A los 30 años de la conferencia de Medellín

Card. Alfonso López Trujillo
Presidente del Consejo Pontificio para la Familia

Mientras los 25 años de la II conferencia del Episcopado latinoamericano, celebrada en la ciudad de Medellín no tuvieron, que yo recuerde, celebración alguna, todo indica que no ocurrirá lo mismo cuando se cumplan las tres décadas de este gran acontecimiento.

He pensado en consignar por escrito algunas reflexiones, quizás útiles para rescatar del olvido aspectos interesantes, al menos en la percepción mía, pues fui uno de los invitados como experto a la conferencia de Medellín he inmediatamente después, en unión con mons. Eduardo Pironio (entonces joven obispo de Avellaneda y recién elegido secretario general del Celam), como coordinador del equipo teológico-pastoral del Celam, cuyo presidente era el secretario del consejo. En cierta forma estas líneas constituyen un homenaje al querido cardenal Pironio, llamado a recoger el premio que el Señor concede a sus servidores fieles. Me correspondió luego ser secretario general del Celam por largos años, cuando fue su presidente mons. Pironio, nombrado luego, en 1975, por Su Santidad Pablo VI prefecto de la congregación para los religiosos.

En los primeros años de nuestros servicio en el Celam reflexionamos no poco sobre Medellín, interés que se acentuó cuando se inició la preparación de la tercera Conferencia del Episcopado latinoamericano, que se realizaría en Puebla de los Ángeles. Es preciso indicar que una consideración metódica y seria sobre Medellín convenía no sólo por la riqueza de la materia que la Conferencia ofrecía, sino también por las interpretaciones a las que se le estaba sometiendo, con perfiles preocupantes de manipulación hermeneútica, que, hay que esperarlo, ojalá haya sido del todo superada.

El Celam reunió en Río de Janeiro, a un grupo importante de protagonistas de la Conferencia de Medellín para celebrar reflexionando los cinco años de Medellín. Este encuentro fue publicado en el libro titulado "Medellín: Reflexiones en el Celam". Al darle una mirada a esta publicación me llama la atención su actualidad para un estudio cuidadoso y ponderado de los puntos que se discutían. Este esfuerzo ayudó notablemente para la claridad en los enfoques de la Conferencia de Puebla, de tal forma que, conservando su unidad, con Medellín no quedara sepultado su mensaje original bajo retoques posteriores por numerosas pinceladas que tuvieron y tienen el riesgo de cubrir el diseño original.

 

EL CONCILIO VATICANO II Y EL CELAM

La Conferencia nació, se preparó y realizó como fruto de una coincidencia histórica de dos hechos significativos. Primero, el impacto histórico, renovados, del concilio Vaticano II que acababa de clausurarse el 7 de diciembre de 1965, es decir, menos de dos años de cuando se inició su preparación, segundo, los comienzos del Celam, que había sino creado en 1955, en Río de Janeiro y que ayudó a moldear, ya en los mismos años del Concilio, la fisonomía de una identidad eclesial latinoamericana, en la riqueza de la variedad de la Iglesia una, misterio de comunión ; una identidad singular al servicio de la comunión. Estos dos hechos de análoga importancia (y desde luego no del mismo peso y valor), constituyeron el fértil terreno que hizo madurar el fruto de Medellín. Por una parte, es preciso recordar que el Concilio fue el principio inspirador e iluminador de Medellín, con miras sobre todo a su aplicación en nuestro continente. El tema fue: La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio. La fuerza y la novedad la suministraba, en amplia medida, el Concilio, que abría puertas y ventanas para que entrara el oxígeno nuevo, el viento impetuoso del Espíritu Santo para renovar la Iglesia desde adentro y la humanidad, como sacramento de Cristo. Había sido constante y fervorosa la oración por un "nuevo Pentecostés", que quizás se soñó más particularmente en el ámbito esperanzador de una reactivación o aceleración del ecumenismo, y que significó, a la postre, tal vez no un aporte tan vigoroso como se esperaba a la gran causa de la unión de las Iglesias, pero sí a una mejor comprensión del misterio de la Iglesia, sacramento del Cristo Lumen gentium: la Iglesia, en su identidad y en diálogo salvífico con la humanidad, en histórica solidaridad con la fuerza de la Gaudium et spes. Esta constitución pastoral encauzaba el diálogo con un mundo en cambio, con América Latina en la plena y angustiosa transformación. En cierta forma, la aplicación del Concilio al continente de la esperanza apostaba un ímpetu pastoral más ligado a la constitución pastoral Gaudium et spes que a la misma Lumen gentium, cuya riqueza, como la de otras constituciones (cuando se iniciaron ciertas dificultades de tipo eclesiológico), fue objeto de mayor y sistemática profundización. Por otra parte, con la creación del Celam, aunque todavía se encontrara en una etapa inicial, casi artesanal, se contaba ya con una caja de resonancia y un motor al servicio de pueblos unidos por la Iglesia, con la viva conciencia de su responsabilidad histórica. Desde entonces se ha hablado más del papel histórico de la Iglesia como conciencia crítica de la humanidad. Se acentúa entonces el servicio profético de la Iglesia, no en oposición a los institucional. Cabe hablar de la misión profética de la institución. La convergencia del Concilio como hecho eclesial inspirador de primer orden y del Celam en etapa de crecimiento son el marco y la ocasión del hecho eclesial protuberante que constituyó Medellín. Estaban en buena partem hay que reconocerlo, en un proceso inicial muchas Conferencias episcopales en América Latina . Poco a poco se fue consolidando su estructura, proceso no propiamente concluido. Expresará claramente Juan Pablo II: "Sin el Concilio no hubiera sido posible la reunión de Medellín, que quiso ser un impulso de renovación pastoral, un espíritu nuevo de cara al futuro" (Homilía en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, n. 4).

 

EN UN CONTINENTE POBRE, BAJO EL SIGNO DE LA VIOLENCIA

Si ya el momento de Medellín, con relación a Puebla, ofrecía características que mostraban situaciones disímiles, ¿qué decir de América Latina, la de hace 30 años, con relación a su realidad actual? Era muy diversa la situación política: mientras entonces en la gran mayoría de los países los gobiernos eran o dictaduras o sistemas autoritarios , y cundía el militarismo, hoy al menos una democracia, así sean en muchos casos más bien formal y frágil, es el hecho general, salvo alguna excepción. A la altura de Medellín no se percibían todavía los rasgos de la "doctrina de la seguridad nacional", que se fue elaborando posteriormente. El pesado ejercicio del poder militar no había adquirido los perfiles de una ideología o "doctrina" justificativa del poder militar. Mientras entonces varias naciones sufrían el impacto y el desgaste de guerrillas de obediencia ideológica, bautizadas con el nombre de ciudades. Pekín, Moscú, La Habana, o de movimientos o guerrillas de mayor nombradía con un proyecto de un dominio creciente sobre el continente, incluso con ribetes románticos que subsisten, hoy las naciones que sufren el flagelo de la violencia guerrillera son muy pocas: Colombia y Perú, básicamente.

Se ha pensados que los participantes en Medellín habrían experimentado una cierta fascinación con una mística guerrillera o con el mita del valor científico del análisis marxista. Si algo de este curioso fenómeno se manifestó posteriormente, a la hora de "relecturas" y de "reinterpretaciones" respecto de la ideología marxista, era otro el ambiente que se vivía en el aula y en los corredores del seminario mayor de Medellín, que fue la sede de la histórica Conferencia. Por una partem era considerable el impacto de la encíclica Populorum progressio, de tanta apertura social y de tanta seguridad, para evitar interpretaciones el desarrollo "de todo el hombre y de todos los hombres", que fue el eje de la histórica encíclica, en clave ideológica, o del capitalismo o del marxismo. El concepto de desarrollo integral, fruto de la inspiración del padre Lebret, se fundaba en una concepción certera del hombre, en una antropología coherente, de fundamentación ontológica y de consistencia doctrinal, muy diversa de la pobreza en la concepción del hombre que deriva de las ideologías. La Iglesia, "experta en humanidad", no se dejaba seducir por "antropologías" desintegradas o por "humanismos mutilados". Esto daba consistencia a la doctrina social que cayó luego en artificial eclipse. Un liberacionismo reductivo y complaciente no penetraba fácilmente en el recinto de la Conferencia, pues, además era universal el estremecimiento y el dolor de la primavera de Praga: los tanques pretendieron reemplazar los argumentación y taponar con violencia los vacíos del marxismo real. Las promesas contrastaban con la realidad. En un continente pobre, por lo menos los pastores, a la altura de Medellín, no escrutaban en los horizontes una especie de "salvación" por la vía del colectivismo marxista y no experimentaba dudas, así fueran "metódicas", sobre la validez del magisterio social de la Iglesia. También era agudamente crítica la percepción de los fracasos en términos de humanidad, con lamentables resultados, de un capitalismo férreo e inhumano como para imaginar que alguna simpatía se pudiera acariciar en este otro ámbito. El mismo final dramático del sacerdote Camilo Torres, cuya generosidad fue absorbida y manipulada por la guerrilla, hacía consistentes los anticuerpos contra la invasión ideológica. Si el drama de la pobreza interpelaba dramáticamente a los obispos, guías y centinelas del rebaño, que portaban en su corazón de pastores y reflejaban las heridas sufridas en carne viva por sus pueblos, no asomaba por ninguna parte una actitud ingenua o un riesgo en relación con una polución ideológica en el universo de la fe en el nivel de los obispos. Ciertamente era diversa la situación, como los años mostrarían, de otros sectores, que sufrieron el hechizo del mito ideológico que crecía en la medida de la lejanía física para una confrontación con la vida real. Ante la realidad de América Latina, Pablo VI, el primer Papa peregrino en nuestros pueblos, subrayaba la intención evangelizadora de esta cita eclesial y el "ansia profunda" ante el desafío de las nuevas necesidades. El Papa, como se sabe, inauguró la Conferencia de Medellín en la catedral de Bogotá (con motivo del Congreso eucarístico). Son elocuentes sus palabras: "El porvenir reclama un esfuerzo, una audacia, un sacrificio, que ponen en la Iglesia un ansia profunda. Estamos en un momento de reflexión total. Nos invade, como una ola desbordante, la inquietud característica de nuestro tiempo, especialmente de estos países proyectados hacia su desarrollo completo, y agitados por la conciencia de sus desequilibrios económicos, sociales, políticos y morales". El Papa invita a estimular el esfuerzo renovador, como pastores, poniendo al hombre en primer puesto (en la Populorum progressio expresó: "Lo que importa es el hombre") y a dar un testimonio de pobreza. "De todas maneras, la Iglesia se encuentra hoy frente a la vocación de pobreza de Cristo (...). La indigencia de la Iglesia, con la decorosa sencillez de sus formas, es un testimonio de fidelidad evangélica; es la condición, alguna vez imprescindible, para dar crédito a su propia misión". Estos riesgos vendrían más tarde, a la hora de las interpretaciones desarrolladas sistemáticamente por parte de quienes fueron los críticos de la primera hora, de las Conclusiones de Medellín. Calificaban de "tercermundismo" la opción por una tercera vía concebida como imposible, diferente del capitalismo y del marxismo. Llegaron a pensar que esa salida, que no representaba un verdadero cambio, era simple y superficial, y señalaban con índice acusador esa opción, engañosa como la debilidad de la doctrina social. El "tercerismo" sería -era la acusación- la tentación de la acomodación jerárquica. El realidad, no coincidió nunca con esa visión reductora el mensaje de Medellín, que recogía la enseñanza de que la violencia para introducir los cambios no era cristiana ni evangélica.

El mensaje del Papa Pablo VI tiene su fuerte incidencia sobre desvíos que él ya percibe, con una mirada quizás más perspicaz y escrutadora de lo que quizás algunos pastores captaban en el fenómeno emergente. Su enseñanza sobre cristianismo y violencia es una síntesis impresionante para evitar los escollos de caminos de violencia y las apologías que empieza a descubrir y señalar en "teologías complacientes", habla con la autoridad de un Pastor empeñado en la doctrina social con su gran encíclica, la Populorum progressio, sereno y profético, centinela y guía. He aquí un texto que es mejor citar integralmente: "Si nosotros debemos favorecer todo esfuerzo honesto para promover la renovación y la elevación de los pobres u de cuantos viven en condiciones de inferioridad humana y social; so nosotros no podemos ser solidarios con sistemas y estructuras que encubren y favorecen graves y opresoras desigualdades entre las clases y los ciudadanos de un mismo país, sin poner en acto un plan efectivo para remediar las condiciones insoportables de inferioridad que frecuentemente sufre la población menos pudiente, nosotros mismos repetimos una vez más a este propósito: ni el odio ni la violencia son la fuerza de nuestra caridad. Entre los diversos caminos hacia una justa regeneración social, nosotros no podemos escoger ni el del marxismo ateo ni el de la rebelión sistemática ni tanto menos el del esparcimiento de sangre y el de la anarquía. Distingamos nuestras responsabilidades de las de aquellos que, por el contrario, hacen de la violencia un ideal noble, un heroísmo glorioso, una teología complaciente. Para, reparar errores del pasado y para curar enfermedades actuales no hemos de cometer nuevos fallos, porque estarían contra el Evangelio, contra el espíritu de la Iglesia, contra los mismo intereses del pueblo, contra el signo feliz de la hora presente, que es el de la justicia en camino hacia la hermandad y la paz" (Consejo episcopal latinoamericano, Conferencias generales del Episcopado latinoamericano, Río de Janeiro, Medellín, Puebla, Santo Domingo, Celam, Santafé de Bogotá 1994: cita del Discurso de Su Santidad Pablo VI, Medellín, p. 84).

 

CON LA ESPERANZA PUESTA EN LA IGLESIA

Pablo VI, fiel intérprete de las necesidades y de los problemas, dio la mayor importancia en este célebre discurso inaugural, en coherencia con la perspectiva evangelizadora, a dos puntos doctrinales, que subrayó expresamente: la secularización, que pasa por alto la esencial referencia la verdad religiosa, y la oposición entre la Iglesia llamada institucional y otra presunta Iglesia llamada carismática. El Pastor universal se erguí contra quienes querían secularizar el cristianismo para librarlo de "aquella forma de neurosis que es la religión". Y advirtió con claridad meridiana que la contraposición entre institución y carisma es insostenible. La Iglesia, tal como Cristo la fundó (comunitaria y jerárquica, visible y responsable, apostólica y sacramental) y como la tradición fiel y coherente nos la entrega hoy, es vivificada por el Espíritu de Jesús. Al indicar su preocupación, con ansia profunda pone de manifiesto problemas doctrinales que empieza a percibir en el inmediato posconcilio y que no fueron objeto de especial estudio en Medellín. La hora latinoamericana de la clarificación doctrinal sería Puebla. Sin embargo, la insistencia en estos puntos centrales no llevó al olvido de los problemas de la pobreza y de la violencia , a cuya solución debía colaborar la Iglesia.

La secularización y el secularismo como hemorragia de fe, como éxodo de la casa del Padre, no se descubría con el dramatismo con que hoy se registra en vastos grupos de la sociedad, y sobre todo en el mundo político, en los gobiernos y en los parlamentos, en donde muchos de los proyectos optan por caminos bastante diversos de una inspiración cristiana y aun de una convergencia en valores humanos que den consistencia a la sociedad. Una profunda mentalidad secularizante destierra a Dios de la sociedad, sor todo en el campo ético. Se busca imponer, en nombre del diálogo, sin identidad, no el principio de los derechos de Dios, a quien hay que escuchar sobre los caprichos humanos (cf. Hch 5, 29), sino un nuevo "panteón" en donde los dioses conviven con los ídolos y con ellos todas las tendencias "éticas".

Hace tres décadas la jerarquía era más oída y acatada, e incluso allí en donde se hallaba en tensión con los poderes de este mundo su voz no era silenciada bajo la mole de intereses que, en nombre del "pluralismo", hacen injusticia al hombre y a la misma dignidad de los pueblos. Hoy se invoca una democracia pluralista en la concepción de "una verdad política", que termina por apagar las voces portadoras de esperanza y libertad. Más aún, la Iglesia representaba entonces una seguridad e incluso un refugio, cuando ciertas libertades democráticas no podrían respirar a pulmón pleno. Esta influencia de la Iglesia se pagó también con un exceso de protagonismo eclesiástico que, de hecho, asumía en algunos casos tareas correspondientes al laicado. Tal vez se está pagando todavía este fenómeno con el retraso de responsabilidades asumidas por los laicos con honda formación cristiana para ejercer el papel de arquitectos de una nueva sociedad, en el papel que Aristóteles reconocía a los fundadores de la "polis". La formación del laico en la política es hoy una gran urgencia. Las miradas, hace tres décadas, convergían en la Iglesia, en sus pastores ante tantas esperanzas vueltas añicos. Medellín supo captar este momento asumiendo hondas aspiraciones, y poniendo en diálogo y sintonía sus preocupaciones con las de nuestros pueblos. El Concilio había subrayado la irrefrenable sed de dignidad humana (cf. Gaudium et spes, 9). Por eso se hizo cada vez más evidente que aplicar el Concilio, bajo el estímulo e inspiración de la Iglesia en diálogo, impulsada por el Espíritu, no podría hacerse sin una seria mirada sobre la realidad, no para encerrarse en ella, y menos para confundir con otros propósitos la misión de pastores (no sociólogos, economistas o politólogos), sino para aportar desde el Evangelio luces e inspiraciones para encontrar y seguir un camino a medida del hombre, imagen de Dios. Es el hombre, visto a la luz de la fe, en su grandeza rescatada por la sangre de Cristo, el hombre sobre el cual se derrama el amor de Dios, el centro mismo de la preocupación de los pastores. Pablo VI había dicho en el discurso inaugural: "También los pastores de la Iglesia ¿no es verdad?, hacen suya el ansia de los pueblos en esta fase de la historia de la civilización". Y la realidad que con ojos y corazón de pastores se percibía era, sin duda, dramática, pero no había muerto la esperanza y esa esperanza la ponía espontáneamente la mayoría de nuestras gentes en la Iglesia de Cristo y en sus pastores. Por eso la Conferencia de Medellín, como años después la de Puebla, suscitó un interés sin precedentes en nuestro continente y en la Iglesia universal. Se tenía conciencia de que estaba en juego algo decisivo para el peregrinar histórico del pueblo de Dios.

Desde una realidad difícil los pastores buscaban diseñar, renovados en el Concilio, el futuro de los pueblos con una identidad, con una tradición cristiana compartida, con unas raíces comunes y una fisonomía propia, temas que después fueron oportunamente privilegiados en los umbrales de Puebla, profundizada una perspectiva histórico-cultural, que no fue objeto de estudio especial en la preparación de Medellín, pero cuya realidad se sentía. El impacto primero del Concilio, de tan amplia dimensión, no se había condensado en la prioridad absoluta de la evangelización con la claridad y urgencia que después emergió en el Sínodo de la evangelización, mensaje ofrecido por la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, que fuera el tema de Puebla, pero sí era un sólido fundamento la convicción de la misión religiosa, y por ello plenamente humana, de la Iglesia y de sus pastores. Los obispos de América Latina, en honda solidaridad con sus pueblos, asumían los retos y daban razones para creer y esperar.

 

DE MEDELLÍN A PUEBLA

Hubo intereses que quisieron contraponer Medellín y Puebla, sobre todo en la etapa de preparación, así como puede haberlos en lecturas acomodaticias, todavía acaso recurrentes, de lo que fue su mensaje. La profunda unidad entre las dos Conferencias generales fue luego más reconocida y apreciada, una vez que se hizo un camino de purificación no de los contenidos de Medellín, pero sí de sus interpretaciones.

¿Cómo podría olvidarse lo que el Santo Padre Juan Pablo II advirtió en la misma inauguración de Puebla, respecto de ambigüedades que no podría aceptarse?

"Con su opción por el hombre latinoamericano visto en su integridad, con su amor preferencial pero no exclusivo por los pobres, con su aliento a una liberación integral de los hombres y los pueblos, Medellín, la Iglesia allí presente, fue una llamada de esperanza hacia metas más cristianas y más humanas. Pero han pasado diez años. U se han hecho interpretaciones, a veces contradictorias, no siempre correctas, no siempre beneficiosas para la Iglesia. Por ello, la Iglesia busca los caminos que le permitan comprender más profundamente y cumplir con mayor empeño la misión recibida de Cristo Jesús" (III Conferencia general del Episcopado latinoamericano, Puebla, La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, BAC, Madrid, 1979, p. 37).

Celebrar los 30 años de Medellín en la Iglesia supone no perderse en fáciles atajos y transacciones que soslayan las necesarias precisiones históricas. Si Medellín representó un vigoroso clamor por la liberación, lo fue desde el Evangelio (no desde las ideologías), en un marco de definida identidad doctrinal y teológica, cuando todavía no habían irrumpido corrientes que hicieron brumosas enseñanzas y preocupaciones concebidas en otro ambiente. Hay que tener presente que una reflexión válida y sugestiva sobre la liberación, como la que aparece como prólogo de las Conclusiones, no fue objeto de estudio en las sesiones, ni fueron aprobadas por la Asamblea, simplemente porque fueron escritas después, semanas después de su clausura (me refiero a las cuatro densas páginas que llevan el título de Introducción). Este fue un servicio oportuno, porque una perspectiva de liberación integral en un lenguaje de fe, que fue como el eje del documento previo a la Conferencia (no había llegado el momento de ofrecer primero un documento de "consulta", como base para un documento de "trabajo"), en las Conclusiones apareció como valores esparcidos aquí y allá, sin mayor unidad y sistematización. La reflexión posterior readquirió esos valores dispersos de una reflexión que sirvió luego como introducción y hasta clave de lectura de Medellín y que llegó a su madurez, pasando por la Evangelii nuntiandi, en Puebla. Nada en la Introducción a la que me refiero permitía advertir que varios puntos de las Conclusiones, por el camino de los retoques, en las relecturas pudieran atentar contra la comunicación diáfana de las angustias y esperanzas de pastores de la grey. La invasión ideológica, con su peculiar seducción, penetró años más tarde en sectores menos familiarizados con lecturas de la realidad y de la Iglesia, alteradas por un "análisis científico" que el tiempo mostraría en toda su precariedad. Cave esperar que a los 30 años se siga el camino que no frenaron sino que permitieron el desarrollo adecuado al verdadero Medellín.