Documento de Puebla

III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano

 

Carta del Santo Padre a los Obispos Diocesanos de América Latina

Amados hermanos en el Episcopado:

El intenso trabajo de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que me fue dado inaugurar personalmente y que con particular dilección e interés para con la Iglesia de ese Continente acompañé en las distintas etapas de su desarrollo, se condensa en estas páginas que habéis puesto en mis manos.

Conservo vivo el gratísimo recuerdo de mi encuentro con vosotros, unido en el mismo amor y solicitud por vuestros pueblos, en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe y luego en el seminario de Puebla.

Este Documento, fruto de asidua oración, de reflexión profunda y de intenso celo apostólico, ofrece -así os lo propusisteis- un denso conjunto de orientaciones pastorales y doctrinales, sobre cuestiones de suma importancia. Ha de servir, con sus válidos criterios, de luz y estímulo permanente para la evangelización en el presente y el futuro de América Latina.

Podéis sentiros satisfechos y optimistas de los resultados de esta Conferencia, preparada esmeradamente por el CELAM, con la participación corresponsable de todas las Conferencias Episcopales. La Iglesia de América Latina ha sido fortalecida en su vigorosa unidad, en su identidad propia, en la voluntad de responder a las necesidad y a los desafíos atentamente considerados a lo largo de vuestra asamblea. Representa, en verdad, un gran paso adelante en la misión esencial de la Iglesia, la de evangelizar.

Vuestras experiencias, pautas, preocupaciones y anhelos, en la fidelidad al Señor, a su Iglesia y a la Sede de Pedro, deben convertirse en vida para las comunidades a las que servís.

Para ello deberéis proponeros en todas vuestras Conferencias Episcopales e Iglesias Particulares planes con metas concretas, en los niveles correspondientes y en armonía con el CELAM en el ámbito continental.

Dios quiera que en breve tiempo todas las comunidades eclesiales estén informadas y penetradas del espíritu de Puebla y de las directrices de esta histórica Conferencia.

El Señor Jesús, Evangelizador por excelencia y Evangelio Él mismo, os bendiga con abundancia.

María Santísima, Madre de la Iglesia y Estrella de la evangelización, guíe vuestros pasos, en un renovado impulso evangelizador del Continente Latinoamericano.

Vaticano, 23 de Marzo de 1979, en la conmemoración de Santo Toribio de Mogrovejo.

Joannes Paulus PP. II

Discurso Inaugural pronunciado en el Seminario Palafoxiano de Puebla de los Ángeles, México

S.S. Juan Pablo II

28 de enero de 1979

Amados hermanos en el episcopado:

Esta hora que tengo la dicha de vivir con vosotros, es ciertamente histórica para la Iglesia en América Latina. De esto es consciente la opinión pública mundial, son conscientes los fieles de vuestras Iglesias locales, sois conscientes sobre todo vosotros que seréis protagonistas y responsables de esta hora.

Es también una hora de gracia, señalada por el paso del Señor, por una particularísima presencia y acción del Espíritu de Dios. Por eso hemos invocado con confianza a este Espíritu, al principio de los trabajos. Por esto también quiero ahora suplicaros como un hermano a hermanos muy queridos: todos los días de esta Conferencia y en cada uno de sus actos, dejaos conducir por el Espíritu, abríos a su inspiración y a su impulso; sea El y ningún otro espíritu el que os guíe y conforte.

Bajo este Espíritu, por tercera vez en los veinticinco últimos años, obispos de todos los países, representando al episcopado de todo el continente latinoamericano, os congregáis para profundizar juntos el sentido de vuestra misión ante las exigencias nuevas de vuestros pueblos.

La Conferencia que ahora se abre, convocada por el venerado Pablo VI, confirmada por mi inolvidable predecesor Juan Pablo I y reconfirmada por mí como uno de los primeros actos de mi pontificado, se conecta con aquella, ya lejana, de Río de Janeiro, que tuvo como su fruto más notable el nacimiento del CELAM. Pero se conecta aún más estrechamente con la II Conferencia de Medellín, cuyo décimo aniversario conmemora.

En estos diez años, cuánto camino ha hecho la humanidad, y con la humanidad y a su servicio, cuánto camino ha hecho la Iglesia. Esta III Conferencia no puede desconocer esta realidad. Deberá, pues, tomar como punto de partida las conclusiones de Medellín, con todo lo que tienen de positivo, pero sin ignorar las incorrectas interpretaciones a veces hechas y que exigen sereno discernimiento, oportuna crítica y claras tomas de posición.

Os servirá de guía en vuestros debates el Documento de Trabajo, preparado con tanto cuidado para que constituya siempre el punto de referencia.

Pero tendréis también entre las manos la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI. ¡Con qué complacidos sentimientos el gran Pontífice aprobó como tema de la Conferencia: "El presente y el futuro de la evangelización en América Latina"!

Lo pueden decir los que estuvieron cerca de él en los meses de preparación de la Asamblea. Ellos podrán dar testimonio también de la gratitud con la cual él supo que el telón de fondo de toda la Conferencia seria este texto, en el cual puso toda su alma de Pastor, en el ocaso de su vida. Ahora que él "cerró los ojos a la escena de este mundo" (cf. Testamento de Pablo VI), este documento se convierte en un testamento espiritual que la Conferencia habrá de escudriñar con amor y diligencia para hacer de él otro punto de referencia obligatoria y ver cómo ponerlo en práctica. Toda la Iglesia os está agradecida por el ejemplo que dais, por lo que hacéis, y que quizá otras Iglesias locales harán a su vez.

El Papa quiere estar con vosotros en el comienzo de vuestros trabajos, agradecido al "Padre de las luces..., de quien desciende todo don perfecto" (Sant 1,17), por haber podido acompañaros en la solemne misa de ayer, bajo la mirada materna de la Virgen de Guadalupe, así como en la misa de esta mañana. Muy a gusto me quedaría con vosotros en oración, reflexión y trabajo: permaneceré, estad seguros, en espíritu, mientras me reclama en otra parte la "sollicitudo omnium Ecclesiarum" preocupación por todas las Iglesias" (2 Cor 11,28). Quiero al menos, antes de regresar a Roma, dejaros como prenda de mi presencia espiritual algunas palabras, pronunciadas con ansias de pastor y afecto de padre, eco de las principales preocupaciones mías respecto a la vida de la Iglesia en estos queridos países.

 

I. Maestros de la verdad

Es un gran consuelo para el Pastor universal constatar que os congregáis aquí, no como un simposio de expertos, no como un parlamento de políticos, no como un congreso de científicos o técnicos, por importantes que puedan ser esas reuniones, sino como un fraterno encuentro de pastores de la Iglesia. Y como pastores tenéis la viva conciencia de que vuestro deber principal es el de ser maestros de la verdad. No de una verdad humana y racional, sino de la verdad que viene de Dios; que trae consigo el principio de la auténtica liberación del hombre: "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,32); esa verdad que es la única en ofrecer una base sólida para una "praxis" adecuada.

I.1. Vigilar por la pureza de la doctrina, base en la edificación de la comunidad cristiana, es, pues, junto con el anuncio del Evangelio, el deber primero e insustituible del pastor, del maestro de la fe. Con cuánta frecuencia ponía esto de relieve San Pablo, convencido de la gravedad en el cumplimiento de este deber (cf. 1 Tim 1,3-7. 18-20; 11,16; 2 Tim 1,4-14). Además de la unidad en la caridad, nos urge siempre la unidad en la verdad. El amadísimo papa Pablo VI, en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, expresaba: "El Evangelio que nos ha sido encomendado es también palabra de verdad. Una verdad que hace libres y que es la única que procura la paz de corazón: esto es lo que la gente va buscando cuando le anunciamos la Buena Nueva. La verdad acerca de Dios, la verdad acerca del hombre y de su misterioso destino, la verdad acerca del mundo... El predicador del Evangelio será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar... Pastores del Pueblo de Dios: nuestro servicio pastoral nos pide que guardemos, defendamos y comuniquemos la verdad, sin reparar en sacrificios" (Evangelii nuntiandi, 78).

Verdad sobre Jesucristo

I.2. De vosotros, pastores, los fieles de vuestros países esperan y reclaman ante todo una cuidadosa y celosa transmisión de la verdad sobre Jesucristo. Esta se encuentra en el centro de la evangelización y constituye su contenido esencial: "No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios" (ibid., 22).

Del conocimiento vivo de esta verdad dependerá el vigor de la fe de millones de hombres. Dependerá también el valor de su adhesión a la Iglesia y de su presencia activa de cristianos en el mundo. De este conocimiento derivarán opciones, valores, actitudes y comportamientos capaces de orientar y definir nuestra vida cristiana, y de crear hombres nuevos y luego una humanidad nueva por la conversión de la conciencia individual y social (cf. ibid., 18).

De una sólida cristología tiene que venir la luz sobre tantos temas y cuestiones doctrinales y pastorales que os proponéis examinar en estos días.

I.3. Hemos, pues, de confesar a Cristo ante la historia y ante el mundo con convicción profunda, sentida, vivida, como lo confesó Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16).

Esta es la Buena Noticia, en un cierto sentido única: la Iglesia vive por ella y para ella, así como saca de ella todo lo que tiene para ofrecer a los hombres, sin distinción alguna de nación, cultura, raza, tiempo, edad o condición. Por eso "desde esa confesión (de Pedro), la historia de la salvación sagrada y del Pueblo de Dios debía adquirir una nueva dimensión" (Juan Pablo II, Homilía del Santo Padre en la inauguración oficial de su pontificado, 22 de octubre de 1978).

Este es el único Evangelio y, "aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto... ¡sea anatema!", como escribía con palabras bien claras el Apóstol (Gál 1,8).

I.4. Ahora bien, corren hoy por muchas partes -el fenómeno no es nuevo- "relecturas" del Evangelio, resultado de especulaciones teóricas más bien que de auténtica meditación de la palabra de Dios y de un verdadero compromiso evangélico. Ellas causan confusión al apartarse de los criterios centrales de la fe de la Iglesia y se cae en la temeridad de comunicarlas, a manera de catequesis, a las comunidades cristianas.

En algunos casos o se silencia la divinidad de Cristo, o se incurre de hecho en formas de interpretación reñidas con la fe de la Iglesia. Cristo sería solamente un "profeta", un anunciador del reino y del amor de Dios, pero no el verdadero Hijo de Dios, ni sería, por tanto, el centro y el objeto del mismo mensaje evangélico.

En otros casos se pretende mostrar a Jesús como comprometido políticamente, como un luchador contra la dominación romana y contra los poderes, e incluso implicado en la lucha de clases. Esta concepción de Cristo como político, revolucionario, como el subversivo de Nazaret, no se compagina con la catequesis de la Iglesia. Confundiendo el pretexto insidioso de los acusadores de Jesús con la actitud de Jesús mismo -bien diferente- se aduce como causa de su muerte el desenlace de un conflicto político y se calla la voluntad de entrega del Señor y aun la conciencia de su misión redentora. Los evangelios muestran claramente cómo para Jesús era una tentación lo que alterara su misión de Servidor de Yavé (cf. Mt 4,8; Lc 4,5). No acepta la posición de quienes mezclaban las cosas de Dios con actitudes meramente políticas (cf. Mt 22,21; Mc 12,17; Jn 18,36). Rechaza inequívocamente el recurso a la violencia. Abre su mensaje de conversión a todos, sin excluir a los mismos publicanos. La perspectiva de su misión es mucho más profunda. Consiste en la salvación integral por un amor transformante, pacificador, de perdón y reconciliación. No cabe duda, por otra parte, que todo esto es muy exigente para la actitud del cristiano que quiere servir de verdad a los hermanos más pequeños, a los pobres, a los necesitados, a los marginados; en una palabra, a todos los que reflejan en sus vidas el rostro doliente del Señor (cf. Lumen gentium 8).

I.5. Contra tales "relecturas", pues, y contra sus hipótesis, brillantes quizá, pero frágiles e inconsistentes, que de ellas derivan, "la evangelización en el presente y en el futuro de América Latina" no puede cesar de afirmar la fe de la Iglesia: Jesucristo Verbo e Hijo de Dios, se hace hombre para acercarse al hombre y brindarle por la fuerza de su misterio, la salvación, gran don de Dios (cf. Evangelii nuntiandi 19 y 27).

Es ésta la fe que ha informado vuestra historia y ha plasmado lo mejor de los valores de vuestros pueblos y tendrá que seguir animando, con todas las energías, el dinamismo de su futuro. Es ésta la fe que revela la vocación de concordia y unidad que ha de desterrar los peligros de guerras en este continente de esperanza, en el que la Iglesia ha sido tan potente factor de integración. Esta fe, en fin, que con tanta vitalidad y de tan variados modos expresan los fieles de América Latina a través de la religiosidad o piedad popular.

Desde esta fe en Cristo, desde el seno de la Iglesia, somos capaces de servir al hombre, a nuestros pueblos, de penetrar con el Evangelio su cultura, transformar los corazones, humanizar sistemas y estructuras.

Cualquier silencio, olvido, mutilación o inadecuada acentuación de la integridad del misterio de Jesucristo que se aparte de la fe de la Iglesia, no puede ser contenido válido de la evangelización. "Hoy, bajo el pretexto de una piedad que es falsa, bajo la apariencia engañosa de una predicación evangélica, se intenta negar al Señor Jesús", escribía un gran obispo en medio de las duras crisis del siglo IV. Y agregaba: "Yo digo la verdad, para que sea conocida de todos la causa de la desorientación que sufrimos. No puedo callarme" (San Hilario de Poitiers, Ad Auxentium, 1-4). Tampoco vosotros, obispos de hoy, cuando estas confusiones se dieren, podéis callar.

Es la recomendación que el papa Pablo VI hacía en el discurso de apertura de la Conferencia de Medellín: "Hablad, hablad, predicad, escribid, tomad posiciones, como se dice, en armonía de planes y de intenciones, acerca de las verdades de la fe defendiéndolas e ilustrándolas, de la actualidad del Evangelio, de las cuestiones que interesan la vida de los fieles y la tutela de las costumbres cristianas..." (Pablo VI, Discurso a la Asamblea del Episcopado Latinoamericano, 24 de agosto de 1968).

No me cansaré yo mismo de repetir, en cumplimiento de mi deber de evangelizador, a la humanidad entera: ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora, las puertas de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo (Juan Pablo II, Homilía del Santo Padre en la inauguración oficial de su pontificado, 22 de octubre de 1978).

Verdad sobre la misión de la Iglesia

I.6. Maestros de la verdad, se espera de vosotros que proclaméis sin cesar y con especial vigor en esta circunstancia, la verdad sobre la misión de la Iglesia, objeto del Credo que profesamos y campo imprescindible y fundamental de nuestra fidelidad. El Señor la instituyó "para ser comunión de vida, de caridad y de verdad" (cf. Lumen gentium, 9) y como cuerpo, pIéroma y sacramento de Cristo, en quien habita toda la plenitud de la divinidad (cf. ibid., 7).

La Iglesia nace de la respuesta de fe que nosotros damos a Cristo. En efecto, es por la acogida sincera a la Buena Nueva, que nos reunimos los creyentes en el nombre de Jesús para buscar juntos el reino, construirlo, vivirlo (cf. Evangelii nuntiandi 13). La Iglesia es "congregación de quienes, creyendo, ven en Jesús al autor de la salvación y el principio de la unidad y de la paz" (Lumen gentium 9).

Pero, por otra parte, nosotros nacemos de la Iglesia: ella nos comunica la riqueza de vida y de gracia de que es depositaria, nos engendra por el bautismo, nos alimenta con los sacramentos y la Palabra de Dios, nos prepara para la misión, nos conduce al designio de Dios, razón de nuestra existencia como cristianos. Somos sus hijos. La llamamos con legitimo orgullo nuestra Madre, repitiendo un título que viene de los primeros tiempos y atraviesa los siglos (cf. Henri de Lubac, Meditación sobre la Iglesia, p. 211ss).

Hay, pues, que llamarla, respetarla, servirla, porque "no puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre" (San Cipriano, De la unidad 6,8); "¿cómo va a ser posible amar a Cristo sin amar a la Iglesia", a quien Cristo ama? (Evangelii nuntiandi 16), y "en la medida que uno ama a la Iglesia de Cristo, posee el Espíritu Santo" (San Agustín, In Ioannem tract. 32,8).

El amor a la Iglesia tiene que estar hecho de fidelidad y de confianza. En el primer discurso de mi pontificado, subrayando el propósito de fidelidad al concilio Vaticano II y la voluntad de volcar mis mejores cuidados en el sector de la eclesiología, invité a tomar de nuevo en la mano la constitución dogmática Lumen gentium para meditar "con renovado afán sobre la naturaleza y misión de la Iglesia. Sobre su modo de existir y actuar... No sólo para lograr aquella comunión de vida en Cristo de todos los que en El creen y esperan, sino para contribuir a hacer más amplia y estrecha la unidad de toda la familia humana" (Juan Pablo II, Mensaje a la Iglesia y al mundo, 17 de octubre de 1978).

Repito ahora la invitación, en este momento trascendental de la evangelización en América Latina: "La adhesión a este documento del Concilio, tal como resulta iluminado por la Tradición y que contiene las fórmulas dogmáticas dadas hace un siglo por el Concilio Vaticano I, será para nosotros, pastores y fieles, el camino cierto y el estímulo constante -digámoslo de nuevo- en orden a caminar por las sendas de la vida y de la historia" (ibid.).

I.7. No hay garantía de una acción evangelizadora seria y vigorosa sin una eclesiología bien cimentada.

Primero, porque evangelizar es la misión esencial, la vocación propia, la identidad más profunda de la Iglesia, a su vez evangelizada (cf. Evangelii nuntiandi 14-15; Lumen gentium 5). Enviada por el Señor, ella envía a su vez a los evangelizadores "a predicar, no a sí mismos, o sus ideas personales, sino un Evangelio del que ni ellos ni ella son dueños y propietarios absolutos para disponer de él a su gusto" (Evangelii nuntiandi 15). Segundo, porque "evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial", una acción de la Iglesia (ibid., 60), que está sujeta no al "...poder discrecional para cumplirla según los criterios y perspectivas individualistas, sino en comunión con la Iglesia y sus pastores" (ibid., 60). Por eso una visión correcta de la Iglesia es fase indispensable para una justa visión de la evangelización.

¿Cómo podría haber una auténtica evangelización, si faltase un acatamiento pronto y sincero al sagrado Magisterio, con la clara conciencia de que, sometiéndose a él, el Pueblo de Dios no acepta una palabra de hombres, sino la verdadera Palabra de Dios? (cf. 1 Tes 2,13; Lumen gentium 12). "Hay que tener en cuenta la importancia "objetiva" de este Magisterio y también defenderlo de las insidias que en estos tiempos, aquí y allá, se tienen contra algunas verdades firmes de nuestra fe católica" (Juan Pablo II, Mensaje a la Iglesia y al mundo, 17 de octubre de 1978).

Conozco bien vuestra adhesión y disponibilidad a la Cátedra de Pedro y el amor que siempre le habéis demostrado. Os agradezco de corazón, en el nombre del Señor, la profunda actitud eclesial que esto implica, y os deseo el consuelo de que también vosotros contéis con la adhesión leal de vuestros fieles.

I.8. En la amplia documentación, con la que habéis preparado esta Conferencia, particularmente en las aportaciones de numerosas Iglesias, se advierte a veces un cierto malestar respecto de la interpretación misma de la naturaleza y misión de la Iglesia. Se alude, por ejemplo, a la separación que algunos establecen entre Iglesia y reino de Dios. Este, vaciado de su contenido total, es entendido en sentido más bien secularista: al reino no se llegaría por la fe y la pertenencia a la Iglesia, sino por el mero cambio estructural y el compromiso socio-politico. Donde hay un cierto tipo de compromiso y de praxis por la justicia, allí estaría ya presente el reino. Se olvida de este modo que: "La Iglesia... recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino" (Lumen gentium 5).

En una de sus hermosas catequesis, el papa Juan Pablo I, hablando de la virtud de la esperanza, advertía: "Es un error afirmar que la liberación política, económica y social coincide con la salvación en Jesucristo; que el Regnum Dei se identifica con el Regnum hominis".

Se genera en algunos casos una actitud de desconfianza hacia la Iglesia "institucional" u "oficial" calificada como alienante, a la que se opondría otra Iglesia popular "que nace del pueblo" y se concreta en los pobres. Estas posiciones podrían tener grados diferentes, no siempre fáciles de precisar, de conocidos condicionamientos ideológicos. El Concilio ha hecho presente cuál es la naturaleza y misión de la Iglesia. Y cómo se contribuye a su unidad profunda y a su permanente construcción por parte de quienes tienen a su cargo los ministerios de la comunidad, y han de contar con la colaboración de todo el Pueblo de Dios. En efecto, "si el Evangelio que proclamamos aparece desgarrado por querellas doctrinales, por polarizaciones ideológicas o por condenas recíprocas entre cristianos, al antojo de sus diferentes teorías sobre Cristo y sobre la Iglesia, e incluso a causa de sus distintas concepciones de la sociedad y de las instituciones humanas, ¿cómo pretender que aquellos a los que se dirige nuestra predicación no se muestren perturbados, desorientados, si no escandalizados?" (Evangelii nuntiandi 77).

 

Verdad sobre el hombre

I.9. La verdad que debemos al hombre es, ante todo, una verdad sobre él mismo. Como testigos de Jesucristo somos heraldos, portavoces, siervos de esta verdad que no podemos reducir a los principios de un sistema filosófico o a pura actividad política; que no podemos olvidar ni traicionar.

Quizá una de las más vistosas debilidades de la civilización actual esté en una inadecuada visión del hombre. La nuestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente, es también la época de las más hondas angustias del hombre respecto de su identidad y destino, del rebajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores humanos conculcados como jamás lo fueron antes.

¿Cómo se explica esa paradoja? Podemos decir que es la paradoja inexorable del humanismo ateo. Es el drama del hombre amputado de una dimensión esencial de su ser -el Absoluto- y puesto así frente a la peor reducción del mismo ser. La constitución pastoral Gaudium et spes toca el fondo del problema cuando dice: "El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado" (n. 22).

La Iglesia posee, gracias al Evangelio, la verdad sobre el hombre. Esta se encuentra en una antropología que la Iglesia no cesa de profundizar y de comunicar. La afirmación primordial de esta antropología es la del hombre como imagen de Dios, irreductible a una simple parcela de la naturaleza, o a un "elemento anónimo de la ciudad humana" (cf. ibid., 12,3 y 14,2). En este sentido, escribía San Ireneo: "La gloria del hombre es Dios, pero el receptáculo de toda acción de Dios, de su sabiduría, de su poder, es el hombre" (Tratado contra las herejías III 20,2-3).

A este fundamento insustituible de la concepción cristiana del hombre, me he referido en particular en mi Mensaje de Navidad: "Navidad es la fiesta del hombre... El hombre, objeto de cálculo, considerado bajo la categoría de la cantidad... y al mismo tiempo uno, único e irrepetible... alguien eternamente ideado y eternamente elegido: alguien llamado y denominado por su nombre" (Juan Pablo II, Mensaje de Navidad, 25 de diciembre 1978).

Frente a otros tantos humanismos, frecuentemente cerrados en una visión del hombre estrictamente económica, biológica o psíquica, la Iglesia tiene el derecho y el deber de proclamar la verdad sobre el hombre, que ella recibió de su Maestro Jesucristo. Ojalá ninguna coacción externa le impida hacerlo. Pero, sobre todo, ojalá no deje ella de hacerlo por temores o dudas, por haberse dejado contaminar por otros humanismos, por falta de confianza en su mensaje original.

Cuando, pues, un pastor de la Iglesia anuncia con claridad y sin ambigüedades la verdad sobre el hombre, revelada por Aquel mismo que "conocía lo que en el hombre había" (Jn 2,25), debe animarlo la seguridad de estar prestando el mejor servicio al ser humano.

Esta verdad completa sobre el ser humano constituye el fundamento de la enseñanza social de la Iglesia, así como es la base de la verdadera liberación. A la luz de esta verdad, no es el hombre un ser sometido a los procesos económicos o políticos, sino que esos procesos están ordenados al hombre y sometidos a él.

De este encuentro de pastores saldrá, sin duda, fortificada esta verdad sobre el hombre que enseña la Iglesia.

II. Signos y constructores de la unidad

Vuestro servicio pastoral a la verdad se completa por un igual servicio a la unidad.

Unidad entre los obispos

II.1. Esta será ante todo unidad entre vosotros mismos, los obispos. "Debemos guardar y mantener esta unidad -escribía el obispo San Cipriano en un momento de graves amenazas a la comunión entre los obispos de su país- sobre todo nosotros, los obispos, que presidimos en la Iglesia, a fin de testimoniar que el episcopado es uno e indivisible. Que nadie engañe a los fieles ni altere la verdad. El episcopado es uno..." (De la unidad de la Iglesia 6-8).

Esta unidad episcopal viene no de cálculos y maniobras humanas, sino de lo alto: del servicio a un único Señor, de la animación de un único Espíritu, del amor a una única y misma Iglesia. Es la unidad que resulta de la misión que Cristo nos ha confiado, que en el continente latinoamericano se desarrolla desde hace casi medio milenio, y que vosotros lleváis adelante con ánimo fuerte en tiempos de profundas transformaciones, mientras nos acercamos al final del segundo milenio de la redención y de la acción de la Iglesia. Es la unidad en torno al Evangelio, del cuerpo y de la sangre del Cordero, de Pedro vivo en sus sucesores, señales todas diversas entre sí, pero todas tan importantes, de la presencia de Jesús entre nosotros.

¡Cómo habéis de vivir, amados hermanos, esta unidad de pastores, en esta Conferencia que es por sí misma señal y fruto de una unidad que ya existe, pero también anticipo y principio de una unidad que debe ser aún más estrecha y sólida! Comenzáis estos trabajos en clima de unidad fraterna: sea ya esta unidad un elemento de evangelización.

Unidad con los sacerdotes, religiosos, Pueblo fiel

II.2. La unidad de los obispos entre sí se prolonga en la unidad con los presbíteros, religiosos y fieles. Los sacerdotes son los colaboradores inmediatos de los obispos en la misión pastoral, que quedaría comprometida si no reinase entre ellos y los obispos esa estrecha unidad.

Sujetos especialmente importantes de esa unidad serán asimismo los religiosos y religiosas. Sé bien cómo ha sido y sigue siendo importante la contribución de los mismos a la evangelización en América Latina. Aquí llegaron en los albores del descubrimiento y de los primeros pasos de casi todos los países. Aquí trabajaron continuamente al lado del clero diocesano. En diversos países más de la mitad, en otros la gran mayoría del presbiterio, está formado por religiosos. Bastaría esto para comprender cuánto importa, aquí más que en otras partes del mundo, que los religiosos no sólo acepten, sino que busquen lealmente una indisoluble unidad de miras y de acción con los obispos. A éstos confió el Señor la misión de apacentar el rebaño. A ellos corresponde trazar los caminos para la evangelización. No les puede, no les debe faltar la colaboración, a la vez responsable y activa, pero también dócil y confiada de los religiosos, cuyo carisma hace de ellos agentes tanto más disponibles al servicio del Evangelio. En esa línea grava sobre todos, en la comunidad eclesial, el deber de evitar magisterios paralelos, eclesialmente inaceptables y pastoralmente estériles.

Sujetos asimismo de esa unidad son los seglares, comprometidos individualmente o asociados en organismos de apostolado para la difusión del reino de Dios. Son ellos quienes han de consagrar el mundo a Cristo en medio de las tareas cotidianas y en las diversas funciones familiares y profesionales, en íntima unión y obediencia a los legítimos pastores.

Ese don precioso de la unidad eclesial debe ser salvaguardado entre todos los que forman parte del Pueblo peregrino de Dios, en la línea de la Lumen gentium.

III. Defensores y promotores de la dignidad

La dignidad humana, valor evangélico

III. 1. Quienes están familiarizados con la historia de la Iglesia, saben que en todos los tiempos ha habido admirables figuras de obispos profundamente empeñados en la promoción y en la valiente defensa de la dignidad humana de aquellos que el Señor les había confiado. Lo han hecho siempre bajo el imperativo de su misión episcopal, porque para ellos la dignidad humana es un valor evangélico que no puede ser despreciado sin grande ofensa al Creador.

Esta dignidad es conculcada, a nivel individual, cuando no son debidamente tenidos en cuenta valores como la libertad, el derecho a profesar la religión, la integridad física y psíquica, el derecho a los bienes esenciales, a la vida... Es conculcada, a nivel social y político, cuando el hombre no puede ejercer su derecho de participación o está sujeto a injustas e ilegítimas coerciones, o sometido a torturas físicas o psíquicas, etc.

No ignoro cuántos problemas se plantean hoy en esta materia en América Latina. Como obispos, no podéis desinteresaros de ellos. Sé que os proponéis llevar a cabo una seria reflexión sobre las relaciones e implicaciones existentes entre evangelización y promoción humana o liberación, considerando, en campo tan amplio e importante, lo específico de la presencia de la Iglesia.

Aquí es donde encontramos, llevados a la práctica concretamente, los temas que hemos abordado al hablar de la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre.

III.2. Si la Iglesia se hace presente en la defensa o en la promoción de la dignidad del hombre, lo hace en la línea de su misión, que aun siendo de carácter religioso y no social o político, no puede menos de considerar al hombre en la integridad de su ser. El Señor delineó en la parábola del buen samaritano el modelo de atención a todas las necesidades humanas (cf. Lc 10,30), y declaró que en último término se identificará con los desheredados -enfermos, encarcelados, hambrientos, solitarios-, a quienes se haya tendido la mano (cf. Mt 25,31ss). La Iglesia ha aprendido en estas y otras páginas del Evangelio (cf. Mc 6,35-44) que su misión evangelizadora tiene como parte indispensable la acción por la justicia y las tareas de promoción del hombre (cf. Documento final del Sínodo de los Obispos, octubre de 1971), y que entre evangelización y promoción humana hay lazos muy fuertes de orden antropológico, teológico y de caridad (cf. Evangelii nuntiandi 31); de manera que "la evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta personal y social del hombre" (ibid., 29).

Tengamos presente, por otra parte, que la acción de la Iglesia en terrenos como los de la promoción humana, del desarrollo, de la justicia, de los derechos de la persona, quiere estar siempre al servicio del hombre; y al hombre tal como ella lo ve en la visión cristiana de la antropología que adopta. Ella no necesita, pues, recurrir a sistemas e ideologías para amar, defender y colaborar en la liberación del hombre: en el centro del mensaje del cual es depositaria y pregonera, ella encuentra inspiración para actuar en favor de la fraternidad, de la justicia, de la paz, contra todas las dominaciones, esclavitudes, discriminaciones, violencias, atentados a la libertad religiosa, agresiones contra el hombre y cuanto atenta a la vida (cf. Gaudium et spes 26, 27 y 29).

III.3. No es, pues, por oportunismo ni por afán de novedad que la Iglesia, "experta en humanidad" (Pablo VI, Discurso a la ONU, 5 de octubre de 1965), es defensora de los derechos humanos. Es por un auténtico compromiso evangélico, el cual, como sucedió con Cristo, es, sobre todo, compromiso con los más necesitados.

Fiel a este compromiso, la Iglesia quiere mantenerse libre frente a los opuestos sistemas, para optar sólo por el hombre. Cualesquiera sean las miserias o sufrimientos que aflijan al hombre, Cristo está al lado de los pobres; no a través de la violencia, de los juegos de poder, de los sistemas políticos, sino por medio de la verdad sobre el hombre, camino hacia un futuro mejor.

III.4. Nace de ahí la constante preocupación de la Iglesia por la delicada cuestión de la propiedad. Una prueba de ello son los escritos de los Padres de la Iglesia a través del primer milenio del cristianismo (San Ambrosio, De Nabuthae c.12 n.53). Lo demuestra claramente la doctrina vigorosa de Santo Tomás de Aquino, repetida tantas veces. En nuestros tiempos, la Iglesia ha hecho apelación a los mismos principios en documentos de tan largo alcance como son las encíclicas sociales de los últimos Papas. Con una fuerza y profundidad particular, habló de este tema el papa Pablo VI en su encíclica Populorum progressio (23-24; cf. también Juan XXIII, Mater et Magistra 104-115).

Esta voz de la Iglesia, eco de la voz de la conciencia humana, que no cesó de resonar a través de los siglos en medio de los más variados sistemas y condiciones socio-culturales, merece y necesita ser escuchada también en nuestra época, cuando la riqueza creciente de unos pocos sigue paralela a la creciente miseria de las masas.

Es entonces cuando adquiere carácter urgente la enseñanza de la Iglesia, según la cual sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social. Con respecto a esta enseñanza, la Iglesia tiene una misión que cumplir: debe predicar, educar a las personas y a las colectividades, formar la opinión pública, orientar a los responsables de los pueblos. De este modo estará trabajando en favor de la sociedad, dentro de la cual este principio cristiano y evangélico terminará dando frutos de una distribución más justa y equitativa de los bienes, no sólo en el interior de cada nación, sino también en el mundo internacional en general, evitando que los países más fuertes usen su poder en detrimento de los más débiles.

Aquellos sobre los cuales recae la responsabilidad de la vida pública de los Estados y naciones deberán comprender que la paz interna y la paz internacional sólo estará asegurada si tiene vigencia un sistema social y económico basado sobre la justicia.

Cristo no permaneció indiferente frente a este vasto y exigente imperativo de la moral social. Tampoco podría hacerlo la Iglesia. En el espíritu de la Iglesia, que es el espíritu de Cristo, y apoyados en su doctrina amplia y sólida, volvamos al trabajo en este campo.

Hay que subrayar aquí nuevamente que la solicitud de la Iglesia mira al hombre en su integridad.

Por esta razón, es condición indispensable para que un sistema económico sea justo, que propicie el desarrollo y la difusión de la instrucción pública y de la cultura. Cuanto más justa sea la economía, tanto más profunda será la conciencia de la cultura. Esto está muy en línea con lo que afirmaba el Concilio: que para alcanzar una vida digna del hombre, no es posible limitarse a tener más, hay que aspirar a ser más (Gaudium et spes 35).

Bebed, pues, hermanos, en estas fuentes auténticas. Hablad con el lenguaje del Concilio de Juan XXIII, de Pablo VI: es el lenguaje de la experiencia, del dolor, de la esperanza de la humanidad contemporánea.

Cuando Pablo VI declaraba que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz (Populorum progressio 76), tenía presentes todos los lazos de interdependencia que existen no sólo dentro de las naciones, sino también fuera de ellas, a nivel mundial. El tomaba en consideración los mecanismos que, por encontrarse impregnados no de auténtico humanismo, sino de materialismo, producen a nivel internacional ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres.

No hay regla económica capaz de cambiar por sí misma estos mecanismos. Hay que apelar también en la vida internacional a los principios de la ética, a las exigencias de la justicia, al mandamiento primero, que es el del amor. Hay que dar la primacía a lo moral, a lo espiritual, a lo que nace de la verdad plena sobre el hombre.

He querido manifestaros estas reflexiones, que creo muy importantes, aunque no deben distraernos del tema central de la conferencia: al hombre, a la justicia, llegaremos mediante la evangelización.

III.5. Ante lo dicho hasta aquí, la Iglesia ve con profundo dolor "el aumento masivo, a veces, de violaciones de derechos humanos en muchas partes del mundo... ¿Quién puede negar que hoy día hay personas individuales y poderes civiles que violan impunemente derechos fundamentales de la persona humana, tales como el derecho a nacer, el derecho a la vida, el derecho a la procreación responsable, al trabajo, a la paz, a la libertad y a la justicia social; el derecho a participar en las decisiones que conciernen al pueblo y a las naciones? ¿Y qué decir cuando nos encontramos ante formas variadas de violencia colectiva, como la discriminación racial de individuos y grupos, la tortura física y psicológica de prisioneros y disidentes políticos? Crece el elenco cuando miramos los ejemplos de secuestros de personas, los raptos motivados por afán de lucro material que embisten con tanto dramatismo contra la vida familiar y trama social" (Juan Pablo II, Mensaje a la ONU, 12 de diciembre de 1978). Clamamos nuevamente: ¡Respetad al hombre! ¡Él es imagen de Dios! ¡Evangelizad para que esto sea una realidad! Para que el Señor transforme los corazones y humanice los sistemas políticos y económicos, partiendo del empeño responsable del hombre.

III.6. Hay que alentar los compromisos pastorales en este campo con una recta concepción cristiana de la liberación. La Iglesia tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos..., el deber de ayudar a que nazca esta liberación (cf. Evangelii nuntiandi 30); pero siente también el deber correspondiente de proclamar la liberación en su sentido integral, profundo, como lo anunció y realizó Jesús (cf. ibid., 31). "Liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es, sobre todo, liberación del pecado y del maligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por Él" (ibid., 9). Liberación hecha de reconciliación y perdón. Liberación que arranca de la realidad de ser hijos de Dios, a quien somos capaces de llamar Abba!, ¡Padre! (cf. Rom 8,15), y por la cual reconocemos en todo hombre a nuestro hermano, capaz de ser transformado en su corazón por la misericordia de Dios. Liberación que nos empuja, con la energía de la caridad, a la comunión, cuya cumbre y plenitud encontramos en el Señor. Liberación como superación de las diversas servidumbres e ídolos que el hombre se forja y como crecimiento del hombre nuevo.

Liberación que dentro de la misión propia de la Iglesia "no puede reducirse a la simple y estrecha dimensión económica, política, social o cultural..., que no puede nunca sacrificarse a las exigencias de una estrategia cualquiera, de una praxis o de un éxito a corto plazo" (cf. Evangelii nuntiandi 33).

Para salvaguardar la originalidad de la liberación cristiana y las energías que es capaz de desplegar, es necesario a toda costa, como lo pedía el papa Pablo VI, evitar reduccionismos y ambigüedades; de otro modo, "la Iglesia perdería su significación más profunda. Su mensaje de liberación no tendría ninguna originalidad y se prestaría a ser acaparado y manipulado por los sistemas ideológicos y los partidos políticos" (ibid., 32). Hay muchos signos que ayudan a discernir cuándo se trata de una liberación cristiana y cuándo, en cambio, se nutre más bien de ideologías que le sustraen la coherencia con una visión evangélica del hombre, de las cosas, de los acontecimientos (cf. ibid., 35). Son signos que derivan ya de los contenidos que anuncian o de las actitudes concretas que asumen los evangelizadores. Es preciso observar, a nivel de contenidos, cuál es la fidelidad a la palabra de Dios, a la tradición viva de la Iglesia, a su magisterio. En cuanto a las actitudes, hay que ponderar cuál es su sentido de comunión con los obispos, en primer lugar, y con los demás sectores del Pueblo de Dios; cuál es el aporte que se da a la construcción efectiva de la comunidad, y cuál la forma de volcar con amor su solicitud hacia los pobres, los enfermos, los desposeídos, los desamparados, los agobiados, y cómo, descubriendo en ellos la imagen de Jesús "pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo" (Lumen gentium 8). No nos engañemos: los fieles humildes y sencillos captan espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia al Evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con otros intereses.

Como veis, conserva toda su validez el conjunto de observaciones que sobre el tema de la liberación ha hecho la Evangelii nuntiandi.

III.7. Cuanto hemos recordado antes constituye un rico y complejo patrimonio, que la Evangelii nuntiandi denomina doctrina social o enseñanza social de la Iglesia (cf. ibid., 38). Esta nace a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio auténtico, de la presencia de los cristianos en el seno de las situaciones cambiantes del mundo, en contacto con los desafíos que de ésas provienen. Tal doctrina social comporta, por tanto, principios de reflexión, pero también normas de juicio y directrices de acción (cf. Pablo VI, Octogesima adveniens 4).

Confiar responsablemente en esta doctrina social, aunque algunos traten de sembrar dudas y desconfianzas sobre ella, estudiarla con seriedad, procurar aplicarla, enseñarla, ser fiel a ella es, en un hijo de la Iglesia, garantía de la autenticidad de su compromiso en las delicadas y exigentes tareas sociales, y de sus esfuerzos en favor de la liberación o de la promoción de sus hermanos.

Permitid, pues, que recomiende a vuestra especial atención pastoral la urgencia de sensibilizar a vuestros fieles acerca de esta doctrina social de la Iglesia.

Hay que poner particular cuidado en la formación de una conciencia social a todos los niveles y en todos los sectores. Cuando arrecian las injusticias y crece dolorosamente la distancia entre pobres y ricos, la doctrina social, en forma creativa y abierta a los amplios campos de la presencia de la Iglesia, debe ser precioso instrumento de formación y de acción. Esto vale particularmente en relación con los laicos: "Competen a los laicos propiamente, aunque no exclusivamente, las tareas y el dinamismo seculares" (Gaudium et spes 43). Es necesario evitar suplantaciones y estudiar seriamente cuándo ciertas formas de suplencia mantienen su razón de ser. ¿No son los laicos los llamados, en virtud de su vocación en la Iglesia, a dar su aporte en las dimensiones políticas, económicas, y a estar eficazmente presentes en la tutela y promoción de los derechos humanos?

 

IV. Algunas tareas prioritarias

Muchos temas pastorales, de gran significación, vais a considerar. El tiempo me impide aludir a ellos. A algunos me he referido o me referiré en los encuentros con los sacerdotes; los religiosos, los seminaristas, los laicos.

Los temas que aquí os señalo tienen, por diferentes motivos, una gran importancia. No dejaréis de considerarlos, entre tantos otros que vuestra clarividencia pastoral os indicará.

a) La familia. Haced todos los esfuerzos para que haya una pastoral familiar. Atended a campo tan prioritario con la certeza de que la evangelización en el futuro depende en gran parte de la "Iglesia doméstica". Es la escuela del amor, del conocimiento de Dios, del respeto a la vida, a la dignidad del hombre. Es esta pastoral tanto más importante cuanto la familia es objeto de tantas amenazas. Pensad en las campañas favorables al divorcio, al uso de prácticas anticoncepcionales, al aborto, que destruyen la sociedad.

b) Las vocaciones sacerdotales y religiosas. En la mayoría de vuestros países, no obstante un esperanzador despertar de vocaciones, es un problema grave y crónico la falta de las mismas. La desproporción es inmensa entre el número creciente de habitantes y el de agentes de la evangelización. Importa esto sobremanera a la comunidad cristiana. Toda comunidad ha de procurar sus vocaciones, como señal incluso de su vitalidad y madurez. Hay que reactivar una intensa acción pastoral que, partiendo de la vocación cristiana en general, de una pastoral juvenil entusiasta, dé a la Iglesia los servidores que necesita. Las vocaciones laicales, tan indispensables, no pueden ser una compensación suficiente. Más aún, una de las pruebas del compromiso del laico es la fecundidad en las vocaciones a la vida consagrada.

c) La juventud. ¡Cuánta esperanza pone en ella la Iglesia! ¡Cuántas energías circulan en la juventud, en América Latina, que necesita la Iglesia! Cómo hemos de estar cerca de ella los pastores, para que Cristo y la Iglesia, para que el amor del hermano calen profundamente en su corazón.

V. Conclusión

Al término de este mensaje no puedo dejar de invocar una vez más la protección de la Madre de Dios sobre vuestras personas y vuestro trabajo en estos días. El hecho de que este nuestro encuentro tenga lugar en la presencia espiritual de Nuestra Señora de Guadalupe, venerada en México y en todos los otros países como Madre de la Iglesia en América Latina, es para mi un motivo de alegría y una fuente de esperanza. "Estrella de la evangelización", sea Ella vuestra guía en las reflexiones que haréis y en las decisiones que tomaréis. Que Ella alcance de su divino Hijo para vosotros: audacia de profetas y prudencia evangélica de pastores; clarividencia de maestros y seguridad de guías y orientadores; fuerza de ánimo de testigos, y serenidad, paciencia y mansedumbre de padres.

El Señor bendiga vuestros trabajos. Estáis acompañados por representantes selectos: presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas, laicos, expertos, observadores, cuya colaboración os será muy útil. Toda la Iglesia tiene puestos los ojos en vosotros, con confianza y esperanza. Queréis responder a tales expectativas con plena fidelidad a Cristo, a la Iglesia, al hombre. El futuro está en las manos de Dios, pero, en cierta manera, ese futuro de un nuevo impulso evangelizador, Dios lo pone también en las vuestras. "Id, pues, enseñad a todas las gentes" (Mt 28,19).

Homilía pronunciada en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe de Ciudad de México durante la solemne concelebración con los participantes en la Conferencia

S.S. Juan Pablo II

27 de enero de 1979

¡Salve María!

1. Cuán profundo es mi gozo, queridos hermanos en el Episcopado y amadísimos hijos, porque los primeros pasos de mi peregrinaje, como sucesor de Pablo VI y de Juan Pablo I, me traen precisamente aquí. Me traen a Ti, María, en este santuario del pueblo de México y de toda América Latina, en el que desde hace tantos siglos se ha manifestado tu maternidad.

¡Salve, María!

Pronuncio con inmenso amor y reverencia estas palabras, tan sencillas y a la vez tan maravillosas. Nadie podrá saludarte nunca de un modo más estupendo que como lo hizo un día el arcángel en el momento de la Anunciación. Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum. Repito estas palabras que tantos corazones guardan y tantos labios pronuncian en todo el mundo. Nosotros aquí presentes las repetimos juntos, conscientes de que éstas son las palabras con las que Dios mismo, a través de su mensajero, ha saludado a Ti, la Mujer prometida en el Edén, y desde la eternidad elegida como Madre del Verbo, Madre de la divina Sabiduría, Madre del Hijo de Dios.

¡Salve, Madre de Dios!

2. Tu Hijo Jesucristo es nuestro Redentor y Señor. Es nuestro Maestro. Todos nosotros aquí reunidos somos sus discípulos. Somos los sucesores de los apóstoles, de aquellos a quienes el Señor dijo: "Id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo" (Mt 28,19-20).

Congregados aquí el sucesor de Pedro y los sucesores de los apóstoles, nos damos cuenta de cómo esas palabras se han cumplido, de manera admirable, en esta tierra.

En efecto, desde que en 1492 comienza la gesta evangelizadora en el Nuevo Mundo, apenas una veintena de años después llega la fe a México. Poco más tarde se crea la primera sede arzobispal regida por Juan de Zumárraga, a quien secundarán otras grandes figuras de evangelizadores, que extenderán el cristianismo en muy amplias zonas.

Otras epopeyas religiosas no menos gloriosas escribirán en el hemisferio sur hombres como Santo Toribio de Mogrovejo y otros muchos que merecerían ser citados en larga lista. Los caminos de la fe van alargándose sin cesar, y a finales del primer siglo de evangelización la Jerarquía católica estaba presente en el Nuevo Continente con unos cuatro millones de cristianos. Una empresa singular que continuará por largo tiempo, hasta abarcar hoy en día, tras cinco siglos de evangelización, casi la mitad de la entera Iglesia católica, arraigada en la cultura del pueblo latinoamericano y formando palle de su identidad propia.

Y a medida que sobre estas tierras se realizaba el mandato de Cristo, a medida que con la gracia del bautismo se multiplicaban por doquier los hijos de la adopción divina, aparece también la Madre. En efecto, a Ti, María, el Hijo de Dios y a la vez Hijo tuyo, desde lo alto de la cruz indicó a un hombre y dijo: "He ahí a tu hijo" (Jn 19,26). Y en aquel hombre te ha confiado a cada hombre, te ha confiado a todos. Y Tú, que en el momento de la Anunciación, en estas sencillas palabras: "He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38), has concentrado todo el programa de tu vida, abrazas a todos, te acercas a todos, buscas maternalmente a todos. De esta manera se cumple lo que el último Concilio ha declarado acerca de tu presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Perseveras de manera admirable en el misterio de Cristo, tu Hijo unigénito, porque estás siempre dondequiera están los hombres sus hermanos, dondequiera está la Iglesia.

3. De hecho, los primeros misioneros llegados a América, provenientes de tierras de eminente tradición mariana, junto con los rudimentos de la fe cristiana van enseñando el amor a Ti, Madre de Jesús y de todos los hombres. Y desde que el indio Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, Tú, Madre de Guadalupe, entras de modo determinante en la vida cristiana del pueblo de México. No menor ha sido tu presencia en otras partes, donde tus hijos te invocan con tiernos nombres, como Nuestra Señora de la Altagracia, de la Aparecida, de Luján y tantos otros no menos entrañables, para no hacer una lista interminable, con los que en cada nación, y aun en cada zona, los pueblos latinoamericanos te expresan su devoción más profunda y Tú les proteges en su peregrinar de fe.

El Papa -que proviene de un país en el que tus imágenes, especialmente una: la de Jasna Góra, son también signo de tu presencia en la vida de la nación, en su azarosa historia- es particularmente sensible a este signo de tu presencia aquí, en la vida del Pueblo de Dios en México, en su historia, también ella no fácil y a veces hasta dramática. Pero estás igualmente presente en la vida de tantos otros pueblos y naciones de América Latina, presidiendo y guiando no sólo su pasado remoto o reciente, sino también el momento actual, con sus incertidumbres y sombras. Este Papa percibe en lo hondo de su corazón los vínculos particulares que te unen a Ti con este pueblo y a este pueblo contigo. Este pueblo, que afectuosamente te llama "La Morenita". Este pueblo -e indirectamente todo este inmenso continente- vive su unidad espiritual gracias al hecho de que Tú eres la Madre. Una Madre que, con su amor, crea, conserva, acrecienta espacios de cercanía entre sus hijos.

¡Salve, Madre de México!

¡Madre de América Latina!

4. Nos encontramos aquí en esta hora insólita y estupenda de la historia del mundo. Llegamos a este lugar, conscientes de hallarnos en un momento crucial. Con esta reunión de obispos deseamos entroncar con la precedente Conferencia del Episcopado Latinoamericano que tuvo lugar hace diez años en Medellín, en coincidencia con el Congreso Eucarístico de Bogotá, y en la que participó el papa Pablo VI, de imborrable memoria. Hemos venido aquí no tanto para volver a examinar, al cabo de diez años, el mismo problema, cuanto para revisarlo en modo nuevo, en lugar nuevo y en nuevo momento histórico.

Queremos tomar como punto de partida lo que se contiene en los documentos y resoluciones de aquella Conferencia. Y queremos a la vez, sobre la base de las experiencias de estos diez años, del desarrollo del pensamiento y a la luz de las experiencias de toda la iglesia, dar un justo y necesario paso adelante.

La Conferencia de Medellín tuvo lugar poco después de la clausura del Vaticano II, el Concilio de nuestro siglo, y ha tenido por objetivo recoger los planteamientos y contenido esenciales del Concilio, para aplicarlos y hacerlos fuerza orientadora en la situación concreta de la Iglesia Latinoamericana.

Sin el Concilio no hubiera sido posible la reunión de Medellín, que quiso ser un impulso de renovación pastoral, un nuevo "espíritu" de cara al futuro, en plena fidelidad eclesial en la interpretación de los signos de los tiempos en América Latina. La intencionalidad evangelizadora era bien clara y queda patente en los dieciséis temas afrontados, reunidos en torno a tres grandes áreas, mutuamente complementarias: promoción humana, evangelización y crecimiento en la fe, Iglesia visible y sus estructuras.

Con su opción por el hombre latinoamericano visto en su integridad, con su amor preferencial pero no exclusivo por los pobres, con su aliento a una liberación integral de los hombres y de los pueblos, Medellín, la Iglesia allí presente, fue una llamada de esperanza hacia metas más cristianas y más humanas.

Pero han pasado diez años. Y se han hecho interpretaciones, a veces contradictorias, no siempre correctas, no siempre beneficiosas para la Iglesia. Por ello, la Iglesia busca los caminos que le permitan comprender más profundamente y cumplir con mayor empeño la misión recibida de Cristo Jesús.

Gran importancia han tenido a tal respecto las sesiones del Sínodo de los Obispos que se han celebrado en estos años, y sobre todo la del año 1974, centrada sobre la evangelización, cuyas conclusiones ha recogido después, de modo vivo y alentador, la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI.

Este es el tema que colocamos hoy sobre nuestra mesa de trabajo, al proponernos estudiar "La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina".

Encontrándonos en este lugar santo para iniciar nuestros trabajos, se nos presenta ante los ojos el cenáculo de Jerusalén, lugar de la institución de la Eucaristía. Al mismo cenáculo volvieron los apóstoles después de la ascensión del Señor, para que, permaneciendo en oración con María, la Madre de Cristo, pudieran preparar sus corazones para recibir al Espíritu Santo, en el momento del nacimiento de la Iglesia.

También nosotros venimos aquí para ello, también nosotros esperamos el descenso del Espíritu Santo, que nos hará ver los caminos de la evangelización, a través de los cuales la Iglesia debe continuar y renacer en nuestro gran continente. También nosotros hoy, y en los próximos días, deseamos perseverar en la oración con María, Madre de nuestro Señor y Maestro: contigo, Madre de la esperanza, Madre de Guadalupe.

5. Permite, pues, que yo, Juan Pablo II, Obispo de Roma y Papa, junto con mis hermanos en el episcopado que representan a la Iglesia de México y de toda América Latina, en este solemne momento, confiemos y ofrezcamos a Ti, Sierva del Señor, todo el patrimonio del Evangelio, de la cruz, de la resurrección, de los que todos nosotros somos testigos, apóstoles, maestros y obispos.

¡Oh Madre! Ayúdanos a ser fieles dispensadores de los grandes misterios de Dios. Ayúdanos a enseñar la verdad que tu Hijo ha anunciado y a extender el amor, que es el principal mandamiento y el primer fruto del Espíritu Santo. Ayúdanos a confirmar a nuestros hermanos en la fe, ayúdanos a despertar la esperanza en la vida eterna. Ayúdanos a guardar los grandes tesoros encerrados en las almas del Pueblo de Dios que nos ha sido encomendado.

Te ofrecemos todo este Pueblo de Dios. Te ofrecemos la Iglesia de México y de todo el Continente. Te la ofrecemos como propiedad tuya. Tú que has entrado tan adentro en los corazones de los fieles a través de la señal de tu presencia, que es tu imagen en el santuario de Guadalupe, vive como en tu casa en estos corazones, también en el futuro. Sé uno de casa en nuestras familias, en nuestras parroquias, misiones, diócesis y en todos los pueblos.

Y hazlo por medio de la Iglesia santa, la cual, imitándote a Ti, Madre, desea ser a su vez una buena madre, cuidar a las almas en todas sus necesidades, anunciando el Evangelio, administrando los sacramentos, salvaguardando la vida de las familias mediante el sacramento del matrimonio, reuniendo a todos en la comunidad eucarística por medio del santo sacramento del altar, acompañándolos amorosamente desde la cuna hasta la entrada en la eternidad.

¡Oh Madre! Despierta en las jóvenes generaciones la disponibilidad al exclusivo servicio a Dios. Implora para nosotros abundantes vocaciones locales al sacerdocio y a la vida consagrada.

¡Oh Madre! Corrobora la fe de todos nuestros hermanos y hermanas laicos, para que en cada campo de la vida social, profesional, cultural y política, actúen de acuerdo con la verdad y la ley que tu Hijo ha traído a la humanidad, para conducir a todos a la salvación eterna y, al mismo tiempo, para hacer la vida sobre la tierra más humana, más digna del hombre.

La Iglesia que desarrolla su labor entre las naciones americanas, la Iglesia en México, quiere servir con todas sus fuerzas a esta causa sublime con un renovado espíritu misionero. ¡Oh Madre! Haz que sepamos servirla en la verdad y en la justicia. Haz que nosotros mismos sigamos este camino y conduzcamos a los demás, sin desviarnos jamás por senderos tortuosos, arrastrando a los otros.

Te ofrecemos y confiamos todos aquellos y todo aquello que es objeto de nuestra responsabilidad pastoral, confiando que Tú estarás con nosotros, y nos ayudarás a realizar lo que tu Hijo nos ha mandado (cf. Jn 2,5). Te traemos esta confianza ilimitada y con ella, yo, Juan Pablo II, con todos mis hermanos en el episcopado de México y de América Latina, queremos vincularte de modo todavía más fuerte a nuestro ministerio, a la Iglesia y a la vida de nuestras naciones. Deseamos poner en tus manos nuestro entero porvenir, el porvenir de la evangelización de América Latina.

¡Reina de los apóstoles! Acepta nuestra prontitud a servir sin reserva la causa de tu Hijo, la causa del Evangelio y la causa de la paz, basada sobre la justicia y el amor entre los hombres y entre los pueblos.

¡Reina de la paz! Salva a las Naciones y a los pueblos de todo el Continente, que tanto confían en Ti, de las guerras, del odio y de la subversión.

Haz que todos, gobernantes y súbditos, aprendan a vivir en paz, se eduquen para la paz, hagan cuanto exige la justicia y el respeto de los derechos de todo hombre, para que se consolide la paz.

Acepta esta nuestra confiada entrega, ¡oh Sierva del Señor! Que tu maternal presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia se convierta en fuente de alegría y de libertad para cada uno y para todos; fuente de aquella libertad por medio de la cual "Cristo nos ha liberado" (Gál 5,1), y, finalmente, fuente de aquella paz que el mundo no puede dar, sino que sólo la da Él, Cristo (cf. Jn 14,27).

Finalmente, ¡oh Madre!, recordando y confirmando el gesto de mis predecesores Benedicto XIV y Pío X, quienes te proclamaron Patrona de México y de toda la América Latina, te presento una diadema en nombre de todos tus hijos mexicanos y latinoamericanos, para que los conserves bajo tu protección, guardes su concordia en la fe y su fidelidad a Cristo, tu Hijo. Amén.

 

Homilía pronunciada en el Seminario Palafoxiano de Puebla

S.S. Juan Pablo II

28 de enero de 1979

Amadísimos hijos e hijas:

1. Puebla de los Angeles: el nombre sonoro y expresivo de vuestra ciudad se encuentra hoy día en millones de labios a lo largo de América Latina y en todo el mundo. Vuestra ciudad se vuelve símbolo y señal para la Iglesia latinoamericana. Es aquí, de hecho, donde se congregan a partir de hoy, convocados por el Sucesor de Pedro, los obispos de todo el continente para reflexionar sobre la misión de los pastores en esta parte del mundo, en esta hora singular de la historia.

El Papa ha querido subir hasta esta cumbre desde donde parece abrirse toda América Latina. Y es con la impresión de contemplar el diseño de cada una de las naciones que, en este altar levantado sobre las montañas, el Papa ha querido celebrar este sacrificio eucarístico para invocar sobre esta Conferencia, sus participantes y sus trabajos, la luz, el calor, todos los dones del Espíritu de Dios, Espíritu de Jesucristo.

Nada más natural y necesario que invocarlo en esta circunstancia. La gran Asamblea que se abre es, en efecto, en su esencia más profunda una reunión eclesial: eclesial por aquellos que aquí se reúnen, pastores de la Iglesia de Dios que está en América Latina; eclesial por el tema que estudia, la misión de la Iglesia en el continente; eclesial por sus objetivos de hacer siempre más viva y eficaz la aportación original que la Iglesia tiene el deber de ofrecer al bienestar, a la armonía, a la justicia y a la paz de estos pueblos. Ahora bien, no hay asamblea eclesial si ahí no está en la plenitud de su misteriosa acción el Espíritu de Dios.

El Papa lo invoca con todo el fervor de su corazón. Que el lugar donde se reúnen los obispos sea un nuevo cenáculo, mucho más grande que el de Jerusalén, donde los apóstoles eran apenas once en aquella mañana, pero, como el de Jerusalén, abierto a las llamas del Paráclito y a la fuerza de un renovado Pentecostés. Que el Espíritu cumpla en vosotros, obispos aquí congregados, la multiforme misión que el Señor Jesús le confió: intérprete de Dios, para hacer comprender su designio y su palabra inaccesibles a la simple razón humana (cf. Jn 14,26), abra la inteligencia de estos pastores y los introduzca en la verdad (cf. Jn 16,13); testigo de Jesucristo, dé testimonio en la conciencia y en el corazón de ellos y los transforme a su vez en testigos coherentes, creíbles, eficaces durante sus trabajos (cf. Jn 15,26); Abogado o Consolador, infunda ánimo contra el pecado del mundo (cf. Jn 16,8) y les ponga en los labios lo que habrán de decir, sobre todo en el momento en que el testimonio costará sufrimiento y fatiga.

Os ruego, pues, amados hijos e hijas, que os unáis a mí en esta Eucaristía, en esta invocación al Espíritu. No es para si mismos ni por intereses personales que los obispos, venidos de todos los ambientes del continente se encuentran aquí; es para vosotros, Pueblo de Dios en estas tierras, y para vuestro bien. Participad, pues, en esta III Conferencia también de esta manera: pidiendo cada día para todos y para cada uno de ellos la abundancia del Espíritu Santo.

2. Se ha dicho, en forma bella y profunda, que nuestro Dios en su misterio más intimo no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia, que es el amor. Este amor, en la Familia divina, es el Espíritu Santo. El tema de la familia no es, pues, ajeno al tema del Espíritu Santo. Permitid que sobre este tema de la familia -que ciertamente ocupará a los obispos durante estos día- os dirija el Papa algunas palabras.

Sabéis que con términos densos y apremiantes la Conferencia de Medellín habló de la familia. Los obispos, en aquel año de 1968, vieron, en vuestro gran sentido de la familia, un rasgo primordial de vuestra cultura latinoamericana. Hicieron ver que, para el bien de vuestros países; las familias latinoamericanas deberían tener siempre tres dimensiones: ser educadoras en la fe, formadoras de personas. promotoras de desarrollo. Subrayaron también los graves obstáculos que las familias encuentran para cumplir con este triple cometido. Recomendaron "por eso" la atención pastoral a las familias, como una de las atenciones prioritarias de la Iglesia en el continente.

Pasados diez años, la Iglesia en América Latina se siente feliz por todo lo que ha podido hacer en favor de la familia. Pero reconoce con humildad cuánto le falta por hacer, mientras percibe que la pastoral familiar, lejos de haber perdido su carácter prioritario, aparece hoy todavía más urgente, como elemento muy importante en la evangelización.

3. La Iglesia es consciente, en efecto, de que en estos tiempos la familia afronta en América Latina serios problemas. Ultimamente algunos países han introducido el divorcio en su legislación, lo cual conlleva una nueva amenaza a la integridad familiar. En la mayoría de vuestros países se lamenta que un número alarmante de niños, porvenir de esas naciones y esperanzas para el futuro, nazcan en hogares sin ninguna estabilidad o, como se les suele llamar, en "familias incompletas". Además, en ciertos lugares del "Continente de la esperanza", esta misma esperanza corre el riesgo de desvanecerse, pues ella crece en el seno de las familias, muchas de las cuales no pueden vivir normalmente, porque repercuten particularmente en ellas los resultados más negativos del desarrollo: índices verdaderamente deprimentes de insalubridad, pobreza y aun miseria, ignorancia y analfabetismo, condiciones inhumanas de vivienda, subalimentación crónica y tantas otras realidades no menos tristes.

En defensa de la familia, contra estos males, la Iglesia se compromete a dar su ayuda e invita a los Gobiernos para que pongan como punto clave de su acción: una política socio-familiar inteligente, audaz, perseverante, reconociendo que ahí se encuentra sin duda el porvenir -la esperanza- del continente. Habría que añadir que tal política familiar no debe entenderse como un esfuerzo indiscriminado para reducir a cualquier precio el índice de natalidad -lo que mi predecesor Pablo VI llamaba "disminuir el número de los invitados al banquete de la vida"- cuando es notorio que aun para el desarrollo es indispensable un equilibrado índice de población. Se trata de combinar esfuerzos para crear condiciones favorables a la existencia de familias sanas y equilibradas: "aumentar la comida en la mesa", siempre en expresión de Pablo VI.

Además de la defensa de la familia, debemos hablar también de promoción de la familia. A tal promoción han de contribuir muchos organismos: Gobiernos y organismos gubernamentales, la escuela, los sindicatos, los medios de comunicación social, las agrupaciones de barrios, las diferentes asociaciones voluntarias o espontáneas que florecen hoy día en todas partes.

La Iglesia debe ofrecer también su contribución en la línea de su misión espiritual de anuncio del Evangelio y conducción de los hombres a la salvación, que tiene también una enorme repercusión sobre el bienestar familiar. ¿Y qué puede hacer la Iglesia uniendo sus esfuerzos a los de los otros? Estoy seguro de que vuestros obispos se esforzarán por dar a esta cuestión respuestas adecuadas, justas, valederas. Os indico cuánto valor tiene para la familia lo que la Iglesia hace ya en América Latina, por ejemplo, para preparar los futuros esposos al matrimonio, para ayudar a las familias cuando atraviesan en su existencia crisis normales que, bien encaminadas, pueden ser hasta fecundas y enriquecedoras, para hacer de cada familia cristiana una verdadera ecclesia domestica, con todo el rico contenido de esta expresión, para preparar muchas familias a la misión evangelizadora de otras familias, para poner de relieve todos los valores de la vida familiar, para venir en ayuda de las familias incompletas, para estimular a los gobernantes a suscitar en sus países esa política socio-familiar de la que hablábamos hace un momento. La Conferencia de Puebla ciertamente apoyará estas iniciativas y quizá sugerirá otras. Alégranos pensar que la historia de Latinoamérica tendrá así motivos para agradecer a la Iglesia lo mucho que ha hecho, hace y hará por la familia en este vasto continente.

4. Hijos e hijas muy amados: El Sucesor de Pedro se siente ahora, desde este altar, singularmente cercano a todas las familias de América Latina. Es como si cada hogar se abriera y el Papa pudiese penetrar en cada uno de ellos; casas donde no falta el pan ni el bienestar, pero falta quizá concordia y alegría; casas donde las familias viven más bien modestamente y en la inseguridad del mañana, ayudándose mutuamente a llevar una existencia difícil pero digna; pobres habitaciones en las periferias de vuestras ciudades, donde hay mucho sufrimiento escondido, aunque en medio de ellas existe la sencilla alegría de los pobres; humildes chozas de campesinos, de indígenas, de emigrantes, etc. Para cada familia en particular el Papa quisiera poder decir una palabra de aliento y de esperanza. Vosotras, familias que podéis disfrutar del bienestar, no os cerréis dentro de vuestra felicidad; abríos a los otros para repartir lo que os sobre y a otros les falta. Familias oprimidas por la pobreza, no os desaniméis y, sin tener el lujo por ideal ni la riqueza como principio de felicidad, buscad con la ayuda de todos superar los pasos difíciles en la espera de días mejores. Familias visitadas y angustiadas por el dolor físico o moral, probadas por la enfermedad o la miseria, no acrecentéis tales sufrimientos con la amargura o la desesperación, sino sabed amortiguar el dolor con la esperanza. Familias todas de América Latina, estad seguras de que el Papa os conoce y quiere conoceros aún más porque os ama con delicadezas de Padre.

Esta es, en el cuadro de la visita del Papa a México, la Jornada de la Familia. Acoged, pues, familias latinoamericanas, con vuestra presencia aquí, alrededor del altar, a través de la radio o la televisión, acoged la visita que el Papa quiere hacer a cada una. Y dadle al Papa la alegría de veros crecer en los valores cristianos que son los vuestros, para que América Latina encuentre en sus millones de familias razones para confiar, para esperar, para luchar, para construir.

 

LA EVANGELIZACIÓN EN EL PRESENTE Y EN EL FUTURO DE AMÉRICA LATINA

PRESENTACIÓN

Este texto recoge el trabajo realizado en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano a la que nos convocó el Santo Padre como Pastores, representantes de nuestras comunidades.

La Conferencia de Puebla, como es sabido, estuvo precedida por dos años de preparación con la activa y generosa participación de todas las Iglesias de América Latina.

Hubo, en efecto, una campaña de fervorosa oración, un proceso de consulta y de aportes principalmente de las Conferencias Episcopales, sistematizados en el Documento de Trabajo. Este ha servido como instrumento de estudio y orientación.

Hemos tenido la gracia de la presencia personal del Sucesor de Pedro, el Papa Juan Pablo II. Su palabra en la histórica visita a América Latina, especialmente la dirigida a los participantes en la III Conferencia General en la homilía durante la Concelebración en la Basílica de Guadalupe, en la Homilía en el Seminario de Puebla y sobre todo en el discurso inaugural ha sido precioso criterio, estímulo y cauce para nuestras deliberaciones. Por esto, se publican integralmente en el presente volumen.

Dada la amplitud del tema, rico y dinamizador, de la III Conferencia, se hacía necesario establecer prioridades y una adecuada articulación entre los diferentes puntos que han dado lugar a las 21 Comisiones de Trabajo, en torno de Núcleos o grandes unidades con los temas correspondientes. Este sistema de trabajo, complementado por aportes en plenarios y semiplenarios que aseguraban la mayor participación (de Obispos, Presbíteros, Diáconos, Religiosos, Religiosas, Laicos, Miembros invitados y Expertos), fue aprobado por unanimidad al inicio de nuestra Asamblea.

El contenido de los Núcleos y los temas no pretende ser un tratado sistemático de teología dogmática o pastoral. Esto ha sido expresamente descartado. Se ha buscado considerar aspectos de mayor incidencia en la Evangelización, ubicándonos en una definida perspectiva de pastores.

Aunque la Conferencia de Puebla con su caudal de contribuciones y la intensidad de su trabajo, desemboca en este Documento, es, ante todo, un espíritu: el de una Iglesia que se proyecta con renovado vigor al servicio de nuestros pueblos cuya realización ha de seguir la llama viva y transformadora de quien puso su tabernáculo en el corazón de nuestra propia historia.

Además, es principio de una nueva etapa en el proceso de nuestra vida eclesial en América Latina. El Santo Padre lo considera así al afirmar que es "un gran paso adelante", en su carta del 23 de Marzo de 1979.

Estas páginas tienen la fuerza de un nuevo envío: el que nos hace Cristo: "Id y predicad el Evangelio a todos los pueblos" (Mc 16,15).

Estas orientaciones deben interesar profundamente nuestra pastoral. Ha de desplegarse un proceso de asimilación e interiorización de su contenido, a todos los niveles, para llevarlo a la práctica. Hay que profundizarlo en la oración y en el discernimiento espiritual. En este camino, las Conferencias Episcopales tienen su clara responsabilidad: son principalmente ellas las que deberán traducir y concretar, de acuerdo con sus circunstancias, sus posibilidades y los mecanismos apropiados, estas directivas. Es también tarea de las Iglesias Particulares, y en ellas de las Parroquias, los Movimientos Apostólicos, las Comunidades Eclesiales de Base y, en fin, de todas nuestras comunidades, hacer que Puebla, todo Puebla, se vuelque sobre la vida con su carga evangelizadora.

Puebla es, además, un espíritu, el de la comunión y la participación que, a manera de línea conductora, apareció en los documentos preparatorios y animó las jornadas de la Conferencia. Decíamos en ellos:

"La línea teológico-pastoral está conformada en el Documento de Trabajo por dos polos complementarios: la comunión y la participación (co-participación)".

"Mediante la evangelización plena, se trata de restaurar y profundizar la comunión con Dios y, como elemento también esencial, la comunión entre los hombres. De modo que el hombre, al vivir la filiación en fraternidad, sea imagen viva de Dios dentro de la Iglesia y del mundo, en su calidad de sujeto activo de la historia".

"Comunión con Dios, en la fe, en la oración, en la vida sacramental. Comunión con los hermanos en las distintas dimensiones de nuestra existencia. Comunión en la Iglesia, entre los Episcopados y con el Santo Padre. Comunión en las comunidades cristianas. Comunión de reconciliación y de servicio. Comunión que es raíz y motor de evangelización. Comunión con nuestros pueblos".

"Participación en la Iglesia, en todos sus niveles y tareas. Participación en la sociedad, en sus diferentes sectores; en las naciones de América Latina; en su necesario proceso de integración, con actitud de constante diálogo. Dios es amor, familia, comunión; es fuente de participación en todo su misterio trinitario y en la manifestación de su nueva revelación con los hombres por la filiación y de estos entre sí, por la fraternidad" (Documento de Trabajo, Presentación 3.3.).

La III Conferencia se distinguió por la concordia de voluntades en torno de su tema y del consistente contenido de su Documento final. en efecto, fue aprobado por 179 "Placet" y 1 voto en blanco.

A pesar de la conveniencia de una mayor articulación del Documento que evitara repeticiones, numerosas en un trabajo desarrollado fundamentalmente en Comisiones, se ha preferido por razón de objetividad, no suprimir tales repeticiones. La Asamblea, en efecto, no tuvo oportunidad de llevar a cabo esta ardua y delicada tarea.

Se ha hecho lo posible por indicar la referencia a lugares en los que determinados temas son tratados especialmente.

La revisión del texto se ha limitado casi exclusivamente a aspectos meramente redaccionales. Para ello se han tenido en cuenta numerosas correcciones e indicaciones de las Comisiones de Trabajo, así como el elenco de la fe de erratas elaborado por las mismas. Se ha realizado además una paciente labor de confrontación de citas, acudiendo a las fuentes respectivas. Algunas leves modificaciones fueron aprobadas por el Santo Padre.

Todo lo que hemos expresado constituye nuestra esperanza y a ello nos comprometemos bajo la mirad de María, la que creyó y se puso en camino presurosa, para anunciar la Alegre Nueva que palpitaba en sus entrañas.

PRESIDENCIA

Card. Sebastiano Baggio,
Prefecto de la Sagrada Congregación para los Obispos y Presidente de la Comisión Pontificia para América Latina - CAL

Card. Aloisio Loscheider,
Arzobispo de Fortaleza - Brasil
Presidente de la CNBB
Presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano - CELAM -

Mons. Ernesto Corripio Ahumada
Arzobispo de México

SECRETARIO GENERAL

Mons. Alfonso López Trujillo
Arzobispo Coadjutor de Medellín - Colombia
Secretario General del CELAM

MENSAJE A LOS PUEBLOS DE AMÉRICA LATINA

Nuestra Palabra: una palabra de fe, esperanza, caridad

1. De Medellín a Puebla han pasado diez años. En realidad, con la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, solemnemente inaugurada por el Santo Padre Pablo VI, de feliz memoria, se abrió en el seno de la Iglesia latinoamericana un nuevo período de su vida (1).

Sobre nuestro Continente, signado por la esperanza cristiana y sobrecargado de problemas, "Dios derramó una inmensa luz que resplandece en el rostro rejuvenecido de su Iglesia" (Presentación de los Documentos de Medellín).

En Puebla de los Ángeles, se ha reunido la III Conferencia General del Episcopado de América Latina, para volver a considerar temas anteriormente debatidos y asumir nuevos compromisos, bajo la inspiración del Evangelio de Jesucristo.

Estuvo con nosotros, en la apertura de los trabajos, en medio de solicitudes pastorales que nos han conmovido profundamente, el Pastor Universal de nuestra Iglesia, Juan Pablo II. Sus palabras luminosas trazaron líneas amplias y profundas para nuestras reflexiones y deliberaciones, en espíritu de comunión eclesial.

Alimentados por la fuerza y la sabiduría del Espíritu Santo y bajo la protección maternal de María Santísima, Señora de Guadalupe, con dedicación, humildad y confianza, estamos llegando al final de nuestra ingente tarea. No podemos partir de Puebla, hacia nuestras Iglesias particulares, sin dirigir una palabra de fe, de esperanza y de caridad al Pueblo de Dios en América Latina, extensiva a todos los pueblos del mundo.

Ante todo, queremos identificarnos: somos Pastores de la Iglesia Católica y Apostólica, nacida del corazón de Jesucristo, el Hijo de Dios vivo.

 

Nuestra interpelación y súplica de perdón

2. Nuestra primera pregunta, en este coloquio pastoral, ante la conciencia colectiva, es la siguiente: ¿Vivimos en realidad el Evangelio de Cristo en nuestro continente?

Esta interpelación que dirigimos a los cristianos, puede ser también analizada por todos aquellos que no participan de nuestra fe.

El cristianismo que trae consigo la originalidad de la caridad no siempre es practicado en su integridad por nosotros los cristianos. Es verdad que existe gran heroísmo oculto, mucha santidad silenciosa, muchos y maravillosos gestos de sacrificio. Sin embargo, reconocemos que aún estamos lejos de vivir todo lo que predicamos. Por todas nuestras faltas y limitaciones, pedimos perdón, también nosotros pastores, a Dios y a nuestros hermanos en la fe y en la humanidad.

Queremos no solamente ayudar a los demás en su conversión, sino también convertirnos juntamente con ellos, de tal modo que nuestras diócesis, parroquias, instituciones, comunidades, congregaciones religiosas, lejos de ser obstáculo sean un incentivo para vivir el Evangelio.

Si dirigimos la mirada a nuestro mundo latinoamericano, ¿qué espectáculo contemplamos? No es necesario profundizar el examen. La verdad es que va aumentando más y más la distancia entre los muchos que tienen poco y los pocos que tienen mucho. Los valores de nuestra cultura están amenazados. Se están violando los derechos fundamentales del hombre.

Las grandes realizaciones en favor del hombre no llegan a resolver, de manera adecuada, los problemas que nos interpelan.

Nuestra contribución

3. Pero, ¿qué tenemos para ofreceros en medio de las graves y complejas cuestiones de nuestra época? ¿De qué manera podemos colaborar al bienestar de nuestros pueblos latinoamericanos, cuando algunos persisten en mantener sus privilegios a cualquier precio, otros se sienten abatidos y los demás promueven gestiones para su sobrevivencia y la clara afirmación de sus derechos?

Queridos hermanos: una vez más deseamos declarar que, al tratar los problemas sociales, económicos y políticos, no lo hacemos como maestros en esta materia, como científicos, sino en perspectiva pastoral en calidad de intérpretes de nuestros pueblos, confidentes de sus anhelos, especialmente de los más humildes, la gran mayoría de la sociedad latinoamericana.

¿Qué tenemos para ofreceros? Como Pedro, ante la súplica dirigida por el paralítico, a las puertas del Templo, os decimos, al considerar la magnitud de los desafíos estructurales de nuestra realidad: No tenemos oro ni plata para daros, pero os damos lo que tenemos: en nombre de Jesús de Nazaret, levantaos y andad (2). Y el enfermo se levantó y proclamó las maravillas del Señor.

Aquí, la pobreza de Pedro se hace riqueza y la riqueza de Pedro se llama Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, siempre presente, por su Espíritu Divino, en el Colegio Apostólico y en las incipientes comunidades que se han formado bajo su dirección. Jesús cura al enfermo. El poder de Dios requiere de los hombres el máximo esfuerzo para el surgimiento y la fructificación de su obra de amor, a través de todos los medios disponibles: fuerzas espirituales, conquistas de la ciencia y de las técnicas en favor del hombre.

¿Qué tenemos para ofreceros? Juan Pablo II, en el discurso inaugural de su Pontificado, nos responde de manera incisiva y admirable, al presentar a Cristo como respuesta de salvación universal: "¡No temáis, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora las puertas de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y el desarrollo" (Juan Pablo II, Homilía en la inauguración de su Pontificado, 22.10.1978).

Para nosotros, ahí se encierra la potencialidad de las simientes de liberación del hombre latinoamericano. Nuestra esperanza para construir, día a día, la realidad de nuestro verdadero destino. Así, el hombre de este continente, objeto de nuestras preocupaciones pastorales, tiene para la Iglesia un significado esencial, porque Jesucristo asumió la humanidad y su condición real, excepto el pecado. Y, al hacerlo, Él mismo asoció la vocación inmanente y trascendente de todos los hombres.

El hombre que lucha, sufre y, a veces, desespera, no se desanima jamás y quiere, sobre todo, vivir el sentido pleno de su filiación divina. Por eso, es importante que sus derechos sean reconocidos; que su vida no sea una especie de abominación: que la naturaleza, obra de Dios, no sea devastada contra sus legítimas aspiraciones.

El hombre exige, por los argumentos más evidentes, la supresión de las violencias físicas y morales, los abusos de poder, las manipulaciones del dinero, del abuso del sexo; exige, en una palabra, el cumplimiento de los preceptos del Señor, porque todo aquello que afecta la dignidad del hombre, hiere, de algún modo, al mismo Dios. "Todo es vuestro; vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios" (1Cor 3,21-23).

Lo que nos interesa como Pastores es la proclamación integral de la verdad sobre Jesucristo, sobre la naturaleza y misión de la Iglesia, sobre la dignidad y el destino del hombre (3).

Nuestro Mensaje, por lo mismo, se siente iluminado por la esperanza. Las dificultades que encontramos, los desequilibrios que anotamos, no significan señales de pesimismo. El contexto socio-cultural en que vivimos es tan contradictorio en su concepción y modo de obrar, que no solamente contribuye a la escasez de bienes materiales en la casa de los más pobres, sino también, lo que es más grave, tiende a quitarles su mayor riqueza, que es Dios. Esta comprobación nos lleva a exhortar a todos los miembros conscientes de la sociedad, para la revisión de sus proyectos y, por otra parte, nos impone el sagrado deber de luchar por la conservación y profundización del sentido de Dios en la conciencia del pueblo. Como Abraham, luchamos y lucharemos contra toda esperanza (4), lo que significa que jamás dejaremos de esperar en la gracia y en el poder del Señor, que estableció con su Pueblo una Alianza inquebrantable, a pesar de nuestras prevaricaciones.

Es conmovedor sentir en el alma del pueblo la riqueza espiritual desbordante de fe, esperanza y amor. En este sentido, América Latina es un ejemplo para los demás continentes y mañana podrá extender su sublime vocación misionera más allá de sus fronteras.

Por esto mismo, sursum corda! Levantemos el corazón, queridos hermanos de América Latina, porque el Evangelio que predicamos es una Buena Nueva tan espléndida que convierte, que transforma los esquemas mentales y afectivos, ya que comunica la grandeza del destino del hombre, prefigurada en Jesucristo resucitado.

Nuestras preocupaciones pastorales por los miembros más humildes, impregnadas de humano realismo, no intentan excluir de nuestro pensamiento y de nuestro corazón a otros representantes del cuadro social en que vivimos. Por el contrario, son serias y oportunas advertencias para que las distancias no se agranden, los pecados no se multipliquen y el Espíritu de Dios no se aparte de la familia latinoamericana.

Y porque creemos que la revisión del comportamiento religioso y moral de los hombres debe reflejarse en el ámbito del proceso político y económico de nuestros países, invitamos a todos, sin distinción de clases, a aceptar y asumir la causa de los pobres, como si estuviesen aceptando y asumiendo su propia causa, la causa misma de Cristo. "Todo lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos, por humildes que sean, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).

El Episcopado Latinoamericano

4. Hermanos, no os impresionéis con las noticias de que el Episcopado está dividido. Hay diferencias de mentalidad y de opiniones, pero vivimos, en verdad, el principio de colegialidad, completándonos los unos a los otros, según las capacidades dadas por Dios. Solamente así podremos enfrentar el gran desafío de la Evangelización en el presente y en el futuro de América Latina.

El Santo Padre Juan Pablo II anotó en su discurso inaugural tres prioridades pastorales: la familia, la juventud y la pastoral vocacional (5).

La familia

5. Invitamos, pues, con especial cariño, a la familia de América Latina a tomar su lugar en el corazón de Cristo y a transformarse más y más en ambiente privilegiado de Evangelización, de respeto a la vida y al amor comunitario.

La juventud

6. Invitamos cordialmente a los jóvenes a vencer los obstáculos que amenazan su derecho de participación consciente y responsable en la construcción de un mundo mejor. No les deseamos la ausencia pecaminosa de la mesa de la vida, ni la triste entrega a los imperativos del placer, del indiferentismo o de la soledad voluntaria e improductiva. Ya pasó la hora de la protesta traducida en formas exóticas o a través de exaltaciones intempestivas. "Vuestra capacidad es inmensa". Ha llegado el momento de la reflexión y de la plena aceptación del desafío de vivir, en plenitud, los valores esenciales del verdadero humanismo integral.

Los agentes de pastoral

7. Con palabras de afecto y de confianza, saludamos a los abnegados agentes de pastoral en nuestras Iglesias particulares, en todas sus categorías. Al exhortaros a la continuación de vuestros trabajos en favor del Evangelio, os estimulamos a un creciente esfuerzo en pro de la pastoral vocacional, dentro de la cual se inscriben los ministerios confiados a los laicos, en razón de su bautismo y su confirmación. La Iglesia necesita más sacerdotes diocesanos y religiosos en cuanto sea posible, sabios y santos, para el ministerio de la Palabra y la Eucaristía y para la mayor eficacia del apostolado religioso y social. Necesita laicos conscientes de su misión en el interior de la Iglesia y en la construcción de la ciudad temporal.

Los hombres de buena voluntad y la civilización del amor

8. Y ahora, queremos dirigirnos a todos los hombres de buena voluntad, a cuantos ejercen cargos y misiones en los más variados campos de la cultura, la ciencia, la política, la educación, el trabajo, los medios de comunicación social, el arte.

Os invitamos a ser constructores abnegados de la "Civilización del Amor", según luminosa visión de Pablo VI, inspirada en la palabra, en la vida y en la donación plena de Cristo y basada en la justicia, la verdad y la libertad. Estamos seguros de obtener así vuestra respuesta a los imperativos de la hora presente, a la tan ambicionada paz interior y social, en el ámbito de las personas, de las familias, los países, los continentes, del universo entero.

Deseamos explicitar el sentido orgánico de la civilización del amor, en esta hora difícil pero llena de esperanza de América Latina.

¿Qué nos impone el mandamiento del amor?

El amor cristiano sobrepasa las categorías de todos los regímenes y sistemas, porque trae consigo la fuerza insuperable del Misterio pascual, el valor del sufrimiento de la cruz y las señales de victoria y resurrección. El amor produce la felicidad de la comunión e inspira los criterios de la participación.

La justicia, como se sabe, es un derecho sagrado de todos los hombres, conferido por el mismo Dios. Está insertada en la esencia misma del mensaje evangélico. La verdad, iluminada por la fe, es fuente perenne de discernimiento para nuestra conducta ética. Expresa las formas auténticas de una vida digna. La libertad es un don precioso de Dios. Consecuencia de nuestra condición humana y factor indispensable para el progreso de los pueblos.

La civilización del amor repudia la violencia, el egoísmo, el derroche, la explotación y los desatinos morales. A primera vista, parece una expresión sin la energía necesaria para enfrentar los graves problemas de nuestra época. Sin embargo, os aseguramos: no existe palabra más fuerte que ella en el diccionario cristiano. Se confunde con la propia fuerza de Cristo. Si no creemos en el amor, tampoco creemos en AQUEL que dice: "Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,12).

La civilización del amor propone a todos la riqueza evangélica de la reconciliación nacional e internacional. No existe gesto más sublime que el perdón. Quien no sabe perdonar no será perdonado (6).

En la balanza de las responsabilidades comunes, hay mucho que poner de renuncia y de solidaridad, para el correcto equilibrio de las relaciones humanas. La meditación de esta verdad llevaría a nuestros países a la revisión de su comportamiento frente a los expatriados con su secuela de problemas, de acuerdo con el bien común, en caridad y sin detrimento de la justicia. Existen en nuestro continente innumerables familias traumatizadas.

La civilización del amor condena las divisiones absolutas y las murallas psicológicas que separan violentamente a los hombres, a las instituciones y a las comunidades nacionales. Por eso, defiende con ardor la tesis de la integración de América Latina. En la unidad y en la variedad, hay elementos de valor continental que merecen apreciarse y profundizarse mucho más que los intereses meramente nacionales. Conviene recordar a nuestros países de América Latina la urgente necesidad de conservar e incrementar el patrimonio de la paz continental, porque sería, de hecho, tremenda responsabilidad histórica el rompimiento de los vínculos de la amistad latinoamericana, cuando estamos convencidos de que existen recursos jurídicos y morales para la solución de los problemas de interés común.

La civilización del amor repele la sujeción y la dependencia perjudicial a la dignidad de América Latina. No aceptamos la condición de satélite de ningún país del mundo, ni tampoco de sus ideologías propias. Queremos vivir fraternalmente con todos, porque repudiamos los nacionalismos estrechos e irreductibles. Ya es tiempo de que América Latina advierta a los países desarrollados que no nos inmovilicen; que no obstaculicen nuestro propio progreso; no nos exploten; al contrario, nos ayuden con magnanimidad a vencer las barreras de nuestro subdesarrollo, respetando nuestra cultura, nuestros principios, nuestra soberanía, nuestra identidad, nuestros recursos naturales. En ese espíritu, creceremos juntos, como hermanos de la misma familia universal.

Otro punto que nos hace estremecer las entrañas y el corazón es la carrera armamentista que no cesa de fabricar instrumentos de muerte. Ella entraña la dolorosa ambigüedad de confundir el derecho a la defensa nacional con las ambiciones de ganancias ilícitas. No es apta para construir la paz.

Al terminar nuestro mensaje, invitamos respetuosa y confiadamente a todos los responsables del orden político y social a la meditación de estas reflexiones extraídas de nuestras experiencias, hijas de nuestra sensibilidad pastoral.

Creednos: deseamos la Paz y para alcanzarla, es necesario eliminar los elementos que provocan las tensiones entre el tener y el poder; entre el ser y sus más justas aspiraciones. Trabajar por la justicia, por la verdad, por el amor y por la libertad, dentro de los parámetros de la comunión y de la participación, es trabajar por la paz universal.

 

Palabra final

9. En Medellín, terminamos nuestro mensaje con la siguiente afirmación: "Tenemos fe en Dios, en los hombres, en los valores y en el futuro de América Latina". En Puebla, tomando de nuevo esta profesión de fe divina y humana, proclamamos:

Dios está presente, vivo, por Jesucristo liberador, en el corazón de América Latina.

Creemos en el poder del Evangelio.

Creemos en la eficacia del valor evangélico de la comunión y de la participación, para generar la creatividad, promover experiencias y nuevos proyectos pastorales.

Creemos en la gracia y en el poder del Señor Jesús que penetra la vida y nos impulsa a la conversión y a la solidaridad.

Creemos en la esperanza que alimenta y fortalece al hombre en su camino hacia Dios, nuestro Padre.

Creemos en la civilización del amor.

Que Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América Latina, nos acompañe, solícita como siempre, en esta peregrinación de Paz.

PRIMERA PARTE
VISIÓN PASTORAL DE LA REALIDAD LATINOAMERICANA

El propósito de esta visión histórica es:

1. -SITUAR nuestra Evangelización en continuidad con la realizada durante los cinco siglos pasados, cuyos pilares aún perduran, tras haber dado origen a un radical sustrato católico en América Latina. Sustrato que se ha vigorizado aún más, después del Concilio Vaticano II y de la II Conferencia General del Episcopado, celebrada en Medellín, con la conciencia, cada vez más clara y más profunda, que la Iglesia tiene de su misión fundamental: la Evangelización.

2. -EXAMINAR, con visión de Pastores, algunos aspectos del actual contexto socio-cultural en que la Iglesia realiza su misión y, asimismo, la realidad pastoral que hoy se presenta a la Evangelización con sus proyecciones hacia el futuro.

COMPRENDE:

Capítulo I: Visión histórica. Los grandes momentos de la Evangelización en América Latina.

Capítulo II: Visión pastoral del contexto socio-cultural.

Capítulo III: Realidad pastoral hoy en América Latina.

Capítulo IV: Tendencias actuales y evangelización en el futuro.

Capítulo I
VISIÓN HISTÓRICA DE LA REALIDAD LATINOAMERICANA

Los grandes momentos de la Evangelización en América Latina

3. La Iglesia ha recibido la misión de llevar a los hombres la Buena Nueva. Para el cumplimiento eficaz de esta misión, la Iglesia en América Latina siente la necesidad de conocer el pueblo latinoamericano en su contexto histórico con sus variadas circunstancias. Este pueblo debe seguir siendo evangelizado como heredero de un pasado, como protagonista del presente, como gestor de un futuro, como peregrino al Reino definitivo.

4. La Evangelización es la misión propia de la Iglesia. La historia de la Iglesia es, fundamentalmente, la historia de la Evangelización de un pueblo que vive en constante gestación, nace y se inserta en la existencia secular de las naciones. La Iglesia, al encarnarse, contribuye vitalmente al nacimiento de las nacionalidades y les imprime profundamente un carácter particular. La Evangelización está en los orígenes de este Nuevo Mundo que es América Latina. La Iglesia se hace presente en las raíces y en la actualidad del Continente. Quiere servir dentro del marco de la realización de su misión propia, al mejor porvenir de los pueblos latinoamericanos, a su liberación y crecimiento en todas las dimensiones de la vida. Ya Medellín recordaba las palabras de Pablo VI sobre la vocación de América Latina a "aunar en una síntesis nueva y genial lo antiguo y lo moderno, lo espiritual y lo temporal, lo que otros nos entregaron y nuestra propia originalidad" (Med. Introduc. 7).

5. América Latina forjó en la confluencia, a veces dolorosa, de las más diversas culturas y razas, un nuevo mestizaje de etnias y formas de existencia y pensamiento que permitió la gestación de una nueva raza, superadas las duras separaciones anteriores.

6. La generación de pueblos y culturas es siempre dramática; envuelta en luces y sombras. La Evangelización, como tarea humana, está sometida a las vicisitudes históricas, pero siempre busca transfigurarlas con el fuego del Espíritu en el camino de Cristo, centro y sentido de la historia universal, de todos y cada uno de los hombres. Acicateada por las contradicciones y desgarramientos de aquellos tiempos fundadores y en medio de un gigantesco proceso de dominaciones y culturas, aún no concluido, la Evangelización constituyente de la América Latina es uno de los capítulos relevantes de la historia de la Iglesia. Frente a dificultades tan enormes como inéditas, respondió con una capacidad creadora cuyo aliento sostiene viva la religiosidad popular de la mayoría del pueblo.

7. Nuestro radical substrato católico con sus vitales formas vigentes de religiosidad, fue establecido y dinamizado por una vasta legión misionera de obispos, religiosos y laicos. Está, ante todo, la labor de nuestros Santos, como Toribio de Mogrovejo, Rosa de Lima, Martín de Porres, Pedro Claver, Luis Beltrán y otros... quienes nos enseñan que, superando las debilidades y cobardías de los hombres que los rodeaban y a veces los perseguían, el Evangelio, en su plenitud de gracia y amor, se vivió y se puede vivir en América Latina como signo de grandeza espiritual y de verdad divina.

8. Intrépidos luchadores por la justicia, evangelizadores de la paz, como Antonio de Montesinos, Bartolomé de las Casas, Juan de Zumárraga, Vasco de Quiroga, Juan del Valle, Julián Garcés, José de Anchieta, Manuel Nóbrega y tantos otros que defendieron a los indios ante conquistadores y encomenderos (7) incluso hasta la muerte, como el Obispo Antonio Valdivieso, demuestran, con la evidencia de los hechos, cómo la Iglesia promueve la dignidad y libertad del hombre latinoamericano. Esta realidad ha sido reconocida con gratitud por el Papa Juan Pablo II, al pisar por primera vez las tierras del Nuevo Mundo, cuando se refirió a "Aquellos religiosos que vinieron a anunciar a Cristo Salvador, a defender la dignidad de los indígenas, a proclamar sus derechos inviolables, a favorecer su promoción integral, a enseñar la hermandad como hombres y como hijos del mismo Señor y Padre Dios" (Juan Pablo II, Discurso a su llegada a Santo Domingo: AAS 71 p. 154, 25 enero 1979).

9. La obra evangelizadora de la Iglesia en América Latina es el resultado del unánime esfuerzo misionero de todo el pueblo de Dios. Ahí están las incontables iniciativas de caridad, asistencia, educación y de modo ejemplar las originales síntesis de Evangelización y promoción humana de las misiones franciscanas, agustinas, dominicas, jesuitas, mercedarias y otras: el sacrificio y la generosidad evangélicas de muchos cristianos, entre los que la mujer, con su abnegación y oración, tuvo un papel esencial; la inventiva en la pedagogía de la fe, la vasta gama de recursos que conjugaban todas las artes, desde la música, el canto y la danza hasta la arquitectura, la pintura y el teatro. Tal capacidad pastoral está ligada a un momento de grande reflexión teológica y a una dinámica intelectual que impulsa universidades, escuelas, diccionarios, gramáticas, catecismos en diversas lenguas indígenas y los más interesantes relatos históricos sobre los orígenes de nuestros pueblos; la extraordinaria proliferación de cofradías y hermandades de laicos que llegan a ser alma y nervio de la vida religiosa de los creyentes y son remota pero fecunda fuente de los actuales movimientos comunitarios en la Iglesia Latinoamericana.

10. Si es cierto que la Iglesia en su labor evangelizadora tuvo que soportar el peso de desfallecimientos, alianzas con los poderes terrenos, incompleta visión pastoral y la fuerza destructora del pecado, también se debe reconocer que la Evangelización, que constituye a América Latina en el "continente de la esperanza", ha sido mucho más poderosa que las sombras que dentro del contexto histórico vivido lamentablemente le acompañaron. Esto será para nosotros los cristianos de hoy un desafío a fin de que sepamos estar a la altura de lo mejor de nuestra historia y seamos capaces de responder, con fidelidad creadora, a los retos de nuestro tiempo latinoamericano.

11. A aquella época de la Evangelización, tan decisiva en la formación de América Latina, tras un ciclo de estabilización, cansancio y rutina, siguieron las grandes crisis del siglo XIX y principios del nuestro, que provocaron persecuciones y amarguras a la Iglesia, sometida a grandes incertidumbres y conflictos que la sacudieron hasta sus cimientos. Venciendo esta dura prueba, la Iglesia logró, con poderoso esfuerzo, reconstruirse y sobrevivir. Hoy, principalmente a partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia se ha ido renovando con dinamismo evangelizador, captando las necesidades y esperanzas de los pueblos latinoamericanos. La fuerza que convocó a sus Obispos en Lima, México, São Salvador de Bahía y Roma, se manifiesta activa en las Conferencias del Episcopado Latinoamericano en Río de Janeiro y Medellín, que activaron sus energías y la prepararon para los retos futuros.

12. Sobre todo a partir de Medellín, con clara conciencia de su misión, abierta lealmente al diálogo, la Iglesia escruta los signos de los tiempos y está generosamente dispuesta a evangelizar, para contribuir a la construcción de una nueva sociedad, más justa y fraterna, clamorosa exigencia de nuestros pueblos. De tal modo, tradición y progreso, que antes parecían antagónicos en América Latina, restándose fuerzas mutuamente, hoy se conjugan buscando una nueva síntesis que aúna las posibilidades del porvenir con las energías provenientes de nuestras raíces comunes. Así, en este vasto movimiento renovador que inaugura una nueva época, en medio de los recientes desafíos, los pastores aceptamos la secular tradición episcopal del Continente y nos preparamos para llevar, con esperanza y fortaleza, el mensaje de salvación del Evangelio a todos los hombres, preferencialmente a los más pobres y olvidados.

13. A través de una rica experiencia histórica, llena de luces y de sombras, la gran misión de la Iglesia ha sido su compromiso en la fe con el hombre latinoamericano: para su salvación eterna, su superación espiritual y plena realización humana.

14. Movidos por la inspiración de esa gran misión de ayer, queremos aproximarnos, con ojos y corazón de pastores y de cristianos, a la realidad del hombre latinoamericano de hoy, para interpretarlo y comprenderlo, a fin de analizar nuestra misión pastoral, partiendo de esa realidad.

 

Capítulo II
VISIÓN SOCIO-CULTURAL DE LA REALIDAD DE AMÉRICA LATINA

2.1. Introducción

15. Como pastores peregrinamos con el pueblo latinoamericano a través de nuestra historia, con muchos elementos básicos comunes, pero también con matices y diferenciaciones propias de cada nación. A partir del Evangelio, que nos presenta a Jesucristo haciendo el bien y amando a todos sin distinción (8); con visión de fe, nos ubicamos en la realidad del hombre latinoamericano, expresada en sus esperanzas, sus logros y sus frustraciones. Esta fe nos impulsa a discernir las interpelaciones de Dios en los signos de los tiempos, a dar testimonio, a anunciar y a promover los valores evangélicos de la comunión y de la participación, a denunciar todo lo que en nuestra sociedad va contra la filiación que tiene su origen en Dios Padre y de la fraternidad en Cristo Jesús.

16. Como pastores discernimos los logros y fracasos en estos últimos años. Presentamos esta realidad no con el propósito de causar desaliento, sino para estimular a todos los que puedan mejorarla. La Iglesia en América Latina ha tratado de ayudar al hombre a "pasar de situaciones menos humanas a más humanas" (PP 20). Se ha esforzado por llamar a una continua conversión individual y social. Pide a todos los cristianos que colaboren en el cambio de las estructuras injustas; comuniquen valores cristianos a la cultura global en que viven y, conscientes de los adelantos obtenidos, cobren ánimo para seguir contribuyendo a perfeccionarlos.

Enunciamos, con alegría, algunas realidades que nos llenan de esperanza:

17. -El hombre latinoamericano posee una tendencia innata para acoger a las personas; para compartir lo que tiene, para la caridad fraterna y el desprendimiento, particularmente entre los pobres; para sentir con el otro la desgracia en las necesidades. Valora mucho los vínculos especiales de la amistad, nacidos del padrinazgo, la familia y los lazos que crea.

18. -Ha tomado mayor conciencia de su dignidad, de su deseo de participación política y social, a pesar de que tales derechos en muchas partes están conculcados. Han proliferado las organizaciones comunitarias, como movimientos cooperativistas, etc., sobre todo en sectores populares.

19. -Hay un creciente interés por los valores autóctonos y por respetar la originalidad de las culturas indígenas y sus comunidades. Además, se tiene un gran amor a la tierra.

20. -Nuestro pueblo es joven y donde ha tenido oportunidades para capacitarse y organizarse ha mostrado que puede superarse y obtener sus justas reivindicaciones.

21. -El avance económico significativo que ha experimentado el continente demuestra que sería posible desarraigar la extrema pobreza y mejorar la calidad de vida de nuestro pueblo; si esto es posible, es, entonces, una obligación (9).

22. Aunque en algunas partes la clase media ha sufrido deterioro, se observa cierto crecimiento de la misma.

23. Son claros los progresos en la educación.

24. Pero en los múltiples encuentros pastorales con nuestro pueblo, percibimos también, como lo hizo S.S. Juan Pablo II en su acercamiento a campesinos, obreros y estudiantes, el profundo clamor lleno de angustias, esperanzas y aspiraciones, del que nos queremos hacer voz: "la voz de quien no puede hablar o de quien es silenciado" (Juan Pablo II, Alocución Oaxaca 5: AAS 71 p. 208).

25. Así nos situamos en el dinamismo de Medellín (10), cuya visión de la realidad asumimos y que fue inspiración para tantos documentos pastorales nuestros en esta década.

26. Lo presentado por Pablo VI en Evangelii Nuntiandi refleja lúcidamente la realidad de nuestros países: "Es bien sabido en qué términos hablaron durante el reciente Sínodo numerosos Obispos de todos los continentes y, sobre todo, los Obispos del Tercer Mundo, con un acento pastoral en el que vibraban las voces de millones de hijos de la Iglesia que forman tales pueblos. Pueblos, ya lo sabemos, empeñados con todas sus energías en el esfuerzo y en la lucha por superar todo aquello que los condena a quedar al margen de la vida: hambres, enfermedades crónicas, analfabetismo, depauperación, injusticia en las relaciones internacionales y, especialmente, en los intercambios comerciales, situaciones de neocolonialismo económico y cultural, a veces tan cruel como el político, etc. La Iglesia, repitieron los Obispos, tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos, entre los cuales hay muchos hijos suyos; el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización".

2.2. Compartir las angustias

27. Nos preocupan las angustias de todos los miembros del pueblo cualquiera sea su condición social: su soledad, sus problemas familiares, en no pocos, la carencia del sentido de la vida... mas especialmente queremos compartir hoy las que brotan de su pobreza.

28. Vemos, a la luz de la fe, como un escándalo y una contradicción con el ser cristiano, la creciente brecha entre ricos y pobres (11). El lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de las grandes masas (12). Esto es contrario al plan del Creador y al honor que se le debe. En esta angustia y dolor, la Iglesia discierne una situación de pecado social, de gravedad tanto mayor por darse en países que se llaman católicos y que tienen la capacidad de cambiar: "que se le quiten barreras de explotación... contra las que se estrellan sus mejores esfuerzos de promoción" (Juan Pablo II, Alocución Oaxaca 5: AAS 71 p. 209).

29. Comprobamos, pues, como el más devastador y humillante flagelo, la situación de inhumana pobreza en que viven millones de latinoamericanos expresada, por ejemplo, en mortalidad infantil, falta de vivienda adecuada, problemas de salud, salarios de hambre, desempleo y subempleo, desnutrición, inestabilidad laboral, migraciones masivas, forzadas y desamparadas, etc.

30. Al analizar más a fondo tal situación, descubrimos que esta pobreza no es una etapa casual, sino el producto de situaciones y estructuras económicas, sociales y políticas, aunque haya también otras causas de la miseria. Estado interno de nuestros países que encuentra en muchos casos su origen y apoyo en mecanismos que, por encontrarse impregnados, no de un auténtico humanismo, sino de materialismo, producen a nivel internacional, ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres (13). Esta realidad exige, pues, conversión personal y cambios profundos de las estructuras que respondan a legítimas aspiraciones del pueblo hacia una verdadera justicia social; cambios que, o no se han dado o han sido demasiado lentos en la experiencia de América Latina.

31. La situación de extrema pobreza generalizada, adquiere en la vida real rostros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela:

32. -rostros de niños, golpeados por la pobreza desde antes de nacer, por obstaculizar sus posibilidades de realizarse a causa de deficiencias mentales y corporales irreparables; los niños vagos y muchas veces explotados de nuestras ciudades, fruto de la pobreza y desorganización moral familiar;

33. -rostros de jóvenes, desorientados por no encontrar su lugar en la sociedad; frustrados, sobre todo en zonas rurales y urbanas marginales, por falta de oportunidades de capacitación y ocupación;

34. -rostros de indígenas y con frecuencia de afroamericanos, que, viviendo marginados y en situaciones inhumanas, pueden ser considerados los más pobres entre los pobres;

35. -rostros de campesinos, que como grupo social viven relegados en casi todo nuestro continente, a veces, privados de tierra, en situación de dependencia interna y externa, sometidos a sistemas de comercialización que los explotan;

36. -rostros de obreros frecuentemente mal retribuidos y con dificultades para organizarse y defender sus derechos;

37. -rostros de subempleados y desempleados, despedidos por las duras exigencias de crisis económicas y muchas veces de modelos de desarrollo que someten a los trabajadores y a sus familias a fríos cálculos económicos;

38. -rostros de marginados y hacinados urbanos, con el doble impacto de la carencia de bienes materiales, frente a la ostentación de la riqueza de otros sectores sociales;

39. -rostros de ancianos, cada día más numerosos, frecuentemente marginados de la sociedad del progreso que prescinde de las personas que no producen.

40. Compartimos con nuestro pueblo otras angustias que brotan de la falta de respeto a su dignidad como ser humano, imagen y semejanza del Creador y a sus derechos inalienables como hijos de Dios.

41. Países como los nuestros en donde con frecuencia no se respetan derechos humanos fundamentales -vida, salud, educación, vivienda, trabajo...-, están en situación de permanente violación de la dignidad de la persona.

42. A esto se suman las angustias surgidas por los abusos de poder, típicos de los regímenes de fuerza. Angustias por la represión sistemática o selectiva, acompañada de delación, violación de la privacidad, apremios desproporcionados, torturas, exilios. Angustias en tantas familias por la desaparición de sus seres queridos de quienes no pueden tener noticia alguna. Inseguridad total por detenciones sin órdenes judiciales. Angustias ante un ejercicio de justicia sometida o atada. Tal como lo indican los Sumos Pontífices, la Iglesia, "por un auténtico compromiso evangélico" (14), debe hacer oír su voz denunciando y condenando estas situaciones, más aún cuando los gobernantes o responsables se profesan cristianos.

43. Angustias por la violencia de la guerrilla, del terrorismo y de los secuestros realizados por extremismos de distintos signos que igualmente comprometen la convivencia social.

44. La falta de respeto a la dignidad del hombre se expresa también en muchos de nuestros países en la ausencia de participación social a diversos niveles. De manera especial nos queremos referir a la sindicalización. En muchos lugares la legislación laboral se aplica arbitrariamente o no se tiene en cuenta. Sobre todo en los países donde existen regímenes de fuerza, se ve con malos ojos la organización de obreros, campesinos y sectores populares y se adoptan medidas represivas para impedirla. Este tipo de control y de limitación de la acción no acontece con las agrupaciones patronales, que pueden ejercer todo su poder para asegurar sus intereses.

45. En algunos casos, la politización exasperada de las cúpulas sindicales distorsiona la finalidad de su organización.

46. En estos últimos años se comprueba, además, el deterioro del cuadro político con grave detrimento de la participación ciudadana en la conducción de sus propios destinos. Aumenta también, con frecuencia, la injusticia que puede llamarse institucionalizada (15). Además, grupos políticos extremistas, al emplear medios violentos, provocan nuevas represiones contra los sectores populares.

47. La economía de mercado libre, en su expresión más rígida, aún vigente como sistema en nuestro continente y legitimada por ciertas ideologías liberales, ha acrecentado la distancia entre ricos y pobres por anteponer el capital al trabajo, lo económico a lo social. Grupos minoritarios nacionales, asociados a veces con intereses foráneos, se han aprovechado de las oportunidades que le abren estas viejas formas de libre mercado, para medrar en su provecho y a expensas de los intereses de los sectores populares mayoritarios.

48. Las ideologías marxistas se han difundido en el mundo obrero, estudiantil, docente y otros ambientes con la promesa de una mayor justicia social. En la práctica, sus estrategias han sacrificado muchos valores cristianos y, por ende, humanos, o han caído en irrealismos utópicos, inspirándose en políticas que, al utilizar la fuerza como instrumento fundamental, incrementan la espiral de la violencia.

49. Las ideologías de la Seguridad Nacional han contribuido a fortalecer, en muchas ocasiones, el carácter totalitario o autoritario de los regímenes de fuerza, de donde se ha derivado el abuso del poder y la violación de los derechos humanos. En algunos casos pretenden amparar sus actitudes con una subjetiva profesión de fe cristiana.

50. Los tiempos de crisis económicas que están pasando nuestros países, no obstante la tendencia a la modernización, con fuerte crecimiento económico, con menor o mayor dureza, aumentan el sufrimiento de nuestros pueblos, cuando una fría tecnocracia aplica modelos de desarrollo que exigen de los sectores más pobres un costo social realmente inhumano, tanto más injusto cuanto que no se hace compartir por todos.

 

2.3. Aspectos culturales

51. América Latina está conformada por diversas razas y grupos culturales con variados procesos históricos; no es una realidad uniforme y continua. Sin embargo, se dan elementos que constituyen como un patrimonio cultural común de tradiciones históricas y de fe cristiana.

52. Lamentablemente, el desarrollo de ciertas culturas es muy precario. En la práctica, se desconoce, se margina e incluso se destruye valores que pertenecen a la antigua y rica tradición de nuestro pueblo. Por otro lado, ha comenzado una revalorización de las culturas autóctonas.

53. A causa de influencias externas dominantes o de la imitación alienante de formas de vida y valores importados, las culturas y valores tradicionales de nuestros países se han visto deformadas y agredidas, minándose así nuestra identidad y nuestros valores propios.

54. Compartimos, por lo tanto, con nuestro pueblo las angustias que surgen de la inversión de valores, que está a la raíz de muchos males mencionados hasta ahora:

55. -el materialismo individualista, valor supremo de muchos hombres contemporáneos que atenta contra la comunión y la participación, impidiendo la solidaridad; el materialismo colectivista que subordina la persona al Estado;

56. -el consumismo, con su ambición descontrolada de "tener más", va ahogando al hombre moderno en un inmanentismo que lo cierra a las virtudes evangélicas del desprendimiento y de la austeridad, paralizándolo para la comunicación solidaria y la participación fraterna;

57. -el deterioro de los valores familiares básicos desintegra la comunión familiar eliminando la participación corresponsable de todos sus miembros y convirtiéndolos en fácil presa del divorcio y del abandono familiar. En algunos grupos culturales, la mujer se encuentra en inferioridad de condiciones;

58. -el deterioro de la honradez pública y privada; las frustraciones, el hedonismo, que impulsa a los vicios como el juego, la droga, el alcoholismo, el desenfreno sexual.

59. Educación y Comunicación Social como transmisores de cultura.

60. -La educación ha tenido grandes avances en estos últimos años; ha aumentado la escolaridad, aunque la deserción es todavía grande; el analfabetismo ha disminuido, aunque no en grado suficiente en las regiones de población autóctona y campesina.

61. No obstante estos avances, existen fenómenos de deformación y desperzonalización, debidos a la manipulación de grupos minoritarios de poder que tratan de asegurar sus intereses e inculcar sus ideologías.

62. -Los rasgos culturales que hemos presentado se ven influidos fuertemente por los medios de comunicación social. Los grupos de poder político, ideológico y económico penetran a través de ellos sutilmente el ambiente y el modo de vida de nuestro pueblo. Hay una manipulación de la información por parte de los distintos poderes y grupos. Esto se realiza de manera particular por la publicidad, que introduce falsas expectativas, crea necesidades ficticias y muchas veces contradice los valores fundamentales de nuestra cultura latinoamericana y del Evangelio. El uso indebido de la libertad en estos medios lleva a invadir el campo de la privacidad de las personas generalmente indefensas. Penetra también todos los ámbitos de la vida humana (hogar, centros de trabajo, lugares de esparcimiento, calle) permanentemente. Los medios de comunicación, por otra parte, llevan a un cambio cultural que genera un nuevo lenguaje (16).

2.4. Raíces profundas de estos hechos

63. Queremos indicar algunas de sus raíces más profundas para ofrecer nuestro aporte y cooperar en los cambios profundos y necesarios, desde una perspectiva pastoral que perciba más directamente las exigencias del pueblo.

64. a) La vigencia de sistemas económicos que no consideran al hombre como centro de la sociedad y no realizan los cambios profundos y necesarios para una sociedad justa.

65. b) La falta de integración entre nuestras naciones tiene entre otras graves consecuencias la de que nos presentemos como pequeñas entidades sin peso de negociación en el concierto mundial (17).

66. c) El hecho de la dependencia económica, tecnológica, política y cultural: la presencia de conglomerados multinacionales que muchas veces velan sólo por sus propios intereses a costa del bien del país que los acoge; la pérdida de valor de nuestras materias primas comparado con el precio de los productos elaborados que adquirimos.

67. d) La carrera armamentista, gran crimen de nuestra época, es producto y causa de las tensiones entre países hermanos. Ella hace que se destinen ingentes recursos a compra de armas, en vez de emplearlos para solucionar problemas vitales (18).

68. e) La falta de reformas estructurales en la agricultura, adecuadas a cada realidad, que ataquen con decisión los graves problemas sociales y económicos del campesinado: el acceso a la tierra y a los medios que hagan posible un mejoramiento de la productividad y comercialización.

69. f) La crisis de valores morales: la corrupción pública y privada, el afán de lucro desmedido, la venalidad, la falta de esfuerzo, la carencia de sentido social, de justicia vivida y de solidaridad, la fuga de capitales y "de cerebros"... debilitan e incluso impiden la comunión con Dios y la fraternidad.

70. g) Finalmente, como Pastores, sin entrar a determinar el carácter técnico de esas raíces, vemos que en lo más profundo de ellas existe un misterio de pecado, cuando la persona humana, llamada a dominar el mundo, impregna los mecanismos de la sociedad de valores materialistas (19).

2.5. Ubicación dentro de un continente con graves problemas demográficos

71. Observamos que en casi todos nuestros países se ha experimentado un acelerado crecimiento demográfico. Tenemos una población mayoritariamente joven. Las migraciones internas y externas llevan un sentido de desarraigo, las ciudades crecen desorganizadamente con el peligro de transformarse en megápolis incontrolables en las que cada día es más difícil ofrecer los servicios básicos de vivienda, hospitales, escuelas, etc., agrandándose así la marginación social, cultural y económica. El aumento de quienes buscan trabajo ha sido más rápido que la capacidad del sistema económico actual para dar empleo. Hay instituciones internacionales que propician y gobiernos que aplican o apoyan políticas antinatalistas contrarias a la moral familiar.

 

Capítulo III
VISIÓN DE LA REALIDAD ECLESIAL HOY EN AMÉRICA LATINA

3.1. Introducción

72. La visión de la realidad en su contexto social que acabamos de presentar, nos muestra que el pueblo latinoamericano va también caminando entre angustias y esperanzas, entre frustraciones y expectativas (20).

73. Las angustias y frustraciones han sido causadas, si las miramos a la luz de la Fe, por el pecado, que tiene dimensiones personales y sociales muy amplias. Las esperanzas y expectativas de nuestro pueblo nacen de su profundo sentido religioso y de su riqueza humana.

74. ¿Cómo ha mirado la Iglesia esta realidad? ¿Cómo la ha interpretado? ¿Ha ido descubriendo la manera de enfocarla y esclarecerla a la luz del Evangelio? ¿Ha llegado a discernir en qué aspectos esa realidad amenaza con destruir al hombre, objeto del amor infinito de Dios, y en qué otros aspectos, en cambio, se ha ido realizando de acuerdo con sus amorosos planes? ¿Cómo se ha ido edificando a sí misma la Iglesia, para cumplir con la misión salvadora que Cristo le ha encomendado y que debe proyectarse en situaciones concretas y hacia hombres concretos? ¿Qué ha hecho frente a la cambiante realidad, en estos últimos diez años?

75. Éstos son los grandes interrogantes que como Pastores nos planteamos y a los que a continuación trataremos de responder, teniendo presente que la misión fundamental de la Iglesia es evangelizar en el hoy y el aquí, de cara al futuro.

3.2. Ante los cambios

76. Hasta cuando nuestro Continente no había sido alcanzado ni envuelto por la vertiginosa corriente de cambios culturales, sociales, económicos, políticos, técnicos de la época moderna, el peso de la tradición ayudaba a la comunicación del Evangelio: lo que la Iglesia enseñaba desde el púlpito era recibido celosamente en el hogar, en la escuela y era sostenido por el ambiente social.

77. Hoy ya no es así. Lo que la Iglesia propone es aceptado o no en un clima de más libertad y con marcado sentido crítico. Los mismos campesinos, antes muy aislados, van adquiriendo ahora ese sentido crítico, por las facilidades de contacto con el mundo actual, que les ofrecen principalmente la radio y los medios de transporte; también por la labor concientizadora de los agentes de pastoral.

78. El crecimiento demográfico ha desbordado las posibilidades actuales de la Iglesia para llevar a todos la Buena Nueva. También por falta de sacerdotes, por escasez de vocaciones sacerdotales y religiosas, por las deserciones producidas, por no haber contado con laicos comprometidos más directamente en funciones eclesiales, por la crisis de movimientos apostólicos tradicionales. Los ministros de la Palabra, las parroquias y otras estructuras eclesiásticas resultan insuficientes para satisfacer el hambre de Evangelio del pueblo latinoamericano. Los vacíos han sido llenados por otros, lo que ha llevado en no pocos casos al indiferentismo y a la ignorancia religiosa. No se ha logrado aún una catequesis que alcance toda la vida.

79. El indiferentismo más que el ateísmo ha pasado a ser un problema enraizado en grandes sectores de grupos intelectuales y profesionales, de la juventud y aun de la clase obrera. La misma acción positiva de la Iglesia en defensa de los derechos humanos y su comportamiento con los pobres ha llevado a que grupos económicamente pudientes que se creían adalides del catolicismo, se sientan como abandonados por la Iglesia que, según ellos, habría dejado su misión "espiritual". Hay muchos otros que se dicen católicos "a su manera" y no acatan los postulados básicos de la Iglesia. Muchos valoran más la propia "ideología" que su fe y pertenencia a la Iglesia.

80. Muchas sectas han sido, clara y pertinazmente, no sólo anticatólicas, sino también injustas al juzgar la Iglesia y han tratado de minar a sus miembros menos formados. Tenemos que confesar con humildad que en gran parte, aun en sectores de la Iglesia, una falsa interpretación del pluralismo religioso ha permitido la propagación de doctrinas erróneas o discutibles en cuanto a fe y moral, suscitando confusión en el Pueblo de Dios.

81. Todos estos problemas se ven agravados por la ignorancia religiosa a todos los niveles desde los intelectuales hasta los analfabetas. Con todo comprobamos que ha habido un avance muy positivo a través de la catequesis, especialmente de adultos.

82. La ignorancia y el indiferentismo llevan a muchos a prescindir de los principios morales, sean personales o sociales, y a encerrarse en un ritualismo, en la mera práctica social de ciertos sacramentos o en las exequias, como señal de su pertenencia a la Iglesia.

83. La secularización, que reivindica una legítima autonomía al quehacer terreno y puede contribuir a purificar las imágenes de Dios y de la Religión, ha degenerado con frecuencia en la pérdida de valor de lo religioso o en un secularismo que da las espaldas a Dios y le niega la presencia en la vida pública. La imagen de la Iglesia como aliada de los poderes de este mundo ha cambiado en la mayoría de nuestros países. Su firme defensa de los derechos humanos y su compromiso con una promoción social real la han acercado más al pueblo aunque, por otra parte, ha sido objeto de incomprensión o alejamiento por parte de algunos grupos sociales.

84. Urgida por el mandato de Cristo de predicar el Evangelio a toda creatura, por la inmensidad de la tarea y por el proceso de transformación, la Iglesia de América Latina al mismo tiempo que ha sentido su insuficiencia humana, ha experimentado que el Espíritu de Cristo la mueve e inspira y ha comprendido que no puede, sin caer en el pecado de infidelidad a su misión, quedarse a la zaga e inmóvil ante las exigencias de un mundo en cambio.

85. Desde la I Conferencia General del Episcopado realizada en Río de Janeiro en 1955 y que dio origen al Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y, más vigorosamente todavía, después del Concilio Vaticano II y de la Conferencia de Medellín, la Iglesia ha ido adquiriendo una conciencia cada vez más clara y más profunda de que la Evangelización es su misión fundamental y de que no es posible su cumplimiento sin un esfuerzo permanente de conocimiento de la realidad y de adaptación dinámica, atractiva y convincente del Mensaje a los hombres de hoy.

86. En esta actitud de búsqueda, se puede decir que, en América Latina, la Iglesia ha desplegado una actividad muy intensa y ha organizado, a todo nivel, reuniones de estudio, cursos, Institutos, encuentros, jornadas, sobre los más variados temas; todos orientados de diversa manera a la profundización del Mensaje y al conocimiento del hombre en sus situaciones concretas y en sus aspiraciones.

 

3.3. Ante el clamor por la justicia

87. Desde el seno de los diversos países del continente está subiendo hasta el cielo un clamor cada vez más tumultuoso e impresionante. Es el grito de un pueblo que sufre y que demanda justicia, libertad, respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos.

88. La Conferencia de Medellín apuntaba ya, hace poco más de diez años, la comprobación de este hecho: "Un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte" (Med. Pobreza de la Igl. 2).

89. El clamor pudo haber parecido sordo en ese entonces. Ahora es claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones, amenazante.

90. La situación de injusticia que hemos descrito en la parte anterior nos hace reflexionar sobre el gran desafío que tiene nuestra pastoral para ayudar al hombre a pasar de situaciones menos humanas a más humanas. Las profundas diferencias sociales, la extrema pobreza y la violación de derechos humanos que se dan en muchas partes son retos a la Evangelización. Nuestra misión de llevar Dios a los hombres y los hombres a Dios, implica también construir entre ellos una sociedad más fraterna. Esta situación social no ha dejado de acarrear tensiones en el interior mismo de la Iglesia; tensiones producidas por grupos que, o bien enfatizan "lo espiritual" de su misión, resintiéndose por los trabajos de promoción social, o bien quieren convertir la misión de la Iglesia en un mero trabajo de promoción humana.

91. Fenómenos nuevos y preocupantes son también la participación por parte de sacerdotes en política partidista, ya no solamente en forma individual como algunos lo habían hecho (21), sino como grupos de presión, y la aplicación a la acción pastoral en ciertos casos por parte de algunos de ellos de análisis sociales con fuerte connotación política.

92. La conciencia de la misión evangelizadora de la Iglesia la ha llevado a publicar en estos últimos diez años numerosos documentos pastorales sobre la justicia social; a crear organismos de solidaridad con los que sufren, de denuncia de los atropellos y de defensa de los derechos humanos; a alentar la opción de sacerdotes y religiosos por los pobres y marginados; a soportar en sus miembros la persecución y, a veces, la muerte, en testimonio de su misión profética. Sin duda, falta mucho por hacer para que la Iglesia se muestre más unida y solidaria. El temor del marxismo impide a muchos enfrentar la realidad opresiva del capitalismo liberal. Se puede decir que, ante el peligro de un sistema claramente marcado por el pecado, se olvida denunciar y combatir la realidad implantada por otro sistema igualmente marcado por el pecado (22). Es preciso estar atentos ante éste, sin olvidar las formas históricas, ateas y violentas del marxismo.

3.4. Ante sí misma

93. Urgida por un pueblo que pide el pan de la Palabra de Dios y demanda la justicia; en actitud de escuchar ese pueblo profundamente religioso y por la misma razón pueblo que pone en Dios toda su confianza, la Iglesia, en estos últimos diez años, ha realizado grandes esfuerzos para dar una respuesta pastoral adecuada.

94. A pesar de lo indicado anteriormente (23), han ido surgiendo y madurando felices iniciativas y experiencias. Si, por una parte, hay familias que se disgregan y destruyen, corroídas por el egoísmo, el aislamiento, el ansia de bienestar, el divorcio legal o de hecho, es también cierto que hay familias, verdaderas "Iglesias domésticas", en cuyo seno se vive la Fe, se educa a los hijos en la Fe y se da buen ejemplo de amor, de mutuo entendimiento y de irradiación de ese amor al prójimo en la parroquia y en la diócesis.

95. Por una parte, no podemos negarlo, se producen dolorosos conflictos generacionales entre padres e hijos; hay jóvenes que buscan únicamente el placer o conquistar una posición lucrativa y de prestigio, imbuidos de una filosofía de "arribismo" y de dominación. Pero, por otra, gracias a la educación que se realiza en la familia, en los colegios que han renovado su sistema educativo en los grupos juveniles, hay también jóvenes que vibran por el descubrimiento de Cristo y que viven intensamente su Fe en el compromiso con el prójimo, particularmente con el pobre.

96. Las Comunidades Eclesiales de Base que en 1968 eran apenas una experiencia incipiente, han madurado y se han multiplicado, sobre todo en algunos países, de modo que ahora constituyen motivo de alegría y esperanza para la Iglesia. En comunión con el Obispo y como lo pedía Medellín, se han convertido en focos de Evangelización y en motores de liberación y desarrollo.

97. La vitalidad de las Comunidades Eclesiales de Base empieza a dar sus frutos; es una de las fuentes de los ministerios confiados a los laicos: animadores de comunidades, catequistas, misioneros.

98. En algunos lugares, no se ha dado la adecuada atención al trabajo en la formación de Comunidades Eclesiales de Base. Es lamentable que en algunos lugares intereses claramente políticos pretendan manipularlas y apartarlas de la auténtica comunión con sus Obispos.

99. Florecen también otros grupos cristianos eclesiales de seglares hombres y mujeres, que reflexionan a la luz del Evangelio sobre la realidad que les rodea y buscan formas originales de expresar su Fe en la Palabra de Dios y de ponerla en práctica.

100. Con estos grupos, la Iglesia se muestra en pleno proceso de renovación de la vida parroquial y diocesana, mediante una catequesis nueva, no sólo en su metodología y en el uso de medios modernos, sino también en la presentación del contenido, orientado vigorosamente a introducir en la vida motivaciones evangélicas en busca del crecimiento en Cristo.

101. La liturgia ha logrado notables purificaciones de costumbres simplemente ritualistas y, celebrada en parroquias renovadas y en grupos reducidos, una participación personal y activa, tal como lo pide la Constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II. Lamentablemente, algunos grupos han sido reacios a la renovación; otros han introducido abusos. Para los Sacramentos, a pesar de resistencias encontradas al comienzo, la Iglesia ha obtenido ya el establecimiento y la aceptación, tal vez con raras excepciones, de cursos catequéticos pre-sacramentales y, en la celebración misma, la proclamación de la Palabra, con lo cual la vida cristiana va ganando en iluminación y profundidad.

102. Las dolorosas tensiones doctrinales, pastorales y sicológicas entre agentes pastorales de distintas tendencias, si bien subsisten aún van siendo superadas gradualmente, mediante la práctica del diálogo abierto y constructivo. En muchos lugares, los sacerdotes, para ayudarse y sostenerse mutuamente en su vida espiritual y en su labor pastoral, se han organizado en equipos. A veces, colaboran pastoralmente en estos equipos, religiosos, religiosas y seglares.

103. La generosa ayuda recibida por nuestras Iglesias y el CELAM de las Iglesias hermanas de Europa y Norteamérica, en personal y medios económicos, ha contribuido significativamente al esfuerzo evangelizador en todo el continente. Por ello expresamos nuestro profundo agradecimiento. Este hecho es un signo de la caridad universal de la Iglesia. El esfuerzo de encauzar este aporte dentro de los planes de las Iglesias locales, constituye un signo de respeto y comunión.

104. Para terminar esta somera descripción de la realidad eclesial, queremos hacer notar que, en la Iglesia de América Latina, se está viviendo la comunión, no sin vacíos y deficiencias, a diversos niveles:

105. Se vive la comunión en núcleos menores, la comunión en las familias cristianas, en las Comunidades Eclesiales de Base y en las parroquias. Se realizan esfuerzos para una intercomunicación de parroquias.

106. Se vive la comunión intermedia, la de la Iglesia particular o diócesis, que sirve de enlace entre las bases más pequeñas y la universal. De igual manera, se vive la comunión entre diócesis a nivel nacional y regional, expresada en las Conferencias Episcopales y, a nivel latinoamericano, en el CELAM.

107. Existe la comunión universal que nace de la vinculación con la Sede Apostólica y con el conjunto de las Iglesias de otros continentes. La Iglesia de América Latina posee conciencia de su vocación específica, del papel y aporte al conjunto de la Iglesia universal, en esta comunión eclesial que tiene su expresión culminante en nuestra adhesión al Santo Padre, Vicario de Cristo y Pastor supremo.

108. La actividad ecuménica, expresada en el diálogo y en los esfuerzos conjuntos por la promoción humana, se inscribe en el camino hacia la unidad anhelada.

109. La revalorización de la religiosidad popular, a pesar de sus desviaciones y ambigüedades, expresa la identidad religiosa de un pueblo y, al purificarse de eventuales deformaciones, ofrece un lugar privilegiado a la Evangelización. Las grandes devociones y celebraciones populares han sido un distintivo del catolicismo latinoamericano, mantienen valores evangélicos y son un signo de pertenencia a la Iglesia.

3.5. Estructuras de evangelización

Las parroquias

110. Se anota que la organización pastoral de la parroquia, sea territorial o personal, depende ante todo de quienes la integran, de la unión que existe entre ellos como comunidad humana.

111. La parroquia rural se encuentra identificada generalmente en sus estructuras y servicios con la comunidad existente. Ella ha tratado de crear y coordinar Comunidades Eclesiales de Base que correspondan a los grupos humanos dispersos por el área parroquial. Las parroquias urbanas, en cambio, desbordadas por el número de personas a las que deben atender, se han visto en la necesidad de poner mayor énfasis en el servicio cultual litúrgico y sacramental. Cada día se hace más necesaria la multiplicación de pequeñas comunidades territoriales o ambientales para responder a una evangelización más personalizante.

La escuela

112. Es un lugar de Evangelización y comunión. El número de escuelas y colegios católicos ha disminuido en proporción con las exigencias de la comunidad, pero, por otra parte, se es más consciente de la necesidad de la presencia de cristianos comprometidos en las estructuras educativas estatales y privadas no de la Iglesia. Los centros educativos católicos se abren cada día más a todos los sectores sociales.

 

3.6. Ministerios y carismas

Obispos

113. La imagen y la situación del Obispo ha cambiado quizás en estos años. Se nota un mayor espíritu de colegialidad entre ellos y mayor corresponsabilidad con el clero, los religiosos, las religiosas y los laicos, especialmente a nivel de Iglesia particular, aunque es lamentable que no siempre se tenga en cuenta la necesaria coordinación regional o nacional.

114. Hoy, de manera especial, se pide al Obispo un testimonio evangélico personal, más acercamiento a los sacerdotes y al pueblo. Sin duda, actualmente hay más sencillez y pobreza en su forma de vida.

115. La multiplicación de Diócesis ha favorecido el contacto entre el Obispo y la comunidad diocesana.

Presbíteros

116. La escasez de sacerdotes es alarmante, aunque en algunos países se da un resurgimiento de vocaciones. Los sacerdotes viven sobrecargados de trabajo pastoral, especialmente donde no ha habido suficiente apertura a los ministerios que se confían a los laicos y a la cooperación en su misión. Es alentador el espíritu de sacrificio de muchos sacerdotes que asumen con valentía la soledad y el aislamiento sobre todo en el mundo rural.

117. Aún persisten, sin embargo, métodos pastorales inadaptados a las actuales situaciones y a la pastoral orgánica.

118. En la formación sacerdotal, aunque hay insuficiencia numérica de formadores, no han faltado experiencias valiosas; en algunos casos ha habido exageraciones que se van superando.

Diáconos permanentes

119. El diácono permanente es algo nuevo en nuestras Iglesias. Son bien aceptados en sus comunidades, pero el número de ellos es aún muy pequeño. Aunque las Comunidades Eclesiales de Base son el ambiente adecuado para el surgimiento de diáconos, en la mayoría algunas tareas pastorales se confían más bien a laicos (Delegados de la Palabra, catequistas, etc.).

Vida Consagrada

120. La Vida Consagrada es una gran fuerza para la Evangelización de América Latina. Ha vivido un período de búsqueda por definir su identidad y su propio carisma, reinterpretándolo en el contexto de las nuevas necesidades y de la inserción en el conjunto de la pastoral diocesana.

121. Los religiosos, en general, se han renovado, se han acrecentado las relaciones personales a nivel de comunidades y también entre las distintas familias religiosas. La presencia de los religiosos en las zonas pobres y difíciles se ha intensificado. Tienen a su cargo la mayoría de las misiones entre indígenas.

122. En algunas ocasiones ha habido ciertos conflictos por el modo de integrarse a la pastoral de conjunto o por la insuficiente inserción en ella; por falta de apoyo comunitario, por falta de preparación para su trabajo en el campo social o por falta de madurez para vivir estas experiencias.

123. Las comunidades contemplativas, baluarte espiritual para la vida diocesana, han pasado también un período de crisis; ahora en varios países ven un reflorecimiento de vocaciones.

124. Los institutos seculares han florecido igualmente en nuestro continente.

Laicos

125. Su sentido de pertenencia a la Iglesia se ha acrecentado en todas partes, no sólo por el compromiso eclesial más permanente, sino por su participación más activa en las asambleas litúrgicas y en las tareas apostólicas. En muchos países las Comunidades Eclesiales de Base son prueba de esta incorporación y deseo de participación. El compromiso del laicado en lo temporal, tan necesario para el cambio de estructuras, ha sido insuficiente. En general, se podría decir que hay una mayor valorización de la necesaria participación del laicado en la Iglesia.

126. La mujer merece una mención especial: tanto la religiosa como la de institutos seculares y las laicas tienen actualmente una participación cada vez mayor en las tareas pastorales, aunque en muchas partes aún se ve con recelo tal participación.

CAPÍTULO IV
TENDENCIAS ACTUALES Y EVANGELIZACIÓN EN EL FUTURO

4.1. En la sociedad

Mirando el mundo actual con ojos de pastores, comprobamos algunas tendencias que no podemos dejar de tener en cuenta:

127. América Latina seguirá en un ritmo acelerado de aumento de población y concentración en las grandes ciudades. Se agudizarán los problemas que afectan los servicios públicos. La población será mayoritariamente joven y tendrá dificultad creciente para encontrar puestos de trabajo.

128. Por una parte, la sociedad del futuro se perfila más abierta y pluralista; por otra, sometida al influjo cada vez mayor de los dictámenes de los medios de comunicación, que irán programando progresivamente la vida del hombre y de la sociedad.

129. Parece que la programación de la vida social responderá cada vez más a los modelos buscados por la tecnocracia, sin correspondencia con los anhelos de un orden internacional más justo, frente a la tendencia de cristalización de las desigualdades actuales.

130. En el cuadro internacional, se va tomando conciencia de la limitación de los recursos del planeta y de la necesidad de su racionalización. Unos quieren limitar la población sobre todo de los países pobres; otros proponen la "prosperidad racionada", es decir: una sobriedad compartida y no la riqueza creciente, no compartida.

131. A la vista de estas tendencias nos sentimos solidarios con el pueblo latinoamericano del cual formamos parte y con su historia. Queremos escrutar sus aspiraciones, tanto las que expresa claramente como las que apenas balbucea, que nos parece son éstas:

132. -Una calidad de vida más humana, sobre todo por su irrenunciable dimensión religiosa, su búsqueda de Dios, del Reino que Cristo nos trajo, a veces confusamente intuido por los más pobres con fuerza privilegiada.

133. -Una distribución más justa de los bienes y las oportunidades: un trabajo justamente retribuido que permita el decoroso sustento de los miembros de la familia y que disminuya la brecha entre el lujo desmedido y la indigencia.

134. -Una convivencia social fraterna donde se fomenten y tutelen los derechos humanos; donde las metas que se deben alcanzar se decidan por el consenso y no por la fuerza o la violencia; donde nadie se sienta amenazado por la represión, el terrorismo, los secuestros y la tortura.

-Cambios estructurales que aseguren una situación justa para las grandes mayorías.

135. -Ser tenido en cuenta como persona responsable y como sujeto de la historia capaz de participar libremente en las opciones políticas, sindicales, etc., y en la elección de sus gobernantes.

136. -Participar en la producción y compartir los avances de la ciencia y la técnica moderna lo mismo que tener acceso a la cultura y al esparcimiento digno.

137. Todo esto llevará a una mayor integración de nuestros pueblos en coincidencia con las tendencias universales de una sociedad, como suele decirse, más globalizada y planetaria, potenciada por los medios de comunicación de amplísimo alcance.

138. Pero mientras haya grandes sectores que no logran satisfacer estas legítimas aspiraciones mientras otros las alcanzan con exceso, los bienes reales del mundo moderno se traducen en fuente de frustraciones crecientes y de trágicas tensiones. El contraste notorio e hiriente de los que nada poseen y los que ostentan opulencia, es un obstáculo insuperable para establecer el Reinado de la paz.

139. Si no cambian las tendencias actuales, se seguirá deteriorando la relación del hombre con la naturaleza por la explotación irracional de sus recursos y la contaminación ambiental, con el aumento de graves daños al hombre y al equilibrio ecológico.

140. Animando todo esto, el hombre aspira, en su realización, a tener libertad para vivir y expresar su fe.

141. En una palabra, nuestro pueblo desea una liberación integral que no se agota en el cuadro de su existencia temporal, sino que se proyecta a la comunión plena con Dios y con sus hermanos en la eternidad, comunión que ya comienza a realizarse, aunque imperfectamente, en la historia.

4.2. En la Iglesia

142. La Iglesia, a través de su acción y de su doctrina social, hace suyas estas aspiraciones. Baste recordar el vigoroso llamado de la Conferencia de Medellín que expresó la voluntad de hacer que el anuncio evangélico logre desplegar toda su potencia de fermento transformador.

143. Esta Conferencia, reiterando aquel llamado, quiere poner al servicio los recursos de una acción pastoral adaptada a las circunstancias actuales.

144. La Iglesia requiere ser cada día más independiente de los poderes del mundo, para así disponer de un amplio espacio de libertad que le permita cumplir su labor apostólica sin interferencias: el ejercicio del culto, la educación de la fe y el desarrollo de aquellas variadísimas actividades que llevan a los fieles a traducir en su vida privada, familiar y social los imperativos morales que dimanan de esa misma fe. Así, libre de compromisos, sólo con su testimonio y enseñanza, la Iglesia será más creíble y mejor escuchada. De este modo, el mismo ejercicio del poder será evangelizado, en orden al bien común.

145. La Iglesia acompaña con profunda simpatía la búsqueda de los hombres; sintoniza con sus anhelos y esperanzas, sin aspirar a otra cosa que a servirles, alentando sus esfuerzos e iluminando sus pasos, haciéndoles conocer el valor trascendente de su vida y de su acción.

146. La Iglesia asume la defensa de los derechos humanos y se hace solidaria con quienes los propugnan. A este propósito nos place recordar aquí por su especial valor, entre la vasta enseñanza sobre la materia, el discurso de S.S. Juan Pablo II al Cuerpo Diplomático el 20 de octubre de 1978: "La Santa Sede actúa en esto sabiendo que la libertad, el respeto de la vida y de la dignidad de las personas -que jamás son instrumento-, la igualdad de trato, la conciencia profesional en el trabajo y la búsqueda solidaria del bien común, el espíritu de reconciliación, la apertura a los valores espirituales, son exigencias fundamentales de la vida armónica en sociedad, del progreso de los ciudadanos y de su civilización".

147. La Iglesia ha intensificado su compromiso con los sectores desposeídos, abogando por su promoción integral, lo cual produce en algunos la impresión de que ella deja de lado a las clases pudientes.

148. Subraya mejor el valor evangélico de la pobreza que nos hace disponibles para construir un mundo más justo y más fraterno. Siente vivamente la situación penosa de los desposeídos de lo necesario para una vida digna. Invita a todos a transformar su mente y sus corazones, según la escala de valores del Evangelio.

149. La Iglesia confía más en la fuerza de la verdad y en la educación para la libertad y la responsabilidad, que en prohibiciones, pues su ley es el amor.

4.3. Evangelización en el futuro

150. La Evangelización dará prioridad a la proclamación de la Buena Nueva, a la catequesis bíblica y a la celebración litúrgica, como respuesta al ansia creciente de la Palabra de Dios.

151. Pondrá el máximo empeño en salvar la unidad, porque el Señor lo quiere y para aprovechar todas las energías disponibles, concentrándolas en un plan orgánico de pastoral de conjunto, evitando así la dispersión infecunda de esfuerzos y servicios. Tal pastoral se perfila en los diversos niveles: diocesano, nacional y continental.

152. Dará importancia a la pastoral urbana con creación de nuevas estructuras eclesiales que, sin desconocer la validez de la parroquia renovada, permitan afrontar la problemática que presentan las enormes concentraciones humanas de hoy. También acrecentará sus esfuerzos para atender mejor la pastoral rural.

153. Se esforzará en multiplicar los agentes de pastoral, tanto clérigos como religiosos y laicos. Adaptará la formación de estos agentes a la exigencia de comunidades y ambientes.

154. Pondrá de relieve la importancia de los laicos, tanto cuando desempeñan ministerios en la Iglesia y para la Iglesia, como cuando, cumpliendo la misión que les es propia, son enviados como su vanguardia, en medio de la vida del mundo, para rehacer las estructuras sociales, económicas y políticas, de acuerdo con el plan de Dios.

155. Para formar a los laicos y darles un sólido apoyo en su vida y acción, procurará incorporarlos a las organizaciones y movimientos apostólicos y potenciará todos sus instrumentos de formación, de modo particular los propios del campo de la cultura; solamente así tendrá un laicado maduro y evangelizador.

156. Reconocerá la validez de la experiencia de las Comunidades Eclesiales de Base y estimulará su desarrollo en comunión con sus pastores.

157. La Iglesia tendrá mucho empeño en educar en la fe cristiana al pueblo sencillo, naturalmente religioso, y preparará en forma adecuada para la recepción de los sacramentos.

158. La Iglesia dará mayor importancia a los medios de comunicación social y los empleará para la Evangelización.

159. Tanto el CELAM con todos sus servicios como las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, son una expresión de integración pastoral de la Iglesia de América Latina. Es necesario que siga acentuándose para beneficio de las Iglesias particulares.

160. La voz colectiva de los Episcopados, que ha ido despertando interés creciente en la opinión pública, encuentra, sin embargo, frecuentemente reservas en ciertos sectores de poca sensibilidad social, lo cual es un signo de que la Iglesia está ocupando su puesto de Madre y Maestra de todos.

161. De cualquier manera, la Iglesia debe estar dispuesta a asumir con valor y alegría las consecuencias de su misión, que el mundo nunca aceptará sin resistencia.

 

SEGUNDA PARTE
DESIGNIO DE DIOS SOBRE LA REALIDAD DE AMÉRICA LATINA

162. La Iglesia en América Latina se siente íntima y realmente solidaria con todo el pueblo del Continente (24). Ha estado durante casi cinco siglos a su lado y en su corazón. No puede estarlo menos en esta encrucijada de su historia (25).

163. Habiendo considerado, con ojos de fe y corazón de Pastores, la realidad de nuestro pueblo, nos preguntamos ahora ¿cuál es el designio de salvación que Dios ha dispuesto para América Latina? ¿Cuáles son los caminos de liberación que Él nos depara?

Su Santidad Juan Pablo II nos ha dado la respuesta: la verdad sobre Cristo, la Iglesia y el hombre.

Reflexionamos sobre ella, teniendo como fondo las aspiraciones y los sufrimientos de nuestros hermanos latinoamericanos.

164. Evangelizados por el Señor en su Espíritu, somos enviados para llevar la Buena Nueva a todos los hermanos, especialmente a los pobres y olvidados. Esta tarea evangelizadora nos conduce a la plena conversión y comunión con Cristo en la Iglesia; impregnará nuestra cultura; nos llevará a la auténtica promoción de nuestras comunidades y a una presencia crítica y orientadora ante las ideologías y políticas que condicionan la suerte de nuestras naciones.

COMPRENDE:

Capítulo I: Contenido de la Evangelización.

Capítulo II: ¿Qué es evangelizar?

Capítulo I
CONTENIDO DE LA EVANGELIZACIÓN

165. Queremos ahora iluminar todo nuestro apremio pastoral con la luz de la verdad que nos hace libres (26). No es una verdad que poseamos como algo propio. Ella viene de Dios. Ante su resplandor experimentamos nuestra pobreza.

166. Nos proponemos anunciar las verdades centrales de la Evangelización: Cristo, nuestra esperanza, está en medio de nosotros, como enviado del Padre, animando con su Espíritu a la Iglesia y ofreciendo al hombre de hoy su palabra y su vida para llevarlo a su liberación integral.

167. La Iglesia, misterio de comunión, pueblo de Dios al servicio de los hombres, continúa a través de los tiempos siendo evangelizada y llevando a todos la Buena Nueva.

168. María es para ella motivo de alegría y fuente de inspiración por ser la estrella de la Evangelización y la Madre de los pueblos de América Latina (27).

169. El Hombre, por su dignidad de imagen de Dios, merece nuestro compromiso en favor de su liberación y total realización en Cristo Jesús. Sólo en Cristo se revela la verdadera grandeza del hombre y sólo en Él es plenamente conocida su realidad más íntima. Por eso, nosotros, Pastores, hablamos al hombre y le anunciamos el gozo de verse asumido y enaltecido por el propio Hijo de Dios, que quiso compartir con él las alegrías, los trabajos y sufrimientos de esta vida y la herencia de una vida eterna.

1. La verdad sobre Jesucristo, el Salvador que anunciamos
1.1. Introducción

170. La pregunta fundamental del Señor: "¿Y vosotros quién decís que soy yo?" (Mt 16,15), se dirige permanentemente al hombre latinoamericano. Hoy como ayer se podrían registrar diversas respuestas. Quienes somos miembros de la Iglesia, sólo tenemos una, la de Pedro... "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16).

171. El pueblo latinoamericano, profundamente religioso aun antes de ser evangelizado, cree en su gran mayoría en Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre.

172. De ello son expresión, entre otras, los múltiples atributos de poder, salud o consuelo que le reconoce; los títulos de juez y de rey que le da; las advocaciones que lo vinculan a los lugares y regiones; la devoción al Cristo paciente, a su nacimiento en el pesebre y a su muerte en la Cruz; la devoción a Cristo resucitado; más aún, las devociones al Sagrado Corazón de Jesús y a su presencia real en la Eucaristía, manifestadas en las primeras Comuniones, la adoración nocturna, la procesión de Corpus Christi y los Congresos Eucarísticos.

173. Somos conscientes de la insuficiente proclamación del Evangelio y de las carencias de nuestro pueblo en su vida de fe. Sin embargo, herederos de casi quinientos años de historia evangelizadora y de los esfuerzos hechos, principalmente después de Medellín, vemos con gozo que el abnegado trabajo del clero y de las familias religiosas, el desarrollo de las instituciones católicas, de los movimientos apostólicos de seglares, de las agrupaciones juveniles y de las Comunidades Eclesiales de Base han producido en numerosos sectores del pueblo de Dios un mayor acercamiento al Evangelio y una búsqueda del rostro siempre nuevo de Cristo que llena su legítima aspiración a una liberación integral.

174. Esto no se realiza sin problemas. Entre los esfuerzos por presentar a Cristo como Señor de nuestra historia e inspirador de un verdadero cambio social y los esfuerzos por limitarlo al campo de la conciencia individual, creemos necesario clarificar lo siguiente:

175. Es nuestro deber anunciar claramente, sin dejar lugar a dudas o equívocos, el misterio de la Encarnación: tanto la divinidad de Jesucristo tal como la profesa la fe de la Iglesia, como la realidad y la fuerza de su dimensión humana e histórica.

176. Debemos presentar a Jesús de Nazaret compartiendo la vida, las esperanzas y las angustias de su pueblo y mostrar que Él es el Cristo creído, proclamado y celebrado por la Iglesia.

177. A Jesús de Nazaret, consciente de su misión: anunciador y realizador del Reino, fundador de su Iglesia, que tiene a Pedro por cimiento visible; a Jesucristo vivo, presente y actuante en su Iglesia y en la historia.

178. No podemos desfigurar, parcializar o ideologizar la persona de Jesucristo, ya sea convirtiéndolo en un político, un líder, un revolucionario o un simple profeta, ya sea reduciendo al campo de lo meramente privado a quien es el Señor de la Historia.

179. Haciendo eco al discurso del Santo Padre al inaugurar nuestra Conferencia, decimos: "Cualquier silencio, olvido, mutilación o inadecuada acentuación de la integridad del misterio de Jesucristo que se aparte de la fe de la Iglesia no puede ser contenido válido de la Evangelización". Una cosa son las "relecturas del Evangelio, resultado de especulaciones teóricas" y "las hipótesis, brillantes quizás, pero frágiles e inconsistentes que de ellas derivan", y otra cosa la "afirmación de la fe de la Iglesia: Jesucristo, Verbo e Hijo de Dios, se hace hombre para acercarse al hombre y brindarle por la fuerza de su ministerio, la salvación, gran don de Dios" (Juan Pablo II, Discurso inaugural I 4.5: AAS 71 pp. 190-191).

180. Vamos a hablar de Jesucristo. Vamos a proclamar una vez más la verdad de la fe acerca de Jesucristo. Pedimos a todos los fieles que acojan esta doctrina liberadora. Su propio destino temporal y eterno está ligado al conocimiento en la fe y al seguimiento en el amor de Aquel que por la efusión de su Espíritu nos capacita para imitarlo y a quien llamamos y es el Señor y el Salvador.

181. Solidarios con los sufrimientos y aspiraciones de nuestro pueblo, sentimos la urgencia de darle lo que es específico nuestro: el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios. Sentimos que ésta es la "fuerza de Dios" (Rom 1,16) capaz de transformar nuestra realidad personal y social y de encaminarla hacia la libertad y la fraternidad, hacia la plena manifestación del Reino de Dios.

1.2. El hombre "creado maravillosamente"

182. Nos enseña la Sagrada Escritura que no somos nosotros, los hombres, quienes hemos amado primero; Dios es quien primero nos amó. Dios planeó y creó el mundo en Jesucristo, su propia imagen increada (28). Al hacer el mundo, Dios creó a los hombres para que participáramos en esa comunidad divina de amor: el Padre con el Hijo Unigénito en el Espíritu Santo (29).

183. Este designio divino, que en bien de los hombres y para gloria de la inmensidad de su amor, concibió el Padre en su Hijo antes de crear el mundo (Ef 1,9), nos lo ha revelado conforme al proyecto misterioso que Él tenía de llevar la historia humana a su plenitud, realizando por medio de Jesucristo la unidad del universo, tanto de lo terrestre como de lo celeste (30).

184. El hombre eternamente ideado y eternamente elegido (31) en Jesucristo, debía realizarse como imagen creada de Dios, reflejando el misterio divino de comunión en sí mismo y en la convivencia con sus hermanos, a través de una acción transformadora sobre el mundo. Sobre la tierra debía tener, así, el hogar de su felicidad, no un campo de batalla donde reinasen la violencia, el odio, la explotación y la servidumbre.

1.3. Del Dios verdadero a los falsos ídolos: el pecado

185. Pero el hombre, ya desde el comienzo, rechazó el amor de su Dios. No tuvo interés por la comunión con Él. Quiso construir un reino en este mundo prescindiendo de Dios. En vez de adorar al Dios verdadero, adoró ídolos: las obras de sus manos, las cosas del mundo; se adoró a sí mismo. Por eso, el hombre se desgarró interiormente. Entraron en el mundo el mal, la muerte y la violencia, el odio y el miedo. Se destruyó la convivencia fraterna.

186. Roto así por el pecado el eje primordial que sujeta al hombre al dominio amoroso del Padre, brotaron todas las esclavitudes. La realidad latinoamericana nos hace experimentar amargamente, hasta límites extremos, esta fuerza del pecado, flagrante contradicción del plan divino.

1.4. La promesa

187. Dios Padre, sin embargo, no abandonó al hombre en poder de su pecado. Reinicia una y otra vez el diálogo con él; invita a hombres concretos a una alianza para que construyan el mundo a partir de la fe y de la comunión con Él, aceptando ser sus colaboradores en su designio salvador. La historia de Abraham y la elección del pueblo de Israel; la historia de Moisés, de la liberación del pueblo de la esclavitud de Egipto y de la alianza del Sinaí; la historia de David y de su reino; el destierro de Babilonia y el retorno a la tierra prometida, nos muestran la mano poderosa de Dios Padre que anuncia, promete y empieza a realizar la liberación de todos los hombres, del pecado y de sus consecuencias.

1.5. "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14): La Encarnación

188. Y llegó "la plenitud de los tiempos" (Gál 4,4). Dios Padre envió al mundo a su Hijo Jesucristo, nuestro Señor, verdadero Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos y verdadero Hombre, nacido de María la Virgen por obra del Espíritu Santo. En Cristo y por Cristo, Dios Padre se une a los hombres. El Hijo de Dios asume lo humano y lo creado, restablece la comunión entre su Padre y los hombres. El hombre adquiere una altísima dignidad y Dios irrumpe en la historia humana, vale decir, en el peregrinar de los hombres hacia la libertad y la fraternidad, que aparecen ahora como un camino hacia la plenitud del encuentro con Él.

189. La Iglesia de América Latina quiere anunciar, por tanto, el verdadero rostro de Cristo, porque en él resplandece la gloria y la bondad del Padre providente y la fuerza del Espíritu Santo, que anuncia la verdadera e integral liberación de todos y cada uno de los hombres de nuestro pueblo.

 

1.6. Dichos y hechos: Vida de Jesús

190. Jesús de Nazaret nació y vivió pobre en medio de su pueblo Israel, se compadeció de las multitudes e hizo el bien a todos (32). Ese pueblo agobiado por el pecado y el dolor, esperaba la liberación que Él les promete (Mt 1,21). En medio de él, Jesús anuncia: "Se ha cumplido el tiempo; el Reino de Dios está cercano; convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1,15). Jesús, ungido por el Espíritu Santo para anunciar el Evangelio a los pobres, para proclamar la libertad a los cautivos, la recuperación de la vista a los ciegos y la liberación a los oprimidos (33), nos ha entregado en las Bienaventuranzas y el Sermón de la Montaña la gran proclamación de la nueva ley del Reino de Dios (34).

191. A las palabras Jesús unió los hechos: acciones maravillosas y actitudes sorprendentes que muestran que el Reino anunciado ya está presente, que Él es el signo eficaz de la nueva presencia de Dios en la historia, que es el portador del poder transformante de Dios, que su presencia desenmascara al maligno, que el amor de Dios redime al mundo y alborea ya un hombre nuevo en un mundo nuevo.

192. Las fuerzas del mal, sin embargo, rechazan este servicio de amor: la incredulidad del pueblo y de sus parientes, las autoridades políticas y religiosas de su época y la incomprensión de sus propios discípulos. Se acentúan entonces en Jesús los rasgos dolorosos del "Siervo de Yahvé", de que se habla en el libro del profeta Isaías (Is 53). Con amor y obediencia totales a su Padre, expresión humana de su carácter eterno de Hijo, emprende su camino de donación abnegada, rechazando la tentación del poder político y todo recurso a la violencia. Agrupa en torno a sí unos cuantos hombres tomados de distintas categorías sociales y políticas de su tiempo. Aunque confusos y a veces infieles, los mueven el amor y el poder que de él irradian: ellos son constituidos en cimiento de su Iglesia; atraídos por el Padre (35), inician el camino del seguimiento de Jesús. Camino que no es el de la autoafirmación arrogante de la sabiduría o del poder del hombre, ni el odio o la violencia, sino el de la donación desinteresada y sacrificada del amor. Amor que abraza a todos los hombres. Amor que privilegia a los pequeños, los débiles, los pobres. Amor que congrega e integra a todos en una fraternidad capaz de abrir la ruta de una nueva historia.

193. Así Jesús, de modo original, propio, incomparable, exige un seguimiento radical que abarca todo el hombre, a todos los hombres y envuelve a todo el mundo y a todo el cosmos. Esta radicalidad hace que la conversión sea un proceso nunca acabado, tanto a nivel personal como social. Porque, si el Reino de Dios pasa por realizaciones históricas, no se agota ni se identifica con ellas.

1.7. El Misterio pascual: Muerte y Vida

194. Cumpliendo el mandato recibido de su Padre, Jesús se entregó libremente a la muerte en la cruz, meta del camino de su existencia. El portador de la libertad y del gozo del reino de Dios quiso ser la víctima decisiva de la injusticia y del mal de este mundo. El dolor de la creación es asumido por el Crucificado, que ofrece su vida en sacrificio por todos: Sumo Sacerdote que puede compartir nuestras debilidades; Víctima Pascual que nos redime de nuestros pecados; Hijo obediente que encarna ante la justicia salvadora de su Padre el clamor de liberación y redención de todos los hombres.

195. Por eso, el Padre resucita a su Hijo de entre los muertos. Lo exalta gloriosamente a su derecha. Lo colma de la fuerza vivificante de su Espíritu. Lo establece como Cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia. Lo constituye Señor del mundo y de la historia. Su resurrección es signo y prenda de la resurrección a la que todos estamos llamados y de la transformación final del universo. Por Él y en Él ha querido el Padre recrear lo que ya había creado.

196. Jesucristo, exaltado, no se ha apartado de nosotros; vive en medio de su Iglesia, principalmente en la Sagrada Eucaristía y en la proclamación de su Palabra; está presente entre los que se reúnen en su nombre (36) y en la persona de sus pastores enviados (37) y ha querido identificarse con ternura especial con los más débiles y pobres (38).

197. En el centro de la historia humana queda así implantado el reino de Dios, resplandeciente en el rostro de Jesucristo resucitado. La justicia de Dios ha triunfado sobre la injusticia de los hombres. Con Adán se inició la historia vieja. Con Jesucristo, el nuevo Adán, se inicia la historia nueva y ésta recibe el impulso indefectible que llevará a todos los hombres, hechos hijos de Dios por la eficacia del Espíritu, a un dominio del mundo cada día más perfecto; a una comunión entre hermanos cada vez más lograda y a la plenitud de comunión y participación que constituyen la vida misma de Dios. Así proclamamos la buena noticia de la persona de Jesucristo a los hombres de América Latina, llamados a ser hombres nuevos con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio (39) para sostener su esfuerzo y alentar su esperanza.

1.8. Jesucristo envía su Espíritu de filiación

198. Cristo resucitado y exaltado a la derecha del Padre derrama su Espíritu Santo sobre los Apóstoles el día de Pentecostés y después sobre todos los que han sido llamados (40).

199. La alianza nueva que Cristo pactó con su Padre se interioriza por el Espíritu Santo, que nos da la ley de gracia y de libertad que él mismo ha escrito en nuestros corazones. Por eso, la renovación de los hombres y consiguientemente de la sociedad dependerá, en primer lugar, de la acción del Espíritu Santo. Las leyes y estructuras deberán ser animadas por el Espíritu que vivifica a los hombres y hace que el Evangelio se encarne en la historia.

200. América Latina, que desde los orígenes de la Evangelización selló esta Alianza con el Señor, tiene que renovarla ahora y vivirla con la gracia del Espíritu, con todas sus exigencias de amor, de entrega y de justicia.

201. El Espíritu, que llenó el orbe de la tierra, abarcó también lo que había de bueno en las culturas precolombinas; Él mismo les ayudó a recibir el Evangelio; Él sigue hoy suscitando anhelos de salvación liberadora en nuestros pueblos. Se hace, por tanto, necesario descubrir su presencia auténtica en la historia del continente.

1.9. Espíritu de verdad y vida, de amor y libertad

202. El Espíritu Santo es llamado por Jesús "Espíritu de verdad" y el encargado de llevarnos a la verdad plena (41) da en nosotros testimonio de que somos hijos de Dios y de que Jesús ha resucitado y es "el mismo ayer, hoy y por los siglos" (Heb 13,8). Por eso es el principal evangelizador, quien anima a todos los evangelizadores y los asiste para que lleven la verdad total sin errores y sin limitaciones.

203. El Espíritu Santo es "Dador de vida". Es el agua viva que fluye de la fuente, Cristo, que resucita a los muertos por el pecado y nos hace odiarlo especialmente en un momento de tanta corrupción y desorientación como el presente.

204. Es Espíritu de amor y libertad. El Padre, al enviarnos al Espíritu de su Hijo, "derrama su amor en nuestros corazones" (Rom 5,5), convirtiéndonos del pecado y dándonos la libertad de los hijos. Libertad esta necesariamente vinculada a la filiación y la fraternidad. El que es libre según el Evangelio, sólo se compromete a las acciones dignas de su Padre Dios y de sus hermanos los hombres.

1.10. El Espíritu reúne en la unidad y enriquece en la adversidad

205. Jesucristo, Salvador de los hombres, difunde su Espíritu sobre todos sin acepción de personas. Quien en su evangelización excluya a un solo hombre de su amor, no posee el Espíritu de Cristo; por eso, la acción apostólica tiene que abarcar a todos los hombres, destinados a ser hijos de Dios.

206. "El Espíritu Santo unifica en la comunión y en el ministerio y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la Iglesia a través de todos los tiempos, vivificando, a la manera del alma, las instituciones eclesiásticas" (AG 4). La Jerarquía y las instituciones, pues, lejos de ser obstáculo para la Evangelización, son instrumentos del Espíritu y de la gracia.

207. Los carismas nunca han estado ausentes en la Iglesia. Pablo VI ha expresado su complacencia por la renovación espiritual que aparece en los lugares y medios más diversos y que conduce a la oración gozosa, a la íntima unión con Dios, a la fidelidad al Señor y a una profunda comunión de las almas. Así lo han hecho también varias Conferencias Episcopales. Pero esta renovación exige buen sentido, orientación y discernimiento por parte de los pastores, a fin de evitar exageraciones y desviaciones peligrosas (42).

208. La acción del Espíritu Santo llega aun a aquellos que no conocen a Jesucristo, pues "el Señor quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tim 2,4).

1.11. Consumación del designio de Dios

209. La vida trinitaria que nos participa Cristo llegará a su plenitud sólo en la gloria. La Iglesia peregrinante en cuanto institución humana y terrena reconoce con humildad sus errores y pecados, que oscurecen el rostro de Dios en sus hijos (43) pero está decidida a continuar su acción evangelizadora para ser fiel a su misión con la confianza puesta en la fidelidad de su Fundador y en el poder del Espíritu.

210. Jesucristo buscó siempre la gloria de su Padre y culminó su entrega a Él en la cruz. Él es el "Primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29). Ir al Padre. En eso consistió el caminar terrestre de Jesucristo. Desde entonces, ir al Padre es el caminar terrestre de la Iglesia, pueblo de hermanos. Sólo en el encuentro con el Padre hallaremos la plenitud que sería utópico buscar en el tiempo. Mientras la Iglesia espera la unión consumada con su esposo divino, "el Espíritu y la Esposa dicen: Ven, Señor Jesús" (Ap 22,17-20).

1.12. Comunión y participación

211. Después de la proclamación de Cristo, que nos "revela" al Padre y nos da su Espíritu, llegamos a descubrir las raíces últimas de nuestra comunión y participación.

212. Cristo nos revela que la vida divina es comunión trinitaria. Padre, Hijo y Espíritu viven, en perfecta intercomunión de amor, el misterio supremo de la unidad. De allí procede todo amor y toda comunión, para grandeza y dignidad de la existencia humana.

213. Por Cristo, único Mediador, la humanidad participa de la vida trinitaria. Cristo hoy, principalmente con su actividad pascual, nos lleva a la participación del misterio de Dios. Por su solidaridad con nosotros, nos hace capaces de vivificar nuestra actividad con el amor y transformar nuestro trabajo y nuestra historia en gesto litúrgico, o sea, de ser protagonistas con Él de la construcción de la convivencia y las dinámicas humanas que reflejan el misterio de Dios y constituyen su gloria viviente.

214. Por Cristo, con Él y en Él, entramos a participar en la comunión de Dios. No hay otro camino que lleve al Padre. Al vivir en Cristo, llegamos a ser su cuerpo místico, su pueblo, pueblo de hermanos unidos por el amor que derrama en nosotros el Espíritu. Ésta es la comunión a la que el Padre nos llama por Cristo y su Espíritu. A ella se orienta toda la historia de la salvación y en ella se consuma el designio de amor del Padre que nos creó.

215. La comunión que ha de construirse entre los hombres abarca el ser, desde las raíces de su amor, y ha de manifestarse en toda la vida, aun en su dimensión económica, social y política. Producida por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es la comunicación de su propia comunión trinitaria.

216. Ésta es la comunión que buscan ansiosamente las muchedumbres de nuestro continente cuando confían en la providencia del Padre o cuando confiesan a Cristo como Dios Salvador; cuando buscan la gracia del Espíritu en los sacramentos y aun cuando se signan "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

217. "En esta comunión trinitaria del Pueblo y Familia de Dios, juntamente veneramos e invocamos la intercesión de la Virgen María y de todos los santos. Todo genuino testimonio de amor que ofrezcamos a los bienaventurados se dirige por su propia naturaleza a Cristo y por Él a Dios" (LG 50).

218. La Evangelización es un llamado a la participación en la comunión trinitaria. Otras formas de comunión, aunque no constituyen el destino último del hombre, son, animadas por la gracia, su primicia.

219. La Evangelización nos lleva a participar en los gemidos del Espíritu, que quiere liberar a toda la creación. El Espíritu que nos mueve a esa liberación nos abre el camino a la unidad de todos los hombres entre sí y de los hombres con Dios, hasta que "Dios sea todo en todos" (1Cor 15,28).

 

2. La verdad sobre la Iglesia, el Pueblo de Dios, signo y servicio de comunión

220. Cristo, que asciende al Padre y se oculta a los ojos de la humanidad, continúa evangelizando visiblemente a través de la Iglesia, sacramento de comunión de los hombres en el único pueblo de Dios, peregrino en la historia. Para ello, Cristo le envía su Espíritu, "quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y quien en lo hondo de la conciencia hace aceptar y comprender la palabra de salvación" (EN 75).

2.1. La Buena Nueva de Jesús y la Iglesia

Dos presencias inseparables

221. La presencia viva de Jesucristo en la historia, la cultura y toda la realidad de América Latina es manifiesta. Esta presencia, en el sentir de nuestro pueblo, va inseparablemente unida a la de la Iglesia, porque a través de ella su Evangelio ha resonado en nuestras tierras. Tal experiencia entraña una profunda intuición de fe acerca de la naturaleza íntima de la Iglesia.

La Iglesia y Jesús evangelizador

222. La Iglesia es inseparable de Cristo, porque Él mismo la fundó (44) por un acto expreso de su voluntad, sobre los Doce, cuya cabeza es Pedro (45), constituyéndola como sacramento universal y necesario de salvación. La Iglesia no es un "resultado" posterior ni una simple consecuencia "desencadenada" por la acción evangelizadora de Jesús. Ella nace ciertamente de esta acción, pero de modo directo, pues es el mismo Señor quien convoca a sus discípulos y les participa el poder de su Espíritu, dotando a la naciente comunidad de todos los medios y elementos esenciales que el pueblo católico profesa como de institución divina.

223. Además, Jesús señala a su Iglesia como camino normativo. No queda, pues, a discreción del hombre el aceptarla o no sin consecuencias. "Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza" (Lc 10,16), dice el Señor a sus apóstoles. Por lo mismo, aceptar a Cristo exige aceptar su Iglesia (PO 14c). Ésta es parte del Evangelio, del legado de Jesús y objeto de nuestra fe, amor y lealtad. Lo manifestamos cuando rezamos: "Creo en la Iglesia una, santa, católica, apostólica".

224. Pero la Iglesia es también depositaria y transmisora del Evangelio. Ella prolonga en la tierra, fiel a la ley de la encarnación visible, la presencia y acción evangelizadora de Cristo. Como Él, la Iglesia vive para evangelizar. Ésa es su dicha y vocación propia (EN 14): proclamar a los hombres la persona y el mensaje de Jesús.

225. Esta Iglesia es una sola: la edificada sobre Pedro, a la cual el mismo Señor llama "mi Iglesia" (Mt 16,18). Sólo en la Iglesia católica se da la plenitud de los medios de salvación (UR 36), legados por Jesús a los hombres mediante los apóstoles. Por ello, tenemos el deber de proclamar la excelencia de nuestra vocación a la Iglesia católica (LG 14). Vocación que es a la vez inmensa gracia y responsabilidad.

La Iglesia y el Reino que anuncia Jesús

226. El mensaje de Jesús tiene su centro en la proclamación del Reino que en Él mismo se hace presente y viene. Este Reino, sin ser una realidad desligable de la Iglesia (LG 8a), trasciende sus límites visibles (46). Porque se da en cierto modo dondequiera que Dios esté reinando mediante su gracia y amor, venciendo el pecado y ayudando a los hombres a crecer hacia la gran comunión que les ofrece en Cristo. Tal acción de Dios se da también en el corazón de hombres que viven fuera del ámbito perceptible de la Iglesia (47). Lo cual no significa, en modo alguno, que la pertenencia a la Iglesia sea indiferente (48).

227. De ahí que la Iglesia haya recibido la misión de anunciar e instaurar el Reino (49) en todos los pueblos. Ella es su signo. En ella se manifiesta, de modo visible, lo que Dios está llevando a cabo silenciosamente en el mundo entero. Es el lugar donde se concentra al máximo la acción del Padre, que en la fuerza del Espíritu de Amor busca solícito a los hombres, para compartir con ellos -en gesto de indecible ternura- su propia vida trinitaria. La Iglesia es también el instrumento que introduce el Reino entre los hombres para impulsarlos hacia su meta definitiva.

228. Ella "ya constituye en la tierra el germen y principio de ese Reino" (LG 5). Germen que deberá crecer en la historia, bajo el influjo del Espíritu, hasta el día en que "Dios sea todo en todos" (1Cor 15,28). Hasta entonces, la Iglesia permanecerá perfectible bajo muchos aspectos, permanentemente necesitada de autoevangelización, de mayor conversión y purificación (50).

229. No obstante, el Reino ya está en ella. Su presencia en nuestro continente es una Buena Nueva. Porque ella -aunque de modo germinal- llena plenamente los anhelos y esperanzas más profundos de nuestros pueblos.

230. En esto consiste el "misterio" de la Iglesia: es una realidad humana, formada por hombres limitados y pobres, pero penetrada por la insondable presencia y fuerza del Dios Trino que en ella resplandece, convoca y salva (51).

231. La Iglesia de hoy no es todavía lo que está llamada a ser. Es importante tenerlo en cuenta, para evitar una falsa visión triunfalista. Por otro lado, no debe enfatizarse tanto lo que le falta, pues en ella ya está presente y operando de modo eficaz en este mundo la fuerza que obrará el Reino definitivo.

2.2. La Iglesia vive en misterio de comunión como Pueblo de Dios

232. Nuestro pueblo ama las peregrinaciones. En ellas, el cristiano sencillo celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de una multitud de hermanos, caminando juntos hacia el Dios que los espera. Tal gesto constituye un signo y sacramental espléndido de la gran visión de la Iglesia, ofrecida por el Concilio Vaticano II: la Familia de Dios, concebida como Pueblo de Dios, peregrino a través de la historia, que avanza hacia su Señor.

233. El Concilio aconteció en un momento difícil para nuestros pueblos latinoamericanos. Años de problemas, de búsqueda angustiosa de la propia identidad, marcados por un despertar de las masas populares y por ensayos de integración americana, a los que precede la fundación del CELAM (1955). Esto ha preparado el ambiente en el pueblo católico para abrirse con cierta facilidad a una Iglesia que también se presenta como "Pueblo". Y Pueblo universal, que penetra los demás pueblos, para ayudarlos a hermanarse y crecer hacia una gran comunión, como la que América Latina comenzaba a vislumbrar. Medellín divulga la nueva visión, antigua como la misma historia bíblica (52).

234. Diez años después, la Iglesia de América Latina se encuentra en Puebla en mejores condiciones aun para reafirmar gozosa su realidad de Pueblo de Dios. Después de Medellín nuestros pueblos viven momentos importantes de encuentro consigo mismos, redescubriendo el valor de su historia, de las culturas indígenas y de la religiosidad popular. En medio de ese proceso se descubre la presencia de este otro pueblo que acompaña en su historia a nuestros pueblos naturales. Y se comienza a apreciar su aporte como factor unificador de nuestra cultura, a la que tan ricamente ha fecundado con savia evangélica. La fecundación fue recíproca, logrando la Iglesia encarnarse en nuestros valores originales y desarrollar así nuevas expresiones de la riqueza del Espíritu.

235. La visión de la Iglesia como Pueblo de Dios aparece, además, necesaria para completar el proceso de tránsito acentuado en Medellín, de un estilo individualista de vivir la fe a la gran conciencia comunitaria a que nos abrió el Concilio.

236. El Pueblo de Dios es un Pueblo universal. Familia de Dios en la tierra; Pueblo santo; Pueblo que peregrina en la historia; Pueblo enviado.

237. La Iglesia es un Pueblo universal, destinado a ser "luz de las naciones" (Is 49,6; Lc 2,32). No se constituye por raza, ni por idioma, ni por particularidad humana alguna. Nace de Dios por la fe en Jesucristo. Por eso no entra en pugna con ningún otro pueblo y puede encarnarse en todos, para introducir en sus historias el Reino de Dios. Así "fomenta y asume, y al asumir, purifica, fortalece y eleva todas las capacidades, riquezas y costumbres de los pueblos en lo que tienen de bueno" (LG 13b).

Pueblo, Familia de Dios

238. Nuestro pueblo latinoamericano llama espontáneamente al templo "Casa de Dios", porque intuye que allí se congrega la Iglesia como "Familia de Dios". Es la misma expresión usada repetidamente por la Biblia y también por el Concilio, para expresar la realidad más profunda e íntima del Pueblo de Dios (Sal 60,8; Dt 32,8ss; Ef 2,19; Rom 8,29).

239. Es una visión de la Iglesia que toca hondamente al hombre latinoamericano, con alta estima por los valores de la familia y que busca, ansioso, ante la frialdad creciente del mundo moderno, la manera de salvarlos. La reacción se nota en muchos países, tanto en el repunte de la pastoral familiar, como en la multiplicación de las Comunidades Eclesiales de Base, donde se hace posible -a nivel de experiencia humana- una intensa vivencia de la realidad de la Iglesia como Familia de Dios.

240. Muchas parroquias y diócesis acentúan también lo familiar. Saben que el latinoamericano necesita y busca una familia y que de esta manera encontrarán en la Iglesia respuestas a sus necesidades. No se trata aquí de táctica sicológica, sino de fidelidad a la propia identidad. Porque la Iglesia no es el lugar donde los hombres se "sienten", sino donde se "hacen" -real, profunda, ontológicamente- "Familia de Dios". Se convierten verdaderamente en hijos del Padre en Jesucristo (53), quien les participa su vida por el poder del Espíritu, mediante el Bautismo. Esta gracia de la filiación divina es el gran tesoro que la Iglesia debe ofrecer a los hombres de nuestro continente.

241. De la filiación en Cristo nace la fraternidad cristiana. El hombre moderno no ha logrado construir una fraternidad universal sobre la tierra, porque busca una fraternidad sin centro ni origen común. Ha olvidado que la única forma de ser hermanos es reconocer la procedencia de un mismo Padre.

242. La Iglesia, Familia de Dios, es hogar donde cada hijo y hermano es también señor, destinado a participar del señorío de Cristo sobre la creación y la historia. Señorío que debe aprenderse y conquistarse, mediante un continuo proceso de conversión y asimilación al Señor.

243. El fuego que vivifica la Familia de Dios es el Espíritu Santo. Él suscita la comunión de fe, esperanza y caridad que constituye como su alma invisible, su dimensión más profunda, raíz del compartir cristiano a otros niveles. Porque la Iglesia se compone de hombres dotados de alma y cuerpo, la comunión interior debe expresarse visiblemente. La capacidad de compartir será signo de la profundidad de la comunión interior y de su credibilidad hacia afuera (54). De allí la gravedad y el escándalo de las desuniones en la Iglesia. En ella se juega la misión misma que Jesús le confió: su capacidad de ser signo y prueba de que Dios quiere por ella convertir a los hombres en su Familia.

244. Los problemas que afectan la unidad de la Iglesia se generan en la diversidad de sus miembros. Esta multitud de hermanos (55) que Cristo ha reunido en la Iglesia, no constituye una realidad monolítica. Viven su unidad desde la diversidad que el Espíritu ha regalado a cada uno (56), entendida como un aporte que contribuye a la riqueza de la totalidad. 245. Dicha diversidad puede fundarse en la simple manera de ser de cada cual. En la función que le corresponde al interior de la Iglesia y que distingue nítidamente el papel de la jerarquía y del laicado. O en carismas más particulares que el Espíritu suscita, como el de la vida religiosa y otros. Por eso, la Iglesia es como un Cuerpo que, constantemente engendrado, alimentado y renovado por el Espíritu, crece hacia la plenitud de Cristo (57). 246. La fuerza que asegura la cohesión de la Familia de Dios en medio de tensiones y conflictos es, en primer lugar, la misma vitalidad de su comunión en la fe y el amor. Lo que supone no sólo la voluntad de unidad, sino también la coincidencia en la plena verdad de Jesucristo. Igualmente aseguran y construyen la unidad de la Iglesia los sacramentos. La Eucaristía la significa en su realidad más profunda, pues congrega al Pueblo de Dios, como Familia que participa de una sola mesa, donde la vida de Cristo, sacrificialmente entregada, se hace la única vida de todos. 247. La Eucaristía nos orienta de modo inmediato a la jerarquía, sin la cual es imposible. Porque fue a los apóstoles a quienes dio el Señor el mandato de hacerla "en memoria mía" (Lc 22,19). Los pastores de la Iglesia, sucesores de los apóstoles, constituyen por lo mismo el centro visible donde se ata, aquí en la tierra, la unidad de la Iglesia. 248. Según el Concilio, el papel de los pastores es eminentemente paternal (LG 28; CD 16; PO 9). Es evidente, entonces, que suceda en la Iglesia lo que en toda familia: la unidad de los hijos se anuda -fundamentalmente- hacia arriba. Cuando la comunicación con la Iglesia se debilita y aun se rompe, son también los pastores los ministros sacramentales de la reconciliación (58).

249. Este carácter paternal no hace olvidar que los pastores están dentro de la Familia de Dios a su servicio. Son hermanos, llamados a servir la vida que el Espíritu libremente suscita en los demás hermanos. Vida que es deber de los pastores respetar, acoger, orientar y promover, aunque haya nacido independientemente de sus propias iniciativas. De ahí el cuidado necesario para "no extinguir el Espíritu ni tener en poco la profecía" (1Tes 5,19). Los pastores viven para los otros. "Para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10). La tarea de unidad no significa ejercicio de un poder arbitrario. Autoridad es servicio a la vida. Ese servicio de los pastores incluye el derecho y el deber de corregir y decidir, con la claridad y firmeza que sean necesarias.

Pueblo santo

250. El Pueblo de Dios, inhabitado por el Espíritu, es también un Pueblo santo. Mediante el Bautismo, el mismo Espíritu le ha participado la vida divina. Lo ha ungido, así como Pueblo mesiánico, revestido de una santidad sustancial que se funda en la misma santidad de la vida divina recibida. Tal santidad recuerda al Pueblo de Dios la dimensión vertical y constituyente de su comunión. Es un pueblo no sólo que nace de Dios, también se ordena a Él, como Pueblo consagrado, a rendirle culto y gloria. El Pueblo de Dios aparece así como su Templo vivo, morada de su presencia entre los hombres. En él, los cristianos somos piedras vivas (59).

251. Los ciudadanos de este Pueblo deben caminar por la tierra, pero como ciudadanos del cielo, con su corazón enraizado en Dios, mediante la oración y la contemplación. Actitud que no significa fuga frente a lo terreno, sino condición para una entrega fecunda a los hombres. Porque quien no haya aprendido a adorar la voluntad del Padre en el silencio de la oración, difícilmente logrará hacerlo cuando su condición de hermano le exija renuncia, dolor, humillación.

252. El culto que Dios nos pide -expresado en la oración y la liturgia- se prolonga en la vida diaria, a través del esfuerzo por convertirlo todo en ofrenda (60). Como miembros de un pueblo ya santificado por el Bautismo, los cristianos estamos llamados a manifestar esta santidad. "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48). Santidad que exige el cultivo tanto de las virtudes sociales como de la moral personal. Todo lo que atenta contra la dignidad del cuerpo del hombre, llamado a ser templo de Dios, implica profanación y sacrilegio y entristece al Espíritu (61). Esto vale para el homicidio y la tortura, pero también para la prostitución, la pornografía, el adulterio, el aborto y cualquier abuso de la sexualidad.

253. En este mundo la Iglesia nunca logrará vivir plenamente su vocación universal a la santidad. Permanecerá compuesta de justos y pecadores (62). Más aún: por el corazón de cada cristiano pasa la línea que divide la parte que tenemos de justos y de pecadores.

Pueblo peregrino

254. Al concebirse a sí misma como Pueblo, la Iglesia se define como una realidad en medio de la historia que camina hacia una meta aún no alcanzada.

255. Por ser un Pueblo histórico, la naturaleza de la Iglesia exige visibilidad a nivel de estructuración social (63). El Pueblo de Dios considerado como "Familia" connotaba ya una realidad visible, pero en un plano eminentemente vital. La acentuación del rasgo histórico destaca la necesidad de expresar dicha realidad como institución.

256. Tal carácter social-institucional se manifiesta en la Iglesia a través de una estructura visible y clara, que ordena la vida de sus miembros, precisa sus funciones y relaciones, sus derechos y deberes.

257. La Iglesia, como Pueblo de Dios, reconoce una sola autoridad: Cristo. Él es el único Pastor que la guía. Sin embargo, los lazos que a Él la atan son mucho más profundos que los de la simple labor de conducción. Cristo es autoridad de la Iglesia en el sentido más profundo de la palabra: porque es su autor. Porque es la fuente de su vida y unidad, su Cabeza. Esta capitalidad es la misteriosa relación vital que lo vincula a todos sus miembros. Por eso, la participación de su autoridad a los pastores, a lo largo de la historia, arranca de esta misma realidad. Es mucho más que una simple potestad jurídica. Es participación en el misterio de su capitalidad. Y, por lo mismo, una realidad de orden sacramental.

258. Los Doce, presididos por Pedro, fueron escogidos por Jesús para participar de esa misteriosa relación suya con la Iglesia. Fueron constituidos y consagrados por Él como sacramentos vivos de su presencia, para hacerlo visiblemente presente Cabeza y Pastor, en medio de su Pueblo. De esta comunión profunda en el misterio, fluye como consecuencia el poder de "atar y desatar" (64). Considerado en su totalidad, el ministerio jerárquico es una realidad de orden sacramental, vital y jurídico como la Iglesia.

259. Tal ministerio fue confiado a Pedro y a los demás apóstoles, cuyos sucesores son hoy día el Romano Pontífice y los Obispos, a quienes se unen, como colaboradores, los presbíteros y diáconos. Los Pastores de la Iglesia no sólo la guían en nombre del Señor. Ejercen también la función de maestros de la verdad y presiden sacerdotalmente el culto divino. El deber de obediencia del Pueblo de Dios frente a los Pastores que le conducen, se funda, antes que en consideraciones jurídicas, en el respeto creyente a la presencia sacramental del Señor en ellos. Ésta es su realidad objetiva de fe, independiente de toda consideración personal.

260. En América Latina, desde el Concilio y Medellín, se nota un cambio grande en el modo de ejercer la autoridad dentro de la Iglesia. Se ha acentuado su carácter de servicio y sacramento, como también su dimensión de afecto colegial. Ésta última ha encontrado su expresión, no sólo a nivel del consejo presbiteral diocesano, sino también a través de las Conferencias Episcopales y el CELAM.

261. Esta visión de la Iglesia, como Pueblo histórico y socialmente estructurado, es un marco al cual necesariamente debe referirse también la reflexión teológica sobre las Comunidades Eclesiales de Base en nuestro continente, pues introduce elementos que permiten complementar el acento de dichas comunidades en el dinamismo vital de las bases y en la fe compartida más espontáneamente en comunidades pequeñas. La Iglesia, como Pueblo histórico e institucional, representa la estructura más amplia, universal y definida dentro de la cual deben inscribirse vitalmente las Comunidades Eclesiales de Base para no correr el riesgo de degenerar hacia la anarquía organizativa por un lado y hacia el elitismo cerrado o sectario por otro (65).

262. Algunos aspectos del problema de la "Iglesia popular" o de los "magisterios paralelos" se insinúan en dicha línea: la secta tiende siempre al autoabastecimiento, tanto jurídico como doctrinal. Integradas en el Pueblo total de Dios, las Comunidades Eclesiales de Base evitarán, sin duda, estos escollos y responderán a las esperanzas que la Iglesia Latinoamericana tiene puestas en ellas.

263. El problema de la "Iglesia popular", que nace del Pueblo, presenta diversos aspectos. Si se entiende como una Iglesia que busca encarnarse en los medios populares del continente y que, por lo mismo surge de la respuesta de fe que esos grupos den al Señor, se evita el primer obstáculo: la aparente negación de la verdad fundamental que enseña que la Iglesia nace siempre de una primera iniciativa "desde arriba"; del Espíritu que la suscita y del Señor que la convoca. Pero el nombre parece poco afortunado. Sin embargo, la "Iglesia popular" aparece como distinta de "otra", identificada con la Iglesia "oficial" o "institucional", a la que se acusa de "alienante". Esto implicaría una división en el seno de la Iglesia y una inaceptable negación de la función de la jerarquía. Dichas posiciones, según Juan Pablo II, podrían estar inspiradas por conocidos condicionamientos ideológicos (66).

264. Otro problema candente en América Latina y relacionado con la condición histórica del Pueblo de Dios, es el de los cambios en la Iglesia. Al avanzar por la historia, la Iglesia necesariamente cambia, pero sólo en lo exterior y accidental. No puede hablarse, por lo tanto, de una contraposición entre la "nueva Iglesia" y la "vieja Iglesia", como algunos lo pretenden (Juan Pablo II, Catedral de México). El problema de los cambios ha hecho sufrir a muchos cristianos que han visto derrumbarse una forma de vivir la Iglesia que creían totalmente inmutable. Es importante ayudarlos a distinguir los elementos divinos y humanos de la Iglesia. Cristo, en cuanto Hijo de Dios, permaneció siempre idéntico a sí mismo, pero en su aspecto humano fue cambiando sin cesar: de porte, de rostro, de aspecto. Igual sucede con la Iglesia.

265. En el otro extremo están los que quisieron vivir un cambio continuo. No es ése el sentido de ser peregrinos. No estamos buscándolo todo. Hay algo que ya poseemos en la esperanza con seguridad y de lo cual debemos dar testimonio. Somos peregrinos, pero también testigos. Nuestra actitud es de reposo y alegría por lo que ya encontramos y de esperanza por lo que aún nos falta. Tampoco es cierto que todo el camino se hace al andar. El camino personal, en sus circunstancias concretas, sí, pero el ancho camino común del Pueblo de Dios ya está abierto y recorrido por Cristo y por los santos, especialmente los santos de nuestra América Latina: Los que murieron defendiendo la integridad de la fe y la libertad de la Iglesia, sirviendo a los pobres, a los indios, a los esclavos. También los que alcanzaron las más altas cumbres de la contemplación. Ellos caminan con nosotros. Nos ayudan con su intercesión.

266. Ser peregrinos comporta siempre una cuota inevitable de inseguridad y riesgo. Ella se acrecienta por la conciencia de nuestra debilidad y nuestro pecado. Es parte del diario morir en Cristo. La fe nos permite asumirlo con esperanza Pascual. Los últimos diez años han sido violentos en nuestro continente. Pero caminamos seguros de que el Señor sabrá convertir el dolor, la sangre y la muerte que en el camino de la historia van dejando nuestros pueblos y nuestra Iglesia, en semillas de resurrección para América Latina. Nos reconforta el Espíritu y la Madre fiel, siempre presentes en la marcha del Pueblo de Dios.

Pueblo enviado de Dios

267. En la fuerza de la consagración mesiánica del bautismo, el Pueblo de Dios es enviado a servir al crecimiento del Reino en los demás pueblos. Se le envía como pueblo profético que anuncia el Evangelio o discierne las voces del Señor en la historia. Anuncia dónde se manifiesta la presencia de su Espíritu. Denuncia dónde opera el misterio de iniquidad, mediante hechos y estructuras que impiden una participación más fraternal en la construcción de la sociedad y en el goce de los bienes que Dios creó para todos.

268. En los últimos diez años comprobamos la intensificación de la función profética. Asumir tal función ha sido labor dura para los Pastores. Hemos intentado ser voz de los que no tienen voz y testimoniar la misma predilección del Señor por los pobres y los que sufren. Creemos que nuestros pueblos nos han sentido más cerca. Ciertamente logramos iluminar y ayudar. Ciertamente también, pudimos haber hecho más. Ahora, colegialmente, intentamos interpretar el paso del Señor por América Latina.

269. Otra forma privilegiada de evangelizar es la celebración de la fe en la Liturgia y los Sacramentos. Allí aparece el Pueblo de Dios como Pueblo Sacerdotal, investido de un sacerdocio universal del cual todos los bautizados participan pero que difiere esencialmente del sacerdocio jerárquico.

 

2.3. El Pueblo de Dios, al servicio de la Comunión

Un pueblo servidor

270. El Pueblo de Dios, como Sacramento universal de salvación, está enteramente al servicio de la comunión de los hombres con Dios y del género humano entre sí (67). La Iglesia es, por tanto, un pueblo de servidores. Su modo propio de servir es evangelizar; es un servicio que sólo ella puede prestar. Determina su identidad y la originalidad de su aporte. Dicho servicio evangelizador de la Iglesia se dirige a todos los hombres, sin distinción. Pero debe reflejarse siempre en él la especial predilección de Jesús por los más pobres y los que sufren.

271. Dentro del Pueblo de Dios, todos -jerarquía, laicos, religiosos- son servidores del Evangelio. Cada uno según su papel y carisma propios. La Iglesia, como servidora del Evangelio, sirve a la vez a Dios y a los hombres. Pero para conducir a éstos hacia el Reino de su Señor, el único de quien ella, junto con la Virgen María, se proclama esclava y a quien subordina todo su servicio humano.

La Iglesia, signo de comunión

272. La Iglesia evangeliza, en primer lugar, mediante el testimonio global de su vida. Así, en fidelidad de su condición de sacramento, trata de ser más y más un signo transparente o modelo vivo de la comunión de amor en Cristo que anuncia y se esfuerza por realizar. La pedagogía de la Encarnación nos enseña que los hombres necesitan modelos preclaros que los guíen (68). América Latina también necesita tales modelos.

273. Cada comunidad eclesial debería esforzarse por constituir para el Continente un ejemplo de modo de convivencia donde logren aunarse la libertad y la solidaridad. Donde la autoridad se ejerza con el espíritu del Buen Pastor. Donde se viva una actitud diferente frente a la riqueza. Donde se ensayen formas de organización y estructuras de participación, capaces de abrir camino hacia un tipo más humano de sociedad. Y sobre todo, donde inequívocamente se manifieste que, sin una radical comunión con Dios en Jesucristo, cualquier otra forma de comunión puramente humana resulta a la postre incapaz de sustentarse y termina fatalmente volviéndose contra el mismo hombre.

La Iglesia, escuela de forjadores de historia

274. Para los mismos cristianos, la Iglesia debería convertirse en el lugar donde aprenden a vivir la fe experimentándola y descubriéndola encarnada en otros. Del modo más urgente, debería ser la escuela donde se eduquen hombres capaces de hacer historia, para impulsar eficazmente con Cristo la historia de nuestros pueblos hacia el Reino.

275. Ante los desafíos históricos que enfrentan nuestros pueblos encontramos entre los cristianos dos tipos de reacciones extremas. Los "pasivistas", que creen no poder o no deber intervenir, esperando que Dios solo actúe y libere. Los "activistas", que en una perspectiva secularizada, consideran a Dios lejano, como si hubiera entregado la completa responsabilidad de la historia a los hombres, quienes, por lo mismo, intentan angustiada y frenéticamente empujarla hacia adelante.

276. La actitud de Jesús fue otra. En Él culminó la sabiduría enseñada por Dios a Israel. Israel había encontrado a Dios en medio de su historia. Dios lo invitó a forjarla juntos, en Alianza. Él señalaba el camino y la meta, y exigía la colaboración libre y creyente de su Pueblo. Jesús aparece igualmente actuando en la historia, de la mano de su Padre. Su actitud es, a la vez, de total confianza y de máxima corresponsabilidad y compromiso. Porque sabe que todo está en las manos del Padre que cuida de las aves y de los lirios del campo (69). Pero sabe también que la acción del Padre busca pasar a través de la suya.

277. Como el Padre es el protagonista principal, Jesús busca seguir sus caminos y sus ritmos. Su preocupación de cada instante consiste en sintonizar fiel y rigurosamente con el querer del Padre. No basta con conocer la meta y caminar hacia ella. Se trata de conocer y esperar la hora (70)que para cada paso tiene señalada el Padre, escrutando los signos de su Providencia. De esta docilidad filial dependerá toda la fecundidad de la obra.

278. Además, Jesús tiene claro que no sólo se trata de liberar a los hombres del pecado y sus dolorosas consecuencias. Él sabe bien lo que hoy tanto se calla en América Latina: que se debe liberar el dolor por el dolor, esto es, asumiendo la Cruz y convirtiéndola en fuente de vida pascual.

279. Para que América Latina sea capaz de convertir sus dolores en crecimiento hacia una sociedad verdaderamente participada y fraternal, necesita educar hombres capaces de forjar la historia según la "praxis" de Jesús, entendida como la hemos precisado a partir de la teología bíblica de la historia. El continente necesita hombres conscientes de que Dios los llama a actuar en alianza con Él. Hombres de corazón dócil, capaces de hacer suyos los caminos y el ritmo que la Providencia indique. Especialmente capaces de asumir su propio dolor y el de nuestros pueblos y convertirlos, con espíritu pascual, en exigencias de conversión personal, en fuente de solidaridad con todos los que comparten este sufrimiento y en desafío para la iniciativa y la imaginación creadoras.

La Iglesia, instrumento de comunión

280. A través de la acción de cristianos evangélicamente comprometidos, la Iglesia puede completar su misión de Sacramento de salvación haciéndose instrumento del Señor que dinamice eficazmente hacia Él la historia de los hombres y de los pueblos.

281. La realización histórica de este servicio evangelizador resultará siempre ardua y dramática, porque el pecado, fuerza de ruptura, obstaculizará permanentemente el crecimiento en el amor y la comunión, tanto desde el corazón de los hombres, como desde las diversas estructuras por ellos creadas, en las cuales el pecado de sus autores ha impreso su huella destructora. En este sentido, la situación de miseria, marginación, injusticia y corrupción que hiere a nuestro continente, exige del Pueblo de Dios y de cada cristiano un auténtico heroísmo en su compromiso evangelizador, a fin de poder superar semejantes obstáculos. Ante tal desafío, la Iglesia se sabe limitada y pequeña, pero se siente animada por el Espíritu y protegida por María. Su intercesión poderosa le permitirá superar las "estructuras de pecado" en la vida personal y social y le obtendrá la "verdadera liberación" que viene de Cristo Jesús (Juan Pablo II, Homilía Zapopán 3).

 

2.4. María, Madre y modelo de la Iglesia

282. En nuestros pueblos, el Evangelio ha sido anunciado presentando a la Virgen María como su realización más alta. Desde los orígenes -en su aparición y advocación de Guadalupe- María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión. María fue también la voz que impulsó a la unión entre los hombres y los pueblos. Como el de Guadalupe, los otros santuarios marianos del continente son signos del encuentro de la fe de la Iglesia con la historia latinoamericana.

283. Pablo VI afirmó que la devoción a María es "un elemento cualificador" e "intrínseco" de la "genuina piedad de la Iglesia" y del "culto cristiano" (71). Esto es una experiencia vital e histórica de América Latina. Esa experiencia, lo señala Juan Pablo II, pertenece a la íntima "identidad propia de estos pueblos" (Juan Pablo II, Homilía Zapopán 2).

284. El pueblo sabe que encuentra a María en la Iglesia Católica. La piedad mariana ha sido, a menudo, el vínculo resistente que ha mantenido fieles a la Iglesia sectores que carecían de atención pastoral adecuada.

285. El pueblo creyente reconoce en la Iglesia la familia que tiene por madre a la Madre de Dios. En la Iglesia confirma su instinto evangélico según el cual María es el modelo perfecto del cristiano, la imagen ideal de la Iglesia.

María, Madre de la Iglesia

286. La Iglesia "instruida por el Espíritu Santo venera" a María "como madre amantísima, con afecto de piedad filial" (LG 13). En esa fe, el Papa Pablo VI quiso proclamar a María como "Madre de la Iglesia" (72).

287. Se nos ha revelado la admirable fecundidad de María. Ella se hace Madre de Dios, del Cristo histórico en el fiat de la anunciación, cuando el Espíritu Santo la cubre con su sombra. Es Madre de la Iglesia porque es Madre de Cristo, Cabeza del Cuerpo místico. Además, es nuestra Madre "por haber cooperado con su amor" (LG 53) en el momento en que del corazón traspasado de Cristo nacía la familia de los redimidos; "por eso es nuestra madre en el orden de la gracia" (LG 61). Vida de Cristo que irrumpe victoriosa en Pentecostés, donde María imploró para la Iglesia el Espíritu Santo vivificador.

288. La Iglesia, con la Evangelización, engendra nuevos hijos. Ese proceso que consiste en "transformar desde dentro", en "renovar a la misma humanidad" (EN 18), es un verdadero volver a nacer. En ese parto, que siempre se reitera, María es nuestra Madre. Ella, gloriosa en el cielo, actúa en la tierra. Participando del señorío de Cristo Resucitado, "con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan" (LG 62); su gran cuidado es que los cristianos tengan vida abundante y lleguen a la madurez de la plenitud de Cristo (73).

289. María no sólo vela por la Iglesia. Ella tiene un corazón tan amplio como el mundo e implora ante el Señor de la historia por todos los pueblos. Esto lo registra la fe popular que encomienda a María, como Reina maternal, el destino de nuestras naciones.

290. Mientras peregrinamos, María será la Madre educadora de la fe (LG 63). Cuida de que el Evangelio nos penetre conforme nuestra vida diaria y produzca frutos de santidad. Ella tiene que ser cada vez más la pedagoga del Evangelio en América Latina.

291. María es verdaderamente Madre de la Iglesia. Marca al Pueblo de Dios. Pablo VI hace suya una concisa fórmula de la tradición: "No se puede hablar de la Iglesia si no está presente María" (MC 28). Se trata de una presencia femenina que crea el ambiente familiar, la voluntad de acogida, el amor y el respeto por la vida. Es presencia sacramental de los rasgos maternales de Dios. Es una realidad tan hondamente humana y santa que suscita en los creyentes las plegarias de la ternura, del dolor y de la esperanza.

María, modelo de la Iglesia

292. Modelo en su relación a Cristo. -Según el plan de Dios, en María "todo está referido a Cristo y todo depende de Él" (MC 25). Su existencia entera es una plena comunión con su Hijo. Ella dio su sí a ese designio de amor. Libremente lo aceptó en la anunciación y fue fiel a su palabra hasta el martirio del Gólgota. Fue la fiel acompañante del Señor en todos sus caminos. La maternidad divina la llevó a una entrega total. Fue un don generoso, lúcido y permanente. Anudó una historia de amor a Cristo íntima y santa, única, que culmina en la gloria.

293. María, llevada a la máxima participación con Cristo, es la colaboradora estrecha en su obra. Ella fue "algo del todo distinto de una mujer pasivamente remisiva o de religiosidad alienante" (MC 37). No es sólo el fruto admirable de la redención; es también la cooperadora activa. En María se manifiesta preclaramente que Cristo no anula la creatividad de quienes le siguen. Ella, asociada a Cristo, desarrolla todas sus capacidades y responsabilidades humanas, hasta llegar a ser la nueva Eva junto al nuevo Adán. María, por su cooperación libre en la nueva Alianza de Cristo, es junto a Él protagonista de la historia. Por esta comunión y participación, la Virgen Inmaculada vive ahora inmersa en el misterio de la Trinidad, alabando la gloria de Dios e intercediendo por los hombres.

294. Modelo para la vida de la Iglesia y de los hombres. -Ahora, cuando nuestra Iglesia Latinoamericana quiere dar un nuevo paso de fidelidad a su Señor, miramos la figura viviente de María. Ella nos enseña que la virginidad es un don exclusivo a Jesucristo, en que la fe, la pobreza y la obediencia al Señor se hacen fecundas por la acción del Espíritu. Así también la Iglesia quiere ser madre de todos los hombres, no a costa de su amor a Cristo, distrayéndose de Él o postergándolo, sino por su comunión íntima y total con Él. La virginidad maternal de María conjuga en el misterio de la Iglesia esas dos realidades: toda de Cristo y con Él, toda servidora de los hombres. Silencio, contemplación y adoración, que originan la más generosa respuesta al envío, la más fecunda Evangelización de los pueblos.

295. María, Madre, despierta el corazón filial que duerme en cada hombre. En esta forma nos lleva a desarrollar la vida del bautismo por el cual fuimos hechos hijos. Simultáneamente, ese carisma maternal hace crecer en nosotros la fraternidad. Así María hace que la Iglesia se sienta familia.

296. María es reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el orden de la fe (74). Ella es la creyente en quien resplandece la fe como don, apertura, respuesta y fidelidad. Es la perfecta discípula que se abre a la palabra y se deja penetrar por su dinamismo: Cuando no la comprende y queda sorprendida, no la rechaza o relega; la medita y la guarda (75). Y cuando suena dura a sus oídos, persiste confiadamente en el diálogo de fe con el Dios que le habla; así en la escena del hallazgo de Jesús en el templo y en Caná, cuando su Hijo rechaza inicialmente su súplica (76). Fe que la impulsa a subir al Calvario y a asociarse a la Fe que la impulsa a subir al Calvario y a asociarse a la cruz, como al único árbol de la vida. Por su fe es la Virgen fiel, en quien se cumple la bienaventuranza mayor: "feliz la que ha creído" (Lc 1,45) (77).

297. El Magnificat es espejo del alma de María. En ese poema logra su culminación la espiritualidad de los pobres de Yahvé y el profetismo de la Antigua Alianza. Es el cántico que anuncia el nuevo Evangelio de Cristo; es el preludio del Sermón de la Montaña. Allí María se nos manifiesta vacía de sí misma y poniendo toda su confianza en la misericordia del Padre. En el Magnificat se manifiesta como modelo "para quienes no aceptan pasivamente las circunstancias adversas de la vida personal y social, ni son víctimas de la "alienación", como hoy se dice, sino que proclaman con ella que Dios "ensalza a los humildes" y, si es el caso, "derriba a los potentados de sus tronos"..." (Juan Pablo II, Homilía Zapopán 4: AAS 71 p. 230).

298. Bendita entre todas las mujeres. -La Inmaculada Concepción nos ofrece en María el rostro del hombre nuevo redimido por Cristo, en el cual Dios recrea "más maravillosamente aún" (Colecta de la Natividad de Jesús) el proyecto del paraíso. En la Asunción se nos manifiesta el sentido y el destino del cuerpo santificado por la gracia. En el cuerpo glorioso de María comienza la creación material a tener parte en el cuerpo resucitado de Cristo. María Asunta es la integridad humana, cuerpo y alma que ahora reina intercediendo por los hombres, peregrinos en la historia. Estas verdades y misterios alumbran un continente donde la profanación del hombre es una constante y donde muchos se repliegan en un pasivo fatalismo.

299. María es mujer. Es "la bendita entre todas las mujeres". En ella Dios dignificó a la mujer en dimensiones insospechadas. En María el Evangelio penetró la feminidad, la redimió y exaltó. Esto es de capital importancia para nuestro horizonte cultural, en el que la mujer debe de ser valorada mucho más y donde sus tareas sociales se están definiendo más clara y ampliamente. María es garantía de la grandeza femenina, muestra la forma específica del ser mujer, con esa vocación de ser alma, entrega que espiritualice la carne y encarne el espíritu.

300. Modelo de servicio eclesial en América Latina. -La Virgen María se hizo la sierva del Señor. La Escritura la muestra como la que, yendo a servir a Isabel en la circunstancia del parto, le hace el servicio mucho mayor de anunciarle el Evangelio con las palabras del Magnificat. En Caná está atenta a las necesidades de la fiesta y su intercesión provoca la fe de los discípulos que "creyeron en Él" (Jn 2,11). Todo su servicio a los hombres es abrirlos al Evangelio e invitarlos a su obediencia: "haced lo que Él os diga" (Jn 2,5).

301. Por medio de María Dios se hizo carne; entró a formar parte de un pueblo; constituyó el centro de la historia. Ella es el punto de enlace del cielo con la tierra. Sin María, el Evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista.

302. Pablo VI señala la amplitud del servicio de María con palabras que tienen un eco muy actual en nuestro continente: Ella es "una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio (cf. Mt 2,13-23): situaciones éstas que no pueden escapar a la atención de quien quiere secundar con espíritu evangélico las energías liberadoras del hombre y de la sociedad. Se presentará María como mujer que con su acción favoreció la fe de la comunidad apostólica en Cristo (cf. Jn 2,1-12) y cuya función maternal se dilató, asumiendo sobre el calvario dimensiones universales" (MC 37).

303. El pueblo latinoamericano sabe todo esto. La Iglesia es consciente de que "lo que importa es evangelizar no de una manera decorativa, como un barniz superficial" (EN 20). Esa Iglesia, que con nueva lucidez y decisión quiere evangelizar en lo hondo, en la raíz, en la cultura del pueblo, se vuelve a María para que el Evangelio se haga más carne, más corazón de América Latina. Ésta es la hora de María, tiempo de un nuevo Pentecostés que ella preside con su oración, cuando, bajo el influjo del Espíritu Santo, inicia la Iglesia un nuevo tramo en su peregrinar. Que María sea en este camino "estrella de la Evangelización siempre renovada" (EN 81).

 

3. La verdad sobre el hombre: La dignidad humana

304. Visión cristiana del hombre, tanto a la luz de la fe como de la razón, para juzgar su situación en América Latina en orden a contribuir a la edificación de una sociedad más cristiana y, por tanto, más humana.

1. Visiones inadecuadas del hombre en América Latina

1.1. Introducción

305. En el misterio de Cristo, Dios baja hasta el abismo del ser humano para restaurar desde dentro su dignidad. La fe en Cristo nos ofrece, así, los criterios fundamentales para obtener una visión integral del hombre que, a su vez, ilumina y completa la imagen concebida por la filosofía y los aportes de las demás ciencias humanas, respecto al ser del hombre y a su realización histórica.

306. Por su parte, la Iglesia tiene el derecho y el deber de anunciar a todos los pueblos la visión cristiana de la persona humana, pues sabe que la necesita para iluminar su propia identidad y el sentido de la vida y porque profesa que todo atropello a la dignidad del hombre es atropello al mismo Dios, de quien es imagen. Por lo tanto, la Evangelización en el presente y en el futuro de América Latina exige de la Iglesia una palabra clara sobre la dignidad del hombre. Con ella se quiere rectificar o integrar tantas visiones inadecuadas que se propagan en nuestro continente, de las cuales, unas atentan contra la identidad y la genuina libertad; otras impiden la comunión; otras no promueven la participación con Dios y con los hombres.

307. América Latina constituye el espacio histórico donde se da el encuentro de tres universos culturales: el indígena, el blanco y el africano, enriquecidos después por diversas corrientes migratorias. Se da, al mismo tiempo, una convergencia de formas distintas de ver el mundo, el hombre y Dios y de reaccionar frente a ellos. Se ha fraguado una especie de mestizaje latinoamericano. Aunque en su espíritu permanece una base de vivencias religiosas marcadas por el Evangelio, emergen también y se entremezclan cosmovisiones ajenas a la fe cristiana. Con el tiempo, teorías e ideologías introducen en nuestro continente nuevos enfoques sobre el hombre que parcializan o deforman aspectos de su visión integral o se cierran a ella.

1.2. Visión determinista

308. No se puede desconocer en América Latina la erupción del alma religiosa primitiva a la que se liga una visión de la persona como prisionera de las formas mágicas de ver el mundo y actuar sobre él. El hombre no es dueño de sí mismo, sino víctima de fuerzas ocultas. En esta visión determinista, no le cabe otra actitud sino colaborar con esas fuerzas o anonadarse ante ellas (78). Se agrega a veces la creencia en la reencarnación por parte Se agrega a veces la creencia en la reencarnación por parte de los adeptos de varias formas de espiritismo y de religiones orientales. No pocos cristianos, al ignorar la autonomía propia de la naturaleza y de la historia, continúan creyendo que todo lo que acontece es determinado e impuesto por Dios.

309. Una variante de esta visión determinista, pero más de tipo fatalista y social, se apoya en la idea errónea de que los hombres no son fundamentalmente iguales. Semejante diferencia articula en las relaciones humanas muchas discriminaciones y marginaciones incompatibles con la dignidad del hombre. Más que en teoría, esa falta de respeto a la persona se manifiesta en expresiones y actitudes de quienes se juzgan superiores a otros. De aquí, con frecuencia, la situación de desigualdad en que viven obreros, campesinos, indígenas, empleadas domésticas y tantos otros sectores.

1.3. Visión psicologista

310. Restringida hasta ahora a ciertos sectores de la sociedad latinoamericana, cobra cada vez más importancia la idea de que la persona humana se reduce en última instancia a su psiquismo. En la visión psicologista del hombre, según su expresión más radical, se nos presenta la persona como víctima del instinto fundamental erótico o como un simple mecanismo de respuesta a estímulos, carente de libertad. Cerrada a Dios y a los hombres, ya que la religión, como la cultura y la propia historia serían apenas sublimaciones del instinto sensual, la negación de la propia responsabilidad conduce no pocas veces al pansexualismo y justifica el machismo latinoamericano.

1.4. Visiones economicistas

311. Bajo el signo de lo económico, se pueden señalar en América Latina tres visiones del hombre que, aunque distintas, tienen una raíz común. De las tres, quizás la menos consciente y, con todo, la más generalizada es la visión consumista. La persona humana está como lanzada en el engranaje de la máquina de la producción industrial; se la ve apenas como instrumento de producción y objeto de consumo. Todo se fabrica y se vende en nombre de los valores del tener, del poder y del placer como si fueran sinónimos de la felicidad humana. Impidiendo así el acceso a los valores espirituales, se promueve, en razón del lucro, una aparente y muy onerosa "participación" en el bien común.

312. Al servicio de la sociedad del consumo, pero proyectándose más allá de la misma, el liberalismo económico, de praxis materialista, nos presenta una visión individualista del hombre. Según ella, la dignidad de la persona consiste en la eficacia económica y en la libertad individual. Encerrada en sí misma y aferrada frecuentemente a un concepto religioso de salvación individual, se ciega a las exigencias de la justicia social y se coloca al servicio del imperialismo internacional del dinero, al cual se asocian muchos gobiernos que olvidan sus obligaciones en relación al bien común.

313. Opuesto al liberalismo económico en su forma clásica y en lucha permanente contra sus injustas consecuencias, el marxismo clásico sustituye la visión individualista del hombre por una visión colectivista, casi mesiánica, del mismo. La meta de la existencia humana se pone en el desarrollo de las fuerzas materiales de producción. La persona no es originalmente su conciencia; está más bien constituida por su existencia social. Despojada del arbitrio interno que le puede señalar el camino para su realización personal, recibe sus normas de comportamiento únicamente de quienes son responsables del cambio de las estructuras socio-político-económicas. Por eso, desconoce los derechos del hombre, especialmente el derecho a la libertad religiosa, que está a la base de todas las libertades (79).

De esta forma, la dimensión religiosa cuyo origen estaría en los conflictos de la infraestructura económica, se orienta hacia una fraternidad mesiánica sin relación a Dios. Materialista y ateo, el humanismo marxista reduce el ser humano en última instancia a las estructuras exteriores.

1.5. Visión estatista

314. Menos conocida pero actuante en la organización de no pocos gobiernos latinoamericanos, la visión que podríamos llamar estatista del hombre tiene su base en la teoría de la Seguridad Nacional. Pone al individuo al servicio ilimitado de la supuesta guerra total contra los conflictos culturales, sociales, políticos y económicos y, mediante ellos, contra la amenaza del comunismo. Frente a este peligro permanente, real o posible, se limitan, como en toda situación de emergencia, las libertades individuales y la voluntad del estado se confunde con la voluntad de la nación. El desarrollo económico y el potencial bélico se superponen a las necesidades de las masas abandonadas. Aunque necesaria a toda organización política, la Seguridad Nacional vista bajo este ángulo se presenta como un absoluto sobre las personas; en nombre de ella se institucionaliza la inseguridad de los individuos.

1.6. Visión cientista

315. La organización técnico-científica de ciertos países está engendrando una visión cientista del hombre, cuya vocación es la conquista del universo. En esta visión, sólo se reconoce como verdad lo que la ciencia puede demostrar; el mismo hombre se reduce a su definición científica. En nombre de la ciencia todo se justifica, incluso lo que constituye una afrenta a la dignidad humana. Al mismo tiempo se someten las comunidades nacionales a decisiones de un nuevo poder, la tecnocracia. Una especie de ingeniería social puede controlar los espacios de libertad de individuos e instituciones, con el riesgo de reducirlos a meros elementos de cálculo.

 

2. Reflexión doctrinal

2.1. Proclamación fundamental

316. Es grave obligación nuestra proclamar, ante los hermanos de América Latina, la dignidad que a todos, sin distinción alguna, les es propia (80) y que, sin embargo, vemos conculcada tantas veces en forma extrema. A reivindicar tal dignidad nos mueve la revelación contenida en el mensaje y en la persona misma de Jesucristo: Él "conocía lo que hay en el hombre" (Jn 2,25); con todo, no vaciló en "tomar la forma de esclavo" (Flp 2,7) ni rechazó vivir hasta la muerte junto a los postergados para hacerlos partícipes de la exaltación que Él mismo mereció de Dios Padre.

317. Profesamos, pues, que todo hombre y toda mujer (81), por más insignificantes que parezcan, tienen en sí una nobleza inviolable que ellos mismos y los demás deben respetar y hacer respetar sin condiciones; que toda vida humana merece por sí misma, en cualquier circunstancia, su dignificación; que toda convivencia humana tiene que fundarse en el bien común, consistente en la realización cada vez más fraterna de la común dignidad, lo cual exige no instrumentalizar a unos en favor de otros y estar dispuestos a sacrificar aun bienes particulares.

318. Condenamos todo menosprecio, reducción o atropello de las personas y de sus derechos inalienables; todo atentado contra la vida humana, desde la oculta en el seno materno, hasta la que se juzga como inútil y la que se está agotando en la ancianidad; toda violación o degradación de la convivencia entre los individuos, los grupos sociales y las naciones.

319. Es cierto que el misterio del hombre sólo se ilumina perfectamente por la fe en Jesucristo (82), que ha sido para América Latina fuente histórica del anhelo de dignidad, hoy clamoroso en nuestros pueblos creyentes y sufridos. Sólo la aceptación y el seguimiento de Jesucristo nos abren a las certidumbres más confortantes y a las exigencias más apremiantes de la dignidad humana, ya que ésta radica en la gratuita vocación a la vida que el Padre celestial va haciendo oír de modo nuevo, a través de los combates y las esperanzas de la historia. Pero no nos cabe duda de que, al luchar por la dignidad, estamos unidos también a otros hombres lúcidos que, con esfuerzo sincero por librarse de engaños y apasionamientos, siguen la luz del espíritu que el Creador les ha dado, para reconocer en la propia persona y en la de los demás un don magnífico, un valor irrenunciable, una tarea trascendente.

320. De este modo, nos sentimos urgidos a cumplir por todos los medios lo que puede ser el imperativo original de esta hora de Dios en nuestro continente; una audaz profesión cristiana y una eficaz promoción de la dignidad humana y de sus fundamentos divinos, precisamente entre quienes más lo necesitan, ya sea porque la desprecian, ya sobre todo porque, sufriendo ese desprecio, buscan -acaso a tientas- la libertad de los hijos de Dios y el advenimiento del hombre nuevo en Jesucristo.

2.2. Dignidad y libertad

321. Tiene que revalorarse entre nosotros la imagen cristiana de los hombres; tiene que volver a razonar esa palabra en que viene recogiéndose ya de tiempo atrás un excelso ideal de nuestros pueblos: LIBERTAD. Libertad que es a un tiempo don y tarea. Libertad que no se alcanza de veras sin liberación integral (83) y que es, en un sentido válido, meta del hombre según nuestra fe, puesto que "para la libertad, Cristo nos ha liberado" (Gál 5,1) a fin de que tengamos vida y la tengamos en abundancia (84) como "hijos de Dios y coherederos con el mismo Cristo" (Rom 8,17).

322. La libertad implica siempre aquella capacidad que en principio tenemos todos para disponer de nosotros mismos (85) a fin de ir construyendo una comunión y una participación que han de plasmarse en realidades definitivas, sobre tres planos inseparables: la relación del hombre con el mundo, como señor; con las personas como hermano y con Dios como hijo.

323. Por la libertad, proyectada sobre el mundo material de la naturaleza y de la técnica, el hombre -siempre en comunidad de esfuerzos múltiples- logra la inicial realización de su dignidad: someter ese mundo a través del trabajo y de la sabiduría y humanizarlo, de acuerdo con el designio del Creador.

324. Pero la dignidad del hombre verdaderamente libre exige que no se deje encerrar (86) en los valores del mundo, particularmente en los bienes materiales, sino que, como ser espiritual, se libere de cualquier esclavitud y vaya más allá, hacia el plano superior de las relaciones personales, en donde se encuentra consigo mismo y con los demás. La dignidad de los hombres se realiza aquí en el amor fraterno, entendido con toda la amplitud que la ha dado el Evangelio y que incluye el servicio mutuo, la aceptación y promoción práctica de los otros, especialmente de los más necesitados (87).

325. No sería posible, sin embargo, el auténtico y permanente logro de la dignidad humana en este nivel, si no estuviéramos al mismo tiempo auténticamente liberados para realizarnos en el plano trascendente. Es el plano del Bien Absoluto en el que siempre se juega nuestra libertad, incluso cuando parecemos ignorarlo; el plano de la ineludible confrontación con el misterio divino de alguien que como Padre llama a los hombres, los capacita para ser libres, los guía providentemente y, ya que ellos pueden cerrarse a Él e incluso rechazarlo, los juzga y sanciona para vida o para muerte eterna, según lo que los hombres mismos han realizado libremente. Inmensa responsabilidad que es otro signo de la grandeza, pero también del riesgo que la dignidad humana incluye.

326. A través de la indisoluble unidad de estos tres planos aparecen mejor las exigencias de comunión y participación que brotan de esa dignidad. Si sobre el plano trascendente se realiza en plenitud nuestra libertad por la aceptación filial y fiel de Dios, entramos en comunión de amor con el misterio divino; participamos de su misma vida (88). Lo contrario es romper con el amor de hijos, rechazar y menospreciar al Padre. Son dos posibilidades extremas que la revelación cristiana llama gracia y pecado; pero éstas no se realizan sino extendiéndose simultáneamente a los otros dos planos, con inmensas consecuencias para la dignidad humana.

327. El amor de Dios, que nos dignifica radicalmente, se vuelve por necesidad comunión de amor con los demás hombres y participación fraterna; para nosotros, hoy, debe volverse particularmente obra de justicia para los oprimidos (89), esfuerzo de liberación para quienes más la necesitan. En efecto, "nadie puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama al hermano a quien ve" (1Jn 4,20). Con todo, la comunión y participación verdaderas sólo pueden existir en esta vida proyectadas sobre el plano muy concreto de las realidades temporales, de modo que el dominio, uso y transformación de los bienes de la tierra, de la cultura, de la ciencia y de la técnica, vayan realizándose en un justo y fraternal señorío del hombre sobre el mundo, teniendo en cuenta el respeto de la ecología. El Evangelio nos debe enseñar que, ante las realidades que vivimos, no se puede hoy en América Latina amar de veras al hermano y por lo tanto a Dios, sin comprometerse a nivel personal y en muchos casos, incluso, a nivel de estructuras, con el servicio y la promoción de los grupos humanos y de los estratos sociales más desposeídos y humillados, con todas las consecuencias que se siguen en el plano de esas realidades temporales.

328. Pero a la actitud personal del pecado, a la ruptura con Dios que envilece al hombre, corresponde siempre en el plano de las relaciones interpersonales la actitud de egoísmo, de orgullo, de ambición y envidia que generan injusticia, dominación, violencia a todos los niveles; lucha entre individuos, grupos, clases sociales y pueblos, así como corrupción, hedonismo, exacerbación del sexo y superficialidad en las relaciones mutuas (90). Consiguientemente se establecen situaciones de pecado que, a nivel mundial, esclavizan a tantos hombres y condicionan adversamente la libertad de todos.

329. Tenemos que liberarnos de este pecado; del pecado, destructor de la dignidad humana. Nos liberamos por la participación en la vida nueva que nos trae Jesucristo y por la comunión con Él, en el misterio de su muerte y de su resurrección, a condición de que vivamos ese misterio en los tres planos ya expuestos, sin hacer exclusivo ninguno de ellos. Así, no lo reduciremos ni al verticalismo de una desencarnada unión espiritual con Dios, ni a un simple personalismo existencial de lazos entre individuos o pequeños grupos, ni mucho menos al horizontalismo socio-económico-político (91).

2.3. El hombre renovado en Jesucristo

330. El pecado está minando la dignidad humana que Cristo ha rescatado. A través de su mensaje, de su muerte y resurrección, nos ha dado su vida divina: dimensión insospechada y eterna de nuestra existencia terrena (92). Jesucristo, viviente en su Iglesia, sobre todo entre los más pobres, quiere hoy enaltecer esta semejanza de Dios en su pueblo: por la participación del Espíritu Santo en Cristo, también nosotros podemos llamar Padre a Dios y nos hacemos radicalmente hermanos. Él nos hace tomar conciencia del pecado contra la dignidad humana que abunda en América Latina; en cuanto este pecado destruye la vida divina en el hombre, es el mayor daño que una persona puede inferirse a sí misma y a los demás. Jesucristo, en fin, nos ofrece su gracia, más abundante que nuestro pecado (93). De Él nos viene el vigor para liberarnos y liberar a otros del misterio de iniquidad.

331. Jesucristo ha restaurado la dignidad original que los hombres habían recibido al ser creados por Dios a su imagen (94), llamados a una santidad o consagración total al Creador y destinados a conducir la historia hacia la manifestación definitiva de ese Dios (95), que difunde su bondad para alegría eterna de sus hijos en un Reino que ya ha comenzado.

332. En Jesucristo llegamos a ser hijos de Dios, sus hermanos y partícipes de su destino, como agentes responsables movidos por el Espíritu Santo a construir la Iglesia del Señor (96).

333. En Jesucristo hemos recibido la imagen del "hombre nuevo" (Col 3,10), con la que fuimos configurados por el bautismo y sellados por la confirmación, imagen también de lo que todo hombre está llamado a ser, fundamento último de su dignidad. Al presentar a la Iglesia, hemos mostrado cómo en ella ha de expresarse y realizarse comunitariamente la dignidad humana. En María hemos encontrado la figura concreta en que culmina toda liberación y santificación en la Iglesia. Estas figuras tienen que robustecer, hoy, los esfuerzos de los creyentes latinoamericanos en su lucha por la dignidad humana.

334. Ante Cristo y María deben revalorizarse en América Latina los grandes rasgos de la verdadera imagen del hombre y de la mujer: todos fundamentalmente iguales y miembros de la misma estirpe, aunque en diversidad de sexos, lenguas, culturas y formas de religiosidad, tenemos por vocación común un único destino que -por incluir el gozoso anuncio de nuestra dignidad- nos convierte en evangelizados y evangelizadores de Cristo en este continente (97).

335. En esta pluralidad e igualdad de todos, cada uno conserva su valor y su puesto irrepetibles, pues también cada hombre latinoamericano debe sentirse amado por Dios y elegido por Él eternamente (98), por más que lo envilezcan, o por poco que se estime a sí mismo. Personas en diálogo, no podemos realizar nuestra dignidad sino como dueños corresponsables del destino común, para el que Dios nos ha capacitado; inteligentes, esto es, aptos para discernir la verdad y seguirla frente al error y el engaño; libres, no sometidos inexorablemente a los procesos económicos y políticos, aunque humildemente nos reconocemos condicionados por éstos y obligados a humanizarlos; sometidos, en cambio, a una ley moral que viene de Dios y se hace oír en la conciencia de los individuos y de los pueblos, para enseñar, para amonestar y reprender, para llenarnos de la verdadera libertad de los hijos de Dios.

336. Por otra parte, Dios nos da la existencia en un cuerpo por el que podemos comunicarnos con los demás y ennoblecer el mundo; por ser hombres necesitamos de la sociedad en que estamos inmersos y que vamos transformando y enriqueciendo con nuestro aporte en todos los niveles, desde la familia y los grupos intermedios, hasta el Estado, cuya función indispensable ha de ejercerse al servicio de las personas, y la misma comunidad internacional. Su integración es necesaria, sobre todo la integración latinoamericana.

337. Nos alegramos, pues, de que también en nuestros pueblos se legisle en defensa de los derechos humanos.

338. La Iglesia tiene obligación de poner de relieve ese aspecto integral de la Evangelización, primero con la constante revisión de su propia vida y, luego, con el anuncio fiel y la denuncia profética. Para que todo esto se haga según el espíritu de Cristo, debemos ejercitarnos en el discernimiento de las situaciones y de los llamados concretos que el Señor hace en cada tiempo, lo cual exige actitud de conversión y apertura y un serio compromiso con lo que se ha discernido como auténticamente evangélico.

339. Sólo así se llegará a vivir lo más propio del mensaje cristiano sobre la dignidad humana, que consiste en ser más y no en tener más (99); esto se vivirá tanto entre los hombres que, acosados por el sufrimiento, la miseria, la persecución y la muerte, no vacilan en aceptar la vida con el espíritu de las bienaventuranzas, cuanto entre aquellos que, renunciando a una vida placentera y fácil, se dedican a practicar de un modo realista en el mundo de hoy las obras de servicio a los demás, criterio y medida con que Cristo ha de juzgar incluso a quienes no lo hayan conocido (100).

 

Capítulo II
¿QUÉ ES EVANGELIZAR?

340. Nuestro Pueblo clama por la salvación y comunión que el Padre le ha preparado y, en medio de su lucha por vivir y encontrar el sentido profundo de la vida, espera de nosotros el anuncio de la Buena Noticia.

341. ¿Qué es, pues, evangelizar? ¿Quién espera nuestro anuncio? ¿Cuál es la transformación de personas y culturas que la semilla del Evangelio ha de hacer germinar? ¿Qué nos enseña la Iglesia sobre la auténtica liberación cristiana? ¿Cómo evangelizar la cultura y la religiosidad de nuestro pueblo? ¿Qué dice el Evangelio al hombre que anhela su promoción y quiere vivir su compromiso político-social?

Proponemos nuestra reflexión acerca de estos interrogantes.

CONTENIDO:

1. Evangelización: dimensión universal y criterios.

2. Evangelización y cultura.

3. Evangelización y religiosidad popular.

4. Evangelización, liberación y promoción humana.

5. Evangelización, ideologías y política.

1. Evangelización: dimensión universal y criterios
1.1. Situación

342. Desde hace cinco siglos estamos evangelizando en América Latina. Hoy vivimos un momento grande y difícil de Evangelización. Es verdad que la fe de nuestros pueblos se expresa con evidencia, pero comprobamos que no siempre ha llegado a su madurez y que está amenazada por la presión secularista, por las sacudidas que traen consigo los cambios culturales, por las ambigüedades teológicas que existen en nuestro medio y por el influjo de sectas proselitistas y sincretismos foráneos.

Nuestra Evangelización está marcada por algunas preocupaciones particulares y acentos más fuertes:

343. -la redención integral de las culturas, antiguas y nuevas de nuestro continente, teniendo en cuenta la religiosidad de nuestros pueblos (101);

344. -la promoción de la dignidad del hombre y la liberación de todas las servidumbres e idolatrías (102);

345. -la necesidad de hacer penetrar el vigor del Evangelio hasta los centros de decisión, "las fuentes inspiradoras y los modelos de la vida social y política" (EN 19).

346. Nuestros evangelizadores padecen en algunos casos cierta confusión y desorientación acerca de su identidad, del significado mismo de la Evangelización, de su contenido y de sus motivaciones profundas.

347. Para responder a esta situación y dar un nuevo impulso a la Evangelización, queremos decir una palabra clara y esperanzadora que aliente a evangelizar con gozo y audacia a nuestros pueblos, en quienes percibimos un anhelo profundo por recibir el Evangelio. Con este fin, recordamos el sentido de la Evangelización, su dimensión y destino universal, como también los criterios y signos que manifiestan su autenticidad.

1.2. El misterio de la Evangelización

348. La misión evangelizadora es de todo el Pueblo de Dios. Es su vocación primordial, "su identidad más profunda" (EN 14). Es su gozo. El Pueblo de Dios con todos sus miembros, instituciones y planes, existe para evangelizar. El dinamismo del Espíritu de Pentecostés lo anima y lo envía a todas las gentes. Nuestras Iglesias particulares han de escuchar con renovado entusiasmo el mandato del Señor: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes" (Mt 28,19).

349. La Iglesia se convierte cada día a la Palabra de verdad; sigue a Cristo encarnado, muerto y resucitado, por los caminos de la historia y se hace servidora del Evangelio para transmitirlo a los hombres con plena fidelidad.

350. A partir de la persona llamada a la comunión con Dios y con los hombres, el Evangelio debe penetrar en su corazón, en sus experiencias y modelos de vida, en su cultura y ambientes, para hacer una nueva humanidad con hombres nuevos y encaminar a todos hacia una nueva manera de ser, de juzgar, de vivir y convivir. Todo esto es un servicio que nos urge.

351. Afirmamos que la Evangelización "debe contener siempre una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios" (EN 27). He aquí lo que es base, centro y a la vez culmen de su dinamismo, el contenido esencial de la Evangelización.

352. La Evangelización da a conocer a Jesús como el Señor, que nos revela al Padre y nos comunica su Espíritu. Nos llama a la conversión que es reconciliación y vida nueva, nos lleva a la comunión con el Padre que nos hace hijos y hermanos. Hace brotar, por la caridad derramada en nuestros corazones, frutos de justicia, de perdón, de respeto, de dignidad, de paz en el mundo.

353. La salvación que nos ofrece Cristo da sentido a todas las aspiraciones y realizaciones humanas, pero las cuestiona y las desborda infinitamente. Aunque "comienza ciertamente en esta vida, tiene su cumplimiento en la eternidad" (EN 27). Se origina en Cristo, en su encarnación, en toda su vida, "se logra de manera definitiva en su muerte y resurrección". Se continúa en la historia de los hombres (103) por el misterio de la Iglesia bajo la influencia permanente del Espíritu que la precede, la acompaña, le da fecundidad apostólica.

354. Esta misma salvación, centro de la Buena Nueva, "es liberación de lo que oprime al hombre, pero, sobre todo, liberación del pecado y del maligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por Él, de verlo y de entregarse a Él" (EN 9).

355. Sin embargo, tiene "lazos muy fuertes" con la promoción humana en sus aspectos de desarrollo y liberación (104), parte integrante de la evangelización. Estos aspectos brotan de la riqueza misma de la salvación, de la activación de la caridad de Dios en nosotros a la que quedan subordinados. La Iglesia "no necesita, pues, recurrir a sistemas e ideologías para amar, defender, colaborar en la liberación del hombre: en el centro del mensaje del cual es depositaria y pregonera, ella encuentra inspiración para actuar en favor de la fraternidad, de la justicia, de la paz; contra las dominaciones, esclavitudes, discriminaciones, violencias, atentados a la libertad religiosa, agresiones contra el hombre y cuanto atenta contra la vida" (Juan Pablo II, Discurso inaugural III 2).

La Iglesia, mediante su dinamismo evangelizador, genera este proceso:

356. -Da testimonio de Dios, revelado en Cristo por el Espíritu que clama en nosotros Abba "Padre" (105). Así comunica la experiencia de su fe en Él.

357. -Anuncia la Buena Nueva de Jesucristo mediante la palabra de vida: anuncio que suscita la fe, la predicación y la catequesis progresiva que la alimenta y la educa.

358. -Engendra la fe que es conversión del corazón, de la vida; entrega a Jesucristo; participación en su muerte para que su vida se manifieste en cada hombre (106). Esta fe que también denuncia lo que se opone a la construcción del Reino, implica rupturas necesarias y a veces dolorosas.

359. -Conduce al ingreso en la comunidad de los fieles que perseveran en la oración, en la convivencia fraterna y celebran la fe y los sacramentos de la fe, cuya cumbre es la Eucaristía (107).

360. -Envía como misioneros a los que recibieron el Evangelio, con el ansia de que todos los hombres sean ofrecidos a Dios y que todos los pueblos le alaben (108).

361. Así la Iglesia, en cada uno de sus miembros es consagrada en Cristo por el Espíritu, enviada a predicar la Buena Nueva a los pobres (109) y a "buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10).

 

1.3. Dimensión y destino universal de la Evangelización

362. La Evangelización ha de calar hondo en el corazón del hombre y de los pueblos; por eso, su dinámica busca la conversión personal y la transformación social. La Evangelización ha de extenderse a todas las gentes; por eso, su dinámica busca la universalidad del género humano. Ambos aspectos son de actualidad para evangelizar hoy y mañana en América Latina.

363. El fundamento de esta universalidad es, ante todo, el mandato del Señor: "Id, pues, y haced discípulos de todas las gentes" (Mt 28,19) y la unidad de la familia humana, creada por el mismo Dios que la salva y la marca con su gracia. Cristo, muerto por todos, los atrae a todos por su glorificación en el Espíritu. Cuanto más convertidos a Cristo, tanto más somos arrastrados por su anhelo universal de salvación. Asimismo, cuanto más vital sea la Iglesia particular, tanto más hará presente y visible a la Iglesia universal y más fuerte será su movimiento misionero hacia los otros pueblos.

364. Nuestro primer servicio, para formar una comunidad eclesial más viva, consiste en hacer a nuestros cristianos más fieles, maduros en su fe, alimentándolos con una catequesis adecuada y una liturgia renovada. Ellos serán fermento en el mundo y darán a la Evangelización vigor y extensión.

Otra tarea consiste en atender a situaciones más necesitadas de evangelización:

365. -Situaciones permanentes: nuestros indígenas habitualmente marginados de los bienes de la sociedad y en algunos casos o no evangelizados o evangelizados en forma insuficiente; los afroamericanos, tantas veces olvidados.

366. -Situaciones nuevas (AG 6) que nacen de cambios socio-culturales y requieren una nueva Evangelización: emigrantes a otros países; grandes aglomeraciones urbanas en el propio país; masas de todo estrato social en precaria situación de fe; grupos expuestos al influjo de las sectas y de las ideologías que no respetan su identidad, confunden y provocan divisiones.

367. -Situaciones particularmente difíciles: grupos cuya evangelización es urgente, pero queda muchas veces postergada: universitarios, militares, obreros, jóvenes, mundo de la comunicación social, etc.

368. Finalmente, ha llegado para América Latina la hora de intensificar los servicios mutuos entre Iglesias particulares y de proyectarse más allá de sus propias fronteras "ad gentes". Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros. Pero debemos dar desde nuestra pobreza. Por otra parte, nuestras Iglesias pueden ofrecer algo original e importante; su sentido de la salvación y de la liberación, la riqueza de su religiosidad popular, la experiencia de las Comunidades Eclesiales de Base, la floración de sus ministerios, su esperanza y la alegría de su fe. Hemos realizado ya esfuerzos misioneros que pueden profundizarse y deben extenderse.

369. No podemos dejar de agradecer la generosa ayuda de la Iglesia universal y en ella de las Iglesias hermanas, pidiendo que nos sigan acompañando, especialmente en la formación de agentes autóctonos. Así nos veremos siempre fortalecidos para asumir este compromiso universal y tendremos mayor capacidad de responder al servicio propio de nuestra Iglesia particular.

1.4. Criterios y signos de Evangelización

370. El evangelizador participa de la fe y de la misión de la Iglesia que le envía. Necesita criterios y signos que permitan discernir lo que efectivamente corresponde a la fe y misión de la Iglesia, es decir, a la voluntad de su Señor. "Mire cada cual cómo construye, pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1Cor 3,10-11). "Vivid, pues, en Cristo, tal como le habéis recibido; enraizados y edificados en Él, apoyados en la fe, tal como se os enseñó, rebosando en acción de gracias" (Col 2,6-7) (110).

371. Estos criterios y signos son inspiradores de una evangelización auténtica y viva. Las distorsiones y perplejidades frenan o paralizan su dinamismo.

Presentamos los siguientes criterios fundamentales:

372. -La Palabra de Dios contenida en la Biblia y en la Tradición viva de la Iglesia, particularmente expresada en los Símbolos o Profesiones de la fe y dogmas de la Iglesia. La Escritura debe ser el alma de la evangelización. Pero no adquiere por sí sola su plena claridad. Debe ser leída e interpretada dentro de la fe viva de la Iglesia. Nuestros Símbolos o Profesiones de fe resumen la Escritura y explicitan la sustancia del Mensaje, poniendo de relieve la "jerarquía de verdades" (111).

373. -La fe del Pueblo de Dios. Es la fe de la Iglesia universal que se vive y expresa concretamente en sus comunidades particulares. Una comunidad particular concretiza en sí misma la fe de la Iglesia universal y deja así de ser comunidad privada y aislada; supera su propia particularidad en la fe de la Iglesia total.

374. -El Magisterio de la Iglesia. El sentido de la Escritura, de los Símbolos y de las formulaciones dogmáticas del pasado no brota sólo del texto mismo, sino de la fe de la Iglesia. En el seno de la comunidad encontramos la instancia de decisión y de interpretación auténtica y fiel de la doctrina de la fe y de la ley moral; es el servicio del sucesor de Pedro que confirma a sus hermanos en la fe y de los Obispos "sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad" (DV 8).

375. -Los teólogos ofrecen un servicio importante a la Iglesia: sistematizan la doctrina y las orientaciones del Magisterio en una síntesis de más amplio contexto, vertiéndola en un lenguaje adaptado al tiempo; someten a una nueva investigación los hechos y las palabras reveladas por Dios, para referirlas a nuevas situaciones socio-culturales (112) o nuevos hallazgos y problemas suscitados por las ciencias, la historia o la filosofía (113). En su servicio, cuidarán de no ocasionar detrimento a la fe de los creyentes, ya sea con explicaciones difíciles, ya sea lanzando al público cuestiones discutidas y discutibles.

376. La labor teológica implica cierta pluralidad resultante del uso de "métodos y modos diferentes para conocer y expresar los divinos misterios" (114). Hay, pues, un pluralismo bueno y necesario que busca expresar las legítimas diversidades, sin afectar la cohesión y la concordia. También existen pluralismos que fomentan la división.

377. -Todos participamos de la misión profética de la Iglesia. Sabemos que el Espíritu nos distribuye sus dones y carismas para bien de todo el Cuerpo. Debemos recibirlos con gratitud. Pero su discernimiento, es decir, el juicio de su autenticidad y la regulación de su ejercicio, corresponde a la autoridad en la Iglesia, a la cual compete, ante todo, no sofocar al Espíritu, sino probarlo todo y retener lo bueno (115).

-Algunas actitudes nos revelan la autenticidad de la Evangelización:

378. -Una vida de profunda comunión eclesial (116).

379. -La fidelidad a los signos de la presencia y de la acción del Espíritu en los pueblos y en las culturas que sean expresión de las legítimas aspiraciones de los hombres. Esto supone respeto, diálogo misionero, discernimiento, actitud caritativa y operante.

380. -La preocupación por que la Palabra de verdad llegue al corazón de los hombres y se vuelva vida.

381. -El aporte positivo a la edificación de la comunidad.

382. -El amor preferencial y la solicitud por los pobres y necesitados (117).

383. -La santidad del evangelizador (EN 76), cuyas notas características son el sentido de la misericordia, la firmeza y la paciencia en las tribulaciones y persecuciones, la alegría de saberse ministro del Evangelio (EN 80).

384. En conclusión, lo que se pide al servidor del Evangelio es que sea encontrado fiel (118). Su fidelidad crea comunión: "de ella emana una gran fuerza apostólica" (PC 15) que enriquecerá con abundantes frutos del Espíritu a la Iglesia (119).

 

2. Evangelización de la cultura
2.1. Cultura y culturas

385. Nuevo y valioso aporte pastoral de la Exhortación Evangelii nuntiandi es el llamado de Pablo VI a enfrentar la tarea de la evangelización de la cultura y de las culturas (EN 20).

386. Con la palabra "cultura" se indica el modo particular como, en un pueblo, los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios (GS 53b) de modo que puedan llegar a "un nivel verdadera y plenamente humano" (GS 53a). Es "el estilo de vida común" (GS 53c) que caracteriza a los diversos pueblos; por ello se habla de "pluralidad de culturas" (GS 53c) (120).

387. La cultura así entendida, abarca la totalidad de la vida de un pueblo: el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan y que al ser participados en común por sus miembros, los reúne en base a una misma "conciencia colectiva" (EN 18). La cultura comprende, asimismo, las formas a través de las cuales aquellos valores o desvalores se expresan y configuran, es decir, las costumbres, la lengua, las instituciones y estructuras de convivencia social, cuando no son impedidas o reprimidas por la intervención de otras culturas dominantes.

388. En el cuadro de esta totalidad, la evangelización busca alcanzar la raíz de la cultura, la zona de sus valores fundamentales, suscitando una conversión que pueda ser base y garantía de la transformación de las estructuras y del ambiente social (121).

389. Lo esencial de la cultura está constituido por la actitud con que un pueblo afirma o niega una vinculación religiosa con Dios, por los valores o desvalores religiosos. Éstos tienen que ver con el sentido último de la existencia y radican en aquella zona más profunda, donde el hombre encuentra respuestas a las preguntas básicas y definitivas que lo acosan, sea que se las proporcionen con una orientación positivamente religiosa o, por el contrario, atea. De aquí que la religión o la irreligión sean inspiradoras de todos los restantes órdenes de la cultura -familiar, económico, político, artístico, etc.- en cuanto los libera hacia lo trascendente o los encierra en su propio sentido inmanente.

390. La evangelización, que tiene en cuenta a todo el hombre, busca alcanzarlo en su totalidad, a partir de su dimensión religiosa.

391. La cultura es una actividad creadora del hombre, con la que responde a la vocación de Dios, que le pide perfeccionar toda la creación (Gén) y en ella sus propias capacidades y cualidades espirituales y corporales (122).

392. La cultura se va formando y se transforma en base a la continua experiencia histórica y vital de los pueblos; se transmite a través del proceso de tradición generacional. El hombre, pues, nace y se desarrolla en el seno de una determinada sociedad, condicionado y enriquecido por una cultura particular; la recibe, la modifica creativamente y la sigue transmitiendo. La cultura es una realidad histórica y social (123).

393. Siempre sometidas a nuevos desarrollos, al recíproco encuentro e interpretación, las culturas pasan, en su proceso histórico, por períodos en que se ven desafiadas por nuevos valores o desvalores, por la necesidad de realización de nuevas síntesis vitales. La Iglesia se siente llamada a estar presente con el Evangelio, particularmente en los períodos en que decaen y mueren viejas formas según las cuales el hombre ha organizado sus valores y su convivencia, para dar lugar a nuevas síntesis (124). Es mejor evangelizar las nuevas formas culturales en su mismo nacimiento y no cuando ya están crecidas y estabilizadas. Éste es el actual desafío global que enfrenta la Iglesia, ya que "se puede hablar con razón de una nueva época de la historia humana" (GS 54). Por esto, la Iglesia latinoamericana busca dar un nuevo impulso a la evangelización de nuestro Continente.

2.2. Opción pastoral de la Iglesia latinoamericana: la evangelización de la propia cultura, en el presente y hacia el futuro

Finalidad de la Evangelización

394. Cristo envió a su Iglesia a anunciar el Evangelio a todos los hombres, a todos los pueblos (125). Puesto que cada hombre nace en el seno de una cultura, la Iglesia busca alcanzar, con su acción evangelizadora, no solamente al individuo, sino a la cultura del pueblo (126). Trata de "alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio, los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación. Podríamos expresar todo esto diciendo: lo que importa es evangelizar, no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital en profundidad y hasta sus mismas raíces la cultura y las culturas del hombre" (EN 19-20).

Opción pastoral

395. La acción evangelizadora de nuestra Iglesia latinoamericana ha de tener como meta general la constante renovación y transformación evangélica de nuestra cultura. Es decir, la penetración por el Evangelio de los valores y criterios que la inspiran, la conversión de los hombres que viven según esos valores y el cambio que, para ser más plenamente humanas, requieren las estructuras en que aquéllos viven y se expresan.

396. Para ello, es de primera importancia atender a la religión de nuestros pueblos, no sólo asumiéndola como objeto de evangelización, sino también, por estar ya evangelizada, como fuerza activamente evangelizadora.

2.3. Iglesia, fe y cultura

Amor a los pueblos y conocimiento de su cultura

397. Para desarrollar su acción evangelizadora con realismo, la Iglesia ha de conocer la cultura de América Latina. Pero parte, ante todo, de una profunda actitud de amor a los pueblos. De esta suerte, no sólo por vía científica, sino también por la connatural capacidad de comprensión afectiva que da el amor, podrá conocer y discernir las modalidades propias de nuestra cultura, sus crisis y desafíos históricos y solidarizarse, en consecuencia, con ella en el seno de su historia (127).

398. Un criterio importante que ha de guiar a la Iglesia en su esfuerzo de conocimiento es el siguiente: hay que atender hacia dónde se dirige el movimiento general de la cultura más que a sus enclaves detenidos en el pasado; a las expresiones actualmente vigentes más que a las meramente folklóricas.

399. La tarea de la evangelización de la cultura en nuestro continente debe ser enfocada sobre el telón de fondo de una arraigada tradición cultural, desafiada por el proceso de cambio cultural que América Latina y el mundo entero vienen viviendo en los tiempos modernos y que actualmente llega a su punto de crisis.

Encuentro de la fe con las culturas

400. La Iglesia, Pueblo de Dios, cuando anuncia el Evangelio y los pueblos acogen la fe, se encarna en ellos y asume sus culturas. Instaura así, no una identificación, sino una estrecha vinculación con ella. Por una parte, en efecto, la fe transmitida por la Iglesia es vivida a partir de una cultura presupuesta, esto es, por creyentes "vinculados profundamente a una cultura y la construcción del Reino no puede por menos de tomar los elementos de las culturas humanas" (128). Por otra parte permanece válido, en el orden pastoral, el principio de encarnación formulado por San Ireneo: "Lo que no es asumido no es redimido".

El principio general de encarnación se concreta en diversos criterios particulares:

401. Las culturas no son terreno vacío, carente de auténticos valores. La evangelización de la Iglesia no es un proceso de destrucción, sino de consolidación y fortalecimiento de dichos valores; una contribución al crecimiento de los "gérmenes del Verbo" presentes en las culturas (129).

402. Con mayor interés asume la Iglesia los valores específicamente cristianos que encuentra en los pueblos ya evangelizados y que son vividos por éstos según su propia modalidad cultural.

403. La Iglesia parte en su evangelización de aquellas semillas esparcidas por Cristo y de estos valores, frutos de su propia evangelización.

404. Todo esto implica que la Iglesia -obviamente la Iglesia particular- se esmere en adaptarse, realizando el esfuerzo de un trasvasamiento del mensaje evangélico al lenguaje antropológico y a los símbolos de la cultura en la que se inserta (130).

405. La Iglesia, al proponer la Buena Nueva, denuncia y corrige la presencia del pecado en las culturas; purifica y exorciza los desvalores. Establece, por consiguiente, una crítica de las culturas. Ya que el reverso del anuncio del Reino de Dios es la crítica de las idolatrías, esto es, de los valores erigidos en ídolos o de aquellos valores que, sin serlo, una cultura asume como absolutos. La Iglesia tiene la misión de dar testimonio del "verdadero Dios y del único Señor".

406. Por lo cual, no puede verse como un atropello la evangelización que invita a abandonar falsas concepciones de Dios, conductas antinaturales y aberrantes manipulaciones del hombre por el hombre (131).

407. La tarea específica de la evangelización consiste en "anunciar a Cristo" (132) e invitar a las culturas no a quedar bajo un marco eclesiástico, sino a acoger por la fe el señorío espiritual de Cristo, fuera de cuya verdad y gracia no podrán encontrar su plenitud. De este modo, por la evangelización, la Iglesia busca que las culturas sean renovadas, elevadas y perfeccionadas por la presencia activa del Resucitado, centro de la historia, y de su Espíritu (EN 18, 20, 23; GS 58d, 61a).

2.4. Evangelización de la cultura en América Latina

Hemos indicado los criterios fundamentales que orientan la acción evangelizadora de las culturas.

408. Nuestra Iglesia, por su parte, realiza dicha acción en esta particular área humana de América Latina. Su proceso histórico cultural ha sido ya descrito.

Retomamos ahora brevemente los principales datos establecidos en la primera parte de este Documento, para poder discernir los desafíos y problemas que el momento presente plantea a la evangelización.

Tipos de cultura y etapas del proceso cultural

409. América Latina tiene su origen en el encuentro de la raza hispanolusitana con las culturas precolombinas y las africanas. El mestizaje racial y cultural ha marcado fundamentalmente este proceso y su dinámica indica que lo seguirá marcando en el futuro.

410. Este hecho no puede hacernos desconocer la persistencia de diversas culturas indígenas o afroamericanas en estado puro y la existencia de grupos con diversos grados de integración nacional.

411. Posteriormente, durante los últimos siglos, afluyen nuevas corrientes inmigratorias, sobre todo en el Cono Sur, las cuales aportan modalidades propias, integrándose básicamente al sedimento cultural preyacente.

412. En la primera época del siglo XVI al XVIII, se echan las bases de la cultura latinoamericana y de su real sustrato católico. Su evangelización fue suficientemente profunda para que la fe pasara a ser constitutiva de su ser y de su identidad, otorgándole la unidad espiritual que subsiste pese a la ulterior división en diversas naciones, y a verse afectada por desgarramientos en el nivel económico, político y social.

413. Esta cultura, impregnada de fe y con frecuencia sin una conveniente catequesis, se manifiesta en las actitudes propias de la religión de nuestro pueblo, penetradas de un hondo sentido de la trascendencia y, a la vez, de la cercanía de Dios. Se traduce en una sabiduría popular con rasgos contemplativos, que orienta el modo peculiar como nuestros hombres viven su relación con la naturaleza y con los demás hombres; en un sentido del trabajo y de la fiesta, de la solidaridad, de la amistad y el parentesco. También en el sentimiento de su propia dignidad, que no ven disminuida por su vida pobre y sencilla.

414. Es una cultura que, conservada en un modo más vivo y articulador de toda la existencia en los sectores pobres, está sellada particularmente por el corazón y su intuición. Se expresa no tanto en las categorías y organización mental características de las ciencias, cuanto en la plasmación artística, en la piedad hecha vida y en los espacios de convivencia solidaria.

415. Esta cultura, la mestiza primero y luego, paulatinamente, la de los diversos enclaves indígenas y afroamericanos, comienza desde el siglo XVIII a sufrir el impacto del advenimiento de la civilización urbano-industrial, dominada por lo físico-matemático y por la mentalidad de eficiencia.

416. Esta civilización está acompañada por fuertes tendencias a la personalización y a la socialización. Produce una acentuada aceleración de la historia que exige a todos los pueblos gran esfuerzo de asimilación y creatividad, si no quieren que sus culturas queden postergadas o aun eliminadas.

417. La cultura urbano-industrial, con su consecuencia de intensa proletarización de sectores sociales y hasta de diversos pueblos, es controlada por las grandes potencias poseedoras de la ciencia y de la técnica. Dicho proceso histórico tiende a agudizar cada vez más el problema de la dependencia y de la pobreza.

418. El advenimiento de la civilización urbano-industrial acarrea también problemas en el plano ideológico y llega a amenazar las mismas raíces de nuestra cultura, ya que dicha civilización nos llega, de hecho, en su real proceso histórico, impregnada de racionalismo e inspirada en dos ideologías dominantes: el liberalismo y el colectivismo marxista. En ambas anida la tendencia no sólo a una legítima y deseable secularización, sino también al "secularismo".

419. En el cuadro de este proceso histórico surgen en nuestro continente fenómenos y problemas particulares e importantes: la intensificación de las migraciones y de los desplazamientos de población del agro hacia la ciudad; la presencia de fenómenos religiosos como el de la invasión de sectas, que no por aparecer marginales, el evangelizador puede desconocer; el enorme influjo de los Medios de Comunicación Social como vehículos de nuevas pautas y modelos culturales; el anhelo de la mujer por su promoción, de acuerdo con su dignidad y peculiaridad en el conjunto de la sociedad; la emergencia de un mundo obrero que será decisivo en la nueva configuración de nuestra cultura.

La acción evangelizadora: desafíos y problemas

420. Los hechos recién indicados marcan los desafíos que ha de enfrentar la Iglesia. En ellos se manifiestan los signos de los tiempos, los indicadores del futuro hacia donde va el movimiento de la cultura. La Iglesia debe discernirlos, para poder consolidar los valores y derrocar los ídolos que alientan este proceso histórico.

La adveniente cultura universal

421. La cultura urbano-industrial, inspirada por la mentalidad científico-técnica, impulsada por las grandes potencias y marcada por las ideologías mencionadas, pretende ser universal. Los pueblos, las culturas particulares, los diversos grupos humanos, son invitados, más aún, constreñidos a integrarse en ella.

422. En América Latina esta tendencia reactualiza el problema de la integración de las etnias indígenas en el cuadro político y cultural de las naciones, precisamente por verse éstas compelidas a avanzar hacia un mayor desarrollo, a ganar nuevas tierras y brazos para una producción más eficaz; para poder integrarse con mayor dinamismo en el curso acelerado de la civilización universal.

423. Los niveles que presenta esta nueva universalidad son distintos: el de los elementos científicos y técnicos como instrumentos de desarrollo; el de ciertos valores que se ven acentuados, como los del trabajo y de una mayor posesión de bienes de consumo; el de un "estilo de vida" total que lleva consigo una determinada jerarquía de valores y preferencias.

424. En esta encrucijada histórica, algunos grupos étnicos y sociales se repliegan, defendiendo su propia cultura, en un aislacionismo infructuoso; otros, en cambio, se dejan absorber fácilmente por los estilos de vida que instaura el nuevo tipo de cultura universal.

425. La Iglesia, en su tarea evangelizadora, procede con fino y laborioso discernimiento. Por sus propios principios evangélicos, mira con satisfacción los impulsos de la humanidad hacia la integración y la comunión universal. En virtud de su misión específica, se siente enviada, no para destruir, sino para ayudar a las culturas a consolidarse en su propio ser e identidad, convocando a los hombres de todas las razas y pueblos a reunirse, por la fe, bajo Cristo, en el mismo y único Pueblo de Dios.

426. La Iglesia promueve y fomenta incluso lo que va más allá de esta unión católica en la misma fe y que se concreta en formas de comunión entre las culturas y de integración justa en los niveles económico, social y político.

427. Pero ella pone en cuestión, como es obvio, aquella "universalidad", sinónimo de nivelación y uniformidad, que no respeta las diferentes culturas, debilitándolas, absorbiéndolas o eliminándolas. Con mayor razón la Iglesia no acepta aquella instrumentalización de la universalidad que equivale a la unificación de la humanidad por vía de una injusta e hiriente supremacía y dominación de unos pueblos o sectores sociales sobre otros pueblos y sectores.

428. La Iglesia de América Latina se propone reanudar con renovado vigor la evangelización de la cultura de nuestros pueblos y de los diversos grupos étnicos para que germine o sea reavivada la fe evangélica y para que ésta, como base de comunión, se proyecte hacia formas de integración justa en los cuadros respectivos de una nacionalidad, de una gran patria latinoamericana y de una integración universal que permita a nuestros pueblos el desarrollo de su propia cultura, capaz de asimilar de modo propio los hallazgos científicos y técnicos.

La ciudad

429. En el tránsito de la cultura agraria a la urbano-industrial, la ciudad se convierte en motor de la nueva civilización universal. Este hecho requiere un nuevo discernimiento por parte de la Iglesia. Globalmente, debe inspirarse en la visión de la Biblia, la cual a la vez que comprueba positivamente la tendencia de los hombres a la creación de ciudades donde convivir de un modo más asociado y humano, es crítica de la dimensión inhumana y del pecado que se origina en ellas.

430. Por lo mismo, en las actuales circunstancias, la Iglesia no alienta el ideal de la creación de megápolis que se tornan irremediablemente inhumanas, como tampoco de una industrialización excesivamente acelerada que las actuales generaciones tengan que pagar a costo de su misma felicidad, con sacrificios desproporcionados.

431. Por otra parte, reconoce que la vida urbana y el cambio industrial ponen al descubierto problemas hasta ahora no conocidos. En su seno se trastornan los modos de vida y las estructuras habituales de la existencia: la familia, la vecindad, la organización del trabajo. Se trastornan, por lo mismo, las condiciones de vida del hombre religioso, de los fieles y de la comunidad cristiana (133).

Las anteriores características constituyen rasgos del llamado "proceso de secularización", ligado evidentemente a la emergencia de la ciencia y de la técnica y a la urbanización creciente.

432. No hay por qué pensar que las formas esenciales de la conciencia religiosa estén exclusivamente ligadas con la cultura agraria. Es falso que el paso a la civilización urbano-industrial acarrea necesariamente la abolición de la religión. Sin embargo, constituye un evidente desafío, al condicionar con nuevas formas y estructuras de vida, la conciencia religiosa y la vida cristiana.

433. La Iglesia se encuentra así ante el desafío de renovar su evangelización, de modo que pueda ayudar a los fieles a vivir su vida cristiana en el cuadro de los nuevos condicionamientos que la sociedad urbano-industrial crea para la vida de santidad; para la oración y la contemplación; para las relaciones entre los hombres, que se tornan anónimas y arraigadas en lo meramente funcional; para una nueva vivencia del trabajo, de la producción y del consumo.

El secularismo

434. La Iglesia asume el proceso de la secularización en el sentido de una legítima autonomía de lo secular como justo y deseable según lo entienden la Gaudium et Spes y la Evangelii Nuntiandi (134). Sin embargo, el paso a la civilización urbano-industrial, considerado no en abstracto, sino en su real proceso histórico occidental, viene inspirado por la ideología que llamamos "secularismo".

435. En su esencia, el secularismo separa y opone al hombre con respecto a Dios; concibe la construcción de la historia como responsabilidad exclusiva del hombre, considerado en su mera inmanencia. Se trata de "una concepción del mundo según la cual éste último se explica por sí mismo, sin que sea necesario recurrir a Dios: Dios resultaría, pues, superfluo y hasta un obstáculo. Dicho secularismo, para reconocer el poder del hombre, acaba por sobrepasar a Dios e incluso por renegar de Él. Nuevas formas de ateísmo -un ateísmo antropocéntrico, no ya abstracto y metafísico, sino práctico y militante- parece desprenderse de él. En unión con este secularismo ateo se nos propone todos los días, bajo las formas más distintas, una civilización de consumo, el hedonismo erigido en valor supremo, una voluntad de poder y de dominio, de discriminaciones de todo género: constituyen otras tantas inclinaciones inhumanas de este "humanismo" (EN 55).

436. La Iglesia, pues, en su tarea de evangelizar y suscitar la fe en Dios, Padre providente y en Jesucristo, activamente presente en la historia humana, experimenta un enfrentamiento radical con este movimiento secularista. Ve en él una amenaza a la fe y a la misma cultura de nuestros pueblos latinoamericanos. Por eso, uno de los fundamentales cometidos del nuevo impulso evangelizador ha de ser actualizar y reorganizar el anuncio del contenido de la evangelización partiendo de la misma fe de nuestros pueblos, de modo que éstos puedan asumir los valores de la nueva civilización urbano-industrial, en una síntesis vital cuyo fundamento siga siendo la fe en Dios y no el ateísmo, consecuencia lógica de la tendencia secularista.

Conversión y estructuras

Se ha señalado la incoherencia entre la cultura de nuestros pueblos, cuyos valores están impregnados de fe cristiana, y la condición de pobreza en que a menudo permanecen retenidos injustamente.

437. Sin duda, las situaciones de injusticia y de pobreza aguda son un índice acusador de que la fe no ha tenido la fuerza necesaria para penetrar los criterios y las decisiones de los sectores responsables del liderazgo ideológico y de la organización de la convivencia social y económica de nuestros pueblos. En pueblos de arraigada fe cristiana se han impuesto estructuras generadoras de injusticia. Éstas que están en conexión con el proceso de expansión del capitalismo liberal y que en algunas partes se transforman en otras inspiradas por el colectivismo marxista, nacen de las ideologías de culturas dominantes y son incoherentes con la fe propia de nuestra cultura popular.

438. La Iglesia llama, pues, a una renovada conversión en el plano de los valores culturales, para que desde allí se impregnen las estructuras de convivencia con espíritu evangélico. Al llamar a una revitalización de los valores evangélicos, urge a una rápida y profunda transformación de las estructuras, ya que éstas están llamadas, por su misma naturaleza, a contener el mal que nace del corazón del hombre, y que se manifiesta también en forma social y a servir como condiciones pedagógicas para una conversión interior, en el plano de los valores (135).

Otros problemas

439. En el marco de esta situación general y de sus desafíos globales, se inscriben algunos problemas particulares de importancia que la Iglesia ha de atender en su nuevo impulso evangelizador. Éstos son: la organización de una adecuada catequesis partiendo de un debido conocimiento de las condiciones culturales de nuestros pueblos y de una compenetración con su estilo de vida, con suficientes agentes pastorales autóctonos y diversificados, que satisfagan el derecho de nuestros pueblos y de nuestros pobres a no quedar sumidos en la ignorancia o en niveles de formación rudimentarios de su fe.

440. Un planteamiento crítico y constructivo del sistema educativo en América Latina.

441. La necesidad de trazar criterios y caminos, basados en la experiencia y la imaginación, para una pastoral de la ciudad, donde se gestan los nuevos modos de cultura, a la vez que el aumento del esfuerzo evangelizador y promotor de los grupos indígenas y afroamericanos.

442. La instauración de una nueva presencia evangelizadora de la Iglesia en el mundo obrero, en las élites intelectuales y entre las artísticas.

443. El aporte humanista y evangelizador de la Iglesia para la promoción de la mujer, conforme a su propia identidad específica.

 

3. Evangelización y religiosidad popular
3.1. Noción y afirmaciones fundamentales

444. Por religión del pueblo, religiosidad popular o piedad popular (136), entendemos el conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las actitudes básicas que de esas convicciones derivan y las expresiones que las manifiestan. Se trata de la forma o de la existencia cultural que la religión adopta en un pueblo determinado. La religión del pueblo latinoamericano, en su forma cultural más característica, es expresión de la fe católica. Es un catolicismo popular.

445. Con deficiencias y a pesar del pecado siempre presente, la fe de la Iglesia ha sellado el alma de América Latina (137), marcando su identidad histórica esencial y constituyéndose en la matriz cultural del continente, de la cual nacieron los nuevos pueblos.

446. El Evangelio encarnado en nuestros pueblos los congrega en una originalidad histórica cultural que llamamos América Latina. Esa identidad se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe que se yergue al inicio de la Evangelización.

447. Esta religión del pueblo es vivida preferentemente por los "pobres y sencillos" (EN 48), pero abarca todos los sectores sociales y es, a veces, uno de los pocos vínculos que reúne a los hombres en nuestras naciones políticamente tan divididas. Eso sí, debe sostenerse que esa unidad contiene diversidades múltiples según los grupos sociales, étnicos e, incluso, las generaciones.

448. La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia. La sapiencia popular católica tiene una capacidad de síntesis vital; así conlleva creadoramente lo divino y lo humano; Cristo y María, espíritu y cuerpo; comunión e institución; persona y comunidad; fe y patria, inteligencia y afecto. Esa sabiduría es un humanismo cristiano que afirma radicalmente la dignidad de toda persona como hijo de Dios, establece una fraternidad fundamental, enseña a encontrar la naturaleza y a comprender el trabajo y proporciona las razones para la alegría y el humor, aun en medio de una vida muy dura. Esa sabiduría es también para el pueblo un principio de discernimiento, un instinto evangélico por el que capta espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia al Evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con otros intereses (Juan Pablo II, Discurso inaugural III 6: AAS 71 p. 213).

449. Porque esta realidad cultural abarca muy amplios sectores sociales, la religión del pueblo tiene la capacidad de congregar multitudes. Por eso, en el ámbito de la piedad popular la Iglesia cumple con su imperativo de universalidad. En efecto, "sabiendo que el mensaje no está reservado a un pequeño grupo de iniciados, de privilegiados, o elegidos, sino que está destinado a todos" (EN 57), la Iglesia logra esa amplitud de convocación de las muchedumbres en los santuarios y en las fiestas religiosas. Allí el mensaje evangélico tiene oportunidad, no siempre aprovechada pastoralmente, de llegar "al corazón de las masas" (ibid.).

450. La religiosidad popular no solamente es objeto de evangelización, sino que, en cuanto contiene encarnada la Palabra de Dios, es una forma activa con la cual el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo.

451. Esta piedad popular católica, en América Latina, no ha llegado a impregnar adecuadamente o aún no ha logrado la evangelización en algunos grupos culturales autóctonos o de origen africano, que por su parte poseen riquísimos valores y guardan "semillas del Verbo" en espera de la Palabra viva.

452. La religiosidad popular si bien sella la cultura de América Latina, no se ha expresado suficientemente en la organización de nuestras sociedades y estados. Por ello deja un espacio para lo que S.S. Juan Pablo II ha vuelto a denominar "estructuras de pecado" (Juan Pablo II, Homilía Zapopán 3: AAS 71 p. 230). Así la brecha entre ricos y pobres, la situación de amenaza que viven los más débiles, las injusticias, las postergaciones y sometimientos indignos que sufren, contradicen radicalmente los valores de dignidad personal y hermandad solidaria. Valores estos que el pueblo latinoamericano lleva en su corazón como imperativos recibidos del Evangelio. De ahí que la religiosidad del pueblo latinoamericano se convierta muchas veces en un clamor por una verdadera liberación. Ésta es una exigencia aún no satisfecha. Por su parte, el pueblo, movido por esta religiosidad, crea o utiliza dentro de sí, en su convivencia más estrecha, algunos espacios para ejercer la fraternidad, por ejemplo: el barrio, la aldea, el sindicato, el deporte. Y entre tanto, no desespera, aguarda confiadamente y con astucia los momentos oportunos para avanzar en su liberación tan ansiada.

453. Por falta de atención de los agentes de pastoral y por otros complejos factores, la religión del pueblo muestra en ciertos casos signos de desgaste y deformación: aparecen sustitutos aberrantes y sincretismos regresivos. Además, se ciernen en algunas partes sobre ella serias y extrañas amenazas que se presentan exacerbando la fantasía con tonos apocalípticos.

3.2. Descripción de la religiosidad popular

454. Como elementos positivos de la piedad popular se pueden señalar: la presencia trinitaria que se percibe en devociones y en iconografías, el sentido de la providencia de Dios Padre; Cristo, celebrado en su misterio de Encarnación (Navidad, el Niño), en su Crucifixión, en la Eucaristía y en la devoción al Sagrado Corazón; amor a María: Ella y "sus misterios pertenecen a la identidad propia de estos pueblos y caracterizan su piedad popular" (Juan Pablo II, Homilía Zapopán 2: AAS 71 p. 228), venerada como Madre Inmaculada de Dios y de los hombres, como Reina de nuestros distintos países y del continente entero; los santos, como protectores; los difuntos; la conciencia de dignidad personal y la fraternidad solidaria; la conciencia de pecado y de necesidad de expiación; la capacidad de expresar la fe en un lenguaje total que supera los racionalismos (canto, imágenes, gesto, color, danza); la Fe situada en el tiempo (fiestas) y en lugares (santuarios y templos); la sensibilidad hacia la peregrinación como símbolo de la existencia humana y cristiana, el respeto filial a los pastores como representantes de Dios; la capacidad de celebrar la fe en forma expresiva y comunitaria; la integración honda de los sacramentos y sacramentales en la vida personal y social; el afecto cálido por la persona del Santo Padre; la capacidad de sufrimiento y heroísmo para sobrellevar las pruebas y confesar la fe; el valor de la oración; la aceptación de los demás.

455. La religión popular latinoamericana sufre, desde hace tiempo, por el divorcio entre élites y pueblo. Eso significa que le falta educación, catequesis y dinamismo, debido a la carencia de una adecuada pastoral.

456. Los aspectos negativos son de diverso origen. De tipo ancestral: superstición, magia, fatalismo, idolatría del poder, fetichismo y ritualismo. Por deformación de la catequesis: arcaísmo estático, falta de información e ignorancia, reinterpretación sincretista, reduccionismo de la fe a un mero contrato en la relación con Dios. Amenazas: secularismo difundido por los medios de comunicación social; consumismo; sectas; religiones orientales y agnósticas; manipulaciones ideológicas, económicas, sociales y políticas; mesianismos políticos secularizados; desarraigo y proletarización urbana a consecuencia del cambio cultural. Podemos afirmar que muchos de estos fenómenos son verdaderos obstáculos para la Evangelización.

 

3.3. Evangelización de la religiosidad popular: proceso, actitudes y criterios

457. Como toda la Iglesia, la religión del pueblo debe ser evangelizada siempre de nuevo. En América Latina, después de casi 500 años de la predicación del Evangelio y del bautismo generalizado de sus habitantes, esta evangelización ha de apelar a la "memoria cristiana de nuestros pueblos". Será una labor de pedagogía pastoral, en la que el catolicismo popular sea asumido, purificado, completado y dinamizado por el Evangelio. Esto implica en la práctica, reanudar un diálogo pedagógico, a partir de los últimos eslabones que los evangelizadores de antaño dejaron en el corazón de nuestro pueblo. Para ello se requiere conocer los símbolos, el lenguaje silencioso, no verbal, del pueblo, con el fin de lograr, en un diálogo vital, comunicar la Buena Nueva mediante un proceso de reinformación catequética.

458. Los agentes de la evangelización, con la luz del Espíritu Santo y llenos de "caridad pastoral", sabrán desarrollar la "pedagogía de la evangelización" (EN 48). Esto exige, antes que todo, amor y cercanía al pueblo, ser prudentes y firmes, constantes y audaces para educar esa preciosa fe, algunas veces tan debilitada.

459. Las formas concretas y los procesos pastorales deberán evaluarse según esos criterios característicos del Evangelio vivido en la Iglesia, todo debe hacer a los bautizados más hijos en el Hijo, más hermanos en la Iglesia, más responsablemente misioneros para extender el reino. En esa dirección ha de madurar la religión del pueblo.

3.4. Tareas y desafíos

460. Estamos en una situación de urgencia. El cambio de una sociedad agraria a una urbano-industrial somete la religión del pueblo a una crisis decisiva. Los grandes desafíos que nos plantea la piedad popular para el final del milenio en América Latina configuran las siguientes tareas pastorales:

461. a) La necesidad de evangelizar y catequizar adecuadamente a las grandes mayorías que han sido bautizadas y que viven un catolicismo popular debilitado.

462. b) Dinamizar los movimientos apostólicos, las parroquias, las Comunidades Eclesiales de Base y los militantes de la Iglesia en general, para que sean en forma más generosa "fermento de la masa". Habrá que revisar las espiritualidades, las actitudes y las tácticas de las élites de la Iglesia con respecto a la religiosidad popular. Como bien lo indicó Medellín, "esta religiosidad pone a la Iglesia ante el dilema de continuar siendo Iglesia universal o de convertirse en secta, al no incorporar vitalmente a sí a aquellos hombres que se expresan con ese tipo de religiosidad" (Med. Pastoral popular 3). Debemos desarrollar en nuestros militantes una místicas de servicio evangelizador de la religión de su pueblo. Esta tarea es ahora más actual que entonces: las élites deben asumir el espíritu de su pueblo, purificarlo, aquilatarlo y encarnarlo en forma preclara. Deben participar en las convocaciones y en las manifestaciones populares para dar su aporte.

463. c) Adelantar una creciente y planificada transformación de nuestros santuarios para que puedan ser "lugares privilegiados" (Juan Pablo II, Homilía Zapopán 5: AAS 71 p. 231) de evangelización. Esto requiere purificarlos de todo tipo de manipulación y de actividades comerciales. Una especial tarea cabe a los santuarios nacionales, símbolos de la interacción de la fe con la historia de nuestros pueblos.

464. d) Atender pastoralmente la piedad popular campesina e indígena para que, según su identidad y su desarrollo, crezcan y se renueven con los contenidos del Concilio Vaticano II. Así se prepararán mejor para el cambio cultural generalizado.

465. e) Favorecer la mutua fecundación entre Liturgia y piedad popular que pueda encauzar con lucidez y prudencia los anhelos de oración y vitalidad carismática que hoy se comprueba en nuestros países. Por otra parte, la religión del pueblo, con su gran riqueza simbólica y expresiva, puede proporcionar a la liturgia un dinamismo creador. Éste, debidamente discernido, puede servir para encarnar más y mejor la oración universal de la Iglesia en nuestra cultura.

466. f) Buscar las reformulaciones y reacentuaciones necesarias de la religiosidad popular en el horizonte de una civilización urbano-industrial. Proceso que ya se percibe en las grandes urbes del continente, donde la piedad popular está expresándose espontáneamente en modos nuevos y enriqueciéndose con nuevos valores madurados en su propio seno. En esa perspectiva, deberá procurarse por que la fe desarrolle una personalización creciente y una solidaridad liberadora. Fe que alimente una espiritualidad capaz de asegurar la dimensión contemplativa, de gratitud frente a Dios y de encuentro poético, sapiencial, con la creación. Fe que sea fuente de alegría popular y motivo de fiesta aun en situaciones de sufrimiento. Por esta vía pueden plasmarse formas culturales que rescaten a la industrialización urbana del tedio opresor y del economicismo frío y asfixiante.

467. g) Favorecer las expresiones religiosas populares con participación masiva por la fuerza evangelizadora que poseen.

468. h) Asumir las inquietudes religiosas que, como angustias históricas, se están despertando en el final del milenio. Asumirlas en el señorío de Cristo y en la Providencia del Padre, para que los hijos de Dios obtengan la paz necesaria mientras luchan en el tiempo.

469. Si la Iglesia no reinterpreta la religión del pueblo latinoamericano, se producirá un vacío que lo ocuparán las sectas, los mesianismos políticos secularizados, el consumismo que produce hastío y la indiferencia o el pansexualismo pagano. Nuevamente la Iglesia se enfrenta con el problema: lo que no asume en Cristo, no es redimido y se constituye en un ídolo nuevo con malicia vieja.

4. Evangelización, liberación y promoción humana

La evangelización en su relación con la promoción humana, la liberación y la doctrina social de la Iglesia.

4.1. Palabras de aliento

470. Reconocemos los esfuerzos realizados por muchos cristianos de América Latina para profundizar en la fe e iluminar con la Palabra de Dios las situaciones particularmente conflictivas de nuestros pueblos. Alentamos a todos los cristianos a seguir prestando este servicio evangelizador y a discernir sus criterios de reflexión y de investigación, poniendo particular cuidado en conservar y promover la comunión eclesial, tanto a nivel local como universal.

471. Somos conscientes de que, a partir de Medellín, los agentes de pastoral han logrado avances muy significativos y han tropezado con no pocas dificultades. Éstas no deben desanimarnos; deben llevarnos más bien a nuevas búsquedas y mejores realizaciones.

4.2. Enseñanza social de la Iglesia

472. El aporte de la Iglesia a la liberación y promoción humana se ha venido concretando en un conjunto de orientaciones doctrinales y criterios de acción que solemos llamar "enseñanza social de la Iglesia". Tienen su fuente en la Sagrada Escritura, en la enseñanza de los Padres y grandes Teólogos de la Iglesia y en el Magisterio, especialmente de los últimos Papas. Como aparece desde su origen, hay en ellas elementos de validez permanente que se fundan en una antropología nacida del mismo mensaje de Cristo y en los valores perennes de la ética cristiana. Pero hay también elementos cambiantes que responden a las condiciones propias de cada país y de la época (GS nota 1).

473. Siguiendo a Pablo VI (OA 4) podemos formular así: Atenta a los signos de los tiempos, interpretados a luz del Evangelio y del Magisterio de la Iglesia, toda la comunidad cristiana es llamada a hacerse responsable de las opciones concretas y de su efectiva actuación para responder a las interpelaciones que las cambiantes circunstancias le presentan. Esta enseñanza social tiene, pues, un carácter dinámico y en su elaboración y aplicación los laicos han de ser, no pasivos ejecutores, sino activos colaboradores de los Pastores, a quienes aportan su experiencia cristiana, su competencia profesional y científica (GS 42).

474. Queda claro, pues, que toda la comunidad cristiana, en comunión con sus legítimos pastores y guiada por ellos, se constituye en sujeto responsable de la evangelización, de la liberación y promoción humana.

475. El objeto primario de esta enseñanza social es la dignidad personal del hombre, imagen de Dios y la tutela de sus derechos inalienables (PP 14-21). La Iglesia ha ido explicitando sus enseñanzas en los diversos campos de la existencia, lo social, lo económico, lo político, lo cultural, según las necesidades. Por tanto, la finalidad de esta doctrina de la Iglesia -que aporta su visión propia del hombre y de la humanidad (PP 13)- es siempre la promoción de liberación integral de la persona humana, en su dimensión terrena y trascendente, contribuyendo así a la construcción del Reino último y definitivo, sin confundir, sin embargo, progreso terrestre y crecimiento del Reino de Cristo (138).

476. Para que nuestra enseñanza social sea creíble y aceptada por todos, debe responder de manera eficaz a los desafíos y problemas graves que surgen de nuestra realidad latinoamericana. Hombres disminuidos por carencias de toda índole reclaman acciones urgentes en nuestro esfuerzo promocional que hacen siempre necesarias las obras asistenciales. No podemos proponer eficazmente esta enseñanza sin ser interpelados por ella nosotros mismos, en nuestro comportamiento personal e institucional. Ella exige de nosotros coherencia, creatividad, audacia y entrega total. Nuestra conducta social es parte integrante de nuestro seguimiento de Cristo. Nuestra reflexión sobre la proyección de la Iglesia en el mundo, como sacramento de comunión y salvación, es parte integrante de nuestra reflexión teológica, porque "la evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre" (EN 29).

477. La promoción humana implica actividades que ayudan a despertar la conciencia del hombre en todas sus dimensiones y a valerse por sí mismo para ser protagonista de su propio desarrollo humano y cristiano. Educa para la convivencia, da impulso a la organización, fomenta la comunicación cristiana de bienes, ayuda de modo eficaz a la comunión y a la participación.

478. Para lograr la coherencia del testimonio de la comunidad cristiana en el empeño de liberación y de promoción humana, cada país y cada Iglesia particular organizará su pastoral social con medios permanentes y adecuados que sostengan y estimulen el compromiso comunitario, asegurando la necesaria coordinación de iniciativas, en diálogo constante con todos los miembros de la Iglesia. Las Cáritas y otros organismos que vienen trabajando con eficacia desde hace muchos años, pueden ofrecer un buen servicio.

479. La teología, la predicación, la catequesis, para ser fieles y completas, exigen tener ante los ojos a todo el hombre y a todos los hombres y comunicarles en forma oportuna y adecuada "un mensaje particularmente vigoroso en nuestros días sobre la liberación" (EN 29), "siempre en el designio global de la salvación" (EN 38). Parece, pues, necesario que digamos una palabra esclarecedora sobre el mismo concepto de liberación en el momento actual del continente.

4.3. Discernimiento de la liberación en Cristo

480. En Medellín se despliega un proceso dinámico de liberación integral cuyos ecos positivos recoge la Evangelii Nuntiandi y el Papa Juan Pablo II en su Mensaje a esta Conferencia. Es un anuncio que urge a la Iglesia y que pertenece a la entraña misma de una evangelización que tiende hacia la realización auténtica del hombre.

481. Hay, sin embargo, distintas concepciones y aplicaciones de la liberación. Aunque entre ellas se descubren rasgos comunes, hay enfoques difíciles de llevar a una adecuada convergencia. Por ello, lo mejor es dar criterios que emanan del Magisterio y que sirven para el necesario discernimiento acerca de la original concepción de la liberación cristiana.

482. Aparecen dos elementos complementarios e inseparables: la liberación de todas las servidumbres del pecado personal y social, de todo lo que desgarra al hombre y a la sociedad y que tiene su fuente en el egoísmo, en el misterio de iniquidad y la liberación para el crecimiento progresivo en el ser, por la comunión con Dios y con los hombres que culmina en la perfecta comunión del cielo, donde Dios es todo en todos y no habrá más lágrimas.

483. Es una liberación que se va realizando en la historia, la de nuestros pueblos y la nuestra personal y que abarca las diferentes dimensiones de la existencia: lo social, lo político, lo económico, lo cultural y el conjunto de sus relaciones. En todo esto ha de circular la riqueza transformadora del Evangelio, con su aporte propio y específico, el cual hay que salvaguardar. De lo contrario, como lo advierte Pablo VI: "La Iglesia perdería su significación más profunda; su mensaje de liberación no tendría ninguna originalidad y se prestaría a ser acaparado y manipulado por los sistemas ideológicos y los partidos políticos" (EN 32).

484. Debe ponerse en claro que esta liberación se funda en los tres grandes pilares que el Papa Juan Pablo II nos trazó como definida orientación: La verdad sobre Jesucristo, la verdad sobre la Iglesia, la verdad sobre el hombre.

485. Así, si no llegamos a la liberación del pecado con todas sus seducciones e idolatrías; si no ayudamos a concretar la liberación que Cristo conquistó en la Cruz, mutilamos la liberación de modo irreparable; también la mutilamos si olvidamos el eje de la evangelización liberadora, que es la que transforma al hombre en sujeto de su propio desarrollo individual y comunitario. La mutilamos igualmente, si olvidamos la dependencia y las esclavitudes que hieren derechos fundamentales que no son otorgados por gobiernos o instituciones por poderosas que sean, sino que tienen como autor al propio Creador y Padre.

486. Es una liberación que sabe utilizar medios evangélicos, con su peculiar eficacia y que no acude a ninguna clase de violencia ni a la dialéctica de la lucha de clases, sino a la vigorosa energía y acción de los cristianos, que movidos por el Espíritu, acuden a responder al clamor de millones y millones de hermanos.

487. Los pastores de América Latina tenemos razones gravísimas para urgir la evangelización liberadora, no sólo porque es necesario recordar el pecado individual y social, sino también porque de Medellín para acá, la situación se ha agravado en la mayoría de nuestros países.

488. Nos alegra comprobar ejemplos numerosos de esfuerzos por vivir la evangelización liberadora en su plenitud. Una de las principales tareas para seguir alentando la liberación cristiana es la búsqueda creativa de caminos que se aparten de ambigüedades y reduccionismos (EN 32) en plena fidelidad a la Palabra de Dios que nos es dada en la Iglesia y que nos mueve al alegre anuncio a los pobres, como uno de los signos mesiánicos del Reino de Cristo.

489. Como muy bien lo señaló Juan Pablo II en el discurso inaugural: "Hay muchos signos que ayudan a discernir cuándo se trata de una liberación cristiana y cuándo, en cambio, se nutre más bien de ideologías que le sustraen la coherencia con una visión evangélica del hombre, de las cosas, de los acontecimientos (EN 35). Son signos que derivan, ya de los contenidos que anuncian o de los actitudes concretas que asumen los evangelizadores. Es preciso observar, a nivel de contenidos, cuál es la fidelidad a la Palabra de Dios, a la Tradición viva de la Iglesia, a su Magisterio. En cuanto a las actitudes, hay que ponderar cuál es su sentido de comunión con los Obispos, en primer lugar, y con los demás sectores del Pueblo de Dios: cuál es el aporte que se da a la construcción efectiva de la comunidad y cuál la forma de volcar con amor su solicitud hacia los pobres, los enfermos, los desposeídos, los desamparados, los agobiados y cómo, descubriendo en ellos la imagen de Jesús "pobre y paciente", se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo (LG 8). No nos engañemos: los fieles humildes y sencillos, como por instinto evangélico, captan espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia al Evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con otros intereses" (139).

490. Quien tiene sobre el hombre la visión que el cristianismo da, asume a su vez el compromiso de no reparar sacrificios para asegurar a todos la condición de auténticos hijos de Dios y hermanos en Jesucristo. Así, la evangelización liberadora tiene su plena realización en la comunión de todos en Cristo según la voluntad del Padre de todos los hombres.

 

4.4. Evangelización liberadora para una convivencia humana digna de hijos de Dios

491. Nada es divino y adorable fuera de Dios. El hombre cae en la esclavitud cuando diviniza o absolutiza la riqueza, el poder, el Estado, el sexo, el placer o cualquier creación de Dios, incluso su propio ser o su razón humana. Dios mismo es la fuente de liberación radical de todas las formas de idolatría, porque la adoración de lo no adorable y la absolutización de lo relativo, lleva a la violación de lo más íntimo de la persona humana: su relación con Dios y su realización personal. He aquí la palabra liberadora por excelencia: "Al Señor Dios adorarás, sólo a Él darás culto" (Mt 4,10) (140). La caída de los ídolos restituye al hombre su campo esencial de libertad. Dios, libre por excelencia, quiere entrar en diálogo con un ser libre, capaz de hacer sus opciones y ejercer sus responsabilidades individualmente y en comunidad. Hay, pues, una historia humana que, aunque tiene su consistencia propia y su autonomía, está llamada a ser consagrada por el hombre a Dios. La verdadera liberación, en efecto, libera de una opresión para poder acceder a un bien superior.

El hombre y los bienes de la tierra

492. Los bienes y riquezas del mundo, por su origen y naturaleza, según voluntad del Creador, son para servir efectivamente a la utilidad y provecho de todos y a cada uno de los hombres y los pueblos. De ahí que a todos y a cada uno les compete un derecho primario y fundamental, absolutamente inviolable, de usar solidariamente esos bienes, en la medida de lo necesario, para una realización digna de la persona humana. Todos los demás derechos, también el de propiedad y libre comercio, le están subordinados. Como nos enseña Juan Pablo II: "Sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social" (141). La propiedad compatible con aquel derecho primordial es más que nada un poder de gestión y administración, que si bien no excluye el dominio, no lo hace absoluto ni ilimitado. Debe ser fuente de libertad para todos, jamás de dominación ni privilegios. Es un deber grave y urgente hacerlo retornar a su finalidad primera (142).

Liberación del ídolo de la riqueza

493. Los bienes de la tierra se convierten en ídolo y en serio obstáculo para el Reino de Dios (143), cuando el hombre concentra toda su atención en tenerlos o aun en codiciarlos. Se vuelven entonces absolutos. "No podéis servir a Dios y al dinero" (Lc 16,13).

494. La riqueza absolutizada es obstáculo para la verdadera libertad. Los crueles contrastes de lujo y extrema pobreza, tan visibles a través del continente, agravados, además, por la corrupción que a menudo invade la vida pública y profesional, manifiestan hasta qué punto nuestros países se encuentran bajo el dominio del ídolo de la riqueza.

495. Estas idolatrías se concentran en dos formas opuestas que tienen una misma raíz: el capitalismo liberal y, como reacción, el colectivismo marxista. Ambos son formas de lo que puede llamarse "injusticia institucionalizada".

496. Finalmente, como ya se dijo, hay que tomar conciencia de los efectos devastadores de una industrialización descontrolada y de una urbanización que va tomando proporciones alarmantes. El agotamiento de los recursos naturales y la contaminación del ambiente constituirán un problema dramático. Afirmamos una vez más la necesidad de una profunda revisión de la tendencia consumista de las naciones más desarrolladas; deben tenerse en cuenta las necesidades elementales de los pueblos pobres, que forman la mayor parte del mundo.

497. El nuevo humanismo proclamado por la Iglesia que rechaza toda idolatría, permitirá "al hombre moderno hallarse a sí mismo, asumiendo los valores del amor, de la amistad, de la oración y de la contemplación. Así podrá realizar en toda su plenitud el verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas" (PP 20). De este modo se planificará la economía al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la economía (144), como sucede en las dos formas de idolatría, la capitalista y la colectivista. Será la única manera de que el "tener" no ahogue al "ser" (145).

El hombre y el poder

498. Las diversas formas del poder en la sociedad pertenecen fundamentalmente al orden de la creación. Por tanto, llevan en sí la bondad esencial del servicio que deben prestar a la comunidad humana.

499. La autoridad, necesaria en toda sociedad, viene de Dios (146) y consiste en la facultad de mandar según la recta razón. Por consiguiente, su fuerza obligatoria procede del orden moral (147) y dentro de éste debe desarrollarse para que obligue en conciencia. "La autoridad es, sobre todo, una fuerza moral" (148).

500. El pecado corrompe el uso que los hombre hacen del poder, llevándolo al abuso de los derechos de los demás, a veces en formas más o menos absolutas. Esto ocurre más notoriamente en el ejercicio del poder político, por tratarse del campo de las decisiones que determinan la organización global del bienestar temporal de la comunidad y por prestarse más fácilmente, no sólo a los abusos de los que detentan el poder, sino a la absolutización del poder mismo (149), apoyados en la fuerza pública. Se diviniza el poder político cuando en la práctica se lo tiene como absoluto. Por eso, el uso totalitario del poder es una forma de idolatría y como a tal la Iglesia lo rechaza enteramente (GS 75). Reconocemos con dolor la presencia de muchos regímenes autoritarios y hasta opresivos en nuestro continente. Ellos constituyen uno de los más serios obstáculos para el pleno desarrollo de los derechos de la persona, de los grupos y de las mismas naciones.

501. Desafortunadamente, en muchos casos, esto llega hasta el punto que los mismos poderes políticos y económicos de nuestras naciones más allá de las normales relaciones recíprocas, están sometidos a centros más poderosos que operan a escala internacional. Agrava la situación el hecho de que estos centros de poder se encuentran estructurados en formas encubiertas, presentes por doquiera, y se sustraen fácilmente al control de los gobiernos y de los mismos organismos internacionales.

502. Es urgente liberar a nuestros pueblos del ídolo del poder absolutizado para lograr una convivencia social en justicia y libertad. En efecto, para que los pueblos latinoamericanos puedan cumplir la misión que les asigna la historia como pueblos jóvenes, ricos en tradiciones y cultura, necesitan de un orden político respetuoso de la dignidad del hombre, que asegure la concordia y la paz al interior de la comunidad civil y en sus relaciones con las demás comunidades. Entre los anhelos y exigencias de nuestros pueblos para que esto sea una realidad, sobresalen:

503. La igualdad de todos los ciudadanos con el derecho y el deber de participar en el destino de la sociedad, con las mismas oportunidades, contribuyendo a las cargas equitativamente distribuidas y obedeciendo las leyes legítimamente establecidas.

504. El ejercicio de sus libertades, amparadas en instituciones fundamentales que aseguren el bien común, en el respeto a los derechos de las personas y asociaciones.

505. La legítima autodeterminación de nuestros pueblos que les permita organizarse según su propio genio y la marcha de su historia (GS 74) y cooperar en un nuevo orden económico internacional.

506. La urgencia de restablecer la justicia no sólo teórica y formalmente reconocida, sino llevada eficazmente a la práctica por instituciones adecuadas y realmente vigentes (150).

5. Evangelización, ideologías y política
5.1. Introducción

507. En los últimos años se advierte un deterioro creciente del cuadro político-social en nuestros países.

508. En ellos se experimenta el peso de crisis institucionales y económicas y claros síntomas de corrupción y violencia.

509. Dicha violencia es generada y fomentada, tanto por la injusticia, que se puede llamar institucionalizada en diversos sistemas sociales, políticos y económicos, como por las ideologías que la convierten en medio para la conquista del poder.

510. Esto último provoca, a su vez, la proliferación de regímenes de fuerza, muchas veces inspirados en la ideología de la Seguridad Nacional.

511. La Iglesia como Madre y Maestra, experta en humanidad, debe discernir e iluminar, desde el Evangelio y su enseñanza social, las situaciones, los sistemas, las ideologías y la vida política del continente. Debe hacerlo, aun sabiendo que se intenta instrumentalizar su mensaje.

512. Por eso, proyecta la luz de su palabra sobre la política y las ideologías, como un servicio más a sus pueblos y como guía orientadora y segura para cuantos, de un modo u otro, deben asumir responsabilidades sociales.

5.2. Evangelización y política

513. La dimensión política, constitutiva del hombre, representa un aspecto relevante de la convivencia humana. Posee un aspecto englobante, porque tiene como fin el bien común de la sociedad. Pero no por ello agota la gama de las relaciones sociales.

514. La fe cristiana no desprecia la actividad política; por el contrario, la valoriza y la tiene en alta estima.

515. La Iglesia -hablando todavía en general, sin distinguir el papel que compete a sus diversos miembros- siente como su deber y derecho estar presente en este campo de la realidad: porque el cristianismo debe evangelizar la totalidad de la existencia humana, incluida la dimensión política. Critica por esto a quienes tienden a reducir el espacio de la fe a la vida personal o familiar, excluyendo el orden profesional, económico, social y político, como si el pecado, el amor, la oración y el perdón no tuviesen allí relevancia.

516. En efecto, la necesidad de la presencia de la Iglesia en lo político, proviene de lo más íntimo de la fe cristiana: del señorío de Cristo que se extiende a toda la vida. Cristo sella la definitiva hermandad de la humanidad; cada hombre vale tanto como otro: "Todos sois uno en Cristo Jesús" (Gál 3,28).

517. Del mensaje integral de Cristo se deriva una antropología y teología originales que abarcan "la vida concreta, personal y social del hombre" (EN 29). Es un mensaje que libera porque salva de la esclavitud del pecado, raíz y fuente de toda opresión, injusticia y discriminación.

518. Éstas son algunas de las razones de la presencia de la Iglesia en el campo de lo político, para iluminar las conciencias y anunciar una palabra transformadora de la sociedad.

519. La Iglesia reconoce la debida autonomía de lo temporal (GS 36), lo que vale para los gobiernos, partidos, sindicatos y demás grupos en el campo social y político. El fin que el Señor asignó a su Iglesia es de orden religioso y, por lo tanto, al intervenir en este campo no la anima ninguna intención de orden político, económico o social. "Precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina" (GS 42).

520. Interesa especialmente distinguir en este campo de la política aquello que corresponde a los laicos, lo que compete a los religiosos y lo que compete a los ministros de la unidad de la Iglesia, el Obispo con su presbiterio.

5.3. Conceptos de política y de compromiso político

521. Deben distinguirse dos conceptos de política y de compromiso político: Primero, la política en su sentido más amplio que mira al bien común, tanto en lo nacional como en lo internacional. Le corresponde precisar los valores fundamentales de toda comunidad -la concordia interior y la seguridad exterior- conciliando la igualdad con la libertad, la autoridad pública con la legítima autonomía y participación de las personas y grupos, la soberanía nacional con la convivencia y solidaridad internacional. Define también los medios y la ética de las relaciones sociales. En este sentido amplio, la política interesa a la Iglesia y, por tanto, a sus Pastores, ministros de la unidad. Es una forma de dar culto al único Dios, desacralizando y a la vez consagrando el mundo a Él (LG 34).

522. La Iglesia contribuye así a promover los valores que deben inspirar la política, interpretando en cada nación las aspiraciones de sus pueblos, especialmente los anhelos de aquellos que una sociedad tiende a marginar. Lo hace mediante su testimonio, su enseñanza y su multiforme acción pastoral.

523. Segundo: La realización concreta de esta tarea política fundamental se hace normalmente a través de grupos de ciudadanos que se proponen conseguir y ejercer el poder político para resolver las cuestiones económicas, políticas y sociales según sus propios criterios o ideologías. En este sentido se puede hablar de "política de partido". Las ideologías elaboradas por esos grupos, aunque se inspiren en la doctrina cristiana, pueden llegar a diferentes conclusiones. Por eso, ningún partido político por más inspirado que esté en la doctrina de la Iglesia, puede arrogarse la representación de todos los fieles, ya que su programa concreto no podrá tener nunca valor absoluto para todos (151).

524. La política partidista es al campo propio de los laicos (GS 43). Corresponde a su condición laical el constituir y organizar partidos políticos, con ideología y estrategia adecuada para alcanzar sus legítimos fines.

525. El laico encuentra en la enseñanza social de la Iglesia los criterios adecuados, a la luz de la visión cristiana del hombre. Por su parte, la jerarquía le otorgará su solidaridad, favoreciendo su formación y su vida espiritual y estimulándolo en su creatividad para que busque opciones cada ves más conformes con el bien común y las necesidades de los más débiles.

526. Los Pastores, por el contrario, puesto que deben preocuparse de la unidad, se despojarán de toda ideología político-partidista que pueda condicionar sus criterios y actitudes. Tendrán, así, libertad para evangelizar lo político con Cristo, desde un Evangelio sin partidismos ni ideologizaciones. El Evangelio de Cristo no habría tenido tanto impacto en la historia, si Él no lo hubiese proclamado como un mensaje religioso. "Los Evangelios muestran claramente cómo para Jesús era una tentación lo que alterara su misión de Servidor de Yahvé (152). No acepta la posición de quienes mezclaban las cosas de Dios con actitudes meramente políticas" (153) (Juan Pablo II, Discurso inaugural I 4: AAS 71 p. 190).

527. Los sacerdotes, también ministros de la unidad y los diáconos deberán someterse a idéntica renuncia personal. Si militaran en política partidista, correrían el riesgo de absolutizarla y radicalizarla, dada su vocación a ser "los hombres de lo absoluto". "Pero en el orden económico y social y principalmente en el orden político, en donde se presentan diversas opciones concretas, al Sacerdote como tal no le incumbe directamente la decisión, ni el liderazgo, ni tampoco la estructuración de soluciones" (Med. Sacerdotes 19). "El asumir una función directiva (leadership), "militar" activamente en un partido político, es algo que debe excluir cualquier Presbítero a no ser que, en circunstancias concretas y excepcionales, lo exija realmente el bien de la comunidad, obteniendo el consentimiento del Obispo, consultado el Consejo Presbiteral y -si el caso lo requiere- también la Conferencia Episcopal" (Sínodo 1971, II parte, 2b). Ciertamente, la tendencia actual de la Iglesia no va en este sentido.

528. Los religiosos, por su forma de seguir a Cristo, según la función peculiar que les cabe dentro de la misión de la Iglesia, de acuerdo con su carisma específico, también cooperan en la evangelización de lo político. En una sociedad poco fraternal, dada al consumismo y que se propone como fin último el desarrollo de sus fuerzas productivas materiales, los religiosos tienen que ser testigos de una real austeridad de vida, de comunión con los hombres y de intensa relación con Dios. Deberán, pues, resistir, igualmente, a la tentación de comprometerse en política partidista, para no provocar la confusión de los valores evangélicos con una ideología determinada.

529. Una atenta reflexión de obispos, sacerdotes y religiosos sobre las palabras del Santo Padre, será preciosa orientación para su servicio en este campo: "El alma que vive en contacto habitual con Dios y se mueve dentro del ardiente rayo de su amor, sabe defenderse con facilidad de la tentación de particularismos y antítesis, que crean el riesgo de dolorosas divisiones; sabe interpretar, a la justa luz del Evangelio, las opciones por los más pobres y por cada una de las víctimas del egoísmo humano, sin ceder a radicalismos socio-políticos, que a la larga se manifiestan inoportunos, contraproducentes y generadores ellos mismos de nuevos atropellos. Sabe acercarse a la gente e insertarse en medio del pueblo, sin poner en cuestión la propia identidad religiosa, ni oscurecer la "originalidad específica" de la propia vocación que deriva del peculiar "seguimiento de Cristo", pobre, casto y obediente. Un rato de verdadera adoración tiene más valor y fruto espiritual que la más intensa actividad, aunque se tratase de la misma actividad apostólica. Ésta es la "contestación" más urgente que los religiosos deben oponer a una sociedad donde la eficacia ha venido a ser un ídolo, sobre cuyo altar no pocas veces se sacrifica hasta la misma dignidad humana" (Juan Pablo II, Discurso a los Superiores Mayores Religiosos, 24.11.78).

530. Los laicos dirigentes de la acción pastoral no deben usar su autoridad en función de partidos o ideologías.

 

5.4. Reflexión sobre la violencia política

531. Ante la deplorable realidad de violencia en América Latina, queremos pronunciarnos con claridad. La tortura física y sicológica, los secuestros, la persecución de disidentes políticos o de sospechosos y la exclusión de la vida pública por causas de las ideas, son siempre condenables. Si dichos crímenes son realizados por la autoridad encargada de tutelar el bien común, envilecen a quienes los practican, independientemente de las razones aducidas.

532. Con igual decisión la Iglesia rechaza la violencia terrorista y guerrillera, cruel e incontrolable cuando se desata. De ningún modo se justifica el crimen como camino de liberación. La violencia engendra inexorablemente nuevas formas de opresión y esclavitud, de ordinario más graves que aquéllas de las que se pretende liberar. Pero, sobre todo, es un atentado contra la vida que sólo depende del Creador. Debemos recalcar también que cuando una ideología apela a la violencia, reconoce con ello su propia insuficiencia y debilidad.

533. Nuestra responsabilidad de cristianos es promover de todas maneras los medios no violentos para restablecer la justicia en las relaciones socio-políticas y económicas, según la enseñanza del Concilio, que vale tanto para la vida nacional como para la vida internacional: "No podemos dejar de alabar a aquellos que, renunciando a la violencia en la exigencia de sus derechos, recurren a los medios de defensa que, por otra parte, están al alcance incluso de los más débiles, con tal de que esto sea posible sin lesión de los derechos y obligaciones de otros y de la sociedad" (GS 78).

534. "Debemos decir y reafirmar que la violencia no es ni cristiana ni evangélica y que los cambios bruscos y violentos de las estructuras serán engañosos, ineficaces en sí mismos y ciertamente no conformes con la dignidad del pueblo" (Pablo VI, Discurso en Bogotá, 23.8.68). En efecto, "la Iglesia es consciente de que las mejores estructuras y los sistemas más idealizados se convierten pronto en inhumanos si las inclinaciones del hombre no son saneadas, si no hay conversión de corazón y de mente por parte de quienes viven en esas estructuras o las rigen" (EN 36).

5.5. Evangelización e ideologías

Discernimiento sobre las ideologías en América Latina y los sistemas que en ellas se inspiran.

535. Entre las múltiples definiciones que pueden proponerse, llamamos aquí ideología a toda concepción que ofrezca una visión de los distintos aspectos de la vida, desde el ángulo de un grupo determinado de la sociedad. La ideología manifiesta las aspiraciones de ese grupo, llama a cierta solidaridad y combatividad y funda su legitimación en valores específicos. Toda ideología es parcial, ya que ningún grupo particular puede pretender identificar sus aspiraciones con las de la sociedad global. Una ideología será, pues, legítima si los intereses que defiende lo son y si respeta los derechos fundamentales de los demás grupos de la nación. En este sentido positivo, las ideologías aparecen como necesarias para el quehacer social, en cuanto son mediaciones para la acción.

536. Las ideologías llevan en sí mismas la tendencia a absolutizar los intereses que defienden, la visión que proponen y la estrategia que promueven. En tal caso, se transforman en verdaderas "religiones laicas". Se presentan como "una explicación última y suficiente de todo y se construye así un nuevo ídolo, del cual se acepta a veces, sin darse cuenta, el carácter totalitario y obligatorio" (OA 28). En esta perspectiva no debe extrañar que las ideologías intenten instrumentar personas e instituciones al servicio de la eficaz consecución de sus fines. Ahí está el lado ambiguo y negativo de las ideologías.

537. Las ideologías no deben analizarse solamente desde el punto de vista de sus contenidos conceptuales. Más allá de ellos, constituyen fenómenos vitales de dinamismo arrollador, contagioso. Son corrientes de aspiraciones con tendencia hacia la absolutización, dotadas también de poderosa fuerza de conquista y fervor redentor. Esto les confiere una "mística" especial y la capacidad de penetrar los diversos ambientes de modo muchas veces irresistible. Sus "slogans", sus expresiones típicas, sus criterios, llegan a impregnar con facilidad aun a quienes distan de adherir voluntariamente a sus principios doctrinales. De este modo, muchos viven y militan prácticamente dentro del marco de determinadas ideologías sin haber tomado conciencia de ello. Es éste otro aspecto que exige constante revisión y vigilancia. Todo esto se aplica a las ideologías que legitiman la situación actual, como a aquellas que pretenden cambiarla.

538. Para el necesario discernimiento y juicio crítico sobre las ideologías, los cristianos deben apoyarse en el "rico y complejo patrimonio que la Evangelii Nuntiandi denomina Doctrina Social o Enseñanza Social de la Iglesia" (Juan Pablo II, Discurso inaugural III 7: AAS 71 p. 203).

539. Esta Doctrina o Enseñanza Social de la Iglesia expresa "lo que ella posee como propio: una visión global del hombre y de la humanidad" (PP 13). Se deja interpelar y enriquecer por las ideologías en lo que tienen de positivo y, a su vez, las interpela, relativiza y critica.

540. Ni el Evangelio ni la Doctrina o Enseñanza Social que de él provienen son ideologías. Por el contrario, representan para éstas una poderosa fuente de cuestionamientos de sus límites y ambigüedades. La originalidad siempre nueva del mensaje evangélico debe ser permanentemente clarificada y defendida ante los intentos de ideologización.

541. La exaltación desmedida y los abusos del Estado no pueden, sin embargo, hacer olvidar la necesidad de las funciones del Estado moderno, respetuoso de los derechos humanos y de las libertades fundamentales. Estado que se apoye sobre una amplia base de participación popular, ejercida a través de diversos grupos intermedios. Propulsor de un desarrollo autónomo, acelerado y equitativo, capaz de afirmar el ser nacional ante indebidas presiones o interferencias, tanto a nivel interno como internacional. Capaz de adoptar una posición de activa cooperación con los esfuerzos de integración continental y en el ámbito de la comunidad internacional. Estado, finalmente, que evite el abuso de un poder monolítico, concentrado en manos de pocos.

En América Latina es necesario analizar diversas ideologías.

542. a) El liberalismo capitalista, idolatría de la riqueza en su forma individual. Reconocemos el aliento que infunde a la capacidad creadora de la libertad humana y que ha sido impulsor del progreso. Sin embargo, "considera el lucro como motor esencial del progreso económico; la concurrencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de producción, como un derecho absoluto, sin límites ni obligaciones sociales correspondientes" (PP 26). Los privilegios ilegítimos derivados del derecho absoluto de propiedad, causan contrastes escandalosos y una situación de dependencia y opresión, tanto en lo nacional como en lo internacional. Aunque es evidente que en algunos países se ha atenuado su expresión histórica original, debido al influjo de una necesaria legislación social y de precisas intervenciones del Estado, en otros lugares manifiesta aún persistencia o, incluso, retroceso hacia sus formas primitivas y de menor sensibilidad social.

543. b) El colectivismo marxista conduce igualmente -por sus presupuestos materialistas- a una idolatría de la riqueza, pero en su forma colectiva. Aunque nacido de una positiva crítica al fetichismo de la mercancía y al desconocimiento del valor humano del trabajo, no logró ir a la raíz de esta idolatría que consiste en el rechazo del Dios de amor y justicia, único Dios adorable.

544. El motor de su dialéctica es la lucha de clases. Su objetivo, la sociedad sin clases, lograda a través de una dictadura proletaria que, en fin de cuentas, establece la dictadura del partido. Todas sus experiencias históricas concretas como sistema de gobierno, se han realizado dentro del marco de regímenes totalitarios cerrados a toda posibilidad de crítica y rectificación. Algunos creen posible separar diversos aspectos del marxismo, en particular su doctrina y su análisis. Recordamos con el Magisterio Pontificio que "sería ilusorio y peligroso llegar a olvidar el lazo íntimo que los une radicalmente; el aceptar elementos del análisis marxista sin reconocer sus relaciones con la ideología, el entrar en la práctica de la lucha de clases y de su interpretación marxista, dejando de percibir el tipo de sociedad totalitaria y violenta a que conduce este proceso" (OA 34).

545. Se debe hacer notar aquí el riesgo de ideologización a que se expone la reflexión teológica, cuando de realiza partiendo de una praxis que recurre al análisis marxista. Sus consecuencias son la total politización de la existencia cristiana, la disolución del lenguaje de la fe en el de las ciencias sociales y el vaciamiento de la dimensión trascendental de la salvación cristiana.

546. Ambas ideologías señaladas -liberalismo capitalista y marxismo- se inspiran en humanismos cerrados a toda perspectiva trascendente. Una, debido a su ateísmo práctico; la otra, por la profesión de un ateísmo militante.

547. c) En los últimos años se afianza en nuestro continente la llamada "Doctrina de la Seguridad Nacional", que es, de hecho, más una ideología que una doctrina. Está vinculada a un determinado modelo económico-político, de características elitistas y verticalistas que suprime la participación amplia del pueblo en las decisiones políticas. Pretende incluso justificarse en ciertos países de América Latina como doctrina defensora de la civilización occidental cristiana. Desarrolla un sistema represivo, en concordancia con su concepto de "guerra permanente". En algunos casos expresa una clara intencionalidad de protagonismo geopolítico.

548. Una convivencia fraterna, lo entendemos bien, necesita de un sistema de seguridad para imponer el respeto de un orden social justo que permita a todos cumplir su misión en relación al bien común. Éste, por tanto, exige que las medidas de seguridad estén bajo control de un poder independiente, capaz de juzgar sobre las violaciones de la ley y de garantizar medidas que las corrijan.

549. La Doctrina de la Seguridad Nacional entendida como ideología absoluta, no se armonizaría con una visión cristiana del hombre en cuanto responsable de la realización de un proyecto temporal ni del Estado, en cuanto administrador del bien común. Impone, en efecto, la tutela del pueblo por élites de poder, militares y políticas, y conduce a una acentuada desigualdad de participación en los resultados del desarrollo.

550. En pleno acuerdo con Medellín insistimos en que "el sistema liberal capitalista y la tentación del sistema marxista parecieran agotar en nuestro continente las posibilidades de transformar las estructuras económicas. Ambos sistemas atentan contra la dignidad de la persona humana; pues uno tiene como presupuesto la primacía del capital, su poder y su discriminatoria utilización en función del lucro; el otro, aunque ideológicamente sustenta un humanismo, mira más bien al hombre colectivo y, en la práctica, se traduce en una concentración totalitaria del poder del Estado. Debemos denunciar que Latinoamérica se ve encerrada entre estas dos opciones y permanece dependiente de uno u otro de los centros de poder que canalizan su economía" (Med. Justicia 10).

551. Ante esta realidad, "la Iglesia quiere mantenerse libre frente a los opuestos sistemas, para optar sólo por el hombre. Cualesquiera sean las miserias o sufrimientos que aflijan al hombre, no será a través de la violencia, de los juegos de poder, de los sistemas políticos, sino mediante la verdad sobre el hombre, como la humanidad encontrará su camino hacia un futuro mejor" (Juan Pablo II, Discurso inaugural III 3: AAS 71 p. 199). Sobre la base de este humanismo, los cristianos obtendrán aliento para superar la porfiada alternativa y contribuir a la construcción de una nueva civilización, justa, fraterna y abierta a lo trascendente. Será, además, testimonio de que las esperanzas escatológicas animan y dan sentido a las esperanzas humanas.

552. Para esta acción audaz y creativa, el cristiano fortalecerá su identidad en los valores originales de la antropología cristiana. La Iglesia, "no necesita, pues, recurrir a sistemas e ideologías para amar, defender y colaborar en la liberación del hombre: en el centro del mensaje del cual es depositaria y pregonera, ella encuentra inspiración para actuar en favor de la fraternidad, de la justicia, de la paz, contra todas las dominaciones, esclavitudes, discriminaciones, atentados a la libertad religiosa, opresiones contra el hombre y cuanto atenta contra la vida" (Juan Pablo II, Discurso inaugural III 2: AAS 71 p. 199).

553. Inspirándose en estos contenidos de la antropología cristiana, es indispensable el compromiso de los cristianos en la elaboración de proyectos históricos conformes a las necesidades de cada momento y de cada cultura.

554. Atención y discernimiento especiales debe merecer al cristiano su eventual compromiso en movimientos históricos nacidos de diversas ideologías que, por otra parte, son distintos de ellas. Según la doctrina de Pacem in Terris (nn. 55 y 152) retomada en Octogesima Adveniens, no se puede identificar las teorías filosóficas falsas con los movimientos históricos originados en ellas, en la medida en que estos movimientos históricos pueden ser influenciados en su evolución. El compromiso de los cristiano en estos movimientos en todo caso, les plantea ciertas exigencias de fidelidad perseverante que facilitarán su papel evangelizador:

555. a) Discernimiento eclesial, en comunión con los Pastores, según Octogesima Adveniens 4.

556. b) Fortalecimiento de su identidad, nutriéndola en las verdades de la fe y su explicitación en la Doctrina o Enseñanza Social de la Iglesia y el soporte de una rica vida sacramental y de oración.

557. c) Conciencia crítica de las dificultades, limitaciones, posibilidades y valores de estas convergencias.

 

5.6. Riesgos de instrumentalizacion de la Iglesia y de la actuación de sus ministros

558. Las ideologías y los partidos, al proponer una visión absolutizada del hombre a la que someten todo, incluso el mismo pensamiento humano, tratan de utilizar a la Iglesia o de quitarle su legítima independencia. Esta instrumentalización, que es siempre un riesgo en la vida política, puede provenir de los propios cristianos y aun de sacerdotes y religiosos, cuando anuncian un Evangelio sin incidencias económicas, sociales, culturales y políticas. En la práctica, esta mutilación equivale a cierta colusión -aunque inconsciente- con el orden establecido.

559. La tentación de otros grupos, por el contrario, es considerar una política determinada como la primera urgencia, como una condición previa para que la Iglesia pueda cumplir su misión. Es identificar el mensaje cristiano con una ideología y someterlo a ella, invitando a una "relectura" del Evangelio a partir de una opción política (154). Ahora bien, es preciso leer lo político a partir del Evangelio y no al contrario.

560. El integrismo tradicional espera el Reino, ante todo, del retroceso de la historia hacia la reconstrucción de una cristiandad en el sentido medieval: alianza estrecha entre el poder civil y el poder eclesiástico.

561. La radicalización de grupos opuestos cae en la misma trampa, esperando el Reino de una alianza estratégica de la Iglesia con el marxismo, excluyendo cualquiera otra alternativa. No se trata para ellos solamente de ser marxista (155), sino de ser marxista en nombre de la fe.

5.7. Conclusión

562. La misión de la Iglesia en medio de los conflictos que amenazan al género humano y al continente latinoamericano, frente a los atropellos contra la justicia y la libertad, frente a la injusticia institucionalizada de regímenes que se inspiran en ideologías opuestas y frente a la violencia terrorista, es inmensa y más que nunca necesaria. Para cumplir esta misión, se requiere la acción de la Iglesia toda -pastores, ministros consagrados, religiosos, laicos-, cada cual en su misión propia. Unos y otros, unidos a Cristo en la oración y en la abnegación, se comprometerán, sin odios ni violencias, hasta las últimas consecuencias, en el logro de una sociedad más justa, libre y pacífica, anhelo de los pueblos de América Latina y fruto indispensable de una evangelización liberadora.

Notas

1. Cf. Discurso inaugural de la II Conferencia General. [Regresar]

2. Cf. Hch 3,6. [Regresar]

3. Cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural I 1: AAS 71 p. 189. [Regresar]

4. Cf. Gén 18,23ss. [Regresar]

5. Cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural IV: AAS 71 p. 204. [Regresar]

6. Cf. Mt 6,12. [Regresar]

7. El problema de los esclavos africanos no mereció, lamentablemente, la suficiente atención evangelizadora y liberadora de la Iglesia. [Regresar]

8. Cf. Hch 10,38. [Regresar]

9. Cf. PP 76. [Regresar]

10. Cf. Med. Pobreza de la Igl. 2. [Regresar]

11. Cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural III 2: AAS 71 p. 199. [Regresar]

12. Cf. PP 3. [Regresar]

13. Cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural III 3: AAS 71 p. 201. [Regresar]

14. Cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural III 3: AAS 71 p. 199. [Regresar]

15. Cf. Med. Paz 16. [Regresar]

16. Cf. EN 42. [Regresar]

17. Cf. Mensaje a los Pueblos de América Latina 8. [Regresar]

18. Cf. Mensaje a los Pueblos de América Latina 8. [Regresar]

19. Cf. Juan Pablo II, Homilía Santo Domingo 3: AAS 71 p. 157. [Regresar]

20. Cf. GS 1. [Regresar]

21. Cf. Med. Sacerdotes 19. [Regresar]

22. Cf. Juan Pablo II, Homilía Zapopán: AAS 71 p. 230. [Regresar]

23. Cf. nn. 41-43. [Regresar]

24. Cf. GS 1. [Regresar]

25. Cf. Mensaje de Pablo VI al CELAM, Mar del Plata 1966. [Regresar]

26. Cf. Jn 8,32. [Regresar]

27. Cf. EN 82. [Regresar]

28. Cf. Col 1,15-17. [Regresar]

29. Cf. Ef 1,3-6. [Regresar]

30. Cf. Ef 1,1-10. [Regresar]

31. Cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural I 9: AAS 71 p. 196. [Regresar]

32. Cf. Mc 6,34; 4,37; Hch 10,38. [Regresar]

33. Cf. Lc 4,18-19. [Regresar]

34. Cf. Mt 5,1-12. [Regresar]

35. Cf. Jn 6,44. [Regresar]

36. Cf. Mt 18,20. [Regresar]

37. Cf. Mt 10,40; 28,19ss. [Regresar]

38. Cf. Mt 25,40. [Regresar]

39. Cf. EN 18. [Regresar]

40. Cf. Hch 2,39. [Regresar]

41. Cf. Jn 16,13. [Regresar]

42. Cf. LG 12. [Regresar]

43. Cf. UR 6 y 7. [Regresar]

44. Cf. LG 5, 8; GS 40; UR 1. [Regresar]

45. Cf. Mt 16,18. [Regresar]

46. Cf. LG 5. [Regresar]

47. Cf. LG 16; GS 22; UR 3. [Regresar]

48. Cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural I 8: AAS 71 p. 194. [Regresar]

49. Cf. LG 5. [Regresar]

50. Cf. LG 5. [Regresar]

51. Cf. LG 4b, 8a; SC 2. [Regresar]

52. "Fue la voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente. Por ello eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a Sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo y santificándolo para Sí" (LG 9). Este pueblo era figura de la Iglesia, único y definitivo Pueblo de Dios, fundado por Jesucristo. [Regresar]

53. Cf. 1Jn 3,1. [Regresar]

54. Cf. Jn 17,21. [Regresar]

55. Cf. Rom 8,29. [Regresar]

56. Cf. 1Cor 12,4-6. [Regresar]

57. Cf. Ef 4,11-13. [Regresar]

58. Cf. UR 3. [Regresar]

59. Cf. 1Pe 2,5. [Regresar]

60. Cf. Rom 12,1. [Regresar]

61. Cf. Ef 4,30. [Regresar]

62. Cf. LG 8. [Regresar]

63. Cf. Ibid. [Regresar]

64. Cf. Mt 16,19. [Regresar]

65. Cf. EN 58. [Regresar]

66. Cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural I 8: AAS 71 p. 194. [Regresar]

67. Cf. LG 1. [Regresar]

68. Se dice que el hecho de mayor relevancia política de la Edad Media fue la fundación de los monjes Benedictinos, porque su forma de vida comunitaria se convirtió en el gran modelo de organización social para la Europa naciente. [Regresar]

69. Cf. Lc 12,22-33. [Regresar]

70. Cf. Jn 2,4; 13,1. [Regresar]

71. Cf. MC Intr. [Regresar]

72. Cf. AAS (1964) 1007. [Regresar]

73. Cf. Jn 10,10; Ef 4,13. [Regresar]

74. Cf. Mc 3,31-34. [Regresar]

75. Cf. Lc 2,51. [Regresar]

76. Cf. Jn 2,4. [Regresar]

77. Cf. Juan Pablo II, Homilía en Guadalupe: AAS 71 p. 164. [Regresar]

78. De aquí la práctica de la hechicería y el interés creciente por los horóscopos en algunas regiones. [Regresar]

79. Cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural III 1: AAS 71 p. 198. [Regresar]

80. Cf. Gén 1,26-28; 9,2-7; Eclo 17,2-4; Sab 9,2-3; Sal 8,5-9. [Regresar]

81. Cf. Gál 5,13-24. [Regresar]

82. Cf. GS 22; Juan Pablo II, Discurso inaugural I 9: AAS 71 p. 195. [Regresar]

83. Cf. Jn 8,36. [Regresar]

84. Cf. Jn 10,11. [Regresar]

85. Cf. GS 17. [Regresar]

86. Cf. Mt 4,4; Lc 4,4; Dt 8,3. [Regresar]

87. Cf. GS 24. [Regresar]

88. Cf. GS 18. [Regresar]

89. Cf. Lc 4,18. [Regresar]

90. Cf. Gál 5,19-21. [Regresar]

91. Cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural III 6: AAS 71 pp. 202-203. [Regresar]

92. Cf. 1Cor 15,48-49. [Regresar]

93. Cf. Rom 5,20. [Regresar]

94. Cf. Gén 1. [Regresar]

95. Cf. Ef 1; Col 1,13-19. [Regresar]

96. Cf. 2Cor 5,17. [Regresar]

97. Cf. Gén 2,18-25. [Regresar]

98. Cf. 1Jn 3,1. [Regresar]

99. Cf. GS 35a. [Regresar]

100. Cf. Mt 25. [Regresar]

101. Cf. EN 18, 20. [Regresar]

102. Cf. EN 29ss. [Regresar]

103. Cf. EN 9. [Regresar]

104. Cf. EN 31. [Regresar]

105. Cf. Gál 4,6-7. [Regresar]

106. Cf. 1Cor 4,10. [Regresar]

107. Cf. Hch 2,42. [Regresar]

108. Cf. Rom 15,16. [Regresar]

109. Cf. Lc 4,18. [Regresar]

110. Cf. 1Tes 5,19-22. [Regresar]

111. Cf. UR 11. [Regresar]

112. Cf. AG 22. [Regresar]

113. Cf. GS 62. [Regresar]

114. Cf. UR 17. [Regresar]

115. Cf. LG 12. [Regresar]

116. Cf. Gál 2,2. [Regresar]

117. Cf. Lc 4,18; EN 12. [Regresar]

118. Cf. 1Cor 4,2. [Regresar]

119. Cf. Gál 5,22; Juan Pablo II, Homilía en México: AAS 71 p. 164. [Regresar]

120. Cf. EN 20. [Regresar]

121. Cf. EN 18. [Regresar]

122. Cf. GS 53, 57. [Regresar]

123. Cf. GS 53. [Regresar]

124. Cf. GS 5. [Regresar]

125. Cf. Mt 28,19; Mc 16,15. [Regresar]

126. Cf. EN 18. [Regresar]

127. Cf. OA 1. [Regresar]

128. Cf. EN 20. [Regresar]

129. Cf. GS 57. [Regresar]

130. Cf. EN 53, 62, 63; GS 58; DT 420-423. [Regresar]

131. Cf. DT 424. [Regresar]

132. Cf. EN 53. [Regresar]

133. Cf. OA 10. [Regresar]

134. GS 36; EN 55. [Regresar]

135. Cf. Med. Paz 16. [Regresar]

136. Cf. EN 48. [Regresar]

137. Cf. Juan Pablo II, Homilía Zapopán 2. [Regresar]

138. Cf. GS 39. [Regresar]

139. Juan Pablo II, Discurso inaugural III 6: AAS 71 p. 202. [Regresar]

140. Cf. Dt 5,6ss. [Regresar]

141. Juan Pablo II, Discurso inaugural III 4: AAS 71 p. 200. [Regresar]

142. Cf. PP 28. [Regresar]

143. Cf. Mt 19,23-26. [Regresar]

144. Cf. PP 34. [Regresar]

145. Cf. GS 35. [Regresar]

146. Cf. Rom 13,1; Jn 19,11. [Regresar]

147. Cf. PT 47. [Regresar]

148. Cf. PT 48; GS 74. [Regresar]

149. Cf. GS 73. [Regresar]

150. También el hedonismo se ha constituido en nuestro continente en un absoluto. Liberarse de este ídolo del placer y del consumismo es un imperativo de la enseñanza social cristiana. De esto trataremos en el Cap. I, 1.3. de la tercera parte, dedicado a la educación para el amor y la vida familiar. [Regresar]

151. Cf. Pío XI, La Acción Católica y la Política, 1937. [Regresar]

152. Cf. Mt 4,8; Lc 4,5. [Regresar]

153. Cf. Mt 22,21; Mc 12,17; Jn 18,36. [Regresar]

154. Cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural I 4: AAS 71 p. 190. [Regresar]

155. Véase nn. 543-546. [Regresar]