Capítulo VII

La formación de alumnos mexicanos en el extranjero

Si el periodo que va de 1910 a 1940 fue especialmente agitado para la vida política y social de México, para la Iglesia significó hacer un esfuerzo más allá de sus posibilidades. La formación del clero diocesano en países extranjeros fue una alternativa, que no siempre estaba al alcance de los recursos económicos de todas las diócesis; y, dentro de esas disyuntivas, tres se revela­ron como las principales: el Colegio Pío Latino Americano de Roma, la fundación de un seminario interdiocesano y, la última, solución desesperada y puntual, sacar a los seminaristas del país, en perenne agitación, para salvaguardar su vocación y asegurarles unos estudios dignos. Esta última posibilidad se dio gracias a la generosidad de los prelados españoles que, a causa del conflicto religioso de 1926 por la implantación de la ley Calles, abrieron sus seminarios a los alumnos mexicanos.

 

1. El Colegio Pío Latino Americano de Roma

América Latina padecía, desde mediados del siglo XIX, la escasez de clero y no sólo eso, sino que se veía necesitada de sacerdotes instruidos, de sólida piedad, que pudieran orientar un movimiento de renovación moral y espiritual. La supresión de la Compañía de Jesús había dejado un hueco difícil de llenar; no sólo México había resentido ese vacío notable en la formación de los sacerdotes diocesanos, sino que, en su conjunto, Iberoamérica necesitaba de un espacio formativo sólido para las vocaciones que llegaban a los seminarios. Las situaciones que habían enfrentado las jóvenes Repúblicas al separarse de España, no habían dado tregua para formalizar una acción de dicha envergadura. La ocasión vino gracias a la iniciativa del sacerdote chileno monseñor José Ignacio Eyzaguirre[1] (1817-1875) que propuso al papa Pío IX la creación de un colegio-seminario para la formación de los futuros sacerdotes de las naciones latinoamericanas. En una carta a Pío IX dicho sacerdote se expresaba en los siguientes términos:

El sacerdote José Ignacio Eyzaguirre, de la República de Chile, hace presente a Vuestra Santidad que, –habiendo conocido por experiencia directa el estado del clero en diversas provincias de la América española y portuguesa, y unido al fuerte influjo que él ejercita sobre el pueblo cristiano que dirige– sería, según su parecer, un servicio muy oportuno y provechoso para la Iglesia Católica aquel que vendría de establecer en la metrópolis del catolicismo un seminario, donde los jóvenes, que más se distinguen entre aquellos que se disponen a abrazar el estado eclesiástico en los seminarios episcopales, vinieran a cumplir sus estudios de filosofía, teología y derecho bajo la misma constitución dada por vuestra santidad a su nuevo seminario Pío.[2]

Pío IX apoyó inmediatamente la iniciativa y el seminario latino americano fue inaugurado oficialmente el día 21 de noviembre de 1858. Se le llamó al principio Colegio Americano del Sur o Colegio Latinoamericano, pero en 1867, en una visita del papa Pío IX al colegio en su tercera sede en San Andrés del Quirinal,[3] un alumno solicitó que se le diera el nombre de Pío al colegio; el papa aceptó gustoso y agradecido el gesto[4] y desde entonces ostentó el nombre de Colegio Pío Latino Americano de Roma.[5] Al principio, se encargó la dirección del colegio al padre Eyzaguirre, pero en el mismo mes de su fundación oficial fue entregado al cuidado de los padres jesuitas por iniciativa del propio Pío IX.[6]

Los primeros años fueron muy difíciles para el colegio porque tuvo que enfrentar muchos problemas y altibajos como la pobreza de las diócesis latinoamericanas, la dificultad del transporte que redundaba en detrimento del pago puntual de los alumnos, la indisciplina y desobediencia de varios seminaristas, la muerte por enfermedad de varios otros, la escasez de alumnos debido sin duda a los costes, etc.[7] Todo esto creó un clima de prevención tanto en los padres jesuitas como en los obispos; y se sumó a la tensión generada entre el fundador del colegio y los directivos del mismo, ya que cuando se tomaron medidas disciplinares contra los alumnos insubordinados, el fundador estaba en discrepancia con los jesuitas. Sin embargo, estos graves problemas iniciales pudieron sortearse gracias a la pericia y experiencia de los padres de la Compañía, habituados a estas lides.[8]

Cabe señalar que desde 1859, o sea al siguiente año de la fundación del colegio, los seminaristas mexicanos empezaron a formar parte de este selecto grupo de alumnos.[9]

La posibilidad de formar sacerdotes doctos y santos en ambiente romano, para México, se vio reforzada por los frutos que daban los primeros alumnos educados en Roma; quizá el grupo más significativo de éstos lo constituyó el encabezado por el padre Antonio Plancarte y Labastida quien, el año de 1876 se dirigió a Roma para llevar un grupo de alumnos del seminario de Zamora para cursar los estudios eclesiásticos. En ese grupo iban, entre otros, Juan Herrera y Piña, futuro obispo de Tulancingo y arzobispo de Linares. José Mora y del Río, después obispo de Tulancingo y arzobispo de México. Francisco Orozco y Jiménez, que fue obispo de Chiapas y arzobispo de Guadalajara. Al año siguiente, ingresó al colegio Ramón Ibarra y González, que sería obispo de Chilapa y primer arzobispo de Puebla. En 1881 entraban al colegio Leopoldo Ruiz Flores, quien después fue obispo de León, arzobispo de Linares, de Michoacán y delegado apostólico y Antonio Paredes, que fue sabio maestro del seminario mexicano y controvertido vicario general durante la persecución carrancista. En 1883, Martín Tritschler y Córdova, último obispo y primer arzobispo de Yucatán, etc. Estos jóvenes clérigos, que regresaron a su país antes de finalizar el siglo XIX, fueron después los dirigentes de una Iglesia en conflicto con el Estado.

La sabia dirección de los padres jesuitas daba sus frutos: el 1 de abril de 1905, por iniciativa de Pío X mediante la Letras Apostólicas «Sedis Apostolicae»[10] concedía al colegio el título de Pontificio[11] y confiaba in perpetuum la dirección del colegio a la Compañía de Jesús.[12] Al mismo tiempo, a través de estas Letras Apostólicas se dotaba al Colegio de unas reglas que habrían de regir su caminar.

Como hemos visto en capítulos anteriores, la vida del Pío Latino, en muchos sentidos orientó e inspiró la vida de los centros de formación eclesiásticos mexicanos; los motivos eran que dicho seminario había sido fundado especialmente para ayudar a las diócesis latinoamericanas a formar su clero con un buen nivel académico y con una seriedad disciplinar y espiritual, aspectos que los padres jesuitas ofrecían al dirigir el colegio y al mandar los alumnos a la Universidad Gregoriana. Los obispos enviaban cada vez más alumnos a prepararse para ejercer su ministerio; al regresar de Roma, para muchos, su trabajo consistió en ayudar en la formación de los futuros sacerdotes en los seminarios. También la persecución obligó a los obispos a buscar esta salida, al menos para algunos seminaristas.

A través de este sencillo cuadro nos podemos dar cuenta de la evolución de los alumnos mexicanos matriculados en el Pío Latino durante el periodo de 1900 a 1940:[13]

 

Año

Nº de alumnos

Año

Nº de alumnos

1900

3

1920

14

1901

6

1921

17

1902

11

1922

15

1903

6

1923

9

1904

5

1924

25

1905

6

1925

42

1906

3

1926

31

1907

5

1927

14

1908

6

1928

32

1909

8

1929

9

1910

11

1930

9

1911

6

1931

9

1912

6

1932

9

1913

10

1933

22

1914

6

1934

13

1915[14]

1

1935

16

1916

-

1936

21

1917

-

1937

17

1918

-

1938

24

1919

5

1939

3[15]

 

 

1940

-

Total

455

1. 1. De 1900 a 1910

1. 1. 1. Los frutos del Concilio Plenario para el Pío Latino

La presencia de los prelados más importantes de América Latina en el Colegio, donde se había celebrado el Concilio Plenario, no podía ser sino favorable a la misma vida del Colegio, ya que se puso en la mira de toda la Iglesia Latinoamericana que cele­brara por primera vez en su historia una reunión para poner en común sus preocupaciones y necesidades. A la vez, los obispos tuvieron la oportunidad de conocer a fondo la precaria situa­ción económica por la que atravesaba la institución, pues se presentó un Memorial a los obispos asistentes sobre la situación económica del mismo. La idea de los padres responsables del Colegio era promover el envío de seminaristas de todas las diócesis latinoamericanas para poder sostener así un nivel de vida y de formación eclesiástica decorosa y también dar la oportunidad al clero de formarse al calor de la Cátedra de Pedro. Los padres conciliares tomaron tan en serio esta propuesta que decidieron incluir un número especial para el cuidado práctico del Colegio Pío Latino; quedó pues incluido en el Título XI: De celo por el bien de las almas y de la caridad cristiana, el capítulo VII: De la protección al Seminario Pío Latino Americano de Roma y su sostenimiento.[16] Con este número querían comprometerse y comprometer a sus futuros hermanos en el episcopado a enviar alumnos al Colegio.

1. 1. 2. ¿También niños en el Colegio?

En el siglo XIX, el Colegio recibía niños pequeños, como el caso de Juan Herrera y Piña que entró a los 11 años o Guillermo Tritschler a los 10 años.[17] No era poca la dificultad que esto presentaba; los padres tenían que encargarse de todo y los obispos, dado lo costoso de la formación, tenían miedo de que sus alumnos no perseveraran y además, los alumnos más pequeños no siempre soportaban el ritmo de estudio y oración impuesto. El padre Medina Ascencio, en su Historia del Colegio Pío Latino Americano comentando el reglamento de 1905, dice que se restringía la entrada a niños menores; se aceptaban no más de diez alumnos con trece años cumplidos para que hicieran el curso de latín en uno o dos años y se pedía a los obispos mandar a los que tuvieran más «asentada su vocación al sacerdocio.»[18] Estas iniciativas de volver a lo que había dado buenos resultados en el siglo XIX pronto iban a resurgir en el Colegio.

Durante el periodo de 1901 a 1907, estuvo en el rectorado del Pío Latino, el padre Luis Capello.[19]

1. 1. 3. Grandes celebraciones por el cincuentenario del Colegio

En 1908 el colegio celebró con grandes fastos sus cincuenta años de fundación. Pío X escribió recordando los grandes beneficios que la institución había prestado a la Iglesia de América Latina. Para la celebración se invitó a todos los obispos y sacerdotes ex alumnos. De México asistieron los exalumnos monseñor Francisco Orozco, obispo de Chiapas y monseñor Ignacio Montes de Oca, obispo de San Luis Potosí. El día del aniversario, 21 de noviembre de 1908, la misa pontifical fue presidida por el brasileño, cardenal Joaquín Arcoverde,[20] primer ex alumno del colegio elevado a la púrpura cardenalicia; acompañó la celebración el cardenal José de Calasanz Vives y Tutó,[21] protector del colegio. Se ofreció una magnífica comida; el papa Pío X se hizo presente a través de un telegrama cuyo texto decía:

Su Santidad hace votos para que el Colegio Pío Latino Americano, manteniéndose siempre fiel a sus gloriosas tradiciones, prosiga con siempre mayor éxito y eficacia en la obra edificante de la formación del clero, conforme a las disposiciones pontificias…[22]

1. 1. 4. Información sobre el Colegio en 1908

Sin embargo, a pesar de las fiestas el Colegio Pío Latino vivía momentos difíciles; el esplendor de las celebraciones ocultaba una realidad bastante dura. Así lo atestigua una información llegada a la Congregación Consistorial el mismo año del cincuentenario.[23]

La situación de este Colegio, aunque aparentemente sea brillante, es en realidad muy crítica, porque en su interior hay graves males que es necesario remediar si se quiere salvar la institución y hacer que produzca los frutos que hay derecho para exigir de un establecimiento que tiene cincuenta años de existencia y que ha costado grandes sacrificios.[24]

En la opinión del informador anónimo, toda la solicitud mostrada por la Santa Sede al Colegio y todo el esfuerzo y la benevolencia de los prelados latinoamericanos era lo que había evitado la clausura, creía que era necesario reformar todo aquello que no andaba bien en la institución. Luego pasaba a analizar lo que a su juicio no estaba funcionando bien: en cuanto a la dirección –según su criterio– los superiores del Colegio, con excepción de los profesores, carecían de las cualidades necesarias para desempeñar bien sus cargos, pues, por ser extranjeros,[25] ignoraban el idioma español y el portugués; por lo tanto, no podían conocer a las personas, necesidades, usos y caracteres de la América Latina. A los alumnos nuevos, por tanto, les era casi imposible entenderse con sus superiores, incluso con el padre espiritual. Además, el cambio continuo de superiores acarreaba trastornos al Colegio, pues con el cambio de superior cambiaba el rumbo y la orientación, en definitiva, la marcha del establecimiento; esto producía un pésimo efecto en los obispos americanos. Luego, los diversos ramos de la administración, estaban, por lo general concentrados en el rector, lo que hacía que todo estuviera mal atendido, amén de debilitar la autoridad que debiera tener el rector.[26] Y continuaba la información describiendo las dificultades:

En los últimos tiempos se han establecido en el Colegio dos obras de propaganda, un oratorio festivo y una especie de centro militar,[27] las que, aunque óptimas en sí mismas, son perjudiciales para el Colegio porque se han desarrollado demasiado y quitan mucho tiempo a los Superiores; estas obras u otras de esta naturaleza, no pueden aceptarse en el Colegio sino en escala muy reducida y solamente con el fin de que los alumnos sacerdotes se ejerciten un poco en el sagrado ministerio.[28]

El visitador pensaba que los superiores del Pío Latino debe- rían esmerarse en su trato con los obispos latinoamericanos, pues por faltar las consideraciones para con ellos, se había perdido una valiosa protección de numerosos prelados. Por lo que el informador sabía, en ese momento los superiores del Colegio no cultivaban las relaciones con los numerosísimos padres jesuitas que había en América, ni con los ex alumnos del Colegio; con lo cual, privaban a éste de los beneficios que podrían obtenerse si dichas personas le hicieran propaganda.[29]

En cuanto a la formación eclesiástica, según la opinión de este informador, desde aproximadamente 1898 a la fecha (1908), faltaba en el Colegio un padre espiritual de primer orden, hábil consejero que con cariño y firmeza ayudara a los alumnos a superar las luchas contra su vocación y les enseñara el camino de la virtud. También pensaba que se debía tener cuidado en la selección de los prefectos de cameratas[30] puesto que los padres del Concilio Plenario de América Latina ordenaron que sólo fueran jesuitas, cosa que en el momento no sucedía. Por otro lado las prácticas de piedad y los ejercicios espirituales debían mejorarse, lo mismo que las exhortaciones espirituales que casi nunca se hacían a los alumnos.[31]

Se daba la voz de alarma en cuanto al abuso de licores, posesión de libros con fotografías inconvenientes, cartas, etc., e invitaba a tomar medidas enérgicas para evitar que los alumnos fueran a hosterías y restaurantes, como lo hacían clandestina­mente tanto en Roma como en vacaciones, ya que se había comprobado que estos elementos habían causado estragos en los alumnos.[32] El visitador proponía abolir por completo las representaciones teatrales en que tomaban parte los alumnos «con trajes de carácter, porque rebajan la dignidad eclesiástica y perturban el criterio.»[33]

En cuanto a los estudios; parece que marchaban bastante bien aunque sería necesario hacer algunas mejoras estableciendo cursos de teología pastoral y sociología; además sugería establecer de manera definitiva un curso de dos años de latín, ya que la preparación que traían los alumnos no era suficiente para seguir los cursos de la Universidad Gregoriana.[34]

Por lo que se refiere a las finanzas; el informador veía tres puntos indiscutibles: uno, el Colegio nunca había tenido dinero suficiente; dos, se habían cometido desaciertos en la adminis-tración; tres, era necesario dotarlo de un grueso capital. A juicio del visitador lo único que realmente interesaba, era el tercer punto por lo que había de aumentarse el número de alumnos, fundar becas y promover donativos.[35]

El informe concluye con algunas pistas que sugiere el autor del reporte: nombrar un rector, no tan sólo que sea americano, sino que sea persona de dotes sobresalientes, capaz de reorganizar el Colegio; lo mismo se dice de sus colaboradores. Se sugiere que en el Colegio existiese un dignatario eclesiástico americano que ayudara al cardenal protector y al rector en sus tareas y que sirviera de unión entre el Colegio y los obispos latinoamericanos, viajando a las principales diócesis de América Latina para recabar fondos, vigilar seminarios y ayudar a la selección de candidatos a formar parte del Colegio Pío Latino Americano de Roma.[36]

Las observaciones hechas por este visitador, surtieron parcialmente su efecto, pues el siguiente rectorado recayó sobre el jesuita peruano, originario de Cuzco, padre Luis Yábar Arteta,[37] que había sido antiguo alumno del mismo Colegio Pío Latino y que conocía muy bien las entretelas del mismo; su rectorado dio comienzo el día 6 de enero de 1911.[38]

1. 1. 5. Los alumnos mexicanos en este decenio

Setenta fueron los alumnos mexicanos matriculados en estos once años que van de 1900 a 1910; 11 alumnos de México, 9 de León y 9 de Zamora; 8 de Guadalajara, 6 de Yucatán, 5 de Michoacán; 4 de Cuernavaca y 4 de Chiapas; 3 de Puebla, 2 de San Luis Potosí, 2 de Linares y 2 de Querétaro; 1 de Durango, 1 de Sinaloa, 1 de Aguascalientes, 1 de Chilapa y 1 de Veracruz.[39] De esta manera los obispos de 18 diócesis hicieron el esfuerzo de enviar a sus seminaristas en este periodo.

1. 2. De 1911 a 1920

Este decenio será especialmente difícil, tanto para México, que enfrentará las destrucciones causadas al país y a la Iglesia por los ejércitos revolucionarios carrancistas, como para Europa por la primera guerra mundial.

1. 2. 1. ¿Niños en el Pío Latino?

 Al iniciar este periodo, el ex rector del Pío Latino, padre Augusto Anzuini tiene una grave inquietud respecto a los estudios; inquietud de la que la Santa Sede estaba al tanto, pues había sido informada por el visitador en 1908. Generalmente todos los alumnos, llegados de los distintos países latinoamericanos, asistían a la Universidad Gregoriana y, como ahí se exigía el conocimiento de la lengua latina. Se podía comprobar que los alumnos llegaban con un conocimiento más que mediocre. Anzuini escribió en junio de 1911 al entonces secretario de la Congregación de Seminarios, el cardenal Gaetano Bisleti[40] haciendo una reflexión sobre la realidad de sus alumnos:

El estudio, sobre todo el práctico del latín, es deficientísimo en América Latina, y en algunas Repúblicas casi nulo. Esta deficiencia no puede ser eliminada si no se restituyen en el colegio las escuelas inferiores en toda regla; porque en la mayor parte de los Seminarios de América o por falta de profesores o por la manera como están establecidos los estudios no se puede esperar que lleguen los jóvenes a aprender convenientemente y mucho menos a hablar latín.[41]

El ex rector se encontraba preocupado porque, salvo los que venían de dos o tres seminarios, el resto de los alumnos prácticamente hacían el ridículo en la Universidad aunque solían ser jóvenes muy inteligentes; además, ya los obispos se habían enterado de la posibilidad de volver a organizar los cursos menores y se mostraban contentísimos; también, para la formación del verdadero espíritu eclesiástico, según el padre Anzuini, era evidente que sería más ventajoso que los alumnos llegaran al Colegio más jovencitos y esta afirmación, creía que también era confirmada por la experiencia.[42]

El padre Anzuini avanza un plan para diseñar la posible escuela menor de humanidades o inferior; según él, debía contarse con tres grados y con tres profesores, divididos de esta manera: a. Pequeña e Inferior, b. Media y suprema, c. Humanidades y retórica. Cada clase debía contar con su profesor y los estudios, debían hacerse en latín y griego, sin descuidar el estudio de matemáticas elementales, historia, geografía y lenguas maternas (español y portugués). Además, las condiciones para el ingreso serían las siguientes: podrían ser admitidos los jovencitos de entre 11 y 16 años, con supuesta vocación eclesiástica o al menos indicios de ella; serían regresados a sus casas en caso de mostrar no tener vocación.

La propuesta, en principio, cayó bien en la Santa Sede, porque era interesante y tenía su lógica; así que el 1 de julio del mismo año el cardenal Bisleti contestaba al padre Anzuini en estos términos:

He referido al S. Padre [Pío X] lo expuesto por la P. V. M. R.[43] acerca de la constitución de un pequeño Seminario para jovencitos en ese Pont. Coleg. Pío Lat. Americano, con escuelas inferiores para la enseñanza del latín y del griego y tengo el gusto de manifestarle que S. Santidad ha acogido –en general– bien la propuesta, y excepto que este Seminario, de constituirse, sea bien distinto del Colegio de los grandes; en caso de aprobar las normas para el funcionamiento práctico de éste.[44]

Esta iniciativa que parecía relativamente fácil de lograr, no fue recibida por todos con el mismo entusiasmo. En agosto de 1911 el rector Luis Yábar, que había continuado con el trámite iniciado por el padre Anzuini, recibía del cardenal Bisleti de la S. C. de Seminarios una carta con una terminante orden sub gravi invitándolo a:

…suspender todo acto acerca de la constitución del pequeño instituto para los jovencitos de la América Latina en Roma. Por tanto de abstenerse de enviar cartas, recoger dinero y tanto menos de dar cualquier paso para la obtención de la casa hasta que no haya recibido de mí nuevas instrucciones.[45]

El rector contestaba al mons. Bisleti el 19 de agosto del mismo año de 1911, asegurando que la orden del cardenal sería estrictamente obedecida. Tal reacción en la curia vaticana quizá fue ocasionada por las malas interpretaciones de la petición. El padre Yábar en su respuesta explicaba la situación e insistía en los beneficios si se realizaban dichos planes:

Pido sin embargo humildemente licencia para observar que no se trataba de fundar un nuevo instituto sino sólo de revitalizar las escuelas inferiores que desde 1870 hasta 1902 o 1904 han funcionado en el Colegio Pío Lat. Americano con reales y grandísimas ventajas.

Por motivos entonces retenidos convenientes fueron suprimidas aquellas escuelas y ordenado que solamente se recibiesen alumnos para la filosofía y para la teología. Pero bien pronto se vieron las muchas y grandes dificultades e inconvenientes que resultaron. Por lo que muchos obispos han pedido esta revitalización.[46]

El proceso de la recuperación de una escuela menor para el Pío Latino, se paró ante la negativa del cardenal Bisleti; sin embargo el padre Yábar había escrito a algunos obispos ofreciendo la posibilidad de recibir a seminaristas jovencitos, como lo hacía el Pío Latino anteriormente. Los prelados, ni tardos ni perezosos habían enviado a los alumnos y entonces el rector se veía en aprietos; pero, como estaba convencido de la bondad del proyecto, escribió al cardenal Bisleti nuevamente tratando de convencerle:

Es ciertamente un deseo casi universal que no solamente se restablezcan como anteriormente las escuelas inferiores, sino que se pongan en las mejores condiciones para hacer resurgir en las Diócesis de América el estudio de las lenguas latina y griega. Y quien conoce el estado de los estudios preparatorios en los seminarios de América, al menos en la mayor parte, cree que esta medida sea de necesidad absoluta.

Los alumnos del Pontif. Col. Pío Lat. Americano, que frecuentan la Universidad Gregoriana, jóvenes de buen ingenio, no quedan la mitad de bien de lo que podrían quedar, por falta de preparación en el estudio del latín y del griego.[47]

Pero la oposición venía de adentro, de casa, puesto que el cardenal protector del Colegio Pío Latino, mons. José de Calasanz Vives y Tutó, escribía una carta riservatissima al cardenal De Lai secretario de la Congregación Consistorial explicándole el asunto: según Monseñor Vives y Tutó, era evidente que el padre Yábar persistía en su idea fija de restituir la escuela para alumnos que no habían hecho los estudios gimnasiales. El cardenal protector estaba verdaderamente molesto, pues según él, las intenciones del rector eran abolir el artículo IV de las Letras Apostólicas del 19 de marzo de 1905, Sedis Apostolicae[48] que prohibía recibir adolescentes y niños en el Colegio y le advertía al cardenal De Lai: «el padre Yábar actúa por sí mismo y busca los medios de evitar la injerencia de Vuestra Eminencia, como Secretario de la Consistorial, y la mía, como Protector del Colegio.»[49] Y continuaba diciendo:

El otro día, con el Padre General de la Compañía de Jesús hemos hablado de esta manía del Padre Yábar, de querer restituir a los jóvenes para las clases domésticas y gimnasiales. El Padre General parecía ignorar tales cosas, y se mostró contrario a los proyectos del P. Yábar. Lo mejor, por tanto, sería imponerle:

                             I.          De escribir a los Obispos Americanos Latinos [sic], que debe observarse absolutamente y en todas sus cláusulas, el artículo IV de las Letras Apostólicas del 19 de marzo de 1905.

                          II.          Que en el mes corriente mande la Relación prescrita en el artículo XI, agregando una tercera copia para la Sagrada Congregación Consistorial.

                        III.          Que dé una lista exacta de todos los jóvenes que haya recibido hasta el momento en el Colegio, sin haber observado las condiciones e las cláusulas contenidas en el artículo IV de las mencionadas Letras Apostólicas, indicando el nombre de cada uno, la diócesis, quién les paga la pensión, la edad, los estudios gimnasiales hechos por cada uno de ellos.

                       IV.          Indique además los nombres y las condiciones de los Profesores que en el Colegio Pío Latino Americano instruyen a estos jóvenes.

                          V.          Ningún programa, ni Reglamento puede ser hecho, ni modificado sin la formal intervención del Padre General de la Compañía y del Cardenal Protector y sin la subsiguiente aprobación del S. Padre, como está expresa­mente prescrito después del artículo XI de las mencionadas Letras Apostólicas.[50]

 

Así que, después de esta intervención, el mismo padre general de la Compañía, Francisco Javier Wernz,[51] escribía al cardenal De Lai diciendo que había recibido la carta que la Santa Sede pensaba mandar al padre rector del Pío Latino Americano y que después de haberla leído, él mismo, la había transmitido «al mencionado P. Rector, y mandé hacer también una copia para el P. Provincial, exhortando a uno y otro a conformarse plenamente a los deseos de la S. Sede.»[52] Pedía además una información sobre la situación en la que se encontraba el Colegio.

El padre Yábar, contestaba rindiendo su juicio al de la Santa Sede[53] y enviaba la información requerida. Y así terminó esta iniciativa. No se volvieron a abrir los cursos de humanidades en el Pío Latino Americano.

 

1. 2. 2. Situación del Colegio en 1911

La información mandada por el rector, nos permite conocer el estado de dicho Colegio en 1911-1912. Había en el Colegio 62 estudiantes de teología, un alumno estudiando en el Instituto Bíblico, 4 en derecho canónico, 45 en filosofía y 13 alumnos estudiando humanidades y gramática.[54] En total 125, de los cuales, 33 eran mexicanos, procedentes de las siguientes diócesis: 6 de México, 5 de Zamora, 5 de Cuernavaca, 3 de Chiapas, 2 de Puebla, 2 de Linares, 2 de Querétaro, 2 de Guadalajara, 2 de León, 2 de Yucatán, 1 de Michoacán y 1 de Tulancingo.[55]

En cuanto al estudio y la disciplina el rector informa que «ha estado laudable la observancia de la disciplina y se ha observado notable mejoramiento.»[56] Atrás iban quedando los días difíciles vividos por el Colegio, el material humano era bueno en general:

Los alumnos son en general muy piadosos y frecuentan con asiduidad los Sacramentos. En general son muy aplicados y el resultado de los exámenes en la Universidad ha estado muy satisfactorio, excepto aquellos del tercer año de filosofía, en el cual se han dado muchas reprobadas, que sin embargo fueron reparadas en la segunda época.[57]

Y, el padre rector vuelve a la carga con su proyecto fallido: «vienen generalmente al Colegio muy mal preparados en latín y peor en griego, cosa que les daña grandemente.»[58] Y después aborda un tema que será recurrente en el Pío Latino; el estado sanitario: «El estado sanitario no ha estado muy lisonjero. Varios alumnos han estado seriamente enfermos, y hemos debido deplorar la muerte de dos de ellos; de un Sacerdote colombiano y de un joven filipino ya ordenado subdiácono.»[59]

En cuanto a las finanzas, el Colegio tampoco estaba para alegrarse pues los precios habían subido excesivamente, sobre todo los de los alimentos; y las cuotas pagadas por los alumnos más otras entradas, [60] no bastaban para cubrir todos los gastos del Colegio.[61] A pesar de tener distintos modos de manutención, el alza de precios hacía difícil la vida económica del Pío Latino.

De los alumnos de clase preparatoria que se habían recibido «sin permiso», pues habían sido mandados por los obispos nada más enterarse del proyecto, se informaba que eran realmente pocos; sólo ocho, de los cuales tres eran mexicanos: Ramón Escalona de 21 años, de la arquidiócesis de México, Gregorio Aguilar de 20 años, de la misma arquidiócesis que el anterior y Pedro Castillo de 19 años, de la diócesis de Cuernavaca.

A partir de esta experiencia ya no se volvió a hablar de traer a Roma alumnos para formar en latín o humanidades, por más que vinieran mal preparados de sus diócesis de origen.

1. 2. 2. Algunos sucesos importantes para el Colegio

1. 2. 2. 1. Mueren el cardenal Vives y Tutó y el papa Pío X

En este periodo sucedieron varias cosas importantes para el Colegio: el 7 de septiembre de 1913 moría el cardenal Vives y Tutó, protector del Pío Latino Americano; a su muerte se eligió un nuevo cardenal protector; éste fue el jesuita Luis Billot,[62] muy conocido porque había sido profesor en la Universidad Gregoriana.

El 20 de agosto de 1914 expiraba el papa Pío X, que se había mostrado tan bondadoso hacía el Colegio. Había concedido numerosas audiencias a los seminaristas, les había hecho regalos y también había concedido al Colegio el título de Pontificio: había nombrado cardenal a un ex alumno, el primero de América Latina, en la persona de monseñor Arcoverde.[63]

1. 2. 2. 2. Economía precaria

La economía será uno de los capítulos más difíciles del Pío Latino. El 9 de junio de 1914, los superiores del Colegio mandaban una circular a todos los obispos de América Latina para recordar que, ya en el pasado junio de 1904 el cardenal Merry del Val había enviado otra circular[64] a los delegados apostólicos y nuncios de esos lugares, con objeto de recordar a los obispos las disposiciones que el papa Pío IX había dado el 15 de abril de 1862; y, se volvían a recordar dichas disposiciones. Estas eran: que de todas las dispensas concedidas en las arquidiócesis, diócesis y vicariatos apostólicos de la América Meridional, Central, y de la República Mexicana: «se destinara a beneficio del Colegio Pío Latino Americano scutatum unum (peso fuerte) iuxta monetam cuiusque regionis.»[65] Y los superiores pretendían ahora unificar los criterios de interpretación a esta norma, pues había sido mal entendida o interpretada de maneras distintas. Algunos obispos no mandaban sino 5 centavos por cada dispensa y las cuotas, aún de las diócesis florecientes, eran muy pobres; por eso ahora, –anunciaban los superiores del Colegio– el papa Pío X se había dignado establecer que la cuota de todas las dispensas apostólicas no gratuitas que se debían destinar como ayuda al Colegio Pío Latino Americano fueran, de ahora en adelante, fija para todos, de tres francos oro.[66] Con esta medida se pretendía paliar los apuros económicos del Colegio, pero como veremos, tampoco estas disposiciones solucionaron los problemas endémicos de índole financiera.

1. 2. 2. 3. La primera guerra mundial

A Pío X sucedía Benedicto XV, y la guerra había ensombrecido ya el panorama que costaría millones de vidas en Europa. En el Colegio, el 19 de agosto de 1915 terminaba el rectorado del padre Luis Yábar y le sustituía en el cargo el padre Pascual Aloisi Masella.[67]

Sucedió entonces que, a causa de la guerra, el número de alumnos descendió drásticamente. Durante el periodo que va de 1911 a 1920 el Colegio tuvo menos alumnos que nunca, salvo en los inicios, después de la fundación. En proporción, durante este periodo fue también cuando las diócesis mexicanas menos alumnos pudieron mandar: México 6, Puebla 6, Michoacán 4, Chiapas 3, Zamora 2, Tulancingo 2, Huajuapan 2, León 1, Yucatán 1, San Luis Potosí 1 Cuernavaca 1; en total 45 alumnos inscritos en todo el decenio.

1. 2. 2. 4. Misa del papa por México

Especial relevancia tuvo para los alumnos mexicanos la iniciativa del papa Benedicto XV que, enterado de las duras persecuciones de la Iglesia en México, quiso ofrecer una misa especial, el 12 de diciembre de 1917 para invocar a Nuestra Señora de Guadalupe en favor de esa nación. El mismo Papa invitó a los alumnos del Pío Latino a la celebración que tuvo lugar en la Capilla Matilde.[68] Después, los recibió en audiencia especial en donde un alumno, procedente de Chiapas, Carlos Guillén, leyó un breve discurso en español ante el papa; el papa respondió también en castellano, animando a los presentes y agradeciendo la visita.[69] El 10 de octubre de 1918 era nombrado nuevo rector del Colegio el padre Juan Bigazzi.[70]

1. 3. De 1921 a 1930

El final de la guerra abrió a los obispos latinoamericanos, otra vez, las posibilidades para seguir mandando alumnos a Roma. El 10 de octubre de 1924 iniciaba su trabajo un nuevo rector, el padre Nicolás Mónaco,[71] que había trabajado en el Colegio Germánico y había sido también profesor de la Universidad Gregoriana enseñando filosofía.

1. 3. 1. Se inicia una época de esplendor para el Colegio

Se inicia un periodo de esplendor para el Colegio por el número de alumnos que lo van a poblar, pero los motivos de esta marea de seminaristas eran más bien tristes; puesto que venían de México donde las cosas se fueron poniendo tan difíciles por la persecución, que estos llegaban prácticamente sin avisar. En todo este periodo el padre rector Mónaco se mostró como verdadero padre. Para acoger a los muchachos que llegaban intempestivamente hubo que sacrificar ciertas comodidades y restringir espacios para dar cabida a los peregrinos;[72] entonces se comenzaron en el Colegio grandes obras de reformas materiales.[73]

Fue durante el rectorado del padre Mónaco que se consiguió para el Pío Latino una casa propia para las vacaciones de los seminaristas, cerca del mar, en Livorno, junto al poblado de Montenero. Había una pequeña casa que había funcionado como hotel; se arregló y ya en el estío de 1925 los muchachos pudieron disfrutar de un descanso comunitario en casa propia; pronto se empezó a construir una casa nueva, adaptada al número y a las necesidades del Colegio y se terminó en el verano de 1926 llamándola Villa de Montenero.[74]

Además, el Año Santo de 1925 había llenado la Ciudad Eterna de gran número de peregrinaciones y de brillantes celebra­ciones; los peregrinos venidos de las repúblicas latinoamericanas, hacían la visita obligada al Colegio. Todo era efervescencia y crecimiento; se iniciaba un periodo brillante para el Pío Latino.[75]

1. 3. 2. El Colegio visto por los superiores

 El archivo de la entonces S. C. de Seminarios, guarda una carta del Prepósito General de la Compañía, P. Wlodimiro Ledóchowski,[76] dirigida al cardenal Bisleti prefecto de la mencionada Congregación, fechada el 11 de mayo de 1927. Parece que uno de los rasgos de la manera de gobernar de este padre general, era estar atento hasta en los detalles, a todas las obras confiadas a la Compañía, por eso se explica su interés. Esta carta, estando dirigida a Bisleti, tenía el fin de hacerle algunas observaciones para instruir a un visitador que la S. Congregación debía mandar al Pío Latino, y muestra, por así decirlo, el punto de vista de la institución sobre el Colegio:

En el Colegio Pío Latino Americano el estado temporal parece ser más feliz, si bien no me es posible decir con más exactitud. De la exuberante actividad del nuevo Padre Rector, entregado con diligencia a la ampliación del Colegio, no he podido todavía tener una relación administrativa minuciosa.

En cuanto al desarrollo espiritual del Colegio me parece que dos son las causas principales que impiden frutos abundantes. La primera es que los Rvmos. Obispos de América del Sur nos mandan los candidatos no suficientemente escogidos, ni suficientemente preparados. Dada además, por una parte, la gran distancia del lugar de origen, y por la otra, la cautela a usar, debido a la susceptibilidad de los Rvmo. Ordinarios, algunos de los cuales reivindican derechos sobre el Colegio, se vuelve muy difícil regresar pronto a los candidatos ineptos. Creo por tanto que se hará un gran beneficio al Instituto, si el Rvmo. Visitador diera sobre ello instrucciones claras, que obliguen en conciencia a los Rectores y sean comunicadas a los Rvmos. Ordinarios de la América.

Sería por ejemplo de inculcar: a) que se manden candidatos que estén ya listos para la filosofía y no, como sucede ahora, jóvenes que no saben todavía suficientemente el latín. b) que aquellos que se presentan para el Colegio sean verdaderamente jóvenes escogidos y los mejores entre aquellos que en las respectivas diócesis aspiran al sacerdocio, como se usa generalmente en los Seminarios externos presentes en Roma.

Un segundo obstáculo de la formación espiritual de los alumnos se encuentra en una cierta debilidad física de ellos, que se refleja sobre lo moral, de tal forma que es muy difícil formar entre ellos los caracteres robustos. Son, es verdad, de índole generosa, inclinados a la piedad, pero que se excita y se desarrolla de preferencia en un campo sensible. El médico del Colegio encuentra casi en todos una constitución ósea muy deficiente. Son en cambio de mucha perspicacia y de buen ingenio y tienen óptimos logros en los estudios.

La procedencia de estos alumnos de regiones, entre ellas muy distintas, saca fuera gran diversidad de temperamentos, diversidad que naturalmente no favorece la unidad de criterios.[77]

Había pues una preocupación creciente de parte de los superiores por la vida del Colegio que en este decenio había crecido tanto y que preveían que seguiría creciendo, puesto que lo alumnos mexicanos que iban llegando con noticias frescas de su país, opinaban que la situación no mejoraría pronto.

Con respecto a los alumnos, se contaba con buen material, pero tampoco podía negarse que la actitud de algunos obispos y la mala preparación de algunos alumnos y su debilidad física entorpecieran la marcha del Colegio en su conjunto.

1. 3. 3. Reformas en el Colegio y economía

El 8 de septiembre de 1928, el padre Gabriel Huarte,[78] originario de Leiza, Navarra, tomaba el mando en la rectoría del Colegio; el padre Huarte había sido profesor de teología de la Universidad Gregoriana desde 1909 hasta 1926 y por ello muchos alumnos lo habían conocido y estimado.[79] El crecimiento del número de alumnos, debido a la situación de la Iglesia en México, obligó a los padres jesuitas a enviar a todos los obispos latinoamericanos una amplia carta explicándoles el tipo de reformas materiales que se habían visto obligados a realizar tanto en el Colegio como en la villa de descanso.[80] Los superiores exponían en la carta que, en el Colegio, «Por invitación de la S. Sede hemos debido construir ex novo los baños modernísimos con agua caliente, a fin de que los alumnos aventajaran en la salud y en la higiene.»[81] Así mismo, para evitar las enfermedades de los alumnos por el rigor del clima invernal, se informaba que se habían implantado termosifones, así que el Colegio tendría su proprio sistema de calefacción. Informaban que todas estas mejoras, se habían hecho debido a la responsabilidad que sentían los superiores de cuidar la salud de los alumnos a ellos confiada. Pero, a causa de los gastos tan ingentes, los superiores proponían no subir las tasas que se tenían, dado que eran conscientes del esfuerzo y los sacrificios que debían afrontar los obispos para mantener a sus seminaristas en Roma, por eso sugerían una modalidad menos gravosa consistente en imponer una tasa al borsino[82] de cada alumno, proporcional al consumo general por los mencionados servicios, aunque sin obligar a los obispos a que aumentaran la cuota del borsino que permanecería siendo la misma.[83] En realidad los superiores estaban proponiendo reducir el gasto personal de los alumnos. Y así lo expresaban en su carta:

Los superiores de nuestro Colegio, bien persuadidos y dispuestos a no permitir de aquí en adelante que los alumnos usen para sus gastos personales más de lo estrictamente necesario, vigilarán enérgicamente con el fin de que no se repitan los inconvenientes, denunciados no pocas veces en los últimos años, de alumnos que gastan demasiado en cosas superfluas. De tal manera que los superiores tienen firme y fundada esperanza que la tasa anual del borsino deba bastar, aunque sí, sobre ella gravará de aquí en adelante un gasto mayor por calefacción, baños, etc.[84]

Por otro lado, los superiores se comprometían a mantener la misma pensión de 5,000 liras anuales, que se venía teniendo desde hacía varios años.[85] Antes de la guerra (1914-1918) se pagaban 1,300 liras oro, suma que en 1920 correspondía a 5,800 liras en papel moneda, y el Colegio sólo cobraba las 5,000. Por último, los superiores finalizaban su carta lanzando una súplica a los obispos invitándolos a ser puntuales en sus pagos, pues esos retrasos en los pagos dañaban los intereses del Colegio.[86]

Así, mostraban sinceramente los aprietos económicos, pero también los esfuerzos por mejorar las condiciones de los estudiantes.

1. 3. 4. Separación de los brasileños

La vida del Colegio, que estrenaba rector, sufrió un cambio verdadero; el siguiente año de 1929, el 27 de octubre, se ponía la primera piedra del nuevo colegio para los alumnos venidos del Brasil; esa mística latinoamericana, de unión de todos los países empezaba a desmoronarse con este nuevo proyecto; la convivencia había sido muy estrecha entre los dos grupos, los hispano parlantes y los de lengua portuguesa y por eso se vivió con dolor dicha celebración. Los obispos de Brasil habían decidido fundar su proprio colegio en Roma; aunque la inauguración definitiva tuvo lugar hasta el año de 1934.[87]

1. 3. 5. Los alumnos mexicanos en este decenio

Durante el decenio de 1921 a 1930, se matricularon 176 seminaristas procedentes de México, de las siguientes diócesis: de Guadalajara 55, de México 18, de Zamora 18, de Durango 12, de Puebla 12, de Chihuahua 12, de Linares-Monterrey 8, de Antequera 7, de Tepic 6, de León 4, de Veracruz 4, de Tulancingo 4, de Huajuapan 4, de Yucatán 3, de Tamaulipas 3, de Aguascalientes 2, de Campeche 1, de Chiapas 1, de Tabasco 1, de Tehuantepec 1.[88]

1. 4. De 1931 a 1940

El final de este decenio traerá la terrible convulsión social de la segunda guerra mundial. Pero al inicio, en 1931, el Colegio se encontraba trabajando con fervor.

1. 4. 1. El Colegio en 1931

 Contamos con un informe que el rector, padre Huarte, hace a la S. C. de Seminarios el 16 de mayo de 1931. Los datos principales son los siguientes: el Colegio, ubicado en la calle Gioachino Belli nº 3, en la ribera del río Tiber, cuenta con una capacidad para albergar cómodamente a 250 alumnos; la mitad en cámaras individuales y la otra mitad en dormitorios comunes. Se estima que el edificio valga unas 6.285,000 liras italianas. [89]

El colegio es dirigido por el padre Gabriel Huarte S. I. de 61 años; el padre Giuseppe Macagno S. I. es el director espiritual y la comisión de vigilancia está integrada por los padres Giuseppe Cornaglia S. I. y Savino Sassara S. I.[90]

Los alumnos son 197 en total, de los cuales 47 son sacerdotes, 72 son clérigos; 5 abandonaron el Colegio por falta de vocación, 1 murió. Tres sacerdotes jesuitas son confesores ordinarios del Colegio.[91]

En cuanto a la piedad; el método de meditación usado es el de San Ignacio, normalmente se hace en la capilla, cada alumno por su cuenta; se confiesan cada semana y comulgan diariamente por lo general. Tienen un retiro mensual y ejercicios anuales de 6 días de duración, antes de la fiesta de Cristo Rey. Las obras que ayudan a mantener viva la piedad son; la devoción al Sagrado Corazón, la Congregación Mariana y la Obra de las Misiones.[92]

En cuanto a la disciplina, esta es buena, no ha habido faltas graves, las reglas de urbanidad se observan muy bien y no se leen periódicos excepto el Osservatore Romano. Los alumnos no salen a la calle si no es acompañados de otros compañeros. En este Colegio no les está permitido a los sacerdotes ejercitar el sagrado ministerio. El rector revisa la correspondencia de los alumnos. Las vacaciones se pasan siempre en comunidad. Se cuenta con una villa de vacaciones, cerca del mar, en Livorno, valuada en 2.506,000 liras italianas. Hay en el Colegio 21 servidores domésticos, además de varios hermanos coadjutores jesuitas, que están a cargo de la enfermería, sastrería, guardarropa y despensa. [93]

En cuanto a los estudios, los alumnos frecuentan la Universidad Gregoriana; todos, los 197 están matriculados ahí; 38 frecuentan los cursos de filosofía, 131 los de teología, 25 los de derecho canónico, 2 los estudios bíblicos y 1 los estudios orientales; además varios estudian música sagrada. Se considera que la biblioteca de la casa está suficientemente dotada para el estudio de los alumnos.[94]

En cuanto al capítulo económico, se informa que los alumnos pagan una renta anual de 5,200 £ y que el coste aproximado de cada alumno al día es de 14 £; se explica que la pensión de 14 liras al día, comprende no sólo la alimentación (desayuno, comida, merienda y cena) sino que también cubre el vestuario, calzado, ropa de cama, lavado de ropa, médico ordinario y los gastos generales de luz, culto, impuestos, etc. El colegio cuenta con 30 duchas con agua caliente y fría; la comida es suficiente y es convenientemente preparada.[95]

1. 4. 2. Brotes de tuberculosis

Sin embargo, pese a todos los esfuerzos hechos por los jesuitas en cuanto a las mejoras materiales del Colegio y al cuidado en la alimentación, ese mismo año de 1931 un brote de tuberculosis asoló al Colegio. Algún obispo venezolano, se quejó al nuncio papal en su país, acusando al Colegio de no tener las condiciones sanitarias adecuadas, afirmando que por tal motivo muchos alumnos latinoamericanos habían muerto de tuberculosis. La queja era muy seria y no podía pasarse por alto; la Santa Sede, a través de la S. C. de Seminarios pidió al rector del Pío Latino en funciones, padre Gabriel Huarte, informar sobre el caso.

Por lo tanto, el rector mandaba puntualmente al dicasterio romano su informe; en él afirmaba que la ubicación del Colegio estaba en una parte sana de la ciudad y sus instalaciones obedecían a todas las normas de la higiene, tanto que la mayoría de médicos opinaban que el Pío Latino vencía en este sentido a otros colegios de Roma.[96] Por si fuera poco, en los últimos años, se habían hecho muchos esfuerzos por mejorar las condiciones higiénicas; el rector aporta los siguientes datos estadísticos:

A)    En el decenio 1858 (fundación del Colegio) 1868. Alumnos ingresados 132; muertos en el Colegio o antes de llegar a su patria, 10. En el decenio 1921-1931. Alumnos ingresados 517; muertos 10.

B)     De 1858 a 1893, o sea en los primeros 35 años; alumnos ingresados 502; muertos 25. De 1896 a 1931 (últimos 35 años). Alumnos ingresados 1094, muertos 19.[97]

Se queja el rector de los obispos, pues se han intentado hacer todas las reformas posibles para mejorar las condiciones del Colegio, con un gasto enorme, siendo que «Los Ordinarios que tienen alumnos aquí, deben al Colegio cerca de medio millón de liras del año 1930-31.»[98] El rector Huarte piensa que los 150 jóvenes que están ahora en el Colegio, se encuentran en la edad más crítica, vienen de países de climas muy diferentes al romano, con costumbres muy distintas y «algunos de poblaciones conocidas como físicamente débiles, creer, digo, que no se verifiquen casos de tuberculosis, es quizá demasiado. También en los otros Colegios de Roma se verifican cada años casos similares.»[99]

Y otra cosa que ocurre también, según el rector, es que, mientras en los otros Colegios Romanos pueden enviar a los seminaristas a sus casas en cuanto se ponen malos, en el Pío Latino no es posible debido a la lejanía de la patria de los muchachos, lo costoso del viaje y ocurre que los alumnos del Pío Latino mueren en el Colegio, mientras que los otros mueren en sus casas. El rector termina su carta pidiendo al cardenal Bisleti, prefecto de la S. C. de Seminarios, que exija a los obispos latinoamericanos mandar a los alumnos con un certificado médico de buena salud y que también los manden con el dinero suficiente para pagar el viaje de regreso, en caso de que éste sea necesario, pues –opina el rector– no tener ese dinero ha ocasionado muchos sufrimientos.

Además de lo anterior el padre Huarte quizá también alarmado ante la seriedad de los casos de tuberculosis, que impresionaron a todos los habitantes del Colegio, pidió una explicación escrita, para mandar a la S. C. de Seminarios, al médico ordinario del Colegio, el doctor Tacchi Venturi que dio su opinión sobre los casos. El facultativo dice:

El suceso a mí no me pareció extraordinario, porque por más de 40 años [soy] médico del Colegio, conservando un recuerdo perfecto, no vi jamás transcurrir año escolar sin observar entre los alumnos casos de enfermedad tuberculosa; y fue siempre mi estudio y preocupación descubrir los primerísimos indicios para alejarlos del Colegio y repatriarlos. Los RR. PP. Superiores han siempre recomendado a los Excmos. Obispos que la elección de los jóvenes recayese sobre los sanos y robustos. En estos últimos años fue más rara la llegada de jóvenes con la enfermedad en actividad evolutiva, pero existen aquellos que aparentemente sanos, en buena salud aun revisados técnicamente, conservan en su organismo la disposición, la cual al correr del tiempo podrá o no, dar origen a la enfermedad. Condiciones de ambiente desfavorable a la salud no existen en nuestro Colegio que, a preferencia de algún otro de Roma, responde a las más rígidas exigencias de higiene. Fue siempre provisto de grandes y escrupulosas desinfecciones de los locales al mismo tiempo habitados por tales enfermos (raspado de las paredes, lavado de suelos y muebles con líquidos desinfectantes). Por el género de vida, por la comida, los alumnos se dicen satisfechos de cuanto a ellos se les suministra; y como me ha dicho recientemente V. R., informado por algunos de ellos comparado con la comida que tenían en el Seminario de sus países, resultó siempre a favor de nuestro Colegio, ya sea por cantidad o por calidad. Las horas de escuela y estudio no impiden a los alumnos dedicarse a ejercicios deportivos compatibles con su estado y en las vacaciones de verano que pasan en Montenero, encuentran el mejor medio para revitalizar el organismo. Si a pesar de esto tenemos que deplorar que algunos se enferman de tuberculosis pulmonar, ello no es debido a causas extrínsecas removibles, sino inherentes a constituciones orgánicas débiles sin medios naturales de defensa no resistentes a causas nocivas. Para ver en el porvenir disminuido el número, es necesario exigir que los nuevos alumnos lleguen provistos de un certificado médico comprobante, por cuanto es posible, de una buena salud.[100]

Otra opinión, la del doctor Borromeo, profesor de patología médica de la Universidad de Roma, aporta, finalmente, las conclusiones a las que llegaron superiores y médicos y fue también enviada al cardenal Bisleti:

¡Grande es la pérdida física, moral y económica! ¡Las reparaciones se imponen! El joven de enviarse a Roma debería ser sometido a una revisión cuidadosa, también con análisis radiológicos, que puedan poner en evidencia focos patológicos clínicamente no apreciables; y del joven debería recoger las memorias, directas e indirectas, y la herencia familiar; y el médico designado a cumplir esta tarea de profilaxis, debería pedírsele de extender una constancia precisa de las condiciones físicas del candidato.[101]

En medio de estas dificultades, el Colegio hizo cambio de rector; el 8 de septiembre de 1932 se hacía cargo de la dirección del mismo el padre Ángel Lino Tomé,[102] que estando al corriente de los sucesos narrados anteriormente, extremó el cuidado de la salud de los alumnos; se les proveyó a todos ellos de una capa de paño para protegerse del frío y de la lluvia, se ordenó que todos los alumnos pasasen visita médica periódica para prevenir la enfermedad que había puesto en guardia a todos y se trataron de suprimir los juegos que parecían demasiado agitados, aunque en este último punto no se logró convencer del todo a los alumnos de dejar los juegos acostumbrados en sus países; pero los superiores hicieron todo lo que estuvo en sus manos para evitar los brotes de tuberculosis.

Con todas esas medidas, la mortalidad disminuyó y durante el rectorado del padre Tomé, en cuyo periodo 1932-1937, sólo hubo que lamentar la muerte de un alumno.[103]

1. 4. 3. Aniversarios gozosos

Tres fechas fueron especialmente gozosas para los alumnos mexicanos del Pío Latino Americano: el 12 de diciembre de 1931, celebración del cuarto centenario de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, el 21 de noviembre de 1933, 75º aniversario de la fundación del Colegio Pío Latino Americano y el 12 de diciembre de 1933 declaración de la Virgen de Guadalupe como Patrona de América Latina.

1. 4. 3. 1. El 12 de diciembre de 1931

Para la primera ocasión, con gran entusiasmo de todos los alumnos, «la fiesta de México, se tornó entonces la fiesta de América.» Se preparó un novenario solemne. Durante el tríduo celebraron la misa los padres generales de los Dominicos, Jesuitas y Franciscanos, respectivamente.

El 12 de diciembre celebró la eucaristía el cardenal Secretario de Estado, monseñor Eugenio Pacelli. Por la tarde, en la velada literario musical, asistieron los cardenales Ehrle y Laurenti; varios miembros del cuerpo diplomático acreditados en el Vaticano y algunos padres generales de órdenes religiosas; hubo discursos, poesías y cantos. El día 13, el cardenal Rossi, secretario de la S. C. Consistorial, celebró una solemne misa pontifical. Por la tarde se rezó un solemne rosario que terminó con una bendición con el Santísimo dada por el cardenal Buenaventura Cerretti[104] y se cantó el Te Deum. Para inmortalizar tan sentidas celebraciones, el arzobispo de Guadalajara Francisco Orozco y Jiménez, regaló un hermoso mosaico[105] para el ábside de la capilla del Colegio, con la aparición de la Virgen a Juan Diego.[106]

1. 4. 3. 2. El 21 de noviembre de 1933

La segunda fue la celebración de los 75 años de fundación del Colegio. Se preparó con un tríduo iniciado el día 18 de noviembre de 1933; a dicha fiesta llegaron ex alumnos de todos los países de habla española. Se celebraron con toda solemnidad las eucaristías; la del día 21 fue presidida por un ex alumno bienhechor del Colegio, el arzobispo de Guadalajara, monseñor Orozco y Jiménez, con la asistencia de colegios y comunidades religiosas de Roma. Se descubrieron dos lápidas conmemorativas; una con los nombres de los cinco Pontífices protectores del Colegio: Pío IX, León XIII, Pío X, Benedicto XV y Pío XI . La otra con una lista de cuarenta y cuatro benefactores.[107] En ocasión tan solemne, se recogían los frutos del Colegio:

En los 15 lustros de vida entre una población total de 1658 jóvenes, 438 han recibido el Doctorado en Teología; 209 en Derecho Canónico; 430 en Filosofía. Más el mérito y la gloria insigne del Colegio es el haber dado a la América Latina una falange de sabios y celosos obispos. Desde el primero, consagrado en 1871 por el mismo Pío IX, Monseñor Montes de Oca y Obregón [México], hasta el último, Monseñor Villarreal[108] (México) electo en estos días, son ochenta y dos los sagrados Pastores que recibieron en el Pío Latino su formación parcial o total.[109]

Se cerraron estas fiestas con una audiencia concedida por el Papa Pío XI a los profesores y alumnos del Colegio el día 25 de noviembre. «Después de saludar el Santo Padre a todos los alumnos con su propia mano, ya en su trono recibió del más pequeño del Colegio un rico Tesoro Espiritual. Después de un afable y paternal discurso dirigido a padres y alumnos, impartió su bendición apostólica.»[110]

1. 4. 3. 3. El 12 de diciembre de 1933

La tercera celebración, muy significativa para todos los mexicanos, fue la solemne proclamación de la Santísima Virgen de Guadalupe como Patrona de América Latina y las Islas Filipinas.[111] Las fiestas, sin precedentes en Roma, se realizaron de la siguiente manera: monseñor Orozco y Jiménez obtuvo la gracia del Papa Pío XI de coronar pontificiamente, dos días antes de la fiesta jubilar, la histórica imagen guadalupana pintada por el oaxaqueño Miguel Cabrera[112] y que había sido presentada al papa Benedicto XIV; dicha imagen estaba, y aun lo está, en custodia con las Visitandinas de Roma. El capítulo vaticano generosamente quiso pagar la corona de oro y la imagen fue solemnemente coronada el día 10 de diciembre de 1933 en la iglesia jesuita del Gesú por el arcipreste del capítulo vaticano y Secretario de Estado, el cardenal Eugenio Pacelli.[113]

Después de la coronación el arzobispo de Guadalajara, Orozco y Jiménez celebró una misa pontifical. El tríduo solemne se cerró con una eucaristía celebrada por el obispo auxiliar de Morelia, Luis María Martínez. La celebración principal se llevó a cabo en la basílica de san Pedro. En la gloria de Bernini, sobre el altar de la Cátedra de san Pedro, se colocó la imagen de María de Guadalupe; asistió el Papa Pío XI, y en un paternal gesto de condescendencia, pidió al arzobispo de Guadalajara, Orozco y Jiménez, que había sido el alma de dicho patronato, que presidiera la celebración eucarística:[114]

Algo inusitado y sin precedentes con que Dios y el Sumo Pontífice retribuían la fe mil veces probada del Episcopado, Clero y pueblo mexicanos, en la persona del ínclito Arzobispo de Guadalajara.[115]

Los alumnos del Colegio tomaron parte activa en estas celebraciones gozosas.

1. 4. 4. La reforma de los estudios

Con la reforma de los estudios emprendida por el Papa Pío XI a través de la constitución apostólica Deus scientiarum Dominus[116] del 14 de mayo de 1931, al igual que a todos los seminarios, para el Pío Latino, se planteó la manera de adaptarse a las exigencias que la Santa Sede pedía a los seminarios con el fin de ponerse a la altura de las universidades civiles. El primer curso en el que la Universidad Gregoriana funcionó según las prescripciones del la Deus scientiarum fue inmediatamente el curso de 1932-1933. Los cambios hechos en filosofía y teología repercutieron necesariamente en los alumnos del Pío Latino. Se fundaron también las facultades de historia eclesiástica y de misiología en la Gregoriana.

En 1934 los padres jesuitas del Colegio enviaron una carta a los obispos latinoamericanos exponiendo los cambios efectuados: las condiciones de admisión exigían que todos los alumnos que vinieran al Colegio, debían traer:

Un certificado médico de buena salud para garantizar que podrían superar el clima romano y las fatigas del estudio.

Debían garantizar también que podían pagar la pensión al Colegio y traer el dinero necesario para su viaje de regreso.

Traer un certificado de los estudios hechos, con notas obtenidas.

Según el nuevo orden de estudios, para quien debía estudiar filosofía:

Se requería: Haber hecho el curso de humanidades superior que comprendía: latín, griego (gramática, sintaxis e historia literaria), álgebra y trigonometría, química y biología.

El alumno que no estuviese en tales condiciones debía hacer un año propedéutico en la Universidad Gregoriana, para ponerse al día.

El curso filosófico, para quien no aspiraba a un grado académico duraba dos años, para doctorado eran necesarios cuatro; tres para el prolitato y dos para bachillerato. Hecho el segundo año, el alumno podía iniciar la teología aunque no hubiese obtenido el bachillerato.

Para la teología se exigía: además de las humanidades, dos años de filosofía y haber aprobado los exámenes regulares en lógica, cosmología, psicología, crítica, ontología, ética, teodicea e historia de la filosofía.

El curso teológico académico, que antes se llamaba «mayor», se desarrollaría en 5 años, después de los cuales se podía obtener el doctorado; la licencia se podía obtener después del cuarto año, el bachillerato, al final del segundo.

Para quienes no aspiraban a los grados académicos, había un curso llamado «seminarístico», el antiguo «menor», que se realizaba en cuatro años.[117] Todos estos avisos fueron mandados a las distintas diócesis latinoamericanas para que tomaran las medidas convenientes.[118]

Estos cambios, fueron trayendo una mejora en el nivel de los estudios y se fue notando poco a poco, también en las diócesis mexicanas, pero también trajo como consecuencia que el número de alumnos que llegaba a conseguir el doctorado, bajara. Aunque, como sostiene el padre Medina Ascensio en su Historia del Colegio Pío Latino Americano: «…su título de Licenciados podía equipararse al antiguo Doctorado que antes se obtenía.»[119] Además, una dificultad grande para obtener el doctorado era que no se disponía de tiempo para realizar una tesis escrita, presentarla y defenderla en la Universidad; eso significaba al menos uno o dos años más de permanencia en Roma, y las necesidades de las diócesis mexicanas, no podían permitírselo.

1. 4. 5. Algunas dificultades

Muchas naciones latinoamericanas, se habían beneficiado de la buena formación dada por los padres jesuitas en el Pío Latino y estaban agradecidas. Los obispos mexicanos en especial, se mostraban contentos de los resultados obtenidos y lo manifestaban abiertamente con elogiosas expresiones: «cuidados paternos», «abundantes frutos», «grandes esfuerzos para formar santos y apostólicos sacerdotes», etc.;[120] sin embargo, no faltaban contrariedades. Un obispo colombiano, de la diócesis de Manizales, en agosto de 1937 se lamentaba de la situación del Colegio; el propio general de los jesuitas, el padre Ledóchowsky salió en defensa de la institución. Entre las quejas hechas por el prelado colombiano, nuevamente estaba la higiene del Colegio. En la respuesta del padre Ledóchowsky, otra vez, se tomaba el mismo argumento ya expuesto hacía unos años:

Los alumnos, efectivamente de este Colegio provienen de climas diferentísimos, además de que en la gran mayoría, a juicio de los médicos, son de una constitución física defectuosa, la cual, como es de notar, no puede no reflejarse en la parte moral, con tendencias pronunciadas al sentimentalismo y a la inconstancia.[121]

En cuanto a la formación espiritual, el padre Ledóchowsky aseguraba que nada venía descuidado y que si había algo que observar era que abundaban, quizá demasiado, los triduos y novenas, y que algunas funciones litúrgicas eran un poco largas. En cuanto a la disciplina, se aseguraba que los padres formadores eran religiosos edificantes que por sus virtudes ejercían un influjo saludable sobre los alumnos. Además aseguraba que no eran muchos los Colegios que tenían un personal tan capacitado como el que trabajaba en el Pío Latino Americano; aunque el padre Wlodimiro reconocía: «Con esto no decimos que no existan ahí defectos a enmendar y progresos a realizar, pero por esto no se puede decir que un Colegio vaya mal.»[122]

1. 4. 6. La visita apostólica de 1938

De todas formas, el Colegio Pío Latino Americano, recibió una visita apostólica del 13 de marzo al 13 de abril de 1938.[123] Las amplias observaciones realizadas por el encargado de ejecutarla nos permiten conocer en detalle la situación de este importante centro de formación del clero en vísperas de la segunda guerra mundial. Realiza la visita monseñor Alberto di Jorio.[124]

1. 4. 6. 1. Los formadores

Los formadores encargados de la dirección del Colegio, en 1937, eran el rector, vicerrector, director espiritual, cuatro prefectos y tres hermanos coadjutores. El rector, era el padre Emanuele Porta S. I.,[125] romano, de 34 años, nombrado por el mismo prepósito general de la Compañía; según el visitador era un religioso observante, de ejemplar piedad sacerdotal, muy estimado de superiores y alumnos. Asumió la rectoría el 22 de agosto de 1937, en un momento delicado del Colegio, pues la anterior dirección del padre Ángel Lino Tomé S. I. había sido rigurosísima[126] y su dureza e inflexibilidad habían causado mucho malestar, especialmente en los alumnos sacerdotes que se habían sentido tratados como niños. En cambio el padre Porta se mostraba equilibrado y prudente.[127]

El vicerrector era el sacerdote argentino Giuseppe Macagno S. I., de 56 años, que al visitador no le pareció el más apto para dicho cargo pues parecía un hombre semidormido, frecuente-mente encerrado en su celda, a veces introvertido, a veces impulsivo. Por eso, el rector le parecía muy cargado de trabajo, pues su vicerrector no siempre estaba disponible.[128]

El visitador advertía que en los Colegios que atiende la Compañía no existían los diputados tridentinos, sino que la misma comunidad de religiosos actuaba como consejera en los asuntos de mayor importancia; aquí había cuatro padres que cumplían religiosamente su deber de aconsejar al rector en asuntos relevantes.[129]

El director espiritual del Pío Latino era nombrado usualmente por el provincial de la provincia romana de los jesuitas. Desde 1932 hasta la fecha (1938) este cargo lo llevaba el padre José Nemesio Guenechea, de 65 años. A juicio del visitador, era un buen religioso, con mucha experiencia, versado en dogmática y ascética, fuerte de carácter pero caritativo; estaba siempre a disposición de los alumnos. A veces se exaltaba con algunas noticias sobre política, pero nada de sustancial, puesto que superiores y alumnos estaban contentos con él.[130]

Confesores en el Colegio había varios ordinarios, que vivían en el Colegio, al menos cuatro, y como extraordinarios, los alumnos podían recurrir a otros padres que vivían en casa o a los profesores de la Universidad Gregoriana, como solía ser lo habitual.[131]

Los prefectos: el Colegio estaba dividido en cuatro cameratas y al frente de cada una de ellas, se ponía un prefecto, ayudado por uno o dos viceprefectos, todos escogidos entre los mejores alumnos. Según la opinión de monseñor di Jorio, tanto prefectos como viceprefectos bajo la vigilancia del rector, aportaban una eficaz cooperación a la actividad desarrollada por los superiores. Los prefectos de la 1a, 2a y 3a cameratas eran sacerdotes y aun el viceprefecto de la 1a, donde estaban los grandes, era también sacerdote. Los demás eran clérigos todavía no ordenados. Los prefectos se quejaban de que su trabajo en casa les reducía el tiempo de estudio y recordaban, lamentándose, de tiempos pasados, donde la vigilancia de las cameratas era también tarea de los Escolásticos de la Compañía de Jesús. Una de las dificultades que veía el visitador era el elevado número de alumnos en cada camerata, pues tenían un promedio de 40 alumnos por cada una y eso dificultaba la vigilancia.[132]

1. 4. 6. 2. Los alumnos

Había 164 alumnos y monseñor di Jorio declara que pudo hablar con 162. Los jóvenes, para ser aceptados en este Colegio, se debían ajustar a las normas dadas por el Papa Pío X el 19 de marzo de 1905 en sus Letras Apostólicas Sedis Apostolicae[133] que pedían para entrar:

Alumni legitimo matrimonio nati et valitudine bona sint, et non deformi corpore. Ad haec voluntatem praeferant exploratam sacerdotalis ineundae vitae, ac non vulgare ingenium discendi studio coniunctum; nec minus eorum debet disciplinae amor et integras morum constare.[134]

También recordaba el visitador que el documento citado disponía que, normalmente no vinieran aceptados, sino aquellos que estuvieren en grado de probar con documentos que podían ser admitidos a los cursos superiores, o sea de filosofía y teología.[135]

El visitador subrayaba que los encargados de seleccionar a los alumnos que entraban al Colegio Pío Latino eran directamente los obispos, los cuales deberían mandar a jóvenes escogidos, pero, –se lamentaba– desgraciadamente, esta norma generalmente no era entendida por los ordinarios. Se recomendaba que los candidatos para entrar al Colegio tenían que estar en condiciones de comenzar la filosofía o la teología; los superiores, después de muchos años de experiencia desaconsejaban mandar alumnos ya ordenados presbíteros, porque no se adaptaban a la disciplina del Colegio.

Los padres jesuitas insistían para que los obispos mandaran sólo jóvenes sanos y robustos, ya que no era fácil adaptarse al clima romano y a la intensa vida de estudio y oración; además, se había venido pidiendo el certificado médico, pero no todos los obispos hacían caso de este requisito. Los alumnos que llegaban al Colegio eran sometidos a un control médico y cada alumno tenía su ficha clínica. Desgraciadamente las condiciones físicas de los alumnos no siempre eran muy resistentes[136] «sea porque algunos traen consigo síntomas de enfermedades locales o hereditarias o sea porque no a todos se adapta el clima inconstante y un poco húmedo de Roma.»[137] Por su parte, –observa mons. di Jorio– los superiores habían buscado prevenir las enfermedades con disposiciones oportunas, como una sobrealimentación, o dando a los alumnos una buena capa de paño de lana para preservarlos de las improvistas variaciones del frío en el invierno. En el último trienio no había habido muertes en el Colegio, sólo dos alumnos habían sido enviados a su país porque tenían tisis. Tampoco había habido expulsados.[138]

Era necesario tener en cuenta en este Colegio –precisa el visitador– que los alumnos presentes en este momento (1938) pertenecían a 15 distintas naciones, que mañana podrían ser 22. Aunque se podía admitir una base étnica común, era inevitable que existiesen entre los diferentes grupos, ciertas fricciones más o menos sensibles, que sólo el sentimiento religioso y una dirección sagaz podían atenuar o eliminar. En opinión del visitador, esta unión era más difícil de lograr cuando aun estaban presentes los brasileños (que habían dejado el Colegio en 1934); desde entonces parecía que la disciplina había mejorado.

Pero habría que tenerse en cuenta la composición del personal que formaba el Colegio; aunque el expreso deseo del Papa Pío X había sido que, de todas las diócesis de América Latina hubiese al menos un estudiante en el Colegio, muchas diócesis no lo tenían, y otras por ejemplo Guadalajara, tenía 28. Lo mismo se podía observar si se hacía un recuento por Estados:

…algunos están completamente ausentes como las Republiquetas de América Central: algún otro, aun políticamente importante, es anémico: Chile con 13 diócesis, tres alumnos; Perú con 10 diócesis, cinco alumnos. Al contrario, México con 32 diócesis, tiene 86 alumnos.[139]

Por eso, según opinión del visitador, se va a otro exceso, pero explicable dadas las condiciones de México, ya que la formación eclesiástica en muchas diócesis mexicanas era por lo menos anormal; y el número habría aumentado de no haber sido abierto el Seminario de Montezuma en los Estados Unidos. De esta realidad nacía una consideración elemental: la mitad de los alumnos del colegio estaba constituida por mexicanos:

Ahora entre Mexicanos y otros pueblos de América Latina le ha parecido al Visitador –a deducirlo de sus observaciones personales a través de los coloquios con los jóvenes– haya notabilísimas diferenciaciones, a comenzar de aquellas somáticas: un Mexicano se distingue netamente a primera vista, porque tiene rasgos notablemente más indígenas.

A esto naturalmente corresponden también las características del espíritu: el Mexicano es tranquilo, sometido, tímido, casi pasivo; al contrario el Argentino por ejemplo es vivaz, y siente de sí del punto de vista personal, como del nacional.[140]

Por eso, monseñor di Jorio sostenía que en el mismo Colegio había climas muy diversos entre sector y sector y podía crearse un clima de incomprensión y sospecha entre los mexicanos y los argentinos, especialmente, pero en su conjunto, según pudo observar, había un espíritu suficientemente cordial, que era la expresión de la caridad reinante. Le parecía al señor visitador que en este Colegio el nacionalismo no adquiría una nota excesiva, quizá como en otros colegios romanos.

Opinaba también que los latinoamericanos, provenientes en su mayoría de países calientes, «tienen una índole emotiva: impresionables, volubles, afectivos, sujetos a simpatías, estrechan fácilmente amistad, pero los Superiores vigilan para prevenir e intervenir a tiempo.»[141] Por otro lado los superiores habían asegurado al visitador, que no había más que decir sobre este tema.

1. 4. 6. 3. La piedad

Las oraciones de la mañana y de la tarde se recitaban, en común o por camerata, en la capilla. Para facilitar la oración a los alumnos cada uno tenía un Enchiridium precum, en italiano y latín, y con un poco de castellano. Cuando los brasileños estaban en el Colegio, para evitar rivalidades, las oraciones se decían en italiano o en latín. Después de la separación, la lengua italiana había sido substituida por la española, bien sea en las oraciones como en las exhortaciones, con un cierto mal humor por parte de los viejos padres italianos de la casa. Por las tardes, se preparaba la meditación en la capilla, que se hacía todas las mañanas después de la misa, durante media hora, cada uno por su cuenta, sobre un libro escogido con el consejo del padre espiritual. Se hacía de rodillas y el visitador pensaba que quizá sería oportuno adoptar un sistema mixto, para no cansar a los alumnos sin motivo suficiente; es decir, una parte de rodillas y la otra como cada uno quisiera. En los días de fiesta el director espiritual daba una exhortación en lugar de la meditación. Los alumnos que no estaban obligados a rezar el Oficio Divino, tenían en la capilla lectura espiritual, en común durante quince minutos; aquellos que tenían órdenes menores, podían hacerla privadamente.[142]

El examen de conciencia, se hacía en común dos veces al día, antes de la comida y al final del día y según mons. di Jorio, con fruto. Durante la semana y por turnos se asignaba un tiempo a cada camerata para las confesiones; también los alumnos podían ir libremente durante el día al cuarto del director espiritual. Pero, observa el visitador, «dado que con una comunidad tan numerosa podrían surgir inconvenientes, para charlas extraordinarias los jóvenes dejan un billetito al padre espiritual; cuando agregan: ‘urgente’ tienen prioridad sobre otras peticiones.»[143] Por otro lado todos los alumnos podían escoger con mucha libertad a su confesor ordinario y aun si pedían uno extraordinario, fuera del Colegio los superiores no se mostraban contrariados; muchos se confesaban con los profesores de la Universidad Gregoriana.

Los alumnos participaban cada día de la misa y comulgaban también a diario. Hacían dos veces al día, en comunidad, visita al Santísimo, después de la comida y después de la cena; y algunos varias veces al día, privadamente. Los alumnos in sacris tenían la buena costumbre de recitar parte del breviario en la capilla.

Cada año había ejercicios espirituales con una duración de seis días completos, después de las vacaciones de otoño; se solían concluir el sábado después de la fiesta de Cristo Rey; cada mes había un retiro espiritual.

Especial relieve tenían en el Colegio la devoción a María, gracias a la Congregación Mariana que funcionaba los domingos; por lo demás –observa el visitador– «la devoción a la Virgen en los países de América Latina es popularísima.»[144] La devoción al Papa también era inculcada, ya que todos los días se hacían oraciones en común por el santo padre y se pedía también por sus intenciones; y, cuando era necesario o se presentaba la ocasión en conferencias o exhortaciones: «se mantiene vivo el sentimiento de filial devoción.»[145]

También el visitador informaba que en el Colegio había una asociación misionera, que buscaba recoger todo cuanto había disponible para enviarlo a las misiones; existía además un pequeño museo misionero. Cada alumno, antes de regresar a su patria regalaba un objeto al fondo de las misiones; objeto que era comprado por otros compañeros y el dinero se empleaba para la propagación de la fe. Además «mantienen también un chinito en el Seminario.»[146] Y, según opinaba el visitador, especialmente en este campo, entre los alumnos había una emulación muy edificante.

1. 4. 6. 4. La disciplina

El seminario tenía su propio reglamento que, según la declaración del visitador: «… se remonta a los inicios de la fundación del Colegio y con algunas modificaciones es el que está vigente todavía. Tanto en el origen, como en su forma actual ha sido aprobado de los superiores de la Compañía de Jesús.»[147] Los alumnos lo debían conocer perfectamente ya que cada uno tenía un ejemplar y se leía varias veces al año en el refectorio. Pero había un problema disciplinar a juicio del visitador, pues según él, era un poco difícil que estos jóvenes dado su carácter se acusaran espontáneamente al superior de las transgresiones a la regla; aunque había ciertamente sus excepciones. «Pero existe un artículo (37)[148] que obliga a los alumnos a avisar a los superiores en los casos graves y si estos desgraciadamente fueran acertados no se deja de tomar oportunas y severas disposiciones.»[149] Observa mons. di Jorio que, no obstante que el rector es jovencísimo, todos los demás superiores y padres de la casa le tienen la máxima deferencia. A los alumnos se les inculcaba también ese espíritu de obediencia y de docilidad; le parecía al visitador que sobre este punto no había nada importante que subrayar aunque, recuerda que el pasado año:

…la disciplina –sobre este punto– dejó mucho que desear y propiamente de parte de los mayores, sacerdotes, casi a punto de regresar a la patria, pertenecientes a la primera camerata. Parece que eso haya dependido de un sistema rígido instaurado por el Rector del momento, P. Tomé, que habría alcanzado el efecto contrario: una reacción de los mayores que se sentían tratados como niños.[150]

Y, de los que pudo averiguar el visitador, no faltaron recursos de los obispos a la Santa Sede contra los métodos rígidos del padre Tomé. Porque los de la 1a camerata, o sea los grandes, cuya mayoría son sacerdotes, tienen cada uno exigencias distintas y piensa el visitador que el artículo 46 del reglamento,[151] que prohibe tener dinero a los alumnos, debe aplicarse con moderación cuando se trate de los alumnos sacerdotes que mañana tendrán que vivir en el mundo. El visitador cree que quitar completamente el dinero a los sacerdotes no responde a los fines de una sana educación; además las rigoristas disposiciones del pasado régimen provocaron un espíritu de intolerancia en las dos primeras cameratas y por ello de crítica y murmuración. Ahora es diferente pues los alumnos, que tienen confianza en el padre Porta, le expresan sus necesidades y éste busca, en cuanto es posible, contentarles.[152]

Con respecto a la prensa, a los periódicos y revistas que se leen en el Colegio, el visitador declaraba que cada camerata recibía todos los días el Osservatore Romano y que ningún alumno tenía permitido recibir o leer periódicos o revistas sin la aprobación del superior. Toda publicación que llegaba al Colegio pasaba por la censura del rector y, si a juicio de éste, podían ser leídas sin peligro, se distribuían a los alumnos sólo en los días de vacaciones. Además, anexa a la biblioteca existía una sala de lectura y consulta donde había muchos periódicos y revistas de varias partes del mundo, que los alumnos podían leer.[153] No se permitía a los alumnos, comprar periódicos; además como no tenían dinero, pues estaba prohibido, no podían hacerlo.[154]

Los recreos principales se tenían después de la comida y de la cena. A veces un paseo substituía el recreo de casa, si no, se hacía en el patio o en la terraza; además, los jueves por la mañana, los muchachos del Pío Latino iban como invitados al campo deportivo de los Caballeros de Colón para jugar al fútbol. Según el visitador, este juego era lo único que realmente podía fatigar a los seminaristas pero se les permitía jugar sólo por tiempo limitado. Otros juegos eran: el tenis, el baloncesto, la petanca, juegos que el visitador considera «siempre decorosos, [en] que los alumnos toman [parte] sin jamás quitarse el hábito talar y sin apostar dinero.»[155]

Para salir del Colegio, ya sea a la universidad o a los paseos, lo hacían en grupos de seis o de ocho. Si eran sacerdotes, po-dían ir solos con permiso del rector, pues eran los que estaban visitando bibliotecas para trabajar en sus tesis doctorales, siempre que no hubiera quien los acompañara. A monseñor di Jorio le parecía que imponer a los sacerdotes salir en grupo, era una medida exagerada; si la disposición se limitara a pedir que los sacerdotes salieran en grupos de tres, se podría lograr la misma finalidad, sin forzar excesivamente las cosas; pensaba que exigir demasiado en este campo dejaba en los alumnos recuerdos poco gratos.

Por otro lado el visitador creía que los paseos no estaban bien organizados. Los grupos se formaban en cada camerata a elección de los mismos alumnos: cada grupo iba a donde más le agradara, con la única limitación de evitar los lugares demasiado concurridos o mundanos. Al visitador le parecería conve­niente, que dejando a los alumnos una cierta libertad en agruparse, «fuese en los días de vacaciones, cuando el paseo dura también dos horas, asignada a cada camerata una indicación al menos genérica, por ejemplo santa Inés en la Nomentana.»[156] Y esto –según el visitador– para evitar que en algunos días festivos, no obstante las recomendaciones de los superiores, se vean grupos de seminaristas andar vagando por el Pincio o estorbando en los bancos del Gianícolo, además de que no se favorecía la vigilancia. Para monseñor di Jorio esta vigilancia era necesaria para evitar que los alumnos se entretuvieran en escuchar la música, «a la cual, por su carácter meridional, son muy atraídos, en lugares públicos, ya sea también al descampado, peor aun si fuese entre la gente.»[157] Encauzar los paseos, piensa el visitador, permitiría a los jóvenes una dirección más acorde con la educación eclesiástica y contribuiría en la formación de un espíritu verdaderamente romano, que «ama vivir la vida y los sagrados recuerdos de la vida Cristiana, de esta Alma Mater: el presente y el pasado.»[158]

Para los recreos dentro del Colegio tenían un patio, cerrado, tétrico, frío «muy poco adaptado para estos jóvenes, que sienten la necesidad de luz y de sol: algunas terrazas, libres, menos una sujeta a intromisiones y de la cual no se hace uso.»[159] Además, cada camerata tenía su sala de recreación, que en general las dimensiones no correspondían al número excesivo de alumnos.

Las salidas después de la cena no eran permitidas; rarísima vez asistían a alguna reunión de la Obra del Soldado o a alguna proyección cinematográfica, revisada por los superiores y proyectada únicamente para el Colegio; el visitador aseguraba que en el último año se tuvieron sólo una o dos proyecciones.

Se pudo comprobar que dentro de la casa, los alumnos tienen un comportamiento silencioso y recogido, y se piensa que aun irá mejorando el ambiente a medida que salgan los mayores que habían mostrado cierta indisciplina con el anterior rector.

Los chicos del Pío Latino pasaban las vacaciones en Montenero, Livorno en donde tenían dos villas: Bella Vista y Meyer con parques anexos, se encontraban a 25 minutos del mar y podían albergar a 170 alumnos, más los superiores y el personal de servicio. Durante los últimos tres años, una de las villas hospedó a los alumnos del Colegio Brasileño, unos treinta, pero a partir del año de 1938, el visitador dice que debían ocupar una casa distinta debido a que habían crecido en número.

De la información que el visitador pudo conocer acerca de la vida en las villas de vacaciones, supo que, antes de 1932 hubo inconvenientes porque algunos alumnos iban a dar catecismo en la parroquia de Montenero y ahí coincidían con un instituto femenino de educación dirigido por monjas y daban el catecismo hombres y mujeres mezclados; pero esto se organizó después de otra manera. Los superiores aseguraban que en estos últimos años no se habían dado inconvenientes. Los alumnos pasaban en la villa veraniega desde finales de julio hasta la mitad de octubre.

Estos alumnos no tenían ninguna ocasión ni posibilidad de hacer viajes extraordinarios, vacaciones distintas, de viajar sin la sotana, de frecuentar playas o baños. Durante su estancia en Livorno en vacaciones, –apunta mons. di Jorio– hacían los baños de mar, en un lugar apartado, escondido por los arrecifes y con todas las debidas medidas que impone la decencia ya que no tenían cabinas.

El visitador pensaba que, en cuanto a la disciplina del Colegio, no era conveniente tener cuatro cameratas tan llenas de alumnos; proponía hacer más divisiones para facilitar la vigilancia. Recordaba también en su informe, algunos hechos graves sucedidos en las vacaciones de 1933, en la villa de descanso, entre dos alumnos, un mexicano y un argentino; el primero fue expulsado y el segundo, perdonado y ordenado sacerdote puesto que se comprobó que fue víctima del otro. Además aseguraba que:

El padre Tomé, que en su rectorado ha estado asaltado de una excesiva rigidez, ha puesto en evidencia al Visitador, que para conocer y juzgar a estos jóvenes latinoamericanos, es necesario tener presente, que su carácter y sus inclinaciones están en correspondencia con el clima caliente de los países de los cuales provienen y que no siempre en los Seminarios diocesanos tuvieron precedentes laudables o ejemplos para imitar.[160]

La conclusión de monseñor di Jorio a este respecto, era que los obispos no tenían un concepto adecuado y claro de lo que debería ser el Colegio en relación a las necesidades de sus diócesis. Pensaba que los obispos que enviaban alumnos estaban movidos por motivaciones más bien secundarias: «no tienen presente que el Colegio es para una formación superior, espiritual e intelectual; en consecuencia algunas veces la elección deja que desear.»[161] Quizá las motivaciones secundarias a las que alude el visitador se refieran a la urgente necesidad de clero que tenían los obispos, a las escasas vocaciones, a los pocos medios y por lo tanto no se verificaba una selección exhaustiva de los candidatos. Los obispos miraban más a la urgencia pastoral que a la calidad de los seminaristas enviados. Por eso insistía que era necesario escoger prudentemente a los candidatos, los cuales debían dar posibilidades de esperanza certera; pedía que no enviaran jóvenes sacerdotes, que se adaptaban mal a la vida y a las reglas del Colegio; el rector, padre Porta, estaba convencido que, si debían llegar nuevos alumnos sacerdotes, serían acogidos en la casa sacerdotal, anexa al Colegio.

1. 4. 6. 5. El personal doméstico

El personal doméstico para atender el Colegio era de 25 personas. La dirección se encargaba también de la vida espiritual de los servidores con la misa y el rosario todos los días, catecismo semanal, explicación del evangelio los domingos y un retiro de preparación a la Pascua de tres días. Se ocupaba de ellos un alumno sacerdote que les recomendaba la confesión y comunión mensual. El servicio atendía: la portería, la cocina, la limpieza general de la casa. Los alumnos por su parte debían hacer la limpieza de sus celdas. Les estaba prohibido a los alumnos tener contacto con los sirvientes y el visitador aseguraba que esta regla se cumplía puntualmente. Lo que dejaba mucho que desear era la limpieza de estas personas del servicio en su conjunto porque, según convicción de monseñor di Jorio: era una cuestión ciertamente de cada individuo, pero, al tratarse de gente del pueblo, mal acostumbrada, no había mucho que hacer. En el semisótano del Colegio se encontraba instalada la lavandería mecánica atendida por ocho mujeres, a cuyo cargo estaba la sobrina de uno de los religiosos jesuitas y de la cual se hablaba muy bien. La comunicación entre el Colegio y la lavandería estaba cerrada habitualmente.

1. 4. 6. 6. Los estudios

Los alumnos del Pío Latino asistían a las clases de la Universidad Gregoriana y del Instituto Bíblico. Iban andando desde el Colegio, en grupos, por la mañana y por la tarde. Cada curso tenía un alumno encargado llamado bedel que tenía la responsabilidad del grupo, en cuanto a la disciplina y los estudios; se encargaba también de escoger cursos especiales, ejercitaciones prácticas, etc. Debía contarse necesariamente con la aprobación del rector que dentro del Colegio era tambien el prefecto de estudios, por eso el bedel presentaba la lista de su grupo para ser aprobada. Los alumnos participaban de todas las repeticiones públicas[162] de la Gregoriana y en el propio Colegio había dos repeticiones a la semana.

El visitador afirmaba que en este Colegio había una queja general de los superiores y de los alumnos por la falta absoluta de tiempo para estudiar convenientemente las disciplinas que aprendían en la Universidad. Esto se atribuía un poco a la excesiva cantidad de materias, pero otra causa era que la Universidad estaba lejos del Colegio. Para ir a la Gregoriana desde el Pío Latino, andando, se necesitaban 20 minutos que debían hacerse cuatro veces al día; una hora veinte minutos, sin contar el tiempo de preparación. Y, observaba mons di Jorio: «Se agregue que al regreso a casa por las tardes los jóvenes, también por un poco de distracción, toman el camino más largo –hacia el Pincio– y son al menos un par de horas al día que se pierden.»[163] Y el visitador pensaba que también los alumnos podían repasar las lecciones durante el camino, pero dado el movimiento de la ciudad, esto era prácticamente imposible y además era necesario tener presente que «se trata de muchachos latinoamericanos y no de alemanes; carácter y mentalidades que más difícilmente se concentran.»[164] Sería mejor, sugería el visitador, que los repetidores de teología les enseñaran un buen método de estudio, el uso de los apuntes escolásticos, etc. Además, en casa los alumnos, según pudo comprobar el visitador, no perdían el tiempo ni en dar vueltas ni hablar entre ellos, ni en escribir cartas o en lecturas extrañas o inútiles.[165]

El Pío Latino tenía un buen fondo de libros, cerca de 16,000 volúmenes, distribuidos en tres repartos de una única biblioteca. La biblioteca general, formada desde el comienzo del Colegio, estaba reservada a los sacerdotes, aunque los alumnos podían pedir libros al padre bibliotecario, y ésta tenía 12,000 volúmenes. Había también una sala de consulta para estudiantes de Biblia, teología y derecho canónico con 2,000 volúmenes. En la biblioteca general había un fondo llamado Biblioteca Americana que tenía carácter de cultura nacional, con 2,000 volúmenes y que podían consultar todos los alumnos. En el último trienio, según el visitador, la biblioteca había aumentado en unos 600 libros.[166]

Los alumnos presentaban exámenes semestrales y anuales y no eran dispensados de ellos sino por razones gravísimas, o sea enfermedades muy serias. También en el Colegio había academias con sus ejercitaciones y premios: la academia de Santa Teresa, para la lengua española, también había de retórica, de griego y de italiano. Los superiores trataban de incentivar el estudio con una sana emulación a través de premios anuales, basados sobre los resultados de los exámenes que se publicaban en un Efemérides anual. Se daban premios a la piedad y a la observancia de las reglas. El visitador estaba complacido porque los resultados en los estudios habían sido para el año escolástico de 1937: «78% óptimo, 21% medio y 1% negativo.»[167]

En cuanto a la liturgia, los alumnos eran instruidos de manera práctica en las funciones en las que debían tomar parte; también los que iban a ser ordenados in sacris eran enseñados a usar el Oficio Divino y a celebrar la santa misa.

En cuanto al canto eclesiástico, monseñor di Jorio informaba que en el Colegio había un maestro, que enseñaba canto gregoriano una vez a la semana y también se daba un premio anual al mejor alumno. Había una Schola Cantorum dirigida por un alumno que acompañaba las funciones litúrgicas en la Capilla del Colegio; además del canto gregoriano se enseñaba también música polifónica. Si algún alumno mostraba inclinación y deseo por el estudio del órgano o del armonio, un maestro laico daba clases en el Colegio desde hacía más de cuarenta años.

En tiempos de vacaciones, los alumnos tenían algunos estudios de ejercitación práctica, que no era posible hacer durante el curso escolar por falta de tiempo; se les daba cursos de catequesis, de teología pastoral, práctica de la administración de los sacramentos; semanas de estudio de sociología. A los teólogos se les ordenaba preparar una prédica, asignándoles antes el argumento que desarrollaban en la capilla o en el refectorio. Algunos daban catecismo a los niños de la Congregación Mariana, y en Montenero, a los alumnos de la parroquia y también en una pequeña iglesia rural; el visitador apunta que este ejercicio de verano normalmente se concluía con las primeras comuniones.

En cuanto a la Acción Católica, un sacerdote preparado daba un curso completo cada cuatro años de quince lecciones al año. Según el visitador hacía falta un curso administrativo sobre el manejo de los bienes de la Iglesia y un curso sobre la legislación civil nacional en materia eclesiástica; pero también agrega: «no sería posible con tanta diversidad de Estados.»[168]

1. 4. 6. 7. La urbanidad de los alumnos

Cada quince días los alumnos tenían una lección de urbanidad y según dijeron al visitador los superiores, los alumnos, en sus conversaciones se manifestaban educadamente evitando rudezas e inconveniencias. También en su porte, le parecieron todos decorosos, correctos y gentiles entre ellos y obsequiosos con los superiores. Algunos decían que en la Universidad Gregoriana «los alumnos del Pío Latino Americano pasan por [ser] los jóvenes más educados.»[169] Al visitador, los alumnos le hicieron una impresión, si no óptima sí discreta; aunque todo esto no corresponde con la opinión de algunos huéspedes de la casa que encuentran a los alumnos poco educados, pero el visitador observaba que: «son muchachos a veces un poco tímidos, especialmente los mexicanos, que topándose con un extraño se encuentran tal vez con la vergüenza de [tener que] saludar.»[170]

Por lo que respecta a la comida, monseñor di Jorio observa que se prepara para más de 200 personas; está fuera de duda que es abundante, a discreción y cuatro veces al día, aunque la limpieza podría mejorar. Y observa: «Estos muchachos no raramente provienen de pueblos medio salvajes, de familias pobres, y de climas calientes, que acostumbran al organismo a un nutrimento más limitado.»[171] Por lo que, siempre en opinión de monseñor di Jorio, es inaceptable que no se muestren satisfechos.

Los alumnos le parecieron al visitador bastante distinguidos en cuanto a su vestimenta; solo subrayaba que dentro de la casa, durante el invierno usaban una capa, innovación hecha por el padre Tomé, la cual no siempre estaba en condiciones decentes, y esto se explicaba porque se les asignaba una por cada alumno y les debía durar todo el tiempo de su permanencia en el Colegio.

1. 4. 6. 8. Las instalaciones

En cuanto al edifico del Colegio el visitador apuntaba que era un gran cuadrilátero que tenía todos los defectos de la época en la que había sido construido (1887), y se desahogaba:

Un cuartelón sin gusto y sin criterio; cuartos de una altura desproporcionada, suficiente para dos pisos; ausencia completa de una dirección racional para la vigilancia de un instituto de educación; cámaras en dos pisos visibles, uso de celdas, un solo patio en uso, tétrico como una cárcel. No tiene de bueno sino las terrazas, porque ahí, por buena suerte, el arquitecto no pensó quitar con un techo aquello que nos da el Señor: el sol. Este gran cubo, plantado ahí como el Ministerio de las Finanzas (es de la misma época y parece un hermano menor) es una gran mísera cosa, especialmente en su disposición interna y desde el punto de vista disciplinar.[172]

Para el visitador, lo único bueno del Colegio era la capilla; verdaderamente decorosa, amplia, con una nave central y dos pequeñas naves laterales, rica en mármoles y en pinturas; fue enriquecida gracias a la munificencia de un ex alumno, mons. Orozco y Jiménez,[173] arzobispo de Guadalajara, que había prometido hacer más cosas aun por el Colegio, pero que desgraciadamente había muerto.[174] Otra cosa que destacaba monseñor di Jorio, era el refectorio para 270 personas, grande, bien iluminado por un lucernario que al construirlo en una reforma, había inutilizado el patio de encima. Era además frío, un poco húmedo y los locales adyacentes, o sea la cocina, era sucia, semioscura y poco ventilada. Los domésticos que servían a la mesa poco atendían a la limpieza y a la higiene; cosa por lo demás –observa el visitador– común en todos los institutos.

Para los baños, que estaban colocados en el semi sótano del edificio, había 25 cabinas con ducha, algunas con bañera, que eran reservadas a los superiores. Los alumnos, por turnos de cameratas tomaban la ducha una vez a la semana; en verano, a veces más de una a la semana. El agua, según las necesidades, era calentada por una caldera de gasolina que servía también para la lavandería y la calefacción de la casa.

 En la planta baja se encontraban: las habitaciones de los huéspedes, habituales y extraordinarios, el comedor de los padres y de los huéspedes. A juicio del visitador, en esta planta la higiene también dejaba mucho que desear.[175] Habría muchos trabajos de reforma que emprender en el Colegio; cambiar pisos, blanquear paredes, barnizar puertas, «pero el defecto mayor está en los cuartos excusados. Malamente dispuestos, malolientes, sucios, arruinados; es el trabajo que se impone de absoluta necesidad; sería necesario también aumentar el número de 30 a 40.»[176]

Monseñor di Jorio aconsejaría vender el edificio y construir una nueva sede que respondiera a las exigencias del Instituto.[177] Pensaba que los alumnos ganarían muchísimo en un ambiente más sano. Ganaría la disciplina y los obispos confiarían más en mandar a sus alumnos.

Otra cosa que le pareció desproporcionada al visitador era que, si bien los alumnos pagaban una cuota anual para pagar la lavandería[178] la ropa de cama era cambiada ¡cada cuatro semanas![179] La enfermería del Colegio también le pareció vieja, sucia y con necesidad de reformas, especialmente sugería proveerla de baños nuevos. La cocina que tenía anexa la enfermería tenía una limpieza deficientísima. Un hermano coadjutor hacía de enfermero, y según la opinión del visitador, no estaría mal que se pusiera una bata blanca. Los alumnos estaban muy satisfechos del cuidado del hermano enfermero. «Como es claro, la higiene, en conjunto del Colegio, deja que desear y debe cuidarse de modo especial, dada también las predisposiciones físicas de los alumnos a la tuberculosis.»[180]

1. 4. 7. Los alumnos mexicanos en este decenio

Durante estos diez años, se inscribieron en el Colegio Pío Latino Americano 130 alumnos mexicanos procedentes de las siguientes diócesis: 35 de Guadalajara, 14 de México, 12 de Puebla, 9 de Veracruz, 7 de Monterrey, 7 de San Luis Potosí, 6 de Durango, 5 de Tepic, 5 de Tulancingo, 4 de Aguascalientes, 4 de Zamora, 4 de Chihuahua, 4 de Morelia, 3 de Tamaulipas, 2 de Antequera, 2 de Cuernavaca, 2 de Yucatán, 2 de Sonora, 1 de Chiapas, 1 de Chilpancingo, 1 de Colima, 1 de Huajuapan.[181]

Un alumno mexicano de ese tiempo, sacerdote de la arquidiócesis de Guadalajara, Antonio Gutiérrez Cadena,[182] recuerda su experiencia en el Pío Latino en los años de 1935-1945:

Me fue perfectamente. Lo mejor de los 20,000 jesuitas que tenían, estaban en Roma. Si se ponía uno listo, en la clase se aprendía la lección y si se distraía, se jorobó, porque no había tiempo de estudiar mucho, ya que el horario estaba todo cargado. Clases en la mañana, clases en la tarde y teníamos muy poco tiempo. Por ejemplo en segundo de teología teníamos, veinte minutos para estudiar, pero eran tan claros los profesores que eso bastaba. Me tocaron profesores notables, muchos: Carlos Boyer[183] que fue nada menos que el prefecto de estudios y ese fue el director de mi tesis, Filograssi,[184] Tromp,[185] Zapelena.[186] Una pléyade de grandes profesores; Arnou[187] que era un padre canadiense, luego Fuerst[188] que era norteamericano y muy listo. Un padre viejito alemán Mueller,[189] que nos daba Sagrada Eucaristía y el padre Lennerz,[190] otro alemán de primera clase. Todos autores de sus libros y luego en teología moral el padre Juan [sic] López, un español, Juan López y un alemán,[191] no me acuerdo cómo se llamaba, que daba su materia de teología moral, clarísimo. Sí, grandes profesores me tocaron. Bueno, la Compañía estaba bien, estaba fuerte.[192]

En cuanto a los problemas de que hemos hablado, sobre la disciplina, a este alumno le tocó la transición de rectorados; del padre Tomé al padre Porta y la visita apostólica de 1938; tiene el siguiente recuerdo de su Colegio en el cual estuvo 10 años:

…era una disciplina perfecta, perfecta. Pero mucha caridad, mucha hermandad, mucho orden, mucha disciplina. A nosotros nos tocó bien. Antes de nosotros hubo un tiempo malito, porque los alumnos se enfermaban mucho, no tenían una capa que después ya tuvimos nosotros. Los otros no tenían zapatos de hule, no más con su paragüitas y además, todos traían dinero y a cada rato comían lo que querían, fruta y todo y bebían agua y les hacía daño. Muchos se enfermaron de la pleura y se vinieron. A nosotros ya nos tocó distinto, ya había calefacción en los cuartos y todo. A nosotros nos tocó una época muy buena. Andábamos siempre en grupos de seis. De la Gregoriana al Colegio y del Colegio a la Gregoriana. Entonces el Pío Latino Americano estaba en la vía Gioachino Belli. Y ahí me ordené yo. Cuando yo llegué, el rector era el padre Tomé, Angelo Tomé y después estuvo un padre Giacomo [sic] Porta. Se me hace que después fue hasta cardenal [no lo fue]. Y después estuvo otro padre, en tiempos de la guerra; el padre Perioli. Nosotros sí teníamos trato con el rector y con un padre muy bueno, un argentino, se llamaba, ¿cómo se llamaba?[193] Había sido párroco en Argentina y después había entrado en la Compañía de Jesús y ese era el ministro, no me acuerdo cómo se llamaba el padre ese, muy listo, era poeta y muy juguetón. Y claro, había prefectos en cada camerata, yo por ejemplo, fui prefecto de la cuarta camerata.[194]

En vísperas de la segunda guerra mundial, los obispos hipano-americanos tuvieron la satisfacción de saber que los alumnos enviados a Roma estaban obteniendo buenos resultados en la Gregoriana; durante el curso de 1937-1938 el número total de alumnos que se matricularon en esa universidad fueron 2,316; el número total de los alumnos del Pío Latino Americano fueron 159. Entre los Colegios más numerosos se contaban el Germánico-Hungárico (124 seminaristas), el Francés (162 seminaristas) y el Norteamericano (159 seminaristas). Estos tres Colegios sólo habían obtenido una Summa cum laude ganada por un seminarista del Colegio Germánico.

Los seminaristas de los Colegios Pío Latino Americano y Español sostienen una tradición gloriosa. El curso 1936-1937 habían obtenido cinco y siete calificaciones de Suma cum laude respectivamente; siendo el número total de seminaristas de uno y otro seminario 159 y 162 respectivamente.[195]

1. 4. 8. El Pío Latino Americano y México

El servicio de formación realizado por el Pío Latino en favor de las diócesis de América Latina fue muy importante; especialmente en México. Dio la posibilidad de formar al menos a algunos sacerdotes en otra cultura y en contacto con las preocupaciones de las iglesias hermanas de Latinoamérica y junto al ministerio de Pedro. Pero precisamente este fenómeno por ser parcial acarreó recelos, suspicacias y envidias. Se sabía que los alumnos escogidos para ir a formarse a Roma «debían ser los mejores», los más capaces, los más piadosos e inteligentes. La selección competía al obispo que se apoyaba desde luego en el rector y sus colaboradores para escoger a los muchachos. Los escogidos que se formaban en el extranjero, en relación a los que se quedaban, eran poquísimos y a su regreso frecuentemente solían ocupar cargos importantes en las diócesis. Quizá el fenómeno se agudizó en las diócesis en donde se podían mandar grupos más o menos numerosos como Guadalajara, México o Puebla, pues al regresar les llamaban los «romanos», o los «piolatinos» y formaban un conjunto significativo. En cambio, en las diócesis que sólo podían mandar uno o dos alumnos de vez en cuando, este fenómeno no se dio como algo notable. Por ejemplo, Guadalajara, que pudo enviar grupos numerosos, resintió esta división del clero. Un integrante del cabildo de ese arzobispado, acusaba a su prelado, Francisco Orozco y Jiménez  el año de 1924 en estos términos:

Derrocha un fuerte capital sosteniendo en el Colegio Pío Latino a quince jóvenes, número mayor que el sostenido por cualquiera de las diócesis de la América, con perjuicio de la instrucción de los seminaristas, o de la juventud y la niñez de la clase humilde, o del remedio de tantas necesidades más de la Diócesis. Estimo que más bien reportaría a la Iglesia y la sociedad en el establecimiento de escuelas o talleres bien montados en donde se diera instrucción gratuita a los niños pobres y se les formara el corazón, que en unos cuantos laureados que vienen de Roma llenos de orgullo y a formar casta especial que va destruyendo la unión tan necesaria entre sacerdotes.[196]

Era verdad que se gastaban enormes sumas de dinero para la formación de los alumnos, aunque el arzobispo pensaba que no era derroche sino buena inversión sostener a la mayor cantidad de seminaristas posibles en esa institución que a él le había formado y dado tanto, como declaraba a cada paso; pero quizá lo que más molestaba a algunos sacerdotes de Guadalajara eran las preferencias que mostraba mons. Orozco por este grupo:

Procura y fomenta la división del clero al formar una casta especial con los formados por él en el Colegio Pío Latino y algunos favoritos, que más bien pueden llamarse simoníacos a lingua vel ab obsequio, con perjuicio de la justicia que se debe a sacerdotes ameritados por sus sufrimientos en el ministerio, o por larga vida en él, o por su saber, a quienes posterga por preferir a sus favoritos.[197]

Y estas preferencias del arzobispo, quizá se volvían más agudas pues los alumnos llegados del Pío Latino representaban una nueva generación, más preparada, más abierta, con otras maneras que, el «clero viejo» como ellos se autonombraban, no comprendía y sí reprobaba.

En Cabildo tenemos a dos del Pío Latino con unos cuantos años de ordenados, uno apenas contará diez. Ambos sin ministerio, porque luego que vienen de Roma se les ocupa en los puestos que hasta aquí habíamos visto destinados para sacerdotes de experiencia, de virtud bien probada y de ciencia.

Ni el título de laureados les puede valer, porque sin jactancia, tenemos sacerdotes de este mismo Seminario, o del antiguo clero, de ciencia mayor que los del Pío Latino.[198]

Además, el estilo era diferente e incomprensible para los sacerdotes mayores; para este canónigo, formado en austeridades casi militares no entiende por ejemplo que «El Rector del Seminario, Dr. D. J. Mercedes Esparza, siempre anda perfumado, ¿qué ejemplo para los futuros sacerdotes?» y aun más las orientaciones doctrinales que tienen estos sacerdotes jóvenes y recién llegados rozan, según el canónigo en lo intolerable, pero más siente que todo esto cuente con el apoyo del arzobispo.

El Dr. J. Mercedes Esparza en una conferencia ante más de cien sacerdotes y con asistencia del Prelado, dijo: «En la acción social, lo que primero ha de buscarse es lo temporal», y en efecto, observando bien la acción de estos sacerdotes, se ve marcada preferencia a lo temporal. Los del viejo clero creemos que no envejece aquello de Cristo: No sólo de pan vive el hombre, y así preferimos la acción que procura ante todo el pasto espiritual de las almas, teniendo como medio la acción que procura la felicidad y comodidad temporal en subordinación a la otra; jamás que lo temporal sea lo primero que se busque.Por este desatino mereció el Dr. Esparza muy grandes elogios del Prelado y nos dijo que no tenía otro sacerdote más sabio en su diócesis.[199]

Por su parte, el prelado, requerido por Roma, contesta a las pesadas acusaciones hechas por este canónigo, de la siguiente manera:

Manifiesta Ramírez un criterio no recto al afirmar que yo formo una casta especial en el clero, enviando alumnos al Colegio Pío Latino Americano de esta Ciudad, formando así división. Ciertamente en esta diócesis había la mayor aversión por este Colegio y por todas las nuevas disposiciones de la Santa Sede y del Código, y por eso me he dado prisa desde el primer año de mi Pontificado a mandar una decena de seminaristas y en seguida cada año tres o cuatro más, teniendo actualmente unos veinte, y otros tantos en la Diócesis de regreso. Son las esperanzas mías y de la Iglesia.[200]

Así que, con esta breve y contundente respuesta, el arzobispo responde a la Santa Sede e indirectamente a un miembro de ese cabildo metropolitano de Guadalajara, que ya en otras ocasiones había dado que hablar por su espíritu de pocas sumisión e independencia, además, quedaba claro que la esperanza de la renovación del clero tapatío, según declaraba el proprio ordinario, vendría de afuera.

Pero no todos los prelados actuaban de la misma manera con respecto a los sacerdotes que venían de Roma; por ejemplo, el arzobispo de Linares mons. Francisco Plancarte, cuando se encontraba en Chicago, a causa de la persecución, escribió en 1917 a su vicario el padre José Guadalupe Ortiz, futuro arzobispo de Linares lo siguiente:

Mucho me consuela el bien que hace con los ejercicios; lo único en que tendría algún reparo que poner es que esos ejercicios los da a niñas de los colegios un joven sacerdote que acaba de salir del Colegio [Pío Latino Americano] y no tiene ninguna experiencia. A los Doctores no hay que darles alas; fácilmente se suben y cuando se les quiere bajar, cabestrean: vale más comenzar por abajo y que hagan merecimientos para subir. Si para los hombres formales vale el adagio «entre santa y santo…. ¿qué será para jóvenes?[201]

En Morelia, también el arzobispo Leopoldo Ruiz y Flores, que había sido alumno del Pío Latino y había llegado bastante joven al episcopado, a los 35 años, tenía esta «política» para los alumnos que llegaban de Roma:

Tuvimos profesores muy sabios, por ejemplo el señor, don Fernando Ruiz, el señor Martínez, también fue profesor de este Seminario. Todos ellos eran muy sabios. Tanto que ¿sabe qué? En ese tiempo mandaban muchos de aquí a Roma. Mandaban cuatro o cinco o seis, pero cuando llegaban, no los levantaban mucho. Cuando llegaban, ordinariamente no los ponían en puestos claves, tanto que algunos que vinieron de Roma, tuvieron mejor que irse a otras diócesis.[202]

Los obispos debían actuar con prudencia para no sucitar envidias entre el clero de su diócesis; discernir el momento en que había que confiar cargos importantes a los sacerdotes formados en Roma. No sobrevalorarlos, no «levantarlos» antes de tiempo. Lo que era incuestionable era la calidad de formación que adquirían los «piolatinos».

Por su parte, los alumnos del Pío Latino estaban orgullosos de su formación y cuando se fundó el Seminario Interdiocesano de Nuestra Señora de Guadalupe, en Montezuma, Nuevo México, en septiembre de 1937, atendido también por los padres jesuitas, los obispos acordaron mandar ahí a sus alumnos. A partir de entonces al Pío Latino irían sólo unos cuantos, pero los ex alumnos tenían un alto concepto de la formación que habían recibido y pensaban que el nuevo seminario no era igual a «su Colegio»:

Eso fue para esquivar la persecución [la fundación de Montezuma] que había aquí; pero ahí mandaron ya profesores, diríamos, de segunda clase. Sólo había dos o tres que sí eran de primera. Ellos [los jesuitas] atendían allá a Roma. Lo mejor que tenían del profesorado en todo el mundo iba a dar allá.[203]

2. Seminaristas mexicanos en España

El 29 de junio de 1927, en plena persecución religiosa, desatada por la puesta en vigor de la «Ley Calles», el arzobispo de Puebla, mons. Pedro Vera y Zuria, escribía desde el destierro en Los Ángeles, California:

De México siguen viniendo tristes noticias. Muchos Estados han quedado sin un solo sacerdote, pues han sido aprehendidos, concentrados, expulsados a la fuerza o asesinados. En miles de hogares hay enfermos que miran helados de espanto, cómo la eternidad se les acerca sin tener un sacerdote a muchas leguas a la redonda.[204]

2. 1. Los obispos mexicanos solicitan ayuda a los obispos españoles

La vida de la Iglesia había quedado paralizada, los seminarios habían sufrido incontables atropellos. No era posible pensar en un espacio estable para formar a las vocaciones que, a pesar de la persecución, seguían llegando. El calvario de la Iglesia mexicana había sido acompañado por la solidaridad de otras Iglesias hermanas; entre todas, la Iglesia española se mostró siempre cercana y disponible. De los sacerdotes extranjeros que había en México, la mayoría eran españoles. La expulsión de éstos, de algún modo, sensibilizó aun más a los prelados españoles y así, antes de que se desatara la persecución de Plutarco Elías Calles, los arzobispos de España escribían una carta al arzobispo de México, José Mora y del Río, fechada en Madrid en abril de 1926.[205] Aseguraban que el clero y el pueblo español, estaban al lado de los obispos y católicos mexicanos para elevar una enérgica protesta en torno a los atentados incalificables con que los cristianos eran públicamente escarnecidos. Alababan también la fortaleza de un pueblo que sabía resistir puesto que:

Al lado de la persecución que con saña inaudita va buscando sus víctimas en las almas indefensas, está la admirable fortaleza y el abnegado heroísmo con que se ofrecen éstas en silencioso sacrificio que atraerá indudablemente las bendiciones del Señor sobre esa tierra, honrada en su glorioso pasado por tan santas y nobles hazañas.[206]

Y hacían votos para que Dios velara siempre por esa nación «digna de mejor suerte»[207] y para que amparase y protegiese a su «ejemplar Episcopado a fin de que continúe en la admirable fidelidad con que viene esforzando y alentando a todos sus hijos, para que con santa firmeza cumplan sus cristianos deberes mientras pasa esta nefasta persecución.»[208] Además se mandaba realizar un triduo de rogativas en la parroquia de San Jerónimo el Real de la Villa y Corte de Madrid, los días 10, 11 y 12 de mayo de 1926, haciéndose solidarios a través de la oración.[209]

Con esta preparación el episcopado y el pueblo español estuvieron sensibilizados con respecto a lo que pasaba en México. Cuando estalló la persecución de Plutarco Elías Calles, y se hizo insostenible la situación de los seminarios mexicanos, los obispos solicitaron al cardenal primado de España, Enrique Reig y Casanova,[210] la ayuda concreta para sus seminaristas. El cardenal Reig había sido nombrado legado papal para el Congreso Eucarístico Nacional de España, llevado a cabo en Toledo en octubre de 1926. Fue entonces, que encontró la oportunidad para reunir a todos los prelados españoles asistentes y hacerles presente el deseo de sus hermanos mexicanos. Celebrada la reunión, los obispos, unánimemente resolvieron:

             1.     Recibir en sus diócesis, mediante el pago de la pensión respectiva, los seminaristas mejicanos que designe el Emo. Cardenal Primado.

             2.     Ofrecer en la medida que consienta el estado de cada Seminario, alguna Beca gratuita a los que no pudiesen abonar la pensión señalada.[211]

 

Esta disponibilidad fue comunicada a la S. C. de Seminarios por el nuncio en Madrid, monseñor Tedeschini,[212] pero con un considerable retraso a causa de la enfermedad del cardenal Reig, ya que fue hasta junio de 1927 que el cardenal Bisleti recibía la decisión de los obispos. Éste contestaba al nuncio Tedeschini: «Con viva y profunda complacencia he tomado nota de tales disposiciones mediante las cuales los Ordinarios de España vienen en ayuda de sus Cohermanos de México.»[213] Así, el camino entre México y España se abrió para recibir a los seminaristas que tuvieron la oportunidad de ser enviados por sus obispos. Como es lógico, se escogió a los seminaristas que daban mayores esperanzas de ordenarse y también a los que estaban en los últimos años de su formación.

Las diócesis mexicanas empezaron a mandar seminaristas: Guadalajara, Puebla, Tepic, Linares, Yucatán, Zamora, etc. En España las diócesis que recibieron alumnos mexicanos fueron: Toledo, Madrid, Lugo, Urgel, Mondoñedo, Palencia, Huesca, Pamplona, Badajoz, Córdoba, Cuenca, Segorbe, Vitoria, Sigüenza, Orihuela y Valencia. Se calcula que los seminaristas que estuvieron en España durante el periodo de la persecución de 1927 a 1930 fueron unos 400.[214]

Los periódicos oficiales de las diócesis españolas recogieron esos momentos de solidaridad con sus hermanos católicos perseguidos: fue como una preparación para acoger a los seminaristas que no tardarían en llegar a incorporarse a los seminarios españoles. Son notas llenas de calor y de emoción. La persecución religiosa en México había tenido un interés especial en todo el mundo, quizá porque el gobierno establecido se había mostrado groseramente burdo e intransigente con las creencias de la mayoría del pueblo que gobernaba y esto era publicado en la prensa internacional, pero también por el cuidado con el que los Pontífices rodearon la conflictiva situación de esa iglesia particular. Los católicos en el mundo, sabían lo que pasaba en México. Así expresaba el periódico eclesiástico de la diócesis de Vitoria, una función solidaria en favor de los católicos mexicanos:

Vitoria católica, como un solo hombre, respondió al llamamiento de su Prelado[215] que le invitaba a unir oración y acción por sus hermanos queridísimos que padecen persecución en Méjico, pedazo del solar español. Y el domingo 30 de enero [1927] lo mismo en la parroquia de San Miguel para la comunión general de la mañana y la función de desagravios por la tarde, que en el Teatro Príncipe para el mitin del medio día, fueron muchísimos los que demostraron con su presencia y su plegaria y su aplauso de aprobación a los oradores qué compenetrados estaban con los de allende los mares, y cuánta parte tomaban en sus penas.[216]

Los actos duraron todo el día; misa, rosario, desagravios, sermones apologéticos y un «mitin» en el teatro al cual asistió el obispo Múgica. Hubo tres oradores que hablaron de México:

…la del águila real posada sobre una roca [sic] con una serpiente entre las garras; la de la bandera tricolor, verde blanca y roja por su independencia, por su fe y por su sangre americano-española; la conquistada a Cristo por la predicación del Evangelio, donde desgraciadamente se ha despojado a la Iglesia de sus derechos.[217]

Esta preparación sin duda sirvió para sensibilizar a la población que, llegado el momento, se volcó con los seminaristas. Podemos adivinar tras cada historia de los muchachos expatriados, el sufrimiento por dejar patria y familia y sobre todo tener que dejarla en ese caos.

Cuando los prelados mexicanos, muchos en el exilio, supieron de la acogida favorable a su solicitud, se alegraron. En su destierro, el arzobispo de Puebla, Pedro Vera y Zuria, escribió:

Noticia consoladora es que el Primado de España, Eminentísimo Señor Cardenal Enrique Reig Casanova, acogió con verdadero entusiasmo la iniciativa de fundar un Seminario[218] para mexicanos en España. Ha manifestado […] que no sólo aprueba y bendice la obra, sino que prestará todo su apoyo, «pues responde admirablemente, dice, a nuestra tradicional obra de amor a la Iglesia y a la fraternidad cristiana que nos une a las repúblicas que nacieron a la civilización y al cristianismo por obra de nuestros héroes y de nuestros misioneros. Y ahora es cuando debe mostrarse el amor a la Religión y el amor a nuestros hermanos los católicos de México, inicuamente perseguidos por causa de su fe.»[219]

2. 2. Calurosa acogida a los seminaristas mexicanos

A Puebla llegaron estas noticias recogidas en su boletín oficial eclesiástico el año de 1927; se refieren a una expedición compuesta por 27 seminaristas de la diócesis de Tepic, Nayarit. En marzo de 1927 tuvieron que abandonar el seminario por la persecución, mientras su obispo, Manuel Azpeitia y Palomar, emigraba a la ciudad de Los Ángeles en Estados Unidos. La noticia recogida dice que los seminaristas:

Luego de ocho meses de intranquila estancia familiar, pudo el Obispo anunciarles la partida para España de los que tuvieran esa ejemplar decisión. Los seminaristas mejicanos nombraron agradecidos al Presbítero turolense D. Tomás Lozano,[220] a quien deben que se les haya resuelto favorablemente los pasos adversos de la salida de México y trámites difíciles del viaje.

La expedición que llegó a Vigo el 7 de enero, luego de 9 días de mar, desde Nueva York, se ha repartido entre los seminarios de Lugo, Urgel, Mondoñedo, Toledo, Palencia, Huesca, Pamplona, Valencia, Orihuela, Badajoz, Córdoba, Cuenca, Segorbe.[221]

Así llegaban a destinos diferentes, distribuidos según las posibilidades de cada seminario y según también el número de becas de las que se podían disponer, puesto que los obispos españoles, una vez que aceptaron recibir alumnos mexicanos, promovieron entre sus fieles la creación de becas. Invariablemente la acogida fue muy fraterna:

El recibimiento de los Colegiales del Seminario les ha conmovido dicen, llegando casi a olvidar la lejana patria. Efectivamente, los nuevos compañeros han sido objeto de atenciones delicadas y cordiales, que dicen mucho en favor de los seminaristas valencianos. Además de iniciar una colecta para comprarles los libros, les ofrecen de lo que puede disponer un interno: fruta, fiambres, dulces…[222]

2. 3. La experiencia del seminario de Guadalajara

El rector del seminario de Guadalajara, José Merced Esparza, en su informe rectoral de 1930, narraba el periplo que tuvieron que hacer los seminaristas a causa de la persecución:

Empezaba el año 1925- 1926 […] inscritos ya 291 alumnos, se formalizaron las clases y demás prácticas del Seminario; sólo que, desprovistos de casa y de aulas, por ende, los templos y sacristías de la ciudad y las huertas de los suburbios, nos proporcionaron generoso albergue. Así corrió el año 1925 – 1926 concediéndonos el Señor finalizarlo con unos exámenes que podría decir, nada dejaron por desear. El total de examinados fue de 261 y ordenados sacerdotes 11.[…]

Siguió el año escolar 1926-1927. Este año el Seminario debía gustar las mismas amarguras que gustaba la Iglesia, tropezar con las mismas dificultades con que ella tropezaba. Inscritos 347 alumnos, empezaron las clases, no ya en los templos y sacristías sino en casas privadas y esto apenas por dos meses, al cabo de los cuales, por disposición superior, los latinistas y filósofos suspendieron sus labores, quedando solamente los teólogos, quienes en número de 84 y en varios grupos, cada uno de estos bajo un superior, proseguían sus estudios fuera de la ciudad, en Ranchos más o menos distantes. ¿Quién pudiera pintar aquí, con la viveza de la realidad aquellos cuadros sublimes de virtud heroica de nuestros seminaristas en aquellos días? Pero ni aún así fue posible terminar aquel año. En los primeros días del mes del marzo de 1927, decretaba nuestro Ilmo. Prelado, movido por las circunstancias, la dispersión de esos pequeños grupos. Y podemos decir que, a partir de esa fecha, estaba en suspenso la vida de todo el Seminario; uno o dos pequeños grupos confiados a algún sacerdote que desde su escondite cuidaba de ellos en lo posible y nada más, Dios, sin embargo operaba en el interior de estos jóvenes y los vigilaba y seguramente que entonces fue cuando iba preparando y fortificando a varios de ellos para las grandes pruebas, para los sacrificios supremos. Firmes en su vocación, solicitaron al fin del año y obtuvieron examen 64 y ¡Quién lo creyera! Fueron ordenados sacerdotes 10. ¡Siempre el buen Dios con sus seminaristas!

Llegaba el tiempo en que debería dar principio el año escolar 1927 – 1928; las gravísimas dificultades continuaban y así parecía imposible reanudar cualquier trabajo; pero Nuestro Señor que veía los buenos deseos de nuestros jóvenes y que estaba dispuesto a ayudarlos, les abrió el camino de una manera por completo inesperada.[223]

La manera inesperada llegó a través de un sacerdote español de la diócesis de Monterrey, Enrique Tomás Lozano, «cuyo nombre debe figurar entre los beneméritos de la Iglesia Mexicana»,[224] –en opinión del rector del seminario tapatío– ya que él fue quien gestionó y obtuvo de los obispos españoles el que recibieran en sus seminarios un buen número de seminaristas mexicanos. Y, dice el padre Esparza: «así fue como en noviembre de 1927 partieron para dichos Seminarios diez de nuestros jóvenes.»[225] Los seminaristas mencionados fueron a parar a Vitoria; y las manifestaciones de cariño y solidaridad que se hicieron ahí fueron en verdad generosas, por eso afirmaba el rector:

¡Quién pudiera referir aquí el cariño y generosidad con que fuimos recibidos y tratados siempre! Aquella ternura del Sr. Obispo de la diócesis, el Excelentísimo Dr. D. Mateo Múgica y Urrestarazu, quien más de una vez, conmovido hasta las lágrimas, nos manifestó su amor a México, su admiración por él, sus sentimientos verdaderamente paternales para con aquellos pobres estudiantes a quienes no sabía negar cuantas gracias se le pedían! Aquellos cuidados del Comité Pro-México[226] a los cuales también respondió la ciudad de Bilbao y aún de los lugares vecinos.[227]

Fue tan eficiente la caridad del obispo de Vitoria que poco después de llegado este grupo de diez seminaristas, monseñor Mújica hizo un ofrecimiento al arzobispo de Guadalajara monseñor Francisco Orozco y Jiménez, consistente en una casa y medios económicos para poner un colegio en su diócesis con los seminaristas que se pudieran mandar. Se decidió enviar a 23 teólogos que tuvieron por profesores y superiores a dos sacerdotes de Guadalajara. La aventura que ellos vivieron quedó registrada en una crónica manuscrita que se conserva en la biblioteca del seminario de Guadalajara.[228]

La experiencia se realizó de la siguiente manera: en enero de 1928, el sacerdote José Toral Moreno,[229] comisionado para hacer los preparativos pertinentes, enviaba al presbítero José Miguel Alba, encargado provisional del Seminario en Guadalajara, un cablegrama desde Bilbao, avisándole que podían salir luego tanto los seminaristas, como el Padre que los debería acompañar. El padre Ignacio de Alba,[230] nombrado por el arzobispo, rector del seminario en España, salió por orden del mismo, para Laredo, Texas, a conferenciar con el padre Enrique Tomás Lozano Flores, a quien se debía en gran parte la traslación a España de una parte de ese seminario.[231]

Así, el 26 de enero de 1928 salía para la capital de México, el primer grupo de seminaristas que debía embarcarse. El día 28 salía de Guadalajara el segundo grupo. El día 31 de enero se ultimaban los trámites de arreglo de pasaportes. El 1 de febrero salían de México a Veracruz los 21 alumnos del seminario de Guadalajara a los que se unieron otros dos al día siguiente. El día 3 embarcaron en la nave Alfonso XIII rumbo a La Habana, Cuba a donde llegaron el día 5. Fueron hospedados en la casa noviciado de los padres Salesianos. Al día siguiente embarcaban muy temprano y el día 9 de febrero fueron recibidos en Nueva York por el rector del seminario J. Merced Esparza, quien les ofreció una comida y les exhortó a aprovechar la oportunidad de ir a España para continuar los estudios eclesiásticos: «Les recomienda que estudien la Geografía y la Historia de España: ‘que se hispanicen’ y así serán mejores mejicanos; y que sean perfectos en toda línea. – A la una y treinta levó anclas el barco. –»[232]

El día 11 de febrero, finalmente salían rumbo a Bilbao a donde llegaron el día 23 después de una agitada travesía y de tocar La Coruña, Gijón y Santander. Fueron recibidos con cariño y entusiasmo por los miembros del comité «Pro-México» y llevados a instalar en una casa provisional. Después, por la tarde, al santuario bilbaíno de Nuestra Señora de Begoña para dar gracias del viaje. Ahí se reunió una gran cantidad de clero y fieles para expresar su cariño y solidaridad a la Iglesia Mexicana en las personas de los seminaristas tapatíos. El 27 de febrero de 1928 iniciaban las clases impartidas por los sacerdotes encargados: el padre José Toral impartía teología dogmática y Sagradas Escrituras y el padre Ignacio de Alba la teología moral. El día 4 de marzo empezaban a funcionar las academias de latín y de literatura castellana.[233]

Pero esta experiencia que tuvo tan buena acogida y estuvo arropada por muchos católicos generosos, no dejaba de ser una «limosna» y estaba marcada también por la estrechez. Los alumnos llegaron a resentir las carencias. Las crónicas de esos días veladamente lo dan a entender: «Se nota en algunos algún descontento originado principalmente por escasez pecuniaria. Se les aclaran los puntos.»[234] La aclaración de puntos no pudo consistir en otra cosa que constatar la realidad.

Con esa austeridad continuó la vida de este trasplante del seminario de Guadalajara en Bilbao. Los padres encargados solicitaron a los padres jesuitas que nombraran al padre Joaquín Ibáñes del Ibero,[235] director espiritual del seminario y les fue concedido en los primeros días de marzo de 1928; fue muy querido por los seminaristas.

Es curioso observar que, mientras la mayoría de obispos se mostraban preocupados por las costumbres de sus seminaristas cuando estuvieron en Estados Unidos, prevenidos contra su estilo de vida, ya que no querían que los alumnos se «america­nizaran», sin embargo, cuando estuvieron en España, vieron como naturales, costumbres muy alejadas de los mexicanos como por ejemplo que los propios formadores ofrecieran a los alumnos en días especiales, cigarros, vino en la comida, una copita de licor, etc. Quizá también en eso consistía el consejo del rector Esparza: «que se hispanicen.»[236]

El curso, siguió adelante como se pudo, y terminó el sábado 28 de julio de 1928, continuando con los exámenes. El cronista anotaba escuetamente la sencillez del acto: «Se verifican los exámenes privados de Dogma y Moral formando el tribunal los PP. Toral y de Alba quedando en un solo acto examinados de ambas asignaturas.»[237] Pero no se renunció a tener los exámenes públicos, así que se llevaron a cabo del 6 al 10 de agosto, escogiendo a los mejores alumnos para sustentarlos, e invitando a distintas personalidades del lugar: bienhechores, sacerdotes, amigos. Y las vacaciones, no podían haber sido más austeras; en casa, con paseos a la playa de Santurce, a visitar los lugares ignacianos, Loyola, Manresa, visitas constantes al santuario de Begoña y paseos a las montañas cercanas.[238]

El 5 de octubre de 1928 llegaba a Bilbao un nuevo grupo de seminaristas tapatíos; eran 22 nuevos alumnos que venían a engrosar las filas del seminario en el exilio. El arzobispo de Guadalajara, Monseñor Orozco y Jiménez informaba al papa Pío XI de su seminario fraccionado en tres partes: 33 alumnos se encontraban en el Pío Latino Americano de Roma, 48 alumnos en España, gracias a la benevolencia de los prelados españoles, y 150 alumnos en Guadalajara, estos últimos estudiando humanidades o filosofía, llenos de penurias a causa de la persecución religiosa. Debido a esto, lo más triste era que los alumnos no podían llevar vida común; era imposible, pues el gobierno civil hacía continuas perquisiciones y si descubría que eran alumnos de un colegio eclesiástico, podían ir a la cárcel. Por eso, las clases se daban en casas particulares, esto se tenía que hacer con mucho sigilo, entrando por turnos maestros y alumnos para disimular y así evadir a la policía. Por este motivo el arzobispo Orozco suplicaba al papa dispensar de las sabias normas de la Iglesia que mandaban vivir a todos los seminaristas bajo el mismo techo.[239]

Las angustias en México no tenían fin. Al menos en Roma y en España los seminaristas de teología podían estar a salvo y continuar con sus estudios. Por su parte la S. C. de Seminarios contestó al prelado serenando sus ánimos y dándole confianza en el porvenir: «…no debe preocuparse demasiado V. I. de esta forzada derogación de la ley: el Señor pensará a suplir con su gracia la deficiencia que podría seguirse en los estudios y en la formación.»[240] Por eso, los seminaristas «españoles», aunque con sus dificultades económicas, estaban en un ambiente sano, estable, que les permitía concentrarse en su formación y prepararse para desarrollar su ministerio en México. El curso de 1928-1929 se llevo a cabo con normalidad. El 12 de julio de 1929, las crónicas de este seminario de Bilbao anotan:

Viernes 12, Misa cantada de 1a en acción de gracias por la terminación del año escolar y el comienzo de los arreglos de la cuestión religiosa en Méjico (Te Deum). Después de la Misa telegrama cable del Sr. Orozco ordenando se embarquen los Pbros.[241] El 16 en Santander. Grande sorpresa y emoción.[242]

Este era el principio del fin del seminario de Guadalajara en Bilbao. Después de los arreglos de 1929, se consideró que ya no tenía sentido permanecer en España y no se inició el curso de 1929-1930. Los alumnos regresaron a la patria con la esperanza de encontrar tiempos mejores.

2. 4. La formación en los seminarios españoles

Muy someramente, unas cuantas noticias sobre la situación de la formación en los seminarios españoles de este periodo de 1925-1930, al menos para darnos una idea de lo que recibieron los 400 alumnos que estuvieron durante la persecución.[243] Parece que la situación de los planteles españoles a finales del siglo XIX no era muy halagüeña:[244] en cuanto a lo material, predominaban los edificios viejos, conventos readaptados, incómodos, antihigiénicos, sin capacidad de aceptar a todos los alumnos, por lo que había muchos alumnos externos. En cuanto a los superiores, se opinaba que: «son rarísimos los que reúnen las dotes necesarias de un verdadero superior.»[245] La razón era que había pocos sacerdotes capacitados para la formación o también un exceso de cargos en la misma persona. «En la mayor parte de los seminarios no había directores espirituales estables, los confesores poco seleccionados; los profesores escasos, inestables, pluriempleados, poco remunerados, poco competentes, sin interés por las clases, poco ejemplares como sacerdotes y con escasa respetabilidad, etc.»[246] La solución a un estado tan lamentable vino providencialmente de un hombre: Manuel Domingo y Sol[247] que inició una labor de cuidado y fomento de las vocaciones eclesiásticas a través de los Colegios de Vocaciones de San José y con la fundación de la Hermandad de Sacerdotes Operarios en 1883 para el cuidado de dichos colegios. Poco más tarde, a petición de algunos obispos asumieron la dirección de varios seminarios diocesanos, tomando a su cargo la dirección religiosa, administrativa y disciplinar de los planteles.[248]

El acierto del sistema formativo de los Operarios Diocesanos consistió sobre todo en una formación integral, apuntando a la disciplina sin permitir que la enseñanza, que dejaban a los sacerdotes diocesanos, interfiriera en una vida ordenada. Rompie­ron la diferencia social de trato entre los alumnos, fueran ricos o pobres; impusieron una sola mesa que antes no se tenía. Los superiores trabajaban de común acuerdo, en equipo, diríamos hoy, apuntando todos a la formación de los seminaristas. Se tuvo mayor cuidado en la selección de los candidatos. Se dio primacía a lo espiritual. La labor de los Operarios Diocesanos, a la larga supuso una revolución en la vida de los seminarios españoles. A ellos se debe también las primeras iniciativas de la pastoral vocacional en España: campañas, colectas, oraciones por las vocaciones, folletos, literatura vocacional, revistas, etc.[249]

Cuando los seminaristas mexicanos llegaron a las diócesis españolas, los seminarios ciertamente habían mejorado con respecto a la situación que había a finales del siglo XIX, gracias a la ardua labor de Mosén Sol y de sus Operarios, sin embargo se seguían arrastrando cargas del pasado.

Una idea de cómo se encontraban los seminarios españoles en el periodo que estuvieron los alumnos mexicanos la podemos encontrar en una carta que el nuncio en España, mons. Tedeschini escribió el 24 de noviembre de 1932 a nombre de la S. C. de Seminarios dirigida a los obispos españoles. Dicha carta respondía a la solicitud de una prórroga hecha por el cardenal Vidal y Barraquer[250] en nombre de los metropolitanos españoles a las disposiciones que reiteradamente había dispuesto dicha S. C. con respecto a los seminarios de España.[251] Monseñor Tedeschini, después de gestionar la prórroga, respondió a nombre de la S. C. de Seminarios diciendo lo siguiente:

1º La Sagrada Congregación reconoce que en estos momentos de gravísimas dificultades[252] no es posible llevar a efecto las disposiciones relativas al mejoramiento económico de los Seminarios, y en particular al aumento de la asignación de los Profesores; pero desea y espera, no obstante, la Sagrada Congregación que cada Ordinario haga cuanto esté en su mano para atender a las crecientes necesidades de su proprio Seminario.

2º Comprende así mismo la Sagrada Congregación que las dificultades económicas impiden por el momento la total supresión de los alumnos externos y de las vacaciones fuera del Seminario, debiéndose, sin embargo, tender a dicha supresión de alumnos externos, a la abolición de las vacaciones, durante el curso escolar, fuera del Seminario, y a la reducción de las excesivas vacaciones estivales, en la medida de lo posible.

3º debe proceder sin demora a la supresión de la diferencia de trato, dentro del Seminario, de los alumnos pobres y ricos, a cuyo efecto deben desaparecer la llamada segunda mesa y los alumnos fámulos;[253] y en caso de imposibilidad de sostener el suficiente número de criados, podrán encargarse algunos servicios a todos los alumnos indistintamente, según turnos previamente establecidos por los Superiores.

4º Quedan en todo vigor las disposiciones de dicha Plenaria [de la S. C. de Seminarios del 28 de agosto de 1929] concernientes al mejoramiento de los estudios, en particular del estudio del latín y de la lengua nacional, así como el número de horas de clase, que no será nunca inferior al de 20 semanales, y a la duración del curso escolar, que deberá ser por lo menos de nueve meses.[254]

En esas condiciones, pues, estuvieron los seminaristas mexicanos a la vigilia de cambio de régimen político, pues la monarquía caería el 14 de abril de 1931 para dar paso a la II República. Pero, después de los arreglos de 1929, empezaron a salir de España para incorporarse en México al curso 1929-1930 en la creencia de que la paz había llegado.

3. El Seminario Interdiocesano de Nuestra Señora
de Guadalupe en Montezuma, Estados Unidos

La fundación de un seminario interdiocesano para México llevó una larga preparación y los porqués de la decisión que tomaron los obispos, se encuentran seguramente en el contexto histórico de los años posteriores al gobierno de Plutarco Elías Calles. Hemos visto como después de los arreglos, no hubo soluciones de fondo al problema religioso, porque ninguna ley de las que habían puesto a los católicos en jaque, había sido modificada; quedaba todavía una etapa más en las persecuciones a la Iglesia Católica y esta se libraría en el campo de la educación pública, pero afectaría esencialmente a la formación del clero.

3. 1. Los gobiernos después de los arreglos

La Iglesia gozó poco tiempo de paz, tan sólo unos dos años después de los arreglos de 1929. Durante la administración interina del presidente Emilio Portes Gil, se convocó a elecciones presidenciales para concluir el periodo que él había iniciado a raíz de la muerte de Álvaro Obregón; fue elegido Pascual Ortiz Rubio,[255] quien contendió contra el prestigioso político José Vasconcelos, este había hecho una gira que pareció un plebiscito nacional. La razón de su fracaso, habrá que buscarla en los archivos del servicio secreto estadounidense, cuyos agentes trabajaban para lograr la elección de Ortiz Rubio.[256] Después de conocer el resultado de las elecciones, –manifiestamente fraudulentas– Vasconcelos huyó al extranjero; se instalaba en la presidencia un desconocido político, Pascual Ortiz Rubio, con un margen de victoria de 20 a 1.

Entonces el influjo del ex-presidente Plutarco Elías Calles estaba en todas las decisiones del gobierno; en la sombra actuaba el Jefe Máximo como poder real, por lo que a este periodo de la historia de México se le conocerá como el Maximato. Calles hizo y deshizo a su antojo en los ministerios y en las decisiones del gobierno.

Los obispos en estos años de 1929 a 1931, buscaron ajustarse al gobierno en todo lo posible, según lo pactado en los arreglos, facilitando las cosas para lograr una paz de fondo, condenando a los católicos opuestos al modus vivendi, así como a todo movimiento armado que utilizara pretextos religiosos; se ambicio­naba la paz.

En febrero de 1932 el delegado apostólico Leopoldo Ruiz y Flores publicó una pastoral condenando todo recurso a la violencia.[257] Durante los meses siguientes los obispos multiplicaron las cartas pastorales prohibiendo a los sacerdotes y a los fieles mantener relaciones con el resto de los aun rebeldes cristeros; querían evitar una nueva insurrección que presentían podía ser más violenta. En la práctica, el asesinato de Obregón, el 17 de julio de 1928, había sumido a México en una crisis política constante que se alargaría hasta 1937. Calles desconfió de Ortiz Rubio, a quien manipuló a su placer y lo quitó del gobierno quizá porque temió un golpe de Estado, así que lo obligó a dimitir el 3 de septiembre de 1932, remplazándolo inmediata­mente por el general Abelardo Rodríguez,[258] que fue elegido por aclamación en el Congreso. Éste hombre millonario que había levantado su fortuna administrando aduanas en California, no fue tratado por Calles mejor que Ortiz Rubio. Como era lógico, al llegar a la presidencia Abelardo Rodríguez quiso sacudirse la tutela del patrón, pero sus ministros, todos, seguían las órdenes que Calles les dictaba en privado, antes de pasar por la Cámara; pero al menos pudo terminar su mandato hasta el final del plazo marcado el 30 de noviembre de 1934. Tanto Abelardo Rodríguez como Pascual Ortiz Rubio, se vieron presionados por una situación económica grave originada por razones nacionales e internacionales: la minería y la agricultura estaban en total desorden, el crack financiero de 1929 afectó profundamente a la emigración mexicana; entre 1930 y 1934 fueron deportados de Estados Unidos más de 400,000 mexicanos, el peso mexicano se vino abajo devaluándose en un 50% respecto al dólar; esto provocó pasar de la moneda acuñada en metales preciosos al papel moneda que el pueblo se negó a aceptar causando gran descontento contra el gobierno.[259]

Pero Calles era un hábil político que había creado bases para mucho tiempo y que sabía sortear las crisis. Los gobiernos de Obregón y Calles buscaron dar una prioridad absoluta a la construcción de una economía capitalista moderna, sin embargo, la dependencia del petróleo y la minería, como base de la economía y la recesión económica zarandearon fuertemente la novel estructura y así los años 1927 a 1933 fueron de carestía quedando al descubierto la debilidad de la economía nacional.[260]

Se había gestado también algo nuevo; durante el maximato; la proclamación por parte de Calles del fin del gobierno de «caudillos» trajo un desplazamiento hacia las instituciones; con la fundación del nuevo Partido Nacional Revolucionario (PNR) a principios de 1929,[261] se estaban dando los rieles estables al país para deslizarse por una hegemonía de partido oficial que gobernaría ininterrumpidamente hasta el año 2000 con el nombre de Partido Revolucionario Institucional a partir de 1946. Surgieron muchos inconvenientes, es verdad, pero esta mediada dio una estabilidad política de la que se carecía desde 1911 y por lo tanto ofreció posibilidades de crecimiento en todos los órdenes. Habrá que lamentar que los artífices del Estado Mexicano moderno hayan excluido todo aquello que oliera a católico, dejando una laguna impresionante en las leyes, las instituciones y las personas.

El 30 de noviembre de 1934, el general Lázaro Cárdenas del Río tomaba posesión de la presidencia de la República, obviamente con el permiso de Calles. Empezaba una nueva etapa política y social para México y desde luego, más conflictos para la Iglesia. Cárdenas tenía una estricta formación militar y todos sus cargos giraron en torno al ejército con excepción de dos breves interinatos en la gubernatura de su estado, Michoacán, del 11 de junio al 2 de julio y del 3 de agosto al 15 de septiembre de 1920; en esa experiencia contaba con sólo 25 años de edad. Más tarde fue gobernador de Michoacán, cargo que asumió el 16 de septiembre de 1928 y que ejerció con dos breves ausencias.[262] Después de cumplir su mandato como gobernador, fue designado como jefe de operaciones militares en Puebla y luego como secretario de Guerra y Marina. Renunció a este último puesto, que por aquel entonces era uno de los más importantes de México, para aceptar la candidatura de su partido a la presidencia de la República. Cárdenas había sido desde joven un fiel seguidor de Calles; se reconocía como su discípulo, cosa que seguramente agradaba a Calles y por eso no obstaculizó su carrera política, aunque, de algún modo Calles no dejó de menospreciarlo y Cárdenas, al final, no lo perdonó.[263]

El ideario político y social de Lázaro Cárdenas se fue gestando en su experiencia como militar y como gobernador de Michoacán; tuvo inequívocos tintes populistas, pero tampoco se puede ignorar que intentó una política de masas que favoreciera a los más pobres del país ¿astucia política? ¿oportunismo? ¿coherencia con la realidad social del país?; los medios utilizados, en muchos casos, resultaron discutibles. Sus campos de acción serán: educación, régimen agrario, organización de obreros y campesinos y el fomento del civismo, pero le interesó especialmente la educación, pues llegó a comprender el enorme poder que podían tener los maestros como sacerdotes laicos que podían penetrar en la conciencia popular. Cárdenas, al igual que otros gobernantes mexicanos buscaron adherirse a un jacobinismo extremo e ideologizado que bajo el pretexto de «liberar al pueblo de toda opresión», la emprendían contra la Iglesia Católica, combatiéndola sin tregua. Cuando fue gobernador de Michoacán (1928-1932) hizo que el Congreso local decretara que en el Estado sólo podría haber tres sacerdotes en cada uno de los once distritos en los que fue dividida la entidad. Michoacán tenía tres diócesis: Morelia, Zamora y Tacámbaro y la misma ley prohibía o no permitía que algún sacerdote ejerciera funciones episcopales.[264] También los maestros, los agraristas junto con algunas mujeres, inflamados por el clima anticlerical y la propaganda que hacía el gobierno, organizaron vergonzosos actos vandálicos de agresión contra los católicos.

Cuando Lázaro Cárdenas se vio postulado como candidato a la presidencia de la República, elaboró, junto a expertos y técnicos del gobierno, un Plan sexenal cuyos principios deberían guiar su gestión. Ese plan se dividía en diez secciones que eran consideradas como las grandes áreas del gobierno: agricultura y fomento, trabajo, economía nacional, comunicaciones y obras públicas, salubridad pública, educación, gobernación, ejército, relaciones exteriores, hacienda y crédito público y obras de construcción para las comunidades. En el apartado de educación, contenía el esperpento de lo que dieron en llamar educación socialista, puesto que se declaraba que la escuela primaria debía excluir toda enseñanza religiosa. Este aspecto haría nuevamente crisis frente a la Iglesia Católica. A través de este plan, Cárdenas buscó la manera de justificar la intervención estatal en todos los aspectos de la vida ciudadana. En él se pretendía dotar al Estado de poder efectivo, con una ideología nacionalista en cuanto a la economía y uso de los bienes del país. Cárdenas, enarboló su plan sexenal como bandera de reivindicaciones revolucionarias. Durante su campaña a la presidencia, en un discurso tenido en Gómez Palacio, Durango, dijo:

Si soy llevado por el pueblo a la presidencia de la República, no permitiré que el clero intervenga en forma alguna en la educación popular, la cual es facultad exclusiva del Estado. […] La Revolución no puede tolerar que el clero siga aprovechando a la juventud y a la niñez como instrumento de división en la familia mexicana, como elementos retardatarios en el progreso del país y, menos aun, que conviertan la nueva generación en enemiga de las clases trabajadoras que luchan por su emancipación.[265]

Pocas esperanzas podían albergar los católicos con el advenimiento de este nuevo perseguidor, que era un miembro prominente de la Gran Logia Masónica del Valle de México, al que la voz popular tildó de comunista, pero que hizo todos los esfuerzos por deslindarse también de este grupo ideológico que en Mexico estaba en efervescencia. Cárdenas buscó más bien ser identificado como socialista y esta será su bandera de gobierno.

Al empezar a gobernar, todos pensaron que el influjo del Jefe Máximo seguiría desde la sombra moviendo las piezas del ajedrez político, pero la realidad fue otra, dado que Cárdenas empezó a caminar sin consultar. Se organizaron centrales obreras, sindicatos masivos; hubo sonadas huelgas que asustaron al sector empresarial y, entonces, Calles hizo declaraciones severas criticando las medidas del presidente de la República. La crisis estaba planteada: Calles se hizo la cabeza de la oposición presidencial. Cárdenas no cedió y mediante una hábil maniobra, que consistió en pedir la renuncia colectiva de todo el gabinete el 14 de mayo de 1935 y así prescindir de los callista que había nombrado, también se organizaron manifestaciones de apoyo al presidente Cárdenas en donde se tildó a Calles de «traidor a la causa revolucionaria». El movimiento terminó con la expulsión del país del general Plutarco Elías Calles el 1 de octubre de 1936 y la desaforación de todos los diputados callistas.

Cárdenas tuvo una mentalidad especial respecto al trabajo de los obreros; pretendía que estos tomaran parte en la producción, administración y propiedad de las empresas, y el Estado o más propiamente el gobierno, se comportaría como el árbitro y regulador de la vida social en donde atendería las demandas de los obreros para evitar, a cualquier coste, el paro. Con respecto al problema agrario, Cárdenas quiso solucionarlo a través de la repartición de tierras y así se emprendió un reparto agrario, sin precedentes en todos los gobiernos revolucionarios anteriores. En la política externa protestó ante la Liga de las Naciones por las invasiones de Italia (Mussolini) en Etiopía y Alemania (Hitler) en Austria. Acogió además al gobierno de la República Española en el exilio mostrando solidaridad con los refugiados. Un punto culminante en su gestión política fue el que concluyó el 18 de marzo de 1938, que de acuerdo a su plan de nacionalización de la economía, decretó la expropiación de las compañías petroleras. Tuvo, además, una preocupación especial por los indígenas y organizó el Primer Congreso Indigenista Interamericano, fundando además el Departamento de Asuntos Indígenas que se ocuparía, al menos en la teoría, de todos los intereses de los grupos indígenas mexicanos .[266]

La personalidad y la actuación de Cárdenas es compleja y resiste seguramente varios niveles de análisis, que no son objeto de este trabajo; cuando más, decir que, en su política hacia la Iglesia, continuó la línea de oposición sistemática que tuvieron sus predecesores en la presidencia de la República.

3. 2. Conflictos en torno a la educación

La Constitución de 1917, en su artículo 3º, como ya hemos visto, al establecer la enseñanza libre, introducía también las palabras «pero laica», dando a entender que se deslindaba de todo credo religioso pero estableciendo así una contradicción; la enseñanza es libre, «pero» no puede ser religiosa; tiene que ser atea, o sea ya no es libre. Y de ahí, cambiar el «pero laica», con cualquier otro «pero»: socialista, comunista, anarquista, era cuestión de tiempo y de preferencias. Esta puerta abierta dejada por los constituyentes de 1917 expresaba todo el espíritu jacobino de dicha Carta y sería fuente de innumerables choques del gobierno contra la Iglesia. Tradicionalmente, la Iglesia había tenido en el campo de la educación un espacio de apostolado y también era un escenario privilegiado para el crecimiento interno. El gobierno no terminaba de darse cuenta que, ni siquiera todo el esfuerzo del Estado, en conjunto con el de la Iglesia, habían podido sacar a México de su ancestral retraso cultural; ahora, aniquilando nuevamente la acción de la Iglesia en virtud de una pretendida «desfanatización», el gobierno aseguraba a México seguir en el eterno rezago cultural, y por tanto, social.

Ya hemos visto cómo los obispos hicieron a su tiempo la protesta formal a la Constitución de 1917; pero será en los gobiernos sucesivos a los arreglos de 1929 que el tema de las leyes constitucionales y en concreto del artículo 3º sobre la educación, volverá a tener actualidad.

Por su parte, el papa Pío XI lanzaba, el 31 de diciembre de 1929, su célebre encíclica Divini illius Magistri,[267] sobre la educación en donde mostraba al mundo el ideal de la educación cristiana. En su intención estaba, proclamar la grandeza y trascendencia de una instrucción que ordena al hombre a su fin último, la posesión del Bien Sumo, Dios.[268] El Papa Pío XI manifiesta los derechos de la Iglesia, la proclama «inmune de error; por lo cual es maestra de los hombres suprema y segurísima, y en sí misma lleva el derecho inviolable a la libertad de magisterio.»[269] Indica también el derecho inviolable que tienen las familias para educar a sus hijos; derecho divino que es anterior al del Estado.[270] Habló también de la educación sexual, poniendo en guardia a quienes «Yerran gravemente al no reconocer la nativa fragilidad de la naturaleza humana…»[271] y con grave voz advierte a los padres de familia:

Importa, pues, sumamente que el buen padre, mientras hable con su hijo de materia tan lúbrica, esté muy sobre aviso y que no descienda a particularidades y a los diversos modos con que esta hidra infernal envenena gran parte del mundo, a fin de que no suceda que, en vez de apagar este fuego, lo excite y lo reavive imprudentemente en el pecho sencillo y tierno del niño.[272]

Y también declaraba que la tarea educativa era, por así decirlo, históricamente iniciativa de la Iglesia, antes que del Estado. Y porque aparta de la religión, prohibe asistir a escuelas neutras o laicas, mixtas consintiendo sólo la tolerancia a juicio de los obispos, en determinadas circunstancias y con especial cautela.[273] Esta encíclica estará en el fondo de la lucha por la educación entre la Iglesia y el Estado. Los obispos fueron literalmente aplastados por la máquina legislativa, veían el ideal propuesto por el Papa, muy lejano de sus posibilidades.

El 22 de abril de 1932, durante el gobierno de Pascual Ortiz Rubio, a la sombra de Calles, un importante periódico de la capital daba la siguiente noticia:

El Secretario de Educación Pública, Narciso Bassols,[274] anunció un decreto conforme al cual habrán de funcionar las escuelas particulares del Distrito Federal y territorios federales. Según se desprende de los considerandos de dicho decreto, es muy considerable la influencia que en la enseñanza han podido adquirir los miembros de las órdenes religiosas y ministros de cultos dedicados al magisterio. Y para contrarrestarlas el Gobierno federal ha reformado el Reglamento de Escuelas Particulares que venía fungiendo desde el 22 de julio de 1896. En el citado decreto se advierte que la enseñanza ha de ser laica: que no formen parte del personal docente ministros de cultos ni personas que pertenezcan a corporaciones religiosas; que los planteles no reciban, para su sostenimiento, fondos de procedencia religiosa; que no estén las escuelas locales destinadas a servicios religiosos o de culto. También se señala que la infracción de este reglamento será sancionada por la Secretaría de Educación Pública con multas de diez a quinientos pesos y que se revocará al plantel la autorización para funcionar cuando la falta así lo amerite.[275]

Si bien la Constitución prohibía a las corporaciones religiosas establecer o dirigir escuelas primarias, no prohibía directamente a los sacerdotes o ministros dar clases; por eso, Bassols se propuso llevar hasta sus últimas consecuencias el artículo 3º. Convenció pues a Ortiz Rubio, (eso quiere decir que Calles lo quiso), de que diera su anuencia para publicar un Reglamento, que llevaba la fecha del 19 de abril de 1931, cuyo artículo 4º prohibía expresamente a todo ministro o miembro de cualquier orden religiosa enseñar en escuelas primarias.

En medio de esta agitación se publicó en México la encíclica de Pío XI Acerba animi[276] escrita para los católicos mexicanos, en septiembre de 1932; en ella el papa expresaba su desilusión ante el incumplimiento por parte del gobierno en cuanto a los arreglos de junio de 1929; decía que su pena era intensa al ver que la Iglesia seguía siendo hostigada. Había encarcelamientos y tratos indignos, decía que los templos, seminarios y otros edificios que pertenecían a la Iglesia, no habían sido devueltos, a pesar de la promesas hechas por el gobierno. Denunciaba también la arbitrariedad de los gobernantes que no tenían en cuenta a los obispos al designar a los sacerdotes autorizados. Exhortaba al pueblo a la oración, a la penitencia y a la prudencia. Finalmente acusaba a las leyes por inicuas e impías.[277]

El rechazo a la encíclica por parte del gobierno no se hizo esperar; el 3 de octubre de 1932 el diario El Universal publicaba:

El señor Presidente de la república, general de división, Abelardo L. Rodríguez, protestó oficialmente al Vaticano por la posición contraria que manifiesta hacia las leyes mexicanas. El presidente dijo: «En forma inesperada y absurda se ha publicado la encíclica ‘Acerba Animi’, cuyo tono no nos extraña, por haber sido característica del papado los procedimientos llenos de falsedad en contra del país. Al protestar en contra de las leyes que se conceptúan opresoras de la libertad de la Iglesia, incitaba abiertamente al clero de México a que desobedezca las disposiciones en vigor y a que provoque un trastorno social, dentro de la eterna obra del clero que no puede resignarse a perder el dominio de almas y la posesión de bienes terrenales, mediante las cuales se tuvo en completo letargo a las clases proletarias que eran explotadas impíamente. México entra ahora en un verdadero periodo de instituciones y de gobierno estable, de progreso y adelanto, y no permitirá que se inmiscuya en asuntos del Estado una entidad a la que no se reconoce existencia dentro de nuestros principios legislativos. [.…] Estoy dispuesto a que si continúa la actitud altanera y desafiante que provoca la reciente encíclica, se convertirán los templos en escuelas y talleres para beneficio de las clases proletarias del país.»[278]

A pesar de todo, el arzobispo de Morelia publicó el texto completo de la encíclica y como respuesta, el 4 de octubre de 1932 una comisión del Congreso pidió al presidente de la República la expulsión del delegado apostólico;[279] el presidente acogió la petición y comisionó al subsecretario de Gobernación para que personalmente se encargara del cumplimiento de dicha orden.[280]

También, durante este gobierno se empezó a preparar la ley de educación sexual que se fue gestando de la siguiente manera: en junio de 1930 se había llevado a cabo en Lima, Perú, el VI Congreso Panamericano del Niño en donde se recomendó a los gobiernos latinoamericanos la educación sexual a partir de la primaria; en México se recogió esa «recomendación». La secretaría de Educación Pública realizó algunos estudios al respecto en 1932; uno de estos ensayos se dio a conocer en mayo de 1933, causando un gran alboroto entre el pueblo; el tenso ambiente creado por las leyes irreligiosas y los ensayos en este campo, dieron a la sociedad en general una muy mala impresión.

Sin embargo, a la sombra de todo esto estaba el «maestro» Calles, que declaraba en la capital tapatía, el 20 de julio de 1934, en su famoso «grito de Guadalajara» una de sus fobias y de sus fijaciones más obsesivas, o sea, su rechazo a la Iglesia Católica.

La Revolución no ha terminado. Sus eternos enemigos la acechan y tratan de hacer nugatorios sus triunfos. Es necesario que entremos en el nuevo periodo de la Revolución, al que yo llamaría el periodo de la revolución psicológica o de conquista espiritual; debemos entrar en ese periodo y apoderarnos de las conciencias de la niñez y de la juventud, porque la juventud y la niñez son y deben pertenecer a la Revolución. Es absolutamente necesario desalojar al enemigo de esa trinchera y debemos asaltarla con decisión, porque allí está la clerecía, me refiero a la educación, me refiero a la escuela. Sería una torpeza muy grave, sería delictuoso para los hombres de la Revolución que no supiéramos arrancar a la juventud de las garras de la clerecía, de las garras de los conservadores; y, desgraciadamente, numerosas escuelas, en muchos Estados de la República y en la misma capital, están dirigidas por elementos clericales y reaccionarios.[281]

Era Calles quien conducía realmente el gobierno y por eso sus palabras indicaron a la opinión pública lo que se avecinaba para el país. En su mentalidad estaba la idea de que el Estado debía controlar la educación desde la inicial hasta la superior; de la primaria a la universidad. La idea de calificar la educación pública, y aun la privada, de «socialista» produjo en el interior de las Cámaras algunas divisiones, pues unos querían que fuera «socialismo científico», otros «socialismo nacionalista» otros sólo «socialismo», sin apellidos, puesto que socialismo científico sonaba a «comunismo», y nacionalista, sonaba a fascismo italiano o alemán y eso no era lo que se pretendía. Parece que los legisladores debían contentar a Calles.

La Cámara de Diputados, después la de Senadores y posteriormente las legislaturas de los Estados, aprobaron las reformas hechas al artículo 3º de la Constitución de 1917, y entró en vigor el 1 de diciembre de 1934,[282] habiendo quedado el texto de la siguiente manera:

Artículo 3º. La educación que imparta el estado será socialista, y además de excluir toda doctrina religiosa combatirá el fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus enseñanzas y actividades en forma que permita crear en la juventud un concepto racional y exacto del universo y la vida social.

Sólo el Estado –Federación, Estados, Municipios– impartirá educación primaria, secundaria y normal.[283]

El mismo artículo preveía conceder autorización a algunos particulares para impartir educación primaria, pero en tales condiciones que no permitían otro tipo de educación que la que propugnaba el Estado. Estaba claro que las intenciones de esta reforma obedecían a la consigna de Calles lanzada en su grito de Guadalajara.

Cuando Lázaro Cárdenas subió al poder, en diciembre de 1934, encontró en vigor la ley que regía la educación pública y privada y se dio a la tarea de buscar los cauces para implementarla. Tampoco perdió la oportunidad para calumniar a la Iglesia con ese estilo típico de los masones; buscaba, como siempre, desprestigiar a la Iglesia Católica y a la vez desmarcarse de las etiquetas de «comunista» con las que el pueblo le identificaba. En enero de 1935 declaraba que:

La Iglesia deprimió al indio en su personalidad y en sus sentimientos –dijo el presidente–. […] Fuera de la acción individual benéfica de ilustres misioneros, la Iglesia contribuyó a perpetuar el régimen de explotación que caracterizó a la Colonia, prueba de ello, que la Revolución ha tenido que plantear e intentar resolver problemas que a pesar de ser vitales, antes se habían desatendido. México ha hecho una revolución política y social, de carácter enteramente nacional; de tendencias e ideologías propias, cuyos principios no van más allá de lo que los pueblos más avanzados de Europa y América están anhelando para sí.[284]

Los obispos protestaron enviando un «ocurso»[285] al presidente Cárdenas en donde manifestaban fundamentalmente su inconformidad a la reforma hecha al artículo 3º de la Constitución de 1917, porque:

Ni el Episcopado mexicano, ni la Iglesia Católica pueden admitir cualquier clase de Socialismo, a no ser el que algunos han llamado impropiamente «Socialismo Católico» (doctrina social católica), pues el Socialismo, por la filosofía materialista que profesa contiene muchos errores en cualquiera de sus aspectos, religioso, social, político, económico, etc., y por lo mismo está condenado desde hace muchos años por la Iglesia como perjudicial a la Religión, al individuo, a la familia, a la sociedad y al mismo Estado.[286]

Los obispos denunciaban como una mentira, que el socialismo enseñado en las escuelas públicas se limitara a lo económico, ya que el mismo texto del reformado artículo 3º, así lo indicaba. Los debates tenidos en las cámaras y las publicaciones hechas por la Secretaría de Educación Pública hablaban claramente de una tenaz campaña antirreligiosa y más propiamente anticatólica. A la vista de todos estaban los murales, frescos y carteles de las escuelas oficiales, abiertamente hostiles a la religión y sus ministros. Los textos de la Secretaría de Educación Pública, combatían abiertamente a la religión, usando mentiras y errores, recurriendo a la burla y la caricatura; las estaciones de radio oficiales, principalmente la de Educación Pública, hacían propaganda a esa educación socialista, impugnando toda religión, especialmente la de la mayoría de los mexicanos, que era la católica. Los obispos terminaban su ocurso con estas tres conclusiones: 1. Existe en México un estado de persecución religiosa. 2. El episcopado ha pedido la derogación de las leyes que provocan ese estado. 3. No se ha hecho justicia, ni se dan razones para no hacerla.[287] También se reiteraban las peticiones hechas ya en distintas ocasiones; esto es: la devolución de los templos incautados desde 1914; «abrogar los decretos y órdenes y circulares anticonstitucionales, que han servido de base para clausurar en toda la República los Seminarios católicos, por ser esta clausura violatoria del Art. 130, que autoriza implícitamente la existencia y funcionamiento de los Seminarios.»[288] Pedían la devolución de los anexos de las iglesias para que pudieran ahí vivir los párrocos y establecer las oficinas pertinentes y, finalmente, pedían suprimir las campañas antirreligiosas.[289]

Esta denuncia y petición al presidente de la República estuvo acompañada, de cara al pueblo, por una carta pastoral colectiva, dirigida a todos los católicos, en donde los obispos indicaban algunos principios a tener en cuenta con respecto a la educación de la niñez y de la juventud, tema que acaparaba la atención tanto del Estado como el de la Iglesia. Los prelados ponían cuatro principios fundamentales: 1. Ningún católico podía ser socialista.[290] 2. Ningún católico podía enseñar o aprender el socialismo. 3. Ningún católico podía suscribir declaraciones admitiendo, aunque sea aparentemente la educación socialista. 4. Ningún católico podía admitir el naturalismo pedagógico y la educación sexual.[291] Y, daban después unas normas concretas para los padres de familia, los profesores, los alumnos y los sacerdotes; en todas ellas se apuntaba a la gravedad de suscribir, aceptar o promover la educación socialista.

Muy duro en verdad debió ser para los padres de familia, afrontar que: «No pueden poner a sus hijos en ningún Colegio o Escuela que enseñe el Socialismo, lo admita o aparente admitirlo; y pecan mortalmente y no pueden ser absueltos si no los sacan de tales establecimientos…».[292] El problema de conciencia para los católicos se volvió gravísimo, puesto que por un lado el Estado promocionaba sólo la educación socialista y prohibía toda aquella educación que no lo fuera, y por otro lado los obispos, movidos por su celo pastoral sin duda, lanzaban estas prohibiciones. Queda siempre la pregunta sobre la oportunidad de este lenguaje episcopal y de esta postura intransigente, ante un callejón sin salida; ¿qué podían hacer los católicos, especialmente los más pobres con respecto a las escuelas? ¿Por qué poner a todo el pueblo, desgastado con tantas contiendas, entre la espada y la pared? La carta se mandó leer en todos los templos de la República.

 La situación se volvía cada vez más tensa porque todos los Estados estaban también legislando, de un modo u otro, las leyes anteriores a 1929 que se referían al ejercicio del culto público. El Estado de Aguascalientes expidió una nueva ley en 1934, Campeche y Coahuila también en 1934; Colima en 1932, 1933 y 1934; Chiapas en 1932, 1933 y 1934; Chihuahua en 1931, 1934 y 1936; el Distrito Federal en 1931, Durango en 1932 y 1934; Guanajuato, Guerrero, Michoacán y Jalisco en 1932; Hidalgo, Morelos, Oaxaca, Puebla y Sinaloa en 1934, el Estado de México en 1932 y 1934; Nayarit en 1934 y 1936; Querétaro en 1933 y 1936; Veracruz en 1931; Yucatán en 1931 y 1932 y Zacatecas en 1933, 1934 y 1935. Las leyes, por lo general, disponían cosas absurdas y contrarias a todo derecho, sancionando el número de ministros en todos los Estados, excluyendo funciones episcopales en Michoacán y hasta la tontería como en Tabasco, bajo el gobierno de Garrido Canabal, que exigía a los ministros, para poder ejercer, estar casados, o en Chiapas que se consideró al mismo nivel, de inmoralidad y malvivencia a las prostitutas y a los sacerdotes que ejercieran sin autoridad.[293] La pretendida separación del Estado con la Iglesia, tan cacareada por el gobierno de entonces, se contradecía con estas legislaciones de flagrante intromisión.

Los obispos denunciaron internacionalmente estas violaciones «legales» en una carta colectiva dirigida a los episcopados de Estados Unidos, Inglaterra, España, Centro y Sudamérica, Antillas y Filipinas, escrita el 11 de febrero de 1936 en donde expresaban:

Según la Constitución vigente, no se le reconoce a la Iglesia ninguna personalidad moral; tampoco se reconoce la Jerarquía; para ejercer el ministerio sacerdotal, es requisito indispensable ser mexicano por nacimiento; el número de Sacerdotes autorizados para ejercer, queda al arbitrio de las Legislaturas de los Estados, las cuales, pasando por encima del precepto Constitucional que manda tener en cuenta las «necesidades locales», ha limitado el número de Ministros en forma irrisoria, pues el total de Sacerdotes autorizados es de : 197 para atender a 16.000,000 de católicos, esparcidos en una extensión de 2.000,000 de kilómetros cuadrados;[294] se nos han clausurado todos los Semina­rios, que con grandes dificultades veníamos sosteniendo, y no obstante que la misma Constitución reconoce su existencia. […] Además, se han expedido dos leyes abiertamente hostiles para la Iglesia: la de Nacionalización de bienes y la del Consejo Superior de Educación. Por la primera pasan a poder de la Nación toda propiedad en que se haga propaganda o en que se practique alguna ceremonia religiosa, habiéndose aplicado ya esta Ley, con retroactividad, a casas particulares, por ejemplo: porque en ellos existió un Colegio Católico hace años, etc. La segunda Ley, monopoliza la instrucción y establece la Escuela única que es socialista, quedando únicamente a salvo hasta ahora, la Universidad y las pocas escuelas a ella incorporadas.[295]

Los obispos denunciaban que, en el empeño que tenía el gobierno por implantar la enseñanza socialista, se recurría a medidas inauditas sobre todo en los pueblos pequeños, apartados de las grandes ciudades, donde los maestros actuaban arbitrariamente castigando a los padres de familia con multas y otras penas si no mandaban a sus hijos a clases. A todo esto había que agregar la intromisión directa en contra de los obispos y sacerdotes pues habían sido expulsados de sus diócesis los de Sonora, Oaxaca, Tabasco, Campeche, Veracruz, Chiapas, Durango, Huajuapan, Tehuantepec, Chilapa, etc. Además, habían sido clausurados los templos en Sinaloa, Sonora, Chiapas, Campeche, Veracruz, Querétaro, etc. Caso extremo el de Tabasco, pues las hordas dirigidas por el impío gobernador, Tomás Garrido, habían derruido hasta los cimientos de prácticamente todos los templos del Estado.[296] Y, quizá una de las constataciones más amargas la hacían los obispos mexicanos comunicando sus penas a sus hermanos en el episcopado al recordar, de forma escueta y tajante: «Nos han clausurado todos los Seminarios».[297] Y más grave aun era que, esta nueva persecución, quedaba, toda ella dentro del marco constitucional, enmarcada dentro de la ley; por eso los obispos justamente se lamentaban: «la persecución es legal y mientras las Leyes existan, seguirán aplicándose.»[298] Oscuro pues, se volvía a presentar el panorama para la Iglesia.

Durante este periodo de 1934 a 1936 los obispos multiplicaron sus cartas, edictos y exhortaciones pidiendo a todos los católicos, oraciones, sacrificios y penitencias. Se les exhortaba, especialmente a los padre de familia a que, sin cobardías ni vacilaciones, cumplieran los grandes deberes que Dios y la Iglesia les imponían, respecto a la educación de sus hijos.[299] El gobierno, por su parte, llegó a dar pasos más graves aun; siempre con pretextos legales, los integrantes de la oficina federal de Hacienda en la ciudad de Puebla, irrumpían en la casa habitación del arzobispo Pedro Vera y Zuria, la noche del 28 de enero de 1936. Le incautaron documentos privados, correspondencia y archivo. La casa fue también expropiada.[300]

Los puntos de violencia llegaban, otra vez a cotas gravísimas como lo sucedido en Chihuahua con el sacerdote Pedro Maldonado[301] que bien podríamos llamar el mártir de la educación socialista, porque, siendo un párroco ejemplar y entregado al bien de sus hermanos, se hizo eco de las disposiciones episcopales en cuanto a la educación socialista, entonces, buscó por todos los medios disuadir a los padres de familia de que mandaran a sus hijos a las escuelas públicas, con tan buenos resultados que, la escuela oficial del poblado de Santa Isabel, Chihuahua, de donde era párroco, se quedó casi sin niños. Fue entonces acusado ante el gobierno del Estado como subversivo en contra de la educación socialista. Un día, el 10 de febrero de 1937, no se sabe cómo,[302] uno de los salones de la escuela pública se incendió, fuego que fue sofocado inmediatamente. Sin investigaciones ni pruebas de ninguna clase, achacaron el incendio al padre Maldonado al que sin mediar explicación alguna prendieron entre doce hombres armados. Al llegar a la presidencia municipal, fue golpeado salvajemente; después lo torturaron hasta dejarlo moribundo;[303] murió al día siguiente, 11 de febrero a causa de la brutal golpiza, en el aniversario de su cantamisa, a los 44 años de edad.[304]

Los católicos quedaban sobrecogidos ante estas nuevas muestras de barbarie por parte de sus gobernantes; parecía una regresión a los álgidos tiempos de la guerra cristera.

Sin embargo, los excesos fueron de los dos lados, pues los católicos, sobre todo en los pueblos, acosados largamente por las imposiciones del gobierno, reaccionaron en ocasiones con violencia. Como telón de fondo estaba la inaceptada educación socialista; terrible parecía a la mayoría que el gobierno quisiera imponer clases de educación sexual, agitando la bandera de la libertad y, además, el recuerdo muy reciente de la sangrienta guerra cristera, mantenía el fuego encendido. Luego, los maestros, servidores públicos, debían adaptar sus actividades a la doctrina socialista, impuesta también para ellos, sin tener ni idea de lo que era eso. El gobierno tampoco dio una preparación previa; por eso, muchos radicalizaron sus enseñanzas. Algunos maestros y maestras fueron mutilados, vejados y algunos también asesinados, aunque en esa marea de excesos, los católicos muchas veces no tenían nada que ver pues eran otros los que aprovechaban la agitación para vengarse:

Las crónicas de aquellos atentados son verdaderamente penosas, y no siempre por la causa socialista, sino por la oposición que representaba a los abusos de los caciques, poderosos terratenientes y políticos del medio rural. Los maestros formaron una avanzada de la Revolución, de las reclamaciones por tierras y de los litigios de los pueblos. Cierto que muchos maestros se afiliaron al Partido Comunista para encontrar una fundamentación de su lucha.[305]

La situación no dejaba de ser conflictiva. El testimonio de un estudiante mexicano en Roma durante este periodo último de persecución (1934-1940) nos ayudará a comprender el ambiente que se vivió entonces.

…inclusive Pío XII, cuando era Secretario de Estado, lo encontramos varias veces en el Pincio; él iba a pasearse ahí para estudiar sus discursos y veía la palomita de nuestro hábito[306] y luego luego se acercaba a platicar con nosotros; nos preguntaba cómo estaba México y le contábamos anécdotas y le daba mucha risa; porque con eso de la enseñanza sexual, en tiempos de Cárdenas, le decíamos cómo en algunos pueblos, le habían cortado la nariz y las orejas a los maestros y le daba mucha risa; nos decía: «Si, ya lo sé, ya me informaron» y le enseñábamos revistas que nos llegaban y sí, era cierto. Porque en los pueblos chicos, los papás no consentían que a sus hijas un maestro les enseñara la cosa sexual, entonces eso era tabú y ya cuando se enteraban, a los maestros les cortaban las orejas.[307]

Cárdenas tuvo que darse cuenta, a través de la experiencia y el buen sentido, que no se podía estar hostigando al pueblo católico impunemente. La paz no podía venir si seguían enfrentándose Iglesia y Estado.

En Jalisco algunos maestros se acercaron al presidente para pedirle protección, pues se hallaban amenazados por los campesinos dirigidos por sacerdotes. Cárdenas aconsejó a los maestros que cesaran toda propaganda antirreligiosa en las escuelas: «Toda nuestra atención –dijo– deberá concentrarse sobre la gran causa de la reforma social únicamente.»[308]

El gobierno consideraba que, cuando los católicos protestaban en defensa de su religión, estaban dirigidos por los sacerdotes; es una afirmación muy general que no se puede sostener. Simplemente los católicos hacían uso de sus derechos como ciudadanos.

Pensar en la estabilidad de los seminarios en medio de estas agitaciones, era un problema más que difícil. No había ningún indicio de que las leyes pudieran modificarse. Una solución para educar a los seminaristas establemente seguía siendo la opción de un seminario interdiocesano fuera del país.

3. 3. Vuelve la idea de un seminario interdiocesano

Como hemos visto en el capítulo III, la situación del país durante la revolución carrancista llevó a los obispos a improvisar la instalación de un seminario interdiocesano en Castroville, Texas, para ofrecer, al menos a algunos alumnos, la posibilidad de tener los estudios eclesiásticos de manera estable. El amago, por parte del gobierno de Estados Unidos, de enrolar en el ejército a los seminaristas para combatir en la guerra mundial, terminó con la experiencia en 1918. Pero en la memoria de los obispos estaba vivo el recuerdo y la posibilidad de lograr una tarea conjunta en favor de la formación sacerdotal.

El 5 de febrero de 1919, el arzobispo de Yucatán, Martín Tritschler y Córdova, desde su exilio en La Habana, Cuba, envió a todos los obispos mexicanos una Memoria acerca de la necesidad de establecer en México un seminario interdiocesano, sobre todo para favorecer a las diócesis que no tenían un seminario proprio. Los motivos que da el arzobispo son: «La suma escasez de clero y de clero competente en muchas diócesis de la República.» Hace conscientes a sus hermanos obispos de que ese problema «es la más grave y urgente e imprescindible necesidad para la mayor parte de la Iglesia mexicana el proveerla cuanto antes del clero suficiente en número y competente en calidad.» Además, los obispos que habían coincidido en Estados Unidos en el exilio, habían hecho una doble experiencia: era posible montar entre todos un seminario y los católicos y algunos obispos del país hermano se habían mostrado receptivos y sumamente generosos con la iniciativa.

Con el regreso de los obispos a sus sedes, entre 1919 y 1920, después de las protestas a la Constitución y ante un incierto panorama político y social, terminando casi el periodo de gobierno de Adolfo de La Huerta, el arzobispo de México, José Mora y del Río, escribía el 22 de noviembre de 1920 al secretario de la S. C. de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios mons. Bonaventrura Cerretti los planes del episcopado mexicano. Los obispos habían tenido la oportunidad de reunirse en la capital debido a que en octubre de ese año de 1920, habían celebrado el 25º aniversario de la coronación pontificia de la Sma. Virgen de Guadalupe; los planes eran los siguientes:

Durante nuestra permanencia en esta celebramos los obispos repetidas reuniones, nos pusimos de acuerdo en algunos puntos y tomamos las resoluciones siguientes: 1. Fundar un Colegio Interdiocesano, especialmente para las diócesis que no lo pueden tener. Nos comprometimos a ayudar a las diócesis pobres con becas y cuanto más podamos. Este Seminario se fundará en Pátzcuaro, donde ofrecen los RR. PP. Jesuitas una casa suya que tiene toda la extensión para ello. 2. Convenimos solicitar del Santo Padre la erección de un obispado en la Baja California y nos obligamos a prestarle ayuda pecuniaria durante cinco años, mientras puede organizarse y sostener por sí mismo. 3. Nos pusimos de acuerdo en el modo de oponer la doctrina cristiana y católica tanto a la propaganda protestante, como a la del bolseviquismo [sic], o sea los errores sociales.[309]

La idea de tener un seminario interdiocesano, surgió en un principio, más bien como apoyo y solidaridad para las diócesis pobres que como refugio a la situación política y social. A punto de asumir la presidencia de la República el general Álvaro Obregón, quedaban muchas interrogantes y había esperanzas de un futuro mejor, por eso el arzobispo Mora y del Río afirmaba: «No escasean quienes temen mucho para el futuro, mientras otros confían que vendrán mejores tiempos.»[310] Por lo menos el optimismo permitía hacer planes para el futuro, ya que, según le habían asegurado al arzobispo de México: «Tengo promesas de que nada se molestará a la Iglesia y deseo ver cumplidas esas promesas, para que entremos de lleno en una era de paz y de sosiego». [311]

Y esta idea de fundar un seminario interdiocesano, que había sido tan querida por el Papa Pío X para Italia, quedaba en las intenciones de los obispos mexicanos y tenía quizá como base la Memoria que el arzobispo de Yucatán había enviado desde su retiro en Cuba. Así que, en su relación de la visita ad Limina, en diciembre de 1920, el arzobispo de México Mora y del Río informaba al santo padre Benedicto XV la decisión que los prelados habían tomado: «Se construirá un Seminario Interdiocesano para formar sacerdotes destinados a las diócesis desprovistas de clero.»[312]

3. 3. 1. Monseñor Ernesto Filippi presenta el proyecto a la Santa Sede

Estos planes, que no eran sólo del arzobispo de México sino del episcopado en pleno, vinieron a ser secundados por el nuevo delegado apostólico en México, monseñor Ernesto Filippi. Desde la salida de monseñor Tommaso Boggiani, en enero de 1914, había quedado desierta la delegación apostólica a causa de la guerra y la persecución. Ahora la llegada de monseñor Filippi en 1921 volvía a centrar las esperanzas de un nuevo tiempo para la Iglesia, por eso, el delegado recogió ese deseo del episcopado de fundar un seminario interdiocesano y lo presentó a la Congregación Consistorial, en un elaborado proyecto.[313] Se expone al cardenal De Lai la necesidad que tiene el clero mexicano de una formación más completa y sólida, pues, dice: «Al respecto lamenté la escasez y la ineficiencia de estos seminarios y puse en evidencia la necesidad de ayudar eficazmente las diócesis que no tienen, ni pueden tener un seminario propio, mediante la erección de un Seminario central.»[314]

3. 3. 1. 1. Se sugiere un lugar concreto para el seminario interdiocesano

Y, avanzando algunas propuestas, el delegado propone que el seminario no se funde en la capital para evitar rivalidades y otros inconvenientes, sino en la ciudad de León, en el estado de Guanajuato, ya que es un lugar de buen clima, de fácil acceso, relativamente cercano a la capital, y además, los padres jesuitas habían construido ahí un bellísimo edificio destinado para colegio –cumpliendo una disposición testamentaria de una bienhechora muy rica– pero la guerra impidió terminar completamente la obra; es un edificio muy amplio, casi terminado que podría contener 160 alumnos. El delegado, después de consultar el parecer de varios obispos, habló con el padre Camilo Crivelli,[315] provincial de los jesuitas en México, que se mostró no sólo dispuesto a ceder el edificio sino también a asumir la dirección del futuro colegio. Pero, el delegado apostólico, que valoraba el servicio no pequeño de los jesuitas de dar además del edificio, a los profesores para el colegio, veía que el verdadero problema no consistía en montar un plantel sino en conseguir de manera constante los dineros para sostenerlo, pues según decía:

Ya tuve el honor de hacer notar a Vuestra E. R. como esta Nación, en otros tiempos riquísima, por razones demasiado notables, no se encuentra en condiciones tales de poder hacer frente al gasto total que exige una obra tan compleja. Estamos en un periodo de reconstrucción laboriosísima que sigue al periodo álgido de la revolución en la cual todos han perdido una parte más o menos considerable de sus capitales, y ahora se nota gran actividad, para rehacer las riquezas desaparecidas, cosa que no se obtendrá fácilmente dada la absoluta falta de tranquilidad y de seguridad que reina en el país.[316]

Por eso la idea de monseñor Filippi, era acogerse a la generosidad de los católicos de Estados Unidos y pide por conducto de esa S. Congregación que se sirvan suplicar al papa que dirija una carta al arzobispo de Boston o al de Filadelfia, para recomendarles que acojan esa obra tan útil.[317]

3. 3. 1. 2. La situación eclesial en 1922

El Memorándum que enviaba el delegado era un verdadero estudio de la situación eclesiástica mexicana del tiempo que se vivía. Comenzaba haciendo ver la diferencia tan grande que existía entre las diversas diócesis del país; especialmente entre las del centro, comparadas con las del confín norte y las del litoral. Las primeras tenían mejor clima, población más densa, más recursos económicos y más clero; tenían numerosas y hermosas iglesias, buenos seminarios, colegios y obras católicas varias que ayudaban a conservar la fe en medio de los desastres que se estaban viviendo. En cambio las otras diócesis estaban escasas de todo, especialmente de clero, por eso las sectas anticatólicas hacían estragos y la irreligión se difundía a la par que los vicios. Para el delegado apostólico este desequilibrio moral y religioso entre las varias regiones del país había contribuido a preparar la ruina producida por la revolución. En ese momento lo fundamental consistía en proveer lo más pronto posible de clero suficiente, pero clero de calidad y bien instruido. Y se preguntaba el delegado: «¿Cómo remediar un mal tan grande?»[318] Monseñor Filippi recomendaba quitar todo pesimismo al respecto, pues según él, no era cristiano dudar de la providencia de Dios que quiere que todos se salven y luego recomendaba, la oración confiada. Quedaba tambien el recurso de solicitar sacerdotes extranjeros, principalmente de España, pero el delegado creía, justamente, que esa no era una solución definitiva. Restaba el medio ordinario y canónico para atacar el problema, o sea, que cada diócesis tuviera su seminario. Pero, según se había podido constatar, esta solución que sin duda era la mejor y a la que había que tender, no se podía realizar, especialmente en la diócesis de reciente erección, pues les faltaban todos o casi todos los elementos indispensables para poder tener un seminario como eran: suficiente número de vocaciones, superiores competentes, casas adaptadas para el uso de seminarios y medios económicos. Así que, afirmaba el delegado, si en las diócesis antiguas y bien provistas de personal era difícil encontrar un buen rector y algunos profesores para el seminario, en las otras, todo esto resultaba prácticamente imposible.[319] Pero, era verdad que lo que un obispo no podía hacer solo, por sus medios limitados, lo podían hacer entre varios obispos juntos: y se preguntaba monseñor Filippi, tocando uno de los puntos más sensibles del problema y apuntando la solución con lucidez:

¿Por qué los obispos mexicanos ya estrechados por el vínculo de la patria común y de la fraternidad cristiana no deben aprovechar de esta santa unión para trabajar unidos para alcanzar los altísimos fines de su apostolado, que aisladamente no podrían alcanzar? La cooperación del Episcopado Ecle.[siástico es] la llave para resolver los arduos problemas del catolicismo en México. Muchos ya lo señalaban antes de la última revolución, pero hoy, a la luz de este espantoso incendio, en presencia de tantas ruinas, ciertamente no habrá alguien que pueda poner en duda su necesidad y eficacia.[320]

Para el delegado, la solución consistía en establecer un seminario interdiocesano en un punto central de la República, a ser posible, si no, fuera de México, con el fin de proveer de sacerdotes a las diócesis necesitadas. Además, según la opinión de Filippi, un seminario de tal naturaleza, difícilmente podría ser confiado al clero secular, que tendría que estar por fuerza sometido a la obediencia de un obispo; recodaba los inconvenientes surgidos en Castroville al respecto. Mejor sería confiarlo a un instituto religioso que dispusiera en el país de un discreto número de personal.[321] Podría ser conveniente establecerlo en una ciudad del centro donde no hubiera seminario, para evitar rivalidades y en donde hubiera posibilidad de encontrar una casa amplia y cómoda. Cada obispo que no tuviera seminario fijaría el número de puestos que le fueran necesarios y ninguno podría ponerle peros.

3. 3. 1. 3. Los medios para sostener un seminario interdiocesano

La parte más problemática, podría ser la de la financiación; para ello, el delegado sugería algunos medios: 1. Que los arzobispos y obispos dieran una ayuda inicial para montar el seminario. 2. Que se promoviera entre los católicos ricos la fundación de becas para una diócesis en particular o para la obra en general. 3. Hacer una colecta general anualmente, un día fijo, en todas las iglesias de México. 4. La pensión que pagaría cada obispo por sus alumnos, a su vez podrían hacerse pagar a los párrocos mediante una tasa o la pensión conciliar.

3. 3. 1. 4. Posibles objeciones a este proyecto

El delegado se daba cuenta que podría haber muchas objeciones a este proyecto, pero, como se trataba de mirarlo con ojos optimistas, quiso él mismo resolver las eventuales objeciones principales.

        1.          Para los que dijesen que no era necesario crear un seminario nuevo, sino mandar a los alumnos a los seminarios ya existentes en el país, diría: los jóvenes mandados a otro seminario que no era el suyo, estarían como en casa ajena, como de favor, arrimados, cosa que no les ayudaría en nada. El nuevo seminario, sería de ellos, pues para ellos se habría fundado.

        2.          Otra objeción era que se podrían perder muchas vocaciones porque los padres de los seminaristas se resistirían a que sus hijos fueran llevados lejos de la familia por tanto tiempo: para el delegado esto era favorable, pues tendrían la compensación de que, los seminaristas alejados de sus propias familias y de sus pueblos natales tendrían menos ocasiones de perder la vocación.

        3.          Otra dificultad podría ser que la experiencia de reclutar vocaciones de la diócesis del centro para las diócesis periféricas podría ser un intento vano, dado que sus obispos, temerosos de que les faltasen vocaciones a ellos, no los dejarán partir a otros lugares. Para el delegado, aquel que pusiera esta objeción, es que no había entendido el proyecto o es que tenía una idea errónea y ofensiva del episcopado mexicano, puesto que no se pretendía reclutar personal entre los sacerdotes ya formados, ni siquiera entre los alumnos del seminario, ni meter la hoz en el campo ajeno, sino según el delegado:

…a ejemplo de Rut solo espigar en el campo de los otros. Hay en ciertas regiones jóvenes con buenas inclinaciones, que por falta de medios o de quien descubra y fomente en ellos la chispa de la vocación, quedan en el mundo sin utilidad alguna para la Iglesia: a estos especialmente se abrirán las puertas del seminario interdiocesano, ellos serán invitados.[322]

Y para apoyar esta opinión el delegado recordaba que una de las reformas más importantes del Código de Derecho Canónico consistía en que: antiguamente el obispo que debía conferir las órdenes era principalmente el obispo de origen; o sea el ordinario de la diócesis en donde había nacido el candidato y sin su consentimiento con las dimisorias, no podía ordenarlo ningún otro obispo, salvo los casos en los que se pudiera invocar los títulos de domicilio, beneficio o familiaridad. Hoy en cambio se atendía más al domicilio y, –recordaba el delegado–, como cada uno era libre de fijarlo donde más le gustase, el obispo de origen no podía impedir a un seglar que quisiera ordenarse, de ir a otra diócesis.[323] Y los derechos inalienables de un prelado sobre un joven, comenzaban sólo con la tonsura, mediante la cual se verificaba, según el canon 92;[324] de esto se seguía que los jóvenes no tonsurados que pasaban de una diócesis a otra, no violaban ningún canon. Y para incentivar este flujo, recordaba Monseñor Filippi los ejemplos de España y Portugal, que no tuvieron un clero tan selecto como cuando mandaban centenares de misioneros a evangelizar las Indias, o los ejemplos más cercanos en el tiempo, de Francia, Bélgica, Holanda e Irlanda, naciones generosas donde las haya que cedían a sus propios hijos para las misiones extranjeras; por eso, pensaba el delegado, que ese espíritu misionero que ahora estaba animando a los prelados mexicanos, no debía ser sofocado, sino fomentado, puesto que el que permanece encerrado en sí mismo, puede terminar siendo estéril por su egoísmo.

Otra objeción, la última y no menos fuerte: tanto el Derecho Canónico como las Bulas de erección de las diócesis, marcaban la estrecha obligación de erigir los seminarios diocesanos y los obispos debían esforzarse en ello, antes que acometer otras obras. A esto responde el delegado, que efectivamente las sabias disposiciones del Concilio de Trento marcaban esta obligación para cada diócesis, pero admitiendo algunas excepciones. Sin embargo, en vista del estado actual de la Iglesia, sin abandonar las disposiciones tridentinas como regla general, se establecía lo que se estaba proponiendo y así lo marcaba el canon 1354 § 3, «Si no puede establecerse el Seminario diocesano, o en el ya establecido se echa de menos la conveniente formación, sobre todo en las disciplinas filosóficas y teológicas, el Obispo enviará a los alumnos a otro Seminario, a no ser que con autoridad apostólica se haya establecido un Seminario interdiocesano o regional.»[325] El canon, según mons. Filippi, no podría ser más oportuno, pues ponía esta experiencia en el camino mismo de la ley, pues de ahora en adelante un seminario interdiocesano sería para las diócesis pobres tan canónico como lo era el seminario propio de cada diócesis.

Por eso, después de todo lo expuesto, mons. Filippi afirma que habría que recordar también cómo Pío X, después de ordenar aquellas visitas a los seminarios italianos, dándose cuenta de la vida raquítica y estéril que llevaban muchos seminarios de pequeñas y pobres diócesis de la Italia del sur, se decidió a cortar por lo sano suprimiéndolos con un solo golpe de pluma, decretando la erección de algunos seminarios regionales bien provistos de buenos elementos, que sin duda salvaron a la Iglesia italiana.

Así pues, con esta argumentación y larga reflexión, Mons. Filippi presentaba y apoyaba decididamente las inquietudes del episcopado mexicano que soñaba con un seminario vigoroso para todos, pero especialmente para impulsar la raquítica vida de las diócesis más pobres del país, que habían quedado marginadas en muchos sentidos.

3. 3. 1. 5. La opinión del cardenal De Lai

Este proyecto ambicioso, merecía en Roma un estudio serio y un atento análisis para dar respuesta a los deseos de los obispos mexicanos; entonces el cardenal De Lai, secretario de la S. C. Consistorial, envió al cardenal Gaetano Bisleti, prefecto de la S. C. de Seminarios, la carta de petición y el Memorándum enviado por el delegado apostólico en México, monseñor Ernesto Filippi, para que se estudiara y se diera la opinión pertinente, por su parte, el cardenal De Lai expresaba que:

Monseñor Filippi me ha mandado estos papeles diciéndome que él creía la cosa buena si se aceptaba el proyecto anexo a la E. V. Rvma. Ahora yo creo este proyecto no bueno sino indispensable, dadas las condiciones luctuosas de México. En muchas diócesis del Norte y del litoral no hay sino pocos curas, viejos y muchas veces no buenos. Los extranjeros por ley civil son excluidos. ¿Cómo entonces se puede proveer si no se entrena a sacerdotes indígenas? Existe además al momento prefe­rente un estado de cosas que demuestra aún más la urgencia de proveer. El proyecto es ciertamente perfectible: nada nace perfecto, por lo pronto está bien comenzar. Pongo por tanto toda cosa con confianza en las manos de V. E. reservándome de decir más de viva voz.[326]

3. 3. 1. 6. El proyecto no llega a su fin

Mientras en Roma se estudiaba la posibilidad de dar la señal de arranque para este proyecto que se juzgaba como benéfico para asegurar la formación del clero diocesano, la situación política se veía endurecida con la errática postura de Obregón hacía la Iglesia y, como se ha narrado en el capítulo IV ( 1. 3. 3.), cuando el episcopado mexicano llevó a cabo su voto de erigir un monumento a Cristo Rey y el delegado monseñor Filippi bendecía la primera piedra, entonces el gobierno de Obregón, molesto por esa multitudinaria manifestación católica, reaccionó arbitrariamente y con el pretexto de que se habían violado las leyes del país en cuanto al culto que debía tenerse en privado y no en público, se giraba una orden de expulsión en contra del delegado apostólico el 13 de enero de 1923 y este salía del país el día 18 del mismo mes y año.[327] Todos los proyectos que tenía la delegación apostólica en México, se vinieron abajo; además, la situación de la Iglesia frente al Estado mexicano en lugar de mejorar, empeoraba. Los papeles de dicho proyecto se archivaron con una etiqueta manuscrita en gruesas letras rojas: «Sospesa la prattica per l’espulsione del Delegato Apostolico Monseñor Filippi dal Messico.»[328]

3. 4. El segundo Castroville y los Misioneros del Espíritu Santo

Aplazado este proyecto por las circunstancias políticas, la Iglesia, en medio de tantas dificultades seguía formando a los alumnos en los seminarios que quedaban y como hemos visto algunas diócesis hacían el esfuerzo de mandar alumnos a Roma. Pero la idea permanecía en la mente de los prelados mexicanos que, envueltos en el conflicto suscitado por la ley Calles, y con los cultos suprimidos tuvieron que abandonar el país para dirigirse al destierro. Algunos de estos obispos, hallándose en Roma, contaron al Papa Pío XI la triste situación de la Iglesia Mexicana perseguida y sobre todo la aflicción que sentían de ver los seminarios prácticamente aniquilados. Entonces la Santa Sede se interesó directamente por el problema y decidió comprar en Castroville, Texas, el edificio que había ocupado el primer seminario interdiocesano clausurado en 1918. El 1 de enero de 1929, a través del delegado apostólico Pietro Fumasoni Biondi, encargó al entonces arzobispo de San Antonio, Texas, mons. Arturo J. Drossaerts[329] la compra del antiguo edificio para establecer ahí el seminario interdiocesano de México. Una vez comprado el inmueble, se procedió a repararlo y hacerle los arreglos necesarios.[330]

La idea de que los misioneros del Espíritu Santo se hicieran cargo de dicho seminario, surgió de varios obispos que se encontraban en Estados Unidos, exiliados por la persecución Callista: mons. Leopoldo Ruiz y Flores, mons. Martín Tritschler, mons. Juan Navarrete, mons. Pascual Díaz, mons. Genaro Méndez, mons. Emeterio Valverde, etc. La decisión la comunicó el arzobispo de Morelia, mons. Leopoldo Ruiz, gran amigo del fundador de los misioneros del Espíritu Santo: en una carta dirigida a la señora Cabrera de Armida el 27 de marzo de 1929, con la casa seminario recién comprada, le expone:

Hágame favor de decirle a D. Félix que en nombre de los interesados le propongo que se haga cargo de la dirección y si es posible de la enseñanza del nuevo Colegio de Castroville en Texas, y que yo le aconsejo que acepte, y en caso de aceptar que venga él inmediatamente o su representante…[331]

La congregación de los misioneros del Espíritu Santo, era en 1929 sumamente joven pues tenía escasos 14 años de haber sido fundada, y las condiciones desde entonces no habían mejorado para ninguna institución eclesiástica; por esos tiempos contaba sólo con 6 casas de ministerio y tres de formación propia, y el personal era sólo de 45 sacerdotes,[332] pero el padre Rougier respondió: «S. S. I. sabe que para mí, para todos nosotros, sus deseos son órdenes.[333] En consecuencia, acepto, y envío como mi representante al P. Tomás Fallon,[334] ecónomo general de la Congregación.»[335]

De esa manera sencilla, asumía el padre Rougier una fuerte responsabilidad, aunque manifestaba claramente: «Entiendo que no es fundación propiamente dicha, a lo menos por ahora, y que sólo se trata de ayudar por algún tiempo a los Señores Obispos, en estas difíciles circunstancias.»[336] Puesto que también veía dos poderosos motivos en contra, que hacía saber al arzobispo Ruiz y Flores: «1. La escasez de personal, de manera que una nueva fundación parece, a primera vista, un acto de mala administración. 2. No tenemos nosotros esta obra de los Seminarios en nuestras Constituciones.»[337]

También había una poderosa razón para aceptar, que el padre Rougier exponía al escribir al obispo auxiliar de México, gran amigo, para pedirle permiso de aceptar el seminario dado que por aquellos años su congregación era de derecho diocesano: «Es difícil decir que no, a pesar de la escasez de personal, porque mons. L. Ruiz, con muy buena voluntad, ha dado a la Congregación casi todas las mejores vocaciones que tiene, y tanto por gratitud como por nuestro vivo cariño, deseamos seguir sus indicaciones.»[338] El padre Félix envió a Washington a su representante, el padre Tomas Fallon, que ultimó los detalles de la fundación; ahí se encontraba monseñor Leopoldo Ruiz y Flores. Se firmó el convenio entre los obispos mexicanos, representados por el arzobispo de Morelia y la congregación de misioneros del Espíritu Santo el 10 de abril de 1929.[339]

El 8 de septiembre de 1929, abría sus puertas el seminario de Castroville con sólo dos cursos, primero de latín y primero de filosofía, ya que se pensaba ir incrementado los cursos cada año. El personal dirigente quedó integrado por los religiosos: Félix María Álvarez, rector,[340] Felipe Torres, director espiritual, Juan Oñate, ecónomo y David Ramírez, estos dos últimos sacerdotes diocesanos de Durango y de León respectivamente, que ayudaron con las clases.[341] Además otros cuatro hermanos profesos que ayudarían a la vigilancia de los alumnos.[342]

Con mucho fervor se vivieron aquellos tiempos y se esperaba pronto tener también cursos de teología; por lo pronto, el rector informaba al padre Félix Rougier: «El seminario en general parece que va muy bien. Los alumnos han sido dóciles y los profesores también. El gobierno, como su Excia. me lo anunció, ha resultado fácil y como automático…»[343]

Para un mayor entendimiento y claridad, los obispos decidieron hacer un comité para que se encargara de todo lo que sería necesario para el seminario interdiocesano y así lo comunicaba el arzobispo Leopoldo Ruiz y Flores al padre Félix:

Con esta fecha, 1 de febrero, he nombrado, de acuerdo con el V. Episcopado, al Ilmo. y Rvmo. Sr. Arzobispo de Monterrey, Dr. D. José de Jesús Ortiz, [sic][344] Presidente de la junta con la cual se entenderá V. R. para todo lo concerniente al Seminario Interdiocesano de Castroville en Texas. Dicha junta estará formada por los Obispos de la Provincia de Monterrey.[345]

El seminario, pequeño y con dificultades, empezó a caminar en ese año, buscando ofrecer a los obispos necesitados un alivio a su situación. El padre Rougier puso todo su empeño en que este pequeño seminario caminara lo mejor posible; él mismo escribió el Reglamento[346] que después mandó imprimir; se inspiró, según sus propias declaraciones en las Constituciones del Seminario de Zacatecas (1913) y del Reglamento del Seminario de Puebla (1926).[347]

Pero en todo el país cambiaban radicalmente las cosas, pues los arreglos tenidos entre el gobierno de Portes Gil y la Iglesia en junio de 1929, abría un paréntesis a la mayoría de las diócesis; otras en cambio, tardarían años en recuperarse pues habían sido golpeadas mortalmente, como la provincia eclesiástica de Yucatán; así se lo comunicaba el arzobispo Martín Tritschler al padre Félix Rougier:

Aprovechando esta oportunidad, deseo dar a V. R. una pequeña idea de la situación de mi Diócesis en materia de clero y de las necesidades espirituales que nos aquejan. La Diócesis abarca una extención [sic] grandísima y tiene aproximadamente 300,000 habitantes con la Capital del Estado que cuenta como unos 80,000. Para todo esto cuento solamente con 40 sacerdotes, un buen número de ellos ancianos. En la ciudad de Valladolid tengo un sólo sacerdote que atiende a las 5 iglesias de la ciudad y que tiene a su cargo además 21 pueblos distantes hasta diez leguas de la cabecera sin más comunicación que a caballo. Este buen sacerdote tiene ya setenta años y está muy enfermo y tiene que atender a esta región que en otra parte sería una Diócesis. La mitad de mis parroquias no están provistas por falta de sacerdotes. Si vamos a la Diócesis de Campeche, la cosa está peor, pues allí el Ilmo. Sr., Obispo [Francisco González y Arias][348] es al mismo tiempo cura, capellán y hasta sacristán. En cuanto a Tabasco, aquello es horrible, pues en todo el Estado no hay más que un solo sacerdote oculto. ¡Qué situación tan espantosa para las almas![349]

La reestructuración que las diócesis mexicanas necesitaban era en verdad urgente, puesto que la persecución había arrasado con muchos sacerdotes, especialmente todos los extranjeros, que habían debido abandonar el país, dejaban las iglesias en ese lamentable y ruinoso estado; luego, las leyes habían restringido el número de sacerdotes, por lo que ejercitar el ministerio sin licencia era un delito. Por eso la fundación de un seminario interdiocesano significaba una esperanza para el futuro, tabla de salvación, para esas diócesis que habían quedado tan dañadas; para ellas se había fundado esta institución.

A los dos meses de haber formado la junta de la provincia de Monterrey, su presidente, el arzobispo José Guadalupe Ortiz, mandó un visitador a Castroville, en la persona del obispo de Saltillo, Jesús María Echavarría, que pasaba sus informes al arzobispo Ortiz y este a su vez informaba a todos los obispos a través de una circular diciendo: «la marcha del establecimiento es buena; el espíritu que reina es de piedad; los principios no merecen censura.»[350] Pero lo fundamental, era sin duda alguna la consolidación tan deseada de lo que empezaba como un pequeña y débil planta, pues aseguraba el arzobispo: «Aunque la enseñanza y la disciplina quedan aseguradas, es preciso consolidar la existencia, lo cual depende de que las diócesis carentes de seminario, para las cuales se ha fundado, lo tomen como suyo, enviando allá sus alumnos.»[351] La invitación estaba clara; o mandaban alumnos para sostener el seminario o aquello corría el riesgo de venirse abajo. Aunque los religiosos que atendían Castroville estaban contentos y veían que se podía hacer mucho bien, si los obispos no aseguraban mandar alumnos para el curso siguiente de 1930-1931, nada podía hacerse.

El padre Rougier, entusiasta y hombre de Iglesia, tomó la obra como suya, así que redactó una nueva circular en mayo de 1930, que remitió a todos los obispos de México, para invitarles nuevamente a que enviaran a sus alumnos; en ella exponía las bondades de tener un centro interdiocesano y resaltaba la finalidad para la que había sido creado dicho seminario con «la licencia y bendición del Santo Padre.»[352] Pero, a pesar de la buena voluntad del padre Rougier, los obispos, muy pocos, empezaron a contestar: el arzobispo de Puebla, Pedro Vera el 9 de junio «Como por favor de Dios nuestro Seminario ha podido continuar con todos sus cursos, digo a V. R. que por ahora no pienso mandar alumnos a Castroville para el próximo mes de septiembre.»[353] El arzobispo de Antequera, el mismo día: «Tengo mi Seminario regido por Sacerdotes Paulinos y actualmente hay en él un poco más de cien alumnos. Naturalmente todos mis esfuerzos se dirigen al sostenimiento y mejoras de este plantel y por eso no puedo enviar alumnos al Interdiocesano.»[354] El 26 de junio el obispo de Chihuahua, «Con gusto los enviaría; pero visto todo, creo más agradable a Dios por ahora continuar aquí con ellos.»[355]

No había nada que hacer; el seminario se había creado porque había una grave necesidad por la persecución, pero, parecía que los arreglos iban a garantizar a los prelados la posibilidad de no hacer esfuerzos adicionales de enviar a sus alumnos a un lugar fuera de la patria y que además, exigía sacrificios económicos fuertes. Ante esa realidad el 11 de julio de 1930, el delegado apostólico y verdadero creador de esta experiencia, mons. Leopoldo Ruiz, escribe al padre Félix: «En vista de todas las dificultades que se han ido acumulando me parece que el único remedio es cerrar el Seminario.»[356] Pero faltaba un paso, el presidente de la junta encargada de Castroville era el arzobispo de Monterrey, por eso, advierte mons. Ruiz: «Para proceder sin embargo a ello es necesario contar con la última resolución del Ilmo. Sr. José Guadalupe Ortiz, como Presidente de la Junta de Obispos encargada de dicho Seminario.»[357] Finalmente llegaba la conformidad con la decisión tomada por el delegado apostólico, de parte del presidente de la junta: «quedo enterado de la clausura del Seminario de Castroville, ordenada por el Excmo. Sr. Delegado Apostólico, en vista de no contar con los alumnos necesarios para su sostenimiento.»[358]

Es comprensible que ni el delegado apostólico monseñor Ruiz y Flores, ni el padre Rougier estuvieran plenamente de acuerdo en clausurar el seminario interdiocesano que había costado tanto trabajo. Con una mirada más profunda veían lo que se avecinaba para el país y sabían que ya se había hecho el esfuerzo de la fundación y no valía la pena echarse para atrás; quizá hubiera bastado con un poco de colaboración solidaria por parte de los obispos para mantener esa llama encendida.

3. 5. En espera de la nueva fundación

3. 5. 1. Primeros intentos

La idea de fundar un seminario interdiocesano, debido a que era una necesidad, volvió a surgir pronto. Con ocasión de las celebraciones del 4º centenario de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, en octubre de 1931, el arzobispo de México, Pascual Díaz y Barreto, reunido con sus sacerdotes para tratar algunos problemas de la Iglesia mexicana, sacó nuevamente a consideración la idea de tener un seminario interdiocesano, sobre todo para apoyar a las diócesis más necesitadas de sacerdotes. Esta idea fue comunicada al arzobispo de Morelia y delegado apostólico, mon. Leopoldo Ruiz y Flores, quien tomando nuevamente la idea como suya, porque estaba convencido de la oportunidad, escribió una carta a todos los obispos informándoles de la reunión y pidiendo su opinión sobre la fundación de dicho seminario. Sin embargo no hubo una respuesta pronta de los obispos. Pensaron tal vez que era muy difícil llevar a cabo esa idea debido a los conflictos políticos y económicos, y por lo tanto se abandonó el proyecto por el momento.[359]

3. 5. 2. Interviene el padre Félix Rougier

Por su parte, el padre Félix Rougier, alentado por su director espiritual, mons. Leopoldo Ruiz y Flores, con quien de seguro hablaba sobre la grave necesidad que México tenía de sacerdotes sabios y santos, soñaba con preparar la fundación del seminario interdiocesano, pues sentía como propia la necesidad de la Iglesia mexicana. Así escribió el padre Rougier al superior de los misioneros del Espíritu Santo de la casa de Roma en 1933:

Yo pienso siempre, cada día, y es como un sueño dorado, en la fundación del Seminario Interdiocesano de México. No más que tengamos personal suficiente y capaz. Y luego luego empezaremos. Vamos a ver, los del Consejo, cómo nos las arreglamos para que sea en esta amadísima tierra mexicana y no en los Estados Unidos, o en otra nación. Por los datos que he tomado, la cosa es factible, probablemente. Aunque la fundación no se hará sino dentro de dos años, es preciso prepararla desde ahora, despacio, con tiempo.[360]

Convencido el padre Rougier de la necesidad de un seminario para auxiliar a las diócesis necesitadas de clero, que eran muchas, se dio a la tarea de elaborar un escrito que tituló Idea General del régimen de un Seminario Interdiocesano[361] en donde explicaba y justificaba la necesidad de un plantel de ese tipo; este escrito, destinado a los obispos, recordaba que:

La situación actual, en Méjico, es tan difícil, tal vez más, que en los tiempos del santo Concilio de Trento. En la gran mayoría de las Diócesis de la República no hay Seminarios Mayores.[…] Hemos considerado que en veintitrés o veinticuatro Diócesis no hay sacerdotes, o sólo grupos casi insignificantes. Todos los Obispos desean ardientemente formar cada uno su Seminario Diocesano, pero si sacan profesores, (y los hay muy capaces), del pequeño grupo de sacerdotes que tienen, se quedarán forzosamente Sin culto las más importantes de sus parroquias. ¿Qué hacer? […] La creación de un Seminario Interdiocesano, sería tal vez el principio del remedio[362]

Con esta idea y con la sugerencia y apoyo de monseñor Leopoldo Ruiz, el padre Rougier envió a todos los obispos de México su Idea General para sondear las posibilidades de dicha fundación; las respuestas no se hicieron esperar;[363] la situación política estaba de lo más candente; en 1934 el maximato de Calles estaba en su apogeo y a las puertas del poder político se preparaba el general Lázaro Cárdenas para asumir el poder. La idea fue tan bien aceptada que el delegado apostólico, Leopoldo Ruiz y Flores, desde San Antonio Texas, dirigió una súplica al Papa Pío XI pidiendo que concediese al padre Félix Rougier el permiso de fundar el seminario interdiocesano en el pueblecito de Tlalpan, cercano a la capital y, agregaba el delegado: «Por encargo mío ha escrito a todos los Obispos Mexicanos y ha obtenido la aprobación de 18, faltando la respuesta del resto que serían 11.»[364] Además, el arzobispo de México, el jesuita Pascual Díaz, había ya dado su permiso para fundar el seminario ya que Tlalpan era parte de su arzobispado.[365]

3. 5. 3. Permiso y condiciones de la Santa Sede

En la audiencia del 11 de octubre de 1934, fue presentada la súplica a Pío XI, en la que se le pedía el permiso de fundar el seminario y de que se ocuparan de dicha fundación los padres misioneros del Espíritu Santo, pidiendo que fuera ese mismo año, en el mes de diciembre, la fecha de la inauguración.[366] La S. C. de Seminarios, quizá a sugerencia del mismo papa, envió al padre general de los jesuitas, Wlodimiro Ledóchowsky la petición hecha por el delegado apostólico mexicano monseñor Leopoldo Ruiz y Flores, solicitando su parecer sobre dicho negocio.[367] El padre Ledóchowsky respondía el 22 de octubre diciendo que, «Después de haber considerado todo y haber pedido también el consejo de nuestro Padre Crivelli, antiguo provincial de México que conoce muy bien las condiciones de aquellos lugares»,[368] opinaba que la idea le parecía verdaderamente óptima, suponiendo que la joven congregación pudiese dedicar al seminario por erigir «hombres aptos y bien preparados.»[369] Al padre Ledóchowky la idea le parecía «de veras providencial»[370] sobre todo pensando en las condiciones en las que se encontraban los seminarios de varias diócesis de México, por eso, concluía «…no me maravillo que la propuesta haya encontrado el favor del Excmo. Delegado Apostólico y la aprobación de gran parte del Episcopado Mexicano, incluyendo el Arzobispo de México.»[371]

Así que, con el parecer del padre Ledóchowsky, la S. C. de Seminarios presentó nuevamente la petición al Papa Pío X I el día 26 de octubre de 1934. El papa daba su consentimiento y ponía dos condiciones: 1. Que los obispos mexicanos tomaran el acuerdo de sostener el seminario enviando alumnos, y 2. Que los misioneros del Espíritu Santo tuviesen un personal, por número y competencia, capaz de llevar el seminario.

 

3. 5. 4. Primeras dilaciones en la apertura del seminario

Mientras se daban estas negociaciones, en México estaba la cosa que ardía: se había aprobadoya la ley de educación socialista, que empezaría a entrar en vigor en diciembre y de Roma no contestaban. La tardanza se debió a que les pareció prudente informar también de este proceso al delegado apostólico en Washington, monseñor Amleto Cicognani, [372] puesto que a monseñor Leopoldo Ruiz, lo habían expulsado del país y se había refugiado en Estados Unidos, así que, el seminario, anunciado por el padre Félix Rougier para diciembre de 1934, no podía abrirse sin el permiso del Papa y también debido a las duras condiciones por las que estaba pasando el país.

El 12 de noviembre de 1934, el padre Rougier envió una carta circular a todos los obispos de México diciendo: «…respecto al proyectado Seminario Interdiocesano, que nos vemos obligados a retardar un poco de tiempo su fundación, por las circunstancias del momento.»[373] El motivo: «Ya teníamos contratada una casa a propósito, suficiente, pero las recientes leyes confiscatorias, se niegan a rentárnosla.»[374] Este retraso debido a la situación de México iba a complicar las cosas.

Llegaba la esperada noticia al delegado Cicognani los primeros días de diciembre de 1934 con la súplica de transmitir el permiso y las condiciones que el papa ponía, al arzobispo de Morelia, monseñor Ruiz y Flores.[375] Este recibió la información el día 19 de diciembre e inmediatamente le fue comunicada al padre Rougier.[376] Por el momento, había que pensar en la manera de cumplir los requisitos que el papa ponía y que se podían concretar en dos cosas: la situación del país y las condiciones reales de la joven congregación fundada por el padre Félix.

3. 5. 5. Fundar en Estados Unidos, mejor que en México

El comité episcopal mexicano veía con claridad que el país, por el momento, no ofrecía las garantías necesarias para abrir el deseado centro educativo y así se lo hicieron saber al padre Félix en febrero de 1914: «Dígase al Superior de los Padres del Espíritu Santo, que este comité juzga muy oportuna y de todo encomio la idea que él tiene de fundar un Seminario Interdiocesano…»[377] apoyando pues la iniciativa, el comité sugiere al padre Rougier que mande a uno de sus sacerdotes para tratar del asunto del seminario con el delegado apostólico Ruiz y Flores que ya estaba consiguiendo becas con los obispos de Estados Unidos y agregaba: «Somos de la opinión de que sólo se funde el Seminario Mayor y de que esto se haga en una población no muy lejana de la frontera y de buen clima.»[378] Y, por último agregaban que era de suma importancia la manera de proponerlo a todos los obispos a fin de evitar dificultades para el futuro.[379] Esto respondía, sin duda alguna, a la pasada experiencia de Castroville. Los mismos obispos del comité preveían que la unidad de criterios entre el episcopado no era fácil de lograr.

3. 5. 6. Primeras negociaciones con los misioneros del Espíritu Santo

La congregación de los misioneros del Espíritu Santo, mandó a negociar las condiciones de apertura del seminario interdiocesano con el delegado apostólico, monseñor Leopoldo Ruiz y Flores al padre Tomás Fallon; éste, después de haber tenido las entrevistas pertinentes escribió a su superior general un memorando. El padre Fallon no era ingenuo, se daba cuenta de dos realidades: «Tal invitación es una prueba notable de la confianza en nuestra Obra que existe en el juicio de nuestros Superiores eclesiásticos.»[380] Pero, no se engañaba respecto a la juventud de su congregación fundada hacía tan sólo 24 años y por eso agregaba: «Al mismo tiempo es una proposición tan seria y suscitando problemas tan graves para la Congregación en momentos de su desarrollo que será necesario considerarlo con mucha prudencia y detenimiento.»[381] Y haciendo un repaso del momento de su congregación y las exigencias de personal que se le llegarían a plantear en caso de aceptar el encargo de los obispos opinaba que: «es muy claro que no tenemos personal suficiente, aun sacrificando hasta el último posible nuestras obras propias.»[382] Pero, a pesar de este informe el delegado apostólico seguía creyendo que ese seminario debía ser tomado por los misioneros del Espíritu Santo; ¿no había nacido esa congregación para ayudar a los obispos? ¿no era el seminario una ayuda especialmente dirigida a los sacerdotes? Siguieron pues adelante los trámites. Todo ese primer medio año de 1934 se utilizó en ajustar los cauces para abrir el seminario. Con la aprobación de Monseñor Drossaerts el delegado apostólico acordó erigir el seminario interdiocesano en San Antonio Texas y así lo avisó al prefecto de la S. C. de Seminario, el cardenal Ruffini:

Los Obispos [mexicanos] han decidido abrir el mencionado Seminario en esta Arquidiócesis de San Antonio, Texas, en los Estados Unidos, con el consentimiento de Monseñor Arzobispo […] El Superior General de los Misioneros del Espíritu Santo está listo para suministrar el personal competente requerido por el mismo Seminario.[383]

Monseñor Ruiz y Flores le insistía al padre Rougier que no pensase más en la posibilidad de abrir el seminario en México, porque en Estados Unidos, «habría desde luego más estabilidad y mejores facilidades para la formación de los estudiantes.»[384]

3. 5. 7. La Santa Sede aprueba la fundación del seminario interdiocesano y los obispos mexicanos lo encargan a los misioneros del Espíritu Santo

Por su parte el padre Félix informaba al delegado apostólico sobre una de las cuestiones más espinosas para la nueva fundación y que había sido un requisito del papa: el personal para el seminario. Había mandado ya una lista con el nombre de los padres que pensaba destinar a la nueva fundación y le hacía saber que el número total de sacerdotes en toda la congregación era de cuarenta, diciendo: «la formación ha sido larga, pero tenemos la seguridad de que ha sido bien sólida».[385] La S. C. de Seminarios contestaba en agosto de 1935 al delegado apostólico aprobando la fundación del seminario en San Antonio, Texas.[386] Y a su vez, monseñor Ruiz y Flores daba la buena noticia al padre Rougier en septiembre del mismo año, asegurando que el delegado apostólico en Washington, Monseñor Cicognani, estaba muy interesado en la obra.[387]

El padre Rougier recibió la noticia de la decisión de los obispos mexicanos, en los primeros días de octubre de 1935, y así se lo comunicaba al delegado Ruiz y Flores:

Esta mañana […] recibí una cartita de Monseñor Othón Núñez, Secretario del Comité Ejecutivo Episcopal, llamándome a su domicilio para hacerme una importante comunicación; fuimos esta tarde el P. Edmundo[388] y yo, y el Excmo. Señor nos comunicó con visible alegría la gran noticia: los Misioneros del Espíritu Santo serán los encargados del Seminario.[389]

3. 5. 8. Los obispos discrepan en cuanto a los encargados del seminario

Pero ese mismo mes de octubre de 1935 empezó a haber diversidad de opiniones entre los obispos sobre quiénes debían encargarse del seminario en cuestión. Aunque ya se había tomado una decisión y se había avisado al padre Rougier, el motivo de la discrepancia fue el arzobispo de Guadalajara, monseñor Orozco. Él había sido formado desde su infancia por los padres jesuitas en el Pío Latino Americano, les guardaba un gran cariño y gratitud y pensaba que era necesario que los padres de la Compañía fueran los responsables de la nueva fundación, sin embargo otros pensaban distinto. Ante estas diferencias que empezaban a aflorar, el comité ejecutivo episcopal mexicano, escribía a la S. C de Seminarios diciendo que:

Todos los Rvmos. y Excmos. Arzobispos y Obispos fueron consultados respecto a la necesidad de la fundación del Seminario Interdiocesano y el C. E. E. (Comité Ejecutivo Episcopal) dio el encargo al Excmo. y Rmo. Monseñor Martín Tritschler, arzobispo de Yucatán, de estudiar este proyecto indicando los medios oportunos a la realización de esta obra tan importante. El mismo C. E. E. confió la dirección del futuro Seminario interdiocesano a los RR. PP. Misioneros del Espíritu Santo, los cuales tienen competente número de Profesores laureados en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. No pocos Excmos. y Rvmos. deseaban que los RR. PP. de la Compañía de Jesús asumieran la dirección del Seminario; pero difícilmente podrían los RR. PP. aceptar este encargo, puesto que, ocupados ya en gran número en otros importantes ministerios, la Compañía no podría proveer en número suficiente de Profesores.[390]

El comité episcopal afrontaba la diversidad de pareceres, y además sentía la presión que la misma situación política estaba ejerciendo sobre todas las diócesis, así que habría que darse prisa. El comité ejecutivo episcopal, a través de su secretario el padre José Antonio Romero S. I.,[391] envió al padre Félix Rougier el resumen de las respuestas dadas por los obispos acerca del seminario diocesano, enunciando primero las conclusiones a las que habían llegado: «Es urgente: A. Que empiecen, y encomiende V. R. el asunto a uno de sus activos y celosos Padres. B. Como se pueda. C. En Estados Unidos.» y luego otras informaciones; la más importante era la opinión episcopal sobre quiénes debían encargarse del seminario: 10 obispos querían que fueran los misioneros del Espíritu Santo; 6 obispos preferían a los padres jesuitas; y otros diez eran indiferentes a unos u otros pero se agregarían al parecer de la mayoría.[392] Por lo tanto, según las decisiones tomadas en esa reunión del comité episcopal, 20 obispos querían que se encargaran los misioneros del Espíritu Santo y 6 los padres jesuitas.

3. 5. 9. Se piensa en la casa de Castroville, Texas

Con estas condiciones puestas y los pareceres divididos, el delegado apostólico avisó a la Secretaría de Estado que el seminario interdiocesano para México se abriría, a ser posible, el próximo mes de diciembre de 1935 y que el arzobispo de San Antonio, monseñor Drossaerts aceptaba que se hiciera en el edificio de Castroville, que la Santa Sede había comprado con anterioridad, para lo cual solicitaba el permiso del santo padre para disponer del edificio. Informaba también que los obispos mexicanos estaban dispuestos a enviar de inmediato al menos unos 60 seminaristas.[393]

La casa de Castroville había sido vendida por la Santa Sede a los padres Salesianos el año de 1933, pero estos habían pagado sólo la primera parte del contrato convenido, y habían también abandonado la casa, así que la Santa Sede hace saber a los padres Salesianos que se entendía la recesión del dicho contrato.[394]

3. 5. 10. Se somete la decisión de quiénes se encargarán del seminario al juicio de Pío XI

Sin embargo, no era la cuestión del local lo que verdaderamente estaba en juego, sino el parecer de los obispos sobre los religiosos que deberían encargarse del nuevo seminario. Aunque el comité ejecutivo episcopal había asignado ya la responsabilidad a los misioneros del Espíritu Santo, puesto que la mayoría de obispos así lo pedía, los que estaban en minoría tenían un representante que no se conformaba fácilmente. El arzobispo de Guadalajara, monseñor, Orozco y Jiménez, sin resignarse a perder, escribió a todos los obispos una carta, donde les hacía ver que tratándose de un seminario tan importante, reconsideraran su postura y se confiase más bien a la Compañía de Jesús. Fue entonces que el comité episcopal autorizó una nueva votación en donde resultó que «la mayoría de los Obispos está por la Congregación del Espíritu Santo y en la Conferencia tenida aquí hemos pensado someter este punto a la decisión del Santo Padre.»[395] Por su parte los misioneros del Espíritu Santo: «aceptaron gustosamente esperar la decisión del Santo Padre.»[396]

3. 5. 11. El informe de monseñor Guillermo Piani

Pero la Santa Sede, por expreso deseo de Pío XI, ante la seriedad del caso había mandado un visitador extraordinario para que recabara noticias sobre la situación de la Iglesia mexicana en general, y sobre el caso del seminario interdiocesano en particular; el visitador elegido fue el delegado apostólico en las Islas Filipinas, monseñor Guillermo Piani[397] que después de haber cumplido el encargo, remitió su informe a la S. C. de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios. El informe es muy jugoso. En mayo de 1935, en el hervor de la lucha sostenida por el Estado contra la educación católica, se informaba que los seminarios todavía existentes eran: Guadalajara, México, Monterrey, Morelia, Oaxaca, Puebla, Yucatán, entre las arquidiócesis, y Aguascalientes, Huajuapan, León Querétaro, Sonora, San Luis Potosí, Tulancingo, Veracruz, Zamora, Chilapa, entre las diócesis.[398] Monseñor Piani aseguraba que en todo el país «el número total de Seminaristas mayores y menores es superior a los 1500.»[399] Sin embargo, las condiciones de casi todos los seminarios, eran muy precarias; los motivos:

Privados de sus edificios (¡algunos seminarios han sido privados dos, tres, cuatro veces sucesivamente!) son obligados a refugiarse en casas incómodas o en locales inadecuados, o cerca de las iglesias en los anexos que el Gobierno ha respetado. No pudiendo los Seminaristas estar todos unidos por la estrechez de las habitaciones, están obligados a dividirse en varios grupos y a ocupar diferentes casas. Algunas veces se está obligado a dejarles regresar a sus casas o cerca de óptimas familias en las condiciones de alumnos externos, reuniéndose en las sacristías de las iglesias para tener las lecciones necesarias. Es admirable el celo de los Obispos, y extraordinarios los sacrificios que hacen para sostener sus seminarios en situaciones tan difíciles.[400]

Después de estas constataciones, el visitador estaba convencido de que el único remedio a estos males podría ser el establecimiento de uno o varios seminarios interdiocesanos, pues los seminarios que subsistían, estaban sólo en pie por una débil tolerancia del gobierno que nadie sabía cuánto iba a durar. Por eso mons. Piani consideraba una verdadera bendición el consejo dado por la Santa Sede a los obispos de Estados Unidos de cooperar con tan justa causa. Sabía además que los prelados estaban ya en acción y recogiendo fondos para ayudar a la fundación.

Todos los obispos mexicanos, menos uno, estaban de acuerdo en que la fundación se hiciera en los Estados Unidos. Pero, informaba monseñor Piani, menos acuerdo hay en cuanto al personal que debe encargarse del seminario; alguno quiere que sean los padres de la Compañía porque, dirigen el Pío Latino Americano de Roma, en donde muchos seminaristas mexicanos se forman y se han formado; además los jesuitas en México, trabajaban con mucho celo –opinaba el visitador– y podían influir en la mayor parte del clero. Y nadie ignoraba que la Compañía: «es desde luego una institución insigne, robusta, que ha dado y sigue dando favores preciosos a la Iglesia en la obra de la formación del Clero.»[401]

No se podía comparar la fuerza y la historia de la Compañía de Jesús, a esa pequeña congregación con 24 años de experiencia, o sea, muy poco y con sólo 40 sacerdotes; sin embargo, el visitador informaba que: «Muchos Obispos se inclinan a favor de los Misioneros del Espíritu Santo, Congregación fundada en México por el Rvmo. P. Félix Rougier[402] Y, para explicar por qué los obispos tenían esta preferencia el visitador ponía en su informe:

Ved cómo se expresa uno de ellos, Monseñor Guillermo Tritschler:[403] «Los Misioneros del Espíritu Santo disponen de personal formado en la Universidad Gregoriana. Así en la interpretación de S. Tomás seguirán más fácilmente las instrucciones de la S. Sede, sin aferrarse a determinada escuela, como puede suceder a los Jesuitas educados más bien en un ambiente español. Después la piedad, bajo la dirección de los Misioneros, tomaría un carácter mayormente apropiado a los sacerdotes del Clero secular. Para tal fin concurriría el espíritu litúrgico que ellos cultivan con particular empeño y que no es característico de los Padres Jesuitas. La misma devoción del Espíritu Santo es cuanto más oportuna para la santificación del Clero. La disciplina finalmente, bajo la dirección de los Padres de la Compañía, vendría a modelarse sobre [una] forma, casi diría, española; mientras los Misioneros del Espíritu Santo asociarían a la formación romana preferentemente los métodos sulpizianos que disponen fortiter et suaviter a la formación interior y a desarrollar el sentimiento de responsabilidad.[404]

La Santa Sede debió quedar desconcertada ante estas opiniones y por eso comprendió que no era tan fácil tomar una resolución.

3. 5. 12. Pío XI decide que los jesuitas dirijan el seminario

Así, en esta incertidumbre y con las inevitables dilaciones para fundar el seminario, la Santa Sede, a través del prefecto de la S. C. de Seminarios, consultaba el espinoso asunto con el prepósito general de la Compañía, el padre Ledóchowsky, sin todavía decirle nada sobre el informe de monseñor Piani, a lo que respondía:

Ya en 1930 habíamos sido interrogados en torno a esta misma cosa y entonces, después de haber oído al Provincial de México, debió responder que nuestras fuerzas ya empeñadas en otras obras no nos permitían asumir esta nueva carga. Pero hoy las condiciones de nuestra Provincia Mexicana están muy cambiadas. […] Por eso creo que la dicha Provincia Mexicana hoy podría sin mucha dificultad tomar al cuidado el Seminario de Castroville […][405]

Posteriormente la S. C. de Seminarios envió el informe de monseñor Piani al prepósito general el día 16 de enero de 1937. La respuesta del padre Ledóchowsky no se hizo esperar y entonces adquirió tonos más severos: es una larga carta de 8 folios en donde hace la defensa del estilo de formación del clero que ofrecía la Compañía en el mundo y en especial en América Latina, pues el padre Ledóchowsky pensaba que el obispo citado por el visitador, monseñor Guillermo Tritschler la presentaba como menos buena.[406] Estaban pues todas las cartas sobre la mesa; tocaba al santo padre la última palabra.

Entre tanto se habían ido sucediendo los días y los meses y no llegaba la hora para fundar el seminario. Por su parte el delegado apostólico monseñor Leopoldo Ruiz y Flores, instaba a la Santa Sede para que tomara una decisión; así escribía al Secretario de Estado, cardenal Pacelli:

Cerca de la mitad de los Obispos no pueden absolutamente tener Seminarios por la pobreza a la que han reducido a las diócesis. La otra mitad ha podido conservar los respectivos Seminarios, pero en medio de graves dificultades […] Pero de todas las maneras parece imposible la debida formación de los Sacerdotes en todos estos Seminarios, por la falta de medios necesarios, de paz y de observancia, debiendo en muchos casos vivir los alumnos dispersos en las casas particulares y reunirse en las sacristías de las iglesias para recibir las lecciones de los maestros.[407]

Finalmente, el 2 de marzo de 1937, Pío XI tomaba una decisión definitiva y era comunicada por la S. C. de Seminarios a la S. C. de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios en estos términos:

…debo informarle que en la Audiencia del 1º [sic][408] del mes corriente, concedida al Excmo. Secretario de este S. Dicasterio, el Santo Padre se ha dignado confiar la dirección del Seminario Interdiocesano Mexicano, para erigirse en los Estados Unidos, a los RR. Padres de la benemérita Compañía de Jesús.

Con fecha de hoy mismo he comunicado la augusta decisión de Su Santidad al Excmo. Delegado Apostólico de México.[409]

Al enterarse de la decisión del papa, el prepósito general de la Compañía, manifiesta «…nuestra gratitud al Santo Padre por este Su nuevo trato de confianza por nuestra débil obra.»[410] Por su parte, el superior de los misioneros del Espíritu Santo, que había puesto tanto trabajo e ilusión, pero que en realidad su obra era verdaderamente incipiente, contestó como el hombre de virtud que era:

Como sabemos que todo viene de Dios, hemos recibido con entera resignación, y aun con gusto, la comunicación de V. E. Rma. viendo en la decisión de S. S. Pío XI, la voluntad de Nuestro Señor. Hemos admirado la sabiduría y la prudencia de la Santa Sede, al confiar esa obra grandiosa, de la formación del futuro Clero mexicano, a los excelentes maestros que son los Padres jesuitas.[411]

3. 5. 13. Trabajos de preparación inmediata a la apertura

Una vez tomada la decisión sobre la dirección del seminario, el trabajo para llevar a cabo la apertura del seminario comenzó con una reunión el 7 de abril, de 1937, en el San Anthony Hotel de la ciudad de San Antonio Texas. Tomaron parte los cinco obispos de Estados Unidos que constituían el comité para el Seminario Mexicano: monseñor Gannon,[412] obispo de Erie, presidente; monseñor Kelley[413] obispo de Oklahoma y Tulsa, tesorero; el arzobispo de Santa Fe, monseñor Gerken[414] y el arzobispo de San Antonio, monseñor Drossaert; monseñor Griffin,[415] obispo de Springfield, Illinois con los cinco obispos mexicanos autorizados que eran; monseñor delegado apostólico en México Leopoldo Ruiz y Flores, el arzobispo de Guadalajara, monseñor José Garibi Rivera , los obispos Manuel Fulcheri de Zamora, Gerardo Anaya de Chiapas y Jesús María Echavarría de Saltillo. En la reunión se informó de la buena voluntad que tenían el resto de obispos americanos para efectuar una colecta en favor del seminario. Se dijo también que no se había comprado aún la propiedad para el seminario pero que se estaba estudiando adquirir en Montezuma, estado de New Mexico. Se trataba de un viejo hotel que requería serias reformas, pero que tenía muchas cosas a favor de lo que se estaba buscando: barato, aislado, a las puertas de México, grande, con clima sano aunque frío, etc. Se aseguraba que en mayo se tendrían los títulos de propiedad por lo que se aprobaron las reformas al edificio presentadas por el arzobispo de Santa Fe, encargado de las reparaciones. Informó el ecónomo, Monseñor Kelley, que había en caja 300,000 dólares, pero que faltaban todavía por dar su contribución, muchas diócesis americanas; se esperaba completar el medio millón. En esa ocasión, los obispos mexicanos con los estadounidenses llegaron a los siguientes acuerdos:

    A.            Que aceptaban con gratitud la designación que la Santa Sede había hecho de la Compañía de Jesús para la dirección espiritual, científica y disciplinar del seminario.

     B.            Que aceptaban el seminario como obra permanente, aunque las cosas en México se compongan.[416]

    C.            Que los obispos mexicanos consignaran al procurador del seminario aquello que pudieran pagar por cuenta de la pensión de sus alumnos, completando el Comité Americano aquello que falte, y sobre los gastos de los viajes, los obispos recurrirán al procurador y este al Comité en el caso que no puedan hacerlo.[417]

Aseguraba, además, que de las 33 diócesis existentes en México, al menos 11 no podían sostener su seminario por falta de clero y recursos; tales diócesis eran Campeche, Huejutla, Sonora, Tamaulipas, Saltillo, Papantla, Huajuápan de León, Tehuantepec, Chihuahua, Sinaloa y Tabasco. Y, a juicio del delegado apostólico de las 22 diócesis restantes, no contaban con personal satisfactorio para sus seminarios: Cuernavaca, Chiapas, Chilapa y Yucatán. Por lo tanto eran 15 diócesis que debían considerar el seminario interdiocesano como propio y monseñor Ruiz, recordando la experiencia de Castroville, se permitía aconsejar a monseñor Pacelli, Secretario de Estado:

…si no prescribirse a todos los Obispos que usaran del nuevo Seminario enviando a todos sus estudiantes de Filosofía y Teología, concentrando todos sus esfuerzos y cuidados en la formación de los jóvenes que en pequeño grupo podrían hacer los cursos de preparación en la lengua latina y humanidades.[418]

También el delegado informaba que algunos obispos, por alguna u otra razón querían continuar teniendo sus seminarios, que les habían costado tantos sacrificios, aunque era claro que no se podía tener la disciplina, el orden, la vigilancia, en una palabra, la formación debida, a causa de la misma situación creada por el gobierno. Por tal motivo sugería al cardenal Pacelli pedir a todos los obispos de unificarse y que todos tuvieran el seminario a erigirse como único para todas las diócesis.[419] La petición de monseñor Ruiz y Flores, aunque comprensible era delicada pues los obispos podían sentirse coartados en su libertad. La Santa Sede optó por consultar las sugerencias del delegado apostólico mexicano al padre Ledóchowsky quien opinó que no era favorable «ordenar» a los obispos, aun a los que quisieran conservar sus seminarios, de enviar de ahora en adelante a sus seminaristas a Montezuma; sin embargo creía conveniente la sugerencia que hacía el delegado de prescribirlo a las diócesis que no estaban en la capacidad de sostener su seminario y a las otras, de «recomendarlo».[420]

3. 5. 14. Se procura un estilo particular de formación

Monseñor Martín Tritschler, que había tomado parte tan activa en la fundación de este seminario y que, quizá por la misma necesidad que tenía de una buena formación, pues la arquidiócesis de Yucatán había funcionado con la mitad de clero extranjero, que había sido expulsado desde 1926, preparó una propuestas de estilo de formación que mandó al comité episcopal para que fueran puestas en las manos de los padres jesuitas que se iban a encargar de dirigir el seminario. Reflejan la preocupación del pastor ante una experiencia nueva:

Seguro estoy de que el común sentir del Vble. Episcopado es que en el Seminario debe reinar un ambiente del todo mexicano, tanto en el estudio como en las prácticas de piedad, en la alimentación, en el vestir y, en general, en todos los usos y costumbres. Debe procurarse que la vida sea modesta, sencilla y hasta cierto punto pobre, a fin de que los alumnos se preparen a las penalidades y privaciones de nuestra patria.[421]

Monseñor Martín Tritschler pensaba que no era formativo que los seminaristas tuvieran comodidades y lujos, que después no iban a poder tener; y también reflejaba el desacuerdo de la mayoría de los obispos al estilo de vida «americana», por eso, con visión práctica dice:

De consiguiente y para descender a la práctica propongo que se establezcan entre otras cosas lo siguiente: Prohibición de usar ropa de seda (camisas, calcetines, etc.) aunque sea regalada. Prohibición de ir a las playas de California aun en tiempo de vacaciones. Prohibición de tener radios de uso personal. Prohibición de ir a teatros y cines salvo casos extraordinarios y con licencia muy especial.[422]

Y como la formación se iba a hacer en un país libre, el hábito clerical volvería a ser de uso común, por consiguiente, pedía:

Que se acostumbren a usar dentro de la casa habitualmente la sotana bien puesta y abotonada hasta abajo y con el cuello clerical correspondiente; no echada encima de cualquier modo como si fuera bata de baño o una prenda postiza que sólo se usa de vez en cuando y por mera necesidad. Hay que restablecer entre nuestro Clero ese amor religioso a la sotana, que existió entre nosotros y que se conserva todavía en los demás países de raza latina.[423]

En este seminario todo iba a ser diferente, el modo de divertirse y hacer deporte, la vida misma; así que convenía, según opinión del arzobispo de Yucatán, prevenir con cuidado cada aspecto de la vida de los seminaristas.

Se procurará regular el uso de los deportes (base-ball, tennis, etc.) de manera que sirva para el desarrollo físico, sin convertirse en una pasión y sin usar los trajes especiales tan opuestos a la modestia clerical; al efecto deberán prohibirse los desafíos con otros colegios, que tanto apasionan a la juventud. Es tendencia característica de nuestra raza cultivar el espíritu mucho más que los músculos.

La alimentación será semejante a la mexicana, excluyéndose los refinamientos americanos, como el uso diario de la mantequilla, el jamón, el ice cream y cosas por el estilo, las cuales se reservarán para ciertos días extraordinarios.[424]

Los motivos para estas prácticas ascéticas, el arzobispo los tenía claros; ya que no se trataba de fastidiar a nadie, sino de ser coherentes con la realidad del país en el que iban a regresar a trabajar.

Aunque se ha de procurar hacer muy grato a nuestros jóvenes el voluntario destierro a que van a sujetarse, sin embargo, cuidarán los Superiores de que no se adquieran nuevas necesidades que no pueden satisfacer después en México, como sería el cuarto de baño individual y otras comodidades exóticas para nosotros.[425]

La formación de Montezuma, con el correr de los años, se distinguió por su austeridad, pobreza y también por su alegría. Muchas de estas tempranas propuestas, fueron después llevadas a la práctica y los prelados pudieron comprobar que el american way of life nada tuvo que ver con sus seminaristas, cuando menos en los primeros años de vida del seminario.

3. 6. Apertura y funcionamiento del Seminario Interdiocesano de Montezuma

3. 6. 1. Un buen lugar para el seminario

El sitio elegido para el seminario no podía ser mejor; se había escogido la localidad de Montezuma, en el estado de Nuevo México, situada sobre las faldas de las Montañas Rocosas, a una altura de un poco más de 2,000 metros sobre el nivel del mar; un clima salubre con tiempo casi siempre sereno. El lugar dista apenas unas seis millas de la pequeña ciudad de Las Vegas, que contaba en 1937 con 20,000 habitantes, la mitad de los cuales eran mexicanos. Por Las Vegas pasaba la línea ferroviaria que unía la ciudad de San Francisco con la de Chicago y que se encontraba en Santa Fe con la vía proveniente de México, por el Paso, Texas. La propiedad constaba de 1,200 acres, (500,000 metros cuadrados o 50 hectáreas) tenía una construcción central hecha de piedra, con cuatro plantas, había 225 cuartos, un amplio refectorio para unas 500 personas, cocinas, lavandería y otros accesorios. Junto al edificio principal había otro edificio de madera, aparte, con un gran salón para unas 1000 personas, que se adaptó para capilla; además, había un tercer edificio con unos 75 cuartos; tenía su establo propio, un cuarto con la caldera para la calefacción, su propio generador de electricidad y un depósito para hielo.[426] La propiedad costó $19,000 dólares, que era una verdadera ganga, pero el estado de los edificios requirieron una severa reparación y un gasto muy superior al costo de la propiedad; así se lo explicaba el delegado apostólico en Washington, Amleto Cicognani al prefecto de la S. C. de Seminarios:

Los distintos edificios tienen necesidad de reparaciones y modificaciones, por una suma total de cerca de $ 50.000 dólares. En los distintos módulos podrán acomodarse 500 alumnos, modificando algunos cuartos y dormitorios; pero, para el primer año, los Obispos Mexicanos enviarán solo 300 jóvenes.[427]

En su informe, el delegado Cicognani hacía tres precisiones que aconsejaba tener en cuenta y no olvidar: 1. Los obispos de Estados Unidos tenían el mérito de la fundación y el financiamiento del seminario; el episcopado americano había ya nombrado un comité, formado por cinco obispos[428] con el encargo de administrar los fondos recogidos en las colectas y los que enviarían los obispos mexicanos, con eso se sostendría el plantel. 2. A los obispos mexicanos les tocaría enviar alumnos y la parte económica que pudieran dar para mantenimiento de sus alumnos. Por su parte debían nombrar un comité episcopal encargado del seminario con la responsabilidad específica de vigilar sobre la formación disciplinar, espiritual e intelectual de los alumnos. 3. A los padres Jesuitas, responsables directos de la formación eclesiástica, se les fijaría una cantidad mensual; el padre ecónomo debía presentar un informe de los gastos e ingresos cada tres meses, que debía aprobar la comisión de obispos mexicanos.[429]

3. 6. 2. Preparativos inmediatos a la apertura

En la importante reunión de los comités episcopales americano y mexicano del 7 de abril de 1937, se habían hecho también unas Normas[430] que regirían las relaciones entre el episcopado mexicano, el seminario y la Compañía de Jesús; estas fueron elaboradas por el delegado apostólico, monseñor Ruiz y Flores y el comité episcopal mexicano para el seminario y revisadas por el delegado apostólico en Washington, monseñor Cicognani, la Secretaria de Estado y por el prepósito general de la Compañía, padre Wlodimiro Ledókowsky; finalmente fueron aprobadas por la S. C. de Seminarios el 8 de mayo del mismo año.

En mayo de 1937, la S. C. de Seminarios enviaba a todos los obispos mexicanos una carta invitando a que enviaran a sus alumnos al nuevo seminario.[431] Los obispos respondieron con prontitud, pero también en México estaba teniendo lugar un cambio en la política de Lázaro Cárdenas; parece que se empezaba un nuevo estado de tolerancia entre el gobierno y la Iglesia; la elección del nuevo arzobispo de México en la persona del michoacano Luis María Martínez[432] tendría que ver con esa nueva tolerancia. Daba la impresión de que la solución al conflicto de la formación eclesiástica llegaba demasiado tarde y esto pronto lo habría de resentir el seminario de Montezuma. Volvía a pasar como en 1929 en Castroville, que se abría el seminario a las puertas de los arreglos.

3. 6. 3. El seminario abre sus puertas

Después de tantos avatares, se llegaba finalmente a la fecha de la deseada fundación del seminario; tres ciudades de México fueron el punto de encuentro para los alumnos que habían de viajar a Montezuma: México, Morelia y Guadalajara. Los alumnos fueron llegando al seminario entre los días 15 y 20 de septiembre de 1937; el número total de alumnos que llegó fue de 337 alumnos; teólogos, filósofos y latinistas provenientes de 27 diócesis de la República.[433] El jueves 23 de septiembre tuvo lugar la solemne inauguración del seminario. La prensa del lugar dio la noticia: estuvieron presentes como invitados de honor los arzobispos de San Antonio, Texas, y de Morelia, Arturo Drossaerts y Leopoldo Ruiz y Flores. Presidió el arzobispo de Santa Fe, Rudolph A. Gerken, en cuya arquidiócesis estaba el seminario; predicó el padre Claude Ballanet, párroco de Las Vegas, pueblo al que pertenece el seminario que, con un «inspirado sermón en español», dio en nombre del pueblo norteamericano la bienvenida a profesores y alumnos:

El Arzobispo Gerken dio la bienvenida a los más de 300 seminaristas en nombre de la Jerarquía Americana y el Arzobispo Ruiz respondió, agradeciendo a los Obispos de Estados Unidos por lo que ellos han hecho por sus perseguidos fieles católicos de México. Él pidió a los estudiantes de hacer patente su gratitud a través de la perseverancia en el estudio. Un coro de 60 voces estudiantiles cantaba himnos.[434]

El periódico del lugar informaba que el nuevo rector, el padre Ramón Martínez Silva,[435] agradecido, mostraba las instalaciones del seminario a los 500 visitantes llegados para tan importante ocasión y anunciaba que las clases empezarían dentro de cuatro días, o sea el día 27 de septiembre.[436]

Con mucho entusiasmo se emprendió el estudio; en todos los estudiantes se notaba un fervor inusitado. A los pocos días de haber empezado las clases quedaban establecidas todas las cátedras. Además de las materias principales; teologías dogmática y moral, Sagradas Escrituras, filosofía, se iniciaron las academias de lenguas: latín, español, inglés, italiano y hebreo. Las materias secundarias, que así se llamaban, para el curso de filosofía, eran: física, química y biología, geología, cosmografía y matemáticas.

Contaban con magníficos laboratorios regalados por el arzobispo de Santa Fe, monseñor Gerken. Había disputas mensuales de teología y filosofía. Entre los filósofos se fundó un Círculo de estudios literarios para fomentar el amor a la literatura y estimular la producción de escritos varios y al poco tiempo de iniciar su andadura se fundó la revista Albores que narraba la vida del seminario.[437] Durante el primer curso de 1937-1938, los alumnos que llegaron, eran de las siguientes diócesis:[438]

 

Aguascalientes

23

México

15

Tacámbaro

6

Campeche

5

Morella

80

Tamaulipas

9

Chihuahua

14

Oaxaca

10

Tehuantepec

1

Chilapa

11

Papantla

1

Tepic

12

Colima

11

Puebla

34

Tulancingo

6

Cuernavaca

3

Saltillo

4

Veracruz

4

Guadalajara

20

San Luis Potosí

6

Yucatán

17

Huejutla

2

Sinaloa

1

Zacatecas

42

León

4

Sonora

8

Zamora

17

 

Los obispos podían estar contentos; finalmente se había conseguido tener un lugar seguro para la formación seria de los futuros sacerdotes.

3. 6. 4. Los primeros informes sobre Montezuma

La importancia que tuvo para la Iglesia de México la fundación del seminario de Montezuma, quedó reflejada de muchas maneras; una de las principales fueron los informes que se hicieron al poco tiempo de su nacimiento. Había un sano interés por cuidar esa experiencia que había pedido el esfuerzo de tantas personas.

 

3. 6. 4. 1. Monseñor Cicognani informa a Roma

El comité de obispos norteamericanos había tomado muy en serio su papel y su presidente, el arzobispo de Santa Fe, monseñor Gannon informaba al delegado apostólico en Estados Unidos, monseñor Cicognani de la buena marcha del nuevo seminario; todo eran aciertos y renovadas esperanzas; había valido la pena tanto esfuerzo. El delegado apostólico Cicognani transmitió este primer informe al secretario de la S. C. de Seminarios monseñor Ernesto Ruffini,[439] con fecha del 18 de julio de 1938. Habían pasado sólo 10 meses desde la apertura y ya se palpaban los buenos resultados: los dos comités episcopales, norteamericano y mexicano escucharon la relación hecha por el rector del nuevo seminario y quedaron profundamente impresionados de lo que escucharon.

Monseñor Cicognani les comunicaba también que esa información sería pasada a toda la conferencia episcopal de los Estados Unidos que se reunía el mes de octubre de 1938 en Washington para interesar a los prelados en esta buena obra.[440]

Monseñor Cicognani destacaba en su informe enviado a Roma varias cosas: el nivel de estudios alcanzado en tan poco tiempo en Montezuma era el más alto que los jesuitas podían ofrecer; la disciplina y la piedad eran edificantísimas; el canto litúrgico de estos seminaristas mexicanos, en opinión del delegado, era probablemente el más bello del continente. Además un aspecto notable del curso había sido lo que se llamó La Academia, esta contenía la especial nota americana y era característica de la formación; en esa Academia se explicaba un hermoso curso de Apología moderna; así los alumnos podían comprender las actitudes sociales que había que desarrollar ante las distintas corrientes sociales y problemas políticos que enfrentaba México. También recibían un curso sobre las Confraternidades y sobre la metodología catequética; esta última buscaba preparar a los seminaristas a trabajar con los jóvenes. El delegado Cicognani creía, que con esos medios: «Ellos así afrontarán y vencerán la activa filosofía marxista y la influencia atea de las Universidades que ahora dominan toda la política pública y mucha parte de la vida privada mexicana.»[441] Además el delegado subrayaba la importancia de formar a los seminaristas en este campo para después hacer un gran servicio social cristiano a su país. Con mucho entusiasmo, los jóvenes de este seminario son calificados por el delegado de «espléndidos», pues los alumnos mostraban buena voluntad para todo, especialmente para los estudios. Afirmaba que los abundantes frutos que daría este seminario serían también fuente de gozo y alegría para toda la jerarquía de Estados Unidos. Así, con estos buenos auspicios y mejores frutos prácticos comenzaba la aventura montezumense.

3. 6. 4. 2. El rector Martínez Silva informa a la jerarquía
de Estados Unidos

Por su parte, el rector del seminario de Montezuma, en el completo informe entregado a los prelados de Estados Unidos, reunidos en Washington ampliaba las buenas noticias. A partir de septiembre de 1938 el número de seminaristas había crecido, pues habían empezado el curso 443 alumnos de 26 diferentes diócesis; las que más alumnos habían mandado eran: Morelia con 87, Zacatecas con 54, Puebla con 42 y Guadalajara con 39.[442]

El primer año de funcionamiento del seminario, –aseguraba el rector– había sido fuente de alegría para todos ver que los 15 alumnos graduados en Montezuma salieran con la frente bien alta y los corazones encendidos, ya que:

…ellos forman el primer escuadrón de avance y comienzo de la conquista de México para regresar a Su Majestad Jesucristo. Sus prelados quieren ordenarlos sacerdotes en sus propios pueblos. De este número 5 eran de Oaxaca, 4 de Sonora, 3 de Morelia, 1 de Zamora, 1 de Tehuantepec y 1 del lejano Yucatán.

Otros siete seleccionados entre los más brillantes, recientemente partieron a Roma para conseguir su grado de Doctor en la Universidad Gregoriana.[443]

El rector informa que, por el caudal de alumnos que habían venido este año, se habían visto precisados a encontrar la destreza necesaria para usar cada rincón utilizable de la casa como alojamiento. Pero lo más importante, el espíritu del seminario había sido de lo más alentador; para el rector había sido un consuelo que el carácter de los seminaristas se estaba desarrollando favorablemente gracias al refugio de paz que había prestado la gran nación de Estados Unidos. Los seminaristas habían recibido una provechosa lección cuando el coro del seminario tuvo la oportunidad de hacer su primera aparición pública en una fiesta de Santa Fe; pudieron ver –aseguraba el rector– cómo las autoridades civiles del país más progresista, y entre ellas había también de otros credos, estrechaban las manos de los altos dignatarios de la Iglesia Católica y todo esto en el marco del gran esplendor y solemnidad de la celebración. El coro había cantado no sólo en la catedral sino en la misma plaza del pueblo.[444]

Otro de los signos del buen espíritu del seminario consistía, a juicio del rector, en que los seminaristas estaban disponibles para todo tipo de trabajo manual y en que dedicaban parte de su tiempo de recreación a la sastrería, la carpintería, la zapatería o a la mejora de los jardines; y esto sucedía aun los domingos. Se mostraban entusiastas también para el deporte; especialmente se sentían atraídos hacia el baloncesto y el béisbol. Sin embargo, para el rector lo fundamental consistía en el vigoroso espíritu sobrenatural que se palpaba. Los alumnos recurrían con frecuencia a los sacramentos y el Apostolado de la Oración y la Congregación Mariana desde el inicio habían estado florecientes.

Las vacaciones de verano, las primeras, fueron un éxito, pues los chicos durante 20 días tuvieron un merecido descanso; el orden del día era: después de la meditación y de la misa matutina, salir de paseo a las montañas llevando cada uno su comida para no volver a casa sino hasta la caída de la tarde. Además hubo intensas actividades durante las 6 semanas de verano puesto que fueron impartidos cursos en latín, inglés y francés. Para alegría los obispos norteamericanos, el rector aseguraba que el inglés había sido el idioma preferido por la mayor parte de los chicos y que habían continuado estudiándolo a lo largo del año con fruto y gran entusiasmo.[445]

Los ejercicios espirituales anuales de los seminaristas fueron dados por el director espiritual del seminario jesuita de Ysleta[446] del 5 al 11 de septiembre; los alumnos mostraron una sincera piedad y gran recogimiento. El rector se mostraba emocionado ya que en las témporas de septiembre había sido testigo, la primera vez en la historia de Montezuma, de la ordenación de sus alumnos. Fue impresionante la ceremonia en la que el arzobispo Gerken, ordenó 8 subdiáconos, habiendo conferido los días previos las órdenes menores y la primera tonsura a 36 candidatos.[447]

Los departamentos de ciencias y letras se habían mantenido particularmente ocupados, pues aparte del trabajo ordinario, habían tenido lugar tres seminarios para fomentar la iniciativa privada: la investigación directa de trabajo en ciencias sociales, filosofía escolástica y literatura moderna. Los primeros frutos de la Academia de Filosofía de santo Tomás de Aquino fueron mostrados cuando tres jóvenes filósofos deleitaron a la audiencia con los textos que ellos leyeron sobre la orientación de la Filosofía Escolástica y otros dos sobre problemas modernos íntimamente conectados con sus estudios. Los teólogos –informa el rector– también salieron al frente poniendo en escena algunos actos públicos de reuniones de Acción Católica, reuniones sindicales, Congreso Misionero, etc. Este trabajo fue preparado y llevado a cabo en los diferentes grupos de estudio. De todos estos grupos, los más destacados eran los de Elocuencia Sagrada y de Lenguas Modernas; les seguía inmediatamente la Academia de Sociología. Y, entre todos, el más popular y que más asistencia obtuvo fue la Academia de Inglés, hábilmente llevada por tres miembros de la facultad: dos padres graduados en Saint Mary, Kansas y un tercero de Jersey, Inglaterra. El trabajo de las academias literarias de los filósofos consistió en elaborar la revista mensual llamada Albores, que comprendía tres secciones: literatura, noticias del seminario, y deportes en Montezuma. Todo este trabajo –aseguraba el rector– será llevado en el futuro, con renovado entusiasmo y con más especializada dirección, gracias al incremento del número de miembros de la facultad, en 5 sacerdotes más, 4 de ellos, formados profesores en seminarios pontificios y tres de ellos especialistas en escolástica. Todo era acertado en este seminario, pues el rector opinaba que, alguna persona que hubiera conocido hace un año Montezuma quedaría agradablemente sorprendida si hiciera una segunda visita. Al acercase a los edificios, ahora se encontraría con variadas y artísticas jardineras, pintorescos prados, limpias y bien restauradas veredas que se dirigían de la entrada al edificio principal; por no hablar de la sólida y larga escalinata construida en piedra por los filósofos durante las vacaciones de verano, que acortará el camino desde sus apartamentos a la capilla y al refectorio. Todas estas reparaciones, así como las nuevas aulas y dormitorios para acomodar al gran número de nuevos estudiantes que habían llegado, fue posible gracias a –recuerda el rector–, la energía del arzobispo Rodolfo A. Gerken quien vigilaba con ojo alerta sobre las necesidades de los futuros sacerdotes. Y, un detalle de suma importancia:

Los superiores, desde el principio, se han tomado muy a pecho, mentalizar a los seminaristas sobre la magnitud del favor que están recibiendo de parte de los católicos americanos y especialmente de la Jerarquía americana que es tal que no puede ser fácilmente comprendida. Su respuesta incondicional y rápida necesitaba una oportunidad para expresarse y hablar elocuentemente a través de obras y acciones. Esta ocasión llegaba con la venida de Vuestras Excelencias cuando los estudiantes tuvieron el privilegio de encontrarse con sus bienhechores: entonces el amor oculto y la gratitud afloraron en una clamorosa expresión de alegría, devoción filial y duradera gratitud.[448]

Por todo esto, tanto benefactores como beneficiados y en general la Iglesia de México, valoraban la importancia de esta fundación que tanto había costado, pero que era ya una realidad concreta.

3. 7. La visita apostólica de 1939

Durante los últimos días del mes de febrero y los primeros de marzo del año de 1939, la S. C. de Seminarios encargaba la primera visita apostólica al Seminario Interdiocesano de Montezuma. Fue llevada a cabo por monseñor Thomas K. Gorman,[449] obispo de Reno, California. La abundante información obtenida nos permitirá conocer este seminario y su funcionamiento desde una mirada crítica y ajena a la institución en el comienzo de su existencia.[450]

3. 7. 1. Las cosas generales del seminario

La visita empieza haciendo una breve historia del nacimiento del seminario. Se señala que a causa de las leyes mexicanas y la confiscación de los seminarios, el delegado apostólico Leopoldo Ruiz y Flores se interesó por fundar un seminario interdiocesano y la jerarquía de los Estados Unidos, con fraterna y cristiana caridad, ayudó a que el proyecto se realizara. Recuerda que la Santa Sede ordenó que la dirección quedara en manos de la provincia mexicana de lo padres jesuitas.

Después –informa el visitador– se elaboraron unas Normas para que gobernaran la relación entre la jerarquía mexicana y los padres de la Compañía de Jesús. La jerarquía americana compró un antiguo hotel en Montezuma, New Mexico y lo rehabilitó para que pudiera acoger a los alumnos; abrió sus puertas el 14 de septiembre de 1937. Por lo tanto este año de 1939 es el segundo de vida del seminario.[451] En ese momento había 16 profesores y 436 alumnos.[452]

3. 7. 2. Las personas

Para empezar, el visitador hacía constar que en ese seminario se seguían los mismos lineamientos y costumbres que los que estaban en uso en el Colegio Pío Latino Americano de Roma. Muchos de los padres del seminario de Montezuma que estaban en este momento, tuvieron algún cargo en el Pío Latino o fueron también alumnos de él.[453] El cuadro de padres y hermanos responsables de esta primera etapa de Montezuma fue el siguiente: Ramón Martínez Silva, rector y prefecto de estudios; Pedro Maina,[454] padre ministro (vicerrector) y director espiritual de latinistas, José Plancarte,[455] prefecto de teología; Emilio Fernández,[456] prefecto de filosofía; el hermano escolar Rodolfo Mendoza,[457] prefecto de latinistas; Luis Mendoza Guízar,[458] director espiritual de teólogos; Rafael Pérez Vargas,[459] secretario; Camilo Argüello,[460] director espiritual de filósofos, José Bravo Ugarte,[461] confesor ordinario de filósofos y latinistas y Luis Martínez Camberos,[462] ecónomo. Como en otros colegios jesuitas, la comunidad funcionaba en lugar de los diputados mandados por el Concilio de Trento para asuntos de economía y disciplina.[463] En cuanto a las cualidades del personal, el visitador constataba que: «Todos son suficientemente graves y maduros.»[464] Sin embargo, no faltaron los problemas pues aunque el obispo Gorman pudo constatar que del rector: «…es opinión común que posee un espíritu eclesiástico superior»,[465] había también ciertas habladurías respecto a su comportamiento.[466] Se le acusaba de ser ligero en su trato con las mujeres; y aunque el padre en todo parecía edificante, es de comprender que un rector de seminario, obligado a dar ejemplo, no podía permitirse tales libertades.[467] A raíz de estos hechos, el rector Martínez Silva[468] fue sustituido el 2 de agosto de 1939 por el padre Agustín Waldner.[469]

En cuanto a los profesores, desde el principio Montezuma gozó de un elenco de buenos profesores, 16 en total: 10 doctores en teología y filosofía, 4 licenciados en filosofía y dos no tenían título alguno. Pero, observaba el visitador, el número de profesores era apenas suficiente para atender a grupos tan nume­rosos de alumnos y esto provocaba que estuvieran siempre necesitados de tiempo y que difícilmente pudieran emprender algún otro trabajo además de impartir sus clases.[470] El visitador sugería que se buscara mayor número de profesores para corregir este defecto. Otra laguna a llenar en el claustro de profesores era la falta de un doctor en Sagradas Escrituras, aunque el profesor que tenía dicha disciplina era, a juicio de todos, competente, y además ya se estaban preparando algunos alumnos en el Instituto Bíblico de Roma.[471]

Los prefectos de disciplina, que eran tres, uno para teólogos, otro para filósofos y otro para latinistas, eran sacerdotes, maduros, excelentes en todo y atentos a su responsabilidad.[472]

Los alumnos, que ese año eran 436; habían ingresado al seminario cumpliendo los requisitos fijados para ello, pero el visitador no veía clara la definición de dichos requisitos; en general se pedían dos años de latín para entrar al seminario en la división llamada de Latinos o de Humanidades, pero había escuchado de varios profesores la queja de que los alumnos que llegaban de los seminarios mexicanos, no siempre estaban adecuadamente preparados; venían deficientes en latín. Por otro lado –lo comprendía el visitador– era difícil ponerse exigentes debido a que en México era casi imposible llevar un seminario adecuadamente. Este defecto en la formación inicial repercutía haciendo más difícil la enseñanza en Montezuma. El visitador opinaba que a los alumnos muy jóvenes, principalmente entre los latinistas, habría que detenerlos más tiempo en esa etapa, ya que se encontraban, por ejemplo, muchachos de catorce años en primero de filosofía. [473]

La situación sanitaria general de los alumnos, a monseñor Gorman le pereció buena. Informaba que hasta el momento no habían tenido expulsiones de alumnos y que si algún alumno llegaba a tener problemas con los estudios, se le comunicaba a su obispo para que lo retirara del seminario.

El visitador encontró una «gran deficiencia»[474] en cuanto al uso de la vestidura talar y explicaba la causa de esta laguna: era debido a que la mayoría de los alumnos eran tan pobres, por las condiciones de México, que no podían permitirse una sotana, pero cuando podían, entonces la llevaban normalmente. A monseñor Ganon le parecía comprensible este defecto teniendo en cuenta las circunstancias mencionadas.

La separación de los alumnos menores y mayores al visitador le pareció estrictísima ya que cada división, es decir entre latinistas, filósofos y teólogos, tenían dormitorios en edificios distintos, cada uno con su sala de recreo. El refectorio era común, aunque también dentro de él cada división tenía su lugar separado y esto era observado estrictamente. En cuanto a los dormitorios, había cuartos individuales, otros de ocho alumnos, otros de seis, pero no había menores de cuatro; usaban sus cuartos también para estudiar. La mayoría tenía cuarto individual. La vigilancia en los dormitorios se ejercía de la siguiente manera: los cuartos individuales tenían un prefecto entre los alumnos al que llamaban «jefe» que informaba al prefecto de disciplina de cualquier anomalía en su división. En este campo –informaba monseñor Gorman– no había abusos.[475]

En cuanto a la atención de los alumnos, había 15 religiosas Franciscanas de María que se ocupaban de la cocina y del aseo de los cuartos de huéspedes, pero debido al crecido número de alumnos, eran insuficientes.[476]

Cinco hermanos coadjutores de la Compañía de Jesús estaban al cuidado de la portería, del mantenimiento eléctrico del seminario y de los automóviles. Los hermanos encargados de la portería, no permitían jamás la entrada a visitantes sin permiso del superior. Había además 5 chicas domésticas que ayudaban a las hermanas con la cocina; ni a las religiosas, ni al servicio doméstico, les estaba permitido el trato con los seminaristas; toda la relación que podían tener era a través del padre ministro y efectivamente, observa el visitador, nunca se comunicaban con nadie más del seminario ya que estaba estrictísimamente prohibido y en este sentido se ejercía una gran vigilancia.[477]

3. 7. 3. La piedad

En cuanto a la vida espiritual de los alumnos de Montezuma, estos recitaban todos los días en comunidad las preces matutinas y vespertinas; tenían el rosario, las visitas al Santísimo, etc. Cada semana tenían todos juntos las vísperas y la misa solemne. Mensualmente, cada día 11, se dedicaba a honrar a la Sma. Virgen de Guadalupe; cada primer viernes al Sagrado Corazón de Jesús; cada día 19 en honor de san José y se tenía una hora santa cada primer jueves. Anualmente se solemnizaban con una novena, las fiestas de san José, de san Francisco Javier y del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo; también las fiestas de la Asunción de María, del S. Corazón de Jesús, de san Ignacio de Loyola y del Espíritu Santo. Con especial pompa y ceremonia se celebraba la fiesta anual de nuestra Señora de Guadalupe el 12 de diciembre.

La meditación se preparaba la noche anterior dando los puntos para tenerla a la mañana siguiente durante media hora y se hacía en la capilla principal; era habitualmente leída pero en las fiestas principales, la meditación era guiada por el director espiritual.[478]

En cuanto a la confesión, los alumnos accedían regularmente cada ocho días. Cada uno podía elegir libremente a su confesor y podían también confesarse con los profesores. Los alumnos recibían la sagrada comunión cotidianamente durante la misa. Hacían dos visitas al Santísimo en comunidad.[479]

Todos los años, en septiembre, se realizaban los ejercicios espirituales, durante seis días, y, cada mes había un retiro en donde participaban además de los alumnos, los profesores.

La Congregación Mariana en el seminario se encargaba de promover la devoción a la Virgen María celebrando especialmente los meses de mayo y de octubre; también se rezaba a diario el rosario y cada sábado se cantaba la Salve Regina o el Regina Coeli.

La devoción al Romano Pontífice era fomentada de varias maneras: a través de los mismos estudios, mediante pláticas o exhortaciones; además, el visitador pudo comprobar que todos los días los alumnos decían la oración Oremus pro Pontifice.

3. 7. 4. La disciplina

El visitador decía que en ese momento el seminario de Montezuma no contaba con un reglamento disciplinar escrito, dado que estaba recientemente abierto. Los alumnos se guiaban a través de reglas temporales, emanadas todas ellas del Derecho Canónico referentes a las obligaciones de los clérigos. Monseñor Gorman declaraba que, según lo que pudo observar, todos los alumnos tenían una actitud de obediencia y respeto hacia el padre rector y en general una óptima disposición: no supo de algún problema grave en relación a la disciplina; más bien los alumnos tenían entre ellos una notable caridad. Además, observaba monseñor Gorman, era de hacer notar el ambiente de concordia que reinaba en el seminario puesto que los alumnos, de por sí variopintos, venían de toda la geografía mexicana. Al principio de la experiencia del seminario, se temió tener conflictos en este aspecto pues los alumnos empezaron a hacer pequeños grupos de acuerdo a la procedencia de las diócesis y los seminarios; pero esos grupillos fueron desapareciendo, gracias a la vigilancia y la supervisión atinada de los superiores. En cuanto a las amistades particulares, nada grave se ha sabido al respecto; si se descubría alguna, inmediatamente se trataba de romper; aunque también reconocía el visitador, que en parte era difícil detectar y eliminar todas estas relaciones al mismo tiempo.[480]

Respecto a la prensa el visitador aseguraba que no era permitida ninguna, y en cuanto a que los alumnos pudieran leerla, ya sea en el seminario o fuera de él, observaba que las revistas que en este lugar se podían conseguir, todas eran en lengua inglesa, la cual ningún alumno conocía suficientemente como para leer los artículos. Sólo se leían los periódicos y revistas católicas aprobadas y permitidas a los alumnos. Informaba también que en este seminario, las cartas que entraban y salían eran revisadas por los superiores respectivos y hasta el momento nada grave había sido descubierto en este renglón.[481]

Los recreos de los seminaristas eran en común y no eran juegos indecorosos sino que: «juegan los juegos Americanos ordinarios.»[482] Nunca apostaban dinero, primero, porque no lo tenían y segundo porque estaba estrictamente prohibido hacerlo.

No se consentía que los alumnos fueran a la ciudad; si había una expresa necesidad de acudir a ella, entonces les acompañaba siempre alguno de los hermanos coadjutores con el permiso del prefecto de disciplina. Y cuando salían los chicos a pasear a los campos aledaños al seminario, vestían adecuadamente, pero como ya se dijo, a causa de la pobreza, pocos podían llevar la sotana. En este seminario jamás se había dado el caso de que los alumnos deambularan por tabernas, hoteles, restaurantes, etc. Cuando salían, nunca lo hacían después de la caída del sol. En los recreos vespertinos estaba prohibido salir a los campos que rodeaban el seminario. También estaba estrictamente prohibido a los seminaristas visitar casas privadas y, según el visitador, el rector dudaba qué criterio tomar, cuando se daba el caso que los seminaristas tuvieran amigos o parientes de visita pues no sabía, si éstos debían entrar al seminario o no.

Estaba estrictísimamente prohibido que cualquier externo entrara a un dormitorio. También estaba prohibida la visita, entre los seminaristas, en sus dormitorios; para hacerla, se necesitaba el permiso del prefecto y en tal caso el «jefe» debía supervisar. En este seminario, según pudo observar el visitador, se guardaba adecuadamente el silencio.[483]

Las vacaciones de verano duraban dos meses; de este tiempo se dedicaban quince días al descanso y los días restantes tenían lecciones de varias lenguas; muchos de los alumnos permanecían en el seminario. El rector no aprobaba las vacaciones fuera del seminario, en sus casas, sin embargo, las Normas que regían el seminario, abrían esa posibilidad.[484]

Montezuma, en 1939 no contaba con una casa para las vacaciones, aunque afirmaba el visitador que esa cuestión ya había sido discutida entre los padres jesuitas y habían tomado la decisión de que, dadas las circunstancias presentes, no era ni necesaria, ni posible tenerla, porque el seminario era idóneo para las vacaciones al encontrarse rodeado de hermosísimos parajes y porque no era posible hacer un gasto de tal magnitud en esos momentos.[485]

La disciplina parecía marchar bien, aunque hubo algo que puso en guardia a los padres formadores, y de lo cual da su opinión el visitador; no deja de tener gracia e ironía el hecho y también la preocupación de los formadores.[486]

3. 7. 5. Los estudios

El curso de humanidades o latín, impartido en este seminario era de dos años y las condiciones para ingresar a él eran haber hecho al menos un año de latín. Debido a la deficiente preparación con que llegaban los alumnos, se tenía especial cuidado en el estudio de esta lengua; cada semana había cuatro horas de composición y once horas de estudio. El curso estaba dividido en tres semestres con un examen al final de cada semestre. El caso de Montezuma era especial, pues según observaba el visitador, el plan de estudios no era como el de las escuelas públicas de Estados Unidos, ni como el de las escuelas públicas de México. La diferencia estaba especialmente en las humanidades impartidas: latín, griego, religión. En filosofía la diferencia estaba en que la orientación filosófica era distinta, además se veían clases de religión y se veían menos ciencias aplicadas y matemáticas que en las escuelas públicas; la ratio studiorum del seminario estaba adaptada especialmente para quienes iban a recibir el presbiterado. En cuanto a las humanidades cursadas en el seminario no eran reconocidas por ninguna autoridad civil o acreditadas por algún instituto. El visitador pudo darse cuenta que tal reconocimiento o acreditación debía pedirse para que el estudio de los alumnos fuera reconocido.[487]

En cuanto a la filosofía se cursaba en tres años, según el método escolástico y las clases se impartían en latín; el prefecto de estudios se había mostrado cercano a los alumnos para corregir las deficiencias en el estudio y todos, sin excepción, habían presentado los exámenes que se realizaban al final de cada semestre y de cada año; los exámenes semestrales eran tanto orales como escritos y el examen anual era sólo oral.[488]

La teología se estudiaba en cuatro años, con el método escolástico y también en latín. A los teólogos se les daban dos horas a la semana de clases de Acción Católica; los mayores estudiaban el catecismo en inglés puesto que a las parroquias a las que iban tenían que darlo en esa lengua. Las clases de oratoria sagrada se daban durante todo el curso teológico y se hacían prácticas en la clase y en el refectorio. La preparación sobre visita a enfermos y atención de moribundos era sólo teórica y la instrucción se recibía en las lecciones de teología pastoral. Se daba una cuidadosa enseñanza sobre las ceremonias litúrgicas y se entrenaba a los alumnos en el servicio del altar. En Montezuma el canto gregoriano, según opinión del visitador, era impartido por un competente maestro y los resultados eran óptimos pues los seminaristas tenían clases de canto todas las semanas; había una Schola Cantorum que en varias ocasiones había cantado en diversas funciones de Denver y Santa Fe. [489]

Los teólogos habían hecho los exámenes de todas las materias; tanto escritos como orales. Había una academia para la lengua española en donde se ejercitaban los alumnos escribiendo sermones y otros escritos especiales. A juicio del visitador, los alumnos tenían un razonable tiempo disponible para el estudio, aunque algunos se quejaban de estar sobrecargados de trabajo. A los seminaristas se les permitía escribir cartas dos veces por mes y el rector daba todas las cartas a los prefectos para que las revisaran.[490]

En Montezuma, informa el visitador, había dos bibliotecas; una para los profesores y otra para los alumnos aunque los alumnos también podían pedir libros de la biblioteca de profesores. El visitador pudo constatar que la mayoría de los libros eran obras serias, conforme a los estudios superiores que se perseguían; los libros con que contaba esta biblioteca eran las grandes fuentes y las grandes obras de la teología y la filosofía católica. Había unos 15,000 volúmenes, se informaba que aún no tenían un catálogo completo de los libros de la biblioteca.[491]

El seminario contaba con laboratorios de física, química y biología, con sus instrumentos bien conservados aunque al visitador le parecieron más que modestos, en los mínimos, pues según él, eran deficientes; faltaban aparatos, instrumentos, implementos adecuados para las distintas demostraciones.[492]

3. 7. 6. La urbanidad y la higiene

En este seminario los alumnos recibían varias veces al mes, clases de urbanidad y según pudo observar el visitador, los alumnos eran óptimos en este aspecto, todos atentos. En cuanto a modestia y gravedad al visitador le parecieron ejemplares: decentes, abnegados, caritativos. Eran también respetuosos con los superiores y maestros.[493]

Por lo que respecta a la higiene de los cuartos personales, el visitador opinaba que estaban muy bien; la comida era saludable y suficiente; en cuanto a la salubridad del edificio, opinaba que, mejor imposible. Además, eran los mismos alumnos los que cuidaban de la preservación del edificio y siempre le estaban haciendo mejoras. Los baños que tenía el seminario eran suficientes y muy limpios. Respecto a los enfermos, estos eran atendidos por un hermano coadjutor que tenía 37 años de experiencia en el campo sanitario; y si hubiere alguno seriamente enfermo, entonces era transportado al hospital de Las Vegas.

3. 7. 7. Otros aspectos

Aunque se había dicho que el edificio era magnífico, también, observaba monseñor Gorman, era preciso reconocer que, debido a las condiciones de México, los obispos estaban económicamente muy limitados, por lo cual era difícil tener dinero para crecer el plantel. El padre ministro, Pedro Maina, opinaba que los alumnos eran muchos y a veces se veían obligados a poner más alumnos, en los dormitorios, de los que podían contener, dificultando la disciplina. El visitador declaraba que la propiedad del edifico del seminario pertenecía al comité de la jerarquía americana y era una magnífica propiedad: grande, aislada, aunque una pequeña parte del terreno del seminario quedaba rodeada por otra propiedad que pertenecía a los protestantes, pero eso no representaba –a juicio de monseñor Gorman– un inconveniente serio.

En cuanto al edificio, todo había sido perfectamente reparado a expensas del comité de la jerarquía americana y por el momento los superiores habían expresado la necesidad de construir una capilla nueva debido a que la que había en la actualidad resultaba insuficiente para contener a todos los alumnos; además hacía falta construir más aulas para las clases y otros dormitorios nuevos, aunque no se sabía de dónde podría venir el dinero para acometer esos trabajos.[494]

Por este motivo el visitador encontró un poco agitado el ambiente ya que el rector opinaba que en el seminario podían ser alojados unos 450 alumnos. El procurador decía que podían ser alojados hasta unos 500, otros opinaban que con los 430 alumnos que había, apenas podía funcionar el seminario. El visitador era de ésta última opinión, ya que no se deberían admitir más alumnos que los que pudieran ser perfectamente acomodados. Sin embargo, esto era verdaderamente difícil por la postura de los obispos mexicanos, dada la necesidad urgente de sacerdotes en el país.[495]

En cuanto a los sitios para el deporte y juego de los alumnos, el seminario los tenía suficientes aunque el visitador opinaba que los campos del instituto deberían estar mejor cuidados.[496]

3. 8. El estilo formativo de Montezuma

Larga fue la génesis de este seminario que, de alguna manera se vio desbordado por la cantidad de alumnos y las necesidades formativas. La pobreza de las diócesis mexicanas, inmoladas por tantos años de guerras y leyes injustas, no permitían grandes inversiones económicas y, aunque la exquisita caridad de los católicos americanos suplió con creces estas carencias, psicológicamente, para los obispos y los seminaristas mexicanos debió significar un peso añadido estar siempre en actitud de recibir. Quizá los obispos se sentirían abrumados ya que es más fácil dar que recibir; por eso, en la historia de Montezuma hubo muchos intentos de trasladar el seminario a territorio mexicano, para ahorrar dinero, desgastes en viajes, o también para no verse precisados a estar siempre recibiendo, etc., pero la formación, el estilo, había sido valorado y había dado óptimos frutos.

Un profesor del seminario montezumense, el padre Alfredo Méndez Medina S. I. desde su visión como «parte de la institución», aporta su experiencia: Cuando los seminaristas se ven lejos de la patria, se estrecharían entre sí a pesar de venir de distintas partes.[497] Y así lo describe un seminarista, Estanislao Alcaraz[498] que lo vivió en 1937, o sea en el año de la fundación: «…sí, se conjuntaron seminaristas de la mayor parte de México; al principio se pensó que podría haber tensiones, pero precisamente la atingencia de los formadores fue tal que pronto hubo una integración formidable.»[499]

La diferencia se tenía que notar porque los niveles en los seminarios mexicanos eran ciertamente acusados; este es el recuerdo de un seminarista de Morelia, cuyo seminario gozaba la fama de ser uno de los más disciplinados del país:

…cuando llegamos a Estados Unidos, allá con todos los seminaristas, nos distinguimos. No lo digo por hacer menos a los demás, pero el Seminario mejor, de todos los Seminarios de la República, era el nuestro, el de Morelia, tanto que a los de Morelia, nos dieron los cargos principales los jesuitas. […] Había Seminarios que estaban muy mal, por ejemplo el de Colima, era un Seminario de gentes pues... casi no habían tenido formación. Buenos Seminarios, en cuanto a la formación, pues el de Puebla, el de México, pero los del norte, el de Zacatecas, el de Chihuahua, y todos aquellos, íban muy mal formados, no tenían formación. Hubo algunos problemas que se suscitaron cuando estuvimos ya todos reunidos, que fueron causados por ellos. Una noche, por ejemplo, se perdieron varios, porque se habían metido por allá a un cuarto y se pusieron bueno...a...bueno, yo no quiero decir. Sobre todo los del norte…[500]

Problemas, desde luego no faltaron, sin embargo, el padre Méndez Medina pensaba que esa especie de «exilio» vivido por los alumnos montezumenses, ayudaba a que se acercaran con confianza y cariño a sus formadores y por todo ello sentían un estímulo para prepararse y llegar al país de origen par desarrollar un apostolado que les esperaba sembrado de retos:

Se nos insistía también mucho en el estudio, en la generosidad, en la humildad y se nos preparaba precisamente para el ministerio acá en estas tierras mexicanas en donde había y sigue habiendo tantas turbulencias, tantos problemas de todo tipo: de tipo económico, de tipo social, de tipo político y aun de tipo religioso.[501]

El contacto directo con la naturaleza, el clima riguroso y sanamente frío, los frecuentes y recios vendavales, la austera pobreza que imponía la limitación económica y que llevó a los alumnos a convertirse en sastres, zapateros, carpinteros, albañiles, impresores, electricistas, mecánicos, encuadernadores, contribuyó todo esto a dar un carácter especial al seminario interdiocesano mexicano; el padre Méndez Medina lo resume en cuatro palabras: pobreza, cooperación, esfuerzo, alegría.[502]

Para los alumnos de Montezuma, esta experiencia resultó un acierto a todos los niveles y en reflexión a posteriori también se puede destacar lo fundamental de la formación. En cuanto al aspecto académico:

Debo decir que en ese momento [1937], se conjuntó lo mejor de la Provincia de México de la Compañía de Jesús. Los profesores que estaban en el Pío Latino, de la Provincia Mexicana, se vinieron a Montezuma, los que estaban en el Seminario de América Central, también se vinieron a Montezuma y lo mejor del Ysleta College, que era el centro de formación académica de los jesuitas y en todos aspectos para ellos. En ese momento la Compañía, realmente era un emporio en todos sentidos. Se conjuntó un claustro de profesores de primerísima categoría. De manera que sin el título, ni mucho menos, pero estaba a la altura de cualquiera de las mejores Universidades de Europa, con un programa académico enteramente idéntico al de la Gregoriana de Roma, entonces, tuvimos una formación excelente, excepcional.[503]

En el aspecto disciplinar y en la formación espiritual, también hubo logros.

…la Compañía tenía ya un sistema extraordinario; también en Montezuma, había una disciplina grandiosa y excepcional. Todavía lo más notable, que en mi división de filósofos, que éramos doscientos alumnos, había solamente un prefecto y nadie más metía las manos y él, ayudándose de bedeles, de jefes de cuarto, llevaba aquello con un orden, con una rectitud y con una eficacia extraordinaria. De manera que, en ese aspecto, no se insistía, se vivía. Se nos insistía mucho en la espiritualidad, los Padres Espirituales. Había un orden grandísimo en Montezuma; fue un gran Seminario en todos los aspectos. Los actos de piedad, igualmente, bien diseñados y bien llevados.[504]

La formación de Montezuma aportó muchos valores esenciales en la vida y ministerio de los sacerdotes:

La abnegación, sobre todo eso, que adquirimos los muchachos, los compañeros de entonces, yo lo veo muy bien. Ahora ya no tienen abnegación los padres [sacerdotes].[505]

El Colegio Pío Latino Americano de Roma, demostró servir efectivamente y llenar una laguna en la formación eclesiástica mexicana, por eso el envío de alumnos será constante.

La celebración del Concilio Plenario de América Latina el año de 1899 en las instalaciones del Colegio, ayudó a los obispos en conjunto a aquilatar la validez de ese medio formativo que estaba bajo su responsabilidad. Por eso decidieron protegerlo «legalmente» incluyendo un capítulo dedicado a su cuidado.

Como toda institución humana, el Colegio debió enfrentar innumerables dificultades, casi desde su fundación. Por otro lado, las persecuciones intestinas en México, especialmente la orquestada por el gobierno de Plutarco Elías Calles hicieron que las plazas del Pío Latino para los mexicanos, crecieran. Tener el Pío Latino, para los obispos mexicanos, significó una buena solución, aunque en verdad sólo para una insignificante cantidad de futuros sacerdotes.

El estilo formativo del Colegio Pío Latino Americano, que inspiró a tantos seminarios mexicanos, consistió principalmente en tres elementos: a. Una disciplina severa, controlada por la vigilancia que se facilitaba al repartir a los alumnos por cameratas, siguiendo todas las actividades desarrolladas dentro y fuera del Colegio. b. Una piedad cronometrada, utilizando la sabiduría de las fuentes jesuitas. c. Finalmente unos estudios serios y bien organizados, quizá los mejores que podían ofrecerse en el mundo católico, al frecuentar la Universidad Gregoriana. A la formación básica, debe agregarse ese aspecto no fácil de describir que llamaron «romanidad» pero que en esencia me parece que consistía en un amor y lealtad a la persona y las enseñanzas del Papa, a toda prueba; un aprecio por la obra del papado en la sociedad, la ciencia y la cultura, especialmente en las artes y un amor por las celebraciones litúrgicas solemnes y grandiosas. Quizá algunos después dieron otros matices a la «romanidad»,[506] que chocaron con la visión y experiencia de los que se habían formado en los seminarios mexicanos y que, en ciertos casos, llegaron a dividir al clero.

La persecución religiosa desatada en 1926 por la puesta en vigor de la «Ley Calles», puso otra vez en peligro la formación de los futuros sacerdotes. Por este motivo los obispos mexicanos recurrieron a la benevolencia de sus hermanos obispos de España, quienes habían seguido de cerca las injustas situaciones en las que se hallaba envuelta la Iglesia de México.

Aunque el espacio de tiempo en el que permanecieron la mayoría de los seminaristas mexicanos en España fue muy corto, sin embargo fue saludable y beneficioso para ellos. En especial el seminario mexicano de Guadalajara realizó una experiencia significativa al transplantar una parte de sus alumnos a Bilbao.

Se puede decir que los mexicanos estuvieron en España en una etapa de renovación espiritual y disciplinar iniciada a fines del siglo XIX por el beato Manuel Domingo y Sol, que repercutió ampliamente en todos los seminarios españoles. Problemas los hubo, y por cierto muy parecidos a los de los seminarios mexicanos.

La Iglesia Mexicana quedó gratamente impresionada con lo que recibió de sus hermanos españoles, confiando en sus usos y costumbres y agradecida por el socorro cristiano prestado en tiempos de necesidad.

Mayor trascendencia tuvo la fundación de un seminario interdiocesano, puesto que era una necesidad antigua y real, y que tenía dos raíces principales: las diócesis pobres, escasas de clero que no podían tener un seminario y las constantes persecuciones religiosas que ponían en peligro la estabilidad de la formación sacerdotal.

Habría que decir que Montezuma nació por una razón especial: la persecución religiosa en México. La Iglesia mexicana pudo tener ese espacio de formación eclesiástica, gracias a la clarividencia, empeño y solicitud del arzobispo de Morelia, Leopoldo Ruiz y Flores y a la simpatía, generosidad y trabajo asiduo de algunos obispos norteamericanos que se declararon «amigos de México» y lo demostraron con creces.

A los dos años de abierto, en 1939, Montezuma había acogido en su seno casi tantos alumnos mexicanos como el Colegio Pío Latino Americano de Roma en sus 81 años de fundación. El seminario de Montezuma se reveló, desde el inicio, de gran utilidad para la Iglesia mexicana: su ubicación geográfica, a las puertas de México y su relativamente fácil acceso por estar conectado por ferrocarril; su edificio grande, austero, que permitió un gran número de plazas a disposición para todas las diócesis; su programa de estudios bien organizado, la piedad seria y bien guiada; la continuidad de las tradiciones mexicanas y la posibilidad de una estabilidad en todo momento, volvieron a dar esperanzas a los obispos, tan atacados en sus seminarios. Es también notable que, a pesar de las difíciles condiciones de la Iglesia mexicana, de sus sufrimientos y miserias pudiera mandar tal número de vocaciones sacerdotales. Con los años, muchas de ellas se revelarían excelentes.

 


 

Capítulo VIII

Los frutos de la formación eclesiástica

Después de haber repasado la agitada historia de la formación del clero diocesano en México en esos cuarenta primeros años del siglo XX surgen las preguntas: ¿qué cosa quedó de todo aquello? ¿Qué fue de la Iglesia? ¿Hubo algún fruto? Porque la Iglesia en México permaneció. A pesar de todo, la fe del pueblo no se apagó. Las tareas de los obispos y de los sacerdotes se consolidaron y se multiplicaron. México, no obstante los pronósticos de algunos, permaneció católico.

Cada proceso histórico tiene sus causas y sus consecuencias. En este estudio las consecuencias, en consonancia bíblica, prefe-rimos llamarlas «frutos». Porque, pensando en las palabras de Jesucristo: «Cada árbol se conoce por su fruto».[507] Analizar los que hubo nos permitirá considerar la vitalidad y la fuerza de la Iglesia. Y así también alargar la mirada para descubrir la trascendencia de su misión, que sobrepasa los simples aconteci-mientos. Para revelarnos su dimensión metahistórica: la presencia de la fuerza oculta del Espíritu que guía a la Iglesia hacia la plenitud. Esta mirada, necesariamente pide la fe; habrá pues que pedirla a quien la tenga.

En las muchas historias escritas sobre este periodo me ha parecido descubrir dos posturas muy diferenciadas: los que de alguna manera simpatizaron con la «gesta oficial», a los que podríamos llamar «gobiernistas» porque, aunque tratan de ocultarlo, ven a la Iglesia como a un ente del pasado, rémora que atrancó al país en la edad media, y por lo tanto, todas las acciones que le quitaron a la Iglesia poder e influjo sobre el pueblo y penetración en la sociedad, son vistas con simpatía. Parecen ignorar toda la cultura generada en múltiples formas, el sustrato evangélico de caridad, la acogida del otro (alma de nuestro pueblo), el sentido de responsabilidad, la opción por lo bueno y noble que la fe católica ha dado al pueblo, forjando su manera de ser. Y la otra postura, de los que simpatizando abiertamente con la Iglesia (nos contamos ahí), pretender ver en las acciones de la revolución y del gobierno, sólo arbitrariedad, cinismo y deseo de destruir (no estamos tan seguros de contarnos aquí). Creo que es difícil sustraerse a una u otra postura. Me afectan especialmente las palabras del historiador y filósofo Enrique Dussel: «La historia dominante, es la historia de la clase dominante». En otras palabras: la historia la escriben los que triunfan. La Iglesia, aparentemente en este proceso no triunfó y sin embargo su historia se ha escrito y se sigue escribiendo.

 Las leyes que marginaban a la Iglesia desde la Constitución de 1857, no sólo no se abrogaron sino que se radicalizaron con la Constitución de 1917 y con las siguientes leyes Estatales que pusieron a la Iglesia entre la espada y la pared, quedando aun más arrinconada.

El gobierno mexicano «emanado de la revolución» mandó escribir su historia oficial. La Iglesia, por su parte, ha ido escribiendo la suya. Me ha parecido que en este complejo tejido de situaciones, cada protagonista ha tenido su oportunidad y su responsabilidad. En el fondo de cada uno de ellos está la formación recibida, la fe religiosa o la falta de ella y las oportunidades que va dando la vida. En muchas ocasiones no nos queda más que pensar, refiriéndonos a los distintos protagonistas de las dos partes de esta historia: «hicieron lo que creyeron conveniente», aunque no nos parezca agradable. Sólo condenaríamos los abusos de poder, las imposiciones y la preferencia del bien particular por encima del bien común, en cualquiera de los campos y de los protagonistas.

En este capítulo, el último, nos gustaría considerar como fruto de la formación del clero diocesano a todos los sacerdotes, a todos los obispos, y sobre todo al pueblo que supo mantener la fe de sus mayores aun a costa de grandes sacrificios y de su vida. En último término, es al pueblo a quien está destinada la acción de los sacerdotes; por él se forman y para él trabajan y se entregan. Pero como es imposible medir y cuantificar ese dinamismo, sólo tomaremos en cuenta para hacer un breve análisis, tres tipos de «frutos», que son de los que tenemos documentación fiable: los obispos que gobernaron la Iglesia de 1901 a 1940; los 22 sacerdotes mártires que fueron canonizados por el papa Juan Pablo II en mayo de 2000, y los seminarios después de la tormenta.

1. Los obispos de 1900 a 1940

Hemos escogido presentar este apartado a través de cuadros sinópticos por parecernos más fácil y práctico el manejo de un conjunto tan numeroso de prelados. Consideramos obispos de este periodo, a los que estuvieron en alguna diócesis, ya sea como residentes o titulares, de 1901 a 1940. Excluimos deliberadamente a los vicarios apostólicos, u obispos de la Baja California por considerar que ellos no se encargaron directamente de la formación del clero.

En el primer cuadro podremos darnos cuenta a simple vista de quiénes fueron los obispos de México de 1901 a 1940, a los que tocó en suerte gobernar a la Iglesia en tiempos difíciles. Anotamos, por orden alfabético, su nombre y apellidos, sus fechas de nacimiento y muerte y las diócesis que gobernaron. Ofrecemos también alguna selección de bibliografía[508] sobre sus vidas y obras.

1. 1. Datos generales de los obispos

 

Nombre

Nació en

nacimiento / muerte

Gobernó la diócesis de

1

Agustín Aguirre y Ramos.[509]

Mineral de San Sebastián. Nay.

1867/1942

Sinaloa 1922-1942

2

Próspero María Alarcón y Sánchez de la Barquera.[510]

Lerma, Edo. de México.

1828/1908

México 1891-1908

3

José Ignacio Alba y Hernández.[511]

San Juan de los Lagos, Jal.

1890/1979

Colima (coadjut.) 1939

4

Luis María Altamirano y Bulnes.[512]

Chalchicomula, Pue.

1887/1970

Huajuapan 1923

Tulancingo 1933

Morelia (coadj.) 1937 (resid.) 1942

5

José Guadalupe de Jesús Alva y Franco OFM. [513]

La Unión de San Antonio, Jal.

1867/1910

Yucatán 1898

Zacatecas 1900

6

Rafael Amador y Hernández.[514] 

Chila, Pue.

1856/1923

Huajuapan 1903-1923

7

Gerardo Anaya y Díez de Bonilla.[515]

Tepexpan, Edo. de México

1881/1958

Chiapas 1920 S. L. Potosí 1941 –1958

8

Homobono Anaya y Gutiérrez.[516]

Tepatitlán, Jal.

1836/1906

Sinaloa 1898

Chilapa 1902-1906

9

Serafín María Armora González.[517]

Olinalá, Gro.

1876/1955

Tamaulipas 1923-1955

10

Manuel Azpeitia y Palomar.[518]

Guadalajara, Jal.

1862/1935

Tepic 1919-1935

11

Francisco Banegas y Galván.[519]

Celaya, Gto.

1867/1932

Querétaro 1913-1932

12

Luis Benítez y Cabañas.[520]

Puebla, Pue.

1863/1933

Tulancingo (aux.) 1926-1933

13

Rómulo Betancourt y Torres.[521]

Irapuato, Gto.

1858/1901

Campeche 1900-1901

14

Rafael Sabás Camacho y García.[522]

Etzatlán, Jal.

1826/1908

Querétaro 1885-1908

15

Vicente Camacho y Moya.[523]

Guadalajara, Jal.

1886/1943

Tabasco 1930-1943

16

Francisco Campos y Ángeles.[524]

Actopan, Hgo.

1860/1945

Tabasco 1897

Chilapa 1907-1923

Tit. de Doara 1923-1945

17

Silvano Carrillo y Cárdenas.[525]

Pátzcuaro, Mich.

1861/1921

Sinaloa 1921

18

Venerable Leonardo Castellanos y Castellanos.[526]

Ecuandureo, Mich.

1862/1912

Tabasco 1908-1912

19

Vicente Castellanos y Núñez.[527]

Mazamitla, Jal.

1870/1939

Campeche 1912

Tulancingo 1921-1932. Ob. Tit. de Marciana 1932-1939

20

Siervo de Dios José María Cázares y Martínez.[528]

La Piedad, Mich.

1832/1909

Zamora 1878-1908. Ob. Tit. de Cízico 1908-1909

21

Nicolás Corona y Corona.[529]

Autlán, Jal.

1877/1950

Papantla 1922-1950

22

Siervo de Dios Leopoldo Díaz Escudero.[530]

Alcozauca, Gro.

1880/1955

Chilapa 1929-1955

23

Pascual Díaz y Barreto S. I.[531]

Zapopan, Jal.

1875/1936

Tabasco 1922

México 1929-1936

24

Ignacio Díaz y Macedo.[532]

Guadalajara, Jal.

1853/1905

Tepic 1893-1905

25

Siervo de Dios

Jesús María Echavarría y Aguirre.[533]

Bacubirito, Son.

1858/1955

Saltillo 1904-1955

26

José de Jesús Fernández y Barragán.[534]

Tarécuaro, Mich.

1865/1928

Zamora (coadj.)

1899-1907

Ob. Tit. Cárpatos 1921-1928

27

Filemón Fierro y Terán.[535]

Durango, Dgo.

1859/1905

Tamaulipas 1896-1905

28

Manuel Fulcheri y Pietrasanta.[536]

San Ángel, México, D. F.

1871/1946

Cuernavaca 1912

Zamora 1922-1946

29

José Garibi y Rivera.[537]

Guadalajara, Jal.

1889/1972

Guadalajara (aux.) 1929, (coadj.) 1935

(resid.) 1936-1969

30

Santiago Garza y Zambrano.[538]

Monterrey, N. L.

1837/1907

Saltillo 1893

León 1898

Linares 1900 –1907

31

Eulogio Gregorio Gillow y Zavalza.[539]

Puebla, Pue.

1841/1922

Antequera 1887-1922

32

Francisco González y Arias.[540]

Cotija, Mich.

1873/1946

Campeche 1922

Cuernavaca 1931 –1946

33

José María González y Valencia.[541]

Cotija, Mich.

1884/1959

Durango 1922 –1959

34

Luis Guízar y Barragán.[542]

Cotija, Mich.

1895/1981

Campeche 1931

Saltillo (coadj.) 1938-1955 (resid.) 1955-1975 (emerit.) 1975-1981.

35

Antonio Guízar y Valencia.[543]

Cotija, Mich.

1879/1971

Chihuahua 1920-1958 (arzob.) 1958-1969 (emerit.) 1969-1971

36

Beato Rafael Guízar y Valencia.[544]

Cotija, Mich.

1877/1938

Veracruz 1919 1938

37

José de Jesús Guzmán y Sánchez.[545]

Sta. María de las Mercedes del Oro. Dgo.

1864/1914

Tamaulipas 1909-1914

38

Antonio Hernández y Rodríguez.[546]

Hda. Lubianos, Tejupilco, Edo. de México

1864/1926

Tabasco 1912-1922 Ob. Tit. de Tralli 1922-1926

39

Juan de Jesús Herrera y Piña.[547]

Valle de Bravo, Edo. de México

1865/1927

Tulancingo 1907

Linares 1921 –1927

40

Anastasio Hurtado y Robles.[548]

Mascota, Jal.

1890/1972

Tepic 1935-1970 (emerit.)1970-1972

41

Venerable Ramón Ibarra y González.[549]

Olinalá, Gro.

1853/1917

Chilapa 1890

Puebla 1902-1917

42

Leopoldo Lara y Torres.[550]

Quiroga, Mich.

1874/1939

Tacámbaro 1920 –1932 Ob. Tit. Helicarnaso 1932-1939

43

Herculano López y de la Mora.[551]

Encarnación, Jal.

1830/1902

Sonora 1887 -1902

 

44

Manuel Pío López y Estrada.[552]

Jojutla, Mor.

1891/1971

Tacámbaro 1934

Veracruz-Jalapa 1939-1951 arzob. 1951-1968 (emerit.) 1968-1971

45

Siervo de Dios José de Jesús López y González.[553]

La Asunción, Ags.

1872/1950

Aguascalientes (aux.)1928

(resid.) 1929-1950.

46

José de Jesús Manríquez y Zárate.[554]

León, Gto.

1884/1951

Huejutla 1922 – 1938 Ob. Tit. de Verbe 1938-1951

47

José Ignacio Márquez y Toriz.[555]

Tlaxcala, Tlax.

1895/1950

Puebla (aux.) - 1934 (coadj.) 1934 (resid.) 1945-1950

48

Siervo de Dios Luis María Martínez y Rodríguez.[556]

Maravatío, Mich.

1881/1956

Morelia (aux.)- 1923 (coadj.) 1934

México- 1937-1956

49

Salvador Martínez Silva.[557]

Zamora, Mich

1889/1971

Zamora (aux.)- 1940 Morelia (aux.)

50

Carlos de Jesús Mejía y Laguna C.M.[558]

Jalapa, Ver.

1851/1937

Tehuantepec 1902-1907 Ob. Tit. Cinna de Galazia 1907-1937

51

Jenaro Méndez y del Río.[559]

Pajacuarán, Mich.

1867/1952

Tehuantepec 1922

Huajuapan 1933-1952

52

Francisco de Paula Mendoza y Herrera.[560]

Tingüindín, Mich.

1852/1923

Campeche 1904

Durango1909-923

53

Miguel Darío Miranda y Gómez.[561]

León, Gto.

1895/1986

Guadalajara

(aux.) 1929

(coad.) 1934

Arz. res. 1936-1969

54

Ignacio Montes de Oca y Obregón.[562]

Guanajuato, Gto.

1840/1921

Tamaulipas 1871

Linares 1879

S. L. Potosí 1884 Arz. Tit. Cesarea del Ponto 1921.

55

Siervo de Dios Miguel María de la Mora y Mora.[563]

Ixtlahuacán del Río, Jal.

1874/1930

Zacatecas 1911

S. L. Potosí 1922-1930

56

José Mora y del Río.[564]

Pajacuarán, Mich.

1854/1928

Tehuantepec 1891

Tulancingo 1901

León 1907

México 1908-928

57

Juan Navarrete y Guerrero.[565]

Oaxaca, Oax.

1886/1982

Sonora 1919-1963 Arz. Hermosillo 1963-1968. Emérito1968-1982

58

José Othón Núñez y Zárate.[566]

Oaxaca, Oax.

1867/1941

Zamora- 1909

Antequera- 1922-1941

59

Siervo de Dios Francisco Orozco y Jiménez.[567]

Zamora, Mich.

1876/1936

Chiapas 1902

Guadalajara 1912-1936

60

José Guadalupe Ortiz y López.[568]

Momax, Zac.

1867/1947

Tamaulipas 1920

Chilapa 1923

Monterrey (aux.)- 1926 (resid.) 1929 Arz. Tit. Pompeyópolis 1940-1947

61

José de Jesús Ortiz y Rodríguez.[569]

Pátzcuaro, Mich.

1849/1912

Chihuahua 1893

Guadalajara 1901-1912

62

Joaquín Arcadio Pagaza y Ordóñez.[570]

Valle de Bravo. Edo. de México

1839/1918

Veracruz 1895-1918

63

Nicolás Pérez Gavilán y Echeverría.[571]

Durango, Dgo.

1856/1919

Chihuahua 1902-1919

64

Ignacio Placencia y Moreira.[572]

Zapopan, Jal.

1867/1951

Tehuantepec 1907

Zacatecas 1922-1951

65

Francisco Plancarte y Navarrete. [573]

Zamora, Mich.

1856/1920

Campeche 1895

Cuernavaca 1898

Linares 1911-1920

66

José María de Jesús Portugal y Serratos, OFM.[574]

México, D. F.

1838/1912

Sinaloa 1888

Saltillo 1898

Ags . 1902-1912

67

 

Maximiano Reynoso y del Corral[575]

Silao, Gto.

1841/1910

Tulancingo 1898-1901 Ob. Tit. Neo Cesarea 1903-1910

68

Manuel Rivera y Muñoz. [576]

Querétaro, Qro.

1859/1914

Querétaro (coad.) 1904 (resid.) 1908-1914

69

Leopoldo Ruiz y Flores.[577]

Santa María de Amealco, Qro.

1865/1942

León 1900

Linares 1907

Michoacán 1911-1942

70

Maximino Ruiz y Flores.[578]

Atlacomulco, Edo. de México

1875/1945

Chiapas 1913

México (aux.) 1920-1945

71

Enrique Sánchez Paredes.[579]

Amozoc, Pue.

1876/1923

Puebla 1919-1923

72

Andrés Segura y Domínguez.[580]

León, Gto.

1850/1918

Tepic 1906-1918

73

Atenógenes Silva y Álvarez Tostado.[581]

Guadalajara, Jal.

1848/1911

Colima 1892

Michoacán 1900-1911

74

Marciano Tinajero y Estrada.[582]

Apaseo, Gto.

1871/1957

Querétaro 1933-1957

75

Guillermo Tritschler y Córdova.[583]

San Andrés,
Chalchicomula, Pue.

1878/1952

S. L. Potosí 1931

Monterrey 1941-1952

76

Martín Tritschler y Córdova.[584]

San Andrés, Chalchicomula, Pue.

1868/1942

Yucatán (obisp.) 1900-1906 (arzob.) 1906-1942

77

Francisco Uranga y Sáenz.[585]

Santa Cruz de los Rosales, Chih.

1863/1930

Sinaloa 1903

Guadalajara (aux.) 1919

Cuernavaca 1922-1930

78

Ignacio Valdespino y Díaz.[586]

Chalchihuites, Zac.

1861/1928

Sonora 1902

Aguascalientes 1913-1928

79

Emeterio Valverde y Téllez.[587]

Villa del Carbón, Edo. de México

1864/1948

León 1909-1948

80

Amador Velasco y Peña. [588]

Villa de Purificación, Jal.

1856/1949

Colima 1902-1949

81

Pedro Vera y Zuria.[589]

Querétaro, Qro.

1874/1945

Puebla 1924-1945

82

Jesús Villareal y Fierro.[590]

Durango, Dgo.

1884/1965

Tehuantepec 1933 San Andrés Tuxtla 1959-1965

83

Santiago de Zubiría y Sánchez de Manzanera.[591]

Durango, Dgo.

1834/1909

Durango 1895-1909

Por lo tanto, de los 83 obispos que gobernaron la Iglesia en estos cuarenta años, eran oriundos de los siguientes estados de la República Mexicana:

ORIGEN

%

Michoacán

18

21.7%

Jalisco

17

20.5%

Guanajuato

 8

 9.7%

Estado de México

 7

 8.3%

Puebla

 7

 8.3%

Durango

 5

 6.0%

Guerrero

3

3.6%

Querétaro

3

3.6%

México D. F.

2

2.5%

Oaxaca

2

2.5%

Zacatecas

2

2.5%

Aguascalientes

1

1.2%

Chihuahua

1

1.2%

Hidalgo

1

1.2%

Morelos

1

1.2%

Nayarit

1

1.2%

Nuevo León

1

1.2%

Sonora

1

1.2%

Tlaxcala

1

1.2%

Veracruz

1

1.2%

La mayor representatividad corresponde a los estados del centro; Michoacán, Jalisco, Guanajuato, Estado de México y Puebla.

En la siguiente tabla anotamos: en la tercera columna los centros de estudios en los que se formaron estos obispos y, en la medida que nos fue posible investigarlo, los años que emplearon en su formación. Al conocer el lugar donde los obispos realizaron sus estudios, podremos evidenciar posiblemente el influjo recibido. En la cuarta columna ponemos los grados académicos obtenidos y las responsabilidades que tuvieron en los seminarios, cuando las hubo, antes de ser consagrados obispos.

1. 2. Formados y formadores

Nombre

Estudió en:
Durante:

Grados académicos obtenidos / Cargos en el seminario

1

Agustín Aguirre y Ramos.

Seminario de Guadalajara. ¿-1893

Ninguno/ Profesor del Seminario de Guadalajara y Aguascalientes 1894-1922.

2

Próspero María Alarcón y Sánchez de la Barquera.

Seminarios de México y Tulancingo. PUM. 1844-1855

Doctorado en teología / Prefecto de estudios, profesor y vicerrector en el Seminario de México

3

José Ignacio Alba y Hernández.

Seminario de Guadalajara y Pío Latino A. de Roma. PUG. 1903-1918.

Doctorado en teología y derecho canónico/ Prefecto de disciplina, secretario, encargado del seminario de Bilbao 1928-1929 y rector
del seminario de Guadalajara (1920-1935)

4

Luis María Altamirano y Bulnes.

Seminario de Puebla y Pío Latino A. de Roma. PUG 1906-1913

Doctorado en filosofía y teología /Catedrático de la Universidad Católica Angelopolitana.

5

José Guadalupe de Jesús Alva y Franco, OFM.

Formación en Colegio de N. Señora de Guadalupe, Zac. 1857-1864

Ninguno/Ninguno

6

Rafael Amador y Hernández. 

Seminario de Puebla y Pío Latino A. de Roma. PUG. 1885-1888.

Doctorado en teología/ Catedrático, secretario, prefecto y vicerrector del Seminario de Puebla.

7

Gerardo Anaya y Díez de Bonilla.

Pío Latino A. de Roma. PUG. 1893-1906.

Doctorado en filosofía, teología y derecho canónico/Vicerrector 1907-1913, rector 1913-1920 del Seminario de México.

8

Homobono Anaya y Gutiérrez.

Seminario de Guadalajara. APG.

¿-1873.

Doctorado en Teología/ Rector del Seminario de Guadalajara 1892-1898

9

Serafín María Armora González.

Seminario de Chilapa.

¿-1899.

Ninguno/ Catedrático y rector 1910 del Seminario de Chilapa.

10

Manuel Azpeitia y Palomar.

Escuela de jurisprudencia Seminario de Guadalajara. APG. 1873-1885.

Abogado y doctorado en derecho canónico/ Catedrático del seminario de Guadalajara.

11

Francisco Banegas y Galván.

Seminarios de Querétaro y Morelia. 1883-1891.

Ninguno/ Catedrático, vicerrector y rector del seminario de Morelia. 1890-1913.

12

Luis Benítez y Cabañas, S. I.

1884 Zamora, México, Oña, Burgos, 1896 -1899 Zamora y México.

Ninguno/ Prefecto de estudios y Director espiritual del seminario de León.

13

Rómulo Betancourt y Torres.

Colegio del Estado de Guanajuato; Escuela de Medicina de México, 1876-1879. Seminario de Morelia. 1880-1885.

Profesor de Farmacia/ Catedrático y vicerrector del Seminario de Morelia 1885-1889.

14

Rafael Sabás Camacho y García.

Seminario de Guadalajara 1841-1851

Escuela de jurisprudencia

Doctorado en derecho civil/ Catedrá­tico del seminario de Guadalajara. 1851-1857.

15

Vicente Camacho y Moya.

Seminario de Guadalajara 1897-1909.

Ninguno/ Catedrático en el seminario de Guadalajara 1908-1914.

16

Francisco Campos y Ángeles.

Seminario de Tulancingo 1876-1881.

Ninguno/ Catedrático seminario de Tulancingo. 1879-1896.

17

Silviano Carrillo y Cárdenas.

Seminarios de Zamora y de Guadalajara 1873-1884

Ninguno/ Ninguno.

18

Venerable Leonardo Castellanos y Castellanos.

Seminario de Zamora.

Ninguno/ Catedrático y Rector del seminario de Zamora 1905-1908.

19

Vicente Castellanos y Núñez.

Seminarios de Sahuayo y de Zamora 1885-1894.

Ninguno/ Ninguno

20

Siervo de Dios José María Cázares y Martínez.

Seminarios de Zamora y Morelia y Universidad de Michoacán 1848-1864.

Licenciado en derecho civil/ Rector del seminario de Morelia 1875-1878.

21

Nicolás Corona y Corona.

Seminarios de Guadalajara y de Colima 1890-1901.

Ninguno/ Catedrático del seminario de Colima. 1901-1908.

22

Siervo de Dios Leopoldo Díaz Escudero.

Seminario de Chilapa, 1895-1905

Ninguno/ Catedrático del seminario de Chilapa 1922.

23

Pascual Díaz y Barreto S. I.

Seminario de Guadalajara, 1887-1899. Oña, Burgos, 1905-1907. Enghien, Bélgica. 1910-1913.

Doctorado en filosofía/ Catedrático del seminario de Guadalajara. 1899-1902. Profesor en Col. de Tepozotlán 1913. Prefecto de estudios Col. de Mascarones, México, D. F. 1913-1915.

24

Ignacio Díaz y Macedo.

Escuela de jurisprudencia, Seminario de Guadalajara. APG. 1864-1875.

Abogado y doctorado en teología/ Catedrático y vicerrector del seminario de Guadalajara 1874-1881.

25

Siervo de Dios Jesús María Echavarría y Aguirre.

Seminario de Culiacán. 1878-1886

Ninguno/ Catedrático y rector del seminario de Culiacán. 1903-1904.

26

José de Jesús Fernández y Barragán.

Seminarios de Cotija y Zamora. 1883-1890

Ninguno/ Catedrático, vicerrector de 1897-1899 y rector 1899-1904 del seminario de Zamora.

27

Filemón Fierro y Terán.

Seminario de Durango

Ninguno/ Ninguno

28

Manuel Fulcheri y Pietrasanta.

Seminario de México 1888-1896 y Pío Latino A. de Roma. PUG. 1897-1901.

Doctorado en teología y derecho canónico/ Catedrático, vicerrector 1902 y rector en 1907 -1912 del seminario de México.

29

José Garibi y Rivera.

Seminario de Guadalajara y Pío Latino A. de Roma. PUG. 1913-1916.

Doctorado en derecho canónico/ Catedrático de 1911-1913 del seminario menor de Guadalajara y catedrático y director espiritual del mayor. 1918-1920.

30

Santiago Garza Zambrano.

Seminario de Monterrey

¿-1860.

Ninguno/ Catedrático del seminario de Monterrey

 

31

Eulogio Gregorio Gillow y Zavalza.

Inglaterra, Bélgica y Pío Latino A. de Roma. PUG y «La Sapienza». 1851-1866

Doctorado en utroque iure/ Ninguno

32

Francisco González y Arias.

Seminarios de Cotija y de Zamora. 1884-1897.

Ninguno/ Catedrático del seminario de Zamora y en El Paso, Tex. 1927

33

José María González y Valencia.

Seminario de Zamora y Pío Latino A. de Roma. PUG y PASTA.1904-1910

Doctorados en filosofía, teología y derecho canónico / Catedrático, prefecto de disciplina, vicerrector del seminario. 1910-1914.

34

Luis Guízar y Barragán.

Colegio Pío Latino A. de Roma. PUG. 1910-1919.

Doctorado en filosofía y teología. Catedrático del seminario de Chihua-hua y rector del seminario de Veracruz. 1920-1922.

35

Antonio Guízar y Valencia.

Seminario de Cotija 1895-1903 y Pío Latino A. de Roma. PUG y PASTA. 1910-1913.

Doctorado en filosofía, teología y derecho canónico/ Catedrático, director espiritual 1913-1914 y rector 1919-1920 del seminario de Zamora..

36

Beato Rafael Guízar y Valencia.

Seminarios de Cotija 1894-1895 y de Zamora. 1896-1901.

Ninguno/ Director espiritual del seminario de Zamora. 1904

37

José de Jesús Guzmán y Sánchez.

Seminario de Durango

¿-1888

Ninguno/ Catedrático del seminario de Durango.

38

Antonio Hernández y Rodríguez.

Seminario de Chilapa 1884-1889.

Ninguno/ Catedrático, director espiritual y rector del seminario de Chilapa.

39

Juan de Jesús Herrera y Piña.

Pío Latino A. de Roma. PUG. 1876-1890.

Doctorado en filosofía, teología y dere­cho canónico/ Profe­sor del Col. Clerical Josefino en San Joaquín, Tacuba.[592] 1890. Catedrático y rector del seminario de Mé-xico. 1898-1907. Funda en 1914 el seminario de Castro-ville, Texas, E. U. A.

40

Anastasio Hurtado y Robles.

Seminario de Tepic. ¿-1914

Ninguno/ Catedrático del seminario de Tepic. 1913.

41

Venerable Ramón Ibarra y González.

Seminario de Puebla y Pío Latino A. de Roma. PUG y PASTA.

Doctorado en filosofía, teología y utroque iure/ Catedrático del seminario de Puebla. 1884-1889. Fundó la Universidad Cat. Angelopolitana 1907.

42

Leopoldo Lara y Torres.

Seminario de Morelia

Ninguno/ Catedrático del seminario de Morelia. Funda el seminario de Tacámbaro en 1920.

43

Herculano López y de la Mora.

Seminario de Morelia. 1853-1863.

Ninguno/ Catedrático en el seminario auxiliar de Celaya. 1863 y del seminario de Morelia 1880.

44

Manuel Pío López y Estrada.

Seminario de Cuernavaca y Pío Latino A. de Roma.

PUG. 1905-1917

Doctorado en filosofía, teología y derecho canónico/ Catedrático del seminario de Cuernavaca. 1917.

45

Siervo de Dios José de Jesús López y González.

Seminarios de Aguasca-lientes y Guadalajara. ¿-1897.

Ninguno/ Catedrático del seminario de Aguascalientes 1903-1914.

46

José de Jesús Manríquez y Zárate.

Seminario de León. 1896-1903 y Pío Latino A. de Roma. PUG y PASTA. 1909-1920.

Doctorados en filosofía, teología y derecho canónico/ Catedrático y prefecto del seminario del León.

47

José Ignacio Márquez y Toriz

Seminario de Puebla 1909-1913 y Pío Latino A. de Roma. PUG 1913-1920.

Doctorado en filosofía, teología y derecho canónico/ Catedrático y director espiritual del seminario de Puebla.

48

Siervo de Dios Luis María Martínez y Rodríguez.

Seminario de Morelia. 1891-1901.

Ninguno/ Celador 1904, prefecto de disciplina 1905, vicerrector 1906, y rector 1919 del seminario de Morelia.

49

Salvador Martínez y Silva

Seminario de Zamora 1903-1910 y Pío Latino A. de Roma. PUG1910-1913.

Doctorado en teología/ Catedrático del seminario de Zamora. 1914

50

Carlos de Jesús Mejía y Laguna. C.M.

Seminario de Jalapa y estudios con los padres paúles.

Doctorado en teología/ Catedrático, vicerrector y rector 1883-1902 y 1907-1908 del seminario de Mérida.

51

Jenaro Méndez y del Río.

Seminario de Zamora. 1880-1890

Ninguno/ Catedrático del seminario de Zamora

52

Francisco de Paula Mendoza y Herrera.

Seminario de Zamora. ¿-1874

Ninguno/ Catedrático, prefecto y rector 1875-1878 del seminario de Zamora.

53

Miguel Darío Miranda y Gómez.

Seminario de León 1909-1912 y Pío Latino A. de Roma. PUG. 1912-1919.

Doctorado en filosofía y teología / Catedrático del seminario de León.

54

Ignacio Montes de Oca y Obregón.

Santa María de Oscott, Inglaterra, 1854. Pío Latino A. 1860-1863. Academia de Nobles Eclesiásticos. PUG y Universidad «La Sapienza» de Roma.1863-1865.

Doctorado en teología y utroque iure/ Ninguno.

55

Siervo de Dios Miguel María de la Mora y Mora.

Seminarios de Guadalajara 1886-1897 y de México. PUM.1908

Doctorado en teología/ Prefecto (en funciones de rector)1902 y catedrático del seminario de Guadalajara

56

José Mora y del Río.

Seminario de Zamora 1868-1872 y Pío Latino A. de Roma. PUG 1876-1881.

Doctorado en teología y derecho canónico/ Catedrático del Col. Clerical Josefino 1887.

57

Juan Navarrete y Guerrero.

Seminario de León 1902-1904 y Pío Latino A. de Roma. PUG. 1904-1909.

Doctorado en teología/ Catedrático del seminario de Aguascalientes y de Castroville, Tex., 1914-1917.

58

José Othón Núñez y Zárate.

Seminario de Oaxaca ¿-1890 y Pío Latino A. de Roma. PUG. 1890-1893.

Doctorado en derecho canónico/ Catedrático, vicerrector 1893 y rector 1897 del seminario de Oaxaca.

59

Siervo de Dios Francisco Orozco y Jiménez.

Pío Latino A. de Roma. PUG 1876-1888. PUM 1896.

Doctorado en filosofía y teología/ Catedrático y vicerrector del Col. Clerical Josefino 1888-1896 y catedrático vicerrector del seminario de México1896-1902.

60

José Guadalupe Ortiz y López.

Seminarios de Guadalajara y Monterrey 1882-1891.

Ninguno/ Catedrático del seminario de Monterrey.

61

José de Jesús Ortiz y Rodríguez.

Escuela de jurisprudencia de México 1868-1870 y Seminario de Morelia 1864-1866 y 1872-1876

Abogado/ Catedrático y vicerrector 1880-1888 del seminario de Morelia.

62

Joaquín Arcadio Pagaza y Ordóñez.

Seminario de México 1853-1858

Ninguno/ Catedrático 1865 y rector 1891 del seminario de México.

63

Nicolás Pérez Gavilán y Echeverría.

Seminario de Durango 1869-1881

Ninguno/ Catedrático 1881, vicerrector y rector del seminario de Durango.

64

Ignacio Placencia y Moreira.

Seminario de Guadalajara

1880-1890

Ninguno/ Catedrático 1890-1902 y vicerrector 1900 del seminario de Guadalajara.

65

Francisco Plancarte y Navarrete. 

Pío Latino A. de Roma. PUG. 1870-1883

Doctorado en filosofía, teología y dere-cho canónico/ Rector del Col. Clerical de S. Luis, Jacona 1883-1885. Catedrático, vicerrector 1885-1891, del Col Clerical Josefino y catedrático del seminario de México 1892-1895.

66

José María de Jesús Portugal y Serratos. O.F.M.

Seminario de Guadalajara y franciscanos 1853-1861

Ninguno/ Ninguno

67

Maximiano Reynoso y del Corral

Seminario de Sinaloa. Escuela de jurisprudencia de México.

Abogado/ Catedrático del seminario de León.

68

Manuel Rivera y Muñoz. 

Escuela de jurisprudencia y Seminario de Querétaro ¿-1883.

Abogado/ Rector del seminario de Querétaro. Fundó el seminario aux. de Escanelilla 1906

69

Leopoldo Ruiz y Flores.

Col. Clerical Josefino 1876-1881 y Pío Latino A. de Roma. PUG. 1881-1889

Doctorado en filosofía y teología y derecho canónico/ Catedrático y director espiritual del Col. Clerical de San Joaquín y del seminario de México

70

Maximino Ruiz y Flores.

Seminario de México. PUM. 1893-1901.

Doctorado en filosofía y teología/ Catedrático, prefecto de estudios y rector del seminario de México. 1920-1929.

71

Enrique Sánchez Paredes.

Seminario de Puebla 1895-1902 y Pío Latino A. de Roma. PUG. 1902-1907

Doctorado en filosofía, teología y derecho canónico/ Catedrático y rector del seminario de Puebla.

72

Andrés Segura y Domínguez.

Seminario de León 1865-1873.

Ninguno/ Catedrático, vicerrector y rector del seminario de León.

73

Atenógenes Silva y Álvarez Tostado.

Escuela de farmacia y Seminario de Guadalajara. APG. 1861-1971

Doctor en teología/ Catedrático 1871-1880 y vicerrector 1878 del seminario de Guadalajara.

74

Marciano Tinajero y Estrada.

Seminario de Querétaro 1882-1896

Ninguno/ Catedrático del seminario de Querétaro 1897-1910.

75

Guillermo Tritschler y Córdova.

Pío Latino A. de Roma. PUG 1888-1902

Doctorado en filosofía, teología y derecho canónico/ Catedrático 1911 y director espiritual 1916-1930 del seminario de México.

76

Martín Tritschler y Córdova.

Seminario de Puebla y Pío Latino A. de Roma. PUG 1883-1893

Doctorado en filosofía y teología / Catedrático y director espiritual del seminario de Puebla.

77

Francisco Uranga y Sáenz.

Seminario de Durango 1875-1885

Ninguno/ Ninguno

78

Ignacio Valdespino y Díaz.

Seminarios de Sombrerete y de Durango

Ninguno/ Ninguno

79

Emeterio Valverde y Téllez.

Colegio Clerical Josefino 1876-1886

Ninguno/ Catedrático del Col. Clerical Josefino 1882-1890 y seminario de México 1891

80

Amador Velasco y Peña. 

Seminarios de Colima y Guadalajara. APG. 1871-1879

Doctorado en teología/ Catedrático 1877, Vicerrector 1884, rector 1890-1896.

81

Pedro Vera y Zuria.

Seminario de Querétaro 1884-1896.

Ninguno/ Catedrático, 1907 director espiritual, 1905-1914 y rector 1917-1923 del seminario de Querétaro.

82

Jesús Villareal y Fierro.

Seminario de Durango 1896-1902 y Pío Latino A. de Roma. PUG. 1902-1909

Doctorado en filosofía y teología/ Catedrático, vicerrector y director espiritual del seminario de Durango 1909. Catedrático del seminario de México 1913.

83

Santiago de Zubiría y Sánchez de Manzanera.

Seminarios de Durango y México. PUM. 1846-1858

Doctorado en teología/ Ninguno

De los 83 obispos que tenemos en este periodo, 39 no poseye-ron ningún título académico (no contamos el bachillerato), lo que representa el 47 % del total de obispos; 44 de ellos tuvieron uno o varios grados académicos, o sea el 53 % del total.

Los grados se reparten de la siguiente manera:

 

Obispos con:

-          Doctorado en filosofía = 1

-          Doctorado en teología = 10

-          Doctorados en filosofía y teología = 7

-          Doctorados en filosofía, teología y derecho canónico = 11

-          Doctorados en filosofía, teología, derecho canónico y derecho civil = 1

-          Doctorado en derecho canónico = 2

-          Doctorado en derecho civil = 1

-          Doctorados en derecho canónico y derecho civil
= 2

-          Doctorados en teología y derecho canónico = 3

-          Doctorado en derecho canónico
     y licencia en derecho civil = 1

-          Doctorado en teología y licencia en derecho civil = 1

-          Licenciados en derecho civil = 3

-          Otros títulos académicos = 1 (profesor de farmacia)

Los obispos obtuvieron sus grados académicos en las siguientes instituciones:

 

-          Pontificia Universidad de México: 5

-          Ateneo Pontificio de Guadalajara: 4

-          Pontificia Universidad Gregoriana en Roma: 28

-          Pontificio Ateneo de S. Tomás de Aquino en Roma: 4

-          Escuela de jurisprudencia de México: 1

-          Escuela de jurisprudencia de Michoacán: 1

-          Escuela de jurisprudencia de Guadalajara: 1

-          Escuela de jurisprudencia de Querétaro: 1

-          «La Sapienza» de Roma: 2

-          Enghien, Bélgica: 1

-          Otros: 1

Los títulos académicos totales obtenido por los obispos fueron 81. De ellos, 20 conseguidos en México y 61 en el extranjero, principalmente en Roma.

Un dato revelador es que, hasta donde pudimos investigar, de los 83 obispos que tuvo México de 1901 a 1940, sólo 9 de ellos no trabajaron en algún ministerio relacionado al seminario: catedráticos, prefectos, directores espirituales, vicerrectores, rectores. Por lo tanto, 74 de ellos (el 89% del total) pudo tener una experiencia directa de la formación sacerdotal. Los seminarios pues, fueron también cantera episcopal.

1. 3. Obispos sin títulos

Sin embargo, los títulos académicos, por sí solos, no indican nada. Hubo obispos de personalidad relevante y vasta cultura, sin títulos, que influyeron profundamente en la vida intelectual de la sociedad en las que les tocó vivir y en la formación de los sacerdotes. Citaré sólo tres casos a manera de ejemplo.

1. 3. 1. Emeterio Valverde Téllez

Monseñor Emeterio Valverde Téllez (1864-1948), fue formado en el Colegio Clerical Josefino de México, D. F., fundado por el padre José María Vilaseca. El seminarista Emeterio, ingresó a dicho Colegio a los 12 años, el 28 de agosto de 1876. La formación que recibió, a juzgar los frutos posteriores, debió ser muy esmerada.[593] Aun antes de ordenarse, el 5 de marzo de 1887, comenzó a dar clases en el mismo Colegio. Fue profesor de latín y de filosofía. Su obra se extiende a varios campos, pero atendiendo sólo a lo que nos ocupa, diremos que: fue nombrado juez de disciplina del seminario de México en 1901, ya que el arzobispo Alarcón había suprimido el Colegio Clerical Josefino en 1891 y trasladado a profesores y alumnos al seminario de México. Monseñor Valverde colaboró en diferentes periódicos y revistas; él mismo fundó y sostuvo una revista llamada El Siglo XX que apareció de 1892 a 1893. Fue miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Fue obispo de León de 1909 a 1948.

A partir de 1890 comenzó a publicar su obra, que resulta muy vasta y erudita. El historiado jesuita Bravo Ugarte[594] ha dividido la obra de Valverde en cuatro partes; obras didácticas, apologéticas, ascético-místicas e históricas. Por razones de espacio, no comentaremos toda la bibliografía, sólo apuntamos algunas que nos parecen haber influido especialmente en la formación de los sacerdotes; del primer grupo de obras didácticas, sobresale el ya citado Epítome de Retórica Sagrada, México 1919, que entró en varios seminarios mexicanos. De sus obras históricas, las Apuntaciones históricas sobre la Filosofía en México, México 1896, 476 p.; la obra que continúa la anterior: Crítica filosófica o Estudio Bibliográfico y Crítico de las obras Filosofía, escritas, traducidas o publicadas, México 1904, 496 p., y Bibliografía Filosófica Mexicana, México 1907, 218 p., es como un complemento o apéndice a las anteriores. Son obras de tal manera importantes que quien quiera estudiar o escribir sobre la obra filosófica en México ha de referirse a ellas, ya que es una reunión tal de datos fundamentales sobre esta materia, que no se puede prescindir de ella.[595]

Su trilogía, Bio-Bibliografía Eclesiástica Mexicana (1821-1943), I, 413 p., II, 410 p, y III, 522 p., México 1949, utilizada incontables veces en este trabajo, esta dividida en tres parte; los dos primeros volúmenes están dedicados a los obispos y el tercero a sacerdotes de mérito. Es una obra minuciosa y completa, sobre todo en cuanto a la bibliografía emanada de las plumas episcopales. La obra se caracteriza por contener un arsenal de datos y por su rigor histórico. Monseñor Valverde fue un sabio; recibió una formación sólida, ejerció influjo en la formación de los sacerdotes, a través de sus obras y directamente de su interven­ción en los seminarios de México y de León.[596] La obra valverdiana es mucho más amplia, pero no cito más que lo que me pareció fundamental para este estudio.

1. 3. 2. Francisco Banegas y Galván

Monseñor Francisco Banegas y Galván (1867-1932), de humilde extracción, tuvo, como en aquellos tiempos se usaba, protectores que se ocuparon de su primera formación: latín, lógica, matemáticas y aun buena parte de la filosofía y un curso de teología. Hizo el segundo de teología en el seminario de Querétaro (1882-1883). Pasó después al seminario de Morelia, en donde recibió el influjo del canónigo Agustín Abarca, al que ya nos hemos referido anteriormente. El interés del padre Abarca consistió esencialmente en infundir a las nuevas generaciones el conocimiento de la doctrina de santo Tomás y especialmente de la Summa Theologica.

Siendo Francisco Banegas aun diácono (1890), se le asignó la cátedra de lengua castellana del seminario de Morelia. Fue ordenado presbítero el 23 de mayo de 1891. Ocupó el cargo de vicerrector del seminario en 1893; daba las cátedras de historia universal e historia de México.

Después, en 1905, fue rector del establecimiento. Su gobierno en el seminario moreliano, se caracterizó por implantar un sistema disciplinar severo, pero motivado, de tal manera que los alumnos se hacían responsables de la buena marcha del seminario por convicción y amor a la vocación.

Además de su amor por la escolástica, imprimió a los estudios un discreto enciclopedismo con la intención de suscitar el interés de los seminaristas hacia otros campos intelectuales, más allá del puramente eclesiástico. Tuvo que dejar el seminario en 1913 pues, ante las dificultades surgidas en Veracruz con el obispos monseñor Pagaza, se le nombró visitador apostólico, cargo que ejerció hasta el 25 de agosto de 1914 en que tuvo que abandonar la ciudad por la invasión de las tropas carrancistas. Se exilió, primero en La Habana, Cuba, y después en San Antonio, Texas, y finalmente en Chicago. Estuvo fuera del país hasta el 18 de enero de 1919. El 28 de febrero de ese mismo año se le nombró obispo de Querétaro.

Con respecto al seminario de su nueva diócesis, confirmó en su cargo de rector al canónigo Pedro Vera y Zuria, cargo que éste ejerció hasta 1924 en que fue nombrado arzobispo de Puebla. Entonces mons. Banegas se reservó para sí mismo la dirección del plantel y la conservó hasta el mes de agosto de 1931, poco antes de su muerte. Se encargó pues de seleccionar a los catedráticos, de implantar su sistema de disciplina que ya le había funcionado positivamente en el seminario de Morelia y además dio las cátedras de exégesis bíblica y teología ascética y mística. Fue él mismo quién redactó un reglamento y estructuró el programa de estudios. Se puede decir de él que nació para formar al clero.[597]

Cuando se hizo la Protesta de parte de los obispos mexicanos a la Constitución de 1917, se escogió a mons. Banegas para que la redactara.

El obispo de Querétaro, tiene una amplia obra editada, pero quizá las obras que más influyeron fueron: Historia de México por D. Francisco Banegas Galván, Obispo de Querétaro, libro II, Morelia 1923, 845 p. Publicó primero la segunda parte de su historia porque le interesaba sacar esa parte de la historia de México en el centenario de la consumación de la Independencia. Las otras dos partes, fueron obra póstuma: Historia de México por el Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Francisco Banegas Galván, Obispo de Querétaro. Libro I. Obra póstuma publicada por los Excmos. y Rvmos. Sres. Dres. D. Luis M. Martínez, Arzobispo de México y D. Leopoldo Ruiz y Flores, Arzobispo de Morelia, y anotada por el Sr. Pbro. D. Jesús García Gutiérrez. México 1938, 515 p., e Historia de México… Libro III… México 1940, 333p. Estos textos formaron a varias generaciones de sacerdotes en el conocimiento de la historia de México.

Por último su imprescindible: El por qué del Partido Católico Nacional, San Antonio Béjar (Texas), E. U. del N. de A., 1915, 59 p., en donde hace un agudo análisis del gobierno de Porfirio Díaz, citado en este trabajo, y que explica la formación de dicho partido.

En vida y más aun después de muerto, el obispo Banegas gozó de fama de intelectual profundo y elocuente.

1. 3. 3. Luis María Martínez y Rodríguez

Monseñor Luis María Martínez y Rodríguez (1881-1956), huérfano de padre a los once días de nacido, guiado por su madre, entró al seminario de Morelia a los nueve años y medio y ahí hizo toda su carrera eclesiástica.[598] El 30 de noviembre de 1904 fue ordenado presbítero. En octubre de 1905 se le dio el cargo de prefecto de disciplina del seminario y en 1906 el de vicerrector; era rector el entonces presbítero Francisco Benegas y Galván. Como vicerrector estuvo hasta 1919 y a partir de esa fecha fue rector hasta 1932.[599] A él le tocó sufrir la pérdida de la casa del seminario en 1914 y a él le tocó buscar casas particulares y lugares propicios para continuar la vida de la formación del clero en tiempos difíciles. Se le confió el cargo de administrador apostólico de Chilapa en 1922 debido la renuncia del obispo Francisco Campos y Ángeles.

El 6 de junio de 1923 fue nombrado obispo titular de Anemurio y auxiliar de mons. Leopoldo Ruiz y Flores, arzobispo de Michoacán. El día 10 de noviembre de 1934 fue trasladado a la sede arzobispal de Mistia y al mismo tiempo nombrado coadjutor de mons. Ruiz y Flores, con derecho a sucesión. Pero el 24 de febrero de 1937 fue promovido al arzobispado de México. Su obra como educador del clero, pude decirse que la realizó en tres frentes: en el seminario de Morelia, en el seminario de México y en la imprenta, pues estuvo dotado de una pluma profunda y unciosa.

Fue el continuador de la obra de mons. Banegas en el seminario de Morelia. Sus compatriotas, que recibieron de él la formación, lo recuerdan así:

A él se debe el claro, rápido y profundo desenvolvimiento de muchas inteligencias que guió hasta hacerlas contemplar cara a cara las verdades profundas de la Filosofía, que, sintetizándolo, todo lo explican. Porque, consumado filósofo, hasta el grado de merecer elogios de la célebre Universidad de Lovaina, y psicólogo de fina observación, hasta el punto de subyugar a las multitudes, supo descubrir los resortes misteriosos que deben tocarse en el arcano espíritu del hombre, para conducir las inteligencias vírgenes, sin forzarlas, sin atrofiarlas, sin desnatura­lizarlas, a las más empinadas cumbres del saber. Y esos descubrimientos fueron por él cristalizados en prudentes planes de estudios, en sabias metodologías, en atinada elección de maestros, en selección y formación de textos […]

El Sr. Martínez despreció, como todo error, la moral positiva, que abandonando a sus propias fuerzas al niño sin más móvil que lo que le acomoda y sin más sanción que las brutales consecuencias, jamás previstas por una inteligencia débil, hace del niño, naturalmente sensible, un joven degeneradamente sensual, y del joven, naturalmente libre, un hombre desenfrena­damente libertino. Por eso amó la disciplina y la impuso con mano vigorosa. Pero tampoco tocó el extremo contrario. Nunca tuvo de la disciplina un concepto que pudiéramos llamar mecánico, y que únicamente logra formar en las voluntades hábitos artificiales y pasajeros; porque comprendió bien que dentro del espíritu humano alienta la llama vivísima de la libertad que no debe amenguarse ni mucho menos extinguirse. Monseñor Martínez no hizo, sino que dejó hacer; no impelió, atrajo; no violentó, guió.[600]

Las borrascas enfrentadas en la persecución religiosa durante el gobierno de Calles, no fueron menores que las de 1914, así que:

Conservó el Seminario tal como lo había moldeado su predecesor; bajo la idea de la tradición y el progreso; le consagró plenamente su vida, su inteligencia y su corazón; lo sostuvo con mano firme a través de las vicisitudes y lo libró de las borrascas que durante 25 años lo azotaron, tanto y tan fuertemente como las del 26 y 29 [1926 y 1929], que no hay exageración en afirmar que durante esos tres años los superiores del Colegio llegaron hasta el heroísmo en el cumplimiento de su deber. […] En 46 largos años [mons. Martínez] vio terminar el Rectorado del Restaurador de la Escolástica [Agustín Abarca]; morir el régimen que lo había educado, y nacer otro nuevo y más feliz; correr días amargos como los del 14, 29 y 34 [1914, 1929 y 1934]; caminar de casa en casa el Seminario con penalidades sin cuento, perder un edificio, muchas casas, una biblioteca, observatorios astronómicos, seguir una nueva ruta en 1933 y salir al destierro en 34 [1934]; y admiró extasiado, con el paso de los años, el de la poderosa mano de Dios que conserva este Seminario [de Morelia].[601]

Como arzobispo de México, no hizo menos por su seminario. Desde su llegada al arzobispado se interesó por la vida de este; dotó de nuevo edificio al seminario; construcción digna del arzobispado de México. Veló por él como verdadero padre.

La sede arzobispal mexicana fue nombrada por el papa Pío XII sede primada y así mons. Luis M. Martínez se convirtió en el primer arzobispo primado.

Pero el aspecto por el que quizá mons. Martínez influyó de manera más profunda y permanente, fue a través de sus escritos. Teólogo instruido y elevado místico que abordó prácticamente todos los temas espirituales. Con su pluma influyó en la formación no sólo de sacerdotes sino de religiosas, religiosos y de laicos que bebieron de sus innumerables libros empapados de la Espiritualidad de la Cruz.[602] Sus obras se difundieron en México, América Latina y España.[603] Fue nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.[604] Sustituyó en la delegación apostólica el arzobispo de Morelia, Leopoldo Ruiz y Flores. Su vida, llena de virtudes y obras buenas en favor de la Iglesia mexicana se apagó el 9 de febrero de 1956.

1. 3. 4. Destellos episcopales

No nos es posible abordar la vida de cada uno de los 83 obispos que tuvieron el encargo de gobernar la Iglesia en estos cuarenta agitados años; ni siquiera de resaltar alguna cualidad u obra de cada uno de ellos. Pero al menos quisiéramos evidenciar algunos rasgos comunes que justifiquen el título de este capítulo: Los frutos.

Hasta mayo del año 2003, en la Congregación para las Causas de los Santos estaban las siguientes causas de los obispos que nos ocupamos: 1. Beato Rafael Guízar y Valencia, obispo de Veracruz (1919-1938); 2. Venerable Ramón Ibarra y González, obispo de Chilapa (1890-1902) y primer arzobispo de Puebla (1902-1917); 3. Venerable Leonardo Castellanos y Castellanos, obispo de Tabasco (1908-1912); 4. Siervo de Dios, José María Cázares y Martínez, obispo de Zamora (1878-1908); 6. Siervo de Dios, Leopoldo Díaz y Escudero, obispo de Chilapa (1929-1955); 7. Siervo de Dios, Jesús María Echavarría y Aguirre, obispo de Saltillo (11904-1955); 8. Siervo de Dios José de Jesús López y González, obispo de Aguascalientes (1928-1950); 9. Siervo de Dios Luis María Martínez y Rodríguez, obispos auxiliar y coadjutor de Morelia (1923-1937) y arzobispo de México (1937-1956); 10. Siervo de Dios Francisco Orozco y Jiménez, obispo de Chiapas (1902-1912) y arzobispo de Guadalajara (1912-1936); 11. Siervo de Dios, Miguel María de la Mora y Mora, obispo de Zacatecas (1911-1922) y de San Luis Potosí (1922-1930).

Este hecho nos revela la santidad de vida de estos prelados, que de una manera oficial han sido reconocidos, primero, por sus iglesias particulares y en el futuro, así lo esperamos, por la Iglesia Universal.

Tampoco podemos olvidar figuras de gran relieve para nuestro periodo como: José Mora y del Río, impulsor de las Semanas Agrarias; sufrido arzobispo de México que murió en el exilio. Monseñor Leopoldo Ruiz y Flores, protagonista en muchas de las fases históricas de la Iglesia mexicana; hombre bueno, conciliador y diplomático, de vida intachable; delegado apostólico, fundador del seminario de nuestra Señora de Guadalupe en Montezuma, depositario de un talento poco común para las relaciones, sigue esperando un paciente biógrafo que reúna la impresionante cantidad de escritos personales salidos de su pluma sobre asuntos trascendentales, para dar a conocer de manos de ese protagonista privilegiado el periodo que le tocó vivir.

El piadoso arzobispo de Puebla, Pedro Vera y Zuria, modelo de amor por su seminario y su clero; formador amable y enérgico.

Muchos más obispos merecerían ser nombrados, y sacerdotes también, pero por motivos obvios hemos querido sólo rendir testimonio de algunos, a manera de ejemplo, para dejar constancia de la calidad del episcopado de esa época.

Sombras no faltaron y creo que a lo largo del trabajo aparecen de distintas formas. Quizá la más grave sea la falta de unidad de criterios en el seno del colegio episcopal a la hora de enfrentar la crisis que provocó la guerra cristera: esta falta abrió un tajo en la vida de los cristianos. Y también sus discutidos exilios en los momentos más difíciles. Es verdad, no hubo ningún obispo mártir. Esos fueron los hechos.

2. Los Mártires

Las hostilidades contra la Iglesia en México, ya lo hemos dicho, hunden sus raíces en el siglo XIX, pero fue especialmente cruento el periodo de años que van de 1910 a 1940, objeto de nuestro estudio. El régimen liberal de Porfirio Díaz (1877-1911) intentó un entendimiento con la Iglesia, a través de un complejo proceso de equilibrios de poder. Estiras y aflojas, acuerdos y desacuerdos entre los mismos católicos y entre los católicos y el poder civil. La Constitución de Querétaro, promulgada en 1917, al prohibir a cualquier ministro de la religión enseñar en una escuela, pública o privada, y a todo religioso o religiosa, fundar o dirigir escuelas, encendía nuevamente las luces de alarma y los motivos de conflicto. No obstante el artículo 3º empezaba con las palabras: «La instrucción es libre». El problema de la escuela fue siempre una olla a presión para la conciencia de los católicos, expuestos a recibir la andanada ateizante de las escuelas públicas, que se fue perfilando hasta llegar a la absurda exigencia del Estado en prescribir una educación «socialista» como obligatoria. En México, el «socialismo» no era otra cosa que el comunismo, ateo y descarnado, aunque sus sostenedores quisieran darle el título «socialismo», pensando ingenuamente que tal vez los católicos lo podían confundir con la doctrina social de la Iglesia.

Los acontecimientos se precipitaron durante el gobierno de Plutarco Elías Calles, que gobernó de 1924 a 1928, pero que alargó el brazo de su poder hasta 1934. Su profundo odio hacia la Iglesia Católica y los sacerdotes, (un odio que todavía espera un estudio minucioso para dar una explicación a sus pasos políticos o simplemente personales), provocó una rebelión de los católicos contra ese régimen tiránico, sostenido y apoyado por el ejército, que no por el pueblo. Pero a la vez ofreció páginas notables de belleza cristiana. La fidelidad de un pueblo, sus creencias y sus amores gritados con entusiasmo a los cuatro vientos, con riesgo de perder la vida.

A continuación ofrecemos las biografías mínimas de 22 mártires, sacerdotes canonizados por Juan Pablo II el 21 de mayo de 2000, y de un seminarista de 16 años. Evidenciaremos especialmente su relación con el seminario. Presentamos el catálogo por orden cronológico de martirio. Su muerte nos habla de las condiciones por las que tuvo que atravesar la Iglesia.

2. 1. San David Galván Bermúdez

Nació en Guadalajara, Jalisco el 29 de enero de 1881. Estudió en el seminario de Guadalajara (1895-1899); salió del seminario y volvió en 1902. Se ordenó el 20 de mayo de 1909. Fue profesor del seminario menor de 1908 a 1909 y del seminario mayor desde 1909.[605] Como educador del seminario obtuvo la confianza de sus alumnos y superiores.[606] Hombre caritativo y servicial. Organizó el gremio de zapateros. Fue defensor de la santidad del vínculo matrimonial y ayudó a una joven perseguida por un militar, quien ya casado pretendía contraer matrimonio con ella. Esto acarreó al padre David la enemistad del teniente que, al final se convirtió en su verdugo.

El 30 de enero de 1915, por auxiliar espiritualmente a los soldados heridos en un combate tenido en Guadalajara, fue apresado. En espera de la ejecución, su compañero de prisión le comentó que no habían desayunado y el padre Galván dijo: «Hoy vamos a ir comer con Dios»[607] y, frente a sus verdugos, se señaló serenamente el pecho para recibir las balas. Fue fusilado en un lado del Hospital Civil de Guadalajara y enterrado en el cementerio de Belén.[608]

2. 2. San Luis Batis Sainz Ortega

Nació en San Miguel del Mezquital, Zacatecas, arquidiócesis de Durango el 13 de septiembre de 1870. Ingresó en el seminario de Durango en 1882. Fue ordenado el 1 de enero de 1894. Celoso sacerdote en todos sus ministerios tuvo especial dedicación a los jóvenes, para quienes fue guía espiritual y cultural. Supo infundir entre sus fieles el espíritu de sacrificio y heroísmo cristiano. Ejerció como director espiritual en el seminario de Durango.[609] Fue párroco de San Pedro Chalchihuites, desde el 1 de agosto de 1925, hasta su muerte.

Apenas habían pasado quince días de la supresión del culto público, ordenada por los obispos, cuando fue tomado prisionero. Al comunicarle que los soldados le buscaban, dijo: «Que se haga la voluntad de Dios, si Él quiere ¡yo seré uno de los mártires de la Iglesia!».[610] Al día siguiente, 15 de agosto de 1926, fue conducido, junto con sus más cercanos colaboradores en el trabajo pastoral: Manuel Morales, Salvador Lara y David Roldán, al lugar conocido como «Puerto de Santa Teresa».

El padre Batis y Manuel Morales fueron llevados fuera de la carretera para ser fusilados; entonces, el sacerdote intercedió por Manuel, recordándoles a los agresores, que estaba casado y tenía hijos. Fue inútil la súplica. El padre Batis absolvió a su compañero y le dijo: «hasta el cielo». Poco después fueron fusilados. Fue sepultado en el cementerio municipal de Chalchihuites, Zacatecas.[611]

2. 3. San Jenaro Sánchez Delgadillo

Nació en Zapopan, Jalisco, arquidiócesis de Guadalajara el 19 de septiembre de 1886. Ingresó en el seminario de Guadalajara en 1901, obteniendo calificaciones honrosas que le procuraron becas sucesivas.[612] Fue ordenado el 20 de agosto de 1911. Fue maestro del seminario auxiliar de Cocula, Jalisco.[613] Vicario de Tamazulita de la parroquia de Tecolotlán, Jalisco. Su párroco elogiaba su obediencia y buen hacer. Algunos agraristas, acompañados de soldados le tomaron preso junto a unos feligreses amigos cuando andaban en el campo. A todos los dejaron libres menos al padre Jenaro, quien fue conducido a una loma cercana a Tecolotlán y en un árbol improvisaron una horca. El padre Jenaro colocado en el centro de la tropa, serenamente les habló: «Bueno paisanos, me van a colgar; yo los perdono, que mi Padre Dios también los perdone y siempre ¡Viva Cristo Rey!».[614] Los esbirros tiraron la soga con tal ímpetu, que la cabeza del padre Jenaro pegó con fuerza en una rama del árbol. Poco después murió, la noche del 17 de enero de 1927. Regresando en la madrugada, los soldados se ensañaron; bajaron el cadáver, le dieron un tiro en el hombro y una puñalada que atravesó el cuerpo inerte del mártir. Fue sepultado en el cementerio del lugar.[615]

2. 4. San Mateo Correa Magallanes

Nació en Tepechitlán, Zacatecas, el 23 de julio de 1866. Ingresó en el seminario de Zacatecas como alumno externo, el 12 de enero de 1881 a los 14 años de edad. Era muy apreciado por sus compañeros y diligente en los cargos que sus superiores le confiaron en su periodo de formación. El 20 de agosto de 1893 se ordenó de presbítero.

De 1898 a 1905 fue párroco de Concepción del Oro, Zacatecas, donde conoció y tuvo amistad con los Pro Juárez. Dio la primera comunión a Agustín Pro Juárez, que sería sacerdote jesuita y mártir, beatificado por Juan Pablo II el 25 de septiembre de 1988.

En 1923, además de ser párroco de Colotlán, fue vicerrector del seminario. Sufrió persecución y cárcel en varias ocasiones. Lo tuvieron, la última vez, en Fresnillo, Zacatecas, y de ahí, fue llevado a Durango en donde el general le pidió que confesara a unos presos, después le exigió que le revelara lo que le habían dicho en confesión. El padre Correa respondió: «Puede usted hacerlo, pero no ignora que un sacerdote debe guardar el secreto de la confesión. Estoy dispuesto a morir».[616] Fue fusilado en el campo, en las afueras de Durango, el 6 de febrero de 1927. Lo sepultaron en el panteón municipal.[617]

2. 5. San David Uribe Velasco

Nació en Buenavista de Cuellar, Guerrero, diócesis de Chilapa el 29 de diciembre de 1888. Entró en el seminario de Chilapa, en 1902, primero como pensionista. El 8 de marzo de 1903, le concedieron una beca. Sus condiscípulos lo recuerdan juguetón y travieso, piadoso e inteligente. Obtuvo siempre los primeros lugares, presentando brillantes exámenes públicos.[618] Siendo alumno de teología se le nombró profesor de tercer año de latín. Ordenado presbítero el 2 de marzo de 1913. Fue después párroco de Iguala, región infestada de masonería y protestantismo.

El militar que lo aprehendió, le propuso toda clase de garantías y libertad si aceptaba las leyes y hacerlo obispo de la iglesia cismática creada por el gobierno de la República. En la prisión escribió sus últimas palabras: «Declaro que soy inocente de los delitos que se me acusa… estoy en manos de Dios y de la Virgen de Guadalupe, pido perdón a Dios y perdono a mis enemigos; pido perdón a los que haya ofendido.»[619] Fue llevado a un lugar cercano de la estación de San José Vistahermosa, Morelos, diócesis de Cuernavaca. Le dieron un tiro en la nuca el 12 de abril de 1927 y posteriormente sepultado cerca del lugar de la ejecución.[620]

2. 6. San Julio Álvarez Mendoza

Nació en Guadalajara, Jalisco, el 20 de diciembre de 1866. Ingresó en el seminario de esa ciudad; trabajó como zapatero para pagarse sus estudios. Fue inteligente y dedicado al estudio a la vez que piadoso y amante de la Virgen María.[621] Recibió la ordenación presbiteral el 2 de diciembre de 1894. Se dedicó con especial entusiasmo a los niños y jóvenes. Fue capellán de Mechoacanejo, de la parroquia de Teocaltiche, que después pasó a pertenecer a la diócesis de Aguascalientes. Creó pequeñas industrias para ayudar a sus feligreses. Entregado a su ministerio de cura rural, camino del rancho El Salitre, donde habría de celebrar la misa, fue reconocido como sacerdote y aprehendido por miembros del ejército. Llevado sucesivamente a Villa Hidalgo, Jalisco, a Aguascalientes, a León, Guanajuato, y por último a San Julián, Jalisco, el 30 de marzo de 1927 fue puesto sobre un montón de basura y dijo: «Voy a morir inocente, no he hecho ningún mal. Mi delito es ser ministro de Dios. Yo les perdono a ustedes».[622] Cruzó los brazos y esperó la descarga. Su cadáver fue llevado a Mechoacanejo.[623]

2. 7. San Sabás Reyes Salazar

Nació en Cocula, Jalisco, arquidiócesis de Guadalajara el 5 de diciembre de 1883, estudió en el seminario de Guadalajara y luego en el de Tamaulipas. Humilde y fervoroso, aplicado pero no siempre con buenos resultados, pues su capacidad intelectual no le hizo sobresalir en los estudios.[624] Fue ordenado sacerdote en diciembre de 1911. Se manifestó especialmente celoso del catecismo de los niños y de la formación de los catequistas; sencillo y trabajador. Cuando le recomendaban que saliera de Tototlán por el peligro que había para los sacerdotes, replicaba: «A mi aquí me dejaron y aquí espero a ver que Dios dispone.»[625] En la Semana Santa de 1927 llegaron las tropas federales y los agraristas, buscando al señor cura Francisco Vizcarra y a sus ministros. Sólo encontraron al padre Sabás y en él concentraron su odio. Lo aprehendieron y lo ataron fuertemente a una columna exterior del templo parroquial. Lo torturaron tres días por medio del hambre, la sed, el sol y el frío. Con sadismo incalificable le quemaron las manos y los pies. El 13 de abril de 1927, Miércoles Santo, fue conducido al cementerio, lo remataron a balazos, pero antes de morir, pudo gritar el sacerdote mártir: «¡Viva Cristo Rey!». Fue sepultado en el mismo cementerio de Tototlán.[626]

2. 8. San Román Adame Rosales

Nació en Teocaltiche, Jalisco, diócesis de Aguascalientes el 27 de febrero de 1859. Estudió en el Seminario de Guadalajara con aplicación y aprovechamiento. Recibió la ordenación sacerdotal el 30 de noviembre de 1890. Fue nombrado rector de ordenandos el 26 de febrero de 1891 hasta 1895. Párroco de Nochistlán, Zacatecas, arquidiócesis de Guadalajara. Fue hombre profundamente humilde y no se quejaba ante la adversidad. La catequesis, las misiones populares, la construcción de capillas para acercar el Santísimo a los fieles, el auxilio a los enfermos y la educación cristiana de los niños fueron sus principales actividades parroquiales.

Durante la persecución, oculto, siguió administrando los sacramentos. Se temía que lo descubrieran y cuando le advertían del peligro respondía: «¡Qué dicha ser mártir, dar mi sangre por mi parroquia!»[627] Fue delatado su escondite y una noche se le hizo prisionero. Llegada la ejecución el 21 de abril de 1927, con gran bondad trató de salvar al soldado, que por no querer disparar al sacerdote, iba también a ser fusilado. Luego, decidido y firme, pero con humildad, entregó su vida. Fue fusilado en el cementerio municipal de Yahualica, Jalisco.[628]

2. 9. San Cristóbal Magallanes Jara

Nació en el rancho de La Sementera, parroquia de Totatiche, Jalisco, arquidiócesis de Guadalajara el 30 de julio de 1869. De condición muy pobre, tuvo que trabajar desde niño.[629] En octubre de 1888, ingresó al seminario de Guadalajara, como alumno externo. Por su aplicación, honradez y piedad, sus superiores le concedieron cargos de confianza, como el de celador mayor en el seminario. El 17 de septiembre de 1889 fue ordenado presbítero a la edad de 30 años. Fue vicario de la parroquia de Totatiche, su tierra natal y después, el 12 de agosto de 1909, fue nombrado cura interino. En el cargo de párroco de Totatiche permaneció 17 años y nueve meses hasta el día de su muerte. Fundó el seminario auxiliar de Totatiche en 1915. Cura de vida intachable; desprendido, humilde, educado. Promovió a sus feligreses y misionó entre los indígenas huicholes. La parte más cuidada de su trabajo eran las vocaciones sacerdotales. Cuando los perseguidores clausuraron el seminario de Guadalajara, fundó el seminario de su parroquia para proteger, orientar y formar a los futuros sacerdotes y logró abundante cosecha.

El 25 de mayo de 1927, fue fusilado en Colotlán, Jalisco, diócesis de Zacatecas. Frente a sus agresores, confortó a su vicario y compañero de martirio, padre Agustín Caloca, diciéndole: «Reanímate, hijo, Dios quiere mártires; un momento y estaremos en el cielo».[630] Luego dirigiéndose a la tropa, declaró su inocencia y pidió que su sangre sirviera para la unión de todos los mexicanos. Lo sepultaron en el cementerio del lugar.[631]

2. 10. San Agustín S. Caloca Cortés

Nació en el rancho de La Presa, de la parroquia de San Juan Bautista del Teúl de González Ortega, Zacatecas, arquidiócesis de Guadalajara, el 5 de mayo de 1898. Era estudioso y juguetón. Entró al seminario de Guadalajara el 1 de noviembre de 1912 y ahí permaneció hasta 1914, año en que fue clausurado. Pasó al seminario de Totatiche en el que permaneció hasta 1919.[632] Después reingresó al seminario Guadalajara para estudiar teología, de 1919 a 1923 y obtuvo notas sobresalientes. Estaba lejos de ser el primer talento del seminario de Guadalajara, sin embargo, una vez, fue el único alumno que sacó la primera calificación en todo. Recibió la ordenación presbiteral el 5 de agosto de 1923. Enviado como vicario a la parroquia de Totatiche, ejerció como prefecto y profesor del seminario auxiliar.

Fue hecho prisionero después de ayudar a escapar a los seminaristas y conducido a la misma prisión en donde se encontraba su párroco, el señor cura Magallanes. Un militar, al verlo tan joven, le ofreció la libertad, pero Agustín no aceptó si no se la daban también a su cura. Frente al pelotón, la actitud y las palabras de su párroco le infundieron valor y fortaleza, pudiendo exclamar: «Por Dios vivimos y por Él morimos.»[633] Padeció el martirio el 25 de mayo de 1927, en Colotlán Jalisco y fue sepultado en el cementerio de ahí mismo.[634]

2. 11. San José Isabel Flores Varela

Nació en San Juan Bautista del Teúl de González Ortega, Zacatecas, el 28 de noviembre de noviembre de 1866. Entró al seminario de Guadalajara el 14 de febrero de 1887 hasta el 26 de julio de 1896 en que fue ordenado sacerdote. Durante su estancia en el seminario desempeñó algunos cargos que revelan la confianza que le tuvieron sus superiores: fue vicerrector de la academia latina de san León Magno, secretario de la academia filosófica-teológica de santo Tomás de Aquino. Sus calificaciones en general fueron sobresalientes.[635] Fue capellán de Matatlán, de la parroquia de Zapotlanejo, Jalisco en la arquidiócesis de Guadalajara. Durante 26 años ejerció su ministerio caracterizado por la bondad, responsabilidad y entrega.

Un antiguo compañero del seminario de nombre Nemesio Bermejo,[636] a quien san José Isabel había protegido, lo denunció ante el presidente municipal de Zapotlanejo, José Rosario Orozco,[637] quien había sido mayor del ejército carrancista, y fue aprehendido el 18 de junio de 1927, cuando se encaminaba a una ranchería para celebrar la misa. Fue encerrado en un lugar inmundo, atado y maltratado; el cacique lo hizo escuchar música al mismo tiempo que le ofrecía que si acataba las leyes le dejaría en libertad. Sin alterarse, san José Isabel le expresó: «Yo voy a oír una música mejor en el cielo».[638] El 21 de junio de 1927 fue conducido en la noche al cementerio de Zapotlanejo. Intentaron ahorcarlo pero no pudieron. Ordenó el jefe que le dispararan, pero un soldado que reconoció al sacerdote que lo había bautizado, se negó a hacerlo; enfurecido el verdugo, asesinó al soldado. Pero no pudieron matar al padre Flores, por lo que uno de aquellos asesinos, sacó un gran cuchillo y lo degolló. Fue sepultado en el mismo cementerio.[639]

2. 12. San José María Robles Hurtado

Nació en Mascota, Jalisco, diócesis de Tepic, el 3 de mayo de 1888. Ingresó al seminario de Guadalajara en 1900. En 1904 estuvo a punto de dejar el seminario pretextando ciertas infantiles penalidades; sus padres con amor y energía lo hicieron recapacitar y practicando unos ejercicios espirituales se determinó a continuar en el sacerdocio. Era muy inteligente y estudioso por lo que siempre se distinguió con las máximas calificaciones.[640] En 1911 recibió el subdiaconado y el diaconado; en 1912 se le confiaron los cargos de vicerrector y ecónomo del seminario, cargos que ejerció hasta 1914.[641] Ordenado presbítero el 22 de marzo de 1913. Nombrado profesor del seminario auxiliar de Nochistlán en 1917.

A pesar de diversas dificultades fundó una congregación religiosa dedicada al culto eucarístico del Sagrado Corazón de Jesús y al ejercicio de la caridad con los enfermos y necesitados.[642]

El 1 diciembre de 1920 fue nombrado párroco de Tecolotlán, Jal. Trabajó especialmente por el bienestar de los obreros. Desarrolló un fecundo ministerio, que ayudó a transformar el deprimido estado moral en el que se encontraba la población, hasta formar una comunidad modélica. Sostuvo una escuela parroquial, atendida por sus religiosas. Escribió muchas obras de piedad y meditación.

Monseñor Francisco Orozco y Jiménez, arzobispo de Guadalajara, dejó en libertad a su presbiterio para continuar en sus comunidades o concentrarse en las grandes ciudades. San José María optó por quedarse con sus feligreses y ahí continuó ejerciendo el ministerio hasta el año de 1926. Fue aprehendido el 25 de junio de 1927, puesto que se había ocultado en la casa de una familia desde febrero anterior por considerarla segura. Los soldados, después de diversas búsquedas dieron finalmente con san José María, en el momento que iba a celebrar la misa. Se dejó conducir dócilmente por ellos. Sus feligreses hicieron todo tipo de diligencias legales para liberarlo, sin éxito. El santo mártir repartía entre los soldados la comida que le llevaban sus parroquianos. No pudiendo matarlo en el cuartel donde estaba, por razón de los fieles, cerca de la media noche del 25 de junio de 1927, lo sacaron de su prisión y lo condujeron al camino que lleva a Ameca, Jalisco, pasando por la ranchería de Quila; lo llevaban atado con cuerdas y a pie. Pidió a sus custodios que le tuvieran paciencia ya que no podía caminar. Estos le ofrecieron un caballo. Después de cuatro horas de camino, lo bajaron de la cabalgadura, colocándolo junto a un roble. Comprendiendo que llegaba su hora, el santo se arrodilló para orar, bendijo a su parroquia, perdonó y bendijo a sus verdugos, besó la soga y se la puso al cuello. Los soldados cumplieron su encargo. Una vez muerto lo dejaron expuesto sobre la tierra. Avisaron a los vecinos de Quila que ahí quedaba un cadáver. Algunos lo sepultaron en una carbonera cercana; sus fieles al saber que era su párroco, lo sacaron de ahí y lo condujeron, cubierto de flores a una sepultura en la ranchería de Quila.[643]

2. 13. San Miguel de la Mora y de la Mora

Nació en Rincón del Tigre, Tecalitlán, Jalisco, diócesis de Colima el 19 de junio de 1874. Se inscribió en el seminario de Colima. No hay datos sobre el tiempo de su formación en dicho seminario. Fue ordenado el año de 1906, nombrado vicario de Comala el 19 de octubre de 1909 y capellán del cabildo de catedral en 1912. El 20 de octubre de 1914 fue nombrado párroco de Zapotitlán, Jalisco. En mayo de 1918, es nombrado nuevamente capellán del cabildo catedralicio de Colima; director diocesano de la propagación de la fe; director espiritual del Colegio La Paz. El 7 de abril de 1926 se suspendió el culto público en Colima.[644] El 7 de agosto de 1927 fue tomado preso en la ranchería de Cardona y conducido a Colima. Caminó en silencio hasta donde le indicaron; sacó su rosario y con él en la mano fue fusilado. Lo sepultaron en el panteón municipal de Colima. Fue el primer mártir de este estado.[645]

2. 14. San Rodrigo Aguilar Alemán

Nació en Sayula, Jalisco, el 13 de febrero de 1875. Ingresó al seminario auxiliar de Zapotlán el Grande, Jalisco, en donde recibió su primera formación. Alumno disciplinado, piadoso y responsable, obtuvo varios premios en aprovechamiento y se destacó en poesía, prosa y declamación.[646] Fue ordenado presbítero el 4 de enero de 1903 y nombrado vicario de La Yesca, Nayarit. En 1909, vicario cooperador en Lagos de Moreno y en 1912, capellán de la hacienda de Las Margaritas, parroquia de Atotonilco El Alto, Jalisco. En 1916 en Cocula, Jalisco capellán de la hacienda de los Palomar y Vizcarra; en 1920, vicario cooperador en Sayula. En 1923 vicario cooperador en Zapotiltic, Jalisco. El 14 de julio de 1923, fue nombrado párroco de Zapotiltic. El 20 de marzo de 1925, párroco de Unión de Tula, Jalisco. El 27 de octubre de 1927 fue aprehendido ahí mismo por los federales. En la madrugada del 28 de octubre, fue conducido a la plaza de Ejutla. Arrojaron la cuerda a una rama gruesa de un árbol de mango, hicieron una lazada y la colocaron en el cuello de san Rodrigo; los soldados, queriendo poner a prueba su fortaleza, le preguntaron: «¿Quién vive?» y valientemente contestó: «¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!».[647] Entonces, tiraron la cuerda con toda fuerza y volvieron a hacer la pregunta, por segunda y tercera vez, recibiendo la misma respuesta. Fue sepultado en el cementerio municipal de Ejutla, Jalisco.[648]

2. 15. San Margarito Flores García

Nació en Taxco, Guerrero, diócesis de Chilapa, el 22 de febrero de 1899. De familia humilde y pobre. Entró en el seminario conciliar de Chilapa en 1914, obteniendo buenas calificaciones y distinciones en conducta, piedad, dedicación al estudio; incluso se le otorgaron premios de honor y excelencia. Fue ordenado presbítero el 5 de abril de 1924 y ese mismo año fue nombrado maestro del seminario de Chilapa y vicario de la parroquia de Chilpancingo. En abril de 1927 se encontraba fuera de la diócesis a causa de la persecución religiosa. Cuando supo de la muerte heroica del señor cura David Uribe, exclamó: «Me hierve el alma, yo también me voy a dar la vida por Cristo. Voy a pedir permiso al superior y también voy a emprender el vuelo al martirio».[649] Posteriormente, el vicario general de la diócesis, lo nombró vicario con funciones de párroco de Atenango del Río, el 3 de noviembre de 1927.

El 11 de ese mismo mes y año fue aprehendido cuando iba a tomar posesión de la parroquia. Llevado a Tulimán, Guerrero, se dio la orden de fusilarlo; era el 12 de noviembre de 1927. El padre Flores pidió permiso de orar, se arrodilló unos momentos, besó el suelo y luego, de pie, recibió la descarga que le destrozó la cabeza, derramando su sangre por Cristo Rey. Fue enterrado en Tulimán y en 1946, sus restos fueron trasladados a Taxco, a la capilla de Ojeda.[650]

2. 16. San Pedro Esqueda Ramírez

Nació en San Juan de los Lagos, Jalisco, arquidiócesis de Guadalajara el 26 de abril de 1887. De familia pobre y profundamente cristiana. Entró al seminario auxiliar de San Juan de los Lagos en 1901; ahí estudió los cursos de humanidades y dos de filosofía. Era aplicado y estudioso. Sobresalió de sus compañeros y llegó a presentar exámenes públicos. En 1908 pasó al seminario de Guadalajara para estudiar el tercer año de filosofía. Inició los estudios de teología en 1909 y terminó en 1914,[651] año en el que fue incautado el seminario tapatío y Pedro se refugió en su pueblo natal. El 19 de noviembre de 1916, recibió la ordenación presbiteral. El 22 de noviembre de 1916 fue nombrado ministro de la parroquia de San Juan de los Lagos, con el encargo de dar clases en el seminario auxiliar. Ejerció su ministerio sacerdotal durante 11 años. Era un hombre lleno de caridad, humildad y celo por el Reino de Dios, especialmente en la enseñanza de los niños. Organizó la «Cruzada Eucarística», para promover el amor a Jesús Sacramentado.

El 18 de noviembre de 1927 fue aprehendido y conducido a La Abadía, contigua a la Colegiata de Nuestra Señora de San Juan, que el ejército había convertido en cuartel, donde fue cruelmente torturado. Ahí lo tuvieron prisionero hasta el 22 de noviembre de 1927. Fue sacado de su prisión para ser ejecutado. Los niños lo rodearon y el padre Esqueda, insistentemente le repitió a un pequeño que caminaba junto a él: «No dejes de estudiar el catecismo, ni dejes la doctrina cristiana por nada».[652] Y en un pedazo de papel escribió sus últimas recomendaciones para las catequistas. Al llegar a las afueras del poblado de Teocaltitán, Jalisco, le dispararon tres balazos que segaron su vida. Al día siguiente fue sepultado en el cementerio de ahí mismo. Once años después, sus restos fueron trasladados al templo parroquial de San Juan de los Lagos, Jalisco.[653]

2. 17. San Jesús Méndez Montoya

Nació en Tarímbaro, Michoacán, arquidiócesis de Michoacán el 10 de junio de 1880. Entró en el seminario de Morelia a los 14 años, en 1894. Era de familia muy pobre y algunos vecinos de su pueblo natal le ayudaban con gusto a su sostenimiento. Sus estudios no fueron brillantes, sin embargo, se distinguió en al canto gregoriano. Fue ordenado presbítero el 3 de julio de 1906. Nombrado vicario cooperador en Huétamo, Michoacán, de 1906 a 1907; el mismo cargo tuvo en Pedernales de abril de 1907 a febrero de 1913 y finalmente párroco de Valtierrilla, Guerrero, hasta 1928. Convivía con los pobres; era un catequista nato y asiduo maestro que formó un buen coro para dar solemnidad a las celebraciones.

El 5 de febrero de 1928, entraron las fuerzas federales para sofocar a un pequeño grupo de cristeros y se dirigieron a la casa donde se ocultaba el padre Jesús, quien trató de salvar un copón con el Santísimo. Descubierto por los soldados, les pidió un momento para consumir y le fue concedido. Luego, dirigiéndose a una de sus hermanas, le dijo: «Es la voluntad de Dios. Confórtate. Que se haga su voluntad».[654] Lo condujeron a unos metros fuera del atrio del templo y lo ejecutaron con tres disparos. Fue sepultado en Cortazar, Guanajuato.[655]

2. 18. Santo Toribio Romo González

Nació en el rancho de Santa Ana de Guadalupe, Jalisco, de la parroquia de Jalostotitlán, el 16 de abril de 1900. El 15 de octubre de 1912 ingresó en el seminario auxiliar de San Juan de los Lagos. Se dedicó con constancia al estudio y fue un seminarista juguetón, alegre y bromista; señalado por sus superiores por su piedad y observancia del reglamento. Desde joven le gustaba impartir el catecismo a los niños y extender las obras católico- sociales. En el seminario era indispensable su alegría y buen hacer en todas las fiestas. Poseía una piedad sólida y viril. En 1920 pasó al seminario de Guadalajara. Se especializó en pedagogía catequística y en sindicalismo cristiano. El 23 de diciembre de 1922 fue ordenado presbítero. En 1923 ejerció su trabajo pastoral en Sayula; en 1924, en Tuxpan, Yahualica y Cuquío. El 6 de septiembre de 1927 pasó a Tequila, Jalisco. El 6 de enero de 1928, a causa de la persecución se reunió con sus hermanos Román, sacerdote también, y María en la barranca de Agua Caliente; ahí quiso poner al corriente los libros parroquiales, trabajando día y noche. El sábado 25 de febrero de 1928 pensaba celebrar la eucaristía, pero, sintiéndose muy cansado y con sueño, a causa de haber trabajado toda la noche, prefirió dormir un poco, para celebrar despejado. Apenas se había quedado dormido, cuando un grupo de agraristas y soldados entraron abruptamente en la habitación y cuando uno de ellos lo señaló diciendo: «Ese es el cura, mátenlo», el padre Toribio se despertó asustado, se incorporó y recibió una descarga. Herido, caminó un poco, otra descarga por la espalda lo derribó. Fue enterrado en Tequila, Jalisco.[656]

2. 19. San Justino Orona Madrigal

Nació en Cuyacapán, municipio de Atoyac, Jalisco, el 14 de abril de 1877. Ingresó al seminario de Guadalajara el 25 de octubre de 1894. Impresionaba por sus modales y su conducta siempre digna. Estimado por sus compañeros y superiores. Como estudiante no destacó como el mejor, pero era competente y responsable. El 7 de agosto de 1904 recibió la ordenación presbiteral. Desde su ordenación hasta el 2 de enero de 1906 fue vicario de la parroquia de Lagos de Moreno. Del 3 de enero de 1906 al 6 de marzo de 1908, vicario fijo de San Pedro, Analco. Del 7 de marzo de 1908 al 26 de octubre de 1909, capellán de Pegueros, Jalisco, en aquel tiempo, parroquia de Tepatitlán. El 27 de octubre de 1909, se le nombró oficial segundo de la curia eclesiástica de Guadalajara y el 28 del mismo mes y año, capellán del templo de Santa María de Gracia en la ciudad de Guadalajara. El 19 de noviembre de 1912 tomó posesión de la parroquia de Poncitlán, Jalisco y después de un tiempo, pasó como párroco a Encarnación de Díaz. El 19 de octubre de 1916, fue trasladado como párroco a Cuquío. Fundó la congregación religiosa de las hermanas Clarisas del Sagrado Corazón. Su vida estuvo marcada por la cruz, pero se conservó amable y generoso.

El 28 de junio de 1928, llegaba al rancho de Las Cruces, municipio de Cuquío, para planificar la pastoral parroquial con su vicario Atilano Cruz, su compañero de martirio. En la madrugada del 1 de julio de 1928, fuerzas federales y del presidente municipal de Cuquío, irrumpieron violentamente en el rancho y golpearon la puerta donde dormían el párroco y su vicario. El padre Justino abrió y con fuerte voz saludó a los invasores: «¡Viva Cristo Rey!». La respuesta fue una lluvia de balas. Sus restos mortales fueron sepultados en el cementerio municipal de Cuquío.[657]

2. 20. San Atilano Cruz Alvarado

Nació el 5 de octubre de 1901 en Ahuetita de Abajo, perteneciente a la parroquia de Teocaltiche, Jalisco. Su familia era de ascendencia indígena y de costumbres fielmente católicas. En 1917, ingresó en el seminario auxiliar de Teocaltiche. El 15 de noviembre de 1920 pasó al seminario de Guadalajara, donde estudió filosofía y teología. En toda su carrera eclesiástica obtuvo magníficas calificaciones y varios premios, tanto en disciplina como en los estudios. [658] El 22 diciembre de 1924, por orden del gobernador Guadalupe Zuno, los seminaristas fueron arrojados del edificio de San Sebastián de Analco. En junio de 1925, sufrieron otro ataque, por lo que tuvieron que continuar sus estudios, primero en los templos y luego en casas particulares.

Fue ordenado presbítero el 24 de julio de 1927, «en un lugar del arzobispado», o sea, en una barranca y bajo la bóveda del cielo. En julio de 1927, fue nombrado vicario de Cuquío. Ejerció su ministerio, radicando en Agua Blanca. El 29 de junio de 1928 fue llamado por su párroco, padre Justino Orona, y al día siguiente trabajaron juntos en el rancho de Las Cruces. El 1 de julio de 1928, mientras dormían, una descarga cortó la vida de su párroco. Atilano se arrodilló en la cama y esperó el momento de su muerte. Ahí mismo, al amanecer, fue acribillado dando testimonio de su fidelidad a Cristo Rey. Fue trasladado y depositado en la plaza de la población y sepultado en el cementerio municipal.[659]

2. 21. San Tranquilino Ubiarco Robles

Nació el 8 de julio de 1899 en Zapotlán el Grande (hoy Ciudad Guzmán), Jalisco. Era hijo natural. Vivió una niñez llena de pobreza, privaciones y trabajos. El 8 de noviembre de 1909 se matriculó en el seminario auxiliar de Zapotlán. Fue atento y respetuoso con todos. Se distinguió por su talento y piedad. De carácter bondadoso fue muy querido por sus compañeros. Durante la revolución carrancista de 1914, el seminario fue clausurado e incautado su edificio. Tranquilino tuvo que regresar con su familia, pero sin abandonar los estudios. Seguía recibiendo las clases en casas particulares. En 1920, el cura párroco de Zapotlán, Silviano Carrillo, que fue preconizado obispo de Sinaloa, invitó al joven Tranquilino, junto con otros seminaristas, a que le acompañaran a su diócesis para continuar los estudios; aceptaron la propuesta y se fueron a Culiacán, pero su protector murió a los 6 meses de haber llegado a su diócesis. Tranquilino regresó a Zapotlán. En estas condiciones se encontró con el arzobispo de Guadalajara, Orozco y Jiménez, quién lo invitó a continuar sus estudios en el seminario de Guadalajara, aceptando la generosa propuesta del prelado.

 El 5 de agosto de 1923, fue ordenado presbítero por su nuevo protector, mons. Orozco. En septiembre del mismo año fue nombrado vicario de Moyahua, Zacatecas. En 1926, vicario cooperador de Juchipila, Zacatecas. En 1927, residió algunos meses como vicario en Lagos de Moreno y fue nombrado, ese mismo año, párroco sustituto de Tepatitlán.

A principios de octubre de 1928, se dirigió a la ciudad de Guadalajara, para comprar lo necesario para la misa. Alguien le hizo ver que su campo pastoral estaba en la zona de mayor peligro, o sea: en los Altos de Jalisco. San Tranquilino respondió: «Ya me voy a mi parroquia; a ver que puedo hacer y si me toca morir por Dios, ¡Bendito sea!».[660] Una noche en la que se preparaba para celebrar la eucaristía y bendecir un matrimonio, en su parroquia de Tepatitlán, fue tomado prisionero y condenado a morir ahorcado en un árbol de la alameda, un eucalipto en la calzada de entrada a Tepatitlán. Con entereza cristiana, bendijo la soga con la que sería ejecutado, y a un soldado que se negó a participar en el asesinato le dijo las palabras de Jesús: «Hoy estarás conmigo en el paraíso.»[661] Era la madrugada del día 5 de octubre de 1928. Se le dio sepultura en el cementerio municipal.[662]

2. 22. San Pedro de Jesús Maldonado Lucero

Nació en Chihuahua, Chihuahua, el 15 de junio de 1892. Entró en la escuela anexa al seminario que atendían los padres paúles. Se distinguió por su piedad y dedicación al estudio. A la edad de 17 años ingresó en el seminario de Chihuahua, atendido también por los padres paúles. Las condiciones de pobreza por las que pasaba el seminario y la alimentación deficiente, fueron la causa de que Pedro creciera débil y enfermizo.[663] Por esta situación unida a la suspensión de las clases debida a la persecución carrancista de 1914, originaron que Pedro saliera un tiempo, en verdad corto, del seminario, dedicándose a aprender música: piano, armonía y violín. Regresó a fines del mismo año; de 1915 a 1917 estudió teología. A fines del año de 1917 fue enviado a El Paso, Texas, y al año siguiente, el 25 de enero, fue ordenado presbítero. Fue nombrado párroco de San Nicolás de Carretas, inmediatamente después de su ordenación. El 17 de noviembre de 1922, párroco de San Rosa, Cusihuiriachic, Chihuahua. El 30 de septiembre de 1923, párroco de Ciudad Jiménez. En 1924, de Santa Isabel.

En 1931-1932, se desató una nueva persecución en Chihuahua, cuyo pretexto era cumplir los preceptos persecutorios para quedar bien con el presidente Abelardo Rodríguez, que trataba de intensificar la enseñanza socialista en las escuelas. Entonces, se persiguió a los sacerdotes, se les desterró, se cerraron templos y se obligó a los maestros a firmar declaraciones impías. También se prohibieron las manifestaciones de protesta.

En 1934 Pedro fue secuestrado y amenazado de muerte por la policía y desterrado a El Paso, Texas. Ese mismo año pidió permiso a su obispo para regresar a su parroquia.

La Semana Santa de 1936 la celebró con especial solemnidad; el Viernes Santo, una persona le llamó para que fuera a confesar unos enfermos en un lugar peligroso de la parroquia. Al regresar, él y sus acompañantes fueron sorprendidos por los balazos que llovían de todas partes, pero salieron ilesos.

El 10 de febrero de 1937, encontraron un pretexto para aprehender al celoso sacerdote.[664] Había amanecido quemado un salón de la escuela y dijeron que Pedro Maldonado había sido, y por ese motivo, lo mandaron arrestar. Pero era falso pues una profesora de la escuela, en voz alta, dijo a los verdugos oficiales, que el padre Pedro era inocente del cargo que se le imputaba. Fue conducido a la presidencia municipal de Santa Isabel en donde fue brutalmente golpeado y dejado medio muerto. Como llevaba la reserva del Santísimo en el relicario para asistir a los enfermos, éste se abrió y se tiraron las sagradas formas. Uno de los esbirros las recogió y se las metió al sacerdote en la boca diciendo: «Cómete esto». Por manos de su verdugo recibió el último viático. En estado agónico fue trasladado a un hospital público de Chihuahua. El 11 de febrero de 1937, aniversario de su ordenación sacerdotal, entregó su vida por Cristo Rey. Fue sepultado en el cementerio de Dolores, en la ciudad de Chihuahua.[665]

2. 23. Seminarista Tomás de la Mora

En el Boletín de los alumnos del Pontificio Colegio Pío Latino Americano, en septiembre de 1928, se daba una terrible noticia. Un seminarista de sólo 16 años de edad había sido ajusticiado en la persecución que asolaba a México. Tomás de la Mora, joven estudiante del seminario de Colima, había sido aprehendido el día 5 de agosto de 1927, cuando jugaba con sus hermanitos, por una escolta de soldados. La madre de Tomás, al darse cuenta, daba voces de angustia; pero el valiente muchacho le dijo: «No te aflijas mamá; dame tu bendición, y si no nos vemos en esta vida, nos veremos en el cielo», se puso de rodillas y la madre le dio su bendición, quedando deshecha en llanto. El chico caminó en medio de la escolta. Fue llevado al jefe de armas, el interrogatorio y el martirio queda así narrado, con un estilo que recuerda las primitivas actas de los mártires romanos:

Jefe: «¿Ya es usted de esos valientes y bravucones rebeldes y aún tiene leche en los labios?»

Reo: «Si fuera valiente y bravo, andaría con mis hermanos luchando por Dios, pero como soy cobarde, desde aquí los ayudo, porque tengo para mí que todos los cristianos estamos obligados a librar a la Santa Iglesia de la esclavitud en que la tienen los tiranos y a reclamar su libertad, los que aún tenemos leche en los labios y los que tienen barbas en los labios.»

Disgustado el jefe ordenó que fuera brutalmente golpeado. Salió Tomás con la cara hinchada y amoratada de los golpes: ya de nuevo en presencia del jefe, siguió éste su interrogatorio:

Jefe: «Te daré libre si prometes no comunicarte más con esos fanáticos.»

Reo: «Me comunicaré en seguida nuevamente y les contaré lo que me pasa, porque no puedo vivir de ocioso cuando mi madre llora.»

Jefe: «Lleven a colgar a ese fanático: salga una escolta.»

Reo: «La tardanza me molesta.»

Salió el reo al patíbulo, y al pasar por el llamado «Zalate de Juárez», dijo: «este es lugar de ignominia, aquí cuélguenme, para que se trueque en bendición el lugar de maldición.» El jefe de la escolta dispuso que se colgara enfrente del Zalate: ya en el lugar, un soldado se acercó a echarle la soga al cuello. Tomás le dijo: «no me toque, desgraciado, me mancha.»

El soldado: «¿Por qué?»

Reo: «Porque ustedes son soldados del diablo y nosotros de Cristo Rey: deme la soga.»

La tomó, se la echó al cuello y siguió diciendo: «Ustedes se han puesto a pelear contra Dios y a Dios no lo vencen porque Dios es el triunfador.» El Jefe de la escolta dice: «¿Tiene que pedir alguna gracia o arreglar algún negocio?»

Reo: «Ningún negocio me queda por arreglar en esta vida, todo lo tengo listo para la marcha, ante Dios, tengo muchos asuntos que arreglar: primero, pedir a Dios que quite la venda que ciega a ustedes: segundo, pedir por mis afligidos padres, y tercero, pedir por la Iglesia y por mi patria.»

Jefe: (con sorna) «¿Para ti no pides o tienes que pedir?»

Reo: «Nada pido para mi. Cristo tiene méritos adelantados para salvar a millones y sé que él me salvará porque soy de los suyos y muero por él. ¡¡Qué viva Cristo Rey y la Virgen Santísima de Guadalupe!!»

El jefe ordenó que jalaran de la soga y Tomás quedó suspendido, volando en pocos momentos su bella alma al cielo.[666]

Nombre

Nace

Edad

Fecha del martirio

Lugar

David Galván

1881

34

30-I-1915

Guadalajara

Luis Batis

1870

56

15-VIII-1926

Chalchihuites, Zac.

Jenaro Sánchez

1886

41

17-I-1927

Tecolotlán, Jal.

Mateo Correa

1866

61

6-II-1927

Durango, Dgo.

David Uribe

1888

39

12-IV-1927

San José, Vistahermosa, Mor.

Julio Álvarez

1866

61

30-III-1927

San Julián, Jal.

Sabás Reyes

1883

48

13-IV-1927

Tototlán, Jal.

Román Adame

1859

68

21-IV-1927

Yahualica, Jal.

Cristobal Magallanes

1869

58

25-V-1927

Colotlán, Jal.

Agustín Caloca

1898

29

25-V-1927

Colotlán, Jal.

José Isabel Flores

1866

61

21-VI-1927

Zapotlanejo, Jal.

José María Robles

1888

39

25-VI-1927

Ameca, Jal.

Miguel de la Mora

1874

53

7-VIII-1927

Colima, Col.

Rodrigo Aguilar

1875

52

28-X-1927

Ejutla, Jal.

Margarito Flores

1899

28

12-XI-1927

Tulimán, Gro.

Pedro Esqueda

1887

40

22-XI-1927

Teocaltitán, Jal.

Jesús Méndez

1880

48

5-II-1928

Valtierrilla, Gro.

Toribio Romo

1900

28

25-II-1928

Agua Caliente, Jal.

Justino Orona

1877

51

1-VII-1928

Cuquío, Jal.

Atilano Cruz

1901

27

1-VII-1928

Cuquío, Jal.

Tranquilino Ubiarco

1899

29

5-X-1928

Tepatitlán, Jal.

Pedro de Jesús Maldonado

1892

45

11-II-1937

Chihuahua, Chih.

No hemos renunciado al tono hagiográfico en las breves biografías descritas, simplemente porque los sacerdotes martiri-zados son santos y no sólo a causa de su martirio, sino también por una vida sencilla, entregada al servicio de sus hermanos, que culminó con la efusión de su sangre, por odio a la fe. Oímos varias veces decir al padre Alfredo Vizoso Andrade MSpS,[667] primer postulador de la causa de los santos mártires mexicanos, que se habían escogido «figuras limpias», es decir, sacerdotes que permanecieron alejados de toda política o implicación directa con la lucha cristera; simple y llanamente fueron pastores que se mantuvieron fieles a su quehacer sacerdotal acompañando a sus feligreses en la experiencia amarga de la persecución y que fueron sacrificados por odio a la fe. Esto nos hace ver dos cosas: que estos sacerdotes sencillos, la mayoría de extracción humilde, tuvieron una formación espiritual de tal calado que les permitió ser fieles hasta el heroísmo. Son por eso fruto de una formación y timbre de gloria cristiana para los seminarios en los que les tocó vivir. Y la segunda, que hay todavía otras figuras sacerdotales, también entregadas a su ministerio y también mártires, pero con una problemática más compleja, que necesitan de un discernimiento y estudio histórico que aclare su situación.

Por último, resaltar algunos datos significativos en las figuras antes presentadas; de los 22 mártires canonizados, todos estudiaron en seminarios mexicanos; la mayoría pertenecen a la arquidiócesis de Guadalajara; la edad promedio es de 45.2 años; el mayor tenía al morir 68 años (San Román Adame) y el menor 27 años (San Atilano Cruz); casi todos ejercitaban su ministerio en pueblos relativamente pequeños. Todos tuvieron en vida, el amor y respeto de sus feligreses, y desde su muerte cruenta, fama de santidad entre el pueblo siendo invocados y puestos por intercesores.

Los años de persecución, con toda su carga de violencia y sufrimiento, abrieron una brecha en el catolicismo mexicano; pero, la Iglesia mexicana, a pesar de sus difíciles relaciones con el Estado laico, o tal vez gracias a ellas, mostró que estaba hondamente arraigada en la vida del pueblo en todos los niveles sociales; se reveló como una organización capaz de soportar las crisis más severas. Era una Iglesia regida totalmente por obispos y sacerdotes mexicanos, que enfrentó un calvario para llenarse de vida.

3. Los seminarios

El esfuerzo realizado por los obispos para mantener la formación del clero había sido muy significativo y la última persecución, si no fue la más sangrienta, sí fue la más cruel, pues adquiría esos tintes de legalidad que exasperaban a los católicos. Por eso se veía como más honda y más tenaz, astuta y solapada, pues estaba desarrollada sobre bases legales y con ideologías muy activas.

Sin embargo, poco a poco, las olas de la tempestad se fueron serenando: Hubo una aparente moderación a partir de 1937. Un elemento favorable lo constituyó, sin duda alguna, la promoción del obispo auxiliar de Morelia, el michoacano, monseñor Luis María Martínez, como arzobispo de México en febrero de 1937.[668] Monseñor Martínez de una personalidad llana y a la vez profunda e inteligente, supo atraerse la voluntad y simpatía del también michoacano, Lázaro Cárdenas. Algunas gestiones diplomáticas del embajador de Estados Unidos, Mr. Joseph Daniels,[669] contribuyeron también a ir limando asperezas entre la Iglesia y el Estado.[670] De tal manera que a partir del verano de 1937 se puede decir que las cosas empezaron a normalizarse. Aunque esto no quiere decir que todo cesara de un golpe, pues en enero de 1937, por ejemplo, el seminario de México, en Tlalpan tuvo una amenaza de clausura, pero siguió adelante.[671]

Poco necesitaba la Iglesia para subsistir con cierto decoro y florecer. Otra vez se empezaron a buscar casas más o menos adecuadas y a tener la posibilidad de una formación estable, dejando atrás los incómodos anexos de templos y parroquias y las casas de particulares. Además, Cárdenas con su política económica nacionalista acometía la expropiación de la industria petrolera en marzo de 1938. Con este gesto terminaba, de algún modo, con los eternos problemas de servicio a los intereses de Estados Unidos, pero era una medida política arriesgada que tuvo la virtud de reavivar el sentimiento de unidad nacional. Los mismos obispos manifestaron su adhesión a esta medida. Se abría un campo para el entendimiento.[672]

El camino para desarrollar nuevamente de manera digna la formación del clero dentro de la geografía mexicana, estaba en acto. Sin tardanza el episcopado se puso de nuevo manos a la obra. La lucha había sido titánica, los esfuerzos desmedidos, pero no habían faltado ni ayudas exteriores ni vocaciones. Mirando con ojos de fe, Dios había acompañado y asistido a su Iglesia en el largo calvario. También así lo reconocían en Roma. La S. C. de Seminarios envió a los obispos de México una carta para fomentar el cultivo de las vocaciones sacerdotales, en donde felicitaba cordialmente a los obispos.

El cardenal Giuseppe Pizzardo,[673] el 15 de febrero de 1940, reconocía que, después de asumir su cargo como prefecto en dicha Congregación, se había enterado con mucho agrado, del celo y de la solicitud con el que los obispos mexicanos habían atendido a la formación del clero, puesto que no sólo habían procurado que fueran observadas las normas dadas por Roma, sino que, a costa de grandes sacrificios, habían enviado a «sus mejores seminaristas al Pontificio Colegio Pío Latino Americano de Roma y al Pontifico Seminario de Nuestra Señora de Guadalupe en Montezuma de Estados Unidos de América.»[674] El cardenal Pizzardo expresaba la finalidad de la estancia romana de los seminaristas: «para que reciban aquí, junto a la Cátedra de Verdad en un ambiente, el más seguro y favorable que es posible, una exquisita y sólida formación.»[675] Además el cardenal felicitaba calurosamente al episcopado mexicano por sus continuos y abnegados cuidados en el cumplimiento del «grave y delicado deber de trabajar por la formación de sacerdotes santos y doctos.»[676]

Así mismo, después de trazar un perfil del sacerdote ideal, recuerda la severa responsabilidad de los obispos de no admitir a las órdenes sagradas a quienes no les conste que son realmente dignos. Mejor pocos y buenos que muchos, tibios y disipados o indignos. Menciona también la triste realidad de la Iglesia Católica, pues no parece que las vocaciones al sacerdocio aumenten en general, sino que más bien disminuyan. Monseñor Pizzardo pone como causas de dicha escasez: el desconocimiento de la realidad del sacerdocio católico, ya que algunos insisten en verlo como una carrera, que exige graves y continuos sacrificios, y que ofrece menguadas compensaciones. Por eso asegura que es fundamental la educación en la familia y la educación en las escuelas. Después observa que México necesita de un gran número de sacerdotes «fervorosos y diligentes» para contrarrestar la activa y tenaz propaganda antirreligiosa, que se hace con abundancia de medios, y para conservar el tesoro religioso del pueblo mexicano. Monseñor Pizzardo observa que el principal problema del país es la dolorosísima escasez de sacerdotes en la mayoría de las diócesis y que es la tarea de mayor necesidad de los obispos. Por eso invita a trabajar a los obispos, con diligencia, en el fomento de las vocaciones a través de la Acción Católica y, en especial, de la Obra de las Vocaciones Eclesiásticas, establecida canónicamente en muchas diócesis de México.[677] Los párrocos, todos los laicos, en especial las mujeres deben coadyuvar en la creación de becas.

La formación de los jóvenes para el santuario es hoy larga y dispendiosa, que son muchas y delicadas las exigencias del ministerio sacerdotal en nuestra edad tan trabajada por múltiples y antagónicas ideologías y por tantas necesidades de orden moral, económico y social, conviene, pues, excitar la generosa caridad de los fieles para la fundación de becas y el sostenimiento de tantos jóvenes que invocan su socorro, para que puedan responder al llamamiento del Señor.[678]

Esta era la realidad de la Iglesia mexicana vista y expresada desde Roma, que señalaba las tareas a emprender después de tantos años de persecución.

Cárdenas, por su parte, había hecho también un cambio en su discurso frente a la realidad de la Iglesia, que, combatida en todos los frentes seguía omnipresente en la vida del pueblo. En enero de 1940 declaró:

Que la educación debería dar a conocer el aspecto real de la ciencia y la tendencia social de la Revolución, pero respetar al mismo tiempo la facultad de los padres de familia a inculcar libremente en el hogar, las creencias que mejor les parecieran. La escuela no impone, sino sólo explica.[679]

La Iglesia podría seguir adelante, aunque con esa sensación de que «el gobierno permitía», «daba permiso», «toleraba». Un derecho, que era de cada ciudadano se tenía que vivir como un don concedido por la magnanimidad del Estado.

El año de 1940 será un parteaguas para los seminarios; empiezan las noticias positivas. Las iglesias particulares comien-zan a reflexionar sobre el duro camino andado y sacan los frutos obtenidos. Por ejemplo, el seminario de Querétaro celebra sus 75 años de existencia el 2 de marzo de 1940 y en el acta que redactaron para memoria del acontecimiento podemos leer:

…Hoy 2 de marzo de 1940, habiendo transcurrido setenta y cinco años, durante los cuales el Establecimiento ha pasado por muchas vicisitudes, pues no sólo ha tenido que ocupar diversos edificios en la ciudad de Querétaro, sino que muchas veces ha enviado a sus alumnos a poblaciones pertenecientes a otros obispados, la Providencia Divina ha dispuesto que el Colegio [el anexo del templo de San Antonio, antiguo convento franciscano] volviera a ocupar su primera sede y celebrara en ella las Bodas de Diamante. […] …hemos celebrado con intenso júbilo solemne función religiosa Pontifical para dar gracias a Dios por los beneficios que se ha dignado conceder al Establecimiento durante el tiempo transcurrido, especialmente por la formación de 200 Sacerdotes, hijos del Colegio, cuatro de los cuales han sido elevados a la dignidad episcopal y algunos han pasado al estado religioso…[680]

En Guadalajara, las cosas sucedían del mismo modo puesto que, para el seminario: «Las cosas mejoraron poco a poco como resultado de las negociaciones y los pactos oficiales; sin embargo, el cambio fue más perceptible y confiable a partir de 1940.»[681] El seminario tapatío encontró un nuevo solar, instalándose, en el curso 1937-1938 en donde estuvo el hospital de los hermanos juaninos: se abrían los tiempos nuevos de paz.

El seminario de México, enfrentaba grandes austeridades por la escasez de medios materiales, pero «se podían realizar muchas cosas y a la mayoría de los alumnos se les veía también felices.»[682] La pobreza no era motivo para arredrarse, de eso se sabía bastante en los seminarios, así que: «… los alumnos continuaban muy empeñosos en sus estudios y en su formación integral teniendo el cuidado y el cariño especialmente de los padres Superiores».[683]

En la lejana Mérida también se normalizaban las cosas; así escribía el historiador Cantón Rosado:

Hoy [1945] que el gobierno mexicano ha ofrecido garantías a los Seminarios, inspirándose en un alto concepto de la libertad de cultos, el Seminario de Mérida tiende a renacer gracias al empeño progresista de nuestro Arzobispo, quien desea, con la población del pueblo yucateco, reunir en Mérida a los Seminaristas que andaban dispersos en varios establecimientos de la República y del extranjero. Sólo quedan, por ahora, fuera de su proprio hogar, diremos así, los que se hallan estudiando en el Seminario mexicano de Montezuma. Ahora no aspiramos los católicos mexicanos a que el gobierno nos ayude, como en otro tiempo, subvencionando a nuestros Seminarios; sólo le pedimos que nos permita vivir a la sombra de la libertad…[684]

La verdad es que el gobierno no ofreció ninguna garantía a los seminarios, ni mucho menos se inspiró en un alto concepto de la libertad de cultos para que las cosas cambiaran. Ocurrió que el general Manuel Ávila Camacho [685] había lanzado su candidatura a la presidencia de la República, para suceder a Lázaro Cárdenas. Entonces realizó una extensa campaña electoral y al encontrarse en Jalisco, en Zacoalco, a mediados de enero de 1940, fue recibido con gran entusiasmo por la población. Ahí pronunció un importante discurso en el que declaraba abiertamente que en México era necesaria la libertad religiosa, por lo que recomendó a los padres de familia que enviaran a sus hijos a la escuela, sin temor a una aplicación rigurosa del artículo 3º de la Constitución:

Agregó –decía el articulista– que tiene la creencia de que la actual contienda política no dará margen a que empuñen las armas hermanos contra hermanos. Expresó satisfacción por hallarse nuevamente en tierra jalicience, donde hace diez años los ejidatarios que ahora lo escuchaban, empuñaron las armas en defensa de las instituciones nacionales. [686]

Algo estaba cambiando. El domingo 7 de julio de 1940 se efectuaron las elecciones para presidente de la República. Resultó electo el general Manuel Ávila Camacho que tomaría el cargo el 1 de diciembre del mismo año. En realidad, con el gobierno de este general se iniciaba un cansado modus vivendi entre la Iglesia y el Estado. No se había abrogado ninguna ley persecutoria, el laicismo del Estado permanecía igualmente intenso aunque renunciaba a la agresividad anteriormente usada. Este estado de precario equilibrio se prolongará por cincuenta años, con sucesos alternados. Pero la Iglesia necesitaba poco para florecer. Como las plantas de la montaña que con poca tierra y agua, mucho sol y aire, florecen, así la Iglesia de México.

Al repasar los años de 1910 a 1940 advertimos que, si bien la Iglesia en México estuvo sujeta a graves presiones y fue abiertamente perseguida y obstaculizada, su labor no cesó. No dejaron de llegar seminaristas a tocar las puertas de los seminarios. No dejó de haber profesores que impartieran las clases, aunque en tres periodos fue cortado el proceso formativo. No dejó de interesarse el pueblo fiel por la suerte de sus sacerdotes, obispos y seminaristas.

El cuadro de obispos que gobernaron, con innumerables dificultades la Iglesia mexicana durante este periodo, nos habla de un episcopado generalmente bien cualificado y, en su mayoría, académicamente preparado. En cuanto a la formación que recibieron, cabe destacar el marcado influjo de la formación jesuítica, puesto que el 32% de ellos estudiaron en la Universidad Gregoriana de Roma y fueron alumnos del Colegio Pío Latino Americano. A esto debe agregarse el número, no despreciable, de sacerdotes de varias diócesis que fueron a estudiar también a Roma y regresaron a prestar sus servicios en el seminario. En la formación del clero mexicano de este periodo se puede hablar de un aprecio general por los valores que aportaba la Compañía de Jesús. Los obispos y sacerdotes formados por ellos fueron sus más firmes admiradores.

De entre los ochenta y tres obispos que hubo en ese tiempo, pudimos cerciorarnos de la experiencia directa que tuvieron en la formación de los sacerdotes. Un porcentaje muy alto de ellos (89%) tuvo contacto directo con los seminarios antes de ser obispos. Por lo tanto se puede decir que los obispos conocían sobradamente el campo de la formación. También, a pesar de todas las dificultades, y a través de ellas, nos parece evidente que en general se puede hablar de celo por los seminarios. En las tareas pastorales de los prelados aparece generalmente el seminario como trabajo prioritario.

Hubo entre los obispos personalidades notables: en el campo de la cultura literaria, poesía, historia, filosofía, espiritualidad, vida mística, etc. Muchos obispos influyeron con fuerza en el ambiente en el que les tocó vivir. Cabe señalar la pobreza de la Iglesia mexicana que para dar un grado académico a los eclesiásticos, tenía o que enviarlos a la capital del país a la Pontificia Universidad de México o al extranjero. Para que una diócesis tuviera un doctor había que hacer gastos más que extraordinarios

Es importante señalar también la vida de santidad de algunos prelados: su fe y tenacidad, su fecundidad apostólica y su entrega por los demás. Ésta les ha valido el reconocimiento de sus iglesias particulares y se espera el estudio que profundice sus vidas, aguardando el dictamen de la C. para las Causas de los Santos y la declaración de sus virtudes heroicas de parte del Sumo Pontífice. Estos frutos han iluminado y confortado a la Iglesia en su caminar.

Las sombras que hubo en el episcopado mexicano, a nivel colectivo, pueden quizá sintetizarse en una sola, a nuestro parecer la más notable: la falta de unidad de criterios en la dolorosa contienda cristera que terminó por abrir brechas y divisiones entre los católicos. A nivel individual, nos parece que no es el foro adecuado para señalar lunares.

Los sacerdotes martirizados entre 1915 y 1937 sintetizan de algún modo el proceso de persecución contra la Iglesia de México, por parte del Estado. Veintitrés presbíteros, la mayoría de humilde extracción, curas o vicarios de pueblo, celosos de su feligresía, todos alumnos de los seminarios mexicanos. Entregaron su vida en el ministerio cotidiano de servicio a sus hermanos y la perdieron por odio a la fe y por haber permanecido al lado de los suyos. Su tenor de vida nos habla probablemente de los valores asumidos durante su formación: responsabilidad, fe profunda, celo por el bien de la comunidad encomendada, amor a Dios y a los suyos. Estudiando la sencillez de sus historias podemos decir que fueron el fruto maduro de los seminarios que los acogieron, puesto que la educación eclesiástica, apuntaba y apunta a la formación de pastores que se identifiquen con Cristo, Buen Pastor.

La narración del martirio de cada uno de estos hermanos en la fe, pone en evidencia también la brutalidad de los medios utilizados por el gobierno. Es como si en cada uno de los mártires se hubiese encarnado el espíritu de odio y revancha que asoló por aquellos días a la Iglesia. Quedan los testimonios de vida y muerte de los que supieron resistir hasta el final para fecundar con su sangre el devastado huerto de la Iglesia. Quedan los testimonios orales y gráficos de una barbarie institucionalizada. Pero sobre todo queda en evidencia la honda raíz de una fe católica, piadosa y sencilla, y también heroica, que mostró al mundo la profundidad del alma mexicana.

A partir de los últimos meses del año de 1937, el discurso oficial respecto a la educación comenzó a perder su fuerza corrosiva. Debido a la evidente derrota en el campo de la educación y persistencia de la fe católica o porque el partido oficial necesitaba apoyo ante la expropiación petrolera que afectaba a las compañías extranjeras; o también porque el arzobispo de México, simpático y llano, pero sagaz diplomático, limó asperezas con su paisano Lázaro Cárdenas, se iniciaba una nueva era de tolerancia: modus vivendi que, en cierto sentido, volvía a ser como antes de la revolución de 1910. Las leyes no se tocaron, pero tampoco se aplicaron en todo su rigor. A partir del gobierno de Manuel Ávila Camacho, el discurso se volverá más tolerante respecto a la Iglesia, y en particular hacia la educación. Los católicos mexicanos, otra vez, vivieron estas concesiones, que son derechos humanos, como algo extraordinario e iniciaron con sus altibajos un cansado estira y afloja que permanecerá por mas de cincuenta años.

Y la Iglesia, que poco necesita para florecer y dar frutos empezó otra vez a organizar su vida. Los seminarios fueron tarea prioritaria en la mayoría de las diócesis. Poco a poca van llegando ecos del entusiasmo y de empuje de la vida renovada en una Iglesia duramente probada. Los obispos, los primeros, se dieron al trabajo en favor de las vocaciones y a buscar locales apropiados a los nuevos tiempos. La Iglesia en México, a pesar de los pesares, logró conservar esos centros de entusiasmo juvenil por los grandes ideales, centros de irradiación de cultura, vida cristiana y noble entrega.

 


 

 

 

CONCLUSIONES FINALES

I. APROXIMACIÓN HISTÓRICA DE 1900 a 1940

México vivió en los comienzos del siglo XX una etapa de consolidación y florecimiento. La llegada de Porfirio Díaz al poder en 1877 trajo para todos una era de paz y bienestar. El Porfiriato proporcionó una nueva estructura económica, moderna y competitiva que permitió al país crecer en infraestructura y ampliar su red de servicios y comunicaciones. Por fin la nación lograba una industria a nivel de competencia mundial; se pudo tener una producción minera de primera línea y la agricultura y la ganadería tomaron importancia relevante en la economía nacional y mundial. Se superó la estructura feudal y se pudo participar en un nivel internacional.

Sin embargo el desarrollo económico no estuvo acompañado por un desarrollo social, pues la desamortización de bienes efectuada en tiempos de Juárez creó una nueva clase de latifundistas que generaron estructuras de producción con una mano de obra en semi-esclavitud.

El gobierno de Díaz buscó dotar al país de un sistema educativo moderno bajo el ideal del positivismo de Orden y Progreso, educando a las nuevas generaciones en un ateísmo práctico, si bien no hizo a un lado la educación religiosa. El quehacer político de Díaz «esterilizó» a sus contemporáneos que se interesaban por modelos políticos diferentes o disintieron del régimen impuesto. La población mexicana no tuvo escuela política en la democracia; el pueblo no participó en las decisiones y se creó una apatía hacia las cosas públicas que costaría superar. No se enseñó a guardar y hacer guardar la Constitución que regía los destinos del país. Al final del gobierno de Díaz, la poca capilaridad económica y social –México seguía siendo mayoritaria­mente rural–, las desigualdades entre pocos muy ricos y una masa empobrecida, la escasa eficacia de la escuela pública y la falta de cultura política, causaron la caída de un régimen de más de treinta años. El pueblo cansado de promesas e incumplimientos, empujado por algunos líderes, se levantó en armas y obligó a Díaz a dimitir y a salir exiliado al extranjero.

Con la llegada de Francisco I. Madero a la escena política –el 6 de noviembre de 1911– cesaron los levantamientos que habían derrocado a Díaz y también se abrió para el país un paréntesis de esperanza democrática. Su llegada a la presidencia suscitó los anhelos de una vida política en donde el sentir del pueblo tuviera cabida real. Madero, hombre idealista y animado de buenos deseos, no supo mantener la cohesión necesaria para gobernar un país en transición y se vio acorralado entre las presiones de los antiguos privilegiados del régimen de Díaz y de las exigencias de los Estados Unidos a través de su embajada. También la inexperiencia política jugó su papel en este complejo mosaico pues una promesa contenida en el Plan de San Luis, con el que Madero había triunfado, creó grandes expectativas entre campesinos e indígenas; al no poder ser satisfechas se sucedieron los consecuentes levantamientos. Finalmente Madero, el presidente más deseado, no dio gusto a nadie. Un grupo de generales exporfiristas, Bernardo Reyes, Félix Díaz y Manuel Mondragón dieron un golpe de Estado. Madero nombró al general Victoriano Huerta para sofocar la rebelión y éste lo traicionó. Madero y su vicepresidente Pino Suárez fueron asesinados. Victoriano Huerta montó una farsa política y fue declarado presidente interino el 19 de febrero de 1913. El escandaloso ascenso de Huerta al poder fue silenciado por todos y fue reconocido por la mayoría de los países extranjeros excepto por Estados Unidos –cuyo embajador había tenido parte en la caída de Madero– y Argentina, Brasil y Chile, a petición de los primeros, debido a sus intereses políticos y económicos sobre México.

El breve gobierno de Huerta (19 de febrero de 1913 a 15 de julio de 1914) no consiguió más que hacer saltar a los campos el explosivo movimiento constitucionalista, al principio informe y después guiado por Venustiano Carranza. El país sufrió una ola de destrucción sin precedentes el año de 1914. La revolución causó la bancarrota del ya de por sí exhausto erario. El general Álvaro Obregón, aliado de Carranza, tomó la ciudad de México el 15 de agosto de 1914 y se desató el hambre y la muerte a lo largo de toda la geografía mexicana. Carranza pretendió reconstruir el país creando un Estado moderno a través del orden legal. Para ello convocó un congreso que redactara una nueva Constitución; se eligió la ciudad de Querétaro, pero el grupo de diputados constituyentes convocados sólo representaban a la facción carrancista y la Constitución elaborada y promulgada el 5 de febrero de 1917 fue sólo el resultado de la parte más radical del grupo constituyente –encabezada por Álvaro Obregón– que se autodenominaba «jacobina». Las leyes resultantes quedaron teñidas de un anticlericalismo absurdo. Carranza pretendió paliar la situación para congraciarse con la Iglesia, verdadera perdedora en el nuevo marco legal que daba la Constitución, pero la situación se le escapó de las manos.

La nueva Carta no trajo paz a la nación. Álvaro Obregón terminó traicionando a Carranza y ordenó su muerte (24 de mayo de 1920). Con este antecedente subió al poder presidencial. Las facciones del norte habían vencido a las facciones del sur. La personalidad de Obregón y su gobierno (1920-1924) imprimieron su sello a la política y a la economía. El nuevo líder, ambicioso, amante del poder, de mentalidad empresarial, sin escrúpulos y con actitudes serviles ante el poderío de Estados Unidos, se dio a la tarea de reconstruir un país que había quedado en la ruina. Se escogió un modelo de Estado, pretendida­mente emanado de la revolución, que ensalzaba los valores tradicionales mexicanos.

En 1924 por designio de Obregón subió a la presidencia de la República el general Plutarco Elías Calles, hombre enigmático, parco y frío. Gobernó México del 1 de diciembre de 1924 al 1 de diciembre de 1928. Entre sus pendientes políticos estuvieron las purgas o ajustes de cuentas con sus enemigos librándose de todo lo que pudiera estorbar para sus planes. Reestructuró la economía, la escuela y las organizaciones sindicales, campesinas y obreras. Fundó un partido político que sería el brazo largo de poder de un sistema que se reveló inagotable a lo largo de más de setenta y cinco años. Una característica personal marcó su gobierno: el odio hacia la Iglesia. Este grave inconveniente se verá plasmado en el orden legal con la conocida Ley Calles que ordenó elaborar; no era otra cosa que el intento de desbancar a la Iglesia Católica de todo influjo sobre el pueblo. Calles supo organizar de tal modo su permanencia en el poder que alargó su estancia a través del tiempo y, aunque abandonó la silla presidencial, no dejó de ser el artífice de las decisiones políticas más importantes que se tomaron en el país hasta 1934. A este periodo se le conoce como el maximato, puesto que Calles era conocido como el jefe máximo de la revolución. Obregón, que pretendió la reelección para suceder a Calles, y la logró, fue asesinado antes de tomar su cargo, en 1928 por un católico, poniendo a la Iglesia en un verdadero aprieto y echando más leña al fuego de los levantamientos cristeros que se había sucedido en varias partes del país con la promulgación de la Ley Calles. El asesinato de Obregón trajo a la escena política dos gobiernos interinos manipulados por Plutarco Elías Calles; Emilio Portes Gil que estuvo en la presidencia de 1 de diciembre de 1928 al 5 de febrero de 1930 y el de Pascual Ortiz Rubio que gobernó cuando Portes Gil dejó la presidencia hasta el 2 de septiembre de 1932, quitado por no agradar a Calles su manera de gobernar. Vino después un gobierno sustituto encabezado por Abelardo L. Rodríguez que estuvo en el poder hasta el 30 de noviembre de 1934. Entregó la banda presidencial al general Lázaro Cárdenas del Río.

Cárdenas inició su mandato presidencial con el soporte legal emanado de la fobia anticatólica de Calles y no reformó nada; antes bien puso en vigor la ley sobre la educación que prescribía el socialismo como obligatorio para la educación primaria. Pero el gobierno de Cárdenas necesitaba un apoyo mayoritario y hacerse popular ante las medidas políticas que iba tomando, así que, al final de su mandato, que por primera vez era de seis años, el gobierno empezó a dar muestras de tolerancia con respecto a la Iglesia.

II. LA IGLESIA ATRAPADA EN LA TRAMA POLÍTICA

La geografía física de país proporcionó a la Iglesia un escenario variadísimo y a la vez complejo pues los mismos accidentes del terreno, la dificultad de los caminos y la amplitud de las diócesis no hicieron posible la vivencia homogénea de los acontecimientos en los que la Iglesia se vio envuelta. Al iniciarse el siglo XX la estructura de la Iglesia mexicana se presentaba con grandes contrastes: había diócesis ricas o riquísimas y diócesis carentes de lo más elemental. Las ciudades del altiplano central fueron, en general, las mejor provistas. Dos elementos significativos a destacar para todo el periodo son: la extensión de la mayoría de las diócesis mexicanas –especialmente las del norte y las del sur– y la escasez del clero en la mayoría de iglesias particulares. Durante el Porfiriato, la Iglesia pudo restablecerse y dar un impulso a su organización y trabajos apostólicos. Creció el número de diócesis, se abrieron nuevos seminarios, el clero también creció en número y por lo tanto se abrieron por todo el país nuevas parroquias, escuelas católicas y servicios de caridad. Así mismo durante el periodo de gobierno de Díaz la Iglesia pudo celebrar concilios, sínodos, congresos, semanas agrícolas, misiones populares, etc. Se llevó a cabo la coronación pontificia de la Sagrada Imagen de María de Guadalupe, acontecimiento de resonancia internacional. Los obispos mexicanos, trece, pudieron acudir a Roma para participar en el Concilio Plenario de América Latina, acontecimiento que dio impulso a la ya vigorosa vida eclesiástica del país.

En el orden económico, la Iglesia pudo recuperar su patrimonio para realizar su misión. Si bien el Porfiriato no dañó a la Iglesia, las leyes le asignaron un puesto secundario en la organización del Estado; estuvo siempre sujeta a leyes liberales, no aplicadas, pero que amenazaban objetivamente su quehacer. Esto último también se concretó en una relación con Roma, oficiosa y de mera cortesía hacia el gobierno, pero nunca oficial. La Iglesia vivió de cara al Estado entre intrincadas diplomacias y equilibrios, concesiones de parte del presidente, pero siempre controlada por la amenaza de unas leyes contrarias a su existencia.

La caída del régimen de Díaz y la llegada de Madero al poder, llenaron de incógnitas a todo el país, incluida la Iglesia. Se esperaba que Madero, un idealista, ajeno a los radicalismos, daría un espacio de libertad a la Iglesia, cuando menos como la del gobierno precedente, pero la brevedad de su permanencia en el poder y el giro que dieron los acontecimientos hicieron que el camino por el que entraba la vida política de México se tornara excepcionalmente complejo.

El general Victoriano Huerta, que dio un golpe de Estado y acabó con el gobierno de Madero, de algún modo pretendió utilizar las fuerzas que movían los católicos. Había nacido, en las postrimerías del gobierno de Díaz, el Partido Católico Nacional (PCN), alentado por la jerarquía eclesiástica y su empuje preocupó a los liberales, jacobinos y masones en el que vieron una amenaza real. La llegada de Huerta al poder y su instrumentalización de alguna de las estructuras del PCN, fue el pretexto para que a la caída de su gobierno el ejército constitucionalista tildara a la Iglesia de reaccionaria y cayera sobre ella y sus ministros el odio que barrió con iglesias, seminarios, casas episcopales, colegios católicos, bibliotecas, archivos, etc.

La revuelta ocasionó también el exilio de la mayoría de los obispos que se refugiaron en los Estados Unidos y gobernaron sus diócesis a través de vicarios episcopales. Los ejércitos del norte encarnaron de algún modo el odio de los masones, del liberalismo, que aplastó a su paso todo lo que sonara a religión, perpetrando ataques desproporcionados. Los obispos en el exilio, enterados de la situación a través de sus vicarios informaron a Roma de la agresión sufrida: persecución del clero, extorsiones, cárcel, expropiación de bienes; además los ejércitos carrancistas habían profanado templos e imágenes sagradas haciendo burla de la religión e hiriendo los sentimientos del pueblo. No contentos con estos abusos los gobiernos locales habían legislado abusivamente sobre el número de sacerdotes, los sacramentos, las prédicas, etc. Propalaban también el rumor de que el clero había cooperado con el gobierno de Victoriano Huerta para justificar sus desmanes; pero dichos rumores jamás pudieron ser comprobados a pesar de que los carrancistas tenían toda la información pública y privada de los archivos robados. En la sombra se adivinaba el apoyo de Estados Unidos a Carranza y los prelados y los católicos en general afianzaron sus convicciones antiyanquis.

La ausencia de la mayoría de los obispos planteó un gobierno pastoral desde la lejanía y a través de vicarios episcopales. En algunos casos, como en el arzobispado de México, el vicario Antonio Paredes causó graves problemas al mostrarse muy cercano a los carrancistas y haciendo caso omiso de su prelado. Monseñor Paredes, desde su posición privilegiada criticó públicamente el exilio de los obispos, escandalizando a la gente sencilla. La prensa se hacía eco de estas opiniones y los obispos fueron públicamente señalados por haberse alejado del país en tal situación.

En medio de las turbulencias, la Iglesia mexicana se mostraba viva y capaz de resistir la crisis. Nuevos institutos religiosos pudieron nacer y desarrollarse a pesar de las contiendas y dificultades.

La convención constitucionalista guiada por Carranza se reunió en la ciudad de Querétaro a fines del año 1916 con la intención de dar al país un nuevo orden legal. La Constitución promulgada el 5 de febrero de 1917 resultó un cuerpo legal profundamente contrario a la Iglesia y a sus intereses. Los autores, convocados por Carranza, no eran una representación real de la realidad mexicana, sino más bien una parte, la triunfante en la revolución. Entre los diputados constituyentes había también facciones. Triunfó, como señalamos anteriormente, la facción más radical, autodenominada «jacobina», encabezada por general Álvaro Obregón, que impuso sus preferencias.

Los obispos exiliados se organizaron para publicar una solemne y oficial protesta, que pasó casi inadvertida, pero que atrajo la solidaridad de los episcopados de Estados Unidos y España.

La formación de los seminaristas se vio interrumpida casi por cuatro años (1914-1917) en la mayoría de seminarios. Surgió entonces la iniciativa de fundar un pequeño seminario en Castroville, Texas. Esta experiencia ayudó a los obispos a darse cuenta de que era posible trabajar conjuntamente para fines comunes. A la vuelta del destierro, en torno al año de 1919 la Iglesia empezó una nueva etapa de reconstrucción.

La llegada al poder del general Álvaro Obregón planteó a los católicos muchas dudas, pues su política con respecto a la Iglesia, al comienzo de su gobierno resultó errática. Sin embargo la filiación masónica del presidente y los compromisos adquiridos en Querétaro con la facción «jacobina» dominante pronto aclararon las dudas. La ideología marxista repartida en el mundo por la revolución rusa llegó también a México, tiñendo a las grandes asociaciones obreras y campesinas del nuevo Estado mexicano. La práctica antidemocrática de los gobernantes mexicanos, de Díaz en adelante, hizo que, al no permitir opciones políticas diversas, la Iglesia se levantara como la única capaz de cuestionar la legitimidad del régimen y de sus procedimientos. Por eso, en sus prácticas, Obregón tropezaba siempre con la misma piedra: la Iglesia. Cada hecho masivo y popular que organizaban los católicos era visto con desagrado por el gobierno y se procuraba atacarlo, pues era la única verdadera fuerza capaz de rivalizar en arrastre popular. Entre tiras y aflojas, terminó el gobierno de Obregón –que planeaba reelegirse– y la Iglesia tuvo claro al final de su mandato que con él no se podía contar para nada constructivo.

El periodo de gobierno de Plutarco Elías Calles fue especialmente trágico para los católicos. Este general revolucionario fue impuesto por Obregón con la intención de manipularlo. De origen oscuro y personalidad monolítica, tomó a pecho su papel de gobernante-reformador. Aplicado en las tareas de modernización, creyó ver en la Iglesia el elemento discordante a sus planes. Creó una legislación que pretendía el control total de la Iglesia. La aplicación de estas leyes hizo decidir a los obispos mexicanos, previa consulta a Roma, suspender los cultos en todo el país. Entonces, los levantamientos armados se sucedieron en muchos rincones de la geografía nacional. La Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa tomo a su cargo la organización y promoción de la lucha contra el gobierno. La jerarquía, desde el comienzo de la contienda, se vio dividida en los criterios y en las actitudes a tomar. Por casi tres años se libró una desigual batalla del gobierno federal contra los cristeros, en donde hubo víctimas de los dos lados.

Otra vez la formación de los seminaristas se vio gravemente perturbada: los seminarios volvieron a ser confiscados, los formadores y los seminaristas tuvieron que huir y esconderse; fueron perseguidos y encarcelados. Se funcionó en la clandes-tinidad. Muchos laicos y laicas abrieron sus casas para que no muriera el seminario, con los riesgos inherentes que planteaba desobedecer las leyes.

Los arreglos llevados a cabo el 1 de junio de 1929 entre el arzobispo de Morelia, Leopoldo Ruiz y Flores, y el obispo de Tabasco, Pascual Díaz y Barreto, por parte de la Iglesia y Emilio Portes Gil, presidente interino, pusieron fin a la contienda, pero la Iglesia realmente no logró que el gobierno modificara una sola ley de las que la extorsionaban y tampoco cumplió la palabra empeñada de respetar a los amnistiados y regresar seminarios, casas episcopales y parroquiales confiscadas. La Iglesia quedó en un estado incierto y los católicos tuvieron la sensación de haber sido abandonados por sus obispos y por el Papa. Entre el episcopado también hubo malestar porque sentían que los dos prelados que habían conducido la negociación de los arreglos no habían tomado la opinión del resto de los obispos.

Después de esta aparente derrota, la Iglesia empezó otro periodo de reconstrucción que no tardará en volver a ser obstaculizado, sólo dos años después de los arreglos de 1929. Después del gobierno de Emilio Portes Gil, le sucedió Pascual Ortiz Rubio el 5 de febrero de 1930. Este presidente no fue sino un títere de Calles que mandaba desde la sombra. Por lo tanto para la Iglesia no cambiaba el panorama. Los obispos, deseosos de alcanzar la paz y la reconciliación entre todos los mexicanos, ordenaron a los católicos abstenerse de todo recurso a la violencia, prohibieron a sacerdotes y fieles mantener relaciones con los que aún pudieran estar levantados en armas para defender la religión.

La política de Ortiz Rubio no satisfizo a Calles y fue obligado a dimitir el 3 de septiembre de 1932, sustituyéndolo inmediatamente por el general Abelardo Rodríguez. Durante el mandato de éste último, no se hizo sino sólo lo dictado por los intereses de Calles. Entre estos intereses estaba la educación; por eso elaboró una ley que declaraba que la educación primaria –que la Constitución prescribía como obligatoria– debía ser socialista; y así terminó el mandato de Abelardo Rodríguez.

Subió al poder un discípulo de Calles, el general Lázaro Cárdenas del Río. Cuando asumió la presidencia en diciembre de 1934 encontró en vigor la ley que regía la educación pública y privada y se dio a la tarea de aplicarla en todas sus consecuencias. Los obispos protestaron oficialmente ante las cámaras y denunciaron que: 1º En México había un estado de persecución religiosa, 2º Se pedía derogación de las leyes de la educación, 3º Se pedía que se cumpliera lo pactado en los arreglos de 1929 que el gobierno no había respetado. A su vez los obispos creyeron tomar una medida eficaz prohibiendo a todos los católicos enviar a sus hijos a las escuelas públicas que enseñaban el socialismo. Se creó un grave problema de conciencia para los católicos. Parecía no haber alternativa. Los gobiernos estatales se lanzaron a legislar, entre 1934 y 1936, sobre el ejercicio del culto público y los ministros, creando un estado «legal» de persecución religiosa. La aplicación de la ley sobre la educación socialista acarreó innumerables altercados entre los maestros y los católicos; especialmente en los pueblos pequeños. Los obispos exhortaban a los católicos a que, sin cobardías ni vacilaciones, cumplieran con el deber que Dios y la Iglesia les imponía respecto a la educación de sus hijos. También los católicos, acosados por muchos lados, reaccionaron en ocasiones con violencia: algunos maestros y maestras fueron mutilados y vejados; especialmente repugnante para los católicos resultó la impuesta educación sexual a sus hijos. En este periodo del gobierno de Cárdenas, otra vez los seminarios quedaban clausurados y los planteles volvían a ser expropiados. Se hacía cada vez más urgente pensar en un modo estable para dar formación a los jóvenes que no dejaban de llegar a los seminarios.

Poco a poco, hacia 1937, el discurso oficial del gobierno empezó a variar. Tal vez al darse cuenta de que no era posible erradicar del pueblo su pertenencia a la Iglesia Católica y su fe en Jesucristo y la Virgen de Guadalupe, o porque se necesitaba un consenso nacional ante los acontecimientos políticos desencadenados por la expropiación de la industria petrolera que tocaba intereses de los Estados Unidos, el caso es que se fue creando un ambiente de tolerancia que permitió nuevamente a la Iglesia emprender el camino hacia la reconstrucción.

En 1940, con el cambio de gobierno en la persona de Manuel Ávila Camacho, se abría un tiempo nuevo para la Iglesia. Sin haberse mudado las leyes, éstas dejaron de aplicarse y entonces se inició un modus vivendi, en ocasiones cansado pues de tarde en tarde se sucedían incidentes desagradables, pero al menos, la subsistencia del la Iglesia, la formación del clero, la vida sacramental y la transmisión de las verdades de la fe, fueron «toleradas».

III. LAS LEYES CIVILES Y LA IGLESIA

Las leyes civiles, fruto de la revolución mexicana, tuvieron un impacto destructivo en la vida de la Iglesia: podemos ubicar tres etapas principales, que son el hilo conductor de todo este periodo.

Las leyes de la Constitución de 1917: Los campos de batalla contra la Iglesia fueron: el de la enseñanza, recogido en el artículo 3º. El de la libertad, pues se excluía la posibilidad de la vida religiosa, en el artículo 5º. El culto religioso que lo limitaba al ámbito privado, en el artículo 24º. El de la propiedad de bienes, que prohíbe a la Iglesia adquirirlos y le expolia de los que posee, en el artículo 27º. El que quita la nacionalidad mexicana a quien recibe títulos o funciones de gobiernos extranjeros, dirigido especialmente a los obispos, en el artículo 37º. El que pretende regular la vida eclesiástica y a la vez desconoce la personalidad jurídica de la Iglesia, en el artículo 130º.

Este cuerpo legal, código fundamental, dejaba también para el futuro la puerta abierta a modificaciones más radicales. Destruía prácticamente la personalidad jurídica de la Iglesia al desconocer su existencia.

La Ley Calles en materia de culto religioso, puesta en vigor el 31 julio de 1926. Un cuerpo de treinta y tres artículos que no dejaba ningún resquicio a la vida de la Iglesia, pues tocaba: educación, vida religiosa, sanciones a la actitud crítica del gobierno, prohibía publicaciones confesionales, acción política de los ministros, práctica del culto, posesión de bienes, restringía el número de sacerdotes y de templos, etc. Golpeaba en la médula la vida de la Iglesia, por eso los obispos deciden suspender los cultos en todo el país.

La Ley sobre la obligatoriedad de la educación socialista que modificaba el ya de por si anticatólico artículo 3º constitucional. Esta ley entró en vigor el 1 de diciembre de 1934. Excluyó toda noción de religión en las escuelas y aniquiló toda la formación impartida por la Iglesia; escuelas y seminarios.

En estos campos, el Estado Mexicano surgido de la revolución, ateo, masón, divorciado de las tradiciones y raíces religiosas populares, dio batalla a la Iglesia a la que pretendió eliminar del panorama nacional. Esto hizo que las relaciones entre el Estado y la Iglesia fueran de abierta controversia, por más que los obispos se mostraran condescendientes y deseosos de la paz. No era posible una solución o la búsqueda de un camino común, puesto que la propuesta legal del Estado planteaba la eliminación total de la única instancia que cuestionaba su legitimidad y sus procedimientos. La figura más a la mano es la de un ratón y un gato: ¿pueden llegar a un acuerdo? El gato puede jugar un momento con el ratón, pero terminará matándolo, no hay otra posibilidad.

Con este complejo entramado se encontraban los visitadores y delegados apostólicos enviados por la Santa Sede para enterarse de los negocios de la Iglesia mexicana, confortarla y orientarla en las luchas que se estaban librando e informar puntualmente a Roma de lo que estaba pasando. Desde mons. Nicola Averardi, a fines del siglo XIX, pasando por mons. Sanz de Samper, mons. Serafini, mons. Ridolfi, mons. Boggiani, mons. Filippi, mons. Cimino y mons. Caruana, vinieron a enterarse de la difícil situación por la que atravesaba esa porción de la Iglesia Universal. Hombres generalmente bien preparados y con rectas intenciones, tuvieron que sufrir en ocasiones los desprecios y restricciones del gobierno. Algunas veces sus dotes diplomáticas no estuvieron a la altura de las circunstancias y su personalidad y convicciones les hizo chocar con los propios obispos mexicanos; podemos subrayar los casos de Averardi y Boggiani, especialmente. A partir del 1929 la Santa Sede optó por delegados apostólicos mexicanos, que conociendo perfectamente el entramado político-social y la idiosincracia informa-ran de los sucesos mexicanos.

Los Papas se mostraron paternalmente interesados por las situaciones de conflicto en las que se vio envuelta la Iglesia de México, acudiendo con solicitud a sus necesidades. Especialmente atento a la evolución de los conflictos mexicanos se mostró Pío XI. Su preocupación quedó plasmada en una serie de documentos en donde abría su corazón a los católicos y les daba puntos concretos para mantener la fe y la esperanza en medio de las tragedias que asolaba aquella Iglesia particular.

IV. LOS SEMINARIOS

En el periodo de 1900 a 1914, de las treinta y dos diócesis existentes, hubo veintiocho seminarios trabajando, en distintas situaciones concretas y con resultados diversos.

Dos influjos principales recibieron los seminarios en este breve periodo: primero las normas decretadas por el Concilio Plenario de América Latina llevado a cabo en Roma en 1899. La presencia de trece obispos mexicanos ayudó a que dichas disposiciones, recogidas en el título VIII, fueran tomadas en cuenta, estudiadas y aplicadas en los seminarios mexicanos desde el año de 1900. Aunque no contenían ninguna novedad respecto a Trento, suscitaron el interés de los obispos por dedicar mejores esfuerzos a la formación de un clero que debía enfrentarse a las vicisitudes y problemas que planteaba un Estado liberal, ajeno a la religión.

El segundo impulso se recibió a través de la Carta Circular que Pío X dirigía a los obispos italianos en mayo de 1907 sobre los seminarios. Eran disposiciones prácticas, en orden a mejorar la disciplina, el estudio y la piedad de los seminarios; estas normas fueron también aplicadas en los seminarios mexicanos.

Durante estos tres primeros lustros del siglo XX se aprecia que un campo preferencial de atención en la pastoral de los obispos fueron los seminarios. La estabilidad política y social que proporcionó el gobierno de Porfirio Díaz, ayudó a consolidar el trabajo de los planteles eclesiásticos. Notables especialmente fueron cinco de los ocho seminarios arzobispales, que ofrecieron sus abundantes medios a los seminaristas con una plataforma de instrucción seria y diversificada: Puebla, México, Guadalajara, Michoacán y Yucatán.

Como logros de este periodo se pueden anotar los siguientes: Puebla, México y Yucatán estuvieron en condiciones de otorgar grados académicos. Especial esplendor vivió Puebla con la fundación de la Universidad Católica Angelopolitana. Guadalajara, aunque intentó recuperar la facultad de conceder grados académicos, no lo logró, pero la vida de su seminario fue estable y en crecimiento; se fundaron preceptorías o seminarios menores que favorecieron una cultura vocacional y permitieron una cantera de futuros sacerdotes. El seminario de México consolidó su crecimiento y el prestigio de sus estudios y claustro de profesores; contó también con la creación de seminarios menores. El seminario de Michoacán afianzó su prestigio a través de una excelente disciplina y fue pionero en la renovación del método escolástico. El seminario de Yucatán, un poco más modesto en sus medios, contó con la facultad también para ofrecer una formación eclesiástica y civil de buen nivel que influyó en la sociedad en la que se desarrolló; se creó también un seminario menor.

Los seminarios arquidiocesanos, en general, pudieron adquirir mejores edificios, adaptados a las normas de higiene, con posibilidad de separar a los mayores de los pequeños; se instalaron gabinetes científicos, de física, química, astronomía, meteorología, etc.; se enriquecieron las bibliotecas, se buscaron profesores adecuados para iniciarse en las ciencias positivas, etc.

Durango y Antequera también se esforzaron, con buenos logros, en dar a su clero una mejor formación, utilizando todos los medios al alcance de sus posibilidades para mejorar la instrucción de los candidatos al sacerdocio.

Entre las arquidiócesis, Linares fue la que menos pudo hacer en favor de su seminario, por la pobreza económica y la falta de sacerdotes que promovieran y atendieran las vocaciones, a pesar de estar en una sociedad económicamente pujante.

En cuanto a las dificultades, que no faltaron, podemos anotar que fueron más bien de orden interno: el seminario de México viene retiradamente señalado como relajado en la disciplina. Las causas son múltiples: al inicio del siglo, la vejez del arzobispo Alarcón y por tanto su incapacidad para gobernar produjo un cierto descuido de parte de los formadores que causó un entibiamiento del fervor en la observancia de las normas disciplinares; más adelante, alrededor de 1912, el delegado apostólico Boggiani vuelve a dar la voz de alarma denunciando un relajamiento interno en el plantel; achaca el problema al descuido de los formadores que dejan todo en manos de los mismos alumnos, los cuales, según el delegado, no son de fiar por sus costumbres torcidas. Se intentó poner remedio acrecentando el control y la vigilancia.

El seminario de Guadalajara enfrentó una fuerte crisis al morir el arzobispo Ortiz en 1912; entonces el cabildo de la catedral decidió cambiar la manera de repartir los diezmos, provocando la reducción de ingresos económicos al seminario y poniendo en peligro su existencia. La intervención de la delegación apostólica y el nombramiento de un nuevo arzobispo regresaron las aguas a su cauce.

El seminario de Durango, si bien pudo hacer su trabajo adecuadamente, fue un temprano escenario de la revolución que destruyó muy pronto todos sus logros.

Para otros seminarios la verdadera dificultad consistió en la formación de un claustro de profesores adecuado; los obispos no siempre contaban con sacerdotes para destinar al seminario, pues, o los formadores no estaban cualificados, o los que podían atender el seminario tenían otros empleos.

Entre las diócesis algunos seminarios se distinguieron por su seriedad y consistencia, mencionamos: León, Querétaro, Zamora, Aguascalientes, Zacatecas y San Luis Potosí. Las demás diócesis a duras penas pudieron sostener una institución tan necesaria.

Los problemas principales que se pudieron detectar en relación a los seminarios fueron: el escaso número de sacerdotes; la aptitud de éstos para dedicarse a la formación; la imposibilidad de dedicar sacerdotes a tiempo completo en el seminario; la falta de medios económicos seguros y regulares para la manu­tención de los seminaristas; la falta de promoción de vocaciones. Además, cada seminario tuvo sus problemas particulares surgidos de varias causas: las relaciones entre el obispo, el rector y los profesores; el relajamiento de costumbres; la falta de disciplina; la pobreza de medios; la intervención de autoridades externas al obispo, etc.

Otro aspecto que resultó evidente fue que quizá los seminarios más desprovistos estaban en el norte y en el sur del país lo que nos hace patente el centralismo que México ha sufrido desde los tiempos coloniales.

Se puede destacar la pobreza sufrida por las diócesis de Tehuantepec, que habiendo podido fundar su seminario, tuvo que clausurarlo por falta de recursos; Veracruz que no pudo tener un claustro de profesores adecuado y tuvo que echar mano de los propios seminaristas; Campeche ni siquiera pudo tener su propio seminario y Tabasco padeció también una pobreza endémica de medios, personal, vocaciones, etc. Tamaulipas tampoco pudo sostener un seminario que había sido fundado en las postrimerías del siglo XIX.

La conmoción social vivida por la invasión de los ejércitos carrancistas, anticlericales y destructores, sacudió la vida de la Iglesia, tocando su médula con la clausura, expropiación y cierre de los seminarios.

Las congregaciones religiosas tuvieron también un capítulo importante en esta etapa al tomar bajo su cuidado algunos seminarios: en Antequera, Linares, Yucatán y Chihuahua los padres paúles de la congregación de la misión; los operarios diocesanos estuvieron en Cuernavaca y Querétaro, y los eudistas, en Veracruz y Saltillo. Generalmente la presencia de estas instituciones garantizó una organización seria en la formación eclesiástica

V. FORMACIÓN: LOS INFLUJOS Y LA VIDA INTERNA

El interés de León XIII por la renovación de la escolástica dio comienzo en la Iglesia a una vuelta a las fuentes del tomismo; este renacer se vio apoyado por el magisterio de sus sucesores. Así mismo la entrada de las ciencias positivas en la formación de los sacerdotes permitió ampliar los horizontes del conocimiento en los seminarios que las acogieron, al principio, con ciertas reservas.

Para Pío X el sacerdote es el alter Christus que representa a Jesús en el mundo; el seminario, a través de la disciplina y la ciencia teológica, debe ayudar a los candidatos a formar ese ideal en medio de las adversidades del mundo que afectan incluso a dichos planteles; por eso, los centros de formación clerical deben convertirse en ese asilo preservado de la contaminación modernista, restringiendo las lecturas de periódicos, seleccionado adecuadamente los textos, apartándose de las universidades civiles y, sobre todo, manteniendo la disciplina y la vigilancia sobre los alumnos. La decisión de Pío X de autorizar la comunión cotidiana y acortar la edad del primer contacto con la Eucaristía centró la piedad de este periodo volviéndola eminentemente eucarística. También la elevada concepción que se tenía de la santidad del sacerdote recibió un nuevo impulso al subrayar estrecha relación entre el ser y el quehacer de los clérigos, por lo tanto según Pío X, el seminarista ha de prepararse para representar a Cristo en la sociedad, predicar la verdad y trabajar por los hermanos, viviendo una vida santa; estos aspectos se reflejaron en la formación de los seminaristas.

Benedicto XV mostró su interés por la formación sacerdotal, creando la S. Congregación de Seminarios y Universidades de Estudio, para organizar mejor y promover eficientemente la vida de estas dos instituciones. También apoyó las orientaciones de su antecesor, san Pío X, en cuanto a la búsqueda de la santidad sacerdotal, insistiendo en la vigilancia directa de los seminaristas y reordenando los planes de estudio.

El pontificado de Pío XI significó una renovación en la espiritualidad del clero diocesano por la publicación de tratados teológicos y espirituales, pero sobre todo, por su frecuente intervención a través de directrices referentes a la formación de los futuros sacerdotes. Pío XI buscó sobre todo elevar el nivel intelectual del clero y promovió una reforma de los estudios a través de la constitución apostólica Deus Scientiarum Dominus de 1931.

Con los documentos Harent animo de Pío X y Ad catholici sacerdotii de Pío XI se vio fuertemente impulsada la búsqueda de un perfil sacerdotal de mayor calidad y nivel. San Pío X, pastor ante todo, une estrechamente el ser del sacerdote con su quehacer, por tanto, la santidad sacerdotal debe estar en función de los cristianos a los que sirve. Para Pío XI, en tanto que el sacerdote ejercita un doble poder sobre el Cuerpo de Cristo, o sea sobre la Eucaristía, de la que es ministro, y sobre la Iglesia, a la que alimenta y cuida con los sacramentos, está llamado a vivir necesariamente en santidad para realizar esta tarea de mediador público que oficia entre Dios y la humanidad. Y porque tal santidad no se puede improvisar, Pío XI advierte a los obispos de la grave responsabilidad que tienen en la formación de su clero. Insiste en la necesidad de una sólida formación doctrinal, apoyada en la doctrina tomista, usando el método escolástico. Recuerda también que en materia tan grave como es la formación sacerdotal, ha de preferirse la calidad a la cantidad.

Los obispos mexicanos, en medio de las dificultades vividas, procuraron recoger con docilidad las enseñanzas papales y buscaron acoger las normas prescritas por la S. Congregación de Seminarios.

Sobre tres ejes principales giró la formación de los sacerdotes diocesanos: la piedad, la disciplina y el estudio. En los tres tuvo un influjo determinante la Compañía de Jesús, principalmente a través de los sacerdotes formados en el Colegio Pío Latino Americano y en la Universidad Gregoriana, que a su regreso ocuparon cargos directivos en muchos seminarios o fueron promovidos al episcopado.

A. En cuanto a la piedad en los seminarios mexicanos, hubo al menos tres corrientes principales que la animaron: la espiritualidad ignaciana, la escuela francesa y la espiritualidad de la Cruz, siendo esta última de origen mexicano. Cada una subrayó algún aspecto distinto, que a la postre se complementaron.

La espiritualidad ignaciana, volcada en lo pastoral, centrada en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, proporcionó amor a la jerarquía y a la Iglesia, firme devoción a la Virgen María, método de oración, equilibrio humano, obediencia a los superiores, una ascética combativa, etc.

La escuela francesa subrayó la santidad de Dios, el Cristocentrismo, expresado en la devoción al Sagrado Corazón, al Verbo Encarnado, a la Eucaristía. Proporcionó un alto ideal del sacerdocio y del estado clerical en general; un rasgo más paternal en la vivencia de la disciplina en el seminario, inspiró una idea monacal de la vida sacerdotal y en especial de la formación en el seminario.

La espiritualidad de la Cruz enriqueció la piedad de los sacerdotes con la devoción Trinitaria, de talante afectiva; surgió por su influjo la devoción al Espíritu Santo; se afianzó el amor eucarístico al Sagrado Corazón de Jesús, a María; subrayó el amor a la Cruz generando una mística del martirio y de ofrenda constante de la vida en clave sacerdotal.

Se puede decir que la piedad vivida en los seminarios mexicanos brotó de fuentes sólidas, fue tradicional, centrada en Jesús Sacerdote, expresada en la vivencia de la misa y la adoración frecuente a la Eucaristía y el culto al Sagrado Corazón de Jesús.

Durante este periodo hubo una nota novedosa con la introducción de la devoción al Espíritu Santo. La devoción a la Virgen María fue omnipresente, de corte popular y celebrativo; se veneraron algunos santos, especialmente a san José, a santo Tomás de Aquino y a los principales santos de la Compañía de Jesús.

En lo que a reglas espirituales se refiere, la piedad también estuvo marcada por el influjo ejercido por el Colegio Pío Latino Americano. Por lo general la piedad estuvo ligada a una idea de práctica vigilada, contabilizada, un tanto exterior. Se echa de menos el escaso contacto con la Biblia. La persecución reforzó una idea negativa del «mundo» que invitaba a retraerse de él para salvarse, pero a la vez generó una mística del martirio y deseos de entrega de la vida por causa de Jesucristo y su Iglesia. La persecución religiosa no ahogó el entusiasmo a la hora de vivir los actos de piedad y celebrativos; antes al contrario, la situación se presentó como oportuna a los formadores para fomentar la vida de fe, aceptar las humillaciones, enseñar a reconocer la Providencia divina en los acontecimientos adversos, estar dispuestos a sufrir por Cristo y por su Iglesia, etc.

Fue también a través de las asociaciones que los seminarios fomentaron la piedad: la Congregación Mariana se constituyó en la asociación principal en donde los seminarios impulsaron el culto y el amor a la Virgen María con sencillas prácticas y celebraciones. Este culto se vio enriquecido por multitud de advocaciones marianas, pero el culto a la Sma. Virgen de Guadalupe se constituyó en aglutinante de todos los seminarios del país. El Apostolado de la Oración fomentó el amor al Sagrado Corazón de Jesús y la devoción al Papa y a la Iglesia; el Apostolado de la Cruz proporcionó una clave sacerdotal para ofrecer la vida; la Congregación del Espíritu Santo enseñó a los seminaristas a amar e invocar la Tercera Divina Persona, artífice de la santidad.

Los libros de piedad fueron pocos, difíciles de adquirir, la mayoría extranjeros; algunos de origen mexicano, más sencillos y adaptados.

La piedad evolucionó muy poco en estos cuarenta años. Tal vez los puntos más señalados fueron el acento eucarístico, por tanto Cristocéntrico, la idea constante de subrayar la dignidad y exigencia de santidad del estado sacerdotal, la necesidad sentida de «apartarse del mundo» para que las virtudes sacerdotales pudieran florecer.

El ideal sacerdotal que se fomentó, brotaba tanto del magisterio papal como de las escuelas espirituales presentes en los seminarios. Las dos notas más significativas fueron: la excelencia de la dignidad sacerdotal, «la mayor de todas las dignidades, la cumbre de todas ellas» y el sacerdote como hombre santo y sacrificado que entrega su vida y aun enfrenta el martirio para salvar a la sociedad a la que es enviado.

B. En cuanto a la disciplina, esta fue recogida en los distintos reglamentos que tenían los seminarios. Con la llegada del Código de Derecho Canónico de 1917, se dividieron en reglamentos de «antes del código» y de «después del código». El modelo disciplinar fue también el Colegio Pío Latino Americano. Se buscaba el orden y la gravedad en todos los actos del día, vividos por amor a Jesucristo.

La disciplina fue de corte austero: exigente, marcada por la vigilancia constante, con un pesimismo antropológico de fondo, desconfianza de la naturaleza humana y de su actuación. La disciplina dejaba pocos espacios libres a los seminaristas, se buscaba teñirla con la fe y sobrenaturalizar el control continuo ejercido sobre los alumnos. Cumplir fielmente el reglamento se volvió un ideal a alcanzar y el seminarista cumplido era el mejor, a imitación del religioso que se compromete a vivir unas reglas.

Se constata una ausencia total de la mujer en todo el proceso formativo de los seminaristas. Cuando se hace referencia a ella, se habla del «sexo opuesto». En toda la investigación llevada a cabo, sorprende la presencia absolutamente exclusiva de personajes masculinos. Sólo la Virgen María llenó este vacío poco explicable, pero entendible.

Los reglamentos hablan con frecuencia de «rigurosamente», «estrictamente», «severamente». Los horarios son la expresión de la exigencia formativa y hay una tendencia a llenar tiempos de tal manera que se carece de «tiempos muertos». En la reconstrucción de «un día en el seminario» nos podemos hacer una idea clara de lo que significó la disciplina, que los mismos seminaristas de ese tiempo calificaron de «férrea».

Los recreos, paseos y esparcimientos equilibraron la severidad disciplinar. Las vacaciones que, debido a la persecución y por tanto a la falta de casas adaptadas para ellas, eran hechas en familia, fueron vistas con desconfianza y consideradas como peligrosas, pues el contacto con el «mundo» podía arruinar la formación realizada en el seminario, puesto que en ocasiones, la procedencia familiar creaba dificultades objetivamente reales. Cuando no se puede hacer otra cosa que tener las vacaciones en casa, estas serán controladas por el párroco del seminarista y puntualmente informadas al rector del seminario.

Varias veces a lo largo de este periodo se habla de momentos de relajación de la disciplina en ciertos seminarios, especialmente en el de México, que sin duda los hubo y que fueron puntualmente denunciados a Roma. A nuestro parecer debidos más a la falta de personal que vigilase los seminarios –pues la vigilancia era el perno que hacía girar la disciplina– que al descuido de obispos y formadores.

A través de la formación se buscaba hacer del sacerdote un hombre, pulcro, impecable, sin afectaciones, pobre, pero con una presencia digna e inconfundible de su estado clerical. Se percibe también, a lo largo de los cuarenta años investigados, poca evolución en la disciplina.

C. El estudio en los seminarios mexicanos se vio encuadrado en el ambiente de renovación de la escolástica que vivía toda la Iglesia. León XIII promovió esta renovación de la filosofía y la teología escolásticas ante la crisis que vivía la cultura europea. El Papa creía que los pensadores y filósofos que habían prescindido de la fe en sus reflexiones habían llevado a Europa a una fuerte crisis de valores, por eso propuso el restablecimiento de la doctrina de santo Tomás, con objeto de inyectar el elemento de la fe a la reflexión, especialmente la filosófica. Esta renovación se vio enriquecida por la incipiente apertura a las ciencias positivas. Sin embargo, a nivel intelectual, había un concepto negativo del mundo y de las «ciencias sin Dios». Se desencadenaba una lucha entre la escuela laica, que prescindía de toda noción religiosa y la escuela eclesiástica.

Se adoptó a nivel general un tono apologético que en México se vio reforzado por las persecuciones sufridas. La renovación de la escolástica entró en el país especialmente a través de los padres de la Compañía de Jesús. El modelo de estudios fue la Universidad Gregoriana: su plan de estudios, sus horarios, sus teólogos, sus textos fueron el ideal a alcanzar. En los seminarios se «repitió» una teología europea en contraposición con la escuela oficial que buscó sus raíces en las tradiciones «mexicanas». El Estado pretendía crear un nacionalismo cuyos valores se manifestaran en todos los órdenes de la vida pública: escuela, artes plásticas, arquitectura, técnica, literatura, etc. La Iglesia mexicana se replegó en un clasicismo escolar y no se percibe influjo alguno de ese despertar nacional. Los manuales, al tener que venir del extranjero, resultaron escasos, caros y difíciles de adquirir en el país. Cuando no era posible conseguirlos, se remplazaban por apuntes elaborados por el profesor, que en no pocas ocasiones había sido alumno de la Universidad Gregoriana. Los libros de texto que emplearon los seminarios mexicanos, en su mayoría fueron los que se usaban en dicha universidad, por eso el influjo de la filosofía y la teología que manejaron los padres jesuitas fue la que predominó entre el clero diocesano. Así pues, tanto la filosofía como la teología propuestas fueron eminentemente europeas, comentarios de la Summa Theologica de santo Tomás de Aquino y casi nunca la obra del aquinate se leyó en sus fuentes. Se buscó ser fieles a las normativas dadas por la Sede Apostólica en el uso del método escolástico y el empleo del latín, esto último no siempre logrado en todos los seminarios.

La Acción Católica había sido impulsada por la Santa Sede a través de la carta apostólica Paterna Sane Solicitudo dirigida al episcopado mexicano el 2 de febrero de 1926, pero sólo las condiciones que se dieron después de los Arreglos de 1929 permitieron que se materializara un trabajo favorable para desarrollarla; por eso en los seminarios fue hasta los primeros años de la década de los treinta que se comenzó a dar clases sobre este tema. Se buscaba impregnar a los aspirantes al sacerdocio de los principales conceptos que manejaba la Iglesia sobre doctrina social católica con el fin de prepararlos para presentar frente a las ideologías que ofrecía el Estado laico. Generalmente no hubo textos impresos para la enseñanza en los seminarios; se ofrecieron apuntes elaborados por los profesores.

En cuanto a la evolución en el estudio, se notan pocos cambios, el más significativo ocurrió en 1931 con la Constitución Apostólica de Pío XI Deus Scientiarus Dominus en la que se elevaba la exigencia de los estudios en los seminarios que concedían grados académicos. Estas exigencias, si bien pusieron los estudios eclesiásticos a nivel de los estudios civiles, privaron a los seminarios mexicanos de la posibilidad de seguir concediendo grados debido a las penurias sufridas por las guerras continuas, empobreciendo aún más la preparación eclesiástica que podía ofrecer la Iglesia mexicana.

Otro aspecto de la formación: como lo fue la renovación de la música sagrada tuvo su importancia por haber sido la diócesis de Querétaro la iniciadora de la renovación del canto sagrado, aun antes que la Santa Sede lo hiciera y desencadenó una reforma nacional que encontró su eco y propagación en los seminarios.

Las academias literarias que funcionaron en los seminarios facilitaron el conocimiento de las gramáticas latina y castellana e impulsaron los talentos de futuros periodistas, poetas y escritores eclesiásticos. Por otro lado, la prohibición de leer periódicos –medida tomada por Pío X contra el Modernismo–, si bien aisló a lo seminaristas del contacto exterior, también los impulsó a elaborar sus propios periódicos en donde pudieron expresar con cierta libertad e ingenio muchos aspectos de su vida formativa.

El deporte fue adquiriendo carta de ciudadanía en los seminarios y pasó a ser más que una diversión, un elemento activo en la formación del carácter de los alumnos; destacaron el fútbol, el voleibol y la escalada de cerros.

A través de los manuales de urbanidad, europeos, se buscó educar a los alumnos, la mayoría de las veces de extracción humilde, en las costumbres y buenas maneras acordes con la alta imagen que se tenía del sacerdocio.

En cuanto a los problemas que entorpecieron la formación clerical, se pueden sintetizar en «el problema» que significó la revolución y la persecución, resumidos en el abuso del poder del Estado frente a la Iglesia. En este periodo de 1910 a 1940, tres hitos marcaron de inestabilidad a los seminarios: 1914, 1926, 1934. Como el mito de Sísifo, la Iglesia estuvo condenada a volver a empezar cada vez que le eran arrebatados sus seminarios, –casas, bibliotecas, gabinetes– y que eran suspendidos los estudios en los seminarios. Por eso puede decirse que durante este largo periodo la formación de los sacerdotes diocesanos resultó difícil, inestable, marginal, afectada por la pobreza y escasez de medios, en una palabra: deficiente.

La pobreza, si bien fue grave, también fue digna a causa de la liberalidad de los fieles cristianos que no dejaron de sostener a su clero y a sus seminarios.

En este mismo contexto de dificultades acarreadas por las persecuciones, se entiende la pérdida de la posibilidad de otorgar grados académicos que tenían los seminarios de México y Puebla.

Aunque los obispos y formadores hicieron lo humanamente posible y a veces más, la realidad social se impuso. La Santa Sede, al conocer la obra de los prelados por sus seminarios, elogió su proceder y el de los responsables del proceso formativo en los seminarios mexicanos.

VI. EL EXTRANJERO COMO ALTERNATIVA

A. La fundación del Colegio Pío Latino Americano de Roma, fue una excelente intuición que ayudó a cubrir la grave necesidad de las jóvenes Repúblicas latinoamericanas que nacían a la vida política y social en medio de convulsas situaciones civiles. En este contexto de novedad la Iglesia estaba llamada a dar una respuesta a los retos que se presentaban. ¿Cómo formar un clero sabio y santo en medio de tantas estrecheces y desajustes sociales? La respuesta vino de la conjunción de tres elementos: la iniciativa del sacerdote chileno Eyzaguirre, el interés práctico del papa Pío IX y la disponibilidad de la Compañía de Jesús. Muy pronto se reveló que esta iniciativa realmente respondía a una necesidad real. La Iglesia mexicana utilizó, desde el principio, los servicios que ofrecía el Colegio Pío Latino para formar a su clero. En unos cuantos años, la segunda mitad del siglo XIX, los sacerdotes formados ahí vinieron a encargarse de distintas responsabilidades eclesiásticas; se desempeñaron en oficios varios pero sobre todo se dedicaron a la formación en los seminarios, como rectores, directores espirituales, profesores, o en el episcopado. El Colegio Pío Latino Americano de Roma, demostró servir efectivamente y llenar una laguna en la formación eclesiástica mexicana, por eso el envío de alumnos será constante.

La celebración del Concilio Plenario de América Latina el año de 1899 en las instalaciones del Colegio, ayudó a los obispos en conjunto a aquilatar la validez de ese medio formativo que estaba bajo su responsabilidad. Por eso decidieron protegerlo «legalmente» incluyendo un capítulo dedicado a su cuidado.

 Como toda institución humana, el Colegio debió enfrentar innumerables dificultades, casi desde su fundación: con el personal directivo; en el renglón económico; en la deficiente preparación con la que venían los seminaristas; con la salud de los alumnos, etc. Muchas de ellas pudieron sortearse gracias a la buena voluntad por parte de los obispos, a la pericia de la Compañía y al interés de los mismos alumnos.

Una de las dificultades más serias, la deficiente preparación con la que venían los alumnos al Colegio, hizo surgir la idea de volver a acoger niños que llegaran a la formación de humanidades, paliando así la mala preparación en el latín e inculcando desde el principio el espíritu eclesiástico. Esta idea, en un principio aceptada por la S. C. de Seminarios y por el papa Pío X, tuvo su opositor en el cardenal Vives y Tutó que no veía con buenos ojos esa restauración, pues consideraba que era dar marcha atrás a lo que ya en 1905 se había decidido. Algunos obispos opinaban que era una buena idea y estaban más que dispuestos a mandar jóvenes seminaristas. La iniciativa por lo tanto no prosperó y los obispos tuvieron que hacerse cargo de formarlos en las humanidades, especialmente en el aprendizaje del latín, poniendo mayor cuidado, pero con dudoso éxito. A pesar de esta carencia del latín, puede decirse en general, que el material humano se reveló de calidad; alumnos piadosos, aplicados, con resultados satisfactorios en los estudios, obedientes, etc.

Otra dificultad endémica en el Colegio fue la economía causada por varias razones: lo caro que resultaba la vida en Roma, la pobreza de las diócesis latinoamericanas o el poco interés de algunos obispos por ayudar al Colegio. A esto debemos agregar las dos guerras mundiales que abrieron un tajo en la vida del Colegio como cicatrices en un rostro. A causa de ellas, los alumnos mexicanos dejarían de ir al Colegio con lo que esto significó también para el nivel de preparación. Pero las persecuciones intestinas en México, especialmente la orquestada por el gobierno de Plutarco Elías Calles hicieron que los seminaristas enviados al Pío Latino, aumentaran.

Para los obispos tener el Pío Latino significó una buena solución a los problemas que se vivían en México, aunque en verdad sólo para una limitada cantidad de futuros sacerdotes. Para el Colegio, la llegada de grupos numerosos le supuso una «mexicanización» del ambiente, acentuada por la partida de los alumnos brasileños que lo dejaron en 1934 para tener su propio Colegio; esta transformación interna fue vista con ojos minuciosos y no siempre benévolos por los superiores y visitadores. También la llegada de los mexicanos obligó a emprender reformas materiales en el Colegio; el ambiente se homogeneizó al «estilo mexicano», con un predomino en gustos, piedad, manifestaciones artísticas. Se le llegó a llamar, exagerando sin duda, el Colegio «Pío Latino Mexicano».

El estilo formativo del Colegio Pío Latino Americano que inspiró a la mayoría de seminarios mexicanos consistió básicamente en tres elementos: a. Una disciplina severa, controlada por la vigilancia facilitada al repartir a los alumnos por cameratas, siguiendo todas las actividades desarrolladas dentro y fuera del Colegio. b. Una piedad cronometrada, utilizando la sabiduría de las fuentes jesuitas: la meditación ignaciana, los ejercicios espirituales, la dirección espiritual, los retiros mensuales, las visitas al Santísimo, las devociones al Sagrado Corazón y a la Virgen María y una ascésis austera. c. Finalmente unos estudios serios y bien organizados, quizá los mejores que podían ofrecerse en el mundo católico, al frecuentar la Universidad Gregoriana. Los alumnos, por motivos diversos, disponían de muy escaso tiempo para estudiar en el Colegio, lo que los obligaba a aprovechar al máximo las lecciones tenidas en la universidad. A la formación recibida se agrega ese aspecto no fácil de describir que llamaron «romanidad» pero que en esencia consistía en un amor y lealtad a la persona y las enseñanzas del Papa, un aprecio por la obra del papado en la sociedad, la ciencia y la cultura, especialmente en las artes y un amor por las celebraciones litúrgicas solemnes y grandiosas. Tal vez también tuviera un matiz de universalidad cosmopolita, que aportaba el centro cristiano por la presencia del Pontífice.

No se pueden ignorar los problemas surgidos por los brotes de tuberculosis que de tanto en tanto asolaron al Colegio. Dos cosas aparecen claras en la documentación consultada: la higiene deficiente del establecimiento, que se trató de combatir, pero que no dejó de estar presente, y la debilidad de la complexión física de algunos seminaristas. Con las muertes ocurridas la imagen del Colegio resultaba dañada pues al no disponer de medios económicos para que los alumnos regresaran a su patria, tenían que morir ahí. Los superiores buscaron protegerse, exigiendo una selección más cuidadosa de las aptitudes físicas de los alumnos enviados y pidiendo el dinero necesario para repatriarlos, en caso de presentarse la enfermedad.

Otro aspecto que marcó un cambio importante en la vida de las diócesis mexicanas, y también en el Pío Latino, fueron las mencionadas reformas a los estudios emprendidas por Pío XI a través de la Deus scientiarum Dominus en 1931. Por un lado se elevaba el nivel académico de los estudios, como una respuesta de la Iglesia a los retos que planteaba la universidad civil, pero esto hizo que muchas diócesis latinoamericanas dejaran de alcanzar grados académicos con la facilidad con la que antes lo hacían.

El Colegio ubicado en Gioachino Belli nº 3, en la márgenes del río Tíber, a pesar de su grandiosa apariencia, era incómodo, tétrico, frío, poco apto para una vida de seminario. En compensación los alumnos pudieron gozar de una casa de vacaciones que permitía a los seminaristas recuperar las fuerzas.

El Colegio Pío Latino Americano de Roma fue sumamente útil para la Iglesia de México a pesar de los inconvenientes mencionados. Varios de sus obispos y formadores insignes fueron formados ahí; funcionó también como alternativa a la persecución y permitió mantener una calidad indiscutible en la formación de los alumnos que tuvieron la oportunidad de acceder a ella; sólo se podría lamentar que fueran tan pocos.

Un punto quizá a comentar es la imagen que algunos superiores y visitadores tenían de las características físicas y morales del grupo de seminaristas mexicanos; nos parece que es fácil errar cuando se hacen generalizaciones de ese tipo. En cuanto a las constataciones exteriores, es poco discutible la opinión de los visitadores; en cuanto a los defectos: «sentimentalismo», «inconstancia», «tranquilidad», «sometimiento», «timidez», nos parece que se está hablando de otros pueblos, y no del mexicano que en nuestra modesta opinión no es ni tímido, ni inconstante, ni sometido.

Por último constatamos que el Colegio Pío Latino Americano amplificó el benéfico influjo que los jesuitas tuvieron en la preparación sacerdotal de muchos candidatos mexicanos.

B. La persecución religiosa desatada en 1926 por la puesta en vigor de la «Ley Calles», puso otra vez en peligro la formación de los futuros sacerdotes. Por este motivo los obispos mexicanos recurrieron a la benevolencia de sus hermanos obispos de España, quienes habían seguido de cerca las injustas situaciones en las que se hallaba envuelta la Iglesia de México. En España se había mostrado esa conciencia a través de diversas iniciativas de oración, cartas pastorales y denuncias; una simpatía expresada en todo momento. Estos hechos habían sensibilizado a la jerarquía y al pueblo Español. Por eso cuando los obispos de México solicitaron ayuda en favor de sus seminaristas, inmediatamente fueron escuchados y acogidos, no sólo abriendo las puertas de los seminarios, sino también con ayuda a los pagos de la pensión a través de las becas conseguidas.

Aunque el espacio de tiempo en el que permanecieron la mayoría de los seminaristas mexicanos en España fue muy corto, sin embargo fue saludable y beneficioso para ellos. En especial el seminario mexicano de Guadalajara realizó una experiencia significativa al transplantar una parte de sus alumnos teólogos a Bilbao. Por distintos motivos, especialmente de personal, fue una experiencia de carencias y estrecheces, pero se puede calificar de positiva en cuanto que se pudo realizar. A los demás seminaristas que estuvieron en España, fue imposible seguirles la pista pues se atomizaron en toda la geografía española. Es de suponer que se asimilaron a los usos y costumbres que había en los seminarios en los que les tocó vivir. Se puede decir que los mexicanos estuvieron en España en una etapa de renovación espiritual y disciplinar iniciada a fines del siglo XIX por el beato Manuel Domingo y Sol, que repercutió ampliamente en todos los seminarios españoles. Problemas los hubo, y por cierto muy parecidos a los de los seminarios mexicanos: dificultades para conseguir superiores cualificados, profesores pluriempleados y mal pagados, alumnos externos, seminarios sin casas para vacaciones, deficiencias económicas, etc., y además con los problemas específicos que se arrastraban de tiempos pasados, como tener seminaristas fámulos y dos tipos de alimentación distinta. Con todo, la Iglesia mexicana quedó gratamente impresionada con lo que recibió de sus hermanos españoles, confiando en sus usos y costumbres y agradecida por el socorro cristiano prestado en tiempos de necesidad.

C. Mayor trascendencia tuvo la fundación de un seminario interdiocesano, puesto que era una necesidad antigua y real, cuyo origen tuvo dos raíces principales: las diócesis pobres, escasas de clero que no podían tener un seminario y las constantes persecuciones religiosas que ponían en peligro la estabilidad de la formación sacerdotal. La experiencia había llevado a los obispos a improvisar, durante la revolución y posterior persecución carrancista, a la organización de un seminario interdiocesano en Castroville, Texas, que funcionando medianamente bien, tuvo que cerrar sus puertas en 1918 ante la grave amenaza que pesaba sobre los seminaristas mexicanos de ser enrolados en el ejército norteamericano para participar en la primera guerra mundial.

Los obispos de México estaban conscientes de la necesidad que había respecto al clero; muchas diócesis, especialmente las del norte y las del sur, padecían de una carencia endémica de sacerdotes, en número y en formación. Monseñor Tritschler supo poner por escrito esa urgencia en su Memoria de 1919 y fue sin duda el telón de fondo de las deliberaciones tenidas por el episcopado mexicano en noviembre de 1920. La idea fue tomada con entusiasmo por el delegado apostólico en México, Ernesto Filippi, quien la presentó en Roma con toda minuciosidad porque la consideró como un bien realmente necesario y porque respondía también al querer de Pío X, manifestado para Italia y que tantos beneficios había acarreado a esa iglesia particular.

Sin embargo, pese a todas las bondades expresadas en el proyecto del delegado, y al apoyo mostrado por Roma, las circunstancias políticas mexicanas se volvían a imponer con toda su contundencia. La expulsión de monseñor Filippi en enero de 1923 dio al traste con el sueño del seminario interdiocesano. Pero la llama no se había extinguido porque la necesidad persistía.

El nuevo detonante fue la persecución llevada a cabo por Calles y su gobierno, en 1926, que obligó a los obispos a buscar soluciones desesperadas para salvar la formación de los seminarios; una consistió, como hemos dicho antes en llevar seminaristas a España y la otra, en retomar el seminario interdiocesano de Castroville. Esta vez, el interés y previsión de mons. Leopoldo Ruiz y Flores llevaron a solicitar al fundador de los misioneros del Espíritu Santo, el padre Félix Rougier, que se encargara de la fundación de dicho seminario. Se abrió nuevamente en el mismo edificio que había sido seminario en 1914; ahora bajo la responsabilidad de los dichos misioneros. Pero, como el seminario comenzó a funcionar en septiembre de 1929, precisamente poco después de los arreglos entre la Iglesia y el Estado, los obispos pensaron que el plantel ya no era necesario y lo dejaron morir, sólo al año de nacer, al no enviar nuevas vocaciones. No se atendió a la primera razón de ser del seminario, o sea, mantenerlo para las diócesis pobres de clero. Esta falta de visión de conjunto traerá sus consecuencias en el futuro.

Muy pronto los obispos se dieron cuenta que había sido un error cerrar Castroville y en 1931 estuvieron nuevamente planificando su apertura. Otra vez el padre Rougier, alentado por mons. Ruiz y Flores volvió a promover la idea de fundar el seminario interdiocesano, sondeando la opinión de los obispos mediante una carta en 1934 que fue de inmediato contestada positivamente.

La situación política, con la llegada de Cárdenas al poder, volvía a poner a la Iglesia en una situación peligrosa. La exigencia de una ley prescribiendo la educación socialista y excluyendo de ella a todo ministro religioso provocó una grave crisis agravada con la publicación de la encíclica Acerba animi en 1932; el gobierno se mostraba cada vez más incómodo frente a la Iglesia.

Parecía que nada había cambiado en el país después de la sangrienta guerra cristera y de unos presuntos arreglos con el gobierno. Se daba el agravante de que ahora la nueva persecución quedaba amparada por la ley: era pues, según el gobierno, «legal.»

Ante esta nueva embestida la Santa Sede concedía a monseñor Ruiz y Flores, delegado apostólico, el permiso de fundar el seminario interdiocesano y de encargarlo a los misioneros del Espíritu Santo: este permiso se sujetaba a dos condiciones puestas por el Papa: que los obispos se comprometieran a enviar alumnos, para que no pasara lo que había sucedido en 1929, y que los misioneros del Espíritu Santo tuvieran el personal, en número y competencia, capaz de llevar el seminario. Por la situación política mexicana, se decidió fundarlo en Estados Unidos.

En agosto de 1935, la Santa Sede aprobó la fundación del seminario interdiocesano para que se hiciera en Texas y para que lo atendieran los misioneros del Espíritu Santo. Sin embargo, el arzobispo de Guadalajara, mons. Francisco Orozco y Jiménez intervino cuestionando la capacidad de la joven congregación para responsabilizarse del seminario; sugirió que los padres de la Compañía se encargaran de él. Esto ocasionó un debate dentro del episcopado mexicano. Aunque mayoritariamente los obispos mostraron su preferencia por los misioneros, acordaron también poner la grave decisión en manos el papa Pío XI. Este, tras las consultas de rigor, eligió entregar la responsabilidad a los padres jesuitas. Con el apoyo de un comité de obispos de Estados Unidos, que se mostraron benefactores insignes, y después con la total aceptación del episcopado americano, se escogió abrir el seminario en el estado de Nuevo México, en un pueblecito al pie de las Montañas Rocosas, llamado Montezuma y muy cerca de México, en un antiguo hotel readaptado y rodeado de inmensos campos. El seminario pudo abrirse en septiembre de 1937, después de muchos problemas.

Habría que decir que Montezuma nació por una razón especial: la persecución religiosa en México. La Iglesia mexicana pudo tener ese espacio de formación eclesiástica, gracias a la clarividencia, empeño y solicitud del arzobispo Morelia, monseñor Leopoldo Ruiz y Flores, y a la simpatía, generosidad y trabajo asiduo de algunos obispos norteamericanos que se declararon «amigos de México» y lo demostraron con creces.

A los dos años de su apertura, en 1939, Montezuma había acogido en su seno casi tantos alumnos mexicanos como el Colegio Pío Latino Americano de Roma en sus 81 años de fundación. La institución se reveló desde el comienzo de gran utilidad para la Iglesia de México: su ubicación geográfica, a las puertas de México y fácil acceso por ferrocarril; su edificio grande, austero, que permitió un gran número de plazas a disposición para todas las diócesis; su programa de estudios bien organizado, la piedad seria y bien guiada; la continuidad de las tradiciones mexicanas y la posibilidad de una estabilidad en la formación volvieron a dar esperanzas a los obispos. Es también notable que, a pesar de las difíciles condiciones de la Iglesia mexicana, de sus sufrimientos y miserias pudiera mandar tal número de vocaciones sacerdotales. Con los años, muchas de ellas se revelarían excelentes.

La compasión y generosidad de obispos y pueblo norteamericano, con ocasión de Montezuma son dignas de encomio y gratitud. La solidaridad cristiana se extendió con miras largas y frutos permanentes.

La decisión del papa Pío XI de encomendar a la Compañía de Jesús el cuidado de esta institución, también fue acertada, prudente y fructífera. Se necesitaba una experiencia, un personal y una fuerza que otros institutos quizá no tenían. A los misioneros del Espíritu Santo, como observó en su momento el padre Tomás Fallon, les hubiera costado quizá alterar su crecimiento y hacer un esfuerzo con consecuencias difíciles de calcular para la vida del naciente instituto. Finalmente, el estilo formativo dado a los seminaristas, continuaba los criterios de formación aplicados por los padres jesuitas en el Pío Latino de Roma. Si bien en Montezuma adquirieron características propias, por encontrarse sólo seminaristas mexicanos y por encontrarse en Estados Unidos: pobreza, cooperación, trabajos manuales, esfuerzo, alegría. Los alumnos tuvieron la oportunidad de conocer los usos y costumbres de toda la geografía mexicana al convivir con otros seminaristas: las tradiciones y las distintas culturas regionales se fundieron en una interesante convivencia, más positiva y constructiva que negativa. Por su parte la provincia mexicana de los jesuitas trató de aportar sus mejores hombres para dedicarlos al cuidado del seminario: la piedad, el nivel de estudios y la disciplina pudieron florecer adecuadamente y alejados de las revueltas sociales que engendraban tantos sobresaltos.

VII. UN PERFIL DE SEMINARISTA

Si tuviéramos que elaborar un perfil de formación del clero diocesano para el periodo que nos ocupa, podríamos intentar una síntesis que agrupara a la mayoría:

Tipo de seminarista: de procedencia pobre, mestizos o criollos, poquísimos indígenas, algunos de clase media, pocos de clases acomodadas.

Edad de ingreso: entre los doce y los catorce años.

Manutención: la mitad o más, recibían beca de gracia que debían mantener con buenas calificaciones

Requisitos de ingreso: ser hijos legítimos, estar bautizados y confirmados, tener padres o tutores, certificar la buena conducta.

En seminarios de diócesis medias o pequeñas llevar lo estrictamente personal: su ropa y artículos de limpieza;

En seminarios grandes, además, llevar catre, ropa de cama, lavabo, mesilla de noche, etc.

Estudios:

Humanidades cursadas en cuatro años.

Materias: lengua latina, castellano, aritmética, geografía, historia patria y religión.

La filosofía cursada en tres años.

Materias: filosofía racional, lógica, ontología, cosmología, teodicea, álgebra, psicología, física, química, historia universal, historia natural e idiomas que generalmente eran francés e inglés.

La teología se cursada en cuatro años.

Materias: teología dogmática, teología moral, sagradas escrituras, derecho canónico, historia eclesiástica, liturgia, oratoria sagrada, teología ascética y mística, teología pastoral. Muy pocos seminarios dieron nociones de griego.

Lengua de los estudios: latín, aunque con muchos esfuerzos.

Textos: la mayoría extranjeros, costosos, difíciles de conseguir. Se suplieron haciendo apuntes y dictando las clases sobre ellos.

Estilo de las clases: magisterial; se dictaba una «cátedra» que el alumno debía luego repasar para aprender.

Método: escolástico, pero se recurría muy poco a la Suma Theologica.

Canto gregoriano: desde el ingreso del seminario hasta salir de él.

Disciplina:

Era el eje donde se asentaba toda la formación. Había una tendencia a la severidad. La mayoría de los seminarios mexicanos contaban con reglamentos que se debían leer en comunidad y en privado. Se ponía el acento en el fiel cumplimiento de las normas y se vigilaba todo el día a los alumnos. El estado clerical se entendía como una alta dignidad que exige una gravedad en la vida, el comportamiento y las costumbres. Se insistía en la jerarquía de las relaciones, con superiores y profesores, con compañeros y con criados. No parece que haya habido mucha cercanía de los seminaristas con los obispos.

Castigos: corporales ninguno, pero varios de otro tipo dependiendo la culpa, hasta llegar a la expulsión.

Vestido: cuando se puede el talar (que no se quita ni para jugar), cuando no, vestido pobre y pulcro que de algún modo indique el estado clerical.

Comida: sencilla, no siempre abundante.

Visitas exteriores: familia cercana una vez a la semana durante tres horas y en el seminario.

Vacaciones: mejor en comunidad. Cuando no es posible hay que vivir vigilado directamente del párroco.

Prensa: sólo las revistas autorizadas por el obispo.

Piedad:

Tradicional, centrada en el culto eucarístico al Sagrado Corazón de Jesús, a la Virgen María. Con retiros mensuales, ejercicios espirituales anuales y meditación, misa, rosario, visitas al Santísimo y exámenes de conciencia diarios. Pocos manuales de piedad. Gusto por las celebraciones litúrgicas solemnes y fastuosas.

La edad promedio de la ordenación sacerdotal: entre los 24 y 25 años.

Algunas características relevantes de la formación: desconfianza hacia los formandos; concepción antropológica pesimista; ausencia de la figura de la mujer; miedo al mundo exterior; alto concepto del estado clerical; tendencia a apartarse del mundo; asimilación de patrones de vida religiosa; acento puesto en lo disciplinar; insistencia en el cumplimiento del reglamento; estricta jerarquización de las relaciones.

VIII. ALGUNOS LOGROS

Al repasar los años de 1910 a 1940 advertimos que, si bien la Iglesia en México estuvo sujeta a graves presiones y fue abiertamente perseguida y obstaculizada, su labor no cesó. No dejaron de llegar seminaristas a tocar las puertas de los seminarios. No dejó de haber profesores que impartieran las clases, aunque en tres periodos fue cortado el proceso formativo. No dejó de interesarse el pueblo fiel por la suerte de sus sacerdotes, obispos y seminaristas.

El episcopado que gobernó, con innumerables dificultades, la Iglesia mexicana durante este periodo, fue un episcopado generalmente bien cualificado y, en su mayoría, académicamente preparado. En cuanto a la formación que recibieron, cabe destacar el marcado influjo de la formación jesuítica, puesto que el 32% de ellos estudiaron en la Universidad Gregoriana de Roma y fueron alumnos del Colegio Pío Latino Americano. A esto debe agregarse el número, no despreciable, de sacerdotes de varias diócesis que fueron a estudiar también a Roma y regre-saron a prestar sus servicios en el seminario. En la formación del clero mexicano de este periodo se puede hablar de un aprecio general por los valores que aportaba la Compañía de Jesús. Los obispos y sacerdotes formados por ellos fueron sus más firmes admiradores.

Michoacán y Jalisco fueron los estados que proporcionaron la mayor cantidad de obispos. De entre los ochenta y tres obispos que hubo en ese tiempo, pudimos cerciorarnos de la experiencia directa que tuvieron en la formación de los sacerdotes. Un porcentaje muy alto de ellos (89%) tuvo contacto directo con los seminarios antes de ser obispos. Por lo tanto se puede decir que conocían el campo de la formación. También, a pesar de todas las dificultades, y a través de ellas, se puede hablar de que tuvieron un interés especial por los seminarios. En las tareas pastorales de los prelados aparece generalmente el seminario como trabajo prioritario.

Hubo entre los obispos personalidades notables en el campo de la cultura literaria, poesía, historia, filosofía, espiritualidad, vida mística, etc. Muchos de ellos influyeron con fuerza en el ambiente que les tocó vivir. Cabe señalar la pobreza de la Iglesia mexicana que para dar un grado académico a los eclesiásticos, tenía que enviarlos a la capital del país, a la Pontificia Universidad de México, o al extranjero. Para que una diócesis tuviera un doctor había que hacer gastos más que extraordinarios

Señalamos también la vida de santidad de algunos prelados: su fe y tenacidad, su fecundidad apostólica y su entrega por los demás. Estos frutos han iluminado y confortado a la Iglesia en su caminar.

Las sombras que hubo en el episcopado mexicano, a nivel colectivo, pueden quizá sintetizarse en una sola, a nuestro parecer la más notable: la falta de unidad de criterios en las crisis vividas: la presentación de la Protesta sobre la Constitución de 1917; la dolorosa contienda cristera que terminó por abrir brechas y divisiones entre los católicos; la elección de responsables para el seminario interdiocesano. A nivel individual, nos parece que no es el foro adecuado para señalar lunares.

Los sacerdotes martirizados entre 1915 y 1937 sintetizan de algún modo el proceso de persecución contra la Iglesia de México por parte del Estado. Veintitrés presbíteros, la mayoría de humilde extracción, curas o vicarios de pueblo, celosos de su feligresía, todos alumnos de los seminarios mexicanos. Entregaron su vida en el ministerio cotidiano de servicio a sus herma-nos y la perdieron por odio a la fe y por haber permanecido al lado de los suyos. Su tenor de vida nos habla de los valores asumidos durante su formación: responsabilidad, fe profunda, celo por el bien de la comunidad encomendada, amor a Dios y a los suyos. Estudiando la sencillez de sus historias podemos decir que fueron el fruto maduro de los seminarios que los acogieron, puesto que la educación eclesiástica, apuntaba y apunta a la formación de pastores que se identifiquen con Cristo, Buen Pastor.

La narración del martirio de cada uno de estos hermanos en la fe pone en evidencia también lo absurdo de los medios utilizados por el gobierno. Es como si en cada uno de los mártires se hubiese encarnado el espíritu de odio y revancha que asoló por aquellos días a la Iglesia. Quedan los testimonios de vida y muerte de los que supieron resistir hasta el final para fecundar con su sangre el devastado huerto de la Iglesia. Quedan los testimonios orales y gráficos de una barbarie institucionalizada. Pero sobre todo, queda en evidencia la honda raíz de una fe evangélica, piadosa y sencilla, y también heroica, que mostró al mundo la profundidad del alma mexicana.

A partir de los últimos meses del año de 1937, el discurso oficial respecto a la educación comenzó a perder su fuerza corrosiva. Debido a la evidente derrota en el campo de la educación y a la persistencia de la fe católica o porque el partido oficial necesitaba el apoyo ante la expropiación petrolera que afectaba a las compañías extranjeras; o también porque el arzobispo de México, simpático y llano, pero sagaz diplomático, limó asperezas con su paisano Lázaro Cárdenas, se iniciaba una nueva era de tolerancia: modus vivendi que, en cierto sentido, volvía a ser como antes de la revolución de 1910. Las leyes no se tocaron, pero tampoco se aplicaron en todo su rigor. A partir del gobierno de Manuel Ávila Camacho, el discurso se volverá más tolerante respecto a la Iglesia, y en particular hacia la educación. Los católicos mexicanos, otra vez, vivieron estas concesiones, que son derechos humanos, como algo extraordinario e iniciaron con sus altibajos un cansado estira y afloja que permanecerá por más de cincuenta años.

Y la Iglesia, que poco necesita para florecer y dar frutos, empezó otra vez a organizar sus actividades. Los seminarios fueron tarea fundamental en la mayoría de las diócesis. Poco a poco van llegando ecos de entusiasmo y de empuje de la vida renovada en una Iglesia duramente probada. Los obispos, los primeros, se dieron al trabajo en favor de las vocaciones y buscaron locales adecuados a los nuevos tiempos. La Iglesia en México, a pesar de los pesares, logró conservar esos centros de formación eclesiástica, de entusiasmo juvenil por los grandes ideales, centros de irradiación de cultura, vida cristiana y noble entrega. Estaba salvada.

Nos queda sólo agregar algunas reflexiones personales: la Iglesia Mexicana que vivió esas hondas crisis constató la fuerza de la fe del pueblo sencillo; el episcopado aprendió hacia dónde debe orientar los derroteros de la formación de sus sacerdotes. Los pastores que debieron enfrentar toda clase de sobresaltos pudieron dar un testimonio de su vida a través de sus profundas convicciones, por eso la Iglesia de México estaría obligada a rescatar las líneas fuertes que le permitieron sobrevivir y afianzarse y a la vez también tener la humildad de reconocer los errores, involuntarios tal vez, pero al fin errores, para desecharlos. Y como nos ha enseñado el actual pontífice, Juan Pablo II, pedir perdón por los pecados cometidos a nivel de la institución.

Quiero terminar con dos pensamientos contemporáneos a los protagonistas de estos agitados tiempos; quienes los escribieron, cada uno a su manera y a su nivel, se preocuparon especialmente por los sacerdotes.

«En realidad, tan sólo hay una cosa que une al hombre con Dios, haciéndole agradable a sus ojos e instrumento digno de su misericordia: la santidad de vida y de costumbres. Si esta santidad, que no es otra que la eminente ciencia de Jesucristo, faltare al sacerdote, la falta todo.» San Pío X.[687]

«El gran ideal del alma del sacerdote debe ser Jesús Crucificado, y su único anhelo en la tierra debe ser imitarlo, parecerse a Él interior y exteriormente. Jesús Crucificado, su libro, su meditación, su ejemplo, su ideal y su amor; porque nada hay que atice con más actividad el amor divino como las locuras de la Cruz.» Venerable Concepción Cabrera de Armida.[688]

Los momentos actuales, portadores de toda clase de doctrinas e intereses, que cuestionan fuertemente a la Iglesia y le demandan una actitud coherente, especialmente a los que han sido llamados a servir a sus hermanos a través del sacerdocio ministerial y a quienes se forman para ello, están invitando a mirar la historia de la formación del clero durante la persecución religiosa en México. Quizá podamos descubrir por qué hoy somos así. Quizá encontremos el hilo de oro que llevó a algunos de nuestros hermanos a vivir plenamente la vocación a la que habían sido llamados. Nuestra mirada ha de alargarse para descubrir la presencia del Espíritu que guía a la Iglesia a través de caminos misteriosos para hacerla producir frutos de caridad. Tal vez también encontremos alguna claridad en esta montaña de datos que nos hemos visto precisados a utilizar.


 



[1] José Ignacio Víctor Eyzaguirre (1817-1875). Nació en Santiago de Chile; estudió la carrera eclesiástica y se acreditó como elocuente orador, tanto sagrado como político. Viajó por Europa y fundó en Roma un seminario interamericano, que después fue el célebre Colegio Pío Latino Americano. Fue diputado y varias veces vicepresidente de la Cámara. Perteneció a varias sociedades literarias y filantrópicas y a la Facultad de humanidades de la Universidad Nacional de su país, habiendo sido decano de la misma Facultad de teología y ciencias sagradas. En 1874 emprendió un nuevo viaje a Europa para preparar una edición completa de sus obras. Entre estas sobresalen: Historia eclesiástica, política y literaria de Chile, que fue traducida al francés, y Los intereses católicos en América (París 1859). La primera, previo informe del célebre Andrés Bello, fue premiada por la Universidad de Santiago. Murió en 1875. (Cf., EUIEA, XXII, 1581).

[2] F. Cavalli, Cent’anni di vita del Pontificio collegio Pío Latinoamericano, en La Civiltà Cattolica 1959, I, 260.

[3] La lengua original del artículo es la española: «[El Colegio Pío Latino Americano] Tuvo sus modestos principios en la sede de los Padres Teatinos en S. Andrea della Valle […]. En 1861 el Colegio fue transferido a la Plaza Minerva en una casa conseguida de los Padres Dominicos; en 1867 pasó a la sede del Noviciado de la Compañía de Jesús, en San Andrés en el Quirinal, donde duró por veinte años, hasta que en Prati a lo largo del Tíber fue edificada desde sus cimientos la grandiosa sede actual donde el Colegio se estableció en noviembre de 1887.» (Art. El 75º Aniversario de la Fundación del Pontificio Colegio Pío Latino Americano, en Osservatore Romano, 5 de noviembre de 1933, 24).

[4] «El día en que se debía dar nombre al Colegio –y el Papa estaba presente en la fiesta– habiéndole rogado que se dignase darle su nombre, Pío IX, que era de carácter festivo y agudo dijo más o menos: ¡Cuántos Píos, Porta Pía, Borgo Pío! etc., etc.,…pero al fin quiso contentar a los alumnos mientras se descubría el título con el nombre preparado de antemano.» (Ibid., 27).

[5] Cf., L. Medina, Historia del Colegio Pío Latino Americano (Roma: 1858-1978), 52.

[6] Cf., Ibid.

[7] En 1858, había 18 alumnos, en 1859, 32, en 1860, 40. APCPLA, Catalogus Pontificii Colegii Pii Latini Americani. Anno 1932. Ab eius institutione 74º editus, Roma 1932, C6, 5, 88-90.

[8] Cf., L. Medina, Historia del Colegio Pío…37-53.

[9] El primer alumno mexicano del Pío Latino fue Salvador Valdivieso y Malo de la arquidiócesis de México, matriculado en 1859, el segundo fue Ignacio Montes de Oca y Obregón, matriculado en 1860. Cf., APCPLA, Catalogus Pontificii…90 y Apéndice 4.

[10] «Litterae Apostolicae quibus Collegium Urbis Pium Latinum-Americanum Pontificii titulo augentur eiusque regundi leges sanciuntur». Acta Pii X, Pontificis Maximi, Litterae Apostolicae Sedis Apostolicae, 19 marzo 1905, Romae 1907, 59-65.

[11] «Nos, eadem Apostolica auctoritate, idem Collegium seu Seminarium Pium Latinum-Americanum in Urbe, secundum sacrorum statuta canonum sollemniter erigimus et constituimus, ac ‘Pontificii’ titulo decoramus, ipsique omnia privilegia et iura…» (Cf., Ibid., 61).

[12] «Munus regendi et moderandi Colegii inclytae Societati Iesu, optime usque adhuc de Collegio meritae, perpetuo committimus. Quocirca Societatis Praepositus e sacerdotibus, qui sibi parent, hos saltem constituet: Rectorem, Ministrum, Subministrum, Oeconomum, Magistrum pietatis, Confessariorum quantum opus fuerit, et Praefectorum contuberniis quantum fieri poterit. Idem duos destinabit, alterum hispane, alterum lusitane doctum, qui alumnos, in patrio sermone litterisque excolendo, ad sacras potissime conciones exerceant. Praetera volumus ut alumni ne alias Urbis scholas quam Lycei magni Gregoriani celebrent.» (Ibid.).

[13] Ver apéndice 4. Fuente: APCPLA, Catalogus Pontificii Colegii Pii Latini Americani, anno, 1932. Ab eius institutione 74º editus, Roma 1932, C6-5, 1-193. Catalogus de inscriptiones, 1930-1950, [documento manuscrito inédito], C1-3, s. p.

[14] Durante los años de 1914 a 1918 se desarrolló la primera guerra mundial con grandes dificultades para el Colegio.

[15] La lista se interrumpe en diciembre de 1939 a causa de la segunda guerra mundial.

[16] El capítulo VII del título XI dice –sigo la traducción oficial–: « 797. Para el provecho espiritual de toda la América Latina, recomendamos encarecidamente el Seminario Pío Latino Americano de Roma, en que se han educado tantos y tan insignes predicadores evangélicos y cura de almas, en la Capital del Orbe cristiano y bajo los ojos de los Romanos Pontífices, y en que se educan actualmente muchos que serán dignos émulos de aquellos. Mandamos, por tanto, que los Obispos todos de nuestras Provincias, lo protejan y fomenten, y declaramos que a él deben mandarse sólo alumnos, que, además de disfrutar de buena salud, estén dotados de talento preclaro y ánimo varonil.

798. Todas las Curias Episcopales cuidarán de pagar anualmente, y con fidelidad, las contribuciones fijadas por la Santa Sede para el sostenimiento de dicho Seminario, cuyo pago obliga ‘sub gravi’ y no puede omitirse, de todo o en parte, sin especial indulto Apostólico. Por lo cual, llévese en todas las Curias Diocesanas un libro especial, en que se apunten con exactitud las contribuciones, pagadas o por pagar, al referido Seminario, para que, en sede vacante, el Vicario Capitular, y después el nuevo Obispo sepan, sin peligro de error, cuánto se ha pagado y cuánto queda por pagar.» (Pontificia Commissio pro America Latina, Acta et Decreta Concilii Plenarii Americae Latinae. In Urbe celebrati. Anno Domini MDCCCCIX, Roma 1999, 449-450).

[17] Juan Herrera ingresó en 1876 y Guillermo Tritschler en 1888.

[18] Cf., L. Medina, Historia del Colegio Pío…100.

[19] Luis Cappello nació en Roma, el 7 de julio de 1849, perteneciente a una antigua e ilustre familia veneciana. Ingresó a la Compañía de Jesús en noviembre de 1865 y estudió en el Colegio Romano la filosofía. En 1874 fue enviado a Laval, en Francia, para hacer los estudios teológicos. De 1879 a 1886 estuvo en el Colegio Mondragone, primero como prefecto de camerata y después como subministro. Los doce siguientes años estuvo en el Instituto Máximo de Roma, con el cargo de ministro. Fue dos años ministro el Colegio Germánico-Hungárico. En 1900 llegó al Colegio Pío Latino Americano, en donde ocupó el cargo de ministro primero y rector (1901). Finalizó su rectorado en julio de 1907. Pasó nuevamente al Instituto Máximo en donde estuvo hasta octubre de 1913. Fue nombrado Rector del Colegio Mondragone y ahí estuvo otros siete años tras los cuales regresó al Pío Latino Americano. Murió el 8 de noviembre de 1923. (Cf., Boletín de los Alumnos del Pont. Col. Pío Latino Americano, año XXII, nº 11, enero-junio 1924, 154-156. Un ejemplar en APCPLA).

[20] Joaquín Arcoverde de Albuquerque y Cavalcanti nació el 17 de enero de 1850 en Cimbres, Pernambuco, diócesis de Olinda en Brasil. Fue alumno del Colegio Pío Latino Americano de Roma y asistió a la Universidad Gregoriana en donde obtuvo los doctorados en filosofía y teología. Fue ordenado sacerdote en 1874 en Roma, en donde continuó estudiando. Fue rector del seminario de Olinda de 1876 a 1890. Fue nombrado obispo coadjutor de San Salvador de Bahía el 7 de marzo de 1888 por la princesa imperial regente; nombramiento que él declinó aceptar. Fue elegido obispo de Goias el 26 de junio de 1891, consagrado el 26 de octubre del mismo año en Roma por el cardenal Rampolla del Tíndaro, Secretario de Estado; renunció al gobierno pastoral de su diócesis y permaneció en Roma. Fue nombrado titular de Argos, coadjutor con derecho a sucesión del obispado de Saô Paulo el 26 de agosto de 1892; promovido a la sede metropolitana de Saô Sebastiaô do Rio de Janeiro el 24 de agosto de 1897. Asistió al Concilio Plenario de América Latina el año de 1899. Fue creado cardenal presbítero el 11 de diciembre de 1906; recibió el capelo cardenalicio y el título de Santos Bonifacio y Alessio el 14 de diciembre de 1906. Participó en el cónclave de 1914. Murió en Río de Janeiro el 18 de abril de 1930. (Cf., S. Miranda, The Cardinals of the Holy Roman Church, (65), 100).

[21] José de Calasanz Félix Santiago Vives y Tutó nació en San Andrés de Llevaneras, diócesis de Barcelona, España, el 15 de febrero de 1854. Se educó en el Colegio Pío de Mataró; en el monasterio capuchino de Antigua en Guatemala; en la Universidad de Santa Clara, California; en el monasterio Fontenoy-le-Comte de Toulouse en Francia; en el monasterio de Ibarra en Ecuador. Había entrado en la orden de Frailes Menores Capuchinos el 11 de julio de 1869, profesando el 12 de julio de 1870 y haciendo los votos solemnes el 14 de julio de 1872. Fue ordenado sacerdote el 26 de mayo de 1877, en Toulouse. Fue rector del Seráfico Colegio de Perpignan de 1877 a 1880. Rector del Seráfico Colegio de Igualada, en Cataluña de 1880 a 1887. Fue nombrado secretario del procurador general de su Orden, en Roma en 1887. Fue consultor de la S. C. del Santo Oficio a partir del 11 de mayo de 1887, de la S. C. de Propaganda Fide el 16 de diciembre de 1889, de la S. C. del Concilio, el 11 de abril de 1894, de la S. C. de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios el 13 de agosto de 1895. Fue elegido Definidor General de su Orden en 1896. Fue miembro de la comisión papal para el estudio de la validez de las ordenaciones anglicanas entre 1895-1896. Asistió como presidente honorario al Concilio Plenario de América Latina, celebrado en Roma, en el Colegio Pío Latino Americano del 28 de mayo al 9 de julio de 1899. Fue creado cardenal diácono en el consistorio del 18 de junio de 1899; recibió el capelo cardenalicio y la diaconía de San Adrián el 22 de junio de 1899. Asistió a la muerte del Papa León XIII el 20 de julio de 1903; participó en el cónclave de 1903. Fue un escritor prolífico que publicó más de 100 títulos. Murió el 7 de septiembre de 1913 en Monteporzio, Roma. (Cf., S. Miranda, The Cardinals of the Holy Roman Church, (130) 13).

[22] L. Medina, Historia del Colegio Pío…106.

[23] En el Archivo de la Congregación para la Educación Católica (ACEC), hay una carta original firmada por el cardenal Gaetano De Lai, prefecto de la Congregación Consistorial, dirigida al cardenal Gaetano Bisleti, prefecto de la C. de Seminarios, fechada el 4 de octubre de 1918, cuyo texto dice: «E.[mminenza] R. [everendissima] Fra le cause giunte alla Concistoriale dopo la morte di Pio X di s. m. vi è questo repporto relativo al Colegio Pio Latino Americano. Credo che sia bene stia presso la S. C. dei Seminari; e perciò lo rimetto alla E. V. R.» (ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma, 1911-1935, 12/915, Allegato, Memorie (1908), 1918, s. p. 1918). El texto original del anexo (Memorie) está escrito en español y lleva la fecha del 21 de noviembre de 1908, que es la fecha del aniversario 50º de la fundación del Colegio).

[24] El texto original es en español: ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma, 1911-1935, 12/915, Memorie (1908), 1918, s. p. [Puntos 1-3]).

[25] En ese momento es rector el jesuita italiano padre Augusto M. Anzuini, que había iniciado su trabajo como rector el 25 [sic] de julio de 1907. (Cf., L. Medina, Historia del Colegio Pío…103). Augusto M. Anzuini, nació en Roma el 2 de junio de 1872 e ingresó en la Compañía de Jesús el 15 de octubre de 1887. En 1893, después de una corta permanencia en el Pío Latino, se embarcó para Brasil, donde por espacio de más de siete años desempeñó los cargos de prefecto y profesor de diversas materias en el colegio de Anchieta, Nueva Friburgo y en de San Luis de Itú. En octubre de 1900 regresó a Roma para estudiar la teología; recibió el presbiterado terminado el 3er año de teología; obtuvo el doctorado en esta materia en la Universidad Gregoriana. Fue nombrado rector del Colegio Pío Latino Americano el 27 de julio de 1907. (Cf., Boletín de los alumnos del Pont. Col. Pío Latino Americano, año VIII, n° 3, diciembre 1907, 11-14. Un ejemplar en APCPLA).

[26] Cf., ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma, 1911-1935, 12/915, Memorie (1908), 1918, s. p. [Puntos 4-8].

[27] En el Colegio Pío Latino había una Congregación Mariana para los niños del oratorio parroquial, inaugurada el 2 de febrero de 1903. Junto a esa obra que acogía a los hijos de obreros se fundó la Obra de Militares que quedó adjunta a la anterior en donde se atendía religiosamente a los jóvenes militares que quisieran asistir; esta obra después cambió de nombre a Asistencia Religiosa a los militares. Los alumnos del Pío Latino ayudaban con la catequesis y la organización de las funciones. Solían acudir también algunos Carabineros (Cuerpo de Policía Nacional de Italia). Los alumnos también les repartían libros, folletos y objetos de devoción a los soldados. (Cf. L. Medina, Historia del Colegio Pío Latino…, 97-98).

[28] ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma, 1911-1935, 12/915, Memorie (1908), 1918, s. p. [Punto 9].

[29] Cf., Ibid., s. p. [Puntos 10-11].

[30] El Colegio se dividía en secciones; a cada sección se le daba el nombre de «Camerata» que tenía su prefecto, que debía ser, en teoría, un sacerdote de la Compañía, pero esta disposición funcionó sólo al comienzo de la fundación del Colegio.

[31] ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma, 1911-1935, 12/915, Memorie (1908), 1918, s. p. [Puntos 12-14].

[32] Cf., Ibid., s. p. [Punto 15].

[33] Cf., Ibid., s. p. [Punto 16].

[34] Cf., Ibid., s. p. [Puntos 18-21].

[35] Cf., Ibid., s. p. [Puntos 22-26].

[36] Cf., Ibid., s. p. [Puntos 27-36].

[37] Luis Yábar Arteta, nació en Cuzco, Perú, el 11 de octubre de 1856. En 1869, con sólo 13 años de edad, fue enviado al Colegio Pío Latino Americano de Roma en donde permaneció hasta 1877, entrando a la Compañía de Jesús el 17 de diciembre de ese mismo año al noviciado de Chateau-des-Alleux en Laval, Francia. Pasó después a Brasil al colegio de los jesuitas en Itú, luego al colegio de Anchieta, Nueva Friburgo en Río de Janeiro. De ahí fue llamado el 17 de diciembre de 1910 para hacerse cargo como rector del Colegio Pío Latino Americano. Tomó posesión del cargo el 6 de enero de 1911; responsabilidad que ocupó hasta el 19 de agosto de 1915. (Cf., Boletín de los alumnos del Pont. Col. Pío Latino Americano, año XII, n° 1, mayo1912, 14-17. Un ejemplar en APCPLA).

[38] El padre Luis Yábar estuvo en la rectoría del Colegio hasta el 19 de agosto de 1915. (Cf., L. Medina, Historia del Colegio Pío Latino…, 107, 113).

[39] Cf., Apéndice 4.

[40] Gaetano Bisleti nació en Veroli, Italia el 20 de marzo de 1856; estudió en el seminario de Tívoli y posteriormente en la Pontificia Academia de Nobles Eclesiásticos en Roma. Fue ordenado sacerdote el 20 de septiembre de 1878. En 1889 fue nombrado canónigo de la Patriarcal Basílica del San Pedro. En 1901 Protonotario Apostólico. Fue creado cardenal diácono el 27 de noviembre de 1911, recibiendo el capelo cardenalicio y la diaconía de Santa Águeda en Suburra el 30 de noviembre de 1911. Participó en el cónclave de 1914. Fue nombrado prefecto de la S. C. de Seminarios y Universidades el 1 de diciembre de 1915; participó también en el cónclave de 1922. Como cardenal protodiácono, coronó al Papa Pío XI el 12 de febrero de 1922. Fue elevado a cardenal presbítero el 17 de diciembre de 1928. Fue nombrado presidente de la Pontificia Comisión de Estudios Bíblicos el 27 de octubre de 1932 y el 31 de octubre del mismo año Gran Canciller de la Pontificia Universidad Gregoriana y del Pontificio Instituto de Música Sagrada. Murió el 30 de agosto de 1937 en Grottaferrata. (Cf., S. Miranda, The Cardinals of the Holy Roman Church, (44) 60).

[41] Carta del rector del Colegio Pío Latino Americano, padre Augusto Anzuini S. I. al secretario de la S. C. de Seminarios y Universidades, cardenal Gaetano Bisleti, fechada en junio de 1911, s. d. «Lo studio, sopra tutto pratico del latino, è deficentissimo nell’America Latina, e alcune Repubbliche quasi nullo. Questa deficienza non puó essere tolta se non si rimettono in collegio le scuole inferiori in tutta regola; perché nella maggiore parte dei Seminari d’America o per mancanza di professori o pelo modo come sono stabiliti gli studi non si può sperare che arrivino i gioveni ad imparare convenientemente e molto meno a parlare latino.» (ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma (1911-1935), 804/11, s. p.).

[42] Cf., Ibid., s. p.

[43] Paternitá Vostra Molto Reverenda.

[44] T. a. (Italiano). Las abreviaturas aparecen en el original. Minuta de la respuesta del cardenal Bisleti al rector del Pío Latino Americano Augusto Anzuini S. I., el 1 de julio de 1911. Ibid., s. p.

[45] T. a. (Italiano). Minuta del cardenal Gaetano Bisleti, secretario de la S. C. de Seminarios al padre Luis Yábar, rector del Colegio Pío Latino el 16 de agosto de 1911. Ibid., anexo 3, s. p.

[46] T. a. (Italiano). Carta manuscrita del padre Luis Yábar al cardenal Gaetano Bisleti, secretario de la S. C. de Seminarios, fechada el 19 de agosto de 1911. Ibid., anexo 4, s. p.

[47] T. a. (Italiano). Las abreviaturas aparecen en el original. Carta manuscrita del padre Luis Yábar al cardenal Gaetano Bisleti el 29 de diciembre de 1911. Ibid., anexo5, s. p.

[48] El artículo IV dice: «IV. Liceat, raro tamen et singularibus de causis, adolescentes, natu minores necdum gravibus studiis maturos, in Collegium admittere, his quidem conditionibus: primum, ut eiusmodi numquam plus quam decem in Collegio sint; deinde, decimum tertium aetatis annum compleverint; tum, e scholis primordiorum honestum ingenii diligentiaeque testimonium retulerint, iidemque elegantiorum litterarum institutionem cum laude, magnam partem, perceperint, itaque Romae possint, quod reliquum sint, anno aut summum biennio absolvere; deinde, aere ipsi suo vel benigne ab aliis collato, non autem pensionibus seu ‘Capelaniis’, quae alumnorum causa constituutae sint, sustententur, quos quidem sumptus suppeditatum iri Episcopus ne candidatum Romam ad Collegio dimittat, nisi postquam per authenticas litteras fidem Rectori facerit omnia, quae hoc loco sunt requisita, suppetere, ab eoque cooptationis, quae permissu Cardinalis Patroni facta sit, legitimum documentum acceperit.» (Acta Pii X, Pontificis Maximi, Litterae Apostolicae Sedis Apostolicae, 19 marzo 1905, Romae 1907, 62).

[49] T. a. (Italiano). Carta del cardenal Vives y Tutó, protector del Colegio Pío Latino Americano al cardenal Gaetano De Lai, secretario de la S. C. Consistorial con fecha del 5 de enero de 1912. Tiene la anotación: Riservatissima. ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma (1911-1935), 804/11, anexo 6, s. p.

[50] T. a. (Italiano). Ibid.

[51] Franz-Xaver Wernz nació el 5 de diciembre de 1857, en Rottweil, Württemberg, Alemania. El mayor de 8 hermanos de una familia de comerciantes acomodados. Entró al noviciado de los jesuitas el 27 de septiembre de 1857, pero su ingreso oficial fue hasta el 5 de diciembre del mismo año. Ordenado sacerdote el 28 de mayo de 1871. Tuvo que dejar Alemania a causa de las leyes antijesuíticas del Kulturkampf. Enseñó letras en la escuela Stella Matutina de Feldkirch, Austria. Terminada la tercera probación (1873-1874) en Exaten, Holanda, volvió a reunirse con los estudiantes alemanes exiliados en Ditton Hall, donde amplió sus estudios durante un año. En 1875 asumió la cátedra de derecho canónico en Ditton Hall y, luego en St. Beuno, Gales. Llamado en 1882 a Roma para enseñar en la facultad de derecho canónico en la Universidad Gregoriana, fundada al ser suprimida esta materia en la Universidad de la Sapienza de Roma, por el gobierno de Italia. Permaneció en Roma hasta su muerte. Sus tareas fueron la actividad docente, las publicaciones y las consultorias hechas por las Congregaciones Romanas. Desde 1904 desempeñó un papel importante en la elaboración del nuevo código de derecho. A los dos años de ser rector de la Gregoriana, en 1906, fue cuando la XXV Congregación General lo eligió como el 25 Prepósito General de la Compañía. Enfermo de diabetes desde hacía bastante tiempo, murió el 19 de agosto de 1914 en Roma, Italia, pocas horas antes que Pío X. (Cf., G. Martina, Wernz, Francisco Javier, en DHCJ, II, 1682-1687).

[52] T. a. (Italiano). Carta manuscrita del padre general de la Compañía de Jesús, Francisco Javier Wernz al cardenal Gaetano De Lai, secretario de la S. C. Consistorial, del 30 de enero de 1912. ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma (1911-1935), 804/11, anexo 9, s. p.

[53] Esta carta es sumamente interesante porque aquí el padre Yábar además de aceptar plenamente las decisiones de la Santa Sede, expone los argumentos por los que sostuvo tenazmente esta idea de reabrir las puertas del Colegio a los niños, a tal grado de aparecer como pertinaz. Entre los argumentos que expone, se encuentra este: «A Monseñor Arcivescovo di México [José Mora y del Río], che più degli altri s’interessava per questa riprestinazione [sic] e buona riorganizzazione delle scuole preparatorie, e che spontaneamente m’offriva dei sussidi, risposi che per ordine di V. Emnza. rimaneva sospeso quest’affare: ma se il progetto prendesse corso, e si dovesse regere un edificio, adiacente all’attuale, credeva che con un 400.000 lire si poteva costruire un buon edificio.» (Ibid., anexo 13, s. p.).

[54] Cf., Succinta Relazione dello stato del Pont. Collegio P. L. Americano nel 1911, 1 de marzo de 1912. ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma (1911-1935), s. p.

[55] Cf., Index Generalis alumnorum. Coll. Pio Latino Americano, Roma 1911, 59-60.

[56] T. a. (Italiano). Succinta Relazione dello stato del Pont. Collegio P. L. Americano nel 1911, 1 de marzo de 1912. ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma (1911-1935), s. p.

[57] Ibid., s. p.

[58] Ibid., s. p.

[59] Ibid., s. p.

[60] El padre rector Luis Yábar, explica al cardenal Bisleti de donde provienen las entradas del Colegio Pío Latino Americano. Las mayúsculas aparecen en el original: «AFFITTI. È cio che si percepisce dell’affitto d’una parte del piano sotterraneo [del Colegio].

DISPENSE APOSTOLICHE. È il sussidio che si riceve dai Vescovi per le dispense matrimoniali conforme il decreto di Pio IX confermato dal regnate Pontefice [Pío X].

DOZZINE. È ció che pagano gli ospiti e i Padri che non sono propriamente addetti al Collegio.

OFFICINE RIMBORSI. Rimborsi degli alunni ed ospiti per gli oggetti che loro si fornisce.

VILLA. Spese che si fanno per la villa che il Collegio possiede, e vantaggi che ne ricava.

INTROITI DIVERSI E STRAORDINARII. Donativi, vendita di qualche mobile, ecc.

VILLEGGIATURA. Affitto della casa di villeggiatura. (ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma (1911-1935), 804/11, anexo 12, s. p.).

Además de esos conceptos, estaban; los intereses bancarios sobre el capital, los legados píos, y las pensiones de los alumnos. (Cf., Ibid., Entrate e Spese Generali 1911, s. p.).

[61] Cf., Succinta Relazione dello stato del Pont. Collegio P. L. Americano nel 1911, 1 de marzo de 1912. ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma (1911-1935), s. p.

[62] Luis Billot nació el 12 de enero de 1846 en Sierch, diócesis de Metz, Francia. Estudió en el seminario de Metz y después en los seminarios de Bordeaux y de Blois. Fue ordenado sacerdote el 22 de mayo de 1869. Entró en la Compañía de Jesús el 25 de noviembre de 1869, en Angers. Trabajó pastoralmente en París de 1875 a 1878, en Lavat de 1878 a 1879, en la Universidad Católica de Angers de 1879-1882, en el escolasticado jesuita de L’Ile de Jersey de 1882 a 1885; fue profesor de la Universidad Gregoriana de 1885 a 1910. Fue creado cardenal diácono el 27 de noviembre de 1911; recibió el capelo cardenalicio y la diaconía de Santa María in Via Lata el 30 de noviembre de 1911. Participó en los cónclaves de 1914 y 1922. Debido a su simpatía por el movimiento Action Française, condenado por Pío XI, renunció al cardenalato el 3 de septiembre de 1927, renuncia que le fue aceptada el 21 de septiembre del mismo año. Ha sido el único cardenal que ha renunciado en el siglo XX. Murió el 18 de diciembre de 1931 en el noviciado jesuita de Galloro, cerca de Ariccia, en la provincia de Roma. (Cf., S. Miranda, The Cardinals of the Holy Roman Church, (44) 58).

[63] Cf., L. Medina, Historia del Colegio Pío Latino…, 107-110.

[64] Circolare inviata il 1 giugno 1904 dall’Eminentissimo Card. Segretario di Stato di Sua Santità [Rafael Merry del Val] ai Rappresentanti della S. Sede nell’America Latina. (Cf., ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma (1911-1935), Doc. 2, 1929, s. p.).

[65] El texto en italiano con la cita en latín: «…si prelevasse a beneficio del Collegio Pio Latino Americano ‘scutatum unum (peso fuerte) iuxta monetam cuiusque regionis.’» (Ibid.).

[66] Ibid.

[67] En el Archivo del Pío Latino, no se conserva completa la colección del Boletín de los Alumnos del Pont. Col Pío Latino Americano. Muy escasos datos del padre Pascual Aloisi Masella, entre ellos: tomó el cargo de rector el 19 de agosto de 1915; dejó la rectoría del Pío Latino Americano el 9 de octubre de 1918, y los alumnos sintieron mucho su partida. Pasó a la residencia romana de la iglesia del Gesù, de la que fue nombrado superior. Se despidió de sus alumnos con una eucaristía celebrada en la Iglesia de san Ignacio, porque había hecho una promesa por la salud de los seminaristas. Se ofreció un banquete en el Colegio para despedirle y ahí dijo que, no obstante la despedida, continuaría en pleno vigor el lema con el que quiso significar su rectorado: ianua patet, sed magis cor. La Compañía le encargaba como trabajo apostólico, dedicarse a la obra de la Consagración de las familias al Sgdo. Corazón de Jesús. (Cf., Boletín de los Alumnos del Pont. Col. Pío Latino Americano, año XVIII, nº 2, diciembre de 1918, 2-4. Un ejemplar en APCPLA).

[68] Esta Capilla Matilde fue transformada por un obsequio que hizo el S. Colegio Cardenalicio a Juan Pablo II en ocasión de su 50º jubileo sacerdotal en la capilla Redemptoris Mater.

[69] Cf., L. Medina, Historia del Colegio Pío Latino…, 114-117.

[70] Juan Bigazzi nació en Cetignano de Arezzo, Toscana, el 12 de junio de 1877. Entró al noviciado de la Compañía de Jesús a los 16 años, en el noviciado de Castel Gandolfo. Hizo la filosofía en la PUG. Fue repetidor de filosofía en el Colegio Pío Latino Americano. Volvió a la Gregoriana en 1907 y cursando el tercer año de teología fue ordenado sacerdote el 25 de julio de 1910. Fue nombrado profesor de teología en Anagni en octubre de 1912, cargo que no llegó a ocupar al ser llamado al Colegio Pío Latino Americano como repetidor de teología. El 9 de enero de 1913 se le nombró rector del colegio seminario de Strada y ahí estuvo seis años. El 22 de octubre de 1918 fue nombrado rector del Colegio Pío Latino Americano de Roma, cargo que ocupó hasta el 10 de octubre de 1924. (Cf., Boletín de los Alumnos del Pont. Col. Pío Latino Americano, año XVIII, n° 2, diciembre 1918, 1-2. Un ejemplar en APCPLA).

[71] El jesuita italiano, Nicola Monaco, fue catedrático de filosofía en la PUG, hombre de vasta cultura que publicó varios libros sobre la materia que enseñaba. Al hacerse cargo del Boletín del Colegio, le dio un nuevo impulso por el interés que tenía de agradar a los obispos y ex alumnos con una publicación digna. Estuvo en la rectoría del Colegio del 10 de octubre de 1924 hasta el 8 de septiembre de 1928, de donde salió para hacerse cargo de la rectoría de la casa de «tercera probación» de los jesuitas en Florencia. Durante su estancia en el Colegio, le tocó la llegada de los numerosos seminarista mexicanos por lo que tuvo que emprender reformas materiales en el edificio del Colegio que lo transformaron casi totalmente. A él tocó conseguir y adaptar la villa de descanso para los alumnos, en Montenero, Livorno. (Boletín de los Alumnos del Pont. Col. Pío Latino Americano, año XXII, n° 11, enero-junio 1924, 1-2 y año XXVII, nº3, julio-septiembre 1928, 1-13. Un ejemplar en APCPLA).

[72] El Colegio Pío Latino Americano, ubicado a la orilla del río Tíber en vía Gioachino Belli nº 3: «La vasta y severa mole del palacio, inmenso cuadrilátero de 90 metros de largo x 60 de ancho, da frente a cuatro vías levantándose dominadora sobre el río Tíber teniendo de fondo la magnificencia romana del Pincio: verdadera isla Eclesiástica con amplios corredores y habitaciones aireadas; en el centro una suntuosa Capilla de tres naves: el conjunto verdaderamente adaptado a las exigencias del numeroso colegio de jóvenes provenientes de climas tan diversos.» (Art. El 75º Aniversario de la Fundación del Pontificio Colegio Pío Latino Americano, en Osservatore Romano, 5 de noviembre de 1933, 25).

[73] L. Medina, Historia del Colegio Pío Latino…, 121-123.

[74] Ibid., 122-123.

[75] Ibid., 125.

[76] Wlodimiro [Wlodzimierz] Ledóchowski nació el 7 de octubre de 1866 el Loosdorf, Austria; su padre era el conde Antoni Ledóchowski, que había dejado Polonia para residir en Austria en 1863. La familia regresó a Polonia en 1883. Su madre, la condesa Josefina von Silis-Zisers, descendía de una familia aristócrata suiza; tuvo parientes notables; su tío Mieczyslaw Ledóchowski, había sido el primado de Polonia, arzobispo de Gniezno y Posnan. Dos hermanas suyas han sido glorificadas: María Teresa fue beatificada en 1975; es fundadora de las hermanas misioneras de san Pedro Claver, y Julia Úrsula beatificada en 1983 y canonizada en mayo de 2003; es fundadora de las hermanas ursulinas del Sagrado Corazón de la Agonía. Wlodimiro se educó en San Pölten y después estudió en la Academia Teresiana de Nobles en Viena, donde fue paje de la emperatriz Isabel. Entró en la Compañía en verano de 1884, en Polonia, a donde había regresado. El 17 de julio de 1900 fue nombrado rector del teologado de Cracovia; el 25 de marzo de 1901 viceprovincial y provincial el 21 de febrero de 1902, de la provincia polaca de Galitzia. El 11 de febrero de 1914, a los 49 años, fue elegido prepósito general. En relación a la Universidad Gregoriana, Ledóchowski estableció una cátedra de teología ascética y mística en 1918, y más tarde, en 1932, abrió los departamentos de Historia Eclesiástica y Misiología. Durante su gobierno, se construyó el nuevo edificio de la Universidad Gregoriana en Plazza della Pilotta (1924-1930). Apoyó también los deseos de Benedicto XV de que los estudios teológicos y filosóficos se realizaran a la luz de la doctrina de santo Tomás de Aquino; para ello, envió el 8 de diciembre de 1916 una carta a toda la Compañía dando las directivas respecto al modo de seguir a santo Tomás y sobre la libertad de opinión. En muchos aspectos parece haber sido demasiado conservador en sus puntos de vista y, con todo, fue uno de los generales más notables que ha tenido la Compañía de Jesús. (Cf., W, Gramatowsky, Ledóchowski, Wlodimiro [Wlodzimierz], en DHCJ, II, 1687-1690).

 

[77] T. a. (Italiano). Da una lettera del Proposto Generale della Compagnia di Gesù a S. Eminenza il Card. Bisleti, Prefetto della S. Congreg. Dei Seminari e delle Università in data 11 maggio 1927. ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma (1911-1935), Visite Coll., 185/27, anexo 4, s. p.

[78] El padre Gabriel Huarte fue catedrático de teología del Pontificio Seminario de Anagni y de la Universidad Gregoriana. Hombre culto y de bondad natural. Fue elegido vicepresidente, de la Universidad Gregoriana durante una breve ausencia del rector, padre Gianfranceschi. Fue rector del Pío Latino, del 8 de septiembre de 1928 al 8 de septiembre de 1932. Cuando dejó el rectorado del Colegio, fue llamado a la curia general de los jesuitas para asesorar sobre cuestiones de estudio. Tuvo dos hermanos jesuitas, Vicente, obispo de Rhesaina en China y vicario apostólico de Anhui y Eusebio. El padre Gabriel Huarte murió en 1946. (Cf., Boletín de los Alumnos del Pont. Col. Pío Latino Americano, año XXVIII, n° 3, julio-septiembre 1928, 1-13 y DHCJ, II, 1961).

[79] Cf., L. Medina, Historia del Colegio Pío Latino…, 133.

[80] «…sopraelevando un intero piano ed allestendo tra l’altro un grandioso refettorio, capace di contenere centinaia di alunni. […] ha risolto uno dei più gravi problemi che urgevano, quale la costruzione di un nuovo ed ampio edificio per casa di villeggiatura nella climatica e salubre località di Montenero presso Livorno, ed essendosi poi quest’anno presentata una buona occasione, dietro il parere favorevole dei Superiori e della S. Sede, ha acquistato una nuova e più grande tenuta, adiacente a la villa, con grande terreno per giuochi [sic], pineta, boschi e caseggiati che renderanno sempre piú la villeggiatura adatta allo scopo di riposare e di rinfrancare le forze ai nostri cari alunni, dopo le fatiche di un intero anno scolastico.» (ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma (1911-1935), Doc. 2, 1929, s. p.).

[81] T. a. (Italiano). Ibid.

[82] Se le llamaba borsino al fondo constituido para los gastos personales de cada alumno. En 1929 era de 1,500 liras anuales.

[83] Cf., ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma (1911-1935), Doc. 2, 1929, s. p.

[84] T. a. (Italiano). Ibid. s. p.

[85] Esta pensión de 5,000 liras anuales, comprendía: vestuario personal de cada alumno, calzado, lavado de ropa, ropa de cama, médico ordinario; cubría también los gastos generales de luz, impuestos, servicio doméstico, culto y alimentación completa consistente en: desayuno con café, leche y pan a voluntad; comida consistente en sopa, dos guisados, dos contornos, fruta, vino y pan; la merienda con café, leche y pan; la cena consistente en sopa, un guisado, contorno, fruta, vino y pan; y también podían comer pan a voluntad entre el desayuno y la comida. (Cf., Ibid. s. p).

[86] Ibid., s. p.

[87] Cf., L. Medina, Historia del Colegio Pío Latino…, 137-138.

[88] Cf., Apéndice 4.

[89] Cf., ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma (1911-1935), 315/31, s. p.

[90] Cf., Ibid., s. p.

[91] Cf., Ibid., s. p.

[92] Cf., Ibid., s. p.

[93] Cf., Ibid., s. p.

[94] Cf., Ibid., s. p.

[95] Cf., Ibid., s. p.

[96]Cf., Carta del padre Gabriel Huarte, rector del Colegio Pío Latino Americano al cardenal Gaetano Bisleti, prefecto de la S. C. de Seminarios, el 20 de enero de 1932. ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma (1911-1935), 1611/31, Doc. 3, 1932, 1-4.

[97] T. a. (Italiano).Ibid., 2.

[98] Ibid.

[99] Ibid. 3.

[100] T. a. (Italiano). Carta del Dr. Tacchi Venturi, médico ordinario del Colegio Pío Latino Americano al rector del mismo; sin fecha. Pero habla «en el expirante año de 1931» ¿diciembre? ACEC, Coll. Pio Latino Americano, Roma (1911-1935), 1611/31, 3 A, 1931, s. p.

[101] T. a. (Italiano). Carta del profesor, doctor Borromeo de la Universidad de Roma al rector del Colegio Pío Latino, Gabriel Huarte el 10 de enero de 1932. Ibid., 3B, s. p.

[102] Ángel Lino Tomé, cuando asumió el cargo de rector del Colegio Pío Latino, el 8 de septiembre de 1932, ya era conocido por los alumnos, pues era invitado con cierta frecuencia a predicar y a dar ejercicios espirituales. Antes de ejercer el rectorado, trabajaba con los jóvenes de la Scaletta, en Roma. Daba a los laicos, en las aulas de la Universidad Gregoriana, cursos de cultura religiosa superior para formarlos en la Acción Católica; también daba clases de religión en las escuelas de gobierno. Al asumir el cargo de rector tenía 37 años. Fue rector hasta el 22 de agosto de 1937. (Cf., Boletín de los Alumnos del Pont. Col. Pío Latino Americano, año XXXII, n° 2, mayo-agosto 1932, 49-50).

[103] Cf., L. Medina, Historia del Colegio Pío Latino…, 153-154.

[104] Bonaventura Cerretti nació el 17 de junio de 1872 en Bardono, diócesis de Orvieto, Italia. Se educó en el seminario de Spoleto y en la Universidad Gregoriana de Roma. Fue ordenado sacerdote el 31 de marzo de 1895; trabajó en su diócesis de Orvieto de 1895 a 1899 en que fue nombrado miembro de la Secretaría de Estado en donde trabajó hasta 1904. Fue enviado como secretario del delegado apostólico en México de 1904 a 1906 y después como auditor de la delegación apostólica en Estados Unidos de 1906 a 1914. Fue nombrado arzobispo titular de Filippopoli de Tracia el 15 de abril de 1914 y transferido como arzobispo titular de Corinto el 10 de mayo de 1914. Fue consagrado en Roma el 19 de julio de 1914 por el cardenal Rafael Merry del Val, Secretario de Estado. Fue nombrado delegado apostólico en Australia y Nueva Zelanda el 5 de octubre de 1914; secretario de la S. C. de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios el 6 de mayo de 1917. Fue enviado en misión especial a la conferencia de París durante mayo y junio de 1919. Nombrado nuncio en Francia el 20 de mayo de 1921. Creado cardenal presbítero el 14 de diciembre de 1925 y recibió el capelo cardenalicio y el título de Santa Cecilia el 24 de junio de 1926. Fue nombrado arcipreste de la basílica romana de Santa María la Mayor el 16 de julio de 1930. Fue ascendido a la orden de cardenales obispos y nombrado suburvicario de Veletri el 13 de marzo de 1933. Murió en Roma el 8 de mayo de 1933; está enterrado en la iglesia de Santa María in Trastevere en Roma. (Cf., S. Miranda, The Cardinals of the Holy Roman Church, (65) 105).

[105] El edificio del Colegio Pío Latino Americano de via Gioacchino Belli nº 3, fue demolido, pero el mosaico se conservó.

[106] Cf., L. Medina, Historia del Colegio Pío Latino…, 145-147.

[107] Cf., V. Camberos, Francisco el Grande, II, 379-381.

[108] Jesús Villareal y Fierro nació en Durango el día 26 de abril de 1884. Estudió en el Seminario de Durango. El 22 de julio de 1902 partió para Roma e ingresó en el Colegio Pío Latino Americano. A su regreso a Durango, enseñó en el seminario filosofía, teología dogmática, Sagrada Escritura, hebreo y griego. Fue vicerrector del seminario. Publicó un boletín eclesiástico llamado El Criterio y en julio de 1913, a causa de éste, fue desterrado de Durango por cinco años. Se trasladó a México y ahí trabajó. En los últimos días de 1918 regresó a Durango. Durante la persecución callista de 1926 a 1929, estuvo preso dos veces y en la segunda, corrió peligro de ser fusilado. Se le llevó a México, se le internó en la prisión militar de Santiago de Tlatelolco y se le instruyó proceso. A fines de 1929 volvió a Durango. El 12 de septiembre de 1933 fue nombrado obispo de Tehuantepec. Al año de su consagración, el 28 de octubre de 1934, el gobierno de Veracruz lo expulsó de San Andrés Tuxtla. Se refugió en la capital durante tres años y desde ahí se desplazaba con frecuencia a su diócesis. Hasta 1937 volvió a los Tuxtlas y tuvo más tolerancia por parte de las autoridades civiles. El 2 de agosto de 1938 escribía: «Actualmente hay catorce sacerdotes en la Diócesis y su servidor. Han muerto cuatro desde que estoy aquí y uno fue asesinado en Nejapa en la cuaresma de 1934, el Pbro. Don Vicente Silva, de Querétaro. De los sacerdotes que estaban en la Diócesis cuando tomé posesión, siete se han quedado en México por diferentes motivos. En cambio hay cinco nuevos y están por venir tres o cuatro y por ordenarse dos». Después agrega que por deficiencias económicas no se ha podido establecer un Seminario. Murió en 1965. (Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Bibliografía, II, 393-396).

[109] Subrayado en el original: Art. El 75º Aniversario de la Fundación del Pontificio Colegio Pío Latino Americano, en Osservatore Romano, 5 de noviembre de 1933, 25.

[110] L. Medina, Historia del Colegio Pío Latino…, 155-156.

[111] «Monseñor Orozco y Jiménez había sido expulsado de México y, aprovechando esa oportunidad, marchó para Roma para preparar la proclamación solemne del Patronato de Nuestra Señora de Guadalupe sobre toda la América Latina. Era el mes de agosto de 1933. Llevaba la representación del Episcopado Mexicano y el encargo de la Iglesias Latinoamericanas para solicitar del Santo Padre dicha proclamación oficial del Patronato Guadalupano. Pío XI aceptó gustosamente la proposición, y quedó señalado el día 12 de diciembre siguiente para proclamarse en la Basílica de San Pedro dicho Patronato. El mismo Santo Padre asistiría en su Trono a la Misa Pontifical que ahí mismo celebraría Monseñor Orozco en el altar de la Cátedra, al fondo de dicha Basílica.» (Ibid., 156).

[112] Miguel Cabrera (1695-1768). El más conocido y famoso pintor del México virreinal. Nació en Oaxaca; de una fecundidad proverbial, pintó sobre todo temas religiosos; para la catedral de México, para la de Puebla, para el convento de Guadalupe, Zacatecas, para la iglesia de san Francisco en San Luis Potosí, para la de la santa Prisca en Taxco, para el convento de san Ignacio y san Francisco Javier de Querétaro, etc., y cientos de óleos para iglesias, particulares, retratos de virreyes, etc. Con grandes disposiciones, fue un pintor fácil al que sólo le preocupó halagar el débil gusto de su tiempo. Escribió acerca de la imagen de la Virgen de Guadalupe Maravilla Americana y conjunto de raras maravillas observadas en la dirección de las Reglas del Arte y de la Pintura…, México 1756. (Cf., Art. Cabrera, Miguel, en DPH, I, 517).

[113] Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli nació el 2 de marzo de 1876 en Roma; se educó en la Universidad Gregoriana de Roma y en el Pontificio Ateneo Romano de San Apolinar. Fue ordenado sacerdote el 2 de abril de 1899. Fue elegido arzobispo titular de Sardes y enviado como pronuncio en Baviera el 20 de abril de 1917; fue consagrado el 13 de mayo de 1917 en la basílica de San Pedro por el Papa Benedicto XV. Fue nombrado nuncio en Alemania el 22 de junio de 1920. Fue creado cardenal presbítero el 16 de diciembre de 1929; recibió el capelo cardenalicio y el título de los Santos Juan y Pablo el 19 de diciembre de 1929. Fue nombrado secretario de Estado el 9 de febrero de 1930, arcipreste de la basílica vaticana el 25 de marzo de 1930, delegado papal para el 32 Congreso Eucarístico Internacional en Bueno Aires, Argentina el 16 de septiembre de 1934; camarlengo de la Santa Iglesia Romana el 1 de abril de 1935. Fue también visitador apostólico de varias provincias eclesiásticas en Estados Unidos a partir de octubre de 1936. Participó en el cónclave de 1939 en el que fue elegido papa el 2 de marzo de 1939 y tomó el nombre de Pío XII. Fue coronado el 12 de marzo de 1939 por el cardenal Camillo Caccia Dominioni. Murió en Castelgandolfo el 9 de octubre de 1958. Está sepultado en las grutas de la basílica vaticana. (Cf., S. Medina, The Cardinals of the Holy Roman Church, (41) 400).

[114] Cf., V. Camberos, Francisco el Grande, II, 369-385.

[115] Ibid., 386.

[116] Cf., AAS, Acta Pii Pp. XI, Constitución Apostólica, Deus scientiarum Dominus, 14 mayo 1931, (1931), 241-284.

[117] Cf., Carta del Colegio Pío Latino Americano a los obispos de América Latina, el 15 de mayo de 1934. ACEC, Coll. Pio Latino Americano (1936-1944), 935/38, 1938, s. p.

[118] La carta enviada a las diócesis, en italiano, lleva la fecha del 5 de mayo de 1934, está firmada por el rector Ángel Lino Tomé y consta de varios puntos: «Ammissione dei nuovi alunni» dividido en varios apartados: 1. Garantía de buena salud. 2. Dinero para el viaje de regreso. 3. Certificado de estudios para poder entrar en la Gregoriana. «Corso Filosofico»: 1. Haber acabado el curso de humanidades superior que comprende latín y griego además de álgebra, trigonometría, física, química y biología. 2. Si no llena esos requisitos deberá hacer un curso propedeútico. 3. Son cuatros años de estudio si se aspira al doctorado y dos si no se aspira a él. «Corso teologico» 1. Para ingresar es necesario el curso superior de humanidades y al menos dos años de teología. 2. Se requieren cinco años de estudio para obtener el doctorado, cuatro para la licencia y dos para bachillerato. 3. Para quien no aspira a grados existe el curso seminarístico que antes se llamaba minore en cuatro años. «Corsi di diritto canonico, ecc.» 1. Para ser admitidos a las facultades de derecho canónico, instituto bíblico, historia eclesiástica, misiología, además del curso de humanidades y la filosofía es necesario haber hecho al menos un cuatrienio de teología. 2. El curso de derecho canónico se tiene en tres años; después del primero se obtiene el bachillerato, después del segundo la licencia y después del tercero el doctorado. Análogamente, se desarrollan en un trienio los cursos del instituto bíblico, historia eclesiástica y misiología. «Pensioni, ‘becas’ e varie» 1. Se recuerda que no obstante la devaluación de las monedas sudamericanas frente a la lira, se tratará de hacer todas las rebajas posibles. 2. Se suplica a las curias que paguen sus deudas pendientes. 3. No obstante los gastos del Colegio, que muchas veces son extraordinarios, se hacen descuentos y se otorgan becas a las diócesis necesitadas; por eso se pide a los obispos que quieran solicitarlas lo hagan con tiempo. 4. Por último se pide a los obispos que manden con tiempo las dispensas de edad de los alumnos que tuvieren necesidad para ordenarse. (Cf., Comunicado del Pío Latino Americano de Roma. Admisión de nuevos alumnos. AAAM, Asuntos particulares, Seminario 1934, s. p.).

[119] L. Medina, Historia del Colegio Pío Latino…, 152.

[120] Hay testimonios sobre el parecer de los obispos mexicanos acerca de la formación en el Pío Latino Americano: Carta del arzobispo de México, Luis María Martínez al rector del Colegio Pío Latino el 24 de abril de 1937: «Aprofitto dell’occasione per ringraziare V. R. delle cure paterne che sempre ha avuto in favore degli Alunni Messicani, e specialmente dell’Archidiocesi di Messico.» (ACEC, Coll. Pio Latino Americano (1936-1944), 891/37, anexo 4, 1938, s. p.). Del arzobispo de Puebla, Pedro Vera y Zuria el 26 de enero de 1937: «L’Ecc.mo. E Rev.mo. Sig. Arcivescovo desidera che V. R. possa continuare a reggere con tanto frutto, come finora ha fatto, codesto importante Collegio.» (Ibid., s. p.). Del obispo de Veracruz, el beato Rafael Guízar y Valencia el 3 de marzo de 1937: «Con tutta l’anima ringrazio V. R. dei grandi sforzi che compie per formare in codesto Istituto di Dio, santi e apostolici Sacerdoti.» (Ibid., s. p.).

[121] T. a. (Italiano). Carta del superior general de los Jesuitas, Wlodimiro Ledóchowsky al cardenal Ernesto Ruffini, secretario de la S. C. de Seminario, 18 de agosto de 1937. (Ibid., anexo 3, s. p.).

[122] Ibid.

[123] La orden de la visita, aparece en la primera página del documento de 69 folios: «In esecuzione dei Sovrani Ordini della Santitá di Nostro Signore, come da lettera della S. Congregazione dei Seminari e Università degli Studi in data 27 Febbraio 1938, (Nº 71.38.25) il sottoscritto ha eseguito la Visita Apostolica al Pontificio Collegio Pio Latino Americano dal 13 Marzo al 13 Aprile corrente anno.» (ACEC, Coll. Pio Latino Americano (1936-1944), Visita Apostolica, 985/38, 1938, 1).

[124] Alberto di Jorio nació el 18 de julio de 1884 en Roma. Se educó en el Pontificio Seminario Romano y se especializó en el Studium de la Sacra Rota Romana. Fue ordenado presbítero el 18 de abril de 1908. Fue catedrático en el Seminario Interdiocesano de Perugia de 1908 a 1910. Desarrolló un intenso trabajo pastoral en la ciudad de Roma de 1910 a 1958. Fue secretario del Instituto para las Obras de Religión (banco vaticano) de 1918 a 1922 y presidente del mismo de 1922 a 1958. Nombrado secretario de la comisión de cardenales para la administración especial de la Santa Sede en 1940 y duró en el cargo hasta 1947. Secretario del S. Colegio de Cardenales de 1947 a 1958. Vicario de la Basílica Laterana a partir del 24 de enero de 1947. Fue nombrado secretario del cónclave de 1958. Creado cardenal diácono el 15 de diciembre de 1958. Recibió el capelo cardenalicio y la diaconía pro hac vice de Santa Pudenciana, el 18 de diciembre de 1958. Fue director del secretariado administrativo para la preparación del Concilio Vaticano II. Fue elegido arzobispo titular de Castra Nova el 5 de abril de 1962 y consagrado el día 16 del mismo año por el Papa Juan XXIII. Participó en el Concilio Vaticano II y en el cónclave de 1963. Le fue concedido pasar al orden de cardenales presbíteros y su diaconía fue restaurada con el mismo título el 26 de junio de 1967. Al llegar a los 80 años perdió sus derechos a participar en el cónclave de 1978. Murió en Roma el 5 de septiembre de 1979. (Cf., S. Miranda, The Cardinals of the Holy Roman Church, (9) 269).

[125] Emanuele Porta asumió el rectorado el 22 de agosto de 1937 y su gobierno fue acertado. Estuvo en ese cargo hasta 1940. Otras noticias sobre su personalidad las agrega Monseñor di Jorio cuando visitó el Colegio en 1938.

[126] En el discurso con el que los alumnos despidieron al padre Tomé cuando dejó el rectorado, el 22 de agosto de 1937, se advertía veladamente lo que ahora dice mons. di Jorio: «Un corazón de padre que habíamos ya sentido antes a nuestro lado – y si a veces no lo sentimos fue, no porque no estuviera, sino porque había surgido entonces una de esas barreras que se alzan no sabemos porqué.– […] …quienes amen de verdad al Colegio sabrán comprender el gran corazón del P. Tomé y sabrán agradecer como se debe. Y se comprenderá entonces, que, si hubo incomprensiones y roces pasajeros (y quien escribe lo reconoce y deplora por su parte), la masa de los alumnos supo guardar al Padre lealtad de hijos.» (El artículo no está firmado. Boletín de los Alumnos del Pont. Col. Pío Latino Americano, año XXXVII, n° 3, julio-diciembre 1937, 87. Un ejemplar en APCPLA).

[127] Cf., Ibid., 2- 3.

[128] Cf., Ibid., 4-5.

[129] Cf., Ibid., 6-7.

[130] Cf., Ibid., 7-9.

[131] Cf., Ibid., 7- 10.

[132] Cf., Ibid., 16- 19.

[133] «Litterae Apostolicae quibus Collegium Urbis Pium Latinum-Americanum Pontificii titulo augentur eiusque regundi leges sanciuntur». Acta Pii X, Pontificis Maximi, Litterae Apostolicae Sedis Apostolicae, 19 marzo 1905, Romae 1907, 59-65.

[134] El visitador cita el texto original de las Letras Apostólicas en latín. (Ibid., 62).

[135] Ibid., 20-21.

[136] Ibid., 22-23.

[137] T. a. (Latín).Ibid., 23.

[138] Ibid., 23.

[139] T. a. (Italiano).Ibid., 37.

[140] Ibid., 38.

[141] Ibid., 39.

[142] Cf., Ibid., 28-29.

[143] Ibid., 29.

[144] bid., 31.

[145] Ibid.

[146] Ibid., 32.

[147] Ibid.

[148] El artículo 37 del Reglamento dice (en español el original): «El que observare en otros alguna falta grave de la que pueda seguirse ofensa de Dios, peligro para la virtud de los compañeros o desdoro para el buen nombre del Colegio, avise luego a los Superiores para que ellos pongan el remedio oportuno; con lo cual no sólo no ejercitarán el oficio de delatores, sino que cumplirán con lo que pide el bien común y la caridad cristiana.» (Reglamento de los Alumnos del Pont. Colegio Pío Latino Americano, Roma, s. a., en Ibid., anexo II, 16).

[149] ACEC, Coll. Pio Latino Americano (1936-1944), Visita Apostolica, 985/38, 1938, 33.

[150] Ibid., 33-34.

[151] El artículo 46 dice: «Ninguno de los alumnos puede tener dinero en su poder, sino que deben entregarlo a los Superiores, quienes, según su prudente parecer, irán permitiendo a cada uno los gastos que necesitare. A nadie encarguen la compra de ningún objeto sin avisarlo antes al Superior.» (Reglamento de los Alumnos del Pont. Colegio Pío Latino Americano, Roma, s. a., en Ibid., anexo II, 18). Cf., Apéndice 2. 1. 7.

[152] Cf., ACEC, Coll. Pio Latino Americano (1936-1944), Visita Apostolica, 985/38, 1938, 35-36.

[153] Los periódicos y revistas que había en el Pío Latino el año de 1938 eran: (cito sólo los mexicanos). «Criterio, Boletín del Arzobispado de Morelia, Christus, Ábside, Juventus, El Mensajero del S. Corazón de Jesús, La Cruzada Eucarística, La Santa Cruzada, Unión, Vida, La Cruz, Alma fronteriza, Revista Eclesiástica de Puebla, Labor, Explorador, Duc in altum, Cruzada Mariana, Boletín Eclesiástico de Querétaro.» Había además revistas de Italia, Argentina, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, Islas Filipinas, Perú, Puerto Rico, Salvador, República Dominicana, Uruguay, Venezuela y de algunas otras naciones europeas como Francia, Bélgica y España.( Cf., Ibid., anexo VII, s. p.).

[154] ACEC, Coll. Pio Latino Americano (1936-1944), Visita Apostolica, 985/38, 1938, 39-40.

[155] Ibid., 40.

[156] Ibid., 41.

[157] Ibid., 42.

[158] Ibid.

[159] Ibid.

[160] Ibid., 48.

[161] Ibid., 49.

[162] Las lecciones de repetición consistían en explicaciones de las cátedras que se habían escuchado durante la mañana, aclaraban dudas, exponían lo fundamental de cada materia y enseñaban a estudiar. En el Pío Latino también había repeticiones y los sacerdotes que hacían ese trabajo, se les llamaba Repetidores. El 22 de octubre de 1918, llegó al Pío Latino como repetidor de teología el padre Luis Moglia, muy estimado de los alumnos que le trataron. El padre Nicolás Mónaco, que fuera rector del Colegio a partir del 10 de octubre de 1924, había sido repetidor en el Colegio Germánico, y luego lo fue tambien en el Pío Latino. (Cf., L. Medina, Historia del Colegio … , 116, 121).

[163] ACEC, Coll. Pio Latino Americano (1936-1944), Visita Apostolica, 985/38, 1938, 52.

[164] «…si tratta di ragazzi latino-americani e non di tedeschi; carattere e mentalitá che più difficilmente si riconcentrano.» (Ibid.).

[165] Ibid.

[166] Cf., Ibid., 53-54.

[167] «78 % ottimo; 21 % medio; 1 % negativo.» (Ibid., 55).

[168] Ibid., 57.

[169] Ibid., 58.

[170] Ibid.

[171] Ibid., 58.

[172] Ibid., 60.

[173] Monseñor Orozco, devotísimo de los jesuitas y de su Colegio Pío Latino Americano, murió el 18 de febrero de 1936.

[174] Cf., ACEC, Coll. Pio Latino Americano (1936-1944), Visita Apostolica, 985/38, 1938, 61-62.

[175] Ibid., 62-63.

[176] Ibid., 64.

[177] El edificio del Colegio Pío Latino Americano de Roma, con sede en Gioacchino Belli nº 3 fue demolido entre julio y octubre de 1962. El Colegio se cambió a Vía Aurelia n° 511 y la estancia duró pocos años. El nuevo Colegio era muy grande y de estilo moderno. La crisis conciliar acarreó una baja de vocaciones notable. Esto hizo muy difícil mantener la vida del Pío Latino en una sede tan amplia. Se compró otro edificio, de proporciones más modestas, que es la sede actual (2003), con capacidad para cien alumnos más o menos y está ubicado en Vía Aurelia Antica n° 408. El traslado se hizo el año de 1973.

[178] Se pagaba una media de 120 liras italianas al año por este servicio.

[179] Cf., ACEC, Coll. Pio Latino Americano (1936-1944), Visita Apostolica, 985/38, 1938, 65-66.

[180] Ibid., 66.

[181] Cf., Apéndice 4.

[182] Antonio Gutiérrez Cadena, «…nací el 13 de junio de 1915 en Cuquío, Jal. Entré al seminario a la edad de 15 años, en 1930. Mis padres se dedicaban al campo. Yo he tenido muchos cargos en esta arquidiócesis de Guadalajara, aunque ya por la edad estoy jubilado y ahora estoy aquí para servir en la parroquia de Santa Teresita del Niño Jesús, pero he tenido muchísimos cargos. Estuve 10 años en Roma, en la Universidad Gregoriana; estudié filosofía, teología y derecho; hice la licencia en filosofía y derecho canónico y mi tesis doctoral en teología dogmática y cuando vine, me mandó el señor Garibi a Zapotlán el Grande y ahí estuve tres años de vicario cooperador, que así se llamaban entonces; ahora, según el Código nuevo se llaman vicarios parroquiales. Ahí estuve tres años. De ahí, me cambiaron a la parroquia del Dulce Nombre de Jesús, aquí en Guadalajara y estuve otros tres años y luego, de ahí me fui a Analco, otros cuatro años de vicario, pero luego me metieron al seminario y ahí di clases, un año de latín, griego e historia de la filosofía y diez años de teodicea, y al mismo tiempo estaba en la Curia Diocesana como secretario del oficio catequístico, luego como primer abogado, defensor del vínculo por treinta años;[…] me mandaron para Mexicaltzingo y ahí estuve 21 años de párroco y ya cuando llegó la edad marcada ahora por el Código, según el canon 538 párrafo 3ero., pues ya presenté al señor Posadas mi renuncia; no me la aceptó pues me dejó dos años más y ya pues el jubilado puede estar donde quiera, siempre que lo acepten donde él quiere estar y por eso estoy aquí, porque es donde quiero estar.» (Entrevista con Antonio Gutiérrez Cadena realizada en Guadalajara, Jalisco el 28 de noviembre de 2,000).

[183] P. Charles Boyer, profesor de teología dogmática en la PUG. Todos los profesores nombrados a continuación dieron clases en la Universidad Gregoriana. (Cf., Pontificia Università Gregoriana, Kalendarium, 1931-1932, 1934-1935, 1940).

[184] P. Giuseppe Filograssi, profesor de teología dogmática.

[185] P. Sebastian Tromp, profesor de teología fundamental.

[186] P. Timoteo Zapelena, profesor de teología fundamental.

[187] P. Reneé Arnou, profesor de teología dogmática.

[188] P. Clement Fuerst, profesor de teología dogmática (sacramentos).

[189] P. Francisco de Sales Mueller, profesor de teología dogmática.

[190] P. Henricus Lenerz, profesor de teología dogmática.

[191] Los profesores de teología moral, eran el español Ulpiano López y el alemán Francisco Hürth.

[192] Entrevista con Antonio Gutiérrez Cadena realizada en Guadalajara, Jalisco el 28 de noviembre de 2,000, s. p.

[193] El padre José Macagno S. I.

[194] Entrevista con Antonio Gutiérrez Cadena realizada en Guadalajara, Jalisco el 28 de noviembre de 2,000, s. p.

[195] Art. Brillante éxito de los alumnos hispanoamericanos en la Universidad Gregoriana, en Christus, 15 de noviembre 1938, (1939), 31-32.

[196] Acusación del Canónigo Margarito Ramírez contra el arzobispo de Guadalajara Francisco Orozco y Jiménez, fechada en Guadalajara, Jalisco, el 15 de julio de 1924. (ASCC, Posizioni Generali, 1924, s. p.).

[197] Ibid., s. p.

[198] Ibid., s. p.

[199] Ibid., s. p.

[200] Carta de defensa del arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez a las acusaciones del canónigo Margarito Ramírez, fechada en Roma el 20 de agosto de 1924. (Ibid., anexo, s. p.).

[201] Carta manuscrita del arzobispo de Linares, Francisco Plancarte al vicario general de la arquidiócesis José Guadalupe Ortiz, fechada en Chicago el 15 de marzo de 1917. (AHM, Correspondencia José Guadalupe Ortiz 1917-1918, s. p.).

[202] Entrevista a monseñor Juan Torres Cázares, Morelia, Michoacán, 5 de noviembre de 2000, s. p.

[203] Entrevista a monseñor Antonio Gutiérrez Cadena, Guadalajara, Jalisco, 28 de noviembre de 2000, s. p.

[204] P. Vera, Diario de mi destierro, 68.

[205] La carta, está firmada en Madrid, abril de 1926 (sin día) por: el arzobispo de Toledo, cardenal Enrique Reig, el arzobispo de Tarragona, cardenal Francisco Vidal, el arzobispo de Sevilla, cardenal Eustaquio Ilundaín, el arzobispo de Granada, cardenal Vicente Casanovas y los arzobispos de Valladolid, Valencia, Zaragoza y Santiago de Compostela.

[206] ADQ, Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Querétaro, mayo de 1926, 228.

[207] Cf., Ibid., 229.

[208] Cf., Ibid.

[209] Se hizo también circular la oración siguiente: «¡Oh María Inmaculada! Velad por México, rogad por México, salvad a México, que cuanto más culpable, mayor necesidad tiene de Vuestra poderosa intercesión. Una súplica a Vuestro Divino Hijo Jesús, que reposa en vuestros virginales brazos, y México será Salvo. Oh Jesús obediente a María, salvad a México.» (Ibid.).

[210] Enrique Reig y Casanova nació en Valencia, España, el 20 de enero de 1858. Cursó su carrera eclesiástica en el seminario de Valencia. Se ordenó el año de 1886 y desarrolló su primer trabajo pastoral en Almería, como miembro del profesorado del seminario. Fue después canciller y vicario general; nombrado archidiácono y canónigo de la catedral de Toledo y vicario general de esa arquidiócesis de 1901 a 1914. Fue auditor de la Sacra Rota de Madrid y rector de la Universidad de Madrid en 1904. Fue elegido obispo de Barcelona el 28 de marzo de 1914 y consagrado el 8 de noviembre del mismo año, en Madrid. Fue promovido a la sede metropolitana de Valencia el 22 de abril de 1920; transferido a la sede metropolitana y primada de Toledo el 14 de diciembre de 1922. Fue creado cardenal presbítero el 11 de diciembre de 1922. Recibió el capelo cardenalicio y el título de San Pedro en Montorio el 25 de mayo de 1923. Murió en Toledo el 20 de agosto de 1927. (Cf., S. Miranda, The Cardinals of the Holy Roman Church, (38) 453).

[211] Informe de la nunciatura apostólica en España nº 2068. ACEC, Seminari Messico 1910-1931, Inserto al rapporto nº 2068, 328/27, 1927, s. p.

[212] Federico Tedeschini nació en Antrodoco, diócesis de Rieti, Italia, el 12 de octubre de 1873. Se educó en el seminario de Rieti y en el Pontificio Seminario Romano en donde estuvo hasta 1900. Hizo los doctorados de filosofía, teología y los dos derechos con óptimas calificaciones. Fue ordenado sacerdote el 25 de julio de 1896. Dio clases en el seminario de Rieti de 1896 a 1901. Fue nombrado canciller de la secretaría de breves pontificios el 20 de octubre de 1908. Substituto de la Secretaría de Estado el 24 de septiembre de 1914. Nuncio en España el 31 de marzo de 1921. Fue nombrado arzobispo titular de Lepanto el 30 de abril de 1921 y consagrado el 5 de mayo del mismo año en el Vaticano por el papa Benedicto XV. Fue creado cardenal presbítero el 13 de marzo de 1913 y permaneció in pectore hasta su publicación el 16 de diciembre de 1935. Recibió el capelo cardenalicio y el título de Santa María de la Victoria el 18 de junio de 1936. En 1939 Pío XII lo nombró arcipreste de la basílica vaticana. En 1951 fue elegido obispo suburvicario de Frascati. Murió el 2 de febrero de 1959 en el palacio de la Dataría en Roma. (Cf., S. Miranda, The Cardinals of the Holy Roman Chrch, (29) 556).

[213] T. a. (Italiano). Minuta de respuesta al nuncio en España, mons. Federico Tedeschini el 25 de junio de 1927. ACEC, Seminari Messico 1910-1931, 328/27, 1927, s. p.

[214] Cf., E. Chávez, Historia del Seminario…II, 1575.

[215] El obispo era Mateo Múgica y Urrestarazu, nacido en Idiazabal, Guipúzcoa el 21 de septiembre de 1870. Estudió latín y un año de filosofía en la universidad de Oñate, prosiguiendo sus estudios en el seminario de Vitoria, de cuyo instituto fue, además, organista durante toda su carrera. Se doctoró en teología en Salamanca después de haber servido como coadjutor en la parroquia de Usúrbil, fue profesor del seminario de Vitoria. En 1917 fue nombrado obispo de Osma y consagrado en mayo de 1918. Durante su episcopado dotó al seminario de un reglamento extenso y completo. Fue trasladado a Pamplona y de ahí a Vitoria, estuvo en esa sede hasta 1937. Fue nombrado obispo titular de Cinna. Murió en Zarauz, Guipúzcoa, el 27 de octubre de 1968. (Cf., EUIEA, Apéndice 7, 807-808). «Un hermano de don Mateo, estuvo varios años de organista en la catedral de Mérida, Yucatán. Durante el Concilio Vaticano II, camino de Roma y antes de pasar por Lourdes, se acercaron muchos señores obispos, a saludar al venerable anciano, don Mateo, entre ellos S. E. el cardenal Garibi, algún arzobispo y bastantes obispos más. Durante años algunos sacerdotes acogidos y ordenados en la diócesis de Vitoria siguieron mandándole algunos dólares como gratitud y ayuda en sus necesidades. Los 10 últimos años de su vida estuvo ciego. Fue probado por Dios y por los hombres; dechado de integridad, de fe profunda y alegre fue un ejemplo para su pueblo. Murió en la fiesta de Cristo Rey a quien amaba tiernamente gracias a su contacto con los seminaristas mexicanos.» (Testimonio oral del presbítero, don Benito Nafarrete Unzueta, amigo íntimo del obispo Múgica, que estuvo con él en sus últimos momentos).

[216] Boletín Oficial del Obispado de Vitoria, año LXIII, nº 2 febrero 1927, 78.

[217] Ibid., 78-79.

[218] En realidad, la iniciativa no era fundar un seminario sino la petición de que las diócesis españolas recibieran a los seminaristas provenientes de México, como se hizo después.

[219] P. Vera, Diario de mi destierro, 70.

[220] Del sacerdote, Enrique Tomás Lozano, que nació en Teruel, España y pasó a la arquidiócesis de Linares, México, no pudimos encontrar datos biogáficos.

[221] ABSP, Revista Eclesiástica del Arzobispado de Puebla, t. XI, nº 1, enero de 1928, 187-188.

[222] Ibid., 188.

[223] ASSJG, Informes rectorales de 1924 a 1930, III-IV.

[224] Ibid., III.

[225] Ibid.

[226] Varios laicos de la ciudad de Vitoria y de Bilbao, apoyando el trabajo de su obispo, fundaron el comité Pro-México que tenía como finalidad promover oraciones y juntar fondos para ayudar a la Iglesia Mexicana personificada en sus seminaristas. Los nombres de estos bienhechores desinteresados eran: Agustín de Isusi, párroco de Los Santos Juanes y director del comité Pro-México, José Ortiz y Muriel, secretario, José Luis Ormaechea, tesorero, Eduardo de Ercurzaga, Luis Villalonga, Marcelino Oreja, José Irizar, Joaquín Ibáñes del Ibero S. I., Justo Izusquiza, Bernardino de Otaola, etc. (Cf., ASSJG, Efemérides del Seminario conciliar de Señor San José de Guadalajara, México, instalado en España, provisionalmente en Bilbao, 1928, 1-50).

[227] ASSJG, Informes rectorales de 1924 a 1930, IV.

[228] ASSJG, Efemérides del Seminario conciliar de Señor San José de Guadalajara, México, instalado en España, provisionalmente en Bilbao, 1928, 1-50.

[229] José Toral Moreno nació el 1 de febrero de 1891 e ingresó muy jovencito al seminario de Guadalajara. De ahí fue mandado al Colegio Pío Latino de Roma en donde estuvo del 23 de octubre de 1910 hasta el 29 de agosto de 1914. Se ordenó presbítero en Roma el 11 de abril de 1914. Regresó una segunda vez al Pío Latino en donde estuvo del 5 de octubre de 1925 hasta el 7 de enero de 1928. Se doctoró en teología en la PUG. Trabajó en Guadalajara, especialmente en el campo de la Acción Católica. Se le nombró canónigo de la catedral de Guadalajara. (Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Bibliografía, III, 512).

[230] José Ignacio de Alba y Hernández nació en San Juan de los Lagos, Jalisco el 30 de octubre de 1890; entró al seminario de esa ciudad y luego pasó al de Guadalajara. Fue enviado al Colegio Pío Latino Americano de Roma en donde estuvo del 26 de octubre de 1913 al 31 de julio de 1918. Fue ordenado sacerdote en Roma el 28 de octubre de 1915. Estuvo a cargo del seminario de Guadalajara en Bilbao, Vizcaya, España durante los años de la persecución callista (1927-1929). Fue nombrado obispo coadjutor de Colima con derecho a sucesión el 29 de abril de 1939; tomó posesión de sede como residente el 30 de junio de 1949. El 25 de julio de 1967 presentó su renuncia a la sede de Colima. Murió el 7 de marzo de 1979 en la ciudad de Colima. (Cf., Spectator, Los cristeros del volcán de Colima, I, 121).

[231] Cf., ASSJG, Efemérides del Seminario conciliar de Señor San José de Guadalajara, México, instalado en España, provisionalmente en Bilbao, 1928, 1.

[232] Ibid., 3.

[233] Cf., Ibid., 6.

[234] Cf., Ibid., 6-7.

[235] El padre Joaquín Ibáñes del Íbero S. I. pertenecía a la provincia Castellana de los jesuitas y estuvo «prestado» de 1902 a 1905 a la provincia Mexicana, por lo tanto tenía conocimiento de la vida y costumbres de México. (Cf., J. Bravo, Jesuitas en México durante el siglo XX, 637).

[236] Basten estas notas: 7 de marzo de 1928: «Se les sirve un antojo, churros por la fiesta; después de la comida se les da cigarros.» 20 de marzo de 1928: «En la comida hubo como platillo especial Carne y Conejo. Además un postre de leche. Después de la comida se les repartieron cigarrillos.» El 8 de abril de 1928: «En la comida se les regalaron al más viejo y al más joven sendos platillos de caramelos etc. También a los demás se les distribuyeron caramelos y cigarrillos. Allí se los fumaron.» El 19 de abril: «Después de la Misa fue todo el grupo a saludar al Sr. Somellera, quien obsequio vino y bizcochos.» El 6 de junio de 1928: «Después de recorrer el rompeolas subimos al cerro, donde comimos a la vista del mar. Comida que en paquetes se había llevado de casa vino y cigarros.» El 15 de junio de 1928: «Después de la procesión, un poco de vino y pasteles que ofreció (los pasteles) el P. Toral. Recreo hasta la hora de comer. Al terminar la comida cigarros, arroz con azúcar y una copita de licor.» (ASSJG, Efemérides del Seminario conciliar de Señor San José de Guadalajara, México, instalado en España, provisionalmente en Bilbao, 1928, 18, 23, 29, 33, 42, 48).

[237] Ibid., 1928, 26.

[238] Cf., Ibid., 26-33.

[239] Carta latina del arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez suplicando al papa Pío XI, dispensar la vida comunitaria de los seminaristas de Guadalajara, fechada el 12 de mayo de 1929. Cf., ACEC, Seminari Messico 1910-1931, 474/29, 1929, s. p.

[240] Ibid., s. p.

[241] El día 25 de mayo de 1925 el obispo de Vitoria, Mateo Múgica y Urrestarazu había ordenado en su capilla privada a los 15 siguientes alumnos: Rafael Pérez, José Lucio Lozano, Donato Udave, Juan Hernández, Salvador Gutiérrez, José Vadas, Isidoro González, José Rentería, Juan Bernal, Juan Pérez, Edmundo Guzmán, Reinaldo Flores, Rafael Meza, Jesús Origel y Alejandro Jaramillo. Ahora, su arzobispo, monseñor Orozco y Jiménez los llamaba a su lado. (Cf., ASSJG, Efemérides del Seminario conciliar de Señor San José de Guadalajara, México, instalado en España, provisionalmente en Bilbao, 1928, 56).

[242] Ibid.

[243] Este tema es exhaustivamente tratado por: L. M. Torra Cuixart, Espiritualidad sacerdotal en España (1939-1952). Búsqueda de una espiritualidad del clero diocesano, Universidad Pontifica de Salamanca 2000.

[244] En cuanto a la situación de precariedad que se vivía en los seminarios españoles, la primara voz de alarma la dio el nuncio en Madrid, mons. Rampolla en 1885, mediante un informe enviado a la Santa Sede en el que exponía la situación de abandono de los seminarios. Poco más tarde, cuando el ya cardenal Rampolla ocuparía la Secretaría de Estado con León XIII, encargó al nuevo nuncio Angelo Di Pietro (30 de enero de 1891) la elaboración de un concienzudo informe de la situación de los seminarios en España. Este trabajo lo realizó el secretario de la nunciatura Antonio Vico a lo largo de 1891, siendo presentado en Roma el 30 de enero de 1892. Los datos del informe revelan que, salvo raras excepciones, el panorama es desolador en palabras del historiador Vicente Cárcel. El Informe Vico fue publicado en la revista Seminarios, 77-78, Salamanca 1980, bajo el título: Antonio Vico, Informe sobre la situación de los Seminarios en España hasta el 31 de diciembre de 1891. Monseñor Antonio Vico fue elegido arzobispo titular de Filippi el 22 de diciembre de 1897 y creado cardenal presbítero el 27 de noviembre de 1911.

[245] Art. A. Vico, Informe síntesis de los seminarios, 392.

[246] L. M. Torra Cuixart, Espiritualidad sacerdotal en España (1939-1952), 42.

[247] Manuel Domingo y Sol nació en Tortosa el 18 de abril de 1836. Cursó la carrera eclesiástica con notable brillantez en el seminario de su ciudad natal. Fue ordenado el 2 de junio de 1860. En 1863 obtuvo el doctorado en teología en Valencia. Ejerció su ministerio en Tortosa y en el seminario dando clase de moral y religión. Se consagró especialmente a la dirección espiritual, formando honrados cristianos. Fue el apóstol de las vocaciones eclesiásticas en España, gracias a los llamados Colegios de San José que él fundó en Tortosa, Valencia, Murcia, Orihuela, Almería, Placencia, Burgos y Toledo. Para atenderlos y perpetuar su existencia instituyó en 1866 la Hermandad de los Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús. En 1892 estableció en Roma el Pontifico Colegio español de San José, para alumnos de toda España. A partir de 1897, como superior general de la Hermandad, aceptó la dirección espiritual, disciplinar y económica de los seminarios que varios obispos le fueron confiando: Astorga, Toledo, Zaragoza, Baeza, Badajoz, Ciudad Real, Jaén, Barcelona, Segovia, Tarragona, Burgos, etc. También se le encargaron en México los de Chilapa, Puebla, Cuernavaca y Querétaro que las vicisitudes políticas le obligaron a abandonar. Difundió la asociación de la Adoración Nocturna; fundó la revista Correo Interior Josefino en 1897, que funcionó como órgano de comunicación de los seminarios confiados a la hermandad. Fue un hombre abnegado y de delicadísima caridad para con todos, especialmente con los pobres. Murió en Tortosa el 25 de enero de 1909. Fue beatificado el 29 de marzo de 1987 por el Papa Juan Pablo II. (Cf., EUIEA, LVI, 1559).

[248] Cf., J. M. Javierre, Reportaje a Mosén Sol. Un hombre bueno y audaz, Madrid 1987, 32-40.

[249] Cf., L. Rubio - J. De Andrés - F. Martín, Sacerdotes operarios diocesanos, 130-131.

[250] Francisco de Asís Vidal y Barraquer nació el 3 de octubre de 1868 en Cambils, arquidiócesis de Tarragona, España. Estudió en la Escuela de Leyes de Barcelona y en el seminario de Tarragona. Fue ordenado sacerdote el 17 de septiembre de 1899. Su primer trabajo lo desarrolló en su diócesis. Fue nombrado canónigo de la catedral en 1907 y fue vicario general de 1909 a 1913. Fue elegido obispo titular de Pentacomia y nombrado administrador apostólico de Solsona el 10 de noviembre de 1913. Fue consagrado el 26 de abril de 1914 en Tarragona a donde fue promovido a la sede metropolitana el 7 de mayo de 1919. Fue creado cardenal presbítero el 7 de marzo de 1921 y recibió el capelo cardenalicio y el título de Santa Sabina el 16 de junio de 1921. Estuvo exiliado en Italia y en Suiza de 1937 a 1942. Murió el 13 de septiembre de 1943 en Friburgo, Suiza. Fue enterrado en la iglesia de los Cartujos de Valsainte, Suiza. (Cf., S. Miranda, The Cardinals of the Holy Roman Church, (20) 593).

[251] Dichas disposiciones eran presentadas en la carta circular Quod catholicis de la S. C. de Seminarios del 28 de agosto de 1929 (Cf., EC, Carta circular a los Rvmos. Ordinarios, 621), que prescribía una serie de medidas para mejorar el estado de los seminarios en general. Había otra carta de la misma S. C. llamada Il giorno del 8 de febrero de 1930, dirigida al cardenal Segura y Saénz, en la que se insistía en la necesidad de resolver los problemas concretos que arrastraban los seminarios en España y la carta de la S. C. de Seminarios Quae Eminentissimus del 10 de agosto de 1930, dirigida a todos los obispos españoles, volviendo a insistir por medio de unas Instrucciones que apuntaban a las mejoras concretas de los seminarios. (Cf., V. Cárcel Ortí, La visita apostólica de 1933-34 a los seminarios españoles, en Anuario de Historia de la Iglesia, 2 (1993) 127-150).

[252] El nuncio se refiere a los recientes, graves sucesos: la monarquía española había caído el 12 de abril de 1931 bajo la coalición republicano-socialista. Alfonso XIII viajó de Madrid a Cartagena en coche para embarcarse rumbo a Marsella y la familia real partió en tren para Irún el 15 de abril de 1931. (Cf., J. Terrero – J. Regla, Historia de España, Barcelona 1972, 628). Con la proclamación de la II República, el 14 de abril de 1931; una ola de furor anticlerical produjo la quema de conventos en Madrid; se aprobó la Constitución. Y el hecho más grave, al que sin duda alude mons. Tedeschini fue la expulsión de los jesuitas el año de 1932; eran más de tres mil, contaban con 21 colegios de enseñanza media con más de 6,000 alumnos; publicaban más de 40 revistas periódicas. Los jesuitas, además, habían impulsado el catolicismo llamado «social» con escuelas para obreros, sindicatos, etc. La crisis fue gravísima entonces. (Cf., V. Cárcel Ortí, Historia de la Iglesia. La Iglesia en la época contemporánea, III, Madrid 1999, 420-421). «…su artículo 26 [de la Constitución] establecía la disolución de las órdenes religiosas, que impusiesen, además de los tres votos canónicos, otro de obediencia a una autoridad distinta a la del Estado y, por ello, disponía que sus bienes se nacionalizasen y aplicasen a fines benéficos. Era claro que se refería a la Compañía de Jesús. […] Ninguna consideración humanitaria para los ancianos ni enfermos ni para los que habían dejado todo para servir a sus hermanos. Unos 3,600 españoles quedaban tirados en la calle, no por un cataclismo fatal ni por un haz de forajidos, sino por las mismas Cortes españolas.» (Q. Aldea, España. Durante la II República (1931-1936), en DHCJ, II, 1286).

[253] La segunda mesa respondía a las necesidades de muchos seminaristas ya que los internos pagaban una cuota menor por su manutención y la comida era también más escasa y de menor calidad. Los fámulos eran chicos pobres que ingresaban al seminario y que recibían la formación sacerdotal a cambio de servicio doméstico en el seminario o a los superiores y profesores. (Cf., L. M. Torra Cuixart, Espiritualidad sacerdotal en España (1939-1952), 53).

[254] Carta del nuncio en España Federico Tedeschini a los obispos españoles, En atención, el 24 de noviembre de 1932, en. Archivo Vidal y Barraquer, (AVB) vol. III, nº 498, 443-444.

[255] Pascual Ortiz Rubio (1877-1963) nació en Morelia, Michoacán; estudió en el Colegio de San Nicolás Hidalgo y en México en la Escuela Nacional de Ingenieros donde se tituló ingeniero topógrafo en 1902. Fue diputado en la XXVI Legislatura maderista; se afilió posteriormente al constitucionalismo. Fue gobernador del Estado de Michoacán de 1917 a 1920. Fue secretario de Estado en el gabinete de Adolfo de la Huerta y en el gobierno de Obregón fue ministro de México en Alemania y en Brasil. Dejó ese puesto para presentarse como candidato a la presidencia de la República. Electo presidente, tomó posesión el 5 de febrero de 1930, y renunció al cargo el 2 de septiembre de 1932. El día de la toma de posesión fue objeto de un atentado, resultando herido. Murió en 1963. (Cf., Art., Ortiz Rubio, Pascual, III, 2580-2581).

[256] Cf., J. Meyer, La reconstrucción de los años veinte: Obregón y Calles, en T. Anna, Historia de México, 227

[257] Cf., PCM, I, 38.

[258] Abelardo Rodríguez nació en San José de Guaymas, Sonora el 12 de mayo de 1889. Estudió la escuela primaria en Nogales y trabajó en el mineral de Cananea. En 1913 se afilió a la revolución, alistándose en las tropas constitucionalistas. Fue comandante militar del territorio norte de Baja California en 1923, de donde también fue gobernador. En 1928 asciende a general de división. En 1931 viajó por Europa como subsecretario de Guerra y Marina. En 1932 ocupó el cargo de secretario de Industria, Comercio y Trabajo, después, la Secretaría de Guerra. Al renunciar Pascual Ortiz Rubio a la presidencia, el Congreso de la Unión lo designó presidente de la República sustituto, asumiendo el cargo el 4 de septiembre de 1932 hasta el 30 de noviembre de 1934. Durante su gobierno se decretó la Ley de Beneficencia Privada, por la cual quedaron bajo control del Estado todas las sociedades de beneficencia. En septiembre de 1933 nombró a Plutarco Elías Calles secretario de Hacienda. También durante su gobierno se declaró obligatoria la enseñanza socialista. Fue elegido gobernador de Sonora en 1943. Fundó la Universidad del Estado y alentó la educación superior. Gran parte de su vida, después de ser gobernador de Sonora, lo dedicó a sus negocios privados; fundó numerosas empresas industriales y pesqueras. Murió el 13 de febrero de 1967 en el Schipps Memorial Hospital de la Jolla, California, Estados Unidos. (Cf., Art. Rodríguez, Abelardo L., en DPH, IV, 2981-2982).

[259] Cf., J. Meyer, La reconstrucción de los años veinte: Obregón y Calles, en T. Anna, Historia de México, 229.

[260] Cf., Ibid., 230-238.

[261] El Partido Nacional Revolucionario fue ideado por Plutarco Elías Calles y se creó en la Convención reunida en Querétaro del 1 al 4 de marzo de 1929 con el objeto de unificar las fuerzas revolucionarias. En esa Convención se designó candidato a presidente de la república por parte del PNR a Pascual Ortiz Rubio. En 1937, frente a los grupos que manifestaron oposición contra el entonces presidente de la república, Lázaro Cárdenas, el partido se reestructuró y ajustó a las circunstancias, incorporando a las fuerzas obrera y campesina el 1 de abril de 1938 y se le dio el nombre de Partido de la Revolución Mexicana (PRM), integrado por cuatro secciones: obrera, campesina, popular y militar. En 1945 se hizo necesario otro ajuste de acuerdo a la Ley Electoral promovida por el entonces presidente Manuel Ávila Camacho. Así surgió en enero de 1946 el Partido Revolucionario Institucional (PRI), con las mismas secciones que el anterior partido, excluyendo la militar. (Cf., Art. Partido Nacional Revolucionario (PNR), en DPH, III, 2648).

[262] Estas ausencias fueron para hacerse cargo, en una, de la presidencia del PNR y en la otra de la Secretaría de Gobernación.

[263] Cf., A. Córdova, La Revolución en crisis. La aventura del maximato, México 19995, 421-426.

[264] Cf., C. Alvear, La Iglesia en la Historia de México, 311.

[265] Discurso del General Lázaro Cárdenas del Río tenido en Gómez Palacio, Durango el 21 de junio de 1934, publicado en el diario El Nacional del 22 de junio de 1934, en (ASCD, Comunicaciones Secretario, V-3, 1904-1934, recorte anexo, s. p.).

[266] Cf., Art. Cárdenas del Río, Lázaro, en DPH, I, 600-601.

 

[267] Cf., AAS, Acta Pii Pp. XI, Littera Encyclica, Divini illius Magistri, 31 diciembre de 1929, (1930) 49-86.

[268] Sigo la traducción española de: Cf., Monjes de Solesmes, Divini Illius Magistri, en: Enseñanzas Pontificias-3, Buenos Aires 1960, 214.

[269] Ibid., 219.

[270] Ibid., 226.

[271] Ibid., 245.

[272] Ibid., 246.

[273] Ibid., 251.

[274] Narciso Bassols (1897-1959) nació en Tenango del Valle, Estado de México. Hizo estudios de abogacía en la Universidad Nacional. En la Escuela Nacional Preparatoria formó parte de un grupo de estudiantes talentosos y brillantes a los que llamaron los «siete sabios». Entró a las actividades políticas siendo muy joven. En su estado natal fue secretario general de Gobierno durante la administración de Filiberto Gómez. Dio clases de lógica, ética, derecho internacional y garantía de amparo en la Esc. Nacional de Jurisprudencia. A los 23 años inició su carrera de maestro universitario; fue director de la Facultad de Derecho y fundador de la Escuela Nacional de Economía. Fue secretario de Estado en el gobierno de Pascual Ortiz Rubio después, también durante el mismo gobierno, ministro de Educación cargo que ocupó del 23 de octubre de 1931 al 4 de septiembre de 1932. En el gobierno de Abelardo Rodríguez, en 1934, secretario de Gobernación y a fines del mismo año, secretario de Hacienda y Crédito Publico. En la administración del presidente Cárdenas; luchó por el desarrollo económico de México, con una visión nacionalista; gran estudioso cuyos trabajos y ensayos sobre economía fueron ampliamente difundidos. En 1935 renunció a su cargo en Hacienda y se le nombró embajador de México en Londres, Moscú, París y Madrid. Delegado de México ante la Liga de las Naciones; defendió a Austria, Etiopía y a la República Española. Murió en la ciudad de México. (Cf., Art. Bassols, Narciso, en DPH, I, 393).

[275] Noticia aparecida en El Universal el 22 de abril de 1932 con el título Reglamento de la actividad de las escuelas religiosas, en Boletín Hemerográfico ‘El Universal’, año 1, nº 6, abril de 1990, 7.

[276] AAS, Acta Pii Pp. XI. Littera Encyclica Acerba animi, 29 septiembre 1932, 321.

[277] El texto original de la Encíclica está en latín: (Cf., Ibid., 321-332).

[278] Noticia aparecida en El Universal el 3 de octubre de 1932 con el título Protesta México por una encíclica de Pío XI, en Boletín Hemerográfico ‘El Universal’, año 1, nº 6, abril de 1990, 7.

[279] El padre Félix Rougier, fundador de los misioneros del Espíritu Santo, narró este episodio a sus religiosos de la comunidad de Roma: «Esta protestación [sic] muy desmedida en lo términos y en el fondo, [se refiere a la protesta del presidente Abelardo L. Rodríguez sobre la encíclica ‘Acerba animi’ que publicaron los diarios] indignó a todos los católicos. Su Exc. el Delegado Apostólico [Leopoldo Ruiz y Flores] protestó en seguida con la razón y la calma que se encuentra siempre en los documentos que emanan de él. La contestación del Presidente fue el destierro!… Al día siguiente fue preso desde temprano, y luego, a las 3.00 de la tarde un aereoplano,[sic] a pesar del temporal salió para llevarlo a los Estados Unidos. Pero el tiempo era tan malo que el piloto declaró que no podía pasar la frontera y se volvió a Tampico. Sin demora se puso un tren especial y a la una de la mañana el Excelentísimo Señor Delegado pasó la frontera. En los Estados Unidos fue recibido en triunfo. Ayer el Excmo. Sr. Arzobispo [de México, Pascual Díaz] fue preso, condenado a 500 pesos de multa (que pagó en seguida) por haber celebrado en varios templos, tenía permiso verbal del Gobierno, pero no le valió y sólo le permiten celebrar la santa Misa en Catedral. Mucho descontento en todas partes. Se temen bolas.» (Carta del padre Félix Rougier al padre Ángel Oñate y comunidad del 9 de octubre de 1932. F. Rougier, Cartas a Roma, edición privada, México 1959, 122).

[280] Cf., PCM, I, 39.

[281] J. Sotelo Inclán, La educación socialista, en: F. Solana- R. Cardiel - R. Bolaños, Historia de la educación pública en México, México 1999, 270.

[282] Cf., Ibid., 274.

[283] También la reforma al artículo 3º concedía: «Podrán concederse autorizaciones a los particulares que deseen impartir educación en cualquiera de los tres grados anteriores, de acuerdo, en todo caso, con las siguientes normas:

I. Las actividades y enseñanzas de los planteles particulares, deberán ajustarse sin excepción alguna, a lo preceptuado en el párrafo inicial de este artículo, y estarán a cargo de personas que, en concepto del Estado, tengan suficiente preparación profesional, conveniente moralidad e ideología acorde con este precepto. En tal virtud, las corporaciones religiosas, los ministros de los cultos, las sociedades por acciones que exclusiva o preferentemente realicen actividades educativas y las asociaciones o sociedades ligadas directa o indirectamente con la propaganda de un credo religioso, no intervendrán en forma alguna en escuelas primarias, secundarias o normales, ni podrán apoyarlas económicamente.

II. La formación de planes, programas y métodos de enseñanza corresponderá, en todo caso, al Estado;

III. No podrán funcionar los planteles particulares sin haber obtenido previamente, en cada caso, la autorización expresa del poder público, y,

IV. El Estado podrá revocar, en cualquier tiempo, las autorizaciones concedidas. Contra la revocación no procederá recurso o juicio alguno. Estas mismas normas regirán la educación de cualquier tipo o grado que se imparta a obreros o campesinos.

La educación primaria será obligatoria y el Estado la impartirá gratuitamente.

El Estado podrá retirar discrecionalmente en cualquier tiempo el reconocimiento de validez oficial a los estudios hechos en planteles particulares.

El Congreso de la Unión con el fin de unificar y coordinar la educación en toda la República, expedirá las leyes necesarias destinadas a distribuir la función social educativa entre la Federación, los Estados y los Municipios, a fijar las aportaciones económicas correspondientes a ese servicio público y a señalar las sanciones aplicadas a los funcionarios que no cumplan o no hagan cumplir las disposiciones relativas, lo mismo que a todos los que las infrinjan.» (Esta reforma se publicó en el Diario Oficial del 13 de diciembre de 1934. En: LFM, 881-882).

[284] Noticia aparecida en El Universal el 26 de enero de 1935 con el título La Iglesia retrasó el desarrollo nacional, dijo Lázaro Cárdenas, en Boletín Hemerográfico ‘El Universal’, año 1, nº 6, abril de 1990, 7.

[285] Con este nombre designaban a cierto tipo de documentos que impugnaban alguna ley o disposición. Ocurso por recurso.

[286] Nuevo ocurso del Vble. Episcopado al Sr. Presidente de la República, fechado el 23 de noviembre de 1935; en Christus, año 1, nº 1, enero de 1936, 8 -17.

[287] Cf., Ibid., 15.

[288] Los obispos hablaban de que el artículo 130 reconocía implícitamente los seminarios pues dice. «Por ningún motivo se revalidará, otorgará dispensa o se determinará cualquier otro trámite que tenga por fin dar validez en los cursos oficiales, a estudios hechos en los establecimientos destinados a la enseñanza profesional de los ministros de los cultos.» (LFM, 876). En otras palabras, el Estado reconoce que las Iglesias eduquen a sus ministros, o sea que tengan sus seminarios, aunque no reconoce la validez de sus estudios.

[289] El ocurso estaba firmado por todos los prelados: José Othón Núñez, Pascual Díaz, José María González, Leopoldo Ruiz y Flores , Martín Tritschler, Pedro Vera y Zuria, Francisco Orozco y Jiménez, Gerardo Anaya, Nicolás Corona, Jenaro Méndez, Luis Ma. Altamirano, Leopoldo Díaz, Luis Guízar, Jesús Villareal, José Amador Velasco, Emeterio Valverde, Jesús María Echavarría, Ignacio Plascencia, Manuel Fulcheri, Juan Navarrete, Antonio Guízar, Francisco González, Agustín Aguirre, J. de Jesús Manríquez, Serafín Ma. Armora, J. de Jesús López, Guillermo Tritschler, Marciano Tinajero, Manuel Pío López, Anastasio Hurtado y Alejandro Ramírez.

[290] «…entendiendo por Socialismo el sistema filosófico, económico o social que en una u otra forma no reconoce los derechos de Dios y de la Iglesia, ni el derecho natural que todo hombre tiene a poseer los bienes que ha adquirido con su trabajo o ha heredado legítimamente, o que fomente el odio y la lucha injusta de clases.» (Carta Pastoral colectiva del Episcopado Mexicano del 12 de enero de 1936, en Christus, año 1, nº 2, febrero de 1936, 102).

[291] Cf., Ibid., 102-103.

[292] Cf., Ibid., 103.

[293] Cf., C. Alvear, La Iglesia en la historia de México, 311.

[294] Los obispos mexicanos no distinguen entre habitantes totales y católicos, porque en México, eso casi no existía; por ejemplo, en 1975 el escritor católico Carlos Alvear Acevedo escribía: «Y aunque la inmensa mayoría de los mexicanos se proclama como de fe católica, con un 94% –al lado de 701,500 protestantes, 30,000 judíos; y otros grupos de menor cuantía, según del censo de 1970–, no es menos cierto que en sus grandes líneas y en la vida ordinaria, México vive en gran medida apartado de los valores substanciales del Catolicismo.» (Ibid., 331). Y, todavía en 1996 la Enciclopedia Universal Ilustrada (EUIEA), registra que, según el censo de 1990, con una población total de 91.145,000 habitantes, el 93% se declaraba católico. (Cf., Art. México, en EUIEA, Suplemento 1995-1996, 829-833).

[295] Las cursivas aparecen en el original: Carta que el Episcopado Mexicano dirige a los Venerables Episcopados de los Estados Unidos, Inglaterra, España, Centro y Sud América, Antillas y Filipinas, con fecha del 11 de febrero de 1936. En Christus, año 1, nº 3, marzo de 1936, 200-201.

[296] Ibid., 201.

[297] Ibid.

[298] Ibid., 203.

[299] Cf., Carta Pastoral nº 12 del 29 de enero de 1936 del arzobispo de Antequera, José Othón Núñez y Zárate. AHAO, Boletín Oficial y Revista Eclesiástica de la Provincia de Antequera, febrero de 1936, 207-210.

[300] Cf., Art. Telegrama del Vble. Episcopado Nacional al Sr. Presidente, fechado el 6 de febrero de 1936, en Christus, año 1, nº 3, marzo de 1936, 203-204.

[301] Pedro Maldonado Lucero nació el 15 de junio de 1892, en la ciudad de Chihuahua. A los 9 años ingresó en la escuela particular anexa al seminario, dirigida por los padres paúles; a los 17 años entró en el seminario de su ciudad natal, atendido también por mismos. En 1914, a causa de la persecución villista, el seminario cerró sus puertas por lo que Pedro tuvo que regresar a la casa paterna, donde continuó estudiando por las noches. Regresó al seminario nuevamente en 1915. Fue ordenado sacerdote en el Paso, Texas, el 25 de enero de 1918, en la catedral de San Patricio. Cantó su primera misa el 11 de febrero de 1918. Después de haber ejercido varios cargos, fue nombrado cura párroco de Santa Isabel en donde permaneció hasta su muerte. Sincero amigo del pueblo, como todo sacerdote, veía en la educación socialista, un peligro para sus fieles y comenzó a combatirla con todos los medios a su alcance, fiel a sus superiores eclesiásticos. (Cf., PCM, I, 242-248). Se hablará más adelante de él.

[302] Después se supo que los mismos acusadores, o sea los maestros de la escuela, habían tenido en ese salón una reunión la noche anterior y habían olvidado un brasero encendido.

[303] «Un testigo ocular describe en una carta: –‘Lo atormentaron horriblemente. La cabeza quedó totalmente destrozada, al grado de que los doctores de Chihuahua apenas pudieron sujetarla con las vendas; los brazos y las piernas fueron torcidos hasta deformarlos…Personas competentes en la materia que lo vieron morir, encuentran signos evidentes que lo acreditan como el primer mártir de la Diócesis.» (Art. Un nuevo mártir: El Sr. Cura D. Pedro Maldonado, H. Secondo, en Christus, año 2, nº 13, 201-202).

[304] Cf., PCM, I, 242-248.

[305] J. Sotelo Inclán, La educación socialista, en: F. Solana- R. Cardiel - R. Bolaños, Historia de la educación pública en México, México 1999, 281.

[306] Se refiere al hábito de los misioneros del Espíritu Santo.

[307] Entrevista a Salvador Martínez Sosa, misionero del Espíritu Santo, nacido el 11 de abril de 1916. Roma, mayo 13 de 2,000, s. p.

[308] J. Sotelo Inclán, La educación socialista, en: F. Solana- R. Cardiel - R. Bolaños, Historia de la educación pública en México, México 1999, 284.

[309] Carta del arzobispo de México, José Mora y del Río a Monseñor Bonaventura Cerretti, secretario de la S. C. de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, fechada el 22 de noviembre de 1920. AAES, México III per., México, F. 147, 1920, 42.

[310] Ibid., 43.

[311] Ibid.

[312] T. a. (Latín). SCCRVA, en ASV, Mexican (México), F. 507, 1920, 20.

[313] Progetto di un Seminario Centrale, carta del delegado apostólico en México, Ernesto Filippi al cardenal Gaetano De Lai, secretario de la S. C. Consistorial el 30 de mayo de 1922, (rapporto n. 960 con Memorandum, allegato unico al rapporto n. 960). ACEC, Seminari Messico 1910-1931, 372/22, (1922), s. p.

[314] T. a. (Italiano). Ibid., s. p.

[315] El provincial de los jesuitas en 1922 era el padre Camillo Crivelli (14 de febrero de 1920 al 12 de diciembre de 1925). El padre Camilo nació el 18 de julio de 1874 en Chiusa Lipesio, Italia. Ingresó al noviciado de la Compañía en Veruela, para la provincia mexicana el 12 de noviembre de 1888. Hizo la filosofía en Tortosa, España (1895-1897); en 1895 fue enviado al colegio de Mascarones en México, D. F. Estudió la teología en San Luis Missouri (1902-1906). En 1906 es enviado al colegio de El Llano, en Michoacán. En 1907 regresa a la capital. En 1912 es enviado a Guadalajara como profesor de filosofía e historia. En 1914 es nombrado rector del colegio de Puebla. En 1916 es expulsado y sale hacia Cuba. En 1917 es nombrado superior de la residencia de Jalteva, Nicaragua y fue el fundador y primer rector del colegio de Granada, Nicaragua. En 1920 es nombrado provincial de la provincia mexicana. En 1927 va a Estados Unidos, es nombrado rector del Ysleta College y construye el edificio del colegio. En 1929 es nombrado subsecretario del asistente de España para América Latina en Roma. En 1936 es visitador de las provincias de México y Colombia, en 1937 de Chile y Argentina. En 1938 es profesor de la Universidad Gregoriana; en 1939 es primer asistente para América Latina. El 21 de enero de 1954 muere santamente en Roma. Era de claro talento, con don de gentes, especialmente en su relación con los jóvenes; organizador extraordinario, con temple para tomar decisiones difíciles. (Cf., J. Gutiérrez, Jesuitas en México durante el siglo XIX, 313).

[316] T. a. (Italiano). Progetto di un Seminario Centrale, carta del delegado apostólico en México, Ernesto Filippi al cardenal Gaetano De Lai, secretario de la S. C. Consistorial el 30 de mayo de 1922, ACEC, Seminari Messico 1910-1931, 372/22, (1922), s. p.

[317] Cf., Ibid., s. p.

[318] Memorandum, allegato unico al rapporto n. 960. ACEC, Seminari Messico 1910-1931, 372/22, (1922), s. p.

[319] Cf., Ibid., s. p.

[320] Ibid., s. p.

[321] La Compañía de Jesús no accedió a tomar la responsabilidad del seminario interdiocesano hasta 1936. Así declaraba el padre Ledóchowsky: «Ho ricevuto la Sua venerata lettera del 18 corrente ove Vostra Eminenza Reverendissima si degnava di chiedere il mio parere circa l´’eventuale assunzione dell’erigendo Seminario di Castroville (Texas), da parte della nostra Compagnia, qualora venissimo invitati dalla S. Sede a prenderne la direzione. Già nel 1930 siamo stati interrogati intorno a questa stessa cosa ed allora, dopo aver sentito il Provinciale del Messico, dovetti rispondere che le nostre forze già impegnate in altro opere non ci permettevano di assumere questo nuovo onere.» (Carta del padre general de los jesuitas Wlodimiro Ledóchowsky al cardenal Gaetano Bisleti prefecto de la S. C. de Seminarios el 24 de noviembre de 1936. ACEC, Seminari Messico, 1350/35, dcto., nº 17, (1935), s. p.).

[322] Ibid., s. p.

[323] Monseñor Filippi cita el canon 956: «Por lo que se refiere a la ordenación de los seculares, solamente es Obispo propio el Obispo de la diócesis en donde el ordenando tiene su domicilio y origen a la vez, o simple domicilio sin origen; pero en este último caso debe el ordenando reforzar con juramento su propósito de permanecer perpetuamente en la diócesis, a no ser que se trate de la ordenación de un clérigo que ya está incardinado en la diócesis en virtud de la primera tonsura, o de ordenar a un alumno que se destina al servicio de otra diócesis a tenor del canon 969, § 2, o a un religioso profeso, a tenor del 964, número 4.» (L. Miguélez – S. Alonso – M. Cabreros, Código de Derecho Canónico y legislación complementaria, edición bilingüe, 356).

[324] Canon 92: «§ 1. El domicilio se adquiere por la residencia en alguna parroquia o cuasiparroquia, o por lo menos en una diócesis, vicariato apostólico o prefectura apostólica, siempre que la residencia, o vaya acompañada de permanecer en aquel lugar perpetuamente, si no hay causa que lo impida, o se prolongue por un decenio completo.» (Ibid., 39).

[325] T. a. (Italiano). Memorandum, allegato unico al rapporto n. 960. ACEC, Seminari Messico 1910-1931, 372/22, (1922), s. p.

[326] T. a. (Italiano). Minuta original manuscrita de la S. C. Consistorial firmada por el cardenal De Lai, dirigida al cardenal Gaetano Bisleti, prefecto de la S. C. de Seminarios, fechada el 28 de julio de 1922. ACEC, Seminari Messico 1910-1931, 1922, s. p.

[327] Cf., J. Bravo, Diócesis y Obispos de la Iglesia Mexicana, 109.

[328] T. a. (Italiano). «Suspendida la práctica por la expulsión del Delegado Apostólico Monseñor Filippi de México.», en ACEC, Seminari Messico 1910-1931, (372/22) 28 de febrero de1925, s. p.

[329] Arthur Jeronimus Drossaerts nació en Breda, Holanda, el 12 de septiembre de 1862, estudió teología en el seminario de Buscoducen. Fue ordenado presbítero el 15 de junio de 1889; fue elegido obispo auxiliar de Nueva Aurelia (Chicago) el 8 de diciembre de 1918. Promovido al arzobispado de San Antonio, en Texas el 3 de agosto de 1926. Murió en la ciudad de San Antonio el 8 de septiembre de 1940. Cf., Catholic Hiererchy. Bishops, [en línea] <http:\\www.catholic-hierarchy.org/diocese/dokla/.html> [consulta: 7 mayo 2003].

[330] Entre la compra y la reparación del edificio, se gastaron 30,735 dólares, pagados por la Santa Sede en favor de los obispos mexicanos, aunque por cuestiones legales la propiedad se puso a nombre del arzobispado de San Antonio. (Cf., L. Medina, Historia del Seminario de Montezuma, 80-82).

[331] Carta a máquina, sin firma, de mons. Leopoldo Ruiz y Flores fechada en Washington el 27 de marzo de 1929 y con una nota manuscrita del padre Félix Rougier que dice: «Carta del Señor D. L. R. a la Señora C. C. de A. [Concepción Cabrera de Armida] para serme comunicada.» (AGMSPS, Castroville 1929, s. p.).

[332] Cf., P. Vera O., Visión panorámica de nuestra Congregación de Misioneros del Espíritu Santo (1914-1993), (inédita), 8-16.

[333] El padre Félix Rougier, además de tener una estrecha amistad con Monseñor Leopoldo Ruiz, era su dirigido espiritual, por lo que es de suponer que la palabra del arzobispo tenía gran peso para él.

[334] Tomás Fallon, M.Sp.S., nació en Clarenbridge, Irlanda, el 7 de octubre de 1875, conoció al padre Félix Rougier al inicio de la fundación de los Misioneros del Espíritu Santo, en Irlanda y pronto se entusiasmó por pertenecer al naciente instituto. Profesó el 20 de noviembre de 1925. Fue ordenado sacerdote en la ciudad de México el 3 de abril de 1926; fue uno de los primeros colaboradores del padre Félix Rougier. Murió el 22 de mayo de 1969. (Cf., Cogregatio Pro Causis Sanctorum, (Mexicana), Felicis a Iesu Rougier, sacerdotis. Fundatoris Congregationis Missionarium a Spiritu Sancto (17.XII 1859 - 10.I.1938) Positio super virtutibus, Roma 1991, II vol., 7.)

[335] Carta del padre Félix Rougier al arzobispo de Morelia fechada el 2 de abril de 1929. (AGMSPS, Castroville 1929, F XXX1, s. p.).

[336] Cf., Ibid., s. p.

[337] Ibid., s. p.

[338] Carta del padre Félix Rougier al obispo auxiliar de México, titular de Derbe, Maximino Ruiz y Flores fechada el 2 de abril de 1929. El subrayado aparece en el original. (Ibid., s. p.).

[339] (Cf., L. Medina, Historia del Seminario de Montezuma, 85).

[340] «Como Director del Seminario he pensado luego en el P. Félix María Álvarez que está en Roma, de vice-superior.[…] tiene 32 años. Es hombre ya maduro, serio, entendido y prudente. Es de la Arquidiócesis de Morelia y nos lo dio S. S. I. Acaba de pasar tres años en Roma para completar sus estudios. Se fue ahí ya sacerdote. En junio de 1928 tomó su Doctorado en Teología, en la Universidad Gregoriana.» (Carta del padre Félix Rougier al arzobispo de Morelia fechada el 2 de abril de 1929. AGMSPS, Castroville 1929, F XXX1, s. p.). Félix María Álvarez, nació en Salvatierra, Guanajuato, México, el 9 de noviembre de 1898. Estudió en el seminario de Morelia. Profesó en la congregación de los misioneros del Espíritu Santo el 25 de diciembre de 1921 y fue ordenado sacerdote el 10 de junio de 1922. El padre Rougier lo mandó a estudiar a Roma y después lo hizo uno de sus primeros colaboradores. Fue consejero general, profesor de teología y escritor de muchos libros que fueron publicados. Murió en la ciudad de México el 7 de agosto de 1982. (Cf., Cogregatio Pro Causis Sanctorum, (Mexicana), Felicis a Iesu Rougier, sacerdotis. Fundatoris Congregationis Missionarium a Spiritu Sancto (17.XII 1859 - 10.I.1938) Positio super virtutibus, Roma 1991, I, 2.)

[341] Cf., J. M. Padilla, El padre Félix Rougier, IV, 253.

[342] Estos hermanos, misioneros del Espíritu Santo, fueron: Salvador Sánchez, Federico Garibay, Evaristo Figueroa y David Zavala (Cf., J. M. Padilla, El padre Félix Rougier…, IV 253).

[343] Informe del rector del Seminario de Castroville, Félix María Álvarez al padre Félix Rougier, carta sin fecha, [debe ser de noviembre o diciembre de 1929]. AGMSPS, Castroville 1929, s. p.

[344] Monseñor Leopoldo Ruiz se equivoca en el nombre del arzobispo pues no es José de Jesús Ortiz, sino, José Guadalupe Ortiz y López: nació el 12 de diciembre de 1867 en Momax, Zacatecas. Estudió humanidades y filosofía en el Seminario Conciliar de Guadalajara. En el Seminario de Monterrey cursó la teología. Enseñó filosofía y teología en este Seminario. Estando desterrado su prelado, Francisco Plancarte y Navarrete, de 1914 a 1919, fue el vicario general, conservando la vida del Seminario. El 24 de enero de 1920 fue nombrado obispo de Tamaulipas. El 8 de junio de 1923 fue trasladado a la diócesis de Chilapa. El 22 de marzo de 1926 fue trasladado como auxiliar del arzobispo de Monterrey, Juan de Jesús Herrera y Piña; a la muerte de éste el 16 de junio de 1927 fue nombrado administrador apostólico y luego, el 20 de septiembre de 1929, arzobispo de Monterrey. El 2 de mayo de 1940, mons. Ortiz renunció a su cargo; renuncia que le fue aceptada y nombrado vicario capitular de la arquidiócesis a la que había servido durante diez años. (Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Bibliografía, II, 204-207).

[345] Carta del arzobispo de Morelia y delegado apostólico, Leopoldo Ruiz y Flores, en México, D. F. el 1 de febrero de 1930, dirigida al P. Félix Rougier, fundador de los misioneros del Espíritu Santo. AGMSPS, Castroville 1930, s. p. Los obispos de la provincia de Monterrey eran, Jesús María Echavarría y Aguirre, obispo de Saltillo, Miguel María de la Mora y Mora, obispo de San Luis Potosí y Serafín María Armora, obispo de Tamaulipas.

[346] Reglamento del Seminario Interdiocesano de Méjico, Castroville, Texas, 1930, 20 p. En AGMSPS, Félix de Jesús, F. XLIV, 4º, 1, 1930.

[347] Cf., J. M. Padilla, El padre Félix Rougier, IV, 254.

[348] Francisco González y Arias nació el 12 de agosto de 1873, en Cotija, Michoacán; ingresó en el Seminario Auxiliar de Cotija, perteneciente a la diócesis de Zamora; de ahí pasó al Seminario Conciliar de Zamora donde hizo toda su carrera eclesiástica. En 1914, Joaquín Amaro, jefe revolucionario persiguió a los sacerdotes y el padre González se refugió en un rancho cercano a Cotija, en donde permaneció hasta 1918. Fue nombrado obispo de Campeche el 21 de abril de 1922. En la persecución callista estuvo preso durante un día, en 1926; el 23 de abril de 1927 fue vuelto a aprehender, siendo encarcelado del 23 al 27 de abril y después expulsado a Mérida, y obligado a embarcarse a Nueva Orleans donde vivió 4 meses, de ahí pasó a San Antonio Texas, para ayudar a su pariente, Monseñor Antonio Guízar y Valencia en un humilde Seminario que había montado. Luego pasó a Cuba y ahí vivió en Camagüey; regresó a México el 23 de junio de 1929 y estuvo en Campeche hasta el 30 de enero de 1931 en que fue nombrado obispo de Cuernavaca, tomado posesión el 6 de mayo y restando ahí hasta su muerte el 20 de agosto de 1946. (Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Bibliografía, I, 359-361).

[349] Carta del arzobispo de Yucatán, Martín Tritschler al P. Félix Rougier el 5 de febrero de 1930. AGMSPS, Castroville 1930, s. p.

[350] Circular del arzobispo de Monterrey José Guadalupe Ortiz a los obispos de México el 26 de abril de 1930. Ibid., s. p.

[351] Ibid., s. p.

[352] Circular del padre Félix Rougier a los obispos mexicanos, sin fecha; (es de mayo de 1930). Ibid., s. p.

[353] Carta del arzobispo de Puebla, Pedro Vera y Zuria al padre Félix Rougier el 9 de junio de 1930. Ibid., s. p.

[354] Carta del arzobispo de Antequera, José Othón Núñez y Zárate, al padre Félix Rougier el 9 de junio de 1930. Ibid., s. p.

[355] Carta del obispo de Chihuahua, Antonio Guízar y Valencia al padre Félix Rougier el 26 de junio de 1930. Ibid., s. p.

[356] Carta del delegado apostólico en México, arzobispo de Morelia, Monseñor Leopoldo Ruiz y Flores al padre Félix Rougier, del 11 de julio de 1930. Ibid., s. p

[357] Ibid., s. p.

[358] Carta del arzobispo de Monterrey, José Guadalupe Ortiz al padre Félix Rougier el 14 de julio de 1930. Ibid., s. p.

 

[359] Cf. J. M. Padilla, El Padre Félix Rougier, IV, 266.

[360] Carta del padre Félix Rougier, fundador de los misioneros del Espíritu Santo, al padre Ángel Oñate superior de la casa de Roma, el 10 de noviembre de 1933. (AGMSPS, Félix de Jesús, FXL, 3. (1934), s. p.).

[361] En este documento, fechado el 1 de mayo de 1934, el padre Rougier tocaba 10 puntos: «1. El Santo Concilio de Trento y los Seminarios. 2. Fundación de un Seminario Interdiocesano. 3. Condiciones de admisión. 4. Recursos para el Seminario. 5. De la formación espiritual. 6. De la formación científica. 7. De la formación al ministerio. 8. Plan de estudios del Seminario. 9. Reglamento del Seminario. 10. Del llamamiento a las órdenes.» (Ibid., 12 p.).

[362] El subrayado aparece en el original. (Cf., Ibid., 2-3).

[363] Los prelados mexicanos fueron respondiendo a esta iniciativa: el día 5 de junio de 1934 contestaron los arzobispos de Linares y de Puebla, el 7 de junio el obispo de Papantla, el día 11 el obispo de Zacatecas, el 12 los arzobispos de Antequera y de Yucatán y los obispos de León y de Sonora; el 15 el de Colima, el 20 el de Tamaulipas, el 29 el de Tehuantepec, el día 30 el arzobispo de Durango; el 6 de julio el obispo de Chilapa, el 10 del mismo mes, el de Aguascalientes, el 12 el de Veracruz, el 15 el de Tacámbaro, el 16 el de Saltillo, el 19 el de Huajupan, el 28 el arzobispo de Guadalajara y el mismo día el de México; el 10 de agosto el de Querétaro. (Cf., Ibid., 1-24).

[364] T. a. (Italiano). ACEC, Seminari Messico 1931-1936, 1162/34, (1934), 1.

[365] Carta del arzobispo de México, Pascual Díaz al padre Félix Rougier el 28 de julio de 1934. (Cf., Ibid., 2).

[366] Cf., Ibid., 3.

[367] Minuta sin firmar de la S. C. de Seminarios al padre general de la Compañía, Wlodimiro Ledókowsky del 16 de octubre de 1934. (Cf., Ibid., 4).

[368] T. a. (Italiano). Respuesta del padre Ledókowsky a la consulta hecha por la S. C. de Seminarios sobre la fundación de un seminario interdiocesano en Tlalpan por el padre Rougier, fundador de los M. Sp. S., el 22 de octubre de 1934. (Cf., Ibid., 5).

[369] Ibid.

[370] Ibid.

[371] Ibid.

[372] Amleto Giovanni Cicognani nació el 24 de febrero de 1883, en Brisighella, diócesis de Faenza, Italia. Se educó en el seminario de Faenza y en el Pontificio Ateneo Romano de San Apolinar. Fue ordenado presbítero el 23 de septiembre de 1905; prestó servicio a varias Congregaciones Romanas y enseñó derecho en San Apolinar. Desde 1926 fue nombrado capellán de San Ivo en La Sapienza, encargo que mantuvo hasta 1933; por tanto fue colaborador de monseñor Giovanni Battista Montini, entonces encargado de los universitarios católicos. De 1933 a 1958 fue representante de la Santa Sede en Estados Unidos, como delegado apostólico. Fue elegido arzobispo titular de Laodicea de Frigia el 17 de marzo de 1933; consagrado el 23 de abril de 1933. Creado cardenal presbítero el 15 de diciembre de 1958; recibió el capelo cardenalicio y el título de san Clemente el 18 de diciembre de 1958. Su nombramiento como cardenal fue una excepción hecha al canon 232.3 que prohibe ser elevado al cardenalato a «Los que tienen parentesco en primero o segundo grado de consanguinidad con algún Cardenal que todavía vive.», ya que su hermano Gaetano había sido creado cardenal en 1953 y en 1958 aun vivía. El 12 de agosto de 1961 fue nombrado secretario de Estado. Participó en el Concilio Vaticano II (1962-1965). Fue después promovido a cardenal obispo con el título de suburvicario de Frascati, el 23 de mayo de 1962. Participó en el cónclave de 1963 y fue confirmado en sus cargos por el nuevo Papa Pablo VI. El 8 de mayo de 1969 dimitió de la Secretaría de Estado y fue nombrado secretario de Estado emérito. El 1 de enero de 1971 fue elegido entre los cardenales obispos como deán del Sacro Colegio de Cardenales y confirmado por el Papa Pablo VI con el título de la sede suburvicaria de Ostia el 24 de marzo de 1972. Murió pobremente el 17 de diciembre de 1973, en Roma y fue sepultado en la basílica de san Clemente Romano. El último honor se lo tributó Pablo VI que asistió a sus funerales. (Cf., S. Miranda, The Cardinals of the Holy Roman Church, (65) 110).

[373] «Carta circular a los Excmo. Sres. Obispos de Méjico relativa al Seminario Interdiocesano.» Con fecha 12 de noviembre de 1934 y firmada por el padre Félix Rougier. (AGMSPS, Félix de Jesús, FXL, 3. (1934), 89).

[374] Ibid.

[375] Minuta de la S. C. de Seminarios del 20 de noviembre de 1934 para el delegado apostólico en Washington, Amleto Cicognani. (ACEC, Seminari Messico 1931-1936, 1162/34, (1934), 1).

[376] Copia certificada, de puño y letra del delegado apostólico en México monseñor Leopoldo Ruiz, del informe que le hace el cardenal Gaetano Bisleti el 19 de diciembre de 1934 sobre la petición hecha al Santo Padre de fundar un seminario interdiocesano en Tlalpan por el padre Félix Rougier. (AGMSPS, Félix de Jesús, FXL, 3. (1934), 50).

[377] Carta del Comité Episcopal Mexicano al padre Félix Rougier el 14 de febrero de 1935. (Ibid., 1935, s. p.).

[378] Ibid.

[379] Cf., Ibid.

[380] Memorándum del padre Tomás Fallon M. Sp. S. al padre Félix Rougier el 20 de febrero de 1935. (AGMSPS, Félix de Jesús, FXL, 3. (1935), s. p.).

[381] Ibid.

[382] Ibid.

[383] Carta del delegado apostólico Leopoldo Ruiz y Flores al prefecto de la S. C. de Seminarios cardenal Gaetano Bisleti el 31 de julio de 1935. (ACEC, Seminari Messico, 1350/35, dcto., nº 1, (1935), s. p.).

[384] Carta del delegado apostólico Leopoldo Ruiz y Flores al padre Félix Rougier el 8 de agosto de 1935. (AGMSPS, Félix de Jesús, FXL, 3. (1935), s. p.).

[385] Carta del padre Félix Rougier al delegado apostólico Leopoldo Ruiz y Flores el 13 de agosto de 1935. (Ibid., 1935, s. p.).

[386] Cf., Minuta de la S. C. de Seminarios al delegado apostólico en México, Leopoldo Ruiz y Flores, aprobando la fundación del seminario interdiocesano en San Antonio, Texas, fechada el 19 de agosto de 1935. (ACEC, Seminari Messico, 1350/35, dcto., nº 2, (1935), s. p.).

[387] Carta del delegado apostólico Leopoldo Ruiz y Flores al padre Rougier el 17 de septiembre de 1935. (AGMSPS, Félix de Jesús, FXL, 3. (1935), s. p.).

[388] Edmundo Iturbide Reigondeaud M. Sp. S., nació en Morelia, Michoacán, el 20 de diciembre de 1900. Estudió en el seminario de Morelia y entró en la congregación de los misioneros del Espíritu Santo, gracias a la promoción vocacional del padre Rougier. Fue ordenado sacerdote el 19 de abril de 1924. Fue el primer vicario y primer sucesor del fundador, padre Rougier, en el gobierno de la congregación de misioneros del Espíritu Santo; fundó dos institutos religiosos; misioneras de Jesús Sacerdote y hermanas de la Vera Cruz, hijas de la Iglesia. Murió en la ciudad de México el 23 de diciembre de 1974. (Cf., Cogregatio Pro Causis Sanctorum, (Mexicana), Felicis a Iesu Rougier, sacerdotis. Fundatoris Congregationis Missionarium a Spiritu Sancto (17.XII 1859 - 10.I.1938) Positio super virtutibus, Roma 1991, II vol., 13.)

[389] Carta del padre Félix Rougier al delegado apostólico Monseñor Leopoldo Ruiz y Flores el 17 de octubre de 1935. (AGMSPS, Félix de Jesús, FXL, 3. (1935), 274.).

[390] T. a. (Italiano). Rapporto nº 2 del Comitato Esecutivo Episcopale (Messico) 12 ott. 1935. ACEC, Seminari Messico 1931-1936, 1350/35, dcto., nº 4, (1935), s. p.

[391] José Antonio Romero nació el 2 de noviembre de 1888 en la ciudad de México; el 27 de agosto de 1904 ingresó a la Compañía de Jesús en El Llano, Michoacán. El 8 de septiembre de 1922 fue ordenado sacerdote; en 1936 fue nombrado ayudante del Comité Episcopal. Instituyó la obra nacional de la Buena Prensa. Fue un escritor de pluma correcta y ágil. Fue apóstol especialmente a través del periodismo. Murió en la ciudad de México el 24 de abril de 1961. (Cf., J. Gutiérrez, Jesuitas en México durante el siglo XX, 585-586).

[392] «Desean que se encarguen los RR. PP. MM. del Esp. Sto.: Colima, Chihuahua, Huajuapan, Morelia, Puebla, Sinaloa, Tabasco, Yucatán, Zacatecas, Zamora. Desean que se encarguen los RR. PP. Jesuitas: Guadalajara, León, Oaxaca, México, Sonora, Tamaulipas. Desean que se encarguen sacerdotes seglares: Tepic. Están indiferentes para que sean los RR. PP. Jesuitas o Miss. Del Esp. Sto.: y se adhieren a lo que diga la mayoría: Campeche, Chilapa, Chiapas, Durango, Huejutla, Saltillo, Tulancingo, Querétaro, Tehuantepec, Veracruz. No enviarán alumnos: Chiapas, Guadalajara, León, Monterrey, Morelia, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Tepic, Zamora, Zacatecas. No han contestado a quienes prefieren para directores del Seminario: Cuernavaca, Chihuahua, [sic] Monterrey, Papantla, Sinaloa, San Luis Potosí, Tacámbaro». (AGMSPS, Félix de Jesús, FXL, 4., 1935, 12).

[393] Carta del delegado apostólico Leopoldo Ruiz al Secretario de Estado, Eugenio Pacelli, el 25 de octubre de 1935. (ACEC, Seminari Messico 1931-1936, 1350/35, dcto., nº 5, (1935), s. p.).

[394] Carta de la S. C. de Seminarios al padre Francesco Tomasetti, procurador general de los salesianos el 23 de noviembre de 1935. (Ibid., nº 7, s. p.).

[395] Carta que el arzobispo titular de Nicea, Giuseppe Pizzardo, secretario de la S. C. de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios envía a Monseñor Ruffini secretario de la S. C. de Seminarios explicando el estado del asunto del seminario interdiocesano mexicano, fechado el 6 de noviembre de 1936.«…la maggioranza dei Vescovi sta per la Congregazione dello Spirito Santo, e nella Conferenza avuta qui abbiamo pensato di sottomettere questo punto alla decisione del Santo Padre.» (ACEC, Seminari Messico, 1350/35, dcto., nº 11, (1936), s. p.).

[396] «…i quali accettarono volentieri di aspettare la decisione del Santo Padre.» (Ibid.).

[397] Guillermo Piani nació en Martinengo, diócesis Bérgamo, el 16 de septiembre de 1875. Hizo su profesión religiosa como Salesiano SDB el 3 de octubre de 1891. Obtuvo el doctorado de filosofía en la Universidad Gregoriana de Roma. Fue misionero en Uruguay. Recibió el presbiterado en la ciudad de Montevideo el 15 de mayo de 1898. Fue maestro de novicios y director de las principales casas de esa provincia. Pasó a México y fue provincial de los Salesianos en esa República y por varios años también de América Central. Durante su estancia en México, fue diputado auxiliar del arzobispo de Puebla, mons. Enrique Sánchez y Paredes. Promovido a la sede Peleopolitana (obispo titular de Paleopolis en Asia Menor), con licencia y consentimiento de mons. Paredes, fue consagrado en Roma el 14 de mayo de 1922 por el cardenal Juan Cagliero. Nombrado delegado apostólico para las Islas Filipinas el 17 de febrero de 1922. Trasladado al título eclesiástico como arzobispo titular de Dramen el 17 de marzo de 1922. Nuevamente trasladado como arzobispo titular de Nicosia el 21 de abril de 1934. Fue nombrado delegado apostólico en México el 16 de marzo de 1951. Nombrado obispo asistente al Solio Pontificio el 4 de agosto de 1955. Murió el 27 de septiembre de 1956. (Cf., Hierarchia Catholica, IX, 295).

[398] Stralcio della Relazione presentata alla Segreteria di Stato di S. E. Piani, Visit. Ap. del Messico. (Cf., Ibid., dcto., nº 23, (1936), s. l. n. f , 1-4.). El documento debe ser de junio de 1936.

[399] T. a. (Italiano). Ibid., 1.

[400] T. a. (Italiano). Ibid., 1-2.

[401] Ibid., 3.

[402] Las mayúsculas aparecen en el original. Stralcio della Relazione presentata alla Segreteria di Stato di S. E. Piani, Visit. Ap. del Messico. (ACEC, Seminari Messico 1931-1936, 1350/35, dcto., nº 23, (1936), s. l. n. f, 3.).

[403] En 1936 mons. Guillermo Tritschler y Córdova era obispo de San Luis Potosí.

[404] Stralcio della Relazione presentata alla Segreteria di Stato di S. E. Piani, Visit. Ap. del Messico. ACEC, Seminari Messico 1931-1936, 1350/35, dcto., nº 23, (1936), s. l. n. f, 4.

[405] Carta del superior general de la Compañía de Jesús al prefecto de la S. C. de Seminarios, cardenal Gaetano Bisleti el 24 de noviembre de 1936. T. a. (Italiano). Ibid., dcto., nº 17 (1936), s. p.

[406] Carta del prepósito general de la Compañía de Jesús, padre Wlodimiro Ledóchowsky al cardenal Gaetano Bisleti, prefecto de la S. C. de Seminarios el 31 de enero de 1937. (Cf., Ibid., dcto., nº 25 (1937), 1-8).

[407] Rapporto nº 4 del delegato apostolico in Messico, Monseñor Leopoldo Ruiz y Flores al cardinale Eugenio Pacelli Segretario di Stato di S. S., 9 febbraio 1937. T. a. (Italiano). Ibid., dcto., nº 32 (1937), s. p.

[408] En realidad la audiencia tuvo lugar el día 2 de marzo de 1937 por lo que la minuta equivocó la fecha; esto se puede ver en la constancia dejada por monseñor Ruffini, secretario de la S. C. de Seminarios que escribió: «Udienza del Santo Padre: 2 marzo 1937: Ho riferito al Santo Padre lo stato attuale della questione relativa al Seminario per il clero messicano e gli Stati Uniti […] Tra la Congregazione dei Missionari dello Spirito Santo e la Compagnia di Gesú…» (Ibid., dcto., nº 38 (1937), s. p.).

[409] Minuta de la S. C. de Seminarios dirigida a monseñor Giuseppe Pizzardo secretario de la S. C. de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios el 4 de marzo de 1937. T. a. (Italiano). Ibid., dcto., nº 35 (1937), s. p.

[410] Carta del padre Ledóchowsky al cardenal Gaetano Bisleti, prefecto de la S. C. de Seminarios el 10 de marzo de 1937: T. a. (Italiano). Ibid., dcto., nº 40 (1937), s. p.

[411]Carta del padre Félix Rougier al delegado apostólico en México, monseñor Leopoldo Ruiz y Flores el 26 de marzo de 1937. El subrayado en el original: (AGMSPS, Félix de Jesús, FXL, 5. (1937), 300.).

[412] John Mark Gannon, nació el 12 de junio de 1877; fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1901; fue nombrado obispo de Erie, Pennsylvania el 13 de noviembre de 1917 y consagrado el 28 de agosto de 1920; en 1953 su obispado fue elevado a sede metropolitana y él nombrado su primer arzobispo el 25 de noviembre de 1953. Murió el 5 de septiembre de 1968. (Cf., Catholic Hierarchy, [en línea], <http://mb20.terra.es/frame.html>  [Consulta: 9 de abril de 2003]).

[413] Francis Clement Kelley nació el 23 de octubre de 1870; fue ordenado presbítero el 23 de agosto de 1893; fue nombrado obispo de Oklahoma el 25 de junio de 1924 y consagrado el 2 de octubre del mismo año. Monseñor Kelley fue un bienechor generosísimo con la Iglesia de México. Murió el 1 de febrero de 1948. (Cf., Ibid.).

[414] Rudolph Aloysius Gerken nació el 7 de marzo de 1887; fue ordenado sacerdote el 10 de junio de 1917; nombrado obispo de Amarillo, Texas el 25 de agosto de 1926 y consagrado el 26 de abril de 1927; fue promovido al arzobispado de Santa Fe, New Mexico el 26 de junio de 1933; murió el 2 de marzo de 1943. (Cf., Ibid.).

[415] James Aloysius Griffin nació el 27 de febrero de 1883; fue ordenado sacerdote el 4 de julio de 1909; fue nombrado obispo de Springfield, Illinois el 10 de noviembre de 1923 y consagrado obispo el 25 de febrero de 1924. Murió el 5 de agosto de 1948. (Cf., Ibid.).

[416] En este punto hubo acaloradas discusiones puesto que los obispos mexicanos se inclinaban por una solución intermedia; es decir querían que la experiencia se hiciera por diez años; pero los obispos estadounidenses hicieron ver que, tanto en la mente de la Santa Sede como en la de ellos, estaba la convicción de que se trataba de una institución estable y dado que se habían hecho esfuerzos muy grandes y se había gastado mucho dinero, no se podía tratar de una obra que fuera perecedera; más aún, monseñor Gannon advirtió a los obispos mexicanos que si pensaban en una obra temporal, ellos, los obispos americanos, ya no tendrían voluntad de trabajar más y en ese mismo momento se suspendía todo. (Cf., L. Medina, Historia del Seminario de Montezuma, 142-143).

[417] Informe del delegado apostólico en México, Leopoldo Ruiz y Flores al secretario de Estado, cardenal Eugenio Pacelli el 12 de abril de 1937. T. a. (Italiano). ACEC, Seminari Messico, 1931-1936, 1350/35, dcto., nº 42, (1937) 2.

[418] T. a. (Italiano). Ibid., 3.

[419] Cf., Ibid.

[420] Carta del padre general de la Compañía de Jesús, Wlodimiro Ledóchowsky al cardenal Ernesto Ruffini prefecto de la S. C. de Seminarios el 16 de mayo de 1937. (Cf., Ibid., dcto., nº 45, s. p.).

[421] Algunas observaciones referentes al Seminario Interdiocesano propuestas por el Arzobispo de Yucatán. Mérida 8 de abril de 1937. AHAY, Pastoral Sr. Tritschler, vol. I, (1928-1937) 143 r.

[422] Ibid.

[423] Ibid.

[424] El subrayado aparece en el original. Ibid.

[425] Ibid., 143 v.

[426] Informe del delegado apostólico en Washington, Amleto Cicognani al cardenal Gaetano Bisleti, prefecto de la S. C. de Seminarios el 15 de abril de 1937. Cf., (ACEC, Seminari Messico 1937-1939, 617/37, dcto. 10, (1937), 2-3).

[427] T. a. (Italiano). ACEC, Seminari Messico 1937-1939, 617/37, dcto. 10, 1937, 3-4).

[428] «The Committee on the Mexican Seminary of the American Hierarchy, which purchased the Montezuma property, a former health resort, and established the seminary, is composed of: The Most Rev. John Mark Gannon, Bishop of Erie, Chairman; the Most Rev. Archbishop of Santa Fe, R. A. Gerken, executive secretary, Most Rev. Archbishop Arthur J. Drossaerts, Archbishop of San Antonio; the Most Rev. Francis C. Kelley, Bishop of Oklahoma City and Tulsa, treasurer; the Most Rev. James A. Griffin, Bishop of Springfield in Illinois, and the Most. Rev. Peter L. Ireton, Coadjutor Bishop of Richmond.» (ACEC, Seminari Messico 1937-1939, dcto. 40, 1937, s. p.).

[429] Cf., ACEC, Seminari Messico 1937-1939, 617/37, dcto. 10, 1937, 4-8.

[430] Ver Apéndice 5.

[431] Carta que la S. C. de Seminarios envió a los obispos mexicanos el 29 de mayo de 1937. «Excellentia Tua probe novit iam omnia parata esse ut, hoc anno, in Statu ‘New Messico’ (U. S. A.) in urbe Las Vegas (Montezuma), Dioecesis S. Fidei, Seminarium Maius a B. Maria Virgine de Guadalupa constituatur pro philosophiae et theologiae alumnis Dioecesium Mexicanarum. Quod quidem laecto comperimus animo. […] Te igitur, Reverendissime Domine, enixe rogamus ut, inde a proximo anno scholari, iuvenes omnes, in sortem Domini vocatos, qui philosophiae et theologiae incumbere debeant, in Seminarium Nationale Mexicanum B. M. Virginis de Guadalupa mittas.» (Ibid., dcto. 18, 1-2).

[432] El arzobispo coadjutor de Morelia, con derecho a sucesión, Luis María Martínez y Rodríguez, fue elegido como arzobispo de México el 24 de febrero de 1937. Además, el 7 de octubre de 1937, el cardenal secretario de Estado, informaba que el santo padre había aceptado la petición de renuncia del arzobispo de Morelia, mons. Leopoldo Ruiz y Flores como encargado de los negocios de la delegación apostólica en México y nombraba para sustituirlo al arzobispo de México, mons. Luis María Martínez y agregaba: «È tuttavia desiderio del Santo Padre che, in vista della delicatezza della situazione religiosa nel Messico, alla nuova nomina non venga data molta pubblicità.» (Carta del arzobispo titular de Nicea, Giuseppe Pizzardo, subsecretario de la Secretaria de Estado al cardenal Ernesto Ruffini, prefecto de la S. C. de Seminarios el 7 de octubre de 1937. ACEC, Seminari Messico 1937-1939, 1585/37, 1937, dcto. 1, s. p.).

[433] El obispo de Erie, en Pennsylvania, Monseñor John Mark Gannon enviaba a la S. C. de Seminarios la noticia oficial: «Il Seminario Messicano ‘Montezuma’ la prima settimana di settembre con 337 Seminaristi, 20 profesori gesuiti, 12 Suori [sic] svizzeri [sic] ed alcuni Fretelli Gesuiti. Questa grande organizazione da ferma speranza all’avenire della chiesa Messicana. […] Gli studenti rappresentano 26 [fueron 27] Diocesi Messicani [sic]. Ci sono 33 Diocesi nel Messico ma quasi 10 Diocesi sono completamente supprese [sic] e senza Vescovi residenti. In quelle Diocesi non ci sono Seminaristi. Carta fechada el 19 de octubre de 1937 y dirigida al prefecto de la S. C. de Seminarios, cardenal Giuseppe Pizzardo. (ACEC, Seminari Messico 1937-1939, dcto. 41, 1937, s. p.).

[434] Noticia aparecida el 24 de septiembre, con el título «American Seminary for Mexican youth solemnly blessed», en la prensa local de Las Vegas. No se conservó el nombre del periódico. T. a. (Inglés). Ibid., dcto. 40, s. p.

[435] Ramón Martínez Silva nació el 16 de julio de 1890 en Zamora, Michoacán; el 14 de agosto 1908 entró en el noviciado de la Compañía en El Llano, Michoacán; hizo la filosofía en el colegio de Tepozotlán, Edo. de México, el Magisterio en Madrid, la teología en el Colegio de Sarriá, Barcelona. Fue ordenado sacerdote el 28 de agosto de 1922 y pasó a Enghien, Bélgica para terminar la teología; estuvo después en Puebla (1925); en 1929 pasó al Colegio Pío Latino de Roma como prefecto de disciplina; en 1930 a la Sagrada Familia en México D. F. En septiembre de 1937 pasó a Montezuma, Nuevo Mexico, en Estado Unidos, como rector del nuevo seminario interdiocesano. En 1940 pasó a Orizaba, Veracruz, en 1942 a Saltillo Coahuila. En 1945 pasó a la ciudad de México en donde estuvo hasta su muerte el 22 de junio de 1957. Tuvo dotes de inteligencia clara y profunda, alegre, dominante, desprendido y espléndido; de sólidas virtudes. (Cf. J. Gutiérrez, Jesuitas en México durante el siglo XX, 554-555).

[436] Cf., ACEC, Seminari Messico 1937-1939, dcto. 40, 1937, s. p.

[437] Art., Fundación y rápido incremento del Seminario, N. González, en: Albores. Revista del Seminario Interdiocesano de Montezuma, julio de1939, 25-26.

[438] Fuente: Boletín del Seminario Pontificio Central Mexicano de Nuestra Señora de Guadalupe, nº 1, Montezuma, New Mexico, EE. UU. 1938, 17.

[439] Ernesto Ruffini nació en San Benedetto Po, diócesis de Mantua, Italia el 19 de enero de 1888; estudió en el seminario de Mantua, en la Pontificia Facultad Teológica del norte de Italia, en Milán en donde sacó la licencia en teología; después pasó a la Pontificia Academia de Santo Tomás en Roma en donde hizo la licencia en filosofía y finalmente en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma en donde obtuvo el diploma para enseñanza de Biblia. Fue ordenado sacerdote en 10 de julio de 1910; fue profesor en el Pontificio Ateneo del Seminario Mayor Romano de 1913 a 1930. Fue profesor del Pontificio Ateneo Urbaniano «De Propaganda Fide» de 1917 a 1929. Fue nombrado secretario de la S. C. de Seminarios y Universidades el 28 de octubre de 1928; prefecto de estudios del Pontificio Ateneo Laterano en 1930 y rector magnífico en 1931. Fue elegido como obispo de Palermo, en Sicilia, el 11 de octubre de 1945 y consagrado el 8 de diciembre de 1945 en Roma por el cardenal Giuseppe Pizzardo, prefecto de la S. C. de Seminarios y Universidades. Fue creado cardenal presbítero el 18 de febrero de 1946; recibió el capelo cardenalicio y el título de Santa Sabina el 22 de febrero de 1946. Fundó a los Misioneros de la Asistencia Social el 25 de marzo de 1954. Participó en el cónclave de 1958; asistió al Concilio Vaticano II. Participó en el cónclave de 1963. Murió el 11 de junio de 1967 en Palermo. (Cf., S. Miranda, The Cardinals of the Holy Roman Church, (38) 479).

[440] Esta relación, fue entregada a cada obispo de Estados Unidos el 4 de octubre de 1938, en inglés, escrita a máquina y presentada por el presidente del comité de obispos para el seminario de Montezuma, monseñor John M. Gannon, arzobispo de Santa Fe; consta de 13 puntos y está firmada por el rector, padre Ramón Martínez Silva S. I. (Cf., ACEC, Seminari Messico 1937-1939, 2008/28, dcto. 2, 1938, s. p.).

[441] T. a. (Italiano). Informe sobre el seminario de Montezuma enviado por el delegado apostólico en Washington, Amleto Cicognani a mons. Ernesto Ruffini, secretario de la S. C. de Seminario, fechado el 18 de julio de 1938. ACEC, Seminari Messico 1917-1939, 628/38, dcto. 14, s. p.

[442] Cf., ACEC, Seminari Messico 1937-1939, 2008/28, dcto. 2, 1938, s. p.

[443] T. a. (Inglés). Ibid., s. p.

[444] Cf., Ibid., s. p.

[445] Cf., Ibid., s. p.

[446] El Colegio Máximo de Ysleta era una fundación que los jesuitas tenían en el valle de Río Bravo, a unos 12 kilómetros al este de la ciudad de El Paso, Texas, inaugurado el 31 de julio de 1925; este colegio acogió a los jesuitas desterrados de México, primero extranjeros y luego nacionales, durante la persecución religiosa de 1926. El mismo provincial se refugió en ese colegio tan cercano a México; el edificio podía hospedar hasta 150 personas cómodamente. Contaba con rica biblioteca, formada con muchas de las desparramadas en México; hermosa capilla, excelentes gabinetes de física, química, biología, etc. Y, como era una casa de formación jesuita, el aspecto intelectual fue muy cuidado; se trató de emular los mejores colegios de Europa. (Cf., J. Gutiérrez, Jesuitas en México durante el siglo XX, 142).

[447] Cf., ACEC, Seminari Messico 1937-1939, 2008/28, dcto. 2, 1938, s. p.

[448] T. a. (Inglés). Ibid., s. p.

[449] Thomas Kiely Gorman nació el 30 de agosto de 1892; fue ordenado sacerdote el 23 de junio de 1917; fue nombrado obispo de Reno, California el 24 de abril de 1931 y consagrado el 22 de julio del mismo año; fue nombrado obispo coadjutor con derecho a sucesión del obispo de Dallas-Forthworth, Texas el 8 de febrero de 1952 y obispo residencial de ahí mismo el 22 de agosto de 1968. Murió el 16 de agosto de 1980. (Cf., Catholic Hierarchy, [en línea], <http://www. catholic-hierarchy.org/diocese/dokla.html> [Consulta: 9 abril de 2003]).

[450] La visita apostólica fue realizada con carácter especial (Relatio specialis) por ser la primera que se realizaba en ese seminario. Consta de un informe de 58 páginas redactadas en latín y 6 anexos con 35 páginas en total, también en latín. Cf., ACEC, Visite Apostoliche 1939-1954, Montezuma 312/39, nº 158, 1939.

[451] Cf., Ibid., 3.

[452] Cf., Ibid., 4.

[453] Cf., Ibid., 5.

[454] Pedro Maina, nació el 23 de octubre de 1878 en Poirino, Piamonte, Italia; el 18 de marzo de 1894 ingresó en el noviciado de Gandía, España, para la provincia de México; las humanidades y filosofía las estudió en España; hizo su periodo de magisterio en el colegio de Mascarones en México D. F.; en 1906 estudió la filosofía en Tortosa, España; en 1919 es enviado a Michoacán. En 1915 fue desterrado a Los Gatos, California. En 1917 fue enviado al seminario de San Salvador, Centro América; después pasó a la iglesia de Santa Tecla también en el Salvador; en 1925 fue enviado a la misión Tarahumara en Chihuahua, México. En 1927 pasó al Colegio Pío Latino Americano de Roma como director espiritual y encargado del Boletín. Para el primer curso de 1937-1938 fue enviado al seminario de Montezuma; en 1940 pasó a la iglesia del Sagrado Corazón en El Paso, Texas. En 1941 volvió al Pío Latino con los dos mismos encargos que tuvo anteriormente. Murió en la ciudad de Roma el 24 de abril de 1958. (Cf., J. Gutiérrez, Jesuitas en México durante el siglo XIX, 356 y… siglo XX, 96-97, 190-225).

[455] José Plancarte nació en Zamora, Michoacán, el 19 de enero de 1890; entró al noviciado de Ysleta, ya sacerdote el año de 1933; había estudiado en la Universidad Gregoriana y había sido canónigo y rector del seminario de Zamora. En 1935 repasó retórica en Ysleta College y en 1938 fue enviado al seminario de Montezuma, en donde fue profesor de teología dogmática. Murió en México D. F. el 3 de marzo de 1941. (Cf., J. Gutiérrez, Jesuitas en México durante el siglo XX, 573).

[456] Emilio Fernández nació el 21 de mayo de 1899 en Santa Inés, Michoacán. Entró al colegio de Fort Stockton, Texas en 1922; hizo humanidades y filosofía en el Ysleta College de Texas en 1925; el magisterio lo hizo en Puebla, México en 1931 y la teología en Saint Mary, Kansas. Se ordenó el 23 de junio de 1935; fue enviado al seminario de Montezuma en 1938 y ahí murió el 10 de febrero de 1942. (Cf., Ibid., 525).

[457] Rodolfo Mendoza Díaz Barriga nació en Pátzcuaro, Michoacán, el 28 de marzo de 1913; entró a la Compañía el 30 de marzo de 1928; fue como hermano escolar a Montezuma desde su apertura en 1937; se ordenó sacerdote el 21 de junio de 1944; hizo los últimos votos el 15 de agosto de 1948. (Cf., Ibid., 525).

[458] Luis Mendoza Guízar nació en Cotija, Michoacán, el 21 de agosto de 1904; se ordenó el 27 de octubre de 1929 e ingresó en la Compañía el 6 de octubre de 1931, ya ordenado; hizo sus últimos votos el 2 de febrero de 1942. (Cf. Ibid., 620).

[459] Rafael Pérez Vargas nació en la ciudad de Guadalajara, México, el 15 de abril de 1900; ingresó al noviciado de Fort Stockton, Texas. Hizo humanidades y retórica en Veruela, España; filosofía en Sarriá, Barcelona; el magisterio lo hizo en la misión de la Tarahumara, Chihuahua en 1927; el magisterio lo hizo en el colegio de Puebla en 1929 y la teología en el Woodstock College en Estados Unidos. Fue ordenado sacerdote el 21 de junio de 1932. En 1934 pronunció sus últimos votos. Murió en Guadalajara el 22 de agosto de 1973. (Cf., Ibid., 171, 367, 572).

[460] Camilo Argüello nació el 15 de julio de 1866 en Santa Clara, Michoacán; el 8 de junio de 1895 fue ordenado sacerdote. El 24 de marzo de 1904 entró al noviciado de los jesuitas en El Llano, Michoacán; repasó sus estudios en letras en México y la filosofía y teología en Oña, Burgos. En 1912 fue enviado al Colegio de Mascarones en México, D. F. En 1916 se hizo cargo del noviciado de Michoacán durante la persecución. En 1917 estuvo en León Guanajuato; en 1920 en la parroquia de Tepotzotlán, Edo. de México; en 1921 en Guadalajara; en 1922 en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. En 1938 fue enviado al seminario de Montezuma como director espiritual y profesor de astronomía. En 1944 regresó a México en donde tuvo varios destinos: México, D. F., León, Guadalajara, nuevamente el D. F., donde murió el 9 de octubre de 1960. (Cf., Ibid., 491, 666-667).

[461] José Bravo Ugarte nació el 9 de diciembre de 1898 en Morelia, Michoacán, e ingresó al noviciado de El Llano, Michoacán el 19 de agosto de 1913. En 1915 pasó a Los Gatos, California y en 1916 a Gandía, España; hizo la filosofía en Sarriá, Barcelona en 1920 y en 1923 pasó al seminario de San Salvador, C. A., para hacer su magisterio enseñando griego. En 1926 regresó a Sarriá para estudiar la teología; fue ordenado sacerdote el 20 de junio de 1928. Terminó sus estudios de teología en el Woodstock College de Maryland, en Estados Unidos. En 1931 fue enviado a Guadalajara como profesor de historia e inglés, en el colegio que ahí tenían los jesuitas. En 1938 fue enviado al seminario de Montezuma como profesor de historia y de teología natural. En 1940 regresó a Guadalajara; tuvo después varios destinos en México D. F. Murió el 13 de octubre de 1969 en esa ciudad. Fue uno de los mejores historiadores de México de los últimos tiempos. (Cf., Ibid., 476, 479, 691).

[462] Luis Martínez Camberos perteneció a la Compañía de Jesús de 1919 a 1939. Fue destinado el 22 de agosto de 1937 a la fundación del seminario de Montezuma. Dejó la Compañía en 1939. (Cf., Ibid., 652).

[463] Cf., ACEC, Visite Apostoliche 1939-1954, Montezuma 312/39, nº 158, 1939, 6-11.

[464] Ibid., 9.

[465] Ibid., 6.

[466] «Sententia communis est quod modus vitae talis est. Sed attamen, Pater Minister dixit eum fuisse indiscretum in moribus ejus cum aliquibus feminis juvenibus in oppido Las Vegas; etiam eum adfuisse cinemitographis [sic] in illo oppido cum aliquibus ex illis feminis et eum vocavisse eas per telephoniam ex Instituto. Dixit eum visum fuisse ponere brachia sua circa eas dum aderat in cinemata. Auctoritas ejus de his dictis est Rev. Superior Fratrum Scholarum Christianarum apud Las Vegas et ex suis observationibus de use telephoniae. Videtur esse et in sentetia omnium actualiter est excellens in merito doctrinae.» (Ibid., Notae speciales annexae. 1).

[467] En las Animadversiones (Observaciones) hechas por el obispo visitador, mons. Gorman, a este punto concreto, el delegado apostólico en Washington, Monseñor Amleto Cicognani escribió de su puño y letra: «Nota: 22 Maggio 1939. Visto che in riguardo al Rettore del Seminario di Montezuma, le note speciali [Notae speciales anexae] del Visitatore Ap. (7 f.) non si accordano con quanto è detto al Num. 7 g., il sottoscritto si rivolse a Mgr. Gorman, Vescovo di Reno e Visit. Ap., perché chiarisse il punto. Mgr. Gorman rispose il 12 Aprile 1939, confermando le accuse fatte al P. Rettore, di leggerezze con donne, leggerezze note nel luogo e anche a studenti. Il giorno 11 Maggio il sottoscritto incontró Monseñor Gerken, Arciv. de Santa Fè e questi dichiaró che detto Rettore non poteva assolutamente più coprire tale carica, perché moralmente compromesso; lamentó che, avandone parlato o scritto al P. Provinciale, questi cercasse lavarsene le mani, perché amico e compagno del Rettore. Il P. Ministro deve avere scritto al Rmo. P. Generale S. I., e si spera un provvedimento, per il bene del nuovo Seminario, per il quale l’Episcopato Americano à fatto e sta facendo spese rilevanti e sacrifici. + A. G. Cicognani; Deleg. Ap.» (Ibid., Animadversiones, 58).

[468] La vida del padre Martínez Silva fue intachable; formó a muchos jóvenes y dejó huella en varias generaciones.

[469] Agustín Waldner nació en Regisheim, Alsacia, Francia el 14 de enero de 1878. Ingresó al noviciado en Loyola, España para la Provincia Jesuita de México a donde llegó en 1915. El padre Waldner fue nombrado rector del noviciado de Stockton, Texas, el año de 1920. Diseña, junto al jesuita Altamirano los planos para el Ysleta College en Texas; fue rector de ese colegio de 1925 a 1926. Al ser muy floreciente la Provincia Mexicana, el padre provincial Luis Vega (1925-1931) decidió fundar una misión Centroamericana para constituir con el tiempo una provincia independiente; el 17 de abril de 1929 se nombró superior al padre Waldner y al mismo tiempo, rector del Seminario Conciliar de San Salvador, en donde estuvo de 1929 a 1933; de 1933 a 1936 estuvo encargado de la iglesia de Santa Tecla en El Salvador; en 1936 fue nombrado rector del Colegio Centro–Americano del Sagrado Corazón en Granada, Nicaragua; de 1937 a 1939 volvió a ser rector del Ysleta College. En 1939 fue llamado a sustituir al padre Martínez Silva en Montezuma y fue rector del Seminario Interdiocesano de Montezuma en la diócesis de Santa Fe, New Mexico hasta 1943. Falleció el 30 de septiembre de 1964, en el noviciado de Puente Grande, Jalisco; fue un sacerdote amable y muy venerado en su ancianidad; casi siempre fue superior de las casas donde residió; observante y ejemplar. (Cf., J. Gutiérrez, Jesuitas en México durante el siglo XIX, 406, y…siglo XX, 128, 181, 186, 667-669).

[470] Cf., ACEC, Visite Apostoliche 1939-1954, Montezuma 312/39, nº 158, 1939, Notae speciales annexae, 1.

[471] Cf., Ibid., 13.

[472] Cf., Ibid., 15.

[473] Cf., Ibid., Notae speciales annexae, 2.

[474] ACEC, Visite Apostoliche 1939-1954, Montezuma 312/39, nº 158, 1939, 17.

[475] Cf., Ibid., 18.

[476] Cf., Ibid., 19.

[477] Cf., Ibid., 20.

[478] Cf., Ibid., 22.

[479] Cf., Ibid., 23.

[480] Cf., Ibid., 25.

[481] Cf., Ibid., 25-28.

[482] Ibid., 29.

[483] Cf., Ibid., 30-31.

[484] Efectivamente, la norma nº 9 dice: «Las vacaciones las pasarán todos los alumnos juntos, con las modificaciones oportunas en el horario cotidiano. No obstante, el P. Rector, previa autorización del respectivo Ordinario puede permitir que los alumnos vayan a pasar, durante las vacaciones mayores, no más de veinte días en el seno de su familia.»

[485] Cf., ACEC, Visite Apostoliche 1939-1954, Montezuma 312/39, nº 158, 1939, 32.

[486] «Anxietas seriosa haberi videtur inter Patres Instituti de scandalo possibili eruente ex balnea quae adest in campis seminariii, et in quibus fontes callidi sunt et quae operatur in tempore aestivo causa lucrandi pro Instituto. Alumni seipsi non permittuntur uti balnea, quae patronizatur ab viris et mulieribus ex Urbe Las Vegas. Anxietas Patruum esse videtur quod balnea videri potest e partibus superioribus aedificii in quo degunt Philosophi. Sententia Visitatoris es quod anxietas Patruum vix habet fundationem quia balnea situatur per quadrantem milliae passum extra aedificium supradictum et circumscribitur ab muro superiori. Aliquis egeret binoculares distinguere sexum balnistarum. Sententia multorum patrumm est quod multi ex alumnis ex terra Mexico valde tam juvenes sunt et etiam tam aegroti operam intituere parandi ad presbyteratum. In hac sententia Visitatur concurrit.» (Ibid., 33).

[487] Cf., Ibid., 36.

[488] Cf., ACEC, Visite Apostoliche 1939-1954, Montezuma 312/39, nº 158, 1939, 37-38.

[489] Cf., ACEC, Visite Apostoliche 1939-1954, Montezuma 312/39, nº 158, 1939, 37-38.

[490] Cf., Ibid., 43-45.

[491] Cf., Ibid., 45.

[492] Cf., Ibid., 46.

[493] Cf., Ibid., 47-48.

[494] Cf., Ibid., 49-51.

[495] Cf., Ibid., Notae speciales annexae, 2.

[496] Cf., Ibid., 52.

[497] Versión del padre Alfredo Méndez Medina sobre el «estilo de vida Montezumense» en: Cf., L. Medina, Historia del Seminario de Montezuma, 167-168.

[498] Estanislao Alcaraz, estudió la filosofía y la teología en el Seminario Interdiocenano de Montezuma, y es ahora arzobispo emérito de Morelia.

[499] Entrevista a mons. Estanislao Alcaraz Figueroa, arzobispo emérito de Morelia, el 7 de noviembre de 2,000, s. p.

[500] Entrevista a mons. Juan Torres Cázares en Morelia, Michoacán el 5 de noviembre de 2,000., s. p.

[501] Ibid.

[502] Cf., L. Medina, Historia del Seminario de Montezuma, 167.

[503] Entrevista a mons. Estanislao Alcaraz Figueroa, arzobispo emérito de Morelia, el 7 de noviembre de 2,000, s. p.

[504] Ibid.

[505] Entrevista a mons. Juan Torres Cázares en Morelia, Michoacán el 5 de noviembre de 2,000., s. p.

[506] No es aventurado decir que esos otros «matices» consistían en una sutil superioridad con la que el clero formado en Roma se presentaba ante sus hermanos sacerdotes de formación autóctona.

[507] Lc 6, 44.

[508] Toda la información que presentamos en las dos tablas que siguen a continuación, está tomada de estas fuentes citadas, pero renunciamos a poner una nota en cada dato, considerando que el texto se haría ilegible.

[509] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 79-80.

[510] Cf., T. Basurto, El Arzobispado de México, México 1901, 14-18. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 80-93. DPH, I, 86.

[511]Cf., Art. Excmo. Sr. Dr. Don Ignacio de Alba y Hernández, Obispo Coadjutor de Colima, T. Laris, en Labor, VI, n° 67, Guadalajara, junio 1939. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 93-95.

[512] Cf., DPH, I, 127. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 96-98.

[513] Cf., Art. El Ilmo. Y Rvmo. Sr. Obispo D. Fray José de Guadalupe de Jesús Alva y Franco, en F. A. Tiscareño, Nuestra Señora del Refugio Patrona de las Misiones del Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe de Zacatecas, Zacatecas 1909, 343-360. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 99-103.

[514] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 103-107.

[515] Cf., Art. Excmo. Sr. Doctor y Maestro Don Gerardo Anaya y Díez de Bonilla, Obispo de Chiapas y San Luis Potosí, J. G. Anaya–J. I. Dávila, en Gaceta Potosinas, año XIX, n° 11, noviembre 12 de 1941, 29-33. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 111-115.

[516] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 115-119.

[517] Cf., Ibid., 132-135.

[518] Cf., DPH, I, 127. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 136-139.

[519] Cf., Art. Crónica, V. Acosta, en Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Querétaro, IV, n° 38, 30 de noviembre 1932. Art. Biografía del Excmo. Sr. Dr. D. Francisco Banegas Galván Quinto Obispo de Querétaro, E. de la Isla, en Ibid., 31 de diciembre de 1932. Art. Monseñor Banegas, J. B. Buitrón, en Ciencia y Letras, Morelia, julio de 1934. R. Herrera, Galería de los Excelentísimos y Reverendísimos Señores Obispos y de los Muy Ilustres Señores Capitulares de la Santa Iglesia Catedral de la Diócesis de Querétaro, nº11, México 1975, 85-103. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 141-148.

[520] Cf., J. Bravo, Diócesis y Obispos, 101. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 164-166.

[521] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 166-167.

[522] Cf., DPH, I, R. Herrera, Galería de los Excelentísimos y Reverendísimos Señores Obispos y de los Muy Ilustres Señores Capitulares de la Santa Iglesia Catedral de la Diócesis de Querétaro, nº11, México 1975, 70-78. M. Reynoso, Elogio fúnebre del Ilmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Rafael Sabás Camacho, Querétaro 1908. P. Vera, Laudatio Funebris Illustrissimi ac Reverendissimi D. D. D. Rafaëlis S. Camacho, Queretanensis Diocesis Degnissimi Olim Episcopi, habita in Cathedralis Ecclesia, Querétaro 1908. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 169-178.

[523] Cf., S. Morán, El Excmo. Sr. Obispo D. Vicente María Camacho y Moya, Guadalajara 1943. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 182-187.

[524] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 187-190.

[525] Cf., Art. Serie Cronológico-Biográfica de los Ilustrísimos Prelados Mexicanos, J. I. Dávila, en Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara, época V, año III, n° 10, octubre de 1932. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 209-211.

[526] Cf., Art. Ilmo. Sr. D. Leonardo Castellanos y Castellanos, Obispo de Tabasco, J. I. Dávila, en Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara, época V, año III, n° 8, agosto de 1932. C. L. Hernández, Oración Fúnebre del Ilmo. y Rvmo. Señor Doctor Don Leonardo Castellanos y Castellanos Digmo. Cuarto Obispo de Tabasco, Tabasco 1912. S. Congregatio Pro Causis Sanctorum, Leonardus Castellanos et Castellanos. Episcopi Tabasquensis (1862-1921), Zamoren (Mexicana), n° 952, Roma 1982. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 214-224.

[527] Cf., DPH, I, 653. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 224-227.

[528] Cf., Ibid., I, 227-229.

[529]Cf., Nicolás Corona y Corona, [en línea] <http.//www.catholic-hierarchy.org/bishop/bcoronaycorona.htlm> [consulta: 1 mayo 2003]. E. VALVERDE Téllez, Bio-Biliografía, I, 233-235.

[530] Cf., J. Bravo, Diócesis y Obispos, 46. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 241-242.

[531] Cf., A. M. Carreño, El Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Pascual Díaz y Barreto  Arzobispo de México. Homenajes Póstumos, México 1936. E. J. Correa, Pascual Díaz S. J., el Arzobispo Mártir, México 1945. J. Bravo, Diócesis y Obispos de la Iglesia Mexicana, México 1965, 65. DPH, II, 1078. J. Gutiérrez, Jesuitas en México durante el siglo XX, México 1981, 6. F. Sosa, El Episcopado Mexicano, II, México 1962, 254-294. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 242-252.

[532] Cf., J. I. Dávila, El Obispado de Tepic y sus Prelados, Guadalajara 1919. Art. Apuntes biográficos del Ilmo. y Rvmo. Sr. Dr. Don Ignacio Díaz Macedo, primer obispo de Tepic, A. Díaz de Sandi, en Boletín Guadalupano Rosarista, año II, n° 18, 19 y 21 respectivamente de enero, febrero y abril de 1937. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 252-259.

[533] Cf., M. C. Dávila Fuentes, Monseñor Jesús Ma. Echavarría y Aguirre: Biografía histórico crítica del Siervo de Dios Monseñor Jesús María Echavarría y Aguirre, Saltillo, Coahuila 1994. Jesús María Echavarría y Aguirre [en línea] <http.//www.catholic-hierarchy.org/bishop/beschavarría.htlm> [consulta: 3 mayo 2003]. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 287-288.

[534] Art. Serie Cronológico-Biográfica de los Ilustrísimos Prelados Mexicanos, J. I. Dávila, en Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara, época V, año III, n° 6, junio de 1932. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 307-308.

[535] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 309-310.

[536] Cf., Ibid., 310-315.

[537] Cf., Art. Numero especial dedicado al Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. José Garibi Rivera, sexto Arzobispo de Guadalajara con motivo de sus Bodas de Plata Sacerdotales, J. Dávila, en Labor, marzo de 1937. DPH, II, 1415. S. Miranda, The Cardinals of the Holy Roman Church, Florida International University Library 2002, (43) 207. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 323-327.

[538] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 337-338.

[539] Cf., DPH, II, 1441. E. G. Gillow, Reminiscencias, Los Ángeles 1920. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 339-344.

[540] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 359-361.

[541] Cf., Ibid., 354-359.

[542] Cf., DPH, II, 1634. Luis Guízar y Barragán, [en línea] <http.//www.catholic-hierarchy.org/bishop/bguizarb.htlm> [consulta: 3 mayo 2003]. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 375-376.

[543] Cf., DPH, II, 1616. Antonio Guízar y Valencia [en línea] <http.//www.catholic-hierarchy.org/bishop/bguizary.htlm> [consulta: 3 mayo 2003]. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 376-377.

[544] Cf., DPH, II, 1616. L. M. Martínez, Elogio Fúnebre pronunciado en las Honras del Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Rafael Guízar y Valencia, México 1938. Art. El Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Rafael Guízar y Valencia, I. Rubio, en Cultura Cristiana, año VII, n° 29, México 17 de julio de 1938. S. Congregatio Pro Causis Sanctorum, Raphael Guisar Valencia. Episcopus Verae Crucis, Verae Crucis seu Ialapen (Mexicana), n° 770, Roma 1984. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 359-361. Monseñor Rafael Guízar y Valencia fue beatificado por el papa Juan Pablo II, en Roma el 29 de enero de 1995.

[545] Cf., Art. Serie Cronológico-Biográfica de los Ilustrísimos Prelados Mexicanos, J. I. Dávila, en Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara, época V, año III, n° 8, agosto de 1932. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 381-382.

[546] Cf., Art. Datos biográficos del Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Antonio Hernández y Rodríguez, en Dios y Patria, n° 1-8, Chilapa, de septiembre 1937 a abril 1938. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 383-385.

[547] Cf., J. Castillo y Piña, Cuestiones Históricas. El Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Juan Herrera y Piña, Dgmo. Arzobispo de Monterrey, Monterrey 1985. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 385-391.

[548] Cf., Anastasio Hurtado y Robles [en línea] <http.//www.catholic-hierarchy.org/bishop/bhurtadoyrobles.htlm> [consulta: 3 mayo 2003]. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 391-392.

[549] Cf., Congregatio Pro Causis Sanctorum, Raymundi Ibarra y González. Archiepiscopi Angelorum (1853-1917), Angelorum (Mexicana) n° 1081, Roma 1988. E. Gómez Haro, Don Ramón Ibarra y González, primer Arzobispo de Puebla, México 1918. O. Márquez, Monseñor Ramón Ibarra y González, México 1962. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, 393-400. C. F. Vera Soto, Ramón Ibarra y González. Obispo de Chilapa, tesina PUG, Roma 1990. Inédita.

[550] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 26-28.

[551] Cf., Ibid., II, 34-37.

[552] Cf., Manuel Pío López y Estrada, [en línea] <http.//www.catholic-hierarchy.org/bishop/bplopeze.htlm> [consulta: 3 mayo 2003]. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 37-40.

[553] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 40-42.

[554] Cf., Ibid., II, 61-66.

[555] Cf., Ibid., II, 72-73.

[556] Cf., R. López, Monseñor Luis María Martínez, Arzobispo de México, México 1999. J. G. Treviño, Monseñor Martínez, México 1966. F. Sosa, El Episcopado mexicano, México 1962, II, 227, 295-299, 304-39. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 76-85.

[557] Cf., J. Bravo, Diócesis y Obispos de la Iglesia Mexicana, México 1965, 102. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 74-75.

[558] Cf., V. de Dios, Historia de la Familia Vicentina en México, 1844-1994, I y II, Salamanca-México 1993. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 85-86.

[559] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 87-89.

[560] Cf., Ibid., II, 92-96

[561] Cf., S. Miranda, The Cardinals of the Holy Roman Church, Florida International University Library 2002, (55) 364. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 96-98.

[562] Cf., M. Fulcheri, Elogio Fúnebre del Excmo. Sr. Dr. y Maestro D. Ignacio Montes de Oca y Obregón, Obispo de San Luis Potosí (México), México 1921. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 98-116.

[563] Cf., E. Sánchez Hidalgo, Oración Fúnebre en las Exequias del Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Doctor D. Miguel M. de la Mora V Obispo de San Luis Potosí, San Luis Potosí 1930. Art. Rasgos biográficos del Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Obispo Dr. D. Miguel M. de la Mora, A. López, en Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara, época IV, año I, n° 7, 1 de agosto de 1930. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 134-142.

[564] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 121-134.

[565] Cf., Juan María Navarrete y Guerrero, [en línea] <http.//www.catholic-hierarchy.org/bishop/bnavarrete.htlm> [consulta: 4 mayo 2003]. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 169-174.

[566] Art. Biografía del Excmo. Sr. Dr. D. José Othón Núñez y Zárate, actual Arzobispo de Oaxaca, M. Brioso y Candiani, en Boletín de la Acción Católica Mexicana, Tehuacán, Puebla 1942. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 175-182.

[567] V. Camberos Vizcaíno, Francisco El Grande. Monseñor Francisco Orozco y Jiménez, I y II, México 1966. J. Ruiz M., (ed.), Homenaje a la memoria del Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. y Mtro. D. Francisco Orozco y Jiménez Arzobispo de Guadalajara, Guadalajara 1936. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 187-204.

[568] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 204-207.

[569] Cf., Ibid., II, 208-211.

[570] Cf., L. G. Méndez, Biografía del Ilmo. Sr. Obispo de Veracruz Dr. D. Joaquín Arcadio Pagaza, Jalapa 1918. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 213-220.

[571] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 224-225.

[572] Cf., Ibid., 230-234.

[573] Cf., M. Salinas, Bosquejo biográfico del Ilmo. Sr. D. Francisco Plancarte y Navarrete, Geógrafo, Historiador y Arqueólogo, México 1928. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 234-240.

[574] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 244-250.

[575] Cf., Ibid., II, 259-262.

[576] Cf., R. Herrera, Galería de los Excelentísimos y Reverendísimos Señores Obispos y de los Muy Ilustres Señores Capitulares de la Santa Iglesia Catedral de la Diócesis de Querétaro, nº11, México 1975, 79-84. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 264-266.

[577] Cf., Jubileos Episcopales del Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Leopoldo Ruiz, Delegado Apostólico y Arzobispo de Morelia, México 1937. L. Ruiz, Recuerdo de Recuerdos. Homenaje al Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Leopoldo Ruiz y Flores, Arzobispo de Morelia, México 1943. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 269-288.

[578] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 288-290.

[579] Cf., Art., Datos biográficos del Ilmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Enrique Sánchez Paredes Segundo Arzobispo de Puebla, en Revista Eclesiástica del Arzobispado de Puebla. Año II, n° 14, junio de 1919.

[580] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 299-305.

[581] Cf., Ibid, II, 308-317.

[582] Cf., R. Herrera, Galería de los Excelentísimos y Reverendísimos Señores Obispos y de los Muy Ilustres Señores Capitulares de la Santa Iglesia Catedral de la Diócesis de Querétaro, nº11, México 1975, 105-116. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 327-331.

[583] Cf., A. Tapia Méndez, Don Guillermo Tritschler y Córdova. Siervo de Dios sexto obispo de San Luis Potosí, séptimo arzobispo de Monterrey, Monterrey, N. León, México 19982. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 431-344.

[584] Cf., Art. Biografía del Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Martín Tritschler y Córdova, en Juventud, México enero de 1943. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 344-347.

[585] Cf., E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 349-351.

[586] Cf., Ibid., II, 355-359.

[587] Cf., Art. Serie Cronológico-Biográfica de los Ilmos. Mitrados Mexicanos consagrados durante un siglo, J. Dávila, en Boletín Eclesiástico de Guadalajara, marzo 1932. Art. Datos Biográficos del Excmo. y Rvmo Sr. Dr. D. Emeterio Valverde Téllez, J. Ruiz Miranda, en Juventud Bizarra, León 16 y 31 octubre de 1946. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, I, (prólogo de J. Bravo Ugarte, 11-47).

[588] Cf., Spectator, Los cristeros del volcán de Colima. Escenas de la lucha por la libertad religiosa en México, I y II, México, D. F., octubre 19612. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 344-347. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 370-373.

[589] Cf., DPH, IV, 3703. Rasgos Biográficos del Ilmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Pedro Vera y Zuria, Dignísimo 3er Arzobispo de Puebla y Breve reseña de su Consagración Episcopal, Querétaro 1924. Art. Pedro Vera y Zuria, modelo de pastores, C. Vera Soto, en El Heraldo de Navidad, Querétaro 1994. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 381-386.

[590] AP, 1966, 765. E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 393-393.

[591] E. Valverde Téllez, Bio-Biliografía, II, 399-401.

 

[592] El padre José María Vilaseca, fundador de las congregaciones josefinas, (hijas de María Josefinas y misioneros Josefinos) instituyó el Colegio Clerical de San José, en México, el 19 de septiembre de 1872. A la vez que atendía las dos congregaciones recientemente fundadas por él, empezó a tener dificultades para continuar con la dirección del Colegio Clerical, pues los superiores de la congregación de la misión a la que pertenecía, lo instaban a abandonar las obras por él fundadas, por lo que solicitó al arzobispo de México, mons. Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos que trasladase el Colegio al exconvento carmelitano de San Joaquín en el pueblo de Tacuba, en la afueras de la ciudad de México. Entonces, se hizo el traslado y el arzobispo nombró rector al padre Antonio Plancarte y Labastida, su sobrino, el 12 de septiembre de 1885. El padre Antonio Plancarte, gran admirador del Colegio Pío Latino Americano de Roma, al que había llevado muchas vocaciones para ser formadas ahí, implantó en el Colegio Josefino la piedad, la enseñanza y la disciplina de aquel Colegio. En enero de 1887, el padre Plancarte y Labastida clausuró el Colegio Clerical de San Luis Gonzaga, que había fundado en Jacona y del cual era rector, y se llevó al de San Joaquín a sus profesores y alumnos. A la muerte del arzobispo Labastida, el 4 de febrero de 1891, se eligió vicario capitular a Próspero María Alarcón (consagrado arzobispo de México el 7 de febrero de 1892); durante su gobierno como vicario general hizo que los alumnos y catedráticos del Clerical Josefino, pasaran al seminario de México, y el día 9 de febrero del mismo año, suprimió definitivamente el Colegio. (Cf., E. Valverde Téllez, Bío-Bibliografía, II, 234-240).

[593] «Pasé quince años de mi juventud en mi inolvidable Colegio Clerical Josefino, ora como alumno oyendo las lecciones de sabios maestros, ora como catedrático, y siempre bajo el gobierno paternal de prudentes superiores. Mis condiscípulos eran de espíritu piadoso, de fina educación y de regocijado carácter, aplicados al estudio y aprovechados en las clases. El colegio contaba además con una rica biblioteca. ¡Oh! Sentíame tan feliz, tan exento de toda ambición, que me parecía que todo el mundo se encerraba en aquel sagrado recinto; y, cuando por motivo de salud tuve que abandonar definitivamente el Clerical, experimenté una tristeza sólo comparable a la irreparable pérdida de mi querida madre.» (A. Valverde-Téllez, Discursos, II, León 1926, nº 383-7).

[594] En el prólogo a la obra del obispo Emeterio Valverde Téllez, Bío-Bibliografía Eclesiástica Méxicana (1821-1943), I y II, México 1943, 11-47, obra póstuma llevada a la imprenta por el historiador José Bravo Ugarte S. I. comenta la vida y obra de mons. Valverde.

[595] Cf., E. Valverde Téllez, Bío-Bibliografía, I, 11-47.

[596] Ibid.

[597] Cf. R. Herrera, Galería de los Excelentísimos y Reverendísimos…, 86-104.

[598] En el interesante artículo que citamos a continuación se traza el itinerario completo de la formación que tuvo mons. Martínez y creemos que vale la pena transcribirlo completo. «Empezó la Preparatoria con la clase de Castellano (Gramática de Segura y Miscelánea de este Establecimiento), cuyo catedrático, el Sr. Lic. D. Alberto Bravo, ‘en sus bromas le anuncia será obispo…pero de Chiapas’; al fin del año tuvo de catedrático al recién ordenado Presbítero D. Francisco Banegas Galván. En 92 [1892] y 93 [1893] estudió Latín, siguiendo el curso de ‘Mínimos –Analogía– (Gramática de Nebrija) con el docto Pbro. D. Jesús Solórzano Iriarte, y los de ‘Medianos’ –Sintaxis– y ‘Mayores’ –Prosodia y Ortografía– con el insigne latinista Pbro. Br. D. Félix Ma. Martínez, que en sus clases explicaba el texto compuesto por él mismo. El estudio de las Matemáticas (obra de D. José Mariano Vallejo) lo hizo en 94, [1894] con el P. Medardo Hernández; el de Física (tratado de Ganot) en 95, [1895] con el Diác. Br. Luis R. Pérez; y el de la Filosofía (Summa philosophica Card. Zigliara) en 96, [1896] con el Pbro. Br. José María López Ortega. Los tres años siguientes aprendió Teología Dogmática (Summa Summae Scti. Thomae, Academiarum moribus accomodata, auctore Carolo Renato Billuart) con el Pbro. Br. D. Joaquín Sáenz Arciga, y luego estudió Moral (‘Theologia Moralis’ Lehmkuhl) en 1900 y 1901, con el Pbro. Br. D. Félix Ma. Martínez. Estudió además Religión (Ripalda, en la clase de Castellano; ‘Compendio de Religión’ del Abate Gaume, en las de Latín, y en las de Filosofía el ‘Curso de Religión’ del P. Schouppe); Francés (‘Gramática’ de Becherell y ‘Moral Práctica’ de Barreau) el año de 94; [1894] Geografía Física y Consmografía (texto de Antonio García Cubas) en 95; [1895] Griego (Gramática de Grétzeri) en 97, [1897] con el P. Leopoldo Lara Torres; y en 98 [1898] y 99 [1899], Hermeneútica Sgda., con el P. Joaquín Sáenz Árciga. Otros estudios, como el del Dercho Canónico, la Sgda. Liturgia, la Historia Ecca., la Literatura, el Inglés, la Teneduría de Libros, etc., los hizo por su cuenta.

En sus clases mereció siempre el primer lugar… […].» (Art. Monseñor Martínez y el Seminario de Morelia: 1891-1937, M. López Medina en Trento. Periódico del Seminario de Morelia, XIII-2, abril de 1956, 13).

[599] Cf., F. Sosa, El Episcopado Mexicano, II, 296. Sosa equivoca las fechas de los cargos de mons. Martínez en el seminario de Morelia, pues dice que Martínez ascendió a rector en 1909, cuando fue hasta 1919, al regreso del exilio de mons. Leopoldo Ruiz que asumió dicho cargo.

[600] Art. Monseñor Martínez, un gran Educador, F. Avella, en Trento. Periódico del Seminario de Morelia, XIII-2, abril de 1956, 6.

[601] Art. Monseñor Martínez, y el Seminario de Morelia: 1891-1937, M. López Medina, en Trento. Periódico del Seminario de Morelia, XIII-2, abril de 1956, 13.

[602] El arzobispo de México, Luis María Martínez, dirigió espiritualmente a la mística mexicana Venerable Concepción Cabrera de Armida (citada varias veces en este trabajo), durante la última etapa de su vida, de 1925 hasta la muerte de la señora Cabrera en 1937. Y, si bien la dirigida era ella, el Sr. Martínez bebió ávidamente de la doctrina mística de Conchita. Sus escritos dan fe de ello.

[603] Ofrecemos aquí un catálogo de sus obras; si no completo, si ilustrativo sobre el tema que abordamos. Los seminarios mexicanos, por supuesto, tuvieron estos libros que fueron leídos y apreciados. Todas las obras que aquí cito son de L. M. Martínez. La Pureza del Ciclo Litúrgico, México 1942, 299 p.; Santa María de Guadalupe, México 1943, 215 p.; Almas próceres. Los caminos de la dulzura, México 1945, 184 p.; Vida Espiritual, México 1946, 400 p.; A propósito de un viaje, México 19483, 141 p.; El Sacerdote, misterio de amor, México 1950, 274 p.; El Espíritu Santo y la Oración, México 1951, 140 p.; El Camino regio del Amor, México 1954, 260 p.; La Intimidad con Jesús, Madrid 1955, 258 p.; Jesús, Madrid 19575, 306 p.; ¡Ven, Jesús! Meditaciones para prepararse en Navidad, Madrid 1957, 92 p.; Divina obsesión, Madrid 1958, 238 p.; La consumación en la unidad, vol. IV de Cimas de la Vida Espiritual, México 1961, 142 p.; El Supremo Amor, México 1962, 115 p.; La perfecta alegría, vol. III de Cimas de la Vida Espiritual, Madrid 1963, 173 p.; Vida en el interior del Corazón de Jesús, México 1965, 312 p.; La Encarnación Mística, México 1974, 150 p.; Espiritualidad de la Cruz, México 1974, 374 p.; El Santificador, México 19743, 130 p.; La Cadena de Amor con el Corazón de Jesús, México 1976, 264 p.; El Sacerdocio Místico de los Fieles, México 19772 176 p.; Notas íntimas. Con anotaciones de J. G. Treviño, México 1978, 400 p.; El Amor, México s. a., 248 p.; El Espíritu Santo y sus dones, México 198214, 165 p. Cabe también hacer la aclaración que la difusión de las obras del arzobispo primado de México se debió a la ardua y constante labor del misionero del Espíritu Santo, padre José Guadalupe Treviño: (nació en Santa Clara del Cobre, Mich. el 21 de agosto de 1889. Murió en México D. F. el 21 de abril de 1983). Monseñor Martínez, prácticamente no escribió nada para dar directamente a la publicación, pero, ligado a través de una profunda amistad al padre Treviño, que fue su alumno en el seminario de Morelia, le concedió en vida el permiso de publicar sus charlas, retiros, sermones, etc. A él también heredó sus escritos espirituales; de tal forma que gracias al padre Treviño la gran obra mística y espiritual del arzobispo de México pudo ser conocida.

[604] En el discurso con el que se le admitió en dicha Academia se dijo: «…todos sus ecritos en prosa pulcra y elegante, están impregnados, aparte el uncioso aroma de su amor a Dios, de esa vibrante sensibilidad, de esa rara virtud de universal simpatía, de ese afán de elevación y de perennidad que constituyen la esencia misma de la verdadera poesía» (F. Sosa, El Episcopado Mexicano, II, 298-299).

[605] Su nombramiento como profesor del seminario de Guadalajara: «Presbítero D. David Galván, Catedrático de Derecho Natural y Sociología.» Publicado en la revista Voz de Aliento, Guadalajara, Jal., enero 12 de 1912, 234-236.

[606] El rector del seminario de Guadalajara en 1911, José Merced Esparza, reconoce los méritos del padre Galván en su informe rectoral: «¡Vaya aquí una oficial, pública y solemne felicitación al general en jefe de ‘Voz de Aliento’, al infatigable, abnegado profesor Pbro. D. David Galván, brazo derecho del Sr. Mora en empresa tanta! ¡Qué Dios Ntro. Señor le conceda ver muy pronto los óptimo frutos de sus juveniles bríos y dineros expensados!». (En ASSJG, Informe Rectoral 1910-1911, XI).

[607] PCM, I, 150.

[608] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey!, México 19913, 83-88. PCM, I, 146-152.

[609] «Al Sr. Luis Batis lo conocí cuando vino a Durango para ocupar el cargo de Director Espiritual del Seminario. Esto fue cuando el Gobierno devolvió el local del antiguo Seminario por el año de 1921, más o menos. El P. Batis era cura de Canatlán y llegó como Director espiritual el día en el que se abrieron las clases en el Seminario.

Era de buena estatura, bien parecido, color blanco. Con nosotros los seminaristas era ejemplar, bueno, alegre. Ya a las seis de la mañana estaba en la capilla y todos los días nos daba la plática y nos confesaba; se prestaba a que le tuviéramos confianza.» (Testimonio oral del Sr. Cango. Juan Alcázar dado al P. Alfredo Vizoso M. Sp. S., el 24 de marzo de 1990 en ASCD, Los 4 mártires de Chalchihuites, s. p.).

[610] PCM, I, 223.

[611] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 33-38. PCM, I, 220-224, 232-2344.

[612] Las calificaciones de San Jenaro, aparecieron publicadas, como las de sus compañeros, en los «Informes Rectorales» que van de 1901 a 191. Un ejemplar de cada uno de estos en ASSJG.

[613] «Además del trabajo ministerial en Cocula, desempeñó el cargo de Profesor en el Seminario Menor. Entre sus discípulos contó al joven Lucio Sevilla, que alcanzó el Sacerdocio, y como él, también el martirio. Allí mismo, como en otras partes, se mostró vivamente interesado por la Cuestión Social; fomentó las asociaciones obreras católicas y se opuso con energía al agrarismo antirreligioso.» (Biografía anónima; El Padre José Jenaro Sánchez, en David, órgano oficial de la Guardia Nacional Cristera, época III, Guadalajara, Jal., julio y agosto de 1968, 63-68. Un ejemplar en ASSJG).

[614] PCM, I, 196.

[615] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 139-143. PCM, I, 194-198.

[616] PCM, I, 236.

[617] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 45-52. PCM, I, 235-241.

[618] Las calificaciones de David Uribe aparecen en el seminario de Chilapa: «Año de 1912. Cuarto de Teología. Exámenes públicos de julio: Teología Moral (escrito): 10. Teología Moral (oral): 10. Sagrada Escritura: 10. Derecho Canónico: 10. Exámenes públicos de noviembre: Teología Moral (escrito): 10. Teología Moral (oral): 10. Sagrada Escritura: 10. Derecho Canónico: 10. (Documento firmado por el rector del seminario de Chilapa, Pbro. Jesús Nieves Jaimes. En PMC, III, 659-660).

[619] Ibid., I, 260.

[620] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 153-163. PCM, I, 254-262.

[621] Los certificados de estudios con las calificaciones de Julio Álvarez aparecen en los «Informes Rectorales» de 1880 a 1890, con calificaciones muy dignas. Y también su afiliación como socio de la Congregación de la Purísima Concepción y San Luis Gonzaga, en ASSJG, Informe Rectoral 1889, 49.

[622] PCM, I, 348.

[623] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 27-31. PCM, I, 169-173 y 347-348.

[624] Las calificaciones del seminarista Sabás Reyes aparecen publicadas en los «Informes Rectorales» de 1904, 1905, 1908, 1909, 1910 y en La Voz de Aliento, nº 14, Guadalajara, Jal., marzo de 1912, ejemplares en ASSJG.

[625] PCM, I, 210.

[626] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 15-19. PCM, I, 205-211.

[627] PCM, I, 165.

[628] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 153-163. PCM, I, 163-169.

[629] Se conservan unos versos autobiográficos (sin fecha), sencillos y espontáneos, que narran con cierto humor y plena aceptación la dura condición de la pobreza y la alegría ante el llamado vocacional: «Pensando casi de balde/ en mi carrera y mi destino:/ al comenzar el camino/ quedé huérfano, sin padre.// Entonces mi pobre madre,/ viuda, triste y sin consuelo,/ para remediar el hambre/ me puso de borreguero.// Unos cuatro años me vi/ en esta tan baja esfera;/ cuando por suerte salí/ a comenzar mi carrera.// Algunos días trabajando./ Otros pocos en la escuela./ De este modo batallando,/ aprendí las primeras letras.// Aprendí a labrar la tierra,/ a despuntar, a pizcar,/ poco antes de principiar/ mi pretendiente carrera.// Por largo espacio de tiempo/ con trabajos muy constantes,/ para no alargar el cuento/ hice más de cien petates.// Mientras tanto no olvidé/ que yo había sido llamado/ para un destino elevado/ que jamás comprenderé.// Triste pues el corazón/ de mi pobrecita madre,/ recibí su bendición/ y me dijo: Dios te guarde./ El once del mes de octubre,/ de ochenta y ocho, en carrera/ tomé mi maleta y dije:/ Adiós, mi querida tierra.// Llevé veinticinco pesos/ para conseguir mi fin,/ y una recomendación/ que me dio el Padre Morfín.// Llegando a Guadalajara/ fui a preguntar a Jiménez/ que me dijera con quienes/ debía buscar asistencia.// Me dirigí con un hombre/ que vestía calzón de cuero,/ que le dijera mi nombre,/ que era un pobre ranchero.// Que atendiendo a su clemencia,/ y a mi estado lastimero,/ que me diera la asistencia,/ por muy poquito dinero.// Más nada se consiguió,/ y el mismo día por la tarde,/ cuando todo esto acabó,/ volví otra vez con el Padre.// Unas señoras González,/ según se comprometieron,/ ya por suerte me asistieron/ por cinco pesos, seis reales.// Al terminar esta agencia,/ fui de nuevo con Quintín,/ a preguntarle que libros,/ para estudiar en latín.// Y sin estas aplicaciones,/ ya pude ocurrir de diario,/ al ilustre Seminario/ a recibir mis lecciones.// En lo que después me vi/ referirlo ya no puedo,/ que se quede en el tintero/ y pongamos punto aquí.» (PCM, III, 15-16).

[630] Ibid., I, 137.

[631] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 7-13. PCM, I, 125-131, 137-139.

[632] De este seminario se conserva un informe relativo a los meses de noviembre y diciembre de 1918: «Aplicación y conducta muy buenas. Ninguna falta.» (En Libro de Gobierno nº 1 del Seminario de Totatiche, 1 de enero de 1919, 15).

[633] PCM, I, 138.

[634] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 39-44. PCM, I, 132-136, 137-139.

[635] Las calificaciones del seminarista José Isabel Flores aparecen publicadas en los «Informes Rectorales del Seminario Diocesano», correspondientes a 1887-1897.

[636] Nemesio Bermejo nació en Matatlán, Jalisco. Fue condiscípulo de San José Isabel Flores en el seminario de Guadalajara por los años de 1890-1895. Fue expulsado por su afición a las bebidas embriagantes. Cuando el padre José Isabel desarrolló su ministerio en Matatlán, lo visitaba y lo ayudó, pues estaba muy pobre, contratándolo como cantor del templo. Nemesio era un hombre de mal carácter. Consiguió también un empleo en el juzgado municipal y se hizo amigo del presidente municipal de Zapotlanejo, J. Rosario Orozco que tenía fobia a los sacerdotes. Por quedar bien con él y por una miserable recompensa, en junio de 1927, le dijo al presidente Jiménez: «Si quieres aprehender a Chabelo, va a pasar por tal arroyo, va a decir misa al rancho de La Colimilla.» Pasado un tiempo de la muerte del padre Flores, Nemesio fue muerto en el campo y nadie se dio cuenta hasta varios días después. (Cf., PCM, I, 78).

[637] José Rosario Orozco Munguía nació en Zapotlanejo, Jalisco, en 1890 y murió asesinado en 1931. Tenía grados militares, no por estudios o méritos sino por su adhesión al gobierno. Desarrolló un verdadero odio a los sacerdotes. Era jefe político y militar de Zapotlanejo, ejerciendo su poder como un verdadero cacique. Cuando supo la denuncia de Nemesio Bermejo sobre el padre Flores Varela, mandó un grupo de 50 hombres a detenerlo. Ordenó que fuera fusilado en el panteón municipal el 21 de junio de 1927. (Cf., Ibid, I, 100).

[638] Ibid., I, 202.

[639] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 79-82. PCM, I, 199-204 y III, 412-417.

[640] En los archivos de la congregación religiosa que él fundaría, se conservan todos los diplomas y premios obtenidos por San José María, desde 1903 hasta 1911.

[641] No deja de sorprendernos que una institución tan añeja y prestigiosa como el seminario de Guadalajara, depositara esas responsabilidades tan serias en un, virtuoso si, pero inexperto muchacho de 24 años, dado que el vicerrector prácticamente era el que lidiaba todos los problemas internos del plantel. Esto nos hace corroborar, una vez más, lo angustioso de la situación que obligaba a las instituciones eclesiásticas a echar mano de lo que hubiera. Recordemos además que en este periodo del seminario tapatío, se dio la grave crisis por la sede vacante arzobispal, ampliamente narrada en el capítulo VII, 3. 5. El seminario de Guadalajara.

[642] La congregación fue fundada el 27 de diciembre de 1918 con el nombre de «hermanas del Corazón de Jesús Sacramentado».

[643] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 121-126. PCM, I, 140-145, 137-139.

[644] Colima se convirtió en un «ensayo» que emprendía el gobierno de Calles para intentar borrar a la Iglesia Católica del país. La apasionante aventura de lo que ahí pasó está narrada en: Spectator, Los cristeros del volcán de Colima, I y II, México 19612.

[645] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 59-644. PCM, I, 268-274.

[646] «Monólogo. Dedicado al Sr. Pbro. D. Silviano Carrillo. [después obispo de Sinaloa] ¿De dónde vengo y a dónde voy? […] Pero sé, y mi madre me ha enseñado/ que para ir a esa región de luz, / es preciso vivir crucificado/ y llevar en los hombros una Cruz.// ¡Venga la cruz y que el martirio venga;/ vengan los sacrificios y la muerte…/ Que la gracia del cielo me sostenga…/ No pierdo la esperanza de poseerte.» (Breve fragmento de Monólogo, en donde expresa sus deseos de martirio, poesía publicada en La Unión Católica, nº 192, Zapotlán el Grande, Jal., octubre 20 de 1901, 12).

[647] PCM, I, 185.

[648] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 21-26. PCM, I, 181-186.

[649] PCM, I, 264.

[650] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 73-78. PCM, I, 263-267.

[651] Las calificaciones del seminarista Pedro Esqueda están publicadas en los «Informes Rectorales del Seminario Diocesano», en los años que van de 1914 a 1919. Ejemplares en ASSJG.

[652] PCM, I, 178.

[653] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 65-71. PCM, I, 174-179.

[654] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 73-78. PCM, I, 252.

[655] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 92-102. PCM, I, 249-253.

[656] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 131-138. PCM, I, 212-219.

[657] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913107-112. PCM, I, 153-156, 161-162.

[658] Las calificaciones y los premios obtenidos por el seminarista Atilano Cruz, más que notables, están publicados en los «Informes Rectorales» del Seminario de Guadalajara en los años 1912-1930. Ejemplares conservados en ASSJG.

[659] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 53-58. PCM, I, 157-162.

[660] PCM, I, 190.

[661] Ibid.

[662] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 145-152. PCM, I, 187-193.

[663] «Tocóle al Padre Maldonado hacer sus estudios de latinidad y Filosofía en la época aciaga de la Revolución Mexicana, cuando nadie podía tener tranquilidad, ni alimento seguro, pues los bandos contendientes sembraban la desolación y el pánico en los hogares chihuahuenses, habiendo desde luego una carestía casi absoluta de alimentos.

Debido a esto, los pobres estudiantes comían pésimamente y tal vez fue la causa que el Padre se desarrollara enfermizo y débil. El mismo me contaba que no queriendo estar de externo, sus superiores le permitían que estudiara al aire libre, y se iba diariamente a preparar sus clases al Cerro de Santa Rosa, famoso baluarte de la toma de Chihuahua, sin embargo, él seguía con exactitud el programa trazado, saliendo bien en sus materias a pesar de todo lo dicho.» (A.Urbina Cruz, Biografía del Padre Maldonado, Chihuahua, Chih., agosto de 1986, 64).

[664] La cruel tortura y el martirio de san Pedro Maldonado está narrado en: G. O’Rurke, La persecución religiosa en Chihuahua (1913-1938). Muerte del Padre Maldonado, Chihuahua 1991, 231-249.

[665] Cf., Conferencia del Episcopado Mexicano, ¡Viva Cristo Rey! México 19913, 93-98. PCM, I, 242-248.

[666] Art. De la raza de los Tarcisios, en Boletín de los Alumnos del Pont. Col. Pío Latino Americano, año XXVIII, nº 3, julio-septiembre de 1928, 244-246.

[667] El padre Alfredo Vizoso Andrade M.Sp.S., (México D. F. 27 de junio de 1923…) llevó la primera parte de la causa de los mártires mexicanos; le sustituyó en el cargo mons. Oscar Sánchez Barba, sacerdote del clero de Guadalajara.

[668] El historiado jesuita Luis Medina Ascensio piensa que parte de esa «moderación» tuvo que ver con la influencia persistente de los Estados Unidos, a través de su embajador, Joseph Daniels, quien presionaría diplomáticamente al presidente Cárdenas para buscar una libertad en la educación y en la práctica libre de la religión que cada uno eligiese. (Cf., L. Medina, Resumen histórico de la persecución religiosa en México, 46-47).

[669] Joseph Daniels (1862-1948). Diplomático y político norteamericano. Doctor en letras por la Universidades de Washington y de Lee y de derecho por las de Carolina del Norte y de Wesleyan. Oficial mayor del Departamento de Interior de 1893-1895. Secretario de Marina en el gobierno de Woodrow Wilson de 1913 a 1921. En ese cargo ordenó el desembarco de los marines en el puerto de Veracruz en 1914. Fue embajador en México de 1933 a 1942. (Cf., Art. Daniels, Joseph, en DPH, II, 1042).

[670] El embajador Daniels, por ejemplo, intervino en el verano de 1936 ante el gobierno mexicano para conseguir el permiso de trasladar a la catedral el cuerpo del difunto arzobispo de México, Pascual Díaz y Barreto, con objeto de celebrar las exequias solemnes que prohibían las leyes. También el embajador asistió a la toma de posesión, en abril de 1937, del nuevo arzobispo de México y se reunió varias veces con los comités de obispos, mexicano y norteamericano que promovían la fundación del seminario de Montezuma.

[671] Cf., E. Chávez, Historia del Seminario Conciliar de México, II, 1175.

[672] Cf., J. Sotelo, La educación socialista, en F. Solana – R. Cardiel – R. Bolaños, Historia de la educación pública en México, 304.

[673] Giuseppe Pizzardo nació en 13 de julio de 1877 en Savona, Italia. Estudió en el seminario de Savona, en la Universidad Gregoriana y en el Pontificio Ateneo de San Apolinar y en la Academia Pontifica Eclesiástica de Roma. Fue ordenado el 19 de septiembre de 1903. Fue nombrado miembro de la Secretaría de Estado en 1908 y estuvo hasta 1909; fue secretario de la nunciatura en Baviera en junio 1909. Minutante en la Secretaría de Estado de 1912 a 1920. Subsecretario de la S. C. de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios en 1920 y secretario el 8 de junio de 1929. Protonotario Apostólico en enero de 1927. Nombrado obispo titular de Cirro el 28 de marzo de 1930 y transferido el título a Nicea el 22 de abril de 1930. Fue consagrado el 27 de abril de 1930 por el cardenal Pacelli, secretario de Estado. Fue creado cardenal presbítero el 13 de diciembre de 1937; recibió el capelo cardenalicio y el título de Santa María in Vía el 16 de diciembre de 1937. Participó en el cónclave de 1939. Fue nombrado prefecto de la S. C. de Seminarios y Universidades el 14 de marzo de 1939. Participó en el cónclave de 1958. Estuvo en el Concilio Vaticano II (1962-1965) y participó también en el cónclave de 1963. Vicedeán de S. Colegio Cardenalicio el 19 de marzo de 1965. Fue promovido como cardenal obispo con el título suburvicario de Albano, el 17 de noviembre de 1966. Murió en Roma el 1 de agosto de 1970. (Cf., S. Miranda, The Cardinals of the Holy Roman Church, (41) 426).

[674] ASMM, Boletín Eclesiástico. Órgano oficial de la Arquidiócesis de Michoacán, I, nº 3, marzo de 1940, 158.

[675] Ibid.

[676] Ibid.

[677] Cf., Ibid. 158-168.

[678] Ibid. 164.

[679] L. Medina, Del cardenismo al avilacamachismo, col. Historia de la Revolución Mexicana, nº 18, México 1978, 351.

[680] Acta de la celebración de las Bodas de Diamante del Seminario Conciliar de Santa María de Guadalupe de Querétaro en, Boletín Eclesiástico de la diócesis de Querétaro, 31 de abril de 1940, 29. Un ejemplar en ADQ. Citada en E. de la Isla, Historia del Seminario Conciliar, II, 95.

[681] A. Orozco, El seminario durante el siglo XX, en J. Olveda, (ed.), El Seminario diocesano de Guadalajara, 78.

[682] E. Chávez, Historia del Seminario Conciliar de México, II, 1176.

[683] Ibid.

[684] F. Cantón, Historia del Seminario Conciliar de San Ildefonso de Mérida, Mérida de Yucatán 1945, 51.

[685] Manuel Ávila Camacho (1897-1955) nació en Teziutlán, Puebla. Estudió para contador. En 1914 se afilió al partido constitucionalista, con el grado de subteniente. En 1920 fue nombrado jefe del Estado Mayor de la 1a brigada de Sonora. Fue ascendiendo en el ejército. En Colima combatió al movimiento cristero. En 1929 ascendió a general de brigada. Ocupó diversos cargos en los gobiernos de Pascual Ortiz y Lázaro Cárdenas. Lanzó su candidatura a la presidencia de la República y tuvo como contrincante al general Juan Andreu Almazán. Tomó posesión como presidente el 1 de diciembre de 1940, para terminar en diciembre de 1946. Inició, durante su gobierno, una fase de modus vivendi con al Iglesia Católica. Murió en México, D. F. (Cf., Art. Ávila Camacho, Manuel, en DPH, I, 285-286).

[686] Artículo aparecido en El Universal, México 19 de enero de 1940.

[687] Encíclica Harent Animo, del 4 de agosto de 1908. En CEDP, I, 981.

[688] C. Cabrera de Armida, A mis Sacerdotes, (edición privada estrictamente reservada a los sacerdotes), México 1991, 236.