CONGREGATIO PRO CLERICIS

 

 

 

Universalis Presbyterorum Conventus

 

“Sacerdotes, forjadores de Santos

para el nuevo milenio”

siguiendo las huellas del apóstol Pablo

 

 

 

 

 

 

Mons. Sean P. O’Malley, O.F.M. Cap., Arzobispo de Boston

 

 

 

Laudes

 

20 octubre 2004

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Malta

 

 

 

 

 


 

 

     Vivimos inmersos en una cultura que modela nuestras mentes, nuestros sentimientos y nuestra conciencia. La cultura dominante nos inculca una preocupación prioritaria por el dinero, que contrasta fuertemente con lo que dijo Jesús: «No podéis servir a Dios y al Dinero». Demasiados son los que sirven al Dinero.

     La gente está sumergida en el materialismo. En Lituania, el Santo Padre definió al marxismo, con todos sus males, como hijo del capitalismo materialista, advirtiendo que, aunque el niño esté muerto, la madre goza de buena salud. En el mundo actual, estamos bajo el influjo del culto del éxito, en una sociedad en la que algunos de los que tienen más éxito son miserables. Me gustó siempre una camiseta que vi en las Islas Vírgenes que decía: «Gana el que tiene más dinero cuando muere».

     El uso de los medios de comunicación para promover el principio del placer y una vida de gratificación inmediata, en la abundancia, buena salud, belleza física, autonomía personal: todo ello está en contradicción con la conciencia de la fe que la Iglesia nos presenta como el modo primario del pensamiento, el sentimiento y la búsqueda de sentido en la vida. En el Antiguo Testamento, el pueblo judío tenía una conciencia primaria sobre la vida, el éxito y el fracaso. Todo quedaba en los límites de la fe en la promesa de Dios, su alianza y la Ley de Dios que había apartado a Israel de las demás naciones. Toda la vida es interpretada a través de este prisma de fe. Las prácticas religiosas del pueblo de Dios mantienen despierta esta conciencia en los corazones del pueblo, por medio de los ritos del Templo o la oración en la sinagoga, con la escucha de la palabra de Dios, el canto de los himnos y el rezo de los Salmos.

     El sábado convocaba al pueblo de Dios para que volviera a fijar su mirada sobre sus orígenes y su destino. Una vez presencié una celebración del sábado en una isla del Caribe, donde fui obispo. En el libro di oraciones judío se leía esta frase: «Más de lo que Israel ha guardado el sábado, el sábado ha guardado Israel». También nosotros necesitamos un sábado en nuestras vidas, para permanecer cerca de Dios y caminar en sus caminos.

     Los Salmos contribuyen en particular a modelar, según la promesa, la alianza y la esperanza del Mesías, la conciencia y las actitudes del pueblo judío. Los Salmos eran la oración de los anawim, de los profetas, de María y José, de Juan Bautista y Simeón, y también de Jesús y los apóstoles.

     El pueblo judío rezaba tres veces por día, para santificar el día, para caminar ante la presencia de Dios y preservar la conciencia de lo que era: el pueblo elegido de Dios. La primera generación de cristianos siguió la antigua costumbre judía de rezar a horas fijas y tuvo un amor especial por el Salterio. La liturgia de las horas aparece en el plan divino como un instrumento para modelar la conciencia y la vida de fe de la Iglesia.

     Los Salmos nos enseñan cómo ve, siente y reza el creyente. La liturgia de las horas nos modela en nuestra vida de fe y, en particular, nos llama a vivir con intensidad el misterio pascual. El año litúrgico, con sus distintos tiempos, las fiestas y las lecturas bíblicas nos ponen en contacto con el acontecimiento pascual, con una teología de la redención, redención que es rezada y revivida. Como sacerdotes, debemos esforzarnos por mantener en el centro de nuestras vidas el misterio pascual.

     La liturgia de las horas modela continuamente nuestras vidas en el misterio pascual y nos ayuda a superar expresiones y valores culturales que puede ser abrumadores. Un autor guatemalteco realizó una obra teatral sobre la vida de Edith Stein, una judía convertida que se hizo carmelita y luego fue asesinada en las cámaras de gas nazis. Durante la representación se observaba una contraposición constante entre el cuartel general nazi y el convento de las carmelitas. El diálogo de las hermanas me parecía muy poético; luego caí en la cuenta de que la trama de todo lo que decían eran frases tomadas de los Salmos, algo parecido a las Siete Últimas Palabras de Jesús, que son sobre todo alusiones a los Salmos.

     Quienes viven con los Salmos en sus labios modelan sus corazones y sus pensamientos con la Palabra de Dios.

     Cuando Ananías fue enviado para que hiciera ingresar a Pablo en la Iglesia, vaciló mucho y tuvo grandes sospechas sobre ese hombre que había perseguido a la Iglesia con tanto fanatismo. El motivo que recibió fue: Ve hacia él, «mira, está en oración» (Hch 9,11). Por medio de la oración, Pablo llegó al momento en que comenzó a ver, libre de la ceguera, no sólo de la ceguera exterior sino también de la ceguera espiritual. Todo el que reza comienza a ver, rezar y actuar. Como dice Ricardo de San Victor, «El amor es un ojo». La oración abre el ojo del amor.

     El Santo Padre ha dicho que debemos rezar para poder amar: siguiendo el ejemplo de Jesús, el obispo o presbítero, administrador de los misterios de Dios, es verdaderamente él mismo cuando es «para los demás». La oración le da una sensibilidad especial hacia esos «otros», que lo vuelve atento a sus necesidades, sus vidas y su destino. La oración nos permite reconocer a aquellos que «el Padre nos ha dado».

     La oración nos permite, pues, más allá de los innumerables obstáculos que tenemos que enfrentar, dar esa prueba de amor que debe ser ofrecida por la vida de cada sacerdote, de cada cristiano; y cuando parece que la prueba supera nuestras fuerzas, recordemos lo que el evangelista dice de Jesús en el Getsemaní.

     «Sumido en agonía, insistía más en su oración» (Lc 22,44).

     Durante nuestros momentos de soledad, miedo, aburrimiento, desilusión, ¡también nosotros debemos rezar con mayor insistencia!

     Una de las cartas sobre la Escritura de C.S. Lewis contiene una parábola en la que Satanás les pregunta a los jóvenes diablos aprendices cómo cuentan ganar almas para el reino de las tinieblas. El primer aprendiz dice que tiene pensado anunciar a la gente que no hay Dios y, por ello, pueden hacer cuanto les venga en ganas. Satanás dijo: «Nunca va a funcionar. La gente tiene un sentido religioso. El orden en el universo. El testimonio de los mártires. No. Nunca funcionará». El segundo diablo dijo: «Maestro, les diré que no hay infierno ni castigo por los pecados». Satanás volvió a replicar, con tono de desilusión: «No, no funcionará. La gente no es tan estúpida. Tiene sentido de la justicia y una sensación de que el delito debe ser castigado». El tercer diablo subió al estrado y declaró con mucha seguridad: «Les diré que tienen mucho tiempo... mañana ya podrán arrepentirse y cambiar. Gocen de este tiempo. Luego se arrepentirán». Satanás se sintió feliz, aplaudió y bailó de gozo.

     El oficio divino nos enseña que el tiempo es un bien precioso y debe ser consagrado a Dios. En el Antiguo Testamento, esta consagración tiene la forma de la alabanza. Oraciones de alabanza... laudes.

     Vemos que la gente tiende a rezar por pequeñas cosas si la oración es demasiado personalizada: a S. Patricio para encontrar un semáforo verde, a S. Antonio para encontrar las llaves del auto, a la Virgen para ganar o para obtener sobresaliente en un examen. San Pablo dice: «Nosotros no sabemos pedir como conviene» (Rm 8,26). La liturgia eleva nuestras almas a otro nivel; a veces podemos tener la sensación de que somos niños que juegan a disfrazarse con la ropa de sus padres. Las mangas cuelgan mucho más allá de la punta de los dedos, pero poco a poco crecemos en los sentimientos de los Salmos y la liturgia de las horas.

     Una alusión de Salinger en su libro Franny e Zooey a la oración de Jesús hizo que algunos se precipitaran a descubrir qué era esa práctica misteriosa. Muchos llegaron a conocer la Filocalía y algunos hasta descubrieron los Cuentos de un peregrino, un clásico de la espiritualidad rusa escrito en el siglo XIX, alrededor del tiempo de la guerra de Crimea y la emancipación de los siervos. Es un volumen fascinante que describe el viaje de un peregrino anónimo, un hombre de 37 años que tiene una mano paralizada y lleva una mochila con pocos pedazos de pan seco, su Biblia y la Filocalía. El peregrinaje y la búsqueda del peregrino comienzan cuando, al escuchar la lectura de la Carta de S. Pablo a los Tesalonicenses, graba en su corazón la frase «Rezad constantemente».

     Al instante, el peregrino decide que va a descubrir cómo se hace para rezar constantemente. Encuentra a un viejo monje que le dice lo siguiente: «El primer precepto establecido por el apóstol es que la oración debe tener prioridad sobre toda otra actividad. «Ante todo recomiendo que se hagan súplicas». Un cristiano debe hacer muchas buenas obras, pero, en primer lugar, debe rezar, porque sin la oración no es posible cumplir ninguna otra obra buena. Sin la oración no podemos encontrar el camino que lleva al Señor, no podemos entender la verdad, no podemos crucificar la carne y sus pasiones y placeres, nuestro corazón no puede ser iluminado por la luz de Cristo y no podemos unirnos a Dios para nuestra salvación. Nada de todo eso se puede lograr si antes no hay oración.» Luego el viejo monje citó a S. Isaac Sirio: «Primero hay que capturar a la Madre, y ella te traerá a sus pequeños.» Aprended primero el poder de la oración y la práctica de las demás virtudes seguirá.

     Los primeros cristianos discutían los mismos problemas que tenía el peregrino ruso que dejó su casa para ir en busca de la oración constante. La respuesta de la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, fue el desarrollo de la liturgia de las horas para ayudarnos a santificar el día y rezar constantemente sumergidos en la Palabra de Dios y la historia de la salvación y unidos a Cristo, Sumo Sacerdote, y la Ecclesia orans, es decir, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y, ahora, hasta muchos fieles laicos que rezan la liturgia de las horas por toda la Iglesia.

     Una vez le preguntaron a un padre del desierto por qué tantos jóvenes iban al desierto para hacerse ermitaños, pero luego abandonaban esa vida y volvían al mundo. El monje contestó que era como cuando un perro caza un conejo. Cuando otros perros oyen el ladrido y ven que el perro corre, también ellos comienzan a correr y ladrar, pero sólo persevera el perro que no pierde de vista el conejo. Los demás se cansan y se dejan caer al borde del camino.

     Nuestra oración es lo que nos centra en Cristo y nos da la energía de nuestra vocación. Nuestro rezo de la liturgia de las horas está conectado con el misterio pascual y nos ayuda en nuestra misión de ser testigos de la Resurrección y compartir esa perspectiva con la gente. La fidelidad a esta oración nos puede ayudar a permanecer en el camino de la santidad y a rezar en unión con Cristo y los sacerdotes de todo el mundo.