CONGREGATIO PRO CLERICIS

 

 

Universalis Presbyterorum Conventus

"Sacerdotes, forjadores de Santos

para el nuevo milenio"

siguiendo las huellas del apóstol Pablo

 

 

 

 

S. E. Mons. Csaba Ternyák

Secretario de la Congregación para el Clero

Adoración Eucarística – Meditación

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Malta

21 octubre 2004

¡Venerables Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio!

¡Queridísimos todos!

Adorando con alegría a Jesús presente en el Sacramento de la Eucaristía, me es grato ofrecerles esta reflexión centrada en la conciencia que la Iglesia, a la cual pertenecemos y servimos con nuestro sacerdocio "vivo por la Eucaristía". Como recientemente ha confirmado el Santo Padre en la Carta Encíclica, firmada el Jueves Santo de este año: "Esta verdad no expresa sólo una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia" .

1. El Apóstol Pablo - cuya memoria está tan fuertemente ligada a esta isla maravillosa (He 27 y 28) – nos ha transmitido en primer relato de la institución eucarística: "yo recibí del Señor lo que también les enseñé: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: "Tomen, coman. Esto es mi cuerpo que por vosotros es partido. Háganlo esto en memoria de mí". De igual modo, después de haber cenado tomó la copa, y dijo: "Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre. Cada vez que la beban, bébanla en memoria de mí" (1 Co 11, 23-25).

Esta transmisión de la verdad sobre la Eucaristía nos hace recordar y vivir en comunión con todos los sacerdotes que, a través de los siglos, han celebrado este Sacramento y se han detenido delante al Señor en oración ferviente; con su palabra y su ejemplo, nos han transmitido - a su vez - la verdad en el sacrificio eucarístico. Por tanto, la centralidad de la Eucaristía deberá aparecer, asimismo, en todo servicio ministerial, así como en toda nuestra vida.

Con gran humildad y sentido de profunda responsabilidad, reconocemos que la asamblea cristiana, reunida para la celebración de la Santa Misa, necesita absolutamente de un sacerdote ordenado que la presida para poder ser verdaderamente una asamblea eucarística. Sabemos bien, sin embargo, que el sacerdocio ministerial es un don que la comunidad cristiana recibe a través de la sucesión episcopal que nos remonta a los Apóstoles.

Es entonces que nuestro ministerio como sacerdotes, en la concreta economía de la salvación elegida por Cristo nuestro Salvador, manifiesta con toda claridad que la Eucaristía es un don que supera radicalmente el poder de la asamblea. El ministerio sacerdotal es insustituible porque enlaza auténticamente la consagración eucarística del sacrificio de la Cruz y la Última Cena.

Mediante este sacrificio eucarístico se realiza in persona Christi, es decir, en la específica y sacramental identificación del presbítero con el Sumo y Eterno Sacerdote. Él y solo Él sigue siendo el "autor y el principal sujeto de éste, su propio sacrificio, en el que verdaderamente no puede ser sustituido por nadie"

A la luz de esta verdad dogmática, es que se vuelven densas de significado las palabras de una gran pensadora de nuestro tiempo, Simone Weil: "el sacerdote católico es comprensible sólo si hay en él algo de incomprensible".

2. Conscientes de la profundidad de la doctrina católica, hoy consideramos nuevamente en la adoración al frente de Jesús, que la Eucaristía "es la razón de ser principal y central de nuestro sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y junto a ésta".

Hoy, las actividades del presbítero llegan a ser múltiples, especialmente frente a las condiciones religiosas, sociales y culturales del mundo actual, pero es el sacrificio eucarístico el verdadero centro del cual adquirir "la energía espiritual necesaria para afrontar las diferentes tareas pastorales".

Del Sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo surge, efectivamente, la energía de la caridad pastoral que realiza – como ha identificado el Concilio – el vínculo de la perfección sacerdotal.

Nuestra vida y actividad ministerial, confirmadas y unificadas por este vínculo, podrán afrontar los desafíos de la división, del desaliento y desilusiones, ya que constituyen inconvenientes de ahora en todo sacerdote, reconociendo las actuales circunstancias.

En la celebración eucarística cada uno de nosotros sepa, entonces, buscar para hacer tesoro del amor del Buen Pastor que "da su vida por las ovejas" (Jn 10, 11); además sepa encontrar en Él la fuerza para no abandonar el rebaño, huyendo cuando sobrevengan las dificultades; sepa con Él, uniéndose a Su ofrecimiento, hacer el dono de la propia existencia, con sus valores y sus debilidades, con la finalidad de que los fieles "tengan vida, y para que la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).

En dicho sentido es bastante significativa la afirmación del Santo Padre, que en la Encíclica "Ecclesia e Eucharistia" afirma: "Cuando pienso en la Eucaristía, mirando mi vida de sacerdote, de Obispo, de Sucesor de Pedro, me viene espontáneamente el recuerdo de los varios momentos y lugares en los que me fue posible celebrarla".

También nosotros comprendemos cuanto es importante para nuestra vida espiritual y ministerial, además de serlo para el bien de la Iglesia y del mondo, el celebrarla diariamente. Comprendemos además nuestra gran responsabilidad, partícipe de la celebración eucarística: nosotros debemos asegurar – ¡celebrándola in persona Christi!un testimonio constante y un servicio de comunión no sólo para la comunidad que participa directamente, sino también para la Iglesia universal que siempre está llamada cuando es celebrado el sacrificio eucarístico.

3. Todos nosotros recordamos que la anécdota de la vida del santo Vicario de Ars: un campesino estaba delante del Santísimo y alguien le preguntó: "¿qué haces aquí todas las mañanas?". Y él respondió con gran simplicidad: "Miro a Dios y Dios me mira". A este Santo le gustaba recordar frecuentemente este hecho y repetía, entre lágrimas: "él miraba a Dios y Dios le miraba: ¡en esto consiste todo, hijos míos!".

Lo central de la Eucaristía en la vida de la Iglesia, y en nuestro ministerio sacerdotal, deberá aparecer no sólo en la celebración digna y reconocida del Sacrifico in persona Christi, sino además en la frecuente adoración de Jesús en el Sacramento de la Eucaristía de manera que, nosotros como presbíteros, aparezcamos como modelo para los fieles incluso en la fe respetuosa y plena del amor en Cristo.

¡Tenemos necesidad de volvernos sacerdotes más respetuosos! Por esto, definir el presbítero un adorador, quiere decir que él es una persona para la cual la adoración se vuelve un elemento constitutivo casi natural del corazón, como se convierte con la mente: por la humildad de la fe, por la obediencia a la Iglesia, y por la sumisión gozosa del Señor cuya ley es la salvación y cuyos preceptos son la verdad.

Estando en contemplación delante de Jesús, su mirada se dirige a cada uno de nosotros. Él llama por su nombre a cada sacerdote "con la mirada amorosa y dispuesta, come la que se poso en Simón y Andrés, en Santiago y Juan, en Natanaél, cuando estaba debajo de la higuera, en Mateo, sentado en el banco de los tributos". Desde la Eucaristía, Cristo no se cansa de buscar y llamar. El sacerdote, que se detiene frecuentemente a adorar, percibe esta voz de patrón y se debe sentir responsable para que ésta resuene y alcance a muchas personas generosas: ¡nuestro testimonio de "apóstoles" cuenta mucho más de cualquier otro medio!

"La fe y el amor por la Eucaristía, no pueden permitir que la presencia de Cristo en el Tabernáculo se quede solitaria", como nos ha recordado el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros. Y el mismo documento nos invita a celebrar la Liturgia de las Horas - siempre que ello sea posible – como un momento privilegiado de la adoración eucarística, ya que durante el día ésta constituye la prolongación del sacrifico de alabanza y agradecimiento que ocupa el centro y la fuente sacramental en la Santa Misa .

"Un sacerdote delante del tabernáculo – escribía el Beato Papa Juan XXIII, reportando sus palabras de su predecesor – en actitud digna y con profundo recogimiento, es un modelo de edificación, una advertencia y una invitación a la emulación de quien reza por el pueblo"

Tanto la Eucaristía celebrada y adorada con dignidad y profundidad espiritual se vuelve, entonces, en fuente de santidad que plasma nuestra persona y nuestro ministerio haciéndonos "forjadores de santos".

En la Eucaristía y por medio de ésta, Cristo invita a cada uno de nosotros a realizar la propia santificación con el nuevo impulso sacerdotal: "Todo empeño de santidad, toda realización de los planes pastorales debe sacar la fuerza necesaria del Misterio eucarístico y hacia ello debe orientarse por ser su cumbre".

No se trata de inventar una nueva manera de ser sacerdotes, ya que el sacerdote de mañana y no menos el de hoy, deberá parecerse a Cristo, Único y Sumo Sacerdote. Jesús realizó en sí mismo la fisonomía definitiva del presbítero, constituyendo el sacerdocio ministerial del cual los Apóstoles fueron los primeros a ser investidos; esto está destinado a durar, a reproducirse incesantemente en todos los períodos de la historia. También en el año 2000, la vocación sacerdotal sigue siendo el llamado a vivir el único y permanente sacerdocio de Cristo.

No se trata ni siquiera de inventar un "nuevo programa": ya que éste "es el de siempre, recogido del evangelio y de la Tradición viva. Este se centra, en última instancia, en Cristo mismo para conocer, amar, imitar, y para vivir en Él la vida trinitaria, además de transformar con Él la historia hasta su cumplimiento en la Jerusalén celeste.

Verdaderamente, se trata de saber vincular con coraje y en concordancia con el misterio de la Encarnación, la identidad proveniente del Único y Eterno Sumo Sacerdote, con nuestra humanidad, que vive en diversos contextos culturales y sociales. De esta manera, incluir en sí la multiplicidad de dones y la capacidad ofrecida a Cristo para que Él pueda hablar, actuar y amar a través de nosotros. Esta es nuestra verdadera identidad sacerdotal, la que nos permite ser sacerdotes auténticos, l’alter Christus para hoy, sin quitarle nada de lo que nos pertenece como hombres de nuestra generación.

Quiera el Señor, especialmente en este Año Eucarístico, transformar nuestro corazón sacerdotal para que de dicha identidad se realice una posesión viva y perenne, dándonos un testimonio que glorifique a Dios y nos ayude a conseguir la salvación.

Con Santo Tomás, podemos concluir, rezando:

"Buen pastor, verdadero pan.

Oh Jesús, ten piedad de nosotros:

nútrenos y defiéndenos,

condúcenos al bien eterno

en la tierra en la que vivimos". Amén