CONGREGATIO PRO CLERICIS

 

 

Universalis Presbyterorum Conventus

"Sacerdotes, forjadores de Santos

para el nuevo milenio"

siguiendo las huellas del apóstol Pablo

 

 

 

Card. Cormack Murphy O’Connor, Arzobispo de Westinster

Homilía

 

 

Malta

21 octubre 2004

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Me siento muy honrado de hablares hoy sobre un tema tan importante para todos nosotros, como lo es el sacerdocio de Jesucristo. Cuando el Concilio Vaticano II acababa de terminar, fui nombrado secretario de un obispo en el sur de Inglaterra, quien había estado en Roma esos años tan significativos y había regresado lleno de entusiasmo por los frutos del Concilio.

Predicaba y hablaba en especial sobre el papel nuevo e importante de los laicos, que era la consecuencia de su bautismo en Jesucristo. Hablaba también de la idea más clara del papel del obispo que el Concilio Vaticano había discutido con gran profundidad teológica. Me acuerdo que a mi vez le dije: "¿Pero que dice de mí, del sacerdote? ¿Cuál es su papel? ¿Cuál su identidad?" Y recuerdo que leí entonces por primera vez el documento Presbyterorum ordinis y me quedé un poco decepcionado.

Me parece que en los años que siguieron al Concilio reinaba cierta confusión. Se investigaba nuestro sacerdocio desde dos puntos de vista, uno que podríamos llamar "sacerdocio desde lo bajo" y el otro, "sacerdocio desde lo alto". En el primero, el Concilio habla del sacerdocio de todos los fieles. En el documento Lumen Gentium, leemos que "Aunque el sacerdocio ministerial y el sacerdocio de todos los fieles tengan una diferencia esencial y no sólo de grado, el sacerdocio de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico están ordenados el uno al otro" (cf. LG 10). Este aspecto del sacerdocio es explorado en la perspectiva del servicio a la comunidad que surge de la comunidad misma y tiene sentido sólo en relación a la comunidad.

La otra vertiente importante de Lumen Gentium se refiere a la Iglesia como jerarquía. Para mostrar el enfoque, alcanza con decir que, en el capítulo 3 del documento, diez de los doce párrafos se refieren a los obispos, uno a los presbíteros y uno a los diáconos. Es decir que el presbiterado es presentado en relación al obispo. El capítulo contiene expresiones hermosas referidas a los obispos: "El Obispo, cualificado por la plenitud del sacramento del orden, es el administrador de la gracia del sumo sacerdocio" (LG 26). Del presbítero se dice que participa en el sacerdocio del obispo; pertenece al "segundo orden", mientras que el obispo posee la plenitud del ministerio pontifical.

De esta manera , es como si, en Lumen Gentium, la identidad del presbítero fuera considerada, por un lado, con referencia al sacerdocio de todos, y por otro, como participación en el sacerdocio del obispo, quien ha recibido su oficio de Cristo. Por un lado, se da una imagen del presbiterado desde abajo, es decir, desde la comunidad. Por otro, es un presbiterado desde arriba, transmitido, como una suerte de asignación de poderes. Me parece que, según el Concilio, la identidad del presbítero ha quedado como suspendida en el medio.

Hace algunos años estuve de vacaciones en Irlanda con un sacerdote amigo. Llegamos a un pueblo en el que había una plaza y dos pequeños hoteles. Un hombre estaba sentado al borde del camino con una pipa en la boca y me dirigí a él preguntándole: "Somos forasteros. Quisiéramos comer. Aquí hay dos hoteles. ¿Cuál de ellos nos recomienda?". Quitándose la pipa de la boca, me contestó: "Bueno, es que, cuando uno elige uno, hubiera querido escogido el otro". No fue una gran ayuda. Y, algunas veces, se tiene una sensación parecida ante el sacerdocio.

En Pastores Dabo Vobis, Juan Pablo II atestigua la confusión en lo referente a la identidad del presbítero después del Vaticano II. "La conciencia correcta y profunda de la naturaleza y la misión del sacerdocio ministerial es el camino que hay que tomar para salir de la crisis de la identidad sacerdotal, surgida en los años que siguieron inmediatamente al Concilio. Es como si el Sínodo de 1990 hubiera vuelto a descubrir la identidad sacerdotal en toda su profundidad".

Al reconocer la crisis, el papa Juan Pablo II la supera por medio de su enseñanza, con la que vuelve a arraigar la identidad sacerdotal en una teología de la Trinidad y la Cruz y a recordar a la Iglesia la conformación del sacerdote a Jesucristo, el Sumo Sacerdote.

En la lectura de hoy, escuchamos las palabras de la Carta a los Hebreos: "Pero ahora Cristo se ha presentado como sumo sacerdote de los bienes futuros (...) ¿Cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto al Dios vivo?" (Hb 9,11.14).

La Iglesia Católica siempre ha enseñado que, hace 2.000 años, el Hijo de Dios, Jesucristo, se encarnó, nos reveló el misterio de la vida de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo, murió en la cruz por nuestros pecados y resucitó y vive con nosotros enseñando y gobernando hasta el fin de los tiempos.

Jesús afirmó que permanecería con nosotros hasta el fin de los tiempos y por medio de nuestra ordenación, por medio de la ordenación sacerdotal, hemos sido configurados a Él, en su vida, de una manera muy especial. Mientras que todo el pueblo de Dios, por medio del bautismo, participa en el sacerdocio de Cristo, el ministerio ordenado del presbítero es un don único y especial a su Iglesia. Celebramos la esencia de ese don en el misterio de la Santa Eucaristía. Jesús dice: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo" (Jn 6,51).

¿Quién dará el pan de la vida al pueblo de Dios y al mundo, sino aquel que ha sido ordenado para ello? La Palabra de Jesús, el sacrificio de Jesús, la vida de Jesús es lo que se presenta y se da al pueblo de Dios para alimentarlo. ¡Qué privilegio e identidad extraordinaria para el presbítero! Predica esa Palabra que alimenta al pueblo de Dios. Preside la Santa Eucaristía, Sacrificio y Sacramento de Jesús ofrecido por nosotros en la cruz, ofrenda y sacrificio que, nuevamente, son presentados y centrados por nosotros en el misterio de la Misa.

Queridos hermanos en el sacerdocio: ¡Nunca dudéis de vuestro presbiterado! Nunca dudéis del privilegio y el don que os han sido dados con la imposición de las manos y el don del Espíritu Santo.

Me conmuevo siempre, en ocasión de la fiesta de San Gregorio, al leer en el oficio de las lecturas las reflexiones de Gregorio sobre su ministerio. San Gregorio dice que todo presbítero, guardián u obispo, debe vivir una vida en las alturas, para poder velar sobre un espacio amplio. Y luego habla de sus debilidades, de sus distracciones, consciente de su debilidad. Y concluye con este texto maravilloso: "¿Quién soy? ¿qué guardián soy? No estoy en la cumbre de la perfección. Más bien me consumo en lo profundo de mi debilidad. Y, sin embargo, el creador y redentor de la humanidad puede darme, por muy indigno que yo sea, la gracia de ver la vida por entero y poder hablar eficazmente de él. Por amor a él, no escatimo esfuerzos para predicarlo".

En mi opinión, se trata de una descripción maravillosa de lo que somos: la manera en que, como presbíteros, podemos ver la vida en su totalidad. Es lo que nos permite darnos por entero en la predicación de la verdad de Cristo y esforzarnos por vivirla.

Queridos amigos, no son éstos tiempos fáciles para ser sacerdotes. Pero nunca fue fácil recibir tan solemne responsabilidad. Llevar la buena nueva a los pobres. Sanar los corazones quebrados. Proclamar la libertad a los cautivos. Libertad a los que están presos. Consolar a los afligidos. Predicar la buena nueva. Y los retos que se nos presentan son muy grandes. Creo que jamás , jamás deberíamos desalentarnos y comprender siempre nuestra identidad como configurada a Jesús, modelo de todos nosotros. Para él las pruebas y los sufrimientos de su vida formaban parte de su vocación como Hijo del Padre, Redentor del mundo.

En especial son dos los pensamientos que quisiera dejaros. He hecho este año un retiro espiritual, durante la cuaresma, en un monasterio donde se leía una inscripción: "Un buho estaba posado sobre un roble. Cuanto más callaba, más sabía; cuanto más sabía, más callaba". Para mí, el mensaje era como si me hubieran dicho: "No descuides tu vida espiritual". No descuidemos el tiempo de la oración, cuando estamos en silencio ante la palabra de Dios y escuchamos. Es imposible que nosotros los sacerdotes podamos hablar de Dios, de Jesús, si no estamos en comunicación con Él; si no lo escuchamos; si no hablamos desde nuestros corazones, nuestra misma fe, nuestra misma vida, nuestra experiencia de Él. No olvidéis que, realmente, toda la vuestra vida es vida espiritual. La palabra de Dios, la liturgia, en especial la Misa, la construcción de la comunidad, de la parroquia, vuestro servicio al pueblo: son todos elementos de vuestro discipulado. Ésta es la manera especial en que se vive la espiritualidad del sacerdote. Se trata de una espiritualidad y una identidad que implica la dedicación de toda vuestra vida, con todos sus altibajos, sus tristezas y alegrías. El Señor ha prometido: "Tendréis vuestra recompensa".

El segundo pensamiento que quisiera dejaros se refiere a la idea que San Pablo expresa de muchas maneras al dirigirse a los Efesios y también en su primera carta a Timoteo: "Preocúpate por ti mismo". Es lo que quiero deciros hoy a todos vosotros: "Preocupaos por vosotros mismos". No me refiero a la alimentación, al alojamiento o al indumentario y ni siquiera al descanso y las distracciones. Deseo que vuestra casa sacerdotal sea un hogar que hable de la vida. De vez en cuando, comed con otros sacerdotes o amigos. Tened intereses sanos, ya sea la música, el arte, el deporte, o lo que fuere. Estamos llamados a vivir una vida humana, porque el sacerdote evangeliza no sólo con sus palabras y acciones, sino a través de esa misma persona humana que es. Es eso, me parece, ser un alter Christus, otro Cristo, y vivir el ministerio in persona Christi Capitis. No llevamos a cabo tanto por lo que decimos o hacemos, sino por lo que somos.

Por este motivo, quisiera agradeceros a todos por todo lo que cumplís en vuestra vida de pastores, de sacerdotes de Jesucristo. No tengáis temor a los tiempos en que vivimos. El Señor está con nosotros. Después de todo, ¿no somos testigos de alguien cuya vida terminó con la muerte en la cruz y la resurrección para una vida nueva? Deseo que vuestro sacerdocio esté lleno de fervor, alegría y esperanza en el Espíritu Santo. Y estoy convencido de que podemos hacerlo si nos abrimos a Dios, si rezamos, si nos damos a nosotros mismos como seres humanos a nuestro pueblo, si cuidamos a los enfermos y a quienes necesitan de manera especial nuestra guía.

Nunca dudéis del don de Dios en nuestro sacerdocio, porque estamos cerca de Jesucristo y somos ministros del pan de vida que es Él. "Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron: el que coma este pan vivirá para siempre" (Jn 6,58).