombres.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

La generosidad, virtud cristiana. Dar y darse, entregar y entregarse, donación, generosidad... son palabras frecuentes en el vocabulario de los cristianos. Las escuchamos no pocas veces en las homilías, en la catequesis, en la conversación cotidiana. Gracias a Dios, no son sólo palabras, sino una verdadera realidad en la Iglesia. Está la generosidad en dar parte de los bienes propios. No cabe duda que los cristianos de los países ricos entregan notables cantidades de dinero y otros bienes económicos a los cristianos y no cristianos de los países pobres, o que sufren el flagelo de la guerra o de las calamidades naturales. Es inmenso el bien que hace Caritas internacional, Adveniat, Kirche in Not, Missio, Los Caballeros de Malta, los Caballeros de Colón, y tantas otras instituciones benéficas de carácter nacional o internacional. Está la generosidad del darse a sí mismo. ¡Cuántos misioneros y misioneras, cuántas voluntarias y voluntarios, que entregan su vida, fuera de su patria, en países lejanos, en medio de grandes dificultades, con peligro incluso de acabar la vida acribillado de balas o bajo el filo del machete! Todos ellos han marchado a sus destinos dispuestos a perder la vida, si es necesario, para ganarla de nuevo en Cristo. Está la generosidad interior, la generosidad del corazón para con Dios, para con el vecino, para con el hijo enfermo de Sida o drogadicto, para con el marido en estado terminal, para con la madre anciana y que ya no puede valerse por sí misma. Tantas personas que quizá no dan dinero o dan poco, porque no tienen, ni tampoco se van de misioneras o voluntarias a otros países, pero que se dan a sí mismas, su cariño, su paciencia, su disponibilidad, su tiempo, su virtud, su ciencia...

La nueva era cumple dos mil años. En estos dos últimos decenios se ha hablado mucho de nueva era (New Age). Es un movimiento cultural y religioso reciente, que se opone como alternativa al cristianismo. Según él, el cristianismo ha cumplido su ciclo vital, escrito en el zodíaco, y está ya a las puertas el nuevo ciclo, el ciclo del acuario que instaurará una nueva era en la historia de la humanidad. Es un movimiento confuso y difuso, sin estructura y sin fuste, pero, que como la neblina, penetra todos los espacios: arte, medios de comunicación, cine, religión, instituciones, etc. Es un nuevo mesianismo con ribetes de científico y espiritual al mismo tiempo. Ante tal situación, someramente descrita, es necesario afirmar que mesías hay uno solo, y que ese mesías esperado por el pueblo de Israel y por las naciones ya llegó hace dos mil años con la encarnación del Verbo en Jesús de Nazaret. Que la nueva era comenzó con Jesucristo Mesías y que, después de dos mil años, sigue siendo absolutamente nueva, porque no es obra tanto de los hombres cuanto del mismo Dios. ¡Atentos a la moda de la nueva era y a la nueva era de moda!

 

 

Tercer Domingo del TIEMPO ORDINARIO 28 de enero del año 2001

Primera: Neh 8, 2-4a.5-6.8-10; Segunda: 1Cor 12, 12-31a; Evangelio: Lc 1, 1-4; 4, 14-21

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

 

Tanto la primera lectura como el evangelio hablan del libro de la Escritura. Esdras, en la primera lectura, lee el libro de la Ley ante todo el pueblo, "aclarando e interpretando el sentido, para que comprendieran la lectura". En la sinagoga de Nazaret, Jesús se levanta, un día de sábado, para hacer la lectura del volumen del profeta Isaías, que le fue entregado por el sacristán de la sinagoga (evangelio). Para dar vida a la Escritura y hacerla real, Dios puso en la Iglesia los apóstoles, los profetas, los maestros, el don de lenguas, el don de interpretación..., de modo que la Palabra de Dios sea viva, vivifique y permanezca para siempre.

 

MENSAJE DOCTRINAL

La Escritura, libro del judaísmo. Se puede decir que el judaísmo, el cristianismo y el islamismo son en cierta manera las religiones del Libro. Los judíos tienen la Torah (Revelación de Dios en el AT), los cristianos el Evangelio (Antiguo y Nuevo Testamento), los musulmanes el Corán. Para un pío judío del tiempo de Jesús dos eran sus puntos fundamentales de referencia religiosa: el templo y la Torah. En ambos está presente Yahvéh con su benevolencia y su amor. En ambos dialoga con el hombre como un amigo con sus amigos, como se ve en la primera lectura en que el pueblo entero hizo un gran festejo "porque había comprendido las palabras que les habían enseñado". Ambos son camino de salvación no sólo para los judíos, sino para todas las naciones. En el templo estaba permanentemente encendido el candelabro de los siete brazos para señalar la providencia de Yahvéh sobre su pueblo. Cada día, cuando el judío oraba, cubría su frente y sus brazos con filacterias para tener siempre presente algunos textos fundamentales de la Torah: Ex 13, 1-10 (ley de la Pascua); Ex 13, 11-16 (consagración de los primogénitos); Deut 6, 4-9 (amor a Dios sobre todas las cosas); Deut 11, 13-21 (cumplimiento de los mandamientos). Cuando en el año 70 d.C. fue destruido el templo de Jerusalén, el pueblo judío se quedó únicamente con la Torah como punto de referencia religiosa y como centro de unificación y de identidad de los judíos dispersos. La Escritura es libro del judaísmo, porque es Palabra de Dios, y porque es el código fundamental de su identidad religiosa y cultural.

Jesús, el libro y el cristiano. Jesús, como buen judío, escuchó y leyó la Torah, escrita y oral, en múltiples ocasiones y celebraciones religiosas. Estaba familiarizado con ella, porque en ella se había educado durante treinta años y en ella se veía reflejado, en virtud de la conciencia que tenía de sí mismo. Por eso, podrá decir sin titubeo alguno en la sinagoga de Nazaret: "Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír" (evangelio). Después de la ascensión de Jesús a los cielos, los primeros cristianos, gracias a la mayor comprensión del misterio de Jesús por obra del Espíritu, hicieron de Jesús el libro viviente, el evangelio de nuestra salvación. De este modo, el cristianismo no es principalmente la religión del libro, sino la religión de la persona de Jesucristo, libro siempre vivo que revela a los hombres las vicisitudes y los tortuosos caminos de la historia. En la Escritura cristiana (Antiguo y Nuevo Testamento), se hace presente y viva la persona de Jesús para todos los creyentes. Por eso, los primeros cristianos, tanto provenientes del judaísmo como del mundo pagano, no predican la Torah, sino el Evangelio. Por eso, desde los inicios del cristianismo hay carismas relacionados con el libro de la Escritura: los apóstoles que predican el Evangelio que es Jesús, los maestros que enseñan la continuidad, discontinuidad y superación del Evangelio respecto al libro de la Torah, los profetas que leen los acontecimientos de la vida y de la historia a la luz del Evangelio, libro viviente de Jesús, etc. (segunda lectura). A lo largo de los siglos y milenios, los cristianos se han inspirado y continúan inspirándose en el Evangelio (AT y NT), libro viviente de Jesús, que es para ellos la guía inequívoca de su ser y de su actuar como creyentes.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Lectura cristiana de la Biblia. Toda la Biblia es cristiana. El Antiguo y el Nuevo Testamento son los dos pulmones con los que respira la fe, la moral y la piedad de los cristianos. Marción, en el siglo II, quiso suprimir el Antiguo Testamento del cristianismo, pero su posición fue rechazada por la Iglesia como herética. En la historia del cristianismo, ha habido creyentes o comunidades cristianas que en ciertos campos de la fe y de la moral se han quedado en el Antiguo Testamento; por ejemplo, en la concepción de Dios o de la justicia, en el rigorismo de la ley, etc. Como no hay alma sin cuerpo, tampoco puede haber Nuevo Testamento sin el Antiguo. Por eso, es muy necesario que los cristianos, ya desde niños, desde la educación básica, nos familiaricemos con toda la Biblia: con el Antiguo y con el Nuevo Testamento. A la vez, es urgente que sepamos leer el Antiguo Testamento "con ojos cristianos", en cuanto que en él ya está presente, en forma velada, el Nuevo Testamento. Porque "toda la Escritura es un solo libro, y ese libro es Cristo", nos enseña Hugo de san Víctor. ¡Qué labor tan grande tienen entre manos los catequistas que preparan a los niños para la primera comunión o para la confirmación! ¡Qué importante que los catequistas de jóvenes y adultos sepan guiarlos hacia una lectura cristiana de la Biblia!

La Biblia me lee e interpreta. La Biblia es un libro sagrado, que norma nuestra fe y nuestra vida. Por tanto, no puede ser un libro de pasatiempo o de lectura superficial, no comprometida. La Biblia no es un libro que se lee para conciliar el sueño por la noche. La Biblia es Palabra que Dios me dirige personalmente a mí cuando la leo. Y desde el texto la Palabra de Dios me interpela, me lee y me interpreta. Me interpela, buscando una respuesta a lo que me dice mediante la lectura del texto. Me lee, desentrañando los secretos de mi corazón, y suscitando el deseo de cambio. Me interpreta, dando una orientación segura a mi existencia: a mi modo de ser, de pensar, de vivir, de actuar en el mundo, y moviendo mi voluntad a seguirla. En el supermercado de las interpretaciones, no pocas de ellas deshumanizantes, el hombre corre el riesgo de hacerse con una u otra interpretación equivocadas y dañinas. Es un imperativo, por tanto, para nosotros, los cristianos, dejarnos interpretar por la Palabra del Dios vivo, pues Ella es la interpretación más genuina y auténtica del hombre, en cualquier tiempo o lugar en que éste se encuentre. Los domingos, en la liturgia de la Palabra, ¿escucho la Palabra de Dios con la conciencia y el deseo de ser leído e interpretado por Ella? Como sacerdote, ¿me dejo interpretar por la Palabra de Dios antes de explicarla e interpretarla para la comunidad?

 

 

Cuarto Domingo del TIEMPO ORDINARIO 4 de febrero del año 2001

Primera: Jer 1, 4-5.17-19; Segunda: 1Cor 12, 31 - 13, 13; Evangelio: Lc 4, 21-30

 

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Jesucristo, Jeremías, Pablo: Tres hombres con una única misión, cuyo vértice es Jesucristo, plenitud de la revelación y de la misión salvífica de Dios. En efecto, Jesús es el enviado del Padre para la salvación de los pobres, sin distinción alguna entre judíos y gentiles (evangelio). La misión profética de Jesús está prefigurada en Jeremías, el gran profeta de Anatot durante el primer cuarto del siglo VI a.C, de cuya vocación y misión, en tiempos de la reforma religiosa del rey Josías y luego durante el asedio y la caída de Jerusalén, trata la primera lectura. Pablo, segregado desde el seno de su madre, prolonga en el tiempo la misión profética de Jesús, poniendo el acento en el amor cristiano, como el carisma que relativiza todos los demás y que constituye la verdadera medida

 

 

MENSAJE DOCTRINAL

Características de la misión. Son varios los caracteres que los textos litúrgicos resaltan, al tratar de la misión profética. Subrayo aquéllos, que considero de mayor relevancia e incidencia en nuestro tiempo.

1. La misión viene de Dios. Es Dios quien dice a Jeremías: "Antes de formarte en el vientre te conocí; antes que salieras del seno te consagré, te constituí profeta de las naciones" (Jer 1,5). Jesús en la sinagoga de Nazaret no se atribuye a sí mismo la misión, sino que la lee ya profetizada en las Escrituras, es decir, ya prevista por el mismo Dios. San Pablo, por su parte, sabe muy bien que todo carisma proviene del Espíritu de Dios, máxime el carisma por excelencia que es el del ágape.

2. Una misión en doble dirección. Por un lado destruir, por otro edificar (Jer 1, 10). Por un lado, el anuncio: proclamar la Buena Nueva a los pobres, por otro, la denuncia: ningún profeta es bien acogido en su tierra (evangelio). Por un lado, la devaluación de todo sin la caridad, por otro, la caridad como valor supremo (segunda lectura). Es la dinámica de la misión, y es la dinámica de la vida cristiana, desde sus inicios hasta nuestros días.

3. Una misión universal. Jeremías es llamado por Dios a ser "profeta de las naciones"; Jesucristo ha sido ungido por el Espíritu para ayudar a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos, y para proclamar a todos un año de gracia del Señor, es decir, un jubileo. Si Dios es creador y padre de todos, todos son por igual objeto de su amor y de su redención.

4. Una misión con riesgos. El riesgo principal de que los hombres no escuchen ni acepten el mensaje de Dios, comunicado por el profeta. El riesgo también está en ser maltratado, considerado enemigo público, tenido por aguafiestas y profeta de desventuras. La biografía de Jeremías está entretejida con episodios de este género. Jesús estuvo a punto de ser apedreado por los nazarenos, y Pablo vivió unas relaciones no poco tensas con los cristianos de Corinto, cuando les escribió su primera carta.

5. Una misión sin temor y con la fuerza de Dios. Dios dice a Jeremías: "No les tengas miedo... Yo te constituyo hoy en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce frente a todo el país". Jesús, ante los nazarenos que quieren despeñarle, nos dice san Lucas que, "abriéndose paso entre ellos, se marchó". ¡Qué valentía sobrehumana y qué poder de Dios en la actitud de Jesús! ¿Y acaso no muestra Pablo una fuerza divina cuando antepone el ágape cristiano a la ciencia, a la pobreza total, a las llamas, y a la misma fe?

6. Una misión que exige una respuesta. Puede ser una respuesta de rechazo, como en el caso de Jeremías: "Ellos lucharán contra ti" (primera lectura). Puede ser una respuesta doble, como en el caso de Jesús: por un lado, asentimiento y admiración, por otro, indignación y deseo de despeñarlo por un precipicio (evangelio). Y Pablo, en la segunda lectura, al proponer a los corintios el carisma de la caridad, no hace sino pedirles que respondan con generosidad a dicho carisma.

 

SUGEREncias PASTORALES

 

La misión cristiana, una provocación. Para el hombre, cualquiera que sea su circunstancia, toda propuesta que venga de Dios es una provocación, porque le saca de su rutina, de sus esquemas mentales, de su aurea mediocridad. Jesús provoca a los nazarenos, al herir su orgullo por no hacer en Nazaret los milagros realizados en Cafarnaún, y les provoca poniendo fin a los privilegios judíos y además dando preferencia a los gentiles, sobre los judíos, como sucede en los ejemplos que Jesús pone de Elías y Eliseo. El ágape que Pablo propone a la Iglesia de Corinto es una provocación mayúscula para aquellos griegos educados en el culto a la razón y al eros. Ser y vivir hoy como cristiano es también provocar, pero se trata de una provocación saludable. Hay que provocar inseguridad en la mentalidad, para que se realice una verdadera conversión, cambio de mentalidad, metanoia. Hay que provocar con la "debilidad" de todo hombre, para que adquiera relevancia y sentido en toda vida humana la fuerza y el poder de Dios. Hay que provocar con las baratijas de felicidad que los hombres compran en el supermercado de la sociedad o de la cultura, para que abran los ojos a la auténtica felicidad que está en Dios y que Dios nos da. Hay que provocar al hombre en sus miserias y ruindades, para que tome conciencia de su grandeza como imagen de Dios, como hijo de Dios. Si el cristianismo no provoca ni sacude al hombre en su interior, es que ha perdido fuerza revulsiva y mordiente, es que ha perdido su razón de ser en la historia.

El ágape cristiano, medida de todo. Un grave y frecuente error del hombre es confundir el contacto físico o la relación sexual, o el eros sentimental, con el amor, con el ágape. El amor cristiano no es un momento pasajero, epidérmico o sentimental, efímero como las hojas de otoño, insatisfactorio como todo "juego" egoísta y frecuentemente sensual. El amor cristiano reverbera corporal o sentimentalmente, pero su más pura esencia es interior, espiritual, divina. El amor cristiano es una actitud del alma que mide todo objeto, toda ciencia, toda relación, toda actividad, todo acontecimiento. ¿Es el amor cristiano la medida de tus relaciones con los demás, de tu vida familiar, de tu dinero, de tu trabajo o profesión, de tus diversiones? ¿Es el amor cristiano, en tu parroquia o en tu diócesis, el verdadero metro con que se miden todas las demás realidades parroquiales o diocesanas? Si el amor es la medida de todo, la medida del amor es un amor sin medida. ¡Cuánto queda todavía por hacer!

 

Quinto Domingo del TIEMPO ORDINARIO 11 de febrero del año 2001

Primera: Dan 7, 13-14; segunda: Ap 1, 5-8 Evangelio: Jn 18, 33b-37

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

El misterio de la libre y gratuita elección de Dios permea las tres lecturas litúrgicas. Isaías es elegido durante una acción litúrgica en el templo de Jerusalén: "Oí la voz del Señor que me decía: ¿A quién enviaré? (primera lectura). Pedro, por su parte, percibe la elección divina en medio de su oficio de pescador: "No temas, desde ahora serás pescador de hombres" (evangelio). Finalmente, Pablo evoca la aparición de Jesús resucitado, camino de Damasco, a él, "el menor de los apóstoles... pero por la gracia de Dios soy lo que soy" (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

Un Dios libérrimo en la elección. Sólo un Dios libre puede apelar a la libertad del hombre. Sólo si Dios es libre, se puede hablar de elección, no de coacción. La Biblia entera testimonia la soberana libertad de Dios en todas las cosas y en toda situación. Los textos litúrgicos atestiguan la libertad divina en la elección de los hombres. Dios es libérrimo para elegir a la persona que quiera: a Isaías, nacido en Jerusalén de familia acomodada, posiblemente de estirpe sacerdotal; a Pedro, proveniente de Betsaida, pescador en el lago de Tiberíades; a Pablo, oriundo de Tarso de Cilicia, con título académico de rabino, por un tiempo perseguidor de la Iglesia de Cristo. Dios es libérrimo para elegir en el modo y en el tiempo que desee: a Isaías durante una liturgia en el templo de Jerusalén, mediante una teofanía cúltica; a Pedro, sobre una barca, después de una pesca milagrosa, signo de una presencia divina; a Pablo, en el camino hacia la ciudad de Damasco, con el corazón ardiendo de odio por los cristianos. Isaías, Pedro, Pablo, tres paradigmas de la libertad de Dios en la elección de los hombres para la gran tarea de colaborar con Él en la redención de la humanidad.

Elección y experiencia de Dios. En sus misteriosos designios Dios ha querido unir la elección a una experiencia fuerte de Dios por parte del elegido. Las formas de llevarse a cabo tal experiencia difiere de unos a otros, pero la experiencia es común a toda elección. Esto significa que sólo en esa experiencia profunda, según edad, circunstancia, educación y carácter, el hombre puede caer en la cuenta de la elección divina. En esta experiencia de Dios se percibe con una lucidez meridiana, por un lado, la distancia y trascendencia de Dios, y, por otro, la indignidad del hombre. Isaías, por un lado, entra en el misterio de Dios, Rey y Señor todopoderoso, por otro, se siente perdido e impuro para ver y hablar de parte de Dios (primera lectura). A Pedro, ante la grandiosidad de la pesca, sólo posible por el poder de Dios, no le cabe otra reacción sino exclamar: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador" (evangelio). La aparición de Jesús resucitado a Pablo le hace caer del caballo a tierra, quedar ciego, humillarse ante el poder de Dios, y finalmente recibir el bautismo de manos de Ananías. El Dios tres veces santo no puede irrumpir en la historia sin que el hombre sea desquiciado de sus seguridades humanas, y sea invitado a poner toda su confianza en el mismo Dios.

La única respuesta digna. El hombre, que Dios ha elegido, puede dar diversas respuestas, pero digna de Dios y del hombre sólo hay una: la humilde aceptación. Tenemos también en los textos litúrgicos de hoy tres paradigmas diferentes de una única actitud: Isaías, a la pregunta de Dios: "¿A quién enviaré?", responde: "Aquí estoy yo, envíame". Pedro, al escuchar a Jesús que le llama a ser "pescador de hombres", junto con sus compañeros de faena, reacciona generosamente: "Dejaron todo y lo siguieron". No menos generosa es la actitud de Pablo, después del costalazo en la tierra y de haber oído la voz de Jesús resucitado, él pregunta a su interlocutor: "¿Qué quieres que haga?". Luego, en la primera carta a los corintios (segunda lectura), al recordar esa visión de Jesús, por un lado se considera el menor de los apóstoles e indigno de llevar ese nombre, pero, por otro, está convencido de que "he trabajado más que todos los demás; bueno, no yo, sino la gracia de Dios conmigo".

 

SUGEREncias PASTORALES

 

Un Dios necesitado de los hombres. En la historia de la salvación aparece claro que Dios ha querido salvar a los hombres por medio de otros hombres. El único Salvador es Dios, pero los hombres son sus manos para distribuirla a todos los que la pidan, son sus labios para predicarla en las miles de lenguas de nuestro planeta, son sus pies para llevarla a todos los rincones de la tierra, sobre todo allí donde todavía no la conocen, aunque la anhelen vivamente. ¡Es un gesto imponente de la condescendencia de Dios para con la humanidad, de su infinito amor hasta rebajarse a ser mendigo del hombre! Dios mendiga de ti, sacerdote o laico, religioso o voluntario, tu ayuda. ¿Se la negarás? Mendiga de ti, joven, tu juventud para ofrecer su salvación a los jóvenes del mundo, y quizás no sólo tu juventud, sino toda tu vida para salvar al hombre, para liberarlo de sí mismo, para ennoblecer su vida de hijo de Dios. Mendiga de ti, adulto, tu adultez, en el estado de vida en que te halles, para que colabores con Él en la salvación de ti mismo, en la salvación de quienes viven en tu entorno familiar, profesional, social, cultural. Mendiga de ti, jubilado, anciano, tu tiempo, tu experiencia humana y espiritual, tu sabiduría de la vida, para que la transmitas a los demás, para que contribuyas a construir un mundo más humano y más cristiano. ¿Escucharemos los hombres el grito de Dios que pide nuestra ayuda?

Libertad de Dios, disponibilidad del hombre. Dios apela libremente a hombres dotados de libertad, una libertad que Él nos ha dado al crearnos y que debemos ejercitar para ser idénticos, para ser verdaderamente hombres. Dios no fuerza al hombre, ni lo hará jamás, a ser y comportarse como tal. El hombre puede usar su libertad para degradarse como las bestias, para renegar del mismo Dios que le dio la vida, para construir su existencia sobre el egocentrismo, para vivir sin esperanza. Ese tal no está disponible ante la libertad de Dios. Dios quiere que se realice como hombre, que se haga hombre, y él no está disponible, prefiere revolcarse en el lodazal de los cuadrúpedos. Dios se le propone como Señor de su vida, y él no está disponible, anhela más bien ser él su propio dueño y señor. Dios le llama a construir su existencia y su felicidad sobre la entrega, la donación de sí, pero él no está disponible, no tiene oídos sino para las sirenas encantadoras de su ego, que le atraen y sofocan en él todo altruísmo, toda humana fraternidad. Dios quiere infundirle una esperanza de eternidad, de victoria de la vida sobre la muerte, y él tampoco está disponible, está tan apegado al tiempo y a la materia, que hasta considera impensable la eternidad, un más allá del tiempo, una vida feliz con Dios y con los hijos de Dios en el cielo. ¿Qué puedo hacer para estar siempre disponible para Dios, para que también otros estén igualmente disponibles?

 

 

Sexto Domingo del TIEMPO ORDINARIO 18 de febrero del año 2001

Primera: Jer 17, 5-8; Segunda: 1Cor 15, 12.16-20; Evangelio: Lc 6, 17.20-26

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Parece entreverse en las lecturas una antítesis. Se contraponen la bendición para quien confía en Dios a la maldición para quien confía en el hombre (primera lectura, salmo responsorial). Lucas en el evangelio opone la dicha de los pobres y hambrientos, de los que lloran y son odiados a los ayes de los ricos y de los satisfechos, de los que ríen y de los que son alabados por todos. Finalmente, en la segunda lectura, se da una contraposición entre los que no creen en la resurrección de los muertos (algunos corintios) y los que en ella creen, ya que Cristo ha resucitado (Pablo y toda la tradición cristiana).

 

MENSAJE DOCTRINAL

Bendito quien confía en el Señor. La vida humana es un ejercicio continuo de confianza. Los hijos confían en sus padres, los padres en los hijos. El esposo confía en la esposa y viceversa. El alumno confía en el maestro, y el viajero aéreo confía en el piloto del avión... En la vida espiritual toda la confianza se ha de poner en Dios, porque esa vida es completamente obra de Dios, los hombres son sólo colaboradores. Puedo confiar en un sacerdote, pero en cuanto representa el poder, la bondad y la misericordia de Dios; puedo poner mi confianza en una religiosa, en un catequista, en la Palabra de Dios, en los sacramentos, pero no es tanto en ellos cuanto en el Dios que a través de ellos me habla, en el Dios que me comunican. Si pusiera sólo mi confianza en el sacerdote, religiosa, catequista, Biblia, sacramentos, sin llegar hasta Dios, tarde o temprano esa confianza se apagaría, quedaría decepcionado de todos ellos, mi vida perdería su brújula y su rumbo, y comenzaría a ser juguete de mí mismo y del ambiente que me rodea. La liturgia de hoy nos lo enseña mediante antítesis, a primera vista desconcertantes, pero que tienen un único fondo: confianza en Dios o confianza en los medios humanos. El pobre, el hambriento, el que llora y el que es odiado, es llamado dichoso porque, al no tener seguridades humanas, pone toda su confianza en el Señor (evangelio). La primera lectura nos dice que el que confía en el Señor es como un árbol plantado junto al agua, su follaje se conserva verde, y en año de sequía no deja de dar fruto. Es decir, Dios le infunde constantemente vida, juventud, dinamismo, que fructifican en buenas obras. Y ¿quiénes pueden creer en la resurrección de los muertos, sino aquéllos que confían totalmente en que Dios ha resucitado a Jesucristo, como primicia de quienes duermen el sueño de la muerte? (segunda lectura).

"Maldito" el que confía en el hombre. Conviene aclarar que aquí no se habla del hombre "como mediador" entre Dios y los hombres, sino que se refiere a las cualidades, a las fuerzas y a las seguridades humanas, a los medios humanos, sean los míos, sean los de otros. En el campo espiritual, el poner la confianza en las "cosas humanas" termina en fracaso seguro. Por ello, el rico, el satisfecho, el que ríe y el que es por todos alabado, es llamado "maldito", no porque sea rico, satisfecho..., sino porque pone su seguridad en su riqueza, su satisfacción, su diversión, la alabanza humana; es decir, confía en sí y en sus cosas, y no en Dios (evangelio). Igualmente, el que confía en el hombre o en sí mismo es como un cardo en la estepa, seco y sin fruto. O sea, una vida estéril, improductiva para el Reino de Cristo. En la primera carta a los corintios, san Pablo habla de algunos que no creen en la resurrección de los muertos. ¿Por qué no creen, sino porque confían demasiado en los consejos de la sabiduría humana, de la propia inteligencia, de la evidencia de los sentidos?

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Una nueva escala de valores. Los valores son como el cimiento de una vida. ¿Cuáles son esos valores que priman hoy en muchos hombres de nuestro tiempo, en los que ponen, sino toda, casi toda su confianza? Un valor, por ejemplo, es sobresalir por encima de los demás, batir records, entrar en el libro de los Guiness. Los campos para sobresalir son muy variados: los deportes, la música, la ciencia, la invención tecnológica, la literatura, la medicina, incluso el crimen, o cualquier otra cosa de la vida real de los hombres. Lo importante es sobresalir, llamar la atención, ser visto por los demás, salir en la tele o en los periódicos. ¿Por qué no "sobresalir" en la confianza en Dios? ¿Por qué no confiar más en Dios que en la propia excelencia musical, científica, literaria, deportiva o delictiva?

Otro valor de nuestra sociedad es la salud. La salud es un gran bien, un don de Dios, pero no puede entronizarse como reina de toda actividad y de todo otro valor. ¿Se puede sacrificar la conciencia a la salud? ¿Es digno del hombre el "culto del cuerpo", descuidando con ello el cultivo del espíritu? ¿Es tan importante la salud de una mujer que a ella se inmole la vida del ser que lleva en sus entrañas? ¿Pero es que la salud es la única, la verdadera fuente de toda felicidad? ¿Acaso no es un bien que se deteriora y se acaba? ¿No es la eutanasia la última consecuencia de una excesiva valoración social de la salud? ¿Y qué sentido tiene, entonces, el dolor, la enfermedad, sobre todo la crónica o la terminal? Confiar ciegamente en la salud es confiar en un fundamento inconsistente. ¡Qué bellamente canta el salmista: "Confiaré en el Dios de mi salud, de mi salvación"! Examinemos nuestros valores, aquello en lo que ponemos nuestra confianza y seguridad en la vida. ¿Tendremos que cambiar nuestra escala? ¿Habrá que hacer, tal vez, algún reajuste?

Entre realidad y esperanza... La dicha, la felicidad de quien confía en el Señor (los pobres, los hambrientos, los que lloran, los odiados por los hombres...), ¿es una realidad ya aquí en la tierra o más bien una proyección para la eternidad en el cielo? En pocas palabras: ¿Puede un hombre, que sufre la pobreza, la enfermedad, el desprecio... ser feliz, si confía en el Señor? La respuesta es claramente afirmativa. Hay millones de hombres y mujeres, en los conventos y fuera de ellos, que viven al día, sin cuenta bancaria, "de la limosna que reciben", a quienes Dios hace felices en su pobreza. Evidentemente, esa felicidad será siempre limitada, pequeña, en espera de la felicidad de llegar a poseer eternamente a Dios, su verdadera riqueza. Hay miles y miles de enfermos que sufren, algunos con dolores indecibles, a quienes Dios les regala una sonrisa siempre fresca y estimulante. Claro que la perfección de esa sonrisa tendrá lugar en el cielo, cuando puedan abrazar definitivamente al Dios de su consuelo. Hay muchos seres humanos que han sido calumniados, olvidados, vejados por sus hermanos, y no guardan rencor alguno, y saben perdonar, y atesoran en su interior una paz y dicha inimaginables. Paz y dicha que lograrán su coronamiento en la otra ribera de la vida, cuando triunfe la justicia y la verdad... Parece claro que las bienaventuranzas evangélicas no son sólo para vivirlas en "el más allá"; son una experiencia que se vive entre la realidad y la esperanza.

 

Séptimo Domingo del TIEMPO ORDINARIO 25 de febrero del año 2001

Primera: 1Sam 26, 2.7-9.12-13.22-23; Segunda: 1Cor 15, 45-49; Evangelio: Lc 6, 27-38

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

El punto de referencia de la liturgia de hoy parece ser la generosidad. Generosidad de David para con Saúl, que le perseguía para matarlo, impidiendo a Abisai darle muerte (primera lectura). Generosidad del cristiano para con todos los hombres, incluso hasta llegar a amar a los "enemigos" (evangelio), imitando de este modo la misericordia del Padre celestial. Finalmente, generosidad de Jesucristo que, siendo espíritu vivificante por su resurrección, nos hace a todos partícipes de su condición espiritual y celeste (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

La lógica de la equivalencia. En la Biblia esta lógica aparece bajo dos fórmulas diversas. La primera se sitúa en el orden de la justicia frente al mal recibido. Es la ley del talión: "Ojo por ojo y diente por diente" (Ex 21, 24). Cuando fue formulada por primera vez significó un paso hacia adelante desde la venganza, que pedía devolver el doble, a la justicia que pedía equidad en devolver el mal recibido. Tal formulación no es cristiana, pues Jesús nos enseña: "No devolváis mal por mal" (cf. Mt 5, 38-42). Desgraciadamente, después de veinte siglos de cristianismo, hay no pocos cristianos que siguen aplicando la ley del talión. La segunda formulación la encontramos en el evangelio de hoy: "Tratad a los demás como queréis que ellos os traten a vosotros". En el Antiguo Testamento, esta "regla de oro" se formula negativamente: "No hagas a nadie lo que a ti te desagrada" (Tb 4,15). La formulación de san Lucas es positiva, y no se sitúa en el plano de la justicia sino del amor. Es una regla muy buena, porque todos queremos para nosotros lo mejor. Se podría, por ello, formular de esta otra manera: "Si tú quieres ser tratado por todos de la mejor manera posible, trata tú a todos por igual". Es una formulación plenamente cristiana, pero todavía imperfecta e incompleta. Imperfecta porque el punto de referencia es el yo, el hombre. Incompleta, porque la expresión "los demás" se refiere, al menos en la mentalidad de los contemporáneos de Jesús, a los judíos, y excluye, por tanto, a los no judíos y también a los enemigos. La lógica de la equivalencia en el orden del amor es cristiana, pero la radicalidad de nuestra fe supera la lógica de la equivalencia y llega hasta la lógica del más.

La lógica del más. En cierta manera, hay figuras del Antiguo Testamento que viven en la lógica del más, aunque la formulación de esta lógica sea propia de Jesucristo. La primera lectura, en efecto, expone un gesto verdaderamente generoso de David para con el rey Saúl, que lo estaba persiguiendo a muerte: Teniendo ocasión de acabar con él, no lo hace "por ser Saúl el consagrado de Yahvéh". La lógica del más la formula Jesús en términos humanamente desconcertantes: "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian" (Lc 6, 27-28) y "Vosotros amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio" (Lc 6, 35). La mente humana pide odiar a los enemigos, Jesús nos pide amarlos. La mente humana pide hacer el mal al que nos odia, Jesús pide que le hagamos el bien. La mente humana pide maldecir al que nos maldice, Jesús pide que le bendigamos. La mente humana pide reclamar el préstamo que se ha hecho a alguien, Jesús nos pide que prestemos, aunque no nos devuelvan lo prestado. La mente humana pide que devolvamos calumnia por calumnia, Jesús nos pide que devolvamos por calumnia oración. ¡Aquí está la esencia más pura del cristianismo! A esta escuela de cristianismo debemos ir todos los cristianos, porque pienso que todavía nos quedan muchas lecciones por aprender y vivir. En la segunda lectura nos hallamos en la lógica del más, de la generosidad, pero en una dimensión nueva, la dimensión de la eternidad. Cristo resucitado, vencedor de la muerte, nos prodiga a nosotros la lógica del más, haciéndonos partícipes de su vida de resucitado, es decir, otorgándonos el don de vencer la muerte y de entrar a vivir en un mundo regido por la vida y por el Espíritu de Dios. Quien vive la esencia del cristianismo, que es la caridad, tiene abiertas de par en par las puertas de la nueva vida.

 

SUGEREncias PASTORALES

Para el cristiano no hay enemigos, sino hermanos. La ley vigente en el cristianismo es la ley de la fraternidad. Todos somos hermanos, en el orden de la creación, porque todos tenemos un mismo Creador y Señor, que nos ha hecho a imagen y semejanza suya. Todos somos hermanos en el orden de la Redención, porque a todos nos ha redimido Jesucristo mediante su sangre derramada en la cruz, otorgándonos la gracia de llegar a ser hijos de Dios. De esta fraternidad universal nadie está exento, y donde hay fraternidad no puede haber enemistad. Hoy en día, hay hombres a quienes objetivamente podemos llamar "enemigos", en cuanto que se oponen o rechazan a los cristianos, no les permiten practicar su fe ni difundir su doctrina, los consideran enemigos del estado, aprovechan cualquier ocasión para criticar el cristianismo, hacen mofa en privado o en público de signos sagrados para los cristianos, etc.; pero subjetivamente, el cristiano no los considera enemigos, son hermanos, y por eso los perdona, los exculpa, los ama, reza por ellos. En definitiva, aplica el principio que nos enseña san Pablo: "No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence el mal a fuerza de bien" (Rom 12, 21). En la vida cotidiana familiar, parroquial, profesional, este principio tiene innumerables aplicaciones y ocasiones para que se practique. Examínate. ¿Hay alguien a quien consideres "enemigo", porque te ha hecho una jugada sucia, porque cambió de partido político o de equipo de fútbol, porque te ganó en un puesto de trabajo mejor, porque piensa en ciertas cosas de manera distinta a la tuya? Convéncete de que, por ser cristiano, no debes tener enemigos, sino hermanos.

La verdadera revolución de la historia. A lo largo de los siglos se han realizado numerosas revoluciones: políticas, por ejemplo, el paso del imperio romano al imperio de los "bárbaros"; sociales, como la abolición de la esclavitud; económicas, como el paso de la revolución industrial a la revolución electrónica; religiosas, culturales, artísticas, etc. Cada revolución trae consigo un cambio de paradigma, de modelo en los modos de vida y en los comportamientos de los hombres. Por encima de todas estas revoluciones efímeras, devoradas lenta o rápidamente por el tiempo, subsiste y persiste en la historia una revolución permanente, que es la cristiana. En su esencia es una revolución auténtica y no superable, porque se ha realizado y continúa realizándose con el Amor, verdadero motor de la historia y último destino de la humana existencia. Quien sabe amar, quien no se cansa de amar, revoluciona su "pequeña historia" de familiares, amigos, vecinos, compañeros de club o de trabajo..., y, desde ella, revoluciona la gran historia de la humanidad. Su nombre no aparecerá jamás en los grandes libros de la historia, ni siquiera en los periódicos, pero con su amor está renovando continuamente al hombre, está colaborando a la "revolución cristiana".

 

MIÉRCOLES de CENIZA 28 de febrero del año 2001

Primera: Joel 2, 12-18; Segunda: 2Cor 5, 20-6,2; Evangelio: Mt 6, 1-6.16-18

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

"En nombre de Cristo os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios", nos exhorta san Pablo en la segunda lectura (2Cor 5, 20). Reconciliación es palabra clave en la liturgia del miércoles de ceniza. Reconciliación significa cambio "desde otro", por ello, implica la conversión a Dios y desde Dios, a la que llama el profeta Joel en la primera lectura: "Volved al Señor, vuestro Dios". Jesús en el evangelio interioriza las prácticas religiosas y penitenciales del judaísmo: la limosna ha de ser oculta; el ayuno, gozoso; y la oración, humilde. "Y el Padre que ve en lo escondido, te recompensará".

 

MENSAJE DOCTRINAL

La prioridad del corazón. Con el término corazón se quiere decir la interioridad, no en oposición, sino como venero de toda acción exterior de reconciliación y penitencia. Por ello, no hablamos de exclusividad, sino de prioridad. Con una expresión muy lograda, el profeta Joel aboga por esa prioridad: "Rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras" (primera lectura). Es evidente que el profeta no entiende la expresión en modo excluyente, ya que en el versículo 15 continúa: "Promulgad un ayuno, purificad la comunidad, entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes", acciones todas ellas exteriores. El texto evangélico pone ante nuestros ojos a Jesús llevando al grado máximo de interioridad las tres prácticas típicas de la religión judía - y podemos decir que de toda religión, incluida la cristiana: 1) La limosna, que hoy podríamos traducir con caridad, solidaridad, asistencia social, voluntariado, es decir, todas las formas posibles de ayuda al necesitado. Jesús nos enseña el estilo propio de hacer caridad: en secreto, sin ostentación alguna, buscando únicamente complacer a Dios y llevar a cabo en el mundo su santísima voluntad. 2) La oración, es decir, todo el conjunto de actividades espirituales que ligan al hombre con Dios. Desde la santa Misa a la oración privada, desde la meditación a la oración litúrgica, desde el sacramento de la penitencia a las diversas formas de religiosidad popular. Para el cristiano lo que cuenta es que, cualquiera que sea la actividad espiritual, sea un verdadero encuentro con Dios Padre en la intimidad del corazón. 3) El ayuno, o sea, todo aquello que implique renuncia de uno mismo, desprendimiento de sí para ganar en disponibilidad para con Dios y para con el prójimo. Pueden ser los sacrificios voluntarios, las pequeñas molestias de la vida de cada día, el asumir con decisión y coraje las pruebas de la vida, la lucha constante y valiente contra las tentaciones... Aquí lo importante es el gozo espiritual con que se afrontan todas estas situaciones, un gozo que repercute en la actitud y en el comportamiento para con Dios y para con los hombres.

Ministros de reconciliación. "Somos embajadores de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros", nos dice san Pablo en la segunda lectura, y añade: "Ya que somos sus colaboradores, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios". San Pablo nos muestra la dimensión eclesial de la reconciliación. Es Dios quien pone en el corazón del hombre el don de la reconciliación (dejaos reconciliar por Dios), y es el hombre el que lo acoge (o lo rechaza), pero la Iglesia es el instrumento elegido por el mismo Dios para que nos esté recordando por medio de sus ministros este don extraordinario, y es al mismo tiempo la mediadora querida por Dios de toda reconciliación. Por eso, para la Iglesia es una exigencia de su fidelidad a Dios tanto el predicar en todas partes y de todos los modos posibles la reconciliación con Dios y entre los hombres, cuanto administrar eficazmente esa reconciliación por medio del sacramento de la penitencia y del perdón. La liturgia de hoy es una advertencia nítida a los obispos y sacerdotes para que siempre estemos preparados para promover la reconciliación, y disponibles para reconciliar al hombre con Dios y con sus hermanos por medio del sacramento.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Globalizar la reconciliación. Con este término se trata de extender la reconciliación a todos los hombres, en todas las latitudes y en cualquier estrato de la sociedad. Como católicos, hemos de reconciliarnos primeramente con nosotros mismos, con nuestra conciencia puesta delante de Dios y de su voluntad. A la vez, hemos de buscar la reconciliación dentro de la misma Iglesia católica, pues una persona o una comunidad no reconciliadas no podrán tampoco reconciliar a otros. Bajo el impulso y la guía del Santo Padre y de nuestros Obispos hemos de promover la reconciliación con todas las comunidades cristianas separadas de la Iglesia católica: con nuestra oración, con nuestro testimonio, con nuestra solidaridad, con nuestra ayuda material o espiritual. Se ha de promover por igual la reconciliación con los miembros de otras religiones (judíos, musulmanes, budistas, hinduistas...). Es probable que dentro de nuestras mismas parroquias haya miembros de otras Iglesias cristianas, o de otras religiones: habrá que comenzar por ellos el impulso y el deseo de reconciliación. ¿Cómo? Tratando de realizar las formas que nuestros obispos o párrocos nos señalan; pero además, el Espíritu inspirará a cada uno otras formas concretas, personales o grupales de hacerlo. La reconciliación global abarca otros sectores de la vida, además del religioso: reconciliación del Norte más desarrollado y del Sur, que lo está menos, a nivel mundial o a nivel nacional; reconciliación entre laicistas, no pocas veces hostiles a todo sentido religioso, y creyentes, que a veces exageran los comportamientos laicistas; reconciliación entre los emigrantes, provenientes de países en guerra o en condiciones económicas mínimas, y los habitantes de los países que los acogen; reconciliación en los estadios de fútbol entre los hinchas de un equipo y de otro, del equipo nacional de diversos países...Una cosa además quede clara: La globalización de la reconciliación excluye cualquier consecuencia negativa.

La reconciliación permanente. El fenómeno de la globalización reclama una reconciliación permanente, en constante reciclaje. El hombre, las comunidades humanas no se reconcilian de una vez para siempre, sino que necesitan mantenerse en actitud continua de reconciliación. En la reconciliación sucede lo que en el amor: si no se alimenta, se enfría, se arrutina, y muere. Día tras día hay que renovar la actitud del alma hacia la reconciliación, y hay que ejercitarse en actos de reconciliación, por pequeños que sean, para mantenerla viva y para hacerla crecer. ¿Cuántas ocasiones tienes al día de practicar la reconciliación? No lo sé, pero seguramente más de una. No la dejes pasar. Aprovéchala. Para llegar a crear en el alma una actitud de reconciliación se requiere haberla practicado, sin cansancio, en muchas ocasiones. ¿Por qué no reflexionar, al final del día, si has tenido alguna oportunidad de reconciliarte con Dios, porque le has fallado en algo, o has sido menos generoso con Él? ¿si has tenido alguna ocasión de practicar la reconciliación con los demás (familiares, vecinos, emigrantes, cristianos de otras Iglesias, mendigos...) y si la has sabido aprovechar? ¡Una reflexión que puede cambiar bastante tu vida y la de tu entorno!

 

Primer Domingo de CUARESMA 4 de marzo del año 2001

Primera: Deut 26, 4-10; Segunda: Rom 10, 8-13; Evangelio: Lc 4, 1-13

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

No es difícil detectar en las tres lecturas de hoy una confesión de fe o pequeño "credo". El credo del pueblo israelita, profesado en el templo, durante la fiesta de las Primicias: "Mi padre era un arameo errante... El Señor nos dio esta tierra que mana leche y miel. Por eso, traigo las primicias de esta tierra que el Señor me ha dado" (primera lectura). Las tres respuestas que Jesús da a Satanás en el texto evangélico constituyen una confesión de fe existencial por parte de Jesús: "No sólo de pan vive el hombre", "Adorarás al Señor tu Dios" y "No tentarás al Señor tu Dios". Finalmente, en la segunda lectura se encuentra una fórmula muy concisa y antigua de profesión cristiana: "Jesús es el Señor", a quien Dios ha resucitado de entre los muertos.

 

MENSAJE DOCTRINAL

La confesión de fe de Jesús. En un momento tan existencial, como es la tentación, y en unas circunstancias tan favorables para caer en ella, Jesús sale vencedor mediante el recurso de la Palabra del Dios vivo. Ante la primera tentación, de carácter material y económico (haz que estas piedras se conviertan en pan), Jesús confiesa que hay bienes superiores al alimento y que no se puede reducir al ser humano a un objeto de consumo, a un homo oeconomicus, sin trascendencia. A los ataques diabólicos en el campo político, invitándole a usar de medios ilícitos e injustos para ganar poder e influjo (todos los reinos de la tierra te daré...), y a dejar al margen la voluntad de Dios, Jesús confiesa con vigor que no está dispuesto a dejarse engañar por la ambición de poder y que Dios es para él un absoluto sin más (Adorarás al Señor tu Dios). Cuando, en la tercera tentación, Satanás le ataca por el lado de la religión, citando la Sagrada Escritura e induciéndole a pedir a Dios un milagro, Jesús declara abiertamente que el hombre nunca ha de someter a prueba a Dios (No pondrás a prueba al Señor tu Dios). Las tentaciones de Jesús (económica, política, religiosa) son las tentaciones del pueblo de Israel en el desierto, y son las tentaciones de todo hombre. El pueblo de Israel sucumbió a ellas, Jesús las venció, el hombre ha sido capacitado por Cristo para vencerlas, si acepta el misterio de la Redención.

La fe cristiana no es una serie de ideas, sino historia. El "credo" que nos presenta la liturgia hodierna no está formado por unas ideas elevadas sobre Dios, su esencia y sus atributos, o sobre la razón de ser del hombre y del mundo en la mente divina. El "credo" del pueblo de Israel, de Jesús y de la comunidad cristiana es un credo marcado por las vicisitudes históricas de un pueblo, de un hombre-Dios, de una comunidad creyente. El credo de Israel inicia con la historia de Jacob, un arameo errante, y de su descendencia, conducidos por Dios, a lo largo de los siglos, hasta llevarlos a la tierra prometida. Jesús, en su confesión ante las tentaciones, ¿qué hace sino situarlas en las relaciones de la historia misma de Dios con su pueblo? El credo del pueblo cristiano se funda en la historia de Jesús de Nazaret, constituido Señor por su Padre, al resucitarlo de entre los muertos. Las ideas no son para creerse sino para pensarse; la historia, cuando entra Dios en ella, no ha de ser tanto objeto de reflexión cuanto de profesión de fe.

Dos fidelidades que Dios quiere unidas. Los textos litúrgicos manifiestan la estupenda fidelidad de Dios al hombre. En medio de las oscuridades y de los "imposibles" de la historia, Dios caminó fielmente junto a su pueblo en Egipto, en el largo errar por el desierto, hasta introducirlo en la tierra prometida a Abrahán (primera lectura). Dios fue igualmente fiel para con su Hijo, Jesucristo, ante los duros ataques del demonio, y ante la tremenda derrota de la muerte (evangelio, segunda lectura). Dios quiere que a esta fidelidad suya se una la fidelidad del hombre. Jesús unió su fidelidad a la del Padre de un modo extraordinario. Los israelitas del desierto no respondieron con la misma fidelidad. Al hombre, al cristiano de hoy, se le ofrece la disyuntiva: ¿elegirá unir su fidelidad a la de Dios, como Jesucristo?

 

SUGEREncias PASTORALES

Confesar la fe en un mundo tentador. La tentación es una compañera inseparable de la vida humana. El tentador es uno solo, y tan orgulloso que no tiene reparos en tentar al mismo Hijo de Dios. Las formas que adopta y los medios que utiliza para tentar a los hombres van cambiando con los tiempos, las costumbres, las culturas, aunque las tentaciones fundamentales son siempre las mismas: tener, poder, saber, placer. En cualquiera de las tentaciones imaginables se incluye alguno de estos ingredientes. La sociedad actual ofrece al tentador un abanico de posibilidades numerosísimas. Digamos que las formas y modos que el demonio tiene de tentar al hombre de hoy han crecido de una manera geométrica, y el hombre ha sido en cierta manera sorprendido por esta avalancha de tentaciones y con no poca frecuencia vive bastante desguarnecido y desprotegido ante ellas. Como creyentes en Cristo, es un honor para nosotros y una gran osadía confesar nuestra fe en medio de este mundo tentador, que se ha propuesto olvidarla, ahogarla o marginarla entre las cosas inútiles que uno no se atreve a abandonar del todo. Las tentaciones provenientes del mundo serán para nosotros una ocasión importante para confesar a Jesucristo, nuestro Dios y Señor, y, mediante nuestra confesión de fe, vencer la tentación con la fuerza de Dios. No hemos de tener miedo a este mundo tentador. "Ésta es la victoria que vence al mundo: vuestra fe".

No nos dejes caer en tentación. El cristiano, como cualquier otro ser humano, es débil, y tiene además la conciencia de serlo. Pero le acompaña también la conciencia de poseer una fuerza superior, que le viene de Dios. Porque es débil, está convencido de que las acometidas del tentador pueden derrumbarle. Porque cuenta con la fuerza de Dios, está seguro de que no hay tentación, por poderosa que sea, que no pueda vencer. Por eso, el cristiano pide varias veces al día en el padrenuestro: "No nos dejes caer en tentación". Obviamente se refiere a cualquier tentación, pero de modo especial a la gran tentación que es la idolatría y la apostasía. El culto a otros "dioses" o ídolos acecha al hombre actual fuertemente, porque en el supermercado de la religión y de lo sagrado, junto a "productos" genuinos, se dan muchos que son sucedáneos e inauténticos. También la apostasía es muy tentadora en nuestro tiempo. Apóstata es quien reniega de la religión cristiana. Hoy en día, formas light de apostasía podrían considerarse el sincretismo religioso promovido en parte por la ignorancia y en parte por la acentuación del sentimiento, el ateísmo práctico de quien se llama cristiano pero vive como pagano, la actitud agnóstica de no pocos santones liberales y laicistas, que ofician en el panteón de la diosa ciencia y del dios progreso y les rinden culto. Como individuos, y como miembros de la Iglesia, recemos con fervor todos los días el padrenuestro, y pidamos humildemente al Señor que "no nos deje caer en tentación".

 

Segundo Domingo de Cuaresma 11 de marzo del año 2001

Primera: Gén 15, 5-12.17-18; segunda: Fil 3, 17-4, 1 Evangelio: Lc 9, 28-36

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Sugiero como centro unificador de las lecturas el concepto de plenitud. Jesucristo en el evangelio revela la plenitud de la Ley y de la Profecía apareciendo a los discípulos entre Moisés y Elías; revela igualmente su plenitud más que humana que resplandece en su ser resplandeciente y transfigurado. En Jesucristo llega también a su plenitud la promesa extraordinaria hecha a Abrahán (primera lectura). En la segunda lectura san Pablo nos enseña que la plenitud de Cristo es comunicada a los cristianos, ciudadanos del cielo, que "transformará nuestro mísero cuerpo en un cuerpo glorioso como el suyo".

 

MENSAJE DOCTRINAL

Jesucristo, plenitud sublime. Sabemos que el término "plenitud" es relativo a la capacidad del objeto o de la persona a que se refiere. Por otra parte, no es sólo un término con valor cuantitativo (capacidad de un vaso o de una jarra), sino principalmente con valor cualitativo (plenitud del amor, de la salvación...). Finalmente, el concepto de plenitud no está al margen de la historia, sino que está íntimamente ligado a ella (plenitud de un ciclo histórico, de un imperio...). Todo lo dicho nos proporciona una ayuda para captar mejor lo que significa decir que Jesucristo es plenitud sublime. Ante todo, su plenitud humana ha llegado al grado máximo en la transfiguración, en la que el resplandor de la divinidad ha penetrado toda su humanidad, y una voz del cielo le confiesa su "Hijo predilecto". En esa misma experiencia de la transfiguración, Jesús alcanza la plenitud de la revelación, concentrada en dos figuras del Antiguo Testamento, representantes de las dos grandes partes en que se dividía la revelación divina: la Ley o tradición escrita, cuyo representante es Moisés, y la profecía o tradición oral, representada por Elías. Jesucristo es el vértice hacia el que se orientaban tanto la Ley como la profecía. Cristo es también la plenitud de la promesa hecha a Abrahán: bendición, tierra, fecundidad. En efecto, el Padre nos ha bendecido con toda clase de bendiciones en Cristo, nos ha hecho partícipes de un cielo nuevo y una tierra nueva, ha hecho de nosotros un pueblo nuevo fecundado con su sangre redentora. Jesucristo es, igualmente, plenitud de la historia. La marcha de la historia ha llegado a la terminal en la vida histórica de Jesús de Nazaret. Antes de su presencia histórica, todos los acontecimientos marchaban y miraban hacia Él; después de su partida de este mundo, Jesús es el portaestandarte de la historia y los hombres marchan tras él con la conciencia de no poder sobrepasarle en su plenitud humana y divina. Jesucristo, finalmente, llena con su plenitud no sólo la historia, sino también el más allá de la historia. En efecto, la plenitud de Cristo, de la que ya participamos en el tiempo por la gracia, nos inundará y nos dará la plenitud correspondiente a nuestra capacidad de ser hijos en el Hijo. El cielo en realidad no es otra cosa sino la plenitud de Cristo presente en cada uno de los salvados.

La plenitud de Cristo nos interpela. Interpela al mismo Abrahán, porque la promesa y la alianza de Dios para con él sólo tendrá el cumplimiento pleno en Jesucristo. Abrahán creyó en Dios, le obedeció y de esta manera abrió las puertas de la historia a Cristo. Interpela a Moisés, cuyo Decálogo anhela, por así decir, su plenitud en la Ley de Cristo, coronamiento del decálogo y de toda ley humana. Interpela a Elías, el fiel intérprete de la historia, como lo serán todos los verdaderos profetas, cuyo sentido más genuino y definitivo será dado por Cristo desde el madero de la cruz y de la salvación; Cristo, en efecto, no es un intérprete más de una parcela de la historia, sino el intérprete último y definitivo de la historia, de toda la historia humana. Interpela a Pedro, Juan y Santiago, a quienes fue concedida una experiencia singular del misterio de Cristo en orden a su misión futura; en ellos nos interpela a todos los discípulos y apóstoles. Interpela a Pablo y a los cristianos que, habiendo sido elevados por Cristo a ciudadanos del cielo, han de vivir en conformidad con lo que son, y no convertirse en "enemigos de la cruz de Cristo". Cristo, de cuya plenitud todos hemos recibido, interpela a todo hombre, porque él es el hombre en plenitud y él es a la vez la plenitud del hombre.

SUGEREncias PASTORALES

De su plenitud todos hemos recibido... La plenitud total de Cristo y la participación de todo hombre a esa plenitud no se la han inventado ni el Papa ni los obispos; forma parte de la revelación cristiana. Si a un budista, a un judío, a un musulmán se le pidiese renunciar a parte de sus libros sagrados, o a una doctrina que ellos consideran revelación divina, ¿cómo reaccionarían? ¿Se puede renunciar a algo en lo que el mismo Dios está comprometido? A nosotros, cristianos, se nos pide ser los primeros en mostrar coherencia con la revelación cristiana, que abarca el Antiguo y el Nuevo Testamento. Nosotros, cristianos, por coherencia con nuestra fe, hemos de ser respetuosos con los creyentes de otras religiones, pero hemos de pedir también a los no cristianos el respeto debido a nuestra fe. Sería una buena iniciativa por parte de los cristianos explicar, de modo sencillo y convincente, la pretensión cristiana de la plenitud de Jesucristo: qué es lo que significa, cómo influye en la relación con las otras religiones, en qué manera explica la salvación universal querida por Dios, cómo podemos conocernos mejor unos a otros para evitar así malentendidos, confusión, manipulación... Se habla de diálogo ecuménico, interreligioso, y esto es estupendo, pero, es bien sabido que la base de todo diálogo no puede ser otra sino el respeto de la persona y de la identidad del interlocutor. Digamos la verdad cristiana con caridad, con respeto. Sólo entonces podrá comenzar el diálogo auténtico y fructuoso con quienes busquen y amen la verdad.

Una vida transfigurada. La experiencia de Pedro, Juan y Santiago duró sólo un rato. Sus efectos, sin embargo, permanecieron a lo largo de toda la vida. ¿No fue algo inolvidable y eficazmente transformante? En nuestra vida ha habido y podrá haber momentos también de "transfiguración", de experiencia viva y gratificante de Dios. A veces esa experiencia de Dios se prolonga por un tiempo o incluso una vida, pero con no poca frecuencia la intensidad con que se ha experimentado a Dios pasa. Debe, sin embargo, dejar su huella. A esta huella llamo yo "vida transfigurada". En otras palabras, vida de quien ha visto y ve el rostro de Dios en las realidades y acontecimientos de la existencia. Ve el rostro de Dios en ese niño sonriente y activo, como lo ve igualmente en ese otro pequeño minusválido. Mira a Dios en los ojos transparentes de una joven limpia de alma, que ha consagrado a Dios su vida entera; pero lo mira también en los ojos de una prostituta, obligada a ese trabajo forzado para sobrevivir y sostener a sus padres y hermanos. Descubre al Viviente en las especies del pan y del vino, no menos que en las chispas de redención que saltan del pedernal de una conciencia endurecida y pecadora. Todo está transfigurado, porque todo porta consigo de alguna manera la marca original: made in God.

Tercer Domingo de Cuaresma 18 de marzo del año 2001

Primera: Ex 3, 1-8.13-15; segunda: 1Cor 10, 1-6.10-12 Evangelio: Lc 13, 1-9

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Las lecturas de hoy nos describen algunos rasgos del Dios cristiano. En la primera lectura Dios aparece como fuego que no se consume y se define a sí mismo: Yo soy el que soy. El evangelio por su parte nos presenta un Dios misericordioso que desea ardientemente la conversión del pecador, que sabe esperar antes de intervenir con su justicia. El Dios cristiano es también un Dios providente, que nos pone ante los ojos la historia de Israel para que estemos atentos y nos mantengamos en pie (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

Dios es fuego que no se consume. En la mentalidad antigua el fuego es símbolo de poder y de fuerza divinos. En el Antiguo Testamento es además símbolo de la presencia divina en la creación (el sol, el rayo...) y en el entramado histórico de los hombres. Puesto que Dios es eterno, el fuego de su presencia y de su poder no puede consumirse. ¡Qué hermosa manera de expresar la cercanía constante de Dios para con Moisés y para con los descendientes de Israel! La presencia poderosa de Dios entre los suyos, llega a plena realización en el momento en que el Verbo mismo de Dios se encarna en el seno de María y se hace en todo semejante al hombre, a excepción del pecado. Jesús, durante su vida pública, dirá: He venido a traer fuego a la tierra y ¿qué es lo que quiero sino que arda?. Se trata del fuego que es Dios mismo, en su misteriosa proximidad al hombre; un fuego, que debe llamear, como una bandera enhiesta, en el corazón de la historia y de cada ser humano.

Dios se define a sí mismo como el que es. Yahvéh dice a Moisés: Dirás a los israelitas: Yo Soy me envía a vosotros. El fuego de Dios no es destructor, sino amigo y benefactor del hombre, en quien el hombre puede poner su confianza. Sin excluir una posible interpretación esencial del nombre divino revelado a Moisés, parece más apropiada, teniendo en cuenta el contexto, una interpretación existencial. Como si Moisés dijera a los israelitas en Egipto: Me manda a vosotros el Dios en quien podéis tener la confianza y total seguridad de que os va a liberar. No sólo para los israelitas en Egipto, sino también para los judíos en otras épocas de su historia y para los cristianos en diversas ocasiones de estos veinte últimos siglos, la situación puede aparecer desesperada. No hay horizontes, no hay casi esperanza. ¿Quién podrá salvarnos? ¿Quién podrá sacarnos de esta situación angustiosa? Dios ha repetido y seguirá repitiendo hasta el fin de los tiempos las mismas palabras que hallamos en la primera lectura: Yo soy el que soy. Explícaselo así a los israelitas: ‘Yo Soy’ me envía a vosotros. La confianza en estas palabras divinas renueva constantemente la historia.

Un Dios que anhela la ‘conversión’ del hombre. Primeramente Moisés ‘se convierte’ a Yahvéh y se pone en marcha hacia Egipto para llevar a cabo, de parte de Dios, la liberación de los israelitas. Jesús en el evangelio nos advierte que Dios no ama el castigo (los galileos asesinados en el templo y los 18 jerosolimitanos muertos al desplomarse la torre de Siloé, no murieron porque Dios los castigó), sino el arrepentimiento y la conversión. La historia de Israel y la historia del cristianismo son para todos nosotros una invitación fuerte a la conversión. Porque, como nos dice el evangelio, si no os convertís, pereceréis.

Un Dios paciente, que sabe esperar. Dios sabe que convertirse de verdad no es fácil, ni cosa de unas horas o días. Porque conoce el interior del hombre, Dios sabe esperar, no tiene prisas, cuando ve una disposición sincera para la conversión. La parábola de la higuera, narrada por Jesús en el evangelio, es de gran consuelo para el hombre débil, y no pocas veces estéril en sus esfuerzos de conversión. Dios no sólo espera, además actúa en la conciencia humana para que se convierta y dé frutos. ¿Será el hombre tan ingrato ante tanta bondad y misericordia de Dios? Somos cristianos. No olvidemos que con Cristo ha llegado la plenitud de los tiempos, como nos recuerda la segunda lectura. Con la plenitud de los tiempos llega también la plenitud de la paciencia divina. ¿La rechazaremos? Señor, líbranos de este mal, el mal supremo.

SUGEREncias PASTORALES

Saber esperar al estilo de Dios. Un gran pecado del apóstol, del cristiano comprometido, del misionero es o puede ser la impaciencia, la incapacidad para esperar el momento de Dios. Un párroco, por ejemplo, puede sentirse impaciente ante ciertas situaciones por las que pasa la parroquia: padres que no bautizan a sus hijos, bautizos más sociológicos que religiosos, parejas de hecho o casadas sólo civilmente, notable disminución de la natalidad, ignorancia religiosa de los fieles, presencia activa y destructiva de los Testigos de Jehová, desintegración familiar, disenso sobre ciertas verdades de fe y de moral cristianas... ¿Para qué seguir, si son problemas diarios en la vida de un párroco? Ante todo, conviene decir que junto a los problemas existen hechos confortantes dentro de la misma parroquia: una fe más madura y responsable, núcleos de vida cristiana renovada y floreciente, presencia generalmente positiva de grupos y movimientos eclesiales, creciente ayuda económica y moral a los más necesitados, etc. ¿No son estos hechos signos claros de esperanza? Ante los problemas, que son muy reales, no perder los estribos; mucho menos, gastar las propias energías en lamentarse, impacientarse, mirar hacia el pasado... Hay que actuar, sí, actuar y saber esperar. Actuar con fe y con amor, los medios más eficaces para cambiar la vida de los hombres. Esperar, sin prisas y sin pausa. Jamás decaer en la espera y esperanza. En la paciencia, nos dice Jesús, poseeréis vuestras almas; en la esperanza encontraremos nuestra salvación y la de nuestros hermanos.

No cesar de predicar al Dios cristiano. Dios es uno solo, por eso el Dios cristiano tiene rasgos comunes con el Dios en el que creen los judíos o los musulmanes. A pesar de ello, hay también aspectos diferenciales, que de ninguna manera deben ser callados. Hay que hablar del Dios presente y cercano al hombre, del Dios misericordioso que sabe esperar... Y hay también que hablar del Dios que, siendo uno, coexiste en tres personas, algo que constituye el rasgo más diferencial de nuestra concepción cristiana de Dios. Por otro lado, es verdad que hay que hablar de problemas morales, de cambios de mentalidad, de laicismo y liberalismo ideológicos..., pero ¿no será algo mucho más importante hablar de Dios? El cristianismo no es un sistema moral, que implica una religión; el cristianismo es ante todo y sobre todo una religión, una fe, de la que se deduce una moral, un modo de vivir y estar presente en el mundo y en la sociedad. Puede ser que hablando más del Dios vivo y verdadero, algo cambie también el modo de vivir y de pensar de nuestros contemporáneos. ¡Acepta el reto!

 

Cuarto Domingo de CUARESMA 25 de marzo del año 2001

Primera: Jos 5, 9.10-12; segunda: 2Cor 5, 17-21 Evangelio: Lc 15, 1-3.11-32

 

 

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

"Dejaos reconciliar con Dios", he aquí una clave de lectura de los textos litúrgicos de este domingo de cuaresma. En la primera lectura Dios se reconcilia con su pueblo, concediéndole entrar en la tierra prometida, después de cuarenta años de vagar sin rumbo por el desierto. En la parábola evangélica el padre se reconcilia con el hijo menor, y, aunque no tan claramente, también con el hijo mayor. Finalmente, en la segunda lectura, san Pablo nos enseña que Dios nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación.

 

MENSAJE DOCTRINAL

La iniciativa divina en la reconciliación. La palabra griega traducida por reconciliación significa etimológicamente cambio desde el otro. Reconciliarse quiere decir cambiar a partir del otro, en nuestro caso, a partir de Dios. Es Dios quien reconcilia consigo al pueblo de Israel, haciéndole atravesar el Jordán como si fuera un nuevo Mar Rojo, renovando con él la Pascua y la Alianza como en el Sinaí, dándole como alimento no ya el maná sino los frutos de la tierra que conquistarán y en la que definitivamente se asentarán. Es el padre bueno de la parábola lucana quien reconcilia consigo al hijo menor, abrazándole y besándole, y logrando de esta manera que el hijo se reconcilie consigo mismo. Es también el padre bueno el que toma la iniciativa de reconciliar al hermano mayor con el menor, pasando por encima del pasado y valorando debidamente el arrepentimiento del corazón. ¿Y qué es lo que Pablo escribe a los cristianos de Corinto? Dios reconciliaba consigo al mundo en Cristo, sin tener en cuenta los pecados de los hombres, y nos hacía depositarios del mensaje de la reconciliación. Reconciliarse, en definitiva, es decir a Dios: Gracias por haber dado el primer paso. Acepto tu perdón, acepto tu amor.

Reconciliarse mirando hacia el futuro. Reconciliarse con Dios significa primeramente reconocer que algo no ha andado bien en nuestras relaciones con Él en el pasado. Significa además que hay un interés en restablecer buenas relaciones con Dios en el presente y para el futuro. Para los israelitas del desierto pasar el Jordán significa dejar atrás un pasado de rebeldía, de quejas, de inseguridad, y renovar con Dios la alianza de fidelidad y la entrega a la conquista de la tierra prometida. Los dos hijos de la parábola tienen que romper con los últimos años de vida, en las relaciones con su padre y en sus mutuas relaciones, para poder entrar en el futuro con la recobrada dignidad de hijos. La reconciliación del cristiano con Dios mira al plazo de vida que le queda para hacer el bien, y se proyecta sobre todo hacia la otra ribera de la vida. Y el mensaje de reconciliación que Dios ha depositado en nuestras frágiles manos, ¿no es un mensaje que hemos de hacer eficaz ahora en el presente y en el futuro que llama continuamente a nuestra puerta? Me reconcilio en el presente, pero los efectos de la reconciliación tienen que prolongarse en el futuro; sin esta eficacia en el futuro, reconciliarse no deja de ser una palabra tal vez bonita, pero hueca, sin repercusiones eficientes, y por consiguiente una auténtica frustración.

Cristo, paz y reconciliación nuestra. Cristo es el mediador último y definitivo de la reconciliación con Dios. En el bautismo de Jesús las aguas del Jordán son purificadas, y el nuevo pueblo tiene la posibilidad de reconciliarse con el Padre. La vida de Jesucristo, sobre todo su muerte y resurrección es el camino elegido por el Padre para reconciliarnos con Él y con todos los redimidos. Sólo en Cristo y por Cristo logramos sentir la fuerza salvadora de Dios, que nos quiere reconciliar consigo. Cristo es la última palabra de reconciliación que el Padre dirige al hombre y al mundo. Por eso, quien vive reconciliado con Dios en Cristo, es una nueva creatura. Lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo, como nos recuerda san Pablo. El pasado no cuenta; lo que importa ahora es el futuro, en el que llevar una vida reconciliada con Dios y con los hombres; en el que ser verdaderos evangelizadores de la reconciliación.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

El largo camino de la reconciliación. Reconciliarse es hermoso, pero puede llegar a ser duro y difícil. Pide un cambio, y como todo cambio en la vida exige romper esquemas hechos, dejar caminos trillados, abrir nuevas brechas, roturar nuevos campos. En definitiva, salir de nuestra dulce comodidad y rutina, y lanzarnos a vivir día tras día en la ruta nueva que Dios nos va trazando, ruta de donación y amor desinteresados. Reconciliarse con Dios, reconciliarse con los demás, implica estar dispuesto a mirar el pasado con ojos de arrepentimiento y a dejarlo sin miramientos, por más que nos siga siendo atractivo. Para reconciliarse de verdad con Dios y con nuestros hermanos, no basta acudir al sacramento de la reconciliación, recibir el perdón de Dios y... ¡santas pascuas! Esto es sólo el comienzo. Ahora sigue el trabajo diario y constante por arrancar del alma las causas profundas, a veces muy ocultas, del distanciamiento, de la desavenencia y de la lejanía de Dios, y cualquier signo de ellos en nuestra conducta. Ahora viene la labor tenaz por conquistar nuestro corazón y nuestra vida para el amor, la concordia, la avenencia y la armonía filiales para con Dios y fraternas para con los hombres. Todo hombre, si es sincero consigo mismo, se da cuenta de que está necesitado, en un mayor o menor grado, de reconciliación. Reconcíliate tú primero, y luego ayuda a los demás a conseguir una auténtica reconciliación.

Una Iglesia reconciliada y reconciliadora. El Papa nos ha enseñado con su ejemplo a no tener ningún reparo en pedir perdón. La Iglesia es santa, pero sus hijos somos pecadores. Y los pecados de los hijos dejan huella en el rostro de la Iglesia. Por eso, el sacerdote, en nombre de la Iglesia y como representante suya, cada día en la santa misa la reconcilia con Dios. Por otra parte, la Iglesia, en cuanto comunidad de los que creen en Cristo Señor, es muy consciente de las divisiones y de los contrastes, de las diferencias y desarmonías doctrinales y prácticas que bullen en su seno. Se han dado algunos pasos en el camino de la reconciliación. Quedan muchos todavía. Hay que seguir avanzando en la reconciliación entre diversas comunidades eclesiales, entre los miembros de una misma comunidad eclesial, entre diversas órdenes, congregaciones o institutos religiosos, entre diversas diócesis... Sólo una Iglesia reconciliada verticalmente con Dios y horizontalmente con sus hermanos en la fe, podrá ser fermento de reconciliación en la sociedad. ¿Vives reconciliado con Dios? ¿Es tu parroquia una parroquia internamente reconciliada? ¿Eres agente de reconciliación en tu familia y en el ambiente de trabajo?

Quinto domingo de CUARESMA 1 de abril del año 2001

Primera: Is 43, 16-21; segunda: Fil 3, 8-14 Evangelio: Jn 8, 1-11

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Mirad, voy a hacer algo nuevo (Is 43, 19). La novedad es sin duda uno de los puntos salientes de los textos litúrgicos de hoy. El profeta en lenguaje poético, lleno de imágenes sorprendentes y audaces, evoca un nuevo éxodo y una nueva liberación (primera lectura). La mujer adúltera, que trata el evangelio, descubre en la actitud de Jesús una novedad nunca vista, que la libera y transforma. Pablo de Tarso se confronta con la absoluta novedad del misterio de Cristo, y por eso todo lo tiene por basura con tal de ganar a Cristo y vivir unido a él (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

La vieja novedad de Dios. Algo nuevo puede hacerlo quien tiene en sí la fuente de la novedad. Un poeta tiene en sí la fuente de la poesía, y por eso puede en cualquier momento ser poéticamente creativo. Un genio político puede sorprendernos con su creatividad en cualquier momento de su vida. Un hombre carismático del espíritu puede poner en juego su carisma, incluso cuando menos se pudiera esperar. Esto que acontece con hombres extraordinariamente dotados, ahonda sus raíces en Dios mismo, la novedad por excelencia y fuente de toda novedad. En la historia de Israel la novedad divina no se ha agotado en el gran acontecimiento del Éxodo. Siete siglos después del Éxodo egipcio Dios mueve los hilos de la historia para crear una nueva situación y hacer volver a Jerusalén a los desterrados en Babilonia (primera lectura). Para la pobre mujer sorprendida en adulterio y condenada a la lapidación, debió ser una gozosa novedad la actitud de Jesús para con ella: "¿Nadie te ha condenado?... Tampoco yo te condeno". No menos novedosa debió de ser para los acusadores de la adúltera el comportamiento de Jesús: "Quien de vosotros esté sin pecado, que tire la primera piedra... Al oír esto se marcharon uno tras otro, comenzando por los más viejos..." (Evangelio). ¿Quién es éste que se atreve a ponerse por encima de la ley de Moisés? A nuestros oídos, finalmente, suena bastante conocido eso de "la novedad cristiana". Pablo, que la ha experimentado hasta el fondo, la resume así: conocer a Cristo (conocimiento que es fruto de la experiencia de fe), experimentar el poder de su resurrección, compartir sus padecimientos y morir su muerte, alcanzar así la resurrección de entre los muertos (segunda lectura). Se puede decir que la historia de la salvación se resume en la historia de las nuevas intervenciones de Dios en vistas siempre de la salvación de los hombres.

La novedad divina no parte de cero. Es verdad que ninguna novedad religiosa, política, social o económica parte de cero. Lo nuevo hunde sus raíces en lo antiguo, sin destruirlo, pero asumiéndolo en modo creativo. Una novedad sin raíces se seca y desaparece en poco tiempo. Lo nuevo para que sea fecundo tiene su paternidad en la historia. Tampoco Dios, en las nuevas maravillas que va realizando con el correr de los años y de los siglos, actúa desde cero. Si así fuera no podríamos hablar de una historia de la salvación, sino de acciones puntuales de Dios, desligadas unas de otras, intervenciones de un Dios francotirador que actúa a impulsos, al margen de todo plan. Por eso Isaías ve en la nueva intervención de Dios en favor de los desterrados de Israel en Babilonia no una novedad absoluta, sino un nuevo éxodo, estableciendo así una pasarela entre el pasado y el presente. Jesús con su comportamiento no liquida sin más la ley mosaica, sino que se sitúa por encima de ella y la interpreta en su verdadero sentido: "Vete y no vuelvas a pecar". Las acciones nuevas

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Sin miedo a la novedad de Dios. El cristianismo desde sus mismos orígenes ha experimentado una sana tensión entre el pasado y el futuro, entre lo nuevo y lo viejo, entre la tradición y el progreso. Aquéllas formas de vida cristiana que logren mantener ambos polos de la tensión serán auténticas. Aquellas otras que, de tal manera acentúen uno de los polos que pierdan el equilibrio, caminan por un sendero equivocado. No tengamos miedo en modo alguno a la tradición, pero tampoco al progreso, a la novedad que Dios va creando en cada período de la historia. La novedad, si es de Dios, trae consigo siempre una superación de lo ya existente. La tradición, si es auténtica, da peso y solidez a las nuevas aportaciones. El cristiano es "como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas" (Mt 13, 52). Dos ejemplos de novedad en nuestro tiempo: la inculturación, los movimientos eclesiales. Son, en efecto, fenómenos nuevos, pero que "vienen de lejos". San Pablo es, en cierta manera, el primer campeón de la inculturación del Evangelio en categorías y mentalidad helenísticas. No cabe duda de que cada época histórica ha debido realizar esa misma labor, hasta nuestros días. Una mayor conciencia del pluralismo cultural, hoy vigente, y el desafío de iluminar con el Evangelio culturas ancestrales ajenas al cristianismo, infunden al proceso actual de inculturación un nuevo rostro. Por otra parte, los movimientos arraigan por igual en los orígenes del cristianismo. Los estudios sociológicos del Nuevo Testamento han mostrado que sea Jesús de Nazaret, sean los primeros cristianos fueron en gran parte predicadores itinerantes, al estilo de los filósofos populares contemporáneos. En la espiritualidad de muchos movimientos eclesiales se halla la intención de "volver a las fuentes", "volver a los orígenes del cristianismo". Sí, sociológica y canónicamente los movimientos eclesiales son algo nuevo en la Iglesia, pero su ascendencia no es de ayer. En la entraña misma del cristianismo está presente la osadía de insertar los nuevos esquejes en el viejo tronco.

La novedad siempre nueva. Las novedades humanas, como todas las cosas de este mundo, tienen su ciclo vital desde el nacimiento a la muerte. Son novedad, y dejarán de serlo. Por vía de extinción o de desgaste y decaimiento. La moda es como el escaparate en que se presenta la fugacidad de las novedades humanas. Pero hay una persona, Jesucristo, que lleva la novedad dentro de sí, que es novedad siempre presente sin desaparecer en el pasado y sin perderse en el futuro: Jesucristo, la novedad absoluta, "ayer, hoy y siempre". Vive, eternamente joven, con la vida de quien definitivamente ha derrotado a la muerte. Vive, infundiendo una pujante fuerza de novedad, en quienes le abren su corazón y asimilan su estilo de vida. Verdaderamente Cristo es en todo momento de la historia el Hombre Nuevo, que tiene el mismo mensaje eterno de Dios, pero siempre nuevo y renovador del hombre. ¿Por qué a veces los cristianos somos o nos creemos viejos? Sé siempre nuevo, siguiendo los pasos del Hombre Nuevo.

 

Domingo de RAMOS 8 de abril del año 2001

Primera: Is 50, 4-7; segunda: Fil 2, 6-11 Evangelio: Lc 22, 14 - 23, 52

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

¡El dolor! Realidad histórica y designio de Dios. Aquí está el centro del mensaje del Domingo de Ramos. El Siervo de Yahvéh (primera lectura) sufre golpes, insultos y salivazos, pero el Señor le ayuda y le enseña el sentido del dolor. San Pablo, en el himno cristológico de la carta a los filipenses (segunda lectura), canta a Cristo que "se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo". En la narración de la pasión según san Lucas, Jesús afronta sufrimientos indecibles e incontables, a la manera de un esclavo, pero sabe que todo está dispuesto por el Padre y por ello confía al Padre su espíritu.

 

MENSAJE DOCTRINAL

Cristo, varón de dolores. El sufrimiento de Cristo puede medirse cuantitativamente, y ya así es enorme. El valor supremo del dolor de Cristo radica sobre todo en su cualidad. Cualidad que se basa sobre tres pilares: Jesús es el hombre perfecto, que experimenta y vive el sufrimiento con perfección; Jesús es el Hijo de Dios, y por tanto es Dios mismo quien sufre en Él; Jesús es el redentor del mundo y del hombre, que asume el dolor inyectando en él la potencia salvífica de Dios. Por eso, en la vida de Cristo, sobre todo en los acontecimientos de su pasión y muerte, el dolor es una realidad histórica, pero también mística, es solidaridad con el hombre, y a la vez juicio y justificación del hombre pecador, o sea, misterio de salvación. El relato de la pasión según san Lucas nos lleva como de la mano a la contemplación orante de Cristo en los diversos episodios de este misterio de dolor: Contemplamos el dolor contenido, discretamente manifestado, de Jesús en el Cenáculo ante la traición de Judas (Lc 22, 22) o frente a la discusión inoportuna de los discípulos sobre rangos y primeros puestos (Lc 22, 24ss). Vemos el dolor intenso, extenuante y extremo en Getsemaní, hasta el punto de derramar gotas de sangre a causa de la soledad, del abandono de los hombres y de su mismo Padre, el peso del pecado del mundo. Repasamos interiormente el dolor inefable del amor renegado por Pedro, el dolor dignísimo del amor burlado por la soldadesca entre blasfemias y bajezas, el dolor noble del inocente condenado por los jefes del pueblo y por el poder dominante, el dolor sagrado y puro por la deshonra que le ha sido infligida al ser pospuesto a un criminal, el dolor físico de los clavos traspasando sus manos y sus pies, y el último dolor de la agonía. Cristo "varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento". Cristo que recoge en su cuerpo y en su alma, como en un cuenco, todo dolor y toda pena.

Cristo no está solo en su dolor. Ya el Siervo de Yahvéh, figura de Cristo, tiene la seguridad de que, en medio de sus dolores, "el Señor le ayuda" (primera lectura). En Getsemaní el Padre le envía un ángel, no para librarle del dolor, sino para confortarlo (cf. Lc 22,43). Camino del Calvario le acompaña un grupo de mujeres, "que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él" (Lc 23, 27). Crucificado a la derecha de Jesús está el buen ladrón, que reprende a su compañero de crímenes y proclama la inocencia de Jesús: "Éste no ha hecho nada malo". A lo largo de la pasión Jesús ha sentido sea el abandono del Padre sea su íntima e inefable compañía y proximidad, y por eso puede exclamar antes de expirar: "Padre, a tus manos confío mi espíritu". La glorificación del dolor de Cristo –y la consiguiente solidaridad con él– la señala san Lucas después de su muerte mediante la confesión del centurión: "verdaderamente este hombre era justo", mediante el arrepentimiento de la multitud que "volvía a la ciudad golpeándose el pecho" y sobre todo mediante el anuncio a las mujeres que han acudido al sepulcro: "No está aquí. Ha resucitado". La segunda lectura subraya la cercanía de Dios a Cristo obediente hasta la muerte con términos de exaltación: "Le dio el nombre por encima de todo nombre". Ni Dios ni el hombre dejaron a Cristo solo en el dolor. Esta afirmación es válida para todo hombre. El hombre, al igual que Jesús, encontrará en los hombres la causa de su dolor, y en ellos hallará también la presencia amiga y el consuelo solidario.

 

SUGEREncias PASTORALES

El dolor, un tesoro escondido. El hombre actual tiene miedo del dolor. Quisiera eliminarlo, arrancarlo de la vida humana, e incluso de la vida animal. Parece como si el dolor fuera solo mal, un mal abominable, un agujero negro en el gran universo humano que devora todo lo que entra en su campo de acción. Parece como si la gran batalla de la historia actual fuera contra el dolor en lugar de por el hombre. Hay que reflexionar sobre esto, porque a veces resulta que logramos destruir el dolor, pero de tal manera que destruimos también algo del hombre. Los padres, para que sus hijos no sufran, no les niegan nada, les dejan hacer todos sus caprichos, pero... ¿no están de esta manera perjudicándolos a largo plazo? A los ancianos, a los enfermos terminales se les amortiguan los dolores con medicinas que les hacen perder en gran parte la conciencia. ¿No se les hace perder así libertad y nobleza de espíritu ante el dolor? No abogo por el sufrimiento en sí, es necesario aliviarlo lo más posible, abogo por la asunción humana del sufrimiento. No son infrecuentes los casos de jóvenes y adultos que ante el fracaso escolar o profesional, ante una decepción amorosa, ante un escándalo de corrupción, prefieren acabar con la vida, a enfrentarse con el rostro doloroso de la situación. ¿Por qué? No se conoce, no se ha descubierto el tesoro escondido en el dolor. Para el hombre es un tesoro escondido de humanización. Para el cristiano es un tesoro escondido de asimilación del estilo de Cristo, de valor redentor. Juan Pablo II ha tenido la osadía de hablar del Evangelio del sufrimiento, ciertamente del sufrimiento de Cristo, pero, junto con Él, del sufrimiento del cristiano. Estamos llamados a vivir este Evangelio en las pequeñas penas de la vida, estamos llamados a predicarlo con sinceridad y con amor.

Consuelo en el dolor. La medicina en nuestros días está descubriendo que la presencia amiga junto al lecho del enfermo puede aliviar el dolor más que una inyección de morfina. Hay una relación estrecha entre el alma y el cuerpo, y el consuelo espiritual de una cercanía suaviza los más terribles sufrimientos. Las obras de misericordia espirituales (instruir, consolar, confortar, sufrir con paciencia...) y corporales (dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos...), son formas tradicionales de ayudar al hombre en su dolor. Son formas que continúan siendo válidas e indispensables. Junto a ellas surgen y surgirán nuevas formas según las necesidades de nuestro tiempo. Lo que importa es tener conciencia de que como cristianos hemos de acompañar a los hombres en su dolor, hemos de ser solidarios con sus penas, hemos de aliviar con nuestra cercanía y nuestro conforto sus sufrimientos. ¿No es una buena forma de alivio el enseñar a los que sufren a dar sentido y valor a sus sufrimientos?

 

Jueves SANTO 12 de abril del año 2001

Primera: Ex 12, 1-8.11-14; segunda: 1Cor 11, 23-26 Evangelio: Jn 13, 1-15

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

El Jueves santo es un canto a la liberación. En él celebramos la Pascua cristiana: el paso liberador de Dios por la historia mediante la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, conmemorada en la celebración de la Eucaristía (segunda lectura). La Pascua cristiana revive y perfecciona otra pascua, otra liberación, llevada a cabo por Dios mediante su siervo Moisés: la liberación de los israelitas de la esclavitud egipcia (primera lectura). El texto evangélico nos sitúa ante una liberación interior, la liberación de nuestro egoísmo para ser libres y servir a nuestros hermanos, siguiendo el ejemplo de Jesucristo.

 

MENSAJE DOCTRINAL

Liberación, palabra evangélica. La palabra liberación tiene su contrapartida en el término esclavitud. Cuando un individuo, un grupo humano, una nación grita por la liberación, quiere decir que sienten en carne propia el peso opresor de alguien que los esclaviza. En la Biblia, que es revelación de Dios en la historia y por la historia, no está ausente esta realidad y experiencia tan humana. Fijándonos en la primera lectura, nos damos cuenta de que el rito de la Pascua, como lo celebraban los antiguos israelitas, rememora un momento histórico dramático y estupendo. Dramático, porque recuerda a todos la dura experiencia de la esclavitud en Egipto; estupenda, porque, en virtud del poder de Yahvéh, han sido arrancados de la esclavitud. El modo de comer el cordero: La cintura ceñida, los pies calzados, bastón en mano y a toda prisa, señala la irrupción liberadora de Dios y la colaboración humana con la extraordinaria e inesperada acción de Dios. Israel, como pueblo, reconoce que Dios se ha acordado de su estado de oprimidos, y ha intervenido eficazmente como liberador. La segunda lectura también trata de la pascua, pero ahora ya no es la pascua judía, sino la pascua cristiana, como era celebrada en la Iglesia apostólica. El bautizado es consciente de que ha pasado de la esclavitud a la libertad, gracias a la Pascua de Cristo. Cada domingo, cuando los cristianos se reunían para celebrar la Eucaristía, rememoraban y revivían, como individuos y como Iglesia, el evangelio de la libertad, "la libertad con la que Cristo nos ha liberado". Una liberación, no de una opresión física como en la primera Pascua, sino de la opresión espiritual, que es el pecado y el imperio por él instaurado. Por la Pascua de Cristo, el bautizado ha pasado del reino de las tinieblas opresoras al reino de la luz liberadora. En el evangelio Jesús completa la enseñanza sobre la liberación, indicándonos su finalidad: Liberados y libres para poder servir al hombre. La liberación evangélica, para ser tal, estará destinada al servicio, sobre todo de los más necesitados. Un servicio tras las huellas de Cristo, que, ejerciendo la función de padre de familia, se hace siervo y se pone a lavar los pies a sus discípulos, para que ellos aprendan a hacer lo mismo.

Bautismo y Eucaristía, sacramentos de libertad. Por el bautismo el hombre es sumergido en la Pascua de Cristo, es decir, en el paso liberador de Cristo por su existencia. Sólo el hombre liberado puede celebrar y participar en la Eucaristía, sacramento de los hombres libres. Tal vez en el lavatorio de los pies de los apóstoles (evangelio) haya una cierta nota bautismal. ¿No dice Jesús: El que se ha bañado sólo necesita lavarse los pies, porque está completamente limpio; y vosotros estáis limpios, aunque no todos? Limpios, libres de todo pecado, pueden participar a la Pascua del Señor. San Pablo recoge en la segunda lectura las palabras de Jesús: Haced esto en memoria mía. La Pascua de Cristo no es un hecho del pasado, se revive en el presente, siempre que los cristianos se reúnen para celebrar la Eucaristía. Es decir, para celebrar a Cristo que nos dice: "Te ofrezco mi vida para liberar la tuya de todo lo que te impide ser libre. Te ofrezco mi cuerpo y mi sangre como alimento para que no desfallezcas en tu lucha por la libertad". El hombre ha buscado la liberación y la libertad por muchos caminos, no pocos de ellos equivocados. Hoy como ayer el modelo cristiano se presenta como camino verdadero de libertad.

 

SUGEREncias PASTORALES

La Eucaristía, o sea, la fiesta de la libertad. El catecismo de la Iglesia católica enseña que la Eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana y añade que contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua (CEC 1324). Me pregunto qué es ser cristiano. Y, entre otras muchas respuestas, encuentro ésta: "Ser libre para amar a Dios y al prójimo". Me pregunto quién es Cristo, todo el bien espiritual de la Iglesia. Y me viene en seguida a la mente una respuesta muy conocida: El Redentor del hombre, el liberador de la humanidad. La Eucaristía es pluridimensional: es sacrificio, banquete pascual, memorial, acción de gracias... Junto a estas dimensiones irrenunciables hay que situar ésta otra: fiesta de la libertad. Digámoslo con un raciocinio lógico: Ser cristiano es ser libre, la Eucaristía es la fuente y cima del ser cristiano, luego la Eucaristía es la fuente y cima de la libertad. Celebrar la Eucaristía es celebrar la libertad cristiana, que por su misma naturaleza es libertad integral. La libertad integral radica y se desarrolla en la libertad interior. Es decir, libre del pecado, libre del ego, libre de cualquier condicionamiento psíquico o moral. Ésta es la libertad que principalmente celebramos en la Eucaristía. Pero no exclusivamente, porque la libertad tiene que hacerse visible, encarnarse en hechos y realidades circunstanciales de la vida. Libres para ayudar a una persona necesitada; libres para decir la verdad sin miedos, aunque con prudencia; libres para hacer el bien aunque no te lo agradezcan; libres para dar testimonio públicamente de la propia fe... ¿Acaso no ha sido la Eucaristía, para tantas santas y santos, la fuente de esta gran libertad de espíritu? Cuando la comunidad cristiana se reúne en torno a Cristo en la Eucaristía lo hace como comunidad libre que quiere seguir creciendo en libertad.

La Eucaristía, fuerza de la libertad. Cuando en la santa misa recibimos la Eucaristía nos alimentamos con Cristo mismo, fuente y modelo de la libertad cristiana. Por eso, un cristiano que quiera llegar a ser verdaderamente libre siente la necesidad de comulgar con frecuencia. La tentación de la esclavitud acecha continuamente al hombre, a veces de modo muy seductor. La Eucaristía nos ayuda a romper el encanto de la tentación, a reforzar nuestra decisión de seguir a Cristo, el amante y el promotor de la libertad. ¡Absurdo el solo pensar que la comunión es para beatas! ¡Cuánto daño hacen a los cristianos ciertas etiquetas! Aquí encuentran también un motivo más las visitas eucarísticas. Cuando la libertad individual, política, social, religiosa... está en peligro, ¿a qué puerta llamar, sino a la puerta del sagrario donde Cristo nos está esperando para infundirnos ánimo en nuestra tarea de hacer vencer a la libertad? En la educación de las nuevas generaciones cristianas, creo que aprovecharía mucho el insistir más en la eucaristía, y menos en modas pastorales, que hoy son y mañana no parecen.

 

Viernes SANTO 13 de abril del año 2001

Primera: Is 52, 13 - 53, 12; segunda: Heb 4, 14-16 Evangelio: Jn 18, 1 - 19, 42

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Solidaridad en el dolor. La figura del Siervo de Yahvéh carga sobre sí no sus propios dolores, sino que "llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos" (primera lectura). En la pasión de Jesucristo según san Juan el evangelista subraya el amor solidario de Jesús para con los hombres: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, llevó su amor hasta el fin". La segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos, Jesucristo es visto como sumo sacerdote que puede compadecerse de nuestras flaquezas, porque las ha experimentado todas, excepto el pecado.

 

MENSAJE DOCTRINAL

El sufrimiento vicario. Es difícil para el hombre entender este concepto. En nuestra experiencia sabemos que el dolor se vive en soledad. Incluso cuando alguien nos acompaña y nos consuela en el dolor, la soledad no nos abandona, forma parte integrante de nuestro dolor. A la vez la experiencia humana nos enseña que hay en el corazón humano, sobre todo en el corazón de las personas que se aman, un anhelo, tal vez indefinible pero realísimo, de ponerse en el lugar del amado que sufre. Por ejemplo, una madre, un padre en lugar de su hijo moribundo. Esta experiencia humana contrastante y complementaria nos prepara en cierta manera para la comprensión del sufrimiento vicario de Cristo a lo largo de su vida, pero de una manera explosiva en la pasión y en la muerte de cruz. En Getsemaní, en el camino hacia el Calvario y en la cumbre del Gólgota, Jesús sufre haciendo suyos nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestra agonía y nuestra muerte. Sufre asumiendo nuestros pecados, todos y de todos sin excepción, pecados que son la causa originaria y radical de todo el humano sufrir. Es posible afirmar que la pasión de Cristo es nuestra pasión hecha suya. La angustia de Getsemaní más que de Jesús es nuestra, y él se la apropia. Los espasmos sobre la cruz en las horas de la agonía son nuestros, y él los soporta por nosotros. Lo que en la figura del Siervo de Yahvéh es un simbolo del pueblo judío (primera lectura), se hace cruda realidad en la carne y en el alma de Jesucristo. El cristiano, por tanto, ha perdido el derecho de vivir en soledad el propio sufrimiento. Cristo, varón de dolores, lo ha vivido primero por él y ahora lo revive con él.

¿Quién sufre en Jesús de Nazaret? Sufre, ante todo, el hombre Jesús. Es su carne la que suda sangre en Getsemaní, es su sangre la que se desliza por su cuerpo a causa de los latigazos y de los clavos, es su sensibilidad la que se ve sacudida al ser coronado de espinas, es su honor el que sufre al ser abofeteado, es su sentido de la dignidad humana el que se ve profundamente afectado cuando en su agonía es objeto de burla y de escarnio. Sufre también el sumo sacerdote Jesús. El sumo sacerdote de la antigua alianza ponía los pecados del pueblo sobre un macho cabrío, el día de la expiación. Cristo, sacerdote sumo de la nueva alianza, los pone sobre sí, los lleva consigo a la cruz, los lava con su sangre, los destruye con el fuego de su amor misericordioso (segunda lectura). Igualmente sufre Jesús en cuanto Siervo de Yahvéh, que representa al nuevo pueblo de Israel, a la Iglesia de Cristo. Todos los pecados de los cristianos están presentes en la pasión de Cristo. Y todos ellos quedan originariamente perdonados por los méritos del Crucificado. Sufre, finalmente, Jesús, el Hijo del Dios vivo. De aquí, y sólo de aquí, proviene la posibilidad y la eficacia de su sufrimiento vicario, el valor universal y salvífico de todo su sufrimiento. Hermano nuestro, en la naturaleza humana, conoce nuestras flaquezas y puede compadecerse de nosotros. Hijo de Dios, en su persona y naturaleza divinas, está capacitado para que su vida, y, sobre todo su dolor, tengan un poder sobrehumano, infinito y absolutamente eficaz por su origen, universal por su destino.

 

SUGEREncias PASTORALES

Gracias, Varón de dolores. Es justo, y honra a todo cristiano, –e incluso a todo hombre– el dar gracias, este Viernes santo, al Crucificado, al Hijo de Dios, que se ha hecho esclavo, no-hombre para que el hombre no se olvide de estar llamado a ser plenamente hombre. Gracias, oh Crucificado, porque has querido sufrir por nosotros hasta no parecer hombre y no tener aspecto humano; gracias, porque elegiste ser abrumado de dolores y familiarizado con el sufrimiento para que sintiéramos tu presencia en los nuestros; gracias, oh Jesús, trono de misericordia y de perdón, porque quisiste sufrir por nuestro bien y curarnos con tus llagas. Gracias, oh Redentor, porque te entregaste a la muerte y compartiste la suerte de los pecadores. Gracias porque sufriste el arresto de los hombres, para acompañar a todos los arrestados de la historia, de nuestro tiempo, a veces, al igual que tú, sin culpa alguna. Gracias, hermano del hombre, porque con tu mirada lavaste la negación de Pedro y la de todos los que hoy continuamos sin razón alguna renegando de ti. Gracias, oh Verdad sublime, porque en los supremos momentos, como a lo largo de la vida, pusiste la verdad por encima incluso de la vida, como lo han hecho, siguiendo tus pasos, tantos mártires del pasado y de nuestros días. Gracias. Gracias, oh el más digno de entre los hombres, porque aceptaste la ignominia de ser pospuesto a un criminal, como lo era Barrabás, Tú, el Inocente. Gracias, oh el hombre más libre de la historia, porque no desdeñaste la muerte del esclavo y convertiste el signo del oprobio en signo victorioso de gloria. Gracias, oh Crucificado, porque con tu cruz has redimido al mundo.

El arte de sufrir. Sufrir es connatural a la condición humana, pero el arte de sufrir se aprende, requiere de una lenta y constante educación. El Viernes santo es para los cristianos, y para todo ser humano, una escuela excelsa del dolor. El Viernes santo aprendemos a sufrir en silencio, con Jesús, como Jesús. El Viernes santo Jesucristo nos da la gran lección de aceptar el sufrimiento y la cruz, aunque no se sea culpable, en virtud de un motivo superior que es el amor a Dios y a los hermanos. El Viernes santo se nos enseña –¡qué gran lección!– a perdonar al que nos ha hecho mal, a orar por el que se burla de nosotros y es causa de nuestro dolor. En la escuela del Viernes santo aprendemos a sufrir con paciencia y con amor, aceptando los acontecimientos y las circunstancias, tal como Dios los ha querido o los ha permitido para nuestro bien. El viacrucis del Viernes santo se nos presenta como el viacrucis de la vida humana: en él se van entremezclando amor y odio, golpes y consuelos, esbirros y verónicas, sumos sacerdotes y cireneos, ultrajes y lágrimas, ladrón que blasfema y ladrón que se arrepiente, la madre que le acompaña en su dolor y los discípulos que lo dejan en su soledad, quienes se reparten sus vestidos y quienes compran lienzos y aromas para su sepultura. Cristo acepta todo ello. Sufre, porque es mucho el peso físico y moral cargado sobre su pobre cuerpo maltrecho. Sufre, porque hace sufrir a sus seres queridos, a tantas personas que le aman de veras. Sufre, para que nosotros sepamos sufrir con él y como él..

 

Vigilia PASCUAL 14 de abril del año 2001

Primera: Gen 22, 1-18; segunda: Rom 6, 3-11 Evangelio: Lc 24, 1-12

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Las numerosas lecturas de la Vigilia pascual hablan de la soberanía de Dios sobre toda la creación y sobre la historia. Los diversos textos seleccionados del Antiguo y del Nuevo Testamento nos permiten repasar la historia de la soberanía de Dios. Él es el Señor de los astros del firmamento, de las aguas del mar y de los animales que reptan por la tierra. Él es sobre todo el Señor de los hombres y de su historia. El texto evangélico nos muestra la soberanía de Dios sobre la muerte, mediante la resurrección de Jesucristo. El cristiano es un espejo de la soberanía divina porque, por el bautismo, ha conresucitado con Cristo.

 

MENSAJE DOCTRINAL

La soberanía de Dios no tiene igual. En un tiempo como el nuestro que exalta la igualdad, el concepto soberanía tal vez no sea familiar ni resulte agradable. Hace pensar, no sé, en sistemas totalitarios, en actitudes de imposición de unos sobre otros, en flagrantes injusticias por abuso de poder, en algo que desdice del hombre. Es un hecho, sin embargo, que no puede existir un ordenamiento jurídico (familiar, social, religioso, político) donde no exista y se reconozca una jerarquía, una autoridad, una soberanía. En la mentalidad común, cuando decimos el soberano solemos referirnos al rey, que ha encarnado históricamente de modo representativo la soberanía. Hoy en día se suele hablar de soberanía nacional, para indicar en las relaciones internacionales la independencia de una nación respecto a otra. Cuando en el lenguaje espiritual y religioso nos referimos a la soberanía de Dios, ¿qué es lo que queremos subrayar? Antes que nada, tomando pie de las lecturas, el dominio de Dios sobre toda la obra de la creación, salida de sus manos, gracias a la sobreabundancia de su amor. En segundo lugar, la afirmación del gobierno de Dios sobre la historia, una historia en la que paralelamente a los acontecimientos de la historia profana se desarrollan los eventos de la historia de la salvación. En tercero y último lugar, el señorío de Dios sobre la muerte y el más allá de la muerte, o sea, la eternidad. El dominio de Dios no tiene igual, primeramente porque sólo Dios puede crear y tiene el poder soberano sobre la creación. Luego, por su amplitud, ya que Dios domina sobre todas las épocas y todos los pueblos, no menos que por su finalidad: el bien y la salvación del hombre. No tiene igual, sobre todo, porque Dios ejerce su soberanía en forma totalmente positiva. No es un soberano que subyuga, sino que libera. No es un soberano que usa de su poder para imponerse con la fuerza, sino para manifestar su amor de padre. No es un soberano que se deja sobornar, sino que más bien hace justicia al tiempo oportuno. En la vigilia pascual, al repasar la historia de la salvación que culmina en la resurrección de Jesucristo, lo que hacemos es repasar la historia de la soberanía benevolente y amorosa de Dios para con la humanidad.

Si Cristo no hubiese resucitado... Es un imposible, pero pienso que puede hacer bien a nuestra fe y a nuestra vida cristiana situarnos por un momento en ella. San Pablo se sitúa en esa posición. ¿Qué es lo que dice? 1) Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe. Sí, porque el centro de nuestra fe es la persona y la vida de Jesús de Nazaret. Si él es un difunto más de la historia, ni es Dios ni es el Viviente, y entonces nuestra fe carece de sentido. 2) Si Cristo no ha resucitado, somos falsos testigos de Dios. En efecto, ¿qué es lo que predicaban Pablo y todos los Apóstoles? Que Dios ha resucitado a Jesucristo y lo ha constituido Señor de vivos y muertos. 3) Si Cristo no ha resucitado, seguís hundidos en vuestros pecados. Es decir, el bautismo ha sido un rito vacío, estéril. No habéis muerto con Cristo, ni resucitado con Cristo. Si Cristo no ha resucitado, el pecado y el demonio tienen la última palabra todavía. 4) Si Cristo no ha resucitado, somos los más miserables de todos los hombres. Sí, porque se nos dio una esperanza, convertida luego en trágica frustración. Al final, conviene concluir como san Pablo: Pero no, Cristo ha resucitado de entre los muertos, como anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte (1Cor 15, 12-20).

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Una esperanza que no decae. El hombre, por muy realista que sea, por muy apegado que esté al presente, no puede dejar de mirar hacia adelante, de abrir el alma a la esperanza, sea ésta únicamente terrena o esté abierta también a la eternidad. La esperanza, por muy débil que sea, define al hombre en su ser más profundo. El cristianismo da a esta esperanza humana, por un lado, la fuerza de mantenerse en pie hasta el final, y, por otro, la apertura a una esperanza superior. No decae nuestra esperanza en la soberanía providente de Dios sobre la creación y sobre la historia. Nos puede parecer misteriosa, desconcertante, imprevisible, esa soberanía providente, pero creemos que existe, confiamos en ella, da seguridad a nuestro obrar, y, con el paso del tiempo la vamos entreviendo, hasta quizá llegar a ser una evidencia. No decae nuestra esperanza en Cristo, Luz del mundo. Esa luz que ha brillado con nuevo esplendor en la primera parte de la vigilia pascual. Tal vez nos venga la tentación de que son muchas las tinieblas, y muy densas. Pero sigue encendida la esperanza en Cristo Luz. Una luz que disipa las tinieblas ante todo y sobre todo en el interior de las conciencias, y desde el interior en las acciones de los hombres. No decae nuestra esperanza en la acción purificadora y transformante del bautismo cristiano. ¿Cómo no bautizar a los niños, desde sus primeros días o meses de vida, si mantenemos firme esta esperanza? Esta esperanza en la eficacia del bautismo nos exige a los cristianos vivir con madurez y coherencia purificados del pecado, en actitud de transformación espiritual y moral bajo el impulso del Espíritu.

Testigos de la resurrección. En el evangelio se relata el testimonio que las mujeres dieron de la resurrección y el testimonio que dieron los apóstoles. El testimonio público y oficial le corresponde a la jerarquía de la Iglesia; pero existe un testimonio privado, doméstico por así decir, que corresponde a todos los miembros del pueblo de Dios. Los obispos, los sacerdotes, los diáconos deben ser testigos de la resurrección. Ciertamente, mediante la proclamación de este grandísimo misterio, proclamación que hacen en nombre de Cristo y no a título personal. Para que esa proclamación sea convincente, han de hacerla creíble con su propia vida, en cuanto que la han experimentado y la viven, y la gente lo advierte. Testigos privilegiados de la resurrección -como de toda la fe cristiana- son los padres de familia. Creyendo ellos en la resurrección de Cristo, viviendo con rostros y obras de resucitados, harán creíble este misterio a sus hijos. Testigos importantes son también los y las catequistas. Si la catequesis no es sólo nocional sino sobre todo vital, el catequista debe juntar en sí al maestro y al testigo. ¿Son los catequistas, todos, maestros y testigos de la resurrección? La diócesis debe prestar sumo cuidado a la selección y formación de los catequistas. Se beneficiará toda la Iglesia.

Domingo de RESURRECCIÓN 15 de abril del año 2001

Primera: Hech 10, 34.37-43; segunda: 1Cor 5, 6-8 Evangelio: Jn 20, 1-9

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Cristo resucitado, éste es el mensaje central de la liturgia de Pascua. Ante todo, Jesucristo resucitado, como objeto de fe, ante la evidencia del sepulcro vacío: "vio y creyó" (evangelio). Cristo resucitado, objeto de proclamación y de testimonio ante el pueblo: "A Él, a quien mataron colgándolo de un madero, Dios lo resucitó al tercer día" (primera lectura). Cristo resucitado, objeto de transformación, levadura nueva y ácimos de sinceridad y de verdad: "Sed masa nueva, como panes pascuales que sois, pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado" (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

Cristo resucitado, objeto de fe. El sepulcro, aunque esté vacío, no demuestra que Cristo ha resucitado. María Magdalena fue al sepulcro y llegó a la siguiente conclusión: "Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro entró en el sepulcro y comprobó que "las vendas de lino, y el paño que habían colocado sobre su cabeza estaban allí". Ni María ni Pedro creyeron, al ver el sepulcro vacío, que Jesucristo había resucitado. Sólo Juan, "vio y creyó", porque el sepulcro vacío le llevó a entender la Escritura, según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos (evangelio). "Esto supone, nos enseña el catecismo 640, que constató en el estado del sepulcro vacío que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana". El conocimiento que, hasta entonces, Juan tenía de la Escritura era nocional, por eso afectaba solamente sus ideas; ahora, al entrar en el sepulcro vacío, ver las vendas y el sudario, el conocimiento de la Escritura se convierte en experiencial y vital. Todavía Cristo resucitado no se le ha aparecido, pero ya lo ha "visto", porque la Palabra de Dios es verdadera; las apariciones de Cristo a los discípulos no harán, sino confirmar la fe en la resurrección.

Cristo resucitado, objeto de proclamación. Cuando el hombre vive una experiencia profunda, no la puede callar, por más que sea consciente de que sus palabras no lograrán nunca expresar la intensidad, viveza y plenitud de la experiencia. La experiencia de Cristo resucitado fue tan marcada en el alma de los apóstoles y discípulos, que necesariamente tenían que hablar de ella, a quienes no la habían tenido. Bueno, no sólo hablar de ella, sino también testimoniarla, es decir, proclamar su verdad, incluso, llegado el caso, con el sufrimiento y con la vida. Callar esa experiencia, hubiese sido una muestra de egoísmo imperdonable. Por eso, los cristianos, durante los primeros años, y como primer anuncio, eran monotemáticos. Lo único que decían era que "Cristo fue matado por los judíos, pero que Dios lo resucitó de entre los muertos". Todo lo demás gira en torno a este grande mensaje. No proclaman ideas, por muy bellas que puedan ser, sino acontecimientos vividos en primera persona. Esta experiencia de Cristo resucitado no fue pasajera, sino que llegó a incorporarse, por así decir, a su misma existencia en este mundo, y por este motivo, nunca cesaron de proclamar con sus labios y con su vida la resurrección de Jesucristo.

Cristo resucitado, objeto de transformación. Hay una relación estrechísima entre resurrección de Jesucristo y transformación del hombre. Cristo, hombre perfecto, es el primero transformado al ser resucitado por Dios, llegando a ser un hombre totalmente penetrado por el Espíritu. San Pablo nos habla de la transformación ética, que comporta la experiencia de Cristo resucitado, una transformación que toca las raíces mismas del hombre: la sinceridad y la verdad. A su vez, el hombre transformado por Cristo resucitado, es capaz de transformar a otros, como la levadura es capaz de hacer fermentar toda la masa. Esta transformación ética y misionera se fundamenta en la transformación interior, operada por el Espíritu de Cristo, que hace de todo el que ha experimentado a Cristo resucitado un hombre enteramente espiritual, impregnado del Espíritu.

 

SUGEREncias PASTORALES

Experimentar a Cristo resucitado. La experiencia se hace o no se hace, se tiene o no se tiene. No puedes mandar un representante para que haga la experiencia por ti. El cristianismo es una fe, pero penetrada por una experiencia vital, a fin de que la fe no decaiga. La experiencia viva de Cristo resucitado la puede hacer cualquier cristiano. Puesto que es un don que Dios concede, lo primero que habrá que hacer es pedirla. ¡Qué mejor día que el domingo de Pascua para pedir al Señor la gracia de esta experiencia! El cristiano puede disponerse a recibir el don de esta experiencia, mediante el desarrollo de una sensibilidad espiritual creciente. Al contacto con Dios, el hombre va gustando a Dios y las cosas de Dios, va adquiriendo una mayor capacidad de escucha y de docilidad al Espíritu, va sintonizando más con la fe de la Iglesia. Esto constituye el terreno cultivado para que en él pueda nacer y florecer la experiencia de Cristo resucitado. Todos sin excepción estamos llamados a hacer esta experiencia. No pensemos que es sólo para unos cuantos místicos, que tienen una cierta propensión a estos estados del alma. Es importante, para todo cristiano, el hacerla, porque, quien la haya hecho, no podrá seguir viviendo de la misma manera, incluso si ya se llevaba una vida cristiana buena. Esa experiencia viva e intensa toca y cambia la mentalidad, las costumbres, el estilo de vida, el modo de relacionarse con los demás, los criterios de acción, las mismas obras, hasta el mismo carácter. Si has hecho ya esta experiencia de Cristo resucitado, creo que estarás de acuerdo conmigo en que con ella nos vienen todos los bienes. Si todavía no la has hecho, pide al Señor que te conceda hacerla cuanto antes. ¡Ojalá sea el don que Dios te concede esta Pascua!

La resurrección de Jesucristo y la ética cristiana.¿Existe una ética cristiana? Digamos, al menos, que existe un modo cristiano de vivir la ética. Existe sobre todo un fundamento de la ética cristiana, que es la persona de Jesucristo, principalmente el misterio de su resurrección. Una ética que no esté fundada en la persona y en el mensaje de Jesucristo, no podrá recibir el nombre de cristiana. Y cuando hablo de ética cristiana, no me refiero ni sólo ni principalmente a los profesores de ética en las universidades, en los institutos o en los seminarios, sino al comportamiento cristiano en su trabajo, ante los medios de comunicación, en el ámbito de la familia, ante los impuestos, ante el pluralismo religioso, etcétera. Cristo resucitado nos ha hecho partícipes de su vida divina mediante el bautismo y la gracia santificante, y desea continuar repitiendo en nosotros su presencia ejemplar en la historia. Vivamos la experiencia de Cristo resucitado, y estemos seguros de vivir siempre un comportamiento ético digno del hombre. Entonces realmente la resurrección de Jesucristo será el centro de nuestra vida y de nuestra fe.

Segundo Domingo de PASCUA 22 de abril del año 2001

Primera: Hech 5, 12-16; segunda: Ap 1, 9-11.12-13.17-19 Evangelio: Jn 20, 19-31

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

"Cristo, el Viviente". Así lo "ve" el visionario de Patmos, así se presenta a los discípulos encerrados en una casa por miedo a los judíos, así lo experimentan los primeros cristianos de Jerusalén. "Yo soy el que vive; estuve muerto, pero ahora vivo para siempre" dice la figura humana a san Juan en una visión (segunda lectura). El Viviente se aparece a los discípulos atemorizados para infundirles paz, encomendarles la misión y otorgarles el Espíritu (Evangelio). El Viviente continúa operando signos y prodigios en medio del pueblo por medio de los apóstoles (primera lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

El Viviente sorprende a todos. Si hay algo que los discípulos no esperaban es que Jesucristo, resucitando, volviese a la vida y se les apareciese sin perder su identidad con el Crucificado. Los evangelios ponen de relieve esa impresionante sorpresa, que llegó hasta la temeridad de pedir pruebas, como lo hizo Tomás. Sorprende a las mujeres que fueron al sepulcro y lo encontraron vacío, sorprende a los dos discípulos en camino hacia Emaús, soprende a los discípulos reunidos en una casa. ¡Cuántas sorpresas juntas en ese día primero después del sábado! ¿Por qué les sorprende, si creían en la resurrección de los muertos? ¿Por qué les sorprende si habían visto a Lázaro, el hermano de Marta y María, ser resucitado por Jesús? ¿Por qué les sorprende, si Jesús se lo había predicho en varias ocasiones durante su ministerio público? Les sorprende porque lo que contemplan sus ojos es algo inaudito. Ellos, como buenos judíos, educados por los escribas y fariseos, creían en la resurrección de los muertos, pero... no en el tiempo, sino al final de los tiempos. Les sorprende porque la resurrección histórica de Jesús es caso único y es absolutamente diferente a la de Lázaro, a la de la hija de Jairo o a la del hijo de la viuda de Naín. Jesús está vivo, pero su vida ya no es totalmente igual a la nuestra, es una vida diferente, nueva, superior. Les sorprende porque una cosa es escuchar, entender, y otra diversa experimentar: los discípulos no escuchan que Jesús va a resucitar al tercer día, lo ven y lo oyen resucitado, lo experimentan como el vencedor de la muerte, que vive para siempre. ¡Dichoso el hombre a quien Jesucristo vivo le sorprenda de modo permanente!

Los dones del Viviente. ¿Qué es lo que el Viviente regala a los suyos? 1) Les regala la paz, su paz. La necesitaban, porque estaban encogidos por el miedo. La necesitaban, para aquietar su mente y su corazón en el presente y de cara al porvenir. A todos los presentes les da la paz, no sólo a unos pocos privilegiados. Una paz que de ahora en adelante nadie les quitará, ni siquiera las tribulaciones o la muerte. 2) Les da su misma misión: Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros. Durante tres años han ido captando la misión de Jesús y el modo de realizarla. Ahora Jesús les lanza a continuar su obra en Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo. 3) Les da al Espíritu Santo, para que realicen con valentía y libertad interior su misión. Inseparable de la misión de Jesucristo, continuará siendo inseparable de la misión de los apóstoles. Él hará fecundo su trabajo apostólico, y en un siglo habrán conquistado las plazas más grandes del mundo entonces conocido. 4) Les da su poder de perdonar los pecados. Puesto que sólo Dios puede perdonar los pecados, los perdonarán únicamente en nombre de Jesucristo y en virtud del poder de Dios. Este perdón es algo de lo que todo hombre siente necesidad, porque, si es sincero, se encontrará culpable. 5) Les da su amor condescendiente, como sucede con Tomás, con tal de afianzar su fe: "Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente" (evangelio). Esta comprensión que el Viviente tiene de nuestras miserias es maravillosa. 6) Les da el poder de edificar la Iglesia mediante la predicación y la oración, mediante la realización de numerosos signos y prodigios, sobre todo de curaciones en nombre de Jesús (primera lectura).

 

SUGEREncias PASTORALES

El clamor cristiano en favor de la vida. ¿Cuántos mueren diariamente en tu nación, en el mundo, de muerte violenta: en guerras o guerrillas, en las cárceles, en los hogares, en los hospitales, en las calles urbanas, en las autopistas? Jesucristo, el Viviente, ha venido para que el hombre tenga vida. Y Dios es el único Señor de la muerte y de la vida. ¿Por qué hay tantos hombres y mujeres que se creen señores de la vida, y la dan y la quitan según sus propios intereses? El clamor del cristiano en favor de la vida debe elevarse primeramente hacia el cielo, hacia Jesucristo vivo, para que abra las mentes y corazones de los hombres al valor de toda vida desde la concepción hasta la muerte, y para que conceda a la humanidad la conciencia clara y firme de ser administradores, no señores, de la vida. El clamor del cristiano en favor de la vida se dirigirá también a las instituciones estatales y públicas para que defiendan con vigor y con constancia todas las formas de vida humana, para que protejan la vida de los ciudadanos, sobre todo de los inocentes y de los indefensos, para que promuevan de modo responsable el amor a la vida. El clamor del cristiano en favor de la vida resonará dentro de su corazón, para que, a pesar de tanta violencia y tanto asesinato, nunca decaiga ante sus ojos el origen divino de la vida, el valor primordial de la existencia, la dignidad de toda vida humana. El cristiano clama en favor de la vida; sí, de la vida terrena en su preciosidad y en su contingencia; además, y sobre todo, por la vida de gracia, es decir, la presencia de Cristo viviente en el alma, y por la vida eterna, o sea, la victoria sobre la muerte y la experiencia inefable de una vida nueva, en eterna intimidad con Dios y con todos los bienaventurados.

No pasar por la vida, sino vivirla. La vida es una tarea para hombres responsables. Dios no nos la dio para pasar por ella, como se pasa por una feria o por un parque de atracciones. Se llega, se ve, se disfruta, y se va... Dios nos la dio para vivirla conforme a nuestra dignidad humana y cristiana. Dios no nos dio la vida para pasarla bien, sino para pasar, como Jesucristo, haciendo el bien; no para pasear, como un turista, sino para construir un mundo mejor y más cristiano; no para pisar a todo el que se pone en nuestro camino, sino para amar a todos, especialmente a los más necesitados. Esto de vivir la vida vale sobre todo para los jóvenes, que la miran de frente y la tienen casi completa todavía por delante. ¡Es una pena, que siendo tan bella, la pierdan o la malgasten! Vale igualmente para los ya entrados en la edad madura o en la misma ancianidad, porque cada día de vida es una gracia, es una tarea, es una meta que conquistar. Dichoso quien sabe apurar la vida hasta el final, amando gozosamente a Dios y a los hombres. ¿Hay mejor manera de vivir esta vida? ¿Hay mejor manera de prepararse para la vida que nos espera? Que Cristo Viviente sea la antorcha encendida que guíe nuestros pasos por la vida, para realmente vivirla.

Tercer Domingo de PASCUA 29 de abril del año 2001

Primera: Hech 5, 27-32.40-41; segunda: Ap 5, 11-14 Evangelio: Jn 21, 1-19

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Después de la resurrección de Jesucristo, ha llegado para los apóstoles la hora de la misión. El número ciento cincuenta y tres de peces pescados milagrosamente simboliza el carácter pleno y universal de la misión de los discípulos y de la Iglesia. A Pedro, Cristo resucitado le dice por tres veces cuál ha de ser su misión: "Apacienta mis ovejas" (evangelio). Después de Pentecostés los discípulos comenzaron a poner en práctica la misión que habían recibido, predicando la Buena Nueva de Jesucristo (primera lectura). Forma parte de la misión el que los hombres no sólo conozcan a Cristo, sino que también lo adoren como a Dios y Señor (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

La misión de la Iglesia. Cada evangelista, a su manera, muestra, como parte fundamental del mensaje de Jesús, la misión universal de la Iglesia. San Juan en el evangelio de hoy recurre, siguiendo su estilo propio, a los símbolos. El mar como imagen del mundo, del conjunto de los hombres, era común en tiempos de Jesús y del evangelista; era igualmente común, al menos entre griegos y romanos, la imagen de la nave, v.g. la nave del estado. Los primeros cristianos, basándose en algunos textos del Nuevo Testamento (Lc 5,3; Mt 8, 23; Mc 1,17; Jn 21, 1-14), hablaron de la nave de la Iglesia. Hay otro símbolo que es exclusivo de Juan. Me refiero al número de peces recogidos: 153. Es conocido que, en la cultura contemporánea de Jesús, el símbolo numérico tenía un gran valor y era usado con no poca frecuencia. Ciento cincuenta y tres indica plenitud y totalidad. Se suele explicar de dos modos: 1 + 3 + 5 es igual a 9, que siendo múltiplo de 3 subraya la plenitud en grado sumo. Otro modo de explicar el valor pleno y total de este número es el siguiente: el múltiplo de 12 es 144; si a 144 sumamos 9 obtenemos 153. Es una manera de acentuar todavía más la totalidad. En resumen, la misión de la Iglesia, en el mar del mundo, no es otra sino la de ser pescadores de todos los hombres sin excepción y llevarlos al puerto seguro de la fe y de la eternidad. A esta imagen de la nave y de la pesca, sigue a continuación otra: la del pastor y las ovejas. Jesucristo, Buen Pastor, encomienda a Pedro: "Apacienta mis ovejas". Ezequiel había hablado del Dios como Pastor de Israel; ahora Jesús recurre a la misma imagen para hablar de sí mismo como Pastor de la Iglesia, y da a Pedro su misma misión. Buen Pastor es aquél que cuida, ama, protege, apacienta a sus ovejas, y las defiende de los lobos hasta dar la vida por ellas. La misión de Pedro y de los pastores en la Iglesia es lograr que todas las ovejas alcancen la salvación de Dios.

Dos formas de realizar la misión. En los Hechos de los Apóstoles (primera lectura) se realiza la misión mediante la predicación. Los apóstoles han predicado a Jesucristo, sobre todo el grande misterio de su muerte y resurrección, y las redes comienzan a llenarse de peces. Es tal la eficacia de la predicación, que las autoridades judías se asustan y meten a los apóstoles en la cárcel. "Pero Pedro y los apóstoles respondieron: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Quien ha recibido la misma misión de Jesucristo, ¿podrá renunciar a ella? ¿podrá igualarla a cualquier otra misión en la vida? A los apóstoles les parece imposible, y no tienen miedo a pagar cualquier precio por realizar su misión. La segunda forma de llevar a cabo la misión es el culto, particularmente la actitud de adoración hacia Jesucristo, el Cordero degollado. "Digno es el Cordero degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza" (segunda lectura). Para que la misión de los apóstoles se realice plenamente, la predicación tiene que desembocar en el culto. Conocer que Cristo ha muerto y resucitado por nosotros, sin llegar a adorarle como nuestro Dios y Señor, es dejar incompleta la misión. Separar estas dos realidades o descuidar excesivamente una de ellas, equivaldría a una especie de monofisismo apostólico y pastoral.

 

SUGEREncias PASTORALES

La misión en la aldea global. El mundo ha llegado a ser en nuestros días una aldea global. Para los medios de la información, de las finanzas, de las ideas no existen fronteras. Una ceremonia pontificia puede verse simultáneamente en cualquier rincón de la tierra donde exista un televisor, y, gracias a internet, puedes entablar un chat sobre cualquier tema con hombres y mujeres a miles de kilómetros de distancia de tu habitación. Los cristianos, mediante todos estos instrumentos, entran en contacto con personas que tienen otra visión de la vida, que viven según otros modelos de existencia, que practican otra religión y aceptan otras creencias. Este fenómeno puede suscitar cierto estado de crisis en los cristianos, puede incluso hacerles caer en un cierto relativismo religioso, pero puede ser por igual una estupenda ocasión para poner en práctica, en grandísima escala y con los medios más avanzados, la misión universal de la Iglesia. ¿Cuándo ha tenido la Iglesia más medios para predicar a Cristo desde los tejados, con sus numerosísimas antenas? Estamos quizá ante el reto histórico más imponente en la obra misionera universal de la Iglesia. Esta gran misión universal no la llevan a cabo unos pocos misioneros en tierras no evangelizadas; la puede llevar cualquier cristiano, tú mismo la puedes llevar adelante, desde tu casa o desde tu despacho. Se ve claro que la misión universal de la Iglesia requiere que cada cristiano sea un hombre convencido de su fe, y esté preparado para dar razón de ella a quien se lo pida: en la calle, en la oficina, o en internet.

El culto de adoración. Pienso que en estos últimos decenios el culto de adoración ha disminuido entre los fieles. Puede ser que se ha insistido mucho en la asamblea litúrgica, y menos en la Persona en torno a la cual la asamblea se reúne. O se ha subrayado mucho el carácter festivo de los sacramentos, y menos el carácter cúltico. Tal vez también se ha puesto el acento en Jesucristo amigo, maestro, modelo en cuanto hombre igual que nosotros, y se ha dejado un poco en el silencio la figura de Jesucristo, como nuestro Dios y Señor. Estas u otras razones han hecho bajar el sentido cristiano de la adoración. El inicio del tercer milenio, centrado en el misterio de la encarnación del Verbo, es una ocasión magnífica para renovar y recuperar el espíritu de adoración, debida a Jesucristo. Nos dice el catecismo: "Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas" (CEC 1379). ¿No habrá que avivar y reavivar la conciencia de esta presencia de Jesucristo Dios en la Eucaristia? El mismo catecismo añade en el no. 2145: "La predicación y la catequesis deben estar penetradas de adoración y de respeto hacia el nombre de Nuestro Señor Jesucristo". ¡Un momento de reflexión y examen para los catequistas y predicadores! El mundo, para renovarse, tiene necesidad de una Iglesia más adorante.

Cuarto Domingo de PASCUA 6 de mayo del año 2001

Primera: Hech 13, 14.43-52; segunda: Ap 7, 9.14-17 Evangelio: Jn 10, 27-30

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

¡El Buen Pastor! Éste es el símbolo de Jesucristo que la liturgia de hoy resalta. Es el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y da la vida por ellas (evangelio). Es el Buen Pastor que a todos quiere salvar, tanto a las ovejas judías como a las paganas, y a todos ofrece su vida (primera lectura). Es el Buen Pastor, que apacienta a sus ovejas no sólo en esta tierra, sino también en el cielo, conduciéndolas a las fuentes de aguas vivas (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

Las mirabilia del Buen Pastor. En la historia de Israel se habla mucho de las mirabilia Dei, de los grandes portentos que Dios hizo en favor de su pueblo. Es legítimo hablar también de las mirabilia Boni Pastoris. Veamos algunas que nos señalan los textos litúrgicos.

1) Yo conozco a mis ovejas. El carácter comunitario y social de la fe, no disminuye para nada el carácter personal de la relación del Buen Pastor con cada una de sus ovejas. Porque el conocer, en la lengua hebrea, implica además el amar, el desear el bien de la persona, el sentir afecto por ella. Es decir, sólo se puede llegar a conocer a una persona en el ámbito de la relación íntima y personal. Cuando el hombre es conocido de esa manera por Jesucristo, en virtud del carácter recíproco de toda relación personal, entra también en el mundo de la intimidad de Jesucristo, le escucha con atención y le sigue con fidelidad, alegría y agradecimiento. En el evangelio de san Juan, por otra parte, el conocer casi se identifica con el creer. Jesucristo tiene confianza, se fía de sus ovejas, porque las ama y se siente amado por ellas. Y, sobre todo, las ovejas confían en Cristo, y le confiesan como su Salvador y Señor.

2) Yo les doy vida eterna. El don más grande que Dios nos ha concedido es el de la vida. Pero esta vida dura unos años y luego... ¿reinará la muerte sobre el hombre? ¿volverá a la nada de la que Dios lo sacó al crearle? Es una pregunta que encuentra respuesta en Cristo resucitado. Él es el Señor de la vida, el Viviente. Siendo Señor de la vida, puede disponer de ella y darla a los que ama y confían en Él. Cristo nos hace partícipes de su misma vida, la que no está sometida al dominio de la muerte, la vida eterna. En el Apocalipsis leemos: "El Cordero (Cristo muerto y resucitado) que está en medio del trono los apacentará y los conducirá a fuentes de aguas vivas". La vida eterna es la misma vida de Cristo, que ya está presente en nosotros por el bautismo y por la gracia, y que adquirirá forma plena en el más allá de la existencia terrena. Como la vida terrena es un don precioso del Padre, la vida eterna es un don estupendo de Cristo resucitado.

3) Nadie puede arrebatármelas. Ningún poder, humano, angélico, diabólico, está por encima del poder de Cristo resucitado. Un poder que Cristo ha recibido del Padre omnipotente. Querer arrebatar a Jesucristo sus ovejas, equivaldría a arrebatárselas a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. ¡Algo absurdo! Los hombres pueden cortar el hilo de esta vida, pero no pueden arrancar de las manos del Padre el disponer de la vida eterna. Los ángeles, como nos enseña el catecismo, están al servicio de Dios: "Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios" (CEC 329) y del hombre: "Desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión" (CEC 336). El demonio, finalmente, aunque sea una criatura poderosa, por el hecho de ser espíritu puro, no puede impedir la edificación del Reino de Dios, no puede arrebatar de las manos de Cristo a sus ovejas, porque "el poder de Satán no es infinito" (CEC 395). Sólo y únicamente el hombre en su libertad puede escaparse del rebaño de Cristo y sustraerse de las manos bondadosas del Padre. El texto de los Hechos de los Apóstoles da fe de ello: "Los judíos se pusieron a rebatir con insultos las palabras de Pablo". ¡Qué poder tan tremendo el de la libertad, que puede hacer inútiles las mirabilia del Buen Pastor!

SUGEREncias PASTORALES

¡No tengáis miedo al Buen Pastor! El misterio de Cristo sobrepasa la mente humana. Por este motivo, el Nuevo Testamento recurre a tantas figuras y símbolos para expresar algo de su infinita riqueza. Se nos habla de Cristo maestro y profeta, Dios y Señor, luz y vida, alfa y omega, Salvador y Enmanuel, y así otros muchos. Uno de los más dulces nombres de Cristo es el de Buen Pastor. Es un nombre que gusta mucho a los niños, y que de ninguna manera desagrada a los adultos, porque la alegoría del Buen Pastor en el evangelio de san Juan es el equivalente de la parábola del hijo pródigo en el evangelio de san Lucas. ¿Quién hay que pueda tener miedo de Cristo, Buen Pastor, si lo único que busca y por lo que se desvive es por nuestro mayor bien? Es verdad que algunas verdades de nuestra fe pueden parecernos difíciles, pero no tengas miedo a las dificultades, el Buen Pastor te ayudará a entenderlas un poquito más, a aceptarlas con amor y alegría, como un regalo magnífico, y sobre todo a vivirlas con pasión y entrega. Puede ser que algunas enseñanzas morales del cristianismo sean costosas, duras, contra corriente, pero el mismo Buen Pastor, que te alimenta con estas verdades, te dará la fuerza para asimilarlas y llevarlas a la práctica en tu vida cotidiana. Puede ser que alguna vez te extravíes o desfallezcas en el camino de la vida, pero no tengas miedo en volver a Cristo, que él te pondrá sobre sus hombros y será feliz de haberte recuperado. ¡No tengas miedo! El Buen Pastor está dispuesto a todo, a todo, por amor a ti, por tu bien.

¡El martirio posible: don y libertad! La vocación cristiana por fuerza propia lleva ínsita en sí la vocación al martirio. Es por tanto, una posibilidad, a veces muy real y hasta cercana, para todo cristiano, allí donde esté. Y no pensemos que los mártires son posibles sólo en América hispana, Asia, África y Europa del Este. Cada año no son pocos los que han confesado su fe con el martirio en diversos continentes. En el mundo hay muchos que mueren violentamente, pero no son mártires; esto es un don de Cristo crucificado y exaltado a la derecha de Dios. Si el Crucificado no nos atrae hacia el martirio, no nos otorga esta semejanza suprema a Él, ni siquiera tendremos la posibilidad de ser mártires. Al don divino se añade la libertad humana, porque el martirio es un acto de soberana libertad. Nadie es coaccionado a morir mártir. Se llega a ser mártir, sólo si se es libre y se ama de veras. Existe el martirio cruento, posible para todos, efectivo sólo en algunos. Y existe el martirio incruento, posible y efectivo para todos: el martirio del deber cumplido, de la coherencia entre la fe y la vida, del testimonio constante, de vivir siempre en la verdad, de amar a los enemigos (políticos, ideológicos, religiosos, parroquiales...). Cualquiera que sea tu martirio, bebe el cáliz por Cristo y con Cristo.

Domingo V de PASCUA 13 de mayo del año 2001

Primera: Hch 14, 21-27; segunda: Ap 21, 1-5 Evangelio: Jn 13, 31-33.34-35

NEXO entre las LECTURASLa Iglesia nace de la Pascua. En este domingo los textos litúrgicos pueden concentrarse en torno al tema de la Iglesia. Ante todo, en el evangelio se nos ofrece la caridad como sustancia de la Iglesia: "En eso conocerán que sois mis discípulos". Esta Iglesia, amor y comunión, se realiza históricamente en las perqueñas comunidades de los orígenes cristianos, por ejemplo, en las comunidades fundadas por Pablo y Bernabé durante su primer viaje misionero (primera lectura). Esta Iglesia histórica es reflejo, a la vez que impulso, hacia la Iglesia eterna, morada definitiva y sin término de Dios entre los hombres (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

La caridad, sustancia de la Iglesia. El evangelio es muy claro: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35). Al decir discípulos no se refiere a cada uno individualmente, sino en cuanto comunidad de los que siguen a Jesús y sus enseñanzas, es decir, en cuanto Iglesia. Jesús, en esta hora suprema en que nos deja su testamento antes de morir, nos dice: "Conocerán que sois mis discípulos, si vivís pobres o si sois obedientes, si habéis aprendido bien todas mis enseñanzas o si sois capaces de predicar mi evangelio". Son todas cosas necesarias, pero no coinciden con la sustancia, con la quinta esencia de la Iglesia. Ésta es solamente la caridad. Por eso, podría definirse a la Iglesia como "la comunidad de los que se aman, como Cristo los ha amado". Cristo nos ha amado hasta dar su vida para que nosotros tengamos vida. Cristo nos ha amado hasta hacernos partícipes del mismo amor que existe entre el Padre y el Hijo. Cristo nos ha amado hasta hacerse esclavo para lavar los pies a los suyos, para que conociésemos bien que el amor, la autoridad entre sus discípulos, es fundamentalmente el servicio. Si por encima de la caridad, o peor todavía, al margen de ella, se ponen otros valores en la vida diaria de la Iglesia, habrá que concluir que no estamos tocando el corazón de la Iglesia.

Una Iglesia en la historia. Después de Pentecostés los discípulos comenzaron a fundar las primeras comunidades cristianas en Jerusalén, la Iglesia-Madre, en Samaria, en las ciudades de la costa mediterránea de Palestina, en Damasco, Antioquía... y con Pablo y Bernabé en la zona meridional de la provincia romana de Asia (actual Turquía). La Iglesia-Caridad comienza a encarnarse en pequeñas comunidades de hombres y mujeres, judíos y gentiles, de razas y costumbres diversas, pero unidos por la fe y el amor a Jesucristo. Esta encarnación histórica de la Iglesia-Caridad comporta ciertos requisitos, algunos de los cuales encontramos en la segunda lectura: la necesidad de la tribulación por el hecho mismo de vivir entre otros que no son cristianos; la necesidad de ser confortados y animados en la vivencia de la fe y de la vida cristiana; la designación de presbíteros para la buena marcha de la comunidad; la oración y el ayuno, como dos apoyos importantes de la caridad. Implica además la alegría de compartir con otras comunidades, en este caso, con la comunidad de Antioquía, las maravillas obradas por Dios a lo largo del viaje misionero de Pablo y Bernabé por el Sur de la provincia de Asia. Estos aspectos, entre otros, hablan de una Iglesia viva, presente y encarnada en las circunstancias históricas.

La Iglesia en su eterno destino. De esta Iglesia espléndida y luminosa, en plenitud de perfección divina y humana, nos habla la segunda lectura, tomada del Apocalipsis. El autor imagina a la Iglesia como una ciudad, la nueva Jerusalén, la morada de Dios con los hombres (21,3). Una Iglesia, por ello, visitada y habitada por la felicidad más plena, una Iglesia siempre joven y llena de vida. Una Iglesia franca, sin fronteras, con los brazos abiertos acogiendo a todos. Esta Iglesia, tan hermosa y magnífica en su destino, tiene un reflejo, aunque pálido, en la Iglesia histórica, en las iglesias fundadas por los primeros apóstoles, en las iglesias en que hoy se encarna el amor y la fe de los cristianos.

SUGEREncias PASTORALES

El verdadero rostro de la Iglesia. ¿Qué es lo que hace brillar ante los hombres el verdadero rostro de la Iglesia, un rostro bello y atractivo? Indudablemente la caridad. La Iglesia docente es necesaria, insustituible, e inseparable de la Ecclesia amans, pero a los ojos de los hombres, incluso de los mismos cristianos, no es el rostro más atractivo. La Iglesia que celebra los sacramentos es importantísima, y un modo aptísimo de expresar el amor de la Iglesia a sus hijos en diversas situaciones y circunstancias de la vida, pero tampoco es el rostro que más seduce a los cristianos, menos todavía a los que no lo son (Se sabe la desafección que ha habido y continúa habiendo hacia los sacramentos). Tampoco el rostro más genuino de la Iglesia nos lo ofrecen sus instituciones, a veces tan criticadas -con frecuencia de modo injusto y desleal- por nuestros contemporáneos. El verdadero rostro de la Iglesia nos lo da la Iglesia-Caridad, comunión, la Iglesia que realmente ama y se dedica a comunicar amor mediante todos y cada uno de sus hijos. Todos conocemos el canto que dice: "Donde hay caridad y amor, ahí está Dios", frase que podría parafrasearse de otra manera: "Donde hay caridad y amor, ahí está la Iglesia". Esa caridad que en Dios tiene su manantial y en Dios termina su recorrido de amor por las vidas de los hombres. Dios, alfa y omega de la caridad. Entre estos dos extremos del vocabulario griego, se hallan todas las demás consonantes y vocales con las cuales expresar de todo corazón nuestro amor al prójimo. No desliguemos jamás la caridad de la fe, del dogma, de la liturgia, de las instituciones, pero que el rostro más bello, genuino y verdadero, que cada uno de nosotros ofrezca a la Iglesia, sea el rostro de la caridad verdadera y del amor sincero. Recordemos lo que san Pablo dice en el himno a la caridad: "Si no tengo caridad, nada soy".

Mi parroquia es también la Iglesia. El fenómeno de la globalización puede ayudarnos a captar mejor la universalidad de la Iglesia y, por consiguiente, de la caridad cristiana. El campanilismo, es decir, ese encerrarse en la propia parroquia, en la propia diócesis, cortando a la mirada cualquier horizonte abierto hacia otras parroquias, otras diócesis, y toda la Iglesia en los diversos continentes, ha de ser rechazado por un corazón auténticamente cristiano. Ciertamente que he de amar y ejercitar la caridad sobre los miembros de mi familia, de mi barrio, de mi parroquia, etc. Pero, ¿no está siendo verdad que el mundo entero está comenzando a ser nuestra parroquia, y, por tanto, el lugar para la expresión de nuestra caridad? Un ejemplo concreto de la globalización del amor lo dieron muchas familias cristianas, y muchas parroquias, de toda Italia, pero especialmente de Roma, durante la Jornada mundial de la juventud, acogiendo a tantos jóvenes venidos de todas partes del mundo. ¿Qué puedo hacer para expresar, desde mi parroquia y en mi parroquia, el amor a toda la Iglesia?

 

Domingo Sexto de PASCUA 20 de mayo del año 2001

Primera: Hech 15, 1-2.6.22-29; segunda: Ap 21, 10-14.22-23 Evangelio: Jn 14, 23-29

NEXO entre las LECTURAS

En la sinfonía de los textos litúrgicos un tema predominante es la relación entre Pascua y Trinidad. En el texto evangélico, tomado del discurso de la Última Cena pero con los verbos en futuro, el Padre y el Hijo "harán su morada en el creyente" y el Espíritu Santo aparece como "memoria" de la vida y mensaje de Jesús. En la gran asamblea de Jerusalén, reunida en nombre del Señor Jesús, el Espíritu Santo y los apóstoles y presbíteros decidieron no imponer a los cristianos gentiles más cargas de las indispensables (primera lectura). La nueva Jerusalén, venida junto con Dios, –figura e imagen de la Iglesia en el tiempo en marcha hacia la eternidad–, no tiene templo, porque el Señor, el Dios todopoderoso, y el Cordero, son su templo (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

 

Pascua: La Trinidad en acción. La Pascua de Cristo es el centro de la vida de Jesús y de la historia de la salvación; por tal motivo, es el momento en que cada una de las Personas divinas ejerce en sumo grado, entre los hombres, su acción reveladora, santificadora y salvífica. El Padre lleva a plenitud, en la Pascua, su amor de Padre hacia Jesús, a quien exaltará después de la muerte ignominiosa en una cruz; hacia los hombres, en quienes, gracias a la obra redentora realizada por Jesús, podrá hacer morada para siempre (evangelio); y hacia la Iglesia, la nueva ciudad bajada del cielo, siendo, juntamente con el Cordero, su luz y su templo (segunda lectura). El Hijo actúa potentemente en la historia de los hombres mediante su ofrenda redentora al Padre: "Me voy", dice Jesús a sus discípulos, indicando su muerte y su resurrección (evangelio). Actúa igualmente atrayendo a la fe y al bautismo tanto a judíos como a gentiles (primera lectura). Finalmente, la segunda lectura subraya su acción magisterial y sacerdotal en la Iglesia, siendo su luz y su santuario. Respecto al Espíritu Santo, es y será para los creyentes "magisterio y memoria" del misterio pascual (evangelio); es el verdadero motor que impulsa la vida y las decisiones de la Iglesia, para que sean conformes al Evangelio (primera lectura); es también quien muestra a los hombres el rostro verdadero y bello de la Iglesia, por encima y más allá de las vicisitudes históricas, no exentas de fallos y miserias. Con la Pascua, no sólo se revela más claramente el misterio trinitario, sino que además, el hombre creyente está más capacitado para desvelar su misteriosa, plena y eficaz acción en la historia.

Pascua: La acción de la Trinidad. La acción de la Trinidad, más evidente en la actual liturgia, es la paz. La paz, ese magnífico don de Yavéh a su pueblo, es ahora el don de Jesús a los suyos. El Padre y el Hijo deciden dar a los creyentes la paz, es decir, el signo y símbolo de todos los bienes (evangelio). El Espíritu Santo, ya en la historia concreta de los creyentes, mueve a los hombres para buscar solución a los problemas de la existencia cristiana en la concordia, en la verdad y en la paz (primera lectura). ¿Y acaso no relumbra como lugar de paz la nueva Jerusalén, con una muralla protectora frente a todos los enemigos de la paz, y con el Señor Todopoderoso y el Cordero presentes en medio de ella? (segunda lectura). Una segunda acción trinitaria es la alegría. Donde más claramente aparece es en la primera lectura: los cristianos de Antioquía, después de escuchar la lectura de la carta enviada por la asamblea de Jerusalén, "se gozaron al recibir aquel aliento". Pero también Jesús en el evangelio dice a los suyos que "si me amáis, os alegraréis de que me vaya al Padre"; y el esplendor y la luminosidad de la ciudad santa de Jerusalén, ¿no es un icono del regocijo espiritual de todos los que en ella habitan? La alegría cristiana, que es obra de la Trinidad y en cuanto obra de la misma, sobrevive, se depura y profundiza en medio de las tribulaciones y pruebas de la cotidianidad.

 

SUGEREncias PASTORALES

El rostro trinitario del cristiano. La fiesta de la Pascua está en íntima conexión con el bautismo, ya que por el bautismo somos sumergidos en el misterio pascual de Jesucristo. En el bautismo el cristiano es sellado por la Trinidad: "Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", y por el bautismo se convierte en pertenencia de la Trinidad a título de hijo de Dios, hermano de Cristo y discípulo del Espíritu. Nosotros, como cristianos del siglo XXI, estamos llamados a hacer patente en nuestra vida, entre nuestros contemporáneos el rostro trinitario de Dios. Como cristiano tengo que crecer en mi experiencia filial con Dios, de modo que haga ver a los hombres con mi actitud y mi conducta el rostro paterno de Dios. Como cristiano me es irrenunciable vivir mi fraternidad con Cristo, mi hermano mayor, mi modelo de vida y comportamiento. Como él daré testimonio, ante los demás, de mi amor auténtico a todos los hombres, porque todos son mis hermanos y a todos amo en cuanto tales. Como discípulo del Espíritu Santo, constato que no puedo escuchar otras voces, aunque sean muy seductoras, ni seguir otros maestros que susurran en mi interior otros criterios y otras doctrinas. Mi maestro y mi guía es el Espíritu del Padre y de Cristo, que hace resonar en nosotros el único Evangelio de Dios. Como cristiano, estoy consagrado a ser un reflejo del Espíritu, maestro y memoria de Jesús. ¿Soy consciente de que, por ser cristiano, tengo que hacer visible la presencia trinitaria en medio de los hombres, de sus quehaceres y ocupaciones diarios? ¿Tengo una relación íntima con cada una de las personas de la Trinidad? Si los cristianos no reflejamos el rostro de la Trinidad en nuestra existencia de cada día, la esencia del cristianismo estará reducida a un puro concepto, sin incidencia en la vida humana. Oremos para que el Dios unitrino sea para todos los cristianos una presencia vivificante y transformadora.

El Espíritu, memoria del cristiano. En el mundo tan alborotado e hiperactivo en el que vivimos, no es difícil olvidar. Más aún, es una operación saludable que nuestro sistema inmunológico realiza automáticamente. Si recordáramos todo lo que vemos en la televisión, leemos en los periódicos, en libros, en internet, escuchamos en las conversaciones, experimentamos cada día, en poco tiempo nos volveríamos locos. En el cristianismo hay unas cuantas cosas esenciales, que nunca deberíamos olvidar, pero que con el paso del tiempo y en la agitación y el activismo febril que nos rodea fácilmente pasamos por alto. Pero el Espíritu de Dios despierta la memoria, nos vuelve a traer a la mente y al corazón lo esencial de la vida en Cristo: Que Dios no tiene igual y es siempre y en absoluto el primero, que el Dios cristiano es unitrino y cada una de las personas actúa en la vida del cristiano, que somos pecadores necesitados de redención y Cristo nos ha redimido, que la Iglesia es la comunidad de los que oran, creen, esperan y aman, movidos por el Espíritu Santo, que en la cotidianidad de la vida tenemos que demostrar lo que somos, que con la muerte no todo termina sino que se abre una puerta a una vida nueva. ¿Dejo que el Espíritu Santo me recuerde de vez en cuando estas cosas tan sencillas y esenciales?

 

Solemnidad de la ASCENSIÓN 27 de mayo del año 2001

Primera: Hech 1, 1-11; segunda: Heb 9, 24-28 Evangelio: Lc 24, 46-

NEXO entre las LECTURAS

En la solemnidad de la Ascensión el conjunto de la liturgia parece decirnos: "Misión cumplida, pero no terminada". En el evangelio Lucas resalta el cumplimiento de la misión: misterio pascual y evangelización universal. La narración del libro de los Hechos se fija principalmente en la tarea no terminada: seréis mis testigos...hasta los confines de la tierra; este Jesús... volverá... Finalmente, la carta a los Hebreos sintetiza en el Cristo glorioso, sumo sacerdote del santuario celeste, la misión cumplida (entró en el santuario de una vez para siempre), pero no terminada (intercede ante el Padre en favor nuestro...vendrá por segunda vez...a los que le esperan para su salvación).

 

MENSaje DOCTRINAL

 

Jesucristo puede irse tranquilo. La Ascensión no es ningún momento dramático ni para Jesús ni para los discípulos. La Ascensión es la despedida de un fundador, que deja a sus hijos la tarea de continuar su obra, pero no dejándolos abandonados a su suerte, sino siguiendo paso a paso las vicisitudes de su fundación en el mundo mediante su Espíritu. Cristo puede irse tranquilo, porque se han cumplido las Escrituras sobre él, y los discípulos comienzan a comprenderlo. Cristo puede irse tranquilo, no porque sus hombres sean unos héroes, sino porque su Espíritu los acompañará siempre y por doquier en su tarea evangelizadora. Puede irse tranquilo Jesucristo, porque los suyos, poseídos por el fuego del Espíritu, proclamarán el Evangelio de Dios, que es Jesucristo, a todos los pueblos, generación tras generación, hasta el confín de la tierra y hasta el fin de los tiempos. Cristo puede irse tranquilo, porque ha cumplido su misión histórica, y ha pasado la estafeta a su Espíritu, que la interiorizará en cada uno de los creyentes. Cristo puede irse tranquilo, porque los discípulos proclamarán el mismo Evangelio que él ha predicado, harán los mismos milagros que él ha realizado, testimoniarán la verdad del Evangelio igual que él la testimonió hasta la muerte en cruz. Puedes irte tranquilo, Jesús, porque tu Iglesia, en medio de las contradicciones de este mundo, y a pesar de las debilidades y miserias de sus hijos, te será siempre fiel, hasta que vuelvas.

Irse de este mundo quedándose en él. Todo hombre siente en su interior, a la vista de la muerte, el deseo intenso de quedarse en el mundo, de dejar en él algo de sí mismo, de marcharse quedándose. Dejar unos hijos que le prolonguen y le recuerden, dejar una casa construida por él, un árbol por él plantado, dejar una obra –no importa si grande o pequeña– de carácter científico, literario, artístico... Jesucristo, en su condición de hombre y Dios, es el único que puede satisfacer plenamente este ansia del corazón humano. Él se va, como todo ser histórico. Pero también se queda, y no sólo en el recuerdo, no sólo en una obra, sino realmente. Él vive glorioso en el cielo, y vive misterioso en la tierra. Vive por la gracia en el interior de cada cristiano; vive en el sacrificio eucarístico, y en los sagrarios del mundo, prolonga su presencia real y redentora. Vive y se ha quedado con nosotros en su Palabra, esa Palabra que resuena en los labios de los predicadores y en el interior de las conciencias. Se ha quedado y se hace presente en el papa, en los obispos, en los sacerdotes, que lo representan ante los hombres, que lo prolongan con sus labios y con sus manos. Se ha quedado Jesús con nosotros, construyendo con su Espíritu, dentro de nosotros, el hombre interior, el hombre nuevo, imagen viviente suya en la historia. La presencia y permanencia de Jesucristo en el mundo es muy real, pero también muy misteriosa, oculta, sólo visible para quienes tienen su mirada brillante como una esmeralda e iluminada, por la fe.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

 

Cristo se ha quedado con nosotros. En la vida humana tenemos necesidad de una presencia amiga, incluso cuando estamos solos. Una presencia real: la esposa, los hijos, un pariente, un compañero de trabajo, un vecino de casa... O al menos una presencia soñada, imaginaria: el recuerdo de la madre, la imagen del amigo del alma, el pensamiento del hijo que vive en otra ciudad o en otro país... Esa presencia real o soñada nos conforta, nos consuela, nos da paz, nos motiva. Cristo se ha quedado con cada uno y con todos nosotros. La suya es una presencia real y eficaz, aunque no visible y palpable. Una presencia de amigo que sabe escuchar nuestros secretos e intimidades con cariño, con paciencia, con bondad, con misericordia y con amor; que sabe igualmente escuchar nuestras pequeñas cosas de cada día, aunque sean las mismas, aunque sean cosas sin importancia; que sabe incluso escuchar nuestras rebeliones interiores, nuestros desahogos de ira, nuestras lágrimas de orgullo, nuestros desatinos en momentos de pasión... Cristo se ha quedado contigo, a tu lado, para escucharte. La presencia de Cristo es también una presencia de Redentor, que busca por todos los medios nuestra salvación. Está a nuestro lado en la tentación, para darnos fuerza y ayudarnos a vencerla. Es nuestro compañero de camino cuando todo marcha bien, cuando el triunfo corona nuestro esfuerzo, cuando la gracia va ganando terreno en nuestra alma. Está con nosotros en el momento de la caída, en la desgracia del pecado, para ayudarnos a recapacitar, para echarnos una mano en el momento de alzarnos. Cristo se ha quedado contigo para salvarte. ¿Piensas de vez en cuando en esa presencia estupenda de Cristo amigo y Redentor?

La liturgia de la vida diaria. Cristo, como sacerdote de la Nueva Alianza, ha ofrecido su vida día tras día sobre el altar de la cotidianidad, hasta consumar su ofrenda en la liturgia de la cruz. Con la Ascensión, nuestro sumo sacerdote ha partido de este mundo. Nosotros, los cristianos, pueblo sacerdotal, asumimos su misma tarea de consagrar el mundo a Dios en el altar de la historia. Para el cristiano cada acto es un acto litúrgico, cada día es una liturgia de alabanza y bendición de Dios. No hay ninguna actividad de la vida diaria de los hombres que no pueda convertirse en hostia santa y agradable a Dios. Por tanto, nos dice la constitución dogmática sobre la Iglesia del Vaticano II, todos los discípulos de Cristo, en oración continua y en alabanza a Dios, han de ofrecerse a sí mismos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cf Rom 12,1) (LG 10). Por el bautismo, que nos introdujo en el pueblo sacerdotal, estamos llamados a confesar delante de los hombres la fe que recibimos de Dios por medio de la Iglesia. En cuanto miembro del pueblo sacerdotal confieso mi fe en casa, ante mis hijos o ante mis padres. Con mi postura y con mi palabra confieso mi fe en una reunión de amigos o de trabajo. Como partícipe del sacerdocio bautismal, pongo mi fe por encima y por delante de todo, y hago de ella el metro único de mis decisiones y comportamientos. ¿Es ya mi vida una liturgia santa y agradable a Dios? ¿Es éste mi deseo más íntimo y mi más firme propósito?

 

Solemnidad de PENTECOSTÉS 3 de junio del año 2001

Primera: Hech 2, 1-11; segunda: Rom 8, 8-17; Evangelio: Jn 14, 15-16.23-26

 

NEXO entre las LECTURAS

 

En esta solemnidad de Pentecostés vamos a detener nuestra atención en las tareas del Espíritu trabajando en el interior de las conciencias y en el conjunto de la comunidad creyente. El Espíritu ejercita, primero, la tarea de consolador y abogado protector del cristiano, combinando esta tarea con la de maestro interior (evangelio). En la primera lectura el Espíritu, bajo la imagen del viento y del fuego, cumple su tarea de potencia transformadora del hombre y promotora del Evangelio en todas las naciones. Finalmente, él es fuerza vivificadora, a la vez que testigo y artífice de nuestra filiación divina (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

El Espíritu nos consuela y protege. Jesucristo ha sido, durante los años de vida pública, el consolador de los discípulos. Ahora está por retornar al Padre. ¿Quedarán los discípulos abandonados al desconsuelo, desprotegidos ante los ataques y la hostilidad del mundo? Jesús les asegura que les enviará otro Paráclito, es decir, otro consolador y protector. Es el Espíritu Santo. Consolar quiere decir acompañar, estar al lado de alguien, sobre todo en los momentos de tribulación, soledad y sufrimiento. El Espíritu Santo hace con nosotros y en nosotros el camino de la vida, de nuestra vida humana con toda su realidad prosaica y con toda su exaltación sublime. El cristiano, si es coherente, vive en un perenne Pentecostés, y por ello en la experiencia inefable del consuelo espiritual y de la seguridad protectora y eficaz del Espíritu.

El Espíritu, maestro de cristología. Algo muy claro en los textos del Nuevo Testamento es que el Espíritu sólo sabe hablar de Cristo, la cristología es la única materia que sabe enseñar a los hombres. Es no sólo un repetidor de lo que Cristo ha enseñado a los suyos, sino también un actualizador de las enseñanzas de Cristo ante las nuevas circunstancias y situaciones de los creyentes. En el Nuevo Testamento aparece bajo muy variadas figuras, pero bajo ellas siempre coincide en ser el expositor de Cristo. Y no sólo de su doctrina, sino de su vida y de sus actitudes. Por eso, él es el que hace resonar en nosotros la voz de Cristo que dice: Abba, Padre.

El Espíritu, potencia transformante. Con el viento huracanado que agita el Cenáculo se simboliza el origen de la potencia del Espíritu, que es Dios mismo, y se nos remite a la primera creación cuando Dios infundió su aliento sobre el primer hombre de barro. Con el fuego se hace referencia a la experiencia de Moisés en el Sinaí y a la transformación que ese fuego sin consumirse operó en él. El Espíritu transforma el interior del hombre y su obrar diario porque goza de la potencia divina. De este modo, opera una nueva creación, una nueva generación: la de los Hijos de Dios en Cristo Jesús.

El Espíritu, potencia promotora del Evangelio. Según Filón de Alejandría: En el Sinaí el fuego se transformó en lengua... y en la interpretación rabínica de la Alianza sinaítica, la voz de Dios en el Sinaí se había dividido en 70 voces, en 70 lenguas, cuantos eran los pueblos conocidos, para que todas las naciones del mundo pudieran escuchar y comprender la ley. En Pentecostés, el Espíritu realiza este milagro: el Evangelio de Jesucristo llega a todos los pueblos, encarnándose en sus lenguas y culturas. Gracias al Espíritu, la voz del Evangelio resuena en la bóveda de toda la tierra, sin excepción alguna.

El Espíritu, testigo y artífice vivificador de nuestra filiación divina. En ser hijos de Dios reside la esencia del cristianismo, por eso el Espíritu atestigua en nuestra alma esta condición fundamental de la existencia cristiana. El testimonio del Espíritu está oculto, pero siempre vivificador, porque en ser hijos de Dios nos va la vida. A la vez que testigo, es artífice de la filiación divina en nosotros, porque no puede sufrir que llamados a ser hijos vivamos como esclavos.

SUGEREncias PASTORALES

 

Cristiano, o sea, guiado por el Espíritu. La definición del cristiano es muy rica, por eso ninguna puede abarcarlo completamente. Cristiano es quien cree en Jesucristo. Cristiano es quien reproduce en su vida el modelo que Cristo nos ofrece. Cristiano es todo hombre que está bautizado. Cristiano es todo aquél que ama a Dios y a su prójimo, etc. Hoy quiero subrayar: Cristiano es todo hombre guiado por el Espíritu. Siendo el Espíritu de Cristo, él siempre nos llevará a Cristo, nos hará vivir según Cristo, nos hará amar como Cristo ama, nos hará vivir a fondo nuestro bautismo, que está eminentemente centrado en la persona y en la vida de Cristo. Si te dejas guiar por el Espíritu, él te hará entender y vivir el Evangelio de Jesucristo: el evangelio de la verdad y de la justicia, el evangelio del sufrimiento y de la cruz, el evangelio de Dios y del hombre, el evangelio de la vida y de la muerte, el evangelio de la Iglesia y del mundo, el evangelio de hoy y de siempre. Si te dejas guiar por el Espíritu, él te impulsará a ser coherente entre tu ser y tu obrar, entre tu pensar y tu vivir, entre tu vocación cristiana y tu presencia en el mundo del trabajo, de los negocios, de la política, de la docencia, de las finanzas. Si te dejas guiar por el Espíritu, él te llevará a mirar más allá de ti mismo, a ver tantas necesidades de los hombres que te están esperando, a vivir con los pies bien afincados en la tierra pero con el corazón puesto en el cielo.

El Espíritu en la Iglesia y con la Iglesia. El primer Pentecostés se realizó en la comunidad de los discípulos de Cristo, en la Iglesia apostólica. Este hecho fundacional constituye una característica de la acción del Espíritu. Él obra en la Iglesia, es decir, dentro de ella, para santificarla, renovarla, acrecentarla, purificarla, vivificarla. A veces daría la impresión de que ciertos cristianos se sorprenden y maravillan viendo la acción del Espíritu fuera de la Iglesia, y han perdido toda capacidad de admiración para descubrir la inmensa y magnífica acción del Espíritu en la Iglesia. Hay que saber hacer las dos cosas. Además el Espíritu Santo obra con la Iglesia. Es decir, toda acción de la Iglesia fuera de su ámbito propio, está acompañada por la presencia y acción del Espíritu. Cuando la Iglesia se hace misionera, el Espíritu es misionero con ella. Cuando la Iglesia entabla un diálogo interreligioso, el Espíritu está con la Iglesia en ese diálogo para hacerlo fructificar. Cuando la Iglesia se hace solidaria de los más necesitados, el Espíritu comparte con ella esa misma solidaridad. Cuando la Iglesia da orientaciones desde la fe en el campo político y social, el Espíritu ilumina y apoya esas orientaciones. Todo por la sencilla razón de que el Espíritu es el alma de la Iglesia.

 

Solemnidad de la SANTÍSIMA TRINIDAD 10 de junio del año 2001Primera: Prov 8, 22-13; segunda: Rom 5,1-5 Evangelio: Jn 16, 12-15

NEXO entre las LECTURAS

 

Si me está permitido hablar así, diría que los textos litúrgicos nos encaminan hacia la Operación Trinidad. Una Operación top secret en el corazón de Dios y que se va revelando poco a poco, por ejemplo, bajo la personificación de la Sabiduría (primera lectura). Jesucristo en el evangelio nos adentra en la Operación Trinidad revelándonos la interacción entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por último, el texto de la carta a los Romanos muestra las consecuencias de la Operación Trinidad en la vida de los cristianos, por obra sobre todo del Espíritu.

 

MENSaje DOCTRINAL

 

Dios SE nos revela. Ninguna inteligencia humana, incluso la más elevada y perfecta, puede conocer por sí misma el misterio de la vida trinitaria. Ninguna filosofía puede desvelar por vía especulativa que Dios es simultáneamente uno y trino. Ninguna religión puede descorrer el velo del santuario en el que mora la realidad misma de Dios, Verdad, Amor y Vida. Lo que sabemos del Dios vivo y verdadero nos viene por autorrevelación: "Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad" (Dei Verbum 2). En la historia de la salvación, Dios se ha revelado primero como creador y como providencia sobre todas sus criaturas (primera lectura). El texto evangélico nos enseña que Jesucristo, en cuanto Hijo de Dios, nos ha revelado sobre todo la paternidad divina. El Espíritu Santo, por su parte, nos llevará a la verdad completa, es decir, nos hará entender y experimentar mejor y en mayor profundidad la realidad de la vida trinitaria y las consecuencias de esa realidad para nuestra vida en este mundo: la paz con Dios Padre, el estado de hijos de Dios en que nos hallamos por el bautismo, la posesión del amor de Dios con el cual superar cualquier tribulación y vivir en la esperanza que no engaña. Dios no se revela como un anciano solitario y justiciero, sino como un Padre con una intensa vida familiar, sellada toda ella por la Verdad y por el Amor.

Dios NOS revela e interpela. Al revelarse Dios a sí mismo en su vida más íntima, revela al hombre su más profunda identidad y su quehacer más importante en la existencia histórica. Por eso, no es ni puede ser indiferente al cristiano el misterio de la Trinidad. Como nos dice el catecismo, el misterio trinitario es la luz que nos ilumina (CIC 234). Ilumina nuestra inteligencia de la creación, pues el Padre ha creado el universo y al hombre con las sabias manos del Hijo y del Espíritu (primera lectura), y así nos revela no sólo nuestra condición de criaturas sino también nuestra condición contemplativa y casi mística. Ilumina nuestra comprensión de las relaciones dentro de la familia divina (evangelio), y mediante ellas nos revela nuestra participación en esa vida divina y nuestra vocación de reflejo de la misma. Nos revela sobre todo nuestra condición de oyentes del Espíritu, a quienes el Espíritu de la Verdad comunica todo lo que ha oído en el seno del Padre y todo lo que ha recibido del Verbo, hecho carne. Nos revela, por acción del Espíritu, nuestra condición de hombres de la esperanza, frente a los hombres sin esperanza, que son los no creyentes; una esperanza sólida, que no engaña (segunda lectura). Esta revelación que el Dios vivo y trinitario nos hace de nuestra identidad, nos interpela al mismo tiempo a fin de que la vida divina adquiera formulación y expresión histórica en cada uno de los cristianos: la unidad de la fe, el amor como esencia del cristianismo, la docilidad a la presencia y acción del Espíritu Santo en nuestras almas, el papel magisterial del Espíritu de la Verdad divina, la multiplicidad de expresiones culturales de la misma y única fe.

 

SUGEREncias PASTORALES

 

Misterio de fe y amor. Es decir, un misterio en el que no sólo tenemos que creer sino también amar. Creo, creemos en un único Dios que nos da la vida como Padre, que como Hijo nos llama a vivir a fondo la experiencia filial de la que Él nos hace partícipes, y que en cuanto Espíritu se define como intercambio de amor entre el Padre y el Hijo y nos enseña que en el amor está la esencia de Dios y de toda criatura. Me fío de este Dios Vida, Comunión, Verdad, Amor. Creo y confío en que en la apropiación de estos grandes valores "divinos" encuentro mi plena realización humana y cristiana. Como cristiano expreso mi fe amando la grandeza y belleza del Dios unitrino. Con mi amor a cada una de las personas divinas pretendo subrayar que el Dios trinitario no es una abstracción, no es un mundo mental hermoso y bien construido, no es un juego de conceptos con los cuales entretener la reflexión de los teólogos, sino un Dios tripersonal, al que amo como hijo, al que obedezco como creatura, y al que adoro por ser mi Dios y Señor. Considero algo sumamente positivo y necesario que desde la primera catequesis se introduzca a los niños en una relación personal y adorante con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu. Para esta catequesis trinitaria puede ayudarnos una explicación elemental de la santa misa, que comienza y termina en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En ella, Jesucristo, Hijo de Dios, nos habla a los hombres (a los niños, y a los adultos) desde el Evangelio. En ella todas las oraciones y plegarias nuestras se dirigen a Dios Padre, fuente de todo don y gracia. En ella está presente y activo el Espíritu Santo de manera muy especial en el momento de la consagración, para hacer que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo, y para transformar nuestra pobre existencia mediante el cuerpo de Cristo que en la misa recibimos. Si Dios es un misterio de amor, ¿no será el amor la mejor manera de entrar por la puerta del misterio?

La gloria de la Trinidad. La gloria de la Trinidad es que el hombre viva y, por medio de él, toda la creación adquiera sentido y cumpla su finalidad. ¿Qué quiere decir que el hombre viva? Que sea lo que tiene que ser. Que sea plenamente hombre y, si ha sido llamado a la vocación cristiana, que sea plenamente cristiano. Aquí está el drama de la Trinidad que es por igual el drama del hombre: No pocas veces la gloria de la Trinidad es opacada, entenebrecida por el hombre. El hombre no es lo que es, cuando se cree un demiurgo autónomo en lugar de una criatura dependiente, y manipula la vida y la creación a su antojo. El hombre no es lo que es, cuando se olvida de haber sido creado a imagen de Dios y piensa que su imagen más perfecta se halla en el reino animal. El hombre no es lo que es, cuando piensa que no ha sido creado por amor y para amar, sino más bien que su realización personal está en proporción con la medida de su poder y de su dominio sobre los demás. El hombre no es lo que es, cuando se cree dueño de la vida, cuando cree que puede hacer con ella lo que quiera, en lugar de ser un receptor agradecido, que la administra sabiamente por haberla recibido del mismo Dios.

 

Solemnidad del CORPUS DOMINI 17 de junio del año 2001

Primera: Gén 14, 18-20; segunda: 1Cor 11, 23-26 Evangelio: Lc 9, 11-

NEXO entre las LECTURAS

"Pan" es el término en que coinciden los textos litúrgicos. Jesús, en el pasaje evangélico, "tomó los cinco panes...y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición". Este gesto de Jesús, visto retrospectivamente, está prefigurado en el del Melquísedec, rey-sacerdote de Salem, que ofrece a Abrahám "pan y vino" (primera lectura) como signo de hospitalidad, de generosidad y de amistad. Ese mismo gesto de Jesús, visto prolépticamente, anticipa la Última Cena con los suyos y la Eucaristía celebrada por los cristianos en memoria de Jesús: "Tomó pan, dando gracias lo partió y dijo: "Éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros" (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

La liturgia de hoy nos hace caer en la cuenta de algo importante: "El hombre, todo hombre, tiene necesidad de una dieta integral". El hecho de ser hombres nos coloca en una situación pluridimensional, diversa de las demás criaturas. Por eso, nuestra alimentación no puede ser unidimensional, sino que ha de ser integral y completa.

El pan de la Palabra. Jesús, antes de multiplicar los panes para alimentar a la multitud, "les hablaba del Reino de Dios", es decir, les proporcionó el pan de su Palabra, porque "bienaventurados los que tienen hambre de la Palabra, pues serán saciados". En la fracción del pan de los primeros cristianos, se comenzaba la acción litúrgica con una lectura y explicación de la Escritura, siguiendo en esto la tradición del culto sinagogal. Por tanto, los primeros cristianos alimentaban principalmente su alma con el pan de la Palabra de Dios, explicada a la luz del misterio de Cristo y actualizada por alguno de los apóstoles a las circunstancias concretas de la vida diaria. También en la primera lectura a la ofrenda del pan y el vino, hecha a Abrahán por parte de Melquísedec, sigue una bendición, que es como el pan espiritual que Dios otorga a Abrahám por medio del rey-sacerdote de Salem. El hombre es espíritu, y el espíritu necesita de un alimento diferente al pan de harina: necesita de la Palabra del Dios vivo.

El pan de los signos. Los milagros de Jesús, además de consituir hechos extraordinarios, más allá de las leyes naturales, son signos del Reino de los cielos, porque nos remiten a ese mundo nuevo regido y guiado por el poder de Dios, con exclusión de cualquier otro poder humano o diabólico. Por eso, Jesús, después de haber repartido a la multitud el pan de la Palabra, les regala el pan de los signos. Nos dice san Lucas, que "curaba a los que tenían necesidad de ser curados", y luego nos narra el maravilloso signo de la multiplicación de los panes y de los peces. Jesucristo, como amigo y hermano del hombre, como Señor de la vida y de la naturaleza, está interesado en curar las enfermedades, en saciar el hambre natural de los hombres. Podría ser de otra manera, pero su mayor interés está en que los hombres, mediante estos signos, sean capaces de elevarse hasta Dios Padre, que amorosamente cuida de sus hijos, y hasta el Reino de Dios en el que habrá un mismo y único pan para todos.

El pan de la Eucaristía. La dieta cristiana quedaría incompleta si faltara el pan de la Eucaristía, ese pan que es el cuerpo de Cristo. "En el santísimo sacramento de la Eucaristía -nos enseña el catecismo 1374- están ‘contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero". Cuando san Lucas escribió su evangelio los cristianos ya llevaban varios decenios meditando los hechos y los dichos de Jesús, predicándolos y celebrando la Eucaristía. Así se explica que el evangelista haya narrado el episodio de la multiplicación de los panes como una anticipación y prefiguración de la Última Cena: "Tomó los panes, elevó los ojos, pronunció sobre ellos la bendición, los partió, los dio". Desde aquella Última Cena, preanunciada en la multiplicación de los panes, celebrada por las primeras comunidades cristianas, Cristo no ha cesado a lo largo de los siglos de dar al hombre, sin distinción de ningún género, el pan de su Cuerpo, alimento de vida eterna.

SUGEREncias PASTORALES

Hambre de pan, hambre de Dios. Es algo doloroso, que nos debe hacer pensar, el hecho de que después de 2000 años de cristianismo, haya millones de hermanos que tienen hambre de pan, y esto no a miles de kilómetros de nuestra casa, sino en nuestro barrio, en nuestra ciudad, en nuestro país. Además, en estos últimos decenios, las instituciones internacionales y los medios de comunicación social nos han hecho más conscientes de este triste e inhumano fenómeno en todo el mundo. ¿No multiplicó Jesús los panes para saciar el hambre? ¿No dijo a sus discípulos: "dadles vosotros de comer"? ¿No hemos espiritualizado demasiado nuestra fe? ¿No hemos reducido nuestra fe al ámbito estrictamente privado? Ciertamente no se puede identificar el cristianismo con la ONU de la caridad y de la solidariedad, pero en la entraña misma del cristianismo está el amor al prójimo, sobre todo al más necesitado. Y hoy, en el siglo de la globalización, no basta la ayuda individual, pasajera. Los cristianos tenemos que organizarnos, a nivel parroquial, diocesano, nacional, internacional para desterrar el hambre de la tierra. Incluso, donde sea necesario, hemos de colaborar con las instituciones de otras religiones para acabar con esta plaga de la humanidad. Mientras haya un niño que muera de hambre, nuestra conciencia cristiana no puede estar tranquila. El hambre de pan es terrible, pero ¿y el hambre de Dios? No nos conmueve tanto, porque el hambre de Dios no se ve. Es, sin embargo, real, universalmente presente, más angustiosa no pocas veces que el mismo hambre de pan. Y lo peor es que son pocos los que de ese hambre se preocupan, pocos los que buscan satisfacerla. ¿No tendremos que abrir nuestros ojos, ojos de fe y de amor, para ver a tantos hambrientos de Dios con los que nos cruzamos por la calle, con los que convivimos en el trabajo, con quienes nos divertimos en un estadio de fútbol o en una discoteca?

Un pan gratis y para todos. La Eucaristía es eso. Dios, nuestro Padre, nos da gratuitamente el alimento del Cuerpo de Cristo, siempre que lo queramos recibir con las debidas disposiciones. Si este alimento no cuesta, si es el "pan de los fuertes", ¿cómo es posible que sean tan pocos los que lo reciben? ¿No será que no lo valoran? Es además un mismo y único pan para todos: la eucaristía es el sacramento de la absoluta igualdad cristiana. No existe una eucaristía para ricos y otra diversa para pobres. Para Cristo, pan de nuestra alma, todos somos iguales. Ante Cristo Eucaristía desaparecen todas las barreras económicas o sociales.

 

Domingo Doce del TIEMPO ORDINARIO 24 de junio del año 2001

Primera: Zac 12, 10-11; 13,1; segunda: Gál 3, 26-29 Evangelio: Lc 9,

 

NEXO entre las LECTURAS

 

¿Quién es Jesucristo? Esta es la gran pregunta de los hombres desde hace veintiún siglos, y es la pregunta que nos plantea la liturgia de este domingo. Las respuestas son varias: un profeta revivivo: Elías, Jeremías, por ejemplo, o un otro Juan Bautista. Pedro en nombre de los Doce llega a afirmar que es el Mesías de Dios. Para Jesús las respuestas son insuficientes y se da a sí mismo el nombre de Hijo del hombre, que terminará su vida sobre una cruz (evangelio). A la luz evangélica se capta el sentido último de la profecía de Zacarías: "Mirarán a mí, a quien han traspasado" (primera lectura). Para san Pablo, a la luz de la Pascua, Jesucristo es el que hace pasar al hombre por la infancia bajo el pedagogo hasta la adultez del hombre libre e hijo de Dios (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

Un gran profeta, pero nada más. La opinión de la gente no es algo que ha comenzado a contar en nuestro tiempo. Desde que comenzaron a existir las ciudades, los reinos y los imperios ha contado y se la ha tenido en cuenta. En el evangelio, según nos narra san Lucas, Jesús no la desprecia, pero considerándola insuficiente, la corrige y completa. La gente piensa que Jesús es un profeta, y en esto tienen razón. Piensa que no es un profeta cualquiera, sino uno entre los grandes: Elías, tal vez Jeremías, incluso Juan Bautista resucitado. Jesús no rechaza el título de profeta, pero deja claro que no dice totalmente quién es Él. Además la comparación con Elías, Jeremías, o Juan Bautista no sólo le queda muy corta, sino que son figuras con las que en diversas cosas no se identifica. Jesús es, en verdad, un gran profeta que habla en nombre de Dios y lee la historia de los hombres a la luz del designio divino, pero también es mucho más.

El mesías de Dios, pero... Pedro, y los demás apóstoles, han acompañado a Jesús durante un buen tiempo, han convivido con él, le han visto orar, predicar, curar; han escuchado sus enseñanzas, sobre todo sus palabras sobre el Reino de Dios. Han dado un paso más en el conocimiento de Jesús: No sólo es un profeta, es el mesías de Dios. Sí, el mesías, descendiente de David, el caudillo batallador, el rey victorioso que ha logrado la máxima expansión del reino de Israel, derrotando a todos sus enemigos. Jesús repetirá, como mesías, la figura de David: derrotará a los romanos, ampliará las fronteras del reino, los reyes de las naciones vendrán a él para rendirle vasallaje y pleitesía. El reino de Israel, reino de Yahvéh, volverá a ser glorioso. Jesús no está de acuerdo con este mesianismo soñado por Pedro y los demás apóstoles. Jesús no niega, ni jamás negará, que es el mesías. Sería negar la verdad, y esto es imposible para quien es la Verdad. Pero Jesús no hace propia la figura de un mesías, caudillo de las huestes de Yahvéh. Mesías de Dios, sí, pero mesías diverso a como lo imaginan los discípulos más cercanos.

Un mesías, avezado al sufrimiento. En este momento crucial de la vida de Jesús, antes de comenzar su viaje hacia Jerusalén, lugar de su crucifixión, él da un paso más en la revelación de su vida y de su persona. Comienza a hablar de algo extraño, y ausente de toda profecía del Antiguo Testamento, es decir, de un mesías que va a terminar su existencia sobre el trono de una cruz. Algo de esto tal vez pudo barruntar el profeta Zacarías, cuando escribió: "Mirarán hacia mí, a quien traspasaron" (primera lectura), aunque esta frase jamás se aplicó al mesías en la tradición de los judíos, puesto que era Yahvéh quien la pronunciaba. Este mesías sufriente, algo inusitado e inconcebible para cualquier hombre, es identificado con el Hijo de Dios por San Pablo, quien, por eso, en la segunda lectura, puede decir que los cristianos "somos hijos de Dios en Cristo Jesús", su verdadero y único Hijo. Ahora ya podemos responder mejor a la pregunta sobre quién es Jesús: "Tú eres el mesías, el Hijo de Dios vivo".

SUGEREncias PASTORALES

 

La mejor respuesta se da con la vida. La cuestión Jesucristo no es un problema que a base de pensar y pensar logramos solucionar de alguna manera. Menos aún, una cuestión obsoleta, carente de importancia, indiferente al que se resuelva o no. En realidad es la única cuestión que vale absolutamente la pena, y que además no puede resolverse sino con la vida. Porque está claro que el hecho de que Jesucristo haya aceptado ser un mesías de cruz, que Jesús equivalga a decir Hijo de Dios, sobrepasa nuestros esquemas mentales y nuestra misma capacidad de raciocinio, y jamás el hombre conquistará esas verdades de nuestra fe a golpe de silogismos. Sólo cuando el hombre comienza a recorrer el camino estrecho de la cruz, y, con los ojos fijos en Jesús, sigue las huellas de su historia, descubre que la cuestión Jesucristo camina al mismo paso que la cuestión hombre, y que sólo resolviendo la primera queda también resuelta la segunda. Quien sabe por experiencia lo que es el sufrimiento y percibe el valor "redentor" del mismo, tanto para el sujeto que sufre como para la persona o las personas por las que se sufre, entonces está en condiciones de captar un poquito al menos la razón de un mesías de dolores. Quien vive su condición de hijo de Dios, la grandeza de su dignidad filial y la actitud de obediencia propia de un hijo, estará en grado de responderse a sí mismo quién es Jesucristo, y de poder proclamarlo con convicción ante los demás. En pocas palabras, si vivimos enteramente como cristianos, no habrá ni siquiera necesidad de preguntarnos quién es Jesucristo, porque nuestra vida será nuestra respuesta.

"Ora para entender, entiende para orar". Los misterios de la fe se conocen mejor en la capilla que en el escritorio, se conocen mejor con la oración que con el estudio, aunque ambos sean necesarios. Dios es el único que tiene la llave de los misterios. Sólo Él puede abrirnos ese sagrario de su corazón. La inteligencia, cuando está abierta a la fe, nos prepara y nos pone ante el sagrario del misterio. La inteligencia, una vez que Dios nos ha permitido entrar en el misterio, nos ayuda a darle vueltas y a captar algún que otro átomo de su realidad superior e infinita. Pero únicamente la oración, si es humilde, constante, confiada, mueve a Dios a abrirnos el sagrario del misterio. Dentro de ese sagrario, el alma se extasía y el entendimiento comienza a navegar por mares desconocidos. La teología más auténtica es la que se hace no sólo desde la fe, sino sobre todo desde la oración, desde la inteligencia orante y adorante del misterio. Igualmente, la predicación más verdadera es la que ha pasado las verdades de la fe por el horno de la meditación. En las cosas de Dios, el que ora entiende, y el que no, no entiende nada, o casi nada. Si los cristianos orásemos más y mejor, los problemas de fe disminuirían en gran número o desaparecerían por completo. En un mundo que a veces parece sin sentido, la oración puede darle sentido. ¡Vale la pena!

 

 

Domingo Trece del TIEMPO ORDINARIO 1 de julio del año 2001Primera: 1Re 19, 16b.19-21; segunda: Gál 5,1.13-18 Evangelio: Lc 9, 51-

NEXO entre las LECTURAS

"Llamada y respuesta": dos palabras que resumen el contenido sustancial de las lecturas del presente domingo. Jesús en su caminar hacia Jerusalén llama a algunos a seguirle y a darle una respuesta radical (evangelio). En esto Jesús supera las exigencias de la llamada y del seguimiento en el Antiguo Testamento, particularmente en la vocación de Eliseo (primera lectura). Los gálatas -y todos los cristianos en general- han sido llamados a la libertad del Espíritu, y por consiguiente tienen que responder con su comportamiento a su nueva condición de hombres libres, evitando caer otra vez en la esclavitud (segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

 

Los pasajes bíblicos de este domingo nos presentan algunas características fundamentales de la respuesta a la llamada que Cristo hace a los hombres. Características exigentes, nada convencionales.

Con Jesús hacia el Gólgota. Con el pasaje evangélico comienza Lucas la gran marcha de Jesús desde el lugar del triunfo y del éxito (Galilea) hacia el lugar de la muerte y de la derrota incomprensible (el Gólgota en Jerusalén). Jesús inicia esta marcha "con firme decisión". Él camina por delante, el primero, el abanderado de los designios del Padre, "para cumplir los días de su asunción", es decir, los días de su martirio fuera de los muros de Jerusalén y de su exaltación gloriosa mediante la resurrección. Los discípulos han dicho sí a la llamada y ahora siguen sus pasos, sin entender muy bien a dónde van. Jesús, en esta larga marcha hacia Jerusalén, les irá instruyendo y poco a poco captarán que el camino termina en una cruz. Jesús habla claro, pero la ceguera de los discípulos no es fácil de vencer. Necesitarán la luz de la Pascua.

Como Jesús, pasar haciendo el bien. Los hijos del trueno quieren arrojar fuego y centellas sobre el pueblo que rechaza darles hospedaje. Seguramente habían escuchado en la sinagoga que Elías había hecho caer fuego del cielo (1 Re 18, 38) y ellos no querían ser menos que aquel gran profeta. Pero Elías hizo bajar el fuego de Dios no sobre una ciudad y sus habitantes, sino sobre el sacrificio en el monte Carmelo. Santiago y Juan como buenos discípulos de Juan el Bautista van más allá, porque ellos han escuchado decir a su antiguo maestro que "el Mesías quemará la paja con fuego que no se apaga" (Lc 3,17). Lucas nos dice que Jesús "les reprendió con dureza". ¿Pero es que no se han enterado de que Jesús no ha venido para hacer el mal, sino sólo el bien? ¿No entienden que Jesús camina hacia Jerusalén para vencer el mal con el bien sobre el Calvario?

Tres actitudes para seguir a Jesús. Podemos formularlas así: Entrega total, decisión absoluta, desprendimiento pleno. Hay que estar dispuesto a dejar el pasado, a no mirar hacia atrás, sino a tender los ojos hacia adelante, hacia la tierra que hay que labrar y que un día dará su fruto. En el seguimiento de Jesucristo no se admiten condiciones, si éstas implican subordinar la llamada al propio querer. Se pide radicalidad, porque el reino de Dios apremia y no puede esperar: Eliseo pudo poner condiciones a Elías (ir a despedirse de sus padres), pero el cristiano, si así lo requiere el Reino, ha de librarse de esta preocupación por un bien urgente y superior. Finalmente, al discípulo Jesús pide el poner exclusivamente en él su seguridad, renunciando a todo tipo de seguridades materiales y humanas. Jesús no tiene nada, sólo a su Padre. El discípulo habrá de estar dispuesto a no tener nada, sólo un camino y un caminante que le va llevando hacia la cruz.

Seguir a Cristo con libertad. Antes del bautismo el cristiano era esclavo de sí mismo y del Maligno. Cristo lo ha liberado, pero no para arrojarle otra vez a una nueva esclavitud, sino para que viva siempre en clave de libertad, bajo la guía del Espíritu Santo. Para un cristiano incircunciso, nos enseña Pablo, la circuncisión significa es perder la libertad del Espíritu y caer en la esclavitud de la ley. Por otra parte, un cristiano, proveniente del paganismo, pierde la libertad si vuelve a vivir como antes, siguiendo las apetencias de la carne, como la idolatría, la fornicación, la discordia, las borracheras y, en general, cualquier forma de libertinaje. El cristiano, liberado por Cristo, ha de aceptar y vivir el riesgo y el reto de la libertad.

SUGEREncias PASTORALES

Un camino y muchos senderos. Cristo es el único camino, un camino sobre el que se extiende poderosamente la sombra de la cruz. Este es el único camino del seguimiento, de la misión, de la plenitud cristiana. Son, sin embargo, muchos los senderos que conducen a este camino. Son muchos los modos y tiempos con que Cristo llama a los hombres a caminar con él, junto a él. Está el sendero de la fidelidad conyugal y el de la consagración radical, está el sendero del sufrimiento y el de la entrega amorosa en el servicio a los necesitados, está el sendero de la vida pública y el de la vida oculta en el quehacer diario del hogar, está el sendero del espectáculo para descanso del hombre y el de la escuela para su instrucción. Está el sendero de... Todos los senderos pueden, deben encontrarse en el mismo y único camino: Jesucristo, maestro de los hombres, redentor del mundo. Al entroncar nuestro sendero con el camino de Cristo percibiremos que no llegamos desnudos al camino, sino que portamos con nosotros nuestra cruz y nuestro calvario. Y nos convenceremos quizá de que la cruz de Cristo está hecha de millones de cruces, y el Calvario que sostiene la cruz es un promontorio formado por muchos calvarios. Es el momento de preguntarnos si el sendero de nuestra vida está entroncado al camino de Cristo. Es el momento de suplicar al Señor que nuestros senderos confluyan siempre en el camino de Cristo maestro y redentor.

Caminar sin entender del todo. En las cosas del espíritu no todo es claro, ni todo evidente. Pero uno no puede quedarse paralizado, hay que caminar aunque no se entienda todo ni del todo. Caminar mirando una estrella que un día se vio, y que ahora quizá está cubierta por una densa nube. Caminar, como Jesús, con paso firme, sin miedo, aunque la inteligencia quiera que detenga el paso e incluso que retroceda ante la niebla del camino. Caminar en el claroscuro de la fe, mirando siempre hacia adelante, hacia Jerusalén, la meta de nuestra existencia. Caminar, caminar, caminar... ¿No nos sucede a veces que nuestra inteligencia nos frena en el camino de la vida espiritual, del trabajo apostólico? Camina iluminado por el corazón, porque el corazón tiene sus razones que la razón no comprende. Y el amor difícilmente se equivoca.

Domingo Décimo Cuarto del TIEMPO ORDINARIO 8 de julio del año 2001Primera: Is 66, 10-14; segunda: Gál 6,14-18 Evangelio: Lc 10, 1-12.17-20

 

NEXO entre las LECTURAS

 

Buscar en todo el fin: esta frase puede sintetizar los textos litúrgicos. El fin de la misión de los setenta y dos no es el éxito, sino el que "sus nombres estén escritos en el cielo" (evangelio). El Isaías post-exílico ve anticipadamente el fin de todos sus sueños: la ciudad de Jerusalén que reúne a todos sus hijos, como una madre (primera lectura). La existencia cristiana no tiene otro fin sino el de apropiarse la vida de Cristo en toda su realidad histórica, especialmente en el misterio de la cruz. Es lo que nos enseña san Pablo con su palabra y con su vida (segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Inscritos en el libro de la vida. Los 72 discípulos de Jesús, símbolo de los cristianos esparcidos por el mundo, en cuanto que 72 son todos los pueblos de la tierra (cf Gén 10), están contentos de la misión cumplida y llegan a Jesús para contarle sus proezas misioneras. Jesús les escucha, pero a la vez les hace caer en la cuenta de algo importante: las hazañas misioneras no tienen valor en sí mismas, lo que realmente vale y nos debe alegrar profundamente es nuestro destino eterno con el Dios de la vida. Esta búsqueda gozosa del verdadero fin de la existencia explica y da sentido a la alegría, en sí legítima y razonable, por los éxitos apostólicos, al igual que da sentido a las penalidades y adversidades connaturales de la misión cristiana. El discípulo de Jesús, en efecto, no predica realidades sensiblemente captables y atractivas. Predica que el Reino de Dios ya ha llegado, predica la paz mesiánica, predica en medio de un mundo no pocas veces hostil y reacio a los valores del Reino, predica valiéndose y poniendo su confianza más que en los medios humanos en la fuerza misteriosa de Dios. Indudablemente, el éxito no es un elemento esencial en el bagaje del misionero.

Madre de consolación y de paz. Cuando el Isaías post-exílico escribe este bellísimo texto, la diáspora judía es una grandeza extendida por todo el imperio persa y por el mediterráneo. El profeta, bajo la acción del Espíritu divino, sueña con un pueblo unido y unificado en la ciudad mística de Jerusalén. Con ojo avizor mira hacia el futuro y prevé poéticamente el momento gozoso de la reunificación. Lo hace recurriendo a la imagen de una madre de familia que reune entorno a sí a todos sus hijos, tiene tiernamente en sus brazos al más pequeño y le alimenta de su propio pecho. Todos, al reunirse de nuevo con la madre, se llenan de consuelo y se sienten como inundados por una grande paz. Esta Jerusalén, madre de consolación y de paz, simboliza al Dios del consuelo, simboliza a Cristo, que es nuestra paz, simboliza a la Iglesia en cuyo seno todos somos hermanos y de cuyo amor brota la paz de Cristo que dura para siempre. La Iglesia, tanto la de hoy como la de siempre, es en su esencia, aunque no siempre en sus hombres, madre de consolación y de paz para todos los pueblos.

Llevo en mi cuerpo el tatuaje de Jesús. Para un cristiano, nos dice San Pablo, carece de valor estar o no circuncidado, lo que vale es ser una nueva creatura. Todo ha de estar subordinado a la consecución de este fin. San Pablo es consciente de haberlo conseguido, pues lleva en su cuerpo el tatuaje de Jesús. Es decir, lleva en todo su ser una señal de pertenencia a Jesús, como el esclavo llevaba una señal de pertenencia a su patrón, o como en las religiones mistéricas, el iniciado llevaba en sí una señal de pertenencia a su dios. Como Pablo, así deben ser todos los cristianos, por eso puede decirles: "Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo". Este es, además, el fin de la misión de Jesucristo: que el hombre se apropie la redención operada por Jesucristo y llegue así a ser y a manifestar a los demás que es pertenencia de Dios. Después de veinte siglos de cristianismo, ¿cuántos llevan grabado en su mismo ser el tatuaje de Jesucristo ¿

 

SUGEREncias PASTORALES

Cristiano, o sea, misionero. La imagen del cristiano que va a misa, cree en los dogmas de fe y cumple con los mandamientos, es incompleta y algo anticuada. No basta eso, porque ser cristiano es tener una misión y realizarla con celo y ardor en los quehaceres de la vida y en la amplísima gama de tareas eclesiales hoy existentes. Más aún, el sentido de misión es el estímulo más fuerte para creer y vivir la fe, para cumplir con los mandamientos de Dios y de la Iglesia. Si alguno no está convencido de que ser cristiano equivale a vivir en clave de misión, le recomiendo que lea los documentos del Concilio Vaticano II y el catecismo de la Iglesia católica. En este último se lee: "Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es ‘enviada’ al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. ‘La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado" (CIC 863). Si amamos filialmente a la Iglesia, no dudemos de que la mejor manera de expresarle nuestro amor sea mediante nuestro espíritu misionero. Y misionero significa conciencia viva de ser enviado; si bien este envío puede ser al vecino de casa, al cliente en el trabajo, al emigrante que encuentro en la parada del autobús o del semáforo, a la joven pareja que se prepara para el matrimonio... Hoy en día misionar no es únicamente marchar a un país lejano a predicar la fe y el estilo de vida de Cristo, es también una tarea que se lleva a cabo en el propio barrio, en las plazas de la ciudad e incluso entre las paredes del propio hogar.

La misión puede más que el miedo. Parafraseando a Juan Pablo II podríamos decir: "No tengáis miedo de ser misioneros". Porque, a decir verdad, algunas veces al menos nos atenaza el temor, el respeto humano, el qué pensarán y el qué dirán. Es humano sentir miedo, pero la misión ha de superar y sobrepasar nuestros temores. El futbolista no tiene miedo de hablar de fútbol ni el médico o el maestro de hablar de su profesión. ¿Hemos de tener miedo los cristianos de hablar de Cristo: su persona, su vida, su verdad, su amor, su misterio? La fe y la misión comienzan en el corazón, eso es verdad, pero han de terminar en los hechos y en los labios. Todos hemos de vencer cualquier muestra de miedo. Los adultos, para no llamar al miedo prudencia. Los jóvenes, para no creerse seres de otro planeta entre sus coetáneos. Sobre todo, vosotros jóvenes (laicos, religiosos y religiosas, sacerdotes), que sois enviados por Cristo como apóstoles de los jóvenes. ¡Es vuestra hora! ¿La dejaréis pasar? También vosotros, maestros y educadores cristianos, que tenéis en vuestras manos la niñez y la adolescencia, ¡sed misioneros en la escuela! ¿Podremos permitir que el miedo prevalezca sobre nuestra misión cristiana? Nuestra misión ha de ser nuestra corona y nuestra gloria.

 

 

Domingo Décimo Quinto del TIEMPO ORDINARIO 15 de julio del año 2001

Primera: Deut 30, 10-14; segunda: Col. 1, 15-20 Evangelio: Lc 10, 25-37

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

La cuestión Jesús podría ser el centro de convergencia de los textos litúrgicos. Jesús es una grande pregunta y la Biblia nos ofrece una grande respuesta. En el evangelio Jesús se autopresenta como el buen samaritano, disponible para cualquier necesidad, allí donde exista y sea quien sea el necesitado. La primera lectura nos habla de la Palabra cercana, en los labios y en el corazón, y esa Palabra cercana se identifica con Jesús, el Dios-hombre, que nos habla con palabras de hombre. En la carta a los colosenses, en un antiguo y bello himno cristológico, Jesús es cantado como el primogénito de toda la creación, a quien todo hace referencia y en quien todo encuentra plenitud.

 

MENSAJE DOCTRINAL

El buen samaritano, seudónimo de Jesús. La parábola del buen samaritano no es sólo un tesoro cristiano, pertenece a la riqueza de la humanidad. Tal vez no sea exagerado decir que no hay hombre que no la conozca, que no haya pretendido interpretarla alguna vez en su propia vida. Cabe destacar, por ello, que no es una parábola hecha vida, sino una vida hecha parábola, y por eso se puede decir que el buen samaritano es un seudónimo de Jesús. A la pregunta del escriba sobre quién es su prójimo, Jesús habría podido responder directamente: "Yo soy"; prefirió, sin embargo, escoger el camino parabólico y hacer de la narración un espejo de su existencia, enteramente entregada al hombre por amor. Verdaderamente Jesucristo es el prójimo de todo hombre, es decir, cercano, accesible, disponible, acogedor, próximo en cualquier situación o circunstancia humanas. Una perspectiva interesante para leer los evangelios podría ser ésta de la proximidad, adoptando como punto de partida el gran misterio de la encarnación, por la que Dios se hace próximo al hombre en Jesús de Nazaret. Jesús está próximo a los niños, a los enfermos, a los discípulos, a los inquietos, a los poderosos, a los pobres y necesitados, a todos. La proximidad de Jesucristo al hombre forma parte del misterio de la encarnación y del nacimiento.

Jesús, Palabra cercana. Para el Deutero-nomista la Palabra es la revelación de Dios primeramente en el Sinaí y ahora en la llanura de Moab. Una revelación divina que no es algo principalmente extrínseco, sino que realmente es una Palabra interior, de la que todo seguidor de Jesucristo se apropia hasta llegar a hacerla suya. Una Palabra y una revelación que adquieren rostro y nombre propios en Jesucristo. Él es la Palabra hecha carne. Él es la Palabra que resuena en todas las palabras de la Biblia. Él es la Palabra que, por obra del Espíritu Santo, se adentra en el alma del creyente hasta anidar en ella, convirtiéndola en su morada. Está en nuestros labios la Palabra, porque cuando leemos la Escritura leemos a Cristo en ella. Está en nuestro corazón, porque la Palabra no es un sonido hueco, tampoco un mero contenido noético, sino una persona, a la que se conoce y ama en la intimidad, por la vía del corazón. Para un cristiano, esa palabra cercana e interior, que está en sus labios y en su corazón es Jesucristo. Él es la Palabra que nos aproxima al conocimiento y a la intimidad de Dios, que nos aproxima al verdadero conocimiento de nosotros mismos y del sentido de toda la creación.

Jesús, primogénito de la creación. El himno de la segunda lectura recurre a varias imágenes para responder a la cuestión Jesús. Jesús es la imagen visible del Dios invisible, es el primogénito, es decir, el arquetipo de toda creatura: punto de referencia, por tanto, del cosmos y de la historia. En definitiva, la creación entera mira hacia Jesucristo como a su modelo, su razón de ser, su último destino. Por eso, el himno de la carta a los colosenses nos dice que en Jesús reside toda la plenitud. Finalmente, aplica a Jesús otros dos nombres: cabeza del cuerpo, que es la Iglesia, o sea, centro de cohesión y de dirección de los cristianos, y primogénito de entre los muertos: Aquel en quien anticipadamente se nos muestra el destino final de todos los hombres que buscan sinceramente a Dios. Como primogénito de la creación, todo lo engloba, todo lo configura, todo lo sella con su imagen y con su amor.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Haz tú lo mismo. Jesús es el buen samaritano, es el hombre más próximo a todo hombre y a todos los hombres. La grandeza de la vocación cristiana está en que Jesús no nos dice: "ve y enseña tú lo mismo", sino "ve y haz tú lo mismo". Como nos dirá Santiago: "La fe sin obras es una fe muerta". Hoy cada cristiano es llamado a repetir a Jesús en su vida, a hacer del buen samaritano un propio seudónimo. Jesús dice a algunos cristianos: "Haz tú lo mismo en tu casa: con tu mamá que está enferma; con tu vecino, que es anciano y no puede valerse por sí mismo para muchas cosas; con tu hijo que tuvo un accidente y habrá de vivir el resto de su vida en silla de ruedas". A otros cristianos Jesús dirá: "Ve y haz tú lo mismo cuando vas por la calle, dando limosna con gusto a quien te la pida, informando amablemente a quien te pregunta por una dirección o por el nombre de un negocio; ve y haz tú lo mismo cuando vas en el autobús o en el metro, cediendo el asiento a los ancianos, a las madres con niños pequeños, a los minusválidos, siendo respetuoso y dueño de ti mismo cuando el autobús va a tope y te empujan por todas partes o incluso intentan robarte". Haz tú lo mismo: esta frase la deberíamos tener presente en nuestra mente y en nuestro corazón a lo largo de todos los días. Una frase que posee un potencial enorme de creatividad y de impulsos nuevos a la acción en favor de nuestros hermanos los hombres. Haz tú lo mismo: esta sola frase es capaz de inventar el futuro, de fraguar un mundo nuevo y mejor. ¿Cuántos cristianos haremos caso?

Una Palabra dirigida a ti. Toda la Biblia es palabra, palabra de Dios. Las palabras humanas en que está escrita la Biblia son como sonidos que llegan a nuestros oídos, entran dentro de nosotros y a través de ellos escuchamos la Palabra de Dios, su mensaje de verdad, de amor, de auténtico humanismo cristiano. Es una Palabra dirigida a todos, porque todos la podemos entender y a todos nos puede abrir las puertas de la salvación. Pero sobre todo es una Palabra dirigida personalmente a cada uno, a ti. Puede suceder que, cuando tú lees un texto de la Biblia, haya otros hombres leyendo el mismo texto en algún otro lado del planeta, pero es seguro que el mensaje será absolutamente personal, dirigido a ti, con tu nombre y apellidos. Cuando en la liturgia de la Palabra, en la misa, se hacen las tres lecturas, todos los presentes escuchan los mismos textos, pero en cada uno resuenan de modo diferente y a cada uno envían mensajes particulares. Para la Palabra de Dios no cuenta el número, sino la persona, cada persona en su carácter único, irrepetible y diverso de todas las demás. Un Padre de la Iglesia decía que la Escritura es como una carta que Dios escribe a cada hombre. No una carta protocolaria o puramente administrativa, sino una carta de un Padre a su hijo, una carta donde el Padre habla de sí mismo con gran sencillez, pero al mismo tiempo manifestando sus pensamientos y deseos más íntimos. Escucha esa Palabra de Dios para ti, en ella te va la vida y la felicidad, en ella se te da la clave para vivir dando sentido a tu existencia. No te asuste la levedad de la Palabra. Parece frágil y leve, pero posee la solidez del acero. ¡Es Palabra de Dios!

Domingo Décimo Sexto del TIEMPO ORDINARIO 22 de julio del año 2001

Primera: Gén 18, 1-10a; segunda: Col. 1, 24-28. Evangelio: Lc 10, 38-42

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

 

La primera lectura y el evangelio hablan claramente de la hospitalidad. Se nos habla de Abraham que, en plena canícula, ofrece un hospedaje espléndido a tres misteriosos personajes. Se nos habla de Marta de Betania que acoge a Jesús y a sus discípulos en su casa, y de María, su hermana, que acoge como discípula atenta la palabra de Jesús en su corazón. El texto de la carta a los colosenses presenta a Pablo que hospeda en su cuerpo y en su alma al Cristo Crucificado para completar las tribulaciones de Cristo en su cuerpo, que es la Iglesia.

 

MENSAJE DOCTRINAL

Hospitalidad y bendición. Es sabido que la hospitalidad era, entre los nómadas, la virtud por excelencia. En cierta manera, gozaba de un cierto carácter sagrado e inviolable, digno del máximo respeto. El relato de la primera lectura narra la hospitalidad de Abraham para con tres personajes algo misteriosos, pero se trata de una hospitalidad que va acompañada de una bendición sorprendente y a contrapelo de las leyes naturales. Llama la atención en este texto el hecho de que Abraham se dirige a los tres personajes en singular: "Señor mío, si te he caído en gracia, no pases de largo cerca de tu servidor". Para Abraham esos personajes son mensajeros (ángeles) de Dios, que vienen a anunciarle algo de parte de Yahvé. La narración tiene, por tanto, visos de ser una teofanía, en la que Abraham acoge y hospeda generosa y gozosamente a Dios bajo el rostro de tres delegados suyos. El mensaje de Dios no se hace esperar, y es de bendición: "Volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo". ¿Qué otra mejor bendición podría esperar Abraham que la descendencia, que hasta ahora le había sido negada por la esterilidad de su mujer? Ahora se le pide a Abraham acoger sin titubeos, con absoluta confianza, esta bendición de Dios. Y Abraham acogió de nuevo esta palabra de bendición y Dios le dio un hijo en su vejez. Hospedar generosamente el misterio de Dios, hospedar confiadamente su palabra y, consiguientemente, tener la seguridad de que Dios bendecirá nuestra existencia.

Dos formas de hospedar al amigo. Estas dos formas están representadas por Marta y María. Son dos formas igualmente buenas y necesarias, aunque la segunda sea preferible a la primera. Marta hospeda a Jesús y a sus discípulos en su casa. De esta manera, les muestra primeramente su aprecio y amistad, les protege además del calor ardiente del desierto que acaban de atravesar para llegar hasta Betania, y les da de beber y comer para reparar sus fuerzas, gastadas por la larga y fatigosa caminata. María hospeda a Jesús escuchando su palabra, sentada a sus pies, como una discípula entusiasta que no quiere perderse ni una jota de las enseñanzas del Maestro. Este hospedaje interior, espiritualmente activo, es estimado por Jesús de más valor que el hospedaje externo, centrado en la preparación de la mesa para una comida de hospitalidad. Por eso Jesús le dice a Marta: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola". Jesús en modo alguno desprecia la hospitalidad de Marta, la considera valiosa. Pero a la vez le recuerda que hay otra hospitalidad más importante e, indirectamente, invita a Marta a dársela. Es como si Jesús dijera a su anfitriona: "Mira, Marta, prepara cualquier cosita, y luego ven a sentarte junto a María y a escuchar como ella mi palabra". Dos formas de hospedar al amigo, de distinto valor, aunque las dos sean necesarias.

Pablo, anfitrión del Crucificado. María ha hospedado la palabra de Jesús. Pablo hospeda la cruz de Jesús, o mejor, a un crucificado. "Completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo". Aunque el huésped sea un crucificado, Pablo no se espanta ni se angustia, lo acoge con alegría porque sabe por experiencia que en Cristo crucificado está la esperanza de la gloria para él y para todos los cristianos. Para Pablo no es un huésped obligado, molesto, sino la razón de su existir y de su misión. Dirá: "Estoy crucificado con Cristo. Vivo yo, pero ya no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí". Marta acoge en su casa al amigo bueno y sumamente apreciado, María acoge al Maestro que tiene palabras de vida, Pablo hospeda al Redentor, a quien con su pasión, muerte y resurrección redime al hombre de sus pecados, lo salva de sí mismo. La hospitalidad de Pablo culmina, como en el caso de Abrahán, en bendición, en la bendición suprema.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Hospitalidad hacia los emigrantes. Hoy la palabra hospitalidad puede traducirse por solidariedad. El cristianismo nos enseña que todos somos hermanos, y por ello todos hemos de ser solidarios unos con otros. Porque no hemos de olvidar que la solidariedad es recíproca. El anfitrión se muestra solidario acogiendo al huésped, y éste hace patente su solidariedad acogiendo con agradecimiento y respeto la hospitalidad que se le brinda. En definitiva, el anfitrión acoge a Cristo en el huésped y éste acoge a Cristo en el anfitrión. Todo esto resulta de gran actualidad ante el problema no pequeño ni fácil de los emigrantes que, como oleadas constantes, llegan sobre todo a los países de Europa y de América. Ellos son nuestros hermanos en Cristo o, al menos, en humanidad, y por eso hemos de respetarles y acogerlos. Ellos, por su parte, no han de olvidar que nosotros somos sus hermanos, a quienes deben respeto y acogida en su corazón. ¿Cómo no pensar que, tras la pantalla de la emigración, se esconde en ocasiones la microcriminalidad, la mafia de emigrantes clandestinos, la importación ilícita de tabaco y de droga, la mafia inhumana de secuestro de niños para vender sus órganos o el engaño de jovencitas que serán llevadas a diversos países de Europa y vendidas a la prostitución? Cuando el respeto mutuo falla, no se debe exasperar ni generalizar, dejándose caer en el racismo o el odio a todos los extranjeros, pero la autoridad pública deberá intervenir y, cuando sea necesario, expulsar a los delincuentes. La hospitalidad tiene sus reglas humanas y cristianas, y todos hemos de cumplirlas con fidelidad, para que la convivencia sea provechosa para todos.

Hospedar a Quien nos ha hospedado. Pienso que es importante el que tomemos conciencia de que nosotros somos huéspedes. Al venir a la vida hemos sido hospedados por Dios, autor de la misma, en esta gran casa que es la tierra; sí, porque toda la tierra es la casa de Dios para todo hombre que viene a este mundo. Hemos sido hospedados con cariño en una familia: nuestros padres y hermanos, nuestros abuelos, nuestros tíos... Hemos sido hospedados en una sociedad, en una nación, en una cultura, en una institución política, educativa...Y sobre todo hemos sido hospedados por Dios en la Iglesia, la casa que Dios nos ha regalado a los creyentes en Cristo. La reciprocidad nos obliga. Hemos de hospedar a quien nos ha hospedado, sobre todo al Huésped por excelencia que es Dios Nuestro Señor. Hemos de dar el debido respeto al Huésped en nuestras palabras. El blasfemar, el jurar en vano, el negar a Dios rompe las reglas del respeto debido. Hemos de dar el debido respeto a Dios en la Iglesia, ante el Santísimo Sacramento. Un respeto que se traduce en conciencia de la presencia de Dios en la Eucaristía, en adoración humilde y agradecida, en el reconocimiento práctico del carácter sagrado de la Iglesia, etc.

Domingo Décimo Séptimo del TIEMPO ORDINARIO 29 de julio del año 2001

Primera: Gén 18, 20-21.23-32; segunda: Col 2, 12-14 Evangelio: Lc 11, 1-13

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Los textos litúrgicos de este domingo nos enseñan diversos modo de orar. Abraham aparece en la primera lectura como modelo de oración de intercesión por los habitantes de Sodoma. En el evangelio Jesucristo nos enseña con el padrenuestro dos modos de orar: la oración de deseo, en la primera parte, y la oración de súplica en la segunda. El texto de la carta a los colosenses no trata directamente de la oración, pero podríamos decir que ofrece el fundamento de toda oración cristiana, sobre todo de la oración litúrgica, que es el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo. O tal vez se pudiera hablar de la oración que se hace vida, entrega por amor.

 

MENSAJE DOCTRINAL

La oración de intercesión. Interceder es unirse a Jesucristo, único mediador entre Dios y los hombres, y participar de alguna manera en su mediación salvífica. En la intercesión, en efecto, el orante no busca su propio interés, sino el de los demás, incluso el de los que le hacen mal. Normalmente se intercede por alguien que está en necesidad, en peligro o en dificultad. Así lo hace Abraham ante la situación de Sodoma y Gomorra, a punto de ser destruidas por su maldad. La de Abraham es una intercesión llena de atrevimiento y osadía para con Dios, pero al mismo tiempo de grandísima humildad. "¡Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Supón que los cincuenta justos fallen por cinco, ¿destruirías por los cinco a toda la ciudad?". La oración de intercesión complace a Dios, porque es la propia de un corazón conforme a la misericordia del mismo Dios. Pero la eficacia divina, obtenida por el intercesor, puede encontrar acogida o rechazo en la persona por la que se intercede. Ante la intercesión de Abraham, Dios intercede y salva a Lot y a sus hijas, pero Sodoma y Gomorra son arrasadas por el fuego.

La oración de deseo. Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquel que amamos. Por eso, en el padrenuestro que Jesucristo nos enseñó, el corazón del creyente eleva hasta Dios el deseo ardiente, el ansia del hijo por la gloria del Padre, siguiendo las huellas de Jesucristo. ¿Qué es lo que el cristiano más puede desear en este mundo? El evangelio nos responde: Que sea santificado el nombre de Dios, que venga su Reino. El cristiano desea ardientemente que Dios sea reconocido como santo, como totalmente diferente del mundo, como el totalmente Otro, como el Trascendente que sostiene nuestra libertad y alienta nuestra hambre de trascendencia. El cristiano anhela fuertemente que se establezca el reino y reinado de Dios sobre la tierra, el reino del Mesías que abre las puertas a todos los pueblos y a todas las naciones. ¿Son éstos todos los deseos de los cristianos? Son un compendio, por eso, todos los demás buenos deseos cristianos, para que sean tales, deberán decir relación a uno de ellos dos. Una oración de deseo, al margen de Dios y de su reino, no puede ser cristiana.

La oración de súplica o petición. En la segunda parte del padrenuestro, pedimos a Dios por las necesidades fundamentales de la existencia humana. Las pedimos no individual, sino comunitariamente. Es la Iglesia en mí y conmigo la que pide a Dios el pan de cada día, el perdón de los pecados, la fuerza ante la tentación para todos los cristianos, para todos los hombres. Son peticiones que se hacen a Dios como Padre, y por ello con total confianza y seguridad de ser escuchados; pero son también peticiones audaces porque pedimos cosas nada fáciles, sobre todo si tenemos en cuenta el misterio de la libertad de Dios y de la libertad del hombre. Son peticiones que "conciernen a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate por la victoria del Bien sobre el Mal" (CIC 2857).

La oración de la vida entregada por amor. Nuestra oración es paradójicamente también una respuesta, nos dice bellamente el catecismo. Una respuesta a la queja del Dios vivo: "A mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas; respuesta de fe a la promesa gratuita de salvación, respuesta de amor a la sed del Hijo único" (CIC 2561). Es la oración de la vida, de las obras de la fe y del amor, obras diarias unidas misteriosamente al gran orante con la vida que es Jesucristo. En nosotros, dada nuestra miseria, debilidad y limitación humanas, no pocas veces la oración va por un lado y la vida por otro. En Jesús la oración es vida y la vida es oración. Así es como pudo cancelar la nota de cargo que había contra nosotros y clavarla en la cruz, perdonándonos todos nuestros pecados. Jesucristo oró y murió por nuestros pecados, y con su oración y muerte nos alcanzó la vida.

 

SUGEREncias PASTORALES

Dime cómo oras y te diré quién eres. Hay quienes piensan que el valor del hombre y su identidad se miden por su cuenta bancaria, por su rango social, por su poder sobre los demás, por su saber, por su fama... Más bien habrá que decir que el hombre es lo que ora, vale lo que ora. ¿Oras? ¿Oras de verdad, con todo el alma? ¿Oras mucho, con frecuencia? ¿Oras con oración de deseo, buscando sinceramente a Dios en tu oración? ¿Oras desinteresadamente, por quienes tienen necesidad de Dios, de su misericordia y de su amor? ¿Oras con confianza, con abandono en el poder y en la sabiduría de Dios que conoce lo que es mejor para los hombres? ¿Oras con un corazón eclesial, abierto a todos? ¿Oras, como Jesucristo, con tu vida hecha oblación por la salvación de los hombres? Si oras, y oras así, eres cristiano auténtico. Si no oras, o si tu oración está desprovista de estas cualidades, tu carné de identidad cristiana está muy maltrecho y desfigurado. Por todo esto, conviene recordar que la familia, la escuela, la parroquia deben ser también y -¿por qué no?- principalmente, escuelas de oración. ¿No nos sucede que enseñamos muchas cosas a los niños, y nos olvidamos quizá de enseñarles a orar?

El "gusto" de orar. La oración indudablemente no debe ser un capricho, algo que depende del tener o no tener ganas. Pero evidentemente que tampoco debe ser un tormento, algo que hago a disgusto, porque hay una ley de la Iglesia o una costumbre de familia. Orar debe ser algo que me guste, como nos gustan las cosas buenas. Nos gusta hablar con los amigos, ¿hay un mejor amigo que Dios? Nos gusta aprender cosas, ¿hay mejor maestro que el mismo Dios? Nos gusta sentirnos queridos y amados, ¿hay alguien que nos ame y nos quiera más que Dios Nuestro Señor? Este gusto, como muchas veces no es sensible, nos resulta algo más difícil. Como es un gusto espiritual, es un gusto que sólo el Espíritu Santo nos puede regalar. Por tanto, más que esforzarse por gustar la oración, habremos de esforzarnos por pedir al Espíritu el gusto de orar. Él, que conoce el interior de cada hombre, es quien infunde en la intimidad de cada uno este gusto por la oración. ¿Te "gusta" la oración en el recinto secreto de tu corazón, a solas con Dios? ¿Te "gusta" la oración comunitaria, por ejemplo, el rosario en familia o en la Iglesia, y sobre todo la santa misa, oración suprema de la Iglesia al Padre por medio de Jesucristo? Si todavía no lo tienes, descubre el gusto de la oración y pide al Señor que nos lo conceda a todos los cristianos. El gusto de orar es una riqueza para cada cristiano y para toda la la Iglesia.

Domingo Décimo Octavo del TIEMPO ORDINARIO 5 de agosto del año 2001

Primera: Qo 1, 2; 2, 21-23; segunda: Col 3, 1-5.9-11 Evangelio: Lc 12, 13-21

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

 

Los textos litúrgicos de este domingo nos proponen dos modos de vivir y estar en el mundo. Está el modo de vivir del hombre viejo y está el propio del hombre nuevo (segunda lectura), existe el hombre que busca las cosas de la tierra y el que busca las cosas del cielo (segunda lectura), aquel para quien todas las cosas son vanidad y para quien todo es providencia de Dios (primera lectura). El evangelio, por su parte, opone la vida de quien cifra todo en el tener, y atesora riquezas para sí, y la vida de quien funda su existencia en el ser, y atesora riquezas delante de Dios.

 

MENSAJE DOCTRINAL

Vivir para sí. Es un modo de estar en el mundo, de realizar la existencia en el arco de años entre el nacimiento y la muerte. Es un modo de pensar, de actuar, de relacionarse con los hombres y con las cosas. El punto de referencia de todo es el yo. El saber, el trabajo, el esfuerzo con sus buenos resultados aparecen, ante el yo, caducos y vanos. Si el hombre es un ser abocado al morir, ¿a qué le sirve su saber, su trabajo, si no puede vencer su destino mortal, su immersión en la nada? Todo es vanidad, humo que se lleva el viento. Cuando el yo es el centro de la vida, tenemos al hombre viejo, incapaz por sí mismo de salir de la tiniebla de su hermetismo, cada vez más sumergido en el fondo del vicio y del pecado, con la mirada cada vez más puesta en las cosas de la tierra sin la posibilidad de alzarla hacia las alturas. Hombre viejo, porque en cierta manera repite en su vida la historia antiquísima del primer Adán, del gusto del pecado y de la caída original. Por otra parte, el yo es sumamente pobre dejado en sus propias manos, porque privilegia el tener y el aparecer. ¿Hay algo más efímero y lábil que esas dos realidades? ¿Cómo se puede fundar una existencia sobre algo que hoy es y mañana desaparece? ¿Cómo se puede mirar de frente a la muerte, cuando los grandes valores que han regido la vida han sido los bienes materiales y las apariencias, a quienes está prohibido pasar el umbral del más allá? Con razón se puede aplicar a quien vive para sí las palabras de Jesús en la parábola del texto evangélico: "¡Insensato! Esta misma noche te reclamarán el alma. Las cosas que has acumulado, ¿para quién serán?". Así es quien atesora riquezas para sí, quien centra en sí su propio vivir y actuar entre los hombres.

Vivir delante de Dios. Dios no es, a decir verdad, el antagonista del yo, de la realización personal. ¡De ninguna manera! Pero la sabiduría eterna nos enseña que la propia realización consiste y se lleva a cabo por el camino del vivir para Dios, de vivir a los ojos de Dios. El trabajo y el saber, a los ojos de Dios, tienen un sentido y un destino providenciales, más allá de los límites de la esfera mundana. Todo lo que uno hace por Dios en este mundo lo trasciende y habita, purificado y elevado, en la eterna morada de Dios. Vive ante Dios y para Dios el hombre nuevo, que ha sido rehecho por Cristo mediante el bautismo a su imagen y semejanza, que ha sido circuncidado no en su carne sino en su corazón, y viviendo delante de Dios vive sin miedo a la muerte, que considera, más que un final absurdo y sin sentido, una puerta a una existencia nueva de la que ya se participa, aunque sea de modo muy pobre y elemental. Por eso, el hombre nuevo tiene los pies bien puestos en la tierra y en los quehaceres de este mundo, pero su mirada y su corazón están puestos arriba, en el cielo, hacia donde camina con confianza y esperanza. Quien vive para Dios no se enajena del mundo, no lo desprecia ni lo odia, porque es la casa que el Padre le ha dado para que en ella habite. Trabaja como todos los demás, gasta sus fuerzas para producir riqueza, pero tiene un corazón puro y desprendido y sabe muy bien que los bienes de este mundo tienen un destino universal, y no pueden ser injustamente acaparados en pocas manos. En vez de decirse a sí mismo: "Descansa, come, bebe, banquetea", piensa más bien en cómo ayudar para que los hombres todos, sobre todo quienes están más cerca de su vida, tengan su oportuno descanso, dispongan de alimentos y puedan sanamente disfrutar de lo necesario para un banquete de fiesta.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

El homo oeconomicus no tiene futuro. Solemos con frecuencia clasificar al hombre según algún aspecto que lo caracteriza. Así, por ejemplo, se habla de "homo faber" para subrayar su capacidad manual, u "homo cogitans" para resaltar su vocación de pensador. Con la expresión "homo oeconomicus" se pone de relieve el tipo de hombre centrado en el dinero y en el bienestar. Pues bien, hemos de afirmar que este hombre carece de futuro. Hay gente que dice: "Con el dinero puedes hacer todo lo que quieras; abre todas las puertas". No es verdad. Con dinero no puedes comprar la felicidad, aunque a ratos te pueda hacer feliz. Con dinero no puedes comprar el amor, a lo más una noche de pasión o un amorío efímero y frustrante. El dinero no te hace virtuoso, más bien abre con no poca frecuencia la puerta al antro del vicio. Lo reconozcamos o no, todos pretendemos un futuro más feliz, pero ese futuro no lo encontrarás en una cuenta bancaria boyante. Lo encontrarás dentro de ti, en el sagrario de tu conciencia, en la paz interior ante ti mismo y ante Dios. Sobre todo, no tiene futuro, porque el "homo oeconomicus" no es ciudadano del cielo, le falta el pasaporte y ante la muerte y el juicio de Dios la cuenta bancaria no cuenta para nada. ¿Por qué no cambiar el "homo oeconomicus" en "homo pneumaticus", en hombre iluminado, guiado y configurado por la acción del Espíritu Santo?

No es fácil, pero es posible, deseable. Son muchos quienes lo han hecho. Inténtalo, si no lo has hecho todavía. Invita a otros a intentarlo.

¿Tiene sentido cambiar de sentido? Los dos modos de vivir de que hemos hablado son como una autopista, con las dos vías separadas, sin posibilidad de maniobra para cambiar de dirección cuando uno quiera. Unos carriles van sólo en una dirección y otros en la dirección contraria. Esto da mucha mayor seguridad a los conductores, hace más fácil y menos cansado el conducir, se puede ir a mayor velocidad... se viaja a gusto en general, aunque habrá que tener cuidado en las curvas, no excederse en la velocidad, no dejarse vencer por la fatiga. Avanzo, progreso hacia Babilonia, veo que no voy sólo sino que muchos van por la misma dirección que yo. Pienso que he elegido bien la ciudad de mis sueños y que será una gozada vivir en ella, con gente per bene. De vez en cuando observo que hay un letrero en el que está escrito: "cambio de sentido". He visto que alguno que otro ha dejado la pista y ha buscado cambiar de dirección. Mi primera reacción ha sido: "¡Pero qué tonto! ¿Tiene sentido cambiar de sentido?", y he seguido adelante. Luego, ante otros letreros iguales, o en momentos inesperados, me ha venido la imagen de quienes salían de la autopista. ¿Por qué lo harán? ¿Será gente rara? ¿Pensarán que se han equivocado de dirección? ¿Habrán comprendido que Babilonia no es una isla de felicidad? La verdad es que la espinita de la duda se me ha clavado dentro. ¿Qué hacer? Te animo a cambiar de dirección, a tomar el carril que se dirige a Jerusalén; a hacerlo en el próximo cambio de sentido, sin esperar al último... No creas que son pocos los que van en esa dirección. Al cambiar de sentido, te darás cuenta de que el tráfico es también intenso. ¡Jerusalén, la ciudad del gran Dios! ¡Jerusalén, la ciudad en que Jesucristo dio su vida por nosotros! ¡Jerusalén, la ciudad de los hijos de Dios! ¡Jerusalén, símbolo de verdad y de justicia, símbolo de amor y solidaridad! ¡Jerusalén, la ciudad fundada por Dios para que tú habites en ella!

Domingo Décimo Noveno del TIEMPO ORDINARIO 12 de agosto del año 2001

Primera: Sab 18, 3.6-9; segunda: Heb 11, 1-2.8-19 Evangelio: Lc 12, 32-48

 

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

"En confiada y vigilante espera", así resumo el contenido principal del mensaje litúrgico de hoy. Esta es la actitud de Abraham y Sara, y de todos aquellos que murieron en espera de la promesa hecha por Dios (segunda lectura). Esta es la actitud de los descendientes de los patriarcas, esperando con confianza, en medio de duros trabajos, la noche de la liberación (primera lectura). Esta es la actitud del cristiano en este mundo, entregado a sus quehaceres diarios, esperando con corazón vigilante la llegada de su Señor (evangelio).

 

MENSAJE DOCTRINAL

La espera histórica. Dios es un Dios fiel y sus promesas se cumplen, pero, en cuanto promesas, no se ven en el inmediato presente, sino que se esperan para el futuro. Podemos, pues, decir que la historia de la salvación es la historia de las esperanzas y de la espera de los judíos y de los cristianos. Prototipo de esperanza es Abraham, como resalta la carta a los Hebreos (segunda lectura). Primero vive en la esperanza y espera de un hijo, y Dios le cumple dándole a Isaac, a pesar de la edad avanzada y de la esterilidad de Sara, su mujer. Luego, en la espera y esperanza de una tierra y de una descendencia numerosa. Dios cumplirá, pero no durante la existencia terrena de Abraham. De este modo, en Abraham se inaugura la cadena de las esperanzas y de la espera de los patriarcas y del pueblo de Israel. Después de varios siglos, en el XIII a. de C., Dios cumplió la promesa de la tierra con Josué. Muchos siglos después, con Jesucristo, Dios cumplirá la promesa de la descendencia, ya que sólo en Jesús "serán benditos todos los pueblos de la tierra". En el libro de la Sabiduría (primera lectura) se menciona otra promesa de Dios: la liberación de la esclavitud: "Aquella noche fue pre-anunciada a nuestros Padres" (cf Gén 15, 13-14; 46, 3-4). También esta promesa Dios la cumplió de modo glorioso y potente, en aquella famosa noche en que los egipcios quedaron en tinieblas mientras a los israelitas les precedía una columna de fuego que iluminaba su camino, aquella noche que para los egipcios fue trágica por la muerte de todos los primogénitos, mientras que para los israelitas fue noche de liberación y alegría. Dios no sólo cumple su promesa, sino que vence el mal y con amor atrae y llama hacia sí a los elegidos. No es sólo un Dios fiel, sino además un Padre amante.

La espera metahistórica. En la carta a los Hebreos se presenta a los patriarcas y a las grandes figuras del pueblo de Israel buscando una patria. El autor de la carta interpreta esta búsqueda no en sentido histórico, sino metahistórico: "Aspiran a una patria mejor, es decir, a la patria celeste". El mismo Dios que fue fiel cumpliendo sus promesas en la historia, será fiel en el más allá de la historia. De esta espera y esperanza metahistóricas nos habla sobre todo el evangelio, mediante la imagen del patrón a quien los siervos deben esperar hasta que llegue para abrirle la puerta apenas toque. Desde el nacer todo hombre, en alguna manera, está a la espera de su Señor. Los cristianos hemos de esperar sin miedo, con gozo, "porque el Padre se ha complacido en darnos el Reino", y Dios, nuestro Padre, no dejará de cumplir. Hemos de esperar en actitud de disponibilidad para cualquier momento: "con la cintura ceñida y las lámparas encendidas". Igualmente, la espera ha de ser vigilante, porque el Señor llegará "como un ladrón", cuando menos se piensa. La mejor manera de esperar es seguramente haciendo el bien a todos y llevando una conducta digna. El abusar del propio poder, golpeando a los criados y criadas, comiendo y bebiendo hasta emborracharse, es un modo inapropiado de esperar al Señor, y por eso nos dice el evangelio: "Le castigará severamente y le señalará su suerte entre los infieles". El más allá, y el juicio de Dios que implica esta realidad, nos puede resultar misterioso, inaccesible a nuestra inteligencia, pero no es algo marginal de la fe cristiana, sino algo constitutivo de su credo: "Espero la resurrección de los muertos y la gloria del mundo futuro". Vivimos de esperanza, pero toda la historia de la salvación nos ha mostrado, siglo tras siglo, que la esperanza puesta en Dios no defrauda.

 

SUGEREncias PASTORALES

Mirar el presente con ojos lejanos. El cristiano no es un utópico, un soñador desconectado del presente con su realidad contante y sonante. El cristianismo vive el realismo del presente, con las pequeñas tareas de cada día, con los pequeños o grandes proyectos, con las luchas por la vida y la supervivencia de tantos hombres, con la crónica negra de los periódicos o de la televisión, con las pequeñas sorpresas que de vez en cuando llaman a la puerta. En realidad la vida se vive en presente o no se vive. El presente es lo único a nuestra disposición, porque el pasado ya se esfumó y el futuro carece todavía de consistencia propia. El presente es la tierra que piso, la familia en la que vivo, la novia que amo, la madre enferma, el hijo travieso, la oficina en la que trabajo, la parroquia por la que paso a diario, el análisis de sangre o el coche nuevo que acabo de comprar. Nuestra mirada ha de estar puesta en ese presente, no evadirnos de él, asumirlo con toda su realidad, sea triste o sea agradable. No hemos de tener miedo al presente, hemos de mirarle de frente, con hombría. Pero el presente no existe encerrado en su propia concha, por su misma naturaleza está abierto al futuro que paso a paso, inexorablemente se convierte en presente. Eso futuro no puede olvidarse en el vivir cotidiano del momento. De ahí que hayamos de mirar el presente con ojos lejanos. El futuro es el horizonte del presente, es la esperanza. El presente hermético fenece con su propio instante. El presente abierto ve ya la espiga dorada en la semilla apenas arrojada en la tierra. El presente hermético pretende eternizar la brizna de la felicidad efímera, que se marchita entre sus manos, y al no lograrlo, se derrumba en catástrofe. El presente abierto y cristiano lanza su mirada hacia adelante, cada vez más y más hasta hacerla entrar en la morada misma de Dios. Que tus ojos iluminen la realidad presente con el fulgor que han captado mirando el futuro.

La vigilancia no es un optional. El futuro de cada hombre, con todo su espesor, es imprevisible. El metereólogo puede prever el tiempo para mañana, aunque con riesgo de equivocarse. El economista puede prever la inflación en el país durante el mes de mayo o en el año 2000, con mayor o menos aproximación. Pero la historia del hombre es imposible de prever, porque es una historia de libertad. Libertad del hombre, y sobre todo libertad de Dios. ¿Quién puede saber lo que harán los hombres el día de mañana? ¿Quién puede prever los designios de Dios para el futuro inmediato o remoto? La imprevisibilidad del futuro reclama vigilancia. El hombre prudente, sensato, no considera la actitud vigilante algo simplemente posible, una entre otras muchas opciones. La vigilancia es la mejor opción. Vigilar para que el futuro no nos coja desprevenidos. Vigilar para ser capaces de dominar los acontecimientos, en lugar de ser dominados por ellos. Vigilar para no perder jamás la paz, ni siquiera ante el desencadenamiento más tremendo de pruebas y experiencias adversas. En realidad, quien vigila ya ha mirado en los ojos al futuro, y está preparado para afrontarlo con garbo y decisión. Vigilar para descubrir la escritura de Dios en las páginas de la historia. Vigilar para saber descubrir la acción del Espíritu en tu interior, en el interior de los hombres. Vigilar para terminar con happy end la última página del libro de tu vida. Vigilar para mantener íntegras la fe, la esperanza y la caridad, "cuando Él venga". La vigilancia no es un optional, es una necesidad vital.

Solemnidad de la ASUNCIÓN 15 de agosto del año 2001

Primera: Ap 11, 19; 12, 1-6a.10ab; segunda: 1Cor 15, 20-26; Evangelio: Lc 1, 39-56

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

El concepto de "relación" puede servirnos para establecer un lazo de unión entre los textos de la fiesta de la Asunción. La relación de María con Dios Padre la encontramos en el texto evangélico: "Ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso". En la primera carta a los corintios (primera lectura) podemos vislumbrar la relación de María con su hijo, Jesucristo resucitado, "primicia de los que han muerto". La primera lectura nos permite establecer una relación de María con la Iglesia, "mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza".

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

María y el Padre. María en el Magnificat reconoce que el Todopoderoso ha hecho obras grandes en ella. ¿Cuáles son esas obras grandes? Primeramente, la plenitud de gracia con que ha sido concebida y que la ha acompañado a lo largo de su existencia terrena. Luego, el misterio de la maternidad divina, maravilloso gesto de amor del Padre a María y a la humanidad entera. Finalmente, Dios ha hecho de María el arca de la nueva alianza que, con Dios en su seno, es causa de bendición para Juan Bautista y sus padres (cf paralelismo con 2Sam c.6). Las cosas grandes de Dios en María no terminan con el nacimiento de Jesús; Dios sigue actuando con su grandeza en el alma y en la vida de María, y la última de esas grandes obras de Dios en ella será precisamente la asunción en cuerpo y alma a la gloria celestial. María es la poseída por la gracia en el cuerpo y en el alma, la inmaculada, en la que nada hay corruptible, porque todo en su persona es gracia, puro don de Dios. ¿Podría Dios Padre dejar incompleta la obra maravillosa de gracia, operada en María, durante su vida terrena?

María y su Hijo, Jesucristo. El misterio de la resurrección de Jesucristo y de su consiguiente glorificación es impensable sin la realidad de un cuerpo, como el nuestro, que ha sido amorosamente formado en el seno de María. El Verbo se hizo carne de María y en María. La santísima Virgen puede decir de Jesús: "Es carne de mi carne". Si esa carne santísima ha sido glorificada por la resurrección de Jesucristo, ¿dudará el Hijo de glorificar también la carne de su Madre, esa carne bendita que fue a la vez arca y alimento? Cristo resucitado es la primicia de entre los muertos; en el templo de Jerusalén, la fiesta de las primicias preanunciaba la abundante cosecha; ahora, Cristo glorioso preanuncia la glorificación de todos los creyentes. Una glorificación que tendrá lugar "en su segunda venida" al final de los tiempos. La Pascua definitiva del cristiano no es posesión, sino esperanza cierta y segura. María es la única mujer que ya vive en la Pascua definitiva, porque en su carne bendita su Hijo Jesucristo ha realizado en plenitud la obra de la redención. En cierta manera podemos afirmar que María es también, junto con Jesús y por obra suya, primicia de entre los muertos. Por eso, podemos elevar nuestra mirada a la Virgen Asunta con amor y con esperanza.

María y la Iglesia. La mujer del Apocalipsis (primera lectura) simboliza a Eva, a Israel y a la Iglesia. El dragón es la "serpiente antigua" que tentó a Eva e hizo que fuese arrojada fuera del paraíso (Gén 3). Pero ya en el v. 15 se abre una ventana a la esperanza con la mujer que vence a la serpiente pisando su cabeza. Esa mujer es la nueva Eva, María, aquella sobre la que la serpiente no ha tenido poder alguno, y que por ello puede con total libertad lograr la victoria sobre ella. La mujer representa al pueblo de Israel, esa mujer-esposa con la que Yahvé contrajo una alianza esponsal, esa mujer bella como el sol, poderosa como una grande reina, grávida en espera de un hijo. En María se realiza de modo perfecto la vocación y la esperanza de Israel. Ella es bella con el esplendor de Dios, poderosa por su humildad, grávida por llevar en su seno al mismo Hijo del Altísimo. La mujer simboliza igualmente a la Iglesia. La Iglesia en el esplendor de su santidad, en la maternidad fecunda, en la situación de persecución por obra del demonio, en la huida al desierto para recobrar fuerzas y preparar la batalla de la victoria. María, como hija de la Iglesia ha llevado hasta el mismo Dios su santidad, su fecundidad, su victoria; como madre de la Iglesia, desde el cielo, la asiste en sus pruebas y la consuela en el dolor.

SUGEREncias PASTORALES

Una mujer de nuestra raza. María, con toda su grandeza, no es una mujer diversa de las demás mujeres de la tierra. Ella es enteramente mujer, no un ser superior venido de otro planeta ni una creatura sobrenatural bajada del cielo. Ella se presenta en el Evangelio con todas las características de su feminidad y de su maternidad en unas circunstancias históricas concretas, a veces teñidas por el dolor, otras coronadas por el gozo. Siente como mujer, reacciona como mujer, sufre como mujer, ama como mujer. Su grandeza no procede de ella, sino de la obra maravillosa de Dios, eso sí acogida y secundada fielmente por María. Su asunción en cuerpo y alma al cielo no la aleja de nosotros, y la hace más poderosa para mirar por los hombres, sus hermanos, con ojos de amor y de piedad. Su presencia gloriosa en el cielo nos habla no sólo de un privilegio de María, sino de una llamada que Dios hace a todos para participar de esa misma vida en la plenitud de nuestro cuerpo y de nuestra alma. Como mujer de nuestra raza, ella es la figura más excelsa de humana creatura a la vez que la más tierna y maternal. Jesucristo y María, su Madre, ya han pasado la puerta del cielo con la plenitud de su ser. Nosotros estamos todavía en el umbral, viviendo en espera y esperanza, pero con la seguridad de que llegará el momento en que la puerta se abrirá para todos y comenzaremos a vivir en un mundo nuevo. No es sueño, no es simple promesa. Es realidad que esperamos con absoluta confianza en el poder de Dios. La asunción de María es garantía de nuestra esperanza. ¿No es algo magnífico que el destino glorioso de María sea también nuestro último y definitivo destino?

Salmo a la asunción de María.

Bendice, alma mía, al Dios altísimo,

porque se ha dignado elevar en cuerpo

y alma hasta el cielo

a la humilde doncella de Nazaret.

Bendigan todas las creaturas al Padre

porque eligió a una mujer de nuestra raza,

para manifestar en ella la victoria

sobre la muerte y sobre la corrupción,

como primicia, junto con Cristo,

de nuestro destino.

Bendigan todos los redimidos a nuestro Señor Jesucristo,

porque en María, su Madre, asunta al cielo,

hace brillar en su esplendor todos

los efectos de la redención.

Bendigamos al Espíritu Santo,

que ha hecho llamear en el ser

de María de Nazaret

el fuego que no se consume

y la luz que nunca se apaga.

Que todas las creaturas, junto con María, alaben a Dios.

Domingo Décimo Vigésimo del TIEMPO ORDINARIO 19 de agosto del año 2001

Primera: Jer 38, 4-6.8-10; segunda: Heb 12, 1-4 Evangelio: Lc 12, 49-57

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

"El escándalo de la verdad" podría servir de título a nuestra reflexión sobre la liturgia de hoy. La verdad que proclama el profeta Jeremías escandaliza a sus contemporáneos (primera lectura). Las palabras de Jesús sobre el fuego del juicio, sobre el bautismo en la sangre de la cruz y sobre la espada que divide, también escandalizaron a sus oyentes, porque no respondían a sus expectativas. ¿Y no es verdad que no pocas veces escandaliza a los hombres la pedagogía divina que recurre, aunque no únicamente, a la corrección y al castigo?

 

MENSAJE DOCTRINAL

El escándalo de Jeremías. Jeremías era un hombre de natural sensible y tranquilo. Amaba la belleza y tuvo que predicar, por vocación divina, destrucción y horrendas matanzas. Amaba la tranquilidad y quietud, y estuvo metido hasta los tuétanos en los acontecimientos tan azarosos y desgraciados de Jerusalén y del reino de Judá. El Dios que lo había seducido le impulsaba a hablar cosas desagradables e inesperadas, a realizar acciones simbólicas que suscitaban indignación y adversidad. Sus palabras y sus acciones escandalizaron a los habitantes de Jerusalén y de Judá. Y "escandalizar" quiere decir para los que le oyen que no busca el bien sino el mal de su pueblo, que es un pesimista y un aguafiestas que descorazona a los soldados y al pueblo. Jeremías con todo sabe que dice la verdad, una verdad que no se la ha inventado él, sino que la ha escuchado en la intimidad de su conciencia como Palabra venida de Dios. El escándalo de la verdad hará sufrir a Jeremías (será bajado a un pozo lleno de cieno para que allí muera olvidado y abandonado), pero no importa, él sabe que Dios no lo abandonará (le salvará por medio de un etíope, de un pagano), y que la verdad de Dios por él transmitida prevalecerá y vencerá. Y así fue. Jerusalén fue tomada y destruida por el ejército babilonio, y gran parte de la población deportada, como esclava, a la tierra de los vencedores.

El escándalo de Jesucristo. Jesús se dirige a sus contemporáneos con palabras hirientes, escandalosas. Habla del fuego del juicio, capaz de quemar y destruir la situación presente para generar una nueva, pero los oyentes no están dispuestos a la radicalidad del cambio ni a la irrupción de la novedad. Jesús habla de bautismo en referencia a la sangre de la cruz, en la cual él deberá ser bautizado para lavar los pecados del mundo cargados sobre sí. Pero, ¿qué necesidad hay de ese bautismo? ¿No es suficiente el bautismo de Juan, el bautismo de los esenios? ¡La cruz, escándalo para los judíos!, nos recordará Pablo en la primera carta a los corintios. Jesús dice claramente que no ha venido a traer la paz sobre la tierra, sino la espada que divide a los hombres: con Cristo o contra Cristo, sin posibilidad de estado neutral. Esta espada divisoria escandalizó enormemente a los judíos. Ante estos tres signos que Jesucristo ofrece a sus contemporáneos, éstos no saben leerlos correctamente, juzgarlos como es debido, ¡y se escandalizan! La verdad que Jesucristo les predica es un escándalo insoportable. Un escándalo que costó a Jesucristo la condenación y la muerte ignominiosa en una cruz.

El escándalo de Dios. No sólo Jeremías, no sólo Jesús, el mismo Dios puede provocar escándalo. A la comunidad a la que va dirigida la carta a los Hebreos podía resultar "escandaloso" que Dios les permitiese pasar por un sin fin de sufrimientos; más aún, se les podía presentar con fuerza el "escándalo" del martirio, mediante el derramamiento de la propia sangre. ¿Cómo era posible que Dios dejase intervenir las fuerzas del mal en modo tan manifiesto? Por eso, el autor de la carta les invita a poner la mirada en Jesús, el autor y perfeccionador de la fe, que se sometió a la cruz soportando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. En lenguaje más coloquial se podría formular así: ¿Os escandalizáis? ¡Mirad a Jesucristo en la cruz! ¿Os desanimáis ante esta perspectiva? ¡Mirad a Jesucristo sentado a la derecha del trono de Dios! A la luz de Cristo vuestro escándalo se convertirá en testimonio de fe y en glori

SUGEREncias PASTORALES

¡Escandaliza, que algo queda! No estoy recomendando el escándalo inmoral, como por ejemplo el escandalizar a los niños con acciones malas o desproporcionadas a su capacidad de juicio. Propongo el escándalo de la verdad, y la verdad puede no gustar, puede ser más o menos oportuna, pero nunca podrá catalogarse de inmoral. Propongo el repetir muchas veces este escándalo de la verdad, para que a base de repetición genere al menos un interrogante, un estímulo, un paso hacia adelante en su conocimiento. Porque, ¿no hay acaso una serie de verdades que escandalizan a muchos hombres de hoy? Por ejemplo, la verdad de un único Salvador de la Humanidad, nuestro Señor Jesucristo, centro y eje de la historia y del cosmos; la verdad de una única Iglesia, fundada por Cristo, que subsiste en la Iglesia católica; la verdad de un único Creador del universo y del hombre; la verdad de Dios unitrino, activamente comprometido con la historia del hombre y con su destino; la verdad de un pueblo sacerdotal, sin distinción de sexos, pero de un ministerio sacerdotal, al que Dios llama sólo a los varones; la verdad del matrimonio, constituido únicamente por la unión estable de un hombre y una mujer; la verdad del destino universal de todos los bienes de la tierra, etc., etc. Estas verdades escandalizan a muchos oídos en nuestra sociedad. En vez de callarlas, hablemos de ellas, digámoslas una y otra vez, de formas diversas, con la sencillez y la convicción que la misma verdad entraña. Digámoslas en público y en privado. Digámoslas todos: los sacerdotes, los educadores, los profesores de religión, los catequistas, los teólogos, los obispos. ¡Escandalicemos a nuestra sociedad con verdades fundamentales de la fe y de la moral cristianas!

"La verdad os hará libres". En un ambiente social, en el que la verdad parece ser causa de esclavitud y servidumbre, porque se ignora o se menosprecia sea la naturaleza de la verdad sea la capacidad del hombre para la misma, los cristianos estamos convencidos de que la verdad en sí, y particularmente la verdad de nuestra fe nos hace libres. En realidad, toda verdad contribuye a construir al hombre y al cristiano en su identidad y carácter más específicos. Y está claro que entre más nos identifiquemos con nuestro ser hombre y con nuestro ser cristiano, viviremos mejor y más plenamente la verdadera libertad de ser lo que hemos de ser, según está inscrito en nuestra naturaleza o en el gran libro de la revelación de Dios. Porque el hombre no es libre de ser "lo que quiere", es libre de ser la verdad de su ser. La libertad no es un absoluto, dice referencia a la verdad, que por sí misma nos atrae y subyuga. Allí donde hay verdad, hay libertad, y donde no hay verdad, hay necesariamente alguna forma de esclavitud. ¿Buscamos la verdad? ¿Vivimos en la verdad? ¿Amamos la verdad? ¿Permanecemos en la verdad? ¿Defendemos la verdad? Entonces podemos decir que somos auténticamente libres, incluso si estamos encerrados en las cuatro paredes de una prisión o somos considerados "material inútil" por la sociedad circundante. ¿O acaso tenemos miedo a la verdad, a su fuerza subyugadora? Sí, en un mundo relativo, dan miedo tal vez las verdades absolutas. Pero, si todo es relativo, ¿no estamos haciendo de lo relativo lo único absoluto? Tener miedo a la verdad, en definitiva, es tener miedo a ser uno mismo, es tener miedo a ser coherente, es dejarse dominar por la ley absoluta de la mayoría, es perder dignidad humana. La verdad te hará libre. No lo dudes. Es la experiencia de los hombres grandes.

Domingo Vigésimo Primero del TIEMPO ORDINARIO 26 de agosto del año 2001

Primera: Is 66, 18-21; segunda: Heb 12, 5-7.11-13 Evangelio: Lc 13, 22-30

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Los textos litúrgicos se mueven entre dos polos: uno, la llamada universal a la salvación, el otro, el esforzado empeño desde la libertad. El libro de Isaías (primera lectura) termina hablando de la voluntad salvadora de Yahvé a todos los pueblos y a todas las lenguas. El evangelio, por su parte, nos indica que la puerta para entrar en el Reino es estrecha y que sólo los esforzados entrarán por ella. En este esfuerzo de nuestra libertad nos acompaña el Señor, con su pedagogía paterna que no está exenta de corrección, aunque no sea ésta la única forma de pedagogía divina.

 

MENSAJE DOCTRINAL

Llamada universal a la salvación. El destino universal de la salvación no ha sido descubierto por el Concilio Vaticano II, sino que se halla en la entraña misma de la Palabra y Revelación de Dios: "Dios quiere que todos se salven". En el texto de la primera lectura Isaías, en una visión magnífica, ve venir a Jerusalén, la ciudad de la salvación, casi en forma de procesión litúrgica, a los hombres de todos los pueblos, sirviéndose de los más variados medios y trayendo sus ofrendas a Dios. Dios ha llamado y sigue llamando a todos, sin excepción, porque Dios es Señor y Padre de todos. ¿Puede Dios Padre llamar a algunos de sus hijos a la salvación y a otros no? ¡Sería absurdo e indigno de su divina paternidad! En donde sin duda hay diferencia es en los medios que Dios ofrece a sus hijos para la salvación. El texto de Isaías menciona que vendrán a Jerusalén en caballos, carros, literas, mulos y dromedarios. En otras palabras, los caminos para llegar a la salvación de Dios, simbolizada en Jerusalén, son muchos y diversos. Hoy en día, el camino más seguro es la fe cristiana, pero existe también el camino de las religiones no cristianas. Existe el camino de la ética y de la conciencia. Existe el camino de la ascética y de la mística, etc. Por otra parte, la universalidad de la salvación no admite excepciones ni de pueblos ni de lenguas ni de épocas, ni de categorías sociales o profesionales, ni de caracteres (sociable, retraído, eufórico...), fisionomía (guapo o feo, proporcionado o desproporcionado...), fisiología (fuerte o débil, gordo o flaco...), etc. Todos reciben la llamada por igual, pero cada ser humano encuentra sus propias dificultades y sus ayudas en el camino a la salvación, que al menos en parte están relacionadas con la raza, la fisionomía, el carácter, etc. ¡Por Dios no queda! ¿Qué haremos los hombres ante esta oferta universal?

La libertad del empeño. En una ocasión alguien pregunto a Jesús: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?" Sabemos que todos son llamados a salvarse, pero ¿se salvarán realmente todos? En su respuesta, a través de un lenguaje imaginativo y simbólico, trata de inculcarnos tres verdades fundamentales: 1) La puerta para entrar en el Reino de Dios, el reino de la salvación, es una puerta estrecha. La puerta de la llamada la abre Dios y la abre a todos, pero la puerta de la respuesta depende de la libertad humana, y no todos están dispuestos a entrar por ella, sobre todo sabiendo que es una puerta estrecha. Jesús nos dice incluso que habrá muchos que tratarán de entrar pero que no lo lograrán. ¿Por qué? Porque pretenden entrar cargados de muchas cosas que les impide el paso. Querer entrar implica querer desprenderse, y hacerlo realmente. Sin esta voluntad de desprendimiento y sin esta libertad de esfuerzo, no se puede pasar la puerta de la salvación. 2) La obtención de la salvación no depende de la religión, tampoco de la experiencia religiosa, incluso mística, sino de la conducta, de las obras de salvación. No basta ser cristiano para asegurar la salvación, porque si no hacemos las obras de cristiano, escucharemos la voz de Dios que nos dice: "No os conozco, no sé de dónde sois". No es la experiencia religiosa (el haber comido y bebido en su presencia) la que causa la salvación; si no va unida a obras que nazcan de esa experiencia, Dios se verá obligado a responder: "Os digo que no sé de dónde sois. Alejaos de mí, obradores de iniquidad". 3) Los que se salven provendrán no sólo de un lugar, sino de todos los pueblos y de todos los confines de la tierra. "Vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el reino de Dios". En todos los rincones de la tierra habrá gente esforzada y generosa que quiera entrar por la puerta estrecha y que ponga todos los medios para conseguirlo.

 

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Admirar la pedagogía de Dios. La Biblia es, entre otras cosas, el libro de la pedagogía de Dios para la salvación del hombre. Dios como pedagogo es simbolizado por la figura del padre. Es decir, la pedagogía divina está guiada por el amor peculiar de un padre hacia sus hijos. El texto de la segunda lectura subraya un aspecto de esta pedagogía: la corrección. ¿Qué padre hay que no se haya visto en ocasiones obligado a corregir a sus hijos? A veces la corrección puede terminar en castigo, un castigo educativo, aleccionador. El hijo sabe, aunque llore y patalee, que la corrección o el castigo son para su bien, y provienen de un padre que le ama de corazón. Dios, para conducir al hombre hacia la puerta estrecha de la salvación, se ve obligado a veces a usar de la "corrección" y del "castigo". También de esa manera nos manifiesta su amor de Padre. El hombre, más que lamentarse, enojarse con Dios, considerarse víctima, deberá admirar la maravillosa pedagogía de Dios, que con su providencia está constantemente pendiente de nuestra vida, sigue de cerca todos nuestros pasos y, cuando es necesario, recurre a la corrección para nuestro bien.

Pero es evidente que un padre no puede reducirse a un simple corrector. ¡Sería una caricatura de la pedagogía paterna! El padre sobre todo guía, alienta, entusiasma a sus hijos por los caminos de la verdad y del bien. Así es también la pedagogía divina, que pone a nuestro alcance numerosos medios para despertar en nosotros el deseo profundo de la salvación y para guiarnos por el camino seguro hacia ella. Y lo hace de un modo absolutamente personal, porque Dios no es un educador de masas, sino de hijos.

La salvación: iniciativa de Dios y tarea del hombre. Al hombre es imposible salvarse por sí mismo: es Dios quien salva. Pero Dios no impone la salvación, la ofrece. Dios no ahorra al hombre la tarea de aceptarla, y así ser salvado. No es el hombre quien toma la iniciativa de la salvación, sino Dios. Pero no es Dios quien tiene la tarea de la salvación, sino el hombre. ¡Iniciativa y tarea! ¡Hermosa conjugación de sinergia entre un Padre que ama con locura a sus hijos y unos hijos que se preocupan de comportarse como tales! Si Dios renunciara, en un imposible, a la iniciativa de salvación, renunciaría a su amor de Padre y a su proyecto eterno sobre el destino del hombre. Si el hombre renunciara a su tarea de salvación, por una parte, renunciaría a su condición de hombre caído y, por otra, a su fin y destino eternos. La iniciativa de Dios infunde al hombre seguridad y certeza de la salvación. La tarea de la salvación le hace poner en juego su libertad y entregarse de lleno a usarla en sinergia con la iniciativa divina. Todo esto es estupendo, pero nos pasa muchas veces que vivimos la vida sin pensar mucho en estas cosas, arrollados quizá por los mismos acontecimientos diarios. El domingo es un buen día para pensar en todo esto, para hacer un alto en el camino de la cotidianidad y pensar en algo que vale la vida, y la eternidad. Si la "salvación" estuviera más presente en nuestras pequeñas tareas de cada día, ¿no cambiaría en algo nuestro modo de vivir y de actuar? ¡No es tiempo de lamentos! ¡Es tiempo de acción y de esperanza!

Domingo Vigésimo Segundo del TIEMPO ORDINARIO 2 de septiembre del año 2001

Primera: Sir 3, 17-18.20.28-29; segunda: Heb 12, 18-19.22-24 Evangelio: Lc 14, 1.7-14

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

 

MENSAJE DOCTRINAL

Las justas relaciones nacen de la humildad. Es de perogrullo decir que el hombre es un ser relacional, y que esas relaciones son con sus semejantes, con el mundo que lo circunda y con Dios. Lo que quizá no se ve tan claro sea cuáles son las relaciones más auténticas y propias. La historia de la humanidad ofrece ejemplos numerosos de diversas formas de vivir la propia relacionalidad. Hay quienes se guiaron en su comportamiento por una relación de odio y destrucción. Los demás son enemigos y hay que acabar con ellos; Dios es enemigo, hay que "matarlo", como proclamaba Nietzsche; la naturaleza, la selva hay que destruirla para construir ciudades, espacios humanos. ¡Una relación enteramente equivocada! Existe también la relación de posesión. Poseer las cosas para construir un reino de bienestar; poseer a los demás para servirme de ellos en pro de mi grandeza y de mi poder; poseer a Dios, para "manejarlo" según mi voluntad. ¡Tampoco ésta parece ser del todo una relación acertada! ¿Será el temor una buena relación? Miedo a un Dios de imponente grandeza y terrible en sus juicios; miedo a los hombres y a las cosas, por complejo de inferioridad o por falta de sentido práctico. ¡No, el temor no es tampoco una relación adecuada! La verdadera relación nace de la humildad y se manifiesta como relación de amor. Porque soy humilde, es decir, porque reconozco mi condición de creatura con su inmensa pequeñez, vivo en actitud de amor mi relación personal con Dios. Ese amor me induce a percibir su grandeza y su generosidad para conmigo, a confiar en Él a pesar de mi pequeñez, a agradecer sus dones, esa ciudad de Sión en la que se cifran todo los bienes que Dios puede conceder al ser humano (segunda lectura). Porque soy humilde, amo a los demás y no me considero superior a ellos ni busco darles algo para recibir de ellos a mi vez su recompensa (evangelio). Porque soy humilde, no me ensoberbezco con el poder de las riquezas que pueda tener ni con la grandeza de la ciencia que poseo (primera lectura). El hombre, en su ser y en sus relaciones, es puro don de Dios, ¿de qué podrá enorgullecerse? La justa relación del hombre con Dios, con sus semejantes y con las cosas es el amor, un amor que se hace servicio, respeto, agradecimiento, solidariedad.

La humildad, virtud agradable a Dios. A Dios creador no puede no agradarle que el hombre acepte su condición de creatura y establezca las justas relaciones con Él y con toda la creación, pues eso es la humildad. La falta de humildad, por el contrario, rompe la armonía en la interioridad del hombre y en el mismo universo, y esa ruptura no agrada al Creador. Por eso, leemos en el Sirácida que "son los humildes los que glorifican a Dios" y en el evangelio que "el que se humilla será ensalzado". ¿Por qué agrada a Dios la humildad? Precisamente porque el humilde no tiene ninguna pretensión de suplantar a Dios, de "ser como Dios" o, al menos, de tenerse por un superhombre o por un supersabio. Muy bien nos recomienda el Sirácida: "No pretendas lo que te sobrepasa, ni investigues lo que supera tus fuerzas". El humilde agrada a Dios porque no lo considera como un rival, sino como un padre y un amigo. El humilde agrada a Dios, no sólo porque se reconoce creatura, sino además pecador, e indigno de su condición de hijo. Precisamente por eso, el humilde mantiene para con Dios una actitud de hijo, sí, pero que mendiga su benevolencia y su amoroso perdón. Todo esto nos hace comprender mejor lo que la misma Escritura nos asegura: "Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes les otorga su favor". La diferencia entre el soberbio y el humilde la podríamos formular así: "El soberbio busca agradarse a sí mismo, incluso a costa de Dios, mientras que el humilde busca agradar a Dios, incluso a costa de sí mismo".

 

SUGEREncias PASTORALES

Humildad, o sea, la verdad. Lo que Jesucristo en el evangelio pretende darnos no es una clase de cortesía y buena educación. Jesús va más a fondo, a lo esencial, al sustrato íntimo de la persona. Y allí, ¿qué encuentra? Encuentra un letrero que dice: "todo es don, todo es gracia". El hombre que no sea capaz de admitirlo, está en la mentira, se autoengaña y procurará de muchos modo engañar también a los demás. Por ejemplo, complaciéndose con sus éxitos, hablando de sus triunfos, exaltando sus muchas cualidades, creyéndose y haciéndose el importante... Aquel que sea capaz de admitirlo, está en la verdad, y será profundamente humilde. Porque la humildad es la verdad con la que nos vemos a nosotros mismos delante de Dios. Por sí mismo delante de Dios el hombre es polvo, viento, nada. Por la gracia de Dios es su imagen y es su hijo. Ojalá pudiéramos decir como san Pablo: "Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido vana en mí". ¡Qué manera tan distinta de vivir cuando se vive en la verdad! El hombre humilde hace siempre la verdad en el amor: la verdad sobre sí mismo, la verdad sobre los demás y la verdad sobre Dios. Te aconsejo que te mires en el espejo de la humildad para ver si te reconoces o si es tal el impacto contrastante con la realidad que el espejo no la soporta y se quiebra en mil pedazos. No puedo no afirmar que una Iglesia de humildes será una Iglesia más auténtica, más fiel al designio original de su Fundador. Cada uno, con nuestra humildad, podemos contribuir en algo.

¡Atención a la falsa humildad! Hemos dicho que la humildad es la verdad, como enseña santa Teresa de Jesús. Existen, sin embargo, formas aparentes de humildad. Al faltarles la verdad, esas formas no pueden ser humildad auténtica. Recordemos algunas formas de falsa humildad. Un claro caso es el complejo de inferioridad: "Yo no valgo para ese encargo", "Yo no puedo hacer ese trabajo", "Yo no tengo esa cualidad". A veces detrás de esas frases se oculta una ingente pereza. Las más de las veces se esconde una redomada soberbia que quiere evitar a toda costa el hacer un mal papel o el quedar mal ante los demás. Humilde es aquel que reconoce sus cualidades, su valía, sus buenos resultados, pero lo atribuye todo a Dios como a su fuente. Otro ejemplo de falsa humildad es no aceptar la alabanza de los demás, rechazar cualquier reconocimiento público, aparentar indiferencia ante la opinión de los demás. En el fondo muchas veces es sólo una pose para relamer de nuevo la alabanza escuchada, o para que vuelvan a insistirte en los buenos resultados obtenidos, o para adular tus oídos con la buena opinión de que gozas ante los demás. Humilde, al contrario, es quien acepta la alabanza, pero la eleva hasta Dios; acepta el reconocimiento público por una buena obra o la buena opinión de los demás sobre él, pero descubre en ello un gesto de caridad fraterna y una acción misteriosa de Dios. Un último caso es el de quien cree que todo le sale mal, que ha nacido con mala estrella, y que no hay nada que hacer. En un tal individuo la soberbia es tan grande que le ciega para ver cualquier cosa buena que haga; sólo tiene ojos para las cosas malas, o para los límites e imperfecciones de las cosas buenas. El humilde, más bien, sabe ver la bondad en las cosas, incluso en aquellas que le salen mal. Y dice con san Pablo: "Para los que aman a Dios todas las cosas contribuyen a su bien".

Domingo Vigésimo Tercero del TIEMPO ORDINARIO 9 de septiembre del año 2001

Primera: Sab 9, 13-19; segunda: Fi 9-1012-17 Evangelio: Lc 14, 25-33

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

La sabiduría es la palabra-clave en las tres lecturas. A la capacidad humana de razonar, tan débil y tan incierta, se opone la sabiduría con que Dios amaestra a los hombres para que alcancen la salvación (primera lectura). La prudencia humana hace cálculos para saber si se cuenta con los medios suficientes para construir una torre o con el número de soldados para atacar al enemigo. Esta prudencia es necesaria, pero para ser discípulo de Jesucristo se requiere además la sabiduría que proviene de Dios (evangelio). La carta de san Pablo a Filemón, ¿no es por caso una cumbre de tacto humano y de sabiduría, aprendida en la escuela de la fe? (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

Ciencia del hombre y sabiduría de la fe. Con la primera expresión quiero indicar el esfuerzo del hombre por conocer la verdad en todas sus dimensiones y vivir según ella; con la segunda, la acción de Dios en nuestra inteligencia para hacernos partícipes de su revelación y en nuestra voluntad para inducirnos a vivir conforme a la misma. ¡Cuántas diferencias entre ellas, pero también cuántas ayudas y cuánta complementariedad! La ciencia se caracteriza por el límite; un límite que se supera continuamente, abriendo el paso a otro nuevo, y así una y otra vez; por eso, en principio el hombre del presente tiene más ciencia que el del pasado, y el del futuro tendrá más ciencia que el del presente. En el libro de la Sabiduría leemos: "Si a duras penas vislumbramos lo que hay en la tierra y con dificultad encontramos lo que tenemos a mano, ¿quién puede rastrear lo que está en los cielos?". La sabiduría no tiene límites, sino únicamente el que le pone nuestra pobre inteligencia. Esto explica que exista la posibilidad de hombres con mayor sabiduría en el pasado que en el presente o de hombres con menor sabiduría en el futuro. Siendo don de Dios, la sabiduría no está subyugada por el tiempo. "¿Quién puede conocer tu voluntad, si tú no le das la sabiduría y le envías tu espíritu santo desde el cielo?" (Primera lectura). Se ve claro que la ciencia es esfuerzo humano y la sabiduría don divino; lo que se ignora por la ciencia es con mucho más de lo que se conoce, mientras que por la fe todo se sabe, aunque no todo se llegue a conocer. La ciencia frecuentemente engríe y exalta a quien la posee, la sabiduría hace humilde y agradecido a quien la recibe. La ciencia se acabará con el hombre, la sabiduría es eterna, como lo es Dios, su fuente perenne. En el evangelio hallamos bellamente formulada la sabiduría de la cruz, y en la segunda lectura la sabiduría de la caridad con un esclavo que ha venido a ser -¡algo inaudito!- hermano.

La sabiduría de la fe en acción. El seguimiento de Cristo no es una elección original del hombre, sino elección a partir de una llamada que viene de Dios. Precisamente por eso, el seguimiento de Cristo no es posible en base a puros razonamientos humanos, sino que exige la sabiduría de la fe. El texto evangélico nos sitúa ante algunas opciones que habrán de ser iluminadas por la sabiduría divina. Está el caso de la opción por el seguimiento de Cristo, aun a costa de los más estrechos lazos familiares, cuando éstos entran en conflicto con la llamada. Está la opción por la cruz, siguiendo las huellas de Cristo en su camino hacia Jerusalén. Está la renuncia a todos los haberes, a todas las riquezas, a todo poder, con tal de vivir radicalmente la sequela Christi. ¿No requieren todas estas opciones una profunda sabiduría de fe? En la segunda lectura, Pablo en su carta a Filemón nos brinda un magnífico ejemplo de esta sabiduría divina. Primeramente, la sabiduría de Pablo que se manifiesta en la delicadeza, discreción y tacto admirables con que trata la situación de Onésimo (un esclavo de Filemón, que había huido de su dueño a causa posiblemente de un robo, que Pablo había convertido y bautizado, y que ahora envía de nuevo a Filemón para que lo reciba no ya como esclavo, sino como hermano). Y en segundo lugar, la exhortación de Pablo a la sabiduría propia del creyente, en este caso, Filemón, para que vea en Onésimo un "hijo" de Pablo, su corazón; para que vea en Onésimo no un esclavo (aunque lo siguiera siendo), sino un hermano carísimo en el Señor. En base a esta sabiduría, ¿cómo Filemón no le dará buena acogida en su propia casa? Sin dejar de estar Onésimo en la condición de esclavo, ésta es superada con creces por la fraternidad nacida de la fe.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

La sabiduría al alcance de todos. Una cosa es cierta: no todos están dotados para ser "científicos", hombres de ciencia, pero todos están capacitados para ser sabios, receptores de la sabiduría de la fe. Otra cosa es cierta, y aparentemente paradójica: Que hay "científicos" que carecen de sabiduría, como hay también ignorantes de ciencia que son, sin embargo, grandes por su sabiduría. No es que necesariamente hayan que estar reñidas la ciencia y la sabiduría; más bien, lo propio es que colaboren y se presten mutuo servicio. ¡Ojalá todos los hombres volásemos con estas dos alas por los espacios de nuestra existencia! Pero no siempre es así, y no son pocos los casos en que el hombre intenta volar con una sola ala, con el peligro real de estrellarse contra el suelo. De todos modos, lo que nos debe llenar de admiración y agradecimiento es el que Dios haya querido poner la sabiduría al alcance de todos. ¿También de los niños? ¿También de los ignorantes y con un cociente intelectual mínimo? ¿También de los descapacitados? La realidad histórica plurisecular, y particularmente del siglo XX, muestra con gran claridad que esos hermanos nuestros gozan muchas veces de una sabiduría divina envidiable. A la vez que se afirma el alcance universal de la sabiduría, no se puede dejar de decir que no todos la aceptan, ni todos la aman, ni todos viven conforme a ella. ¿Por qué no todos la aceptan? ¡Los caminos de los pensamientos humanos son inescrutables! Entran en juego la educación, el ambiente en que se ha crecido y vivido, los principios reguladores de la propia existencia... ¿Por qué no todos la aman? ¡El corazón del hombre es un abismo insondable! Quizá se deba a egoísmo, quizá a endurecimiento del corazón, tal vez a frialdad espiritual o a la fuerza de una pasión... ¿Por qué no todos viven según ella? Está de por medio la libertad humana, y están en juego los condicionamientos del mundo en que vivimos y de las propias pasiones, sumamente poderosas y no pocas veces sin rienda alguna. Es evidente, por ello, que urge aprender desde pequeño esta sabiduría divina, en el seno de la familia y de la parroquia, para que se vaya arraigando poco a poco en la vida.

¿Ciencia versus sabiduría? En una cultura que opera por contrastes y por opuestos, la respuesta positiva a esta pregunta sería la más lógica. A la ciencia del hombre se opone la sabiduría de Dios y a la sabiduría de Dios se opone la ciencia del hombre. Con lo cual, entre ciencia y sabiduría no habría reconciliación posible. Así siguen opinando muchos contemporáneos nuestros, así lo sostienen con calor en la prensa y en los medios de comunicación social. No es ésta, ni puede ser, la posición cristiana. La doctrina cristiana nos enseña a decir: "ciencia y sabiduría"; por tanto, no oposición, sino colaboración, no exclusión, sino complementariedad. La razón para nosotros los creyentes es sencilla: quien da al hombre la capacidad de la ciencia es el mismo Dios que le otorga el don de la sabiduría. Para el no creyente habrá que decir que en ambos casos se trata de la búsqueda de la verdad, aunque sea por caminos diferentes. En esa búsqueda todos nos encontramos juntos: unos volando con un solo motor, otros con dos. ¿Por qué en la búsqueda de la verdad por parte de ambos los resultados son en ocasiones dispares? A mi entender, se trata de una invitación a seguir buscando, por no haber logrado todavía "la verdad completa", esa verdad que satisfaga las exigencias de la ciencia humana y de la sabiduría divina. Y añadiré que es requisito indispensable por ambas partes el no tener prejuicios de ningún género, y el no enrocarse en las propias posiciones aun a costa de la verdad misma.

 

 

 

Domingo Vigésimo Cuaro del TIEMPO ORDINARIO 16 de septiembre del año 2001

Primera lectura: Éx 32,7-11.13-14; segunda lectura: 1Tim 1,12-17 Evangelio:

NEXO entre las LECTURAS

 

La misericordia de Dios Padre resuena en el conjunto de la liturgia. Tiene su nota más elevada en el evangelio, que recoge tres magníficas parábolas de la misericordia divina para con los pecadores. En la primera lectura escuchamos la música de la misericordia de Dios para con su pueblo, gracias a la intervención intercesora de Moisés. Por último, en la primera carta de Pablo a Timoteo sentimos una cierta conmoción al oír la confesión que Pablo hace de la misericordia de Jesucristo hacia él: "Jesucristo ha querido demostrar en mí, en primer lugar toda su magnanimidad" (Segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Amor y perdón: las dos caras de la misericordia. El Dios que Jesucristo nos "pinta" en las tres parábolas evangélicas es el Dios del amor. Dios ama a los pecadores, y por eso los busca como el buen pastor va en busca de las ovejas descarriadas; o como un ama de casa busca un cheque que no sabe dónde lo ha puesto, hasta que lo encuentra. Dios ama al pecador, como un padre ama a sus hijos: al "frescales" que se le va de casa pidiéndole por adelantado su herencia, y al que se queda en casa, pero se comporta con él de modo distante y tal vez huraño. Y porque ama, no puede hacer otra cosa que mostrar su amor: perdonando, comunicando el amor, celebrando fiesta, invitando a todos a compartir su alegría. Este retrato de Dios, pintado por Jesucristo, nos conmueve y nos infunde ánimos para vivir dignamente como hijos. Este retrato resalta todavía más si lo ponemos al lado del retrato que nos ofrece la primera lectura, tomada de la historia del Éxodo. El autor nos narra lo que se podría denominar "el pecado original" del pueblo de Israel: Apenas acaba de "firmar" el pacto de alianza con Yavéh, cuando la rompen, se construyen un toro de metal fundido y lo convierten en su "dios" en lugar de Yavéh. Dios se llena de ira y quiere exterminarlo. Sólo la intercesión de Moisés logra que Dios se "arrepienta" y abra la puerta de su corazón a la misericordia. ¡Indudablemente hay un progreso en la revelación del corazón de Dios! Con Pablo nos damos cuenta de que ahora la misericordia de Dios lleva por nombre "Jesucristo". En efecto, no sólo se le ha mostrado misericordioso, sacándole de su obcecación en el camino de Damasco, sino que además le ha tenido tanta confianza que le ha llamado a predicar el evangelio de la misericordia en el mundo entero. ¡Cómo no sentir profundo agradecimiento ante tanta magnanimidad de Jesucristo!

Características de la misericordia divina. 1) Ante todo habrá que subrayar que la misericordia de Dios no está sometida a las leyes del tiempo. Y esto en un doble sentido: primero, cualquier momento es bueno para que el Buen Pastor busque la oveja perdida, como también lo es para que el hijo se ponga en camino hacia la casa del padre; en segundo lugar, la puerta del corazón del Padre está abierta las veinticuatro horas del día, no tiene horarios. Nadie podrá decir a Dios: "Cuando te busqué, tú no estabas". 2) La misericordia divina no se agota jamás, está marcada por la eternidad que Él es y en la que Él vive. Mientras exista la vida, siempre habrá la posibilidad de acudir a Él y ser acogido en sus brazos de Padre. No mira Dios el comportamiento indigno que se haya tenido, ni el número de veces que se le ha abandonado y despreciado; mira únicamente los movimientos interiores del alma que anhela el perdón y el abrazo paterno, mira los ojos húmedos como una esmeralda en la que brilla el arrepentimiento, mira los pasos indecisos de quien se acerca a Él para decirle: "He pecado. Perdóname. ¿Qué quieres que haga?". Dios no se fija en la categoría del pecado, sino en la categoría del alma. 3) La misericordia de Dios transforma a la gente, revoluciona en cierta manera la vida del hombre. El pueblo de Israel, en medio de tantas dificultades y a pesar de sus caídas e infidelidades, llevó siempre la bandera del Dios fiel y redentor de su pueblo bien alta. El caso de Pablo es luminoso: puso todas sus cualidades al servicio del Evangelio de Jesucristo y por Él se gastó y desgastó hasta dar la vida. De los dos hijos no sabemos cómo continuaría la historia, pero... ¿por qué no hemos de pensar que se comportarían en el futuro como hijos fieles y cariñosos?

 

 

SUGEREncias PASTORALES

La "difícil" ciencia del perdón cristiano. La Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, es la cátedra desde la que Dios enseña a los cristianos, y a todos los hombres, la ciencia de la misericordia, del amor y del perdón. Es una ciencia cuyo aprendizaje dura la entera existencia, porque en cualquier momento de la vida nos puede acechar la garra del odio o de la desesperación en el dolor. ¿Cómo amar a quien te ha difamado o calumniado, sea privada o públicamente? ¿Cómo perdonar a quien, en tu ausencia, ha entrado en tu casa y te ha saqueado? ¿Cómo amar a un pedófilo, que ha querido abusar de tus hijos o de los de tus vecinos y amigos? ¿Cómo perdonar a quien ha metido a tu hija por el negro túnel de la drogadicción, destruyéndola así junto con tu familia? Estas preguntas, y otras semejantes, muestran cuán difícil es la ciencia del perdón cristiano. Pero el ideal está claro. Si hemos conseguido el aprobado en esta dura y extraña ciencia, seamos gratos al Señor y continuemos buscando superar nuestra calificación. Sin embargo, no nos desalentemos, si todavía estamos lejos de él. Mantengamos en primer lugar la decisión y la voluntad de aprender esta misteriosa ciencia, a pesar de todos los obstáculos que encontremos. Luego, tratemos de ejercitarnos en el perdonar a otros las pequeñas faltas de respeto o de atención, las bromas pesadas que alguien nos pueda hacer, etc., para ir creciendo y ensanchando nuestra capacidad mediante el ejercicio. Leamos, también, con frecuencia la Biblia, sobre todo estas parábolas de la misericordia, los salmos en los que reluce de modo admirable la misericordia divina, y tantos otros textos en los que aparece la misericordia de Dios en acción. En último término, levantemos nuestra mirada y nuestro corazón hacia Jesucristo, hacia toda su vida desde la encarnación hasta la cruz y la resurrección, para que en el contacto asiduo y orante con la vida, y en el misterio de Jesucristo vayamos asimilando poco a poco, paso a paso, la maravillosa ciencia del perdón cristiano. ¡Difícil ciencia! Todo nuestro ser se rebela ante ciertos casos y situaciones. ¡Maravillosa ciencia! Con el perdón de la ofensa, toda la humanidad en cierto modo se mejora y dignifica, y Dios podrá decir: "Sólo por esto vale la pena haber creado al hombre".

El poder de la intercesión. La intercesión es otro de los nombres del amor. Quien intercede se sitúa como un puente de amor entre el ofensor y la persona ofendida. Ama al ofendido, y por ello comparte su pena, pero tiene la confianza suficiente para suplicarle en favor del ofensor. Ama al ofensor, trata de acercarle al arrepentimiento de lo que ha hecho, e incluso le induce a pedir perdón a la persona ofendida. Y así, mediante la intercesión, se logra la reconciliación y se establece incluso la amistad. La intercesión cristiana no excluye ningún ámbito de la vida: interceder por un familiar ante otro que ha sido ofendido; interceder por un condenado a muerte para que no sea ejecutado; interceder por los presos políticos para que sean liberados, etc. Pero la intercesión cristiana es eminentemente religiosa: interceder ante Dios por los pecadores. Es lo que hace Moisés ante el pecado de los israelitas, como nos narra la primera lectura. Es sobre todo lo que hace Jesucristo, pues toda su vida se puede resumir como una constante intercesión ante el Padre para lograr la redención de la humanidad pecadora. En el catecismo se nos enseña que "la intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús, el único intercesor ante el Padre" (CIC 2634).

 

Domingo Vigésimo Quinto del TIEMPO ORDINARIO 23 de septiembre del año 2001

Primera: Am 8, 4-7; segunda: 1Tim 2, 1-8 Evangelio: Lc 16, 1-13

NEXO entre las LECTURAS

En el fondo de los textos litúrgicos se plantea la pregunta sobre dónde está la verdadera riqueza. No puede coincidir con la ambición y la avaricia en perjuicio de los más pobres y necesitados, nos responde la primera lectura. Tampoco reside en la habilidad para hacerse "amigos" con las riquezas de otros. La verdadera riqueza es la riqueza de la fe, que poseen los hijos de la luz (Evangelio). Esta manera de ver las cosas no nos resulta natural, sino que la conseguimos sólo en el ámbito de la oración (Segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

¿Qué pasa con los hijos de la luz? La expresión "hijos de la luz" parece referirse a los primeros cristianos, que habían sido iluminados por Cristo resucitado y glorioso mediante el bautismo. A esa expresión se contrapone la de "hijos de este mundo", con la que se quiere señalar a todos aquellos cuya vida está regida por una mentalidad mundana, "económica", más que religiosa. La sentencia evangélica impresiona fuertemente y hasta nos pone la carne de gallina: "Los hijos de este mundo son más sagaces, más hábiles con su propia gente que los hijos de la luz". ¿Por qué este fenómeno que no es únicamente de un ayer lejano, sino que tiene visos de ser de una tremenda actualidad? ¿Qué es lo que pasa con los hijos de la luz? Los hijos de este mundo saben hacer uso extraordinario de sus habilidades y de su ambición para manipular injustamente las balanzas y para engañar manifiestamente a los pobres, para incluso reducir a otros hombres a esclavitud por falta de solvencia económica (Primera lectura). Los hijos de este mundo, en circunstancias adversas, ponen inmediatamente en juego todas sus capacidades para salir de la situación en forma ventajosa (Evangelio). A los hijos de la luz Jesús les recrimina que no tengan la sana ambición de recurrir a todos los medios lícitos para difundir la luz de la fe; que no pongan todas sus capacidades para inventar modos de vencer las adversidades, de superar los obstáculos, y sobre todo de llevar la luz a otros muchos hombres. El Dios Jesucristo y el "dios dinero" no pueden dividirse el dominio. El Dios Jesucristo tiene todo el derecho de prevalecer sobre el "dios dinero", que al fin y al cabo no es más que un ídolo. La misión de hacer prevalecer al verdadero Dios, al Supremo Bien y Riqueza del hombre, sobre el ídolo de la riqueza, es propia de los hijos de la luz. Si en la sociedad el ídolo del dinero y del consumismo tiene cada vez más adoradores, ¿no hemos de preguntarnos sobre qué está pasando con los hijos de la luz?

La oración, lugar de la verdadera autocomprensión. La luz y la fuerza para trabajar por la verdadera Riqueza del hombre se le al cristiano de la mano de la oración. El cristiano ora por todos, por los reyes y por los que detentan el poder. El hecho mismo de orar por todos implica subordinarlos al poder del Dios vivo, a la Riqueza que no se destruye ni se acaba. En la oración comprendemos que Dios juzgará la prepotencia del rico, cuyos abusos gritan justicia al Dios del cielo (Primera lectura). En la oración es más fácil entender que la riqueza del hombre consiste en la riqueza de su fe. Es efectivamente en el horno de la oración donde se cuece diariamente el pan de la fe y de la solidaridad fraterna. El orador que alza al cielo manos puras, sin ira y sin rivalidades, descubre la riqueza de la salvación y de la gracia, que Jesucristo Mediador nos regala, relativizando con mayor facilidad cualquier otra riqueza de este mundo. Es iluminado para entender que todos los bienes terrenos vienen de Dios, que el hombre es únicamente su administrador, y que debe administrarlos bien. ¿Podrá acaso el hombre orador, dador de toda riqueza, estafar a Dios, mostrarse prepotente con los que carecen de bienes y riquezas? En la escuela de la oración llegamos a percatarnos de que las riquezas y bienes mundanos son sólo un medio para poder servir mejor a los demás; un medio para que, cuando dejemos la administración de este mundo y nos presentemos ante el juicio de Dios, seamos bien acogidos en las moradas eternas.

 

SUGEREncias PASTORALES

La seducción del dios dinero. En una sociedad, en gran parte consumista y materialista, como lo es la nuestra, el dios dinero intenta encandilar incluso a los mejores cristianos. Si vamos hasta el fondo de las cosas, ¿no es el culto al dios dinero la causa principal de la persistencia en la producción de la droga?, ¿no es el culto al dólar el motor más determinante de la producción y venta de armamentos a países que deberían utilizar esos fondos para la creación de infraestructuras, y para el desarrollo social y cultural de la población?, ¿acaso no es el dios dinero el incentivo más poderoso de algunas de las guerras étnicas en varios países de África?, ¿cómo explicar la corrupción en no pocos gobernantes, sino porque han levantado un altar a este dios insaciable? El dinero seduce, obceca, provoca divisiones fratricidas, despierta instintos de ambición, hace sucumbir hasta los principios más sacrosantos y nobles, endurece el corazón, deshumaniza y hasta hace olvidarse de Dios. Como creyentes hemos de tener ante nuestros ojos esta realidad y esta tentación, no fácil de vencer. Con espíritu vigilante y con la asiduidad en la oración, hemos de ejercitarnos en relativizar el dinero, en ponerlo en el lugar que le corresponde en los planes de Dios, en servirnos de él como medio para vivir dignamente, para hacer el bien a los necesitados, para ponerlo al servicio de la fe y del Reino de Cristo. No tengamos miedo a esta seducción. Plantémosle cara. Vivamos nuestra vida diaria procurando valorar más y más la riqueza de la fe, la Riqueza que es Dios. ¿Por qué no contrarrestamos la seducción del dinero con la seducción de Dios? ¿O es que Dios es tan solo un objeto de fe que ya no nos seduce? El Dios vivo y personal es el mejor antídoto contra todos los ídolos que puedan llamar a la puerta de nuestro corazón.

Oración por los ricos. La fe es una riqueza que Dios otorga a todos. La Iglesia es una comunidad creyente, en la que hay espacio para todos. Es verdad que hay en la Iglesia una cierta preferencia por los pobres, y está más que justificada. Pero la Iglesia es de todos y para todos. Por eso os invito a hacer una oración por los ricos.

Dios omnipotente y eterno, mira a tus hijos los ricos con corazón de Padre, infúndeles un espíritu filial para

contigo y un corazón fraterno para con todos los hombres, especialmente para con los más necesitados de ayuda. Dios y Señor del universo, que has destinado los bienes del mundo para beneficio de todos, concede a quienes abundan en riquezas la gracia

de servirse de ellas con un corazón libre y desprendido.

Señor Jesucristo, que siendo rico

te hiciste pobre, para enriquecernos con tu pobreza, sé para todos los ricos de este mundo un modelo de libertad

y de opción por los bienes que

no perecen.

Espíritu santificador, ilumina a

los magnates de las finanzas con la luz de la fe indefectible, de la infatigable caridad y de la esperanza que

no defrauda, para que sus decisiones en favor de los individuos

y de los pueblos estén guiadas

por la justicia y la solidaridad.

Amén.

 

Domingo Vigésimo Sexto del TIEMPO ORDINARIO 30 de septiembre del año 2001

Primera: Am 6, 1.4-7; segunda: 1Tim 6, 11-16 Evangelio: Lc 16, 19-

NEXO entre las LECTURAS

Tiempo y eternidad son como los dos polos que nos pueden servir para organizar los textos de este domingo. Esto es evidente en el texto evangélico que sitúa al rico Epulón y a Lázaro primero en este mundo y luego en la eternidad. Implícitamente se halla también en la primera lectura, según la cual los ricos samaritanos viven en orgías y lujo, olvidados del futuro juicio de Dios. Para vivir dignamente en el tiempo y lograr la eternidad con Dios la fe viva en Cristo ofrece una garantía segura (Segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Jugarse la eternidad en el tiempo. Para quienes tenemos fe en la eternidad, el tiempo es un tesoro, una verdadera riqueza, porque en él se pone en juego nuestra situación en el más allá del tiempo. La parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro no subraya el problema de la diferencia entre ricos y pobres. Acentúa más bien el juicio de Dios, en la eternidad, sobre la actitud acerca de la riqueza y de la pobreza. El rico que en este mundo se dedica a descansar y a pasárselo bien, despreocupándose de los pobres, verá tristemente cambiada su suerte en el más allá. Así le sucedió al rico Epulón. El pobre que en esta vida acepta serenamente su condición, sin quejas y sin odios, será recompensado en la eternidad con la gran Riqueza que es Dios mismo. Esto es lo que aconteció al pobre Lázaro. El primero, para su desgracia, vive como si la eternidad no existiese. El segundo, para su bien, es un pobre de Yavéh, que tiene puesta su confianza en la recompensa que Dios le dará en la vida venidera. Al rico Epulón no se le recrimina el ser rico, sino el no ser misericordioso, el no tener corazón para quien yace llagado a su puerta. A Lázaro no se le retribuye por su condición de pobreza, sino por su paciencia y resignación, al estilo de Job. Epulón pone su riqueza al servicio de su sensualidad e intemperancia, Lázaro pone su pobreza al servicio de su esperanza. Jesucristo en la parábola nos enseña que en la eternidad –si no ya en el mismo tiempo de la vida– Dios hará justicia y retribuirá a cada uno según sus obras. Esta enseñanza ha de iluminar también nuestra vida presente, de manera que podemos hablar también de jugarnos el tiempo en la eternidad. Es decir, el pensamiento del mundo futuro nos conducirá a ser justos y solidarios en el mundo presente. Lo contrario les sucede a los ricachones de Samaria, que, despreocupados del futuro y olvidados de la suerte de su patria, viven "arrellenados en sus lechos de marfil, comen corderos del rebaño y terneros del establo, beben vinos en anchas copas y se ungen con los mejores aceites" (Primera lectura).

Fe – tiempo – eternidad. Pablo exhorta a Timoteo, hombre de Dios, creyente y cristiano auténtico, a huir de estas cosas. ¿Cuáles son esas cosas? La avaricia, el afán de riquezas, el apetito de dinero. Debe huir porque "nosotros no hemos traído nada al mundo y nada podemos llevarnos de él" (cf 1Tim 6,7 y ss.). Le exhorta después "a combatir el buen combate de la fe" en esta vida para poder alcanzar la eterna, en la que reina Jesucristo, el Rey de los reyes y el Señor de los señores. La fe es como la morada en la que el cristiano vive ya la eternidad en el tiempo y el tiempo en la eternidad. Porque vive la eternidad en el tiempo "corre tras la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia en el sufrimiento, la dulzura" (Segunda lectura). Porque vive el tiempo en la eternidad busca con sinceridad de corazón honrar y dar gloria a Dios. Amós, por su parte, nos enseña que existe una fe equivocada, una falsa confianza en el culto y en la religión, simbolizados en el monte Garizín y en el monte Sión, como si el culto, aisladamente, fuese suficiente para obtener la salvación. Nunca la fe religiosa producirá automáticamente la salvación, cuando con ella se cubren indignamente toda clase de injusticias y de desórdenes de la vida. En definitiva, la eternidad está asegurada únicamente para aquellos que viven una vida de fe, que actúa por medio de la caridad.

 

SUGEREncias PASTORALES

La riqueza, objeto de servicio. En el catecismo leemos: "Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano". Esta afirmación es "absoluta" y no está sometida al cambio de épocas o de mentalidad, al progreso técnico o a la globalización económica. Por otra parte, siempre ha habido en la historia humana diferencias en la posesión de bienes y recursos, siempre han existido y seguirán existiendo "ricos y pobres". Y, finalmente, no en pocas ocasiones estas diferencias provienen a causa de grandes injusticias que han atravesado toda la geografía de nuestro planeta. Ante estos tres factores, nosotros los cristianos tenemos una gran obra y misión que realizar entre nuestros hermanos, los hombres. La primera tarea, sin duda, es la de relativizar la riqueza. No es un dios, al que tengamos que rendir culto a expensas del pobre y del necesitado. Es un bien, pero no es el único ni el supremo. Un bien que está en nuestras manos, que nos ha sido dado por Dios a cada uno, pero que no es enteramente nuestro, es decir, que no podemos hacer con él lo que queramos, porque su destino es universal. Y con esto ya aparece la segunda tarea: "La riqueza nos ha sido dada para servir, no para dominar", y de este modo hacer más libres a quienes carecen de ella. La inclinación del hombre a dominar sobre los demás es ancestral y potentísima. Por eso, la riqueza –entre otras muchas cosas– puede ser peligrosa, porque es como una sirena, que posee el encanto del dominio y del poder. Como cristianos, seremos los primeros en vivir el evangelio de la pobreza. Seremos para todos un ejemplo y un reclamo de que el dinero o sirve al hombre o no sirve para nada, al menos a los ojos de la fe, a los ojos de Dios.

La avaricia, pecado contra la eternidad. El avaricioso sólo tiene ojos para el tiempo presente, que se imagina largo como los siglos. Quisiera meter la eternidad en el tiempo, pero se da cuenta de que es imposible. Y reacciona, haciendo caso omiso de ella, aferrándose más a la roca arenosa del presente. La avaricia, se puede afirmar sin lugar a dudas, es una pasión que anida en todo corazón humano. Acumular, querer poseer más, tener hambre de bienes y de medios, vivir con mayores comodidades, etc., no es ajeno a ningún mortal: cristianos o no cristianos, creyentes o ateos, sacerdotes, religiosos o laicos. No es que todo eso en sí mismo sea pecado, pero cuando la tendencia se convierte en pasión absorbente y la vida entera se cifra sólo en acumular, tener, vivir cómodamente, entonces el pecado de la avaricia ya te ha esclavizado. En efecto, por la avaricia el hombre peca contra la pobreza, porque su corazón, en vez de estar puesto en Dios su Bien supremo, se ha postrado ante el dios insaciable y efímero del dinero. Peca contra la pobreza, porque sus riquezas no le sirven para servir, sino para satisfacer una pasión. Peca contra el designio de Dios que ha dado a todos los bienes de este mundo un destino universal. Y ha dejado a los hombres de cada época y generación que lo lleven a cabo. ¿No tendremos muchos cristianos que realizar una verdadera "conversión" de pobreza evangélica? ¿No tendremos que librarnos de muchas ataduras y cadenas pecuniarias, que nos quitan libertad para vivir la autenticidad del Evangelio? ¿Lograré convencerme de que la pobreza de corazón es el corazón de la pobreza, y es manantial cristalino de paz y de fraternidad? ¡Pobre de corazón, y de vida, como la Madre Teresa de Calcuta, a fin de ser una bendición de Dios para los hombres!

 

Domingo Vigésimo Séptimo del TIEMPO ORDINARIO 7 de octubre del año 2001

Primera: Hab 1, 2-3; 2,2-4; segunda: 2Tim 1, 6-8. 13-14 Evangelio: Lc 17,

NEXO entre las LECTURAS

Parece evidente que el tema dominante en este domingo es la fe, ya que se menciona en las tres lecturas. Al final de la primera leemos: "El justo vive de la fe", frase que será recogida por Pablo y tendrá luego una enorme resonancia en la dogmática cristiana. Jesús en el evangelio se fija en la eficacia de la fe, incluso de la fe pequeña como un grano de mostaza. Finalmente Pablo exhorta a Timoteo a dar testimonio de su fe en Cristo Jesús y a aceptar con fe y con amor el mensaje transmitido por Pablo (Segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Vivir la fe en situación. El creyente, de cualquier época y lugar, no puede dejar de practicar su fe encarnándola en la vida. Fe y vida o se sostienen juntas o juntas se derrumban. Habacuc es un hombre de fe, que ve a su alrededor violencia, opresión, rapiña, discordia (asedio de Jerusalén por parte de los caldeos en el año 597 a. de C.). Ante esta situación odiosa y llena de dolor, ¿cómo reacciona este hombre de fe? Lo hace con dos grandes interrogantes, que llevan la doble y contrastante carga de la confianza en Dios y de la indignación ante el asedio y el mal. "¿Hasta cuándo, Yahvé? ¿Por qué?". ¿No es Dios el rey de los reyes y el señor de los señores? ¿Por qué tanta desgracia, tanta injusticia, tanta destrucción? ¿Por qué no interviene Dios ya, ahora? Preguntas que nacen de una situación, pero que valen para toda persona y para todos los tiempos. A lomos de la historia esos interrogantes se han clavado en el alma de los hombres de todas las latitudes, y en cierta manera, en el alma de todo hombre. Dios no deja sin respuesta las quejas confiadas de Habacuc. Primero le invita a la plena confianza con la que Dios contestará a sus preguntas, aunque no lo haga con la inmediatez con que el profeta lo esperaría: "Dios tiene escrita esa fecha en sus designios". Luego, a mantener una paciencia esperanzada, porque la respuesta "vendrá ciertamente, sin retraso". Finalmente, Dios asegura al profeta que el impío sucumbirá, mientras que el justo vivirá gracias a su fe-fidelidad.

Diversa es la situación de los discípulos que piden a Jesús: "Aumenta nuestra fe", como también la de Timoteo, responsable de la comunidad de Éfeso, que ha de ser el primero en aceptar la fe que Pablo le ha enseñado y dar testimonio de ella, incluso, si es necesario, con el martirio. Los discípulos, que conviven con Jesús, han visto la enorme "fe" de Jesús que hace eficaz su palabra y sus obras (curaciones, milagros). Ante esa fe gigantesca, la suya resulta insignificante y mínima. Por eso, piden que Jesús se la acreciente. La situación de persecución en que vive Timoteo y su comunidad pone a prueba su fe y su fidelidad al Evangelio. De ahí las palabras con que Pablo le exhorta. La dimensión histórica de la fe hay que tenerla en cuenta en el momento presente, como sucedió ya en el pasado. ¿Cómo vivir hoy, en nuestro ambiente, en el mundo actual, la fe de siempre?

Cualidades de la fe. En los textos litúrgicos es posible descubrir algunas de las cualidades que ha de poseer la fe vivida en situación. 1) Una fe basada en una profunda humildad. Después de que Jesucristo en el evangelio ha resaltado la potencia de la fe, pone de manifiesto que esa eficacia proviene de la convicción creyente de la propia pequeñez: "No somos más que unos pobres siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer". ¿Qué es lo que tenemos que hacer? Servir a Dios y hacer su voluntad. 2) Una fe esperanzada. Las tribulaciones, los sufrimientos, las desgracias no podrán disminuir en lo más mínimo nuestra espera y nuestra esperanza en la intervención de Dios. No hay que dudar, porque la acción de Dios llegará. ¿Cuándo? ¿Cómo? Hemos de dejar que Dios responda con plena libertad, con la seguridad de que todo lo hace con justicia y para bien de los que ama. 3) Una fe testimoniada. La fe es un don que Dios nos da, y es una tarea que Dios nos encomienda. Como tarea la hemos de realizar día tras día, en las circunstancias concretas, que a veces pueden ser arduas y difíciles. Una fe humilde, esperanzada y martirial, la necesitamos también los cristianos de hoy, en un ambiente muchas veces carente de fe, incluso hostil a ella.

 

SUGEREncias PASTORALES

¿Hasta cuándo? ¿Por qué? Estas preguntas acechan al hombre en momentos de peligro o de desgracia, tanto personal como colectiva. Sobre todo, cuando el peligro se abalanza sobre personas inocentes. Más todavía, si esas personas inocentes nos son conocidas o queridas. ¿Por qué ese accidente de tráfico en que, sin propia culpa, murieron dos amigos? ¿Por qué ese horrible cáncer, que va consumiendo inexorablemente la vitalidad del esposo o de la esposa? ¿Qué he hecho para que esa hija mía viva sumergida en el abismo de la droga? ¿Hasta cuándo tendré que soportar todos los sufrimientos físicos y morales que me produce este hijo minusválido? ¿Hasta dónde he de ser paciente ante el mal carácter y los malos tratos de mi esposo? ¿Por qué tengo esos dolores que me resultan inaguantables? Interrogantes que, para muchos, quedan en suspenso. Y entonces se toman decisiones equivocadas y tristes. "Es mejor morir a estar sufriendo tanto", y de ahí deriva el suicido o la eutanasia, que es eufemismo de: "Prefiero el divorcio a seguir siendo tratada injustamente", y te divorcias, en lugar de buscar soluciones alternativas mejores, aunque más exigentes, y principalmente más cristianas. "No vale la pena seguir creyendo. ¿Para qué?", y te rebelas contra Dios, y abandonas tu fe y tu práctica cristiana, porque Dios no se acomoda a tus gustos ni se deja manipular por tu voluntad.

Pero también hay muchos, cristianos y no cristianos, que escuchan en su conciencia una respuesta. La respuesta del humanismo, que ve en la aceptación resignada del sufrimiento y de la desgracia un camino áspero, a veces heróico, siempre noble, de humanización y elevación moral.

Está la respuesta cristiana, que eleva el dolor, la prueba, la angustia a un rango superior de redención, porque todo eso constituye la propia cruz, que se funde misteriosamente con la cruz salvadora de Jesucristo. ¿Cuál es tu respuesta personal e intransferible a tales interrogantes, que tarde o temprano todos nos planteamos?

La fe continúa haciendo milagros. Hay "pequeños milagros", ignorados, conocidos sólo por Dios, que se dan en la vida diaria de muchos cristianos, de tus vecinos, de los fieles de tu parroquia. El milagro del "perdón" sincero y franco. El milagro del "servicio" constante, abnegado, desinteresado, motivado únicamente por el amor cristiano. El milagro de la "consagración" al Dios de la belleza admirada por muchos, de la cuenta millonaria en el banco, de la libertad para hacer únicamente lo que Dios quiere. El milagro de la "fidelidad" a la palabra dada al momento de recibir el sacramento del matrimonio o del orden sacerdotal. El milagro de la "conversión" ante el testimonio de una persona amiga o ante una experiencia fuerte en una iglesia o en un santuario. Existen también hoy los "grandes milagros". Esos milagros que Dios sigue realizando por intercesión de sus santos, hoy igual que en el pasado, y que son requeridos para que un cristiano pueda ser beatificado o canonizado. Se dan igualmente "grandes milagros", que Dios hace por mediación de personas vivas, santas, y que no son públicos, porque la santidad es siempre discreta y a Dios le agrada más que esas gracias especiales queden dentro del círculo de los íntimos. Los pequeños y grandes milagros son todavía signos con los que Dios sacude nuestra conciencia, nos interpela, y desea seguir ofreciéndonos su salvación.

 

Domingo Vigésimo Octavo del TIEMPO ORDINARIO 14 de octubre del año 2001

Primera: 2Re 5, 14-17; segunda: 2Tim 2, 8-13 Evangelio: Lc 17, 11-19

NEXO entre las LECTURAS

"La obediencia de la fe" nos ayuda a leer unitariamente los textos de este domingo. Los diez leprosos se fían de la palabra de Jesús y se ponen en camino para presentarse a los sacerdotes, a fin de que reconocieran que están curados de la lepra (Evangelio). Naamán el sirio obedece las palabras de Eliseo, a instancias de sus siervos, sumergiéndose siete veces en el Jordán, con lo que quedó curado (Primera lectura). La obediencia de la fe hace que Pablo termine en cadenas y tenga que sufrir no pocos padecimientos (Segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

El poder de la obediencia. Los dos milagros de que nos hablan los textos destacan el poder de la obediencia. No hay gestos curativos ni de Eliseo ni de Jesús. No se mencionan fórmulas terapéuticas, dirigidas al enfermo, como sucede en otros relatos de milagros. Hay solamente un mandato. El de Eliseo a Naamán suena así: "Ve y báñate siete veces en el Jordán". A los leprosos Jesús les dice: "Id y presentaos a los sacerdotes". Tanto Naamán como los diez leprosos todavía no han sido curados, ni siquiera saben si lo serán. Pero se fían y obedecen. Y la fuerza de su confianza y de su obediencia hizo el milagro. La obediencia implica ya, al menos, un grado mínimo de fe en la persona a la que se obedece. Una fe que no está exenta de tropiezos y dificultades.

Esto es patente en la historia de Naamán. Él tenía otra concepción y otras expectativas sobre el milagro y sobre el modo de realizarse: "¡Saldrá seguramente a mi encuentro, se detendrá, invocará el nombre de su Dios, frotará con su mano mi parte enferma, y sanaré de la lepra!". Nada de esto se efectuó. Ni siquiera vio a Eliseo, pues el mensaje del profeta le llegó por un intermediario. Naamán estaba hecho una furia, y regresaba a su casa, habiendo perdida toda esperanza de curación. En el camino, persuadido por sus siervos, obedeció, se bañó en el Jordán y "su carne volvió a ser como la de un niño pequeño, y quedó curado". Naamán, por fin, se dio cuenta de que no son las aguas las que curan la lepra, sino el Espíritu de Dios que se sirve del Jordán, como de otros muchos medios, para hacer el bien y salvar al hombre.

Los diez leprosos, ante el mandato de Jesús, se pusieron en camino hacia el templo de Jerusalén. Tenían que caminar unos buenos kilómetros. Seguían siendo leprosos y... ¿cómo subir así hasta Jerusalén y presentarse a los sacerdotes? ¿No sería mejor esperar hasta constatar que estaban realmente curados? Vencieron estas dificultades y, en el camino sintieron que su carne se renovaba y quedaba sanada. La obediencia de la fe posee la potencia del milagro. ¿No es acaso también la obediencia de la fe la que hace que Pablo esté encarcelado por el Evangelio? ¿La que permite a Pablo soportar cualquier sufrimiento para que la salvación llegue a todos?

La "curación" integral. Naamán quedó curado de lepra, pero seguía enfermo de ceguera espiritual. Como hombre bien educado retorna a casa de Eliseo y le ofrece, en señal de agradecimiento, ricos regalos. Eliseo los rehúsa. Ahora, ante el hombre de Dios, comienzan a abrírsele los ojos sobre el verdadero Dios, hasta el punto de llegar a decir: "Tu siervo no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses más que a Yahvé". Algo semejante le sucede a uno de los leprosos al quedar curado. Nueve de ellos prosiguen su marcha hacia Jerusalén, se presentan al sacerdote y regresan felices a la casa familiar, olvidándose de Jesús e imposibilitando con ello el que Jesús les otorgue la salvación que él ha venido a traer a los hombres. El último, un samaritano, al verse curado, siente interiormente el impulso de volver a Jesús para agradecérselo. Se postra a sus pies en adoración agradecida. Y Jesús le concede no sólo verse libre de la lepra, sino también del pecado, de todo aquello que le impedía obtener la salvación. "Vete, tu fe te ha salvado". A Pablo el encuentro con Jesús en el camino de Damasco le ha abierto los ojos a la fe en Cristo, liberándole de su mentalidad estrictamente farisaica, de su odio a los cristianos, incluso de las mismas debilidades humanas, hasta el punto de soportar serenamente las cadenas de la prisión y de mantenerse firme en el seguimiento y anuncio del mensaje evangélico. Jesucristo en verdad es el gran médico de cuerpos y almas.

 

SUGEREncias PASTORALES

Razones para obedecer. Todo hombre, desde el nacimiento a la tumba, se pasa gran parte de la vida obedeciendo. Como hombres y como cristianos resulta provechoso que tengamos buenas razones para obedecer.

La obediencia agrada a Dios. Dios no es un extraño, es nuestro Padre. ¿Cómo no buscar agradarle?

Jesús, nuestro modelo, es un testigo supremo de obediencia. Obedeció a Dios en los largos años pasados en Nazaret, sometiéndose a sus padres. Obedeció a Dios durante su vida pública, teniendo como su alimento diario la voluntad de su Padre. Le obedeció hasta la muerte y tuvo una muerte de cruz.

El Espíritu Santo nos acompaña y fortalece interiormente, de modo que al obedecer no nos sintamos solos y débiles.

El "fiat" de María nos interpela en nuestra obediencia solícita, sencilla y constante a la vocación y misión que Dios nos ha confiado. El "fiat" generoso de María, que recordamos tres veces cada día, es un aguijón en la conciencia cristiana.

El carácter social del hombre y el carácter comunitario de la fe hablan por sí mismos de la necesidad de una organización, de una autoridad, y, por consiguiente, de la necesidad de la obediencia.

La obediencia, cuando se hace con fe y con amor, infunde una gran paz en el que obedece. El lema episcopal del Papa Juan XXIII lo pone de manifiesto: Oboedientia et pax.

La obediencia creyente y amorosa contribuye poderosamente a la maduración de la personalidad cristiana, que tiene como programa, por encima de todo, la voluntad de Dios. "Ante todas las cosas, tu Voluntad, Señor".

La experiencia y la prudencia que poseen los padres y educadores, al igual que la gracia propia que han recibido quienes detentan alguna autoridad en la Iglesia.

La eficacia que la obediencia proporciona a una institución civil o eclesiástica en la consecución de sus fines propios. De la unión y de la obediencia viene la fuerza.

Disensión y obediencia. El individualismo, tan acentuado hoy día, es una vía amplia que conduce fácilmente a la disensión en el seno de la familia, de la sociedad y de la comunidad eclesial. El disentir sobre cosas opinables, sin mucha importancia, pase. Pero el disentir habitual sobre aspectos fundamentales de la vida y de la fe, –y el hacerlo como un derecho inalienable del hombre–, constituye una osadía rayana en una cierta intemperancia intelectual o en una clara ignorancia supina. Es verdad que en ocasiones puede darse una disensión legítima, si surge después de una madura reflexión, con un sincero afán de búsqueda de la verdad, y si se manifiesta con discreción y por los cauces establecidos. A veces, sin embargo, se tiene la impresión de que hay gente que está a la caza de una declaración del obispo o del papa para casi automáticamente disentir de ella. La Iglesia no es una aglomeración de individuos, ni la razón es el único metro de la vida eclesial. ¿Por qué no elevarse por encima de todo ello, y obedecer la tentación de disentir por medio de una fe robusta y de una obediencia sencilla y eclesial? ¡El Reino de Cristo ganaría credibilidad en el concierto de los hombres! ¡Y sobre todo seríamos mejores cristianos!

Domingo Vigésimo Noveno del TIEMPO ORDINARIO 21 de octubre del año 2001

Primera: Ex 17, 8-13a; segunda: 2Tim 3, 14 - 4,2 Evangelio: Luc 18, 1-8

NEXO entre las LECTURAS

"Todo es don" en el mundo de la fe. Como don no tenemos derecho a él, sino que hemos de pedirlo humildemente en la oración. Así la viuda de la parábola no se cansa de suplicar justicia al juez, hasta que recibe respuesta (Evangelio). Por su parte, Moisés, acompañado de Aarón y de Jur, no cesa durante todo el día de elevar las manos y el corazón a Yavéh para que los israelitas salgan vencedores sobre los amalecitas (Primera lectura). Mediante el estudio y la meditación de la Escritura, "el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena" (Segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Orar para recibir. Como en la vida espiritual todo es don, nada se puede recibir sin la oración humilde y constante a Dios. Con ella se abre la puerta del corazón de Dios de un modo invisible, pero real y eficaz. "Sin mí no podéis hacer nada". "Todo es posible para el que cree", para el que ora con fe. Dios es tan bueno que, incluso sin orar, recibimos muchas cosas de él. Lo que ciertamente resulta infalible es pedir a Dios lo que Jesús nos enseña a pedir y en el modo en que nos lo enseña. La viuda de la parábola sufre de la injusticia de los hombres; sólo el juez puede hacerle justicia, y por eso le persigue día tras día hasta conseguirla. Traduciendo la parábola en términos reales, Dios juzgará, con toda seguridad, las injusticias humanas. Si elevamos a Dios nuestra súplica, él nos escuchará y responderá a nuestra plegaria. Si Moisés, Aarón y Jur no hubiesen rogado a Yavéh por la victoria de Israel sobre los amalecitas, ¿la habrían obtenido? La oración, más que la espada, consiguió la victoria. El cristiano orante ha sido "dotado" por Dios, como Timoteo, para realizar bien sus tareas: el conocimiento de las Escrituras, la fidelidad a la tradición recibida, el anuncio del Evangelio. De este modo, los textos litúrgicos de este domingo dan un valor extraordinario a la oración, como elemento constitutivo de la ortopraxis y como fundamento del progreso espiritual y de toda victoria en las luchas diarias de la fe.

Hay que orar para recibir, pero también para dar según el don recibido. El don de Dios estará acompañado por la acción del hombre, basada en el don mismo. La victoria es de Dios, pero no sin que el hombre ponga los medios para la acción divina eficaz. Sin la espada de Josué no hubiese habido victoria, pero la sola espada, sin la intervención de Dios, hubiese terminado en derrota. Sin el esfuerzo de Timoteo por ser primeramente buen judío y luego buen discípulo de Pablo, Dios no hubiese podido "dotarle" para llevar a cabo la misión de dirigente de la comunidad de Éfeso. Como en la persona de Jesús lo humano y lo divino se unen inseparablemente, pero sin confundirse, de igual manera en la vida espiritual del cristiano lo divino y lo humano convergen, manteniendo su identidad, en un único resultado. Eliminar uno de los términos conduce a una mutilación mortal, a no ser que se interponga una acción extraordinaria de Dios.

Rasgos del orante. 1) El rasgo más sobresaliente en los textos es la constancia en el orar. Sin esa constancia ni la viuda hubiera logrado que se le hiciera justicia, ni el pueblo de Israel que los amalecitas fueran vencidos. Una constancia que, en nuestra mentalidad, hasta nos puede parecer inoportuna, pero que a Dios le agrada y conmueve. Una constancia que puede ser exigente, incluso dura, y requerir no poco esfuerzo, como en el caso de Moisés, pero que Dios bendice. 2) El orador suplica porque tiene conciencia muy clara de su necesidad y de su propia impotencia para responder por sí mismo a ella. La distancia entre la poquedad del orador y la necesidad que le apremia, sólo Dios puede colmarla. El pueblo de Israel sentía urgente necesidad de derrotar a los amalecitas, sin lo cual no podrían llegar hasta la tierra prometida, pero a la vez sabían que eran poca cosa para empresa de tal tamaño. Tendrán que acudir a Yavéh para arrancar de él la victoria anhelada. 3) El orador tiene que ser un hombre profundamente creyente. Si no se tiene fe en lo que se pide, ¿para qué entonces sirve la oración? ¿No es acaso hacer de la oración una pantomima? O se ora con fe o mejor dejar de una vez por todas la oración. La disminución o el aumento de la oración es correlativa del aumento o la disminución de la vida de fe.

SUGEREncias PASTORALES

Oración y acción, reflexión y lucha. Ya san Benito enseñaba a sus monjes: Ora et labora. "Ni ores sin trabajar, ni trabajes sin orar". Desde entonces está claro que no estamos hablando de dos caminos, sino de un único y solo camino en el que se entrecruzan la oración y la acción, la reflexión y la lucha diaria. En la iglesia se ora, pero activamente, metiendo en la oración los trabajos y las preocupaciones del día. En la oficina, en el campo, en la fábrica, en la casa se trabaja, pero metiendo en el trabajo a Dios, porque "Dios está entre los pucheros", como decía acertadamente santa Teresa de Ávila. El hombre, por tanto, no reparte su vida diaria o el domingo, por un lado, en horas de trabajo y, por otro, en ratos de oración. Digamos mejor que, cuando ora, está trabajando pero de otra manera, y, cuando trabaja, está orando, pero de diferente modo. Así el cristiano experimenta y mantiene una grande armonía interior, dejando al margen toda división innatural, rechazando decididamente cualquier forma de ruptura y desarmonía. Porque hoy en día, efectivamente, hay peligro de caer en la herejía de la acción, porque son muchas las tareas y pocos los hombres y el tiempo para realizarlas. ¿No hay párrocos quizá tentados por esta sutil herejía, por esta sirena que halaga sus oídos con música de una acción febril que no deja espacio ni tiempo para Dios? Hoy con menos frecuencia, pero también pueden los cristianos ser tentados por la herejía del quietismo, ese dejar que Dios haga todo sumergiéndose en una piedad misticoide, pasiva e infecunda. Ni una ni otra son posturas propias de un verdadero cristiano. Hagamos un esfuerzo por mantener el fiel de la balanza entre la reflexión y la lucha, entre la acción y la oración.

Diversos modos de orar. La Iglesia nos enseña que hay diversos modos de orar. 1) La oración vocal. La oración para que sea auténtica nace del corazón, pero se expresa con los labios. Por eso la más bella oración cristiana es una oración vocal, enseñada por el mismo Jesús: el padrenuestro. Los evangelios en diversas ocasiones narran que Jesús oraba y, en algunas de ellas, nos ofrecen las oraciones vocales de Jesús, por ejemplo, en la agonía de Getsemaní. La oración vocal es como una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu, y experimentamos la necesidad de traducir en palabras nuestros sentimientos más íntimos. La oración vocal es la oración por excelencia de la multitud, por ser exterior y a la vez plenamente humana. Hay en la Iglesia bellísimas oraciones vocales, que aprenden los niños en la catequesis y que alimentan nuestra vida de fe a lo largo de toda la vida: además del padrenuestro, el avemaría, el "gloria al Padre", el credo, la salve regina. Oraciones que alimentan la piedad de los cristianos desde el inicio de la vida hasta su término natural. 2) La oración mental o meditación. El que medita busca comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse a lo que Dios quiere. Por eso, se medita sobre las Sagradas Escrituras, sobre las imágenes sagradas, sobre los textos litúrgicos, sobre los escritos de los Padres espirituales, etcétera. La oración cristiana se aplica sobre para meditar "los misterios de Cristo" para conocerlos mejor, y sobre todo para unirse a Él. Cuando se logra esta unión con Jesucristo, ya la oración se hace contemplativa y el ser entero del orador se siente transformado por la experiencia espiritual y profunda del Dios vivo. Contemplación, que no está exenta de pruebas ni de la noche oscura de la fe.

 

Trigésimo Domingo del TIEMPO ORDINARIO 28 de octubre del año 2001

Primera: Sir 35, 12-14.16-18; segunda: 2Tim 4, 6-8.16-18 Evangelio: Luc 18, 9-14

NEXO entre las LECTURAS

Los términos "justicia y oración" resumen bien las lecturas de hoy. En la parábola evangélica tanto el fariseo como el publicano oran en el templo, pero Dios hace justicia y sólo el último es justificado. El Sirácida, en la primera lectura, aplica la justicia divina a la oración y enseña que Dios, justo juez, no tiene acepción de personas y por eso escucha la oración del oprimido. Finalmente, san Pablo confía en Timoteo manifestándole sus sentimientos y deseos más íntimos: "Me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo juez" (Segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

Actitudes del orador ante Dios. La oración, que es una relación entre personas que se aman, interesa tanto al orador como a la persona a la que se dirige el temblor de la plegaria. Fijemos la atención en el orador que está ante Dios. ¿Cuáles son las actitudes de éste que en la liturgia de hoy hallamos dibujadas?

1) Se agradece a Dios el no ser como los demás. Quien así ora no puede ser sino un sectario, alguien para quien los demás son todos menos los de su grupo. Alguien para quien los que no son como él son malos, dignos de reprobación y de condena. Quien ora así muestra que no le domina el Espíritu de Dios, sino el espíritu de partido. ¡Cuánto desprecio en esa individuación de "los demás": "éste publicano"! ¿Cómo es posible agradecer a Dios algo que va contra el mismo designio de Dios? El hombre que así ora, cualquiera que sea, no puede ser escuchado por Dios. Dios no toma partido por unos cuantos, para Él todos son sus hijos.

2) Se agradece a Dios los propios "méritos". En primer lugar, lo que él no es y que los demás son. Como si dijese: "Los demás son ladrones, yo no; los demás son injustos, yo no; los demás son adúlteros, yo no". Bajo esos tres nombres, que tienen que ver con el quinto, sexto y séptimo mandamiento, se resumen todos los preceptos negativos que un judío considerado piadoso tenía de cumplir. Los demás podrían pecar, podrían inclumplir alguno de esos preceptos, pero un fariseo, jamás. ¡Esa es la gloria del fariseo: cumplidor de la Ley hasta el último detalle! Agradecer a Dios la propia gloria, ¿no es como una especie de contradicción? Pero además el fariseo cumple también con todos los preceptos así llamados "positivos" sea que estén tomados de la Torah, o que provengan de la tradición de la secta de los fariseos. Así el ayunar forma parte de los preceptos de la Torah, pero hacerlo dos veces por semana (lunes y jueves), es propio de los fariseos. Igualmente, pagar el diezmo es una exigencia de la Ley, pero pagarlo sobre todo lo que se compra en el mercado, es una norma adicional de la propia secta farisaica. En su conciencia, el fariseo orador no tiene pecados, sólo "méritos". No agradece beneficios recibidos, sino méritos adquiridos. Pero entonces, ¿qué tipo de oración es esa?

3) Se reconoce uno a sí mismo pecador. ¿Quién puede, por muy fariseo que sea, reconocerse justo ante Dios? Esta es la actitud del publicano, y debería ser la del fariseo, y tiene que ser la de todos. Hay un detalle en el texto griego, que pasa desapercibido en las traducciones, y que me ha conmovido: "Ten piedad de mí, EL pecador". Por un lado, acepta la equiparación que los judíos del tiempo de Jesús hacían entre publicano y pecador. Y por otro lado parece reconocer que él, como publicano, es el pecador par excelence. Con ese grado de humildad y de arrepentimiento, se asegura que Dios oiga su oración.

Dios, juez del orador. Hay algo que impresiona en los textos litúrgicos del día de hoy. Al decirnos la actitud de Dios ante el orador, subraya la de juez. No se excluye que Dios sea Padre, pero es un padre que hace justicia. Hace justicia a quien ora con la actitud adecuada, como el publicano, y lo justifica; y hace justicia a quien ora con actitud impropia, como el fariseo, que sale del templo sin el perdón de Dios, porque, por lo visto, no lo necesitaba. Dios es un juez que no tiene acepción de personas, y por eso escucha con especial atención al orador que le suplica en su opresión. Su oración "penetra hasta las nubes" (Primera lectura), es decir hasta allí donde Dios mismo tiene su morada. Dios juzga al orador según sus parámetros de redentor, y no conforme a los parámetros del orador o de otros hombres. En la respuesta a éste Dios no actúa por capricho, sino para restablecer la "equidad", la justicia. Por eso, la corona que Pablo espera no es fruto del mérito personal, sino justicia de Dios para con él y para con todos los que son imitadores suyos en el servicio al Evangelio (Segunda lectura).

 

SUGEREncias PASTORALES

Sólo a Dios la gloria. Este domingo es una buena ocasión para examinar nuestra actitud cuando oramos. Porque puede suceder que, sin saberlo y sin quererlo, estemos orando "al estilo del fariseo". Rezo porque me lleva a la iglesia la esposa o la novia, pero estoy ante el Santísimo o ante una imagen de la Virgen más que orando, rumiando en mi interior mis preocupaciones o mis proyectos. O hablo con Dios, no tanto porque sienta necesidad de Él, sino porque necesito de todas, todas desahogarme. O voy a una casa de ejercicios espirituales o de retiro, o hago "turismo religioso", que parece que se está poniendo de moda, no tanto para rezar, sino para lograr una cierta armonía interior, para arrancar del alma el estrés. O muchas veces voy a la Iglesia, más que para encontrarme con Dios, para encontrarme con mis amistades; más que para alabar y dar gloria a Dios, para mantener mi reputación de buen católico, de persona que cumple con Dios. Recordemos: rezar es conectar con Dios. Y con Dios sólo se conecta, si se es humilde. Si en mi humildad bendigo a Dios, le agradezco su perdón y misericordia, le suplico por las necesidades espirituales y materiales propias y también por las de los hombres, entonces Dios prestará oídos a mi oración. Nuestra oración será del agrado de Dios, si buscamos su gloria y sólo su gloria. "A Él el honor y la gloria por los siglos de los siglos".

La oración del corazón. En la oración interviene todo el ser humano: su cuerpo y su espíritu, su inteligencia y su voluntad, sus gestos y posturas como sus actitudes profundas. Pero, sobre todo se reza con el corazón. De los labios del orador tienen que brotar las palabras que han nacido primero en su corazón. La postura de su cuerpo ha de ser un reflejo de la postura con que está delante de Dios en la intimidad de su alma. Los pensamientos, los afectos, las mociones interiores, las decisiones, para que verdaderamente sean de un hombre o una mujer orador, han de tener su manantial más puro en el espíritu humano, habitado por el Espíritu Santo, maestro de la oración auténtica. Con el corazón no se señala la afectividad humana, sino todo el mundo interior, ese sagrario intocable en el que se encuentra consigo mismo, se expone a la verdad de Dios, y le declara con humildad su indigencia, su pecado, su arrepentimiento, su amor. Tenemos de cuidar la oración del corazón en las oraciones vocales, para lograr que no se conviertan en algo rutinario, en un sonniquete tantas veces oído que nos deja igual. Hemos de cuidar la oración del corazón cuando meditamos, para conseguir que nuestra meditación no sea una mera especulación, por muy elevada que ésta sea; o una reflexión interesante y bella sobre la vida o sobre el mundo, sin que llegue a "mi vida" y "mi mundo"; o un monólogo en el que yo me hablo y me respondo, sin dejar lugar a la escucha silenciosa y atenta de la voz de Dios. Oremos a corazón abierto, para que Dios nos escuche igualmente con su corazón de misericordia y de amor.

 

MENSaje DOCTRINAL

Bienaventuranzas... y santidad. Los ocho tipos de personas que son llamados dichosos y bienaventurados son, con la máxima propiedad, los santos. Por eso, en lugar de decir "bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz y los perseguidos por causa de la justicia", bastaría con haber dicho "bienaventurados los santos". Porque cada una de esas categorías de personas son expresión y, por así decir, camino de santidad. Los pobres de espíritu son los santos, porque su verdadera riqueza es Dios. Santos son los mansos, porque la mansedumbre o humildad es la actitud propia de los hombres ante el Creador y Señor. Santos son igualmente los que lloran, porque son lágrimas de arrepentimiento por los propios pecados y por los de los hombres, sus hermanos. ¿Quién más además de los santos tiene hambre y sed de justicia, es decir, hambre y sed de que Dios justifique y salve a la humanidad entera? Los santos son los más misericordiosos del mundo porque ejercitan la misericordia con los más desgraciados de la tierra, que son los pecadores. Los limpios de corazón son los santos, porque su corazón y sus pupilas han sido lavadas con la sangre del Cordero para que vean con claridad divina las cosas del cielo y las de la tierra. Los santos son quienes más trabajan por la paz, o sea, porque se den en la sociedad humana aquellas condiciones que favorezcan la concordia entre los pueblos, y sobre todo el desarrollo y progreso humano y espiritual. Los perseguidos por causa de la justicia, ¿qué otro nombre tendrán que tener sino el de santos, mártires cuya vida ha sido santificada en la soledad de la cárcel o en el patíbulo de una cámara de gas? Muchos son los caminos que Dios ha abierto a los hombres con su Evangelio, pero la meta es siempre la misma: la santidad. Una sola santidad, o mejor dicho UN SOLO SANTO, JESUCRISTO, y muchas maneras de pronunciar y confesar su nombre con la vida. "Bienaventurados los santos, porque de ellos es el Reino de los cielos, de ellos es la fecundidad espiritual en la tierra". Del santo es de quien se puede decir con mayor propiedad que estando en la tierra vive ya en el cielo, y, llegando al cielo, no dejará de estar muy presente sobre la tierra.

Amor... y santidad. La santidad es la precipitación de un encuentro de amor entre Dios y la criatura. "Dios es amor", hemos leído en la segunda lectura. Siendo Dios el principio de todo lo creado, su amor no puede ser sino fecundo, amor de Padre. Puesto que Dios es Padre, la mayor maravilla que ha podido acontecer al hombre es ser hijo de Dios. Y su mayor grandeza no será otra sino el vivir como tal, siguiendo las huellas del Hijo encarnado. El amor de Dios otorga al hombre la capacidad y la fuerza espiritual para ser santo. El amor del hombre a Dios pone en acción la capacidad recibida y la fuerza para la santificación. En esta acción, reacción de amor, Jesucristo es el caso único y el portaestandarte. Caso único porque sólo él es Hijo de Dios en sentido estricto, los demás somos hijos del Hijo en cuanto el Padre ve en el hombre el reflejo de su Hijo. Portaestandarte porque los hombres santos no hacen otra cosa sino mirar a Cristo, Camino, Verdad, y Vida y seguir sus huellas. Al venir Jesucristo a este mundo le hemos dado nuestros ojos para que con ellos vea al Padre, aunque sea de un modo opaco e imperfecto. Al pasar nosotros la puerta de la eternidad, Jesucristo nos dará los suyos para que ya no veamos al Padre ensombrecido, sino como realmente es. "Veremos a Dios tal como es" (Segunda lectura). En la relación amor-santidad se ha de mencionar el infinito número de llamadas, a que hace referencia la primera lectura tomada del Apocalipsis. No doce, como las tribus de Israel, sino doce por doce, juntando así las tribus de Israel y los Doce apóstoles de Jesucristo: los judíos y los cristianos. Pero además, no sólo 144 sino éstos multiplicados por mil, es decir, la entera humanidad. Sí, Dios quiere que la humanidad en su totalidad sea santificada por el amor y la gracia, y así tenga acceso al eterno destino de felicidad en el cielo. El número 144.000 no es un número reductivo, sino símbolo del universo humano.

 

SUGEREncias PASTORALES

La doxología de una vida santa. "Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos": ésta es la doxología que resuena sin cesar en labios de los santos del cielo. Esta doxología la hemos de pronunciar aquí en la tierra, de manera particular, los cristianos mediante una vida santa. Una doxología con la que manifestamos nuestra felicidad y nuestro agradecimiento a Dios. Somos felices en medio del sufrimiento, y alabamos a Dios. Somos felices, aunque a los ojos de los hombres no nos vaya bien, porque intuimos en ello la sabiduría divina. Somos felices, viviendo en la pobreza y en la falta de poder, y agradecemos a Dios las muestras de su providencia sobre nosotros. Somos felices, por más que la enfermedad nos tenga postrados e inutilizados, para que Dios sea glorificado en nuestra carne enferma y haga más patente el poder de su resurrección. Somos felices, porque estamos en paz con Dios y con nuestra conciencia, porque creemos en la victoria de la gracia sobre el pecado, porque buscamos únicamente la voluntad y la gloria de Dios. La ganga de felicidad que vende el mundo al por mayor, pero que dura lo que la flor de un día, y que recibe nombres efímeros como diversión, pasatiempo, placer, alborozo, jarana, contento y otros semejantes, son sólo partículas, átomos de felicidad. Nosotros reservamos el nombre de felicidad para algo más grande: la posesión y el amor de Dios, iniciado aquí en la tierra y que tendrá su culminación en el cielo. Esta doxología de una vida santa se puede cantar, aquí en la tierra, o en cualquier parte: en la iglesia y en la casa, en la oficina y en el gimnasio, en la montaña y en la playa, etcétera. Sólo hemos de tener en cuenta el consejo de san Agustín: Cantate ore, cantate corde; cantate semper, cantate bene: "cantad con los labios, cantad con el corazón; cantad siempre, cantad bien".

Comunión con los santos del cielo. La Iglesia, con la fiesta de todos los santos, celebra a todos los difuntos que ya gozan definitivamente y para siempre del amor a Dios y del amor a los hombres y entre sí. Tenemos la certeza, por otra parte, de que si vivimos en la gracia y amistad con Dios ya somos santos aquí en la tierra. Existe por tanto una comunión de los santos. Es decir, los santos del cielo están unidos a nosotros, se interesan por nosotros, iluminan nuestra vida con la suya, interceden por nosotros ante Dios. Todos podrían decir, como Teresa de Lisieux: "Me pasaré en el cielo haciendo el bien a la tierra". Yo quiero, sin embargo, referirme especialmente a la comunión de los santos de la tierra con los santos del cielo. Son nuestros hermanos mayores, que nos han precedido en la llegada a la meta y que anhelan que toda la familia vuelva a reunirse en la eternidad. Son las estrellas de nuestro firmamento que nos iluminan en la noche, no con luz propia, sino con la que han recibido del Sol Invicto, que es Cristo. Son modelos, por así decir caseros, que nos acercan de alguna manera una virtud o un aspecto de la plenitud de perfección y santidad que es Jesucristo. ¿No habrá que renovar y vitalizar nuestra comunión con los santos del cielo? Hoy es un buen día para hacerlo.

Dia de Todos los FIELES DIFUNTOS 2 de noviembre del año 2001

Primera: Is 25, 6-9; segunda: Rom 5, 5-11 Evangelio: En 6, 37-40

NEXO entre las LECTURAS

"Muerte y vida" son las dos palabras en que es posible sintetizar la liturgia en honor de todos los difuntos. En el evangelio Jesús se ofrece como pan de vida y habla de que el Padre quiere que todos tengan vida eterna. Isaías pone ante nuestros ojos el festín de la vida, en el que Dios destruirá la muerte para siempre y secará las lágrimas de todos los rostros (Primera lectura). Y san Pablo en la carta a los Romanos afirma que "Dios nos ha mostrado su amor haciendo morir a Cristo por nosotros cuando aún éramos pecadores" (Segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

Hambre de Dios, sed de vida eterna. El hambre y la sed acompañan al hombre en su peregrinación terrena desde la cuna a la tumba. No pensemos solamente en el hambre de pan o en la sed de agua. Hay que reconocer que el hombre desde que nace es un hambriento de Dios y un sediento de vida eterna. Su naturaleza espiritual y su vocación de imagen de Dios agitan su ser entero en un anhelo constante de su Origen y de su Destino. En Jesucristo satisface el hombre su hambre de Dios, porque Él es el pan bajado del cielo con que Dios Padre alimenta a sus hijos: Pan de la Palabra hecha Escritura Sagrada, Pan de la Eucaristía convertido en cuerpo y sangre del mismo Dios. Y el Espíritu Santo es quien sacia su sed de vida eterna, porque Él es el agua viva que Cristo nos da para que no volvamos a tener sed. Ya en esta vida Dios sacia nuestra hambre de Dios y nuestra sed de vida eterna, pero sólo de modo limitado y bajo la tentación de buscar satisfacer nuestra hambre y sed no en Dios sino en las criaturas. Sólo tras la muerte Dios será nuestro único Pan y nuestra única Agua, nuestro verdadero alimento y bebida para siempre. Precisamente la primera lectura exalta el festín de la vida que Dios ha preparado en Sión para todos los pueblos, festín que prefigura el banquete en la Jerusalén celeste, cuando Jesucristo haya vencido a todos sus enemigos, a la misma muerte, y haya entregado el Reino a su Padre. La muerte se nos presenta, de esta manera, como invitación al banquete de la vida, cuyo anfitrión es el mismo Dios. A decir verdad, no es la vida la que desemboca en la muerte, sino más bien ésta es la que desemboca en la vida. Solemos hablar de "vida y muerte", pero la liturgia de hoy nos conduce a cambiar el orden y preferir "muerte y vida ", porque es la vida quien sale victoriosa del duelo con la muerte; porque el banquete al que Dios nos invita no es un banquete fúnebre, sino un banquete para celebrar la vida.

La muerte, prólogo al libro de la vida. Durante el puñado de años de la existencia, el hombre se afana en la búsqueda. Es un eterno buscador. Busca ser amado y amar; busca saber, ciencia, poder; busca fama; busca la verdad y la vida; busca a Dios. Si busca con sinceridad y constancia, encontrará Aquello y Aquel que busca en todo lo que busca. Encontrará a Dios, encontrará la vida. No cabe duda de que la vida del hombre es una eterna búsqueda. Pero, ¿qué es la muerte sino el momento en que la búsqueda termina y comienza el encuentro definitivo con Dios, con nosotros mismos, con la verdad y la vida? Tener vida eterna, ¿no es ésta la suprema y última aspiración de todas las búsquedas del hombre, incluso por caminos tortuosos, insensatos, en dirección opuesta de Aquel que busca? ¿No es también el último y máximo regalo que Dios quiere dar personalmente a cada uno de los hombres?

"Mi Padre quiere –leemos en el evangelio– que todos los que vean al Hijo y crean en él, tengan vida eterna, y yo los resucitaré en el último día". Por eso, la muerte, que condensa en sí nuestra existencia efímera, bien puede considerarse solamente como un breve prólogo al libro de la vida.

De la Pascua de Cristo nos viene la luz. Las reflexiones precedentes encuentran su marco más propio en el misterio de la muerte de Cristo, a quien el Padre resucitó de entre los muertos, y que nos hace participar de su vida. Imaginemos la muerte de Cristo como el gran océano en el que se recogen todos los muertos de la historia, y la resurrección como el nuevo Paraíso preparado por Cristo resucitado para todos los que han sido iluminados por su Luz. La vida de la que nos habla la liturgia no es solamente la inmortalidad del alma (exigencia de su naturaleza espiritual), sino más bien y mucho más la participación en el alma y en el cuerpo de la vida de Cristo resucitado. La luz del misterio del Hijo de Dios, Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros, para arrancarnos de la muerte y hacernos partícipes de la vida, ilumina de modo completamente único la vida terrena, el término de la misma con la muerte, y el inicio gozoso de una vida sin fin en la compañía de Dios y de todos los santos.

 

SUGEREncias PASTORALES

Una visión más cristiana de la muerte y de la vida. Un cierto materialismo y horizontalismo se nos ha metido en el alma de todos, sobre todo en los dos últimos siglos. Decimos que la muerte es el fin de la vida, pero quizá olvidamos que es la aurora de una nueva vida. Cuando hablamos de la vida nos referimos a la existencia terrena, tal vez porque la "otra vida" no forma parte de nuestras categorías mentales o porque estamos tan bien instalados en ésta que tendemos a no pensar en su fugacidad y en su momento final. Vida no es solamente un término temporal, sino que pertenece también al lenguaje de lo eterno. Es posible que sintamos necesidad de ir aprendiendo ese lenguaje de lo eterno e ir ejercitándolo, no sea que al pasar a la otra orilla de la vida nadie nos entienda, con el inconveniente de que allí no hay intérpretes. Un día como hoy es un momento precioso para remozar nuestros conceptos y nuestra mentalidad, de manera que abramos más nuestro corazón a las realidades que nos esperan después de la muerte. "La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo", rezamos en el prefacio de difuntos. Y santa Teresa del Niño Jesús exclamaba: "Yo no muero, entro en la vida". Un tiempo propicio para la catequesis sobre la resurrección de la carne y sobre la vida eterna a partir de las páginas que el catecismo de la Iglesia dedica a estos temas (CIC 988-1060).

Orar por los fieles difuntos. En la recomendación del alma a Dios la Iglesia habla al moribundo con una dulce seguridad: "Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y santos". Eso es lo que deseamos de todo corazón para el moribundo, y eso es lo que pedimos a Dios cuando por ellos rezamos, una vez que han muerto. A nuestros difuntos nos unen los lazos de la sangre y de la fe, por eso les seguimos queriendo y deseando su bien mediante nuestras oraciones. La Iglesia, como madre de todos los cristianos, intercede diariamente en cada santa misa por los difuntos: "Acuérdate también de nuestros hermanos que durmieron con la esperanza de la resurrección y de todos los difuntos: admítelos a contemplar la luz de tu rostro" (Plegaria eucarística, II). Oremos por ellos con corazón fraterno, pues son nuestros hermanos en la fe, que nos preceden en el camino hacia la eternidad. Oremos por ellos con sinceridad y humildad de corazón, para que nuestra intercesión por ellos ante Dios sea escuchada y puedan definitivamente "estar siempre con el Señor".

 

Domingo Trigésimo Primero del TIEMPO ORDINARIO 4 de noviembre del año 2001

Primera: Sab 11, 22- 12, 2; segunda: 2Ts 1, 11 - 2, 2 Evangelio: Lc 19, 1-10

NEXO entre las LECTURAS

El amor de Dios embarga cada página de la Biblia y de la liturgia cristiana. En los textos del presente domingo resaltan de modo especial. El amor de Dios a todas las criaturas, porque todas tienen en el amor de Dios su razón de ser (Primera lectura). El amor de Dios por todos los hombres, sin distinción alguna, porque todos son sus hijos (Evangelio). El amor de Dios hacia los cristianos, "para que el nombre de Jesús sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo" (Segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

La aventura del amor divino. Desde el momento mismo en que Dios inició su obra creadora, dio comienzo para él la aventura del amor. La aventura maravillosa de ser correspondido en el amor. Pero también la aventura del riesgo del amor, del rechazo del amor, de la incomprensión del amor, del rostro doloroso del amor. "Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste, pues si algo odiases, no lo habrías creado", dice la Sabiduría. Pero, ¿no da la impresión de que los cataclismos y las catástrofes naturales de nuestro planeta se rebelan contra el gobierno soberano del amor? "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abrahám", dice Jesús en el evangelio. Pero, y las demás "casas" de publicanos, ¿aceptarán el amor? Y las demás casas de los ricos, ¿se convertirán, como Zaqueo y su casa, al amor de Dios? Dios nos ha llamado a la vocación cristiana, para ser glorificado en nuestras vidas; pero, ¿realmente nuestras vidas son la gloria del amor? El amor de Dios, en su aventura histórica, en cierto modo está sometido a la gran ley, creada por Dios y que él respeta, del libre albedrío. Y así será hasta el final de los tiempos. Esos tiempos últimos, cuyo final nos resulta totalmente desconocido, y que hacemos bien si lo dejamos confiadamente en el sagrario del corazón de Dios, que siempre quiere lo mejor para sus hijos. No queramos escrutar ansiosamente el misterio que se nos escapa y sobrepasa nuestras capacidades de conocimiento. ¡Vigilantes, sí, pero serenos! Entonces sí, tras el telón final de la historia, la aventura del amor de Dios habrá terminado. El amor de Dios será entronizado en los cielos y los hombres adorarán eternamente la triple faz del Amor.

Un amor sin fronteras. Así es el amor de Dios. No tiene la frontera del tiempo, porque Él ama en el tiempo y antes del tiempo y más allá del tiempo. No tiene la frontera del espacio, porque Él ha creado el espacio y lo ha llenado con obras surgidas únicamente de su amor: el cielo, la tierra y cuanto en ellos habitan (Primera lectura). No está limitado por la frontera de la edad, de la condición social o económica, del estado de vida de los hombres, porque lo que más cuenta para Dios es que todos son imagen suya y a todos los ama como a hijos. Dios no ama al ciego de Jericó porque es pobre (Lc 18, 35-43) ni a Zaqueo porque es rico, sino porque ambos son sus hijos. Para Dios no cuentan esas barreras que tanto cuentan no pocas veces para los hombres. Dios no ama por "méritos", sino en total libertad. Tampoco está coartado Dios en su amor por la barrera del pecado. Los hombres somos pecadores, Zaqueo es un pecador público. Eso no importa. El pecado no es por así decir una derrota del amor, sino ocasión para que el amor de Dios se manifieste con nuevo resplandor. ¿Y acaso podrán ser nuestras preocupaciones, nuestros temores, nuestros pensamientos sobre la "inminencia" del "fin de la historia" una muralla infranqueable del amor de Dios? Deus semper maior. Dios está por encima de todos los límites que los hombres podamos poner a su amor. También Dios es más grande y está más allá de la muerte, ese monstruo en cuyo territorio parece que ni siquiera el amor de Dios tiene acceso. Dios es "amigo de la vida" (Primera lectura) o, en una traducción quizá más fiel, "autor de la vida". A Él la muerte no le infunde temor como a nosotros, pobres mortales, pasa su barrera y la destruye, para que los hombres, sus hijos, vivan para siempre. Realmente, para Dios la frontera del amor es el amor sin frontera.

 

SUGEREncias PASTORALES

Ojos para amar. La realidad se mira de modo muy diverso cuando se tienen ojos para el amor o cuando no se tienen. ¡Ojos para amar a Dios en la grandeza y el esplendor del firmamento! Puedo contemplar una estrella en una noche de primavera con el ojo escrutador del científico que indaga sobre su distancia de la tierra, los años que tiene o el material de que está compuesta. Y puedo contemplarla con el ojo simple de quien descubre en ella un reflejo de la belleza de Dios, un regalo de Dios en esa encantadora noche primaveral. ¡Ojos para ver el amor de Dios en el poder y belleza de la naturaleza! Esa naturaleza que revive después del invierno y que resucita. Esa naturaleza mediante la cual Dios recuerda al hombre la ley de la renovación permanente y le reclama su vocación a la resurrección con Cristo glorioso. ¡Ojos para admirar el amor de Dios como se muestra en el hombre y en las obras magníficas de su pensamiento! Es distinto considerar la inteligencia del hombre como fruto de la casualidad evolutiva a ver en ella la obra más preciosa y sublime del amor creador de Dios. Es muy diverso el trato que daré a un hombre si me quedo solamente en que es un cuadrúpedo inteligente o si, traspasando con la mirada el ámbito corporal, lo veo como un hijo de Dios, nacido para una eternidad feliz en el amor. Los hombres solemos tener ojos para el mal, para la crítica, para la basura del mundo. Está bien, pero tenemos que mirar todo eso con ojos de amor, con los mismos ojos con que Dios lo ve. Y sobre todo tenemos que abrir de par en par nuestra mirada para el bien, para la verdad, la belleza y la santidad que hay en el mundo. En definitiva, tener ojos para el amor es tener ojos para Dios, es tener los ojos de Dios.

La creatividad del amor. Que el amor sea creativo, pienso que nadie lo pone en duda. Ya conocemos la creatividad del amor de Dios: la Sagrada Escritura, la Iglesia como institución del amor redentor, la presencia de Jesucristo en la Eucaristía, o la perfección del cerebro humano, y la inmensidad del cosmos y sus galaxias, por poner algunos ejemplos. Quiero detenerme, sin embargo, en la creatividad del amor humano y cristiano, esa creatividad que es la nuestra, y en la que debemos actuar día tras día, para mostrar que somos cristianos de verdad. ¿Quién ignora la potencia "creativa" de una caricia al esposo, al hijo, a la madre, a la novia? ¿Quién no ha podido constatar alguna vez la creatividad de una palabra, de una mirada, de un abrazo? Buscar cada día creatividad en el amor dentro de la familia. ¡Pequeñas cosas del amor, no importa, pero nuevas, inesperadas, sorprendentes! Buscar la creatividad en el amor para servir mejor a los demás, como empleado en una oficina, como párroco, como enfermera en un hospital, como asistente social en una residencia de ancianos, como maestro en una escuela o profesor en una universidad, etc. Y sobre todo buscar la creatividad en nuestro amor a Dios. Creativos cuando hablamos con Dios para decirle lo mismo, pero con lenguaje y música diversos. Creativos en multiplicar lo más posible las obras del amor, las maneras de expresar el amor. Creativos para pensar y formular el amor de Dios y comunicarlo creativamente a los hombres. Creativos para hablar a Dios y para hablar de Dios. ¡Creatividad! ¡Creatividad en el amor! ¿Acaso no es el amor por su misma naturaleza creativo? Si por una casualidad el amor dejara de ser creativo, sería aburrimiento, rutina, hastío. Dejaría de ser amor. ¿Qué hacer para ejercitar diariamente la creatividad del amor?

 

Domingo Trigésimo Segundo del TIEMPO ORDINARIO 11 de noviembre del año 2001

Primera: 2Mac 7, 1-2.9-14; segunda: 2Tes 2, 16 - 3,5 Evangelio: Lc 20,

NEXO entre las LECTURAS

¿Cuál y cómo es el destino último del hombre? A esta inquietante pregunta trata de responder la liturgia de este domingo. Jesús nos enseña que el destino es la vida, pero que esa vida en el más allá no se iguala a la vida terrena (Evangelio). El martirio de la madre y de sus siete hijos en tiempo de la guerra macabea ofrece al autor sagrado la ocasión para proclamar vigorosamente la fe en la resurrección para la vida (Primera lectura). Pablo pide oraciones a los tesalonicenses para que "la palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria" (Segunda lectura), una palabra que incluye la suerte final de los hombres ante el Juez supremo, que es Dios.

 

MENSaje DOCTRINAL

Misterio y realidad. Conviene afirmar siempre que el destino final del hombre no es claro como un teorema matemático ni cognoscible como la composición química del agua. Jesús, en su razonamiento con los saduceos, sostiene que es un misterio y por eso no acude al raciocinio, sino a la revelación. "El Dios de Abrahám, de Isaac y de Jacob es un Dios de vivos, no de muertos". La historia de la salvación nos ayuda a comprender que, siendo misterio, no ha sido objeto de un conocimiento natural o de una revelación inmediata. Más bien, ha habido un proceso largo y pedagógico de revelación desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo. Los saduceos exageran tanto el carácter misterioso de la resurrección, que simplemente la niegan. Es tal vez una solución fácil, pero impropia del hombre que es un eterno buscador de la verdad. Procurar entrar en el misterio, sin destruirlo, ahí está la grandeza del ser humano sobre la tierra. Pero la resurrección no sólo es misterio, es también realidad. Una realidad que no es perceptible con los ojos de la carne, sino únicamente con los ojos de la fe. Ya Horacio había llegado a formular, con su sola razón, la creencia en la inmortalidad: Non omnis moriar (no he de morir totalmente). Los cristianos podemos formular nuestra fe en la resurrección: Omnis vivam (viviré todo entero), en cuerpo y alma, en toda mi realidad psicofísica. Evidentemente no se tiene que resaltar tanto la resurrección corporal que llegue a imaginarse la vida terrena en su grado máximo de perfección. "No pueden ya morir, porque son como ángeles" (Evangelio). El hombre será transformado y, sin dejar de ser hombre, experimentará y vivirá su humanidad de un modo adecuado a un mundo infinito y eterno. El destino del hombre no es sino una realidad misteriosa y un misterio empapado de realidad. Separar el misterio de la realidad o la realidad del misterio conduce a distorsionar la verdad de la fe en la resurrección de los muertos.

Martirio y vida. El martirio, incluso para los no creyentes, tiene un poder seductor muy notable. Un mártir por su fe no es sólo gloria de su religión, sino de la entera humanidad. Es un héroe y, si es cristiano, es además un santo, un héroe de la gracia y un evangelizador, porque transmite la fe cristiana con la ofrenda de su vida. La madre y los siete hijos de los que nos habla la primera lectura han sido para los judíos y para los cristianos un ejemplo permanente de fortaleza espiritual y de fe en la resurrección. "El Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna", así formula su fe el segundo de los hermanos. El martirio de tantos cientos de miles de cristianos a lo largo de 21 siglos es el signo de credibilidad más fehaciente de la resurrección de los muertos. Un martirio que radica en el gran Martirio de Jesucristo en la cruz para redimirnos del pecado y alcanzarnos la vida eterna. La "corta pena" del sufrimiento se trueca en "vida perenne" y sin fin (Primera lectura). Junto al martirio de sangre está el martirio de la vida, el testimonio diario de la fe que da sustancia y peso a la última verdad del Credo: "Creo en la resurrección de los muertos y en la vida futura". Porque en verdad mártir es quien prefiere al Dios de la vida sobre el amor de la vida, quien está dispuesto a cerrar la puerta de la vida por fidelidad a Dios y a abrir el cancel del Paraíso para estar siempre con el Señor. Ésta es la Palabra del Señor que debemos anunciar y que hemos de propagar por todas partes. En un mundo no poco secularizado y bastante miope para las cosas de la fe, es muy necesario que los cristianos sellemos nuestra fidelidad a la vida, en esta tierra en que estamos y en la eternidad, con una vida de fidelidad.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

Continuidad, no igualdad. Nuestra fe nos dice que el ser humano resucitará en su integridad. Hay, por tanto, una continuidad innegable entre el hombre histórico, que muere y vuelve al polvo, y el hombre resucitado. No resucitará una "entelequia" humana, sino el hombre y la mujer que ha pisado esta tierra, que ha amado, que ha hecho el bien, que ha procreado y educado a sus hijos, que ha trabajado para poder vivir, que ha muerto besando un crucifijo o rezando el rosario. Si alguien pusiese en duda o negase esta continuidad, ¿en qué consistiría entonces la resurrección de los muertos? ¿No sería tal expresión un simple flatus vocis, un sonido sin sentido? Al mismo tiempo nuestra fe nos dice que la continuidad no equivale a igualdad. Nuestro polvo revivirá, pero trascendido. Seremos íntegramente hombres, pero nuestra vida no estará ya sometida a la condición histórica. En la eternidad ni se trabaja, ni se come, ni se procrea ni se muere. "Serán como los ángeles" (Evangelio). Resucitaremos idénticos, pero diversos en razón de la misma diversidad del mundo en el que se entra y en el que se vivirá para siempre. El hombre entero vivirá en la condición de los ángeles, porque su misma dimensión corpórea quedará penetrada y transformada por la dimensión espiritual, y principalmente por el Espíritu de Dios. Todo esto es importante para la catequesis, la predicación, y el acompañamiento espiritual. No está mal que a los niños se les hable del cielo en lenguaje imaginativo y sensorial. Creo que hay que ir elevándolos gradualmente de una concepción sensorial a una concepción cada vez más espiritual de la vida eterna. Efectivamente, querer plantar la tierra en el cielo ha sido siempre una gran tentación del hombre. ¿No sucede a veces que hay personas de 50 y 60 años cuya concepción del cielo sigue siendo la de la infancia? ¿No será ésta una, entre otras causas, por las cuales está en crisis la fe en la resurrección de los muertos y en la vida futura?

Un mensaje de esperanza. Si razonamos con fe, no cabe duda de que la resurrección de los muertos es un mensaje de esperanza. Para el creyente, el tesoro más precioso no es la vida que se tiene, sino la que se espera. La vida actual es preciosísima. ¿Cómo no va a serlo, si en ella el hombre se juega toda la eternidad? La esperanza cristiana no nos hace vivir ajenos a la realidad del mundo ni de la historia, sino enteramente entregados a hacer historia: historia de salvación. Construir la historia no es tarea de los no creyentes, es todavía con mayor razón tarea de quien cree en el Señor de la historia y en la marcha de la historia a su desembocadura final. Sí, como cristiano, espero que Dios abrirá las puertas de la eternidad a mi mente, a mi corazón, a mi cuerpo, a mi vida. Porque la esperanza cristiana en la resurrección es mensaje de vida en plenitud, de presencia viva ante el mismo Dios vivo. Es vivir sin reloj ni cronología, estando siempre con el Señor, como sumergidos en el océano mismo de la Vida. El mensaje cristiano es un mensaje de esperanza, porque anuncia el triunfo de la vida sobre el tiempo y sobre el mal, el triunfo de Dios sobre todos sus enemigos, el último del cual es la muerte. Este mensaje no se lo ha inventado la Iglesia, proviene del Dios "que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa" (Segunda lectura). ¡Vale la pena testimoniar con palabras y obras este mensaje de esperanza!

 

Domingo Trigésimo Tercer del TIEMPO ORDINARIO 18 de noviembre del año 2001

Primera: Mal 3, 19-20 (4,1-2); segunda: 2Tes 3, 7-12 Evangelio: Lc 21, 5-

NEXO entre las LECTURAS

 

El presente y el futuro son dos categorías que descuellan de alguna manera en este penúltimo domingo del ciclo litúrgico. Los "arrogantes y malvados" del presente serán arrancados de raíz el Día de Yahvé, mientras que los "adeptos a mi Nombre" serán iluminados por el sol de justicia (Primera lectura). Las tribulaciones y las desgracias del presente no deben perturbar la paz de los cristianos, porque, mediante su perseverancia en la fe, recibirán la salvación futura (Evangelio). San Pablo invita a los tesalonicenses a imitarle en su dedicación al trabajo, aquí en la tierra, para recibir luego en el mundo futuro la corona que no se marchita (Segunda lectura).

MENSaje DOCTRINAL

Ciudadanos de dos mundos. Todo hombre, quiera o no, está inscrito en el registro de dos mundos diversos. Uno es el mundo presente, la tierra que pisamos y el aire que respiramos, un mundo pasajero, sellado por el límite y la caducidad. El otro mundo es el mundo en el que reinan las palabras: siempre e infinitud, el mundo futuro al que el hombre y la historia se encaminan. Lo interesante es que estos dos mundos se suceden cronológicamente, pero sobre todo se entrecruzan y entrelazan en la vida de los hombres. Ninguno de ellos nos es ajeno, en ninguno vivimos como si el otro no existiera. En el mundo presente no podemos dejar de pensar en el futuro, y en el mundo futuro no se podrá olvidar el presente. Las vicisitudes de la historia, sus conflictos y sus penas nos remiten casi inexorablemente hacia el futuro. La dicha y la plenitud del mundo futuro solicitarán nuestro interés porque todos los hombres de este mundo puedan alcanzarla. Como ciudadanos del presente hemos de estar ocupados y dedicados en la tarea del progreso, de la justicia, del avance en humanismo y solidaridad, y en el crecimiento de los valores. Como ciudadanos del futuro tenemos que preocuparnos por la instauración del Reino de Cristo y por la santidad de los cristianos. El presente en que vivimos es tarea de elección y de renuncia, el futuro será tiempo de posesión y de gozo. El presente es tiempo de ideales y de realizaciones, el futuro será de encuentro y de intimidad. El presente es tiempo de constancia en la lucha, el futuro será de descanso en la paz. El presente es tiempo de esperanza en la fe y en el amor, el futuro será de triunfo pleno del amor perfecto. Dos mundo distintos, pero no distantes, sino unidos en el corazón del hombre. Dos mundos en los que el cristiano ha de vivir a tope, haciendo honor a su nombre.

La luz de la justicia. En este mundo no siempre brilla con todo su esplendor la luz de la justicia. Hay también mucha tiniebla de injusticia. Y por eso al hombre honrado y bueno le acecha la tentación de decir: "¡Es inútil servir a Dios! ¿Qué ganamos con guardar sus mandamientos?" (Primera lectura). Tal vez llegan a nuestros oídos voces de falsos profetas que gritan: "¡Yo soy!" o que predicen con presunción: "El tiempo está por llegar" (Evangelio). Y llegan a preocuparnos esas voces y crean en los cristianos algo de perplejidad. Oscurecidos sobre el futuro, había también entre los cristianos de Tesalónica algunos que "no trabajaban y se metían en todo" (Segunda lectura). Evidentemente creaban confusión y perturbaban la vida y la paz de la comunidad. Esa tiniebla de injusticia no es propia sólo del tiempo del Antiguo o del Nuevo Testamento, sigue actualísima en nuestro tiempo. ¿No hay acaso mucha gente convencida del triunfo del mal sobre el bien? ¿No hay quienes atemorizan a la gente, sobre todo sencilla y sin mucha cultura, hablando de revelaciones recibidas sobre el fin del mundo y su pronta venida? ¿No abundan falsos profetas y doctores, que merodean aquí y allá enseñando doctrinas erróneas? La revelación de Dios, recogida en los textos litúrgicos de este domingo, nos recuerda: "Dios hará brillar la luz de la justicia". Esa luz puede ser que ya comience a brillar en este mundo, pero ciertamente el sol de justicia irradiará sus rayos de luz en el mundo futuro. El cristiano, por tanto, en medio de las injusticias y de las persecuciones, ha de mantenerse tranquilo, paciente y con gran paz, porque Dios intervendrá a su tiempo. "Con vuestra perseverancia, nos dice Jesucristo en el evangelio, salvaréis vuestras almas".

 

SUGEREncias PASTORALES

El tiempo de la Iglesia. Entre Pentecostés y el final de la historia está el tiempo de la Iglesia. Esta Iglesia que tiene ya 21 siglos de historia, que vive el presente tratando de ser fiel a su Fundador, y que mira al futuro con esperanza. Jesucristo a esta Iglesia no le ha ahorrado tribulaciones. Pero tampoco ha sido parco con Ella en consolaciones. En su historia pasada y presente vemos una innumerable fila de hombres y mujeres fieles a su Señor, y juntamente defecciones, falsos maestros, apostasía, traición. A lo largo de los siglos, en muchos lugares donde no había paz, los cristianos santos han sembrado paz y concordia entre los hombres. Pero también ha habido cristianos, en esos mismos siglos, que han esparcido discordia, guerra, revolución, desavenencias en la familia, en los grupos humanos, entre las naciones. Ha habido en la larga historia del cristianismo reyes y gobernantes cristianos, sumamente santos y que han hecho tanto bien. A su lado, ha habido igualmente y continúa habiendo reyes y gobernantes que han perseguido a sus hermanos en la fe por motivos políticos o por intereses ideológicos. En la historia están también los enemigos de Dios y de su Iglesia. Recordemos a los emperadores que durante tres siglos, con mayor o menos intensidad, persiguieron el cristianismo como religio illicita y consideraban a los cristianos como ateos porque no adoraban a los dioses del Imperio. Pensemos en los tormentos que sufrieron los hijos de la Iglesia en Japón y en China, por considerar el cristianismo como extranjero y como ajeno completamente a las propia tradiciones religiosas. ¿Y qué decir de la brutal persecución y hostigamiento del comunismo hacia los cristianos allí donde el socialismo real fue o continúa siendo una triste y horrenda pesadilla de la humanidad en su historia? El tiempo de la Iglesia ha sido y continuará siendo así hasta el final: tiempo de tribulación, y tiempo de consolación y paz. ¡Esta es la Iglesia en que vivimos, a la que amamos, y en la que trabajamos por el Reino de Dios!

Vivir el presente desde el futuro. Frecuentemente se piensa que hay que vivir el presente con un ojo en el pasado, para aprender del mismo, puesto que "la historia es maestra de la vida". No niego que esto sea verdad. Quiero señalar, sin embargo, un aspecto propio de nuestra fe cristiana. Hay que vivir el presente como quien ya hubiera recorrido el camino de la vida y se hallara en el mundo futuro. Está claro que las perspectivas y el modo de vivir el presente serían muy diversos. Esto vale en la vida del hombre: si fuera posible vivir los veinte años desde la perspectiva de los sesenta, sin duda alguna se vivirían de distinta manera. Con mayor razón vale cuando hipotéticamente nos colocamos en el más allá. Preguntémonos: Desde la eternidad, ¿cómo hubiese querido vivir el día de hoy, esta situación familiar, este momento personal de crisis, esta relación afectiva, este ambiente en el trabajo? Ese futuro crea una distancia entre nosotros y nuestro presente, y al crear distancia nos permite ver las cosas con mayor paz y objetividad. Ese futuro nos mete en el mundo de Dios y de esta manera nos otorga el poder de pensar en las diversas situaciones del presente y de la vida con el mismo modo de pensar de Dios. Desde el futuro conocemos mejor y sabemos aplicar con mayor exactitud y coherencia al presente la regla de nuestra fe y la medida de nuestra conducta. No hay que caer en la utopía, pero una chispa de futuro en nuestro presente es suficiente para encender el ama con nuevo ardor y entusiasmo.

 

Solemnidad de Jesu Cristo, REY DEL UNIVERSO 25 de noviembre del año 2001

Primera: 2Sam 5, 1-3; segunda: Col 1, 12-20 Evangelio: Lc 23, 35-43

NEXO entre las LECTURAS

"Rey de Israel, rey de los judíos, reino del Hijo" son las expresiones con que la liturgia nos recuerda solemnemente la gozosa realidad de Jesucristo, rey del universo. El título de la cruz sobre la que Jesús murió para redimir a los hombres era el siguiente: "Jesús nazareno, rey de los judíos" (Evangelio). Históricamente, este título se remontaba hasta David, rey de Israel, (Primera lectura), de quien Jesús descendía según la carne. Recordando Pablo a los colosenses la obra redentora de Cristo les escribe: "El Padre nos trasladó al Reino de su Hijo querido, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados" (Segunda lectura).

 

MENSaje DOCTRINAL

David, rey de Israel. Los israelitas habían comenzado la conquista de la tierra prometida al final del siglo XIII a. C., bajo el caudillaje de Josué. La conquista fue progresiva y se prolongó durante mucho tiempo. Por fin se pudo considerar acabada, al menos en términos generales, y se procedió a la distribución de la tierra por tribus. Por largos decenios y lustros, cada una de las tribus mantuvo su independencia y propia autonomía. Si alguna tribu se unía con otra, era fundamentalmente en plan de defensa o ataque de sus enemigos. Durante este período, se fue estableciendo casi espontáneamente una diferenciación entre las tribus del Norte y las del Sur. Cuando Samuel ungió rey a David, lo hizo sólo sobre las tribus del Sur (Judá, Benjamín y Efraín) y sobre ellas reinó siete años en Hebrón. La personalidad extraordinaria de David, su genio militar que logró conquistar la fortaleza de Jerusalén tenida por inexpugnable, y su capacidad innegable de caudillaje, indujo a los jefes de las tribus del Norte a proclamarle también su rey. "El rey David hizo un pacto con ellos en Hebrón, en presencia de Yahvé, y ungieron a David como rey de Israel" (Primera lectura). Fue un paso decisivo en la historia de Israel: por primera vez se consiguió la unificación de las doce tribus, se instauró un solo rey y por tanto un solo mando político-militar, y se eligió la ciudad de Jerusalén como capital del nuevo reino de Israel y Judá. El reino de Cristo, prolongación del reino de Israel, está compuesto igualmente de doce "tribus", unidas bajo el mando de un único rey, y que tiene su capital en Jerusalén, la capital del reino mesiánico, inaugurado por Jesucristo en la cruz.

 

Jesús, el rey de los judíos. Esta es la causa por la cual Jesús muere en una cruz elevada sobre el Gólgota. El texto está escrito en hebreo, en latín y en griego, para que lo entendiesen todos los habitantes que habían venido a Jerusalén para celebrar la Pascua en la primavera del año 30 d.C. ¿Un crucificado, rey de los judíos? Esta ignominia era insoportable para las autoridades de Jerusalén, por eso acudieron a Pilatos a pedirle que cambiase el título. Pilatos no cedió. "Lo escrito, escrito está". El título es ocasión de burla y sarcasmo de los soldados romanos: "Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!" (Evangelio). Solamente uno de los ladrones intuyó que el reino de ese crucificado tenía que ser de otra índole que los reinos de la tierra, y así le dijo: "Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino" (Evangelio). El título es, pues, verdadero, pero nos reenvía a un reino de otras características: un Reino de verdad y de vida, un Reino de santidad y de gracia, un Reino de justicia, de amor y de paz" (Prefacio). En el sometimiento "impotente" y doloroso de un crucificado al reino de la fuerza dominante está la clave y el fundamento del reino del amor, de la misericordia y del perdón.

El Reino de su Hijo. El Padre, llamándonos a la fe cristiana, nos ha trasladado al Reino de su Hijo mediante el bautismo. Su Hijo es Jesús de Nazaret, el crucificado, ahora resucitado y glorioso. El reino del Hijo no es ya sólo un pueblo o una raza. No es sólo el reino interior en el corazón de los hombres. Es por añadidura el reino sobre el cosmos, sobre toda la creación. "En él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, tronos, dominaciones, principados, potestades: todo fue creado por él y para él" (Segunda lectura). Para el Hijo, "rey" no es meramente un título, corresponde a su esencia. Nada está fuera de su reinado ni en el tiempo ni más allá del tiempo. El Hijo es el rey del universo en toda su grandeza y esplendor, con toda su potencia y energía. Es el rey de la historia, el que domina y dirige todos los acontecimientos humanos hacia su fin. Es el rey de los individuos, en quienes reina por la fe, la esperanza y la caridad, por la justicia, la paz y la solidaridad.

 

 

SUGEREncias PASTORALES

"El condicional de la duda". "Si eres rey...": he ahí la eterna tentación del hombre hundido en su miseria e indigencia. "Si eres el Hijo de Dios...", así el tentador y así tantos hombres a lo largo de la historia. "Si eres bueno..., ¿porqué reina tanto mal a nuestro alrededor?". "Si me amas..., ¿porqué en lugar de que reine tu amor en mí, reina, al contrario, el desorden de las pasiones, el desenfreno del egoísmo?". "Si eres rey..., ¿cómo es posible que haya gobiernos descreídos y ateos, que persiguen, encarcelan y asesinan a tus súbditos?". "Si eres rey..., qué clase de reinado es el tuyo que se oculta hasta el punto que se desvanece y llega casi a desaparecer?". "Si eres rey...". La duda nos atosiga y nos sacude interiormente. El condicional nos muerde el alma hasta la herida mortal. "Eso de Cristo Rey, ¿no será un cuento de hadas o una de tantas utopías que recorren la historia?". "Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera", canta la Iglesia. "¿Es esto verdad o más bien un exagerado triunfalismo?". ¡Seamos valientes! Quitemos de una vez por todas el "sí" condicional de nuestras relaciones con Jesucristo Rey. En lugar de dudar, agradezcamos al Padre que no haya querido instaurar un reino como hubiésemos querido los hombres, a la medida de nuestros deseos y de nuestras mezquinas concepciones de las cosas. Cristo reina según su designio y su medida, no según la nuestra. El Reino de Cristo se recibe como un regalo, como una revelación del cielo; no es fruto de una mente humana privilegiada ni del acuerdo decisorio de los hombres. El Reino de Cristo se instala en la vida de los hombres, pero no es un árbol ya hecho, sino una planta que crece. Desde el momento que ponemos el reino de Cristo bajo la ley del condicional, estemos seguros de que estamos corriendo el riesgo de no entenderlo y de quedarnos fuera.

¡Venga tu Reino!. Tertuliano en su comentario al padrenuestro escribe: "Que tu Reino venga lo antes posible es el deseo de los cristianos, es la confusión para las naciones. Nosotros sufrimos por esto, más aún nosotros rezamos por su llegada". Es un deseo que los cristianos venimos repitiendo desde hace 21 siglos. Venga a nuestra tierra tu reino de paz en los Balcanes, en la tierra de Israel, en Malasia, en el cuerno de África o de los grandes lagos, en todas las naciones. Venga a nuestra tierra tu reino de justicia frente a la corrupción invadente, frene a tantas diferencias sociales y económicas, frente a tanta degradación moral. Venga tu reino de amor entre los esposos, entre padres e hijos, entre miembros de diferentes razas o religiones; de amor hacia los niños y hacia los ancianos, hacia los pobres y enfermos, hacia todos los más necesitados de atención, cariño, ternura. Sabemos que el Reino de Cristo vive en una situación de tensión permanente, porque lo exige su mismo crecimiento, porque encuentra resistencias a su acción transformadora. Porque llegue este reino de paz, de justicia y de amor trabajamos, sufrimos, oramos los cristianos y todos los hombres de buena voluntad. ¡Venga tu Reino! Sea ese el grito con el que amanezcamos a un nuevo día y con el que cerremos el duro bregar de la jornada. "Para que, digamos con san Cipriano, nosotros que lo hemos servido en esta vida, reinemos en la otra con Cristo Rey, como él mismo nos ha prometido".