El papel de América Latina en la Nueva Evangelización rumbo al Tercer Milenio

Mons. Cipriano Calderón

Vicepresidente de la Pontificia Comisión para América Latina

 

1. "Evangelizare Iesum Christum" (Gál 1,16): "Anunciar a Jesucristo".

Este formidable grito de San Pablo, que repitió aquí en Lima Santo Toribio de Mogrovejo, hace más de 400 años (1), quisiera yo que lo lanzase ahora este Congreso, proyectándolo, con renovado ardor, sobre el Tercer Milenio, hacia el que caminamos gozosa y decididamente, guiados por Juan Pablo II, Pastor universal de la Iglesia.

El Santo Padre ha recorrido todos los caminos del orbe anunciando a Jesucristo, es decir, predicando el Evangelio a todos los hombres y a todas las mujeres, a los pueblos y a las más diversas etnias, a las aldeas, a las ciudades, a las naciones y a las culturas, en todos los areópagos del mundo moderno.

Así, el actual Pontífice ha realizado -como ningún otro apóstol lo había hecho en la historia, después de San Pablo- la Profecía de la evangelización que el Redentor del mundo pronunció en el Monte de los Olivos de Jerusalén, el día de la Ascensión: "Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado" (Mt 28,19-20 (2)).

El Papa Wojtyla, con su carismática capacidad de convocatoria y de comunicación, se ha convertido, con estilo paulino, en el más grande evangelizador de nuestro tiempo y de esta forma está preparando a la Iglesia para entrar en el año 2000.

Lo haremos escribiendo con caracteres indelebles, en el frontispicio del Tercer Milenio, el nombre del Divino Salvador y proclamaremos, de cara a la nueva época, que Jesucristo es "el primero y el más grande evangelizador", como dice la Evangelii nuntiandi (3); "Evangelizador viviente en su Iglesia", por usar la feliz expresión del documento de Santo Domingo (4).

En la carta apostólica Tertio millennio adveniente, Juan Pablo II nos invita a preparar el Jubileo del 2000 centrando la atención en "Cristo Salvador y Evangelizador" (5).

El Papa destaca el "carácter claramente cristológico" que ha de tener el Jubileo, el cual "celebrará la Encarnación y la venida al mundo del Hijo de Dios, misterio de salvación para todo el género humano". Y en el camino de preparación rumbo al Tercer Milenio el Santo Padre propone, para el año 1997, el "tema general" de "Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre" (ver Heb 13,8).

Es importante observar que Juan Pablo II habla expresamente de "descubrimiento de Cristo Salvador y Evangelizador, con particular referencia al capítulo cuarto del Evangelio de Lucas" donde aparece el tema de "Cristo enviado a evangelizar" (6).

2. La figura de Cristo Evangelizador ha de dominar, pues, según la mente y los planes del Papa, el camino del Pueblo de Dios rumbo al Tercer Milenio. En Él, en Jesucristo, debe fijar la Iglesia su atención. A Él debemos mirar para evangelizarnos cada vez más y para aprender de Él a ser evangelizadores, teniendo siempre bien presente que "la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia" (7). La evangelización es en efecto el afán y la fatiga, "la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda" (8).

Quiero hacer notar, a este propósito, que la celebración del año 2000 se puede presentar de diversas maneras o con diversos títulos: bimilenario de la Encarnación y Nacimiento de Jesús; bimilenario de la Iglesia, aunque ésta nació del Costado de Cristo en la Cruz y quedó institucionalizada, por decirlo así, el Día Santo de Pentecostés (hacia el año 30). Pero también -y esto es en lo que yo quiero fijarme ahora- bimilenario del comienzo de la evangelización de la humanidad.

Dos mil años de evangelización. Jean Comby, profesor de teología católica en la Universidad de Lyón, ha publicado una obra que lleva este sugestivo título: Deux mille ans d'évangélisation (9).

El autor narra la impresionante epopeya misionera que comenzó en el momento en que el Arcángel San Gabriel anunció a María la Encarnación del Verbo: María fue así la primera evangelizada. Esa epopeya ha dominado la historia de los últimos veinte siglos y sigue desarrollándose en nuestros días con "nuevo ardor, nuevos métodos, y nueva expresión".

Dice Juan Pablo II, en su carta apostólica Tertio millennio adveniente, que "hoy miramos con sentido de gratitud (a la divina Providencia) y también (con sentido de) responsabilidad cuanto ha sucedido en la historia de la humanidad a partir del nacimiento de Cristo, principalmente los acontecimientos entre el Mil y el Dos mil" (10).

Pues bien, en ese lapso de tiempo, en esa trayectoria espléndida, hace quinientos años, se registró aquel momento culminante, en el que la luz de la Cruz de Cristo, que estaba ya iluminando Europa y algunas regiones de Asia y África, se proyectó sobre el Nuevo Mundo que el Almirante del Mar Océano, Cristóbal Colón, acababa de descubrir, año 1492. Por eso se ha podido decir, y el Vaticano ha inscrito la frase en una medalla conmemorativa: "Quinque iam saecula Christi crux Americam illuminat": "Desde hace ya cinco siglos la Cruz de Cristo ilumina América".

El V Centenario del comienzo de la evangelización del Nuevo Mundo, que hemos celebrado hace tres años y que estamos todavía celebrando, ha sido el acontecimiento que ha dado a Juan Pablo II la oportunidad de pronunciar -haciéndose eco del mandato de Jesús a los Apóstoles (ver Mt 28,19-20; Mc 16,15-16; Lc 24,47-48; Jn 20,21-22; Hch 1,7-8)- la Profecía latinoamericana de la Nueva Evangelización.

3. Fue en el memorable discurso dirigido a la Asamblea del CELAM, reunida en Port-au-Prince, Haití, el 9 de marzo de 1983, cuando el Santo Padre llamó a las Iglesias que están en América Latina a emprender la ardua pero fascinante tarea de la Nueva Evangelización.

"La conmemoración del medio milenio de evangelización -dijo entonces el Papa a los Pastores latinoamericanos- tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro como Obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de reevangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión" (11).

América Latina escuchó la voz del Vicario de Cristo. Las Iglesias del continente aceptaron el desafío. El CELAM y las Conferencias Episcopales se pusieron en sintonía con el Papa y comenzaron a hacer realidad su llamada. Lo han hecho también las diócesis. La Pontificia Comisión para América Latina, por expreso encargo del Romano Pontífice, tomó como tarea propia la de "promover y animar la Nueva Evangelización en dicho continente" (12). Y ahí está Santo Domingo, con su documento final, que es como un manual de este ambicioso programa pastoral lanzado por el Papa.

La llamada hecha en Puerto Príncipe Juan Pablo II la ha repetido después en numerosas ocasiones y la ha extendido a los cinco continentes.

Así, la necesidad de una Nueva Evangelización en todos los espacios del orbe católico ha ido madurando en la conciencia de la Iglesia universal al ritmo de estos últimos años y Juan Pablo II, heraldo infatigable de la misma, se ha venido haciendo intérprete y paladín de ese afán y de esa urgencia en su continuo magisterio y en su desbordante actividad pastoral, sobre todo durante sus 69 viajes apostólicos por los meridianos del planeta.

"Hay que estudiar a fondo -dice el Santo Padre- en qué consiste esta Nueva Evangelización, ver su alcance, su contenido doctrinal e implicaciones pastorales; determinar los "métodos" más apropiados para los tiempos en que vivimos; buscar una "expresión" que la acerque más a la vida y a las necesidades de los hombres de hoy, sin que por ello pierda nada de su autenticidad y fidelidad a la doctrina de Jesús y a la tradición de la Iglesia" (13).

"La evangelización es, sin duda, el desafío más fuerte y sublime que la Iglesia está llamada a afrontar. El momento que estamos viviendo es sobre todo el de un estímulo a la Nueva Evangelización, nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión" (14).

"La Iglesia tiene que dar hoy un gran paso adelante en su evangelización; debe entrar en una nueva etapa histórica" (15).

El Romano Pontífice viene iluminando continuamente los principios básicos relativos a la doctrina de la Nueva Evangelización, al mismo tiempo que traza las coordenadas para su despliegue y da certeras orientaciones para su realización.

Un volumen de textos pontificios sobre el tema exigiría centenares de páginas. Se trata de una idea fija, una constante emergente en las enseñanzas papales de estos últimos años.

Se puede decir que la Nueva Evangelización constituye el programa del pontificado de Juan Pablo II.

Y ahora, en la carta apostólica Tertio millennio adveniente (10 de noviembre de 1994), el Papa Wojtyla ha hecho de la Nueva Evangelización un sugestivo, articulado y ambicioso plan pastoral de amplio respiro y fuertes potencialidades, para preparar el Jubileo del año 2000.

4. Al delinear su plan evangelizador, trazando la estrategia pastoral que ha de empeñar a la Iglesia en su marcha rumbo al Tercer Milenio, Juan Pablo II ha querido poner de relieve los acontecimientos y recordar a los Papas que de manera especial han preparado a la Iglesia para el gran Jubileo del año 2000.

Su Santidad comienza citando el Concilio Vaticano II.

Si, fijándonos en nuestro continente, quisiéramos hacer un análisis amplio de la trayectoria que ha seguido la Iglesia de América Latina para prepararse a esta gozosa etapa de la Nueva Evangelización, tendríamos que comenzar citando el Concilio Plenario Latinoamericano, que tuvo lugar en Roma, el año 1899 (28 de mayo - 9 de julio), con la participación de 12 Arzobispos metropolitanos y 41 Obispos diocesanos de los 104 Prelados que había entonces en América Latina (actualmente hay unos 1030).

Este Concilio fue convocado por León XIII (16) quien, en el umbral del siglo XX, con sus grandes encíclicas, trazó la ruta doctrinal sobre la que comenzaron a caminar los católicos en los años novecientos.

Todavía se habla hoy mucho de la Rerum novarum: las cosas nuevas que la Iglesia tiene que evangelizar.

La célebre encíclica del Papa Pecci sobre la cuestión obrera ha sido conmemorada y "releída" por Juan Pablo II con la Centesimus annus (1º de mayo de 1991) en la que, citando a Pío XI -que la conmemoró también con la Quadragesimo anno (15 de mayo de 1931)-, habla nada menos que de "inmortal documento".

León XIII fue un faro de sabiduría que proyectó hacia el futuro inmensas ráfagas de luz. Murió a los 93 años, después de 25 de pontificado (1878-1903) y, con su pulso seguro, su brillante inteligencia, su fino sentido pastoral y su formidable estilo de gobierno, introdujo certeramente a la Iglesia en nuestro siglo.

A América Latina le dio su pasaporte para los tiempos nuevos, con el Concilio Plenario, que el Vaticano conmemorará, en 1998, con un Simposio histórico-científico organizado por la Pontificia Comisión para América Latina y dedicado a la vida de la Iglesia de este continente durante los últimos cien años.

Fue un gran evento eclesial aquel Concilio tan latinoamericano, como romano. Él puso a nuestro continente -ante litteram- al ritmo de la Nueva Evangelización, pues dio a los obispos de estas naciones el sentido de la "colegialidad" que tanto desarrollo había de tener luego con las Conferencias Episcopales y el CELAM. Se puede decir que comenzó entonces la apertura de la Iglesia latinoamericana a la Iglesia universal.

Con una serie de decretos de carácter doctrinal o pastoral y con normas concretas de disciplina eclesiástica, según la mentalidad del momento, naturalmente, el Concilio puso en marcha una actividad católica que constituyó la base de la impresionante vitalidad eclesial registrada durante los últimos decenios en el continente (17).

El Papa León XIII en su discurso de despedida a los obispos, el 10 de julio de 1899, llegó a decir: "consideramos este Concilio Plenario Latinoamericano como la página más gloriosa de nuestro pontificado" (18).

Las constituciones conciliares, contenidas en 16 títulos o capítulos y 998 artículos, fueron confirmadas por el Pontífice y promulgadas el 1° de enero de 1900 (19).

El Pueblo de Dios de estas benditas tierras americanas comenzó así su nueva aventura. Las Iglesias del continente fueron desde entonces adquiriendo una fisonomía propia, la identidad específica que hoy les caracteriza.

La Conferencia de Río, de la que hablaremos después, dijo que aquel Concilio Latinoamericano de Roma constituyó "la base primordial del desarrollo de la vida eclesiástica y espiritual en el continente" (20).

Juan Pablo II ha dicho que esa asamblea conciliar "preparó a las Iglesias de América Latina para los tiempos nuevos" (21): "el siglo de la Iglesia" (22).

5. En 1903, para conducir la nave de Pedro entre las primeras oleadas de ese llamado "siglo de la Iglesia" (23), llegó a la Sede romana un Santo, Giuseppe Sarto, Pío X, quien puso su pontificado bajo el lema evangelizador tomado de San Pablo: "Instaurare omnia in Christo": Renovarlo todo en Jesucristo (ver Ef 1,10).

Para ello, se dedicó sobre todo a reformar la Iglesia interiormente: catequesis, liturgia, vida eucarística, piedad popular y normas disciplinares que fueron cuajando en la codificación del Derecho canónico, el cual en algunas de sus partes estuvo claramente influido por los esquemas del Concilio Latinoamericano.

San Pío X, en sus once años de pontificado (murió en 1914), pensó mucho en América Latina, leyendo los documentos del citado Concilio, del que le hablaba con frecuencia su amigo y fiel colaborador, el Cardenal español, capuchino, José Vives y Tutó (José de Calasanz de Llevaneras), quien había tenido una participación muy destacada en la trayectoria de la asamblea conciliar. Fue Consultor de la Comisión preparatoria de la misma, a la que aportó su profundo conocimiento de la América hispana, pues había trabajado en Guatemala y Ecuador. Durante la celebración del Concilio, ya Cardenal (Consistorio del 19 de junio de 1899), presidió, en nombre del Papa, las últimas Congregaciones generales. Él fue quien elaboró el esquema fundamental de los textos conciliares y recibió del Santo Padre el encargo de revisar los decretos finales, preparar su promulgación e impulsar su aplicación.

Un íntimo colaborador del Papa Sarto, el Sustituto de la Secretaría de Estado, luego Cardenal Penitenciario de la Santa Iglesia Romana, Nicola Canali, puso en los jardines del Vaticano la estatua de Nuestra Señora de Guadalupe, cerca de la cual los últimos Papas han rezado frecuentemente por América Latina.

San Pío X fue el Pontífice que creó el primer Cardenal latinoamericano: eligió para formar parte del Senado de la Iglesia al Arzobispo de Río de Janeiro, Dom Joaquim Arcoverde de Albunquerque Cavalcanti, que recibió el capelo en el Consistorio del 12 de diciembre de 1905 y murió en 1930. La púrpura honró en él a un insigne Pastor del Brasil y el Papa hizo así una fina distinción a toda la Iglesia del continente.

En realidad, el primer Cardenal latinoamericano, en la mente y los planes del Sumo Pontífice, fue un prelado mexicano. Lo quiso crear Pío IX ya en 1850. Efectivamente, con fecha 11 de mayo de aquel año, el Secretario de Estado del Papa, Cardenal Antonelli, escribió una preciosa carta en latín al entonces insigne Obispo de Michoacán, la actual archidiócesis de Morelia, Don Juan Cayetano Gómez de Portugal, comunicándole que el Santo Padre había decidido nombrarle Cardenal. Pero cuando la carta llegó a Morelia, el Obispo había ya fallecido.

Sin embargo, ahí queda ese gesto de Pío IX. Este Papa que tuvo el pontificado más largo de la historia, casi 32 años (1846-1878), siendo joven prelado, en los años 1823-1824, había estado en Hispanoamérica, en Chile (adonde acompañó a un Delegado Apostólico que mandó allá León XII), y ya Papa fundó en Roma, el año 1858, el Pontificio Collegio Pio Latino Americano, el centro de donde han salido tantos y tan cualificados evangelizadores para la América Latina del siglo XX.

He hablado del primer Cardenal de nuestro continente, año 1905, y deseo decir que desde entonces hasta ahora en América Latina ha habido ya 52 Cardenales (en Estados Unidos el primer Cardenal lo creó Pío IX, el 15 de mayo de 1875: John Mc Closkey, Arzobispo de Nueva York).

6. Uno de los pontificados más cortos del siglo ha sido el de Benedicto XV, Giacomo Della Chiesa. Cardenal de Bolonia, fue elegido Sumo Pontífice muy joven, a los 59 años, en 1914, pero murió prematuramente, a los 67 en 1922.

Ha pasado a la historia como el Papa de la paz, de la concordia y de la caridad pastoral, de la que hizo elemento central para su tarea evangelizadora, desplegada a dimensión mundial, durante la guerra europea, con notable repercusión en América.

Había escogido el nombre de Benedicto porque -como explicó él mismo al Abad primado de los Benedictinos, Fidel Stotigen- se proponía, al igual que lo había hecho San Benito con la edad media, evangelizar los nuevos tiempos que se avecinaban, los nuevos pueblos que comenzaban a emerger en África y allende el Océano Atlántico.

Conocía bien a este continente que había estudiado mucho durante sus años de estancia en España, como Consejero de la Nunciatura Apostólica de Madrid. A América Latina dedicó algunos de sus afanosos desvelos pastorales.

7. La colosal tarea apostólica que se había propuesto el Papa Benedicto XV -"construir la civilización del amor"- se la dejó a sus sucesores.

Y vino el "Papa de las misiones". Así ha definido a Pío XI la historiografía de la Iglesia. Hoy diríamos "el Papa de la evangelización".

Achille Ratti, en sus diecisiete años de pontificado (1922-1939) se dedicó, con gran pasión, a realizar la paz de Cristo en el Reino de Cristo: "Pax Christi in regno Christi", era su lema evangelizador. Gobernante clarividente y realista, prestó gran atención a los asuntos relativos a la organización de la Iglesia y a su proyección sobre el mundo nuevo que nacía.

Fue el creador del moderno apostolado de los laicos, al que dio carácter específico encuadrándole en la "Acción Católica", tan viva y operante en algunas naciones hispanoamericanas.

Luchó contra los totalitarismos, distinguiéndose -por usar el lenguaje actual- en la defensa de los derechos humanos y sobre todo en la defensa de la libertad de la Iglesia.

Así, intervino durante la persecución religiosa en México contra la que lanzó una dura protesta mediante la encíclica Iniquis afflictisque (18 de noviembre de 1926) y otros documentos posteriores, con los que animó a los católicos mexicanos a perseverar en su fe, como fielmente lo han hecho, sostenidos por la Santa Sede, hasta nuestros días.

Pío XI veía cómo este continente iba entrando con creciente protagonismo en el escenario de la Iglesia. Por eso, el año 1935, en el Consistorio del 16 de diciembre, creó el primer Cardenal hispanoamericano: Santiago Luis Copello, Arzobispo de Buenos Aires. Creó también, en el Consistorio del 3 de junio 1930, el segundo Cardenal brasileño: Dom Sebastião Leme da Silveira Cintra, que murió el 17 de octubre de 1942. Era el sucesor de Arcoverde en la sede metropolitana de Río de Janeiro.

8. Alguien ha dicho que, entre tantas cosas, la más notable que hizo Pío XI fue preparar para el pontificado a su Cardenal Secretario de Estado, quien efectivamente le sucedió con el nombre de Pío XII (1939-1958).

Eugenio Pacelli era romano y fue elegido Papa en el cónclave más breve que recuerda la historia, un solo día, 2 de marzo de 1939. Estuvo al frente de la Iglesia casi veinte años, trazando una trayectoria apostólica que resulta difícil de conmensurar.

Gobernante de una personalidad arrolladora, se entregó generosamente a los afanes de edificar la paz rota por la guerra mundial y construir sobre el fundamento de la justicia y del amor un mundo mejor. "Opus iustitiae pax", era el lema de su escudo pontificio.

"Pastor Angelicus", pretendía transformar cristianamente todas las estructuras modernas irradiando el Evangelio a los más diversos sectores de la sociedad.

Doctor de los tiempos nuevos, con sus 43 encíclicas y sus magistrales discursos, derramó raudales de doctrina sobre los hombres de nuestro tiempo, tratando de influir con el Evangelio en la vida individual, familiar, social, política e internacional: la cultura, el arte, las ciencias, todo.

Su empeño era reconciliar a la Iglesia con el mundo moderno.

Hábil diplomático, supo lanzar el papado, con decisión y valentía, al juego de la historia moderna, haciendo del pontificado romano una institución sumamente prestigiosa y enormemente admirada por los hombres de nuestro tiempo, católicos y no católicos.

El Papa Pacelli fue realmente un gran bienhechor de la humanidad, a la que le tocó acompañar durante los años más atormentados de nuestro siglo, distinguiéndose como Príncipe de la paz y guía segura del Pueblo de Dios.

Apasionadamente entregado al servicio de la Iglesia, tenía un fuerte sentido de su grandeza y al mismo tiempo de sus debilidades. Esto le hizo ser un gran reformador, pues soñó e introdujo en la Corte pontificia y en la vida eclesial innovaciones llamativas.

Exquisita figura de hombre y de sacerdote, los que le conocimos recordamos que tenía una mirada radiante que, encuadrada en su rostro de ébano, reflejaba fácilmente su potente y abierta inteligencia, como también su fina perfección espiritual.

Como conductor del pueblo cristiano, fue un piloto de alta mar, llevando a la nave de Pedro por difíciles y sugestivas singladuras hacia escalas deliberadamente fijadas.

Una de estas escalas la señaló a las Iglesias de América Latina. Él había estado en Argentina, enviado por su inmediato antecesor Pío XI, en calidad de Cardenal Legado Pontificio, al Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires (1934). Como Cardenal Secretario de Estado, y ya antes, cuando fue Subsecretario en la Secretaría de Estado de Pío X, con el Cardenal español Rafael Merry del Val, siguió muy atentamente los asuntos de América Latina y el desarrollo de estas Iglesias.

Podemos decir que tuvo una intuición genial de lo que representaba este continente para el futuro: "formidable bloque católico", "una de las grandes esperanzas del mañana". Son expresiones del Papa al Congreso de Rectores de Seminarios de América Latina, 1958 (24).

Por esto, como Pastor universal de la Iglesia, dedicó a América Latina tantos afanes evangelizadores.

Citemos un dato: la creación de diócesis. "Antes de la celebración del Concilio Vaticano II -leemos en el manual de historia de los autores Aldea-Cárdenas- fue Pío XII quien mayormente se preocupó por la multiplicación de las jurisdicciones eclesiásticas en América Latina: de las 399 que existían en 1957, (al final del pontificado del Papa) 131 habían sido creadas por él. Las naciones favorecidas fueron Argentina, Colombia, Guatemala, Paraguay, Perú, República Dominicana y El Salvador" (25).

Promoviendo el desarrollo de las Iglesias locales de América Latina, Pío XII se preocupó de manera especialísima por la promoción de las vocaciones eclesiásticas y por el envío de sacerdotes europeos, sobre todo españoles, a estas tierras: los sacerdotes que luego habían de llamarse Fidei donum, del nombre de la famosa encíclica del Papa sobre el tema, publicada el 21 de abril de 1957.

Muchas cosas hizo Pío XII por América, pero su gran gesto profético en relación con nuestro continente fue la convocación de la I Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que se celebró en Río de Janeiro del 25 de julio al 4 de agosto de 1955: acontecimiento decisivo en la trayectoria pastoral de este continente. El Romano Pontífice envió a presidirla a uno de los Cardenales más autorizados de Roma: Adeodato Giovanni Piazza, O.C.D., que dirigía el Dicasterio para los Obispos, llamado entonces Congregación Consistorial. Acompañaba al purpurado el Secretario para la Congregación de los Asuntos Eclesiales Extraordinarios, futuro Cardenal Antonio Samoré, uno de los Prelados de la Curia romana que más trabajaron por las Iglesias de América Latina (26).

La carta apostólica Ad Ecclesiam Christi, que Pío XII dirigió a la Conferencia con fecha 29 de junio, comienza así: "A la Iglesia de Cristo que vive en los países de América Latina, tan ilustres por su fidelidad a la religión y por sus glorias nacionales, así como por las esperanzas que ofrecen de un porvenir de mayor grandeza, se dirige hoy, con un interés igual al amor que le profesamos, nuestro pensamiento" (27).

Aquí el Papa considera ya a América Latina como el continente de la "esperanza".

Los obispos reunidos en Río de Janeiro tenían conciencia de esto y, por eso, trazaron un espléndido plan eclesial para el futuro en el documento final de la Conferencia: documento un poco olvidado (28).

Algo muy trascendental que hizo Pío XII para América Latina, con ocasión y a raíz de la Conferencia de Río de Janeiro, fue la creación del CELAM, 2 de noviembre de 1955, y la institución, en la Curia romana, de la Pontificia Comisión para América Latina, el 23 de abril de 1958.

El Consejo Episcopal Latinoamericano, que celebra ahora los 40 años de fundación (29) es, según sus Estatutos, un "Organismo de contacto, colaboración y servicio de las Conferencias Episcopales de América Latina. Signo e instrumento de colegialidad episcopal, al servicio de la intercomunicación de las Iglesias particulares de América Latina en perfecta comunión con la Iglesia Universal y su cabeza visible, el Romano Pontífice" (30).

El CELAM no es una "superconferencia" episcopal, es un "Consejo", un organismo de los Episcopados de América Latina. En cambio, la Pontificia Comisión para América Latina es un organismo de la Santa Sede. Está estrechamente vinculada a la Congregación para los Obispos y, en cuanto Institución de la Curia romana, realiza su función en nombre y por autoridad del Romano Pontífice para el bien y servicio de las Iglesias (31). No se trata, pues, de una duplicidad. Mientras el CELAM es expresión de los afanes pastorales de los Episcopados, la Pontificia Comisión para América Latina es expresión o "testimonio" del "interés y solicitud" del Papa por la "situación y destino de la Iglesia católica en las Naciones de América Latina". Así la concibió Pío XII, "con la finalidad de estudiar conjuntamente las cuestiones principales referentes a la vida católica, la defensa de la fe y el incremento de la religión en América Latina, favorecer al mismo tiempo una mayor cooperación entre los diversos organismos de la Curia romana interesados en la solución de dichas cuestiones, y ayudar de forma eficaz con los medios pastoralmente más oportunos al Consejo Episcopal Latinoamericano" (32).

¿Qué más podríamos decir del Papa Pacelli en su solicitud pastoral por América Latina?

Se puede afirmar que durante su pontificado las Iglesias del continente comenzaron a ser protagonistas de primer plano en el escenario de la Iglesia universal.

Es de notar, a este propósito, que Pío XII abrió ya de par en par las puertas del Colegio Cardenalicio a los obispos de nuestro continente, y esto es algo muy importante. En los dos únicos Consistorios de su pontificado, dio 8 Cardenales a Iberoamérica. En 1946 (18 de febrero), a Argentina, Antonio Caggiano (Obispo de Rosario); a Brasil, Jaime Barros Camara (Arzobispo de Río de Janeiro) y Carlos Carmelo Vasconcelos Motta (Arzobispo de São Paulo); a Cuba, Manuel Arteaga y Betancourt (Arzobispo de San Cristóbal de La Habana); a Chile, José Caro Rodríguez (Arzobispo de Santiago); y en 1953 (12 de enero), a Perú, Juan Gualberto Guevara y Cuba (Arzobispo Primado de Lima); a Brasil, Augusto Alvaro da Silva (Arzobispo Primado de São Salvador da Bahia); a Colombia, Crisanto Luque (Arzobispo Primado de Bogotá); a Ecuador, Carlos María de la Torre (Arzobispo de Quito). Algunas de estas naciones no habían tenido Cardenal anteriormente. Otras lo tuvieron después por primera vez con Juan XXIII. Así México, José Garibi y Ribera (Arzobispo de Guadalajara, Consistorio del 15 de diciembre de 1958); Uruguay, Antonio María Barbieri, O.F.Cap. (Arzobispo de Montevideo, 15 de diciembre de 1958) y Venezuela, Huberto Quinteo (Arzobispo de Caracas, 16 de enero de 1961); con Pablo VI: Bolivia, Joseph Clemente Maurer, C.SS.R. (Arzobispo de Sucre, 26 de junio de 1967); Guatemala, Mario Casariego, C.R.S. (Arzobispo de Guatemala, 30 de abril de 1969); Puerto Rico, Luis Aponte Martínez (Arzobispo de San Juan, 5 de marzo de 1973); República Dominicana, Octavio Beras Rojas (Arzobispo de Santo Domingo, 24 de mayo de 1976); o con Juan Pablo II: Nicaragua, Miguel Obando Bravo, S.D.B. (Arzobispo de Managua, 25 de mayo de 1985).

9. Acabo de citar al Sucesor de Pío XII: Juan XXIII: el Papa de la bondad ecuménica.

En sus cuatro años y medio de pontificado (1958-1963) cambió el rumbo de la historia de la Iglesia convocando el Concilio Vaticano II.

Él lo ideó, lo preparó y lo puso en marcha, abriendo así en la Iglesia las compuertas de sus juveniles y arrolladoras energías.

La atrayente figura del Papa Roncalli, su vida llena de florecillas, su sencillez evangélica, su alma candorosa reflejada en un rostro marcado por la amabilidad pastoral, siguen suscitando inmensas simpatías en el Pueblo de Dios, incluso ahora, treinta y tres años después de su muerte, que fue un conmovedor acto de evangelización universal, en un romano atardecer pentecostal (3 de junio).

Creó en toda la cristiandad una fuerte tensión reformadora, provocando un cambio de mentalidad en el campo eclesial y ecuménico. Sus encíclicas, sus palabras y sus gestos, envueltos en un estilo encantador, fueron marcando un crescendo impresionante que culminó en la Pacem in terris, uno de los documentos pontificios más celebres de los últimos tiempos, que ha quedado en la historia como puntal de la nueva era.

La sinfonía de su pontificado innovador se hizo oír, con la fuerza del amor, dentro y fuera de la Iglesia, llenando el mundo entero de alegres resonancias.

Fue un campeón de las obras de misericordia y él mismo se definió "Pater amabilis", el Papa que quiso poner de relieve la nota de la amabilidad paternal, el Padre que ama, que invita a amar, que hace persuasiva la ley del amor.

Con un apelativo muy normal, pero que resulta nuevo espontáneamente aplicado a Juan XXIII, las gentes le llamaban el "Papa bueno": Pastor bondadoso que, con su optimismo vital, supo mirar al mundo con ojos limpios, no para cerrar la vista ante la penosa realidad, sino para fijarse más bien en lo positivo, buscando lo que une y no lo que separa. Actitud ésta que le llevó a dar un "sí" resuelto a nuestro tiempo, alineándose al lado opuesto de los pesimistas y profetas de desventuras. De esta forma tendió un puente nuevo entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Logró hacerse escuchar. Despertó la atención y el interés del mundo por las cosas del espíritu. Sembró en surcos profundos que sólo su táctica evangélica fue capaz de abrir.

Vivió 82 años, pasando por el mundo como de puntillas, sin dejarse notar hasta el final; pero durante su corto pontificado resultó una guía excepcional para conducir a los hombres de nuestro tiempo por los atrayentes caminos de la paz, de la caridad y de la unidad.

¿Qué hizo por el Continente de la esperanza un Papa que sólo vivía de esperanza?

Conocía y hablaba con frecuencia de América Latina. Desde el comienzo de su pontificado mostró un gran interés por las Iglesias de estas tierras y trajo a la Curia romana, por primera vez en la historia, a un Cardenal latinoamericano, el Arzobispo de Buenos Aires, Santiago L. Copello, que fue nombrado Canciller de la Santa Iglesia (bula del 25 de marzo) y murió en Roma el 2 de octubre de 1967.

Juan XXIII, sirviéndose de la Pontificia Comisión para América Latina -de la que era entonces dinámico motor el ya citado Mons. Antonio Samoré-, centró su atención en atender a los obispos de estas tierras, a quienes él mismo había convocado a Roma para el Concilio Vaticano II: unos 600.

En sus frecuentes contactos con estos Pastores, cuya presencia se hacía notar sensiblemente en la Asamblea Ecuménica, el Santo Padre comprobó que la mayor necesidad de las Iglesias latinoamericanas seguía siendo la de contar con numerosos y cualificados sacerdotes. Quiso que se hiciera un esfuerzo excepcional para resolver este problema y por ello planeó una estrategia global, basada en la aportación que podía ofrecer España, la nación que con sus misioneros había iniciado, hace cinco siglos, la evangelización del Nuevo Mundo y que, en los últimos años, con la OCSHA -Obra de Cooperación Sacerdotal Hispano Americana- estaba contribuyendo generosamente, en unión con otros países, a solucionar el problema de la escasez del clero en América Latina.

El 17 de noviembre de 1962, Juan XXIII escribió una Carta autógrafa al Episcopado español, en la que aparece claramente reflejada su solicitud de Romano Pontífice por la evangelización de este continente.

El Papa se refiere al "clamor del Episcopado de aquellas naciones", clamor que estaba escuchando en Roma durante la primera sesión del Concilio y que ponía de relieve "la urgente necesidad de brazos apostólicos que consolidasen cuanto una tradición, cinco veces centenaria, ha ido forjando en sus dilatadas tierras, desde cuando la Iglesia -a través de celosos y magnánimos sacerdotes hispanos que siguieron las huellas de Fray Bernardo Boyl y compañeros- les abrió sus brazos con el anuncio de la verdad evangélica...". Por eso, lanza, en la citada Carta, un llamado del "Episcopus Ecclesiae Catholicae" ante "el momento excepcional" que se vive en el continente latinoamericano: dar a sus Iglesias un "número crecido de sacerdotes" para la evangelización.

El Papa estaba bien persuadido de que ésa era la clave para asegurar el futuro de la fe cristiana en Iberoamérica y para hacer que el continente viviese en plenitud la primavera cristiana que alboreaba ya en el mismo, como lo testimoniaban los obispos presentes en Roma y que volvieron el año siguiente (1963) para la segunda sesión del Concilio, celebrada ya bajo un nuevo pontificado (33).

10. Pablo VI, el Papa genial que vino a convertir en realidades concretas las intuiciones proféticas de Roncalli.

Giovanni Battista Montini tuvo en su espléndida biografía una trayectoria que explica su fácil ascensión al pontificado romano: sacerdote intelectual y humanista de finísima espiritualidad, apóstol de la juventud universitaria en Roma, diplomático de la Santa Sede, Sustituto de la Secretaría de Estado de Pío XI y Pío XII, Prosecretario de Estado de este último Papa, quien le nombró luego Arzobispo de Milán (1954). Juan XXIII le creó Cardenal (Consistorio del 15 de diciembre de 1958) y en más de una ocasión dio a entender que sería el futuro Papa (34).

Fue elegido Sumo Pontífice el 21 de junio de 1963. Murió el día del Divino Salvador -Transfiguración del Señor-, 6 de agosto de 1978. Sus quince años de pontificado han dejado una huella imborrable en la Iglesia y en el mundo.

Pablo VI: el Papa de la paz, del diálogo, del ecumenismo, de la fraternidad entre las diversas confesiones cristianas, de la apertura a otras religiones, de la simpatía hacia el mundo moderno, de la colegialidad, del Sínodo de los Obispos, que él creó, del Concilio que guió certeramente hacia su conclusión promulgando todas las constituciones y decretos del mismo.

Pablo VI: el peregrino de la esperanza por los caminos del mundo, por las encrucijadas neurálgicas de la moderna civilización. Fue el Papa que inauguró los viajes apostólicos por los cinco continentes. Salió, antes de nada, decididamente al encuentro de Jesús, llegándose hasta Tierra Santa; salió, luego, gozosamente al encuentro de los pobres y de los no cristianos, visitando la India; salió, impotente, al encuentro de los potentes, entrando en la sede de la ONU, Nueva York; salió fervorosamente al encuentro de la Virgen María en Fátima y en Éfeso; salió humildemente al encuentro de las Iglesias y Comunidades cristianas no católicas en Constantinopla y en Ginebra; salió lleno de entusiasmo, al encuentro del mundo del mañana viajando a América Latina (Bogotá) y África (Kampala, en Uganda); y en su último viaje internacional, salió con sentido profético al encuentro de los hombres de las más lejanas tierras, visitando varias ciudades de Asia, Australia y Oceanía.

Pablo VI: el Papa de la familia renovada, de los niños inocentes, de la juventud entusiasta, de los obreros rendidos por la fatiga, de los constructores de la nueva sociedad.

Pablo VI: el Papa de la vida -encíclica Humanae vitae-, del humanismo integral -encíclica Populorum progressio-, de la evangelización cósmica -exhortación apostólica Evangelii nuntiandi-: este último documento fue como su testamento pastoral y en él hay orientaciones doctrinales y prácticas que han tenido y siguen teniendo una influencia decisiva en la trayectoria de la evangelización durante estos últimos años.

Poseía una sensibilidad de Pastor tan exquisita y penetrante que cautivaba religiosamente a cuantos a él se acercaban y ejercía a longe una influencia inconmensurable en cuantos escuchaban sus mensajes, los cuales llevaban la misma marca que los del Apóstol San Pablo, de quien había querido tomar el nombre.

Palabras renovadoras y gestos proféticos que resulta difícil describir y más difícil aún resumir. Por otro lado, su recuerdo está aún muy vivo, especialmente aquí en América Latina.

Fue el primer Papa que visitó este continente. Siendo Cardenal, había estado en Brasil y recuerdo que al regresar, respondiendo a los periodistas que en el aeropuerto de Roma le pedían una impresión sobre nuestro continente, les dijo estas palabras llenas de profecía: He encontrado a América Latina preparándose para evangelizar a Europa.

El Instituto "Pablo VI" de Brescia, ciudad de origen de Giovanni Battista Montini, proyecta celebrar, a petición de la Pontificia Comisión para América Latina, un Congreso sobre "Pablo VI y América Latina", con el fin de estudiar a fondo, de forma científica y completa, las relaciones del Papa Montini con nuestro continente.

Naturalmente, en las actividades de Pablo VI relacionadas con Iberoamérica, el mayor relieve lo tiene el viaje apostólico a Colombia, con ocasión del Congreso Eucarístico Internacional de Bogotá, donde estuvo como Peregrino de evangelización del 22 al 24 de agosto de 1968: jornadas de excepción para la historia de América (35).

El día 24 por la mañana, en la catedral primada de Bogotá, Pablo VI, con un discurso importantísimo que conviene releer, inauguró la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que se celebró luego en Medellín del 26 de agosto al 6 de septiembre.

La Conferencia de Medellín fue obra, y obra muy ilusionada, de Pablo VI quien, con la finalidad de proyectar sobre las Iglesias locales de América Latina el impulso renovador que había suscitado en la Iglesia universal el Concilio Vaticano II, y proponer pautas de acción pastoral para una nueva fase evangelizadora en Iberoamérica.

No voy a hacer ahora crónica de esa Conferencia, que seguí atentamente en el Seminario de Medellín, como sacerdote periodista y que después he estudiado muy a fondo.

Me referiré sólo a los documentos finales de la misma, para recordar que citan 90 veces a Pablo VI (32 de esas citas corresponden a la encíclica Populorum progressio). Quiere decir que los obispos reunidos en Medellín apoyaron sus debates y conclusiones en dos grandes pilares: el Concilio Vaticano II y el magisterio del Papa Montini, ya tan abundante en aquellos primeros años de su pontificado.

Este rico y formidable magisterio, a partir de 1969, fue difundido en América Latina de manera especial por L'Osservatore Romano que, en el mes de enero de dicho año, comenzó a publicar una edición semanal en lengua española. Esta iniciativa la quiso personalmente Pablo VI, como recuerdo de su visita a América Latina y como un gesto de atención hacia las Iglesias de este continente. En la Nunciatura de Bogotá, la tarde del 23 de agosto de 1968, el entonces Sustituto de la Secretaría de Estado, después Cardenal Arzobispo de Florencia, Mons. Giovanni Battista Benelli, me comunicó a mí ese deseo del Papa, encargándome de poner en marcha el nuevo semanario vaticano que luego dirigí durante casi 20 años, hasta que fui nombrado Vicepresidente de la Pontificia Comisión para América Latina.

Pablo VI perfiló los contornos de esta Comisión. Lo hizo creando un Consejo de la misma (30 de noviembre de 1969), cuya constitución anunció en el discurso con el cual el mismo Papa inauguró, ese día, la nueva sede del Pontificio Colegio Pío Latinoamericano, durante la segunda sesión del Concilio.

De la Pontificia Comisión se sirvió Pablo VI para planear, en colaboración con el CELAM -como había sucedido ya con la asamblea de Medellín- la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.

La Conferencia de Puebla fue preparada cuidadosamente con la intervención personal de Pablo VI, quien señaló el tema de la misma -"La evangelización en el presente y el futuro de América Latina"- y la convocó oficialmente el 12 de diciembre de 1977, fiesta de la Virgen de Guadalupe, para el 12 de octubre del año siguiente, 1978. Pero, como hemos recordado ya, el Papa Montini murió el 6 de agosto de ese año, llevándose al cielo en su corazón de Pastor universal la solicitud por las Iglesias de América Latina.

Es grato decir que han sido algunas de estas Iglesias, las de Brasil y Argentina, las primeras que, a través de sus Conferencias Episcopales, han pedido a la Santa Sede la glorificación de Juan Bautista Montini: su proceso de canonización está ya en marcha con buenas perspectivas.

11. El sucesor de Pablo VI, Juan Pablo I, fue elegido Papa el 26 de agosto de 1978 y murió el 28 de septiembre. Breve pero inolvidable pontificado. Duró el tiempo suficiente para llenar de luz y esperanza el camino de la Iglesia hacia los nuevos tiempos.

Y ¿qué hizo, para ello, el Papa Luciani?: sencillamente lo que hace el sol que, en una sola jornada, sale, lo ilumina todo y se pone, dejando la tierra inundada de paz, de serenidad y de energías renovadoras.

Aquí lo que interesa decir es que durante aquellos 33 maravillosos días de Iglesia -en el que ha sido llamado el verano romano de los tres Papas- Juan Pablo I, desde el comienzo de su fugaz misión apostólica hasta el último día, tuvo de continuo en su corazón y en su mente a América Latina, precisamente con motivo de la Conferencia de Puebla.

Al día siguiente de la elección del Papa -el 27 de agosto-, hacia media mañana, encontré en el patio de San Dámaso del Vaticano al Cardenal Sebastiano Baggio, Prefecto de la Congregación para los Obispos y Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina (lo era con Pablo VI, pues a la muerte del Papa todos los dirigentes de los Dicasterios de la Curia romana, cesan automáticamente en sus cargos; pero fue confirmado por Juan Pablo I). Su Eminencia, que salía entonces del cónclave, me dijo con visible satisfacción que una de las primeras decisiones de Juan Pablo I había sido la de confirmar la convocatoria de la Conferencia de Puebla para el 12 de octubre.

El acontecimiento se acercaba. Las cosas urgían. Juan Pablo I fue informado del estado en que se encontraba la preparación de la Conferencia: tema, documentos de trabajo, elección de delegados, nombramientos ya hechos, etc. El Santo Padre se interesó atentamente de todo. Manifestó preocupación por alguna que otra cosa e hizo sus observaciones. Al mismo tiempo, comenzó a pensar y redactar el Mensaje que iba a enviar a la Conferencia, cuando inesperadamente partió para el cielo con sus planes e ilusiones.

12. Tomó entonces el timón de la Barca de Pedro el Cardenal polaco Karol Wojtyla, que fue elegido Sumo Pontífice el 16 de octubre de 1978.

Es el Papa que conduce y acompaña a la Iglesia de nuestros días, marcando profundamente este final del milenio. Su figura pastoral ocupa continuamente el primer plano de la actualidad mundial. En él está siempre fija la atención del Pueblo de Dios. Su biografía, su imagen eclesial, su programa evangelizador, sus intensas enseñanzas doctrinales y sus desbordantes actividades pastorales son bien conocidas. Por eso, no necesito presentar aquí un retrato del Papa actual, como lo he hecho con los anteriores Pontífices de nuestro siglo.

Me limito a hacer esta observación: Juan Pablo II pasará a la historia como el "Papa de la defensa de la vida", el "Papa de los jóvenes", el "Papa de la familia", el "Papa de la solidaridad", el "Papa de la reconciliación", el "Papa del ecumenismo", el "Papa de la colegialidad episcopal", el "Papa sinodal" -como él mismo se ha definido (36)- y el Papa de tantas otras cosas significativas. Pero pasará a la historia también con el título de "Papa de América Latina".

Efectivamente, Juan Pablo II es el más grande evangelizador que ha tenido nuestro continente, después de los insignes misioneros de los primeros tiempos de la evangelización del Nuevo Mundo.

El Papa Wojtyla ha realizado su gran empresa evangelizadora en Iberoamérica sobre todo con sus 13 viajes apostólicos, durante los cuales ha visitado todas nuestras naciones (algunas dos veces), menos Cuba: República Dominicana, México y Bahamas (25 de enero - 1 de febrero de 1979); Brasil (30 de junio - 12 de julio de 1980); Brasil, Argentina (10 de junio - 13 de junio de 1982); Costa Rica, Nicaragua, Panamá, El Salvador, Guatemala, Honduras, Belice y Haití (2 de marzo - 10 de marzo de 1983); República Dominicana, Puerto Rico (10 de octubre - 13 de octubre de 1984); Venezuela, Ecuador, Perú, Trinidad y Tobago (26 de enero - 6 de febrero de 1985); Colombia, Santa Lucía (1 de julio - 8 de julio de 1986); Uruguay, Chile, Argentina (31 de marzo - 13 de abril de 1987); Uruguay, Bolivia, Perú, Paraguay (7 de mayo - 19 de mayo de 1988); México, Curaçao (6 de mayo - 14 de mayo de 1990); Brasil (12 de octubre - 21 de octubre de 1991); República Dominicana (9 de octubre - 14 de octubre de 1992); Jamaica, México (9 de agosto - 16 de agosto de 1993).

Ahora el Papa se prepara para venir de nuevo a América en el próximo mes de febrero de 1996: del 5 al 11, visitará Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Venezuela. En 1997 vendrá a Brasil, Río de Janeiro, para la Jornada Mundial de la Familia y quizás en esa ocasión visite otras ciudades latinoamericanas.

Su primer viaje apostólico a América -era en absoluto el primero de su pontificado- lo quiso hacer siguiendo la ruta de Colón, es decir, la ruta de la evangelización; por eso, se dirigió a Santo Domingo. Pero en realidad la meta de su viaje era México, para inaugurar en Puebla de los Ángeles la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.

Al comienzo de su pontificado, Juan Pablo II se puso en seguida al corriente del estado de preparación de la Conferencia. Confirmó su convocación. Intervino en el perfeccionamiento del programa de la misma y desde el primer momento decidió ir personalmente a inaugurarla, comenzando así su itinerario de "Peregrino de la evangelización" por todos los caminos del mundo.

El 28 de enero de 1979, en Puebla, el Papa dirigió a la asamblea el discurso inaugural: una magistral alocución que influyó de forma decisiva en la Conferencia, iluminando con radiante luz el camino de la misma y sus conclusiones. El documento final lo recibió luego en Roma y lo presentó a los obispos latinoamericanos con una expresiva Carta del 23 de marzo de 1979, fiesta de Santo Toribio de Mogrovejo, a quien el Papa declaró después Patrono del Episcopado Latinoamericano.

Durante sus asiduos contactos con la gente en estas tierras iberoamericanas y en Roma (audiencias a grupos, encuentros con obispos en visita ad limina, cartas...), el Papa Wojtyla ha impartido y sigue impartiendo a los hombres y mujeres, a todas las Iglesias del continente, tantas y tan ciertas orientaciones doctrinales y pastorales que bien podemos decir que Juan Pablo II es el más grande profeta que han tenido los pueblos de América.

Pero Juan Pablo II ha sido sobre todo el Papa del V Centenario de la evangelización del Nuevo Mundo: el Papa que, con una fina intuición de la historia, ha sabido hacer de esa efeméride un evento evangelizador de grandes resonancias y de inmensa influencia en la marcha de la historia de la salvación de América.

El actual Pontífice, con la carta apostólica Decessores Nostri, dada en forma de Motu proprio (18 de junio de 1988), y con la constitución apostólica Pastor Bonus (37) sobre la reforma de la Curia romana (28 de junio de 1988), reestructuró y potenció la Pontificia Comisión para América Latina, señalando claramente su estructura, finalidades y competencias (38). El Santo Padre, sirviéndose luego de este Organismo de la Santa Sede, preparó la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que inauguró personalmente en Santo Domingo, el 12 de octubre de 1992. La Asamblea, orientada por el Papa con un formidable discurso, duró hasta el día 28 y produjo las Conclusiones que todos conocemos, el así llamado documento de Santo Domingo, cuya publicación fue autorizada por Su Santidad con la Carta dirigida, el 10 de noviembre de 1992, a los obispos diocesanos de América Latina.

Este distinguido auditorio no necesita que se le hable o informe de esta Conferencia, de la que muchos de los aquí presentes han sido protagonistas y todos, sin duda alguna, entusiastas y fieles receptores.

13. Santo Domingo ha dejado ya emplazadas a las Iglesias de América Latina para el Tercer Milenio, provocándoles a centrar cada vez más la atención en Jesucristo, "Evangelio del Padre" (39).

Ahora vendrá, en el año 1997 ó 1998, el Sínodo de América (de todo América: Norte y Sur). Y ¿qué significado o qué sentido tendrá esta asamblea episcopal en el camino hacia el gran Jubileo del 2000? Será un gran evento evangelizador, para provocar un encuentro con Jesucristo vivo. Pondrá a los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares del continente en tensión eclesial, suscitando en todos la inquietud de evangelizarnos cada vez más para hacernos evangelizadores, activos, inteligentes y eficaces, en el interior de los pueblos americanos y hacia el exterior de los mismos con la misión ad gentes. América se convertirá así en un continente evangelizador (40).

Si el primer milenio de la historia fue el milenio de la evangelización de Europa y el segundo ha sido el milenio de la evangelización de América (a partir, claro está, del año 1492) y de África (sobre todo en los últimos doscientos años), el tercer milenio será el de la evangelización de Asia, donde Jesucristo es todavía prácticamente desconocido, pues en ese inmenso continente del futuro apenas hay un dos o tres por ciento de católicos, en gran parte concentrados en Filipinas, que es la perla del catolicismo en el Pacífico, nación evangelizada por España a través de México, a finales del siglo XVI y en el XVII.

La Iglesia tiene que llevar la luz de Jesucristo a los pueblos de Asia, para realizar el mandato misionero universal que ha recibido de su Señor. Y ¿quién podrá hacer esto si no los misioneros del Perú y de otras naciones de por acá?

Se calcula que para los comienzos del tercer milenio en Iberoamérica estará la mitad de los católicos del mundo, con unos 1.100 ó 1.200 obispos. Este dato esperanzador indica el protagonismo que la Iglesia latinoamericana, y en general la Iglesia de América, está llamada a tener en los años 2000: su papel en la Nueva Evangelización rumbo al Tercer Milenio.

Decía el Papa, en su discurso a la III Reunión plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina: "en mis viajes (al Continente de la esperanza) he encontrado Iglesias vivas y dinámicas que, bajo la acción del Espíritu, se preparan también ellas para evangelizar a otros continentes. Para ello es necesario que Latinoamérica sea evangelizada aún más por numerosos y santos sacerdotes, religiosos y religiosas, bien centrados en su vocación, y que pueda contar también con un laicado adulto muy preparado, que participe de forma activa en las tareas apostólicas y en el campo sociopolítico, en orden a difundir sobre todo la cultura cristiana, de tal manera que "Jesucristo ayer, hoy y siempre" (cf. Heb 13,8), sea la vida y esperanza de América Latina (cf. Documento de Santo Domingo)" (41).

14. Termino, invitando a todos a sintonizar plenamente con las orientaciones de Juan Pablo II sobre la reconciliación y la evangelización para que, guiadas por él, las Iglesias de América sepan afrontar, con decisión y firmeza, los desafíos del presente y caminando juntas -(eso significa "Sínodo": "caminar juntos")- hacia "cielos nuevos y una tierra nueva" (ver 2Pe 3,13; Is 65,17; Ap 21,1), puedan atravesar gozosamente el "umbral de la esperanza", para entrar, con fe y gallardía, sin miedo ("No tengáis miedo..." (42)), en el Tercer Milenio de la historia de la evangelización.


Notas

1. Fue nombrado Obispo de Ciudad de los Reyes en 1580 y murió en 1606. [Regresar]

2. Cito la nueva traducción de la Biblia de América publicada recientemente en Madrid. [Regresar]

3. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 7. [Regresar]

4. Santo Domingo, título de la II parte. [Regresar]

5. Ver Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, 40. [Regresar]

6. Lug. cit. [Regresar]

7. Declaración de los Padres Sinodales, 26/10/1974, 4. [Regresar]

8. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 14. [Regresar]

9. Jean Comby, Deux mille ans d'evangélisation, París 1992. [Regresar]

10. Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, 17. [Regresar]

11. Juan Pablo II, Alocución al CELAM en la catedral de Puerto Príncipe, Haití, 9/3/1983, III. [Regresar]

12. Ver Juan Pablo II, Discurso a la I Asamblea plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina, 7/12/1989, 5. [Regresar]

13. Allí mismo, 4. [Regresar]

14. Juan Pablo II, Discurso del Papa a los obispos de Brasil, 18/10/1995, 5. [Regresar]

15. Juan Pablo II, Christifideles laici, 35. [Regresar]

16. León XIII, bula Cum diuturnum, 25/12/1898. [Regresar]

17. Quintin Aldea - Eduardo Cárdenas, La Iglesia del siglo XX en España, Portugal y América Latina, Barcelona 1987, pp. 469, 524-552. [Regresar]

18. Ver allí mismo, p. 521. [Regresar]

19. León XIII, carta apostólica Jesu Christi Ecclesiam. [Regresar]

20. Documento de Río, preámbulo. [Regresar]

21. Juan Pablo II, Mensaje al CELAM, 16/4/1995, 2. [Regresar]

22. Ver Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Comisión para América Latina, 23/6/1995. [Regresar]

23. Ver Cipriano Calderón, Iglesia con Pablo VI, Sígueme, Salamanca 1964, p. 57. [Regresar]

24. Pío XII, AAS (1958), pp. 947-952. [Regresar]

25. Quintin Aldea - Eduardo Cárdenas, ob. cit., p. 643. [Regresar]

26. Ver el artículo del Cardenal Sodano en L'Osservatore Romano, edición diaria en lengua italiana, 28/2/1993, p. 7. [Regresar]

27. Pío XII, Ad Ecclesiam Christi, 29/6/1955, 1. [Regresar]

28. Agradecemos por ello al Sr. Germán Doig, aquí presente, que haya puesto de relieve este documento en sus recientes y apreciadas obras De Río a Santo Domingo, Lima 1993, y Diccionario Río-Medellín-Puebla-Santo Domingo, Santafé de Bogotá 1994. El CELAM ha publicado el documento íntegro en el magnífico volumen Río de Janeiro, Medellín, Puebla, Santo Domingo. Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, Santafé de Bogotá 1994. En italiano el documento acaba de aparecer en Documenti della Chiesa Latinoamericana, Bologna 1995. [Regresar]

29. Ver Juan Pablo II, Mensaje con ocasión del cuarenta aniversario del Consejo Episcopal Latinoamericano, 16/4/1995. Ver también Javier Darío Restrepo, CELAM: 40 años sirviendo e integrando. Datos para una Historia, Santafé de Bogotá 1995. [Regresar]

30. Artículo 1. [Regresar]

31. Ver C.I.C., c. 360. [Regresar]

32. Pío XII, carta apostólica Decessores Nostri, preámbulo. [Regresar]

33. Se está preparando -para el Simposio histórico científico de que hablé antes- un estudio sobre la actuación de los obispos latinoamericanos en el Concilio Vaticano II, que continuó y llevó a término el Sucesor de Juan XXIII. [Regresar]

34. Ver Cipriano Calderón, Iglesia con Pablo VI, ob. cit., pp. 73-176, biografía de Giovanni Battista Montini. [Regresar]

35. Ver Cipriano Calderón, Crónica, en "Ecclesia", n. 1405, 1968, pp. 1283ss. [Regresar]

36. Ver L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 20/1/1995, p. 16. [Regresar]

37. Ver Juan Pablo II, constitución apostólica Pastor Bonus, 28/6/1988, artículos 83-84. [Regresar]

38. Ver Pontificia Comisión para América Latina, Documentos del Santo Padre Juan Pablo II, Ciudad del Vaticano 1994, pp. 7-25. [Regresar]

39. Ver Santo Domingo, I parte. [Regresar]

40. Ver Juan Pablo II, Mensaje al Señor Cardenal Josef Tomko, enviado pontificio al V Congreso Misionero Latinoamericano, 19/6/1995. [Regresar]

41. Juan Pablo II, Discurso a la III Asamblea plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina, 15/10/1993, 4. [Regresar]

42. Ver Juan Pablo II, Homilía en la misa del comienzo solemne de su ministerio de Pastor universal de la Iglesia, 22/10/1978; Discurso ante la Asamblea general de las Naciones Unidas, 5/10/1995, 16-18. [Regresar]